Es corto, pero muy informativo y resume la historia, para los que son fans de el selñor de los anillos ( asi como yo), tratare de que la historia no se destruida por mi imaginacion, respreto mucho al maestro Tolkien y a su obra, no quiero destruir algo tan maravilloso pero si quiero hacer una historia basada en sus libros. Es la historia de acuerdo a los libros y en algunas partes a las peliculas, con un toque de mi imaginacion, espero que les guste y espero comentarios, cualquier aportacion valiosa sera bien recibida.
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El rumor había crecido, la sombra había sido desplazada del bosque negro, pero todo fue un engaño. Sauron había vuelto a su reino en Mordor, y ahí, levanto una vez más las torres oscuras de Barad-dûr. Una nueva guerra por el control de la tierra media se disputaría otra vez, pero esto sería hasta que el anillo regente, el único, fuera encontrado
Ahora bien, por fortuna y por que el estaba atento, Gandalf fue el primero en tener noticias del Anillo, antes de que Sauron se enterase; no obstante, se sintió afligido e inquieto. De modo que con ayuda de los Dúnedain del norte Gandalf hizo vigilar la tierra de los medianos y aguardo la ocasión oportuna. Pero Sauron tenía muchas orejas, y no tardo en oír el rumor del Anillo Único, que deseaba por encima de todas las cosas, y envió a los Nazgûl a que lo buscaran. Entonces estallo la guerra, y en la batalla con Sauron la Tercera Edad acabó como había empezado.
Pero quienes vieron lo que se hizo en aquel tiempo, hazañas heroicas y asombrosas, han contado en otro sitio la historia de la Guerra del Anillo, y cómo terminó no solo con una victoria imprevista, sino también con dolor, desde mucho antes presagiado. Dígase aquí que en aquellos días el Heredero de Isildur se levantó en el norte, y tomó los fragmentos de la espada de Elendil, y en Imladris volvieron a forjarse; el heredero en línea directa de Isildur, sin embargo, más semejante a Elendil que ninguno antes de él. Hubo batalla en Rohan, y Saruman el traidor fue derribado, e Isengard quebrantada; delante de la ciudad de Gondor se libró una gran contienda, el Señor de Morgul, capitán de Sauron, entró allí en la oscuridad: el Heredero de Isildur condujo al ejército del Oeste hasta las Puertas Negras de Mordor.
En esa última batalla estaban Gandalf, los hijos de Elrond incluyendo a su hija menor Erzebeth- de quien ya tendremos tiempo de hablar-, el Rey de Rohan, los señores de Gondor y el Heredero de Isildur con los Dúnedain del Norte. Allí por fin enfrentaron la muerte y la derrota, y todo valor resultó vano: por que Sauron era demasiado fuerte. No obstante, en esa hora se puso a prueba lo que Gandalf había dicho, y la ayuda llegó de manos de los débiles cuando los Sabios fracasaron. Por que como se oyó en muchos cantos desde entonces, fueron los Periannath, la gente pequeña, los habitantes de las laderas y prados, quienes trajeron la liberación.
Porque Frodo el Mediano, se dice, portó la carga a pedido de Gandalf, con un solo sirviente atravesó peligros y oscuridad, y a pesar de Sauron llegó por último al Monte del Destino; y allí arrojó el Gran Anillo de Poder al fuego en que había sido forjado, y así por fin fue deshecho, y el mal que tenía se consumió.
Entonces cayó Sauron, y fue derrotado por completo, y se desvaneció como una sombra de malicia; y las torres de Barad-dûr se derrumbaron en escombros, al rumor de esta nueva primavera despertó en el mundo; el Heredero de Isildur fue coronado Rey de Gondor y de Arnor, y el poder de los Dúnedain fue acrecentado y su gloria renovada. En los patios de Minas Anor el Árbol Blanco floreció otra vez.
Ahora bien, casi todas estas cosas se lograron por el consejo y la vigilancia de Gandalf, y en los últimos pocos días se reveló como señor de gran veneración y vestido de blanco cabalgó a la batalla; pero hasta que el momento de partir llegó también para él, nadie supo que durante mucho tiempo había guardado el anillo Rojo de Fuego. En un principio ese anillo había sido confiado a Círdan, Señor de los puertos; pero lo cedió a Gandalf, porque sabía de dónde venía, y a dónde retornaría.
Blanco era ese barco, y mucho tardaron en construirlo, y mucho esperó el fin del que Círdan había hablado. Pero cuando todas estas cosas fueron hechas, el Heredero de Isildur recibió el señorío de los hombres y el dominio del Oeste, fue obvio entonces que el poder de los Tres anillos también había terminado, y el mundo se volvió viejo y gris para los Primeros nacidos. En ese tiempo los últimos Noldor se hicieron a la mar desde los puertos y abandonaron la Tierra Media para siempre. Y últimos de todos, los Guardianes de los Tres Anillos partieron también, y el Señor Elrond tomó el barco junto con Erina, hermana menor de Artanis señora de las Ninwen y esposa de Elrond, la cual, había sido muerta por manos de su segunda hermana Galatia esposa de Sauron y señora oscura. En el crepúsculo del otoño partió de Mithlond, hasta que los mares del Mundo curvo cayeron por debajo de él, y los vientos del cielo redondo no perturbaron más, y llevado sobre los altos aires por encima de las nieblas del mundo fue hacia el Antiguo Occidente, y el fin llegó para los Eldar de la historia y de los cantos.
Ahora pues, hablemos más acerca de las Ninwen, Hijas de Nessa. Poco se sabe acerca de estas criaturas. Ilúvatar, el Único, hizo a los Ainur, los sagrados. Nessa era esposa de Tulkas y hermana de Oromë. Al igual que su esposo, es ágil y ligera de pies. Ama los ciervos, y ellos van detrás de su séquito toda vez que ella se interna en las tierras salvajes, veloz como una flecha con el viento en los cabellos. La danza la deleita, y danza en Valinor en los prados siempre verdes.
Aulë creó los enanos, y Nessa al igual que él, desesperada por la llegada de los Primeros Nacidos, hizo en secreto a las Ninwen, y de igual forma, tuvieron la aprobación y admiración de Ilúvatar, quien pidió también durmieran hasta que el momento llegara.
Criaturas a imagen y semejanza en fuerza, poderes curativos, agilidad y amantes de la música y la danza. Sus cantos se podrían comparar con los de los Elfos, pero su belleza es aun más que la de los Primeros nacidos. Sin tener conocimiento de cómo serian los Primeros, Nessa hizo a las Ninwen casi idénticas a los Elfos. Inmortales y con una inmensa sabiduría. El pueblo de las Ninwen eran solo mujeres, y eran tan parecidas en físico a los humanos pero superiores a ellos en el arte de la batalla. Amazonas contenidas en delicados cuerpos, tan peligrosas y mortales si se les traiciona o lastima.
De la unión de un Elfo y una Ninwen, se obtiene un ser más puro, ya sea Elfo o Ninwen, pero con características de las dos razas. De la unión de una ninwen con un mortal de linaje superior, se obtiene una ninwen, o un mortal. Y de la unión de una ninwen con un mortal de linaje menor, se obtiene un mortal conservando la característica de la belleza en cualquiera de sus casos.
La mayoría de las elfas sienten envidia de las Ninwen y creen que son una creación vulgar e impura, son pocas las que se muestran admiradas por ellas e intentan aprender un poco mas de sus artes como el canto, la música, la pintura, etc.
La primera de las Ninwen fue Aima, considerada la Reyna Madre. Su canto podía escucharse a cientos de metros, y hechizaba el corazón de cualquiera fuera hombre, Enano o Elfo. Los que llegaron a conocerla jamás encontraron palabras para describir su belleza. Mujer de estatura alta, cabello Negro como la noche, ojos azul como el mar y un rostro tan hermoso como la creación misma. Solo tuvo un amor en la vida, Ingwë, conductor de los Vayar y considerado rey supremo elfo. Y cuando este hubo abandonado la Tierra media, Aima se fue consumiendo y su canto jamás se volvió a escuchar. Se dice que de las lágrimas que derramo por su amado, se formo Nerwen, rio que nace en la ciudad de Cristal o Pel Mbiril - por su traducción en élfico - y desemboca en el mar. Nidril es una de sus descendientes más sobresaliente. Segunda esposa de Finarfin, con quien tuvo tres hijas Ninwen; Artanis. Algunos la llegaron a comparar con la misma Aima tanto en físico como en sabiduría. Siempre sobresalía en todo y fue considerada la mejor guerrera Ninwen de todos los tiempos. Luchó al lado de Elrond, con el que se casaría y formaría una familia. Sus cuatro hijos son Elladan, Elrohir, Arwen y Erzebeth, esta última heredera al trono de las Ninwen tras su muerte.
La segunda fue Galatia, tan diferente a la naturaleza noble de una Ninwen, Galatia siempre estuvo sedienta de poder, y envidiaba a Artanis porque nunca pudo ser mejor que ella. Galatia era una Ninwen de cabellos rojos como la lava, tez muy pálida y ojos avellana. Cansada de vivir bajo la sombra de su hermana mayor, se encamino a las tierras oscuras de Mordor traicionando a su pueblo. Años después, regreso a Pel Mbiril como señora de Mordor exigiendo una rendición de su pueblo y que Artanis le cediera el trono. Pero esto no sirvió de nada y fue echada de Pel Mbiril prohibiéndole la entrada a la ciudad y fue desconocida por su pueblo y familia. Años más tarde, después de que Sauron fuera derrotado por Isildur, Galatia busco venganza y preparo una emboscada a Artanis en uno de sus viajes de Rivendel a Pel Mbiril, dándole fría muerte en el sendero del bosque que rodeaba a la Ciudad de Cristal. Años más tarde, la muerte de Artanis fue vengada por sus hijos, quienes cabalgaron en búsqueda de Galatia hacia el bosque negro, donde se refugiaba hasta que Sauron volviera a levantarse. Nadie sabe si aquella unión de Sauron y Galatia rindió frutos, pero al terminar con Galatia las Ninwen volvieron a vivir tranquilas bajo el mando de la menor de las hermanas, hasta que Erzebeth, heredera directa del trono de las Ninwen regresara con su pueblo.
Erina era la menor de las hermanas, siempre fue muy unida con Artanis, y aprendió muchas cosas de ella. Sus cabellos castaños le daban un toque de inocencia encantadora, sus verdes ojos tan parecidos a los de su hermana mayor desbordaban bondad y cariño y su manera de hablar demostraba su sabiduría adquirida gracias a los años de enseñanza que le dedico Artanis antes de su muerte. De su unión con un hombre Rohirrim nacieron Enelya, una hermosa Ninwen, guerrera y sobresaliente en el arte de la curación. Y Elwing, un joven tan hermoso que no podía ser humano, pero físicamente distinto a los elfos. Fue así que Erina dio vida al primer y único Ninwen que se conoce.
Los años venideros después de la muerte de Artanis, Elrond y Erina mantenían comunicación por medio de cartas secretas, por lo que al final de la guerra del Anillo de Poder sorprendió el romance entre ellos, y Erina fue la primer Ninwen en viajar al antiguo Occidente y abandonar la Tierra Media junto con los Primeros nacidos.
Artanis, Galatia y Erina, son medias hermanas de Galadriel. Pues tras la muerte de la madre de Galadriel, Finarfin- su padre- desposo a Nidril, la reina de las Ninwen en ese tiempo.
Pues bien, la historia comienza en la Comarca, la tierra de los Medianos, las criaturas más absurdas para llevar semejante carga, pero que demostraron más valor que cualquier otro ser en la Tierra. Situaremos la historia desde antes de la llegada de Frodo a Rivendel, donde la travesía comenzaría y ya nada sería igual
Empezaron a buscar un sitio donde acampar, cuando oyeron un sonido que los atemorizó de nuevo; unos cascos de caballo que resonaban detrás. Volvieron la cabeza, pero no alcanzaron a ver nada a causa de las vueltas y revueltas del camino. Dejaron de prisa la calzada y subieron internándose entre los profundos matorrales de brezos y arándanos que cubrían la ladera. Espiando entre la maleza podían ver el camino, débil y gris a la luz crepuscular allá abajo, a unos treinta pies. El sonido de los cascos se acercaba. Los caballos galopaban, luego débilmente, como si la brisa se lo llevara, creyeron escuchar un tintineo de campanillas.
-¡Eso no suena como el caballo de un jinete negro!- dijo Frodo, que escuchaba con atención.
La luz disminuía y las hojas de los arbustos susurraban levemente. Más claras y más próximas las campanillas tintineaban, y venia el sonido de un trote rápido. De pronto apareció allá abajo un caballo blanco, resplandeciente en las sombras, que se movía con rapidez. El cabestro centellaba y fulguraba luz del crepúsculo, como tachonado de piedras preciosas que parecían estrellas vivientes. El manto flotaba detrás, y el caballero llevaba quitado el capuchón; los cabellos dorados volaban al viento. Frodo tuvo la impresión de que una luz blanca brillaba a través del jinete, como a través de un velo tenue.
Trancos dejo de pronto el escondite y se precipito hacia el camino, gritando y saltando entre los brezos, pero aun antes de que se moviera o llamara, el jinete ya había tirado de las riendas y se había detenido levantando los ojos a los matorrales donde ellos estaban. Cuando vio a Trancos, salto a tierra y corrió hacia el gritando: Ain a vedui Dúnadan! ¡Maegovannen! La lengua y la voz clara y timbrada no dejaba ninguna duda: el jinete era de la raza de los Elfos. Ningún otro de los que vivían en el ancho mundo tenía una voz tan hermosa, Pero había como una nota de prisa o temor en su llamada, y los hobbits vieron que hablaba rápida y urgentemente con Trancos. Pronto Trancos les hizo la seña, los hobbits dejaron los matorrales y bajaron corriendo al camino.
-Este es Glorfindel, que habita en la casa de Elrond- dijo Trancos
-¡Hola, y feliz encuentro al fin!- le dijo Glorfindel a Frodo- Me enviaron de Rivendel en tu búsqueda, temían que corrieras peligro en el camino.
-¿Entonces Gandalf llegó a Rivendel?- exclamo Frodo alegremente.
-No. No cuando partimos, pero eso fue hace nueve días- respondió Glorfindel- Llegaron algunas noticias que perturbaron a Elrond. Gente de mi pueblo, viajando por tus tierras más allá del Baranduin, oyeron decir que las cosas no andaban bien, y enviaron mensajes tan pronto como pudieron. Decían que los Nueve habían salido, y que tú te habías extraviado llevando una carga muy pesada y sin ningún auxilio, pues Gandalf no había vuelto, Hay pocos en Rivendel que puedan enfrentarse abiertamente a los Nueve, pero esos pocos Elrond los envió al norte, al oeste y al sur. Se decía que tú harías un largo rodeo para evitar que te persiguieran, y te perderías en las tierras desiertas.- contaba el Elfo- Mi señora ha intentado seguirle el rastro a los otros cuatro jinetes, yo he seguido a los cinco que los han asechado.
-¿Ella anda sola?- pregunto Trancos- ¿Elrond la envió también?
-Sí. No debe de andar muy lejos de aquí, hace tres días la encontré cerca de la zona donde yo andaba, temo que los Nueve ya se hallan juntado y estén cerca.
Mientras Glorfindel hablaba, las sombras de la noche se hicieron más densas. Frodo sintió que el cansancio lo dominaba. Desde que el sol había empezado a bajar, la niebla que tenia ante los ojos se le había oscurecido, y sentía que una sombra estaba interponiéndose entre él y las caras de los otros, Ahora tenía un ataque de dolor, y mucho frio, Se tambaleo y se apoyo en el brazo de Sam- . No podría viajar durante toda la noche, Necesita descanso.
Glorfindel alcanzo a Frodo en el momento en el que el Hobbit caía al suelo, y tomándolo gentilmente en brazos le miro a la cara con grave ansiedad. Mientras Trancos le hablaba entonces del ataque al campamento en la Cima de los Vientos, y del cuchillo mortal, otro caballo se escuchaba con un rápido galope, se paró en seco a unos metros de Ellos, el caballo era completamente negro, y su ocupante vestía un capuchón del mismo color. Por unos instantes creyeron que se trataba de un Jinete, pero Trancos camino hacia él y en un lenguaje extraño para los Hobbits comenzaron a discutir. Entonces supieron que se trataba de una mujer, porque su hermosa voz era más suave que la de Glorfindel. Sin quitarse el capuchón, la mujer bajo del enorme y majestuoso caballo.
-Hay cosas malas escritas en esta empuñadura- dijo- aunque quizá tus ojos no puedan verlas- los hobbits miraban en silencio. Algunos mechones de cabello negro se asomaban por el capuchón, pero no podían distinguir o verle el rostro a la mujer que creían hasta el momento, se trataba de una Elfa.- Guárdala, Aragorn, hasta que lleguemos a la Casa de mi Padre. Pero ten cuidado, y no la toques. Ay, las heridas causadas por esta arma están más allá de mis poderes de curación. Hare lo que pueda, pero les recomiendo que continúen sin descanso.
Buscó con los dedos la herida en el hombro de Frodo, se sobresalto como si lo que estaba descubriendo la inquietara todavía más. Pero Frodo sintió que el frio del costado y el brazo le disminuían; un leve calor le bajo del hombro hasta la mano, y el dolor se hizo más soportable. La oscuridad del crepúsculo le pareció más leve alrededor, como si hubieran apartado una nube. Veía ahora las caras de los amigos más claramente, y alcanzo a distinguir unos hermosos ojos grises que lo miraban debajo del capuchón, y sintió que recobraba la esperanza y la fuerza de algún modo.
-Montaras en mi caballo- le dijo Glorfindel, tomándolo en brazos mientras la mujer del capuchón negro se apartaba- Recogeré los estribos hasta los bordes de la silla, y tendrás que sentarte lo más firmemente que puedas. Pero no te preocupes, mi caballo no dejará caer a ningún jinete que yo le encomiende. Tiene el paso leve y fácil, y si el peligro apremia, te llevara con una rapidez que ni siquiera las bestias negras del enemigo pueden imitar.
-¡No, no será así!- dijo Frodo- no lo montaré, si va a llevarme a Rivendel o alguna otra parte dejando atrás a mis amigos en peligro.
-Dudo mucho que tus amigos corran peligro si tú no estás con ellos. Los perseguidores te seguirán a ti y nos dejarían a nosotros en paz, me parece. Eres tú, Frodo, y lo que tú llevas lo que nos pone en peligro a todos- dijo la mujer caminando hacia el enorme caballo negro.
Frodo no encontró respuesta, y tuvo que montar el caballo blanco de Glorfindel . El poney en cambio fue cargado con una gran parte de los fardos de los otros, de modo que ahora pudieron marchar mas aliviados, y durante un tiempo con notable rapidez. Aragorn caminaba al lado de la mujer, los dos seguían charlando en el dialecto desconocido por ellos en voz muy baja, apenas si alcanzaban a escuchar susurros y de momento unas risas. Los hobbits pronto notaron que les era difícil seguir el rápido e infatigable paso del Elfo. Allá iba, delante, adentrándose en la boca de la oscuridad, y todavía más adelante hacia la noche profunda y nublada. No había luna ni estrellas. Hasta que asomo el gris alba no les permitió que se detuviesen. Pippin, Merry y Sam estaban ya para ese momento casi dormidos, sosteniéndose apenas por unas piernas entumecidas. La mujer que hasta el momento seguían sin saber su nombre y quien era, se acerco a los tres hobbits y tomo a Pippin y Merry para sentarlos en él caballo y que descansaran un poco. Cuando iba a ayudar a Sam, este se rehusó y permaneció firme al lado del ponny.
-No mi señora, si mi ponny sigue caminando yo seguiré con él hasta que el cansancio ya no nos permita- dijo el Hobbit.
-No conozco muchos Hobbits- dijo la mujer- pero si me preguntaran quien es el mejor de ellos sin duda alguna contestaría ¡Samsagaz Gamyi. Estoy segura que si pudieras llevar en hombros a esta criatura, lo harías.
-no se equivoca mi señora- contesto el Hobbit- ¿pero como sabe mi nombre y yo no el de usted?
-Tienes toda la razón, estas en desventaja conmigo- contesto.
-¿y por qué no nos deja ver su rostro? ¿Si es una doncella elfo, por que viste como hombre?- pregunto el Hobbit sintiéndose más lleno de energía con la mujer caminando a su lado.
- creo que no me mintieron cuando me dijeron que los hobbits son muy curiosos. Ya me has hecho bastantes preguntas, y muy rápidamente.-contesto la mujer riendo- Tenemos mucho tiempo para conocernos. Si vivimos en el apuro no disfrutamos. Bueno, ese sería tu caso, porque yo he vivido mil cincuenta y cinco años, y tú no tienes ni un cuarto de mi edad y quieres saberlo todo en un día, cuando hay más días para enterarse de las cosas.
-¡mil cincuenta y cinco años!- repitió sorprendido el hobbit-Lo siento Mi señora.
-No hay de que disculparse mi querido amigo. Pero creo que ha llegado el momento de que sepas por lo menos mi nombre- dijo la mujer - Soy Erzebeth, hija de Lord Elrond, señor de Rivendel y Artanis, reina y señora de las Ninwen.
-¿Entonces es verdad? ¡Las Ninwen existen!- dijo Sam sorprendido-¡no me lo van a creer!, y estoy hablando con la hija de la reina. ¿Ella vive en Rivendel también?
-Sam, mejor platícame más acerca de tu pueblo, tengo mucha curiosidad- Erzebeth siguió en silencio, solo escuchaba lo que Sam le narraba. Aragorn la observaba fijamente mientras caminaba detrás de ellos guiando el caballo con los dos hobbits dormidos.
- ¡Mi señora!- llamo Glorfindel- ¿Lo siente usted también?
-¿Qué sucede?- pregunto Aragorn acercándose a ellos.
-El peligro aumentara justo antes de llegar al rio-dijo Glorfindel.
-El corazón me dice que los perseguidores vienen a toda prisa detrás de nosotros, y otro peligro puede estar esperándonos cerca del Vado.- dijo Erzebeth.
El camino corría aún regularmente ladera abajo, y ahora a veces había mucha hierba a los lados, y los hobbits caminaban por allí cuando podían para aliviarse los pies. A la caída de la tarde llegaron a un lugar donde el Camino se metía de pronto entre las sombras oscuras de unos pinos, precipitándose luego en un desfiladero de paredes de piedra roja, escarpadas y húmedas, Unos ecos resonaron mientras se adelantaban de prisa, y pareció oírse el sonido de muchos pasos, que venían de prisa detrás. De pronto, el camino desemboco otra vez en terreno despejado, saliendo del túnel como por una puerta de luz, Allí, al pie de una ladera muy inclinada, se extendía una llanura de una milla de largo, luego el Vado de Rivendel. En el otro lado había una loma escarpada, de color ocre, recorrida por un sinuoso sendero, y mas allá se superponían unas montañas altas, estribación sobre estribación, y cima sobre cima en el cielo pálido.
Detrás se oía todavía un eco, como si unos pasos vinieran siguiéndolos por el desfiladero; un sonido impetuoso, como si un viento soplara derramándose entre las ramas de los pinos. Glorfindel y Erzebeth se volvieron un momento a escuchar.
-¡Glorfindel!- dijo Erzebeth dándose vuelta y desenvainando su espada- ¡llévatelo de aquí! ¡El enemigo está sobre nosotros!
El caballo blanco se precipitó hacia delante. Los hobbits bajaron corriendo por la pendiente. Glorfindel y Trancos los siguieron como retaguardia. No habían cruzado aun la mitad del llano, cuando escucharon un galope de caballos. Saliendo del túnel de arboles que acababan de dejar apareció un Jinete Negro. Tiro de las riendas y se detuvo, balanceándose en la silla. Otro lo siguió, y luego otro, y en seguida otros dos.
-¡Erzebeth! ¡Erzebeth!- llamaba desesperado Trancos- ¿Dónde está Erzebeth?- la mujer había desaparecido junto con el caballo.
- ¡Corre, corre!- le grito Glorfindel a Frodo.
Frodo no obedeció inmediatamente, como dominado por una extraña indecisión. Llevando el caballo al paso, se volvió para mirar atrás. Los jinetes parecían alzarse sobre las grandes sillas como estatuas amenazadoras en lo alto de un cerro negro y macizo, mientras que todos los bosques y tierras de alrededor se desvanecían como en una niebla. De pronto el corazón le dijo a Frodo que los Jinetes estaban ordenándole en silencio que esperara. En seguida, y a la vez, el miedo y el odio despertaron en él. Soltó las riendas, echando mano a la empuñadura de la espada, la desenvaino con un relámpago rojo. Se escucharon las burlas de los Jinetes. En ese momento, de la nada salto un hermoso y enorme caballo negro, interponiéndose entre Frodo y los Jinetes, las burlas de estos se pagaron. Una hermosa mujer vestida de blanco montaba al animal, sus cabellos oscuros se movían con gracia por el viento que corría, el capuchón negro ya no cubría su rostro y alzaba una espada ornamentada que intensificaba la luz blanca que brillaba a través de la forma y vestidura de la mujer.
Los Jinetes retrocedieron un poco y lanzaron un terrible grito, y los caballos de estos comenzaron a relinchar y reparar. La luz de la mujer los contuvo por un momento. Se giro a hacia Frodo y fue entonces cuando el Hobbit pudo verle el rostro. Nunca antes había sido testigo de tanta belleza, los ojos grises que había visto la noche ahora eran verdes, eran realmente hermosos. Su piel no era pálida, tenía un color apiñonado y unos labios rosas y carnosos completaban ya la perfección de su rostro.
-¡Glorfindel! ¡Llámalo ahora! - ordeno Erzebeth y alzando su espada se precipitó hacia delante.
-Noro lim, noro lim, Asfaloth- dijo fuerte y claro Glorfindel en el lenguaje de los elfos. El caballo blanco también se precipitó hacia delante y corrió como el viento en una última vuelta del camino detrás de Erzebeth. Al mismo tiempo los caballos negros se lanzaron colina abajo persiguiéndolos, y se oyó nuevamente el grito terrible de los Jinetes. Otros gritos respondieron, y ante la desesperación de Frodo y sus amigos, cuatro Jinetes mas asomaron rápidamente entre los árboles y rocas que se veían a la izquierda a lo lejos. Dos fueron hacia Frodo; dos galoparon como enloquecidos hacia el Vado para cerrarle el paso, entonces Erzebeth se precipitó más aprisa para alcanzarlos y evitar que lo hicieran.
Frodo miro por encima de su hombro. Ya no veía a sus amigos. Los jinetes que venían detrás perdían terreno. Ni siquiera aquellas grandes cabalgaduras podían rivalizar en velocidad con los dos caballos élficos. Miro otra vez adelante y perdió toda esperanza de atravesar el Vado antes que los Jinetes emboscados salieran al encuentro. Erzebeth seguía adelantándose más y más.
El miedo dominaba ahora enteramente a Frodo. No pensó más en su espada. No lanzo ningún grito. Cerró los ojos y se aferro a las crines del caballo. El viento le silbaba en los oídos, y las campanillas del arnés se sacudían en un agudo repiqueteo. Un aliento helado lo traspaso como una espada, cuando en un último esfuerzo, como relámpago de fuego blanco, volando como si tuviera alas, el caballo élfico paso de largo ante el jinete más adelantado gracias a la ayuda de Erzebeth.
Frodo oyó el chapoteo del agua, que batía espumosa alrededor. Sintió como el caballo empujaba subiendo rápidamente, dejando el rio y escalando el sendero pedregoso. Trepaba ahora por la orilla escarpada. Había cruzado el Vado.
-¡Lo hemos conseguido Frodo, resiste solo un poco más!- anuncio Erzebeth mirando atrás. Pero los perseguidores venían cerca. En lo alto del barranco, Erzebeth se detuvo e hizo que su caballo diera media vuelta relinchando furiosamente. El caballo blanco se detuvo junto a ella. Había nueve Jinetes allí abajo, junto al agua, y Frodo se sintió desvanecer ante la amenaza de aquellas caras levantadas. No sabía de nada que pudiera impedirles cruzar también el Vado, y entendió que era inútil tratar de escapar por el largo e incierto camino que llevaba a los lindes de Rivendel. Entonces, Erzebeth se irguió aun mas, lucia majestuosa e imponente sobre aquel hermoso ejemplar negro tan diferente a las bestias de Mordor.
-¡Vallan por donde vinieron!- les ordeno con una voz fuerte y clara- no obtendrán nada aquí.
-Danos al mediano, mujer- dijo el Jinete que iba adelante.
-si lo quieres, te reto que atravieses el rio y vengas por el- dijo Erzebeth alzando su espada nuevamente mientras el viento que soplaba movía su larga cabellera negra haciéndola lucir más majestuosa de lo que ya era. Los jinetes respondieron con unas risas burlonas. Entonces el cabecilla que estaba ya en medio del Vado se enderezo amenazante sobre los estribos y alzó la mano. El caballo elfico se alzo resoplando. El primero de los caballos negros ya estaba cruzando la orilla.
En ese momento se oyó un rugido y un estruendo; un ruido de aguas turbulentas que venían arrastrando piedras. Frodo vio confusamente que el rio se elevaba, y que una caballería de olas empenachadas se acercaba aguas abajo. Unas llamas blancas parecían moverse en las cimas de las crestas, y hasta creyó ver en el agua unos jinetes blancos que cabalgaban caballos blancos con crines de espuma. Los tres Jinetes que estaban todavía en el medio del Vado, desaparecieron de pronto bajo las aguas espumosas. Los que venían detrás, retrocedieron espantados.
Exhausto, Frodo oyó gritos, y creyó ver, más allá de los Jinetes que titubeaban en la orilla, una figura brillante de luz blanca, y detrás unas pequeñas formas sombrías que corrían llevando fuegos, y las llamas rojizas refulgían en la niebla gris que estaba cubriendo el mundo.
Los caballos negros enloquecieron, y dominados por el miedo saltaron hacia adelante arrojando a los Jinetes a las aguas impetuosas. Los gritos penetrantes se perdieron en el rugido del rio, que arrastro a los Jinetes. Frodo sintió entonces que caía, y le pareció que el estruendo y la confusión crecían y lo envolvían llevándolo junto con sus enemigos.
Muchas gracias a los que han leido el primer capitulo, y sobre todo, a los que han colocado como favorita esta historia. De esta manera me siento motivada e inspirada a seguir escribiendo aunque me gustaria que tambien comentaran y me dieran sus puntos de vista hacerca de mi aporte a la historia, si les parece lo que estoy haciendo o simplemente para decir si les gusta o no, cualquier opinion es bien recibida y respetada.
Bueno, les dejo otro capitulo que espero y llene sus espectativas de la histora. Por favor comenteeen!! de otra manera no se si mi historia es buena o una reverenda basura.
Muchas gracias por seguir la historia, escribo con todo mi cariño para ustedes,
Besos.
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Frodo despertó y se encontró tendido en una cama. Al principio creyó que había dormido mucho, luego de una larga pesadilla que todavía flotaba en las márgenes de la memoria. ¿O quizá había estado enfermo? Pero el techo le parecía extraño: chato y con vigas oscuras, muy esculpidas. Se quedó acostado todavía un momento, escuchando el rumor de una casada.
-¿Dónde estoy, y qué hora es?- le pregunto en voz alta al techo.
-Es la casa de Elrond, y son las diez de la mañana del veinticuatro de octubre, si quieres saberlo- dijo una voz.
-¡Gandalf!- exclamó Frodo, incorporándose.
Allí estaba el viejo mago, sentado en una silla junto a la ventana abierta.
-Si- dijo Gandalf-, aquí estoy. Y tú tienes suerte de estar también aquí, luego de todos los disparates que hiciste últimamente.
Frodo se sentía demasiado cómodo y en paz. Estaba completamente despierto ahora, y recordaba los acontecimientos del viaje: el desastroso "atajo" por el bosque viejo, el accidente en el Poney Pisador, y la tontería de haberse puesto el anillo en la cañada, al pie de la Cima de los Vientos. Mientras pensaba todas estas cosas, tratando en vano de recordar qué había ocurrido luego y como había llegado a Rivendel, hubo un largo silencio, interrumpido sólo por las suaves bocanadas de la pipa de Gandalf, que lanzaba por la ventana anillos de humo blanco.
-¿Dónde está Sam?- pregunto al fin- ¿y los otros, como se encuentran?
-Sí, todos están sanos y salvos- respondió Gandalf-Sam estuvo aquí hasta que yo lo mande a descansar, hace una media hora.
-¿Qué paso en el Vado?- dijo Frodo- Parecía todo tan confuso, y todavía lo parece.
-Sí, lo creo. Empezabas a desaparecer- respondió Gandalf- La herida al fin estaba terminando contigo; pocas horas mas y no hubiésemos podido ayudarte. Pero hay en ti una notable resistencia, ¡mi querido Hobbit! Como mostraste en los Túmulos. Te salvaste por un pelo; quizá fue el momento más peligroso de todos. Ojala hubieses resistido en la Cima de los Vientos.
-Parece que ya sabes mucho- dijo Frodo- no le hable del Túmulo a los otros. Al principio era demasiado horrible, y luego hubo otras cosas en que pensar. ¿Cómo te enteraste?
-Has estado hablando en sueños, Frodo- dijo Gandalf gentilmente- Y no me ha sido difícil leerte los pensamientos y la memoria. ¡No te preocupes! Aunque hablé de "disparates", no lo dije en serio. Pienso bien de ti, y de los demás. No es poca hazaña haber llegado tan lejos y a través de tantos peligros y conservar todavía el anillo.
-No hubiese podido sin la ayuda de Trancos y
la mujer que me ayudo a llegar hasta acá- dijo Frodo intentando recordar su rostro.
-¡Erzebeth! Valla que has tenido la fortuna de conocer creatura más bella y peligrosa- dijo Gandalf esbozando una sonrisa.-. Tendremos un concilio tan pronto te encuentres bien. Por el momento solo te diré que estuve prisionero.
-¿tu?- exclamo Frodo.
.Sí, yo, Gandalf el Gris- dijo solemnemente el mago- Hay muchos poderes en el mundo, para el bien y para el mal. Muchos de ellos son más grandes que yo. Contra algunos todavía no me he metido. Pero mi tiempo se acerca. El señor de Morgul y los Jinetes Negros han dejado la guardia. ¡La guerra esta próxima!
-Entonces tu sabias de los Jinetes
antes de que yo los encontrara.
-sí, sabia de ellos. En verdad te hable de ellos una vez; los Jinetes Negros son los espectros que guardan el anillo, los nueve siervos del Señor de los Anillos. Pero yo ignoraba que hubiesen reaparecido, o te hubiera acompañado desde el principio. No tuve noticias de ellos hasta dejarte, en junio; pero esta historia tiene que esperar. Por el momento Aragorn y Erzebeth nos han salvado del desastre.
-Si- dijo Frodo- Fue Trancos quien nos salvó. Sin embargo, tuve miedo de el al principio. Creo que Sam nunca le tuvo confianza, por lo menos no hasta que encontramos a Glorfindel y a la dama Erzebeth.
Gandalf sonrió- se todo acerca de Sam-dijo- ya no tiene más dudas.
-Me alegra- dijo Frodo- pues he llegado de veras a apreciar a Trancos. Bueno, apreciar no es la palabra justa. Quiero decir que me es muy querido. Aunque a veces es raro, y torvo. En verdad me recuerda a ti a menudo. Yo no sabía que hubiese alguien así entre la Gente Grande.
-Pronto habrá fiesta y regocijo para celebrar la victoria en el Vado de Bruinen, y allí estarán todos ustedes ocupando sitios de Honor.
- ¡Esplendido!- dijo Frodo- Es maravilloso que Elrond, y Glorfindel y tan grandes señores y señoras, sin hablar de Trancos, se molesten tanto y sean tan bondadosos conmigo.
-Bueno, hay muchas razones para que así sea- dijo Gandalf sonriendo- Yo soy una buena razón, El anillo es otra; tú eres quien lleva el anillo. Y eres el heredero de Bilbo, que encontró el anillo. Ahora descansa un poco más.
Luego de esto se durmió rápidamente.
Frodo despertó de nuevo, y descubrió que ya no sentía necesidad de dormir o descansar de nuevo, y que en cambio tenía ganas de comer y beber, y quizá contar algunas historias y cantar. Salió de la cama y descubrió que podía utilizar el brazo casi como antes. Encontró preparadas unas ropas limpias de color verde que la caían de maravilla. En ese momento golpearon a la puerta, y entró Sam. Corrió hacia Frodo y le tomó la mano izquierda, torpe y tímidamente. La acaricio un momento con dulzura y luego enrojeció y se volvió enseguida para irse.
-¡Hola, Sam!- dijo Frodo.
-¡Esta caliente!- dijo Sam- quiero decir la mano de usted, señor Frodo. Ha estado tan fría en las largas noches. ¡Pero victoria y trompetas!- grito dando otra media vuelta con ojos brillantes y bailando- ¡Es maravilloso verlo de pie y recuperado del todo, señor! Gandalf me pidió que viniera a ver si usted podía bajar, y pensé que bromeaba.
-Estoy listo -dijo Frodo-. ¡Vamos a buscar a los demás!
-Puedo llevarlo hasta ellos, señor -dijo Sam-. Es una casa grande ésta y muy peculiar. A cada paso se descubre algo nuevo y nunca se sabe qué encontrará uno a la vuelta de un corredor. ¡Y elfos, señor Frodo! ¡Elfos por aquí y elfos por allá! Algunos como reyes, terribles y espléndidos, y otros alegres como niños. Y la música y el canto... aunque no he tenido tiempo ni ánimo para escuchar mucho desde que llegamos aquí. Pero empiezo a conocer los recovecos de la casa.
-Sé lo que has estado haciendo, Sam -dijo Frodo, tomándolo por el brazo-. Pero tienes que estar contento esta noche y prestar oídos a la alegría que te llega del corazón. ¡Vamos, muéstrame lo que hay a la vuelta de los corredores!
Sam lo llevó por distintos pasillos y luego escaleras abajo y por último salieron a un jardín elevado sobre la barranca escarpada del río. Los amigos de Frodo estaban allí sentados en un pórtico que miraba al este. Las sombras habían cubierto el valle, abajo, pero en las faldas de las montañas lejanas había aún un resto de luz. El aire era cálido. El sonido del agua que corría y caía en cascadas llegaba a ellos claramente y un débil perfume de árboles y flores flotaba en la noche, como si el verano se hubiese demorado en los
Jardines de Elrond.
-¡Hurra! -gritó Pippin incorporándose de un salto-. ¡He aquí a nuestro noble primo! ¡Abran paso a Frodo, Señor del Anillo!
-¡Calla! -dijo Gandalf desde el fondo sombrío del pórtico-. Las cosas malas no tienen cabida en este valle, pero aun así es mejor no nombrarlas. El Señor del Anillo no es Frodo, sino el amo de la Torre Oscura de Mordor, ¡cuyo poder se extiende otra vez sobre el mundo! Estamos en una fortaleza. Afuera caen las sombras.
-Gandalf ha estado diciéndonos cosas así, todas tan divertidas -dijo Pippin-. Piensa que es necesario llamarme al orden, pero de algún modo parece imposible sentirse triste o deprimido en este sitio. Tengo la impresión de que podría ponerme a cantar, si conociese una canción apropiada.
-Yo también cantaría -rió Frodo-. ¡Aunque por ahora preferiría comer y beber!
-Eso tiene pronto remedio -dijo Pippin-. Has mostrado tu astucia habitual levantándote justo a tiempo para una comida.
-¡Más que una comida! ¡Una fiesta! -dijo Merry-. Tan pronto como Gandalf informó que ya estabas bien, comenzaron los preparativos.
Apenas había acabado de hablar cuando un tañido de campanas los convocó al salón de la casa.
El salón de la casa de Elrond estaba colmado de gente: elfos en su mayoría, aunque había unos pocos huéspedes de otra especie. Elrond estaba sentado en un sillón a la cabecera de una mesa larga sobre el estrado; a un lado tenía a Glorfindel y al otro a Gandalf. Frodo los observó maravillado, pues nunca había visto a Elrond, de quien se hablaba en tantos relatos; y sentados a la izquierda y a la derecha, Glorfindel y Gandalf, a quienes creía conocer tan bien, se le revelaban como grandes y poderosos señores. Gandalf era de menor estatura que los otros dos, pero la larga melena blanca, la abundante barba gris y los anchos hombros, le daban un aspecto de rey sabio, salido de antiguas leyendas. En la cara trabajada por los años, bajo las espesas cejas nevadas, los ojos oscuros eran como carbones encastrados que de súbito podían encenderse y arder.
Glorfindel era alto y erguido, el cabello de oro resplandeciente, la cara joven y hermosa, libre de temores y luminosa de alegría; los ojos brillantes y vivos y la voz como una música; había sabiduría en aquella frente y fuerza en aquella mano.
El rostro de Elrond no tenía edad; no era ni joven ni viejo, aunque uno podía leer en él el recuerdo de muchas cosas, felices y tristes. Tenía el cabello oscuro como las sombras del atardecer y ceñido por una diadema de plata; los ojos eran grises como la claridad de la noche y en ellos había una luz semejante a la luz de las estrellas, sin duda alguna Erzebeth había heredado esos ojos. Parecía venerable como un rey coronado por muchos inviernos y vigoroso sin embargo como un guerrero probado en la plenitud de sus fuerzas. Era el Señor de Rivendel, poderoso tanto entre los elfos como entre los hombres.
En el centro de la mesa, apoyada en los tapices que pendían del muro, había una silla bajo un dosel y allí estaba sentada una hermosa dama -tan parecida a Elrond, bajo forma femenina, que no podía ser», pensó Frodo, «Sino una pariente próxima». Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos grises como una noche sin nube. Había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años. Le cubría la cabeza una red de hilos de plata entretejida con pequeñas gemas de un blanco resplandeciente, pero las delicadas vestiduras grises no tenían otro adorno que un cinturón de hojas cinceladas en plata.
Así vio Frodo a Arwen, hija de Elrond, a quien pocos mortales habían visto hasta entonces y de quien se decía que había traído de nuevo a la tierra la imagen viva de Lúthien; y la llamaban Undómiel, pues era la Estrella de la Tarde para su pueblo. Había permanecido mucho tiempo en Lórien, más allá de las montañas cerca de la tierra de su madre, y había regresado hacía poco a Rivendel, a la casa del padre. Pero los dos hermanos de Arwen y Erzebeth; Elladan y Elrohir, llevaban una vida errante y a menudo iban a caballo hasta muy lejos junto con los Montaraces del Norte; y jamás olvidaban los tormentos que la madre de ellos había sufrido por la tortura de los orcos.
Frodo no había visto ni había imaginado nunca belleza semejante en una criatura viviente, y el hecho de encontrarse sentado a la mesa de Elrond entre tanta gente alta y hermosa lo sorprendía y abrumaba a la vez. Aunque tenía una silla apropiada y contaba con el auxilio de varios almohadones, se sentía muy pequeño y bastante fuera de lugar; pero esta impresión pasó rápidamente. La fiesta era alegre y la comida todo lo que un estómago hambriento pudiese desear. Pasó un tiempo antes que mirara de nuevo alrededor o se volviera hacia la gente vecina. Buscó primero a sus amigos. Sam había pedido que le permitieran atender a su amo, pero le respondieron que por esta vez él era invitado de honor. Frodo podía verlo ahora junto al estrado, sentado con Pippin y Merry a la cabecera de una mesa lateral. No alcanzó a ver a Trancos ni a la dama Erzebeth.
Justo cuando comenzó a preguntarse donde se encontraban, la fiesta enmudeció unos instantes. Bajo el umbral de la puerta, vestida de azul turquesa se encontraba la única mujer que podía competir en belleza con la dama Arwen y que casualmente era su hermana. Una mujer alta y elegante, de un cabello tan oscuro como las noches sin estrellas y unos ojos grises idénticos a los de su padre, su piel de tono apiñonado como oscurecido por la exposición al sol realzaba su belleza. Su vestido no era lo que habitualmente usarían las elfas, era menos conservador y resaltaba más su perfecto físico. El vestido tenía una larga cola tan ligera que flotaba a cada paso que daba. El vestido era sujetado por unos tirantes adornados con tiras de cristales que llegaban hasta el escote de este y se unían para seguir en línea recta hasta una abertura que del lado derecho que iniciaba desde la altura del muslo. El cabello lo llevaba suelto y completamente lacio, sin ningún adorno. Y de su cuello colgaba una cadena plateada que sujetaba un dige en forma de hoja de color verde.
Así fue como Frodo conoció al fin a la dama Erzebeth, hija menor de Elrond, quien ahora ya no era una vaga idea en su cabeza al intentar recordar a la mujer que lo salvo de los espectros del anillo.
Erzebeth entro haciendo gala de su elegancia y tomo asiento al lado de Glorfindel, el cual, se levanto en gesto cortes para ayudarla a sentarse. Frodo miro como algunos de los presenten murmuraban y otros simplemente quedaban perplejos ante tanta belleza. Tener a la dama Arwen y a la dama Erzebeth en la misma habitación, hacia que todo lo demás luciera opaco y sin gracia.
-¿Han visto lo que lleva colgado del cuello?- exclamo una elfa de cabello rubio platinado, sentada frente a Frodo, lo que lo hizo salir de sus pensamientos- además, armar tanto escándalo por "esa" ninwen- dijo en tono despectivo y haciendo una mueca, unas elfas que la acompañaban apoyaron el comentario.- seguramente obtuvo ese dije la muy sinvergüenza entrando en la habitación del príncipe
-Mejor guarda tus comentarios, Adanessa- reprendió un elfo rubio sentado al lado de esta- recuerda en la casa de quien estamos, no creo que sea muy agradable que este comentario llegue a oídos del señor Elrond.- dijo por lo bajo, pero lo suficiente audible para que escucharan las demás elfas- y el que estés celosa de la dama Erzebeth no justifica tu comentario.
-pues la única manera de que se entere, es que tu vallas y le cuentes- respondió también por lo bajo la elfa- ¿y no será que estimas de mas a esa Ninwen?
-si me permiten mi señora- la interrumpió un enano de barbas y vestiduras blancas como la nieve, sentado al lado de Frodo- Creo que es muy inapropiado de su parte expresarse de tal manera de una de las hijas de el anfitrión de esta cena, y más aun, frente a invitados que tienen una cercana relación con la ofendida.- La elfa hizo una mueca de desagrado, y sin más, se levanto de la mesa e hizo una reverencia con la cabeza.
-con permiso- dijo- no me es muy grato estar sentada en la misma mesa con un enano- un par de elfas mas hicieron lo mismo y siguieron a la elfa hasta un rincón del comedor, donde esperaron que concluyera el banquete.
- Me siento muy apenado- dijo el elfo siguiendo con la mirada a la mujer- Ella es mi prima Adanessa, venimos del reino del bosque negro. Yo soy Círdanin, hijo de Dagnir.
-Mucho gusto Círdanin- contesto el enano haciendo una reverencia- Yo soy Glóin, para servirle a usted.- dijo inclinándose todavía más, tanto el elfo como el enano miraron a Frodo, el cual no tardo en presentarse.
-Yo soy Frodo, Frodo Bolson, para servirles a ustedes, y a las familias de ustedes.
-¿así que eres el heredero del gran Bilbo?- dijo el enano dándole una palmada en la espalda.
- ¿Me equivoco al pensar que es usted el Glóin, uno de los doce compañeros del Gran Thorin Escudo-de-Roble?- pregunto Frodo.
-No se equivoca -dijo el enano-Ha tenido usted aventuras muy extrañas, he oído -dijo Glóin-. No alcanzo a imaginarme qué motivo pueden tener cuatro hobbits para emprender un viaje tan largo. Nada semejante había ocurrido desde que Bilbo estuvo con nosotros. Pero quizá yo no debiera hacer preguntas tan precisas, pues ni Elrond ni Gandalf parecen dispuestos a hablar del asunto.
-Pienso que no hablaremos de eso, al menos por ahora - dijo Frodo cortésmente. Entendía que, aun en la casa de Elrond, el Anillo no era tema común de conversación y de cualquier modo deseaba olvidar las dificultades pasadas, por un tiempo.
-y dígame, Círdanin, ¿Cuál es la causa del comportamiento de su prima?- pregunto el enano cambiando de tema.
-Adanessa y la dama Erzebeth se conocían de hace ya cientos de años. La dama era enviada en ocasiones a las tierras del Bosque Negro, reino de los silvanos. Llevaba siempre las buenas noticias, por lo que nos era muy grato recibirle- el elfo hizo una breve pausa-Algunos aseguran que era enviada con otro propósito, dicen que lo que buscaba Lord Elrond y el Rey Trhanduil era un compromiso entre la dama Erzebeth y el menor de sus hijos. La última ocasión que le vimos fue antes de que tuviera esta hermosa transformación.
-¿Transformación?- pregunto sorprendido Frodo por la expresión.
-veo que sabe muy poco de las Ninwen, mi señor Frodo- dijo el enano- entre sus quinientos y mil años, las Ninwen no son seres fuera de lo común,- explicaba el enano - Yo no la conocí antes de esta imagen, pero supongo que para ser tan hermosa actualmente nunca fue una criatura común.
-Quinientos noventa y cinco años. Fue la primera vez que le vi. Ante los ojos de cualquiera pasaría por una humana de entre catorce y quince años-continuó Círdanin-, lucia tan fresca y hermosa. El cabello negro lo llevaba recogido en una larga trenza con listones dorados entretejidos. El vestido de un corte sencillo caía con gracia sobre su cuerpo que comenzaba a tomar forma de mujer. Era más baja de estatura y lucia frágil.- El elfo narraba maravillado- su sonrisa ilumino por completo los corazones de mi pueblo. En ese momento admiraban a la joven que se convertiría con el paso de los años en una de las criaturas más hermosas que ha pisado la Tierra Media.
>>Adanessa y Erzebeth jamás congeniaron, pero la dama Erzebeth siempre se mostro respetuosa y madura. Al parecer, los comentarios y burlas que recibía por parte de mi prima y sus amistades no le molestaban en lo más mínimo, pues ella no es de las que pierden el tiempo dándole importancia a los asuntos sin sentido.- Frodo miro hacia Erzebeth, estaba conversando con todos los de su alrededor, en especial con Glorfindel, extrañamente sus ojos se tornaron verdes nuevamente- Su última visita fue cuando contaba ya con novecientos ochenta y tres años. Ya comenzaba a ser como es actualmente, era más alta de estatura y su cuerpo ya no parecía tan frágil. Su rostro había cambiado también con el paso de los años, sus facciones se afinaron un poco más y sus ojos eran el principal atractivo.- Frodo miro curioso hacia Arwen y luego hacia Erzebeth, las dos eran parecidas pero a la vez diferente, y no dudaba mucho que eso también estuviera reflejado en la personalidad de ambas- El hijo menor de mi Rey, es más o menos de la edad de la dama Erzebeth, tal vez unos trescientos años mayor. La mayoría de las elfas jóvenes de mi reino quieren desposarse con él, no les importa mucho el hecho de que no sea el heredero al trono, lo único que quieren es casarse con el hijo mas apuesto del rey Thranduil. Aunque él no se muestra interesado en comprometerse con ninguna de las hermosas damas de mi reino, y al parecer, solo una mujer en este mundo ha logrado cautivarlo. Y es ahí donde entra el odio de mi prima hacia esa hermosa mujer- Los tres miraron en dirección a Erzebeth, quien seguía su plática tranquilamente con Glorfindel. Un elfo entro al salón y se acerco a ella; le dio lo que parecía ser una nota. La leyó y se levanto velozmente dispuesta a irse del salón sin ni siquiera despedirse.
-¡Erzebeth!- la llamo Lord Elrond, la mujer se detuvo y fue hasta su padre.- ¿A dónde te diriges con tanta prisa, y sin consultarme primero?
-Padre, con el debido respeto. Ya eh terminado mi cena, y ha surgido un problema que debo de ir a resolver-contesto Erzebeth sin dejar de sonreír.- y antes de que lo preguntes, no te diré que problema ha surgido por que es confidencial.
-pero Glorfindel se quedara solo, y al parecer tenían una agradable platica- insistió Elrond.
-Glorfindel podrá sobrevivir a mi ausencia- dijo impaciente por irse- prometo que mañana u otro día terminaremos nuestra agradable charla. Pero ¡por favor! Pierdo mi tiempo aquí. Sin ofender mi querido Glorfindel- aclaro al ver la expresión grave de su padre.- pero si tardo mas, tal vez ya no encuentre al mensajero- Beso a su padre en la frente y salió velozmente del salón.
-Ahora veo porque te preocupa, es una mujer indomable- le dijo entre risas Gandalf a Elrond, este solo sonrió.
-para mi fortuna y desgracia, es igual a su madre- dijo Elrond suspirando-Aunque creo que será más difícil desposarla con alguien.
-Tal vez no ha conocido a ese alguien que la cautive-dijo Glorfindel- pero el que logre conquistarla será el hombre más afortunado del mundo.
-Solo espero que no lo conozca en la misma situación que su madre y yo- dijo Elrond recordando-En una batalla, en medio de la guerra.
El banquete concluyó por fin. Elrond y Arwen se incorporaron y atravesaron la sala y los invitados los siguieron en orden. Las puertas se abrieron de par en par y todos salieron a un pasillo ancho y cruzaron otras puertas y llegaron a otra sala. No había mesas allí, pero un fuego claro ardía en una amplia chimenea entre pilares tallados a un lado y a otro. Frodo se encontró marchando al lado de Gandalf.
-Esta es la Sala del Fuego -dijo el mago-. Escucharás aquí muchas canciones y relatos, si consigues mantenerte despierto. Pero fuera de las grandes ocasiones la sala está siempre vacía y silenciosa y sólo vienen aquí quienes buscan tranquilidad y recogimiento. La chimenea está encendida todo el año, pero casi no hay otra luz.
Mientras Elrond entraba e iba hacia el asiento preparado para él, unos trovadores elfos comenzaron a tocar una música suave. La sala se fue llenando lentamente y Frodo observó con deleite las muchas caras hermosas que se habían reunido allí; la luz dorada del fuego jugueteaba sobre las distintas facciones y relucía en los cabellos. De pronto vio, no muy lejos del extremo opuesto del fuego, una pequeña figura oscura sentada en un taburete, la espalda apoyada en una columna. Junto a él, en el suelo, un tazón y un poco de pan. Frodo se preguntó si el personaje estaría enfermo (si alguien podía enfermarse en Rivendel), y no habría podido asistir al festín. Parecía dormir, la cabeza inclinada sobre el pecho, y ocultaba la cara en un pliegue del manto negro. Elrond se adelantó y se quedó de pie junto a la silenciosa figura.
-¡Despierta, pequeño señor! -dijo con una sonrisa. En seguida se volvió hacia Frodo y le indicó que se acercara-. He aquí llegada la hora que tanto has deseado, Frodo. He aquí un amigo que te ha faltado mucho tiempo.
La figura oscura alzó la cabeza y se descubrió la cara.
-¡Bilbo! -gritó Frodo reconociéndolo de pronto y dando un salto hacia adelante.
-¡Hola, Frodo, mi muchacho! -dijo Bilbo-. Así que llegaste al fin. Esperaba que tuvieras éxito. ¡Bueno, bueno! De modo que estos festejos son todos en tu honor, me han dicho. Espero que lo hayas pasado bien.
-¿Por qué no estuviste presente? - gritó Frodo -. ¿Y por qué no me permitieron que te viera antes?
-Porque estabas dormido. Pero yo te vi bastante. He estado sentado a tu lado junto con Sam todos estos días. Pero en cuanto a la fiesta, ya no frecuento mucho esas cosas. Y tenía otra cosa que hacer.
-¿Qué estabas haciendo?
-Bueno, estaba sentado aquí, meditando. Lo hago con frecuencia desde hace un tiempo y este sitio es en general el más adecuado. ¡Despierta, qué noticia! -dijo Bilbo guiñándole un ojo a Elrond. Frodo alcanzó a ver un centelleo en el ojo de Bilbo y no advirtió ninguna señal de somnolencia-. ¡Despierta! No estaba dormido, señor Elrond. Si quiere saberlo, han venido todos demasiado pronto de la fiesta y me han perturbado... mientras componía una canción. Me enredé en una línea o dos y estaba recomponiendo los versos, pero supongo que ahora ya no tienen remedio. He cantado tanto que las ideas se me fueron de la cabeza. Tendré que recurrir a mi amigo el Dúnadan para que me ayude. ¿Dónde está?
Elrond rió.-Lo encontraremos -dijo-. Luego los dos se irán a un rincón a acabar su tarea y nosotros la oiremos y la juzgaremos antes que terminen los festejos.
Se enviaron mensajeros en busca del amigo de Bilbo, aunque nadie sabía dónde estaba, ni por qué no había asistido al banquete.
Mientras tanto Frodo y Bilbo se sentaron y Sam se acercó rápidamente y se quedó junto a ellos. Frodo y Bilbo hablaron en voz baja, sin prestar atención a la alegría y a la música que estallaban en la sala de un extremo a otro. Bilbo no tenía mucho que decir de sí mismo. Luego de dejar Hobbiton había ido como sin rumbo, siguiendo a veces el camino, o cruzando los campos a un lado o a otro, pero de algún modo había caminado todo el tiempo hacia
Rivendel.
-Llegué aquí sin muchas aventuras -dijo-, y luego de un descanso fui hasta el valle acompañando a los enanos: mi último viaje. Ya no iré por los caminos. El viejo Balin había partido. Entonces volví aquí y aquí me he quedado hasta ahora. He estado ocupado. He seguido escribiendo mi libro. Y compuse algunas canciones, por supuesto. Las cantan aquí de vez en cuando: aunque sólo para complacerme, creo yo; pues no son bastante buenas para Rivendel, naturalmente. Y escucho y pienso. Aquí parece que el tiempo no pasara: existe, nada más. Un sitio notable desde cualquier punto de vista.
»Me han llegado toda clase de noticias de más allá de las montañas y del Sur, pero ninguna de la Comarca. He tenido noticias del Anillo, por supuesto. Gandalf ha estado aquí a menudo. Aunque no me contó gran cosa; en estos últimos años se ha vuelto cada vez más reservado. El Dúnadan me dijo más. ¡Imagínate mi Anillo causando tantos problemas! Es una lástima que Gandalf no lo hubiese averiguado antes. Yo mismo podía haberlo traído aquí hace mucho sin tantas dificultades. Pensé alguna vez en volver a buscarlo a Hobbiton, pero estoy poniéndome viejo y ellos no me dejarían: Gandalf y Elrond quiero decir. Parecen pensar que el enemigo revuelve cielo y tierra buscándome y que me haría picadillo si me sorprendiera al descubierto.
»Y Gandalf dijo: "Bilbo, el Anillo ha pasado a otro. No sería bueno para ti ni para nadie si te entremetieras otra vez." Curiosa observación, digna de Gandalf. Pero me dijo que cuidaba de ti, de modo que no me preocupé. Me hace terriblemente feliz verte sano y salvo.
Hizo una pausa y miró a Frodo como dudando.
-¿Lo tienes aquí? -preguntó en un murmullo-. No me aguanto de curiosidad, entiendes, luego de todo lo que he oído. Me gustaría mucho echarle un vistazo.
-Sí, lo tengo aquí -respondió Frodo, sintiendo de pronto una rara resistencia-. Tiene el mismo aspecto de siempre.
-Bueno, me gustaría verlo un momento, nada más -dijo Bilbo.
Mientras se vestía, Frodo había descubierto que le habían colgado al cuello el Anillo y que la cadena era nueva, liviana y fuerte. Sacó lentamente el Anillo. Bilbo extendió la mano. Pero Frodo retiró en seguida el Anillo. Descubrió con pena y asombro que ya no miraba a Bilbo; parecía como si una sombra hubiese caído entre ellos y detrás de esa sombra alcanzaba a ver una criatura menuda y arrugada, de rostro ávido y manos huesudas y temblorosas. Tuvo ganas de golpearla.
La música y los cantos de alrededor se apagaron de algún modo y hubo un silencio. Bilbo echó una rápida mirada a la cara de Frodo y se pasó una mano por los ojos.
-Ahora entiendo -dijo-. ¡Apártalo! Lo lamento; lamento que te haya tocado esa carga: lo lamento todo. ¿Las aventuras no terminan nunca? Supongo que no. Alguien tiene que llevar adelante la historia. Bueno, no puede evitarse. Me pregunto si valdrá la pena que termine mi libro. Pero no nos preocupemos por eso ahora. ¡Veamos las noticias! ¡Cuéntame de la Comarca!
Frodo ocultó el Anillo y la sombra pasó dejando apenas una hilacha de recuerdo. La luz y la música de Rivendel lo rodearon otra vez. Bilbo sonreía y reía, feliz. Todas las noticias que Frodo le daba de la Comarca -ahora de cuando en cuando aumentadas y corregidas por Sam - le parecían del mayor interés, desde la tala de un arbolito hasta las travesuras del niño más pequeño de Hobbiton. Estaban tan absortos en los acontecimientos de las Cuatro Cuadernas que no advirtieron la llegada de un hombre vestido de verde oscuro. Durante algunos minutos se quedó mirándolos con una sonrisa. De pronto Bilbo alzó los ojos.
-¡Ah, al fin llegaste, Dúnadan! - exclamó.
-¡Trancos! -dijo Frodo-. Parece que tienes muchos nombres.
-Bueno, Trancos nunca lo había oído hasta ahora -dijo Bilbo-. ¿Por qué lo llamas así?
-Así me llaman en Bree -dijo Trancos riéndose- y así fui presentado.
-¿Y por qué lo llamas tú Dúnadan? -preguntó Frodo.
-El Dúnadan - dijo Bilbo -. Así lo llaman aquí a menudo. Pensé que conocías bastante élfico como para entender dún-adan: Hombre del Oeste, Númenorean. ¡Pero no es momento de lecciones! -Se volvió hacia Trancos. - ¿Dónde has estado, amigo mío? ¿Por qué no asististe al festín? La Dama Arwen estaba presente.
Trancos miró gravemente a Bilbo. -Lo sé -dijo-, pero a menudo tengo que dejar la alegría a un lado. Elladan y Elrohir han vuelto inesperadamente de las Tierras Asperas y traían noticias que yo quería oír en seguida.
-Bueno, querido compañero -dijo Bilbo-, ahora que oíste las noticias, ¿puedes dedicarme un momento? Necesito tu ayuda en algo urgente. Elrond dice que mi canción tiene que estar terminada antes de la noche y me encuentro en un atolladero. ¡Vayamos a un rincón a darle un último toque!
Trancos sonrió. -¡Vamos! -dijo-. ¡Házmela escuchar!
Dejaron un rato a Frodo a solas consigo mismo, pues Sam dormía ahora, y el hobbit se sintió como aislado del mundo y bastante abandonado, aunque todas las gentes de Rivendel se apretaban alrededor. Pero quienes estaban más cerca callaban, atentos a la música de las voces y los instrumentos, sin reparar en ninguna otra cosa. Frodo se puso a escuchar. Al principio y tan pronto como prestó atención, la belleza de las melodías y de las palabras entrelazadas en lengua élfica, aunque entendía poco, obraron sobre él como un encantamiento. Le pareció que las palabras tomaban forma y visiones de tierras lejanas y objetos brillantes que nunca había visto hasta entonces se abrieron ante él; y la sala de la chimenea se transformó en una niebla dorada sobre mares de espuma que suspiraban en las márgenes del mundo. Luego el encantamiento fue más parecido a un sueño y en seguida sintió que un río interminable de olas de oro y plata venía acercándose, demasiado inmenso para que él pudiera abarcarlo; el río fue parte del aire vibrante que lo rodeaba, lo empapaba y lo inundaba. Frodo se hundió bajo el peso resplandeciente del agua y entró en un profundo reino de sueños. Allí fue largamente de un lado a otro en un sueño de música que se transformaba en agua corriente y luego en una voz. Parecía la voz de Bilbo, que cantaba un poema. Débiles al principio y luego más claras se alzaron las palabras.
El canto cesó. Frodo abrió los ojos y vio que Bilbo estaba sentado en el taburete en medio de un círculo de oyentes que sonreían y aplaudían.
-Ahora oigámoslo de nuevo -dijo un elfo.
Bilbo se incorporó e hizo una reverencia. -Me siento halagado, Lindir -dijo-. Pero sería demasiado cansado repetirlo de cabo a rabo.
-No demasiado cansado para ti -dijeron los elfos riendo-. Sabes que nunca te cansas de recitar tus propios versos. ¡Pero en verdad una sola audición no nos basta para responder a tu pregunta!
-¡Qué! -exclamó Bilbo-. ¿No podéis decir qué partes son mías y cuáles de Dúnadan?
-No es fácil para nosotros señalar diferencias entre dos mortales -dijo el elfo.
-Tonterías, Lindir -gruñó Bilbo-. Si no puedes distinguir entre un hombre y un hobbit, tu juicio es más pobre de lo que yo había imaginado. Son como guisantes y manzanas, así de diferentes.
-Quizás. A una oveja otra oveja le parece sin duda diferente -rió Lindir-. O a un pastor. Pero no nos hemos dedicado a estudiar a los mortales. Hemos tenido otras ocupaciones.
-No discutiré contigo -dijo Bilbo-. Tengo sueño luego de tanta música y canto. Dejaré que lo adivines, si tienes ganas.
Se incorporó y fue hacia Frodo. -Bueno, se terminó -dijo en voz baja-. Salí mejor parado de lo que creía. Pocas veces me piden una segunda audición. ¿Qué piensas tú?
-No trataré de adivinar -dijo Frodo sonriendo.
-No tienes por qué hacerlo -dijo Bilbo-. En realidad es todo mío. Aunque Aragorn insistió en que incluyera una piedra verde. Parecía creer que era importante. No sé por qué. Pensaba además que el tema era superior a mis fuerzas y me dijo que si yo tenía la osadía de hacer versos acerca de Eärendil en casa de Elrond era asunto mío. Creo que tenía razón.
-No sé -dijo Frodo-. A mí me pareció adecuado de algún modo, aunque no podría decirte por qué. Estaba casi dormido cuando empezaste y me pareció la continuación de un sueño. No caí en la cuenta de que estabas aquí cantando sino casi cerca del fin.
-Es difícil mantenerse despierto en este sitio, hasta que te acostumbras - dijo Bilbo-. Aparte de que los hobbits nunca llegarán a necesitar de la música y la poesía tanto como los elfos. Parece que los necesitaran como la comida o más. Seguirán así por mucho tiempo hoy. ¿Qué te parece si nos escabullimos y tenemos por ahí una charla tranquila?
