Por el bien de todos - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Nota autora:

Me gustaría que se animaran a leer el fic, a pesar de que sea un Albus/Gellert. Sé que muchos no quieren empezar con la lectura debido a la pareja, pero es apta para todo público.

Denle una oportunidad y verán :) Prometo que no quedarán traumados.


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«El amor es la magia más importante y poderosa del mundo», pensó Dumbledore, mientras observaba su mano ennegrecida y marchita por la maldición que había caído en ella. Dio un largo suspiro y se puso de pie lentamente, sintiendo en cada uno de sus cansados huesos los más de cien años que tenía. Estaba viejo, estaba solo.

 

Dio un paso, dirigiéndose a la ventana. Dio otro más, acortando la distancia existente entre el vidrio, que reflejaba la suave luz dorada que emitía la vela que yacía sobre su escritorio, y él. Con aire ausente, apretó sus manos, toqueteando un poco el anillo que tenía en uno de sus dedos.

Ariana susurró, un murmullo tan débil que no logró ser más alto que el ruido que procedía de la chimenea apagada que aún humeaba un poco. Llegó hasta la ventana y observó su reflejo; su cansado y arrugado rostro, sus hombros caídos y sus azules ojos. Su semblante se nubló y su reflejo desapareció, dejando pasar a la silueta de un muchacho alto y de cabellera rubia que caía hasta sus hombros. Grindelwald.

¿Cuántos años habían transcurrido desde la última vez que había visto al mago? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? No lo sabía con seguridad y tampoco quería hacer los cálculos, hace mucho tiempo que había decidido dejar atrás todo ese pasado y ya era demasiado viejo para desear algo más. Sin embargo, aún podía recordar con claridad el día que lo había conocido.

Todo había partido por Bathilda, que en ese entonces era su vecina en el Valle de Godric. ¡Cómo olvidar a esa pequeña mujer inteligente que siempre llevaba sus manos manchadas con tinta! A Albus le encantaba conversar con ella en ese tiempo, era una de las pocas personas que lograba comprender su amor por el aprender, por la lectura, por la sabiduría. Sin embargo, Bathilda no era de su edad y, por ende, no lograba entender perfectamente los pensamientos que rondaban por la cabeza del joven mago. Nadie lograba comprenderlo, hasta que apareció Gellert Grindelwald, el sobrino de Bathilda.

Gellert Grindelwald había sido la tan esperada fresca brisa helada en un día caluroso, la refrescante agua para un muerto de sed. Gellert Grindelwald había sido como un libro para su insaciable cerebro exigente por conocimiento, la única persona que lo comprendió completamente, que entendió los pensamientos que revoloteaban por su cabeza.

Gellert Grindelwald era el único que sabía cuándo Albus mentía, cuándo Dumbledore escondía algo. Y él siempre había sido muy bueno para ello, había heredado esa habilidad de su madre, siempre ocultando secretos, siempre. Pero Gellert sabía cuándo le ocultaba algo y cuándo no. Sabía más cosas de Albus, que él mismo. Y eso le atemorizaba, lo obsesionaba hasta la locura. En todos sus años, jamás se había pillado con un reto así, con una persona tan brillante, tan despampanante. Y Albus había caído, tocado el fondo del agujero y ni siquiera lo sabía, nunca lo había descubierto, jamás se había dado cuenta de ello. Se encontraba demasiado enceguecido por la habladuría de su tan apreciado amigo, que no comprendió en lo que se estaba convirtiendo.

 

«Por el bien de todos», decía Gellert.

«Por el bien mayor», respondía Dumbledore, ciego, completamente ciego por la presencia del joven.

Y cuando él ya se marchaba de su casa, de su habitación donde habían estado encerrados horas y horas, Albus se detestaba. Se odiaba por haber olvidado a Ariana, por ser tan estúpido, por dejar que Gellert lo encegueciera una vez más con su discurso, con Las Reliquias de la Muerte, con El Nuevo Orden, con el poder que podrían llegar a tener si conseguían convertirse en el dueño de la muerte.

Sin embargo, no importó lo mucho que Dumbledore se juró no volver a caer bajo los encantos del poder, de Gellert, porque volvía a olvidar todo lo que había prometido cuando una vez más estaba con él.

Si cerraba con fuerza los ojos, podía recordarlo perfectamente, podía rememorar las cosas que tanto había amado en su pasado. ¿Por qué no podía olvidarlo, sacarlo de su cabeza...? Pero, cuando Gellert venía a su mente, no pensaba en su rostro, ni en sus ojos, ni nada físico de él. Nunca había sido detallista para eso, nunca supo cuándo Gellert se cortó el cabello, o cuando se había afeitado, o si había ocupado su ropa más de dos veces esa semana. Sin embargo, recordaba a la perfección lo mucho que le gustaba discutir con él, sólo por el simple hecho de oírlo hablar, de escucharlo expresar todos los pensamientos maravillosos que rondaban por su cabeza.

