Aunque hoy no era el día de San Valentín, lo parecía mucho. Los querubines no volaban por los pasillos lanzando corazones de papel, nadie recitaba poemas saturados de amor ni se escuchaba serenata alguna dedicada a nadie. Y sin embargo, el amor se respiraba en el castillo como el más empalagoso de los perfumes. Y es que aquella noche se celebraba en Hogwarts un gran acontecimiento: El baile de Navidad del Torneo de los Tres Magos. Y por supuesto, nadie se lo había tomado como lo que era: "la oportunidad de conocer magos extranjeros y hacer amistad con ellos". Era una oportunidad, por supuesto. Era la oportunidad única de armarse de valor, invitar a aquel que les quitaba el sueño, usar las mejores tenidas y, con un poco de suerte y el empujoncito de un par de cervezas de mantequilla, al son de canciones lentas y luces tenues, lograr pasar a la siguiente fase.
Así lo evidenciaban las risitas nerviosas, las mejillas sonrojadas, o las manos que "casualmente" se dejaban caer.
Por eso, era difícil trabajar con adolescentes. Porque en un ambiente así, era imposible no recordar la propia juventud, y verse arrastrado inevitablemente por el torbellino de lo pasado.
Mirase a donde mirase, todo le recordaba a ella. Una cabellera roja y brillante, moviéndose al ritmo de Las Brujas de Macbeth, una mano blanca y delicada, una sonrisa. Todo le recordaba a ella, pero nada era ella. Hasta que, sin querer, pero deseándolo de todos modos, su mirada chocaba con los ojos verde esmeralda de él. Los ojos de Lily, en el rostro de Potter. Una mezcla de lo más sublime, y lo más despreciable. La contradicción hecha persona. Por eso, Severus Snape tenía el deber de fastidiar la vida de aquel muchacho durante el día, a modo de castigo póstumo al padre, y protegerlo de noche, cuando nadie le veía, como un homenaje a la memoria de la madre.
Se preguntó, mientras lo observaba de lejos, sentado con fastidio junto al pelirrojo, mirando hacia alguna parte con los ojos llenos de envidia, cómo sería su vida, si hubiese tomado la decisión correcta. Si aquella vez, frente a la Torre Gryffindor, le hubiese negado a los Mortífagos, dos, tres, mil veces. Si la palabra "Sangresucia" jamás hubiese salido de sus labios. Si le hubiese guiado el amor, y no la ambición.
Entonces
¿Qué tendría ahora? Esos ojos verdes que miraba, ¿Tendrían por marco otra cara, menos despreciable? ¿Tendría él, el infame y amargo Severus, una pareja de baile esta noche?
Esas, simplemente, eran preguntas sin respuesta. Porque él había tomado decisiones incorrectas. Porque en su juvenil ceguera, no pudo ver que caminaba hacia lo oscuro. Y cuando fue capaz de ver la luz, ya era demasiado tarde. Ahora estaba amarrado a proteger el recuerdo de un amor muerto, asesinado por sus propias manos, para expiar sus culpas.
Culpa. No eran genialidad ni perfección las palabras que lo definían. Culpa, eso era él. Tras hechizos realizados de manera magistral, tras sus palabras inspiradoras y sus miradas serenas, solo había culpa. Era tan grande su culpa, tan grande el dolor, que los sentía como pequeñas agujas que lo atravesaban, matándolo lentamente. Tan lentamente, que a veces pensaba que no lo matarían nunca, y se sentiría así, agónico, por toda la eternidad. Inexplicablemente, Albus Dumbledore recordó el espejo de Oesed. Sabía bien lo que había visto: su familia, viva, reunida, sana y reconciliada. Y sin embargo ahora, rodeado de amor adolescente, y hormonas alborotadas, se preguntó: ¿Era realmente ese su mayor deseo? ¿Cuál era su gran culpa? ¿La muerte de Ariana? ¿O amar al equivocado? Porque tenía que reconocer que le había amado, con intensidad. Tanta, que había estado dispuesto a dejarlo todo atrás. Su familia, sus amigos, su prometedora carrera, y por sobre todo, sus principios. ¿Qué le condenaba? ¿Haber planeado, incluso deseado, eliminar hasta el último de los muggles, con tal de seguir junto a Gellert? Si era eso, estaba redimido. Aunque algo tarde, se había arrepentido, le había matado, deteniendo su reino de crueldad. Pero no, no era así. No estaba redimido. No se sentía en paz. Porque el mismo día en que había salvado al mundo mágico, se había condenado a sí mismo de forma definitiva. Sus manos estaban manchadas por la sangre de su único amor, y esa era en realidad su sentencia.
