Ladeé la cabeza, apartándome un mechón rubio platino quecubría mi frente, escuchando al instante los suspiros emocionados de las chicasque me rodeaban. Pero yo seguí haciéndome el interesante, leyendo el libro quesostenía sobre el regazo, cerrando los ojos durante apenas un par de segundospara permitir que las tibias brisas de finales de primavera que peinaban losjardines de Hogwarts me acariciasen la pálida piel.
Alcé entonces la mirada, fijándola en la joven que tenía máscerca: quinto curso, Slytherin, rubia de bote, facciones angulosas, curvasgenerosas. No estaba mal.
Esbocé una de mis sonrisas ladeadas, torcidas, de esas quederretían, guiñándole un ojo a la sonrojada chica.
Y más suspiros.
Sin embargo, comenzaba a aburrirme. Siempre era la mismainsatisfactoria rutina. La monotonía de tantos días bañados en pesado tedio,pasando lentos ante mí, resultaba agotadora.
Me incorporé con agilidad, les dediqué una última sonrisafalaz a aquellas chicas y me alejé despacio, con la mano derecha hundida en elbolsillo de la túnica, observando vagamente el cielo teñido de rosa por elanochecer. Solo quedaban unos minutos de luz, y después el frío y la oscuridadse adueñarían de los jardines
Y entonces, mientras pensaba en esto, apareciste.
Distinta. Especial. Fantástica. Sorprendente. Única.
Inalcanzable.
Hermione Granger.
Me detuve bruscamente para verte pasar ante mí, dirigiéndomeuna mirada un tanto desdeñosa. Algo batió sus temblorosas alas en mi pecho. Almenos, tú sabías de mi existencia. Aunque fuese solo para odiarme cada día unpoco más. A eso ya me había acostumbrado.
Me quedé ahí parado, estático, inmóvil como un idiota,contemplando embelesado tus andares desenvueltos. Finalmente, te sentaste bajola sombra de un frondoso roble, flanqueada a ambos lados por tus inseparablesamigos, San Potter y Weasley Pis.
Suspiré. Me sentía estúpido. Pasaban los años y ahí seguía,perdidamente enamorado de un imposible.
Sacudí la cabeza, di media vuelta y corrí al interior delcastillo con la cabeza a punto de estallarme.
Aún recordaba el día que te había conocido, en la estaciónde King's Cross. Lo primero que había pensado al verte fue que eras realmentebonita. Luego quise acercarme, hablar contigo, conocerte, pero mi padre mesujetó por el hombro con tanta fuerza que sus delgados dedos se clavaron en micarne.
Escucha, hijo habíasiseado en mi oído. ¿Ves a esa mocosa de allí? Fíjate en sus padres. Muggles escupió la palabra con asco.Ella es una sangre-sucia. Nunca te juntes con esa gente, Draco. Jamás. ¿Me hasoído?
Yo había asentido, intimidado. ¿Qué otra cosa podría haber hecho?Nada. Absolutamente nada. Y por ello me limité a tragarme mis protestas.
Fueron pasando los meses, que poco a poco se amontonaron enaños, y con el tiempo aprendí a odiarte. Sabía exactamente qué insultos tedolían más, dónde y cuándo debía atacar para herirte, cómo tenía que actuarpara hacerte daño. Todo mentira, una máscara de sandeces y engaños. Porque, enrealidad, yo no quería que sufrieras por mi culpa.
Y mientras bajaba las escaleras en dirección a las mazmorrasno pude evitar pensar en la desmesurada cantidad de lágrimas que habíasderramado por mi causa.
Y todo porque desatar mi rabia contigo era la única formaque encontraba de que me tuvieses en mente, de que te acordases de mí, aunquefuese para mal.
Me desesperaba sentir tantas cosas por ti y no poderdemostrártelo. "Quizás sí que puedo",pensé, pero sacudí de nuevo la cabeza, tratando de ahuyentar de mi mente esospensamientos ridículos que no me llevarían a ningún lado. Después de todo el dañoque te había hecho, tú jamás me querrías, jamás me creerías. ¿Y mi padre? Oh,el me mataría sin dudarlo ni un solo segundo si se enterase de los sentimientosque albergaba en mi interior.
Pero, ¿cómo evitarlo? ¿Cómo lograr olvidarte cuandorepresentabas todo lo que necesitaba para ser feliz?
Y, pese a ello, aún no comprendía cómo había llegado a eseestado. ¿En qué momento me di cuenta de que lo que sentía por ti distaba muchode ser odio?