-¿Podemos hacerlo? -dijo Frodo.
-Por supuesto. Esto es una fiesta, no una obligación. Puedes ir y venir como te plazca, si no haces ruido.
Se pusieron de pie y se retiraron en silencio a las sombras y fueron hacia la puerta. A Sam lo dejaron atrás, durmiendo con una sonrisa en los labios. A pesar de la satisfacción de estar en compañía de Bilbo, Frodo sintió una punzada de arrepentimiento cuando dejaron la Sala del Fuego. Cruzaban aún el umbral cuando una voz clara entonó una canción.
A Elbereth Gilthoniel,
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!
Frodo se detuvo un momento volviendo la cabeza. Elrond estaba en su silla y el fuego le iluminaba la cara como la luz de verano entre los árboles. Cerca estaba sentada la Dama Arwen. Sorprendido, Frodo vio que Aragorn estaba de pie junto a ella. Llevaba recogido el manto oscuro y parecía estar vestido con la cota de malla de los elfos y una estrella le brillaba en el pecho. Hablaban juntos. De pronto le pareció a Frodo que Arwen se volvía hacia la puerta y que la luz de los ojos de la joven caía sobre él desde lejos y le traspasaba el corazón.
Se quedó allí como esperando mientras las dulces sílabas de la canción élfica le llegaban como joyas claras de palabras y música.
-Es un canto a Elbereth -dijo Bilbo -. Cantarán esa canción y otras del Reino Bienaventurado muchas veces esta noche. ¡Vamos!
Fueron hasta el cuartito de Bilbo que se abría sobre los jardines y miraba al sur por encima de las barrancas del Bruinen. Allí se sentaron un rato, mirando por la ventana las estrellas brillantes sobre los bosques que crecían en las laderas abruptas y charlando en voz baja. No hablaron más de las menudas noticias de la Comarca distante, ni de las sombras oscuras y los peligros que los habían amenazado, sino de las cosas hermosas que habían visto juntos en el mundo, de los elfos, de las estrellas, de los árboles y de la dulce declinación del año brillante en los bosques. Alguien golpeó al fin la puerta.
-Con el perdón de ustedes -dijo Sam asomando la cabeza-, pero me preguntaba si necesitarían algo.
-Con tu perdón, Sam Gamyi -replicó Bilbo-. Sospecho que quieres decir que es hora de que tu amo se vaya a la cama.
-Bueno, señor, hay un Concilio mañana temprano, he oído, y hoy es el primer día que pasa levantado.
-Tienes mucha razón, Sam -rió Bilbo-. Puedes ir a decirle a Gandalf que Frodo ya se fue a acostar. ¡Buenas noches, Frodo! ¡Qué bueno ha sido verte otra vez! En verdad, para una buena conversación no hay nadie como los hobbits. Me estoy poniendo viejo y ya me pregunto si llegaré a ver los capítulos que te corresponderán en nuestra historia. ¡Buenas noches! Estiraré un rato las piernas, me parece, y miraré las estrellas de Elbereth desde el jardín. ¡Qué duermas bien!
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Erzebeth caminaba tranquilamente por los pasillos de la casa de su padre, llevaba puesta una capucha blanca. Siguió caminando casi hasta la entrada de la casa, giro en una esquina y se dirigió a la puerta del fondo. Sin llamar, la abrió y permaneció unos instantes bajo el umbral de la puerta, una tenue luz que provenía de la chimenea iluminaba su rostro.
-¡Valla, valla! Jamás creí vivir para ver a nuestra querida hermana con vestidos nuevamente. ¡Pero Erzebeth, mírate cómo has cambiado! El permanecer por mucho tiempo en Rivendel te está volviendo otra- dijo Elladan, el hermano mayor.
-Un poco de tela en la zona superior no te caería nada mal- dijo un poco serio Elrohir, gemelo de Elladan.
-y a ti un poco de madurez- contesto Erzebeth entrando a la sala y retirándose el capuchón de la cabeza.
-¿Cómo la soportas tanto Aragorn?- pregunto sarcásticamente Elrohir lanzándole a Erzebeth un cojín a la cara.
-Por esas acciones caes de mi gracia, Elrohir- dijo Erzebeth regresándole el cojín entre risas- ¿Qué noticias hay? ¿Tienen alguna aventura a la que los pueda acompañar?
-veo que Rivendel te ha aburrido mucho. ¿Te han tenido encerrada bajo llave en tu habitación? Yo lo haría- dijo Elrohir abrazando a su hermana.
-¡Muy gracioso, querido hermano!- dijo Erzebeth dándole un puñetazo en el pecho
-¡Oye! Eso dolió- se quejo mientras Aragorn y Elladan se burlaban- ¿pues qué te ponen a hacer para que estés tan fuerte? Recuerdo que eras una jovencita escuálida y sin forma, parecía que con solo tocarte te romperías, y ahora, yo soy el que me puedo romper si te toco.
-¡estas hermosa, hermana! Me da tanta alegría verte- dijo Elladan acariciando su rostro- Tienes la misma sonrisa de nuestra madre, aunque, tu mirada sigue reflejando tristeza y soledad. ¿Qué es lo que causa tal tristeza a mi bella hermana?
-nada que no sepas.- contesto con una tristeza en su voz- pero ahora soy tan feliz de verlos, de tener a mis amados aquí, reunidos en la misma sala, y eso te incluye a ti Aragorn.
-claro, al parecer ahora también nos ha robado el corazón de nuestra pequeña hermana- dijo Elrohir en un tono burlón- No te basta con habernos quitado el amor de nuestra querida Arwen, ese amor que nos retiro para dártelo todo a ti .
-hasta yo lo haría- rio Erzebeth- pero a mi vida no ha llegado nadie que les pueda quitar el privilegio de mi amor.
-Eres una mentirosa- Elrohir había tomado asiento en una silla cercana- Nos han platicado que has pasado mucho tiempo con Glorfindel, y tú no eres de las que anda sola con un hombre por más de una hora tiempo.
-¿Yo? ¿Con Glorfindel? claro que no, Glorfindel y yo solo somos buenos amigos, platicamos bien y nada más. No sé de dónde sacaron eso. Casi no conozco sus gustos o preferencias.- dijo sin ocultar su rechazo a esa idea.
-el está aquí- dijo Aragorn burlonamente- nunca es tarde para conocer.
-¿De verdad está aquí?- pregunto emocionado Elrohir- vamos Elladan, deberíamos de ir a hablar con él y que se decida de una vez. Claro que si yo fuera él, me andaría con más cuidado, nunca sabes en qué momento Erzebeth te brincara encima.
-O su espada terminara en tu cuello- secundo Aragorn.
-Gracias, Aragorn- dijo con una falsa sonrisa.
-No, lo que se tenga que dar, se dará en su tiempo- contesto Elladan.-No hay por qué precipitar las cosas.
-la verdad es que no quiero saber de hombres por mucho tiempo, no después de lo ocurrido- dijo Erzebeth desviando su mirada hacia el fuego- la herida sigue abierta aun, y no creo que sane en muchos años. Un hombre no es la opción para intentar cicatrizar.
-Eso ya paso Erzebeth- Elladan se aproximo a su hermana y la tomo por los hombros- tu vida debe continuar, no puedes quedar marcada por un hecho para la eternidad. No todos son iguales y no todo tiene que pasar de la misma forma.
-exacto, no todos son iguales- dijo Erzebeth- unos son peores que otros, y hacen las cosas de diferente manera, pero al final terminan haciendo lo mismo.
-Nosotros jamás haríamos algo así- dijo Elrohir aproximándose a Erzebeth.- y no por un hecho vas a generalizar. Siempre te lo advertimos, mi padre estaba en desacuerdo.- hizo una pausa y miro fijamente a su hermana- Te cegó y creó un mundo que jamás existió, y por desgracia creíste en todo lo que te dijo, pero de errores es cómo vas madurando, y tus experiencias son las que te hacen crecer. Mi amada Erzebeth, hay muchos hombres y elfos honorables en este mundo, y no por un canalla vas a quedar marcada de por vida y sin darte una oportunidad con alguien.
-Elrohir tiene razón- secundo Elladan- tienes toda una vida por delante, y tienes muchos errores más que cometer. No por tus experiencias pasadas vivirás con miedo a seguir equivocándote, ¿Qué aprendes de la vida si no cometes errores? Cuando caemos, debemos aprender a levantarnos.
-Tú siempre has demostrado ser guerrera por naturaleza.-dijo Elrohir acariciando la mejilla de Erzebeth- No pierdas la guerra solo por una batalla que no término a tu favor, lucha por lo que quieres y no dejes tus sueños a un lado- concluyo.
-les prometo que ese será un capítulo de mi vida que dejare atrás- dijo Erzebeth esbozando una sonrisa.
-no nos prometas nada a nosotros, prométetelo a ti misma- dijo Elladan besando la frente de su hermana menor- Es hora de partir, nos veremos pronto.
-¿Cómo? ¿Esque ya se van?- pregunto desconcertada- Pero si acaban de llegar ¿No esperaran a mañana?
-Sabemos lo del concilio, Erzebeth, pero no podemos retrasarnos aquí cuando el enemigo anda suelto- dijo con tristeza Elladan.
-Llévenme con ustedes- pidió Erzebeth-Quiero aventuras, estoy harta de estar aquí.
-Creo que ya tuviste suficiente, esa hazaña con los espectros del anillo no ha sido solo un paseo- dijo Elrohir abrazando a su hermana- tal vez en otra ocasión. No dudamos de tus capacidades, hermana, pero no queremos quitarle su felicidad a mi padre.
-Arwen y tu son lo que lo mantienen aquí, en la Tierra Media- dijo Elladan- Pronto llegara tu momento de tener una aventura.
-Jamás me dejaría, me sobreprotege demasiado.
-sabemos que ya no eres una niña, y eso también lo debe de entender nuestro padre. Pero esta misión no es para ti, pronto llegara la tuya y al final nos encontraremos- la animo Elladan- Bueno, es momento de partir. Solo queríamos verte un momento. Aragorn, cuídala mucho- pidió Elladan.
-Mejor cuídate mucho de ella- se burlo Elrohir- ese golpe lo llevare de recuerdo unas semanas, creo que me dejara marca.
-eso te lo tienes muy merecido- dijo Erzebeth abrazando por última vez a sus hermanos- cuídense y recuerden lo mucho que los amo.
Los cuatro salieron de la sala en dirección a la entrada de la ciudad. Ahí, Elladan y Elrohir montaron sus caballos y desaparecieron en la oscuridad del camino. Aragorn regreso a donde los demás, mientras Erzebeth daba un paseo por los jardines colocándose nuevamente el capuchón.
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espero sus comentarios :) Bexxosss!!
Les dejo aqui otro capitulo, aunque estoy un poco triste de que son muy pocos los que me han dejado comentarios (se los agradesco de todo corazon chicos), eso me da a entender de que no les gusta : (... pero bueno, seguire por esos pocos que estan siguiendola y que les ha gustado hasta el momento. Muchas graciaaaas!!! Disfrutenlo y espero sus comentarios al final. Besoos!!
A la mañana siguiente Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien. Caminó a lo largo de las terrazas que dominaban las aguas tumultuosas del Bruinen y observó el sol pálido y fresco que se elevaba por encima de las montañas distantes proyectando unos rayos oblicuos a través de la tenue niebla de plata; el rocío refulgía sobre las hojas amarillas y las telarañas centelleaban en los arbustos. Sam caminaba junto a Frodo, sin decir nada, pero husmeando el aire y mirando una y otra vez con ojos asombrados las grandes elevaciones del este. La nieve blanqueaba las cimas.
En una vuelta del sendero, sentados en un banco tallado en la Piedra, tropezaron con Gandalf y Bilbo que conversaban, abstraídos.
-¡Hola! ¡Buenos días! -dijo Bilbo-. ¿Listo para el gran Concilio?
-Listo para cualquier cosa -respondió Frodo-. Pero sobre todas las cosas me gustaría caminar un poco y explorar el valle. Me gustaría visitar esos pinares de allá arriba. -Señaló las alturas del lado norte de Rivendel.
-Quizás encuentres la ocasión más tarde -dijo Gandalf-. Hoy hay mucho que oír y decidir.
De pronto mientras caminaban se oyó el claro tañido de una campana.-Es la campana que llama al Concilio de Elrond -exclamó Gandalf -. ¡Vamos! Se requiere tu presencia y la de Bilbo.
Frodo y Bilbo siguieron rápidamente al mago a lo largo del camino serpeante que llevaba a la casa; detrás de ellos trotaba Sam, que no estaba invitado y a quien habían olvidado por el momento.
Gandalf los llevó hasta el pórtico donde Frodo había encontrado a sus amigos la noche anterior. La luz de la clara mañana otoñal brillaba ahora sobre el valle. El ruido de las aguas burbujeantes subía desde el espumoso lecho del río. Los pájaros cantaban y una paz serena se extendía sobre la tierra. Para Frodo, la peligrosa huida, los rumores de que la oscuridad estaba creciendo en el mundo exterior, le parecían ahora meros recuerdos de un sueño agitado, pero las caras que se volvieron hacia ellos a la entrada de la sala eran graves. Elrond estaba allí y muchos otros que esperaban sentados en Silencio, alrededor. Frodo vio a Glorfindel y Glóin; y en un rincón estaba sentado Trancos, envuelto otra vez en aquellas gastadas ropas de viaje. Erzebeth era la única mujer, la dama Arwen no se encontraba en el lugar. Elrond le indicó a Frodo que se sentara junto a él y lo presentó a la compañía, diciendo:
-He aquí, amigos míos, al hobbit Frodo, hijo de Drogo. Pocos han llegado atravesando peligros más grandes o en una misión más urgente.
Luego señaló y nombró a todos aquellos que Frodo no conocía aún. Había un enano joven junto a Glóin: su hijo Gimli. Al lado de Glorfindel se alineaban otros consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y junto a él se encontraba Galdor, un elfo de los Puertos Grises a quien Cirdan, el carpintero de barcos, le había encomendado una misión. A unos asientos de Erzebeth estaba también un elfo hermoso de rostro y cabellos dorados, vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte. Y sentado un poco aparte había un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria. Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad aunque las ropas eran ricas y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un largo viaje. De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra blanca; el cabello le llegaba a los hombros. Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas. Examinó a Frodo y Bilbo con repentino asombro.
-He aquí -dijo Elrond volviéndose hacia Gandalf - a Boromir, un hombre del Sur. Llegó en la mañana gris y busca consejo. Le pedí que estuviera presente, pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.
No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio. Se dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior, especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las montarías. De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores.
-¡El Anillo! ¿Qué haremos con el Anillo, el más insignificante de los Anillos, la fruslería que es un capricho de Sauron? Ese es el destino que hemos de considerar.
>>Para este propósito han sido llamados. Llamados, digo, pero yo no los he llamado, no les he dicho que vinieran a mí, extranjeros de tierras lejanas. Han venido en un determinado momento y aquí están todos juntos, parecía que por casualidad, pero no es así. Crean en cambio que ha sido ordenado de esta manera: que nosotros, que estamos sentados aquí y no otras gentes, encontremos cómo responder a los peligros que amenazan al mundo.
Todos escucharon mientras la voz clara de Elrond hablaba de Sauron y los Anillos de Poder y de cuando fueron forjados en la Segunda Edad del Mundo, mucho tiempo atrás. Algunos conocían una parte de la historia, pero nadie del principio al fin, y muchos ojos se volvieron a Elrond con miedo y asombro mientras les hablaba de los herreros elfos de Eregion y de la amistad que tenían con las gentes de Moria y de cómo deseaban conocerlo todo y de cómo esta inquietud los hizo caer en manos de Sauron. Pues en aquel tiempo nadie había sido testigo de maldad alguna, de modo que recibieron la ayuda de Sauron y se hicieron muy hábiles, mientras que él en tanto aprendía todos los secretos de la herrería y los engañaba forjando secretamente en la Montaña de Hierro el Anillo Unico, para dominarlos a todos. Pero Celebrimbor entró en sospechas y escondió los Tres que había fabricado; y hubo guerra y la tierra fue devastada y las puertas de Moria se cerraron.
Durante todos los años que siguieron, Celebrimbor buscó la pista del Anillo; pero como esa historia se cuenta en otra parte y Elrond mismo la ha anotado en los archivos de Rivendel, no se la recordará aquí. Es una larga historia, colmada de grandes y terribles aventuras, y aunque Elrond la contó brevemente, el sol subió en el cielo y la mañana ya casi había pasado antes que él terminara. Habló de Númenor, de la gloria y la caída del reino y de cómo habían regresado a la Tierra Media los Reyes de los hombres, traídos desde los abismos del océano en alas de la tempestad. Luego Elendil el Alto y sus poderosos hijos, Isildur y Anárion, llegaron a ser grandes señores y fundaron en Arnor el Reino del Norte y Gondor, cerca de las bocas del Anduin, el Reino del Sur. Pero Sauron de Mordor los atacó y convinieron la Ultima Alianza de los elfos y los hombres y las huestes de Gil-galad y Elendil se reunieron en Arnor.
Elrond dejó de hablar y en seguida Boromir se puso de pie, alto y orgulloso.
-Permítame ante todo, Lordr Elrond -comenzó-, decir algo más de Gondor, pues yo vengo en verdad del país de Gondor. Y será bueno que todos sepan lo que pasa allí.
>>No crean que en las tierras de Gondor se haya extinguido la sangre de Númenor, ni que todo el orgullo y la dignidad de aquel pueblo hayan sido olvidados. Nuestro valor ha contenido a los bárbaros del Este y al terror de Morgul, y sólo así han sido aseguradas la paz y la libertad en las tierras que están detrás de nosotros, el baluarte del Oeste. Pero si ellos tomaran los pasos del río, ¿qué ocurriría?
>>Sin embargo esta hora, quizá, no esté muy lejos. El Enemigo Sin Nombre ha aparecido otra vez. El humo se alza una vez más del Orodriun, que nosotros llamamos Montaña del Destino. El poder de la Tierra Tenebrosa crece día a día, acosándonos. El enemigo volvió y nuestra gente tuvo que retirarse de Ithilien, nuestro hermoso dominio al este del río, aunque conservamos allí una cabeza de puente y un grupo armado. Pero este mismo año, en junio, nos atacaron de pronto, desde Mordor, y nos derrotaron con facilidad. Eran más numerosos que nosotros, pues Mordor se ha aliado a los Hombres del Este y a los crueles Haradrim, pero no fue el número lo que nos derrotó. Había allí un poder que no habíamos sentido antes.
>>Algunos dijeron que se lo podía ver, como un gran jinete negro, una sombra oscura bajo la luna. Cada vez que aparecía, una especie de locura se apoderaba de nuestros enemigos, pero los más audaces de nosotros sentían miedo, de modo que los caballos y los hombres cedían y escapaban. De nuestras fuerzas orientales sólo una parte regresó, destruyendo el único puente que quedaba aún entre las ruinas de Osgiliath.
>>Yo estaba en la compañía que defendió el puente, hasta que lo derrumbamos detrás de nosotros. Sólo cuatro nos salvamos, nadando: mi hermano y yo, y otros dos. Pero continuamos la lucha, defendiendo toda la costa occidental del Anduin, y quienes buscan refugio detrás de nosotros nos alaban cada vez que alguien nos nombra. Muchas alabanzas y poca ayuda.
Sólo los caballeros de Rohan responden a nuestros llamados.
>>En esta hora nefasta he recorrido muchas leguas peligrosas para llegar a Elrond; he viajado ciento diez días, solo. Pero no busco aliados para la guerra. El poder de Elrond es el de la sabiduría y no el de las armas, dicen. He venido a pedir consejo y a descifrar palabras difíciles. Pues en la víspera del ataque repentino mi hermano durmió agitado y tuvo un sueño, que después se le repitió otras noches y que yo mismo soñé una vez.
>>En ese sueño me pareció que el cielo se oscurecía en el este y que se oía un trueno creciente, pero en el oeste se demoraba una luz pálida y de esta luz salía una voz remota y clara, gritando:
Busca la espada quebrada
que está en Imladris;
habrá concilios más fuertes
que los hechizos de Morgul.
Mostrarán una señal
de que el Destino está cerca:
el Daño de Isildur despertará,
y se presentará el Mediano.
>>No comprendimos mucho estas palabras y consultamos a nuestro padre, Denethor, Señor de Minas Tirith, versado en cuestiones de Gondor. Lo único que consintió en decirnos fue que Imladris era desde tiempos remotos el nombre que daban los elfos a un lejano valle del norte, donde vivían Elrond y el Medio Elfo, los más grandes maestros del saber. Entonces mi hermano, entendiendo nuestra desesperada necesidad, decidió tener en cuenta el sueño y buscar a Imladris, pero el camino era peligroso e incierto y yo mismo emprendí el viaje. Mi padre me dio permiso de mala gana y durante largo tiempo anduve por caminos olvidados, buscando la casa de Elrond, de la que muchos habían oído hablar, pero pocos sabían dónde estaba.
-¡Saca el Anillo, Frodo! -dijo Gandalf con tono solemne-. El momento ha llegado. Muéstralo y Boromir entenderá el resto del enigma.
Hubo un murmullo y todos volvieron los ojos hacia Frodo, que sentía de pronto vergüenza y temor. No tenía ninguna gana de sacar el Anillo y le repugnaba tocarlo. Deseó estar muy lejos de allí. El Anillo resplandeció y centelleó mientras lo mostraba a los otros alzando una mano temblorosa. Lo coloco en el centro sobre un pedestal de piedra. Todos miraron el pequeño anillo. Pronto, el ambiente se sintió más pesado y los presentes se sintieron inquietos y asustados.
-¡Mirad el Daño de Isildur! -dijo Elrond.
Los ojos de Boromir relampaguearon mientras miraba el Anillo dorado.-Con que es verdad- susurro- ¡Es un regalo!- dijo- un regalo para los enemigos de Mordor ¿Por qué no usar este anillo? Mucho tiempo lleva mi padre, el guardia de Gondor, deteniendo las fuerzas de Mordor. La sangre de nuestra gente mantiene las tierras de ustedes seguras.- Aragorn se movió incomodo en su asiento, el discurso de Boromir le parecía inapropiado y eso lo disgusto.- Den a Gondor el arma del enemigo ¡Déjennos usarlo contra él!
-¡No puedes usarlo!- dijo Aragorn desde el rincón- Ninguno de nosotros puede.-Boromir se giro y lo miro con superioridad.- El anillo único solo obedece a Sauron. No tiene otro dueño.
-¿Y que puede saber un montaraz de este asunto?- pregunto haciendo notar su desagrado.
-El no es un montaraz ordinario- se levanto Legolas enfrentándolo- El es Aragorn, hijo de Arathorn. Le debes tu lealtad.
-Aragorn- repitió con sorpresa.- ¿este es el heredero de Isildur?
-Y heredero al trono de Gondor- agrego Erzebeth. Para algunos de los presentes, incluyendo a Frodo, era algo sorprendente esa declaración.
-Gondor no tiene Rey- dijo mirando a Legolas retadoramente-Gondor no necesita un rey- intento intimidar del mismo modo a Erzebeth, pero ni Legolas ni Erzebeth se dejaron vencer y permanecieron firmes mientras Boromir regresaba a su lugar y contemplaba desde ahí a Aragorn con una mirada de odio.
-Aragorn tiene razón, no podemos usarlo- dijo Gandalf
Galdor volviéndose a Elrond le dijo- Los Sabios pueden tener buenas razones para creer que el trofeo del Mediano es en verdad el Gran Anillo largamente discutido, aunque pueda parecer inverosímil a aquellos que saben menos. ¿Pero no oiremos las pruebas? Y haré otra pregunta. ¿Qué hay de Saruman? Es muy versado en la ciencia de los Anillos y sin embargo no se encuentra entre nosotros. ¿Qué nos aconseja, si está enterado?
-Algunos, Galdor -dijo Gandalf -, pensarían que la persecución de Frodo basta para probar que el trofeo del Mediano es de mucha importancia para el enemigo. Sin embargo, es un anillo. ¿Entonces? Los Nazgûl guardan los Nueve. Los Siete han sido tomados o destruidos. -Al oír esto Glóin se sobresaltó, pero no dijo una palabra. - Los Tres, sabemos qué pasa. ¿Qué es entonces este otro anillo que él tanto desea?
>>Hay en verdad un amplio espacio de tiempo entre el río y la montaña, entre la pérdida y el hallazgo. Pero la laguna que había en la ciencia de los Sabios ha sido llenada al fin. Aunque con demasiada lentitud. Pues el enemigo ha estado siempre cerca, más cerca de lo que yo temía. Y quiso la buena ventura que hasta este año, este último verano, parece, no averiguara toda la verdad.
>>Algunos aquí recordarán que hace muchos años me atreví a cruzar las puertas del Nigromante en Dol Guldur; examiné secretamente sus costumbres y descubrí que nuestros temores tenían fundamento; el Nigromante no era otro que Sauron, nuestro antiguo enemigo, que de nuevo tomaba forma y poder. Algunos recordarán también que Saruman nos disuadió de que emprendiéramos acciones contra él y por mucho tiempo nos contentamos con vigilarlo. Al fin, mientras la sombra crecía, Saruman fue cediendo y el Concilio se esforzó realmente y consiguió que el mal dejara el Bosque Negro... y esto ocurrió el mismo año en que se descubrió el Anillo. Rara casualidad, si fue casualidad.
>>Pero ya era demasiado tarde, como Elrond había previsto. Sauron también había estado observándonos, y se había preparado para resistir nuestro ataque, gobernando Mordor desde lejos por medio de Minas Morgul, donde vivían los Nueve sirvientes, hasta que todo estuviese dispuesto. Luego cedió terreno ante nosotros, pero era una huida fingida y poco después llegó a la Torre Oscura y allí se manifestó abiertamente. Entonces el Concilio se reunió de nuevo, pues ahora sabíamos que estaba buscando el Único, aún con mayor avidez. Temimos entonces que supiera algo del Anillo que nosotros ignorábamos. Pero Saruman dijo no, repitiendo lo que ya nos había dicho antes: que el Unico nunca aparecería de nuevo en la Tierra Media.
-Me equivoqué entonces -dijo-. Me dejé acunar por las palabras de Saruman el Sabio, pero yo tenía que haber averiguado antes, y el peligro sería menor.
-Todos nos equivocamos -dijo Elrond- y si no hubiese sido por tu vigilancia quizá las Tinieblas ya habrían caído sobre nosotros. ¡Pero continúa!
-Desde el principio tuve malos presentimientos, a pesar de las supuestas evidencias -dijo Gandalf - y quise saber cómo había llegado esta cosa a Gollum y cuánto tiempo la había tenido consigo. Monté pues una guardia pensando que no tardaría en salir de las tinieblas en busca de su tesoro. Salió, pero consiguió escapar y no pudimos encontrarlo. Después, ay, descuidé el asunto y me contenté con observar y esperar como hemos hecho demasiado a menudo.
>>Pasó el tiempo y trajo muchas preocupaciones y al fin mis dudas despertaron y se encontraron convertidas en miedo. ¿De dónde venía el Anillo del hobbit? Y si mi miedo estaba justificado, ¿qué haríamos entonces? Había que decidirse. Pero no le hablé de mis temores a nadie, sabiendo qué peligroso podía ser un susurro intempestivo, si llegaba a oídos equivocados. En el curso de las largas guerras con la Torre Oscura la traición ha sido nuestro mayor enemigo.
>>Eso fue hace diecisiete años. Muy pronto advertí que espías de toda clase, aun bestias y pájaros, se habían reunido alrededor de la Comarca, y mis temores crecieron. Pedí ayuda a los Dúnedain, que doblaron la guardia, y abrí mi corazón a Aragorn, el heredero de Isildur.
-Y yo -dijo Aragorn- aconsejé que diéramos caza a Gollum, aunque fuera demasiado tarde. Y como parecía justo que el heredero de Isildur reparara la falta de Isildur, acompañé a Gandalf en la larga y desesperanzada persecución.
Luego Gandalf contó cómo habían explorado de extremo a extremo las Tierras Ásperas, hasta las mismas Montañas de Sombra y las defensas de Mordor.
-Allí nos llegaron rumores de Gollum y supusimos que vivía en las lomas oscuras desde hacía tiempo, pero nunca lo encontramos y al fin me desesperé. Y esa misma desesperación me llevó a pensar en una prueba que podía hacer innecesario ir en busca de Gollum. El anillo mismo podía decir si era el Unico. Recordé unas palabras que había oído en el Concilio, palabras de Saruman a las que no había prestado mucha atención en aquel entonces. Las oía ahora claramente en mi corazón.
>>"Los Nueve, los Siete, y los Tres", nos dijo, "tienen todos una gema propia. No el Unico. Es redondo y sin adornos, como si fuese de menor importancia, pero el hacedor del Anillo le grabó unas marcas que quizá las gentes versadas aún podrían ver y leer".
>>No nos dijo qué eran esas marcas. ¿Quién podía saberlo? El hacedor. ¿Y Saruman? Por mayor que fuera su ciencia, debía de haber una fuente. ¿En qué mano, exceptuando a Sauron, había estado esta cosa, antes que se perdiera? Sólo en la mano de Isildur.
>>Junto con este pensamiento, abandoné la caza y pasé rápidamente a Gondor. En otras épocas los miembros de mi orden eran bien recibidos allí, pero sobre todo Saruman, que fue durante mucho tiempo huésped de los Señores de la Ciudad. El Señor Denethor me recibió más fríamente que en aquella época y me permitió de mala gana que buscara en el montón de pergaminos y libros.
>>"Sí en verdad sólo buscas, como dices, registros de días antiguos y de los comienzos de la ciudad, ¡lee!", me dijo. "Para mí, lo que fue es menos oscuro que lo que viene y esa es mi preocupación. Pero a no ser que tu ciencia supere a la de Saruman, que estudió aquí mucho tiempo, no encontrarás nada que no me sea conocido, pues soy maestro del saber en esta ciudad."
>>Así dijo Denethor. Y sin embargo hay allí en sus archivos muchos documentos que ya pocos son capaces de leer, ni siquiera los maestros, pues la escritura y la lengua se han vuelto oscuras para los hombres más recientes. Y a ti te digo, Boromir: encontrarás en Minas Tirith un pergamino de la mano misma de Isildur que nadie ha leído desde la caída de los Reyes, excepto Saruman y yo. Pues Isildur no se retiró directamente de la guerra en Mordor, como han dicho algunos.
-Algunos en el Norte, quizás -interrumpió Boromir-. Todos saben en Gondor que primero fue a Minas Anor y allí habitó un tiempo con su sobrino Meneldil, instruyéndolo, antes de encomendarle el reinado del Sur. En ese tiempo plantó allí el último retoño del Árbol Blanco, en memoria de su hermano.
-Pero en ese tiempo escribió también este pergamino -dijo Gandalf- y eso no se recuerda en Gondor, parece. Pues el pergamino se refiere al Anillo y ahí ha escrito Isildur:
El Gran Anillo pasará a ser ahora una herencia del Reino del Norte; pero
los documentos sobre él serán dejados en Gondor, donde también viven
los herederos de Elendil, para el tiempo en que el recuerdo de estos
importantes asuntos pudiera debilitarse.
»Luego de estas palabras Isildur describe el Anillo, tal como lo encontró:
Estaba caliente cuando lo tomé, caliente como una brasa y me quemé la
mano, tanto que dudo que pueda librarme alguna vez de ese dolor. Sin
embargo se ha enfriado mientras escribo y parece que se encogiera,
aunque si n perder belleza ni forma. Ya la inscripción que lleva el Anillo,
que al principio era clara corno una llama, se ha borrado y ahora apenas
puede leerse. Los caracteres son élficos, de Eregion, pues no hay letras
en Mordor para un trabajo tan delicado, pero el lenguaje me es
desconocido. Pienso que se trata de una lengua del País Tenebroso,
pues es grosera y bárbara. Ignoro que mal anuncia, pero la he copiado
aquí, para que no caiga en el olvido. El Anillo perdió, quizás, el calor de la
mano de Sauron, que era negra y sin embargo ardía como el fuego, y así
Gil-galad fue destruido; quizás si el oro se calentara de nuevo, la escritura
reaparecería. Pero por mi parte no me arriesgaré a dañarlo: de todas las
obras de Sauron, la única hermosa. Me es muy preciado, aunque lo he
obtenido con mucho dolor.
>>Leí estas palabras y supe que mi pesquisa había terminado. Pues como Isildur había supuesto, la inscripción había sido grabada en la lengua de Mordor y los sirvientes de la torre y lo que ahí se decía, era ya conocido. Pues el día en que Sauron se puso el Unico por primera vez, Celebrimbor, hacedor de los Tres, estaba mirándolo y oyó desde lejos cómo pronunciaba estas palabras y así se conocieron los malvados propósitos de Sauron.
>>Me despedí en seguida de Denethor, pero iba aún hacia el norte cuando me llegaron mensajes de Lórien: que Aragorn había estado allí y que había encontrado a la criatura llamada Gollum. Lo primero que hice fue ir a buscarlo y escuchar su historia. No me atrevía a imaginar los peligros mortales a que habría estado expuesto.
-No hay por qué recordarlos -dijo Aragorn-. Si un hombre tiene que pasar delante de la Puerta Negra, o pisar las flores mortales del Valle de Morgul, conocerá el peligro. Yo también desesperé al fin y emprendí el camino de vuelta. Y he ahí que la fortuna me ayudó entonces y tropecé con lo que buscaba: las huellas de unos pies blandos a orillas de un estanque cenagoso. Las huellas eran frescas, de pasos rápidos, y no iban hacia Mordor: se alejaban. Las seguí por las orillas de las Ciénagas Muertas y al fin lo alcancé. En acecho junto a una laguna, mirando las aguas estancadas mientras caía la noche, así atrapé a Gollum. Un barro verde le cubría el cuerpo. Nunca nos entenderemos, parece, pues me mordió y yo no me mostré amable. No obtuve nada de su boca, excepto la marca de unos dientes. Creo que esa fue la peor parte del viaje, el camino de vuelta, vigilándolo día y noche, obligándolo a caminar delante de mí con una cuerda al cuello, amordazado, llevándolo siempre hacia el Bosque Negro, hasta que la falta de agua y comida lo ablandaron un poco. Al fin llegamos allí y lo entregué a los elfos, como habíamos convenido, y me alegró librarme de él, pues hedía. Por mi parte espero no verlo más. Pero Gandalf llegó y tuvo con él una larga conversación.
-Sí, larga y fatigosa -dijo Gandalf pero no sin provecho. Ante todo, lo que me dijo de la pérdida del Anillo concuerda con lo que Bilbo nos ha contado por vez primera abiertamente. Aunque esto no importa mucho, pues yo había adivinado la verdad. Pero me enteré entonces de que el Anillo de Gollum procedía del Río Grande, cerca de los Campos Gladios. Y me enteré también de que lo tenía desde hacía tanto tiempo que habían pasado ya varias generaciones de la pequeña especie de Gollum. El poder del Anillo le había alargado la vida más allá de lo normal y sólo los Grandes Anillos tienen ese poder.
>>Y si esto no es prueba suficiente, Galdor, hay otra de la que ya he hablado. En este mismo Anillo que están viendo ante nosotros, redondo y sin adornos, las letras a las que se refiere Isildur pueden todavía leerse, si uno se atreve a poner un rato al fuego esta cosa de oro. Así lo hice y esto he leído:
Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg
thrakatuûúk agh burzum-ishi krimpatul.
Hubo un cambio asombroso en la voz del mago, de pronto amenazadora, poderosa, dura como piedra. Pareció que una sombra pasaba sobre el sol del mediodía y el pórtico se oscureció un momento. Todos se estremecieron y los elfos se taparon los oídos. La ninwen hizo una mueca como de dolor, como si las palabras la hiriesen y apretó con sus manos el asiento.
-Nunca jamás se ha atrevido voz alguna a pronunciar palabras en esa lengua aquí en Imladris, Gandalf el Gris -dijo Elrond mientras la sombra pasaba y todos respiraban otra vez.
-Y esperemos que nadie las repita aquí de nuevo -respondió Gandalf -. Sin embargo, no pediré disculpas, Elrond. Pues si no queremos que esa lengua se oiga en todos los rincones del Oeste, no dudemos de que este Anillo es lo que dijeron los Sabios: el tesoro del enemigo, cargado de maldad; y en él reside gran parte de esa fuerza que nos amenaza desde hace tiempo. De los Años Oscuros vienen las palabras que los herreros de Eregion oyeron una vez, cuando supieron que habían sido traicionados. Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las Tinieblas.
Todos callaron un rato, hasta que al fin Boromir habló. -Una criatura pequeña es este Gollum, dijiste, pequeña, pero muy dañina. ¿Qué se hizo de él? ¿Qué destino le reservaste?
-Lo tenemos encarcelado, pero nada más -dijo Aragorn-. Ha sufrido mucho. No hay duda de que fue atormentado y el miedo a Sauron es un peso que le oscurece el corazón. Sin embargo, soy el primero en alegrarse de que esté al cuidado de los elfos del Bosque Negro. La malicia de Gollum es grande y le da una fuerza difícil de creer en alguien tan flaco y macilento. Podría hacer aún muchas maldades, si estuviese libre. Y no dudo de que le permitieran salir de Mordor con alguna misión funesta.
-¡Ay! ¡Ay! - gritó Legolas y el hermoso rostro élfico mostraba una gran inquietud-. Las noticias que me ordenaron traer tienen que ser dichas ahora. No son buenas, pero sólo aquí he llegado a entender qué malas pueden ser para nosotros. Sméagol, ahora llamado Gollum, ha escapado.
-¿Escapado? -gritó Aragorn-. Malas noticias en verdad. Todos lo lamentaremos amargamente, me temo. ¿Cómo es posible que la gente de Thranduil haya fracasado de este modo?
-No por falta de vigilancia -dijo Legolas-, pero quizá por exceso de bondad. Y tememos que el prisionero haya recibido ayuda de otros y que estén enterados de nuestros movimientos más de lo que desearíamos. Vigilamos a esta criatura día y noche, como pidió Gandalf, aunque la tarea era de veras fatigosa. Pero según Gandalf había alguna posibilidad de que Gollum llegara a curarse y no nos pareció bien tenerlo encerrado todo el tiempo en un calabozo subterráneo, donde recaería en los pensamientos negros de siempre.
-Fueron menos tiernos conmigo -dijo Glóin con un relámpago en los ojos recordando días lejanos, cuando lo habían tenido encerrado en los sótanos de los Reyes Elfos.- Erzebeth miro al príncipe elfo con una media sonrisa en su hermoso rostro.
-Un momento -dijo Gandalf -. Te ruego que no interrumpas, mi buen Glóin. Aquello fue un lamentable malentendido, ya aclarado hace tiempo. Si hemos de discutir aquí todos los pleitos entre elfos y enanos, será mejor que suspendamos el Concilio.
Glóin se puso de pie e hizo una reverencia y Legolas continuó: -En los días de buen tiempo llevábamos a Gollum a los bosques y había allí un árbol alto muy separado de los otros al que le gustaba subir. A menudo le permitíamos que trepara a las ramas más elevadas, donde el viento soplaba libremente, pero montábamos guardia al pie. Un día se negó a bajar y los guardias no tuvieron ganas de ir a buscarlo. Gollum había aprendido a sostenerse con los pies tanto como con las manos y los guardias se quedaron junto al árbol hasta muy entrada la noche.
>>Esa misma noche de verano, a la sazón sin luna ni estrellas, los orcos cayeron de pronto sobre nosotros. Los rechazamos al cabo de un tiempo; eran muchos y feroces, pero venían de las montañas y no estaban acostumbrados a los bosques. Cuando la lucha terminó, descubrimos que Gollum había desaparecido y que habían matado o apresado a los guardias. Nos pareció evidente entonces que el propósito del ataque había sido liberar a Gollum y que él lo sabía de antemano. Cómo habrán urdido todo esto, no pudimos entenderlo, pero Gollum es astuto y los espías del enemigo muy numerosos. Las criaturas tenebrosas que fueron ahuyentadas el Año de la Caída del Dragón, han vuelto en mayor número y el Bosque Negro es de nuevo un sitio nefasto, fuera de los límites del reino.
>>No hemos podido recapturar a Gollum. Le seguimos las huellas, entre las de muchos orcos, y vimos que se internaban profundamente en el bosque, hacia el sur. Pero poco después las perdimos y no nos atrevimos a continuar la caza, pues ya estábamos muy cerca de Dol Guldur, que es todavía un sitio maléfico y que evitamos siempre.
-Bueno, bueno, se ha ido -dijo Gandalf -. No tenemos tiempo de buscarlo otra vez. Que haga lo que quiera. Pero todavía puede desempeñar un papel que ni él ni Sauron han previsto.
>>Y ahora responderé a otras preguntas de Galdor. ¿Qué se hizo de Saruman? ¿Qué nos aconseja en esta contingencia?
>> Me tomaron y me encerraron solo en lo más alto de Orthanc, en el sitio donde Saruman acostumbraba mirar las estrellas. No hay otro modo de descender que por una estrecha escalera de muchos miles de escalones y parece que el valle estuviera muy lejos allá abajo. Lo miré y vi que la hierba y la hermosura de otro tiempo habían desaparecido y que ahora había allí pozos y fraguas. Lobos y orcos habitaban en Isengard, pues Saruman estaba alistando una gran fuerza y emulando a Sauron, aún no a su servicio. Sobre todas aquellas fraguas flotaba un humo oscuro que se apretaba contra los flancos de Orthanc. Yo estaba solo en una isla rodeada de nubes; no tenía ninguna posibilidad de escapar y mis días eran de amargura. Me sentía traspasado de frío y tenía poco espacio para moverme y me pasaba las horas cavilando sobre la llegada de los Jinetes del Norte. ¡Saruman el blanco nos ha traicionado!
>>De que los Nueve estaban otra vez activos, no me cabía ninguna duda, aun no teniendo en cuenta las palabras de Saruman, que quizás eran mentiras. Mucho antes de entrar en Isengard me habían llegado noticias en el camino que no podían inducir a error. El destino de mis amigos de la Comarca me preocupaba de veras, pero todavía abrigaba alguna esperanza. Y esperaba que Frodo se hubiese puesto en seguida en camino, como le había recomendado en mi carta, y que hubiera llegado a Rivendel antes que comenzara la mortal persecución. Yo me encontraba en un verdadero apuro. Y quienes me conocen convendrán en que me he visto pocas veces en una situación parecida y que no las soporto bien. ¡Gandalf el Gris cazado como una mosca en la tela traicionera de una araña! Sin embargo, aun las arañas más hábiles pueden dejar un hilo flojo.
>>Las Águilas de las Montañas volaron lejos y alrededor y vieron muchas cosas: la concentración de lobos y el alistamiento de orcos; y los Nueve Jinetes que iban de acá para allá por las tierras; y oyeron rumores de la huida de Gollum. Y enviaron un mensajero para que me llevara esas noticias.
>>Así ocurrió que una noche de luna, ya terminando el verano, Gwaihir el Señor de los Vientos, la más rápida de las Grandes Aguilas, llegó de pronto a Orthanc; y me encontró de pie en la cima de la torre. Le hablé entonces y me llevó por los aires, antes que Saruman se diera cuenta. Yo ya estaba lejos cuando los lobos y los orcos salieron por las puertas de Isengard en mi persecución.
>>Poco antes del alba me dejó en tierras de Rohan. En Rohan descubrí que el mal ya estaba trabajando: las mentiras de Saruman; y el rey no quiso prestar atención a mis advertencias. Me invitó a que tomara un caballo y me fuera, y elegí uno muy a mi gusto, pero poco al suyo. Tomé el mejor caballo de aquellas tierras y nunca he visto nada que se le parezca.
>>Debe de haber nacido en la mañana del mundo. Los caballos de los Nueve no podrían competir con él: incansable, rápido como el soplo del viento. Sombragrís lo llaman. Durante el día el pelo le reluce como plata y de noche es como una sombra y pasa inadvertido. Tiene el paso leve. Nunca un hombre lo había montado antes, pero yo lo tomé y lo domé y me llevó tan rápidamente que yo ya había llegado a la Comarca cuando Frodo estaba aún en los Túmulos, aunque salí de Rohan cuando él dejaba Hobbiton.
>>Pero el miedo crecía en mí mientras cabalgaba. A medida que iba hacia el Norte me llegaban noticias de los Jinetes y aunque les ganaba terreno día a día, siempre estaban delante de mí. Habían dividido las fuerzas, supe; algunas quedaron en las fronteras del este, no lejos del Camino Verde y otras invadieron la Comarca desde el sur. Llegué a Hobbiton y Frodo ya había partido, pero cambié unas palabras con el viejo Gamyi. Demasiadas palabras y pocas pertinentes. Tenía mucho que decirme de los defectos que afligían a los nuevos propietarios de Bolsón Cerrado.
>>Pero entre toda esta charla alcancé a oír al fin que Frodo había dejado Hobbiton una semana antes y que un jinete Negro había visitado la loma esa misma noche. Me alejé al galope, asustado. Llegué a Los Gamos y lo encontré alborotado, activo como un hormiguero que ha sido removido con una vara. Fui a Cricava y la casa estaba abierta y vacía, pero en el umbral encontré una capa que había sido de Frodo. Entonces y por un tiempo perdí toda esperanza; no me quedé a recoger noticias, que me hubiesen aliviado, y corrí tras las huellas de los Jinetes. Eran difíciles de seguir, pues se separaban en muchas direcciones, y al fin me desorienté. Me pareció que uno o dos habían ido hacia Bree y allá fui yo también, pues se me habían ocurrido unas palabras que quería decirle al posadero.
>>"Mantecona lo llaman", pensé. "Si es culpable de esta demora, le derretiré toda la manteca, asándolo a fuego lento a ese viejo tonto."
>>El no esperaba menos, pues cuando me vio cayó redondo al suelo y comenzó a derretirse allí mismo.
-¿Qué le hiciste? -gritó Frodo, alarmado-. Fue realmente muy amable con nosotros e hizo todo lo que pudo.
Gandalf rió.
-¡No temas! -dijo-. No muerdo y ladré pocas veces. Tan contento estaba yo con las noticias que le saqué, cuando se le fueron los temblores, que abracé al buen hombre. Yo no entendía cómo habían pasado las cosas, pero supe que habías estado en Bree la noche anterior y que esa misma mañana habías partido con Trancos.
>>"Son las mejores noticias que he tenido desde el solsticio de verano; valen por lo menos una pieza de oro. ¡Que tu cerveza se beneficie con un encantamiento de excelencia insuperable durante siete años!", dije. "Ahora puedo tomarme una noche de descanso, la primera desde no sé cuánto tiempo."De modo que pasé allí la noche, preguntándome qué habría sido de los Jinetes; en Bree no se habían visto sino dos o tres, parecía. Aunque esa noche oímos más. Cinco por lo menos llegaron del oeste y echaron abajo las puertas y atravesaron Bree como un viento que aúlla; y las gentes de Bree están todavía temblando y esperando el fin del mundo. Me levanté antes del alba y fui tras ellos.
>>No estoy seguro, pero yo diría que fue esto lo que ocurrió. El capitán de los Jinetes permaneció en secreto al sur de Bree, mientras dos de ellos cruzaban la aldea y cuatro más invadían la Comarca. Pero luego de haber fracasado en Bree y Cricava, llevaron las noticias al capitán, descuidando un rato la vigilancia del camino, donde sólo quedaron los espías. Entonces el capitán mandó a algunos hacia el este, cruzando la región en línea recta, y él y el resto fueron al galope a lo largo del camino, furiosos.
>>Corrí hacia la Cima de los Vientos y llegué allí antes de la caída del sol en mi segunda jornada desde Bree y ellos ya estaban allí. Se retiraron en seguida, pues sintieron la llegada de mi cólera y no se atrevían a enfrentarse mientras el sol estuviese en el cielo. Pero durante la noche cerraron el cerco y me sitiaron en la cima de la montaña, en el antiguo anillo de Amon Sûl. Fue difícil para mí en verdad. Una luz y una llama semejantes no se habían visto en la Cima de los Vientos desde las hogueras de guerra de otras épocas.
>>Al amanecer escapé de prisa hacia el norte. No podía hacer otra cosa. Era imposible encontrarte en el desierto, Frodo, y hubiese sido una locura intentarlo con los Nueve pisándome los talones. De modo que tenía que confiar en Aragorn. Yo esperaba desviar a algunos de ellos y llegar a Rivendel antes que tú y enviar ayuda. Cuatro Jinetes vinieron detrás de mí, pero se volvieron al cabo de un rato y me pareció que iban hacia el vado. Esto ayudó un poco, pues eran sólo cinco, no nueve, cuando atacaron tu campamento.
>>Llegué aquí al fin siguiendo un camino largo y difícil, remontando el Fontegrís y cruzando las Landas de Etten y descendiendo desde el norte. Tardé casi quince días desde la Cima de los Vientos, pues no es posible cabalgar entre las rocas en las colinas de los trolls, y despedí al caballo. Lo envié de vuelta a su amo, pero una gran amistad ha nacido entre nosotros y si lo necesito vendrá a mi llamada. Y así sucedió que llegué a Rivendel sólo tres días antes que el Anillo y las noticias del peligro que corría ya se conocían aquí, lo que era buena señal.
>>Entonces ya habían sido enviados algunos en su persecución, y esos algunos sabían ya que Frodo con una carga pesada venían en camino. Y doy gracias que Glorfindel y Erzebeth los encontraron antes que el enemigo y lucharon para traerlos con bien. Varios días tenían siguiéndoles el rastro a los jinetes, y buscando señales de Frodo y el anillo. Y ahora, henos aquí reunidos y he aquí el Anillo. Pero no estamos más cerca que antes de nuestro propósito. ¿Qué haremos?
Hubo un silencio. Luego Elrond habló otra vez.
-Las noticias que conciernen a Saruman son graves -dijo-, pues confiamos en él y está muy enterado de lo que pasa en los concilios. Es peligroso estudiar demasiado a fondo las artes del enemigo, para bien o para mal. Más tales caídas y traiciones, ay, han ocurrido antes.
>>Las Quebradas de los Túmulos las conocemos bajo muchos nombres y del Bosque Viejo se han contado muchas historias. Todo lo que queda de él es un macizo en lo que era la frontera norte. Hubo un tiempo en que una ardilla podía ir de árbol en árbol desde lo que es ahora la Comarca hasta las Tierras Brunas al oeste de Isengard. Por esas tierras yo viajé una vez y conocí muchas cosas extrañas y salvajes. Pero había olvidado a Bombadil, si en verdad éste es el mismo que caminaba hace tiempo por los bosques y colinas, y ya era el más viejo de todos los viejos. No se llamaba así a la sazón. Iarwain Ben-adar lo llamábamos: el más antiguo y el que no tiene padre. Aunque otras gentes lo llamaron de otro modo: fue Forn para los enanos, Orald para los Hombres del Norte y tuvo muchos otros nombres. Es una criatura extraña, pero quizá debiéramos haberlo invitado a nuestro Concilio.
-No hubiese venido -dijo Gandalf.
-¿No habría tiempo aún de enviarle un mensaje y obtener su ayuda? - preguntó Erestor-. Parece que tuviera poder aún sobre el Anillo.
-No, yo no lo diría así -respondió Gandalf -. Diría mejor que el Anillo no tiene poder sobre él. Es su propio amo. Pero no puede cambiar el Anillo mismo, ni quitar el poder que tiene sobre otros. Y ahora se ha retirado a una región pequeña, dentro de límites que él mismo ha establecido, aunque nadie puede verlos, esperando quizás a que los tiempos cambien, y no dará un paso fuera de ellos.
-Sin embargo dentro de esos límites nada parece amedrentarlo -dijo Erestor-. ¿No tomaría él el Anillo guardándolo allí, inofensivo para siempre?
-No -dijo Gandalf -, no voluntariamente. Lo haría si la gente libre del mundo llegara a pedírselo, pero no entendería nuestras razones. Y si le damos el Anillo, lo olvidaría pronto, o más probablemente lo tiraría. No le interesan estas cosas. Sería el más inseguro de los guardianes y esto solo es respuesta suficiente.
-De cualquier modo -dijo Erzebeth, y las miradas rápidamente se posaron en la hermosa mujer - enviarle el Anillo sería sólo posponer el día de la sentencia. Vive muy lejos. No podríamos llevárselo sin que nadie sospechara, sin que nos viera algún espía. Y aunque fuese posible, tarde o temprano el Señor de los Anillos descubriría el escondite y volcaría allí todo su poder. ¿Bombadil solo podría desafiar todo ese poder? Creo que no. Creo que al fin, si todo lo demás es conquistado, Bombadil caerá también, el Último, así como fue el Primero y luego vendrá la noche.
-Poco sé de Iarwain excepto el nombre -dijo Galdor-, pero la dama Erzebeth, pienso, tiene razón. El poder de desafiar al enemigo no está en él, a no ser que esté en la tierra misma. Y sabemos sin embargo que Sauron puede torturar y destruir las colinas. El poder que todavía queda está aquí entre nosotros, en Imladris, o en Cirdan de los Puertos, o en Lórien. ¿Pero tienen ellos la fuerza, tendremos nosotros la fuerza de resistir al enemigo, la llegada de Sauron en los últimos días, cuando todo lo demás ya haya sido dominado?
-Yo no tengo la fuerza -dijo Elrond-, ni tampoco ellos.
-Entonces si la fuerza no basta para mantener el Anillo fuera del alcance del enemigo -dijo Erzebeth- sólo nos queda intentar dos cosas: llevarlo al otro lado del mar, o destruirlo.- Un silencio se apodero del lugar, las miradas nerviosas resurgieron.
-¿Qué estamos esperando entonces?- dijo el enano Gimli, se levanto y alzo su hacha dispuesto a partir el anillo, Elrond y algunos presentes se inquietaron con su acto, pero no pudieron detenerle y dio un fuerte golpe ocasionando que la hoja de su hacha se rompiera, y Frodo se movió incomodo en su silla, atormentado por algo que nadie más veía o sentía.
-El anillo no puede ser destruido, Gimli, hijo de Glóin, por ningún arte que los presentes tengamos- dijo Elrond, mientras otros ayudaban a Gimli a levantarse.- Fue forjado en los fuegos del Monte del Destino. Solo allí puede ser destruido. Y aquellos que habitan más allá del mar no lo recibirán: para mal o para bien pertenece a la Tierra Media. El problema tenemos que resolverlo nosotros, los que aún vivimos aquí.
-Entonces -dijo Glorfindel- arrojémoslo a las profundidades y que las mentiras de Saruman sean así verdad. Pues es claro que aun en el Concilio ha venido siguiendo un camino tortuoso. Sabía que el Anillo no se había perdido para siempre, pero deseaba que nosotros lo creyéramos, pues ya estaba codiciándolo. La verdad se oculta a veces en la mentira. Estaría seguro en el mar.
-No seguro para siempre -dijo Gandalf -. Hay muchas cosas en las aguas profundas y los mares y las tierras pueden cambiar. Y nuestra tarea aquí no es pensar en una estación, o en unas pocas generaciones de hombres, o en una época pasajera del mundo. Tenemos que buscar un fin definitivo a esta amenaza, aunque no esperemos encontrarlo.
-No lo encontraremos en los caminos que van al mar -dijo Galdor-. Si se cree que llevárselo a Iarwain es demasiado peligroso, en la huida hacia el mar hay ahora un peligro mucho mayor. El corazón me dice que Sauron esperará que tomemos el camino del oeste, cuando se entere de lo ocurrido. Se enterará pronto. Los Nueve han quedado a pie, es cierto, pero esto no nos da más que un respiro, hasta que encuentren nueve cabalgaduras y más rápidas. Sólo la menguante fuerza de Gondor se alza ahora entre él y una marcha de conquista a lo largo de las costas, hacia el norte, y si viene y llega a apoderarse de las torres blancas y los puertos, es posible que los elfos ya no puedan escapar a las sombras que se alargan sobre la Tierra Media.
-Esa marcha será impedida por mucho tiempo -dijo Boromir-. Gondor mengua, dices. Pero se mantiene en pie, y aun declinante, la fuerza de Gondor es todavía poderosa.
-Y sin embargo ya no es capaz de parar a los Nueve -dijo Galdor-. Y el enemigo puede encontrar otros caminos que Gondor no vigila.
-Entonces -dijo Erestor- hay sólo dos rumbos, como la dama Erzebeth ya ha dicho: esconder el Anillo para siempre, o destruirlo. Pero los dos están más allá de nuestro alcance. ¿Quién nos resolverá este enigma?
Hubo otro silencio. Frodo, aun en aquella hermosa casa, que miraba a un valle soleado, de donde llegaba un arrullo de aguas claras, sintió que una oscuridad mortal le invadía el corazón. Boromir se agitó en el asiento y Frodo lo miró. Tamborileaba con los dedos sobre el cuerno y fruncía el ceño. Al fin habló.
-No entiendo todo esto -dijo-. Saruman es un traidor, pero ¿no tuvo ni una chispa de sabiduría? ¿Por qué hablan siempre de ocultar y destruir? ¿Por qué no pensar que el Gran Anillo ha llegado a nuestras manos para servirnos en esta hora de necesidad? Llevando el Anillo, los Señores de los Libres podrían derrotar al enemigo. Y esto es lo que él teme, a mi entender.
>>Los Hombres de Gondor son valientes y nunca se someterán; pero pueden ser derrotados. El valor necesita fuerza ante todo y luego un arma. Que el Anillo sea nuestra arma, si tiene tanto poder como piensan. ¡Tomémoslo y marchemos a la victoria!
-Debe ser llevado a lo profundo de Mordor y arrojado a la grieta ardiente de la que salió- dijo insistente Lord Elrond.- Uno de ustedes debe hacerlo.-Nadie dijo nada, nuevamente el silencio invadió el pórtico. Se miraban unos a otros sin atreverse a decir nada. Entonces Boromir hablo nuevamente.
-Uno no entra caminando simplemente a Mordor- dijo llevándose una mano a la frente-Sus puertas negras están vigiladas por más que orcos- narraba en un tono de angustia, intimidando a los demás- Hay una maldad ahí que nunca duerme. Y el Gran Ojo siempre está atento. Es un paramo desolado saturado de fuego y ceniza y polvo. El mismo aire que respiras es un humo venenoso. Ni con diez mil hombres podrían hacerlo. ¡Es una locura!
-¿No has oído nada de lo que han dicho?- se alzo furioso Legolas- ¡El anillo debe ser destruido!
-¿Y supongo que tu eres el indicado para hacerlo?- cuestiono furioso Gimli. Los dos se miraron retadoramente un momento. Algo maligno se estaba apoderando de la tranquilidad del concilio.
-Y si fracasamos, ¿Qué? ¿Qué pasara cuando Sauron recupere lo que es suyo?- se alzo furioso Boromir.
-Yo moriré antes de ver el anillo en manos de un elfo- grito Gimli y la discusión subió de tono haciendo que entre todos comenzaran a pelear. Lord Elrond bajo la cabeza desesperanzado, Aragorn se había unido ya a la discusión. Gandalf sacudió la cabeza como muestra de desaprobación, pero no tardo mucho en unírseles. Frodo miraba aturdido la escena, todos se encontraban de pie gritándose unos a otros, todos excepto Erzebeth, ella permanecía tranquilamente sentada y miraba a Frodo como si solo estuvieran ellos dos. El Hobbit sintió que aquella mirada le penetraba en lo más profundo del corazón, sentía un impulso que lo atemorizaba, pero sabía que debía hacerlo. Cuando los reclamos eran cada vez más fuertes, Frodo empezó a escuchar una terrible voz en su interior, e impulsado por la mirada de Erzebeth se alzo al fin haciendo que la voz desvaneciera, aunque en un principio no lo escucharon.
-Yo llevaré el Anillo -dijo - Yo llevare el Anillo- repitió, y esta vez todos dejaron a un lado los reclamos y dieron paso a la sorpresa. Gandalf sintió que esas palabras le atravesaron como un frio el corazón. Elrond alzó los ojos y lo miró. Frodo no podía creer lo que había dicho y sorprendido de igual modo que los presentes. Erzebeth le sonrió calmando sus nervios y volvió a decirlo fuerte y claro- Yo llevare el anillo a Mordor
aunque
no conozco el camino.
-Yo te ayudare a cargar con este peso, Frodo Bolsón
- dijo Gandalf parándose junto al Hobbit.- mientras sea tu deber cargarlo- dijo colocando su mano en el hombro de Frodo.
-Si con mi vida o muerte te puedo proteger- dijo Aragorn- lo hare- y camino hasta el Hobbit arrodillándose ante el- Tienes mi espada.
-Y tienes mi arco- dijo Legolas haciendo lo mismo.
-Y tiene mi hacha- dijo Gimli colocándose al lado del elfo.
-Llevas el destino de todos, pequeño-dijo Boromir acercándose- Si esa es la voluntad del concilio, entonces Gondor la apoyará.
-¡Hey!- se escucho entre los arbustos que rodeaban el pórtico. Sam salió a toda prisa y se colocó junto a Frodo- El señor Frodo no se va a ir sin mí.
-No, ya veo que es difícil separarlos aun cuando él ha sido convocado a un concilio secreto y tu no- dijo Elrond sonriendo. Sam se sonrojo y bajo la cabeza.
-¡Nosotros también vamos!- grito Merry saliendo de su escondite seguido de Pippin, Elrond miro sorprendido pasar por su lado a los hobbits.- Solo metiéndonos en costales de papas nos detendría.
-Si, además, necesitaran gente inteligente para esta clase de misión
Empresa
Cosa- dijo Pippin mientras los presentes miraban divertidos.
-Te acabas de eliminar a ti mismo- le susurro Merry cruzándose de brazos.
-Nueve compañeros- dijo Elrond.
-Que sean Diez- se escucho la voz que el señor de Rivendel no quería oír en esos momentos. Elrond miro como su hija se colocaba decidida al lado de Aragorn.
-No, ¡por favor Erzebeth!- pedía Lord Elrond, pero la ninwen no estaba dispuesta a escucharlo, no esta vez.- definitivamente tu no vas.
-Ya no soy una niña, papá- contesto fastidiada- Y lo he demostrado en repetidas ocasiones-Todos miraban en silencio- Hace ya muchos años, me dijiste que era solamente una chiquilla y lo que tenía que hacer era crecer. Pues bien, he crecido. En estos amargos años eh visto muerte y sufrimiento. ¡He pasado más miedo del que nunca creí pasar! He aprendido a luchar y he llevado a mis enemigos a la muerte. Todo ello me ha herido profundamente, insensibilizándome hasta tal punto de no sentir dolor.- Elrond bajo su mirada, ante el ya no estaba la dulce niña que un día fue, ahora se erguía ante el concilio una mujer fuerte y hermosa y a la vez peligrosa.
-Ya no está en posición de pedirte permiso- apoyo Gandalf-. Y si Artanis la hubiera apoyado en este momento, es mi obligación hacer lo mismo.
-¿en qué momento creciste tan rápido, y dejaste de ser mi niña?- pregunto Lord Elrond acercándose a su hija- pero si esa es tu voluntad
-Necesitaran a alguien razonable- dijo tomando las manos de su padre intentando animarlo- y tu no vas, por lo que es mi obligación mantenerlos en orden.- Elrond beso la frente de su hija y regreso hasta su lugar, ahí de pie miro orgulloso a la compañía que llevaría el anillo.
-Diez compañeros- dijo- Que así sea. ¡Serán la comunidad del anillo!
Comenten porfavoor!!!
Holaa!!! pues tarde mucho en subir este capitulo por dos raoznes; razón 1: no me comentan .... :( y... razón 2: estuve un poco ocupada.
Pero ya estoy de vuelta y recargada para seguir, ya tengo el siguiente capitulo terminado, pero juro que si no recibo comentarios no lo subo!! jujujujuju, que malaaaa sooy!! pero no me dejan alternativas.
Gracias los que siguen la historia y le dan favoritos!!! o por lo menos se toman un minuto de su tiempo para dejar su opinion, los quiero muchisimo de verdad!!! MUCHAS GRACIAS!!! este capitulo es para ustedes.
Besos, cuidensee!!
OOOOH, casi lo olvidoo!! tengo dos recomendaciones musicales para este capitulo. cuando lleguen a la parte delos cantos, primero les recomiendo que lo lean poniendo la musica correspondiente que se esta narrando. La primera es de el circo du solei, el nombre de la cansion es Atmadja, escuchenla cuando lleguen a la letra, y la segunda es una muy conocida, solo que escribi la letra en español, pero igual escuchenla e imaginen lo bien que esta!!! My inmortal de evanescense. OK??
Pues eso es todo por ahora, disfruten el capitulo y escuchen las cansione mientras lo leen!!! de esta manera trabajare algunos capitulos, cuando halla un canto asi lo hare.
Besoos!!
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- Ya han salido algunos exploradores y mañana irán más.- dijo el mago sentado en una silla al lado de la ventana de la habitación de Frodo-Elrond está enviando elfos y se pondrán en contacto con los montaraces y quizá con la gente de Thranduil en el Bosque Negro. Y Aragorn ha partido con los hijos de Elrond. Se hará una batida en varias leguas a la redonda antes de decidir la primera movida. ¡De modo que anímate, Frodo! Quizá te quedes aquí un tiempo largo.
-Ah -dijo Sam con aire sombrío-. Bastante largo como para que llegue el invierno.
-No podemos partir hasta que sepamos algo de los Jinetes.- dijo Gandalf
-Pensé que habían sido destruidos en la crecida.
-Los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad -dijo Gandalf -. Llevan en ellos el poder del amo y resisten o caen junto con él. Esperamos que hayan quedado todos a pie y sin disfraces, de modo que durante un tiempo serán menos peligrosos; pero no lo sabemos bien todavía. Entretanto, Frodo, trata de olvidar tus dificultades.- el mago se levanto y salió de la habitación.
-¿Cuánto tiempo crees que estaré aquí? -le preguntó Frodo a Bilbo una vez que Gandalf se retiró.
-Oh, no sé. En Rivendel se me van los días sin darme cuenta -dijo Bilbo-. Pero bastante tiempo, creo. Podremos tener muchas buenas charlas. ¿Qué te parece si me ayudas con el libro y empiezas el próximo? ¿Has pensado en algún final?
-Sí, en varios; todos sombríos y desagradables -dijo Frodo.
-¡Oh, eso no sirve! - dijo Bilbo -. Los libros han de tener un final feliz. Qué te parece éste: y vivieron juntos y felices para siempre.