Y no tenía vuelta atrás.
Minerva se paseaba entre los bailarines con ojo atento. No iba a permitir que ninguno de sus alumnos manchara el nombre de la casa Gryffindor y de la institución noble que era Hogwarts, haciendo alguna tontería. Por suerte, (o por ahora) nadie mostraba un comportamiento inadecuado.
-¿Por qué no te vas a buscar a Vicky? Seguro que se pregunta dónde estás
-
-¡No lo llames Vicky!
Minerva McGonagall se giró al oír aquellas palabras. Solo pudo ver la cabellera castaña de una de sus mejores alumnas, alejarse con furia, y la mirada iracunda y satisfecha de su amigo, observándola atenta.
Sonrió. No era la primera vez que veía a esos dos pelear, y estaba segura que no sería la última. Sonrió de todos modos, pues sabía (sabía muy bien), cual era la verdadera razón tras esas discusiones. Ella misma lo había vivido. Hace muchos años, escapando del quemante sol bajo la sombra de un árbol salvador, Minerva había conocido a un chico así: guapo, inteligente e ingenioso como pocos, y a la vez, tan desagradable, tan provocador, tan bueno para hacerle gritar de rabia, que casi le había hecho perder la cabeza. Nostálgica, recordó como las tardes de discusiones tontas, se habían convertido en charlas eternas, en abrazos cálidos, en besos robados y en amor. Del más profundo y puro. Ese amor que es tan grande, que asusta. Y cuando las puertas del corazón de Dougal McGregor se abrieron de par en par, Minerva se asustó. Pensó en sus padres: el amor, definitivamente no era suficiente para vivir plena y feliz. Y a la hora de elegir entre la varita o el corazón
Minerva Mcgonagall eligió la varita. Su vida estuvo llena de triunfos académicos, su carrera fue deslumbrante. Y sin embargo, las cartas de Dougal permanecieron siempre bajo su almohada.
Mientras veía a su alumna al medio de la pista, bailando con el famoso jugador, lanzando miradas a veces furiosas, a veces apenadas, a otro, comenzó a preguntarse si su vida era plena en verdad. Tal vez había errado, tal vez no tendría porqué haber decidido entre lo blanco o lo negro. ¿Y si le hubiese contado todo a Dougal desde un principio, dándole la oportunidad de elegir el camino con matices? El gris, tal vez, le hubiese llevado a la plenitud.
Por un momento, deseó con todas sus fuerzas salirse de su papel de profesora, irrumpir en la pista de baile, apartar a la chica y decirle, gritarle, que tomara la decisión correcta. Que no fuera tonta, que no fuera ciega, que mirara más allá y se diera cuenta, que el equilibrio es posible. Que no tendría porqué tomar el corazón de aquel joven, y destrozarlo deliberadamente, por miedo a enfrentar la verdad.
Suspiró. Se estaba confundiendo, su alumna no era ella. La imagen de Dougal y sus ojos heridos no atormentaba a la joven, sino a ella.
-No puedo seguir fingiendo Severus. Tú has elegido tu camino, y yo el mío -
Pero no, las cosas no tenían porqué ser así. No esta vez.
