Todo sobre toldos
Por Cheis
Caminaba decidida. Llevaba las manos en los bolsillos, la mirada enfrente, y el valor en su cuerpo. Era momento de detener la situación. No sabía que se había apoderado de ella. Prefería no pensarlo hasta que estuviera hecho. Los pasillos parecían haberse vaciado con el único propósito de dejarle vía libre hasta su objetivo. Estaba cansada e iba a dejarlo claro.
Entró a la biblioteca como si fuera dueña de la misma. Los estudiantes que allí se encontraban no dieron por enterada su presencia. A ella no le importó. Buscaba a una única persona. Una persona en particular. No tardó en verle en su mesa de siempre, al final del enorme espacio, oculto tras su lectura. Sus pies le diriguieron hasta allí por magnetismo, y sus manos dejaron caer un grueso libro sobre la tarea del muchacho con violencia.
- Pero... tu. - Desdén escapó de los labios del chico, lo que hizo que ella enfadara aún más.
- Si, yo. - No gritaba, pero la fuerza de sus palabras logró hacer trastabillar al muchacho. Ella sonrió satisfecha y luego señaló el libro. - Explícame qué es eso.
- Eso es un libro, Granger.
Sin inmutarse por el tono acusador de la respuesta, abrió el tomo por la mitad, y volvió a arrojarlo con fuerza en la mesa, logrando algunas miradas curiosas y una reprobatoria de Madam Pince.
- Eso.
- Ah, hablas de eso. - en los ojos del muchacho se veía una sonrisa que irritaba aún más a la chica. - Eso es claramente un mal cuidado de un libro, Granger. - Inocencia emanaba de sus poros. - Deberías cuidar más tus pertenencias.
- Has pasado el limite, Zacharias Smith. Esto es la guerra.
Hermione tomó el libro y se dio medio vuelta. Sangre bombeando su cuerpo, atravesando sus venas. No había andado más de unos pasos cuando sintió que él respondía.
- Estoy ansioso por luchar en ella.
Por Cheis
- Pensé no vendrías.
- Yo cumplo con mi palabra.
Ella lo observó, el ambiente era tenso, y el aire pesaba entre ellos. El joven Hufflepuff sonreía, una de esas sonrisas que deseaban demostrarle que él era más que ella. A veces le tentaba mostrarle cuanto se equivocaba, otras, callar sumisa, y aceptar aquella mentira. Le asustaba entender lo que Zacharias hacia en ella.
- ¿Cuándo empieza? - cuestionó el muchacho, trayéndole de vuelta a la realidad. Respiró sin saber que no lo hacía hasta entonces y devolvió la sonrisa.
- Aparentemente, cuando tú lo deseas.
Sus ojos brillaron, dejando a un muy silencioso Zacharias seguirle dentro del salón.
Por Cheis
Se sorprendió de verla sentada allí. Las lechuzas dormitaban tranquilamente, y ella, sobre el alfeizar, observaba la lejanía. A medida que se acercó y pudo fijar su mirada en la muchacha comprobó que tenía los ojos cerrados y los labios contorneados; su rostro se delineaba en tristeza. Sus manos apretujaban un pergamino con descuido y sus piernas caían hacia fuera con desgano.
Se acercó a ella en silencio. Observándole con cuidado. Analizando cada una de sus facciones, de sus rastros. Pocas veces estaba tan cerca de ella, salvo que estuvieran gritos envueltos en el asunto, un Potter misterioso a un lado y un Weasley rabioso intentando interponerse.
Rozó su rostro con el reverso de su mano. Hermione saltó inmediatamente al tacto, pero solamente le observó intrigada al percatarse quien era. Lágrimas corrían por su mejillas e inmediatamente intentó quitarlas de ellas. Él la detuvo.
- ¿Quieres jactarte de esto, ¿verdad?
- Jamás. - le sonrió con dulzura y se sentó a su lado para sorpresa de la muchacha. Un tinte rosado bailaba por sus mejillas, y aquello ensanchó su sonrisa. - Déjame adivinar
¿notas?
Hermione sonrió desviando la mirada avergonzada. Arrugó el papel y lo guardó en un bolsillo dispuesta a marcharse. Sin embargo, él no la dejó. Tomó su mano, y la obligó a observarle.
- Vales más que eso. - puntualizó con serenidad.
En sus labios deseaba formularse una frase, pero Zacharias no lo permitió. Besó sus labios con intensidad, atrayendo el cuerpo de la joven hacia él con urgencia. Ella se separó de él y se alejó hasta la puerta.
- Eres un idiota, Smith - pronunció antes de desaparecer.
Su rostro rojo de una nueva vergüenza.
Por Cheis
- Eres un idiota.
Giró los ojos por enésima vez. Se sabía el discurso de memoria. Hermione Granger solía parecer un disco rayado cuando se lo proponía. Aunque
debía admitir mientras la observaba pasar con cuidado el ungüento sobre su brazo quemado, no estaba tan mal como muchos afirmaban.
Sonrió complacido, soportando el ardor que la crema le provocaba sobre su piel irritada. El hechizo de Ernie había sido más fuerte de lo que había esperado.
Aún así, si la muchacha supiera él se dejaba herir con el único fin de recibir su medicina
Por Cheis
Dijo una vez mi abuela que nada se gana si no se arriesga. O más bien, lo dijo un retrato de ella. Nunca la conocí, murió por razones desconocidas no mucho tiempo antes de ver yo la luz del día. Madre siempre dijo que debía escucharla, que era sabia y conocía de la vida. ¡Pero era un retrato!
Me burle de ella desde que tengo uso de razón. Fue, es y será una vieja más. Lo admito, no tengo cariño por ella. Ninguno. Cero. Nada. Tal vez sea porque nunca conocí su forma de andar, ni vi su cuerpo cojear por mi habitación, pero para mi ella no es más que un fantasma. Un recuerdo que padre y madre quisieron imponerme toda la vida. No siento remordimiento alguno de estos pensamientos, ni me causa dolor saber que nunca podré conocerla.
Abuela es y será una molestia. Sus dichos siempre rondaron la casa. El que ríe último ríe mejor, Zacharias Pues ella debía haberlo aprendido muy bien
cuando la muerte había quitado su vida. Machazo chiste debió parecerle a la señora negra llevarse la vida de mi abuela. Aunque personalmente creo debe haber estado con algún tornillo mal puesto, porque más que risa, se llevó una buena pesadilla.
Abuela siempre grito: En Hufflepuff serás grande, Zacharias. En Hufflepuff nunca fui más que una sombra. Creo que por contra. Me gusta ser contra. Soy diferente. Aunque Hannah diga que es por ego, en el fondo no es más que una pelea con mi desconocida y fallecida abuela. Debes comportante como todo un Smith, Zacharias. Ser un cretino, cuestionar todo, y honrar a mi casa con desconocimiento no ha sido un mal paso. Aunque dudo ella crea lo mismo.
Abuela nunca fue una persona muy permisiva, perdón, me corrijo, el retrato al dorado de la abuela nunca fue muy permisivo. Padre me recuerda que debo tener respeto por mis mayores constantemente. ¡Sí, a mis padres también les falla el cerebro! Dicen los avergüenzo. Vergüenza debería darles tratar a un cuadro como si fuera ella. Abuela siempre tuvo mucha presencia.
Sin embargo, Abuela sabe. Sabe demasiado. A veces me pregunto como se entera de cosas que quizás siquiera yo hago. Abuela fue quien sugirió escuchar a Potter en un primer momento. Abuela supo del ED días después de haberse formado. Pero abuela es silenciosa. Abuela calla y sabe callar. Supongo debe tener algún retrato perdido por el colegio. Siempre alardea de sus años mozos. Años que para el mundo son olvido. Obviamente.
Pero aunque ella sepa. No todo lo sabe. Es imposible, y sus informes no llegan más allá de burdos rumores. Mayoritariamente ciertos al final del día, pero rumores e incompletos. Pero cuando afirma que sabe que en el fondo tengo corazón de oro, tierno y mullido, porque sí, abuela nunca fue muy seria en sus expresiones, tiemblo de pensar que nuevo dato del colegio ha llegado a sus oídos.
No me gusta escucharla. Pero dado la cantidad de retratos repartidos por la mansión creo que la única verdadera solución sería la emancipación. No, no exagero. Menos cuando la veo como ahora. Abriendo esa boca de dientes flojos y aprontando su voz como si se tratara de un discurso. Abuela nunca habla para decir nada bueno. Ese es un dicho que ha escapado a su repertorio. Su voz es clara, firme, la misma que he escuchado desde antes inclusive de tener memoria. ¡Es que los retratos no envejecen! (Lamentablemente, tampoco mueren, aunque he sido tentado a tirarlos a la hoguera.)