-Estaría bien, si eso llegara a ocurrir -dijo Frodo.
-Ah -dijo Sam-. ¿Y dónde vivirán? Es lo que me pregunto a menudo.
Durante un rato los hobbits continuaron hablando y pensando en el viaje pasado y en los peligros que les esperaban en el futuro; pero era tal la virtud de la tierra de Rivendel que pronto se sintieron libres de miedos y ansiedades. El futuro, bueno o malo, no fue olvidado, pero ya no tuvo ningún poder sobre el presente. La salud y la esperanza se acrecentaron en ellos y estaban contentos, tomando los días tal como se presentaban, disfrutando de las comidas, las charlas y las canciones y en ocasiones de la compañía de la dama Erzebeth, que los guiaba en sus recorridos por Rivendel y en ocasiones la miraban entrenar con su arco y espada.
Así el tiempo pasó deslizándose y todas las mañanas eran hermosas y brillantes y todas las noches claras y frescas. Pero el otoño menguaba rápidamente; poco a poco la luz de oro declinaba transformándose en plata pálida y unas hojas tardías caían de los árboles desnudos. Un viento helado empezó a soplar hacia el este desde las Montañas Nubladas. La Luna del Cazador crecía en el cielo nocturno y todas las estrellas menores huían. Pero en el horizonte del sur brillaba una estrella roja. Cuando la luna menguaba otra vez, el brillo de la estrella aumentaba, noche a noche. Frodo podía verla desde la ventana, hundida en el cielo, ardiendo como un ojo vigilante que resplandecía sobre los árboles al borde del valle.
Los hobbits habían pasado cerca de dos meses en la Casa de Elrond y noviembre se había llevado los últimos jirones del otoño, y concluía diciembre cuando los exploradores comenzaron a volver. Algunos habían ido al norte, más allá del nacimiento del Fontegrís, internándose en las Landas de Etten, y otros habían ido al oeste y con la ayuda de Aragorn y los montaraces llegaron a explorar las tierras todo a lo largo del Aguada Gris, hasta Tharbad, donde el viejo Camino del Norte cruzaba el río junto a una ciudad en ruinas. Muchos habían ido al este y al sur y algunos de ellos habían cruzado las montañas entrando luego en el Bosque Negro, mientras que otros habían escalado el paso en las fuentes del Río Gladio, descendiendo a las Tierras Asperas y atravesando los Campos Gladios hasta llegar al viejo hogar de Radagast en Rhosgobel. Radagast no estaba allí y volvieron cruzando el desfiladero que llamaban Escalera del Arroyo Sombrío. Los hijos de Elrond, Elladan y Elrohir, fueron los últimos en volver; habían hecho un largo viaje, marchando a la vera del Cauce de Plata hasta un extraño país, pero de sus andanzas no hablaron con nadie excepto con Elrond.
En ninguna región habían tropezado los mensajeros con señales o noticias de los Jinetes o de otros sirvientes del enemigo. Ni siquiera las Aguilas de las Montañas Nubladas habían podido darles noticias frescas. Nada se había visto ni oído de Gollum; pero los lobos salvajes continuaban reuniéndose y cazaban otra vez muy arriba del Río Grande. Tres de los caballos negros aparecieron ahogados en las aguas crecidas del vado. Más abajo, en las piedras de los rápidos, se encontraron los cadáveres de cinco caballos más y también un manto largo y negro, hecho jirones. De los Jinetes Negros no había ninguna señal y no se sentía que anduviesen cerca. Parecía que hubieran desaparecido de los territorios del norte.
Legolas decidió dar un paseo por los bosques de Rivendel, quería apreciar la belleza de la casa de Elrond antes de abandonarla. Por un rato camino bajo la sombra de los arboles, y poco a poco guiado por el sonido del agua se aproximaba a una de las tantas cascada de Rivendel.
Llego hasta la caída de la cascada, apreció por unos instantes la orilla del rio y la tranquilidad de este, en esa zona, el rio era bastante ancho y lleno de enormes rocas. La forma del rio era más parecido a una laguna antes de que el cauce siguiera bajando en la parte más angosta hasta perderse entre la frondosidad del bosque. Llego hasta la orilla donde había unas rocas de gran tamaño, de un salto subió a la más grande de estas para apreciar mejor el panorama de la cascada. Cerca de la orilla del otro lado, nadaban graciosamente una parvada de cisnes, al parecer no les molestaba la presencia del elfo.
La cascada era realmente alta, unos 10 metros por lo menos, y la profundidad del rio en esa zona no se podía distinguir tan fácil a pesar de la claridad del agua. El elfo cerró los ojos, disfrutando de la húmeda brisa que mojaba su rostro. Entonces, instintivamente se ladeo al escuchar un zumbido que venía hacia él y veloz mente atrapo la flecha entre sus manos. La analizo unos momentos, no parecía en lo más mínimo un arma del enemigo, en la flecha venia amarrada una cadena con un dije en forma de hoja de color verde, Legolas dibujo una media sonrisa en su rostro y después alzo su cabeza en dirección a la cascada.
De entre la caída del agua, salto una figura delgada hacia una roca cercana. La húmeda melena negra caía con gracia sobre sus hombros, y el corto vestido azul se pegaba a su cuerpo por la humedad de este. Alta y orgullosa se alzaba Erzebeth, miraba con una media sonrisa al elfo que tenía en frente, en su mano derecha sostenía el arco con el que había sido lanzada la flecha.
-tu puntería es pésima- dijo el elfo sosteniendo en alto la flecha- casi me das.
-mi propósito era atravesarte- contesto la ninwen acomodándose el cabello sobre el hombro derecho- ¡falle!
-qué alivio es escucharlo- dijo el elfo-Debo admitir que me has sorprendido, jamás creí venir a Rivendel y ver a una mujer totalmente diferente a la pequeña que conocí- dijo el elfo entrando en el agua que en esa zona apenas le llegaba arriba de las rodillas.- ¿Dónde encontraste esto?
-en las fronteras del Bosque Negro, en mi última visita- contesto Erzebeth y se lanzo al agua sin casi salpicar.- ¿tuvieron dificultades antes de mi llegada?
-una emboscada, fue una larga pelea- conto el elfo mientras Erzebeth nadaba hacia él.
-Y te la he regresado de la misma manera que me recibiste la primera vez que fui a tu reino.- dijo encarando al elfo. Legolas y Erzebeth eran casi de la misma estatura, ella apenas unos diez centímetros más baja que el elfo. El acercamiento repentino de Erzebeth puso un poco nervioso al príncipe elfo.
-estaba practicando- contesto divertido- me distrajiste, eso es todo.
-¡claro! - dijo Erzebeth dibujando una falsa sonrisa en su rostro- Todas tus "amigas" se divirtieron con tu demostración.
- suenas como toda una mujer celosa.- se burlo el elfo mientras le retiraba un mechón de cabello de la cara a Erzebeth y lo colocaba detrás de su oreja.
-¿celosa? ¿De ti? Por favor, ¿Por qué sentiría celos de ti?- contesto la mujer borrando su sonrisa y comenzando a sentirse nerviosa- ¿Qué hay de ti?
-¿De mi?- pregunto el elfo retadoramente.
-Rivendel entero ha sido interrogado por ti- dijo tomando nuevamente el control de la situación- "¿está comprometida la dama Erzebeth?"- se burlo intentando imitar su voz.
-es una simple pregunta...
-¿con que finalidad?- volvió a preguntar la ninwen acercándose más al elfo, este no retrocedió ni un milímetro pero se estremeció con la cercanía de Erzebeth- ¿quieres saber si aun estoy libre?
-Yo no
eh
este
-Sí, estoy libre aun. Pero no para ti- dijo burlándose y dándole un beso en la mejilla a Legolas. Comenzó a caminar en dirección a casa de su padre aun divertida de lo que acababa de hacer.
-¿entonces? Ya sé, déjame adivinar- dijo Legolas recuperándose- ¡el buen Glorfindel!
-Entre él y yo no hay nada- contesto Erzebeth- ¿que no puedo tener un amigo sin que nadie crea nada más?
-pasas mucho tiempo con él, cabalgan juntos, comen juntos, pasan semanas en misiones juntos, algunos sospechan ya que duermen juntos
-¿Qué?- pregunto ofendida- ¿estás escuchándote? Esa es una acusación muy grave. ¿Quién te ha dicho eso?
-lo han visto salir de tu habitación en las mañanas - contesto Legolas- empiezan a hablar, dime ¿están comprometidos?
-No- contesto asqueada- es un gran amigo, nada más. Pero ¿a ti que te importa si estamos comprometidos o no? Y él jamás entra a mi habitación por las noches, si lo hace en las mañanas es porque mi padre lo manda a despertarme. Dime, ¿quién ha dicho semejante mentira?
-¿Lord Elrond permite eso?- dijo sorprendido- Adanessa ha sido quien me lo ha dicho, me lo dijo antes de que partieran el día del concilio. Nadie deja entrar un hombre a la habitación de una doncella, por lo menos si no están comprometidos y si aun es una doncella en realidad.
-¿Estas escuchándote?- reclamo Erzebeth acercándose un poco más donde estaba Legolas.- ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes creer eso?
- De ti puedo esperarme ya cualquier cosa- dijo Legolas sonando mas frio- solo mira como vistes, te gusta provocar a los hombres todo el tiempo, no haces cosas que haría una mujer decente. Lo peor es que te crees tan irresistible y que se enamoran de ti con solo mirarte, pero yo no. No eres la mujer más hermosa en la Tierra, ni la mujer de la que vale la pena enamorarse o luchar por ella, cuando no sabes si se está entregando a alguien más.- Erzebeth se dio media vuelta sin decir palabra alguna, simplemente comenzó a caminar.
-Bien- dijo enfadado Legolas- siempre huyes de los problemas, ¿es así como solucionas todo verdad? Corre con tu padre a que te proteja- dijo retándola y haciendo que la ninwen se parara en seco y lo volteara a ver- yo creí haber escuchado una mujer hace unos días, pero veo que no fue así, solo era alguien fingiendo ser algo que jamás podrá ser. Una mujer de verdad.
-¿ya terminaste?- dijo tomando una postura fuerte, aunque por dentro estaba desmoronándose. - ¿o quieres seguir haciendo sangrar la herida?
Legolas no encontró palabras, solo miraba el triste rostro de Erzebeth y como una lágrima caía por su mejilla hasta desaparecer en su cuello- Estaba fuera de mí, perdóname
esque
-No intentes disculparte cuando ya cometiste el mal- dijo para después irse del lugar. Legolas se comenzó a sentir culpable de todo lo que había dicho, pero ya no había remedio alguno y ahora debía enfrentar las consecuencias de sus actos.
-¿Erzebeth?- llamo Arwen a la puerta del cuarto de su hermana.- ¿puedo pasar?-Erzebeth se encontraba recostada en su cama de espaldas a la puerta, se abrazaba ella misma sollozando en silencio. Llevaba todo el día encerrada desde que había llegado de la cascada baja de Rivendel, Arwen entro y se sentó en una silla frente a su hermana, sujeto con ternura su mano y acaricio su cabello. Erzebeth no articulo palabra alguna, solo se aferro de la mano de su hermana y dejo salir más lágrimas.- ¿quieres contarme que paso?
-Nada
- contesto evadiendo la mirada de su hermana.
-se ya que tuviste una discusión con Legolas, he escuchado su versión, pero quiero saber la tuya- dijo Arwen sentándose en la cama y abrazando a su hermana.
-no quiero recordarlo- dijo Erzebeth abrazándose a su hermana- pero en parte el tiene razón.
-¿en qué? ¿En que es el hombre más tonto en este planeta? O ¿en que no sabe cómo tratar a una mujer?- pregunto Arwen ganándose la mirada de Erzebeth.
-¿el dijo eso?- pregunto Erzebeth incorporándose en la cama- no lo creo, el jamás diría eso, no lo diría si no
-estuviera enamorado de ti- dijo Arwen dibujando una sonrisa en su rostro.- ¿sabes? Hay veces que las personas demuestran sus sentimientos de una manera tan extraña, son tan orgullosos que no se permiten demostrar lo que sienten, pero cuando lastiman a la persona amada se sienten tan mal que deben de dejar a un lado su orgullo.
-eso no es verdad- dijo recostándose bocarriba- jamás escuche de un caso de amor donde te demuestran lo que sienten ofendiéndote, haciéndote sentir mal y siendo groseros contigo. Eso solamente significa que no le interesas a esa persona y le gusta humillarte y hacerte sentir que no vales nada.
-bueno, tal vez eso es lo triste, pero si hacen eso es por la impotencia del rechazo de la persona que aman, que la única manera de demostrarles que les importan es llamar su atención haciéndolas sentir celos o incluso odio por ellos. No es algo muy agradable para quienes tienen que aguantar esas manifestaciones, pero no puedes negar que siempre está presente en tus pensamientos y que por el "odio" que sientes por el jamás lo podrás olvidar como a otras personas.
-pues mejor que se deje de esos jueguitos tontos, o que simplemente mida sus palabras- dijo Erzebeth mirando a su hermana- me duele, y me duele mucho lo que me ha dicho, jamás había sido tan hiriente como esta vez.
-tal vez porque jamás habías sido tan indiferente con el- dijo Arwen- Sí que es complicado el amor, y sé que todos quisieran vivir un amor donde no sufras en ningún momento, pero no todos amamos de la misma forma, ni demostramos nuestros sentimientos como todos quisieran.- dijo levantándose y besando en la frente a Erzebeth- Dale tiempo, ni tu ni el son tan maduros como creen o quieren ser.Tomara mucho tiempo antes de que los dos admitan que sienten algo por el otro.- Arwen llego hasta la puerta y se giro hacia su hermana- Te extrañaremos mucho cuando te vayas, no solo papá y yo, todos los de Rivendel te extrañaran. Tus amigas Valadhiel y Alastegiel, Tu yegua, Glorfindel
-¿tú también crees que hay algo mas entre Glorfindel y yo?- pregunto mirando a su hermana a los ojos.
-por supuesto que no. Y tú y Glorfindel se han tratado por años y jamás he visto una chispa que encienda fuego entre ustedes. Papá también creía que entre Glorfindel y tú se podía dar algo más que amistad, pero se ha resignado al ver que no muestras el más mínimo interés por él.
-Yo jamás me quiero enamorar- dijo Erzebeth. Arwen solo dibujo una sonrisa en su rostro y dispuesta a irse dio un último mensaje a su hermana.
-Habrá una cena, se dará al fin la fecha de su partida de acuerdo a los reportes que se han hecho. Elrohir y Elladan estarán presentes y no creo que les agradara mucho verte en ese estado.
-¿están aquí? ¿Cuándo llegaron y porque no me han avisado?- pregunto levantándose de un salto.
-llegaron hoy en la mañana, pero fueron directo con nuestro padre y no han salido- dijo Arwen -Te hubiera avisado, pero saliste desde temprano y cuando volviste te encerraste en el cuarto sin querer hablar con nadie.- Arwen cerró la puerta después de salir. Erzebeth permaneció unos instantes sentada en su cama, pensando lo que su hermana le había platicado, y haciendo a un lado sus pensamientos se cambio las ropas que llevaba desde la mañana por un vestido azul turquesa muy hermoso.
La noche había llegado ya, hacia frio pero el cielo lucia hermoso lleno de estrellas y sin ninguna nube que manchara la belleza del cielo. Frodo se encontraba sentado al lado de Elrond, y a su izquierda estaba Sam. Gandalf estaba sentado al otro lado de Elrond y a su lado estaba Aragorn, seguido de Elladar y Elrohir, frente a ellos estaban las hermosas damas Arwen y Erzebeth, después de Erzebeth estaba sentado Gimli, luego Merry y le seguía Pippin. Al lado de Elrohir, estaba Boromir, y enseguida Legolas, evitando coincidir con las miradas de Erzebeth.
-En todo caso, sabemos qué ocurrió con ocho de los Nueve -dijo Gandalf -. No es prudente estar demasiado seguro, pero me atrevería a creer que los Espectros del Anillo fueron dispersados y regresaron como pudieron a Mordor, vacíos y sin forma.
»Si es así, pasará un tiempo antes que reinicien la cacería. El enemigo tiene otros sirvientes, por supuesto. Pero tendrían que hacer todo el camino hasta Rivendel antes que encontraran nuestras huellas. Y si tenemos cuidado será difícil encontrarlas. Pero no podemos retrasarnos más.
Elrond les indicó a los hobbits que se acercaran. Miró gravemente a Frodo. -Ha llegado la hora -dijo-. Si el Anillo ha de partir, que sea cuanto antes. Pero que quienes lo acompañan no cuenten con ningún apoyo, ni de guerra ni de fuerzas. Tendrán que entrar en los dominios del enemigo, lejos de toda ayuda. ¿Todavía mantienes tu palabra, Frodo, de que serás el Portador del Anillo?
-Sí -dijo Frodo.
-Pues bien, no podré ayudarte mucho, ni siquiera con consejos -dijo Elrond- . No alcanzo a ver cuál será tu camino y no sé cómo cumplirás esa tarea. La Sombra se ha arrastrado ahora hasta el pie de las montañas y ha llegado casi a las orillas del Fontegrís; y bajo la Sombra todo es oscuro para mí. Encontrarás muchos enemigos, algunos declarados, otros ocultos, y quizá tropieces con amigos, cuando menos los busques. Mandaré mensajes, tal como se me vayan ocurriendo, a aquellos que conozco en el ancho mundo; pero las tierras han llegado a ser tan peligrosas que algunos se perderán sin duda, o no llegarán antes que tú.
La cena concluyo y todos volvieron a ser dirigidos a la Sala de Fuego allí entre muchas historias oyeron completa la balada de Beren y Lúthien y la conquista de la Gran joya. Cuando el ambiente comenzaba a estar más cálido, algunos de los presentes pidieron que Erzebeth cantara algo para alegrarles el corazón por su partida. Al principio la Ninwen se negaba, pero su padre le suplico que lo hiciera, entonces, paso al centro de la sala. Esta vez estaba más vacía, por lo que todos alcanzaban a mirar. La luz del fuego resaltaba sus facciones y la hacía lucir completamente hermosa. Elrohir y Elladar miraban con atención la reacción de algunos elfos al ver a la hermosa mujer bajo aquella cálida luz. Glorfindel no oculto su sonrisa, mientras que Legolas bajaba su mirada.
-No se me ocurre ninguna canción, creo que cualquiera que yo pudiera cantar ya la han recitado- Entonces miro hacia sus hermanos- Pero creo que algunos recordaran esta canción- Elrond suspiro y cerró los ojos, Arwen sonrió y Elladar y Elrohin aplaudieron a su hermana.
Erzebeth pido que le prestaran un arpa, y suavemente comenzó a tocarla produciendo un hermoso sonido que pronto invadió el corazón de los presentes.
Sous... speidi...
Sous speidi...
Sous speidi...
Sous...
Sous... speidi...
Sous...
Frodo no sabía qué idioma tan raro era ese, pero sin duda le tocaba el corazón. Sintió que la dulce voz en combinación con el sonido del arpa lo llevaban a un lugar lejano, un lugar sin preocupaciones, donde todo era hermoso. Entonces vino a su mente la comarca, su gente, la tranquilidad del lugar. El sueño comenzó a invadirlo y la nostalgia también. La voz sonaba feliz, pero había un toque de tristeza que pronto invadió a la audiencia. Lord Elrond sostenía la mano de Arwen, seguía con los ojos cerrados y atento al canto.
Sous... speidi...
Sous speidi...
Sous speidi...
Sous...
Sous speidi...
Un rayo cayó en ese momento, y unas campanitas que colgaban en las ventanas comenzaron a sonar por el aire que soplaba. Pero eso no detuvo a Erzebeth y siguió tocando el arpa.
Atmadja...
Dostaa la la
Sve atmadja
Seguii muya...
La voz se intensificaba en ese momento, parecía que otras voces la acompañaban en el canto, igual de hermosas y fuertes.
Atmadja
Dostaa la la
Sve atmadja
Seguii muya...
Ventori....
Svi i....
Frodo sintió la necesidad de abrir los ojos, y fue cuando descubrió que en efecto las voces de Arwen, Elladar y Elrohir se habían unido a la de su hermana.
Atmadja
Dostaa la la
Sve atmadja
Seguii muya norae...
El canto seso al fin, y algunos de los presentes no pudieron evitar soltar una lágrima, entre ellos Elrond, quien con una seña había pedido a su hija menor que se acercara a él.
-¿Qué ha sido eso?- pregunto por lo bajo Frodo a Gandalf, mientras la multitud aplaudía el numero de la dama.
-la canción de cuna de los hijos de Elrond- contesto Gandalf limpiando una lágrima- Artanis se la cantó a cada uno de ellos, está escrita en el ya perdido idioma de las ninwen. Nadie lo había entonado desde la muerte de Artanis. La última vez que se escucho, fue cuando enterraron a la reina ninwen cerca de la cascada baja de Rivendel. Erzebeth lo cantaba mientras era sepultada. Muchos lo olvidaron por años, ningún elfo pudo entonarlo desde entonces pues había sido olvidado. Me sorprende que Erzebeth y sus hermanos lo recuerden bien.
-Ha sido hermoso, hija mía- felicitaba Elrond besando en la frente a su hija- nos harás mucha falta.
-siempre, a donde quiera que valla estaré contigo- contesto y Elrond volvió a besarle la frente.
-¡por favor, mi señora! Deléitanos con otra de tus canciones- pedía una hermosa elfa de cabello castaño y ojos azules sentada cerca de los gemelos.
-sí, cántanos nuevamente- apoyaba otra de cabello rubio y ojos miel- la que cantaste hace tres días mientras descansábamos cerca de los zarzos.
- Valadhiel y Alastegiel, me halagan pidiéndome que cante nuevamente, pero creo yo que otros querrán hacerlo- dijo Erzebeth mirando a las jóvenes elfas- no creo que quieran volver a escucharme.
-por favor, mi señora- intervino Glorfindel. Legolas hizo una mueca al instante- solo una más.- algunos de los presentes comenzaron a susurrar entre ellos, Erzebeth no dijo nada, solo miraba como algunos pedían otra canción en apoyo a las peticiones de las elfas y Glorfindel.
-bueno, ya que Valadhiel y Alastegiel lo piden, cantare nuevamente- contesto evadiendo la mirada de Glorfindel- pero no creo que sea muy apropiada. Se ha cantado mucho de amor esta noche, así que cantare algo diferente.
-¿más alegre que el amor, mi señora?- volvió a insistir Glorfindel.
-no- contesto tajantemente- Mí querido Glorfindel.- entonces se dirigió nuevamente al centro de la sala.- pero algo más apegado a la realidad que solo soñar con amor. Esta canción fue escrita ya hace varios años, yo aun no nacía, pero fue un canto que Aima solía cantar por su pérdida. Fue escrita en el simple idioma de los humanos, pero igual no pierde su belleza si se sabe cantar, y sobre todo si se le comprende.
Estoy tan cansada de estar aquí
Reprimida por mis miedos infantiles
Y si te tienes que ir
Desearía que te fueras del todo
Porque tú presencia aun vive en mí
Y no me deja sola.
Estas heridas parecen no cicatrizar
Este dolor es demasiado real
Es demasiado profundo
Que ni el tiempo lo puede borrar.
Cuando llorabas
Yo secaba tus lágrimas
Cuando gritabas
Yo ahuyentaba tus miedos
He sostenido tu mano
Durante todos estos años
Pero tú todavía tienes
todo en mí.
Tú solías cautivarme
Con tu vida apasionante
Ahora estoy atada a la vida
Que dejaste atrás.
Tu rostro se me aparece
En sueños que solían ser placenteros
Tu voz arrebato
Toda la cordura que había en mí.
Estas heridas parecen no cicatrizar
Este dolor es demasiado real
Es demasiado profundo
Que ni el tiempo lo puede borrar.
Cuando llorabas
Yo secaba tus lágrimas
Cuando gritabas
Yo ahuyentaba tus miedos
He sostenido tu mano
Durante todos estos años
Pero tú todavía tienes
todo en mí.
He tratado firmemente
De convencerme de que te has ido
Pero aunque todavía estás conmigo
He estado sola desde el principio.
Cuando llorabas
Yo secaba tus lágrimas
Cuando gritabas
Yo ahuyentaba tus miedos
He sostenido tu mano
Durante todos estos años
Pero tú todavía tienes
todo en mí.
En mi
En mi
El canto termino, y los presentes captaron la melancolía con la que había sido cantada por primera vez. Muchas historias de amores imposibles son cantadas, pero ninguna había tocado tan profundo los corazones de los elfos que sentían la angustia de Aima en sus palabras. Erzebeth hizo una reverencia a su padre y salió de la Sala de Fuego, los presentes le aplaudieron mientras salía. Glorfindel salió poco después, mientras otro elfo tomaba el lugar de Erzebeth y comenzaba un canto más alegre que el anterior.
Aragorn y Gandalf paseaban juntos o se sentaban a hablar del camino y de los peligros que podrían encontrar y estudiaban los mapas historiados y los libros de ciencia que había en casa de Elrond. A veces Frodo los acompañaba, pero estaba contento de poder confiar en ellos como guías y se pasaba la mayor parte del tiempo con Bilbo.
En aquellos últimos días, mientras Merry y Pippin iban de un lado a otro, Frodo y Sam se pasaban las horas en el cuartito de Bilbo. Allí Bilbo les leía pasajes del libro (que parecía aún muy incompleto), o fragmentos de poemas, o tomaba notas de las aventuras de Frodo.
En la mañana del último día Frodo estaba a solas con Bilbo y el viejo Hobbit sacó de debajo de la cama una caja de madera. Levantó la tapa y buscó dentro.
-Se te quebró la espada, creo -le dijo a Frodo titubeando- y pensé que quizá te interesara tener ésta, ¿la conoces? -Sacó de la caja una espada pequeña, guardada en una raída vaina de cuero. La desenvainó y la hoja pulida y bien cuidada relució de pronto, fría y brillante. -Esta es Dardo -dijo y sin mucho esfuerzo la hundió profundamente en una viga de madera-. Tómala, si quieres. No la necesitaré más, espero.
Frodo la aceptó agradecido.
-Y aquí hay otra cosa -dijo Bilbo. Y sacó un paquete que parecía bastante pesado para su tamaño. Desenvolvió viejas telas y sacó a la luz una pequeña cota de malla de anillos entrelazados, flexible casi como un lienzo, fría como el hielo, y más dura que el acero. Brillaba como plata a la luz de la luna y estaba tachonada de gemas blancas y tenía un cinturón de cristal y perlas. -¡Es hermosa!, ¿no es cierto? -dijo Bilbo moviéndola a la luz-. Y útil además. Es la cota de malla de enano que me dio Thorin. La recuperé en Cavada Grande, antes de salir. Llevo siempre conmigo todos los recuerdos del Viaje excepto el Anillo. Pero nunca esperé usarla y ahora no la necesito sino para mirarla algunas veces. Apenas sientes el peso cuando la llevas.
-Parecerá... bueno, no creo que me quede bien -dijo Frodo.
-Lo mismo dije yo -continuó Bilbo-. Pero no te preocupes por tu apariencia. Puedes usarla debajo de la ropa. ¡Vamos! Tienes que compartir conmigo este secreto. ¡No se lo digas a nadie! Pero me sentiré más feliz si sé que la llevas puesta. Se me ha ocurrido que hasta podría desviar los cuchillos de los Jinetes Negros -concluyó en voz baja.
-Muy bien, la tomaré -dijo Frodo.
Bilbo le colocó la malla y aseguró a Dardo al cinturón resplandeciente. Luego Frodo se puso encima las viejas ropas manchadas por la vida a la intemperie: pantalones de montar, túnica y chaqueta.
-Un simple hobbit, eso pareces ser -dijo Bilbo-. Pero ahora hay algo más en ti, que sale a la superficie. ¡Te deseo mucha suerte!
Dio media vuelta y miró por la ventana, tratando de tararear una canción.
-Nunca te lo agradeceré bastante, Bilbo, esto y todas tus bondades pasadas -dijo Frodo.
-¡Pues no lo intentes! -dijo el viejo hobbit, y volviéndose palmeó a Frodo en la espalda-. ¡Huy! -gritó-. ¡Estás demasiado duro ahora para palmearte! Pero escúchame: los hobbits tienen que estar siempre unidos y especialmente los Bolsón. Todo lo que te pido a cambio es esto: cuídate bien, tráeme todas las noticias que puedas y todas las viejas canciones e historias que encuentres. Haré lo posible por terminar el libro antes que vuelvas. Me gustaría escribir el segundo volumen, si vivo bastante.- Se interrumpió y se volvió otra vez a la ventana canturreando.
Era un día frío y gris de fines de diciembre. El viento del este soplaba entre las ramas desnudas de los árboles y golpeaba los pinos oscuros de las lomas. Jirones de nubes se apresuraban allá arriba, oscuras y bajas. Cuando las sombras tristes del crepúsculo comenzaron a extenderse, la Compañía se aprestó a partir. Saldrían al anochecer, pues Elrond les había aconsejado que viajaran todo lo posible al amparo de la noche, hasta que estuvieran lejos de Rivendel.
-No olviden los muchos ojos sirvientes de Sauron -dijo-. Las noticias de la derrota de los Jinetes ya le han llegado sin duda y tiene que estar loco de furia. Pronto los espías pedestres y alados se habrán diseminado por las tierras del norte. Cuando estén en camino, guárdense hasta del cielo que se extiende sobre ustedes.
La Compañía cargó poco material de guerra, pues confiaban más en pasar inadvertidos que en la suerte de una batalla. Aragorn llevaba su espada y unos cuchillos, e iba vestido con ropas de color verde y pardo mohoso, como un jinete del desierto. Boromir tenía una larga espada y cargaba además un escudo y el cuerno de guerra.
-Suena alto y claro en los valles de las colinas -dijo-, ¡y los enemigos de Gondor ponen pies en polvorosa!
Llevándose el cuerno a los labios, Boromir sopló y los ecos saltaron de roca en roca y todos los que en Rivendel oyeron esa voz se incorporaron de un salto.
-No te apresures a hacer sonar de nuevo ese cuerno, Boromir -dijo Elrond-, hasta que hayas llegado a las fronteras de tu tierra y sea necesario.
-Quizá -dijo Boromir-, pero siempre en las partidas he dejado que mi cuerno grite, y aunque más tarde tengamos que arrastrarnos en la oscuridad, no me iré ahora como un ladrón en la noche.
Sólo Gimli el enano exhibía una malla corta de anillos de acero (pues los enanos soportan bien las cargas) y un hacha de regular tamaño le colgaba de la cintura. Legolas tenía un arco y un carcaj, y en la cintura un largo cuchillo blanco. Los hobbits más jóvenes cargaban las espadas que habían sacado del túmulo, pero Frodo no disponía de otra arma que Dardo y llevaba oculta la cota de malla, como Bilbo se lo había pedido. Gandalf tenía su bastón, pero se había ceñido a un costado la espada élfica que llamaban Glamdring, hermana de Orcrist, que descansa ahora sobre el pecho de Thorin bajo la Montaña Solitaria.
Erzebeth llevaba la espada que había pertenecido a su madre, Isil Angren, luna de hierro la llamaban, de hoja plata como la luna, delgada y ligera, pero tan fuerte que era capaz de cortar hasta la más dura piel y romper una piedra sin sufrir daño alguno. También llevaba su arco y un carcaj. Sus vestimentas eran nuevamente de varón. Tenía un pantalón gris y unas botas de viaje ligeras y del mismo color del pantalón. Llevaba una capa de un gris más oscuro y más corta de lo que acostumbraba usar. Tenía puesto un pequeño chaleco negro y una camisa élfica blanca con los primeros botones desabrochados, también llevaba un cinturón de cuero con inscripciones en elfico de donde colgó su espada.
Todos fueron bien provistos por Elrond con ropas gruesas y abrigadas, y tenían chaquetas y mantos forrados de piel. Las provisiones y ropas de repuesto fueron cargadas en un poney, nada menos que la pobre bestia que habían traído de Bree. La estadía en Rivendel lo había transformado de un modo asombroso: le brillaba el pelo y parecía haber recuperado todo el vigor de la juventud. Fue Sam quien insistió en elegirlo, declarando que Bill (así lo llamaba ahora) se iría consumiendo poco a poco si no lo llevaban con ellos.
-Ese animal casi habla -dijo- y llegaría a hablar si se quedara aquí más tiempo. Me echó una mirada tan elocuente como las palabras del señor Pippin: Si no me dejas ir contigo, Sam, te seguiré por mi cuenta.
De modo que Bill sería la bestia de carga; sin embargo era el único miembro de la Compañía que no parecía deprimido.
Ya se habían despedido de todos en la gran sala junto al fuego y ahora sólo estaban esperando a Gandalf y a Erzebeth, que aún no habían salido de la casa. Por las puertas abiertas podían verse los reflejos del fuego y en las ventanas brillaban unas luces tenues. Bilbo estaba de pie y en silencio junto a Frodo, arropado en un manto. Aragorn se había sentado en el suelo y apoyaba la cabeza en las rodillas; sólo Elrond entendía de veras qué significaba esta hora para él. Los otros eran como sombras grises en la oscuridad.
Sam, junto al poney, se pasaba la lengua por los dientes y miraba morosamente la sombra de allá abajo donde el río cantaba sobre un lecho de piedras; en este momento no tenía ningún deseo de aventuras.
-Bill, amigo mío -dijo-, no tendrías que venir con nosotros. Podrías quedarte aquí y comerías el heno mejor, hasta que crecieran los nuevos pastos.
Bill sacudió la cola y no dijo nada. Sam se acomodó el paquete sobre los hombros y repasó mentalmente todo lo que llevaba, preguntándose con inquietud si no habría olvidado algo: el tesoro principal, los utensilios de cocina; la cajita de sal que lo acompañaba siempre y que llenaba cada vez que le era posible; una buena porción de hierba para pipa, «no suficiente», pensaba; pedernal y yesca; medias de lana; ropa blanca; varias pequeñas pertenencias que Frodo había olvidado y que él había guardado para mostrarlas en triunfo cuando las necesitasen. Lo repasó todo.
-¡Cuerda! -murmuró-. ¡Ninguna cuerda! Y anoche mismo te dijiste: «Sam, ¿qué te parece un poco de cuerda? Si no la llevas la necesitarás.» Bueno, ya la necesito. No puedo conseguirla ahora.
En ese momento Elrond salió con Gandalf y Erzebeth, y pidió a la Compañía que se acercase. -He aquí mis últimas palabras -dijo en voz baja-. El Portador del Anillo parte ahora en busca de la Montaña del Destino. Toda responsabilidad recae sobre él: no librarse del Anillo, no entregárselo a ningún siervo de Sauron y en verdad no dejar que nadie lo toque, excepto los miembros del Concilio o la Compañía y esto en caso de extrema necesidad. Los otros van con él como acompañantes voluntarios, para ayudarlo en esa tarea. Pueden detenerse, o volver, o tomar algún otro camino, según las circunstancias. Cuanto más lejos lleguen, menos fácil será retroceder, pero ningún lazo ni juramento los obliga a ir más allá de sus propios corazones, y no pueden prever lo que cada uno encontrará en el camino.
-Desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece -dijo Gimli.
-Quizá -dijo Elrond-, pero no jure que caminará en las tinieblas quien no ha visto la caída de la noche.
-Sin embargo, un juramento puede dar fuerzas a un corazón desfalleciente.
-O destruirlo -dijo Elrond-. ¡No miren demasiado adelante! ¡Pero partan con buen ánimo! Adiós y que las bendiciones de los elfos y los hombres y toda la gente libre vayan con ustedes. ¡Que las estrellas los iluminen!
-Buena... ¡buena suerte! -gritó Bilbo tartamudeando de frío-. No creo que puedas llevar un diario, Frodo, compañero, pero esperaré a que me lo cuentes todo cuando vuelvas. ¡Y no tardes demasiado! ¡Adiós!
Muchos otros de la Casa de Elrond los miraban desde las sombras y les decían adiós en voz baja. No había risas ni canto ni música. Arwen los miraba partir situada un poco atrás de su padre, Aragorn giro su mirada por última vez hacia la hermosa dama y haciendo una ligera reverencia se despidió de Arwen Undomiel, la estrella de la tarde. Las lágrimas no se hicieron esperar, y Elrond miraba destrozado como la menor de sus hijos partía hacia la perdición. Detrás de Elrond estaba Glorfindel, quien con una sonrisa despidió a la ninwen, la cual le dedico una fugaz sonrisa y abrazo fuertemente a su padre.
-Nos volveremos a ver- dijo con la voz entrecortada, Arwen se aproximo a ellos y beso en la frente a su hermana.- estaremos juntos una vez más, y será para siempre.- Elrond soltó al fin a su hija, e intentando recobrar su postura le dedico una sonrisa y la beso en la frente.
-Te amo, hija- fueron sus palabras de despedida- ahora, tu destino lo comienzas a marcar tu. Síguelo y llega hasta el final con honor.- desde los establos se escuchaba un fuerte relincho, al parecer, la yegua de Erzebeth sabia perfecto que su ama se marchaba y la dejaba.
-Hoy no mi fiel compañera- susurro posando su mirada en la oscuridad de donde provenía el reclamo del animal- hoy no
Al fin la Compañía se volvió, desapareciendo en la oscuridad. Cruzaron el puente y remontaron lentamente los largos senderos escarpados que los llevaban fuera del profundo valle de Rivendel, y al fin llegaron a los páramos altos donde el viento siseaba entre los brezos. Luego, echando una mirada al Ultimo Hogar que centelleaba allá abajo, se alejaron a grandes pasos perdiéndose en la noche.
En el Vado del Bruinen dejaron el camino y doblando hacia el sur fueron por unas sendas estrechas entre los campos quebrados. Tenían el propósito de seguir bordeando las laderas occidentales de las montañas durante muchas millas y muchos días. La región era más accidentada y desnuda que el valle verde del Río Grande del otro lado de las montañas, en las Tierras Ásperas. La marcha era necesariamente lenta, pero esperaban escapar de este modo a miradas hostiles. Los espías de Sauron habían sido vistos raras veces en estas extensiones desiertas y los senderos eran poco conocidos excepto para la gente de Rivendel.
Gandalf marchaba delante y con él iba Aragorn y Erzebeth, que conocían estas tierras aun en la oscuridad. Los otros los seguían en fila y Legolas que tenía ojos penetrantes cerraba la marcha.
-¿Cómo estás?- pregunto por lo bajo Aragorn al notar lo distante que estaba Erzebeth.
-¿perdón? Ah
bien- contesto la ninwen- es solo que
jamás creí que me sentiría así- dijo Erzebeth- anoche tuvimos una larga platica, como nunca antes. Arwen también estaba con nosotros, recordando a mi madre- contaba mientras seguían caminando- creo que los extrañare más de lo que pensaba, Arwen me hará mucha falta, solo espero que cuando esto acabe la pueda volver a mirar y no olvide su belleza.
-si- dijo Aragorn mirando al cielo y llevándose una mano a la altura del pecho- yo también espero eso.
-aunque
- dijo ganándose la mirada del montaraz- hay algo más que me tiene así-miro hacia atrás para asegurarse que nadie escuchara y se acerco a Aragorn- Aquella noche, cuando cante en la sala de fuego ¿recuerdas?- Aragorn asintió- Salí y Glorfindel me siguió y me detuvo en uno de los pasillos.- Aragorn miraba atento a Erzebeth, la cual hablaba en tono preocupante- me ha declarado su amor y me pido que me case con él.- dijo lo más bajo que pudo, pero supo que Gandalf había escuchado pues comenzó a toser de la impresión. Erzebeth y Aragorn lo miraron un momento, el mago les hizo la seña de que estaba bien.
-¡Valla!-Dijo sorprendido el montaraz mirando fugazmente hacia atrás para asegurarse que nadie más hubiera escuchado.- ¿pero que le has dicho?
-por supuesto que le dije que no- contesto gravemente- aunque él insistió en que guarde mi respuesta para cuando esto termine y nos volvamos a encontrar, yo no le di ni la más mínima esperanza, y estoy segura de que mi respuesta jamás cambiara. No me esperaba esto, no de él.
-pues no, yo tampoco esperaba eso- dijo Aragorn.- y pues es problema de él si quiere esperar a alguien que nunca lo aceptara.
-siento lastima por él, porque no se cual pueda ser su reacción cuando después de tanto esperar siga con mi negativa, o peor, que nunca regrese mas- dijo la mujer bajando la mirada.
-es tu decisión, y se la hiciste saber antes, no por sentir lástima cometas el error de tu vida- dijo sabiamente Aragorn.
-No, ya no quiero cometer más errores- concluyo la ninwen y siguieron andando en silencio.
La primera parte del viaje fue dura y monótona y Frodo sólo guardaría el recuerdo del viento. Durante muchos días sin sol, un viento helado sopló de las montarías del este y parecía que ninguna ropa pudiera protegerlos contra aquellas agujas penetrantes. Aunque la Compañía estaba bien equipada, pocas veces sintieron calor, tanto moviéndose como descansando.
Dormían inquietos en pleno día, en algún repliegue del terreno o escondiéndose bajo unos arbustos espinosos que se apretaban a los lados del camino. A la caída de la tarde los despertaba quien estuviera de guardia y tomaban la comida principal: fría y triste casi siempre, pues pocas veces podían arriesgarse a encender un fuego. Ya de noche partían otra vez, buscando los senderos que llevaban al sur. Al principio les pareció a los hobbits que aun caminando y trastabillando hasta el agotamiento, iban a paso de caracol y no llegaban a ninguna parte.
Pasaban los días y el paisaje era siempre igual. Sin embargo, poco a poco, las montañas estaban acercándose. Al sur de Rivendel eran aún más altas y se volvían hacia el oeste; a los pies de la cadena principal se extendía una tierra cada vez más ancha de colinas desiertas y valles profundos donde corrían unas aguas turbulentas. Los senderos eran escasos y tortuosos y muchas veces los llevaban al borde de un precipicio, o a un traicionero pantano.
Llevaban quince días de marcha cuando el tiempo cambió. El viento amainó de pronto y viró al sur. Las nubes rápidas se elevaron y desaparecieron y asomó el sol, claro y brillante. Luego de haber caminado tropezando toda una noche, llegó el alba fría y pálida. Estaban ahora en una loma baja, coronada de acebos; los troncos de color verde grisáceo parecían estar hechos con la misma piedra de las lomas. Las hojas oscuras relucían y las bayas eran rojas a la claridad del sol naciente.
Lejos, en el sur, Frodo alcanzaba a ver los perfiles oscuros de unas montañas elevadas que ahora parecían interponerse en el camino que la Compañía estaba siguiendo. A la izquierda de estas alturas había tres picos; el más alto y cercano parecía un diente coronado de nieve; el profundo y desnudo precipicio del norte estaba todavía en sombras, pero donde lo alcanzaban los rayos oblicuos del Sol, el pico llameaba, rojizo. Gandalf se detuvo junto a Frodo y miró amparándose los ojos con la mano.
-Hemos llegado a los límites de la región que los hombres llaman Acebeda; muchos elfos vivieron aquí en días más felices, cuando tenía el nombre de Eregion. Hemos hecho cuarenta y cinco leguas a vuelo de pájaro, aunque nuestros pies caminaran otras muchas millas. El territorio y el tiempo serán ahora más apacibles, pero quizá también más peligrosos.
-Peligroso o no, un verdadero amanecer es siempre bien recibido -dijo Frodo echándose atrás la capucha y dejando que la luz de la mañana le cayera en la cara.
-¡Las montañas están frente a nosotros! -dijo Pippin-. Nos desviamos al este durante la noche.
-No -dijo Gandalf -. Pero vez más lejos a la luz del día. Más allá de esos picos la cadena dobla hacia el sudoeste. Hay muchos mapas en la Casa de Elrond, aunque supongo que nunca pensaste en mirarlos.
-Sí, lo hice, a veces -dijo Pippin-, pero no los recuerdo. Frodo tiene mejor cabeza que yo para estas cosas.
-Yo no necesito mapas -dijo Gimli, que se había acercado con Legolas y miraba ahora ante él con una luz extraña en los ojos profundos-. Esa es la tierra donde trabajaron nuestros padres, hace tiempo, y hemos grabado la imagen de esas montañas en muchas obras de metal y de piedra y en muchas canciones e historias. Se alzan muy altas en nuestros sueños: Baraz, Zirak,
Shathûr.
»Sólo las vi una vez de lejos en la vigilia, pero las conozco y sé cómo se llaman, pues debajo de ellas está Khazad-dûm, la Mina del Enano, que ahora: llaman el Pozo Oscuro, Moria en la lengua élfica. Más allá se encuentra Barazinbar, el Cuerno Rojo, el cruel Caradhras; y aún más allá el Cuerno de Plata y el Monte Nuboso: Celebdil el Blanco y Fanuidhol el Gris, que nosotros llamamos Zirak-zigil y Bundushathûr.
»Allí las Montañas Nubladas se dividen y entre los dos brazos se extiende el valle profundo y oscuro que no podemos olvidar: Azanulbizar, el Valle del Arroyo Sombrío, que los elfos llaman Nanduhirion.
-Hacia ese valle vamos -dijo Gandalf-. Si subimos por el paso llamado la Puerta del Cuerno Rojo, en la falda opuesta del Caradhras, descenderemos por la Escalera del Arroyo Sombrío al valle profundo de los enanos; allí se encuentran el Lago Espejo y los helados manantiales del Cauce de Plata.
-Oscura es el agua del Kheled-zâram -dijo Gimll- y frías son las fuentes del Kibil-nâla. Se me encoge el corazón pensando que los veré pronto.
-Que esa visión te traiga alguna alegría, mi querido enano -dijo Gandalf-. Pero hagas lo que hagas, no podremos quedarnos en ese valle. Tenemos que seguir el Cauce de Plata aguas abajo hasta los bosques secretos y así hasta el Río Grande y luego...-Hizo una pausa.
-Sí, ¿y luego qué? -preguntó Merry.
-Hacia nuestro destino, el fin del viaje -dijo Gandalf-. No podemos mirar demasiado adelante. Alegrémonos de que la primera etapa haya quedado felizmente atrás. Creo que descansaremos aquí, no sólo hoy sino también esta noche. El aire de Acebeda tiene algo de sano. Muchos males han de caer sobre un país para que olvide del todo a los elfos, si alguna vez vivieron ahí.
-Es cierto - dijo Legolas -. Pero los elfos de esta tierra no eran gente de los bosques como nosotros, y los árboles y la hierba no los recuerdan. Sólo oigo el lamento de las piedras, que todavía los lloran: Profundamente cavaron en nosotras, bellamente nos trabajaron, altas nos erigieron; pero han desaparecido. Han desaparecido. Fueron en busca de los puertos mucho tiempo atrás.
Aquella mañana encendieron un fuego en un hueco profundo, velado por grandes macizos de acebos, y por vez primera desde que dejaran Rivendel tuvieron un almuerzo-desayuno feliz. No corrieron en seguida a la cama, pues esperaban tener toda la noche para dormir y no partirían de nuevo hasta la noche del día siguiente. Sólo Aragorn guardaba silencio, inquieto. Al cabo de un rato dejó la Compañía y caminó hasta el borde del hoyo; allí se quedó a la sombra de un árbol, mirando al sur y al oeste, con la cabeza ladeada como si estuviera escuchando. Luego se volvió y miró a los otros que reían y charlaban.
-¿Qué pasa, Trancos? -llamó Merry-. ¿Qué estás buscando? ¿Echas de menos el Viento del Este?
-No por cierto -respondió Trancos-. Pero algo echo de menos. He estado en el país de Acebeda en muchas estaciones. Ninguna gente las habita ahora, pero hay animales que viven aquí en todas las épocas, especialmente pájaros. Ahora sin embargo todo está callado, excepto nosotros. Puedo sentirlo. No hay ningún sonido en muchas millas a la redonda y nuestras voces resuenan como un eco. No lo entiendo.
Gandalf alzó la vista con repentino interés. -¿Cuál crees que sea la razón? -preguntó -. ¿Habría otra aparte de la sorpresa de ver a cuatro hobbits, para no mencionar el resto, en sitios donde no se ve ni se oye a casi nadie?
-Ojalá sea así -respondió Trancos-. Pero tengo una impresión de acechanza y temor que nunca conocí aquí antes.
-Entonces tenemos que cuidarnos -dijo Gandalf-. Si traes a un montaraz contigo, es bueno prestarle atención, más aún si el montaraz es Aragorn. No hablemos en voz alta. Descansemos tranquilos y vigilemos.
Ese día le tocaba a Sam hacer la primera guardia, pero Aragorn se le unió. Los otros se durmieron. Luego el silencio creció de tal modo que hasta Sam lo advirtió. La respiración de los que dormían podía oírse claramente. Los meneos de la cola del poney y los ocasionales movimientos de los cascos se convirtieron en fuertes ruidos. Sam se movía y alcanzaba a oír cómo le crujían las articulaciones. Un silencio de muerte reinaba alrededor y por encima del todo se extendía un cielo azul y claro, mientras el sol ascendía en el este. A lo lejos, en el sur, apareció una mancha oscura que creció y fue hacia el norte como un humo llevado por el viento.
-¿Qué es eso? No parece una nube -le susurró Sam a Aragorn.
Aragorn no respondió; tenía los ojos clavados en el cielo. Pero Sam no tardó en reconocer lo que se acercaba.
-¡Échense al suelo y no se muevan! - siseó Erzebeth, arrastrándolos a la sombra de una mata de acebos. Bandadas de pájaros, que volaban muy rápidamente y en círculos, yendo de un lado a otro, como buscando algo; y estaban cada vez más próximas. Un regimiento de pájaros acababa de desprenderse de la bandada principal y se acercaba volando bajo. Sam pensó que eran una especie de grandes cuervos. Mientras pasaban sobre la loma, en una columna tan apretada que la sombra los seguía oscuramente por el suelo, se oyó un único y ronco graznido.
No hasta que los pájaros hubieron desaparecido en la distancia, al norte y al oeste, y el cielo se hubo aclarado otra vez, se incorporaron de nuevo.
-al principio creí que se trataba de una nube, pero al ver la velocidad y que iba en contra del viento supe que algo andaba mal- dijo Erzebeth vigilando el cielo- mi mirada no es tan penetrante como la de un elfo, pero mi oído es muy bueno, y en cuanto escuche una especie de zumbido fue que me puse a alerta. Creo que Legolas también los vio y escucho, estuvo un rato mirando hacia la mancha intentando no alarmarnos.
Aragorn dio un salto entonces y fue a despertar a Gandalf.
-Regimientos de cuervos negros están volando de aquí para allá entre las montañas y el Fontegrís -dijo- y han pasado sobre Acebeda. No son nativos de aquí; son crebain de Fangorn y de las Tierras Brunas. No sé qué les ocurre; quizás hay algún problema allá en el sur del que vienen huyendo; pero creo que están espiando la región. He visto además algunos halcones volando alto en el cielo. Pienso que debiéramos partir de nuevo esta misma noche.
-Acebeda ya no es un lugar seguro para nosotros; es un lugar vigilado.-agrego Erzebeth que vigilaba aun el cielo.
-Y en ese caso lo mismo será en la Puerta del Cuerno Rojo -dijo Gandalf -. Y no alcanzo a imaginar cómo podríamos pasar por allí sin ser vistos. Pero lo pensaremos cuando sea el momento. En cuanto a partir cuando oscurezca, temo que tengas razón.
-Por suerte nuestro fuego humeó poco y sólo quedaban unos brasas cuando vinieron los crebain - dijo Aragorn-. Hay que apagarlo y ya no encenderlo más.
-Bueno, ¡qué calamidad y qué fastidio! -dijo Pippin. Las noticias: no más fuego y caminar otra vez de noche, le habían sido transmitidas tan pronto como despertó poco después de media tarde-. ¡Todo a causa de una bandada de cuervos! Yo había estado esperando que esta noche comiésemos bien, algo caliente.
-Bueno, puedes seguir esperando -dijo Gandalf-. Quizá tengas todavía muchos banquetes inesperados. En cuanto a mí me gustaría fumar cómodamente una pipa y calentarme los pies. Sin embargo, de algo al menos estamos seguros: habrá más calor a medida que vayamos hacia el sur.
-Demasiado calor, no me sorprendería -le murmuró Sam a Frodo-. Pero empiezo a pensar que es tiempo de echarle un vistazo a esa Montaña de Fuego y ver el fin del camino, por así decir. Yo creía al principio que este Cuerno Rojo, o como se llame, sería la Montaña, hasta que Gimli nos habló. Qué lenguaje este de los enanos, ¡para romperle a uno las mandíbulas!
Los mapas no le decían nada a Sam y en estas tierras desconocidas todas las distancias parecían tan vastas que él ya había perdido la cuenta. Todo aquel día la Compañía permaneció oculta. Los pájaros oscuros pasaron sobre ellos una y otra vez y cuando el sol poniente enrojeció desaparecieron en el sur. Al anochecer, la Compañía se puso en marcha y volviéndose ahora un poco al este se encaminaron hacia el lejano Caradhras, que era todavía un débil reflejo rojo a la última luz del sol desvanecido. Una tras otra fueron asomando las estrellas blancas, en el cielo que se apagaba.
Guiados por Aragorn encontraron un buen sendero. Le pareció a Frodo que eran los restos de un antiguo camino, en otro tiempo ancho y bien trazado, y que iba de Acebeda al paso montañoso. La luna, llena ahora, se alzó por encima de las montañas y difundió una pálida luz en donde las sombras de las piedras eran negras. Muchas de ellas parecían trabajadas a mano, aunque ahora yacían tumbadas y arruinadas en una tierra desierta y árida. Era la hora de frío glacial que precede a la aparición del alba y la luna había descendido. Frodo alzó los ojos al cielo. De pronto vio o sintió que una sombra cruzaba por delante de las estrellas, como si se hubieran apagado un momento y en seguida brillaran otra vez. Se estremeció.
-¿Viste algo que pasó por allá arriba? -le susurró a Gandalf
-. Quizá no era nada, sólo un jirón de nube.
-Se movía rápido entonces -dijo Aragorn- y no con el viento.
Ninguna otra cosa ocurrió esa noche. A la mañana siguiente el alba fue todavía más brillante, pero de nuevo hacía mucho frío y ya el viento soplaba otra vez del este. Marcharon dos noches más, subiendo siempre pero más lentamente a medida que el camino torcía hacia las lomas y las montañas subían acercándose. En la tercera mañana el Caradhras se elevaba ante ellos, una cima majestuosa, coronada de nieve plateada, pero de faldas desnudas y abruptas, de un rojo cobrizo, como tinto en sangre.
El cielo parecía negro y el sol era pálido. El viento había cambiado ahora al nordeste. Gandalf husmeó el aire y se volvió. -El invierno avanza detrás de nosotros -le dijo en voz baja a Aragorn -. Las cimas aquellas del norte están más blancas; la nieve ha descendido a las estribaciones. Esta noche estaremos ya a bastante altura, camino del Cuerno Rojo. En ese camino angosto es muy posible que nos vean y quizá nos tiendan alguna trampa; pero creo que el mal tiempo será nuestro peor enemigo. ¿Qué piensas ahora de este itinerario, Aragorn?
Frodo alcanzó a oír estas palabras y entendió que Gandalf y Aragorn estaban continuando una discusión que había comenzado mucho antes. Prestó atención, con cierta ansiedad.
-No pienso nada bueno del principio al fin y tú lo sabes bien, Gandalf - respondió Aragorn-. Y a medida que vayamos adelante aumentarán los peligros, conocidos y desconocidos. Pero tenemos que seguir; de nada serviría demorar el cruce de las montañas. Más al sur no hay desfiladeros hasta llegar al Paso de Rohan. Desde tus informes sobre Saruman, no me atrae ese camino. Quién sabe a qué bando sirven ahora los mariscales de los Señores de los Caballos.
-¡Quién sabe, en verdad! -dijo Gandalf -. Pero hay otro camino, que no es el paso de Caradhras: el camino secreto y oscuro del que ya hablamos una vez.
-¡No volvamos a nombrarlo! No todavía. No digas nada a los otros, te lo suplico, no hasta estar seguros de que no hay otro remedio.
-Tampoco es muy de mi agrado mencionarlo- dijo Gandalf con preocupación en su voz-Pero tenemos que decidirnos antes de continuar.
-Entonces consideremos ahora el asunto, mientras los otros descansan y duermen -dijo Aragorn.
Al atardecer, mientras los demás concluían el desayuno, Gandalf y Aragorn se hicieron a un lado y se quedaron mirando el Caradhras. Los flancos parecían ahora sombríos y lúgubres y había una nube sobre la cima. Frodo los observaba, preguntándose qué rumbos tomaría la discusión. Por fin volvieron al grupo y Gandalf habló y Frodo supo que habían decidido enfrentar el mal tiempo y los peligros del paso. Se sintió aliviado. No imaginaba qué podía ser ese otro camino, oscuro y secreto, pero había bastado que Gandalf lo mencionase para que Aragorn pareciera espantado. Era una suerte que hubiera abandonado ese plan.
-Por los signos que hemos visto últimamente -dijo Gandalf -, temo que estén vigilando la entrada del Cuerno Rojo, y tengo mis dudas sobre el tiempo que está preparándose ahí detrás. Puede haber nieve. Tenemos que viajar lo más rápido posible. Aun así necesitaremos dos jornadas de marcha para llegar a la cima del paso. Hoy oscurecerá pronto. Partiremos en cuanto estén listos.
-Yo añadiría una pequeña advertencia, si se me permite -dijo Boromir-. Nací a la sombra de las Montañas Blancas y algo sé de viajes por las alturas. Antes de descender del otro lado, encontraremos un frío penetrante, si no peor. De nada servirá ocultarnos hasta morir de frío. Cuando dejemos este lugar, donde hay todavía unos pocos árboles y arbustos, cada uno de nosotros ha de llevar un haz de leña, tan grande como le sea posible.
-Y Bill podrá llevar un poco más, ¿no es cierto, compañero? -dijo Sam. El poney lo miró con aire de pesadumbre.
-Muy bien -dijo Gandalf -. Pero no usaremos la leña... no mientras no haya que elegir entre el fuego y la muerte.
Erzebeth tomo un pedazo de leña grande, y con gran esfuerzo lo puso sobre su hombro, Aragorn se iba acercar a ayudarle, pero Legolas se le había adelantado así que se giro con una sonrisa en los labios.
-Déjame ayudarte- dijo el Elfo bajando sus ramas para tomar la carga de Erzebeth- no podrás tu sola, ese pedazo es más pesado que tu.
-Gracias- contesto Erzebeth tajantemente.- ahora resulta que eres todo un caballero.
-No seas necia, déjame llevarlo por ti- pedía un poco molesto el elfo caminando detrás de la ninwen.
-No quiero deberte nada, así que mejor yo lo llevo, gracias- contesto caminado con gran esfuerzo.
-No lo estoy haciendo para que me debas un favor después, además, ¿que podría pedirte a cambio?- dijo Legolas- lo hago porque tu padre me ha pedido que cuide de ti y te ayude cuando sea necesario
-Mi padre les ha pedido a todos que me cuiden, no tienes por qué hacerlo si no te nace, para mi entre más lejos mejor- dijo Erzebeth. Al intentar subir por el sendero, se tropezó con una piedra suelta y callo con un gran estruendo. Rápidamente Legolas acudió a su ayuda, pero Boromir que estaba más cerca la ayudo a levantarse.
-Mi señora, ¿está bien?- pregunto tomándola de la cintura y ayudándola a incorporarse- ¿no se ha hecho daño?
-Muchas gracias Boromir- agradeció separándose del hombre de Gondor y sacudiendo sus ropas- solo fue un momento de torpeza, nada más.
-creo que yo llevare esto por usted- dijo Boromir alzando con gran facilidad el pedazo de leña que Erzebeth había elegido, y colocándoselo en el hombro junto con los otros dos que el llevaba.
-Gracias- dijo Erzebeth dibujándole una sonrisa a Boromir, este le giño un ojo y siguió el camino alcanzando al grupo.
-¿sabes? no me importa lo que te pueda pasar, para mi mejor si desapareces y dejas de ser una carga y disminuir el paso, así que caminas o te dejo hasta atrás- dijo el elfo fríamente pasando al lado de Erzebeth.
-Vete. Si tienes tanta apuración y no te importo como dices déjame ya- dijo Erzebeth- tus hermanos siempre han sido más agradables y amables, piden las cosas amablemente y de buena gana. Deberías de aprender un poco más de ellos, o por lo menos tratar a una dama como se debe.
-yo sé tratar a las damas como se debe,- dijo Legolas encarando a Erzebeth- pero aquí no veo ninguna- y apresuro el paso dejándola unos metros más atrás
La Compañía se puso de nuevo en marcha, muy rápidamente al principio; pero pronto el sendero se hizo abrupto y dificultoso; serpeaba una y otra vez subiendo siempre y en algunos lugares casi desaparecía entre muchas piedras caídas. La noche estaba oscura, bajo un cielo nublado. Un viento helado se abría paso entre las rocas. A medianoche habían llegado a las faldas de las grandes montañas. El estrecho sendero bordeaba ahora una pared de acantilados a la izquierda y sobre esa pared los flancos siniestros del Caradhras subían perdiéndose en la oscuridad; a la derecha se abría un abismo de negrura en el sitio en que el terreno caía a pique en una profunda hondonada.
Treparon trabajosamente por una cuesta empinada y se detuvieron arriba un momento. Frodo sintió que algo blando le tocaba la mejilla. Extendió el brazo y vio que unos diminutos copos de nieve se le posaban en la manga. Continuaron. Pero poco después la nieve caía apretadamente, arremolinándose ante los ojos de Frodo. Apenas podía ver las figuras sombrías y encorvadas de Gandalf y Aragorn, que marchaban delante a uno o dos pasos.
-Esto no me gusta -jadeó Sam, que venía detrás-. No tengo nada contra la nieve en una mañana hermosa, pero prefiero estar en cama cuando cae. Sería bueno que toda esta cantidad llegara a Hobbiton. La gente de allí le daría la bienvenida.
Gandalf se detuvo. La nieve se le acumulaba sobre la capucha y los hombros y le llegaba ya a los tobillos.-Esto es lo que me temía -dijo-. ¿Qué opinas ahora, Aragorn?
-También yo lo temía -respondió Aragorn con Erzebeth delante de ellos mirando hacia la cima. Legolas giro sorprendido, aun no se explicaba cómo había pasado la ninwen sin que él la viera-, pero menos que otras cosas. Conozco el riesgo de la nieve, aunque pocas veces cae copiosamente tan al sur, excepto en las alturas. Pero no estamos aún muy arriba; estamos bastante abajo, donde los pasos no se cierran casi nunca en el invierno.
-hola, Erzebeth- saludo Gandalf sonrientemente.- me preguntaba si aun seguías entre nosotros.
-Me pregunto si no será una treta del enemigo -dijo Boromir-. Dicen en mi país que él comanda las tormentas en las Montañas de Sombra que rodean a Mordor. Dispone de raros poderes y de muchos aliados.
-El brazo le ha crecido de veras -dijo Gimli- si puede traer nieve desde el norte para molestarnos aquí a trescientas leguas de distancia.
-El brazo le ha crecido -dijo Gandalf.
Mientras estaban allí detenidos, el viento amainó y la nieve disminuyó hasta cesar casi del todo. Echaron a caminar otra vez. Pero no habían avanzado mucho cuando la tormenta volvió con renovada furia. Pronto aún para Boromir fue difícil continuar. Los hobbits, doblando el cuerpo, iban detrás de los más altos, pero era obvio que no podrían seguir así, si continuaba nevando. Frodo sentía que los pies le pesaban como plomo. Pippin se arrastraba detrás. Aun Gimli, tan fuerte como cualquier otro enano, refunfuñaba tambaleándose.
De pronto la Compañía hizo alto, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo sin que mediara una palabra. De las tinieblas de alrededor les llegaban unos ruidos misteriosos. Quizá no era más que una jugarreta del viento en las grietas y hendiduras de la pared rocosa, pero los sonidos parecían chillidos agudos, o salvajes estallidos de risa. Unas piedras comenzaron a caer desde la falda de la montaña, silbando sobre las cabezas de los viajeros, o estrellándose en la senda. De cuando en cuando se oía un estruendo apagado, como si un peñasco bajara rodando desde las alturas ocultas.
-No podemos avanzar más esta noche - dijo Boromir-. Que llamen a esto el viento, si así lo desean.
-¡Gandalf!- llamo Erzebeth - hay voces siniestras en el aire y estas piedras están dirigidas contra nosotros.
-Yo lo llamaré el viento -dijo Aragorn-. Pero eso no quita que hayas dicho la verdad. Hay muchas cosas malignas y hostiles en el mundo que tienen poca simpatía por quienes andan en dos patas; sin embargo no son cómplices de Sauron y tienen sus propios motivos. Algunas estaban en este mundo mucho antes que él.
-Caradhras era llamado el Cruel y tenía mala reputación -dijo Gimli- hace ya muchos años, cuando aún no se había oído de Sauron en estas tierras.
-Importa poco quién es el enemigo, si no podemos rechazarlo -dijo Gandalf.
-¿Pero qué haremos? -exclamó Pippin, desesperado. Se había apoyado en Merry y Frodo y temblaba de pies a cabeza.
-O nos detenemos aquí mismo, o retrocedemos -dijo Gandalf-. No conviene continuar. Apenas un poco más arriba, si mal no recuerdo, el sendero deja el acantilado y corre por una ancha hondonada al pie de una pendiente larga y abrupta. Nada nos defenderá allí de la nieve, o las piedras, o cualquier otra cosa.
-Y no conviene volver mientras arrecia la tormenta -dijo Aragorn-. No hemos pasado hasta ahora por ningún sitio que nos ofrezca un refugio mejor.
-¡Refugio! -murmuró Sam -. Si esto es un refugio, entonces una pared sin techo es una casa.
La Compañía se apretó todo lo posible contra la pared de roca. Miraba al sur y cerca del suelo sobresalía un poco y ellos esperaban que los protegiera del viento del norte y las piedras que caían. Pero las ráfagas se arremolinaban alrededor y la nieve descendía en nubes cada vez más espesas.
Estaban todos juntos, de espaldas a la pared. Bill el poney se mantenía en pie pacientemente pero con aire abatido frente a los hobbits, resguardándolos un poco; la nieve amontonada no tardó en llegarle a los corvejones y seguía subiendo. Si no hubiesen tenido compañeros de mayor tamaño, los hobbits habrían quedado pronto sepultados bajo la nieve.