Recordaba cada una de las respuestas que Gellert le daba para contra argumentar algo que Albus había expuesto.

«¿Estás completamente seguro?» Mejores pianos digitales

«Si supieras que, podrías morir si contestas mal a mi pregunta, ¿todavía seguirías respondiendo lo mismo?»

«¿En qué te basas para decir eso?»

Gellert siempre le buscaba la quinta pata al gato, nunca dejando nada al azar. Y con él había aprendido más cosas que en Hogwarts. Con él había descubierto cuáles eran sus debilidades.

Gellert le había enseñado a que algunas veces uno tenía que renunciar a cosas por el bien de otras, tener que renunciar incluso a lo que lo tentaba, a lo que quería, a lo que lo volvía otra persona.

Gellert y el poder, los dos firmemente entrecruzados, los dos lo convertían en una mala persona. Albus lo sabía y se aborrecía por ello, por ser débil. Gellert era la única persona que lo podía hacer sentir como un niño pequeño, como un alumno haciendo una pregunta tonta al profesor.

«Ella es un estorbo», decía día tras día Gellert, «Ariana es una molestia»

Dumbledore sabía que eso no era cierto, Ariana era su hermana y jamás podría convertirse en una molestia. Él la llevaría con ellos en la búsqueda de Las Reliquias. La cuidaría, pero

«Déjalo ya. No puedes llevártela porque no está en condiciones; es imposible que te acompañe allá donde pienses ir a pronunciar discursos inteligentes para despertar el entusiasmo de tus seguidores», había dicho Aberforth.

Dumbledore cerró con fuerza los ojos, mientras aún tenía fresco en su memoria el instante que Aberforth había sacado su varita y los rayos de luz habían volado por todos lados. Hechizos habían salido de la varita de Gellert, de la de su hermano y de la suya. Y luego Ariana estaba muerta, tendida en el suelo de la casa, mientras Gellert le gritaba que se fuera con él.

 

Albus se quedó, sabiendo que ésa sería una de las últimas veces que lo vería. Se quedó, sabiendo que estaba renunciando a Gellert. Que estaba renunciando para siempre a él, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo por él, por el bien de todos. Por el bien mayor.

«Porque algunas veces hay que renunciar a lo que uno quiere por el bien de los demás», decía Gellert.

Se alejó de la ventana y se juró que ésa sería la última vez que pensaría en él, que lo recordaría. Sin embargo, días después, mientras observaba un hechizo acercarse hasta su rostro, volvió a recordarlo.

«Ariana
Gellert
»

Y luego todo se apagó.

«No lo puedo perdonar»

Eso fue lo que pasó por la cabeza de Aberforth, mientras deslizaba lentamente su mirada por la sepultura blanca que se encontraba a unos metros de donde estaba. Apretó con fuerza sus manos y un músculo se endureció en su mandíbula, comenzando a palpitar con locura.

«Albus está muerto y no lo puedo perdonar»

No podía, simplemente no podía. Jamás podría olvidar lo que Albus le había hecho a su familia, a su hermana. Nunca podría perdonarlo por esos años de olvido, por todo ese tiempo que prefirió preocuparse por ser más grande, por esa codicia de poder que no tenía fin. Sin embargo, la verdadera razón del por qué no podría perdonarlo, era, simplemente, su debilidad. Su debilidad por ese hombre, por ese detestable ser humano.

Grindelwald susurró con amargura.

Repentinamente, recordó las veces que había expiado a su hermano, escondido a unos metros de Grindelwald y Albus, intentando averiguar el por qué de los susurros bajos, del por qué pasaban horas detrás de libros, intentando buscar algo, intentando una y otra vez sin rendirse. Mientras estuvo oculto en las sombras, sabiendo que Albus jamás sospecharía de su hermano estúpido, descubrió muchas cosas.

«Reliquias de la Muerte»

«Nuevo Poder»

«Por el bien de todos»

«Por el bien mayor»

Todo eso había descubierto y otras cosas más.

Sus ojos se abrieron de par en par, cuando recordó la mirada de admiración con la que Albus observaba a Grindelwald, cómo siempre sonreía al discutir sobre un tema con él, la debilidad que sentía, lo ciego que estaba ante su maldad

Ahora todo tenía sentido.

Su hermano siempre había estado enamorado de Grindelwald.

Vio como Harry Potter le daba la espalda a la sepultura blanca de su hermano y él también se puso de pie, alejándose físicamente de Albus. Después de todos esos años, aún seguía descubriendo cosas de él. Siempre misterioso, siempre con secretos. Siempre enamorado de Grindelwald

«No puedo perdonarlo. No puedo»

Y tal vez nunca lo hiciera.


Es la primera vez que escribo de esta pareja y más aún de una del mismo sexo. Espero que les haya gustado, a pesar de que es extraña la historia y no es una escena de amor, porque yo estoy segura que nunca existió una escena de amor entre Gellert y Albus.

Me encantaría que dejaran un comentario con su opinión.

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2024-04-22

 

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