Beatriceera una muchacha normal, completamente. Aparentaba menos de edad dela que tenía, pero atribuía eso a la gimnasia. No sabía lo quepasaría en el momento en que Alec aparecería en su vida. Su vidatan ordenada, se desordenaría en un sólo momento. Y Alec, tendríala culpa, aunque nunca se atrevería a aceptarlo.
oOo
Beatriceera normal. Para que negar eso. Increíblemente normal. Si normal esser de baja estatura, aparentar menos edad y hacer gimnasia todos lodías, entonces lo era. Sin embargo, a veces ser normal puede ser laperdición total.
Las calles estabandesiertas y oscuras en esa parte de la ciudad. Nunca se le habíadado bien andar por los suburbios bajos (o lo más bajos que podíanparecer) de Volterra, a pesar de que ya hacía mucho que vivía allí.Siempre parecía que había algo acechándola por todas partes; o eraimaginaciones suyas o estaba loca. Y ninguna de las dos posibilidadesera muy buena.
La calle por laque caminaba estaba totalmente desierta, exceptuando por el muchachoque estaba a casi una cuadra. Un niño, casi. Un cabello negro y ropade niño rico, definitivamente, no era de esa parte de la ciudad.Beatrice, al pasar cerca de él, se sintió observada y volvió lacabeza. Se encontró con unos ojos rojos. Se estremeció y por sucabeza pasó un sólo pensamiento.
«Esos ojos no sonhumanos», se dijo.
Y echo a corrersin más contemplaciones.
El muchacho no lasiguió.
oOo
Habíaintentado olvidar esos ojos.
Y fracasadoestrepitosamente también.
Tenían un halo demisterio que Beatrice no podía descifrar. El lunes, cometió unerror fatal en gimnasia, el martes, otro y el miércoles, su maestrale sugirió que se centrara. Cosas bastante graves, pero no podíahacer nada, porque ese muchacho ocupaba su mente casi por completo.
Hasta que lovolvió a ver.
De lejos, en elcentro de la misma Volterra, encaramado a un balcón, amparado bajola sombra del día. No puedo evitar mirarlo y él, parecióadvertirla, porque volvió hacia su mirada. Beatrice volvió a veraquellos ojos tojos tan antinaturales y huyó de nuevo. Esta vez deverdad iba a intentar olvidarlos.
La cosa no fuefácil.
oOo
Cuando le volvióa ver, el muchacho soltó unas palabras cuando ella pasó por delantede él.
Que extrañó,no hueles a nada.
Ella se volvió amirarlo, pero se topo con una sonrisa sardónica y huyo de nuevo.Había una razón por la que no se atrevía a encararlo de frente. Yno sabía cual era. Y ella siempre había sabido la razón detodo. No le interesabe que su vida se desordenase.
«Que extrañó,no hueles a nada.» ¿Qué palabras eran esas? Ningunas con sentido,claro, concluyó Beatrice. Y fue entonces cuando decidió que elchico no era alguien normal. Para nada normal. No era una perspectivamuy halagadora, pero ahora, ella lo quisiera o no, ese muchacho queparecía encontrarla en todas partes, era parte de su vida. Y nosería fácil sacarlo.
Y a partir deallí, todo fue a pique.
O simplemente, sedesastró completamente.
Cuestión depuntos de vista.
oOo
Ayuda de trespalabras, unos ojos rojos y una mirada furibunda. Se lo volvió aencontrar en los barrios bajos de Volterra, al amparo de una sombra ycon los ojos fijos en ella, en cuando apareció. No pudo más,simplemente, estalló. Y le echó en la cara la pregunta a la cual notenía respuesta.
¿Quién erestú?
Sus ojosantinaturales, esos ojos rojos la miraron divertido y el muchachoezbosó una sonrisa sardónica. Beatrice se estremeció bajo sutalante muchacha tranquila. No, no era normal, no podía serlo. Elmuchacho soltó una risita sardónica antes de responder.
No te convienesaberlo, creelo y desapareció de allí.