-Esto será la muerte de los medianos, Gandalf -dijo Boromir-. Es inútil quedarse aquí sentado mientras la nieve sube por encima de nuestras cabezas. Tenemos que hacer algo para salvarnos.
-Dale esto -dijo Gandalf buscando en sus alforjas y sacando un frasco de cuero-. Sólo un trago cada uno. Es muy precioso. Es miruvor, el cordial de Imladris que Elrond me dio al partir. ¡Pásalo!
Tan pronto como Frodo hubo tragado un poco de aquel licor tibio y perfumado, sintió una nueva fuerza en el corazón y los miembros libres de aquel pesado letargo. Los otros revivieron también, con una esperanza y un vigor renovados. Pero la nieve no cesaba. Giraba alrededor más espesa que nunca y el viento soplaba con mayor ruido.
-¿Qué tal un fuego? -preguntó Boromir bruscamente-. Parecería que ha llegado el momento de decidirse: el fuego o la muerte, Gandalf. Cuando la nieve nos haya cubierto estaremos sin duda ocultos a los ojos hostiles, pero eso no nos ayudará.
-Haz un fuego si puedes -respondió Gandalf-. Si hay centinelas capaces de aguantar esta tormenta, nos verán de todos modos, con fuego o sin fuego.
Aunque habían traído madera y ramitas por consejo de Boromir, estaba más allá de la habilidad de un elfo o aun de un enano encender una llama que no se apagase en los remolinos de viento o que prendiera en el combustible mojado. Al fin Gandalf mismo intervino, de mala gana. Tomando un leño lo alzó un momento y luego junto con una orden, naur an edraith ammen!, le hundió en el medio la punta de su vara. Inmediatamente brotó una llama verde y azul y la madera ardió chisporroteando.
-Si alguien ha estado mirándonos, entonces yo al menos me he revelado a él - dijo -. He escrito Gandalf está aquí en unos caracteres que cualquiera podría leer, desde Rivendel hasta las Bocas del Anduin.
Pero ya poco le importaban a la Compañía los centinelas o los ojos hostiles. El resplandor del fuego les regocijaba el corazón. La madera ardía animadamente y aunque todo alrededor sisease la nieve y un agua enlodada les mojase los pies, se complacían en calentarse las manos al calor del fuego. Estaban de pie, inclinados, en círculo alrededor de las llamitas danzantes. Una luz roja les encendía las caras fatigadas y ansiosas; detrás la noche era como un muro negro. Pero la madera ardía con rapidez y aún caía la nieve. El fuego se apagaba; echaron el último leño.
-La noche envejece -dijo Aragorn-. El amanecer no tardará.
-Si hay algún amanecer capaz de traspasar estas nubes -dijo Gimli.
Boromir se apartó del círculo y clavó los ojos en la oscuridad. -La nieve disminuye y amaina el viento.
Frodo observó cansadamente los copos que todavía caían saliendo de la oscuridad y revelándose un momento a la luz del fuego moribundo, pero durante largo rato no notó que nevara menos. Luego, de pronto, cuando el sueño comenzaba a invadirle, se dio cuenta de que el viento había cesado de veras, y que los copos eran ahora más grandes y escasos. Muy lentamente, una luz pálida comenzó a insinuarse. Al fin la nieve dejó de caer.
A medida que aumentaba, la luz iba descubriendo un mundo silencioso y amortajado. Desde la altura del refugio se veían abismos informes y jorobas y cúpulas blancas que ocultaban el camino por donde habían venido; pero unas grandes nubes, todavía pesadas, amenazando nieve, envolvían las cimas más altas. Gimli alzó los ojos y sacudió la cabeza. -Caradhras no nos ha perdonado -dijo-. Tiene todavía más nieve para echárnosla encima, si seguimos adelante. Cuanto más pronto volvamos y descendamos, mejor será.
Todos estuvieron de acuerdo, pero la retirada era ahora difícil, quizás imposible. Sólo a unos pocos pasos de la ceniza de la hoguera, la capa de nieve era de varios pies, más alta que los hobbits; en algunos sitios el viento la había amontonado contra la pared.
-Si Gandalf fuera delante de nosotros con una llama, quizá pudiera fundirnos un sendero -dijo Legolas. La tormenta no lo había molestado mucho y era el único de la Compañía que aún parecía animado.
-¡Que inteligente!-dijo con sarcasmo Erzebeth.
-Si los elfos volaran por encima de las montañas, podrían traernos el sol y salvarnos -contestó Gandalf-. Pero necesito materiales para trabajar. No puedo quemar nieve.
-Bueno -dijo Boromir-, cuando las cabezas no saben qué hacer hay que recurrir a los cuerpos, como dicen en mi país. Los más fuertes de nosotros tienen que buscar un camino. ¡Miren! Aunque ahora todo está cubierto de nieve, nuestro sendero, cuando subíamos, se desviaba en aquella saliente de roca de allí abajo. Fue allí donde la nieve comenzó a pesarnos. Si pudiéramos llegar a ese sitio, quizá fuera más fácil continuar. No estamos a más de doscientas yardas, me parece.
-¡Entonces vayamos allí, tú y yo! -dijo Aragorn. Aragorn era el más alto de la Compañía, pero Boromir, apenas más bajo, era más fornido y ancho de hombros. Fue delante y Aragorn lo siguió. Se alejaron, lentamente, y pronto les costó trabajo moverse. En algunos sitios la nieve les llegaba al pecho y muy a menudo Boromir parecía nadar o cavar con los grandes brazos más que caminar. Legolas los observó un rato con una sonrisa en los labios y luego se volvió hacia los otros.
-¿Los más fuertes tienen que buscar un camino, dijeron? Pero yo digo: que el labrador empuje el arado, pero elige una nutria para nadar, y para correr levemente sobre la hierba y las hojas, o sobre la nieve... un elfo.
-o una ninwen- agrego Erzebeth causando la irritación del elfo.
-solo harás que vallamos más lento- dijo Legolas.
-Aja, veamos quien llega primero- dijo retadoramente pasando por su lado, y ágilmente salto sin hundirse en la nieve.
-empieza a correr, porque yo te pasare antes de que lo notes- Diciendo esto saltó ágilmente y entonces Frodo notó como si fuese la primera vez, aunque lo sabía desde hacía tiempo, que el elfo y la ninwen no llevaban botas sino el calzado liviano de costumbre y que sus pies apenas dejaban huellas en la nieve.
-¡Adiós! -le dijo Legolas a Gandalf-. Voy en busca del sol.- Luego, con la rapidez de un corredor sobre arenas firmes, se precipitó hacia delante, y alcanzando en seguida a los hombres que se esforzaban en la nieve, saludándolos con la mano los dejó atrás, continuó corriendo y desapareció detrás de la saliente rocosa pero aun detrás de Erzebeth.
Los otros esperaron apretados unos contra otros, mirando hasta que Boromir y Aragorn fueron dos motas negras en la blancura. Al fin ellos también se perdieron de vista. El tiempo pasó arrastrándose. Las nubes bajaron y unos copos de nieve giraron en el aire, cayendo.
Transcurrió quizás una hora, aunque pareció mucho más, y al fin vieron que Legolas regresaba. Al mismo tiempo Boromir y Aragorn reaparecieron muy atrás en la vuelta del sendero y subieron trabajosamente la pendiente.
-Bueno -exclamó Legolas mientras trepaba corriendo-, no he traído el sol. Ella está paseándose por los campos azules del sur y una coronita de nieve sobre la cima del Cuerno Rojo no la incómoda demasiado. Pero traigo un rayo de buena esperanza para quienes están condenados a seguir a pie. La nieve se ha amontonado de veras justo después de la saliente, y allí nuestros hombres fuertes casi mueren enterrados. No sabían qué hacer hasta que volví y les dije que la nieve no era más espesa que un muro. Y del otro lado hay mucha menos nieve, y un poco más abajo es sólo un mantillo blanco, bueno para refrescarles los pies a los hobbits.
-Ah, como dije antes -se quejó Gimli-. No era una tormenta ordinaria, sino la mala voluntad de Caradhras. No gusta de los elfos ni de los enanos y acumuló esa nieve para cerrarnos el paso.
-Pero por suerte tu Caradhras olvidó que venían hombres contigo -dijo Boromir-. Y hombres valientes también, si puedo decirlo; aunque unos hombres menores pero con palas hubiesen servido mejor. Sin embargo, hemos abierto un sendero entre la nieve y aquellos que no corren tan levemente como los elfos nos estarán sin duda agradecidos.
-se te olvido mencionar a la ninwen- dijo Erzebeth saltando al refugio nuevamente
-¿Pero cómo llegaremos allí abajo, aunque hayan abierto esa senda? -dijo Pippin, expresando el pensamiento de todos los hobbits.
-¡Tengan esperanza! -dijo Boromir-. Estoy cansado, pero todavía me quedan fuerzas y lo mismo Aragorn. Cargaremos a los más pequeños. Los otros se las arreglarán sin duda para seguirnos. ¡Vamos, señor Peregrin! Comenzaré contigo.- Levantó al hobbit. -¡Sujétate a mi espalda! Necesitaré de mis brazos -dijo, y se lanzó hacia adelante. Lo siguió Aragorn cargando a Merry. Pippin estaba maravillado de la fuerza de Boromir, viendo el pasaje que había logrado abrir sin otro instrumento que el de sus grandes miembros. Aun ahora, cargado como estaba, echaba nieve a los costados ensanchando la senda para quienes venían detrás.
Llegaron al fin a la barrera de nieve. Cruzaba el sendero montañoso como una pared inesperada y desnuda, y el borde superior, afilado, como tallado a cuchillo, se elevaba a una altura dos veces mayor que Boromir, pero por el medio corría un pasaje que subía y bajaba como un puente. Merry y Pippin fueron depositados en el suelo, del otro lado y allí esperaron con Legolas a que llegara el resto de la Compañía. Al cabo de un rato Boromir volvió trayendo a Sam. Detrás, en el sendero estrecho, pero ahora firme, apareció Gandalf conduciendo a Bill; Gimli venía montado entre el equipaje. Al fin llegó Aragorn, con Frodo y al final por encima del sendero venia Erzebeth. Vinieron por la senda, pero apenas Frodo había tocado el suelo cuando se oyó un gruñido sordo y una cascada de piedras y nieve se precipitó detrás de ellos. La polvareda encegueció casi a la Compañía mientras se acurrucaban contra la pared, y cuando el aire se aclaró vieron que el sendero por donde habían venido estaba ahora bloqueado.
-¡Basta! ¡Basta! -gritó Glmli-. ¡Nos iremos lo antes posible!
Y en verdad con este último golpe la malicia de la montaña pareció agotarse, como si a Caradhras le bastara que los invasores hubiesen sido rechazados y que no se atrevieran a volver. La amenaza de nieve pasó; las nubes empezaron a abrirse y la luz aumentó.
Como Legolas había informado, descubrieron que la nieve era cada vez menos espesa, a medida que avanzaban, de modo que hasta los hobbits podían ir a pie. Pronto se encontraron una vez más sobre la cornisa en que terminaba la ladera y donde la noche anterior habían sentido caer los primeros copos de nieve.
La mañana no estaba muy avanzada. Volvieron la cabeza y miraron desde aquella altura las tierras más bajas del oeste. Lejos, en los terrenos abruptos que se extendían al pie de la montaña, se encontraba la hondonada donde habían comenzado a subir hacia el paso.
A Frodo le dolían las piernas. Estaba helado hasta los huesos y hambriento y la cabeza le daba vueltas cuando pensaba en la larga y dolorosa bajada. Unas manchas negras le flotaban ante los ojos. Se los frotó, pero las manchas negras no desaparecieron. A lo lejos, abajo, pero ya encima de las primeras estribaciones, unos puntos oscuros describían círculos en el aire.
-¡Otra vez los pájaros! -dijo Aragorn señalando.
-No podernos hacer nada ahora -dijo Gandalf-. Sean bondadosos o malvados, o aunque no tengan ninguna relación con nosotros, tenemos que bajar en seguida. í No esperemos ni siquiera en las rodillas de Caradhras a que caiga de nuevo la noche!
Un viento frío los siguió mientras daban la espalda a la Puerta del Cuerno Rojo y bajaban por la pendiente tropezando de fatiga. Caradhras los había derrotado.
Pues aqui estoy yo otra vez dando lata, jajajajaja. Pirmero, fui muy clara diciendo que no subiria otro capitulo si no comentaban, pero despues pense "...por que he de hacerlo??... hay quienes les gusta, pero reservan sus comentarios... hay quienes no les gusta y no me hacen enojar..." Y pues entonces tome la descicion de que subiria un capitulo mas, pero porfavor, de verdad dejenme siquiera un hola y asi sabre que ya lo leyeron o un "me gusto" o un "no me gusto". Yo puedo seguir escribiendo, pero si no opinan tal vez haga algo que no les paresca...
Pero bueno, por lo mientras seguire y aqui les dejo un nuevo capitulo...
Besos
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La luz gris menguaba otra vez rápidamente, cuando se detuvieron a pasar la noche. Estaban muy cansados. La oscuridad creciente velaba las montañas y el aire era frío. Gandalf le dio a cada uno un trago más del miruvor de Rivendel. Luego de comer invitó a los otros a discutir la situación.
-No podemos, por supuesto, continuar esta noche -dijo-. El ataque a la entrada del Cuerno Rojo nos ha dejado agotados y tenemos que descansar.
-¿Y luego a dónde iremos? -preguntó Frodo.
-El viaje no ha terminado y no hemos cumplido aún nuestra misión- respondió Gandalf-. No podemos hacer otra cosa que continuar, o regresar a Rivendel.
El rostro se le iluminó a Pippin ante la sola mención de retornar a Rivendel. Merry y Sam se miraron esperanzados. Pero Aragorn y Boromir no reaccionaron. Frodo parecía preocupado.
-Me gustaría estar allí de vuelta -dijo-. ¿Pero cómo regresar sin sentirnos avergonzados? A no ser que no haya en verdad otro camino y que nos declaremos vencidos.
-Tienes razón, Frodo -dijo Gandalf -, regresar es admitir la derrota y enfrentar luego derrotas peores. Si regresamos ahora, el Anillo tendrá que quedarse allí; no podremos partir otra vez. Luego, tarde o temprano, Rivendel será sitiada y destruida a corto y amargo plazo. Los Espectros del Anillo enemigos mortales, pero sólo sombras del poder y del terror que llegarían a manejar si el Anillo Soberano cae de nuevo en manos de Sauron.
-Entonces tenemos que continuar, si hay un camino -dijo Frodo suspirando. Sam tenía de nuevo un aire lúgubre.
-Hay un camino que podemos probar -dijo Gandalf -. Desde el comienzo, cuando consideré por vez primera este viaje, pensé que valía la pena intentarlo. Pero no es un camino agradable y no les dije nada. Aragorn no estaba de acuerdo, al menos no hasta que intentáramos cruzar las montañas.
-Si es un camino peor que el de la Puerta del Cuerno Rojo, tiene que ser realmente malo -dijo Merry-. Pero será mejor que nos hables y nos enteremos en seguida de lo peor.
-El camino de que hablo conduce a las Minas de Moria -dijo Gandalf. Sólo Gimli alzó la cabeza, con un fuego de brasas en la mirada. Todos los demás sintieron miedo de pronto. Aun para los hobbits era una leyenda que evocaba un oscuro terror. Erzebeth puso expresión grave al escuchar estas palabras y se estremeció.
-¿no hay otro camino?-pregunto desesperada- Gandalf, ¡es un lugar horrible!
-El camino puede llevar a Moria, ¿pero cómo podríamos saber si nos sacará de Moria? -dijo Aragorn, sombrío.
-Es un nombre de malos augurios -dijo Boromir-. Y no veo la necesidad de ir allí. Si no podemos cruzar las montañas, viajemos hacia el sur hasta el Paso de Rohan donde los hombres son amigos de mi pueblo, tomando el camino que yo seguí hasta aquí. O podemos ir todavía más lejos y cruzar el Isen hasta Playa Larga y Lebennin y así llegar a Gondor desde las regiones cercanas al mar.
-Las cosas han cambiado desde que viniste al norte, Boromir -replicó Gandalf -. ¿No oíste lo que dije de Saruman? Quizá tengamos que arreglar cuentas antes que esto haya terminado. Pero el Anillo no ha de acercarse a Isengard, si podemos impedirlo. El Paso de Rohan está cerrado para nosotros mientras vayamos con el Portador.
»En cuanto al camino más largo: no tenemos tiempo. Un viaje semejante podría llevarnos un año y tendríamos que pasar por muchas tierras desiertas donde no encontraríamos ningún refugio. Y no estaríamos seguros. Los ojos vigilantes de Saruman y el enemigo están puestos en esas tierras. Cuando viniste al norte, Boromir, no eras a los ojos del enemigo más que un viajero extraviado del sur y asunto de poca monta para él; no pensaba en otra cosa que en perseguir el Anillo. Pero ahora volverás como miembro de la Compañía del Anillo y estarás en peligro mientras permanezcas con nosotros. El peligro aumentaría con cada legua que hiciésemos hacia el sur bajo el cielo desnudo.
»Desde que intentamos cruzar el paso, nuestra situación se ha hecho aún más difícil, temo. Veo pocas esperanzas, si no nos perdemos de vista durante un tiempo y cubrimos nuestras huellas. Por lo tanto aconsejo que no vayamos por encima de las montañas, ni rodeándolas, sino por debajo. De cualquier modo es una ruta que el enemigo no esperará que tomemos.
-No sabemos lo que él espera -dijo Boromir-. Quizá vigile todas las rutas, las probables y las improbables. En ese caso entrar en Moria sería meterse en una trampa, apenas mejor que ir a golpear las puertas de la Torre Oscura. El nombre de Moria es tétrico.
-Hablas de lo que no sabes, cuando comparas a Moria con la fortaleza de Sauron -respondió Gandalf-. De todos nosotros yo he sido el único que he estado alguna vez en los calabozos del Señor Oscuro y esto sólo en la morada de Dol Guldur, más antigua y menos importante. Quienes cruzan las puertas de Baradûr no vuelven nunca. Pero yo no los llevaría a Moria si no hubiese ninguna esperanza de salir. Si hay orcos allí, lo pasaremos mal, es cierto. Pero la mayoría de los orcos de las Montañas Nubladas fueron diseminados o destruidos en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Las águilas informan que los orcos están viniendo otra vez desde lejos, pero hay esperanzas de que Moria esté todavía libre.
»Hasta es posible que haya enanos allí y que en alguna sala subterránea construida en otro tiempo encontremos a Balin hijo de Fundin. De cualquier modo, la necesidad nos dicta este camino.
-¡Iré contigo, Gandalf! -dijo Gimli-. Iré contigo y exploraré las salas de Durin, cualquiera sea el riesgo, si encuentras las puertas que están cerradas.
-¡Bien, Gimli! -dijo Gandalf -. Tú me alientas. Buscaremos juntos las puertas ocultas y las cruzaremos. En las ruinas de los Enanos, una cabeza de enano se confundirá menos que una ninwen, o un elfo, o un hombre o un Hobbit. No será la primera vez que entro en Moria. Busqué allí mucho tiempo a Thráin hijo de Thrór, después que desapareció. ¡Estuve en Moria y salí con vida!
-Yo también crucé una vez la Puerta del Arroyo Sombrío -dijo Aragorn serenamente-. Pero aunque salí como tú, guardo un recuerdo siniestro. No deseo entrar en Moria una segunda vez.
-Y yo ni siquiera una vez -dijo Erzebeth sin dejar su preocupación a un lado.
-Yo tampoco -murmuró Sam.
-¡Claro que no! -dijo Gandalf-. ¿Quién lo desearía? Pero la pregunta es: ¿quién me seguirá, si los guío hasta allí?
-Yo -dijo Gimli con vehemencia.
-Yo -masculló Aragorn-. Tú me seguiste casi hasta el desastre en la nieve y no te quejaste ni una vez. Yo te seguiré ahora, si esta última advertencia no te conmueve. No pienso ahora en el Anillo ni en ninguno de nosotros, Gandalf, sino en ti. Y te digo: si cruzas las puertas de Moria, ¡cuidado!
-Yo no iré -dijo Boromir-, a menos que todos voten contra mí. ¿Qué dicen Legolas, Erzebeth y la gente pequeña? Tendríamos que oír, me parece, la opinión del Portador del Anillo.
-Yo no deseo ir a Moria -dijo Legolas.
Los hobbits no dijeron nada. Sam miró a Frodo. Al fin Frodo habló. -No deseo ir -dijo-, pero tampoco quiero rechazar el consejo de Gandalf. Ruego que no se vote hasta que lo hayamos pensado bien. Apoyaremos a Gandalf más fácilmente a la luz de la mañana que en esta fría oscuridad. ¡Cómo aúlla el viento!
Con estas palabras todos se sumieron en una silenciosa reflexión. El viento silbaba entre las rocas y los árboles y había aullidos y lamentos en los vacíos ámbitos de la noche.
De pronto Aragorn se incorporó de un salto.
-¿Cómo aúlla el viento? - exclamó -. Aúlla con voz de lobo. ¡Los huargos han pasado al este de las montañas!
-¿Es necesario entonces esperar a que amanezca? -dijo Gandalf Como dije antes, la caza ha empezado. Aunque vivamos para ver el alba, ¿quién querrá ahora viajar al sur de noche con los lobos salvajes pisándonos los talones?
-¿A qué distancia está Moria? -preguntó Boromir.
-Hay una puerta al sudoeste de Caradhras, a unas quince millas a vuelo de cuervo y a unas veinte a paso de lobo -respondió Gandalf con aire sombrío.
-Partamos entonces con las primeras luces, si podemos -dijo Boromir-. El lobo que se oye es peor que el orco que se teme.
-¡Cierto! -dijo Aragorn, soltando la espada en la vaina-. Pero donde el huargo aúlla, el orco ronda.
-Lamento no haber seguido el consejo de Elrond -le murmuró Pippin a Sam-. Al fin y al cabo sirvo de muy poco. No hay bastante en mí de la raza de Bandobras el Toro Bramador: esos aullidos me hielan la sangre. No recuerdo haberme sentido nunca tan desdichado.
-El corazón se me ha caído a los pies, Pippin -dijo Sam-. Pero todavía no nos han devorado y tenemos aquí alguna gente fuerte. No sé qué le estará reservado al viejo Gandalf, pero apostaría que no es la barriga de un lobo.
Para defenderse durante la noche, la Compañía subió a la loma que los había abrigado hasta entonces. Allá arriba en la cima había un grupo de viejos árboles retorcidos y alrededor un círculo incompleto de grandes piedras. Encendieron un fuego en medio de las piedras, pues no había esperanza de que la oscuridad y el silencio los ocultaran a las manadas de lobos cazadores. Se sentaron alrededor del fuego y aquellos que no estaban de guardia cayeron en un sueño intranquilo. El pobre Bill, el poney, temblaba y transpiraba. El aullido de los lobos se oía ahora todo alrededor, a veces cerca y a veces lejos. En la oscuridad de la noche alcanzaban a verse muchos ojos brillantes que se asomaban al borde de la loma. Algunos se adelantaban casi hasta el círculo de piedras. En una brecha del círculo pudo verse una oscura forma lobuna, que los miraba. De pronto estalló en un aullido estremecedor, como si fuera un capitán incitando a la manada al asalto.
Gandalf se incorporó y dio un paso adelante, alzando la vara.
-¡Escucha, bestia de Sauron! -gritó-. Soy Gandalf. ¡Huye, si das algún valor a tu horrible pellejo! Te secaré del hocico a la cola, si entras en este círculo.
El lobo gruñó y dio un gran salto hacia adelante. En ese momento se oyó un chasquido seco. Legolas había soltado el arco. Un grito espantoso se alzó en la noche y la sombra que saltaba cayó pesadamente al suelo; la flecha élfica le había atravesado la garganta. Los ojos vigilantes se apagaron. Gandalf y Aragorn se adelantaron unos pasos, pero la loma estaba desierta; la manada había huido. El silencio invadió la oscuridad de alrededor; el viento suspiraba y no traía ningún grito.
La noche terminaba y la luna menguante se ponía en el oeste, brillando de cuando en cuando entre las nubes que comenzaban a abrirse. Frodo despertó bruscamente. De improviso, una tempestad de aullidos feroces y amenazadores estalló alrededor del campamento. Una hueste de huargos se había acercado en silencio y ahora atacaban desde todos los lados a la vez.
-¡Rápido, echar combustible al fuego! -gritó Gandalf a los hobbits-. ¡Desenvainen y pónganse espalda contra espalda!
A la luz de la leña nueva que se inflamaba y ardía, Frodo vio muchas sombras grises que entraban saltando en el círculo de piedras. Otras y otras venían detrás. Aragorn lanzó una estocada y le atravesó la garganta a un lobo enorme, uno de los jefes. Golpeando de costado, Boromir le cortó la cabeza a otro. Gimli estaba de pie junto a ellos, las piernas separadas, esgrimiendo su hacha de enano. El arco de Legolas cantaba. Erzebeth había acabado ya con dos grandes lobos sin mucho esfuerzo. A la luz oscilante del fuego pareció que Gandalf crecía de súbito: una gran forma amenazadora que se elevaba como el monumento de piedra de algún rey antiguo en la cima de una colina. Inclinándose como una nube, tomó una rama y fue al encuentro de los lobos. Las bestias retrocedieron. Gandalf arrojó al aire la tea llameante. La madera se inflamó con un resplandor blanco, como un relámpago en la noche, y la voz del mago rodó como el trueno:
-Naur an edraith ammen! Naur dan i ngaurhoth!
Hubo un estruendo y un crujido y el árbol que se alzaba sobre él estalló en una floración de llamas enceguecedoras. El fuego saltó de una copa a otra. Una luz resplandeciente coronó toda la colina. Las espadas y cuchillos de los defensores brillaron y refulgieron. La última flecha de Legolas se inflamó en pleno vuelo, y ardiendo se clavó en el corazón de un gran jefe lobo. Todos los otros escaparon. El fuego se extinguió lentamente hasta que sólo quedó un movimiento de cenizas y chispas y una humareda acre subió en volutas de los muñones quemados de los árboles, envolviendo oscuramente la loma mientras las primeras luces del alba aparecían pálidas en el cielo. Los lobos habían sido vencidos y no volverían.
-¿Qué le dije, señor Pippin? -comentó Sam envainando la espada-. Los lobos no pudieron con él. Fue de veras una sorpresa. ¡Casi se me chamuscan los cabellos!
Entrada la mañana no se vio ninguna señal de los lobos, ni se encontró ningún cadáver. Las únicas huellas del combate de la noche eran los árboles carbonizados y las flechas de Legolas en la cima de la loma. Todas estaban intactas excepto una que no tenía punta.
-Tal como me lo temía -dijo Gandalf-. Estos no eran lobos comunes que buscan alimento en el desierto. ¡Comamos en seguida y partamos!
Ese día el tiempo cambió otra vez, casi como si obedeciese a algún poder que ya no podía servirse de la nieve, desde que ellos se habían retirado del paso, un poder que ahora deseaba tener una luz clara, de manera que todo aquello que se moviese en el desierto pudiera ser visto desde muy lejos. El viento había estado cambiando durante la noche del norte al noroeste y ahora ya no soplaba. Las nubes desaparecieron en el sur descubriendo un cielo alto y azul. Estaban en la falda de la loma, listos para partir, cuando un sol pálido iluminó las cimas de los montes.
-Tenemos que llegar a las puertas antes que oscurezca -dijo Gandalf - o temo que no lleguemos nunca. No están lejos, pero corremos el riesgo de que nuestro camino sea demasiado sinuoso, pues aquí Aragorn no nos puede guiar; conoce poco el país y yo estuve sólo una vez al pie de los muros occidentales de Moria y eso fue hace tiempo. -Señaló el lejano sudeste donde los flancos de las montañas caían a pique en hondonadas sombrías. - Es allá - continuó. En la distancia alcanzaba a verse una línea de riscos desnudos y en medio, más alta que el resto, una gran pared gris-. Cuando dejamos el paso los llevé hacia el sur y no de vuelta a nuestro punto de partida como alguno de ustedes habrá notado. Era mejor así, pues ahora tenemos varias millas menos que recorrer y hay que darse prisa. ¡Vamos!
-No sé qué esperar -dijo Boromir ceñudamente-: que Gandalf encuentre lo que busca, o que llegando a los riscos descubramos que las puertas han desaparecido para siempre. Todas las posibilidades parecen malas, y que quedemos atrapados entre los lobos y el muro es quizá la posibilidad mayor. ¡En marcha!
Gimli caminaba ahora delante junto al mago, tan ansioso estaba de llegar a Moria. Juntos guiaron a los otros de vuelta hacia las montañas. El único camino antiguo que llevaba a Moria desde el oeste seguía el curso de un río, el Sirannon, que corría desde los riscos, no muy lejos de donde habían estado las puertas. Pero pareció que Gandalf había errado el camino, o que la región había cambiado en los últimos años, pues el río no estaba donde esperaba encontrarlo, a unas pocas millas al sur de la pared.
-¿de verdad es necesario ir a Moria?- pregunto por lo bajo Erzebeth a Aragorn- creo que es más prudente el camino de Boromir, siento algo, una sombra que crece en mi corazón y me pide que me aleje de ese sendero. Aragorn, corremos mucho peligro.
-eso lo sé- contesto Aragorn- yo también lo siento, pero debemos de confiar en Gandalf ahora.
-algo malo pasara apenas y lleguemos, veo una sombra crecer con cada paso que damos hacia ese lúgubre lugar- dijo la ninwen y se adelanto dejando al montaraz.
-jamás creí que diría esto- dijo Legolas detrás de Aragorn- Pero apoyo a Erzebeth, yo también veo la sombra a cada paso.- Aragorn no dijo nada, y se limito a sonreír por el comentario de Legolas.
Era casi mediodía y la Compañía iba aún de un lado a otro, ayudándose a veces con manos y pies, por un terreno desolado de piedras rojas. No se veía ningún brillo de agua, ni se oía el menor ruido. Todo era desierto y seco. No había allí aparentemente criaturas vivas y ningún pájaro cruzaba el aire. Nadie quería pensar qué podía traerles la noche, si los alcanzaba en aquellas regiones perdidas. De pronto Gimli que se había adelantado les gritó que se acercaran. Se había subido a una pequeña loma y apuntaba a la derecha. Se apresuraron y vieron allí abajo un cauce estrecho y profundo. Estaba vacío y silencioso y entre las piedras del lecho, pardas y manchadas de rojo, corría apenas un hilo de agua. Junto al borde más cercano había un sendero ruinoso que serpeaba entre las paredes destruidas y las piedras de una antigua carretera.
-¡Ah! ¡Aquí estamos al fin! -dijo Gandalf -. Es aquí donde corría el río, el Sirannon, el Río de la Puerta como solían llamarlo. No puedo imaginar qué le pasó al agua; antes era rápida y ruidosa. ¡Vamos! Tenemos que darnos prisa. Estamos retrasados.
-sí, retrasados en nuestra cita con la muerte- exclamo desanimada Erzebeth mirando aquel sombrío lugar.
-No se desanime mi hermosa Dama- decía Gimli caminando al lado de Erzebeth- pronto admirara la belleza de las construcciones de los enanos, y descansara dignamente como la princesa que es. La hospitalidad de mi gente es mayor que la de los elfos, y su pueblo y el mío siempre han sido grandes amigos.
-no lo niego, mi señor enano. Pero mi miedo a la simple mención de Moria es más grande que mis deseos de descansar en una cómoda cama o recibir atenciones de su pueblo- su expresión cambio unos momentos-. En cuanto a la hospitalidad- dijo mirando de reojo a Legolas- los enanos siempre han sido mejores que algunos reinos de los Elfos que he tenido la infortuna de visitar.
Todos estaban cansados y tenían los pies doloridos, pero siguieron tercamente por aquella senda sinuosa y áspera durante muchas millas. El sol comenzó a descender. Luego de un breve descanso y una rápida comida, continuaron la marcha. Las montañas parecían observarlos de mala manera, pero el sendero corría por una profunda hondonada y sólo veían las estribaciones más altas y los picos lejanos del este.
Al fin llegaron a una vuelta brusca del sendero. Habían estado marchando hacia el sur entre el borde del canal y una pendiente abrupta a la izquierda; pero ahora el sendero corría de nuevo hacia el este. Casi en seguida vieron ante ellos un risco bajo, de unas cinco brazas de alto, que terminaba en un borde mellado y roto. Un hilo de agua bajaba del risco, goteando a lo largo de una grieta que parecía haber sido cavada por un salto de agua, en otro tiempo caudaloso.
-¡Las cosas han cambiado en verdad! - dijo Gandalf -. Pero no hay error posible respecto del sitio. Esto es todo lo que queda de los Saltos de la Escalera. Si recuerdo bien hay unos escalones tallados en la roca a un lado, pero el camino principal se pierde doblando a la izquierda y sube así hasta el terreno llano de la cima. Había también un valle poco profundo que subía más allá de las cascadas hasta las Murallas de Moria y el Sirannon atravesaba ese valle con el camino a un lado. ¡Vayamos a ver cómo están las cosas ahora!
Encontraron los escalones de piedra sin dificultad y Gimli los subió saltando, seguido por Gandalf y Frodo. Cuando llegaron a la cima vieron que por ese lado no podían ir más allá y descubrieron las causas del secamiento del Arroyo de la Puerta. Detrás de ellos el sol poniente inundaba el fresco cielo occidental con una débil luz dorada. Ante ellos se extendía un lago oscuro y tranquilo. Ni el cielo ni el crepúsculo se reflejaban en la sombría superficie. El Sirannon había sido embalsado y las aguas cubrían el valle. Más allá de esas aguas ominosas se elevaba una cadena de riscos, finales e infranqueables, de paredes torvas y pálidas a la luz evanescente. No había signos de puerta o entrada, ni una fisura o grieta que Frodo pudiera ver en aquella piedra hostil.
-He ahí las Murallas de Moria -dijo Gandalf apuntando a través del agua-. Y allí hace un tiempo estuvo la Puerta, la Puerta de los Elfos en el extremo del camino de Acebeda, por donde hemos venido. Pero esta vía está cerrada. Nadie en la Compañía, me parece, querría nadar en estas aguas tenebrosas a la caída de la noche. Tienen un aspecto malsano.
-Busquemos un camino que bordee el lado norte -dijo Gimli-. La Compañía tendría que subir ante todo por el camino principal y ver adónde lleva. Aunque no hubiera lago, no conseguiríamos que nuestro poney de carga trepara por estos escalones.
-De cualquier modo no podríamos llevar a la pobre bestia a las Minas -dijo Gandalf-. El camino que corre por debajo de las montañas es un camino oscuro y hay trechos angostos y escarpados por donde él no pasaría, aunque pasáramos nosotros.
-¡Pobre viejo Bill! -dijo Frodo-. No lo había pensado. ¡Y pobre Sam! Me pregunto qué dirá.
-Lo lamento -dijo Gandalf -. El pobre Bill ha sido un compañero muy útil y siento en el alma tener que abandonarlo ahora. Yo hubiera preferido viajar con menos peso y sin ningún animal y menos que ninguno este que Sam quiere tanto. Temí todo el tiempo que estuviésemos obligados a tomar ese camino.
El día estaba terminando y las estrellas frías parpadeaban en el cielo bien por encima del sol poniente, cuando la Compañía trepó con rapidez por las laderas y bajó a la orilla del lago. No parecía tener de ancho más de un tercio de milla, como máximo. La luz era escasa y no alcanzaban a ver hasta dónde iba hacia el sur, pero el extremo norte no estaba a más de media milla y entre las crestas rocosas que encerraban el valle y la orilla del agua había una franja de tierra descubierta. Se adelantaron de prisa, pues tenían que recorrer una milla o dos antes de llegar al punto de la orilla opuesta indicado por Gandalf, y luego había que encontrar las puertas.
Llegaron al extremo norte del lago y descubrieron allí que una caleta angosta les cerraba el paso. Era de aguas verdes y estancadas y se extendía como un brazo cenagoso hacia las cimas de alrededor. Gimli dio un paso adelante sin titubear y descubrió que el agua era poco profunda y que allí en la orilla no le llegaba más arriba del tobillo. Los otros caminaron detrás de él, en fila, pisando con cuidado, pues bajo las hierbas y el musgo había piedras viscosas y resbaladizas. Frodo se estremeció de repugnancia cuando el agua oscura y sucia le tocó los pies. Cuando Sam, el último de la Compañía, llevó a Bill a tierra firme, del otro lado del canal, se oyó de pronto un sonido blando: un roce, seguido de un chapoteo, como si un pez hubiera perturbado la superficie tranquila del agua.
Miraron atrás y alcanzaron a ver unas ondas que la sombra bordeaba de negro a la luz declinante; unos grandes anillos concéntricos se abrían desde un punto lejano del lago. Hubo un sonido burbujeante y luego silencio. La oscuridad creció y unas nubes velaron los últimos rayos del sol poniente.
-no me cansare de decirlo- dijo Erzebeth angustiada- esto no es buena idea. ¡Tengo miedo! Jamás creí decirlo, pero he llegado a ese punto.
-¡tranquila!- dijo Aragorn mirando con desconfianza a todas direcciones- no nos pasara nada estando todos juntos.
Gandalf marchaba ahora a grandes pasos y los otros lo seguían tan de cerca como les era posible. Llegaron así a la franja de tierra seca entre el lago y los riscos, que no tenía a menudo más de doce yardas de ancho, y donde había muchas rocas y piedras; pero encontraron un camino siguiendo el contorno de los riscos y manteniéndose alejados todo lo posible del agua oscura. Una milla más al sur tropezaron con unos acebos. En las depresiones del Suelo se pudrían tocones y ramas secas: restos, parecía, de viejos setos o de una empalizada que alguna vez había bordeado el camino a través del valle anegado. Pero muy pegados al risco, altos y fuertes, había dos árboles, más grandes que cualquier otro acebo que Frodo hubiera visto o imaginado. Las grandes raíces se extendían desde la muralla hasta el agua. Vistos desde el pie de aquellas elevaciones, aún lejos de la escalera habían parecido meros arbustos, pero ahora se alzaban dominantes, tiesos, oscuros y silenciosos, proyectando en el suelo unas apretadas sombras nocturnas, irguiéndose como columnas que guardaban el término del camino.
-¡Bueno, aquí estamos al fin! - dijo Gandalf -. Aquí concluye el Camino de los Elfos que viene de Acebeda. El acebo era el signo de las gentes de este país y los plantaron aquí para señalar los límites del dominio, pues la Puerta del Oeste era utilizada para traficar con los Señores de Moria. Eran aquellos días más felices, cuando había a veces una estrecha amistad entre gentes de distintas razas, aun entre enanos y elfos.
-El debilitamiento de esa amistad no fue culpa de los enanos -dijo Gimli.
-Nunca oí decir que la culpa fuera de los elfos -dijo Legolas.
-Yo oí las dos cosas -dijo Gandalf-, y no tomaré partido ahora. Pero les ruego a los dos, Legolas y Gimli, que al menos sean amigos y que me ayuden. Las puertas están cerradas y ocultas y cuanto más pronto las encontremos mejor. ¡La noche se acerca!-Volviéndose hacia los otros continuó -Mientras yo busco, ¿quieren todos ustedes prepararse para entrar en las Minas? Pues temo que aquí tengamos que despedirnos de nuestra buena bestia de carga. Tendremos que abandonar también mucho de lo que trajimos para protegernos del frío; no lo necesitaremos adentro, ni, espero, cuando salgamos del otro lado y bajemos hacia el sur. En cambio cada uno de nosotros tomará una parte de lo que trae el poney, especialmente comida y los odres de agua.
-¡Pero no podemos dejar al pobre Bill en este sitio desolado, señor Gandalf! -gritó Sam, irritado y desesperado a la vez-. No lo permitiré y punto. ¡Después que ha venido tan lejos y todo lo demás!
-Lo lamento, Sam -dijo el mago-. Pero cuando la puerta se abra, no creo que seas capaz de arrastrar a tu Bill al interior, a la larga y tenebrosa Moria. Tendrás que elegir entre Bill y tu amo.
-Bill seguiría al señor Frodo a un antro de dragones, si yo lo llevara - protestó Sam-. Sería casi un asesinato dejarlo aquí solo con todos esos lobos alrededor.
-Sam.- Intervino Erzebeth acercándose al Hobbit- estoy segura que lo llevarías cargando, pero es más grande el peligro que nos espera ahí dentro, que el de los lobos en los alrededores. Bill es un gran poney, sabrá encontrar el camino de regreso.
Gandalf puso la mano sobre la cabeza del poney y habló en voz baja-. Ve con palabras de protección y cuidado. Eres una bestia inteligente y has aprendido mucho en Rivendel. Busca los caminos donde haya pasto y llega a casa de Elrond, o a donde quieras ir. ¡Ya está, Sam! Tendrá tantas posibilidades como nosotros de escapar a los lobos y volver a casa.
Sam estaba de pie, abatido, junto al poney, y no respondió. Bill, como si entendiera lo que estaba ocurriendo, se frotó contra Sam, pasándole el hocico por la oreja. Sam se echó a llorar y tironeó de las correas, descargando los bultos del poney y echándolos a tierra. Los otros sacaron todo, haciendo una pila de lo que podían dejar y repartiéndose el resto. Luego se volvieron a mirar a Gandalf. Parecía que el mago no hubiera hecho nada. Estaba de pie entre los árboles mirando la pared desnuda del risco, como si quisiera abrir un agujero con los ojos. Gimli iba de un lado a otro, golpeando la piedra aquí y allá con el hacha. Legolas se apretaba contra la pared, como escuchando.
-Bueno, aquí estamos, todos listos -dijo Merry-, ¿pero dónde están las puertas? No veo ninguna indicación.
-Las puertas de los enanos no se hicieron para ser vistas, cuando están cerradas -dijo Gimli-. Son invisibles. Ni siquiera los amos de estas puertas pueden encontrarlas o abrirlas, si el secreto se pierde.
-Pero ésta no se hizo para que fuera un secreto, conocido sólo por los enanos -dijo Gandalf, volviendo de súbito a la vida y dando media vuelta-. Si las cosas no cambiaron aquí demasiado, un par de ojos que sabe lo que busca tendría que encontrar los signos.-Fue otra vez hacia la pared. Justo entre la sombra de los árboles había un espacio liso y Gandalf pasó por allí las manos de un lado a otro, murmurando entre dientes. Luego dio un paso atrás. -¡Miren! -dijo-. ¿Ven algo ahora?
La luna brillaba en ese momento sobre la superficie de roca gris; pero durante un rato no vieron nada nuevo. Luego lentamente, en el sitio donde el mago había puesto las manos, aparecieron unas líneas débiles, como delgadas vetas de plata que corrían por la piedra. Al principio no eran más que hilos pálidos, como unos centelleos a la luz plena de la luna, pero poco a poco se hicieron más anchos y claros, hasta que al fin se pudo distinguir un dibujo.
Arriba, donde Gandalf ya apenas podía alcanzar, había un arco de letras entrelazadas en caracteres élficos. Abajo, aunque los trazos estaban en muchos sitios borrados o rotos, podían verse los contornos de un yunque y un martillo y sobre ellos una corona con siete estrellas. Más abajo había dos árboles y cada uno tenía una luna creciente. Más clara que todo el resto una estrella de muchos rayos brillaba en medio de la puerta.
-¡Son emblemas de Durin! -exclamó Gimli.
-¡Y ese es el árbol de los Altos Elfos! -dijo Legolas.
-Y la estrella de la Casa de Fëanor -dijo Gandalf -. Están labrados en ithildin que sólo refleja la luz de las estrellas y la luna y que duerme hasta el momento en que alguien lo toca pronunciando ciertas palabras que en la Tierra Media se olvidaron tiempo atrás. Las oí hace ya muchos años y tuve que concentrarme para recordarlas.
-¿Qué dice la escritura? -preguntó Frodo mientras trataba de descifrar la inscripción en el arco-. Pensé que conocía las letras élficas, pero éstas no las puedo leer.
-Está escrito en una lengua élfica del Oeste de la Tierra Media en los Días Antiguos -respondió Gandalf -. Pero no dicen nada de importancia para nosotros. Dicen sólo Las Puertas de Durin, Señor de Moria. Habla, amigo y entra. Y más abajo en caracteres pequeños y débiles está escrito: Yo, Narvi, construí estas puertas. Celebrimbor de Acebeda grabó estos signos.
-¿Qué significa habla, amigo y entra? -preguntó Merry.
-Es bastante claro -dijo Gimli-. Si eres un amigo, dices la contraseña y las puertas se abren y puedes entrar.
-Sí -dijo Gandalf -, es probable que estas puertas estén gobernadas por palabras. Algunas puertas de enanos se abren sólo en ocasiones especiales, o para algunas personas en particular, y a veces hay que recurrir a cerraduras y llaves aun conociendo las palabras y el momento oportuno. Esta puerta no tiene llave. En los tiempos de Durin no eran secretas. Estaban de ordinario abiertas y los guardias vigilaban aquí. Pero si estaban cerradas, cualquiera que conociese la contraseña podía decirla y pasar. Al menos eso es lo que se cuenta, ¿no es así, Gimli?
-Así es -dijo el enano-, pero qué palabra era ésa, nadie lo sabe. Narvi y el arte de Narvi y todos los suyos han desaparecido de la faz de la tierra.
-¿Pero tú no conoces la palabra, Gandalf? -preguntó Boromir sorprendido.
-¡No! -dijo el mago.
Los otros parecieron consternados; sólo Aragorn, que había tratado largo tiempo a Gandalf, permaneció callado e impasible.
-¿De qué sirve entonces habernos traído a este maldito lugar? -exclamó Boromir, echando una ojeada al agua oscura y estremeciéndose-. Nos dijiste que una vez atravesaste las Minas. ¿Cómo fue posible si no sabes cómo entrar?
-La respuesta a tu primera pregunta, Boromir -dijo el mago- es que no conozco la palabra... todavía. Pero pronto atenderemos a eso. Y -añadió y los ojos le chispearon bajo las cejas erizadas- puedes preguntar de qué sirven mis actos cuando hayamos comprobado que son del todo inútiles. En cuanto a tu otra pregunta: ¿dudas de mi relato? ¿O has perdido la facultad de razonar? No entré por aquí. Vine del Este.
»Si deseas saberlo, te diré que estas puertas se abren hacia afuera. Puedes abrirlas desde dentro empujándolas con las manos. Desde fuera nada las moverá excepto la contraseña indicada. No es posible forzarlas hacia adentro.
-¿Qué vas a hacer entonces? -preguntó Pippin a quien no intimidaban las pobladas cejas del mago.
-Golpear a las puertas con tu cabeza, Peregrin Tuk - dijo Gandalf- Y si eso no las echa abajo, tendré por lo menos un poco de paz, sin nadie que me haga preguntas estúpidas. Buscaré la contraseña.
»Conocí en un tiempo todas las fórmulas mágicas que se usaron alguna vez para estos casos, en las lenguas de los elfos, de los hombres, o de los orcos. Aún recuerdo unas doscientas sin necesidad de esforzarme mucho. Pero sólo se necesitarán unas pocas pruebas, me parece, y no tendré que recurrir a Gimli y a esa lengua secreta de los enanos que no enseñan a nadie.
Las palabras que abren la puerta son élficas, sin duda, como la escritura del arco.
Se acercó otra vez a la roca y tocó ligeramente con la vara la estrella de plata del medio, bajo el signo del yunque, y dijo con una voz perentoria:
Annon edhellen, edro hi ammen!
Fennas nogothrim, lasto beth lammen!
Las líneas de plata se apagaron, pero la piedra gris y desnuda no se movió. Muchas veces repitió estas palabras, en distinto orden, o las cambió. Luego probó diversas fórmulas, una tras otra, hablando ahora más rápido y más alto, ahora más bajo y más lentamente. Luego dijo muchas palabras sueltas en élfico. Nada ocurrió. La cima del risco se perdió en la noche, las estrellas innumerables se encendieron allá arriba, sopló un viento frío y las puertas continuaron cerradas.
Gandalf se acercó de nuevo a la pared y alzando los brazos habló con voz de mando, cada vez más colérico. Edro! Edro!, exclamó, golpeando la piedra con la vara. ¡Ábrete! ¡Ábrete!, gritó y continuó con todas las órdenes de todos los lenguajes que alguna vez se habían hablado al oeste de la Tierra Media. Al fin arrojó la vara al suelo y se sentó en silencio. En ese instante el viento les trajo desde muy lejos el aullido de los lobos. Bill el poney se sobresaltó, asustado, y Sam corrió a él y le habló en voz baja.
-¡No dejes que se escape! -dijo Boromir-. Parece que pronto lo necesitaremos, si antes no nos descubren los lobos. ¡Cómo odio esta laguna siniestra!-Inclinándose, recogió una piedra grande y la arrojó lejos al agua oscura, aunque Erzebeth se sobresalto tratando de detenerlo. La piedra desapareció con un suave chapoteo, pero casi al mismo tiempo se oyó un silbido y un sonido burbujeante. Unos grandes anillos de ondas aparecieron en la superficie más allá del sitio donde había caído la piedra y se acercaron lentamente a los pies del risco.
-¿Por qué hiciste eso, Boromir? -Reclamó Erzebeth-. Yo también odio este lugar y tengo miedo. No sé de qué: no de los lobos, o de la oscuridad que espera detrás de las puertas; de otra cosa. Tengo miedo de la laguna. ¡No la perturbes!
-¡Ojalá pudiéramos irnos! -dijo Merry.
-¿Por qué Gandalf no hace algo? -dijo Pippin.
Gandalf no les prestaba atención. Sentado, cabizbajo, parecía desesperado, o inquieto. El aullido lúgubre de los lobos se oyó otra vez. Las ondas de agua crecieron y se acercaron; algunas lamían ya la costa. Aragorn se paro junto Erzebeth y observo inquieto también.
-será mejor que se apresure, algo se mueve ahí adentro- dijo Erzebeth comenzando a sentirse nerviosa.
-mantente alejada de la orilla- dijo Aragorn tomándola del brazo y pegándola a la fría piedra.
-Es un acertijo- se dijo a si mismo Frodo- "Habla amigo y pasa
"- analizo unos momentos las palabras- ¿Cómo se dice Amigo en elfico?- pregunto al mago.
-¡Mellon!- contesto el mago sin prestar mucha atención. La estrella brilló brevemente y se apagó. En seguida, en silencio, se dibujó una gran puerta, aunque hasta entonces no habían sido visibles ni grietas ni junturas. Se dividió lentamente en el medio y se abrió hacia afuera pulgada a pulgada hasta que ambas hojas se apoyaron contra la pared. A través de la abertura pudieron ver una escalera sombría y empinada, pero más allá de los primeros escalones la oscuridad era más profunda que la noche. La Compañía miraba con ojos muy abiertos.
-Después de todo, yo estaba equivocado - dijo Gandalf - y también Gimli. Frodo, quién lo hubiese creído, encontró la buena pista. ¡La contraseña estaba inscrita en el arco! La traducción tenía que haber sido: Di «amigo» y entra. Sólo tuve que pronunciar la palabra amigo en élfico y las puertas se abrieron. Simple, demasiado simple para un docto maestro en estos días sospechosos. Aquellos eran tiempos más felices. ¡Bueno, vamos!
Gandalf se adelantó y puso el pie en el primer escalón. Erzebeth y Aragorn no dejaban de vigilar la sombría laguna. Pero en ese momento ocurrieron varias cosas. Frodo sintió que algo lo tomaba por el tobillo y cayó dando un grito. Se oyó un relincho terrible y Bill el poney corrió espantado a lo largo de la orilla perdiéndose en la oscuridad. Sam saltó detrás y oyendo en seguida el grito de Frodo regresó de prisa, llorando y maldiciendo. Los otros se volvieron y observaron que las aguas huían, como si un ejército de serpientes viniera nadando desde el extremo sur.
Un largo y sinuoso tentáculo se había arrastrado fuera del agua; era de color verde pálido, fosforescente y húmedo. La extremidad provista de dedos había, aferrado a Frodo y estaba llevándolo hacia el agua. Sam, de rodillas, lo atacaba a cuchilladas. Pero fue hasta que Erzebeth desenvaino su espada y corto el brazo, que soltó a Frodo y Sam arrastró a su amo alejándolo de la orilla y pidiendo auxilio. Aparecieron otros veinte tentáculos extendiéndose como ondas. El agua oscura hirvió y el hedor era espantoso.
-¡Por la puerta! ¡Suban las escaleras! ¡Rápido! -gritó Gandalf saltando hacia atrás.
Arrancándolos al horror que parecía haberlos encadenado a todos al suelo, excepto a Sam, Gandalf consiguió que corrieran hacia la puerta. Habían reaccionado justo a tiempo. Sam y Frodo estaban unos pocos escalones arriba cuando los tentáculos lo volvieron a arrastra. Esta vez, Todos ayudaban cortando o atacando los tentáculos. Erzebeth se deslizo hasta llegar abajo del tentáculo que batía a Frodo en el aire. Intento cortarlo como había hecho con el anterior, pero no previó que un tentáculo se aproximaba peligrosamente a ella.
-¡Erzebeth!- grito Legolas asustado al ver cómo era elevada por los aires. Estrangulada por el tentáculo, forcejeaba con la poca fuerza que le quedaba para liberarse. Una certera estocada de Aragorn hizo que el monstro soltara a Frodo, en cuanto lo tomo corrió con él en brazos al interior de la mina.- ¡suéltala bestia!- dijo Legolas lanzando una flecha a uno de los ojos del monstruo, entonces fue que soltó a la ninwen dejándola caer a las oscuras aguas. Legolas corrió hasta ella y la ayudo a levantarse. La tomo de la mano y la dirigió corriendo hasta el interior de la cueva, la mujer estaba a punto del desmayo cuando los tentáculos comenzaron a intentar entrar en la mina, pero lo único que ocurrió fue que unas piedras se desprendieran del techo y la puerta se cerrara dándole paso a la oscuridad.- ¡Erzebeth! ¡Erzebeth!- llamaba desesperado Legolas intentando ver en la oscuridad. Todos tosían por el polvo que inundo el ambiente después del derrumbe. Sam, asiéndose del brazo de Frodo, se dejó caer sobre un escalón en la negra oscuridad. Mientras el mago se adelantaba subiendo los grandes escalones, alzó la vara y de la punta brotó un débil resplandor. Entonces fue que pudieron encontrar a la ninwen. Estaba tendida en el suelo, inmóvil y temieron que sin vida. Legolas fue el primero en llegar hasta ella, después Aragorn. El elfo la tomo entre sus brazos y la llevo hasta los demás, entonces con la luz de la vara de Gandalf vieron el tremendo golpe que había recibido en la frente del cual brotaban hilos de sangre.
-Debió ser una piedra, la golpeo mientras entraban y la puerta se derrumbo.- dijo el mago analizando la herida.- miren las marcas en el cuello. Esa cosa le estaba estrangulando, valla que la apretó, pero no lo suficiente para dejarla sin oxigeno y causarle la muerte.
-Esta helada- dijo Legolas tomando una de las esbeltas manos de Erzebeth.
-estará bien, mi amigo- lo animo el mago al ver la angustia en los ojos del elfo-Es una mujer fuerte, y lo ha demostrado, pero no podemos quedarnos aquí. -dijo el mago-. Ahora el pasadizo está bloqueado a nuestras espaldas y hay una sola salida... del otro lado de la montaña. Temo que estos ruidos últimos vengan de unos peñascos que han caído ¡arrancando árboles y apiñándolos frente a la puerta! Lo lamento, pues los árboles eran hermosos y habían resistido tantos años.
-Sentí que había algo horrible cerca desde el momento en que mi pie tocó el agua -dijo Frodo-. ¿Qué era eso, o había muchos?
-No lo sé -respondió Gandalf -, pero todos los brazos tenían un solo propósito. Algo ha venido arrastrándose o ha sido sacado de las aguas oscuras bajo las montañas. Hay criaturas más antiguas y horribles que los orcos en las profundidades del mundo.-No dijo lo que pensaba: cualquiera que fuese la naturaleza de aquello que habitaba en la laguna, había atacado a Frodo antes que a los demás.
Boromir susurró entre dientes, pero la piedra resonante amplificó el sonido convirtiéndolo en un murmullo ronco que todos pudieron oír.- ¡En las profundidades del mundo! Y ahí vamos, contra mi voluntad. ¿Quién nos conducirá en esta oscuridad sin remedio?
-Yo - dijo Gandalf -. Y Gimli caminará a mi lado. ¡Sigan mi vara!
La ancha escalinata era segura y se conservaba bien. Doscientos escalones, contaron, anchos y bajos; y en la cima descubrieron un pasadizo abovedado que llevaba a la oscuridad.
-¿Por qué no nos sentamos a descansar y a comer aquí en el pasillo, ya que no encontramos un comedor? -preguntó Frodo. Estaba empezando a olvidar el horrible tentáculo, y de pronto sentía mucha hambre.
La propuesta tuvo buena acogida y se sentaron en los últimos escalones, unas figuras oscuras envueltas en tinieblas. Legolas deposito con cuidado a Erzebeth y coloco una capa como almohada. Busco entre sus cosas algo útil para curar la herida, pero habían dejado parte del equipaje donde podía haber algo que ayudara.
-Solo podemos lavarle el golpe- le susurro Aragorn a su lado y mirando a la pálida mujer.- me comienza a preocupar lo fría que esta, esta sudando- dijo colocando su mano en la húmeda frente.
-hace unos días le dije que ojala le pasara algo- se lamento el elfo tomando con dulzura la mano de Erzebeth- ahora me arrepiento de mis palabras.
-no es tu culpa, ni de nadie. Ha sido algo que no teníamos previsto- dijo Aragorn apoyando su mano en el hombro del elfo.- Tapémosla bien, y cortemos un pedazo de tela para tapar la herida y evitar que se infecte.- Aragorn limpio la sangre con un poco de agua, y de una de las camisas que llevaban para cambio corto un pedazo y lo amarro a la frente de Erzebeth- Esto ayudara por el momento. Ahora come algo, necesitaras fuerzas. Yo la cargare ahora.
-no- se negó el elfo- yo la llevare hasta la salida de este horrible lugar. Si la hubieran escuchado no estaría así.
-pero tal vez otros peligros nos hubieran alcanzado ya.- dijo Aragorn levantándose- Pues si quieres llevarla hasta la salida, deberás comer algo. Yo la cuido.- el elfo acepto no muy convencido de separarse de Erzebeth. Aragorn tomo asiento a su lado y comenzó a acariciar su cabello. Tenía un sueño intranquilo, su expresión no era pacifica y comenzaba a saltar entre sueños.
-Buena señal- dijo Gandalf a las espaldas de Aragorn.- no tardara en despertar.
-deberíamos de esperar un poco más, tal vez reaccione.
-No, mi buen amigo- contesto el mago aproximándose a Erzebeth- tardara quizás una hora más, y no queremos demorar nuestro paso por las minas, debemos llegar cuanto antes al otro lado.- dijo acariciando la mejilla de Erzebeth- Es tan fuerte como su madre, pero más valiente me atrevo a decir.
Después de comer, Gandalf le dio a cada uno otro sorbo del miruvor de Rivendel.
-No durará mucho más, me temo -dijo-, pero lo creo necesario luego de ese horror de la puerta. Y a no ser que tengamos mucha suerte, ¡nos tomaremos el resto antes de llegar al otro lado! ¡Tengan cuidado también con el agua! Hay muchas corrientes y manantiales en las Minas, pero no se les puede tocar. Quizá no tengamos oportunidad de llenar las botellas antes de descender al Valle del Arroyo Sombrío.
-¿Cuánto tiempo nos llevará? -preguntó Frodo.
-No puedo decirlo -respondió Gandalf-. Depende de muchas cosas. Pero yendo directamente, sin contratiempos ni extravíos, tardaremos tres o cuatro jornadas, espero. No hay menos de cuarenta millas entre la Puerta del Oeste y el Portal del Este en línea recta y es posible que el camino dé muchas vueltas.
Luego de un breve descanso, se pusieron otra vez en marcha. Todos ellos deseaban terminar esta parte del viaje lo antes posible y estaban dispuestos, a pesar de sentirse tan cansados, a caminar durante horas. Gandalf iba al frente como antes. Llevaba en la mano izquierda la vara centelleante, que sólo alcanzaba a iluminar el piso ante él; en la mano derecha esgrimía la espada Glamdring. Detrás de Gandalf iba Gimli, los ojos brillantes a la luz débil mientras volvía la cabeza a los lados. Detrás del enano caminaba Frodo, que había desenvainado la espada corta, Dardo. De las hojas de Dardo y Glamdring no venía ningún reflejo y esto era auspicioso, pues habiendo sido forjadas por elfos de los Días Antiguos estas espadas brillaban con una luz fría si había algún orco cerca. Detrás de Frodo marchaba Sam y los hobbits jóvenes y Boromir. En la oscuridad de la retaguardia. Graves y silenciosos, caminaban Aragorn y Legolas con Erzebeth en brazos. Era tan ligera, que no parecía ser una carga para el elfo.
Después de doblar a un lado y a otro unas pocas veces el pasadizo empezó a descender. Siguió así un largo rato, en un descenso regular y continuo hasta que corrió otra vez horizontalmente. El aire era ahora cálido y sofocante, aunque no viciado, y de vez en cuando sentían en la cara una corriente de aire fresco que parecía venir de unas aberturas disimuladas en las paredes. Había muchas de estas aberturas. Al débil resplandor de la vara del mago, Frodo alcanzaba a ver escaleras y arcos y pasadizos y túneles, que subían, o bajaban bruscamente, o se abrían a las tinieblas de ambos lados. Hubiera sido fácil extraviarse y nadie hubiera podido recordar el camino de vuelta.
Gimli ayudaba a Gandalf muy poco, excepto mostrando resolución y coraje. Al menos no parecía perturbado por la mera oscuridad, como la mayoría de los otros. El mago lo consultaba a menudo cuando la elección del camino se hacía dudosa, pero la última palabra la daba siempre Gandalf. Las Minas de Moria eran de una vastedad y complejidad que desalaban la imaginación de Gimli, hijo de Glóin, nada menos que un enano de la Raza de las Montañas. A
Gandalf los borrosos recuerdos de un viaje hecho en el lejano pasado no le servían de mucho, pero aun en la oscuridad y a pesar de todos los meandros del camino él sabía adónde quería ir y no cedería mientras hubiera un sendero que llevase de algún modo a la meta.
Era bueno para la Compañía contar con un guía semejante. No disponían de combustible ni de ningún material para preparar una antorcha. En la huida precipitada hacia la puerta, habían dejado atrás muchos bultos. Pero sin luz hubieran caído pronto en la desesperación. No sólo eran muchas las sendas posibles, también abundaban agujeros y fosas y a lo largo del camino se abrían pozos oscuros que devolvían el eco de los pasos. Había fisuras y grietas en las paredes y el piso y de cuando en cuando aparecía un abismo justo ante ellos. El más ancho medía cerca de dos metros y Pippin tardó bastante en animarse a saltar. De muy abajo venía un rumor de aguas revueltas, como si una gigantesca rueda de molino estuviera girando en las profundidades.
-¡Una cuerda! -murmuró Sam-. Sabía que la necesitaría, si no la traía conmigo.
A medida que estos peligros eran más frecuentes, la marcha se hacía más lenta. Les parecía ya que habían estado caminando y caminando, interminablemente, hacia las raíces de la montaría. La fatiga los abrumaba y sin embargo no tenían ganas de detenerse. Frodo había recuperado un poco el ánimo luego de la comida y un sorbo del cordial; pero ahora una profunda inquietud, que llegaba al miedo, lo invadía otra vez. Aunque le habían curado la herida en Rivendel, la terrible cuchillada había tenido algunas consecuencias. Se le habían agudizado los sentidos y advertía ahora la presencia de muchas cosas que no podían ser vistas. Un síntoma de esos cambios, y que había notado muy pronto, era que podía ver en la oscuridad quizá más que cualquiera de los otros, excepto Gandalf. Y de todos modos él era el Portador del Anillo; le colgaba de la cadena sobre el pecho y a veces lo sentía como una carga pesada. Estaba seguro de que el mal los esperaba allá delante y que a la vez venía siguiéndolos, pero no hacía ningún comentario.
Apretaba la empuñadura de la espada y se adelantaba tercamente. Detrás de él la Compañía hablaba poco y nada más que en murmullos apresurados. Sólo se oía el sonido de las pisadas: el golpe sordo de las botas de enano de Gimli; los pesados pies de Boromir; el paso liviano de Legolas; el trote ligero y casi imperceptible de los hobbits y en la retaguardia las pisadas lentas y firmes de Aragorn, que caminaba a grandes trancos. Cuando se detenían un momento, no oían nada, excepto el débil goteo ocasional de un hilo de agua que se escurría invisible. No obstante, Frodo comenzó a oír, o a imaginar que oía, alguna otra cosa: el blando sonido de unos pies descalzos. El sonido no era nunca bastante alto, ni bastante próximo, como para que él estuviera seguro de haberlo oído, pero una vez que empezaba ya no cesaba nunca, mientras la Compañía continuara marchando. Pero no era un eco, pues cuando se detenían proseguía un rato, solo, antes de apagarse.
Ya caía la noche cuando habían entrado en las Minas. Habían caminado durante horas, haciendo breves escalas, y Gandalf tropezó de pronto con el primer problema serio. Ante él se alzaba un arco amplio y oscuro que se abría en tres pasajes; todos iban en la misma dirección, hacia el este; pero el pasaje de la izquierda bajaba bruscamente, el de la derecha subía, y el del medio parecía correr en línea recta, liso y llano, pero muy angosto.
-¡No tengo ningún recuerdo de este sitio! -dijo Gandalf titubeando. Sostuvo en alto la vara con la esperanza de encontrar alguna marca o inscripción que lo ayudara a elegir, pero no había nada de esta especie-. Estoy demasiado cansado para decidir -dijo, moviendo la cabeza-. Y supongo que todos están tan cansados como yo, o más. Mejor que nos detengamos aquí por lo que queda de la noche. ¡Sé que me entenderán! Aquí está siempre oscuro, pero fuera la luna tardía va hacia el oeste y la medianoche ha quedado atrás.
-¡Pobre viejo Bill! -dijo Sam-. Me pregunto dónde anda. Espero que esos lobos todavía no lo hayan atrapado.