Sus palabras resuenan en mi mente. La sangre es importante, Zacharias. No necesita aclarar que no responderé a sus intromisiones. No lo he hecho en mis dieciséis años, no lo haré ahora. Pero dicen es la bruja más inteligente de la generación
Por primera vez en mi vida me he atragantado con mi propia saliva. Ella no lo ha notado, está muy concentrada en continuar su relato de porque la susodicha chica no es tan mala elección. Recuerdo que debo respirar y la miró sorprendido. Está vez se percata he reaccionado. Sus ojos luces casi tan sorprendidos como los míos.
¿Sucede algo, Zacharias? No deberías observar a los demás de esa manera. Es descortés.
Su voz continúa, desviando su tema. Abuela nunca fue muy concisa, ni capaz de proseguir el hilo de una conversación. Madre siempre afirmó es un complejo de familia, ser distraído. Madre poco me conoce. Solo es hasta ahora que abuela pronuncia algo capaz de retener mi atención. Algo tan fuerte que aún no me la ha devuelto. La tarea no es algo que me preocupe. Estar de acuerdo con abuela si lo hace.
No es tan mala elección
No, supongo no lo es.
Por Cheis
Zacharias nunca había necesitado nada. No tenía noción del alcance de ese sentimiento. Todo lo que alguna vez había querido lo había obtenido. Era el mejor en todo lo que conocía, buscaba sus metas y las conseguía. Nada nunca se le había antojado como indispensable. Obtenía lo que quería, lo que sabía podía obtener. El resto, pasaba de él.
¿Necesidad? El diccionario le denomina como Aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir. Zacharias nada conocía de eso. O así había creído hasta que ella entró en su vida. Molesta, impertinente, creyéndolo saberlo todo se había enfrentado a él. Odiaba admitirlo, pero finalmente algo, alguien, se le hacía sumamente necesario.
Ella le era vital. Por sus ojos, por su piel, incluso por sus gritos y peleas. La buscaba, la provocaba. Moría un poco por dentro si no la veía y enloquecía si no lograba que ella prestará siquiera un segundo de atención a él. Por primera vez en su vida, necesitaba.
Necesitaba a la única persona que jamás podría obtener.
Por Cheis
No le gustaban. Para nada. Nunca lo habían hecho, ni de pequeña, ni frente a las estufas. Definitivamente menos le agradaban estando en el medio de los terrenos, sola, bajo el descampado cielo negro. En algunos momentos deseaba amordazar su boca, para no gritar del miedo, y algo de su auto control se lo permitía. Las tormentas eran hermosas siempre y cuando las viera por la maldita caja de televisión, a la cual tampoco era muy amiga en realidad. Maldijo para si misma, maldijo por querer hacerse la valiente: buscar a Crookshanks en plena noche, con agua torrencial y rayos en el firmamento estelar superaba su astucia y coraje.
Corrió. Corrió sin importarle nada cuando el agua ya era un diluvio sobre su cuerpo, cuando los truenos opacaban sus propios pensamientos y el centellear dorado en el cielo era suficiente para ver la silueta de Hogsmeade. Aunque no quería admitirlo, el miedo calaba sus huesos, mientras los pensamientos de diversas y horrorosas posibilidades de rayos cayendo en su cabeza surcaban su cerebro.
Ingresó en el colegio con el corazón en la boca y el aire queriendo regresar a sus pulmones. El agua chorreaba por ella, mojando el piso del castillo, y su cuerpo temblaba aún de adrenalina y frío. No se preocupó por eliminar su rastro y comenzó a adentrarse por el lugar. No había nadie a la vista, todos, más inteligentes que ella, se había resguardado bajo la protección de sus salas comunes. Ingresó en el primer pasillo camino a la sala de gryffindor. Estornudos sonaron en su cuerpo sin poder evitarlos.
- Salud.
Se detuvo. Sentía su cuerpo temblar inconcientemente ante cada aullido producido por la tormenta. Involuntariamente sentía sacudirse y aunque trató de evitarlo mientras buscaba a la persona que le había hablado simplemente, no podía.
- No es un buen día para pasear por los terrenos, Granger. - el muchacho apareció por un costado. Cabellos rubios prolijamente arreglados. Ropas secas y cálidas. Sonría ancha y divertida. - Te enfermarás. - le examinó de pies a cabeza, haciéndole sentir completamente vulnerable.
- No lo haré. - ¿Qué más podía decir con las luces de la tormenta aún reflejándose en su mirada? - Si me permites...
- ¿Permitir que te enfermes? No lo creo. - Los ojos del hufflepuff volvieron a examinarla. Hermione ansiaba le dejara pasar, pero sobretodo que dejara de hacer aquello cuando sentía sus piernas cederían en cualquier momento.
- ¿Qué quieres, Zacharias? - armó su cuerpo de valor. No podía dejar superarse por aquel hijo de mama que todo creía saberlo.
El chico sonrió y comenzó a acercarse. Instintivamente la muchacha intentó retroceder, pero sus piernas temblorosas le hicieron perder el equilibrio. Volvió a maldecir las tormentas, a su gato callejero y a sus tontas ideas por enésima vez. Los brazos del joven la sostuvieron, impidiendo que cayera. Ante de que pudiera reaccionar Zacharias apuntaba su varita hacia su pecho.
Un suave calor recorrió le recorrió desde el contacto con la varita al resto de su cuerpo. Temblaba. Por el cambio de temperatura. Por los truenos aún presentes. Por las eternas luces. Por el miedo aún en sus huesos. Por el contacto de las manos del joven, por la proximidad de sus rostros, por el cuidado de sus movimientos.
- Por más hermosa que se pegara la ropa contra tu cuerpo. - sonrió burlón ayudándole a enderezarse. - Estando seca no te enfermarás.
Hermione se separó de golpe. Su corazón latía, queriendo explotar su cuerpo, tal y como lo había hecho cuando había corrido a refugiarse de aquellas explosiones en el cielo. Solo que ahora, no era de miedo.
Él sonrió e hizo una pequeña reverencia. Sus ojos brillaban como ella nunca los había visto. Pero era incapaz de responder con gesto o palabra alguna. Hipnotizada. Sorprendida. Tambaleante.
- Será mejor que vayas al calor de tu cama. Una buena taza de leche caliente no vendría mal tampoco. - Escuchar a Zacharias Smith dar consejos no era algo que hubiese esperado, pero en aquel momento le parecía lo más normal del mundo. - Buenas noches...
Le vio alejarse. En silencio, confiado, ajeno a los ruidos que hasta ella era ahora incapaz de escuchar. Su voz resonaba en sus oídos, y su tacto convulsionaba en su piel. Camino hasta su sala común. Ni Harry ni Ron supieron de donde venía. Silencio sellaba su boca, amordazándola a miedo y placer- Esto es tú culpa.
- ¿Mi culpa?
- Ya cállense par de tórtolos.
Se miraron con odio, pero no dijeron nada más. Los mortifagos que los apresaban los arrastraron hasta una de las celdas del lugar. Una vez allí, los tiraron dentro, cerraron el lugar con magia y se marcharon.
- Si no hubieses intervenido no estaríamos aquí.
- Granger, si no hubiese intervenido, no estarías viva.
- No me vengas con el papel de héroe, Smith, de eso no tienes ni un pelo.
- Claro, el único héroe siempre será el tonto de Weasley.
Zacharias caminó hasta las rejas, pero no las tocó con sus manos. Presentía lo que ocurriría si lo hacía. Estaba indignado. En otra situación hubiese sido el hombre más feliz del mundo por encontrarse en una habitación a solas con, la ahora desagradecida, Hermione Granger. En ese momento, lo detestaba.
La muchacha parecía haber finalmente entrado en completo silencio, y él no se molestó en observarla. Estaban en una situación
precaria. La celda era austera, posiblemente ratas vagaran por aquellos confines y vinieran a visitarles una vez se acostumbraran a su presencia. Cuanto tiempo los mantendrían allí era simplemente imposible de saber.
- Este lugar no me gusta. - la voz de la chica era suave, casi asustada.
- No creas que a mi lo hace
- respondió él sin volverse siquiera hacia ella, y aún recorriendo los barrotes con la mirada.
- ¿Crees que saldremos de esta?
Se giró sobre si mismo para observarle. Ojos avellana le observaban tímidos e inseguros. La joven y fuerte Hermione parecía caerse bajo su mirada. Su cuerpo temblaba de frío y sus lágrimas escapaban traicioneras a sus ojos.
Se acercó a ella, y la atrajo contra su cuerpo. Sintió la humedad de sus lágrimas caer contra su ropa, pero no les dio importancia.
- Sé que lo haremos. Ven, si estamos juntos pasaremos menos frío. - le sonrió ligeramente mientras ella se aferraba en su cuerpo en búsqueda de calor y esperanza.
Por Cheis
La noche era húmeda. Así era Londres, una masa oscura y grasosa, llena de lluvia triste. Odiaba la humedad, pero amaba la ciudad. Quizás era el aroma del callejón, o la imponente imagen de Gringotts, elevándose a un lado, prepotente y magnifico. Abrió su paragüas y maldijo la lluvia, ¿es que acaso no se podía proteger el callejón de aquellos aguaceros? Caminó con parsimonia, el recorrido era conocido, las calles iguales. Pocas personas paseaban por el lugar debido al tiempo, se preguntaba porque su esposo y cuñado no podían darse un día libre y no hacerla caminar bajo tanto gris.