Beatrice creyóque no había sido muy buena idea ecarársele.
oOo
La siguiente vezque lo vió, fue un día que llovía. Llovía a cántaros y elsobresalía entre la multitud porque no hacía nada por taparse. Ylas ganas ganaron contra la cordura. Porque el muchacho parecíaaparecerse tras cada calle para verla sólo a ella y Beatrice teníaunas cuantas preguntas. Sólo unas cuantas... que el norespondería.
¿Quién eres?
Otra vez esarisita sardónica, como si se estuviera burlando de ella. Esos ojosque la miraban con una actitud burlona. Rojos, antinaturales, perocomo un imán tendido directamente hacia Beatrice.
No te convienesaberlo. Cuando me canse de ti, estás muerta y volvió adesaparecer, dejando a Beatrice mojándose bajo la lluvia en un díanublado. Y está vez la chica de verdad intentó olvidarlo de una vezpor todas, pero sus ojos le causaban pesadillas.
oOo
«Cuando me cansede ti, estás muerta.» ¿Y eso qué quería decir?
Las palabrasresonaban una y otra vez en la mente de Beatrice, pero no habíaninguna respuesta en su mente. Y las palabras cada vez resonaban másfrías, más inhumanas. La hacían perder la concentración.
El lunessiguiente, sus entrenadora de gimnasia le recomendó tomarse dos díaslibres. Justo lo que temía, estaba perdiendo la concentración poralgo que ni siquiera comprendía. Su futuro como gimnasta estabacolgando de la cuerda floja. No era una buena opción, si se paraba apensarlo.
Y le volvió aver, justo como ella temía.
Y sus ojos rojosle volvieron a parecer un imán.
Y esta vez, élfue el que habló.
Eresinteresante. Dos palabras y bastaron para que un destino queninguno de los dos conocía quedara sellado. Dos palabras bastaronpara que Beatrice se detuviera y se volviera para encararle. Y esasdos palabras sirvieron para firmar el final. Aunque aún estuvieralejos.
¿Por qué?
Porque sí,porque me lo pareces a mí, punto respondió él, mirándolaatentamente. Beatrice volvió a caer en la red de sus ojos y sesumergió en ellos; y recuerda añadió, cuando deje dejugar contigo, estás perdida.
Y se alejó sinmás, dejando a Beatrice más perdida de lo que había llegado.
Fue entoncescuando las pesadillas reales empezaron, y la verdad despertó.
oOo
Beatrice...murmuró su nombre, atrapando su mirada con esos ojos hipnóticosque tenía. La chica intentó alejarse de él corriendo, hasta quecayó en la cuenta de que no sabía donde estaba. Las paredes eranviejas, muchas de ellas con grabados y pinturas. Cuando se detuvo aver los grabados... estuvo a punto de gritar de horror. Miles decadáveres en ellas.
Entonces, hechóa correr sin más contemplaciones, segura de que él no podríaalcanzarla. No miraba las paredes, no miraba a ninguna parte, portemor a lo que pudiera encontrarse. Entonces... despertó.
Ni había sido unsueño serio, ni para gritar, ni para llorar. Simplemente un sueñoinquientante que no se quito de la cabeza. Ni siquiera fue agimnasia, alegando que se sentía mal. Nadie le dijo nada.
Pero lo volvió aver.
Y esta vez nofueron tres frases sueltas y sin sentido.
¿Quién eres?
Alec respondióél, y tú Beatrice.
¿Cómo losabes?
Las cosas sepueden averiguar.
Cosas sueltas,cosas sin importancia. Nada de frases enigmáticas, ni consignificados que ella no conocí y ella allí, precisamente, dondeella temía llegar. No quería más cosas que la alejaran de su vidanormal.
¿Quién eres?preguntó, tenazmente, quiero saberlo.
Pero no teconviene. Y no quieres saberlo, de verdad no quieres saberlo. Y sealejó de nuevo. Ella le llamó, pero Alec no se volvió y Beatriceno tuvo más que rendirse y esperar que él volviera a aparecer en suvida.