A la izquierda del gran arco encontraron una puerta de piedra; estaba a medio cerrar pero un leve empellón la abrió fácilmente. Más allá parecía haber una sala amplia tallada en la roca.
-¡Tranquilos! ¡Tranquilos! -exclamó Gandalf mientras Merry y Pippin empujaban hacia adelante, contentos de haber encontrado un sitio donde podían descansar sintiéndose más amparados que en el corredor-. Tranquilos. Todavía no sabemos lo que hay dentro. Iré primero.- Entró con cuidado y los otros lo siguieron en fila.- ¡Miren! -dijo apuntando al suelo con la vara. Todos miraron y vieron un agujero grande y redondo, como la boca de un pozo. Unas cadenas rotas y oxidadas colgaban de los bordes y bajaban al pozo negro. Cerca había unos trozos de piedra.
-Uno de ustedes pudo haber caído aquí y todavía estaría preguntándose cuándo golpearía el fondo -le dijo Aragorn a Merry-. Deja que el guía vaya delante, mientras tienes uno.
-Esto parece haber sido una sala de guardia, destinada a la vigilancia de los tres pasadizos -dijo Gimli-. El agujero es evidentemente un pozo para uso de los guardias y que se tapaba con una losa de piedra. Pero la losa está rota y hay que tener cuidado en la oscuridad.
Pippin se sentía curiosamente atraído por el pozo. Mientras los otros desenrollaban mantas y preparaban camas contra las paredes del recinto, se arrastró hasta el borde y se asomó. Un aire helado pareció pegarle en la cara, como subiendo de profundidades invisibles. Movido por un súbito impulso repentino, tanteó alrededor buscando una piedra suelta y la dejó caer. Sintió que el corazón le latía muchas veces antes que hubiera algún sonido. Luego, muy abajo, como si la piedra hubiera caído en las aguas profundas de algún lugar cavernoso, se oyó un pluf, muy distante, pero amplificado y repetido en el hueco del pozo.
-¿Qué es eso? -exclamó Gandalf. Se mostró un instante aliviado cuando Pippin confesó lo que había hecho, pero en seguida montó en cólera y Pippin pudo ver que le relampagueaban los ojos-. ¡Tuk estúpido! -gruñó el mago-. Este es un viaje serio y no una excursión hobbit. Tírate tú mismo la próxima vez y no molestarás más. ¡Ahora quédate quieto!
Nada más se oyó durante algunos minutos, pero luego unos débiles golpes vinieron de las profundidades: tom-tap, tap-tom. Hubo un silencio y cuando los ecos se apagaron, los golpes se repitieron: tap-tom, tom-tap, tap-tap, tom. Sonaban de un modo inquietante, pues parecían señales de alguna especie, pero al cabo de un rato se apagaron y no se oyeron más.
-Eso era el golpe de un martillo, o nunca he oído uno -dijo Gimli.
-Sí -dijo Gandalf-, y no me gusta. Quizá no tenga ninguna relación con la estúpida piedra de Peregrin, pero es posible que algo haya sido perturbado y hubiese sido mejor dejarlo en paz. ¡Por favor, no vuelvas a hacer algo parecido! Espero que podamos descansar sin más dificultades. Tú, Pippin, harás la primera guardia, como recompensa -gruñó mientras se envolvía en una manta.
Pippin se sentó miserablemente junto a la puerta en la cerrada oscuridad, pero no dejaba de volver la cabeza, temiendo que alguna cosa desconocida se arrastrara fuera del pozo. Hubiese querido cubrir el agujero, por lo menos con una manta, pero no se atrevía a moverse ni a acercarse, aunque Gandalf parecía dormir.
Gandalf en realidad estaba despierto, aunque acostado y en silencio, y trataba de recordar todos los detalles de su viaje anterior a las Minas, preguntándose ansiosamente qué rumbo convendría tomar; una media vuelta equivocada podía ser desastrosa. Al cabo de una hora se incorporó y fue hacia Pippin.
-Vete a un rincón y trata de dormir, mi muchacho -dijo en un tono amable-. Quieres dormir, supongo. Yo no he cerrado un ojo, de modo que puedo reemplazarte en la guardia.
»Ya sé lo que me ocurre -murmuró mientras se sentaba junto a la puerta-. ¡Necesito un poco de humo! No he fumado desde la mañana anterior a la tormenta de nieve.
Lo último que vio Pippin, mientras el sueño se lo llevaba, fue la sombra del viejo mago encogida en el piso, protegiendo un fuego incandescente entre las manos nudosas, puestas sobre las rodillas. La luz temblorosa mostró un momento la nariz aguileña y una bocanada de humo.
-Erzebeth, por favor, despierta- suplicaba Legolas observando cómo descansaba la hermosa mujer. Llevaba ya varias horas sin dar otra señal de que fuera a reaccionar, sus manos seguían frías y sus labios lucían pálidos y sin vida.- ¿sabes?, eh comenzado a sentirme extraño, me siento incompleto sin verte caminar delante o detrás mío, sin escucharte platicar por lo bajo con Aragorn creyendo que no les prestó atención, y de cuando en cuando mirarnos con nuestras expresiones de enfado
¡Ay! Lo siento, siento cada una de las veces que te he hecho pasar malos ratos, prometo ser más amable si despiertas, por favor
-ella te escucha- dijo Aragorn parado justo detrás de él elfo. Legolas se sobresalto y giro para quedar cara a cara con Aragorn- lo malo es que cuando despierte creerá que todo lo que acabas de decir ha sido un sueño, y todo quedara en el olvido, y solo tú y yo sabremos eso.
-creo que es mejor que este así, y que no despierte en este horrible lugar- dijo el elfo regresando su mirada a Erzebeth- me gustaría más que viera la luz del sol, y la tierra donde ella también creció, ¿saliendo esta cerca la tierra de su madre no? El reino de las ninwen.
-no sabemos que nos espera en la oscuridad de este lugar, pero yo prefiero que despierte ahora a que nunca más lo haga, si hemos de enfrentarnos a algo más peligroso que en la entrada, no se tu, pero yo prefiero a una fuerte guerrera combatiendo a nuestro lado- dijo Aragorn acercándose a Erzebeth- que solo el recuerdo de una fuerte guerrera
-¿Legolas?- escucharon casi como un susurro. Los dos quedaron mudos del asombro que les causo escuchar a la ninwen- ¿Legolas?- repitió con insistencia.
-¡Erzebeth!- susurro Legolas tomando una de sus manos y entrelazando sus dedos con la de él-aquí estoy.- la mujer abrió lentamente los ojos, intentando acostumbrarse a la oscuridad y comenzó a buscar con sus ojos el rostro elfico.- aquí estoy- repitió Legolas tomando la mano de Erzebeth y llevándosela al rostro para que la mujer lo sintiera.
-Legolas- volvió a decir, pero esta vez salto abrazando al elfo, y como si la luz iluminara el rostro del elfo más que cualquier otra cosa en el lugar lo miro a la cara- estaba perdida
sola y asustada, envuelta en oscuridad y sueños horribles, pero de pronto te vi y
-¿y
?- pregunto el elfo sin darse cuenta que aun tenia sujetada la mano de Erzebeth con la que tocaba su rostro.
-todo se aclaro- contesto Erzebeth dibujando una sonrisa en su rostro- y ahora estamos aquí, en un lugar oscuro mirándonos a los ojos, y tu tomas mi mano mientras yo tomo tu mejilla y Aragorn nos observa burlonamente mientras tú y yo olvidamos su presencia y la de los demas.- dijo sin dejar de sonreír y de mirar al elfo- Ahora es cuando me pregunto si esto es solo un sueño, o está sucediendo algo aquí.
-yo también comienzo a preguntármelo- dijo Legolas observando cada rincón del rostro de Erzebeth- y mas porque a pesar de eso seguimos en esa posición y no hacemos nada al respecto.
-¿no se supone que tu y yo nos odiamos?- pregunto divertida quitando su mano al fin del rostro de Legolas- y ahora comienzo a sentir una pulsada en mi cabeza y estoy un poco mareada y confundida.
-sí, yo también estoy confundido- dijo al fin Aragorn mientras Legolas y Erzebeth se separaban un poco avergonzados-no sé como notaste mi presencia, parecía que había una linda conexión y yo he venido a arruinarla.
-¿conexión? ¿Ella y yo?- pregunto nervioso Legolas- eso es imposible, es
-una locura- completo Erzebeth mirando de reojo a Legolas- ¿yo con el príncipe vanidoso? No gracias, yo paso- dijo levantándose.
-¿y qué hay de mi? ¿Crees que no es un castigo estar cerca de donde tu estas?- dijo haciendo lo mismo y encarando a la ninwen.
-¿sí? Y si es un castigo platícame algo- dijo en tono burlón, pero comenzando a sentirse molesta- ¿Por qué estas tan cerca de mí en estos momentos?
-yo
tu eres la que se acerco- dijo también molestándose-yo estaba aquí primero.
-si mi memoria no falla, creo que la que estaba recostada en este sitio era yo, por lo tanto, mi lugar, mi espacio- dijo empujando con el dedo índice al elfo sin lograr moverlo del lugar.
-¿a si? Si no fuera por mí no estarías aquí, en tu "espacio"- dijo Legolas empujando con el dedo el hombro de Erzebeth.
-¡no me toques!- dijo furiosa dándole un manotazo al elfo.
-además, la que llamaba en sueños eras tú, la que salto a mis brazos fuiste tú
-él te rescato en la entrada, él te trajo cargando hasta aquí y él no ha descansado por estarte cuidando, a pesar de que no fue ni un día ya comenzaba a extrañarte- dijo Aragorn muy divertido, los dos voltearon a verlo fulminándolo con la mirada, pero sin palabras para responderle algo- bueno, veo que ese golpe no te daño nada más que la frente y estas mejor.
-sí, esta como nueva creo yo- dijo Gandalf para sorpresa de todos- comenzábamos a extrañar las discusiones de ambos, la verdad, este viaje sería muy aburrido sin ustedes dos. Pero ahora les recomiendo que descansen, nos queda una larga jornada y el sol está por salir allá afuera.-dijo girándose nuevamente hacia los tres caminos que se abrían delante suyo- duerme un poco Legolas, debes de estar fatigado de llevar por varias horas a Erzebeth en brazos.
-descansen- dijo Aragorn aun con su sonrisa en los labios, se recostó y envolvió en su manto para dormir un poco. Legolas y Erzebeth se miraron un momento. Los dos se miraban con tanto enojo, que si los ojos fueran armas estarían atravesados ya por muchas flechas.
-¿así que me cargaste hasta aquí?- dijo Erzebeth agachándose por las cobijas.- ¡Gracias!- dijo indiferente extendiéndole una de las cobijas a Legolas.
-quédatelas, yo no dormiré- dijo dándose vuelta y dejando a Erzebeth con las cobijas en la mano.
-¿eso es todo lo que tienes que decir?- reclamo Erzebeth ganándose nuevamente la mirada del elfo- creí haber escuchado que serias más amable, que me extrañabas y que querías que despertara
- dijo con un tono de tristeza en su voz- aunque
creo que eso también lo soñé, tal vez fue parte de mi sueño
solo un sueño
- sé dijo a sí misma deslizándose por la pared hasta quedar sentada con las rodillas contra su pecho- que pena que solo fuera eso- dijo cubriéndose con las cobijas, pero sin cerrar los ojos.
-no todo fue un sueño- dijo Legolas mirando a Erzebeth- si dije todo eso- dijo sentándose al lado de Erzebeth para luego quedarse mirando- si dije que sería más amable si despertabas.- Erzebeth regalo una fugaz sonrisa al elfo y se recostó sobre el hombro de este. Legolas recargo su cabeza sobre la de Erzebeth y durmieron un poco los dos.
Fue Gandalf quien los despertó a todos. Había estado sentado y vigilando solo alrededor de seis horas, dejando que los otros descansaran.
-Y mientras tanto tomé mi decisión -dijo -. No me gusta la idea del camino del medio y no me gusta el olor del camino de la izquierda: el aire está viciado allí, o no soy un guía. Tomaré el pasaje de la derecha. Es hora de que volvamos a subir.
Durante ocho horas oscuras, sin contar dos breves paradas, continuaron marchando y no encontraron ningún peligro, ni oyeron nada y no vieron nada excepto el débil resplandor de la luz del mago, bailando ante ellos como un fuego fatuo. El túnel que habían elegido llevaba regularmente hacia arriba, torciendo a un lado y al otro, describiendo grandes curvas ascendentes, y a medida que subía se hacía más elevado y más ancho. No había a los lados aberturas de otras galerías o túneles y el suelo era llano y firme, sin pozos o grietas. Habían tomado evidentemente lo que en otro tiempo fuera una ruta importante y progresaban con mucha mayor rapidez que en la jornada anterior.
De este modo avanzaron unas quince millas, medidas en línea recta hacia el este, aunque en realidad debían de haber caminado veinte millas o más. A medida que el camino subía, el ánimo de Frodo mejoraba un poco; pero se sentía aún oprimido y aún oía a veces, o creía oír, detrás de la Compañía, más allá de los ajetreos de la marcha, pisadas que venían siguiéndolos y que no eran un eco.
Habían marchado hasta los límites de las fuerzas de los hobbits y estaban todos pensando en un lugar donde pudieran dormir, cuando de pronto las paredes de la izquierda y la derecha desaparecieron; luego de atravesar una puerta abovedada habían salido a un espacio negro y vacío. Una corriente de aire tibio soplaba detrás de ellos y delante una fría oscuridad les tocaba las caras. Se detuvieron y se apretaron inquietos unos contra otros. Gandalf parecía complacido.
-Elegí el buen camino -dijo-. Por lo menos estamos llegando a las partes habitables y sospecho que no estamos lejos del lado este. Pero nos encontramos en un sitio muy alto, más alto que la Puerta del Arroyo Sombrío, a menos que me equivoque. Tengo la impresión de que estamos ahora en una sala amplia. Me arriesgaré a tener un poco de verdadera luz.-Alzó la vara, que relampagueó brevemente. Unas grandes sombras se levantaron y huyeron y durante un segundo vieron un vasto cielo raso sostenido por numerosos y poderosos pilares tallados en la piedra. Ante ellos y a cada lado se extendía un recinto amplio y vacío: las paredes negras, pulidas y lisas como el vidrio, refulgían y centelleaban. Vieron también otras tres entradas; un túnel negro se abría ante ellos y corría en línea recta hacia el este y había otros dos a los lados. Luego la luz se apagó.
-No me atrevería a nada más por el momento -dijo Gandalf-. Antes había grandes ventanas en los flancos de la montaña y túneles que llevaban a la luz en las partes superiores de las Minas. Creo que hemos llegado ahí, pero afuera es otra vez de noche y no podremos saberlo hasta mañana. Si no me equivoco, quizá veamos apuntar el amanecer. Pero mientras tanto será mejor no ir más lejos. Descansemos, si es posible. Las cosas han ido bien hasta ahora y la mayor parte del camino oscuro ha quedado atrás. Pero no hemos llegado todavía al fin y hay un largo trayecto hasta las puertas que se abren al mundo. Recordemos además, que nuestra querida Erzebeth no está completamente bien para seguir caminando.
La Compañía pasó aquella noche en la gran sala cavernosa, apretados todos en un rincón para escapar a la corriente de aire frío que parecía venir del arco del este. Todo alrededor de ellos pendía la oscuridad, hueca e inmensa, y la soledad y vastedad de las salas excavadas y las escaleras y pasajes que se bifurcaban interminablemente eran abrumadoras. Las imaginaciones más descabelladas que unos sombríos rumores hubiesen podido despertar en los hobbits, no eran nada comparados con el miedo y el asombro que sentían ahora en Moria.
-¿Quién podría vivir en un lugar tan oscuro como este?- dijo Erzebeth temblando - y frio, muy frio además.
- Esto es el gran reino y la ciudad de la Mina del Enano. Y antiguamente no era oscura sino luminosa y espléndida, como lo recuerdan aún nuestras canciones.-dijo Gimli
-Pero la imagen de todas esas lámparas hace la oscuridad más pesada, me parece.- dijo Sam ¿Hay todavía por aquí montones de oro y joyas? -Gimli no contestó. No quería decir más.
-¿Montones de joyas? -dijo Gandalf -. No. Los orcos han saqueado Moria a menudo. No queda nada en las salas superiores. Y desde que los enanos se fueron, nadie se ha atrevido a explorar los pozos o buscar tesoros en los sitios más profundos; los ha inundado el agua, o una sombra de miedo.
-¿Entonces por qué los enanos querrían volver? -preguntó Sam.
-Por el mithril -respondió Gandalf -. La riqueza de Moria no era el oro y las joyas, juguetes de los enanos; tampoco el hierro, sirviente de los enanos. Tales cosas se encuentran aquí, es cierto, especialmente hierro; pero no cavaban para eso; todo lo que deseaban podían obtenerlo traficando. Pues este era el único sitio del mundo donde había plata de Moria, o plata auténtica como algunos la llamaban: mithril es el nombre élfico. Los enanos le dan otro nombre, pero lo guardan en secreto. El valor del mithril era diez veces superior al del oro y ahora ya no tiene precio, pues queda poco en la superficie y ni siquiera los orcos se atreven a cavar aquí. Las vetas llevan siempre al norte, hacia Caradhras y abajo, a la oscuridad. Ellos no hablan de eso, pero si es cierto que el mithril fue la base de la riqueza de los enanos, fue también la perdición de estas criaturas, que cavaron con demasiada codicia, demasiado abajo y perturbaron aquello de que huían, el Daño de Durin. De lo que llevaron a la luz, los orcos recogieron casi todo y se lo entregaron como tributo a Sauron.
»Mithril! Todo el mundo lo deseaba. Podía ser trabajado como el cobre y pulido como el vidrio; y los enanos podían transformarlo en un metal más liviano y sin embargo más duro que el acero templado. Tenía la belleza de la plata común, pero nunca se manchaba ni perdía el brillo. Los elfos lo estimaban muchísimo y lo empleaban entre otras cosas para forjar los ithildin, la estrella-luna que han visto en la puerta. Bilbo tenía una malla de anillos de mithril que Thorin le había dado. Me pregunto qué se habrá hecho de ella. Todavía juntando polvo en el museo de Cavada Grande, me imagino.
-¿Qué? - exclamó Gimli de pronto, saliendo de su silencio -. ¿Una cota de plata de Moria? ¡Un regalo de rey!
-Sí -continuó Gandalf-. Nunca se lo dije, pero vale más que la Comarca entera y todo lo que en ella hay.
Frodo no dijo nada, pero metió la mano bajo la túnica y tocó los anillos de la camisa. Se le confundía la cabeza pensando que había ido de un lado a otro llevando el valor de la Comarca bajo la chaqueta. ¿Lo había sabido Bilbo? Estaba seguro de que Bilbo lo sabía muy bien. Era en verdad un regalo de rey. Pero ahora ya no pensaba en las minas oscuras, pues se había acordado de Rivendel y de Bilbo, y luego de Bolsón Cerrado en los días en que Bilbo vivía todavía allí. Deseó de todo corazón estar de vuelta, en aquellos días de antes, segando la hierba, o paseando entre las flores, y no haber oído hablar de Moria, o del mithril, o del Anillo.
Siguió un profundo silencio. Uno a uno los otros fueron durmiéndose. Como un soplo que venía de las profundidades, cruzando puertas invisibles, el miedo envolvió a Frodo. Tenía las manos frías y la frente transpirada. Escuchó, prestando atención durante dos lentas horas, pero no oyó ningún sonido, ni siquiera el eco imaginario de unos pasos.
La guardia de Frodo había concluido casi, cuando allá lejos, donde suponía que se alzaba el arco oriental, creyó ver dos pálidos puntos de luz, casi como ojos luminosos. Se sobresaltó. Había estado cabeceando. «Poco faltó para que me quedara dormido en plena guardia», pensó. «Ya empezaba a soñar.» Se incorporó y se frotó los ojos y se quedó de pie, espiando la oscuridad, hasta que Legolas lo relevó.
Cuando se acostó se quedó dormido en seguida, pero tuvo la impresión de que el sueño continuaba: oía murmullos y vio que los pálidos puntos de luz se acercaban lentamente. Despertó y vio que los otros estaban hablando en voz baja muy cerca y que una luz débil le caía en la cara. Muy arriba, sobre el arco del este, un rayo de luz largo y pálido asomaba en una abertura de la bóveda, y en el otro extremo del recinto la luz resplandecía también débil y distante entrando por el arco del norte. Frodo se sentó.
-¡Buen día! -le dijo Gandalf-. Pues al fin es de día. No me equivoqué. Estamos muy arriba en el lado este de Moria. Antes que termine la jornada tenemos que encontrar las Grandes Puertas y ver las aguas del Lago Espejo en el Valle del Arroyo Sombrío ante nosotros.
-Me alegro -dijo Gimli-. Ya he visto Moria y es muy grande, pero se ha convertido en un sitio oscuro y terrible y no hemos encontrado señales de mi gente. Dudo ahora que Balin haya estado alguna vez aquí.
Luego de haber desayunado, Gandalf decidió que se pondrían en marcha en seguida.-Estamos cansados, pero dormiremos mejor cuando lleguemos afuera -dijo- . Creo que ninguno de nosotros desearía pasar otra noche en Moria.
-¡No, en verdad! -dijo Boromir-. ¿Qué camino tomaremos? ¿Ese arco que apunta al este?
-Quizá -dijo Gandalf-. Pero aún no sé exactamente dónde nos encontramos. Si no he perdido el rumbo, creo que estamos encima de los Grandes Portales y un poco al norte; y quizá no sea fácil encontrar el camino que baja a las puertas. El arco del este tal vez sea la ruta adecuada, pero antes de decidirnos miraremos un poco alrededor. Vayamos hacia aquella luz de la puerta norte. Si pudiéramos encontrar una ventana, mejor que mejor, pero temo que la luz descienda sólo a través de largas aberturas.- Mientras caminaban, Gandalf espero a Erzebeth, una vez que los dos caminaban a la par, comenzó a charlar por lo bajo:
-Podemos tomarnos un descanso al salir de Moria, un pequeño descanso en la ciudad más oculta de la Tierra Media- dijo con una amplia sonrisa.
-no los guiare hasta Pel Mbiril si eso es lo que piensas, Gandalf- contesto Erzebeth sin ni siquiera mirarlo- hace años que no viajo a la ciudad, los tiempos han cambiado y me supongo que el pueblo de las ninwen también. No creo ser bienvenida además de que ya no recuerdo su ubicación.
-Tu pueblo te recibirá con los brazos abiertos- dijo Gandalf insistente- llévalos hasta la majestuosa ciudad. El camino de la compañía sigue después hacia Lórien. Solo será una noche, y después continuamos.
-se cuáles son tus intensiones de esa visita, Gandalf- dijo Erzebeth parándose en seco- no estoy lista para eso.
-¿entonces cuando lo estarás?- pregunto el mago imitándola- las ninwen necesitan a su Reina.
-Erina debe de ser una buena reina, aprendió mucho de mi madre
-Erina no es la reina- la corto Gandalf- y aunque haya sido una fiel discípula de su hermana, la esencia de Artanis y Nessa están en ti- dijo Gandalf mientras Aragorn y Legolas pasaban por su lado siguiendo el camino- tu pueblo te seguirá, eres una líder por naturaleza y una guerrera impasible.
Erzebeth lo pensó un momento-solo una noche- accedió caminando nuevamente- pero no reclamare el trono.
-no te obligare a nada- respondió Gandalf esbozando una sonrisa nuevamente, y volviendo a la cabeza del grupo.
Siguiendo a Gandalf, la Compañía pasó bajo el arco del norte. Se encontraban ahora en un amplio corredor. A medida que avanzaban el resplandor iba aumentando y vieron que venía de un portal de la derecha. Era alto, plano arriba, y la puerta de piedra colgaba todavía de los goznes, a medio cerrar. Del otro lado había un cuarto grande y cuadrado. Estaba apenas iluminado, pero a los ojos de la Compañía, luego de haber pasado tanto tiempo en la oscuridad, era de una luminosidad enceguecedora y todos parpadearon al entrar.
El suelo estaba cubierto por una espesa capa de polvo y la Compañía tropezó en el umbral con muchas cosas que estaban allí tiradas y cuyas formas no pudieron reconocer al principio. Una abertura alta y amplia de la pared del este iluminaba la cámara. Atravesaba oblicuamente la pared y del otro lado, lejos y arriba, podía verse un cuadradito de cielo azul. La luz caía directamente sobre una mesa en medio del cuarto: una piedra oblonga, de dos pies de alto, sobre la que habían puesto una losa de piedra blanca.
-Parece una tumba -murmuro Erzebeth, y se inclinó hacia adelante, sintiendo un raro presentimiento, para mirar desde más cerca.
Gandalf se acercó rápidamente. Sobre la losa había unas runas grabadas:
-Son runas de Daeron, como se usaban antiguamente en Moria -dijo Gandalf -. Dice aquí en las lenguas de los hombres y los enanos:
BALIN HIJO DE FUNDIN
SEÑOR DE MORIA
-Está muerto entonces -dijo Frodo-. Temía que fuera así.
Gimli se echó la capucha sobre la cara.
Muchas gracias a todos los que han seguido leyendo y a todos los nuevos lectores. Espero que de verdad aprecien mi trabajo, por que yo lo hago con mucho cariño para ustedes. Aqui les dejo otro capitulo mas, ya estamos acercandonos al final de la primera parte de esta aventura. Ya no tardando comenzare con "Las dos torres" historia que en lo particular, es mi favorita de las tres.
Bueno, ya no les quito mucho tiempo, si no quieren comentar, pero les gusta la historia porfavor agreguenla a favoritos, asi, al final hare una lista de agradecimiento a los que la leyeron y comentaron.
Besos.
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La Compañía del Anillo permaneció en silencio junto a la tumba de Balin. Frodo pensó en Bilbo, en la larga amistad que había tenido con el enano y en la visita de Balin a la Comarca tiempo atrás. En aquel cuarto polvoriento de la montaña parecía que eso había ocurrido hacía mil años y en el otro extremo del mundo.
Por último se movieron y levantaron los ojos y buscaron algo que pudiera aclararles la muerte de Balin, o qué había sido de su gente. Había otra puerta más pequeña en el lado opuesto de la cámara, bajo la abertura. Junto a las dos puertas podían ver ahora muchos huesos desparramados y entre ellos espadas y hachas rotas y escudos y cascos hendidos. Algunas de las espadas eran curvas: cimitarras de orcos con hojas negras. Había muchos nichos tallados en la piedra de los muros, que contenían grandes cofres de madera aherrojados. Todo había sido roto y saqueado, pero junto a la tapa destrozada de uno de los cofres encontraron los restos de un libro. Lo habían desgarrado y lo habían apuñalado, estaba quemado en parte y tan manchado de negro y otras marcas oscuras, como sangre vieja, que poco podía leerse. Gandalf lo alzó con cuidado, pero las hojas crujieron y se quebraron mientras lo ponía sobre la losa. Se inclinó sobre él un tiempo sin hablar. Frodo y Gimli de pie junto a Gandalf, que volvía delicadamente las hojas, alcanzaban a ver que había sido escrito por distintas manos, en runas, tanto de Moria como del Valle y de cuando en cuando en caracteres élficos.
Al fin Gandalf alzó los ojos. -Parece ser un registro de los azares y fortunas que cayeron sobre el pueblo de Balin -dijo-. Supongo que empieza cuando llegaron al Valle del Arroyo Sombrío hace treinta años. Hay números en las páginas que parecen referirse a los años que siguieron. La primera página está marcada uno-tres, de modo que al menos dos ya faltan desde el principio. ¡Escuchen!
»Echamos a los orcos de la gran puerta y el cuarto de guar- supongo que diría guardia. Matamos a muchos a la brillante -creo- luz del valle. Una flecha mató a Flói. Él derribó al grande. Luego hay una mancha seguida por Flói bajo la hierba Junto al Lago Espejo. Sigue una línea o dos que no puedo leer. Luego esto: Hemos elegido como vivienda la sala vigesimoprimera del lado norte. Hay no sé qué. Se menciona una abertura. Luego Balin se ha aposentado en la Cámara de Mazarbul.
-La Cámara de los Registros -dijo Gimli-. Sospecho que ahí estamos ahora.
-Bueno, aquí no alcanzo a leer mucho más -dijo Gandalf - excepto la palabra oro y Hacha de Durin y algo así como yelmo. Luego Balin es ahora señor de Moria. Esto parece terminar un capítulo. Luego de algunas estrellas comienza otra mano y aquí se lee encontramos plata auténtica y luego las palabras bien forjada y luego algo. ¡Lo tengo! Mithril y las dos últimas líneas: Oin buscará las armerías superiores del Tercer Nivel; algo va al oeste, una mancha, a la puerta de Acebeda. Gandalf hizo una pausa y apartó unas pocas hojas. -Hay varias páginas de este tipo, escritas bastante de prisa y muy dañadas -dijo-, pero poco puedo sacar en limpio con esta luz. Tienen que faltar también algunas hojas, pues éstas comienzan con el número cinco, el quinto año de la colonia, supongo. Veamos. No, están demasiado rotas y sucias, no puedo leerlas. Mejor que probemos a la luz del sol. ¡Un momento! Aquí hay algo: caracteres rápidos y grandes en lengua élfica.
-Esa tiene que ser la mano de Ori -dijo Gimli mirando por encima del brazo de Gandalf -. Podía escribir bien y rápido y a menudo usaba los caracteres élficos.
-Temo que esa mano hábil haya tenido que registrar malas noticias -dijo Gandalf -. La primera palabra es pena, pero el resto de la línea se ha perdido, aunque termina en ayer. Sí, tiene que ser ayer seguido por siendo el diez de noviembre Balin señor de Moria cayó en el Valle del Arroyo Sombrío. Fue solo a mirar el Lago Espejo. Un orco lo mató desde atrás de una piedra. Matamos al orco, pero muchos más..- subiendo desde el este por el Cauce de Plata. El resto de la página está demasiado borroneado, pero me parece que alcanzo a leer hemos atrancado las puertas y luego resistiremos si y luego quizás horrible y sufrimiento. ¡Pobre Balin! Parece que no pudo conservar el título que él mismo se dio ni siquiera cinco años. Me pregunto qué habrá ocurrido después, pero no hay tiempo de descifrar las últimas pocas páginas. Aquí está la última. Hizo una pausa y suspiró.
>>Es una lectura siniestra -continuó-. Temo que el fin de esta gente haya sido cruel. ¡Escuchen! No podemos salir. No podemos salir. Han tomado el puente y la segunda sala. Frár y Lóni y Náli murieron allí. Luego hay cuatro líneas muy manchadas y sólo puedo leer hace cinco días. Las últimas líneas dicen la laguna llega a los muros de la Puerta del Oeste. El Guardián del Agua se llevó a Oin. No podemos salir. El fin se acerca, y luego tambores, tambores en los abismos. Me pregunto qué será esto. Las últimas palabras son un garabateo arrastrado en letras élficas: están acercándose. No hay nada más.
Gandalf calló, guardando un pensativo silencio. Todos en la Compañía tuvieron un miedo repentino, sintiendo que se encontraban en una cámara de horrores.
-No podemos salir -murmuró Gimli-. Fue una suerte para nosotros que la laguna hubiese bajado un poco y que el Guardián estuviera durmiendo en el extremo sur.
Gandalf alzó la cabeza y miró alrededor. -Parece que ofrecieron una última resistencia en las dos puertas -dijo-, pero ya entonces no quedaban muchos. ¡Así terminó el intento de recuperar Moria! Fue valiente, pero insensato. No ha llegado todavía la hora. Bien, temo que tengamos que despedirnos de Balin hijo de Fundin. Que descanse aquí en las salas paternas. Nos llevaremos este libro, el libro de Mazarbul, y lo miraremos luego con más atención. Será mejor que tú lo guardes, Gimli, y que lo lleves de vuelta a Dáin, si tienes oportunidad. Le interesará, aunque se sentirá profundamente apenado. Bueno, ¡vámonos! La mañana está quedando atrás.
-¿Qué camino tomaremos? -preguntó Boromir.
-Volvamos a la sala -dijo Gandalf -. Pero la visita a este cuarto no ha sido inútil. Ahora sé dónde estamos. Esta tiene que ser, como dijo Gimli, la Cámara de Mazarbul, y la sala vigesimoprimera del extremo norte. Por lo tanto hemos de salir por el arco del este, e ir a la derecha y al sur, descendiendo. La Sala Vigesimoprimera tiene que estar en el Nivel Séptimo, es decir seis niveles por encima de las puertas. ¡Vamos! ¡De vuelta a la sala!
Apenas Gandalf hubo dicho estas palabras cuando se oyó un gran ruido, como si algo rodara retumbando en los abismos lejanos, estremeciendo el suelo de piedra. Todos saltaron hacia la puerta, alarmados. Bum, bum, resonó otra vez, como si unas manos enormes estuvieran utilizando las cavernas de Moria como un vasto tambor. Luego siguió una explosión, repetida por el eco: un gran cuerno sonó en la sala y otros cuernos y unos gritos roncos respondieron a lo lejos. Se oyó el sonido de muchos pies que corrían.
-¡Se acercan! -gritó Legolas.
-No podemos salir -dijo Gimli.
-¡Atrapados! - gritó Gandalf -. ¿Por qué me retrasé? Aquí estamos, encerrados como ellos antes. Pero entonces yo no estaba aquí. Veremos qué...-Bum, bum; el redoble sacudió las paredes.
-¡Cierren las puertas y atránquenlas! - gritó Aragorn -. Y no descarguen los bultos mientras les sea posible. Quizás aún tengamos posibilidad de escapar.
-¡No! -dijo Gandalf-. Mejor que no nos encerremos. ¡Dejen entreabierta la puerta del este! Iremos por ahí, si nos dejan.
Otra ronca llamada de cuerno y unos gritos agudos que reverberaron en las paredes. Unos pies venían corriendo por el pasillo. Hubo un entrechocar de metales mientras la Compañía desenvainaba las espadas. Glamdring brilló con una luz pálida y los filos de Dardo centellearon. Boromir apoyó el hombro contra la puerta occidental.
-¡Un momento! ¡No la cierres todavía! -dijo Gandalf. Alcanzó de un salto a Boromir y levantó la cabeza enderezándose.- ¿Quién viene aquí a perturbar el descanso de Balin Señor de Moria? -gritó con una voz estentórea.
Hubo una cascada de risas roncas, como piedras que se deslizan y caen en un pozo; en medio del clamor se alzó una voz grave, dando órdenes. Bum, bum, bum, redoblaban los tambores en los abismos.
Con rápido movimiento Gandalf fue hacia el hueco de la puerta y estiró el brazo adelantando la vara. Un relámpago enceguecedor iluminó el cuarto y el pasadizo. El mago se asomó un instante, miró y dio un salto atrás mientras las flechas volaban alrededor siseando y silbando.
-Son orcos, muchos -dijo-. Y algunos son corpulentos y malvados: uruks negros de Mordor. No se han decidido a atacar todavía, pero hay algo más ahí. Un gran troll de las cavernas, creo, o más que uno. No hay esperanzas de poder escapar por ese lado.
-Y ninguna esperanza si vienen también por la otra puerta -dijo Boromir.
-Aquí no se oye nada todavía -dijo Aragorn que estaba de pie junto a la puerta del este, escuchando-. El pasadizo de este lado desciende directamente a una escalera y es obvio que no lleva de vuelta a la sala. Pero no serviría de nada huir ciegamente por ahí, con los enemigos pisándonos los talones. No podemos bloquear la puerta. No hay llave y la cerradura está rota y se abre hacia dentro. Ante todo trataremos de demorarlos. ¡Haremos que teman la Cámara de Mazarbul! -dijo torvamente, pasando el dedo por el filo de la espada.
Unos pies pesados resonaron en el corredor. Boromir se lanzó contra la puerta y la cerró empujándola con el hombro; luego la sujetó acuñándola con hojas de espada quebradas y astillas de madera. La Compañía se retiró al otro extremo del cuarto. Pero aún no tenían ninguna posibilidad de escapar. Un golpe estremeció la puerta, que en seguida comenzó a abrirse lentamente, rechinando, desplazando las cuñas. Un brazo y un hombro voluminosos, de piel oscura, escamosa y verde, aparecieron en la abertura, ensanchándola. Luego un pie grande, chato y sin dedos, entró empujando, deslizándose por el suelo. Afuera había un silencio de muerte. Boromir saltó hacia adelante y lanzó un mandoble contra el brazo, pero la espada golpeó resonando, se desvió a un lado y se le cayó de la mano temblorosa. La hoja estaba mellada.
De pronto, y algo sorprendido pues no se reconocía a sí mismo, Frodo sintió que una cólera ardiente le inflamaba el corazón. -¡La Comarca! -gritó y saltando al lado de Boromir se inclinó y descargó a Dardo contra el pie. Se oyó un aullido y el pie se retiró bruscamente, casi arrancando a Dardo de la mano de Frodo. Unas gotas negras cayeron de la hoja y humearon en el suelo. Boromir se arrojó otra vez contra la puerta y la cerró con violencia.
-¡Un tanto para la Comarca! - dijo Erzebeth.
-¡La mordedura del hobbit es profunda! ¡Tienes una buena hoja, Frodo hijo de Drogo!- Dijo Aragorn.
Un golpe resonó en la puerta y luego otro y otro. Los orcos atacaban ahora con martillos y arietes. Al fin la puerta crujió y se tambaleó hacia atrás y de pronto la abertura se ensanchó. Las flechas entraron silbando, pero golpeaban la pared del norte y caían al suelo. Un cuerno llamó en seguida y unos pies corrieron y los orcos entraron saltando en la cámara. Cuántos eran, la Compañía no pudo saberlo. En un principio los orcos atacaron decididamente, pero el furor de la defensa los desanimó muy pronto. Legolas les atravesó la garganta a dos de ellos. Gimli le cortó las piernas a otro que se había subido a la tumba de Balin. Boromir, Erzebeth y Aragorn mataron a muchos. Cuando ya habían caído más de veinte, el resto huyó chillando, dejando a los defensores indemnes, excepto Sam que tenía un rasguño a lo largo del cuero cabelludo. Un rápido movimiento lo había salvado y había matado al orco: un golpe certero con la espada tumularia.
-¡Ahora es el momento! - gritó Gandalf -. ¡Vamos, antes que el troll vuelva!
Pero mientras aún retrocedían y antes que Pippin y Merry hubieran llegado a la escalera exterior, un enorme jefe orco, casi de la altura de un hombre, vestido con malla negra de la cabeza a los pies, entró de un salto en la cámara; lo seguían otros, que se apretaron en la puerta. La cara ancha y chata era morena, los ojos como carbones, la lengua roja; esgrimía una lanza larga. Con un golpe de escudo desvió la espada de Boromir y lo hizo retroceder, tirándolo al suelo. Eludiendo la espada de Aragorn con la rapidez de una serpiente, cargó contra la Compañía, apuntando a Frodo con la lanza. El golpe alcanzó a Frodo en el lado derecho y lo arrojó contra la pared. Erzebeth con un grito quebró de un golpe con su espada el extremo de la lanza. Aún estaba el orco dejando caer el asta y sacando la cimitarra, cuando otro golpe de la filosa espada le cayó sobre el yelmo. Hubo un estallido, como una llama, y el yelmo se abrió en dos. El orco cayó. Los que venían detrás huyeron dando gritos y Aragorn y Boromir acometieron contra ellos. Bum, bum continuaban los tambores allá abajo. Blog sobre salud
-¡Ahora! -gritó Gandalf -. Es nuestra última posibilidad. ¡Corramos!
Aragorn recogió a Frodo, que yacía junto a la pared, y se precipitó hacia la escalera, empujando delante de él a Merry y a Pippin. Los otros los siguieron; pero Gimli tuvo que ser arrastrado por Legolas y Erzebeth; a pesar del peligro se había detenido cabizbajo junto a la tumba de Balin. Boromir tiró de la puerta este y los goznes chillaron. Había a cada lado un gran anillo de hierro, pero no era posible sujetar la puerta.
-Estoy bien -jadeó Frodo-. Puedo caminar. ¡Bájame!
Aragorn, asombrado, casi lo dejó caer. -¡Pensé que estabas muerto! -exclamó.
-¡No todavía! -dijo Gandalf -. Pero no es momento de asombrarse. ¡Adelante todos, escaleras abajo! Espérenme al pie unos minutos, pero si no llego en seguida, ¡continúen! Marchen rápidamente siempre a la derecha y abajo.
-¡No podemos dejar que defiendas la puerta tú solo! - dijo Aragorn.
-¡Haz como digo! - dijo Gandalf con furia -. Aquí ya no sirven las espadas. ¡Adelante!
Ninguna abertura iluminaba el pasaje y la oscuridad era completa. Descendieron una larga escalera tanteando las paredes y luego miraron atrás. No vieron nada, excepto el débil resplandor de la vara del mago, muy arriba. Parecía que Gandalf estaba todavía de guardia junto a la puerta cerrada. Frodo respiraba pesadamente y se apoyó en Sam, que lo sostuvo con un brazo. Se quedaron así un rato espiando la oscuridad de la escalera. Frodo creyó oír la voz de Gandalf arriba, murmurando palabras que descendían a lo largo de la bóveda inclinada como ecos de suspiros. No alcanzaba a entender lo que decían. Parecía que las paredes temblaban. De vez en cuando se oían de nuevo los redobles de tambor: bum, bum.
De pronto una luz blanca se encendió un momento en lo alto de la escalera.
En seguida se oyó un rumor sordo y un golpe pesado. El tambor redobló furiosamente, bum, bum, bum y enmudeció. Gandalf se precipitó escaleras abajo y cayó en medio de la Compañía.
-¡Bien, bien! ¡Problema terminado! - dijo el mago incorporándose con trabajo-. He hecho lo que he podido. Pero encontré la horma de mi zapato y estuvieron a punto de destruirme. ¡Pero no se queden ahí! ¡Vamos! Tenemos que ir sin luz un rato, pues estoy un poco sacudido. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Dónde estás, Gimli? ¡Ven adelante conmigo! ¡Sígannos los demás, y no se separen!
Todos fueron tropezando detrás de él y preguntándose qué habría ocurrido. Bum, bum sonaron otra vez los golpes de tambor; les llegaban ahora más apagados y como desde lejos, pero venían detrás. No había ninguna otra señal de persecución, ningún ajetreo de pisadas, ninguna voz. Gandalf no se volvió ni a la izquierda ni a la derecha, pues el pasaje parecía seguir la dirección que él deseaba. De cuando en cuando encontraban un tramo de cincuenta o más escalones que llevaba a un nivel más bajo. Por el momento este era el peligro principal, pues en la oscuridad no alcanzaban a ver las escaleras, hasta que ya estaban bajando, o habían puesto un pie en el vacío.
Gandalf tanteaba el suelo con la vara, como un ciego. Al cabo de una hora habían avanzado una milla, o quizás un poco más, y habían descendido muchos tramos de escalera. No se oía aún ningún sonido de persecución. Hasta empezaban a creer que quizás escaparían. Al pie del séptimo tramo, Gandalf se detuvo.
-¡Está haciendo calor! -jadeó-. Ya tendríamos que estar por lo menos al nivel de las puertas. Pronto habrá que buscar un túnel a la izquierda, que nos lleve al este. Espero que no esté lejos. Me siento muy fatigado. Tengo que descansar aquí unos instantes, aunque todos los orcos caigan ahora sobre nosotros.
Gimli lo ayudó a sentarse en el escalón. -¿Qué pasó allá arriba en la puerta? -preguntó-. ¿Descubriste al que toca el tambor?
-No lo sé -respondió Gandalf-. Pero de pronto me encontré enfrentado a algo que yo no conocía. No supe qué hacer, excepto recurrir a algún conjuro que mantuviera cerrada la puerta. Conozco muchos, pero estas cosas requieren tiempo y aun así el enemigo podría forzar la entrada.
»Mientras estaba ahí oí voces de orcos que venían del otro lado, pero en ningún momento se me ocurrió que podían echar abajo la puerta. No alcanzaba a oír lo que se decía; parecían estar hablando en ese horrible lenguaje de ellos. Todo lo que entendí fue ghash, fuego. En seguida algo, entró en la cámara; pude sentirlo a través de la puerta y los mismos orcos se asustaron y callaron. El recién llegado tocó el anillo de hierro y en ese momento advirtió mi presencia y mi conjuro.
»Qué era eso, no puedo imaginarlo, pero nunca me había encontrado con nada semejante. El contraconjuro fue terrible. Casi me hace pedazos. Durante un instante perdí el dominio de la puerta, ¡que comenzó a abrirse! Tuve que pronunciar un mandato. El esfuerzo resultó ser excesivo. La puerta estalló. Algo oscuro como una nube estaba ocultando toda la luz, y fui arrojado hacia atrás escaleras abajo. La pared entera cedió y también el techo de la cámara, me parece.
»Temo que Balin esté sepultado muy profundamente y quizá también alguna otra cosa. No puedo decirlo. Pero por lo menos el pasaje que quedó a nuestras espaldas está completamente bloqueado. ¡Ah! Nunca me he sentido tan agotado, pero ya pasa. ¿Y qué me dices de ti, Frodo? No hubo tiempo de decírtelo, pero nunca en mi vida tuve una alegría mayor que cuando tú hablaste. Temí que fuera un hobbit valiente pero muerto lo que Aragorn llevaba en brazos.
-¿Qué digo de mí? -preguntó Frodo-. Estoy vivo y entero, creo. Me siento lastimado y dolorido, pero no es grave.
-Bueno -dijo Aragorn-, sólo puedo decir que los hobbits son de un material tan resistente que nunca encontré nada parecido. Si yo lo hubiera sabido antes, ¡habría hablado con más prudencia en la taberna de Bree! ¡Ese lanzazo hubiese podido atravesar a un jabalí de parte a parte!
-Bueno, no estoy atravesado de parte a parte, me complace decirlo -dijo Frodo-, aunque siento como si hubiese estado entre un martillo y un yunque.
No dijo más. Le costaba respirar.
-Te pareces a Bilbo -dijo Gandalf -. Hay en ti más de lo que se advierte a simple vista, como dije de él hace tiempo.
Frodo se quedó pensando si esta observación no tendría algún otro significado. Prosiguieron la marcha. Al rato Gimli habló. Tenía una vista penetrante en la oscuridad.
-Creo -dijo - que hay una luz delante. Pero no es la luz del día. Es roja. ¿Qué puede ser?
-Ghash! -murmuró Gandalf -. Me pregunto si era eso a lo que se referían, que los niveles inferiores están en llamas. Sin embargo, no podemos hacer otra cosa que continuar.
Pronto la luz fue inconfundible y todos pudieron verla. Vacilaba y reverberaba en las paredes del pasadizo. Ahora podían ver por dónde iban: descendían una pendiente rápida y un poco más adelante había un arco bajo; de allí venía la claridad creciente. El aire era casi sofocante.
Cuando llegaron al arco, Gandalf se adelantó indicándoles que se detuvieran. Fue hasta poco más allá de la abertura y los otros vieron que un resplandor le encendía la cara. El mago dio un paso atrás.
-Esto es alguna nueva diablura -dijo Gandalf - preparada sin duda para darnos la bienvenida. Pero sé dónde estamos: hemos llegado al Primer nivel, inmediatamente debajo de las puertas. Esta es la Segunda Sala de la Antigua Moria y las puertas están cerca: más allá del extremo este, a la izquierda, a un cuarto de milla. Hay que cruzar el puente, subir por una ancha escalinata, luego un pasaje ancho que atraviesa la Primera Sala, ¡y fuera! ¡Pero vengan y miren!
Espiaron y vieron otra sala cavernosa. Era más ancha y mucho más larga que aquella en que habían dormido. Estaban cerca de la pared del este; se prolongaba hacia el oeste perdiéndose en la oscuridad. Todo a lo largo del centro se alzaba una doble fila de pilares majestuosos. Habían sido tallados como grandes troncos de árboles y una intrincada tracería de piedra imitaba las ramas que parecían sostener el cielo raso. Los tallos eran lisos y negros, pero reflejaban oscuramente a los lados un resplandor rojizo. Justo ante ellos, a los pies de dos enormes pilares, se había abierto una gran fisura. De allí venía una ardiente luz roja y de vez en cuando las llamas lamían los bordes y abrazaban la base de las columnas. Unas cintas de humo negro flotaban en el aire cálido.
-Si hubiésemos venido por la ruta principal desde las salas superiores, nos hubieran atrapado aquí -dijo Gandalf-. Esperemos que el fuego se alce ahora entre nosotros y quienes nos persiguen. ¡Vamos! No hay tiempo que perder.
Aún mientras hablaban escucharon de nuevo el insistente redoble de tambor: bum, bum, bum. Más allá de las sombras en el extremo oeste de la sala estallaron unos gritos y llamadas de cuerno. Bum, bum: los pilares parecían temblar y las llamas oscilaban.
-¡Ahora la última carrera! -dijo Gandalf-. Si afuera brilla el sol, aún podemos escapar. ¡Síganme!
Se volvió a la izquierda y echó a correr por el piso liso de la sala. La distancia era mayor de lo que habían creído. Mientras corrían oyeron los golpeteos y los ecos de muchos pies que venían detrás. Se oyó un chillido agudo: los habían visto. Hubo luego un clamor y un repiqueteo de aceros. Una flecha silbó por encima de la cabeza de Frodo.
Boromir rió. -No lo esperaban -dijo-. El fuego les cortó el paso. ¡Estamos del mal lado!
-¡Miren adelante! - llamó Gandalf -. Nos acercamos al puente. Es angosto y peligroso.
De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno. Gandalf se detuvo al borde del precipicio y los otros se agruparon detrás.
-¡Tú adelante, Gimli! -dijo-. Luego Pippin y Merry. ¡Derecho al principio y escaleras arriba después de la puerta!
Las flechas cayeron sobre ellos. Una golpeó a Frodo y rebotó. Otra atravesó el sombrero de Gandalf y allí se quedó sujeta como una pluma negra. Frodo miró hacia atrás. Más allá del fuego vio un enjambre de figuras oscuras, que podían ser centenares de orcos. Esgrimían lanzas y cimitarras que brillaban rojas como la sangre a la luz del fuego. Bum, bum resonaba el redoble, cada vez más alto y más alto, bum, bum.
Legolas se volvió y puso una flecha en la cuerda, aunque la distancia era excesiva para aquel arco tan pequeño. Iba a tirar de la cuerda cuando de pronto soltó la mano dando un grito de desesperación y terror. La flecha cayó al suelo. Dos grandes trolls se acercaron cargando unas pesadas losas y las echaron al suelo para utilizarlas como un puente sobre las llamas. Pero no eran los trolls lo que había aterrorizado al elfo. Las filas de los orcos se habían abierto y retrocedían como si ellos mismos estuviesen asustados. Algo asomaba detrás de los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra y en medio de esa sombra había una forma oscura, quizás una forma de hombre, pero más grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella.
Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas.
-¡Ay, ay! -se quejó Erzebeth
-¡Un Balrog! ¡Ha venido un Balrog!- grito Legolas. Rápidamente Erzebeth se aferro del brazo del elfo.
Gimli miraba con los ojos muy abiertos.- ¡El Daño de Durin! - gritó y dejando caer el hacha se cubrió la cara con las manos.
-Un Balrog -murmuró Gandalf-. Ahora entiendo. -Trastabilló y se apoyó pesadamente en la vara.- ¡Qué mala suerte! Y estoy tan cansado.
La figura oscura de estela de fuego corrió hacia ellos. Los orcos aullaron y se desplomaron sobre las losas que servían como puentes. Boromir alzó entonces el cuerno y sopló. El desafío resonó y rugió como el grito de muchas gargantas bajo la bóveda cavernosa. Los orcos titubearon un momento y la sombra ardiente se detuvo. En seguida los ecos murieron, como una llama apagada por el soplo de un viento oscuro, y el enemigo avanzó otra vez.
-¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas- ¡Huyan! Es un enemigo que supera todos nuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huyan!
Aragorn y Boromir hicieron caso omiso de la orden y afirmando los pies en el suelo se quedaron juntos detrás de Gandalf, en el extremo del puente. Los otros se detuvieron en el umbral del extremo de la sala, y miraron desde allí, incapaces de dejar que Gandalf enfrentara solo al enemigo. El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se movió.
-No puedes pasar -dijo. Los orcos permanecieron inmóviles y un silencio de muerte cayó alrededor-. Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar.
El Balrog no respondió. El fuego pareció extinguirse y la oscuridad creció todavía más. El Balrog avanzó lentamente y de pronto se enderezó hasta alcanzar una gran estatura, extendiendo las alas de muro a muro; pero Gandalf era todavía visible, como un débil resplandor en las tinieblas; parecía pequeño y completamente solo; gris e inclinado, como un árbol seco poco antes de estallar la tormenta. De la sombra brotó llameando una espada roja. Glamdring respondió con un resplandor blanco. Hubo un sonido de metales que se entrechocaban y una estocada de fuego blanco. El Balrog cayó de espaldas y la hoja le saltó de la mano en pedazos fundidos. El mago vaciló en el puente, dio un paso atrás y luego se irguió otra vez, inmóvil.
-¡No puedes pasar! -dijo. El Balrog dio un salto y cayó en medio del puente. El látigo restalló y silbó.
-¡No podrá resistir solo! -gritó Aragorn de pronto y corrió de vuelta por el puente-. ¡Elendil! -gritó-. ¡Estoy contigo, Gandalf!
-¡Gondor! -gritó Boromir y saltó detrás de Aragorn. En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante él. La vara se quebró en dos y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de los pies del Balrog y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el resto quedaba allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que se asoma al vacío.
Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia adelante; la sombra se hundió y desapareció. Pero aún mientras caía sacudió el látigo y las colas azotaron y envolvieron las rodillas del mago, arrastrándolo al borde del precipicio. Gandalf se tambaleó y cayó al suelo, tratando vanamente de asirse a la piedra, deslizándose al abismo.
-¡Gandalf!- grito Erzebeth intentando correr a auxiliarlo, pero rápidamente Legolas la detuvo, abrazándola para que no hiciera algo imprudente.
-¡Huyan, insensatos! -gritó, y desapareció.
-¡No!- se escucho la desgarradora voz de la ninwen, e intentando zafarse cayó al suelo de rodillas, incapaz de asimilarlo.
-¡Gandalf!- grito Frodo intentando también ir en su auxilio, pero Boromir lo sujeto antes de que pudiera llegar al puente.
El fuego se extinguió y volvió la oscuridad. La Compañía estaba como clavada al suelo, mirando el pozo, horrorizada. En el momento en que Aragorn y Boromir con Frodo en brazos regresaban de prisa, el resto del puente crujió y cayó. Aragorn llamó a todos con un grito.
-¡Vengan! ¡Yo los guiaré ahora! Tenemos que obedecer la última orden de Gandalf. ¡Síganme!
Subieron atropellándose por las grandes escaleras que estaban más allá de la puerta. Aragorn delante, Boromir detrás. Arriba había un pasadizo ancho y habitado de ecos. Corrieron por allí. Frodo oyó que Sam lloraba junto a él y en seguida descubrió que él también lloraba y corría. Bum, bum, bum, resonaban detrás los redobles, ahora lúgubres y lentos.
Siguieron corriendo. La luz crecía delante; grandes aberturas traspasaban el techo. Corrieron más rápido. Llegaron a una sala con ventanas altas que miraban al este y donde entraba directamente la luz del día. Cruzaron la sala, pasando por unas puertas grandes y rotas y de pronto se abrieron ante ellos las Grandes Puertas.
Había una guardia de orcos que acechaba en la sombra detrás de los montantes a un lado y a otro, pero las puertas mismas estaban rotas y caídas en el suelo. Aragorn abatió al capitán que le cerraba el paso y el resto huyó aterrorizado. La Compañía pasó de largo, sin prestarles atención. Ya fuera de las puertas bajaron corriendo los amplios y gastados escalones, el umbral de Moria.
Así, al fin y contra toda esperanza, estuvieron otra vez bajo el cielo y sintieron el viento en las caras. No se detuvieron hasta encontrarse fuera del alcance de las flechas que venían de los muros. El Valle del Arroyo Sombrío se extendía alrededor. La sombra de las Montañas Nubladas caía en el valle, pero hacia el este había una luz dorada sobre la tierra. No había pasado una hora desde el mediodía. El sol brillaba; la luz era alta y blanca. Miraron atrás. Las puertas oscuras bostezaban a la sombra de la montaña. Los lentos redobles subterráneos resonaban lejanos y débiles. Bum. Un tenue humo negro salía arrastrándose. No se veía nada más; el valle estaba vacío. Bum. La pena los dominó a todos al fin y lloraron: algunos de pie y en silencio, otros caídos en tierra. Bum, bum. El redoble se apagó.
!Hola a todos! Bueno, aqui les dejo un capitulo mas, y les informo que ya solo quedan 4 capitulos mas por publicar y termino la primera parte. Despues comenzare con las ds torres, y algo que dice que sera mi favorita, jajajajaja (¿sera por que habra mas Erzebeth-Legolas? o ¿Por que hay mas accion? o ¿por que me basare un poco mas en la pelicula?).
Muchisimas gracias a los que dejaron sus comentarios, y los que son fieles a la historia. Por ustedes sigo escribiendo chicos!! Los amoo!!
Bueno bueno, ya dejo que lean y espero sus comentarios al final, Muchas gracias!!!
Besoooos!
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-Ay, temo que no podamos demorarnos aquí -dijo Aragorn. Miró hacia las montarías y alzó la espada-. ¡Adiós, Gandalf! -gritó-. ¿No te dije si cruzas las puertas de Moria, ten cuidado? Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos quedan sin ti?
Se volvió hacia la Compañía.
-Dejemos de lado la esperanza -dijo-. Al menos quizá seamos vengados. Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos! Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes.
Se incorporaron y miraron alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas.
-Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío -dijo Aragorn apuntando a las cascadas-. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.
-O Caradhras menos cruel -dijo Gimli-. ¡Helo ahí, sonriendo al sol! Amenazó con el puño al más distante de los picos nevados y dio media vuelta.
Al este el brazo adelantado de las montarías terminaba bruscamente y más allá podían verse unas tierras lejanas, vastas e imprecisas. Hacia el sur las Montañas Nubladas se perdían de vista a la distancia. A menos de una milla y un poco por debajo de ellos, pues estaban aún a regular altura al costado oeste del valle, había una laguna. Era larga y ovalada, como una punta de lanza clavada profundamente en la garganta del norte; pero el extremo sur se extendía más allá de las sombras bajo el cielo soleado. Sin embargo, las aguas eran oscuras: un azul profundo como el cielo claro de la noche visto desde un cuarto donde arde una lámpara. La superficie estaba tranquila, sin una arruga. Todo alrededor una hierba suave descendía por las laderas hasta la orilla lisa y uniforme.
-El Lago Espejo, ¡el profundo Kheled-zâram! -dijo Gimli-. Recuerdo que él dijo: «¡Ojalá tengan la alegría de verlo! ¡Pero no podremos demorarnos allí!» Mucho tendré que viajar antes de sentir alguna alegría. Soy yo quien ha de apresurarse y él quien ha de quedarse.
La Compañía descendió ahora por el camino que nacía en las puertas. Era abrupto y quebrado y se convertía casi en seguida en un sendero y corría serpenteando entre los brezos y retamas que crecían en las grietas de las piedras. Pero todavía podía verse que en otro tiempo un camino pavimentado y sinuoso había subido desde las tierras bajas del Reino de los Enanos. En algunos sitios había construcciones de piedra arruinadas junto al camino y montículos verdes coronados por esbeltos abedules, o abetos que suspiraban en el viento. Una curva que iba hacia el este los llevó al prado de la laguna y allí, no lejos del camino, se alzaba una columna de ápice quebrado.
-¡La Piedra de Durin! -exclamó Gimli-. ¡No puedo seguir sin apartarme un momento a mirar la maravilla del valle!
-¡Apresúrate entonces! -dijo Aragorn, volviendo la cabeza hacia las puertas- El sol se pone temprano. Quizá los orcos no salgan antes del crepúsculo, pero para ese entonces tendríamos que estar muy lejos. No hay luna casi y la noche será oscura.
-¡Ven conmigo, Frodo! -llamó el enano, saltando fuera del camino-. No te dejaré ir sin que veas el Kheled-zâram.
Bajó corriendo la ancha ladera verde. Frodo lo siguió lentamente, atraído por las tranquilas aguas azules, a pesar de la pena y el cansancio. Sam se apresuró y lo alcanzó. Gimli se detuvo junto a la columna y alzó los ojos. La piedra estaba agrietada y carcomida por el tiempo y había unas runas escritas a un lado, tan borrosas que no se podían leer.
-Este pilar señala el sitio donde Durin miró por primera vez en el Lago Espejo -dijo el enano-. Miremos nosotros, antes de irnos.
Se inclinaron sobre el agua oscura. Al principio no pudieron ver nada. Luego lentamente distinguieron las formas de las montañas de alrededor reflejadas en un profundo azul y los picos eran como penachos de fuego blanco sobre ellas; más allá había un espacio de cielo. Allí como joyas en el fondo del lago brillaban unas estrellas titilantes, aunque la luz del sol estuviera muy alta. De ellos mismos, inclinados, no veían ninguna sombra.
-¡Oh bello y maravilloso Kheled-zâram! -dijo Gimli-. Aquí descansa la corona de Durin, hasta que despierte. ¡Adiós!
Saludó con una reverencia, dio media vuelta y subió de prisa por la pendiente verde hasta el camino.
Aragorn miraba hacia las montañas, vigilante. Boromir estaba hundido en un profundo pensamiento y caminaba de un lado a otro. Pippin y Merry descansaban bajo la sombra de un árbol y la tristeza aun los embargaba. Legolas vigilaba los alrededores, y Erzebeth permaneció alejada de la compañía, se había echado la capucha encima para cubrirse y que nadie la viera llorar.
-¿Qué viste? -le preguntó Pippin a Sam, pero Sam estaba demasiado perdido en sus propios pensamientos y no contestó.
El camino corría ahora hacia el sur y descendía rápidamente, alejándose de los brazos del valle. Un poco por debajo del lago tropezaron con un manantial profundo, claro como el cristal; el agua fresca caía sobre un reborde y descendía centelleando y gorgoteando por un canal abrupto abierto en la piedra.
-Este es el manantial donde nace el Cauce de Plata -dijo Gimli-. ¡No beban! Es frío como el hielo.
-Pronto se transforma en un río rápido y se alimenta de muchas otras corrientes montañosas -dijo Aragorn-. Nuestro camino lo bordea durante muchas millas. Pues los llevaré por el camino que Gandalf escogió
-¡Allí están los bosques de Lothlórien! -dijo Legolas-. La más hermosa de las moradas de mi pueblo. No hay árboles como ésos. Pues en el otoño las hojas no caen, aunque amarillean. Sólo cuando llega la primavera y aparecen los nuevos brotes, caen las hojas, y para ese entonces las ramas ya están cargadas de flores amarillas; y el suelo del bosque es dorado y el techo es dorado y los pilares del bosque son de plata, pues la corteza de los árboles es lisa y gris. ¡Cómo se me alegraría el corazón si me encontrara bajo las enramadas de ese bosque y fuera primavera!
-A mí también se me alegraría el corazón, aunque fuera invierno -dijo Aragorn-. Pero el bosque está a muchas millas. ¡De prisa!
Durante un tiempo, Frodo y Sam consiguieron seguir a los otros de cerca, pero Aragorn los llevaba a paso vivo y al cabo de un rato se arrastraban muy atrás. No habían probado bocado desde la mañana temprano. A Sam la herida le quemaba como un fuego y sentía que se le iba la cabeza. A pesar del sol brillante el viento le parecía helado luego de la tibia oscuridad de Moria. Se estremeció. Frodo descubría que cada nuevo paso era más doloroso que el anterior y jadeó sin aliento. Al fin Legolas volvió la cabeza y viendo que se habían quedado muy rezagados le habló a Aragorn. Los otros se detuvieron y Aragorn corrió de vuelta, llamando a Boromir.
-¡Lo lamento, Frodo! - exclamó, muy preocupado -. Tantas cosas ocurrieron hoy y hubo tanta prisa que olvidé que estabas herido; y Sam también. Tenías que haber hablado. No hicimos nada para aliviarte, como era nuestro deber, aunque todos los orcos de Moria vinieran detrás. ¡Vamos! Un poco más allá hay un sitio donde podríamos descansar un momento. Allí haré por ti lo que esté a mi alcance. ¡Ven, Boromir! Los llevaremos en brazos.
Poco después llegaron a otra corriente de agua que descendía del oeste y se unía burbujeando al tormentoso Cauce de Plata. Juntos saltaban por encima de unas piedras de color verde y caían espumosos en un barranco. Alrededor se elevaban unos abetos bajos y torcidos; las riberas eran escarpadas y cubiertas con helechos y matas de arándanos. En el extremo de la hondonada había un espacio abierto y llano que el río atravesaba murmurando sobre un lecho de piedras relucientes. Aquí descansaron. Eran casi las tres de la tarde y estaban aún a unas pocas millas de las puertas. El sol descendía ya hacia el oeste.
Mientras Gimli y los dos hobbits más jóvenes encendían un fuego con ramas y hojas de abeto y traían agua, Aragorn atendió a Sam y a Frodo. La herida de Sam no era profunda, pero tenía mal aspecto y Aragorn la examinó con aire grave. Al cabo de un rato alzó los ojos aliviado.
-¡Buena suerte, Sam! - dijo -. Muchos han recibido heridas peores como prenda por haber abatido al primer orco. La herida no está envenenada, como ocurre demasiado a menudo con las provocadas por estas armas. Cicatrizará bien, una vez que la hayamos atendido. Báñala, cuando Gimli haya calentado un poco de agua.-Abrió un saquito y sacó unas hojas marchitas. -Están secas y han perdido algunas de sus virtudes -dijo -, pero aún tengo aquí algunas de las hojas de athelas que junté cerca de la Cima de los Vientos. Machaca una en agua y lávate la herida y luego te vendaré. ¡Ahora te toca a ti, Frodo!
-¡Yo estoy bien! -dijo Frodo, con pocas ganas de que le tocaran las ropas-. Todo lo que necesito es comida y descansar un rato.