Tal vez fue en segundo curso, cuando me enteré de queestabas en la enfermería, petrificada por el basilisco. Aquel día, mi corazónhabía dejado de latir por unos segundos mientras algo estallaba en mi interior.
Yo había dicho que deseaba que tú fueses la siguiente sangre-suciaen morir. Se lo había dicho a Crabbe y Goyle en la sala común de Slytherin.
Aquellas palabras no tenían ni la mitad de cierto de lo quehabía tratado de aparentar, pero en ese instante en el cual supe que podíashaber muerto sentí que, de haber ocurrido lo peor, habría sido culpa mía y denadie más.
El alivio inconmensurable que experimenté cuando te vientrar en el Gran Comedor días después, sana y sonriente, fue indescriptible.
¿Quizás supe en ese momento que te quería? Tal vez no. Puedeque ese momento hubiese ocurrido al año siguiente. Recordaba perfectamenteaquella tarde
Sí, esa tarde en la que, tras pasarme de listo contigo y tusamigos, me habías dado un puñetazo que me había dejado totalmente desencajado.En un principio me enfurecí, rabioso de pensar que una sangre-sucia habíatenido la osadía de ponerme la mano encima, pero después me tragué esa ira,consciente de que el golpe había sido más que merecido
y extrañamenteorgulloso de comprobar que tenías un valor que poco tenía que envidiar al delmismísimo Godric Gryffindor.
Sonreí como un idiota al llegar frente a la puerta de misala común, aún con la cabeza llena de recuerdos.
Sí, tenías algo especial, algo que te hacía distinta a todaslas demás. Y, bien por esto o bien porque representabas algo prohibido que comoel niño caprichoso que era quería tener, no podía dejar de pensar en ti. Y pormucho que tratase de olvidarme de ti desahogándome con otras chicas, seguíassin salir de mi mente y de mi corazón.
Quizás, si no hubiese sangre muggle corriendo por tus venas, todo sería más fácil. Quizás, si nofueses una dichosa Gryffindor, esas cosas no parecerían tan imposibles. Lavandes - Mejores productos de belleza
Pero eras hija de muggles, y estabas en Gryffindor. Nada erafácil, y todo parecía imposible cuando unía nuestros nombres con un "nosotros".
Bufé, cansado. Musité la contraseña y entré en la oscura yfría sala común. Blaise Zabini me llamó desde uno de los sillones verdes delfondo, y yo me dirigí hacia él con paso lento. Me derrumbé a su lado y escuchécómo empezaba a contarme algo sobre un importante partido de quiddich que iba acelebrarse. Sin embargo, yo no le escuchaba. Seguía pensando en ti.
En ese "quizás" que se había metido en mi mente y que noparecía dispuesto a irse por las buenas.
Me gustaría poder ir a buscarte, cobijarte entre mis brazosy susurrarte un "te quiero" al oído, pero claro, con eso lo único que lograríasería recibir un segundo puñetazo por tu parte.
Quizás
Quizás, en un futuro no muy lejano, fuese capaz de reemplazarlos insultos por halagos. Quizás, con el tiempo, pudiese convertirme en alguienmejor por ti, para ti. Quizás, en unos años, lograse enfrentarme a mi padre yalejarme de sus estúpidas creencias. Quizás, cuando hubiese cambiado paramejor, me mirases de la misma forma en que mirabas a Weasley.
Quizás, algún día aprendiese a sustituir cada "te odio" porun "te amo".
Miré a Zabini, que seguía hablando despreocupadamente a milado, ajeno a mi conflicto interno. Y, entonces, caí en la cuenta de algo: mehabía dejado el libro que había estado leyendo en los jardines.
Mierda mascullé.Blaise, voy un segundo fuera, vuelvo en seguida.
Él me respondió con un resoplido y se encogió de hombros. Melevanté y corrí hacia la salida. Ya debía de haber anochecido y no tenía ganasde pasar frío.
Una vez fuera comprobé que, efectivamente, no quedaba yaningún alumno en los jardines. El sol se había puesto, y el aire comenzaba avolverse gélido.
Caminé refunfuñando hasta llegar adonde había estado sentadounos minutos antes. La incipiente oscuridad me dificultaba la búsqueda dellibro, y eso me molestaba.
Pasé por delante del árbol bajo el que te habías recostado juntoa tus amigos, y apreté los puños al recordar lo dolorosamente cerca de ti quese había sentado Weasley. Y tú le habías mirado con cariño. Con demasiadocariño.