Y su vida, si esque podía pasar, se volvió más desordenada aún.
oOo
Después de variosdías, fue a clase de gimnasia por fin, estaba segura de que lascosas empezarían a ir mejor. Pero nunca había estado tanequivocada. Calentó bien, pero cuando le vio allí, mirándola, tuvoun tropezón. Las chicas con las que compartía clase la miraron:ella era perfecta en gimnasia, ella no tenía tropezones nitorceduras inesperadas. Y allí, en su mente, la pareció oír unarisita sardónica que tan bien conocía.
Temía estarperdiendo el control.
Él lo esperabaafuera.
Ella simplementele siguió.
¿Qué es loque quieres de mí? le preguntó cuando él se volvió a amirarla, ¿por qué parece que me sigues allá a donde voy?
Eso no quieressaberlo, Beatrice, por mucho que insistas le dijo él. Pero...ha pasado bastante tiempo y yo no me he cansado de ti, ni de tuinsolencia, ni de tu aparente tranquilidad cuando sé, que bajo esacoraza, estás hecha un manojo de nervios. Te conozco más de locrees, Beatrice.
No por esodejas de ser un niñato que me sigue a todas partes.
¿Y eso qué teimporta a ti? Porque tengo mucha más edad de la que aparento. YBeatrice, piensa un poco más en las preguntas que me haces. Siempreson las mismas.
Entonces, le tomóuna mano, fue apenas un roce, pero ella sintió lo helado de su mano.Se estremeció visiblemente y entonces sí, Alec soltó su risitasardónica que tanto hacía alucinar a Beatrice.
Ya vez, te dijeque te conocía bien.
oOo
Corría. De quéhuía, no sabía, pero corría hacia el frente. Sin descanso ysiempre hacia adelante. El suelo estaba húmedo, pero aún así noresbalaba. No caía y tropezaba. Las paredes eran todas lisas, decolores oscuros y aquello se parecía más a un laberinto que a unedificio. Pero corría, porque había algo de lo que huir. Recetas faciles y rápidas
No se paraba apensar en nada, no se paraba a ver nada, por miedo a lo que pudieraencontrar. Oía risitas por todas partes y veía su sonrisa a todashoras. Puras y simples alucinaciones. O eso creía. Entonces, cayórendida. Y vió lo que había en el suelo, soltando un grito dehorror que la despertó.
Sangre...
Se levantó con unsobresalto. Las pesadillas cada vez la fastidiaban más. Entonces, seacurrucó de nuevo. Entonces oyó el ruido en su balcón. Y selevantó, sólo para ver la figura de Alec sonriendo sarcásticamente,apoyado en la balaustrada de su balcón. Se quedo paralizada dondeestaba.
¿Qué hacesaquí? preguntó.
¿Ya para quélo quieres saber? lanzó él, de regreso. No creo que teinteresen mis razones.
Quiero saberquién eres repitió, tenazmente, pero él sólo ladeó la cabeza,sonriendo de la misma forma sardónica de siempre, y quiero saberpor qué me sigues a todas partes.
Oh, eso no loquieres saber le dijo él, mirándola atentamente, sin dejar deapoyarse en la balaustrada. De verdad no quieres saber ni quiénsoy ni por qué te sigo allá a dónde vas.
Había entrado enla habitación. Beatrice no supo que hacer. Pero una semillita en sucabeza le dijo que nunca, lo podría correr de allí y el muchachoharía lo que quisiera. Y ella no tendría valor para impedírselo.
¡Tengo derechoa saberlo!
Te equivocasle respondió él, el que tiene vía libre para hacer lo que leplazca, soy yo. Podría matarte ahora mismo si quisiera... Puedohacerlo que me plazca, Beatrice y tú, no lo impedirás. Volvióhacia el balcón, y de un sólo salto que a la chica le pareciódemasiado ágil se dejó caer hasta el suelo. Beatrice se quedo sinrespiración y cuando se asomó hacia abajo, y le vió allí, sepreguntó qué era lo que había hecho.