-¡No! - dijo Aragorn -. Tenemos que mirar y ver qué te han hecho el martillo y el yunque. Todavía me maravilla que estés vivo. -Le quitó a Frodo lentamente la vieja chaqueta y la túnica gastada y ahogó un grito, sorprendido. En seguida se rió. El corselete de plata relumbraba ante él como la luz sobre un mar ondulado. La sacó con cuidado y la alzó, y las gemas de la malla refulgieron como estrellas y el tintineo de los anillos era como el golpeteo de una lluvia en un estanque. -¡Miren, amigos míos! -llamó-. ¡He aquí una hermosa piel de hobbit que serviría para envolver a un pequeño príncipe elfo! Si se supiera que los hobbits tienen cueros semejantes, todos los cazadores de la Tierra Media ya estarían cabalgando hacia la Comarca.
-Y todas las flechas de todos los cazadores del mundo serían inútiles -dijo Gimli, observando boquiabierto la malla-. Es una cota de mithril. ¡Mithril! Nunca vi ni oí hablar de una malla tan hermosa. ¿Es la misma de la que hablaba Gandalf? Entonces no la estimó en todo lo que vale. ¡Pero ha sido bien dada!
-Me pregunté a menudo qué hacías tú y Bilbo, tan juntos en ese cuartito - dijo Merry-. ¡Bendito sea el viejo hobbit! Lo quiero más que nunca. ¡Ojalá tengamos una oportunidad de contárselo!
En el costado derecho y en el pecho de Frodo había un moretón ennegrecido. Frodo había llevado bajo la malla una camisa de cuero blando, pero en un punto los anillos habían atravesado la camisa clavándose en la carne. El lado izquierdo de Frodo que había golpeado la pared estaba también lastimado y contuso. Mientras los otros preparaban la comida, Aragorn bañó las heridas con agua donde habían macerado unas hojas de athelas. Una fragancia penetrante flotó en la hondonada y todos los que se inclinaban sobre el agua humeante se sintieron refrescados y fortalecidos. Frodo notó pronto que se le iba el dolor y que respiraba con mayor facilidad. Aragorn le sujetó al costado unas blandas almohadillas de tela.
-Toma esto, Frodo- dijo Erzebeth extendiéndole una pequeña vasija con un líquido caliente y de dulce olor- bébelo, te sentirás bien, y descansaras mejor- la mujer sonrió fugazmente a Frodo, se levanto nuevamente y se sentó cerca del fuego con la mirada baja.
-medicina ninwen, más efectiva que la mía- dijo Aragorn animando a Frodo- sabe tan bien como huele- Frodo le dio un sorbo para probar, era realmente agradable el sabor, pronto sintió que un calor recorría su cuerpo, reconfortándolo, y haciendo que se sintiera alegre, pero a la vez fue tan relajante, que comenzó a sentir ganas de dormir un poco-La malla es extraordinariamente liviana -dijo-. Póntela de nuevo, si la soportas. Me alegra de veras saber que llevas una cota semejante. No te la quites, ni aún para dormir, a no ser que la fortuna te lleve a algún lugar donde no corras ningún peligro y eso no será muy frecuente mientras dure tu misión. Descansa, Frodo- dijo poniéndose de pie, al ver como el hobbit bostezaba.
Aragorn se acerco a Erzebeth, que se había echado nuevamente la capucha y miraba fijamente el fuego. Se sentó a su lado y permaneció en silencio, pensativo.
Luego de comer, la Compañía se preparó para partir. Apagaron el fuego y borraron todas las huellas. Trepando fuera de la hondonada volvieron al camino. No habían andado mucho cuando el sol se puso detrás de las alturas del oeste y unas grandes sombras descendieron por las faldas de los montes. El crepúsculo les velaba los pies y una niebla se alzó en las tierras bajas.
Lejos en el este la luz pálida del anochecer se extendía sobre unos territorios indistintos de bosques y llanuras. Sam y Frodo que se sentían ahora aliviados y reanimados iban a buen paso y con sólo un breve descanso Aragorn guió a la Compañía durante tres horas más. Había oscurecido. Era ya de noche y había muchas estrellas claras, pero la luna menguante no se vería hasta más tarde. Gimli y Frodo marchaban a la retaguardia, sin hablar, prestando atención a cualquier sonido que pudiera oírse detrás en el camino. Al fin Gimli rompió el silencio.
-Ningún sonido, excepto el viento -dijo-. No hay nada rondando, o mis oídos son de madera. Esperemos que los orcos hayan quedado contentos echándonos de Moria. Y quizá no pretendían nada más, no tenían otra cosa que hacer con nosotros... con el Anillo. Aunque los orcos persiguen a menudo a los enemigos a campo abierto y durante muchas leguas, si tienen que vengar a un capitán.
Frodo no respondió. Le echó una mirada a Dardo y la hoja tenía un brillo opaco. Sin embargo había oído algo, o había creído oír algo. Tan pronto como las sombras cayeran alrededor ocultando el camino, había oído otra vez el rápido rumor de unas pisadas. Aún ahora lo oía. Se volvió bruscamente. Detrás de él había dos diminutos puntos de luz, o creyó ver dos puntos de luz, pero en seguida se movieron a un lado y desaparecieron.
-¿Qué pasa? -preguntó el enano.
-No sé -respondió Frodo-. Creí oír el sonido de unos pasos y creí ver una luz... como ojos. Me ocurrió muchas veces, desde que salimos de Moria.
Gimli se detuvo y se inclinó hacia el suelo. -No oigo nada sino la conversación nocturna de las plantas y las piedras - dijo-. ¡Vamos! ¡De prisa! Los otros ya no se ven.
El viento frío de la noche sopló valle arriba. Ante ellos se levantaba una ancha sombra gris y había un continuo rumor de hojas, como álamos en el viento.
-¡Lothlórien! -exclamó Legolas-. ¡Lothlórien! Hemos llegado a los límites del Bosque de Oro. ¡Lástima que sea invierno!
Los árboles se elevaban hacia el cielo de la noche y se arqueaban sobre el camino y el arroyo que corría de pronto bajo las ramas extendidas. A la luz pálida de las estrellas los troncos eran grises y las hojas temblorosas un débil resplandor amarillo rojizo.
-¡Lothlórien! -dijo Aragorn-. ¡Qué felicidad oír de nuevo el viento en los árboles! Nos encontramos aún a unas cinco leguas de las puertas, pero no podemos ir más lejos. Esperemos que la virtud de los elfos nos ampare esta noche de los peligros que vienen detrás.
-Si hay elfos todavía aquí en este mundo que se ensombrece -dijo Gimli.
-Ninguno de los míos ha vuelto a estas tierras desde hace tiempo -dijo Legolas-, aunque se dice que Lórien no ha sido abandonado del todo, pues habría aquí un poder que protege a la región contra el mal. Sin embargo, esos habitantes se dejan ver raramente y quizá viven ahora en lo más profundo del bosque, lejos de las fronteras septentrionales.
-Viven en verdad en lo más profundo del bosque -dijo Aragorn y suspiró como recordando algo-. Esta noche tendremos que arreglárnoslas solos. Iremos un poco más allá, hasta que los árboles nos rodeen, y luego dejaremos la senda y buscaremos donde dormir.
Dio un paso adelante, pero Boromir parecía irresoluto y no lo siguió. -¿No hay otro camino? -dijo.
-¿Qué otro camino querrías tú? -dijo Aragorn.
-Un camino simple, aunque nos llevara a través de setos de espadas -dijo Boromir-. Esta Compañía ha sido conducida por caminos extraños y hasta ahora con mala fortuna. Contra mi voluntad pasamos bajo las sombras de Moria y hacia nuestra perdición. Y ahora tenemos que entrar en el Bosque de Oro, dices. Pero de estas tierras peligrosas hemos oído hablar en Gondor y se dice que de todos los que entran son pocos los que salen y menos aún los que escapan indemnes.
-No digas indemne pero sí sin cambios y estarás más en lo cierto -dijo Aragorn- Pero la sabiduría está perdiéndose en Gondor, Boromir, si en la ciudad de aquellos que una vez fueron sabios ahora se habla así de Lothlórien. De cualquier modo, no hay para nosotros otro camino, salvo que quieras volver a las Puertas de Moria, escalar las montañas que no tienen caminos, o ir a nado y solo por el Río Grande.
-Yo escuche a Gandalf mencionarle a Erzebeth algo- dijo Boromir y las miradas se volvieron a la mujer que seguía distante.- Menciono algo de pasar la noche en una ciudad, el pueblo de Erzebeth.
-¿Pel Mbiril?- pregunto Gimli asombrado- la ciudad de las ninwen no es mala idea.
-¿Erzebeth?- cuestiono Aragorn posando su mirada en la mujer.
-Él quería que los guiara. Una noche nada mas, eso fue lo que me dijo- contesto Erzebeth- No he vuelto a estas tierras en largos años. No sé como sea el pueblo de las ninwen ahora, no sé si nos reciban con agrado. Solo recuerdo que esta antes de Lórien, no estamos tan lejos por lo que recuerdo del camino.
-¡Entonces, adelante! -dijo Boromir-. Pero es peligroso.
-Peligroso, es cierto -dijo Aragorn-. Hermoso y peligroso, pero sólo la maldad puede tenerle miedo con alguna razón, o aquellos que llevan alguna maldad en ellos mismos. Guíanos entonces, Erzebeth.
-El pueblo de las ninwen, tenía una conexión muy estrecha con el pueblo de Lothlorien en tiempos de antaño,-dijo la mujer mirando los arboles de alrededor- tendremos que adentrarnos a los territorios del bosque de oro, y buscar la guía de los árboles para seguirla.
-se mas clara por favor- pidió Boromir. Erzebeth frunció el seño por el comentario de este, y colocándose entre dos árboles señalo hacia las profundidades del bosque.
Aragorn miro un instante sin comprender, luego, fue hasta donde la mujer y miro hacia donde señalaba. Sorprendido esbozo una sonrisa.- "buscar la guía de los arboles"- repitió maravillado- es algo muy ingenioso.
Se habían internado en el bosque cuando tropezaron con otro arroyo, que descendía rápidamente desde las laderas arboladas que subían detrás hacia las montañas del oeste. No muy lejos entre las sombras de la derecha, se oía el rumor de una pequeña cascada. Las aguas oscuras y precipitadas cruzaban el sendero ante ellos y se unían al Cauce de Plata en un torbellino de aguas oscuras entre las raíces de los árboles.
-¡He aquí el Nimrodel! -dijo Legolas-. Los Elfos Silvanos lo cantaron muchas veces y esas canciones se cantan aún en el Norte, recordando el arco iris de los saltos y las flores doradas que brotan en la espuma. Todo es oscuro ahora y el Puente del Nimrodel está roto. Me mojaré los pies, pues dicen que el agua cura la fatiga. Se adelantó, descendió por la barranca escarpada y entró en el arroyo. -¡Síganme! - gritó -. El agua no es profunda. ¡Crucemos! Podemos descansar en la otra orilla y el susurro del agua que cae nos ayudará a dormir y a olvidar las penas.
-Pero
ya tendremos tiempo de descansar- dijo Aragorn no muy convencido- eso nos desviara o perderemos valioso tiempo.
-No pasa nada- dijo Erzebeth junto de él- así servirá que descanse un poco más Frodo, después continuaremos.
Uno a uno bajó por la ribera y siguieron a Legolas. Frodo se detuvo un momento junto a la orilla y dejó que el arroyo le bañara los pies cansados. El agua era fría y límpida y cuando le llegó a las rodillas Frodo sintió que le lavaba la suciedad del viaje y todo el cansancio que le pesaba en los miembros.
Cuando toda la Compañía hubo cruzado, se sentaron a descansar, comieron unos bocados y Legolas les contó las historias de Lothlórien que los elfos del Bosque Oscuro atesoraban aún, historias de la luz del sol y las estrellas en los prados que el Río Grande había bañado antes que el mundo fuera gris.
Al fin callaron y se quedaron escuchando la música de la cascada que caía dulcemente en las sombras. Frodo llegó a imaginar que oía el canto de una voz, junto con el sonido del agua.
-¿Alcanzan a oír la voz de Nimrodel? -preguntó Legolas-. Les cantaré una canción de la doncella Nimrodel, que vivía junto al arroyo y tenía el mismo nombre. Es una hermosa canción en nuestra lengua de los bosques y hela aquí en la Lengua del Oeste, como algunos la cantan ahora en Rivendel.
Legolas empezó a cantar con una voz dulce que apenas se oía entre el murmullo de las hojas.
Había en otro tiempo una doncella élfica,
una estrella que brillaba en el día,
de manto blanco recamado en oro
y zapatos de plata gris.
Tenia una estrella en la frente,
una luz en los cabellos,
como el sol en las ramas de oro
de Lórien la bella.
Los cabellos largos, los brazos blancos,
libre y hermosa era Lórien,
y en el viento corría levemente,
como la hoja del tilo.
Junto a los saltos de Nimrodel,
cerca del agua clara y fresca,
la voz caía como plata que cae
en el agua brillante.
Por dónde anda ahora, nadie sabe,
a la luz del sol o entre los sombras,
pues hace tiempo que Nimrodel
se extravió en las montañas.
Un barco elfo en el puerto gris,
bajo el viento de la montaña,
la esperó muchos días
junto al mar tumultuoso.
Un viento nocturno en el norte
se levantó gritando,
y llevó la nave desde las playas élficas
sobre olas que iban y venían.
Cuando asomó la pálida aurora
las montañas grises se hundían
más allá de las olas empenachadas
de espuma enceguecedora.
Amroth vio que la costa desaparecía
debajo y más allá de la ola,
y maldijo la nave pérfida que lo llevara
lejos de Nimrodel.
Había sido antaño un rey élfico
señor del valle y los árboles,
cuando los brotes primaverales se doraban
en Lothlórien la bella.
Lo vieron saltar desde la borda
como flecha de un arco
y caer en el agua profunda
como una gaviota.
El aire le movía los cabellos,
y la espuma le brillaba alrededor,
lo vieron de lejos hermoso y fuerte
deslizándose como un cisne.
Pero del Oeste no llegó una palabra,
y en la Costa Citerior
los elfos nunca tuvieron
noticias de Amroth.
La voz se le quebró a Legolas y dejó de cantar. -No puedo seguir -dijo-. Esto es sólo una parte; he olvidado casi todo. La canción es larga y triste, pues cuenta las desventuras que cayeron sobre Lothlórien, Lórien de las Flores, cuando los enanos despertaron al mal en las montañas.
-Pero los enanos no hicieron al mal -dijo Gimli.
-Yo no dije eso, pero el mal vino -respondió Legolas tristemente-. Luego muchos de los elfos de la estirpe de Nimrodel dejaron sus moradas y partieron y ella se perdió allá lejos en el Sur, en los pasos de las Montañas Blancas, y no vino al barco donde la esperaba Amroth, su amante. Pero en la primavera cuando el viento mueve las primeras hojas aún puede oírse el eco de la voz de Nimrodel junto a los saltos de agua de ese nombre. Y cuando el viento sopla del sur es la voz de Amroth la que sube desde el océano, pues el Nimrodel fluye en el Cauce de Plata, que los elfos llaman Celebrant, y el Celebrant en el Gran Anduin, y el Anduin en la Bahía de Belfalas, donde los elfos de Lórien se lanzaron a la mar. Pero ellos nunca volvieron, ni Nimrodel ni Amroth.
»Se dice que ella vive en una casa construida en las ramas de un árbol, cerca de la cascada, pues tal era la costumbre entre los elfos de Lórien, vivir en los árboles y quizá todavía lo hacen. Por eso se los llamó los Galadrim, las Gentes de los Arboles. En lo más profundo del bosque los árboles son muy grandes. La gente de los bosques no habitaba bajo el suelo como los enanos, ni levantó fortalezas de piedra hasta que llegó la Sombra.
-Y aún ahora podría decirse que vivir en los árboles es más seguro que sentarse en el suelo -dijo Gimli. Miró más allá del agua el camino que llevaba de vuelta al Valle del Arroyo Sombrío y luego alzó los ojos hacia la bóveda de ramas oscuras.
-Tus palabras nos traen un buen consejo, Gimli -dijo Aragorn-. No podemos construir una casa, pero esta noche haremos como los Galadrim y buscaremos refugio en las copas de los árboles, si podemos. Hemos estado sentados aquí junto al camino más de lo prudente. Tal vez, será mejor continuar nuestro viaje a Pel Mbiril por la mañana.
La Compañía dejó ahora el sendero y se internó en las sombras más profundas del bosque, hacia el oeste, a lo largo del arroyo montañoso que se alejaba del Cauce de Plata. No lejos de los saltos de Nimrodel encontraron un grupo de árboles, que en algunos sitios se inclinaban sobre el río. Escucharon algunos ruidos cerca, Erzebeth miraba desconfiada en todas direcciones.
-Las cosas han cambiado bastante- le susurro a Aragorn que también cuidaba los alrededores- sean prudentes con lo que hablan, alguien anda por ahí.
-¿elfos o ninwens?- pregunto Aragorn por lo bajo. Erzebeth no contesto. Aragorn siguió caminando, los demás lo seguían en silencio.
Los grandes troncos grises eran muy gruesos, pero nadie supo decir qué altura tenían. -Subiré -dijo Legolas-. Me siento en casa entre los árboles, junto a las raíces o en las ramas, aunque estos árboles son de una familia que no conozco, excepto como un nombre en una canción. Mellyrn los llaman y son los que lucen flores amarillas, pero nunca subí a uno. Veré ahora qué forma tienen y cómo se desarrollan.
-De cualquier modo -dijo Pippin- tendrían que ser árboles maravillosos si pueden ser un sitio de descanso para alguien, además de los pájaros. ¡No puedo dormir colgado de una rama!
-Entonces cava un agujero en el suelo -dijo Legolas-, si está más de acuerdo con tus costumbres. Pero tienes que cavar hondo y muy rápido, o no escaparás a los orcos.
-¿Erzebeth?- pregunto Aragorn mirando a todos lados.
Saltando ágilmente se cogió de una rama que nacía del tronco a bastante altura por encima de ellos. Se balanceó allí un momento y una voz habló de pronto desde las sombras altas del árbol.
-Daro! -dijo en un tono perentorio y Legolas se dejó caer al suelo sorprendido y asustado. Se encogió contra el tronco del árbol.
-¡Quietos todos! -les susurró a los otros -. ¡No se muevan ni hablen!
De momento, se vieron rodeados de un grupo de elfos que les apuntaban con sus arcos. Legolas tenso inútilmente su arco, así que se vio obligado a bajarlo.
-El enano respira tan fuerte, que lo hubiera atravesado con mis ojos vendados- dijo al parecer el líder. Un elfo de hermoso rostro y cabellos dorados como el sol.
-Lo mismo puedo decir de ti- un brazo rodeo al elfo por detrás, pero en vez de asustarse dibujo una sonrisa en su rostro. Una figura encapuchada lo había tomado por sorpresa, pero no para atacarlo.- recordaba que eras más silencioso. Llevabas horas siguiéndonos, sabía que si nos acercábamos más a los territorios de la Dama Blanca nos cerrarían el paso.- dijo Erzebeth soltando al elfo, y bajándose la capucha.
-Mi señora- dijo el elfo haciendo una reverencia, los otros que lo acompañaban bajaron las armas e hicieron lo mismo. Erzebeth le regalo una sonrisa y guardo su cuchillo.- Por un momento, creí que los estaba guiando a la ciudad de su madre. Pero después se desviaron según me informaron mis hombres, pensé que eran enemigos. Ya no se puede confiar en nadie en estos días, por lo que decidimos cerrarles el paso. Pero de haber sabido que se trataba de usted, Mi señora, yo mismo la hubiera escoltado.
-Necesitamos descanso, venimos de Moria - dijo Erzebeth yendo hasta sus compañeros, Haldir puso expresión grave a la sola mención de Moria. Erzebeth comenzó a hablar en elfico. Los elfos llevaban ropas de un color gris sombra y no se los distinguía entre las ramas, a no ser que se movieran bruscamente. El líder de los elfos tomo un pequeño faro que emitía un delgado rayo de plata. Alzó el farol y escrutó los rostro y se detuvo un rato en el de Frodo. Luego tapó otra vez la luz.
- El nombre de Aragorn, hijo de Arathorn, es conocido en Lórien -dijo mirando al hombre y haciendo una ligera reverencia- y tiene la protección de la Dama.- luego se giro hacia Legolas- Legolas, hijo de Thranduil rey de los silvanos, también es bienvenido.- volvió a mirar a Frodo-¡Bien venido! -Le dijo entonces el elfo, hablando lentamente-. Pocas veces usamos otra lengua que la nuestra, pues ahora vivimos en el corazón del bosque y no tenemos tratos voluntarios con otras gentes. Aun los hermanos del Norte están separados de nosotros. Pero algunos de los nuestros aún viajan lejos, para recoger noticias y observar a los enemigos y ellos hablan las lenguas de otras tierras. Soy uno de ellos. Me llamo Haldir. Mis hermanos, Rúmil y Orophin, hablan poco tu lengua.
»Pero algo habíamos oído de tu venida, pues los mensajeros de Elrond pasan por Lórien cuando vuelven remontando la Escalera del Arroyo Sombrío. No habíamos oído hablar de... los hobbits, o medianos, desde años atrás y no sabíamos que aún vivieran en la Tierra Media. ¡No parecen gente mala! Y como vienes con un elfo de nuestra especie y la dama Erzebeth, estamos dispuestos a ayudarte, como lo pidió Elrond, aunque no sea nuestra costumbre guiar a los extranjeros que cruzan estas tierras.- Luego se giro hacia Gimli- No tenemos tratos con los enanos desde los Días Oscuros. No se los admite en estas tierras.- dijo mirando desdeñosamente a Gimli- ¡No puedo permitirle el paso!
Erzebeth estallo furiosa, y comenzó una discusión en elfico. Al parecer, Erzebeth y Aragorn abogaban por Gimli, mientras los elfos se negaban explicando sus razones. Legolas de cuanto en cuanto intervenía, pero al parecer solo para hacer unas afirmaciones. Llevaban ya varios minutos, se habían apartado del grupo que aun era vigilado por algunos elfos. Frodo miraba atento lo que estaba ocurriendo.
Los elfos hablaron en voz baja, e interrogaron a Legolas en la lengua de ellos. Después de un rato, regresaron con los demás, aunque en la cara de Erzebeth se reflejaba enfado -Muy bien -dijo Haldir por último-No es momento de discutir.-dijo mirando a la ninwen- Hemos estado vigilando los ríos, desde que vimos una gran tropa de orcos yendo al norte hacia Moria, bordeando las montañas, hace ya muchos días. Los lobos aúllan en los lindes de los bosques. Si vienen en verdad desde Moria, el peligro no puede estar muy lejos, detrás de ustedes. Partirán de nuevo mañana temprano.
»Los cuatro hobbits subirán aquí y se quedarán con nosotros... ¡No les tenemos miedo!- dijo Señalando hacia la punta de un árbol próximo. Frodo pudo ver que en las ramas más altas, se podía distinguir una especie de tarima, la cual, los Elfos llamaban talan o flet -Hay otro talan en el árbol próximo. Allí se refugiarán los demás. Tú, Legolas, responderás por ellos. Llámanos, si algo anda mal. ¡Y no pierdas de vista al enano!
Una escalera de cuerda callo hasta el piso. Haldir fue el primero en subir y detrás de ellos venían los hobbits. El flet tenía un agujero por donde caían las escaleras y por donde se tenía acceso.
-¡Bien! -dijo Merry jadeando-. Hemos traído nuestras mantas. Trancos ha ocultado el resto del equipaje bajo un montón de hojas.
-No había necesidad de esa carga -dijo Haldir-. Hace frío en las copas de los árboles en invierno, aunque esta noche el viento sopla del sur, pero tenemos alimentos y bebidas que les sacarán el frío nocturno y pieles y mantos de sobra.
Los hobbits aceptaron con alegría esta segunda (y mucho mejor) cena. Luego se envolvieron no sólo en los mantos forrados de los elfos sino también con las mantas que habían traído y trataron de dormir. Pero aunque estaban muy cansados sólo Sam parecía bien dispuesto. Los hobbits no son aficionados a las alturas, y no duermen en pisos elevados, aun teniendo escaleras. El flet no les gustaba mucho como dormitorio. No tenía paredes, ni siquiera una baranda; sólo en un lado había un biombo plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos sitios, según soplara el viento.
Pippin siguió hablando un rato. -Espero no rodar y caerme si llego a dormirme en este nido de pájaros -dijo.
-Una vez que me duerma -dijo Sam-, continuaré durmiendo, ruede o no ruede. Y cuanto menos se diga ahora más pronto caeré dormido, si usted me entiende.
Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a través del pálido techo de hojas temblorosas. Sam se había puesto a roncar aún antes que él cerrara los ojos. Alcanzaba a ver las formas grises de dos elfos que estaban sentados, los brazos alrededor de las rodillas, hablando en susurros. El otro había descendido a montar guardia en una rama baja. Al fin, mecido allí arriba por el viento en las ramas y abajo por el dulce murmullo de las cascadas del Nimrodel, Frodo se durmió con la canción de Legolas dándole vueltas en la cabeza.
Despertó más tarde en medio de la noche. Los otros hobbits dormían. Los elfos habían desaparecido. La luna creciente brillaba apenas entre las hojas. El viento había cesado. No muy lejos oyó una risa ronca y el sonido de muchos pies en el suelo entre los árboles y luego un tintineo metálico. Los ruidos se perdieron lentamente a lo lejos y parecían ir hacia el sur, adentrándose en el bosque.
Una cabeza asomó de pronto por el agujero del flet. Frodo se sentó asustado y vio que era un elfo de capucha gris. Miró hacia los hobbits.
-¿Qué pasa? -dijo Frodo.
-Yrch! -dijo el elfo con un murmullo siseante y echó sobre el flet la escala de cuerda que acababa de recoger.
-¡Orcos! -dijo Frodo-. ¿Qué están haciendo?
Pero el elfo había desaparecido. No se oían más ruidos. Hasta las hojas callaban ahora y parecía que las cascadas habían enmudecido. Frodo, sentado aún, se estremeció de pies a cabeza bajo las mantas. Se felicitaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, pero sentía que los árboles no los protegían mucho, salvo ocultándolos.
Los orcos tenían un olfato fino, se decía, como los mejores perros de caza, pero además podían trepar. Sacó a Dardo, que relampagueó y resplandeció como una llama azul y luego se apagó otra vez poco a poco. Sin embargo, la impresión de peligro inmediato no dejó a Frodo; al contrario, se hizo más fuerte. Se incorporó, se arrastró a la abertura y miró hacia el suelo. Estaba casi seguro de que podía oír unos movimientos furtivos, lejos, al pie del árbol. No eran elfos, pues la gente de los bosques no hacía ningún ruido al moverse. Luego oyó débilmente un sonido, como si husmearan, y le pareció que algo estaba arañando la corteza del árbol. Clavó los ojos en la oscuridad, reteniendo el aliento.
Algo trepaba ahora lentamente y se lo oía respirar, como si siseara con los dientes apretados. Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco. Se detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear. De pronto se volvieron y una figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.
Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.
-Había algo en este árbol que nunca vi antes -dijo-. No era un orco. Huyó tan pronto como toqué el árbol. Parecía astuto y entendido en árboles, o hubiese pensado que era uno de los tuyos, un hobbit.
»No tiré, pues no quería provocar ningún grito: no podemos arriesgar una batalla. Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí. Cruzaron el Nimrodel, y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino junto al río. Parecían ir detrás de algún rastro y durante un rato examinaron el suelo, cerca del sitio donde se detuvieron. Nosotros tres no podíamos enfrentar a un centenar de modo que nos adelantamos y hablamos con voces fingidas arrastrándolos al interior del bosque.
»Orophin ha regresado de prisa a nuestras moradas para advertir a los nuestros. Ninguno de los orcos saldrá jamás de Lórien. Y habrá muchos elfos ocultos en frontera norte antes que caiga otra noche. Pero tienen que tomar el camino del sur tan pronto como amanezca.
El día asomó pálido en el este. La luz creció y se filtró entre las hojas amarillas de los mallorn y a los hobbits les recordó el sol temprano de una fresca mañana de estío. Un cielo azul claro se mostraba entre las ramas mecidas por el viento. Mirando por una abertura en el lado sur del flet, Frodo vio todo el valle del Cauce de Plata extendido como un mar de oro rojizo que ondulaba dulcemente en la brisa.
Abajo, los esperaban ya Legolas, Aragorn, Haldir y su hermano Rúmil. Los cuatro hobbits bajaron y al mismo tiempo llegaba Gimli. Cuando los hobbits habían llegado ya con los demás, de un salto apareció Erzebeth, y al instante, Haldir pareció haberse perdido en un sueño por la forma en la que miraba a la hermosa mujer. Entonces, se arrodillo haciendo una reverencia y llevándose una mano a la altura del corazón, miro embelesado a Erzebeth.
-¡Mi hermosa dama!- dijo - en la oscuridad es fácil reconocer la belleza, pero con la luz del día, es difícil ocultarla y ver aun más.- Legolas no pudo evitar hacer una mueca- Eh velado su sueño durante la noche, y me sería un honor caminar junto a usted en esta mañana.
-Gracias, Haldir- dijo la mujer - pero no es necesario todas estas reverencias. Caminare a tu lado si así lo deseas.
La mañana había empezado apenas y era fría aún cuando la Compañía se puso en camino guiada esta vez por Haldir y su hermano Rúmil.
-¡Adiós, dulce Nimrodel! -exclamó Legolas. Frodo volvió los ojos y vio un brillo de espuma blanca entre los árboles grises.
- Adiós -dijo y le parecía que nunca oiría otra vez un sonido tan hermoso como el de aquellas aguas, alternando para siempre unas notas innumerables en una música que no dejaba de cambiar.
Regresaron al viejo sendero que iba por la orilla oeste del Cauce de Plata y durante un tiempo lo siguieron hacia el sur. Había huellas de orcos en la tierra. Pero pronto Haldir se desvió a un lado y se detuvo junto al río a la sombra de los árboles.
-Hay alguien de mi pueblo del otro lado del arroyo, aunque no pueden verlo - dijo. Llamó silbando bajo como un pájaro y un elfo salió de un macizo de arbustos; estaba vestido de gris, pero tenía la capucha echada hacia atrás y los cabellos le brillaban como el oro a la luz de la mañana. Haldir arrojó hábilmente una cuerda gris por encima del agua y el otro la alcanzó y ató el extremo a un árbol cerca de la orilla.
-El Celebrant es aquí una corriente poderosa, como ven -dijo Haldir-, de aguas rápidas y profundas y muy frías. No ponemos el pie en él tan al norte, si no es necesario. Pero en estos días de vigilancia no tendemos puentes. He aquí cómo cruzamos. ¡Síganme!
Amarró el otro extremo de la cuerda a un árbol y luego corrió por encima sobre el río y de vuelta, como si estuviese en un camino.
-La dama Erzebeth y Yo podríamos cruzar así -dijo Legolas-, ¿pero y los otros? ¿Tendrán que nadar?
-¡No! -dijo Haldir-. Tenemos otras dos cuerdas. Las ataremos por encima de la otra, una a la altura del hombro y la segunda a media altura y los extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.
Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad. De los hobbits, Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin mirar hacia abajo. Sam avanzó arrastrando los pies, aferrado a las cuerdas y mirando las aguas pálidas y tormentosas como si fueran un precipicio. Respiró aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.
-¡Vive y aprende!, como decía mi padre. Aunque se refería al cuidado del jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las ararías. ¡Ni siquiera mi tío Andy conocía estos trucos!
Erzebeth fue la última en cruzar, seguida de uno de los hermanos de Haldir. Cruzo de la misma forma que lo haría un elfo. Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida en la orilla este del Cauce de Plata, los elfos desataron las cuerdas y las enrollaron. Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las cuerdas, se la echó al hombro y se alejó saludando con la mano, de vuelta a Nimrodel a continuar la guardia.
-Ahora, amigos -dijo Haldir-, han entrado en el Naith de Lórien o el Enclave, como ustedes lo llamarían, pues esta región se introduce como una lanza entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin. No permitimos que ningún extraño espíe los secretos del Naith. A pocos en verdad se les ha permitido poner aquí el pie.
»Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el enano. Los demás pueden andar libremente un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras moradas, abajo en Egladil, en el Angulo entre las aguas.
Esto no era del agrado de Gimli.
-El arreglo se hizo sin mi consentimiento -dijo-. No caminaré con los ojos vendados, como un mendigo o un prisionero. Y no soy un espía. Mi gente nunca ha tenido tratos con los sirvientes del enemigo. Tampoco causamos daño a los elfos. Si creen que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podría esperar de Legolas, o de cualquiera de mis amigos.
-No dudo de ti -dijo Haldir-. Pero es la ley. No soy el dueño de la ley y no puedo dejarla de lado. Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.
Gimli era obstinado. Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas, y apoyó la mano en el mango del hacha. -Iré libremente -dijo-, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.
-No puedes regresar -dijo Haldir con cara seria-. Ahora que has llegado tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama. Ellos te juzgarán y te retendrán o te dejarán ir, como les plazca. No puedes cruzar de nuevo los ríos y detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso. Te matarían antes que pudieses verlos.
Gimli sacó el hacha del cinturón. Haldir y su compañero tomaron los arcos.
-¡Malditos enanos, qué testarudos son! -dijo Legolas.
-¡Un momento! -dijo Aragorn-. Si he de continuar guiando esta Compañía, harán lo que yo ordene. Es duro para el enano que lo ponga así aparte. Iremos todos vendados, aun Legolas. Será lo mejor, aunque el viaje parecerá lento y aburrido.
Gimli rió de pronto. -¡Qué tropilla de tontos pareceremos! Haldir nos llevará a todos atados a una cuerda, como mendigos ciegos guiados por un perro. Pero si Legolas comparte mi ceguera, me declaro satisfecho.
-Soy un elfo y un hermano aquí -dijo Legolas, ahora también enojado.
-Yo soy una princesa de estos bosques- lo corto enfadada Erzebeth- y lo dije desde ayer, si le vendan los ojos a Gimli, hagan lo mismo conmigo.
-Y ahora gritemos: ¡malditos elfos, qué testarudos son! -dijo Aragorn-. Pero toda la Compañía compartirá esa suerte. Ven, Haldir, véndanos los ojos.
-Exigiré plena reparación por cada caída y lastimadura en los pies -dijo Gimli mientras le tapaban los ojos con una tela.
-No será necesario -dijo Haldir-. Te conduciré bien y las sendas son llanas y rectas.
-¡Ay, qué tiempos de desatino! -dijo Legolas-. ¡Todos somos aquí enemigos del único enemigo y sin embargo hemos de caminar a ciegas mientras el sol es alegre en los bosques bajo hojas de oro!
-Quizá parezca un desatino -dijo Haldir-. En verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen. Sin embargo, hay tan poca fe y verdad en el mundo más allá de Lothlórien, excepto quizás en Rivendel, que no nos atrevemos a tener confianza, exponiéndonos a alguna contingencia. Vivimos ahora como en una isla, rodeados de peligro, y nuestras manos están más a menudo sobre los arcos que en las arpas.
»Los ríos nos defendieron mucho tiempo, pero ya no son una protección segura, pues la Sombra se ha arrastrado hacia el norte, todo alrededor de nosotros. Algunos hablan de partir, aunque para eso ya es demasiado tarde. En las montañas del oeste aumenta el mal; las tierras del este son regiones desoladas, donde pululan las criaturas de Sauron; y se dice que no podríamos pasar sanos y salvos por Rohan y que las bocas del Río Grande están vigiladas por el enemigo. Aunque pudiéramos llegar al mar, no encontraríamos allí protección alguna. Se cuenta que los puertos de los Altos Elfos existen todavía, pero están muy al norte y al oeste, más allá de la tierra de los medianos. Dónde se encuentran en verdad, quizá lo sepan el Señor y la Dama; yo lo ignoro.
-Tendrías que adivinarlo por lo menos, ya que nos has visto -dijo Merry-. Hay puertos de elfos al oeste de mi tierra, la Comarca, donde viven los hobbits.
-¡Felices los hobbits que viven cerca de la orilla del mar! -dijo Haldir-. Ha pasado mucho tiempo en verdad desde que mi gente vio el mar por última vez. Pero todavía lo recordamos en nuestras canciones. Háblame de esos puertos mientras caminamos.
-No puedo -dijo Merry-. Nunca los he visto. Nunca salí antes de mi país. Y si hubiese sabido cómo era el mundo de afuera, no creo que me hubiese atrevido a dejar la Comarca.
-¿Ni siquiera para ver la hermosa Lothlórien? -dijo Haldir-. Es cierto que el mundo está colmado de peligros y que hay en él sitios lóbregos, pero hay también cosas hermosas y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso.
»Algunos de nosotros cantan que la Sombra se retirará y que volverá la paz. No creo sin embargo que el mundo que nos rodea sea alguna vez como antes, ni que el sol brille como en otro tiempo. Para los elfos, temo, esa paz no sería más que una tregua, que les permitiría llegar al mar sin encontrar demasiados obstáculos y dejar la Tierra Media para siempre. ¡Ay por Lothlórien, que tanto amo! Será una pobre vida estar en un país donde no crecen los mallorn. Pues si hay mallorn más allá del mar, nadie lo ha dicho.
Mientras así hablaban, la Compañía marchaba lentamente en fila a lo largo de los senderos del bosque, conducida por Haldir, mientras que el otro elfo caminaba detrás. Sentían que el suelo bajo los pies era blando y liso y al cabo de un rato caminaron más libremente, sin miedo de lastimarse o caer. Privado de la vista, Frodo descubrió que el oído y los otros sentidos se le agudizaban.
Podía oler los árboles y las hierbas. Podía oír muchas notas diferentes en el susurro de las hojas, el río que murmuraba lejos a la derecha y las voces claras y tenues de los pájaros en el cielo. Cuando pasaban por algún claro sentía el sol en las manos y la cara. Tan pronto como pisara la otra orilla del Cauce de Plata, Frodo había sentido algo extraño, que crecía a medida que se internaba en el Naith: le parecía que había pasado por un puente de tiempo hasta un rincón de los Días Antiguos y que ahora caminaba por un mundo que ya no existía. En Rivendel se recordaban cosas antiguas; en Lórien las cosas antiguas vivían aún en el despertar del mundo. Aquí el mal había sido visto y oído, la pena había sido conocida; los elfos temían el mundo exterior y desconfiaban de él; los lobos aullaban en las lindes de los bosques, pero en la tierra de Lórien no había ninguna sombra.
La Compañía marchó todo el día hasta que sintieron el fresco del atardecer y oyeron las primeras brisas nocturnas que suspiraban entre las hojas. Descansaron entonces y durmieron sin temores en el suelo, pues los guías no permitieron que se quitaran las vendas y no podían trepar. A la mañana continuaron la marcha, sin apresurarse. Se detuvieron al mediodía y Frodo notó que habían pasado bajo el sol brillante. De pronto oyó alrededor el sonido de muchas voces.
Una tropa de elfos que marchaba por el bosque se había acercado en silencio; iban de prisa hacia las fronteras del norte para prevenir cualquier ataque que viniera de Moria y traían noticias y Haldir transmitió algunas de ellas. Los orcos merodeadores habían caído en una emboscada y casi todos habían muerto; el resto huía hacia las montañas del norte y eran perseguidos. Habían visto también a una criatura extraña, que corría inclinándose hacia adelante y con las manos cerca del suelo, como una bestia, aunque no tenía forma de bestia. Había conseguido escapar; no tiraron sobre ella, no sabiendo si era de buena o mala índole, y al fin desapareció en el sur siguiendo el curso del Cauce de Plata.
-También -dijo Haldir- me traen un mensaje del Señor y la Dama de los Galadrim. Marcharan todos libremente, aun el enano Gimli. Parece que la Dama sabe quién es y qué es cada miembro de su Compañía. Quizá llegaron otros mensajes de Rivendel.
Quitó la venda que ocultaba los ojos de Gimli.
-¡Perdón! -dijo saludando con una reverencia-. ¡Míranos ahora con ojos amistosos! ¡Mira y alégrate, pues eres el primer enano que contempla los árboles del Naith de Lórien desde el Día de Durin!
Cuando le llegó el turno de que le descubrieran los ojos, Frodo miró hacia arriba y se quedó sin aliento. Estaban en un claro. A la izquierda había una loma cubierta con una alfombra de hierba tan verde como la primavera de los Días Antiguos. Encima, como una corona doble, crecían dos círculos de árboles; los del exterior tenían la corteza blanca como la nieve y aunque habían perdido las hojas se alzaban espléndidos en su armoniosa desnudez; los del interior eran mallorn de gran altura, todavía vestidos de oro pálido. Muy arriba entre las ramas de un árbol que crecía en el centro y era más alto que los otros resplandecía un flet blanco. A los pies de los árboles y en las laderas de la loma había unas florecitas amarillas de forma de estrella. Entre ellas, balanceándose sobre tallos delgados, había otras flores, blancas o de un verde muy pálido; relumbraban como una llovizna entre el rico colorido de la hierba.
Arriba el cielo era azul y el sol de la tarde resplandecía sobre la loma y echaba largas sombras verdes entre los árboles.
-¡Miren! Hemos llegado a Cerin Amroth -dijo Haldir-. Pues este es el corazón del antiguo reino y esta es la loma de Amroth, donde en días más felices fue edificada la alta casa de Amroth. Aquí se abren las flores de invierno en una hierba siempre fresca: la elanor amarilla y la pálida niphredil. Aquí nos quedaremos un rato y a la caída de la tarde llegaremos a la ciudad de los Galadrim.
Los otros se dejaron caer sobre la hierba fragante, pero Frodo se quedó de pie, todavía maravillado. Tenía la impresión de haber pasado por una alta ventana que daba a un mundo desaparecido. Brillaba allí una luz para la cual no había palabras en la lengua de los hobbits. Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas por primera vez cuando le descubrieron los ojos y antiguas como si hubiesen durado siempre. No veía otros colores que los conocidos, amarillo y blanco y azul y verde, pero eran frescos e intensos, como si los percibiera ahora por primera vez y les diera nombres nuevos y maravillosos. En un invierno así ningún corazón hubiese podido llorar el verano o la primavera. En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien no había defectos.
-Hermoso ¿no?- dijo Erzebeth parada junto a él, admirando también cada detalle del lugar- aquí pase parte de mi infancia. Eso ya hace mucho tiempo- dijo mirando al hobbit y regalándole una sonrisa- Mi madre es media hermana de la señora de estos bosques. Pel Mbiril se estableció aquí casi a la par de la ciudad de los Galadrim. Yo conocía las dos ciudades como si fueran mi hogar, pero
Rivendel siempre será mi hogar.- dijo con un suspiro.- aunque, me hubiera gustado mirar por una vez más la ciudad de mi gente- dijo con un tono de tristeza- si es que aun la habitan
-¿Cómo es?- pregunto Frodo- ¿Pel Mbiril tiene alguna descripción? por que este lugar aun no la tiene a mi vista.
-La ciudad de cristal la llamaban- contesto Erzebeth- la casa mayor, parecía estar edificada de algún cristal precioso. Y en las noches, refleja la luz de la luna y las estrellas dándole un brillo propio, que cualquiera puede ver desde la ciudad de los Galadrim o desde Moria en tiempos antiguos.- Me hubiera gustado que lo miraras de cerca, pero nadie me ha mencionado nada acerca del pueblo de las ninwens. Comienzo a temer, que la ciudad está abandonada, pues tampoco he tenido noticias de Erina, la hermana menor de mi madre.- Erzebeth se alejo de Frodo dedicándole una sonrisa.
Se volvió y vio que Sam estaba ahora de pie junto a él, mirando alrededor con una expresión de perplejidad, frotándose los ojos como si no estuviese seguro de estar despierto.
-Hay sol y es un hermoso día, sin duda -dijo-. Pensé que los elfos no amaban otra cosa que la luna y las estrellas: pero esto es más élfico que cualquier otra cosa que yo haya conocido alguna vez, aun de oídas. Me siento como si estuviera dentro de una canción, si usted me entiende.
Haldir los miró y parecía en verdad que había entendido tanto el pensamiento como las palabras de Sam. Sonrió.
-Estás sintiendo el poder de la Dama de los Galadrim -les dijo-. ¿Quieren trepar conmigo a Cerin Amroth?
Siguieron a Haldir, que subía con paso ligero las pendientes cubiertas de hierba. Aunque Frodo caminaba y respiraba y el viento que le tocaba la cara era el mismo que movía las hojas y las flores de alrededor, tenía la impresión de encontrarse en un país fuera del tiempo, un país que no languidecía, no cambiaba, no caía en el olvido. Cuando volviera otra vez al mundo exterior,
Frodo, el viajero de la Comarca, caminaría aún aquí, sobre la hierba entre la elanor y la niphredil, en la hermosa Lothlórien.
Entraron en el círculo de árboles blancos. En ese momento el viento del sur sopló sobre Cerin Amroth y suspiró entre las ramas. Frodo se detuvo, oyendo a lo lejos el rumor del mar en playas que habían desaparecido hacía tiempo y los gritos de unos pájaros marinos ya extinguidos en el mundo. Haldir se había adelantado y ahora trepaba a la elevada plataforma.
Mientras Frodo se preparaba para seguirlo, apoyó la mano en el árbol junto a la escala; nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza del árbol y de la vida que había dentro. La madera, que sentía bajo la mano, lo deleitaba, pero no como a un leñador o a un carpintero; era el deleite de la vida misma del árbol.
Cuando al fin llegó al flet, Haldir le tomó la mano y lo volvió hacia el sur. - ¡Mira primero a este lado! -dijo. Frodo miró y vio, todavía a cierta distancia, una colina donde se alzaban muchos árboles magníficos, o una ciudad de torres verdes, no estaba seguro. De ese sitio venían, le pareció entonces, el poder y la luz que reinaban sobre todo el país y tuvo el deseo de volar como un pájaro para ir a descansar a aquella ciudad verde. Luego miró hacia el este y vio las tierras de Lórien que bajaban hasta el pálido resplandor del Anduin, el Río Grande. Miró más allá del río: toda la luz desapareció y se encontró otra vez en el mundo conocido. Más allá del río la tierra parecía chata y vacía, informe y borrosa, hasta que más lejos se levantaba otra vez como un muro, oscuro y terrible. El sol que alumbraba a Lothlórien no tenía poder para ahuyentar las sombras de aquellas distantes alturas.
-Allí está la fortaleza del Bosque del Sur -dijo Haldir-. Está cubierta por una floresta de abetos oscuros, donde los árboles se oponen unos a otros y las ramas se marchitan y se pudren. En medio, sobre una altura rocosa, se alza Dol Guldur, donde en otro tiempo se ocultaba el enemigo. Tememos que esté habitada de nuevo y con un poder septuplicado. Desde hace un tiempo se ve a veces encima una nube negra. Desde esta elevación puedes ver los dos poderes en oposición, luchando siempre con el pensamiento; pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto. Todavía no.
-¿Qué eso?- pregunto Frodo señalando un punto en el Este, donde aun tocaba la luz de Lórien- ese resplandor plateado allá. ¿Cómo es que no lo vimos antes, si veníamos de ahí?
-estaban cerca de ahí- lo corrigió Haldir- o bueno, eso parece, pues esta aun mas escondido de lo que se deja a la vista- dijo con un suspiro- Ese resplandor, no es más que el frio reflejo de la ciudad de cristal, la ciudad de las ninwens.
Se volvió y descendió rápidamente y los otros lo siguieron. Al pie de la loma, Frodo encontró a Aragorn, erguido, inmóvil y silencioso como un árbol; pero sostenía en la mano un capullo dorado de elanor y una luz le brillaba en los ojos. Parecía que estuviera recordando algo hermoso y Frodo supo que veía las cosas como habían sido antes en ese mismo sitio. Pues los años torvos se habían borrado de la cara de Aragorn y parecía todo vestido de blanco, un joven señor alto y hermoso, que le hablaba en lengua élfica a alguien que Frodo no podía ver. Arwen vanimalda, namárië! dijo, y en seguida respiró profundamente y saliendo de sus pensamientos miró a Frodo y sonrió.
-Aquí está el corazón del mundo élfico -dijo- y aquí mi corazón vivirá para siempre, a menos que encontremos una luz más allá de los caminos oscuros que hemos de recorrer, tú y yo. ¡Ven conmigo!
Y tomando la mano de Frodo, dejó la loma de Cerin Amroth a la que nunca volvería en vida.
Mmmmmm... Pues aqui ando muuuuy triste, por que no tuve mas que un comentario en el capitulo anterior :(, Cada vez me comentan menos y pues no se si les esta gustando a todos mi historia, pero bueno. Ya estuve un buen rato sin actualizar, pero dije: "Te castigas a ti misma sin continuar tu historia por falta de comentarios, que a los lectores por no comentar". Asi que publicare el noveno capitulo y ya solo faltan cuatro mas para terminar la comunidad del anillo y comenzar con las dos torres.
De verdad espero comentarios, muchos besos a mis fieles seguidores y espero que comenten.
Besos
ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
El sol descendía detrás de las montañas y las sombras crecían en el bosque cuando se pusieron otra vez en camino. Los senderos pasaban ahora por unos setos donde la oscuridad ya estaba cerrándose. Mientras marchaban, la noche cayó bajo los árboles y los elfos descubrieron los faroles de plata. De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas. Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados.
Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido. Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región. Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes. Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban innumerables luces, verdes y doradas y plateadas. Haldir se volvió hacia la Compañía.
-¡Bien venidos a Caras Galadon! - dijo -. He aquí la ciudad de los Galadrim donde moran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. Pero no podemos entrar por aquí pues las puertas no miran al norte. Tenemos que dar un rodeo hasta el lado sur y habrá que caminar un rato, pues la ciudad es grande.
Del otro lado del foso corría un camino de piedras blancas. Fueron por allí hacia el este, con la ciudad alzándose siempre a la izquierda como una nube verde; y a medida que avanzaba la noche, aparecían más luces, hasta que toda la colina pareció inflamada de estrellas. Llegaron al fin a un puente blanco, y luego de cruzar se encontraron ante las grandes puertas de la ciudad: miraban al sudoeste, entre los extremos del muro circular que aquí se superponían, y eran altas y fuertes y había muchas lámparas.
Haldir golpeó y habló y las puertas se abrieron en silencio, pero Frodo no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron y las puertas se cerraron detrás. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla y atravesándolo rápidamente entraron en la Ciudad de los Arboles. No vieron a nadie ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor y en el aire arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas.
Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca y tres elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises y que llevaban sobre los hombros unas túnicas largas y blancas.
-Aquí moran Celeborn y Galadriel -dijo Haldir-. Es deseo de ellos que suban y les hablen.
Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño y le respondieron tres veces desde lo alto.
-Iré primero -dijo Haldir-. Que luego venga Frodo, después la Dama Erzebeth y con ella Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero pueden descansar de vez en cuando.
Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos flets: unos a la derecha, otros a la izquierda y algunos alrededor del tronco, de modo que la escala pasaba atravesándolos. Al fin, a mucha altura, llegó a un talan grande, parecido al puente de un navío. Sobre el talan había una casa, tan grande que en tierra hubiese podido servir de habitación a los hombres. Entró detrás de Haldir y descubrió que estaba en una cámara ovalada y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.
Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos.
Haldir llevó a Frodo ante ellos y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de los hobbits. La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo.
-¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! -dijo Celeborn-. Hablaremos cuando todos hayan llegado.
Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres.
-¡Bien venido, Aragorn, hijo de Arathorn! -dijo-. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento!
»¡Bien venido, Legolas, hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte.
»¡Bien venido, Gimli, hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizás es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos.
Gimli hizo una profunda reverencia.
>>Bienvenida seas siempre en estas tierras, Erzebeth, Hija de Elrond y Artanis, reina de las ninwens- dijo Celeborn sonriendo profundamente- Hace ya tanto tiempo que no veíamos tal belleza en estas tierras. La última vez, fue cuando tú hermana, Arwen, vino aquí. Nuestros corazones se alegran al tener presente este día la imagen de Nessa.
Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo. -Aquí hay nueve -dijo-. Partieron diez, así decían los mensajes. Pero quizás hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca.
-No, no hubo cambios en el Concilio -dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave-. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Cuéntennos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris y no sé por dónde anda ni qué piensa.
-¡Ay! - dijo Aragorn -. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar.
Al oír estas palabras todos los elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro.
-Una noticia funesta -dijo Celeborn-, la más funesta que se haya anunciado aquí en muchos años de dolorosos acontecimientos. -Se volvió a Haldir.- ¿Por qué no me dijeron nada hasta ahora? -preguntó en la lengua élfica.
-No le hemos hablado a Haldir ni de lo que hicimos ni de nuestros propósitos -dijo Legolas-. Al principio nos sentíamos cansados y el peligro estaba aún demasiado cerca; y luego casi olvidamos nuestra pena durante un tiempo, mientras veníamos felices por los hermosos senderos de Lórien.
-Nuestra pena es grande sin embargo y la pérdida no puede ser reparada - dijo Erzebeth con los ojos cristalinos-. Gandalf era nuestro guía y nos condujo a través de Moria, y cuando parecía que ya no podíamos escapar, nos salvó y
cayó.
-¡Cuéntennos toda la historia! -dijo Celeborn.
Entonces Aragorn contó todo lo que había ocurrido en el paso de Caradhras y en los días que siguieron, y habló de Balin y del libro y de la lucha en la Cámara de Mazarbul y el fuego y el puente angosto y la llegada del Terror.
-Un mal del Mundo Antiguo me pareció, algo que nunca había visto antes - dijo Aragorn-. Era a la vez una sombra y una llama, poderosa y terrible.
-Era un Balrog de Morgoth -dijo Legolas-; de todos los azotes de los elfos el más mortal, excepto aquel que reside en la Torre Oscura.
-En verdad vi en el puente a aquel que se nos aparece en las peores pesadillas, vi el Daño de Durin -dijo Gimli en voz baja y el miedo le asomó a los ojos.
-¡Ay! -dijo Celeborn-. Temimos durante mucho tiempo que hubiese algo terrible durmiendo bajo el Caradhras. Pero si hubiese sabido que los enanos habían reanimado este mal en Moria, yo te hubiera impedido pasar por las fronteras del norte, a ti y a todos los que iban contigo. Y hasta se podría decir quizá que Gandalf cayó al fin de la sabiduría a la locura, metiéndose sin necesidad en las redes de Moria.
-Sería imprudente en verdad quien dijera tal cosa -dijo con aire grave Galadriel-. En todo lo que hizo Gandalf en vida no hubo nunca nada inútil. Quienes lo seguían no estaban enterados de lo que pensaba y no pueden explicarnos lo que él se proponía. De cualquier modo estos seguidores no tuvieron ninguna culpa. No te arrepientas de haber dado la bienvenida al enano. Si nuestra gente hubiese vivido mucho tiempo lejos de Lothlórien,
¿Quién de los Galadrim, incluyendo a Celeborn el Sabio, hubiera pasado cerca sin el deseo de ver el antiguo hogar, aunque se hubiese convertido en morada de dragones?
»Oscuras son las aguas del Kheled-zâram y frías son las fuentes del Kibilnâla y hermosas eran las salas de columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que los reyes poderosos cayeran bajo la piedra.
Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste y le sonrió. Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel y le pareció que miraba de pronto en el corazón de un enemigo y que allí encontraba amor y comprensión. El asombro le subió a la cara y en seguida respondió con una sonrisa.
Se incorporó torpemente y saludó con una reverencia al modo, de los Enanos diciendo: -Pero más hermoso aún es el país viviente de Lórien, y la Dama Galadriel está por encima de todas las joyas de la tierra.
Hubo un silencio. Al fin Celeborn volvió a hablar.
-Yo no sabía que su situación era tan mala -dijo-. Que Gimli olvide mis palabras duras; hablé con el corazón perturbado. Haré todo lo que pueda por ayudaros, a cada uno de acuerdo con sus deseos y necesidades, pero en especial al pequeño que lleva la carga.
-Conocemos tu misión -dijo Galadriel mirando a Frodo-, pero no hablaremos aquí más abiertamente. Quizá podamos probar que no has venido en vano a esta tierra en busca de ayuda, como parecía ser el propósito de Gandalf. Pues se dice del Señor de los Galadrim que es el más sabio de los Elfos de la Tierra Media y un dispensador de dones que superan los poderes de los reyes. Ha residido en el oeste desde los tiempos del alba y he vivido con él innumerables años, pues crucé las montañas antes de la caída de Norgothrond o Gondolin y juntos hemos combatido durante siglos la larga derrota.
»Yo fui quien convocó por vez primera el Concilio Blanco, y si hubiera podido llevar adelante mis designios, Gandalf el Gris hubiese presidido la reunión y quizá las cosas hubieran pasado entonces de otro modo. Pero aún ahora queda alguna esperanza. No les aconsejaré que hagan esto o aquello. Pues si puedo ayudarlos no será con actos o maquinaciones, O decidiendo que tomen tal o cual rumbo, sino por el conocimiento de lo que ha sido y lo que es y en parte de lo que será. Pero te diré esto: tu misión marcha ahora por el filo de un cuchillo. Un solo pasó en falso y fracasará, para ruina de todos. Hay esperanzas sin embargo mientras todos los miembros de la Compañía continúen siendo fieles.
Y con estas palabras los miró a todos y en silencio escrutó el rostro de cada uno. Nadie excepto Legolas y Aragorn soportó mucho tiempo esta mirada. Sam enrojeció en seguida y bajó la cabeza. Erzebeth, simplemente aparto su rostro dejando salir en silencio algunas lágrimas. Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió. -Que sus corazones no se turben -dijo-. Esta noche dormirán en paz.
En seguida ellos suspiraron y se sintieron cansados de pronto, como si hubiesen sido interrogados a fondo mucho tiempo, aunque no se había dicho abiertamente ninguna palabra.
-Pueden irse -dijo Celeborn-. El dolor y los esfuerzos los han agotado. Aunque su misión no nos concerniese de cerca, podrán quedarse en la ciudad hasta que se sientan curados y recuperados. Ahora vallan a descansar y durante un tiempo no hablaremos de su camino futuro.- Todos se disponían a marcharse.
-Erzebeth- la detuvo el llamado de Galadriel- me gustaría platicar un momento más contigo.- La ninwen se quedo parada, mientras el resto de la compañía pasaba por su lado. Aragorn le dedico una sonrisa pero Erzebeth solo dejo salir más lágrimas de sus grises ojos.
Aquella noche la Compañía durmió en el suelo, para gran satisfacción de los hobbits. Los elfos prepararon para ellos un pabellón entre los árboles próximos a la fuente y allí pusieron unos lechos mullidos; luego murmuraron palabras de paz con dulces voces élficas y los dejaron. Durante un rato los viajeros hablaron de cómo habían pasado la noche anterior en las copas de los árboles, de la marcha del día, del Señor y de la Dama, pues no estaban todavía en ánimo de mirar más atrás.
-¿Por qué enrojeciste, Sam? -dijo Pippin-. Te turbaste en seguida. Cualquiera hubiese pensado que tenías mala conciencia. Espero que no haya sido nada peor que un plan retorcido para robarme una manta.
-Nunca pensé nada semejante -dijo Sam que no tenía ánimos para bromas- . Si quiere saberlo, me sentí como si no tuviera nada encima y no me gustó. Me pareció que ella estaba mirando dentro de mí y preguntándome qué haría yo si ella me diera la posibilidad de volver volando a la Comarca y a un bonito y pequeño agujero con un jardincito propio.
-Qué raro -dijo Merry-. Casi exactamente lo que yo sentí, sólo que... bueno, creo que no diré más -concluyó con una voz débil.
A todos ellos, parecía, les había ocurrido algo semejante: cada uno había sentido que se le ofrecía la oportunidad de elegir entre una oscuridad terrible que se extendía ante él y algo que deseaba entrañablemente, y para conseguirlo sólo tenía que apartarse del camino y dejar a otros el cumplimiento de la misión y la guerra contra Sauron.
-Y a mí me pareció también -dijo Gimli- que mi elección permanecería en secreto y que sólo yo lo sabría.
-Para mí fue algo muy extraño -dijo Boromir-. Quizá fue sólo una prueba y ella quería leernos el pensamiento con algún buen propósito, pero yo casi hubiera dicho que estaba tentándonos y ofreciéndonos algo que dependía de ella. No necesito decir que me rehusé a escuchar. Los hombres de Minas Tirith guardan la palabra empeñada.
Pero lo que le había ofrecido la Dama, Boromir no lo dijo. En cuanto a Frodo se negó a hablar, aunque Boromir lo acosó con preguntas.
-Te miró mucho tiempo, Portador del Anillo -dijo.
-Sí -dijo Frodo-, pero lo que me vino entonces a la mente ahí se quedará.
-Pues bien, ¡ten cuidado! -dijo Boromir-. No confío demasiado en esta Dama Elfica y en lo que se propone.
-¡No hables mal de la Dama Galadriel! -dijo Aragorn con severidad-. No sabes lo que dices. En ella y en esta tierra no hay ningún mal, a no ser que un hombre lo traiga aquí él mismo. Y entonces ¡que él se cuide! Pero esta noche y por vez primera desde que dejamos Rivendel dormiré sin ningún temor. ¡Y ojalá duerma profundamente y olvide un rato mi pena! Tengo el cuerpo y el corazón cansados.
-Aun no regresa Erzebeth- dijo Gimli acomodándose en su cama.- No dejo de llorar desde que entro al recinto, y la dama Galadriel tampoco la perdía de vista.- dijo- Me entristeció el corazón verla en ese estado
-si, a mí también me entristeció- dijo Aragorn- Aunque yo creo que no la veremos hasta mañana. Ella es una princesa y este era como otro hogar para ella, lo más probable es que le hayan preparado un flet para que descanse
-Legolas también es un príncipe, y de la raza de los elfos- dijo Boromir sentado en su cama- el también debería de tener un flet, y ¿qué me dices de Gimli? ¿Del portador del anillo? ¿Del heredero de Isindur?
- Erzebeth no corre peligro en la tierra de su madre- contesto Aragorn mirando al hombre de Gondor. En eso, unos cantos se comenzaron a oír por todo el lugar, había un tono de tristeza en la canción que cantaban, pero era hermoso escuchar esas voces.
-Un lamento por Gandalf- dijo Legolas mirando hacia la copa del árbol.
-¿Qué dicen?- pregunto Pippin
- no me considero bastante hábil- contesto- y para mí la pena está demasiado cerca, es un tema para las lágrimas, todavía no es una canción.- Todos permanecieron atentos al canto.
Fue Frodo el primero que expresó su dolor en palabras titubeantes. Pocas veces sentía el impulso de componer canciones o versos; aun en Rivendel había escuchado y no había cantado él mismo, aunque recordaba muchas cosas de otros. Pero ahora sentado junto a la fuente de Lórien y escuchando las voces de los elfos que hablaban de Gandalf, se le ocurrió una canción que a él le parecía hermosa, pero cuando trató de repetírsela a Sam sólo quedaron unos fragmentos, apagados como un manojo de flores marchitas.
Cuando la tarde era gris en la Comarca
se oían sus pasos en la colina;
y se iba antes del alba
en silencio a sitios remotos.
De las Tierras Asperas a la costa del este,
del desierto del norte a las lomas del sur,
por antros de dragones y puertas ocultas
y bosques oscuros iba a su antojo.
Con enanos y hobbits, con ellos y con hombres,
con gentes mortales e inmortales,
con pájaros en árboles y bestias en madrigueras,
en lenguas secretas hablaba.
Una espada mortal, una mano benigna,
una espalda que la carga doblaba;
una voz de trompeta, una antorcha encendida,
un peregrino fatigado.
Señor de sabiduría entronizado,
de cólera viva y de rápida risa;
un viejo de gastado sombrero
que se apoya en una vara espinosa.
Estuvo solo sobre el puente
desafiando al Fuego y la Sombra;
la vara se le quebró en la piedra,
y su sabiduría murió en Khazad-dûm.
-¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! -dijo Sam.
-No, temo que no -dijo Frodo-, pero no soy capaz de nada mejor.
-En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más, espero que diga una palabra de los fuegos de artificio. Algo así:
Los más hermosos fuegos nunca vistos:
estallaban en estrellas azules y verdes,
y después de los truenos un rocío de oro
caía como una lluvia de flores.
»Aunque esto no le hace justicia, lejos de eso.
-No, te lo dejo a ti, Sam. O quizás a Bilbo. Pero... bueno, no puedo seguir hablando. No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.
De las escaleras, venia bajando una figura vestida completamente de blanco. Al parecer, Erzebeth había recibido ropas de los Galadrim, y el vestido era realmente hermoso, pero no tanto para opacar la belleza de la mujer, pero si para resaltarla un poco más. Parecía que Erzebeth tenía luz propia, y con elegante paso se dirigió al resto de la compañía. La mujer paso de largo a todos y se dirigió a la fuente.
-¿Estás bien?- pregunto Aragorn acercándose para que nadie más escuchara.
-Erina esta aquí- contesto Erzebeth- quiere que valla a Pel Mbiril con ella.
-¿pero?- pregunto Aragorn al notar inseguridad en Erzebeth.
-si voy, querrá que me quede, y que no siga con ustedes, que no enfrente mas peligros y espere el fin- contesto. Los demás los veían con interés, querían saber de que hablaban, y al notar eso comenzaron a hablar en elfico.- sé que mi padre ha preparado esto, hay algo que no me cuadra en eso.
-Tal vez sea lo mejor
-¿Qué clase de reina seria yo entonces?- pregunto dejando sin palabras a Aragorn- ¿de qué les serviría tener una reina aferrada a un trono, si no se aferra a defender a su pueblo?- Aragorn le sonrió- yo defenderé la libertad hasta el final, pero prefiero ser recordada como la reina que lucho y no como la que llevo a la perdición a su pueblo por quedarse esperando el fin.
-Solo así hablan los altos señores, y tu Erzebeth hija de Artanis, estas por encima de ellos con estas palabras- dijo haciéndole una reverencia como muestra de su aprecio.
-tengo hasta mañana para darles una respuesta- dijo pensativa- pero mi decisión está tomada desde que salí de Rivendel. No pienso echarme para atrás, no ahora que la comunidad esta fracturada por la pérdida de Gandalf. Les diré que lo mejor será que esperen el regreso de la hija de Artanis cuando la sombra haya dejado de oscurecer los amaneceres, cuando la paz vuelva a reinar, cuando la esperanza no sea un sueño y se haga realidad- Aragorn admiraba más que nunca a Erzebeth, la mujer estaba demostrando más valor que cualquier otro guerrero en una situación de vida o muerte. Aunque la esperanza estuviera cada vez más lejos de ser una realidad, ella se mantendría firme en su decisión de ayudar a destruir el anillo- Les pediré que viajen hacia la tierra de mi padre, que esperen mi regreso o que partan con los elfos hacia los puertos grises, que viajen hacia el este, hasta las tierras prometidas, que se alejen de toda esta maldad.- entonces miro a las compañía del anillo- Mientras, yo enfrentare el destino de esta Tierra que es tanto tuyo como mío y de todos los seres que aquí vivimos. No puedo permitir que mi pueblo luche, no ahora que esta tan débil y a punto de su extinción.