Sortilegios quedaba a algunos metros de distancia, el local era llamativo, y sin embargo, sus ojos se posaron en otra vidriera. Se acercó rápidamente, ojeo la tapa del libro y entró en el lugar, cerrando el paragüas y sacudiéndolo de las gotas de lluvia. Se acercó al tomo. Había un montón apilados a un lado de la vidriera, un gran cartel anunciando su salida.
- Siempre te gustó la lectura. - la voz le sorprendió, así como su dueño. Un hombre se encontraba parado a su lado, observando el reciente libro. Lo reconoció inmediatamente, aunque dudaba jamás hacerlo por el tono de sus palabras. El mismo cabello, la misma postura. - De la buena. - agregó el hombre, aún sin dirigirle la mirada.
- Es
sí
sí, siempre me ha apasionado. - Llevó su mano hasta uno de los textos y sintió el contacto con su piel. Suave, terso. El artículo que día antes había leído al respecto informaba se trataba de una revisión de los últimos diez años del ministerio, desde la caída de Voldemort. Las tareas en casa, con Rose, el embarazo, y el trabajo le habían hecho olvidar la fecha de salida. - Quiero ver que tantas verdades y mentiras dicen.
Él la observó, y sonrió. Hermione se sorprendió de su mirada, o más bien, de toda su actitud. Con un gesto pidió el libro que ella tenía en su mano, y se lo cedió. En silencio comenzó a caminar hacia el mostrador.
- ¿Cuándo es la gran fecha? - cuestionó el joven.
- Un mes. - comenzaba a sentir la fatiga, pero estaba más sorprendida por la extraña conversación que ni siquiera podía concentrarse en su propio cuerpo. Dentro el pequeño comenzaba a patear en disconformidad.
- Un bonito pelirrojo. - ¿Era aquello una mueca cínica? ¿Una nota de ironía?
- Hermoso por sobre todo. - complementó ella. - ¿Tu?
- El mejor como siempre. - ahora sí había aquella nota de superioridad en sus maneras. Pero ante la mirada insistente de la mujer río. - Haciendo compras en el día libre.
Ante el silencio del hombre ella no insistió más. El dueño del local les atendió con extremado cuidado. Cuando ella hizo amago de buscar su billetera, su viejo compañero se adelantó y la detuvo, pagando él por el objeto.
- Permíteme. - sonreía. Hermione no sabía si divertido, o si no había un deje de pena en su voz. Una súplica. Pero comenzaba a creer la lluvia y las hormonas habían afectado sus sentidos.
Caminaron nuevamente en silencio hasta la salida. Cada uno con su paquete. Ella llevándolo cerca, como si fuera un tesoro y sin siquiera comprender por qué. La situación era incómoda y, sin embargo, no se sentía mal al respecto. Él abrió la puerta, y ella extendió el paragüas a su magnitud, cubriéndose de la lluvia, y sin soltar el fuerte agarre a su nueva adquisición.
- El padre es muy afortunado. - musitó él, sonriéndole y alejándose bajo la lluvia, dejando que sus cabellos se empaparan en la sustancia húmeda.
Hermione lo observó alejarse. Impresionada, incapaz de reaccionar ante al situación. Sus hormonas debían estar fallándole. No había otra respuesta. Giró para dirigirse hacia Sortilegios Weasley, y mientras observaba el paquete en sus manos, decidió que lo que había escuchado en la voz de Zacharias Smith no había sido envidia.Lamento tener que agregar aquí cosas, pero el sistema no me permite colocar historias de menos de cien palabras, y este es uno de los drabbles más cortos que he hecho, pero no tendría sentido alargarlo. Disculpen por el relleno,
Cheis.
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Dicen que la venganza es dulce. Dicen que sabe a limón y chocolate. Él siempre se preguntó como sería probar sólo un poquito de ella. De esa codiciada sustancia, de ese anhelo. Del deseo de consumir la más fructífera de las acciones. Venganza era una palabra muy fuerte a veces, pero incapaz de llenar el vacío que su desconocimiento alcanzaba.
Venganza contra todo aquel que osara tocarla.
Por Cheis
Desde pequeña ha sido la que observa. Pasa desapercibida entre sus compañeros, busca entre todos los alumnos aquellos a quienes conviene mirar. Los tiene catalogados, impregnados entre sus máscaras y debilidades. Sabe de sus vidas casi tanto como ellos mismos. No puede evitarlo, le es interesante, un hobby del que no puede escapar. Puede juzgar a todos con una exactitud que ni sus más inteligentes compañeros Slytherins pueden comprender. Incluso, puede opinar sobre ellos con propiedad. Porque ella observa, sabe y aprende
y luego utiliza. Utiliza todo lo que sabe. Es una digna serpiente, escurridiza y difícil de atrapar, pero siempre presente entre las piernas débiles de sus victimas.
Su última meta es un compañero de grado. Un hufflepuff que no subestima. Le ha observado suficiente como para saber sus fuertes. No es tonto, es escéptico y no cree fácilmente en la gente. Es astuto, ella no puede negarle eso. También, de sus observaciones, sabe que es solitario. Su rostro suele ejecutar pocas expresiones que disten de la ironía y la desconfianza. Zacharias Smith es definitivamente la presa más difícil que ha enfrentado. Se alegra de no juzgar a la ligera, de no suponer, como Draco y otros tantos, que ser un Hufflepuff le hace una persona fácil de vencer.
Por eso ella ha prestado especial añico en observarle. En estudiarle. Debe admitir que tanta atención ha provocado en ella reacciones contrarías a las esperadas. A veces considera dar marcha atrás. Incluso sus sueños han ido en su contra. Pero es una Slytherin, y las emociones no son más que estorbos para sus objetivos.
Hoy lo vigila como tantas veces. Internamente suspira y se ahoga en contrariedad. Blanquea su mente y continúa en su trabajo. No descansará hasta vengarse, hasta hacer de su victima suya, hasta destrozarla y hacerla añicos. Analiza cada milímetro de sus actitudes, cada diferencia, incluso, lee sus labios y sus palabras. Entonces lo entiende. Su talón de Aquiles se encuentra sentado no muy lejos del joven. Es una muchacha, de cabellos enmarañados, intima de Harry Potter. Entonces ella sonríe, sonríe porque lo tiene, tiene la clave para desarmar a Zacharias finalmente.
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Aclaración: el punto de vista es de Daphne Greengrass, Slytherin. ^^!Los pasillos siempre han sido deliciosos. Susan siempre los llama así. Dice que el aroma de las cocinas siempre se cuela por ellos cuando vuelve a casa. Casa, no le llaman su casa, es simplemente, casa. Hufflepuff siempre ha sido así, es más que suya, es de todos y para todos y es una casa. Simple casa. Sonríe y camina. Susan tiene razón, los pasillos son deliciosos.
Se sorprende en sus pensamientos al ver a una niña de tercero rondar por aquellos lugares. Es una niña de Ravenclaw, tiene el cabello rubio y largo, pero lo que le llama la atención son las orejeras en forma de zanahoria que porta en su cabeza. Tararea una suave canción mientras camina como ida. Zacharias la observa, y sonríe. La pequeña parece finalmente notar su presencia.
- Hola, ¿no sabes dónde puedo encontrar al Señor Meier? - la joven sonríe. - He quedado en hablar con él de parte de Helena. Pero no puedo encontrarlo.
- No conozco ningún señor Meier. - proclama Zacharias.
- Oh, bueno
¿puedo ayudarte a encontrar a quien buscas?
La sonrisa de la pequeña era cautivamente, pero la pregunta era simplemente una sorpresa para el joven Hufflepuff.
- No busco a nadie.
- Eres bueno mintiendo. Papi dice que las mentiras es lo que hace que la gente se esconda y no vea.
- ¿Qué no vea qué?
- La realidad. - la pequeña sonríe. - Es mejor que busques en la biblioteca, ella siempre está allí.
La queda observando, entre maravillado y confundido. Nunca nadie en su vida había hablado de aquella forma a su persona. Nunca nadie había adivinado tenía una ella. Río. No había forma que la pequeña supiera de que hablaba, seguramente había escuchado alguna tontera por ahí y había creado alguna tonta historia donde increíblemente él estaba envuelto. Sacudió su cabeza y emprendió camino por los pasillos, no tan dulces ahora. La biblioteca no estaba lejos, y ni la pequeña Ravenclaw y ni el gran jugador de Quidditch eran los primeros en descubrir que allí se encontraría ella.
Él sonrió sentándose frente a ella. En su rostro se dibujaba un aire de superioridad, como si supiera algo que ella no. Hermione ladeó la cabea y le observó con curiosidad.
- ¿Qué deseas, Zacharias?
- Hablar.
La sonrisa del muchacho se amplió sobre su rostro. Satisfacción recorriendo sus facciones. Hermione podía sentir su rostro curvándose en curiosidad.
