Me advirtió que una vez empezara, no había vuelta atrás, que eso marcaría el camino que debía seguir... No me importó. Yo era una niña entonces, apenas lo recuerdo.
Mi madre estaba sentada con gesto adusto en la larga mesa de ébano en la que comíamos. Yo asentía con la cabeza hipnotizada a cada palabra que salía de su boca. Con que eso era lo que hacía cuando se encerraba en su cuarto, cuando nos amenazaba con dejarnos sin comer si entrábamos. Sí, sí, sí, mamá
muéstrame.
Me tomó la mano y trazó con sus uñas pintadas de rojo las finas líneas que se entrelazaban en mi piel. Tenía un gesto frenético en los ojos que jamás he visto, ni deseo ver otra vez. Nunca -me dijo- nunca dejes que lean tu mano. Es como tu calendario, y solo tú puedes saber qué cosas sucederán que día,sólo tú debes saber cuándo acabará.
-¿Cuándo acabará qué?
Ella no me contestó si no que siguió surcando mi mano con su uña, hasta llegar a un punto en que desgarró mi piel como por accidente. La sangre rodó, igual que rueda ahora, por mi muñeca y, de lo que sucedió después, nada recuerdo.
A partir de entonces puedo hacer esto que tú llamas don y que para mí no es más que un capricho demasiado caro. Puedo leer la muerte, puedo hablar con gente que está muy lejos -a años o a kilómetros de distancia- y traerlos mentalmente hasta donde estoy, controlarlos a mi voluntad y obligarlos a hablar, a cumplir
pero todo tiene un precio. Y a ti ¡A ti también te va a costar! ¡No te va a salir nada barato!
A mí
a mí no me ha salido nada barato.
Apenas la semana antepasada ella vino por mí. La mano. La muerte. Ya la había sentido antes, merodeando, retorciéndose debajo de mi cama, regodeándose. La sentí un par de veces justo antes de despertarme
y la vi, la vi parada sonriente a los pies de mi cama, con un reloj y una mirada de vértigo. Allí, con sus uñas largas y negras, ansiosas de arañar y desgarrar carne fresca. Unas uñas terriblemente parecidas a las de mi madre aquella noche de octubre tantos años atrás.
Es un ritual ¿Sabes? Yo podría hacerte una cortada ahora mismo en la mano, y no pasaría nada, porque sólo algunas personas podemos pertenecer. Apuesto a que matarías por pertenecer ¿no? Mejor piénsalo dos veces.
Te he dicho que la muerte ha rondado por aquí, pero apenas hace dos días se hizo completamente presente. Primero acarició las yemas de mis dedos con sus uñas, me hizo cosquillas en los talones y para cuando abrí los ojos, desconcertada, era demasiado tarde: me jaló con una fuerza del demonio y me arrastró debajo de la cama. ¿Ves mis uñas? Así quedaron porque arañé todo el suelo hasta que no hubo más suelo que arañar, e incluso entonces me revolví como una fiera tratando de escapar. Pero nadie puede zafársele a la muerte, es omnipotente, infinita y cambiante. Toma la forma de lo que le place, y entonces se convirtió en un torbellino de harapos y velos negruzcos que se enredaban alrededor de mis brazos y mis piernas como serpientes selváticas
estrujando
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Entonces ella me tomó la mano derecha con una suavidad aterradora y me obligó a poner la palma hacia arriba. Es gracias a eso que estoy aquí hablando contigo: la muerte se equivocó. Yo soy zurda, y ella pretendía encontrar la marca que tenemos aquellos que pertenecemos
la marca del ritual que atraviesa las líneas del corazón, de la mente y de la vida justo por la mitad. Ese es el precio que tuve que pagar, la mitad de mi vida.
Pero no miró la mano izquierda. En cambio, la palma que tenía frente a sus descarnados ojos amarillos estaba limpia.
Me soltó como si le hubiera quemado, pensando que se había equivocado de víctima, y me arrastré entre aquella nebulosa nada, desgarrando la delgada tela en la que estaba envuelta y saliendo, al fin de debajo de mi cama.
Estaba aliviada, sí, pero también aterrorizada. Esa noche, tomé el cuchillo de plata con el que me corté apenas hace unos minutos para ofrecer mi sangre como tributo, y llamé a mi madre. Me pregunto si ella habrá pasado así sus últimos días: Acosada por aquél monstruo de largas uñas, siendo arrastrada una y otra vez a las tinieblas y dejándose vencer al fin en brazos de la muerte.
¿Qué dices? ¿Que debí de habérselo preguntado? ¿Aún no te queda claro? Acababa de vivir algo tan angustiante que los simples mortales no pueden ni deben experimentarlo. En ese momento lo único que deseaba era sentirme a salvo, y no conozco una forma más efectiva e hacerlo que ver a mi madre de nuevo junto a mí, acariciándome el cabello como cuando era niña.
Pero de todos modos, no necesito que ella me lo diga para saberlo. Aquellos que pertenecemos somos un bocado excepcionalmente delicioso para la mano, la muerte. La única forma de lograr que la mano se olvide de perseguir a un iniciado es que haya un iniciado nuevo y más fresco. Es por eso que mi madre me hizo perteneciente
para librarse de la muerte que la acosaba día y noche
suena egoísta, pero no lo es
yo lo haría si pudiera.
Pero basta de charlar. Dime a quién quieres que llame. Yo repetiré su nombre tres veces y ya verás cómo lo tendré a mi voluntad, cómo lo obligo a satisfacer tus deseos. Sólo apúrate, porque la muerte no se equivoca dos veces, y volverá por mí.
Estoy empezando a sentirla.
¿No eres tú quién me está haciendo cosquillas en las yemas de los dedos con las uñas, verdad?
Cosquillas - Fanfics de Harry Potter
Me advirtió que una vez empezara, no había vuelta atrás, que eso marcaría el camino que debía seguir... No me importó. Yo era una niña entonces, apenas
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2023-02-27
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