-¿Extinción?- pregunto sorprendido Aragorn.
-Ya no quedan muchas- contesto con tristeza- desde que mi madre murió y yo viví lejos de esta responsabilidad que no quería asumir por miedo, muchas abandonaron estas tierras. Dice Erina que no sabe a dónde fueron, o que fue de las que se marcharon. Pero cada vez vivieron más aisladas del mundo, que ya no quedan muchas.- miro con gravedad a Aragorn- Creo que todo eso ha sido mi culpa.
-No- contesto Aragorn- Tú no has tenido nada que ver en eso. La única culpable de esto fue Galatia, ella fue la que quebró al pueblo de las ninwens traicionándolas y acabando con su reina. Pero lo único que no supo fue que la heredera resultaría ser alguien excepcional y que lucharía por su pueblo y por volver a levantar la gloria de este, gloria de la que se hablaba en antaño.
-Muchos secretos han quedado en el olvido- dijo con desanimo- ¿Qué gloria podría regresarle a mi pueblo? La medicina Ninwen ya no es tan buena como antes. Por suerte, mi madre me enseño tantas cosas y las conservo en mi mente hasta ahora, pero si muero, ¿Quién les enseñara nuevamente? Erina tampoco les ha enseñado esas artes a sus hijos, ¿Cómo lo hará con un pueblo entero? Las ninwens mas sabias y que sabían incluso el lenguaje, han dejado el lugar y algunas ya han dejado esta tierra en batallas de estos tiempos oscuros.
>> El arte de la guerra ya no es el mismo, creo que mi pueblo va en decadencia. Galadriel dice que ya no les importa nada más que tener hombres cerca para conquistarlos. La única arte que han conservado fueron el canto y el baile, pero ya no recitan canciones del tiempo de Aima y su pena de amor. Solo cantan canciones sin mucho significado ni historia. ¡Ay! Si mi madre viera en lo que se ha convertido nuestro pueblo entristecería mucho.- dio un suspiro y miro con tristeza hacia el agua de la fuente, en el, veía su reflejo y el de Aragorn- Solo por eso, tal vez me quedaría, tal vez. Pero en realidad necesito hacer esto, necesito garantizarles que hay vida, que no acabaremos esclavizadas por el enemigo. Hay mucho en juego, tal vez visite la ciudad mañana, pero no permaneceré más de un día, solo quiero que sepan que no están solas, que jamás abandonaría a mi pueblo. Pero si no hago esto quizás si lleguemos a la extinción.
-¿Y si caes en batalla?- pregunto Aragorn- se rompería la cadena.
-Los hijos de Erina podrían seguirla- contesto Erzebeth- yo no tengo una heredera para dejarle la carga. Ni siquiera tengo a alguien a mi lado...- Aragorn miro a Erzebeth, y después desvió su mirada hacia Legolas. El elfo fingía estar revisando sus flechas, era el único con un oído capas de escuchar sonidos lejanos y él hablaba el elfico. Pero al notar la mirada de Aragorn se sobresalto dejando caer torpemente todas sus flechas.- Se lo que estas pensando, Aragorn- dijo en lengua común-Pero yo no soy la que debe acercarse, porque yo no fui la que hice que nos alejáramos.- Legolas no pudo evitar soltar una risotada, y terminando de recoger su ultima flecha se fue del lugar bastante enojado.
-Los dos fueron culpables- dijo Aragorn serio- los dos contribuyeron a eso, pero si tu tampoco tuvieras un comportamiento infantil ya hubieras perdonado las situaciones del pasado y no guardarías rencor de hechos que pueden tener remedio si se hablan- Erzebeth quería protestar, pero en realidad se había quedado sin ningún argumento lo suficientemente cierto para defenderse- Y no digo que solo tú debes hacer eso, él también debe de dejar de ser tan orgulloso e intentar arreglar las cosas.- Aragorn bajo un poco su voz- Él ha cambiado, debes de suavizarte un poco. Tanto tú como él han ido demostrando muchos defectos durante el camino, y su orgullo es el peor y el que no los deja estar en paz. Nadie sabe qué fue lo que paso entre ustedes y pueden seguir ocultándolo si quieren, pero lo único que yo sé, es que es un desprecio sin fundamentos y lo único que hacen es desperdiciar su tiempo, y ya sea uno o el otro debe de dar el primer paso.
-¿crees que yo soy la que debo pedir las disculpas?- pregunto la mujer.- yo no tengo por qué
-¿Ves? ¿Ves lo que te digo?- cuestiono Aragorn- uno de los dos debe de ceder, y si no es él, por una vez en tu vida has algo dejando tu orgullo de lado y demostrando que sabes perdonar y pedir disculpas.
Legolas había vuelto con una vasija de plata, se detuvo y miro a Aragorn y a Erzebeth, los dos también lo miraban, aunque noto enseguida algo diferente en el rostro de la mujer. Aragorn beso en la frente a la ninwen y dirigiéndole unas últimas palabras se fue nuevamente a su cama. Erzebeth se giro hacia la fuente, y contemplo su reflejo, y detrás de este, se dibujo el del príncipe elfo. Se hizo a un lado para que este llenara la vasija y no se dijeron nada.
Legolas dejo a un lado la vasija, y contemplo el reflejo de las estrellas, pero no pudo evitar desviar su mirada a la hermosa mujer que se veía en la superficie también, que tenía más brillo aun que todas las estrellas juntas.
-yo
- dijeron los dos al mismo tiempo, y regresaron sus miradas al agua sintiéndose apenados.
-Erzebeth
-¿sí?- pregunto la mujer mirando al elfo.
-vallamos a otro sitio- dijo al notar las miradas curiosas de algunos de la compañía sobre ellos- aunque no tienen muy buen oído creo que están intentando sacar conclusiones.
-claro- afirmo la mujer mirando de reojo a Boromir y Gimli, que seguían muy de cerca los movimientos, expresiones y reacciones de los dos.- al parecer pueden leer nuestros labios.
Los dos se alejaron de ahí, y caminaron por largo rato bajo la luz de las estrellas. De tanto en tanto, Legolas volteaba a ver a Erzebeth, pero al notar que también lo miraba se giraba rápidamente y desviaba su mirada a cualquier lugar. Entraron a un hermoso y pequeño jardín, el rio pasaba por ahí y había un pequeño puente donde se detuvieron los dos y miraron el reflejo de las estrellas en la superficie del agua. Siguieron en silencio, solo mirando la superficie del rio que corría bajo ellos. Legolas parecía nervioso, y miraba el reflejo de la mujer, miraba cada detalle y lo bella que era.
-Si me miras mucho- dijo Erzebeth haciendo que Legolas se sobresaltara- me desgastare- Erzebeth sonrió divertida, por fin los dos se estaban mirando cara a cara.- Legolas- continuo borrando su sonrisa y adoptando una postura seria- Lamento mucho lo que dije y lo que hice en el pasado. Sé que te deje en vergüenza ante tu familia y pueblo, pero no me dejaste otra opción y
-Yo fui el que te lastimo.- la corto Legolas agachando su mirada- Tu solo hiciste lo que cualquiera en esa situación habría hecho. No saliste huyendo como lo conté. Eso lo dije sin pensarlo, por coraje. Soy el menor de los príncipes de mi reino, soy el menos importante en cuestiones políticas, ni siquiera me acerco un poco a ser heredero del trono
- dio un suspiro e hiso una larga y meditada pausa- Tú eras, una novedad, lo más sobresaliente que me podía pasar, eras mejor que cualquier mujer de mi reino, mejor aun que la prometida de mi hermano mayor, mejor que cualquier
-¿Me veías como un trofeo solamente?- pregunto la mujer escrutando el rostro del elfo- ¿algo superficial?
-Si- contesto avergonzado y bajando la vista nuevamente- Pero ahora me doy cuenta de lo tonto que fui, y es hasta estos momentos, durante este viaje que eh analizado todo, yo te lastime primero, yo no te supe valorar.
-Yo te veía con un sentimiento muy puro- contesto la mujer alzándole el rostro al elfo- yo jamás estuve enamorada de ninguno de tus hermanos como te hice creer. La verdad es que siempre me divertía mucho contigo, hasta que cambiaste. -hizo una pausa y busco la mirada azul de Legolas- Tu mirada era diferente, algo extraño se había apoderado de ti y entonces fue que descubrí el por qué del brillo de tus ojos y él porque me mirabas diferente- Legolas miro fijamente a Erzebeth- habías descubierto que yo no significaba nada en tu vida, y solo me habías "enamorado" para sobresalir de entre tus hermanos y por llamar la atención, pero tu amor no era sincero, y no me pertenecía como me hiciste creer.
-Lo siento
- dijo Legolas y se arrodillo frente a Erzebeth, abrazándola como un niño chiquito.
-Legolas- susurro Erzebeth acariciando la dorada cabellera del elfo- Yo también lo siento, siento mucho el haberte mentido, el haberte avergonzado frente a todos, el haberme alejado de ti.
Legolas seguía aferrado a Erzebeth, y en silencio dejo escapar una lagrima.
-Yo mismo me engañe- dijo- yo dije tantas cosas, hice tanto de lo que ahora me arrepiento. Jamás te desearía el mal, jamás me atrevería a dañarte, y no me perdonaría si algo te pasara. Pero algo que no me deja en paz, es cuando te dije frente a nuestros padres que te odiaba, cuando ni siquiera puedo expresar a alguien tan puro como tu ese sentimiento.
-Yo tampoco te odio- contesto Erzebeth levantándolo del suelo- te estimo demasiado, y si dolió debo admitirlo, pero los dos fuimos culpables por no permitirnos expresar nuestras intensiones por el motivo que haya sido. Esto será un nuevo comienzo para los dos- dijo regalándole una sonrisa- haremos como si nada hubiera ocurrido, volveremos a conocernos y dejar que las cosas fluyan y que pase lo que deba de pasar.
-suena fácil- dijo Legolas tomando la mano de Erzebeth.
-Es fácil- dijo Erzebeth acariciando la mejilla del elfo- A partir de hoy comienza una nueva historia, olvidemos el pasado y vivamos el presente para tener un futuro mejor
o por lo menos, intentar que exista un futuro. Los errores del pasado ya no marcaran nuestro presente, nunca más serán mencionados y haremos como si jamás hubieran pasado.- Los dos se sonrieron.
-Hola- dijo el elfo haciendo una reverencia- Soy Legolas
Cuando despertaron vieron que la luz del día se extendía sobre la hierba ante el pabellón y que el agua de la fuente se alzaba y caía refulgiendo a la luz del sol. Muy temprano, La Dama Galadriel fue hasta donde se encontraba la comunidad, pero no iba sola. Con ella venia una hermosa mujer, no se sabía la edad que esta tenia, pero adivinaron que era más joven que Galadriel.
Así conocieron a Erina, hermana menor de Artanis y la que resguardaba el trono de las ninwens. Su belleza no era superior a la de Erzebeth, pero esos ojos verdes hechizaban a quien los mirara. Con ella venia otra mujer joven, tal vez más joven que Erzebeth. Su apariencia era muy similar a la de Erina; cabello castaño, ojos verdes, piel un poco más clara que la de Erzebeth y un cuerpo frágil y hermoso. Boromir no pudo evitar perderse mirando a la joven, y ella tampoco se mostro indiferente con la presencia de él hombre de Gondor. En las mejillas de la mujer se podía ver un poco de color debido al encuentro de miradas con Boromir. Las dos mujeres vestían de blanco, Erina tenía el cabello adornado con trenzas entretejidas con tiras de plata, y una delgada tiara élfica reposaba en su cabeza. La joven en cambio llevaba el cabello suelto, y un pequeño broche plateado en forma de flor prendía del lado derecho un poco más arriba de su oreja.
-Erzebeth- llamo Galadriel, y la compañía dirigió su mirada a la joven- el momento ha llegado- dijo regalándole una sonrisa, poso su mirada en los grises ojos de Erzebeth y la sostuvo un rato. Aragorn adivino que estaba comunicándole algo por la expresión de Erzebeth.- Ella es Erina- dijo Galadriel dirigiéndose al resto de la compañía. Todos hicieron una reverencia ante la elegante mujer. Erina les sonrió.
-Un honor conocer a la compañía del anillo- dijo con una voz solemne y dulce a la vez- El portador tiene toda la protección y bendiciones de nuestro pueblo- dijo mirando fijamente a Frodo. Este se sintió un poco perturbado por la penetrante mirada de Erina, tan parecida a la de Galadriel. Frodo hizo una reverencia hincándose, y entonces Erina cambio su expresión a una más dulce y fue hasta el- No, Frodo de la Comarca- dijo levantándolo- Tu no me debes reverencia alguna. Llegara el día en que todos los pueblos libres de la Tierra Media nos arrodillaremos ante ti y los tuyos, y entonces serás tú el que recibirá las reverencias.
Aragorn hizo una leve inclinación con la cabeza cuando Erina pasara la mirada por él. Erina le sonrió fraternalmente, como si se conocieran de tiempo atrás. Entonces Galadriel poso su mano en el hombro de la joven que acompañaba a Erina.
-Ella es Enelya, hija de Erina y doncella de Pel Mbiril- la mujer hizo una inclinación con la cabeza como saludo, pero no pronuncio palabra alguna- Es la frágil flor de la ciudad de las ninwens, un tesoro de estos bosques.- Boromir no quito ni un momento su mirada de los ojos de la mujer. Enelya era muy hermosa, pero no lucia del todo fuerte como Erzebeth, ni poderosa como Erina o Galadriel, y se podía advertir tristeza en sus ojos.- Viajaran a Pel Mbiril, Erzebeth ira con ellas, quien guste acompañarlas puede hacerlo, pues nunca más volverán a estas tierras si la misión fracasa, y tal vez nunca miren la ciudad de cristal.
-Yo iré- dijo sin pensarlo Boromir. Enelya dibujo una sonrisa en su rostro pero no sostuvo su mirada con Boromir- Me gustaría llevarles un relato nuevo a mi pueblo, que sepan de la existencia de semejante ciudad, llena de belleza.
-Mi padre me ha contado muchos relatos acerca de la mágica y hechizante Pel Mbiril- dijo Gimli caminando hacia el frente- y yo le llevare un relato más.
-Y mis saludos- agrego Erina sonriente- Tu padre es un gran amigo de nuestro pueblo, pero ya no es tan seguro viajar hasta aquí y dejamos de verlo.
-¡Bien!- dijo Galadriel- es momento de partir entonces, si ya no hay mas acompañantes.
-Yo también voy- dijo al fin Legolas, Erzebeth lo miro incrédula y sonrió.
-Hijo de Thranduil- dijo Erina sonriente- Tu padre es un gran amigo también, tal vez nunca te platico historias que tiene con nuestro pueblo, por que los Elfos son más reservados en cuanto al trato con las ninwen, pero yo lo conocí cuando aún era muy joven.
-Menciono alguna vez su nombre- contesto Legolas- pero él jamás ha ocultado su gran aprecio por las ninwens, en especial por Artanis que la conoció en vida y siempre tuvo una admiración por ella.- Erina le sonrió y no se dijo más. Se encaminaron entonces hacia Pel Mbiril y regresarían hasta el día siguiente.
El resto de la compañía recorrió Caras Galadon y conoció cada rincón de la hermosa ciudad élfica. La noche llego nuevamente y apreciaron las estrellas sintiéndose un poco mas aliviados. Aragorn permaneció distante, y entonaba canciones elficas con toque le melancolía. Llego el siguiente día, y cuando la tarde estaba a punto de llegar a su fin para que la noche volviera a entrar, la compañía se volvió a reunir.
Regresaron de Pel Mbiril, pero Erina ya no les había acompañado en el viaje de regreso. Legolas contaba lo que sus ojos habían visto en aquel lugar, la belleza de la arquitectura similar en algunas cosas a la de los elfos. Gimli tenía un toque de melancolía en su voz, el haber visto por primera y última vez tan hermosas ciudad lo entristecía. Boromir no estaba donde la compañía, caminaba con aire soñador, pero no andaba solo. La hermosa doncella Enelya los había acompañado de regreso a Caras Galadon, y se quedaría ahí hasta que la compañía partiera.
Erzebeth permaneció distante del resto, y mientras Gimli y Legolas contaban su experiencia Aragorn fue hasta ella.
-Partirán a Rivendel- dijo Erzebeth sin ni siquiera mirarlo- se irán a los puertos con la gente de Rivendel.- miro a Aragorn y sonrió amargamente- es momento de que mi pueblo valla hasta Nessa, y ella se sentirá alegre de recibir a sus hijas.
-¿Y su reina?- pregunto Aragorn.
-Yo estoy atada a la suerte del anillo- contesto Erzebeth- ahora su reina es Erina, yo renuncie al título desde que abandone a mi pueblo, ahora quiero compensar eso dejando a Erina a cargo como siempre debió ser, y luchare hasta mi último aliento por que las ninwens sean recordadas y no caigamos en el olvido.
-Tú siempre serás la reina- dijo Aragorn posando su mano sobre el hombro de Erzebeth- y ten por seguro que tu pueblo será recordado en canciones que se escribirán en tu honor, la reina ninwen que dejo a su pueblo para luchar por la libertad del lugar que mas amaba: la Tierra Media.- Erzebeth dejo escapar una lagrima y abrazo fuertemente a Aragorn.
Se quedaron algunos días en Lothlórien, o por lo menos eso fue lo que ellos pudieron decir o recordar más tarde. Todo el tiempo que estuvieron allí brilló el sol, excepto en los momentos en que caía una lluvia suave que dejaba todas las cosas nuevas y limpias. El aire era fresco y dulce, como si estuviesen a principios de la primavera, y sin embargo sentían alrededor la profunda y reflexiva quietud del invierno. Les pareció que casi no tenían otra ocupación que comer y beber y descansar y pasearse entre los árboles; y esto era suficiente.
No habían vuelto a ver al Señor y a la Dama y apenas conversaban con el resto de los elfos, pues eran pocos los que hablaban otra cosa que la lengua silvana. Haldir se había despedido de ellos y había vuelto a las defensas del norte, muy vigiladas ahora luego que la Compañía había traído aquellas noticias de Moria. Legolas pasaba muchas horas con los Galadrim y ya no durmió con sus compañeros, aunque regresaba a comer y hablar con ellos. A menudo se llevaba a Gimli para que lo acompañara en algún paseo y a los otros les asombró este cambio. Boromir y Enelya pasaban los días juntos, y solo los veian cuando comían o andaban cerca de donde estaban los demás.
Ahora, cuando los compañeros estaban sentados o caminaban juntos, hablaban de Gandalf y todo lo que cada uno había sabido o visto de él les venía claramente a la memoria. A medida que se curaban las heridas y el cansancio del cuerpo, el dolor de la pérdida de Gandalf se hacía más agudo. A menudo oían voces élficas que cantaban cerca y eran canciones que lamentaban la caída del mago, pues alcanzaban a oír su nombre entre palabras dulces y tristes que no entendían.
Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo. Los dos se sentían de nuevo inquietos. La sombra de la partida había caído de pronto sobre Frodo; sabía de algún modo que no faltaba mucho tiempo para que tuvieran que dejar Lothlórien.
-¿Qué piensas ahora de los elfos, Sam? - dijo -. Ya una vez te hice esta pregunta, hace tanto tiempo, parece; pero los has visto mucho más desde entonces.
-¡Muy cierto! - dijo Sam -. Y yo diría que hay elfos y elfos. Todos son bastante élficos, pero no iguales. Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o sin hogar y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún que los hobbits a la Comarca. No sé si hicieron el país o si el país los hizo a ellos, es difícil decirlo, si usted me entiende. Hay una tranquilidad maravillosa aquí. Se diría que no pasa nada y que nadie quiere que pase. Si se trata de alguna magia está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así decir.
-Puedes sentirla y verla en todas partes -dijo Frodo.
-Bueno -dijo Sam-, no se ve a nadie trabajando en eso. Ningún fuego de artificio, como el pobre viejo Gandalf acostumbraba mostrar. Me pregunto por qué no hemos vuelto a ver al Señor y a la Dama en todos estos días. Se me ocurre que ella podría hacer algunas cosas maravillosas, si quisiera. ¡Me gustaría tanto ver alguna magia élfica, señor Frodo!
-A mí no -dijo Frodo-. Estoy satisfecho. Y no echo de menos los fuegos artificiales de Gandalf, pero sí sus cejas espesas y su cólera y su voz.
-Tiene razón -dijo Sam-. Y no crea que estoy buscando defectos. Siempre he querido ver un poco de magia, como esa de que se habla en las viejas historias, pero nunca supe de una tierra mejor que ésta. Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende. No quiero irme. De todos modos, estoy empezando a sentir que si tenemos que irnos lo mejor sería irse en seguida.
»El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse, como decía mi padre. Y no creo que estas gentes puedan ayudarnos mucho más, magia y no magia. Estoy pensando que cuando dejemos estas tierras extrañaremos a Gandalf más que nunca.
-Temo que eso sea demasiado cierto, Sam -dijo Frodo-. Sin embargo espero de veras que antes de irnos podamos ver de nuevo a la Dama de los elfos.
Estaban todavía hablando cuando vieron que la Dama Galadriel se acercaba como respondiendo a las palabras de Frodo. Alta y blanca y hermosa, caminaba entre los árboles. No les habló, pero les indicó que se acercaran.
Volviéndose, la Dama Galadriel los condujo hacia las faldas del sur de Caras Galadon y luego de cruzar una cerca verde y alta entraron en un jardín cerrado. No tenía árboles y el cielo se abría sobre él. La estrella de la tarde se había levantado y brillaba como un fuego blanco sobre los bosques del oeste.
Descendiendo por una larga escalera, la Dama entró en una profunda cavidad verde, por la que corría murmullando la corriente de plata que nacía en la fuente de la colina. En el fondo de la cavidad, sobre un pedestal bajo, esculpido como un árbol frondoso, había un pilón de plata, ancho y poco profundo, y al lado un jarro también de plata.
Galadriel llenó el pilón hasta el borde con agua del arroyo y sopló encima, y cuando el agua se serenó otra vez les habló a los hobbits.
-He aquí el Espejo de Galadriel -dijo-. Los he traído aquí para que miren, si quieren hacerlo.
El aire estaba muy tranquilo y el valle oscuro, y la Dama era alta y pálida.
-¿Qué buscaremos y qué veremos? -preguntó Frodo con un temor reverente.
-Puedo ordenarle al espejo que revele muchas cosas -respondió ella- y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el espejo muestra también cosas que no se le piden y éstas son a menudo más extravías y más provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?
Frodo no respondió.
-¿Y tú? -dijo ella volviéndose a Sam-. Pues esto es lo que tu gente llama magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la misma palabra para hablar de los engaños del enemigo. Pero ésta, si quieres, es la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los elfos?
-Sí -dijo estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad-. Echaré una mirada, Señora, si me permite.
En un aparte le dijo a Frodo:
-No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa. He estado tanto tiempo fuera. Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no entenderé.
-Lo más probable -dijo la Dama con una sonrisa dulce-. Pero acércate y verás lo que puedas. ¡No toques el agua!
Sam subió al pedestal y se inclinó sobre el pilón. El agua parecía dura y sombría y reflejaba las estrellas.
-Hay sólo estrellas, como pensé -dijo.
Casi en seguida se sobresaltó y contuvo el aliento pues las estrellas se extinguían. Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el espejo se volvió gris y luego se aclaró. El sol brillaba y las ramas de los árboles se movían en el viento. Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y oscuro. Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y subiendo por una interminable escalera de caracol.
Se le ocurrió de pronto que estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué. Como un sueño la visión cambió y volvió atrás y mostró de nuevo los árboles. Pero esta vez no estaban tan cerca y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían ruidosamente al suelo.
-¡Eh! - gritó Sam indignado -. Ahí está ese Ted Arenas derribando los árboles que no tendría que derribar. Son los árboles de la avenida que está más allá del Molino y que dan sombra al camino de Delagua. Si tuviera a ese Ted a mano, ¡lo derribaría a él!
Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido y que estaban levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos. Había mucha gente trabajando. Una chimenea alta y roja se erguía muy cerca. Un humo negro nubló la superficie del espejo.
-Hay algo malo que opera en la Comarca -dijo-. Elrond lo sabía bien cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. -De pronto Sam dio un grito y saltó hacia atrás.- No puedo quedarme aquí -gritó desesperado-. Tengo que volver. Han socavado Bolsón de Tirada y allá va mi pobre padre colina abajo llevando todas sus cosas en una carretilla. ¡Tengo que volver!
-No puedes volver solo -dijo la Dama-. No deseabas volver sin tu amo antes de mirar en el espejo y sin embargo sabías que podía ocurrir algo malo en la Comarca. Recuerda que el espejo muestra muchas cosas y que algunas no han ocurrido aún. Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miran las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas. El espejo es peligroso como guía de conducta.
Sam se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza.
-Desearía no haber venido nunca aquí y no quiero ver más magias -dijo y calló un rato. Luego habló trabajosamente, como conteniendo el llanto-. No, volveré por el camino largo junto con el señor Frodo, o no volveré. Pero espero volver algún día. Si lo que he visto llega a ser cierto, ¡alguien la pasará muy mal!
-¿Quieres mirar tú ahora, Frodo? -dijo la Dama Galadriel-. No deseabas ver la magia de los elfos y estabas satisfecho.
-¿Me aconseja mirar? -preguntó Frodo.
-No -dijo ella-. No te aconsejo ni una cosa ni otra. No soy una consejera. Quizás aprendas algo y lo que veas, sea bueno o malo, puede ser de provecho, o no. Ver es a la vez conveniente y peligroso. Creo sin embargo, Frodo, que tienes bastante coraje y sabiduría para correr el riesgo, o no te hubiera traído aquí. ¡Haz como quieras!
-Miraré -dijo Frodo y subiendo al pedestal se inclinó sobre el agua oscura.
En seguida el espejo se aclaró y Frodo vio un paisaje crepuscular. Unas montañas oscuras asomaban a lo lejos contra un cielo pálido. Un camino largo y gris se alejaba serpenteando hasta perderse de vista. Allá lejos venía una figura descendiendo lentamente por el camino, débil y pequeña al principio, pero creciendo y aclarándose a medida que se acercaba. De pronto Frodo advirtió que la figura le recordaba a Gandalf. Iba a pronunciar en voz alta el nombre del mago cuando vio que la figura estaba vestida de blanco y no de gris (un blanco que brillaba débilmente en el atardecer) y que en la mano llevaba un báculo blanco. La cabeza estaba tan inclinada que Frodo no le veía la cara, y al fin la figura tomó una curva del camino y desapareció de la vista del espejo. Una duda entró en la mente de Frodo: ¿era ésta una imagen de Gandalf en uno de sus muchos viajes solitarios de otro tiempo, o era Saruman? La visión cambió. Breve y pequeña pero muy vívida alcanzó a ver una imagen de Bilbo que iba y venía nerviosamente por su cuarto. La mesa estaba cubierta de papeles en desorden; la lluvia golpeaba las ventanas. Luego hubo una pausa y en seguida siguieron unas escenas rápidas y Frodo supo de algún modo que eran partes de una gran historia en la que él mismo estaba envuelto. La niebla se aclaró y vio algo que nunca había visto antes pero que reconoció en seguida: el Mar. La oscuridad cayó. El mar se encrespó y se alborotó en una tormenta. Luego vio contra el sol, que se hundía rojo como sangre en jirones de nubes, la silueta negra de un alto navío de velas desgarradas que venía del oeste. Luego un río ancho que cruzaba una ciudad populosa. Luego una fortaleza blanca con siete torres. Y luego otra vez la nave de velas negras, pero ahora era de mañana y el agua reflejaba la luz, y una bandera con el emblema de una torre blanca brillaba al sol. Se alzó un humo como de fuego y batalla y el sol descendió de nuevo envuelto en llamas rojas y se desvaneció en una bruma gris; y un barco pequeño se perdió en la bruma con luces temblorosas. Desapareció y Frodo suspiró y se dispuso a retirarse.
Pero de pronto el espejo se oscureció del todo, como si se hubiera abierto un agujero en el mundo visible, y Frodo se quedó mirando el vacío. En ese abismo negro apareció un Ojo, que creció lentamente, hasta que al fin llenó casi todo el espejo. Tan terrible era que Frodo se quedó como clavado al suelo, incapaz de gritar o de apartar la mirada. El Ojo estaba rodeado de fuego, pero él mismo era vidrioso, amarillo como el ojo de un gato, vigilante y fijo, y la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada.
Luego el Ojo comenzó a moverse, buscando aquí y allá y Frodo supo con seguridad y horror que él, Frodo, era un de esas muchas cosas que el Ojo buscaba. Pero supo también que el Ojo no podía verlo, no todavía, a menos que él mismo así lo desease. El Anillo que le colgaba del cuello se hizo pesado, más pesado que una gran piedra y lo obligó a inclinar la cabeza sobre el pecho. Pareció que el espejo se calentaba y unas volutas de vapor flotaron sobre el agua. Frodo se deslizó hacia adelante.
-¡No toques el agua! -le dijo dulcemente la Dama Galadriel. La visión desapareció y Frodo se encontró mirando las frías estrellas que titilaban en el pilón. Dio un paso atrás temblando de pies a cabeza y miró a la Dama. -Sé lo que viste al final -dijo ella - pues está también en mi mente. ¡No temas! Pero no pienses que el país de Lothlórien resiste y se defiende del enemigo sólo con cantos en los árboles, o con las débiles flechas de los arcos élficos. Te digo, Frodo, que aún mientras te hablo, veo al Señor Oscuro y sé lo que piensa, o al menos lo que piensa en relación con los elfos. Y él está siempre tanteando, queriendo verme y conocer mis propios pensamientos. ¡Pero la puerta está siempre cerrada!
La Dama levantó los brazos blancos y extendió las manos hacia el este en un ademán de rechazo y negativa. Eärendil, la Estrella de la Tarde, la más amada de los elfos, brillaba clara allá en lo alto. Tan brillante era que la figura de la Dama echaba una sombra débil en la hierba. Los rayos se reflejaban en un anillo que ella tenía en el dedo y allí resplandecía como oro pulido recubierto de una luz de plata, y una piedra blanca relucía en él como si la Estrella de la Tarde hubiera venido a apoyarse en la mano de la Dama Galadriel. Frodo miró el anillo con un respetuoso temor, pues de pronto le pareció que entendía.
-Sí -dijo ella adivinando los pensamientos de Frodo-, no está permitido hablar de él y Elrond tampoco pudo. Pero no es posible ocultárselo al Portador del Anillo y a alguien que ha visto el Ojo. En verdad, en el país de Lórien y en el dedo de Galadriel está uno de los Tres. Este es Nenya, el Anillo de Diamante, y yo soy quien lo guarda.
»El lo sospecha, pero no lo sabe aún. ¿Entiendes ahora por qué tu venida era para nosotros como un primer paso en el cumplimiento del Destino? Pues si fracasas, caeremos indefensos en manos del enemigo. Pero si triunfas, nuestro poder decrecerá y Lothlórien se debilitará, y las marcas del Tiempo la borrarán de la faz de la tierra. Tenemos que partir hacia el oeste, o transformarnos en un pueblo rústico que vive en cañadas y cuevas, condenados lentamente a olvidar y a ser olvidados.
Frodo bajó la cabeza. -¿Y usted qué desea?
-Que se cumpla lo que ha de cumplirse -dijo ella-. El amor de los elfos por esta tierra en que viven y por las obras que llevan a cabo es más profundo que las profundidades del mar, y el dolor que ellos sienten es imperecedero y nunca se apaciguará. Sin embargo, lo abandonarán todo antes que someterse a Sauron, pues ahora lo conocen. Del destino de Lothlórien no eres responsable, pero sí del cumplimiento de tu misión. Sin embargo desearía, si sirviera de algo, que el Anillo Unico no hubiese sido forjado jamás, o que nunca hubiese sido encontrado.
-Es prudente, intrépida y hermosa, Dama Galadriel - dijo Frodo y le daré el Anillo Unico, si me lo pide. Para mí es algo demasiado grande.
Galadriel rió de pronto con una risa clara.
-La Dama Galadriel es quizá prudente -dijo-, pero ha encontrado quien la iguale en cortesía. Te has vengado gentilmente de la prueba a que sometí tu corazón en nuestro primer encuentro. Comienzas a ver claro. No niego que mi corazón ha deseado pedirte lo que ahora me ofreces. Durante muchos largos años me he preguntado qué haría si el Gran Anillo llegara alguna vez a mis manos, ¡y mira!, está ahora a mi alcance. El mal que fue planeado hace ya mucho tiempo sigue actuando de distintos modos, ya sea que Sauron resista o caiga. ¿No hubiera sido una noble acción, que aumentaría el crédito del Anillo, si se lo hubiera arrebatado a mi huésped por la fuerza o el miedo?
»Y ahora al fin llega. ¡Me darás libremente el Anillo! En el sitio del Señor Oscuro instalarás una Reina. ¡Y yo no seré oscura sino hermosa y terrible como la Mañana y la Noche! ¡Hermosa como el Mar y el Sol y la Nieve en la Montaña! ¡Terrible como la Tempestad y el Relámpago! Más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán y desesperarán!
Galadriel alzó la mano y del anillo que llevaba brotó una luz que la iluminó a ella sola, dejando todo el resto en la oscuridad. Se irguió ante Frodo y pareció que tenía de pronto una altura inconmensurable y una belleza irresistible, adorable y tremenda. En seguida dejó caer la mano, y la luz se extinguió y ella rió de nuevo, y he aquí que fue otra vez una delgada mujer elfa, vestida sencillamente de blanco, de voz dulce y triste.
-He pasado la prueba -dijo-. Me iré empequeñeciendo, marcharé al oeste y continuaré siendo Galadriel.
Permanecieron largo rato en silencio. Al fin la Dama habló otra vez. - Volvamos -dijo-. Tienes que partir en la mañana, pues ya hemos elegido y las mareas del destino están subiendo.
-Quisiera preguntarle algo antes de partir -dijo Frodo-, algo que ya quise preguntárselo a Gandalf en Rivendel. Se me ha permitido llevar el Anillo Unico. ¿Por qué no puedo ver todos los otros y conocer los pensamientos de quienes los usan?
-No lo has intentado -dijo ella-. Desde que tienes el Anillo sólo te lo has puesto tres veces. ¡No lo intentes! Te destruiría. ¿No te dijo Gandalf que los Anillos dan poder de acuerdo con las condiciones de cada poseedor? Antes que puedas utilizar ese poder tendrás que ser mucho más fuerte y entrenar tu voluntad en el dominio de los otros. Y aun así, como Portador del Anillo y como alguien que se lo ha puesto en el dedo y ha visto lo que está oculto, tus ojos han llegado a ser penetrantes. Has leído en mis pensamientos más claramente que muchos que se titulan sabios. Viste el Ojo de aquel que tiene los Siete y los Nueve. ¿Y no reconociste el anillo que llevo en el dedo? ¿Viste tú mi anillo? -preguntó volviéndose hacia Sam.
-No, Señora -respondió Sam-. Para decir la verdad, me preguntaba de qué estaban hablando. Vi una estrella a través del dedo de usted. Pero si me permiten que hable francamente, creo que mi amo tiene razón. Yo desearía que tomara usted el Anillo. Pondría usted las cosas en su lugar. Impediría que molestasen a mi padre y que lo echaran a la calle. Haría pagar a algunos por los sucios trabajos en que han estado metidos.
-Sí -dijo ella-. Así sería al principio. Pero luego sobrevendrían otras cosas, lamentablemente. No hablemos más. ¡Vamos!
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Espero sus comentarios!! Besos a todos!!
Este es mi regalo del día del amor y la amistad para todos mis queridos lectores y amigos que han seguido esta historia que ahora si ya esta a punto de acabar.
Este capitulo lo iba a subir hasta el martes, pero pues ya esta terminada la comunidad del anillo y ya empeze con las dos torres, y pues para ya no demorar más, aqui esta el ante penultimo capitulo.
Los quiero Mucho y les mando un abrazo por este dia tan especial!!! Feliz día, y para los que no les gusta este día, Feliz día de la mercadotecniaaa!! jajajajaja
Besos.
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Aquella noche la Compañía fue convocada de nuevo a la cámara de Celeborn y allí el Señor y la Dama los recibieron con palabras amables. Erina se encontraba también, y a su lado estaba su hija y un hermoso joven que miraba fijamente a Erzebeth y no le perdía de vista. Al fin Celeborn habló de la partida.
-Ha llegado la hora -dijo - en que aquellos que desean continuar la misión tendrán que mostrarse duros de corazón y dejar este país. Aquellos que no quieren ir más adelante pueden permanecer aquí, durante un tiempo. Pero se queden o se vayan, nadie estará seguro de tener paz. Pues hemos llegado al borde del precipicio del destino. Aquellos que así lo deseen podrán esperar aquí a la hora en que los caminos del mundo se abran de nuevo para todos, o a que sean convocados en última instancia en auxilio de Lórien. Podrán entonces volver a sus propios países, o marchar al largo descanso de quienes caen en la batalla.
Hubo un silencio.
-Todos han resuelto seguir adelante -dijo Galadriel mirándolos a los ojos.
-En cuanto a mí -dijo Boromir-, podría permanecer aquí, y no seguir adelante- dijo Mirando a la hermosa ninwen castaña, ella sonrió ante aquel comentario. El joven que hasta ese momento miraba a Erzebeth, desvió su mirada al hombre de Gondor, y lo miro con repentino celo.- Aunque, por ahora, lo único que quiero es seguir y el camino de regreso está adelante y no atrás.
-Es cierto -dijo Celeborn-, ¿pero irá contigo toda la Compañía hasta Minas Tirith?
-No hemos decidido aún qué curso seguiremos -dijo Aragorn-. No sé qué pensaba hacer Gandalf más allá de Lothlórien. Creo en verdad que ni siquiera él tenía un propósito claro.
-Quizá no -dijo Celeborn-, sin embargo cuando dejen esta tierra habrán de tener en cuenta el Río Grande. Como algunos de ustedes lo saben bien, ningún viajero con equipaje puede cruzarlo entre Lórien y Gondor, excepto en bote. ¿Y acaso no han sido destruidos los puentes de Osgiliath y no están todos los embarcaderos en manos del enemigo?
»¿Por qué lado viajaran? El camino de Minas Tirith corre por este lado, al oeste; pero el camino directo de la misión va por el este del río, la orilla más oscura. ¿Qué orilla seguirán?
-Si mi consejo vale de algo, yo elegiría la orilla occidental, el camino a Minas Tirith -respondió Boromir-. Pero no soy el jefe de la Compañía.
Los otros no dijeron nada y Aragorn parecía indeciso y preocupado. -Ya veo que todavía no saben qué hacer -dijo Celeborn-. No me corresponde elegir por ustedes, pero los ayudaré en lo que pueda. Hay entre ustedes algunos capaces de manejar una embarcación.: Legolas, cuya gente conoce el rápido Río del Bosque; y Boromir de Gondor y Aragorn el viajero.
-Yo también puedo llevar un bote- dijo Erzebeth con un tono de sugerencia y reclamo.- mi gente anda en embarcaciones por la ciudad, yo aprendí ahí como dirigir un bote.
-Pero aprendiste mejor a domar caballos y andar en ellos-contesto Celeborn-Eres fuerte y ágil, pero creo que será mejor que los hombres se encarguen de eso.
-¡Y un hobbit! -gritó Merry-. No todos nosotros pensamos que los botes son caballos salvajes. Mi gente vive a orillas del Brandivino.
-Muy bien -dijo Celeborn-. Entonces proveeré de embarcaciones a la Compañía. Serán pequeñas y livianas, pues si van lejos por el Río, habrá sitios donde tendrán que transportarlas. Llegaran a los rápidos de Sarn Gebir y quizás al fin a los grandes saltos de Rauros donde el Río cae atronando desde Nen Hithoel; y hay otros peligros. Las embarcaciones harán que su viaje sea menos trabajoso por un tiempo. Sin embargo, no les aconsejarán: al fin tendrán que dejarlas a ellas y al río y marchar hacia el oeste, o el este.
Aragorn agradeció a Celeborn repetidas veces. La noticia de los botes lo tranquilizó, pues durante unos días no sería necesario decidir el curso. Los otros parecían también más esperanzados. Cualesquiera fuesen los peligros que los esperaban allá adelante, parecía mejor ir a encontrarlos navegando el ancho Anduin aguas abajo que caminar trabajosamente con las espaldas dobladas. Sólo Sam titubeaba: él por lo menos pensaba aún que los botes eran tan malos como los caballos salvajes, si no peores y no todos los peligros a los que había sobrevivido le habían probado lo contrario.
-Todo estará preparado para ustedes y los esperaraen el puerto antes del mediodía -dijo Celeborn-. Les enviaré a mi gente en la mañana para que los ayude en los preparativos del viaje. Ahora les desearemos a todos buenas noches y un sueño tranquilo.
-¡Buenas noches, amigos Míos!-dijo Galadriel-. ¡Duerman en paz! No se preocupen demasiado esta noche pensando en el camino. Pues los caminos que seguirán ya se extienden quizás a sus pies, aunque no los vean aún. ¡Buenas noches!
La Compañía se despidió y regresó al pabellón. Legolas fue con ellos, pues ésta era la última noche que pasarían en Lothlórien y a pesar de las palabras de Galadriel deseaban estar todos juntos y discutir los pormenores del viaje. Erzebeth se quedo un rato más con Galadriel y Erina. En la mente de algunos miembros de la compañía se formaba la duda de quién era el joven que acompañaba a Erina, y el por qué miraba de esa forma a Erzebeth
Cuando estuvieron todos juntos, hablaron durante largo tiempo de lo que harían y cómo llevarían a cabo la misión que concernía al Anillo; pero no llegaron a ninguna decisión. Era obvio que la mayoría deseaba ir primero a Minas Tirith y escapar así al menos por un tiempo al terror del enemigo. Estaban dispuestos a seguir a un guía hasta la otra orilla y aun entrar en las sombras de Mordor, pero Frodo callaba y Aragorn vacilaba todavía.
El plan de Aragorn, mientras Gandalf estaba aún con ellos, había sido ir con Boromir y ayudar a la liberación de Gondor. Pues creía que el mensaje del sueño era un mandato y que había llegado al fin la hora en que el heredero de Elendil aparecería para luchar contra el dominio de Sauron. Pero en Moria había tenido que tomar la carga de Gandalf y sabía que ahora no podía dejar de lado el Anillo, si Frodo se negaba a ir con Boromir. ¿Y sin embargo de qué modo podría él, o cualquier otro de la Compañía, ayudar a Frodo, salvo acompañándolo a ciegas a la oscuridad?
-Iré a Minas Tirith, sólo si fuera necesario, pues es mi deber -dijo Boromir y luego calló un rato, sentado y con los ojos clavados en Frodo, como si tratara de leer los pensamientos del mediano. Al fin retomó la palabra, como discutiendo consigo mismo-. Si sólo te propones destruir el Anillo -dijo-, la guerra y las armas no servirán de mucho y los Hombres de Minas Tirith no podrán ayudarte. Pero si deseas destruir el poder armado del Señor Oscuro, sería una locura entrar sin fuerzas en esos dominios y una locura sacrificar...- Se interrumpió de pronto, como si hubiese advertido que estaba pensando en voz alta.- Sería una locura sacrificar vidas, quiero decir -concluyó-. Se trata de elegir entre defender una plaza fortificada y marchar directamente hacia la muerte. Al menos, así es como yo lo veo.
Frodo notó algo nuevo y extraño en los ojos de Boromir y lo miró con atención. Lo que Boromir acababa de decir no era lo que él pensaba, evidentemente. Sería una locura sacrificar ¿qué? ¿El Anillo de Poder? Boromir había dicho algo parecido en el Concilio, aunque había aceptado entonces la corrección de Elrond. Frodo miró a Aragorn, pero el montaraz parecía hundido en sus propios pensamientos y no daba muestras de haber oído las palabras de Boromir. Y así terminó la discusión. Merry y Pippin ya estaban dormidos y Sam cabeceaba. La noche envejecía.
-Minas Tirith no es la opción- dijo Erzebeth por lo bajo, cuando la mayoría de la compañía dormía ya- Boromir no quiere destruir el anillo, eso es claro.- miro de reojo, pero Boromir había desaparecido en la oscuridad, y los que aun estaban despiertos sabían con quien había ido.- No podemos desviarnos de nuestra misión, no podemos fracasar, no podemos fallar, el destino de la Tierra Media depende de esto, y de que el portador siga teniendo el coraje para seguir.
-Tienes razón- contesto distante Aragorn, aun sumido en sus pensamientos- pero por el momento no podemos tomar conclusiones, pues aun no sabemos lo que nos espera una vez que hayamos salido de aquí.- volteo a ver a Erzebeth, la mujer lo miraba con insistencia, pero permaneció tranquila- No sabemos si el camino que creamos correcto sea el más fácil, y por lo general, lo que creemos fácil no siempre es lo mejor.
-Te seguiré hasta el final, te seguiré aunque el camino nos lleve por sendas peligrosas- dijo Erzebeth sonriéndole amorosamente- Te seguiré hasta el final aunque el corazón me diga que no siga.
-Entonces no deberías seguirme- contesto Aragorn devolviéndole la sonrisa- tu corazón nunca falla.- Hizo una pausa, y los dos permanecieron en silencio un rato.- Tu primo tiene una mirada muy fuerte- dijo al fin, rompiendo el silencio- tanto, que si fueran espadas ya te habría asesinado, o por lo menos herido. Boromir tal vez estaría muerto con el comentario que hizo- se burlo provocando la risa de la mujer.
-quería venir con nosotros- dijo Erzebeth desviando su mirada a cierto elfo que acababa de pasar.- pero mi pueblo necesita de hombres fuertes en su camino a Rivendel.
-Legolas estaba celoso- agrego Aragorn al notar la mirada desviada de la ninwen, pero pronto esta se giro a verlo gravemente- No sabía que se trataba de tu primo, al principio creyó que te miraba porque estaba enamorado de ti como casi todos los elfos del lugar- se burlo Aragorn-, después se preocupo por qué noto que te miraba con cierto enojo. Yo también estaba preocupado por cómo te miraba debo admitir.
-Se enojo bastante- dijo Erzebeth mirando hacia el cielo- Así me enojaba yo también con mi padre cuando no me dejaba hacer algo- dijo con una sonrisa, pero su voz era melancólica- ¿crees que el también este mirando las mismas estrellas?- pregunto inocentemente.
-sí.- Contesto con un suspiro Aragorn, pues a su mente había llegado la imagen de la estrella que más amaba.
-Arwen también mira el cielo en este momento- dijo Erzebeth como leyéndole el pensamiento, Aragorn la miro sorprendido- Ella mirara el cielo todas las noches, porque sabe que tu también lo estarás mirando y así estarán juntos los dos.- Aragorn no dijo nada, solo dibujo una sonrisa en su rostro y miro nuevamente hacia el cielo.
-He notado un cambio entre Legolas y tú- dijo Aragorn sin despegar la vista del cielo- arreglaron sus problemas por lo que veo.
-Es curioso- dijo Erzebeth- Pero el día que llegamos aquí, cuando Galadriel entro en la mente de todos, No solo me hablo del destino de las ninwens, también hizo una insinuación de dos hombres que estarán en mi vida, uno ya lo conozco y el otro lo conoceré, no sé exactamente a qué se refería, no sé de quienes hablaba, o a que llegaran a mi vida estos dos hombres.- después de un largo silencio, la mujer se sonto a reír- los dos buscaran protegerme
que tontería. Los Elfos siempre con enigmas, porque no dicen las cosas claras.
-Bueno, las ninwens también hablan con enigmas- se rió Aragorn mirando a la mujer- Lo de los arboles no lo advertí a la primera- volvieron a guardar silencio y escuchar los sonidos de la noche- Luces hermosa con vestidos, lástima que mañana dejaras de usarlos nuevamente, tal vez Legolas vuelva a su comportamiento habitual contigo. Llegue a la conclusión que los vestido te dan poder sobre él- Los dos se rieron un largo rato antes de ir a descansar un poco. Boromir regreso con los demás casi cuando ya amanecía.
A la mañana, mientras comenzaban a embalar las pocas cosas que les quedaban, unos elfos que hablaban la lengua de la Compañía vinieron a traerles regalos de comida y ropa para el viaje. La comida consistía principalmente en galletas, preparadas con una harina que estaba un poco tostada por afuera y que por dentro tenía un color de crema. Gimli tomó una de las galletas y la miró con ojos dudosos.
-Cram -dijo a media voz mientras mordisqueaba una punta quebradiza. La expresión del enano cambió rápidamente y se comió todo el resto de la galleta saboreándola con delectación.
-¡Basta, basta! -gritaron los elfos riendo-. Has comido suficiente para toda una jornada.
-Pensé que era sólo una especie de cram, como los que preparan los Hombres del Valle para viajar por el desierto -dijo el enano.
-Así es -respondieron los elfos-. Pero nosotros lo llamamos lembas o pan del camino y es más fortificante que cualquier comida preparada por los hombres y es más agradable que el cram, desde cualquier punto de vista.
-Por cierto -dijo Gimli-. En realidad es mejor que los bizcochos de miel de los Beórnidas y esto es un gran elogio, pues no conozco panaderos mejores. Aunque estos días no parecen estar interesados en darles bizcochos a los viajeros. ¡Son anfitriones muy amables!
-De cualquier modo, les aconsejamos que cuiden de la comida -dijeron los elfos-. Coman poco cada vez y sólo cuando sea necesario. Pues les damos estas cosas para que les sirvan cuando falte todo lo demás. Las galletas se conservarán frescas muchos días, si las guardan enteras y en las envolturas de hojas en que las hemos traído. Una sola basta para que un viajero aguante en pie toda una dura jornada, aunque sea un hombre alto de Minas Tirith.
Los elfos abrieron luego los paquetes de ropas y las repartieron entre los miembros de la Compañía. Habían preparado para cada uno y en las medidas correspondientes, una capucha y una capa, de esa tela sedosa, liviana y abrigada que tejían los Galadrim. Era difícil saber de qué color eran: parecían grises, con los tonos del crepúsculo bajo los árboles; pero si se las movía, o se las ponía en otra luz, eran verdes como las hojas a la sombra, o pardas como los campos en barbecho al anochecer, o de plata oscura como el agua a la luz de las estrellas. Las capas se cerraban al cuello con un broche que parecía una hoja verde de nervaduras de plata.
-¿Son mantos mágicos? -preguntó Pippin mirándolos con asombro.
-No sé a qué te refieres -dijo el jefe de los elfos-. Son vestiduras hermosas y la tela es buena, pues ha sido tejida en este país. Son por cierto ropas élficas, si eso querías decir. Hoja y rama, agua y piedra: tienen el color y la belleza de todas esas cosas que amamos a la luz del crepúsculo en Lórien, pues en todo lo que hacemos ponemos el pensamiento de todo lo que amamos. Sin embargo son ropas, no armaduras y no pararán ni la flecha ni la espada. Pero les serán muy útiles: son livianas para llevar, abrigadas o frescas de acuerdo con las necesidades del momento. Y los ayudarán además a mantenerlos ocultos de miradas indiscretas, caminen entre piedras o entre árboles. ¡La Dama los tiene en verdad en gran estima! Pues ha sido ella misma y las doncellas que la sirven quienes han tejido esta tela, y nunca hasta ahora habíamos vestido a extranjeros con las ropas de los nuestros.
-Me gustaría recuperar mis ropas con las que eh llegado- dijo Erzebeth analizando sus nuevas vestimentas. Aragorn la miro divertido, pues la mujer jalaba las ropas como si quisiera hacerlas crecer- están un poco ajustadas- dijo, y se gano la mirada del resto de la compañía. La camisa era más corta, los mallones se le pegaban más al cuerpo y resaltaban su atlético cuerpo. Todo era más pegado al cuerpo, haciéndola lucir más femenina y dándole un toque sensual.- Lo único que tengo son mis botas.
-Así luces mejor- dijo Aragorn aun divertido. Legolas miraba a Erzebeth con asombro- Ahora nadie dudara de que eres una mujer, y creo que agregaras mas admiradores a tu lista.- Pronto Legolas se sobresalto dejando caer algunas de las cosas que empacaba- Aragorn y Erzebeth lo miraron mientras el elfo recogía rápidamente las cosas y ocultaba su rostro para que no notaran que se había ruborizado.
Luego de un almuerzo temprano la Compañía se despidió del prado junto a la fuente. Todos sentían un peso en el corazón, pues el sitio era hermoso y había llegado a convertirse en un hogar para ellos, aunque no sabían bien cuántos días y noches habían pasado allí. Se habían detenido un momento a mirar el agua blanca a la luz del sol cuando Haldir se les acercó cruzando el pasto del claro. Frodo lo saludo con alegría.
-Vengo de las Defensas del Norte -dijo el elfo-, y he sido enviado para que les sirva otra vez de guía. En el Valle del Arroyo Sombrío hay vapores y nubes de humo y las montañas están perturbadas. Hay ruidos en las profundidades de la tierra. Si alguno de ustedes ha pensado en regresar por el norte, no podría cruzar. ¡Pero adelante! Su camino va ahora hacia el sur.
Caminaron atravesando Caras Galadon, las sendas verdes estaban desiertas, pero arriba en los árboles se oían muchas voces que murmuraban y cantaban. El grupo marchaba en silencio. Al fin Haldir los llevó cuesta abajo por la pendiente meridional de la colina y llegaron así de nuevo a la puerta iluminada por faroles y al puente blanco; y por allí salieron dejando la ciudad de los elfos. Casi en seguida abandonaron la ruta empedrada y tomaron un sendero que se internaba en un bosque espeso de mallorn y avanzaron serpenteando entre bosques ondulantes de sombras de plata, descendiendo siempre al sur y al este hacia las orillas del Río.
Habían recorrido ya unas diez millas y el mediodía estaba próximo cuando llegaron a una alta pared verde. Pasaron por una abertura y se encontraron fuera de la zona de árboles. Ante ellos se extendía un prado largo de hierba brillante, salpicado de elanor doradas que brillaban al sol. El prado concluía en una lengua estrecha entre márgenes relucientes: a la derecha y al oeste corría centelleando el Cauce de Plata; a la izquierda y al este bajaban las aguas amplias, profundas y oscuras del Río Grande. En las orillas opuestas los bosques proseguían hacia el sur hasta perderse de vista, pero las orillas mismas estaban desiertas y desnudas. Ningún mallorn alzaba sus ramas doradas más allá del País de Lórien.
En las márgenes del Cauce de Plata, a cierta distancia de donde se encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros y los elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos rollos de cuerda, tres por cada barca. Las cuerdas parecían delgadas pero fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los elfos.
-¿Qué es esto? -preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.
-¡Cuerdas, por supuesto! -respondió un elfo desde las barcas-. ¡Nunca vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones.
-¡Que me lo digan a mí! -exclamó Sam-. No traje ninguna y he estado preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.
-Son cuerdas de hithlain -dijo el elfo-; pero no hay tiempo ahora de instruirte en el arte de fabricar cuerdas. Si hubiéramos sabido de tu interés, podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!
-¡Vamos! - dijo Haldir-. Está todo listo. ¡Embarcar! ¡Pero tengan cuidado al principio!
-¡No olviden este consejo! -dijeron los otros elfos-. Estas son embarcaciones livianas y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque las carguen demasiado, pero no son fáciles de manejar. Deberán acostumbrarlas a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzarse aguas abajo.
La Compañía se repartió así: Aragorn, Frodo y Sam iban en una barca; Boromir, Merry y Pippin en otra; y en la tercera Legolas, Erzebeth y Gimli, que ahora eran grandes amigos. Esta última embarcación llevaba además la mayor parte de las provisiones y paquetes. Las barcas eran impulsadas y dirigidas con unos remos cortos de pala ancha en forma de hoja.
-Me gustaría volver a verla, mi bella dama- dijo Haldir antes de que Erzebeth subiera al bote. Se arrodillo y beso su mano- Mi corazón entristeció al saber de su pronta partida. Ahora solo me queda desearle suerte en su camino, y ojala que nos volvamos a encontrar.
-Ojala- contesto Erzebeth haciendo que el elfo se levantara del suelo. Haldir tomo la mano de Erzebeth y luego se alejo haciendo una ligera reverencia con la cabeza.
Erzebeth abrió la mano, y en ella encontró un hermoso dige de plata en forma de estrella. La guardo y subió al bote con la ayuda de Legolas, que había estado pendiente de todo.
Cuando todo estuvo preparado, Aragorn decidió probarlas en el Cauce de Plata. La corriente era rápida y progresaban lentamente. Sam, sentado en la proa, las manos aferradas a los bordes, miraba nostálgico la orilla. Los reflejos del sol en el agua lo enceguecían. Más allá del campo verde de la Lengua los árboles crecían otra vez en las márgenes. Aquí y allá unas hojas doradas se balanceaban en el agua. El aire era brillante y tranquilo y todo estaba en silencio, excepto el canto de las alondras.
Doblaron en un recodo del río y allí, navegando orgullosamente hacia ellos, vieron un cisne de gran tamaño. El agua se abría en ondas a cada lado del pecho blanco, bajo el cuello curvo. El pico del ave chispeaba como oro bruñido y los ojos relucían como azabache engarzado en piedras amarillas; las inmensas alas blancas se alzaban a medias. Una música lo acompañaba mientras descendía por el río; y de pronto se dieron cuenta de que el cisne era una nave construida y esculpida con todo el arte élfico. Dos elfos vestidos de blanco la impulsaban con la ayuda de unas palas negras. En medio de la embarcación estaba sentado Celeborn y detrás venía Galadriel, de pie, alta y blanca; una corona de flores doradas le ceñía los cabellos y en la mano sostenía un arpa pequeña y cantaba. Triste y dulce era el sonido de la voz de Galadriel en el aire claro y fresco.
He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro;
he cantado el viento, y un viento vino y sopló entre las ramas.
Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar,
y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro, y brillaba
en Eldamar bajo las estrellas de la Noche Eterna,
en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos.
Allí crecieron durante largos años las hojas doradas,
Mientras que aquí, más allá de los Mares Separadores, corren ahora las
lágrimas élficas.
Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado;
las hojas caen en el agua, el río fluye alejándose.
Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas
y he entretejido la elanor de oro en una corona evanescente.
Pero si ahora he de cantar a las naves, ¿qué nave vendrá a mí,
qué nave me llevará de vuelta por un océano tan ancho?
Aragorn detuvo la barca mientras la nave-cisne se acercaba. La Dama dejó de cantar y les dio la bienvenida.
-Hemos venido a darles nuestro último adiós -dijo- y acompañar su partida con nuestras bendiciones.
-Aunque han sido nuestros huéspedes -dijo Celeborn- todavía no han comido con nosotros, y los invitamos por lo tanto a un festín de despedida, aquí entre las aguas que los llevarán lejos de Lórien.
El Cisne se adelantó lentamente hacia el embarcadero y los otros botes dieron media vuelta y fueron detrás. Allí, en los extremos de Egladil y sobre la hierba verde los esperaban ya Erina, que vestia completamente de blanco, y sus dos hijos Enelya y Elwing. Se celebró el festín de despedida; pero Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su voz. Ya no le parecía ni peligrosa ni terrible, ni poseedora de un poder oculto. La veía ya como los hombres de tiempos ulteriores vieron a los elfos presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente incesante del Tiempo había dejado atrás.
Enelya lucia triste, y Boromir no pronuncio palabra alguna durante la comida. Elwing platicaba por lo bajo con su madre, y de tanto en tanto miraba a Erzebeth y luego a Boromir.
Luego de haber comido y bebido, sentados en la hierba, Celeborn les habló otra vez del viaje y alzando la mano señaló al sur los bosques que se extendían más allá de la Lengua.
-Cuando vayan aguas abajo -dijo-, verán que los árboles irán disminuyendo hasta que al fin llegaran a una región árida. Allí el río corre por valles pedregosos entre altos páramos, hasta que después de muchas leguas se encuentra con Escarpa, la isla alta que llamamos Tol Brandir. El agua rodea las costas escarpadas de la isla para precipitarse luego con mucho estrépito y humo por las cataratas de Rauros al cauce del Nindalf, el Cancha Aguada en su lengua. Es una vasta región de pantanos inertes donde las aguas se dividen en muchos tortuosos brazos. En este sitio el Entaguas afluye por numerosas bocas desde Rohan. Del otro lado se elevan las colinas desnudas de Emyn Muil. El viento sopla allí del este, pues estas elevaciones llevan por encima de las Ciénagas Muertas y las Tierras de Nadie a Cirith Gorgor y las puertas negras de Mordor.
»Boromir y aquellos que vayan con él en busca de Minas Tirith tendrán que dejar el Río Grande antes de Rauros y cruzar el Entaguas antes que desemboque en las ciénagas. Sin embargo no han de remontar demasiado esa corriente, ni correr el riesgo de perder el rumbo en el Bosque de Fangorn. Son tierras extrañas, ahora poco conocidas. Pero seguro que Boromir y Aragorn no necesitan de esta advertencia.
-Sí, hemos oído hablar de Fangorn en Minas Tirith -dijo Boromir-. Pero lo que he oído me ha parecido en gran parte cuentos de viejas, adecuados para niños. Todo lo que se encuentra al norte de Rohan está para nosotros tan lejos que es posible imaginar cualquier cosa. Fangorn es desde hace tiempo una frontera de Gondor, pero han pasado generaciones sin que ninguno de nosotros visitara esas tierras, probando así o desaprobando las leyendas que nos llegaron de antaño.
»Yo mismo he estado a veces en Rohan, pero nunca atravesé la región hacia el norte. Cuando tuve que llevar algún mensaje marché por El Paseo bordeando las Montañas Blancas y crucé el Isen y el Fontegrís para pasar a Norlanda. Un viaje largo y fatigoso. Cuatrocientas leguas conté entonces, y me llevaron muchos meses, pues perdí mi caballo en Tharbad, vadeando el Aguada Gris. Después de ese viaje y el camino que he hecho con esta Compañía, no dudo de que encontraría un modo de atravesar Rohan, y Fangorn también si fuese necesario.
-Entonces no tengo más que decir -concluyó Celeborn-. Pero no desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber.
Galadriel se levantó entonces de la hierba y tomando una copa de manos de una doncella, la llenó de hidromiel blanco y se la tendió a Celeborn.
-Ahora es tiempo de beber la copa del adiós - dijo- ¡Bebe, Señor de los Galadrim! Y que tu corazón no esté triste, aunque la noche tendrá que seguir al mediodía y ya la tarde lleva a la noche.
En seguida ella llevó la copa a cada uno de los miembros de la Compañía, invitándolos a beber y a despedirse. Pero cuando todos hubieron bebido les ordenó que se sentaran otra vez en la hierba, y las doncellas trajeron unas sillas para ella y Celeborn. Las doncellas esperaron un rato a los huéspedes.
Al fin habló otra vez.
-Hemos bebido la copa de la despedida -dijo- y las sombras caen ahora entre nosotros. Pero antes que se vayan, he traído en mi barca unos regalos que el Señor y la Dama de los Galadrim les ofrecen ahora en recuerdo de Lothlórien.
En seguida los llamó a uno por uno. -Este es el regalo de Celeborn y Galadriel al guía de la Compañía -le dijo a Aragorn y le dio una vaina que habían hecho especialmente para la espada que llevaba, y que estaba adornada por flores y hojas entretejidas de oro y plata y por numerosas gemas dispuestas como runas élficas-. La hoja que sale de esta vaina no tendrá manchas ni se quebrará, aun en la derrota. ¿Pero hay alguna otra cosa que desearías de mí en este momento de la separación? Pues las tinieblas descenderán entre nosotros y es posible que no volvamos a encontrarnos, a no ser lejos de aquí en un camino del que no se vuelve.
Y Aragorn respondió: -Señora, conoces bien todos mis deseos, y durante mucho tiempo guardaste el único tesoro que busco. Sin embargo, no depende de ti dármelo, aunque ésa fuera tu voluntad; y sólo llegaré a él internándome en las tinieblas.
-Entonces quizás esto te alivie el corazón -dio Galadriel-, pues quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar por aquí. - Galadriel alzó entonces una piedra de color verde claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata que imitaba a un águila con las alas extendidas, y mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol que se filtra entre las hojas de la primavera. - Esta piedra se la he dado a mi hermana Artanis y ella a su hija y ahora llega a ti como una señal de esperanza. En esta hora toma el nombre que se previó para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!
Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho y quienes lo vieron se asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto y majestuoso era, como si se hubiera desprendido de muchos años.
-Te agradezco los regalos que me has dado -dijo Aragorn-, oh Dama de Lórien de quien tiene parentesco con Artanis y Arwen, la Estrella de la Tarde. ¿Qué elogio podría ser más elocuente?
La Dama inclinó la cabeza y luego se volvió a Boromir y le dio un cinturón de oro, y a Merry y a Pippin les dio pequeños cinturones de plata, con broches labrados como flores de oro. A Legolas le dio un arco como los que usan los Galadrim, más largo y fuerte que los arcos del Bosque Negro, y la cuerda era de cabellos élficos. Había también un carcaj de flechas.
-Para ti, pequeño jardinero y amante de los árboles -le dijo a Sam-, tengo sólo un pequeño regalo -y le puso en la mano una cajita de simple madera gris, sin ningún adorno excepto una runa de plata en la tapa. Esto es una G por Galadriel -dijo-, pero podría referirse a jardín, en vuestra lengua. Esta caja contiene tierra de mi jardín y lleva las bendiciones que Galadriel todavía puede otorgar. No te protegerá en el camino ni te defenderá contra el peligro, pero si la conservas y vuelves un día a tu casa, quizá tengas entonces tu recompensa. Aunque encontrarás todo seco y arruinado, pocos jardines de la Comarca florecerán como el tuyo si esparces allí esta tierra. Entonces te acordarás de Galadriel y tendrás una visión de la lejana Lórien, que viste en invierno. Pues nuestra primavera y nuestro verano han quedado atrás y nunca se verán otra vez, excepto en la memoria.