- ¿De qué? Si no es muy complicado especificar.
- Del pelirrojo.
Hermione no podía creer lo que sus oídos escuchaban y el calor en sus mejillas se había intensificado de tal forma que hubiese deseado esconderse tras el libro que llevaba en las manos.
- ¿Ocurrió algo con Ron? - cuestionó tratando de simular ser lo más neutral posible.
- ¿Además de pavonearse como un tonto besuqueando a Lavander por medio Hogwarts? Pues
no.
Hermione no sabía si gritarle por estúpido o solo observarle con los ojos en blanco. El muchacho, sin embargo, parecía más contento que nunca, cosa que le hizo enfadar aún más.
- Entonces no le encuentro sentido a esta conversación. - estableció cerrando el libro en sus manos, dispuesta a marcharse de la biblioteca.
Zacharias apoyó una de sus manos sobre el tomo, haciendo que ella le observara indignada.
- Yo sí se lo encuentro. - arguemntó con tranquilidad.
- Explícate. - aquel intercambio comenzaba a cansarle.
- Solo cuando seas tu la que quieras hablar. - sonrió misteriosamente, le dejó tomar el libro y se alejó ante la perpleja mirada de la joven gryffindor.
Por Cheis
- No puedes admitir que una vez te equivocaste, ¿verdad?
Sonrió. La muchacha levantó los ojos de su lectura indignada. Era la sexta vez que Zacharias repetía la misma frase. El muchacho se había sentado en la silla contigua a caballo, y le observaba aún con ansiedad.
Llevaba media hora en la misma posición, impidiéndole continuar con su lectura. Pero se negaba a dar el brazo a torcer. Aquella malinterpretación de las runas había sido una simple
pues, eso, una malinterpretación. Sus ojos habían visto mal, conllevando a dar una traducción completamente opuesta a la verdadera.
Giró la vista, y volvió a concentrarse en el libro, todo lo que podía con la intensa mirada del joven en su espalda. No le molestaba haberse equivocado, le dolía el ego que Zacharias hubiese estado presente para recordárselo.
Por Cheis
Los libros contaban historias, leyendas de mundos pasados, teorías de vidas muertas. Él leía para absorberse de sus mundos, escuchar de sus realidades, vivir de sus latidos. La soledad de la biblioteca siempre le había sido
satisfactoria. Pocas gentes pisaban aquellos confines desconocidos en busca del máximo placer de las palabras. Quienes lo hacían, distaban de fijarse en las almas vagabundas que les acompañaban.
Él leía. Siempre leía encerrado entre aquellas largas estanterías. Entre tanto conocimiento. Entre tanta locura de mundos ajenos y perversos, adorables y lejanos. Normalmente se sentaba en la última mesa del recinto, lejos de todas las miradas, oculto gracias al reflejo del sol a su lado, tapizado de libros y pasos silenciosos. Hoy era diferente.
Lo que hoy leía era diferente. Sentado en medio de la biblioteca leía de curvas y figuras. De labios y deseos. Palabras emanaban de cabellos castaños. Jamás había tenido lectura más emocionante que el movimiento de su mano nerviosamente sobre el papel. La delicadeza de su cuerpo al buscar una nueva postura que le mantuviera atenta. Observaba su cuerpo, cada movimiento minuciosamente, como si aquel libro fuera el más interesante de todos los del mundo.
Hermione levantó la vista y le miró. Bajó su mirada al libro sobre la mesa, un leve tinte rosáceo cruzando sus mejillas. Pero dentro de su mente, aún la leía.
Por Cheis
- ¿A dónde vas? No hemos terminado.
- No tengo nada que terminar contigo, Granger.
Bufó resignada mientras veía como el chico se alejaba. Aquello iba a sacarle canas verdes. Sin embargo, no iba a resignarse. Afirmó sus libros bajo sus brazos y le siguió.
- Detente.
- Eres un fastidio, Granger.
- Detente. - repitió.
La espalda del Hufflepuff seguía siendo lo único que veía, mientras éste apuraba el paso. No le vencería. Se apresuró ella también.
- ¿Qué es lo que quieres, Granger?
Chocó contra el cuerpo el chico, cayendo los dos al suelo. Libros salierón disparados para todos lados. Observó al muchacho a su lado, molesta por no haber notado que se había detenido.
- ¡Mira lo que has hecho!
- ¡Yo no he hecho nada! - sintió como los colores subían a su rostro.
- ¡Molesta!
- ¡Inmaduro!
- ¡Buf!
Zacharias se levantó del suelo, sacudiendo sus ropas. Sus ojos mostraban una molestia que ella nunca había visto en él.
- No fastidies, Granger. - declaró, y dándole la espalda, se alejó.
De repente, se encontró allí. En medio del pasillo, rodeada de sus papeles y pertenencias. Sola. Mirando el lejano final del pasillo por el cual Zacharias había desaparecido. Sin entender por qué aquel comentario le había molestado tanto, Hermione se encontró llorando.
Por Cheis
Las cocinas siempre habían sido un lugar casi sagrado para todo hufflepuff. No era como muchos solían pensar que vivieran a los atracones, pero tal vez la cercanía llevaba a todo hufflepuff a tener una relación especial con aquel lugar. Era casi un hecho que en tu primera semana en Hogwarts, si pertenecías a esta casa, tuvieras tu primera visita a las cocinas. Por la entrada que pocos conocían y muchos ansiaban saber. Obviamente aquello implicaba una relación bastante cercana con los elfos. Siempre presurosos a ayudar en lo que pidieran los alumnos del castillo.
Zacharias debía admitir se había aprovechado de aquel carisma que tales criaturas emanaban. No era que abusara de ellos, pero solía hacer alguna visita al menos una vez al día, llevándose contigo algún que otro goloso alimento. Llenaban sus bolsillos de pastas, dulces y chocolates. Le conocían y le llamaban por su nombre, y él recordaba el de unos cuantos.
Normalmente no encontraba a nadie fuera de los habituales elfos domésticos. Siempre se los veía atareados y a veces, debía de aceptar, admiraba su trabajo y su emoción. Para estar obligados a servir, lo hacía con una sonrisa que no daba vida a los ojos del joven hufflepuff.
Aquella mañana se sorprendió de ver a la muchacha allí. Estaba sentada a lo indio en medio de la cocina, rodeada de pasteles que no había tocado, y con libros de lectura entre estos. Nunca había cruzado palabra con ella, pero era difícil no reconocer a la mejor amiga del gran Harry Potter. Una sonrisa cínica se dibujó en sus labios ante el pensamiento, y decidiendo que nada perdía con quedarse, caminó en silencio hasta ella.
- ¿Buscas algún milagro para ayudar a Potter? - La joven Gryffindor saltó de su lugar al sentir las palabras en su oído.
- ¿Quién? ¿Qué?
- Zacharias Smith, compañero de casa del verdadero campeón de Hogwarts. - sonrió al ver como los ojos de la muchacha se contorsionaban en indignación. Todo su cuerpo se movilizó a punto de refutar aquella afirmación, pero nunca lo hizo. - ¿Encontraste algo? - agregó con sorna.
Hermione simplemente le observaba. Él disfrutaba. Lograr dejar a Granger sin palabras era algo que había escuchado pocos lograban.
- No es de tu interés. - agregó finalmente, juntando sus pertenencias.
Zacharias nunca se había fijado en ella. Potter y sus pequeñas aventuras nunca le habían importado, muchos podrían hablar del asunto, pero el le restaba importancia. Inclusive, tenía piedad del muchacho. No sabía como había logrado colarse en el torneo, pero debía estar muy loco para hacerlo. O demasiado necesitado de atención. Atención que él no pensaba otorgarle.
Sin embargo, ahora si se fijaba en la joven. Recordaba algo de ella del primer año, algo de ella del segundo, pero ahora ya no era esa niña que su mente se empecinaba en retraer. Pero mantenía una posición pulcra y orgullosa. Aquello no hacía más que divertir al joven Hufflepuff. Se agachó y alcanzó uno de los libros a manos de la muchacha. En cuclillas y sin caerse le mantuvo la mirada.
- La cocina no es el mejor lugar para estudiar, Granger. Los elfos son un poco molestos, ¿no crees? - la vio rabiar. Pero no se esperaba la siguiente reacción.
- ¡Los elfos no son molestos! ¡Los tratan como escoria y no deberían!
- La cocina es un buen lugar para buscar chocolate. - le interrumpió. Un elfo se había acercado a él con algunas barras del delicioso dulce. - A ellos también les encanta.
Zacharias tomó una de las golosinas y la posó en una mano de la chica, el resto lo embolsó en su túnica, y antes que la joven Gryffindor pudiera decir nada, ya estaba fuera, camino a su sala común.
Por Cheis
Unos pasos se te acercan, instantaneamente hundes tu cabeza en tus brazos tratando de ocultar las lágrimas que escapan a tus ojos. Sin embargo, el desconocido no se marcha, se para a tu lado y se acuclilla hasta estar a tu altura. Te sorprendes de aún mantener tu postura, de no salir corriendo, humillada, pero su aroma te lo impide.