Tuvo comorespuesta una de sus sonrisas.
oOo
Y seguiríajugando con ella hasta que estuvieran perdidos. Y aunque ninguno delos dos lo había visto, los dos acababan de firmar su sentencia. Yla sentencia, no era la muerte. Era el amor.
oOo
Su cara, susonrisa y sus ojos... todo un imán perfecto.
Beatrice estabaperdiendo la concentración por completo. Había dejado a de asistira gimnasia con el pretexto de que se había torcido un tobillo ytampoco hacia acudido al colegio, con el pretexto de que estabaenferma. Y nadie le dijo nada. Fue entonces, una semana después,cuando empezó a añorar los ojos rojos que no dejaban nunca demirarla cuando estaban cerca. Y se preguntó, esta vez en serio, quéera Alec.
Era otro díanublado y lluvioso, raros en esa parte del mundo. Ella caminaba bajola lluvia, cuando lo vio pasar. Él se detuvo a los pocos pasos, y sevolvió a mirarla. Las dos miradas chocaron y los lindos ojos clarosde Beatrice se toparon con unos rojos.
Beatrice dijoél, solamente.
Alec.
Él se acercó aella y la examinó de pies a cabeza antes de dirigirle otra miradadirectamente a los ojos. Beatrice cayó en el imán que estabatendido sólo para ella, un imán que Alec no conocía aún. Él leacarició la mejilla como se acaricia a una flor hermosa un día deverano.
Aún no mecansó de ti le dijo, mirándola duramente con esos ojos tanantinaturales que poseía. Eres interesante chica, muyinteresante, Beatrice Gaeta.
¿Quién eres,maldita sea? preguntó ella, mirando sus ojos rojos qu ellahipnotizaban cada vez que los tenía cerca. Te presentas ante mícomo un enigma demasiadodifícil de resolver, con el aspecto de unángel. Quiero saber quién eres en realidad, ¿acaso ese es unerror?
Uno muy grande,Beatrice.
Y se dio la vueltay se alejo caminando de allí.
Beatrice nointentó seguirlo.
oOo
Estuvo de nuevo ensu balcón apoyado, con esa palidez extrema y ese aspecto tananiñado. Y esos ojos. Pero no tenía ninguna sonrisita sarcásticaesa vez. Beatrice ni siquiera se fijó en eso. Se cruzó de brazos encuento le vio.
¿Puedo pedirteque te vayas?
Él sonrió, yentonces, sin saber como, lo tuvo enfrente. Alec colocó sus dosmanos en la pared, una a cada lado de la cabeza de Beatrice. Estabacompletamente acorralada y el, como había dejado en claro, podíahacer lo que le placía. Y por una extraña razón, la muchacha nosintió ni ningún miedo ni ningún temor.
No creo queestés en condiciones de hacerlo le dijo él, mirándolaatentamente. Creo que dejé muy en claro que yo podía hacer loque me placía contigo. Así fuera usarte para la cena... o elpostre. Pero resulta que no me cansó de ti, porque cada día eresmás interesante.
Bajó una de susmanos hasta tomar la suya y entonces ella sintió la del chico fríay dura. Se quedó sin respiración por un momento, cuando el chicoasió con fuerza la mano de Beatrice. Y no tuvo valor para decirlenada.
No puedes hacernada para alejarme le dijo, poniendo su cara demasiado cerca de lade Beatrice, eso ya lo sabes. Y no, no creo que quieras saberquiñen soy en realidad. Ni a mí me interesa que lo sepas.
Y se alejó deella, saltando por el balcón como la otra noche. Beatrice nisiquiera se molestó en acercarse, ya sabía que había caídoperfectamente bien. Aunque no supiera cómo, exactamente. Y sepreguntó, por enésima vez, qué era Alec.
oOo
Y fue cuando sepreguntó por qué esos ojos la turbaban tanto cuando estaban cercade ella. Porque Alec era lo qué fuera que fuese, y por qué seinteresaba tanto en ella; y sólo en ella. Fue entonces cuando laspreguntas llegaron y su mente acabó de descontrolarse, cuando lagimnasia quedó más del lado y cuando todos empezaron a preocuparse,en cierto modo, fue el principio del fin. Y fue un desastre.
oOo
Se miró alespejo, y vio su tez clara, sus ojos grandes y colo café claro, sucabeza ovalado y su cabello color miel, completamente lacio, cortadohasta la altura de la barbilla. Su pecho pequeño, su baja estatura ysus labios carnosos. Eran normal, de eso estaba segura. Vio su portede segura gimnasta y aparentó menos edad de la que tenía frente alespejo. No había razón aparente para que alguien se fijara en ella.