-No
¡No, Lily espera! -Snape, aún joven y aún vivo, tomó a la pelirroja de un brazo y le obligó a mirarle -Yo
no quiero otro camino, que no sea el tuyo. No quiero a los mortífagos, no quiero a Mulciber, ni a Avery
¡Te quiero a ti! ¿Es que no lo entiendes?-
-¿Minerva? ¿Para qué me citaste aquí tan tarde? ¡Mañana debo levantarme muy temprano, ya sabes lo difícil que es llevar la granja! -
-Dougal yo
Yo, soy una bruja -Con la valentía de una joven de dieciocho, Minerva lanzó su verdad.
-¿Bruja? ¡Oh, no, pero si tú eres una chica encantadora! ¡Por eso te amo y quiero
! -
-No, no lo entiendes. Yo
Soy una bruja de verdad. Puedo hacer magia
¡Mira! -Movió su varita e hizo salir de ella una bella mariposa. Alzó la vista y vio el horror en los ojos de su amado -Entenderé si crees que soy un monstruo
Pero esta es mi verdad.
-¿Estás listo Albus? -Apoyado sobre el marco de la ventana, listo para saltar, el Joven Gellert extendía una mano hacia él, llamándolo.
Albus dio un paso adelante, con decisión.
-Estoy listo -
Lily giraba en sus brazos. Vestida de blanco, más hermosa que nunca con sus ojos brillantes y las mejillas sonrojadas, estaba tal cual él la deseaba: cálida, viva y feliz
junto a él. Lo había escogido a pesar de todo y ahora no importaba nada más que sus ágiles pies danzando al unísono, al son de sus corazones agitados. Porque dicen que cuando el amor es muy grande, los corazones laten a un mismo ritmo.
Volaba a su lado, iban cada vez más lejos. Bajo sus pies el mundo se hacía pequeño.
-Un día Albus
Vamos a conquistarlo todo -
Por supuesto. A su lado, todo era posible.
Bailaba en un campo, rodeada de flores, aferrada a las manos de aquel a quién no le importaba si era una bruja, un hada o una arpía. Y era feliz, porque él la seguiría hasta el fin del mundo, sin renunciar a sus sueños. Porque su único sueño, susurró en su oído, era estar junto a ella.
Sonaron las campanas de las doce. Y tan rápido como las carrozas se volvían calabazas, los caballos, ratones, y las pociones alisadoras perdían poder, las princesas fueron huyendo a sus habitaciones. Y Aún más rápido, las burbujas de ilusión se reventaron, y el sueño se desvaneció.
A un lado de la pista, Severus Snape arreglaba su túnica, esperando que nadie le hubiese visto bailar solo. Al otro lado, Albus Dumbledore y Minerva McGonagall se soltaban de las manos, conscientes que aunque todos los vieron danzar juntos, no lo habían hecho en realidad.
Antes de volver a su mazmorra, Severus tuvo una última visión del muchacho cuyos ojos le condenaban: Con su adolescente corazón algo roto, rebosaba en deseos de equivocarse. Pero a diferencia de él, tenía mucho tiempo para enmendar.
Y mientras Albus giraba una y otra vez la varita de saúco entre sus manos, y Minerva buscaba una vez más bajo su almohada, la última de las Cenicientas se retiraba indignada a su recamara, con el cabello ya alborotado por la molestia, pero dejando atrás su zapatilla de cristal, para que algún día, tarde o temprano, el chico indicado la recogiera y se diera cuenta que tanto el zapato, como su propia humanidad, le pertenecían.
Para ellos ya no habría final de cuento de hadas. Y sin embargo esa noche, sin necesidad de embrujo ni encantamiento, habían probado un poco de su "Y vivieron felices por siempre
"
Baile de ilusiones - Fanfics de Harry Potter
Aunque hoy no era el día de San Valentín, lo parecía mucho. Los querubines no volaban por los pasillos lanzando corazones de papel, nadie recitaba poemas sa
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2024-04-27
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