- ¿Hermione? -, te pregunta. Reconoces su voz, pero no hay en ella ni una gota de fastidio. - ¿Hermione? -, vuelve a preguntarte, como si le resultara inconsebible encontrarte así.
- Vete. - Tu voz es apenas un arrullo.
- No. - Se sienta, sientes su mirada sobre ti. Te sientes cohibida, frágil y completamente a su merced. - ¿Qué sucede?
No logras comprender como escuchas dulzura de aquellos labios. Un extraño tono de preocupación que se modula y te arrulla. Pero menos logras comprender como su mano toca con delicadeza tu rostro y te obliga a verle. Sus ojos reflejan los tuyos con una ternura que jamás hubieses imaginado en él.
- Debes dejar el cigarro. - pronuncias inconscientemente. Él sonríe, y tus ojos ya no lloran.
- A ti no te hacen bien las lágrimas. - Intentas bajar la mirada, pero no te deja. Sus dedos se deslizan limpiando los rastros de llanto de tu rostro. - Lo que sea... no lo vale.
Suspiras. No sabes por qué, pero sus palabras te hacen sentir bien. Olvidas los miedos, olvidas el terror, olvidas que existe el mundo. Sin pensarlo demasiado, te recuestas contra él. Sabes que le has tomado desprevenido, pero sus brazos te envuelven sin quejarse.
Cierras los ojos y, simplemente, respiras su aroma a tabaco y café.
Por Cheis
Había una sola cosa buena de que Ernie fuera Prefecto. Una contraseña. Una sencilla y tonta contraseña. La realidad es que, nada había de interesante en aquel baño. La cantidad de jabones y espumas le daba desconfianza. Sin embargo, debía admitir aquel debía ser el rincón más pacifico de todo el castillo. Así, que ahí estaba. Sentado en un rincón del lugar, lectura en mano, y paz en su mirada. Silencio. Simple y adorado silencio.
Cuando sintió ruido en el exterior, supo que no todo podía ser perfecto. Estando al tanto que no debía de estar allí y que metería a Ernie en problemas si le descubrían, aplicó un hechizo desilusionador y otro silenciador sobre él mismo lo más rápido que pudo. Con eso, cuidado de no moverse, y la sombra bajo la que estaba, dudaba pudieran notarle.
Al notar que quien entraba al baño de prefectos no era nada más ni nada menos que la mismísima prefecta de Gryffindor, Hermione Granger, pensó que tal vez, solo tal vez, ese sería su día de suerte, y la intromisión no tan mala como en un primer momento supuso.
No se equivocaba.
Ante la mirada perpleja y encantada del joven Hufflepuff la mucha comenzó a desabotonar su blusa. Parecía no tener apuro, pero pronto se encontraba solo en ropa interior para el delirio de Zacharias. El corazón se encogió al muchacho cuando Hermione despojó su cuerpo de toda atadura. Caminó frente a él sin enterarse de su presencia y se metió lentamente, midiendo temperaturas en el agua.
Zacharias volvió a respirar embelesado.
Aquello era mejor que cualquier pornografía barata.
Por Cheis
Gota. Negro. Punto. La pluma en el aire. Gota. Otra. Tinta. Una y otra más. Rasga. Corta. Mancha. Escribe. Letra. Silaba. Punto. Gota. Gota a gota. Silencio. Raya a raya. Vuelta a vuelta. Gota. La punta de la pluma en el aire.
- ¿Qué piensas?
Rasga. Corta. Escribe. Observa. Sus ojos brillan, y sonríe. Continua. No responde. Observa. Gota. Punto. Otra más. Gota. Gota. Escribe. Tinta negra. Papel y sal.
- Te burlas de mí.
- No lo haría.
- ¿Qué piensas?
La muchacha se recuesta contra la silla. Apoya la pluma sobre el papel y le observa. Sus cabellos revueltos caen sobre su rostro. Controlarlos parece todo un peligro. Él los prefiere así. Ella muerde su labio instintivamente. En su rostro hay preocupación.
- ¿Qué piensas?
Silencio. Un suspiro abandona los labios de la muchacha. Sus ojos se cierran, pero él evita interrumpirla. El papel olvidado y sus respiraciones atentas.
- En cuándo todo esto termine.
Él sonríe. No puede evitarlo, aunque los ojos de ella no brillen. Opacos. Ajenos. Se endereza sobre la cama, y se viste con los jeans a los pies de la misma. En sus pasos se refleja el cansancio. Se pone a espaldas de ella, y la rodea con sus brazos. Besa su cuello.
- Siempre hay un mañana.
- No para todo.
- Escribes tus memorias para justificarte.
Ella apoya su cabeza sobre su pecho. Puede sentir la respiración acompasada, el nerviosismo. El miedo. Besa nuevamente su cuello, su hombro desnudo. Se cuestiona como quitar la culpa de su piel. No sabe cómo. Él no la sufre. Ella sí. Lenta. Parsimoniosamente. Afirma el contacto con su piel y ella suspira.
- ¿Te arrepientes?
Su voz suena más temerosa de lo que hubiese querido. Clara y potente, en control. Pero no. Suave, un susurro. Una estela. Agradece tenerla con él. Él no se arrepiente, pero tiene menos porque hacerlo.
- No. - besa sus labios. - Pero me duele.
Se detiene. Separa sus brazos de ella y se acerca al escritorio. Toma los papeles entre sus manos y los mira.
- Aún los quieres. Aún lo quieres. - Ella asiente. Sus ojos llenos de lágrimas.
- Son
mi familia.
- Lo sé.
Se arrodilla frente a ella. En sus ojos se refleja la lujuria y la esperanza. Besa sus labios. Tiernos y suaves. Profundo, se entrelaza. Baja por su cuello. Pequeño. Inocente. Tímido. Se separa y la observa. Con aquella camisa suya que tan grande le queda. La mirada baja, pecado en sus manos. Deja los pergaminos que ha tomado nuevamente sobre el escritorio.
- Déjame escribir esta historia. Déjame ser tinta sobre tu piel.
Toma sus manos y la obliga a levantarse. Sus rostros a centímetros. La besa, pasionalmente. Desnuda sus manos por su cuerpo. Sonríe. Baja. Instruye y busca. Besa. Sabe que ella se deja. No deben estar allí. Ni en esa habitación ni en ninguna. Así ha sido desde un principio. Pero no puede evitar no detenerse. Esta es su historia, y ella su papel.
Un beso. Una gota. Un pacto. Punto a punto. Sueño a sueño. Gota a gota. Punto. Rasgar. Beso, gota, cortar.
Por Cheis
Observó a su contrincante divertido. Que casualidades de la vida habían llevado a que fueran compañeros en aquella clase no lo sabía, y a decir verdad. No lo cuestionaba demasiado. La experiencia sabía resultaría demasiado interesante. La chica vestía una ligera sonrisa confiada.
Así mejor, pensó, más dulce será la victoria.
Potter daba vueltas por todos los grupos comprobando que estuvieran en las posiciones correspondientes. Comenzaba impacientarse ante la parsimonia del muchacho. Se suponía debía enseñarles, no pavonearse frente Cho Chang. Finalmente el Gryffindor se decidió a dar el adelante.
Hermione Granger fue la primera en atacar, y él se contuvo solo con un sencillo encantamiento protector. Por algunos momentos, se limitó a esquivar con intencionada eficacia los golpes de la chica, quien se enfurecía al no lograr su cometido. Él solo sonreía. Aquel duelo sería pan comido, incluso si su contrincante no era otra más que la chica más inteligente del colegio. Él, simplemente, la superaba.
A medida que avanzaba el tiempo, cambió su estrategia por una más ofensiva. Sus papeles variaban con la rapidez de la luz, y se encontraban enfrascados en uno de los duelos más interesantes que habían nunca presenciado. Debía admitir, la joven no se quedaba atrás.
Granger lanzó un encantamiento que intentaba provocar mareos en él, pero logró rechazarlo con mucha facilidad. Los hechizos iban con tanta rapidez que no supo, cuando, ni a causa de qué, ella terminó tropezando y cayendo contra él. La detuvo del brazo y la despojó de su varita.
- Inevitable, - le sonrió mientras la empujaba lejos de él con violencia.
Él siempre sería el mejor.
Por Cheis
Zacharias Smith nunca tuvo problemas de dinero. Nacido de una larga tradición mágica, de una familia potente y reconocida, Zacharias había portado más que pan bajo su brazo toda su vida. Por ende, nunca escatimaba en sus gastos, y más de una vez, hacia gala de sus dotes mostrando cuanta economía tenía a su mano. Nunca costó más de un movimiento de su mano para tener todo lo que deseara, desde la última escoba, hasta la nueva novedad en bromas mágicas. Zacharias Smith era, en definitiva, un niño adinerado.