Alec lo habíahecho. Razones tendría.
Entonces, lo vioparado tras de ella, apareciendo de la nada. No le preguntó nada yse volvió. Hacía mucho que no preguntaba nada por miedo a lo queAlec pudiera contestarle. Hacía tiempo que había renunciado aencontrarle un sentido a todo aquella y sólo se dejaba llevar por laintrigante forma de ser de Alec, que cada vez abría másinterrogantes a su paso.
¿Quién eres?exigió saber. Quiero saberlo de una vez por todas, y esta vez,sé que estoy segura de lo que te estoy diciendo, Alec.
Estás muysegura, Beatrice, según veo le dijo él, con una mueca deseriedad que nunca le había visto, pero no sabes, no tienes ni lamás remota idea de lo que me estas preguntando. Y mejor, no lopreguntes, porque digo la verdad cuando te responde que no quieressaberlo. Entonces, su voz se había vuelto amenazante.
¡Quiero saberquién eres! le reprochó. Tú, tal parece, sabes bastantesobre mí, pero yo no tengo ni idea acerca de ti.
Y es mejor queasí siega siendo le dijo él, por primera vez, con la cara seria.
Entonces, ambos sequedaron en silencio, él sólo oyendo la respiración agitada deBeatrice, que estaba por estallar. Su cabello, corto hasta labarbilla, le daba un toque de niña altiva en ese momento. Y Alecsólo tenía una cara seria, sin muecas irónicas y unos ojos rojos,tendidos hacia Beatrice. Aunque no lo supiera ninguno de los dos.
Entonces, ella ledio un roce en los labios, con los suyos.
Una corta fracciónde tiempo antes de que él le tomara la mano con una durezaextraordinaria, colocando su cara cerca de ella. Su tez nunca habíaestado más sombría, pero aún así, el imán de los ojos rojosseguía tendido hacía ella.
¿Por qué hashecho eso? preguntó, amenzante.
¿Y por qué lopreguntas? preguntó ella, a su vez, pero entonces añadió:Por esos ojos que tienes y ese poder hipnótico que tienes sobre mí.Porque eres fascinante. Y yo que sé. Porque me gustas.
Él no respondió.Había desviado su mirada. Entonces, cuando la volvió tenía unbrillo que Beatrice nunca había visto. Pero no le causo miedo
¿Quieres saberquién soy en realidad? le preguntó, ¿quieres saberlo?
Sí respondióella, segura de sí misma, quiero saberlo.
Él se acercó aella y colocó los labios sobre su cuello. Estaba helado, peroBeatrice no dijo nada. Entonces, le clavó los dientes en el cuello,respondiéndole así su eterna pregunta, pregunta que fue superdición. Ella comprendió mientras él se bebía su sangre.
Cuandoestuvo muerta, él la miró. Era hermosa.
Yotambién te quería le dijo al cadáver.
Y la queríatanto, que se bebió su sangre.
oOo
Lo logré. Dígamelo. Lologré. Hacía años que tenía la trama de mi AlecOC. ¿Un dato curioso? El apellido de Beatrice (así como su nombre), sí es italiano, y era el apellido materno de mi abuelo O_o y el único que me vino a la mente. x)
Bueno, para tomatazos, flores, o aplausos, el botón de los comentarios.
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Beatriceera una muchacha normal, completamente. Aparentaba menos de edad dela que tenía, pero atribuía eso a la gimnasia. No sabía lo quepasaría en el mome
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2023-02-27
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