Pero yo soy mejor queWeasley mascullé por lo bajo, sintiéndome estúpido al darme cuenta de quehablaba solo. Suspiré. ¿A quién quiero engañar? En el fondo Granger siempre lepreferirá a él.
Resoplé y continué buscando mi libro, pero cada vez veíamenos y tenía más frío.
Cuando ya estaba a punto de darme por vencido, una voz a misespaldas me sobresaltó.
¿Buscas esto, Malfoy? megiré velozmente para verte ante mí, sonriendo con condescendencia. En tu manoderecha llevabas mi libro, el cual alzabas para mostrármelo.
Sí respondíescuetamente. Dámelo ordené, aproximándome a ti, pero tú retrocediste con unágil saltito, sonriendo divertida.
No tan rápido, Malfoy reíste.¿Cómo se dice?
Fruncí el ceño y te miré, rabioso. ¿Cómo diantres eras capazde fastidiarme tanto con solo un par de frases?
¿Dámelo o tearrepentirás? tanteé, burlón. Sacudiste la cabeza de un lado a otro.
Va a ser que no.¿Cuáles son las palabras mágicas?
Apreté los dientes.
Granger, no estoy parajuegos. Dame mi libro ya o te prometo que te arrepentirás.
Ah, ¿sí? dijiste,sonriente. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
Y entonces, tuve uno de los impulsos más tontos y deliciososde mi vida. Te besé. Porque me apetecía. Porque quería. Porque lo necesitaba.
Y el resto me daba igual.
Oí cómo el libro caía al suelo cuando lo soltaste, demasiadoasombrada como para hacer nada más.
Y en ese momento fui estúpidamente consciente de lo queestaba haciendo. Después de años forjando una máscara de odio y desprecio, nopodía besarte, no de esa forma, no como si el sabor de tus labios me ayudase arespirar, por muy cerca de la realidad que estuviese eso.
Así que, haciendo un sobrehumano esfuerzo de voluntad, meseparé de ti y te miré. Tú tenías los ojos abiertos como platos y una expresiónde profunda turbación.
¿Po
por qué has hechoeso? tartamudeaste en un susurro asustado.
Te dije que tearrepentirías murmuré, sintiendo ganas de pegarme a mí mismo por recurrir auna excusa tan patética. Vete. Quiero estar solo.
Y dicho esto me dejé caer sobre el suelo, cansado de todo.Apoyé el mentón sobre las rodillas, fijando la mirada en el horizonte. El saborde tu boca permanecía impreso en mis labios, y me los humedecí nerviosamentepara mantener viva esa sensación de triunfo mezclado con desolación queamenazaba con asfixiarme.
Tú tardaste unos segundos en reaccionar, y cuando lo hicistecomenzaste a dar pasos lentos, vacilantes, alejándote hacia el castillo.
Y, entonces, te detuviste de nuevo.
Malfoy susurraste.
Qué gruñí secamente.Se produjo una pausa que se me antojó infinita, y durante la cual quise girarmepara comprobar si seguías ahí, pero por suerte me contuve. En ese momento, volvía escuchar tu voz, que sonó ahogada pero decidida:
No eres tan malo comocrees. Y, además, a veces me pregunto si realmente preferiría a Ron.
Tus palabras fueron un latigazo de adrenalina sacudiendocada partícula de mi ser.
Me giré a la velocidad de la luz, pero tú ya estabas lejos,casi corriendo hacia la entrada del colegio.
¿Realmente habías dicho lo que creía que habías dicho? Nopodía ser. ¿Me habías oído hablar solo cuando buscaba el libro? ¿Estaríasriéndote de mí?
"A veces me preguntosi realmente preferiría a Ron"
¿Eso iba en serio? ¿De verdad? ¿Te loplantearías? ¿Te pensarías estar conmigo?
Fuera como fuese, en ese instante me sentí totalmenteincapaz de hacer o decir nada. Todo a mi alrededor parecía mucho más luminoso ycálido.
Y, como el estúpido enamorado que era, sonreí.
Porque, quizás, aquel no era un amor del todo imposible.
Quizás, y solo quizás, aún no era tarde para quererte.
Quizás, Granger... - Potterfics, tu versión de la historia
Ladeé la cabeza, apartándome un mechón rubio platino quecubría mi frente, escuchando al instante los suspiros emocionados de las chicasque me rodeaban. Per
potterfics
es
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2024-09-17
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