Cuando Hannah escuchó rumores de que el joven Hufflepuff había hecho una visita a Hogsmeade con intenciones de hacer sus compras de navidad, su corazón latió en exaltación. Zacharias tenía la costumbre de obsequiar diversos y fascinantes presentes a sus amigos, sin embargo, los rumores lo esclarecían plenamente, su objeto de compra no había sido nada más ni nada menos que una joya. Hannah intentaba no ilusionarse, pero la voz de Susan no le permitía no hacerlo. Zacharias habría de gastar una buena suma en aquella adquisición, y Hannah no encontraba otra persona más que ella para recibirla. Las indirectas eran obvias, y hasta Ernie, que no veía ni lo que su nariz tocada, estaba completamente convencido de la obsesión de Smith.
Navidad llegó sin apuros, con una Hannah nerviosa, al punto del histerismo. Nerviosa y necesitada de ser acompañada a todos lados, puesto que soñaba que a cada vuelta de esquina aparecería el chico con su regalo, entrando a una etapa de ataques de nervios preocupante. Por suerte para ella, y todos sus acompañantes, la mañana de Navidad, todo estaba dispuesto como siempre. La mesa de la esquina, repletas de regalos brillaba extenuante. Todos los Hufflepuffs del sexto año tomaron sus paquetes, pero ninguno fue incapaz de abrirlo. Miradas expectantes se fijaron sobre la joven rubia, sus ojos brillaban mientras observaba el pequeño paquete. Papel rasgado, sonidos de exclamación y decepción siguieron al tenso momento.
Dentro del paquete no había más que algunas chulerías, que aunque interesantes y de alto valor, distaban mucho de lo que todos esperaban. Hannah suspiró, y bajo la mirada expectantes de sus compañeros, exclamó que los rumores siempre eran eso, rumores. Subió a su habitación en silencio, con la mirada preocupada de sus amigos siguiéndola, pero ningúno atreviéndose a interrumpir el momento de desconsuelo de la niña.
Mientras tanto, en una habitación de la madriguera, una joven castaña observaba el paquete que había recibido aquella mañana. En sus manos se deslizaba una suave y brillante cadena de oro, tenía un pendiente con forma de gato, y el brillo del sol. Estaba maravillada con aquella joya, sorprendida de su peso, de su belleza, de su valor. En un primer instante había considerado Ronald hubiese estado tras aquella magnificencia de presente, sin embargo, había tenido que descartar dicha idea, no solo porque ya tuviera sendos regalos de él y Harry, sino porque el costo del objeto sobrepasaba las posibilidades de Ron de obtenerlo.
Guardando el colgante entre sus más preciadas pertenencias se cuestionó quien podría realizar semejante gasto en ella, y adjuntar solamente una nota de Feliz Navidad Fuera quien fuera, el dinero no era su problema.
Por Cheis
Soñar era gratis. Zacharias siempre lo había sabido. Su abuela se lo había mencionado cuando apenas tenía uso de memoria, y él lo había retenido como un sagrado tesoro. Soñar siempre sería gratis.
Siempre se había jactado de soñar con montones de mundos, vidas y perspectivas futuras. Siempre había hecho todo lo posible para que los sueños simplemente dejaran de serlos. Lo cierto era que aunque estos fueran gratis, solía preferir el precio de la realidad.
Este no era uno de esos casos. Llevaba días sin poder de dejar de pensar en ella. De soñar como sería tenerla cerca. El día del baile le había observado casi con admiración, prestando nula atención a su compañera, una niña de tercero de Ravenclaw. Se había sorprendido cuando la vio de manos del famoso jugador de quidditch. Luego, había aceptado que no tenía porque sorprenderle. Era, después de todo, simplemente ella. Sabía desde aquel entonces que no había sido el único en observarle con ojos casi lujuriosos para su edad.
Soñar era lo único que tenía, porque el precio de la realidad, ésta vez, era simplemente demasiado alto.
Por Cheis
No entendía como había aceptado la apuesta. No, no era así, lo que no entendía, era como la había perdido. Confiado. Él era mejor, el era el indicado para demostrarle a Granger que no podía con todo. Justin había reído, había afirmado que contra Hermione nadie podía, y lo había retado. Entrar en la apuesta había sido una necesidad. Perderla, una estupidez. Menos aún entendía porque había aceptado cumplir con aquel castigo. Maldijo su necesidad de mantener su palabra. Pero aquello era más un reto que otra cosa, debía de ser el propio papel de la apuesta y no su resultado.
Zacharias había vivido toda su vida bajo el resguardo de la magia, y poco y nada conocía del mundo muggle. Error. Conocía lo suficiente para saber que no le gustaba y que no confiaba de nada que viniera de ellos. Bueno, tal vez, salvo cierta competidora causante de su actual desgracia. Pero eso era otro tema que prefería no llevar a su mente. Los muggles estaban locos. Ellos y sus objetos raros implicaban para Zacharias una perdida de paciencia inmediata. Entender que ahora debía confiar en ellos y en una de sus entupidas latas de metal le causaba casi repulsión. No era que tuviera algo en contra de ellos, simplemente le causaban
desconfianza. Vivir sin magia era algo que se le hacía imposible.
O tal vez no tanto. El instructor le sonrió como todas las tardes cuando se bajó del coche. Zacharias se imitó a mirarle sin interés. El hombre no le caía. Definitivamente no le caía. Casi tanto como no le gustaba el auto. Pinchudo, de color extraño y muy ruidoso. Aún para sus pocos conocimientos sobre aparatos muggles, sabe su instructor debe actualizarse. Zacharias continúa observándole mientras le indica suba. Muy bien, lo hace mecánicamente, porque aunque teme admitirlo, se ha acostumbrado a estas clases. Por más miedo que el hombre tuviera de él en un principio.
Arranca el coche. El sonido le recuerda al grito de las gradas de Hogwarts ante un partido de quidditch. Sonríe. Si, las primeras clases han sido tétricas. Confiar de una lata hecha por muggles no era algo que jamás hubiese estado dispuesto a hacer. Apuestas. Tontas apuestas. El primer día se había llevado por delante un poste de luz. Amaba su varita. Odiaba estar a la merced de ese cacharro. Hasta con las escobas uno tenía más control de los sucesos que en aquella caja ruidosa. Pero
se acostumbraba. Se acostumbraba y comenzaba a dominar. Llevaba prácticamente cinco clases sin mandarse alguna tontería, el instructor había prometido esa sería su última clase.
Zacharias sonrió y comenzó a andar. Tranquilo. Con dominio. Le demostraría a Justin que cumplía, y a Granger, que no solo su esposo podía conducir en la ciudad. La baratija muggle no le ganaría. Suya y a su merced. Como siempre debió haber sido.
Por Cheis
No le gustaba la idea. No sólo eso, la odiaba. Observó a Justin con ganas de asesinarlo, pero el muchacho solo sonreía. En sus ojos brillaban cuidada picardía y la verdad de saber que tenía razón. Zacharias jamás lo admitiría. Justin después de todo, le hacía un favor. No por eso dejaría de aborrecer la apuesta.
- ¿No me dejas más remedio, verdad?
- Puedes huir y no aceptar. - A veces se sorprendía de que aquel muchacho tímido pudiera tener las palabras justas para conseguir lo que deseaba.
- Cumplirás con tu parte si lo hago. ¿Verdad?
- Sí, Zach. Lo haré. - sonaba irritado de su insistencia. Internamente se sonrojó, solo intentaba atrás lo inevitable.
- Muy bien, hecho entonces. - Extendió su mano y estrechó la de su compañero de casa.
Sentía que acababa de cavar su propia tumba. Tomó el tenedor y siguió comiendo, pero su mirda se desvió de su tarea y terminó en ella. Sus ojos se movían buscando a alguien. Celos recocieron su ser, sabía no le buscaban a él. Sin embargo, lo que captó su atención fueron sus labios. Rojos, suavemente delineados. Jugueteando divertidos. Siempre le había visto cometer aquel gesto inconcientemente, morderse con nerviosismo.
- Puedes aprovechar que está sola. - La voz de Justin le hizo saltar en su lugar, y desviar su mirada de aquella perdición carmesí.
- Cumpliré cuando yo lo crea conveniente.
- Necesitas testigos que lo validen. - insistió Justin.
- ¿Y a ti te parece conveniente que sean todos los alumnos de Hogwarts, no? - exclamó indignado.
- Es una apuesta, Zacharias.
- Lo sé
- suspiró resignado. El asunto era que, para él, era simplemente más que sólo una apuesta.
Se sentía cohibido por su presencia, no podía entender como alguien podía provocar eso en él, y aquello le martirizaba. Observaba cada uno de sus movimientos, cada gesto, cada suspiro. Le sorprendió verle levantarse, alejarse fuera del Gran Comedor.
- Es ahora. - le indicó Justin. Pero aquello no era más que una obviedad. Si no aprovechaba ese momento perdería la apuesta. Y su oportunidad
Se levantó, dejando su almuerzo a medio andar. Algunos de sus compañeros le miraron intrigados, pero discretos, ninguno preguntó nada. Caminó tranquilamente, y salió del lugar tras ella. No le cupo duda de que Justin y un par más irían tras él en unos momentos, pero sabía nada podría hacer al respecto. No era sólo el honor lo que se jugaba.
No tardó en divisarla. Se dirigía hacia su aclamada biblioteca. Siguió sus pasos en silencio, desde lejos. Cuando sintió que el tiempo se acababa, aceleró su paso y la alcanzó. No dio tiempo a que ella notara su presencia, cuando ya la había tomado de la cintura, colocándola de cara a él.
Fueron segundos los que sus ojos demoraron en perderse en aquellos labios. Centésimas lo que los suyos propios tardaron en callar cualquier queja que la joven Gryffindor pudiera pronunciar. Se entretuvo con su boca, sorprendido de que aquel contacto fuera respondido. Sus manos se afirmaron aún más contra el cuerpo de ella, y la respiración escapó a su organismo.
Una ligera exclamación le hizo reaccionar. Se maldijo mentalmente por olvidar que les observaban. Se separó de ella con las mejillas llenas de rubor. Hermione aún no abría los ojos, ni él la soltaba. Una nueva risilla hizo que esta vez ambos reaccionaran, alejándose a un metro de distancia. La muchacha estaba muda, incapaz de pronunciarse ante aquel hecho.
Él
estaba aún intoxicado de su beso. Del sabor a frutas de sus labios. De su esencia y su perfume. Ignorando los deseos de su cuerpo y el sentido de su razón, se dio medio vuelta, pasando frente a Justin y Susan, y con una sonrisa ironica se dirigió hacia su amigo.
- He ganado. - pronunció.
Ante la mirada atónita de ambos Hufflepuffs y la postura congelada de Hermione Granger, Zacharias se alejó del lugar en silencio. Sin embargo, ninguno de los otros tres comprendía lo que el besar esos labios había causado en él.
Su perdición había comenzado.
Por Cheis
- Yo opino que
- Tu siempre opinas. - Cortó Zacharias a la muchacha. Susan le observó con recelo.
- Oh, vamos, Zach, ¿cuál es tu problema hoy? - cuestionó Hannah mientras pasaba un brazo por los hombros de su amiga.
La sala común estaba vacía salvo por los alumnos de quinto año. Medianoche había pasado, y bajo la luz de la estufa se encontraban todos reunidos. Susan y Hannah estaban en uno de los sillones, mientras que Ernie estaba apoyado sobre las piernas de la primera, su mirada perdida en el fuego. Justin estaba en el sofá de enfrente, y Zacharias se había sentado sobre uno de los brazos de este. Llevaban un buen rato conversando sobre la guerra, Voldemort y el ED.
- Es que Zach está enamorado
- se burló Justin, alejándose del alcance de su compañero. Todos sus compañeros levantaron la vista hacia el aludido con curiosidad.
- Habla enserio, Jus, cómo si nos fuéramos a creer eso. - replicó Susan, soltándose del abrazo de su amiga.
- Habla tonterías, como tú. - respondió finalmente Zacharias.
- ¿Van a comenzarle, verdad?
La voz de Ernie les tomó sorprendidos y todos bajaron las miradas en silencio, incluso Zacharias. La mirada del muchacho estaba tan entristecida que a veces se preguntaban si seguía siendo el mismo Ernie.
- Hoy han llamado. - comentó el chico. - Iré a descansar.
Observaron como se levantaba de su lugar y caminaba. Susan le miró de reojo con preocupación y luego con odio a Zacharias. El joven ya sabía lo que se venía después, las palabras no tardaron ni cinco segundos en escapar los labios de la joven.
- Es tu culpa. - espetó y salió tras su compañero.
Zacharias sonrió y volvió a ver el fuego. El silencio entre los tres restantes eran inmenso. Podía sentir la vista de Hannah clavada sobre el, cuando volteó para observarle, sus ojos corrieron a fijarse en el mismo fuego que él antes observaba.
- Mi culpa. ¡Cómo si yo quisiera que el-que-no-debe-ser-nombrado hubiera vuelto! Problema de Ernie si está cansado.
- Oh, vamos, Zach, es obvio que el amor te tiene crispado. - insistió Justin, su tono burlón y divertido comenzaba a asustar a Zacharias. - Te he visto ver a cierta chica muy concentradamente
- No tengo idea de que hablas. - los ojos de Hannah iban de Zacharias a Justin tan rápido que el joven hufflepuff temía se mareara.
- Cierta Gryffindor quizás
cierta amiga de cierto líder
Hannah se levantó de golpe con dirección hacia el cuarto de chicas. Justin observó confundido la escena.
- Hablas mucho para saber tan poco. - observó a Justin con recelo.
No solo porque Hannah hubiera salido corriendo, no solo por lo molesto de la situación, sino quizás porque Justin había dado más en el clavo de lo que él jamás reconocería. Su mirada se mantuvo en el lugar que antes había ocupado Hannah.
Amor
que extraña palabra.
Por Cheis
Desear. El deseo es un sentimiento que se apodera de ti, que carcome, que incluso juega con nosotros. Eso hacía con él. Movía sus acciones y le andaba cual marioneta. Porque él deseaba. Enloquecidamente, irrefrenablemente, desesperadamente. Dentro de sus huesos, dentro de su piel, en lo profundo de su alma.
Pero, nadie sospechaba lo que anhelaba. A veces hasta él mismo se sorprendía de hacerlo. No deseaba el contacto con la piel de ella, no deseaba sus besos ni sus caricias. No deseaba sus palabras. Moría por ella, pero no era la victima de su más recóndito deseo. Solo una persona llenaba ese lugar, y tenía nombre de chico.
Ronald Weasley.
Sí, deseaba hacer contacto con su piel. Pero en este caso, diferente. Deseaba golpearle. Sacar los dientes de su tonta e ilusa sonrisa. Magullarle y humillarle. Alejarlo de ella. Hacer nada del pelirrojo, hasta que no quedarán más que recuerdos. Deseaba mostrarle al mundo, pero sobre todo a ella, que Weasley no era nada a su lado.
Zacharias sabía que siempre desearía simplemente poder deshacerse de él, porque sabía, mientras observaba como el menor de los Weasleys abrazaba torpemente a Hermione, que mientras Ronald existiese, él jamás obtendría el botín que ambos deseaban.
Trofeo de ojos avellanas y cabello enmarañado.
Por Cheis
Mientras se observaba en el espejo, no podía evitar sentirse
ridícula. En su vida se había sentido tan tonta. De pequeña solía usar ropas como esas, sus padres adoraban usarla de muñeca. No que los culpara, pero realmente los trajes había variado tanto por muchos años, que llegar a Hogwarts y vestir de mago simplemente, había sido un completo alivio. Crecer había sido un completo alivio, y en ningún momento de todos sus años había debido de volver vestirse así. Ridícula gritaba una voz en su cabeza. Vestidito blanco largo, alitas de gasa y seda. Muy bien, si, había costado una fortuna, pero es no hacía que le gustara más. La aureola dorada mágicamente encantada para flotar su cabeza completaba el conjunto.
Ron había pasado un rato atrás, comentando lo interesante que se veía en dicho atuendo, y en cuanto le gustaría verla sin él. Sonrió para si misma. Algo bueno debía de tener el tonto disfraz ese. Angelito. Angelito. ¿De dónde sacaba esas ideas su esposo? Acomodó la capa también sobre sus hombros, sus cabellos se enredaron levemente, pero los acomodó con cuidado. No que pudiera hacerles mucho, y no estaba dispuesta a sacrificar horas de su día para hacerlo.
La puerta de la habitación se abrió, y volteó rápidamente para ver ingresar a una pequeña y tambaleante Rose de mano de su padre. Río mientras la niña prácticamente corría hasta sus brazos, y se colgaba de su vestido blanco. Como el de ella. Como todo su atuendo. Sus manitas transparentes contrastaban con su cabello de fuego, pero el vestidito le hacía lucir aún más pálida. Besó los cachetes de la pequeña, el calco de su padre, y la aupó en brazos.
- El blanco no es nuestro color, Rosie. - río, mientras le pequeña comenzaba a hablar rápidamente, y atolondradamente con sus pocos conocimientos de las palabras sobre lo linda que estaba su mama.
- Rose tiene absoluta razón. - Ron pasó sus brazos alrededor de la cintura de su mujer, besando la frente de la pequeña en el proceso. - Son dos hermosos angelitos.
- Tu y tus ideas. - Ron sonrió misteriosamente y besó a su mujer, recibiendo pequeñas risas de Rosie.
- Será mejor que nos marchemos, no querrás llegar tarde.
Hermione suspiró. Si no fuera porque amaba ver los ojitos de Rose ante la igualdad e sus ropas, o porque Ron llevaba un traje de los Chuddleys que le quedaba demasiado bien como para optar cambiarlo, hubiese decidido quedarse en casa. Aún cuando sabía no podía faltar al evento. Amaba el ministerio, pero
¿era necesario generar una fiesta de disfraces?
Ginny le había dicho el día anterior que le parecía muy tierno fuera igual que su nena. Sabía que Ginny moría por tener una pequeña, sobretodo teniendo al cuidado dos ratitas como James y Albus. Que dada la oportunidad sería Ginny quien fuera vestida de dicha forma, en conjunto con una niña. Temía la mirada de su amiga cuando las viera, aunque sabía se pondría feliz de igual manera. Posiblemente más feliz que ella misma.
Hermione suspiró nuevamente mientras Ron quitaba de sus brazos a Rose, permitiéndole observarse nuevamente en el espejo. Habría tanta gente en esa fiesta, y el blanco definitivamente no era su color. Se sentía completamente fuera de lugar. Se encontrarían con tantos viejos conocidos. Hasta Luna había prometido volver de su viaje con Rolf para asistir. Nadie quedaría fuera, siquiera el egocéntrico de Zacharias Smith, con quien lidiaba demasiado por trabajo en el ministerio. Odiaba las ideas del ministerio, odiaba las ideas de su esposo, pero amaba ver los ojos de su pequeña reflejados en los suyos.
Cuando Ron volvió a llamarla, y Rose bailó dulcemente con su disfraz, Hermione supo que nada en ese mundo podría hacerla sentir incómoda, si tenía de su familia para estar con ella.
Por Cheis
Corrió como alma que lleva el diablo. Corrió y saltó por medio del horror. El fuego se arremolinaba a su alrededor, sentía gritos, angustia. Asfixia. Faltaba el aire, pero seguía corriendo. No sabía como identificar el camino, pero avanzaba. Maldiciones volaban de un lado a otro, algunas incluso hechas por él. No entendía cuando había empezado todo, solo recordaba correr.
- Expelliarmus.
Un mortifago salió volando por la fuerza de su hechizo, golpéandose contra una pared. Notó sangre saliendo de su rostro, pero no se detuvo allí. Corrió hasta la chica incada en el suelo. Se arrodilló a su lado y observó sus ojos café.
- ¿Cómo te encuentras?
- No puedo. No puedo.
- ¿Qué no puedes? Hermione... - la observó preocupado. Tenía la mirada perdida.
- Ésto. Esta guerra. Este cementerio. No puedo contra esto. - cerró los ojos y un escalofrió recorrió su cuerpo. - Son demasiados.
La tomó entre brazos y le obligó a levantarse. Tenía sus ropas rasgadas y más de una herida cruzaba su cuerpo. Lágrimas comenzaban a escapar sus ojos y su varita estaba tirada en el suelo. Olvidada. Zacharias la tomó entre sus manos sin soltarla a ella, y le obligó a mirarle.
- No estás sola. No tienes que hacerlo sola. - Viendo que ella ya podía sostenerse por si misma, la soltó, sin embargo, ella tomó su mano con fuerza.
- No me dejes. - suplicó.
- No lo haré. - Ella imitó una sonrisa que fue cortada por un ataque de tos. El humo comenzaba a ser demasiado. - Debemos salir de aquí.
- No... - besó sus labios ligeramente callando sus palabras.
- Juntos lo haremos. Juntos saldremos de este infierno.
Por Cheis
Dicen que los Gryffindors son cabezotas. Cuando algo se mete en sus cabezas, no se irá hasta que lo consigan. La realidad es que no solo ellos son así. Zacharias lo sabe muy bien. Es una suerte de obsesión. Comienza como una posibilidad, una mirada rápida y escondida. Continua por un creciente deseo que se apodera de él. Termina en necesidad.
Debe tenerla. Desde el día que la ha conocido, ha cruzado su primera mirada con ella, lo ha sabido. Desea sus labios. Necesita el roce de su piel. Sabe que nada quitará su obsesión más que tenerla.
En las reuniones se acerca a ella con sutileza. Reconoce la batalla perdida contra su amigo y no espera tenerla de compañera. Pero se alimenta de su aroma cual vampiro a la sangre. Siempre tiende a mostrarse fastidiado, Ernie suele molestarle con que tiene miedo. Es la única broma que soporta de su compañero.
Las obsesiones nacen del deseo del alma. El lo sabe. Debe satisfacer su necesidad antes de que se descontrole. Pero
esta vez, simplemente, no sabe cómo.
Por Cheis
Zacharias creía en muchas cosas. A pesar de que todos lo conocían por escéptico, tenía claras muchas cosas. Estaba seguro de ellas y las afirmaba con vehemencia. Zacharias tenía dominio de sus conocimientos, de sus procesos, de sus haberes. Lo que sabía lo administraba, enjaulaba cada detalle y cada dato en su propia sección, nada escapaba a su vista. Era algo mecánico, ya ni pensaba en ello. A veces culpaba a su familia, pero
juraba no se parecía a ninguno de ellos. Quizás un poco a su padre, pero no lo suficiente. Quizás su abuela, pero demasiado. Zacharias sabía lo que hacía y por qué lo hacía. Todo pasaba por su pequeño radar, era seleccionado, guardado y empaquetado para futuro uso.
Hermione era un libro con patas. O así le habían apodado toda su vida. La realidad era que se había acostumbrado a dicho apodo y ya no le molestaba. Los libros eran parte de ella y lo agradecía. Se sentía perdida sin ellos, era tonto, lo admitía, pero le daban confianza y datos, datos a los cuales atenerse, datos con los que teorizar y armar sus conocimientos. Eran su arma y su ropero. Era donde almacenaba todo, donde aprendía y donde sabía. No creía. Pocas cosas la convencían de creer. Salvo quizás, en los libros. Era y vivía para ellos. Su Biblia según su padre, su obsesión según sus amigos, su placer según su corazón.
Zacharias no sabía de sentimientos. O más bien. Los conocía. No era que no sintiera. No era que no supiera sentir. Simplemente, pasaba de analizarlos. Creía en ellos, y en como controlarlos. Entraban dentro de aquella gran marea de archivos clasificables que era su mente. Cada uno era definido según claras indicaciones culturales que le habían sido ligeramente impuestas, o autoeducadas. Palabra santa. Eran palabras, palabras y cosas. Pero no lograba distinguir más allá de eso. Justin se burlaba de él cada vez que pedían opinara al respecto de algún tipo de sentimiento o algo que le envolviere. Zacharias parecía más tronco que Goyle sobre una escoba. Pero Zacharias sabía más de lo que para si mismo admitía.
Hermione era una chica. Aún cuando a Ron y Harry en su momento hubiesen costado distinguirlo. Como tal, sabía de cosas que los chicos no. Si bien era verdad que de enojona pareciera no pasar, ella sabía, comprendía y entendía. Como toda chica. Le gustaba observar, aunque no tanto como leer, y aprendió muchas cosas. Por eso, entendía. Entendía de sonrisas y pequeños coqueteos. Entendía de palabras como amor, amistad y cariño. Se guiaba por unas y huía de otras. Porque así como tanto entendía, así de torpe era con ello. Los libros eran su armamento. Su escudo. Allí sabía de leyendas, de magias imposibles, sabía de esas cosas que no se atrevería a soñar. Que prefería no creer. Sabía de las ciertas y de las dudosas. Pero conocía. Conocía más de lo que mostraba saber.
Zacharias era el patán de Hufflepuff. Nadie lo dudaba. Si alguien alzaría la voz, criticaría y no se conformaría con tu respuesta. Ese sería él. Smith hasta los huesos. O eso afirmaba su madre. Tal vez, no lo suficiente.
Hermione era la niña del trío. La chica desprolija que vislumbró junto al jugador de quidditch. Era la única capaz de superarte en conocimiento, terquedad y decisión. Hermione sabía que debía resistir. Porque lo supo desde pequeña, infante y discriminada. Porque nunca fue muggle, ni tampoco maga. No en su infancia. Hermione tenía carácter, más del necesario.
Zacharias estaba en dominio de si mismo. Porque todo lo controlaba, todo lo administraba. Era quien era porque así quería, porque así lo buscaba. Cada movimiento, cada creencia y hasta cada saber se conjuntaban para actuar a su voluntad.
Hermione estaba en dominio de si misma. Se había comprometido a usar todo de si misma, ordenar sus pensamientos y sus acciones para lograr sus metas. Demostrar que era buena en lo que hacía y ser quien era. Todo evolucionaba a ello. Porque era sus amigos, pero sobretodo era su saber.
Zacharias y Hermione podrían haber sido opuestos. O quizás, solo choques constantes. Hermione y Zacharias podrían haber sido iguales. O quizás, solo retratos de la imagen del otro. Solo quizás. Porque de opuestos tenían mucho, y también de iguales. Pero, de contrincantes, todo, y de compañeros, lo demás. Aunque Zacharias tuviera su orden, aunque Hermione clasificara sus libros, de control el uno sobre el otro tenían menos de lo que deseaban, y más de lo que obtenían.
30 maneras de verlo. - Fanfics de Harry Potter
LímitePor CheisCaminaba decidida. Llevaba las manos en los bolsillos, la mirada enfrente, y el valor en su cuerpo. Era momento de detener la situación. No sa
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2024-10-04
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