Sam enrojeció hasta las orejas y murmuró algo ininteligible y tomando la caja saludó como pudo con una reverencia.
-¿Y qué regalo le pediría un enano a los elfos? -dijo Galadriel volviéndose a Gimli.
-Ninguno, Señora -respondió Gimli-. Es suficiente para mí haber visto a la Dama de los Galadrim y haber oído tan gentiles palabras.
-¡Escuchen ustedes, elfos! -dijo la Dama mirando a la gente de alrededor-. Que nadie vuelva a decir que los enanos son codiciosos y antipáticos. Pero tú, Gimli hijo de Glóin, algo desearás que yo pueda darte. ¡Nómbralo, y es una orden! No serás el único huésped que se va sin regalo.
-No deseo nada, Dama Galadriel -dijo Gimli inclinándose y balbuciendo -. Nada, a menos que... a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar uno solo de sus cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenaste que nombrara mi deseo.
Los elfos se agitaron y murmuraron estupefactos, y Celeborn miró con asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.
-Se dice que los enanos son más hábiles con las manos que con la lengua - dijo-, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido tan audaz y sin embargo tan cortés. ¿Y cómo podría rehusarme si yo misma le ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?
-Atesorarlo, Señora -respondió Gimli-, en recuerdo de lo que me dijiste en nuestro primer encuentro. Y si vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.
La Dama se soltó entonces una de las largas trenzas, cortó tres cabellos dorados y los puso en la mano de Gimli.
-Estas palabras acompañan al regalo -dijo-. No profetizo nada, pues toda profecía es vana ahora; de un lado hay oscuridad y del otro nada más que esperanza. Si la esperanza no falla, yo te digo, Gimli hijo de Glóin, que el oro te desbordará en las manos, y sin embargo no tendrá ningún poder sobre ti.
Entonces se giro hacia Erzebeth, que tenia la mirada baja. Se acerco a ella y con dulzura alzo su rostro hasta que sus ojos grises la miraran.
-¿Qué regalo podría darte?- pregunto Galadriel con una dulce sonrisa- La espada que llevas tal vez hubiera sido perfecto, pero tu padre insistió en conservarla para el momento adecuado- Entonces miro a Erina- No puedo darte nada más que un arco y una flechas similares a las que obsequie a Legolas, pero tal vez tu gente tenga un mejor regalo para ti.- Galadriel se aparto, y Erina y sus hijos caminaron hacia Erzebeth.
-Esto lo recuperamos el día que
- Erina se interrumpió y dibujo una sonrisa, Enelya le extendió una caja de madera labrada a su madre. Erina la abrió, y en su interior estaba un hermoso collar de plata, con los nombres de Elrond y Artanis escritos en caracteres élficos. Erzebeth no pudo evitar soltar una lagrima y lo tomo con cuidado, como si se pudiera romper- Y tal vez estos te sirvan- dijo mientras Elwing caminaba con otra caja de madera, más larga que la primera- Es algo que atesoramos mucho, al igual que el collar- dijo Erina antes de que Elwing abriera la caja- Fue con lo último que luchó- entonces Elwing abrió la caja, y centellaron dos dagas de oro y plata tan delgadas y livianas que parecía que podrían romperse, pero tan fuertes que podrían golpear una piedra sin recibir daño alguno.- Han permanecido intactas desde que las recogimos ese horrible día. Y ahora, te acompañaran a ti, hasta tú última batalla.
Elwing miro fijamente a su prima. El apuesto joven no miraba a nadie más, a pesar de estar rodeados de bellas doncellas de Lórien. Erzebeth lo miro un instante y este le sonrió siendo correspondido por Erzebeth.
-En verdad es un regalo mejor que cualquiera que yo te podría haber dado- dijo Galadriel besando la frente de Erzebeth, Volvió a mirarla fijamente y pronto la ninwen sonrió y se ruborizo un poco.-Mis bendiciones van contigo, y todos los dones que te pueda transmitir.
»Y tú, Portador del Anillo -dijo la Dama, volviéndose a Frodo-; llego a ti en último término, aunque en mis pensamientos no eres el último. Para ti he preparado esto. -Alzó un frasquito de cristal, que centelleaba cuando ella lo movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano.- En este frasco -dijo ella- he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará más en la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel y el espejo!
Frodo tomó el frasco y la luz brilló un instante entre ellos y él la vio de nuevo erguida como una reina, grande y hermosa, pero ya no terrible. Se inclinó, sin saber qué decir. La Dama se puso entonces de pie y Celeborn los guió de vuelta al muelle. La luz amarilla del mediodía se extendía sobre la hierba verde de la Lengua y en el agua había reflejos plateados. Todo estaba listo al fin. La Compañía ocupó los puestos de antes en las barcas. Mientras gritaban adiós, los elfos de Lórien los empujaron con las largas varas grises a la corriente del río y las aguas ondulantes los llevaron lentamente. Los viajeros estaban sentados y no hablaban ni se movían. De pie sobre la hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura de la Dama Galadriel se erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella los viajeros se volvieron y miraron cómo iba alejándose lentamente sobre las aguas. Pues así les parecía: Lórien se deslizaba hacia atrás como una nave brillante que tenía como mástiles unos árboles encantados; se alejaba navegando hacia costas olvidadas, mientras que ellos se quedaban allí, descorazonados, a orillas de un mundo deshojado y gris. Miraban aún cuando el Cauce de Plata desapareció en las aguas del Río
Grande, y las embarcaciones viraron y fueron hacia el sur. La forma blanca de la Dama fue pronto distante y pequeña. Brillaba como el cristal de una ventana a la luz del sol poniente en una lejana colina, o como un lago remoto visto desde una cima montañosa: un cristal caído en el regazo de la tierra. En seguida le pareció a Frodo que ella alzaba los brazos en un último adiós, y el viento que venía siguiéndolos les trajo desde lejos pero con una penetrante claridad, la voz de la Dama, que cantaba. Pero ahora ella cantaba en la antigua lengua de los Elfos de Más Allá del Mar y Frodo no entendía las palabras; bella era la música, pero no le traía ningún consuelo.
Sin embargo, como ocurre con las palabras élficas, los versos se le grabaron en la memoria y tiempo después los tradujo como mejor pudo: el lenguaje era el de las canciones y hablaba de cosas poco conocidas en la Tierra Media.
Ai! laurië lantar lassi súrinen!
Yéni únótime ve rámar aldaron,
yéni ve linte yuldar vánier
mi oromardi lisse-miruvóreva
Andúne pella Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar í eleni
ómaryo airetári-lírínen.
Sí rnan i yulna nin enquantuva?
An sí Tintalle Varda Oiolossëo
ve fanyar máryat Elentári ortane
ar ilye tier unduláve lumbule,
ar sindanóriello carta mornië
i falmalinnar imbe met, ar hísië
untúpa Calaciryo míri oiale.
Sí vanwa na, Rómello vanwa, Valimar!
Namárië Nai biruvalye Valimar.
Nai elye hiruwa. Namárië!
«¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento! E innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos y dulces de hidromiel blanco en las salas de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda, donde las estrellas tiemblan cuando oyen el sonido de esa voz, bienaventurada y real. ¿Quién me llenará de nuevo la copa? Pues ahora la Hechicera, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha alzado las manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende sobre las olas espumosas que nos separan, y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya. Ahora se ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar! ¡Adiós! Quizás encuentres a Valimar. Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!» Varda es el nombre de la Dama que los elfos de estas tierras de exilio llaman Elbereth.
De pronto el río describió una curva y las orillas se elevaron a los lados, ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país. Los viajeros volvieron la cabeza y miraron adelante: el sol se levantaba ante ellos, encegueciéndolos, y todos tenían lágrimas en los ojos. Gimli sollozaba.
-Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso -le dijo a su compañero Legolas-. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un regalo de ella.
Se llevó la mano al pecho.
-Díganme -continuó-, ¿cómo me he incorporado a esta misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando anunciaba que no podíamos prever lo que encontraríamos en el camino. El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
-¡No! -dijo Legolas- ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de Lothlórien no se te borrará del corazón y será siempre claro y sin mancha y nunca empalidecerá ni se echará a perder.
-Quizá -dijo Gimli- y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son recuerdos. Eso es sólo un espejo, aunque sea tan claro como Kheled-zâram. O al menos eso es lo que dice el corazón de Gimli el enano. Quizá los elfos vean las cosas de otro modo. En verdad he oído que para ellos la memoria se parece al mundo de la vigilia más que al de los sueños. No es así para los enanos.
»Pero dejemos el tema. ¡Miren la barca! Está muy hundida en el agua con tanto peso y el Río Grande es rápido. No tengo ganas de ahogar las penas en agua fría.
Gimli tomó una pala y guió el bote hacia la orilla occidental, siguiendo la embarcación de Aragorn que iba adelante y ya había dejado la corriente del medio.
Así la compañía continuó navegando en aquellas aguas rápidas y anchas, arrastrada siempre hacía el sur. Unos bosques desnudos se levantaban en una y otra orilla y nada podían ver de las tierras que se extendían por detrás.
La brisa murió y el río fluyó en silencio. No se oían cantos de pájaros. El sol fue velándose a medida que el día avanzaba, hasta que al fin brilló en un cielo pálido como una alta perla blanca. Luego se desvaneció en el oeste y el crepúsculo fue temprano y lo siguió una noche gris y sin estrellas. Llegaron las horas negras y calladas y ellos siguieron navegando, guiando los botes a la sombra de los bosques occidentales. Los grandes árboles pasaban junto a ellos como espectros, hundiendo en el agua a través de la bruma las raíces retorcidas y sedientas. La noche era lúgubre y fría. Frodo, inmóvil, escuchaba el débil golpeteo de las aguas en la orilla y los gorgoteos entre las raíces y las maderas flotantes, hasta que al fin sintió que le pesaba la cabeza y cayó en un sueño intranquilo.
Erzebeth no había hablado durante todo el camino, y fingía dormir un poco mas apartada del grupo. Metió su cabeza entre sus rodillas y meditaba en silencio las últimas palabras de la dama Galadriel. Después de no poder conciliar el sueño, y ver que Sam estaba a punto de caer de cansancio, lo relevo en la guardia.
En las aguas no se veía tan claro su reflejo como Lórien, y al recordar el lugar, estaba empezando a sentir el deseo de regresar y permanecer ahí un tiempo y esperar que la oscuridad pasara. Un ruido a sus espaldas provocó que saliera de sus pensamientos y se giro asustada desenvainando una de las dagas.
-Soy yo- dijo Legolas alzando sus manos- tranquila.
-Perdón- dijo guardando su daga y girándose nuevamente hacia el rio, sentándose en la orilla- me has asustado.
-¿Tampoco puedes dormir?-pregunto el elfo sentándose al lado de ella. Erzebeth afirmo con la cabeza, pero no miro al elfo.
-Nunca más regresaremos. - dijo con tristeza. Hubo un largo silencio, los dos solo miraban la superficie del agua - Me eh quedado triste con el recuerdo de la decadencia de mi pueblo. No sé qué fue lo que le paso, no sé como Erina permitió que eso sucediera.
-Aun es un lugar hermoso, tal vez no hallan tantas habitantes como contaban tiempo atrás, pero la belleza del lugar sigue intacta- dijo Legolas mirando a la mujer que seguía con la mirada fija en el agua.
-Me hubiera gustado remediar eso, me hubiera gustado regresar la gloria y esplendor a mi pueblo, me hubiera gustado
- la mujer se interrumpió y dejo escapar un sollozo y llevo sus manos a su boca para intentar contener el llanto.
-Llora si quieres- le dijo el elfo con dulzura y acercándose más a ella para abrazarla- desahógate, eso es lo que necesitas.- La mujer dejo escapar entonces el llanto, y se aferro a sus rodillas abrazándolas fuertemente. Después de unos minutos, se tranquilizo y seco el resto de las lágrimas.
-Extrañare a mi padre y a mis hermanos, pero este es el desenlace de mi vida y mi razón por la que vine a la tierra.- dijo cuando termino de llorar- Esta era mi prueba final, si me quedaba en Pel Mbiril o en Lothlorien como hubieran esperado mi padre y Erina, Todo este viaje habría sido en vano, y mi existencia no tendría razón alguna. Pero al rechazar el camino fácil como me dijo Galadriel, aceptaría mi destino y viviría lo que siempre quise y estuvo reservado para mí- una leve sonrisa se dibujo en el rostro de la mujer- Me dijo antes de partir, que no hay mejor ejemplo de reina, que la que lucha por su pueblo y por su supervivencia.- miro al elfo y sonrió- Hoy acepte mi destino, y a partir de hoy, ya no seré débil a la idea de la soledad y la muerte, ya no derramare mas lagrimas al sentirme desesperada. Hoy, hoy soy más fuerte que nunca- entonces miro a las estrellas y dijo en voz fuerte y clara- ¡Gracias Galadriel!, iluminaste mi mente en el momento más oscuro, tus palabras han sido de mucha ayuda para forjar mi camino
-A mi me ha dicho bastante también,- dijo Legolas unos instantes después de que Erzebeth hablara- me dijo algo del mar. Creo que sabe mi deseo de viajar con el resto de mi gente. Pero antes debo de terminar esta misión y "no dejarme llevar por el sonido de las gaviotas llamándome al mar".- El elfo entristeció un poco su tono de voz- Pero he llegado a creer como tú, que ya no habrá un regreso en esta misión, y que esto será nuestra última aventura por la Tierra. - Los dos guardaron silencio nuevamente, y de la nada comenzó a reírse el elfo- Mi padre y el tuyo no mentían cuando decían que nuestras vidas y destinos estaban juntos- Erzebeth miro a Legolas y le sonrió.
-No- dijo la ninwen sin borrar su sonrisa- nunca mienten
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Especialmente dedicado este capitulo para :
Annie-amber | BlackRoseLie | CamiiDeBlack | HeRmAiOnI_MaLfOy |
Himawari-sumino | Jemenar | jhon potter evans | Julietta15 |
locohiperactivo | Narela | Otharon | sky potter |
que tienen en favoritos esta historia!! Gracias chicos, por ser los fieles seguidores de esta historia... Ahh, por cierto, gracias especiales a CamiiDeBlack , por que ella prometio comentar todos los capitulos y asi lo ha hechoo!!! Graciaaaas!!!
Bueno, debo anunciarlo, ok ok, todo mundo saque sus pañuelos... ¿por que? Por que este es el penultimo capitulo de esta historiaaaa!!! ¿saben lo que significa? Solo un capitulo más y se acaboooooo!!! siiii!!! se acaboooooooooo!!!... bueno, la comunidad del anillo, jujujujujujuju, pero ya empezaran las dos torreeeees!!! yuuujuuu!!! esa es noticia de felicidad, pero... PEEEEEEEROOOOO, si no recibo comentarios, mas de cinco comentarios en estos dos ultimos capitulos, jurooo LOOOO JUROOOOOO!!!! que no continuo con la segunda parte por que eso se significa para mi que no les gusto eeeeeh, lo jurooo!!! y ya tengo el primer capitulo de las dos torres listo, pero ya sabeeen eeeh.
Muy aparte de eso, pues gracias, muchas gracias a los que han seguido la historia y a los que me comentan y colocan en favoritos, de verdad, MUUCHAAS GRACIAAAAS!! esto es por ustedes.
Bueno, ya no los entretengo mas, los dejo que lean, critiquen y espero comenten.
Besoooos!!
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Sam despertó a Frodo. Frodo vio que estaba tendido, bien arropado, bajo unos árboles altos de corteza gris en un rincón tranquilo del bosque, en la margen occidental del Río Grande, el Anduin. Había dormido toda la noche, y el gris del alba asomaba apenas entre las ramas desnudas. Gimli estaba allí cerca, cuidando de un pequeño fuego.
Partieron otra vez antes que aclarara del todo. No porque la mayoría de los viajeros tuviera prisa en llegar al sur: estaban contentos de poder esperar algunos días antes de tomar una decisión, la que sería inevitable cuando llegaran a Rauros y a la Isla de Escarpa; y se dejaron llevar por las aguas del río, pues no tenían ningún deseo de correr hacia los peligros que les esperaban más allá, cualquiera que fuese el curso que tomaran. Aragorn dejaba que se desplazaran según criterio de cada uno, ahorrando fuerzas para las fatigas que vendrían luego. Insistía, sin embargo, en la necesidad de iniciar la jornada temprano, todos los días, y de prolongarla hasta bien caída la tarde, pues le decía el corazón que el tiempo apretaba y no creía que el Señor Oscuro se hubiese quedado cruzado de brazos mientras ellos se retrasaban en Lórien.
Ese día al menos no vieron ninguna señal del enemigo y tampoco al día siguiente. Pasaban las horas, grises y monótonas, y no ocurría nada. En el tercer día de viaje el paisaje fue cambiando poco a poco: ralearon los árboles y al fin desaparecieron del todo. Sobre la orilla oriental, a la izquierda, unas lomas alargadas subían aseándose; parecían resecas y quemadas, como si un fuego hubiese pasado sobre ellas y no hubiera dejado con vida ni una sola hoja verde: era una región hostil donde no había ni siquiera un árbol quebrado o una piedra desnuda que aliviaran aquella desolación. Habían llegado a las Tierras Pardas, una región vasta y abandonada que se extiende entre el Bosque Negro del Sur y las colinas de Emyn Muil. Ni siquiera Aragorn sabía qué pestilencia, qué guerra o qué mala acción del enemigo había devastado de ese modo toda la región.
-Hermoso panorama- dijo con sarcasmo Erzebeth mirando en todas direcciones.
-Es triste ver esto- dijo Gimli- después de haber estado en Lothlorien el mundo exterior parece tan horrible.
Hacia el oeste y a la derecha el terreno era también sin árboles, pero llano y verde en muchos sitios con amplios prados de hierba. De este lado del río crecían florestas de juncos, tan altos que ocultaban todo el oeste, y los botes pasaban rozando aquellas márgenes oscilantes. Los plumajes sombríos y resecos se inclinaban y alzaban con un susurro blando y triste en el leve aire fresco. De cuando en cuando Frodo alcanzaba a ver brevemente entre los juncos unos terrenos ondulados y mucho más allá unas colinas envueltas en la luz del crepúsculo y sobre el horizonte una línea oscura: las estribaciones meridionales de las Montañas Nubladas.
No habían encontrado hasta entonces ninguna criatura, excepto pájaros. Los pequeños volátiles silbaban y piaban entre los juncos, pero se los veía muy raramente. Una o dos veces oyeron el movimiento rápido y el sonido quejoso de unas alas de cisnes y alzando los ojos vieron una bandada que atravesaba el cielo.
-¡Cisnes! -dijo Sam-. ¡Y muy grandes!
-Sí -dijo Aragorn-, cisnes negros.
-¡Qué inmenso y desierto y lúgubre me parece todo este país! -dijo Frodo-. Siempre creí que yendo hacia el sur uno encontraba regiones cada vez más cálidas y alegres, hasta que ya no había invierno.
-Pero aún no hemos llegado bastante al sur -dijo Aragorn-. Todavía es invierno y estamos lejos del mar. Aquí el mundo es frío y la primavera llega bruscamente; puede haber nieve todavía. Allá abajo en la Bahía de Belfalas donde desemboca el Anduin, las tierras son más cálidas y alegres, quizás, o lo serían si no existiera el enemigo. Pero no creo que estemos a más de sesenta leguas, me parece, al sur de la Cuaderna del Sur en tu Comarca, a cientos de millas más allá. Ahora estás mirando hacia el sudoeste, por encima de las llanuras septentrionales de la Marca de los Jinetes, Rohan, el país de los Señores de los Caballos. No tardaremos en llegar a las bocas del Limclaro que desciende de Fangorn para unirse al Río Grande. Esa es la frontera norte de Rohan y todo lo que se extiende entre el Limclaro y las Montañas Blancas perteneció en otro tiempo a los Rohirrim. Es una tierra amable y rica, de pastos incomparables, pero en estos días nefastos la gente no habita junto al río ni cabalga a menudo hasta la orilla. El Anduin es ancho y sin embargo los orcos pueden disparar sus flechas por encima de la corriente, y se dice que en los últimos años se han atrevido a atravesar las aguas y atacar las manadas y establos de Rohan.
Sam miraba a una y otra orilla, intranquilo. Antes los árboles habían parecido hostiles, como si ocultaran ojos secretos y peligros inminentes. Ahora deseaba que los árboles estuviesen todavía allí. Le parecía que la Compañía estaba demasiado expuesta, navegando en botes abiertos entre tierras que no ofrecían ningún abrigo y en un río que era una frontera de guerra.
En los dos o tres días siguientes, mientras avanzaban regularmente hacia el sur, esta impresión de inseguridad invadió a toda la Compañía. Durante un día entero empuñaron las palas para apresurar la marcha. Las orillas desfilaron. El río pronto se ensanchó y se hizo más profundo; unas largas playas pedregosas se extendieron al este y había bancos de arena en el agua, que demandaban atención. Las Tierras Pardas se elevaron en planicies desiertas, sobre las que soplaba un viento helado del este. En el otro lado los prados se habían convertido en terrenos quebrados de hierba seca, en una región de matas y zarzas. Frodo se estremeció recordando los prados y fuentes, el sol claro y las lluvias suaves de Lothlórien. En los botes no había mucha conversación y ninguna risa. Todos parecían ensimismados.
El corazón de Legolas corría bajo las estrellas de una noche de verano en algún claro septentrional entre los bosques de hayas; Gimli tocaba oro mentalmente, preguntándose si ese metal servirla para guardar el regalo de la Dama. Erzebeth parecía estar muy intranquila, lo cual era una advertencia para Aragorn que ya la conocía muy bien, y sabia que si la mujer estaba en ese estado no era por simple nerviosismo, si no, porque algo estaba próximo y ella era capaz de sentirlo. Merry y Pippin en el bote del medio no se sentían tranquilos, pues Boromir no dejaba de murmurar entre dientes, a veces mordiéndose las uñas, como consumido por alguna duda o inquietud, a veces tomando una pala y tratando de poner la barca detrás de la de Aragorn. Pippin, que estaba sentado en la proa mirando hacia atrás, vio entonces una luz rara en los ojos de Boromir, que se inclinaba espiando a Frodo. Sam estaba convencido desde hacía tiempo: las barcas no le parecían ahora tan peligrosas como antes, pero nunca había pensado que fueran tan incómodas. Se sentía agarrotado y descorazonado, no teniendo nada que hacer excepto clavar los ojos en los paisajes invernales que se arrastraban a lo largo de las orillas y en el agua gris a los lados. Aun cuando tenían que recurrir a las palas, no le confiaban ninguna.
En el cuarto día, a la caída de la tarde, Sam miraba hacia atrás por encima de las cabezas de Frodo y Aragorn y los otros botes; soñoliento, no pensaba en otra cosa que en pisar tierra firme y acampar. De pronto creyó ver algo; al principio miró distraídamente y en seguida se sentó frotándose los ojos, pero cuando miró de nuevo ya no se veía nada.
Aquella noche acamparon en un pequeño islote, cerca de la orilla occidental. Sam, envuelto en mantas, estaba acostado junto a Frodo.
-Tuve un sueño curioso una hora o dos antes de detenernos, señor Frodo - dijo-. O quizá no fue un sueño. De todos modos fue curioso.
-Bueno, cuéntame -dijo Frodo sabiendo que Sam no se quedaría tranquilo hasta que hubiera contado la historia, o lo que fuera-. Desde que dejamos Lothlórien no he visto ni he pensado nada que me haya hecho sonreír.
-No fue curioso en ese sentido, señor Frodo. Fue extraño. Disparatado, si no se tratara de un sueño. Y será mejor que se lo cuente. ¡Vi un leño con ojos!
-Lo del leño está bien - dijo Frodo -. Hay muchos en el río. ¡Pero olvídate de los ojos!
-Eso no -dijo Sam-. Si me senté fue a causa de los ojos, por así decirlo. Vi lo que me pareció un leño: venía flotando en la penumbra detrás del bote de Gimli, pero no le presté mucha atención. Luego tuve la impresión de que el tronco estaba acercándose a nosotros. Y esto era demasiado peculiar, podría decirse, pues todos flotábamos juntos en la corriente. En seguida vi los ojos: algo así como dos puntos pálidos, brillantes, sobre una joroba en el extremo más cercano del tronco. Además no era un tronco, pues tenía unas patas palmeadas, casi de cisne pero más grandes y las metía en el agua y las sacaba del agua, continuamente.
»En ese momento me senté, frotándome los ojos, con la intención de gritar si aquello seguía allí cuando acabara de sacarme el sopor que me nublaba la cabeza. El no-sé-qué venía ahora rápidamente y ya estaba cerca de Gimli. No sé si aquellas dos luces vieron cómo me movía y miraba, o si recobré mis sentidos. Cuando miré de nuevo, no había nada. Creo sin embargo, que algo llegué a ver de reojo, como dicen, algo oscuro que corrió a ocultarse a la sombra de la orilla. Los ojos no los vi más.
»Soñando de nuevo, Sam Gamyi, me dije y no hablé con nadie. Pero he estado pensando desde entonces y ahora no estoy tan seguro. ¿Qué le parece a usted, señor Frodo?
-Me parecería que viste de veras un tronco, de noche y con mirada soñolienta -dijo Frodo-, si esos ojos no hubiesen aparecido antes. Pero no es así. Los vi allá lejos en el norte antes que llegáramos a Lórien. Y vi una extraña criatura con ojos que subió a la plataforma de los elfos, aquella noche. Haldir la vio también. ¿Y recuerdas lo que dijeron los elfos que habían ido detrás de la manada de orcos?
-Ah -dijo Sam-, sí y recuerdo otra cosa. No me gusta lo que tengo en la cabeza, pero pensando esto y aquello, en las historias del señor Bilbo y lo demás, me parece que yo podría darle un nombre a esta criatura. Un nombre desagradable. ¿Gollum, quizá?
-Sí -dijo Frodo-, he venido temiéndolo desde hace un tiempo. Desde la noche de la plataforma. Supongo que estaba escondido en la Moria y que a partir de ahí empezó a seguirnos, pero se me ocurrió que nuestra estancia en Lórien le haría perder el rastro. ¡La miserable criatura tuvo que haberse escondido en los bosques del Cauce de Plata, esperando a que saliéramos!
-Algo parecido -dijo Sam-. Y será mejor que vigilemos un poco más nosotros mismos, o una de estas noches sentiremos que unos dedos desagradables nos aprietan el cuello, si alcanzamos a despertar. Y a eso iba. No vale la pena molestar a Trancos o los otros esta noche. Yo vigilaré. Puedo dormir mañana, pues casi no soy otra cosa que un baúl en un bote, si así se puede decir.
-Yo lo diría -concluyó Frodo-, pero me parece mejor «baúl con ojos». Tú vigilarás, pero sólo si prometes despertarme a la madrugada y sí nada pasa antes.
En plena noche, Frodo salió de un sueño profundo y sombrío y descubrió que Sam estaba sacudiéndolo.
-Es una vergüenza despertarlo -dijo Sam en voz baja-, pero usted me lo pidió. No hay nada nuevo, o no mucho. Creí oír unos chapoteos y la respiración de alguien, hace un momento; pero de noche y en un río se oyen muchos sonidos raros.
Sam se acostó y Frodo se sentó envuelto en las mantas, luchando contra el sueño. Los minutos o las horas pasaron lentamente y nada ocurrió. Frodo estaba ya cediendo a la tentación de acostarse de nuevo cuando una forma oscura, apenas visible, flotó muy cerca de una de las barcas. Una mano larga y blanquecina asomó pálidamente y se aferró a la borda; dos ojos claros brillaron fríamente como linternas mientras miraban dentro del bote y luego se alzaron posándose en Frodo. No se encontraban a más de unos dos metros de distancia y Frodo alcanzó a oír que la criatura tomaba aliento, siseando. Se incorporó, sacando a Dardo de la vaina y se enfrentó a los ojos. La luz se extinguió en seguida. Se oyó otro siseo y un chapoteo y la oscura forma de leño se precipitó aguas abajo en la noche.
-Gollum- dijo la Dama Erzebeth situada detrás de Frodo con el arco tensado, preparado para disparar. El hobbit se sobresalto al escuchar la voz de la mujer, pues no sabía en qué momento se había colocado detrás de él. Pero ahora Frodo sabia el motivo por el que los ojos habían desaparecido- no vale la pena desperdiciar flechas en tan miserable criatura- dijo bajando el arco mirando fijamente a las aguas- Pero si sigue rondando cerca no dudare en darle su merecido final
Aragorn se movió en sueños, dio media vuelta y se sentó.
-¿Qué pasa? -murmuró, incorporándose de un salto y acercándose a Frodo y a Erzebeth-. Sentí algo en sueños. ¿Por qué sacaron sus armas?
-Gollum -respondió Frodo-, o al menos así nos pareció.
-¡Ah! -dijo Aragorn-. ¿Así que conoces a nuestro pequeño salteador de caminos? Vino detrás de nosotros mientras cruzábamos Moria y bajó hasta Nimrodel. Desde que tomamos los botes nos sigue tendido de bruces sobre un leño y remando con pies y manos. Traté de atraparlo una o dos veces de noche, pero es más astuto que un zorro y resbaladizo como un pez. Yo esperaba que el viaje por el río acabaría con él, pero es una criatura acostumbrada al agua y demasiado hábil.
»Trataremos de ir más rápido mañana. Acuéstense ahora y yo montaré guardia el resto de la noche. Ojalá pudiera echarle las manos encima a ese desgraciado. Quizá lográramos que nos fuera útil. Pero si no lo atrapo, sería mejor perderlo de vista. Es muy peligroso. Además de intentar atacamos de noche por su propia cuenta, podría guiar hacia nosotros a cualquier enemigo.
-Yo también vigilare por si acaso- dijo Erzebeth acercándose un poco más a la orilla aun con arco y flecha en mano.
Pasó la noche sin que Gollum mostrara ni siquiera una sombra. Desde entonces la Compañía estuvo alerta y vigilante, pero en el resto del viaje no vieron más a Gollum. Si todavía los seguía, era muy cuidadoso y sagaz. Aragorn había aconsejado que remaran durante largos períodos y las orillas desfilaban rápidamente. Pero veían poco de la región, pues viajaban sobre todo de noche y a la luz del crepúsculo, descansando de día, tan ocultos como lo permitía el terreno. El tiempo pasa sin ningún incidente hasta el séptimo día.
El cielo estaba todavía gris y nublado y un viento soplaba del este, pero a medida que la tarde se mudaba en noche, unos claros de luz débil, amarilla y verde, se abrieron bajo los bancos de nubes grises. La forma blanca de la luna nueva se reflejaba en los lagos lejanos. Sam la miró, frunciendo el ceño.
Al día siguiente el paisaje empezó a cambiar con rapidez a ambos lados. Las orillas se levantaron y se hicieron pedregosas. Pronto se encontraron cruzando un terreno accidentado y rocoso y las costas eran unas pendientes abruptas cubiertas de matas espinosas y endrinos, confundidos con zarzas y plantas trepadoras. Detrás había unos acantilados bajos y desmoronados a medias y chimeneas de una carcomida piedra gris, cubiertas por una hiedra oscura, y aún más allá se alzaban unas cimas coronadas de abetos retorcidos por el viento. Estaban acercándose al país de las colinas grises de Emyn Muil, la frontera sur de las Tierras Asperas.
Había muchos pájaros en los acantilados y las chimeneas de piedra, y durante todo el día unas bandadas habían estado revoloteando allá arriba, negras contra el cielo pálido. Mientras descansaban en el campamento, Aragorn observaba los vuelos con aire receloso, preguntándose si Gollum no habría hecho de las suyas y las noticias de la expedición no estarían propasándose ya por el desierto. Luego, cuando se ponía el sol y la Compañía estaba atareada preparándose para partir otra vez, alcanzó a ver un punto oscuro que se movía a la luz moribunda: un pájaro grande que volaba muy alto y lejos, dando vueltas, volando lentamente hacia el sur.
-¿Qué es eso, Legolas? -preguntó apuntando al cielo del norte-. ¿Es como yo creo un águila?
-Sí -dijo Legolas-. Es un águila de caza. Me pregunto qué presagiará. Estamos lejos de los montes.
-Tal vez, pero en estos tiempos oscuros puede que busque comida en sitios diferentes a los acostumbrados- dijo Erzebeth siguiendo el vuelo de la enorme ave.- pero, parece que lleva algo, un envió, por que vuela con prisa y no se ve que busque algo.
-No partiremos hasta que sea noche cerrada -dijo Aragorn.
Llegó la noche octava del viaje. Era una noche silenciosa y tranquila; el viento gris del este había cesado. El delgado creciente de la luna había caído temprano en la pálida puesta de sol, pero el cielo era todavía claro arriba y aunque allá lejos en el sur había grandes franjas de nubes que brillaban aún débilmente, en el oeste resplandecían las estrellas.
-¡Vamos! -dijo Aragorn-. Correremos el riesgo de otra jornada nocturna. Estamos llegando a unos tramos del río que no conozco bien, pues nunca he viajado aquí por el agua, no entre este sitio y los rápidos de Sarn Gebir. Pero estos rápidos, si no me equivoco, están aún a muchas millas. Nos encontraremos con muchos peligros antes de llegar: rocas e islotes de piedra en la corriente. Abramos bien los ojos y no rememos demasiado rápido.-La compañía se movilizo recogiendo las cosas y yendo hacia los botes nuevamente. Aragorn se detuvo junto a la inmóvil ninwen que miraba y escuchaba atentamente hacia las profundidades del bosque.- ¿Qué pasa?- pregunto Aragorn un tanto inquieto, pues Erzebeth nunca se equivocaba cuando presentía o escuchaba algo.- ¿es Gollum otra vez?
-Gollum no es quien me preocupa, me preocupa lo que pudo haber hecho, porque una mancha negra crece en mi pensamiento, se acerca a gran velocidad, aunque todavía esta distante para que la vea claramente, pero escucho la inquietud del bosque- contesto la mujer mirando gravemente a Aragorn- ¡vayámonos ya!, no hay tiempo que perder y no dejemos que la mancha negra nos alcance.
-¿Crees que sea buena idea entonces, viajar ahora con la mancha negra creciendo en tu interior?- pregunto Aragorn.
-Sí y no- contesto Erzebeth- sea lo que sea, nos enfrentaremos a ella tarde o temprano. Quizás la noche sea mejor cobijo que la luz en este caso, porque aunque el enemigo nos pueda ver también de noche, no estaremos tan claros para él como en el día.
-Vallamos pues, pero seremos más cuidadosos y permaneceremos vigilantes a cualquier ruido que perturbe la tranquilidad, si es que se le puede llamar así al oscuro silencio de esta noche.
-Yo escucho más cosas, y el silencio no está entre estas- contesto Erzebeth recogiendo algunas cosas- Si es que el silencio se puede escuchar, yo jamás lo eh vuelto a tener presente desde que tengo memoria.
A Sam que iba en el borde de delante le fue encomendada la tarea de vigía. Tendido en la proa, clavaba los ojos en la oscuridad. La noche era cada vez más oscura, pero arriba las estrellas brillaban de un modo extraño y había un resplandor sobre la superficie del río. No faltaba mucho para la medianoche y desde hacía tiempo se dejaban llevar por la corriente, recurriendo raramente a las palas, cuando de pronto Sam dio un grito. Delante, a unos pocos metros, se alzaban unas formas y se oían los remolinos de unas aguas rápidas. Una fuerte corriente iba hacia la izquierda, donde el cauce no presentaba obstáculos. Mientras el agua los llevaba así a un lado, los viajeros alcanzaron a ver, ahora muy de cerca, las blancas espumas del río que golpeaban unas rocas puntiagudas, inclinadas hacia adelante como una hilera de dientes. Los botes estaban todos agrupados. La barca de Boromir golpeó contra la de Aragorn.
-¡Eh, Aragorn! -gritó Boromir-. ¡Esto es una locura! ¡No podemos cruzar los rápidos de noche! Pero no hay bote que resista en Sarn Gebir, de noche o de día.
-¡Atrás! ¡Atrás! -gritó Aragorn-. ¡Viren! ¡Viren si pueden! - Hundió la pala en el agua tratando de detener la barca y de hacerla girar. -Me he equivocado -le dijo a Frodo-. No sabía que habíamos llegado tan lejos. El Anduin fluye más rápido de lo que pensaba. Sarn Gebir tiene que estar ya al alcance de la mano.
Luego de muchos esfuerzos lograron dominar los botes, haciéndolos girar en redondo, pero al principio el agua no los dejaba avanzar y cada vez estaban más cerca de la orilla del este, que ahora se levantaba negra y siniestra en la noche.
-¡Todos juntos, rememos! - gritó Boromir-. ¡Rememos! O el agua nos arrastrará a los bajíos.
Se oía aún la voz de Boromir cuando Frodo sintió que la quilla rozaba el fondo rocoso.
En ese momento se oyó el ruido seco de unos arcos: algunas flechas pasaron por encima de ellos y otras cayeron en las barcas. Una alcanzó a Frodo entre los hombros; Frodo vaciló y cayó adelante, gritando y soltando la pala; pero la flecha rebotó en la malla escondida. Otra le atravesó la capucha a Aragorn y una tercera se clavó en la borda del segundo bote, cerca de la mano de Merry. Sam creyó ver unas figuras negras corriendo a lo largo de las playas pedregosas de la orilla oriental. Le pareció que estaban muy cerca.
-Yrch! -dijo Legolas, volviendo involuntariamente a su propia lengua.
-¡Orcos! -gritó Gimli.
-Obra de Gollum, apuesto la cabeza -dijo Aragorn-. Y qué buen lugar eligieron. El río parece decidido a ponernos directamente en manos de esas bestias.
Todos se doblaron hacia adelante trabajando con las palas; hasta Sam dio una mano. Pensaban que en cualquier momento sentirían la mordedura de las flechas de penachos negros. Muchas les pasaban por encima, silbando; otras caían en el agua cercana; pero ninguna los alcanzó. La noche era oscura, no demasiado oscura para los ojos de los orcos, y a la luz de las estrellas los viajeros debían de ser un buen blanco para aquellos astutos enemigos, aunque era posible que los mantos grises de Lórien y la madera gris de las barcas élficas desconcertaran a los maliciosos arqueros de Mordor.
La compañía no soltaba las palas. En la oscuridad era difícil afirmar que estuvieran moviéndose de veras, pero los remolinos de agua fueron apagándose poco a poco y la sombra de la orilla oriental retrocedió en la noche. Al fin, les pareció, habían llegado de nuevo al medio del río y habían alejado las embarcaciones de aquellas rocas afiladas. Dando entonces media vuelta, remaron esforzadamente hacia la orilla occidental y se detuvieron a tomar aliento a la sombra de unos arbustos que se inclinaban sobre el río.
Erzebeth, que no había soltado el arco desde que sintió la presencia de orcos, ya empezaba a apuntar y a buscar blancos entre la oscuridad. Legolas dejó la pala y tomó el arco que había traído de Lórien. Saltó a tierra y subió unos pocos pasos por la orilla. Puso una flecha en el arco, estiró la cuerda y se volvió a mirar por encima del río en la oscuridad. Del otro lado venían unos gritos estridentes, pero no se veía nada.
Frodo miró al elfo que se erguía allí arriba, observando la noche, buscando un blanco. Sobre la cabeza sombría había una corona de estrellas blancas que resplandecían vivamente en los charcos negros del cielo. Pero ahora, elevándose y navegando desde el sur, las grandes nubes avanzaron enviando unos adelantados oscuros a los campos de estrellas. Un temor repentino invadió a los viajeros.
-Elbereth Gilthoniel! -suspiró Legolas mirando al cielo. Una sombra negra, parecida a una nube, pero que no era una nube, pues se movía con demasiada rapidez, vino de la oscuridad del sur y se precipitó hacia la Compañía, cegando todas las luces mientras se acercaba. Pronto apareció como una gran criatura alada, más negra que los pozos en la noche. Unas voces feroces le dieron la bienvenida desde la otra orilla del río. Un escalofrío repentino le corrió por el cuerpo a Frodo estrujándole el corazón; sentía en el hombro un frío mortal, como el recuerdo de una vieja herida. Se agachó, como para esconderse.
De pronto el gran arco de Lórien cantó. La flecha subió silbando, desde la cuerda élfica. Frodo alzó los ojos. Casi encima de él la forma alada retrocedió encogiéndose. Hubo un graznido ronco y la sombra cayó del aire, desvaneciéndose en la penumbra de la costa oriental. El cielo era claro otra vez. Lejos se oyó un tumulto de muchas voces, que maldecían y se quejaban en la oscuridad, y luego silencio. Ni flechas ni gritos llegaron otra vez del este aquella noche.
Al cabo de un rato Aragorn guió las embarcaciones aguas arriba. Siguieron tanteando la orilla del agua un cierto trecho hasta que encontraron una bahía pequeña, poco profunda. Había unos árboles bajos cerca de la orilla y luego se elevaba una barranca rocosa y abrupta. La Compañía decidió quedarse allí a esperar el alba; era inútil tratar de seguir el viaje de noche. No acamparon y no encendieron un fuego, se quedaron en las barcas, amarradas juntas.
-¡Alabados sean el arco de Galadriel y la mano y el ojo de Legolas! -Dijo Merry mientras masticaba una oblea de lembas-. ¡Un buen tiro en la oscuridad!
-¿Pero quién puede decir qué blanco fue ése?- pregunto Pippin.
-Yo no -dijo Gimli-. Pero agradezco que la sombra no se haya acercado más. No me gusta nada. Me recordaba demasiado a la sombra de Moria... la sombra del Balrog -concluyó en un suave susurro.
-No era un Balrog -dijo Frodo, todavía temblando de frío-. Era algo más helado. Creo que era...
Frodo se detuvo y no siguió hablando.
-¿Qué crees? -preguntó Boromir con interés, inclinándose fuera de su barca, como tratando de verle la cara a Frodo. Aragorn tomo la empuñadura de su espada ante aquel acto de Boromir. El hombre de Gondor retrocedió un poco.
-Creo... No, no lo diré -respondió Frodo-. De cualquier manera, esa caída aterrorizó a nuestros enemigos.
-Así parece -dijo Aragorn-. Sin embargo no sabemos dónde están, ni cuántos son, ni qué harán mañana. ¡Esta noche nadie dormirá! La oscuridad nos protege. ¿Pero qué nos mostrará el día? ¡Tengan las armas al alcance de la mano!- Entonces miro hacia el bote de Legolas. Erzebeth estaba sentada en silencio con la mirada perdida en el cielo- No has vuelto a fallar, la mancha negra nos alcanzo- dijo Aragorn ganándose la mirada de la mujer.
-Ahora estamos cubiertos de oscuridad- dijo la mujer volviendo su mirada al cielo- y no es la oscuridad de la noche la que nos cubre, es el desenlace de este viaje por el rio lo que mancha de negro mis pensamientos- y no volvió a decir nada durante el resto de la noche, aunque sus compañeros se mostraron inquietos por sus palabras.
Sam estaba sentado golpeteando con las puntas de los dedos la vaina de la espada, como si estuviese sacando cuentas.
-Es muy raro -murmuró-. La luna es la misma que en la Comarca y en las Tierras Asperas, o tendría que serlo. Pero ha cambiado de curso, o estoy contando mal. Recuerde, señor Frodo: la luna decrecía cuando descansamos aquella noche en la plataforma del árbol; una semana después del plenilunio, me pareció. Anoche se cumplía una semana de viaje y he aquí que se aparece una luna nueva, tan delgada como una raedura de uña, como si no hubiésemos pasado un tiempo en el país de los elfos.
»Bien, recuerdo que estuvimos allí tres noches al menos y creo recordar muchas otras; pero juraría que no pasó un mes. ¡Uno casi podría pensar que allá el tiempo no cuenta!
-Y quizás así era -dijo Frodo-. Es posible que en ese país hayamos estado en un tiempo que era ya el pasado en otros sitios. Sólo cuando el Cauce de Plata nos llevó al Anduin, me parece, volvimos al tiempo que fluye por las tierras de los mortales hacia las Grandes Aguas. Y no recuerdo ninguna luna, nueva o vieja, en Caras Galadon: sólo las estrellas de noche y el sol de día.
Legolas se movió en su barca.
-No, el tiempo nunca se detiene del todo -dijo-, pero los cambios y el crecimiento no son siempre iguales para todas las cosas y en todos los sitios. Para los elfos el mundo se mueve y es a la vez muy rápido y muy lento. Rápido, porque los elfos mismos cambian poco y todo lo demás parece fugaz; lo sienten como una pena. Lento, porque no cuentan los años que pasan, no en relación con ellos mismos. Las estaciones del año no son más que ondas que se repiten una y otra vez a lo largo de la corriente. Sin embargo todo lo que hay bajo el sol ha de terminar un día.
-Pero el proceso es lento en Lórien -dijo Frodo-. El poder de la Dama se manifiesta ahí claramente. Las horas son plenas, aunque parecen breves, en Caras Galadon, donde Galadriel guarda el anillo élfico.
-Esto no hay que decirlo fuera de Lórien, ni siquiera a mí -dijo Aragorn-. ¡No hables más! Pero así es, Sam: en esas tierras no valen las cuentas. Allí el tiempo pasó tan rápidamente para nosotros como para los elfos. La vieja luna ha muerto y otra ha crecido y decrecido en el mundo exterior, mientras nos demorábamos allí. Y anoche la luna nueva apareció otra vez. El invierno casi ha terminado. El tiempo fluye hacia una primavera de flacas esperanzas.
La noche fue silenciosa. Ninguna voz, ninguna llamada volvió a elevarse del otro lado del agua. Los viajeros acurrucados en las barcas sintieron el cambio en el aire. Era tibio ahora y estaba muy quieto bajo los nubarrones húmedos que habían venido del sur y los mares lejanos. Las aguas que golpeaban las rocas de los rápidos parecían más ruidosas y más próximas. Sobre ellos las ramas de los árboles empezaron a gotear.
Cuando llegó el día, el mundo de alrededor tenía un aspecto blando y triste. Lentamente el alba dio paso a una luz gris, difusa y sin sombras. Había una bruma sobre el río y una niebla blanca cubría la costa; la orilla opuesta no se veía.
-No soporto la niebla -dijo Sam-, pero ésta parece de buena suerte. Ahora quizá podamos irnos sin que esos malditos nos vean.
-Quizá -dijo Aragorn-. Pero nos costará encontrar el camino si esa niebla no se levanta un poco dentro de un rato. Y tenemos que encontrarlo, si queremos cruzar Sarn Gebir y llegar a Emyn Muil.
-No entiendo por qué razón tenemos que cruzar los rápidos o seguir el curso del río todavía más -dijo Boromir-. Si Emyn Muil está ahí delante, podríamos abandonar estas cáscaras de una vez y marchar hacia el oeste y el sur hasta llegar al Entaguas y pasar a mi propio país.
-Sí, si vamos a Minas Tirith -dijo Aragorn-, pero todavía no está decidido. Y ese rumbo puede ser más peligroso de lo que parece. El valle del Entaguas es llano y pantanoso, y la niebla es un peligro mortal para quienes van cargados y a pie. Yo no abandonaría las barcas hasta que fuese indispensable. En el río al menos no podremos extraviarnos.
-Pero el enemigo domina la costa oriental -dijo Boromir-. Y aunque cruzáramos las Puertas de Argonath y llegáramos sanos y salvos a Escarpa, ¿qué haríamos entonces? ¿Saltar por encima de las Cascadas y caer en los pantanos?
-¡No! -respondió Aragorn-. Di mejor que llevaremos las barcas por el viejo camino hasta el pie del Rauros, donde volveremos al agua. ¿Ignoras, Boromir, o prefieres olvidar la Escalera del Norte y el elevado sitial de Amon Hen, que fueron construidos en los días de los grandes reyes? Yo al menos tengo la intención de detenerme en esas alturas antes de decidir qué camino seguiremos. Quizá veamos allí alguna señal que pueda orientarnos.
Boromir discutió este plan largo rato, pero cuando fue evidente que Frodo seguiría a Aragorn, no importaba dónde, cedió de pronto.
-Los hombres de Minas Tirith no abandonan a sus amigos en los momentos difíciles -dijo-, y necesitan de mis fuerzas, si llegan a Escarpa. Iré hasta la isla alta, pero no más adelante. De allí me volveré a mi país, solo, si no me gané con mi ayuda la recompensa de un compañero.
El día avanzaba y la niebla se había disipado un poco. Se decidió que Aragorn y Legolas se adelantaran a lo largo de la costa, mientras los otros se quedaban en las barcas. Aragorn esperaba encontrar algún camino por el que pudieran llevar las barcas y el equipaje hasta las aguas tranquilas de más allá de los rápidos.
-Las barcas de los elfos no se hundirían quizá -dijo-, pero eso no significa que podríamos sobrevivir a los rápidos. Nadie lo ha conseguido hasta ahora. Los Hombres de Gondor no abrieron ningún camino en esta región, pues aun en los mejores días el reino no llegaba hasta el Anduin más allá de Emyn Muil; pero hay una senda para bestias de carga en alguna parte de la orilla occidental y espero encontrarla. No creo que haya desaparecido, pues en otro tiempo las embarcaciones lógicas cruzaban las Tierras Asperas descendiendo hasta Osgiliath y esto hasta hace pocos años, cuando los orcos de Mordor empezaron a multiplicarse.
-He visto pocas veces a lo largo de mi vida que una barca viniera del norte, y los orcos dominan la orilla oriental -dijo Boromir-. Si seguimos adelante, el peligro crecerá con cada milla y aún falta encontrar un camino.
-El peligro acecha en todos los caminos que van al sur -respondió Erzebeth
- Espérennos un día. Si en ese tiempo no volvemos, sabrán que el infortunio nos ha alcanzado esta vez. Entonces tendrá que elegir un nuevo jefe y luego seguirlo como mejor puedan.
-¿Qué?- pregunto desconcertada Erzebeth mirando a Aragorn y luego a Legolas- Yo iré con ustedes en ese caso.
-¡No!- contestaron Legolas y Aragorn al unisonó, la mujer los miro desesperada.
-Si no regresamos, la mejor opción para guiarlos eres tú- dijo Aragorn serenamente.
Frodo sintió una congoja en el corazón mientras miraba cómo Aragorn y Legolas ascendían la empinada barranca y desaparecían en la niebla; pero no había por qué preocuparse. Sólo habían pasado dos o tres horas y era aún el mediodía cuando las formas borrosas de los exploradores aparecieron de nuevo. Cuando llegaron a la orilla, Erzebeth abrazo fuertemente a cada uno.
-Todo bien -dijo Aragorn, mientras la mujer lo soltaba-. Hay una senda, lleva a un embarcadero todavía útil. No está lejos. Los rápidos empiezan media milla aguas abajo y no se extienden por más de una milla. No mucho después la corriente se vuelve de nuevo clara y mansa, aunque sigue siendo rápida. El trabajo más duro será llevar las barcas y el equipaje hasta el viejo sendero. Lo hemos encontrado, pero corre bastante lejos de la orilla, a unas doscientas yardas, y al amparo de una pared de roca. No hemos visto el desembarcadero del norte. Si aún existe tenemos que haber pasado anoche por allí. Podríamos remontar con mucho trabajo la corriente y quizá no lo viéramos en la niebla. Temo que tengamos que dejar el río ahora mismo y tomar como podamos ese camino.
-No será fácil, aunque todos fuéramos hombres -dijo Boromir.
-Lo intentaremos sin embargo, tal como somos -dijo Aragorn.
-Claro que sí -dijo Gimli-. ¡Las piernas se les doblan a los hombres cuando el camino es duro, pero un enano nunca cae, aunque lleve una carga dos veces más pesada que él mismo, señor Boromir!
El trabajo fue duro en verdad, pero se llevó a cabo. Descargaron los bultos de las embarcaciones y los llevaron a la cima de la barranca. Luego sacaron las barcas del agua y las arrastraron hasta arriba. Habían temido que fuesen mucho más pesadas. Ni siquiera Legolas sabía de qué árbol del país élfico era aquella madera, dura y sin embargo muy liviana. En terreno llano, Merry y Pippin podían llevar solos la barca y con facilidad. Pero se necesitaba la fuerza de dos hombres para transportarlas en vilo por aquel terreno; nacía en pendiente a orillas del río y era un amontonamiento de piedras calcáreas de color gris, con muchos agujeros escondidos, tapados con zarzas y matorrales; las matas espinosas abundaban y también las grietas; había aquí y allá charcos pantanosos que eran alimentados por unos hilos de agua que venían de las tierras altas del interior.
Aragorn y Boromir fueron llevando las barcas, una a una, mientras los otros se afanaban y tambaleaban detrás con el equipaje. Al fin todo fue mudado y depositado en el sendero. Luego, sin encontrar otros obstáculos que las plantas rampantes y las numerosas piedras caídas, marcharon todos juntos.
La niebla colgaba todavía en velos sobre la casi desmoronada pared de roca; a la izquierda la bruma ocultaba el río: podían oír cómo se precipitaba en espumas contra las salientes afiladas y los dientes de piedra de Sarn Gebir, pero no lo veían. Hicieron dos veces el viaje antes que todo estuviera a salvo en el embarcadero del sur.
Allí la senda se acercaba a la orilla, descendiendo poco a poco hasta el borde apenas elevado de una pequeña laguna. La cuenca no parecía ser obra de alguna mano sino de los remolinos del agua que descendía de Sarn Gebir, golpeando una roca baja que se adentraba en el río. Más allá la orilla subía a pique en una muralla gris y no había ningún pasaje para los que iban a pie.
La breve tarde había quedado atrás y ya caía el crepúsculo pálido y nuboso. Los viajeros se habían sentado junto al río escuchando la confusa precipitación de las aguas, el rugido de los rápidos ocultos en la bruma. Se sentían cansados y con sueño, tan melancólicos como el día moribundo.
-Bueno, aquí estamos y aquí tendremos que pasar otra noche -dijo Boromir-. Necesitamos dormir y si a Aragorn se le ha ocurrido cruzar de noche las Puertas de Argonath... bueno, estamos todos demasiado cansados; excepto sin duda nuestro vigoroso enano.
Gimli no replicó; cabeceaba sentado.
-que tonto- exclamo entre dientes Erzebeth bajando las cosas que llevaba. Boromir la miro de reojo.
-Descansemos ahora todo lo posible -dijo Aragorn-. Mañana viajaremos otra vez de día. Si el tiempo no cambia una vez más y no se pone contra nosotros, tenemos una buena posibilidad de escurrirnos sin que nos vean desde la orilla de enfrente. Pero esta noche se turnarán dos en la guardia: tres horas de reposo y una de vigilia.
Erzebeth y Boromir fueron los primeros en montar guardia. Comenzó a caer una corta llovizna, por lo que se tuvieron que refugiar bien. Erzebeth permanecía sentada en silencio con la capucha puesta para cubrirse un poco de la lluvia. Boromir la miraba desde rato atrás, y murmuraba cosas por lo bajo, pero Erzebeth tenía la audición de un elfo, por lo que entendía todo lo que decía.
-¿Qué promesa le has hecho a mi prima? - pregunto sacando de sus pensamientos a Boromir. Él la miro pero no contesto nada- Se muy bien que te ha regalado la flor de plata.
-Yo no le he prometido nada a Enelya- contesto Boromir- ella sola ha
-¿Ella sola?- cuestiono Erzebeth- creí que se trataba de dos, de USTEDES dos- dijo la mujer bajándose la capucha- No vayas a jugar con ella, es lo único que te pido- Boromir permaneció en silencio- Jamás la había visto tan entregada a alguien, y este amor podría ser su final. Ella es débil, no es igual a mí y no soportara una decepción más.
-Ella acepto eso- contesto Boromir- fui muy claro con ella. Aun si sobrevivo a esta misión soy mortal, y ella acepto eso.- los dos permanecieron en silencio largo rato- Sabia que este seria nuestro primer
y tal vez último encuentro. Los dos fuimos amantes sin pensar en el futuro, y solo vivimos esos momentos juntos.- dijo con aire soñador recordando algo.
-¿Amantes?- pregunto Erzebeth algo desconcertada- ¿Entonces se entrego a ti?
-Solo hicimos lo que dos enamorados harían si supieran que jamás volverán a verse- contesto Boromir- Tu habrías hecho lo mismo con Legolas
-No
yo
no- contesto la mujer sintiéndose apenada por la declaración de Boromir- Yo nunca haría eso, y mucho menos con Legolas. ¿De dónde has sacado eso?
-"Nunca"- repitió Boromir sonriendo- Nunca diga nunca mi señora- dijo levantándose- Esa palabra se contradice a sí misma.- Miro a la mujer que lo miraba nerviosa- Yo había pensado en conquistarla mi señora, admito que sentía atracción por usted y me hubiera gustado enamorarla. Pero en cuanto vi a Enelya supe que estaba enamorado, enamorado a primera vista
- Boromir se acerco a la orilla, y Erzebeth permaneció en silencio, mirando de reojo a Boromir, y de tanto en tanto miraba hacia donde se encontraba Legolas para comprobar que dormía y no había escuchado lo dicho por Boromir.- Y en cuanto a Legolas, son muy obvios los dos, pero ninguno quiere admitirlo y creen que pueden esconderlo.
Llegó el día y se pusieron en camino. La niebla estaba desvaneciéndose. Se mantenían lo más cerca posible de la orilla occidental y se podían ver las formas oscuras de las barrancas, más altas cada vez; muros sombríos que hundían los pies en las aguas apresuradas. A media mañana las nubes descendieron y empezó a llover copiosamente. Extendieron las cubiertas de pieles sobre las barcas, para que no entrara el agua, y continuaron dejándose llevar río abajo. Las cortinas grises de la lluvia no les permitían ver lo que había delante o alrededor.
La lluvia, sin embargo, no duró mucho. El cielo fue aclarándose lentamente y luego las nubes se abrieron, y arrastrando unos flecos desaliñados se alejaron hacia el norte. Las nieblas y brumas habían desaparecido. Delante de los viajeros se extendía una amplia hondonada, de grandes paredes rocosas, de donde colgaban unos pocos arbustos retorcidos, aferrados a las salientes y las grietas. El cauce se hizo más estrecho y el río más rápido. Las aguas corrían con las barcas y parecía difícil que pudieran detenerse o cambiar el rumbo, cualquiera fuese el obstáculo que se les presentara delante. Sobre ellos el cielo era un prado azul; alrededor se extendía el río oscurecido, y delante, negras, las colinas de los Emyn Muil al sol, y en ellas no se veía ninguna abertura.
Frodo miraba hacia adelante y de pronto vio dos rocas que se acercaban desde lejos: parecían dos grandes pináculos o pilares de piedra. Altas, verticales, amenazadoras, se erguían a ambos lados del río. Una estrecha abertura apareció entre ellas, y el río arrastró hacia allí las barcas.
-¡Miren los Argonath, los Pilares de los Reyes! - gritó Aragorn-. Los cruzaremos pronto. ¡Mantengan las barcas en fila y tan apartadas como sea posible! ¡Siempre por el medio de la corriente!
Frodo, arrastrado por las aguas, sintió que las dos torres se adelantaban a recibirlo. Eran unas formas gigantescas, vastas figuras grises, mudas pero peligrosas. En seguida vio que los pilares eran en verdad unas tallas enormes, que el arte y los antiguos poderes habían trabajado en ellos y que a pesar de los soles y las lluvias de años olvidados todavía seguían siendo unas poderosas imágenes. Sobre unos grandes pedestales apoyados en el fondo de las aguas se levantaban dos grandes reyes de piedra: los ojos velados bajo unas cejas hendidas aún miraban ceñudamente al norte. Los dos adelantaban la mano izquierda, mostrando la palma en un ademán de advertencia: en la mano derecha tenían un hacha y sobre la cabeza llevaban un casco y una corona desmoronados. Aún daban impresión de poder y majestad, guardianes silenciosos de un reino desaparecido hacía tiempo. Frodo se sintió invadido por un temor reverente y se encogió cerrando los ojos, sin atreverse a mirar mientras la barca se acercaba. Hasta Boromir inclinó la cabeza cuando las embarcaciones pasaron en un torbellino, como hojitas frágiles y voladizas, a la sombra permanente de los centinelas de Númenor. Así cruzaron la abertura oscura de las Puertas.
Los terribles acantilados se alzaban ahora a cada lado a alturas inescrutables. El cielo pálido parecía estar muy lejos. Las aguas negras rugían y resonaban, y un viento chillaba sobre ellas. Frodo, con la cabeza entre las rodillas, oyó a Sam que gruñía y murmuraba adelante.
-¡Qué sitio! ¡Qué sitio horrible! ¡Que pueda yo salir de este bote y nunca volveré a mojarme los pies en un charco y menos en un río!
-¡No temas! -dijo una voz extraña, detrás de él.
Frodo se volvió y vio a Trancos, y sin embargo no era Trancos, pues el curtido montaraz ya no estaba allí. En la popa venía sentado Aragorn hijo de Arathorn, orgulloso y erguido, guiando la barca con hábiles golpes de pala; se habla echado atrás la capucha, los cabellos negros le flotaban al viento y tenía una luz en los ojos: un rey que vuelve del exilio.
-¡No temas! -repitió-. Durante muchos años anhelé contemplar las imágenes de Isildur y Anárion, mis señores de otro tiempo. A la sombra de estos señores, Elessar, Piedra de Elfo, hijo de Arathorn de la casa de Valandil hijo de Isildur, heredero de Elendil, ¡no tiene nada que temer!
En seguida la luz se le apagó en los ojos y Aragorn dijo como hablándose a sí mismo:
-¡Ah, si ahora Gandalf estuviera aquí! ¡Qué nostalgia tengo de Minas Anor y las murallas de mi ciudad! ¿A dónde iré ahora?
El paso era largo y oscuro y había allí un ruido de viento, de aguas tormentosas y de ecos que resonaban en las paredes de piedra. Describía una curva hacia el oeste, de modo que al principio todo era oscuro delante, pero Frodo vio luego una alta brecha luminosa, que crecía con rapidez. De pronto las barcas salieron precipitadas a una luz vasta y clara.
El sol, que ya había dejado muy atrás el mediodía, brillaba en un cielo ventoso. Las aguas se extendían ahora en un largo lago oval, el pálido Nen Hithoel, rodeado de colinas grises y abruptas; las faldas estaban cubiertas de árboles, pero las cimas desnudas brillaban fríamente a la luz del sol. En el extremo sur había tres picos. El del medio se inclinaba un poco hacia adelante, apartándose de los otros: una isla en medio del agua, entre los brazos pálidos y centelleantes del río. De lejos venía un rugido profundo, como un trueno distante.
-¡Miren el Tol Brandir! -dijo Aragorn señalando el pico alto del sur-. A la izquierda se alza el Amon Lhaw y a la derecha el Amon Hen, las colinas del Oído y de la Vista. En los días de los grandes reyes había sitiases ahí arriba y una guardia permanente. Pero se dice que ningún pie de hombre o de bestia ha hollado alguna vez el Tol Brandir. Antes que caigan las sombras de la noche ya estaremos allí. Escucho la voz eterna del Rauros, que nos llama.
La Compañía descansó un rato, dejando que la corriente los llevara hacia el sur por el medio del lago. Comieron algo y luego tomaron las palas para ir más de prisa. La sombra cayó en las laderas del oeste y el sol descendió redondo y rojo. Aquí y allá asomó una estrella neblinosa. Los tres picos se erguían ante ellos, cada vez más oscuros. El vozarrón del Rauros rugía no muy lejos. Cuando los viajeros llegaron por último a la sombra de las colinas, la noche se extendía ya sobre las aguas.
El décimo día de viaje había terminado. Las Tierras Asperas quedaban atrás. No podían continuar sin decidir entre el camino del este y, el camino del oeste. La última etapa de la Búsqueda estaba ante ellos.
Hemos llegado al final de la primera parte de esta historia. Muchas, muchisisisisisimas gracias a las maravillosas personas que la han seguido desde el principio y ahora hasta su final. Pero no es motivo para ponernos tristes- no aun- pues solo ha terminado una etapa, la primer parte de la historia, y ahora viene la segunda, que les prometo, estoy haciendo con mucho cariño para que tenga la calidad que ustedes merecen.
La primera etepa ha terminado con mas de mil lecturas, 28 comentarios que debo agradecer especialmente a dos personas que se dedicaron a comentarla al llegar al grado de comentar mas de dos veces el capitulo. Muchas gracias chicas CamiiDeBlack y HeRmAiOnI_MaLfOy.
Espero que les guste mucho el capitulo, y por lo menos comenten en este ultimo todos los que se pasen por la historia y les guste, porfavor, su opinion es muy importante para mi, o un saludo por lo menos.
Este capitulo va especialmente dedicado ha todos los que han hecho posible esta historia, a los que la estan leyendo, los que la leyeron y los que en este momento estan leyendo esto, "SI, ESTO ES PARA TI AMIGO LECTOR". Y en especial para los que mantuvieron en favoritos la historia:
adolfo_89 amelia Annie-amber CamiiDeBlack HeRmAiOnI_MaLfOy Himawari-sumino Jemenar jhon potter evans JoannaDark29 Julietta15 locohiperactivo Narela Otharon sky potter vale_rosie_weasley viveka_love
Chicos y chicas, esto es para ustedes, gracias de verdad, y pues por lo menos un comentario en este ultimo capitulo porfavoooor!!!
No me queda nada mas que decir, LOS AMOOOOOO!!! y esto es para ustedes y por ustedes, y espero que sigan la continuacion, asi que esten muy al pendientes.
Gracias. Ahora si llego el momento de sacar los pañuelos por que esta primera parte ya se acabo.
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Aragorn los llevó hacia el brazo derecho del río. Aquí, en la ladera del oeste,a la sombra del Tol Brandir, había un prado verde que descendía hacia el agua desde los pies del Amon Hen. Detrás se elevaban las primeras estribaciones de la colina, sembradas de árboles, y otros árboles se alejaban hacia el oeste siguiendo la orilla curva del lago. Un pequeño manantial subía y caía alimentando la hierba.
-Descansaremos aquí esta noche -dijo Aragorn-. Estos son los prados de Parth Galen: un hermoso sitio en los días de verano de otro tiempo. Esperemos que ningún mal haya llegado aún aquí.
Llevaron las embarcaciones a la barranca y acamparon. Pusieron una guardia, pero no oyeron ningún ruido ni vieron ninguna señal de los enemigos. Si Gollum los seguía aún, había encontrado el modo de que no lo vieran ni lo oyeran. Sin embargo, a medida que pasaba la noche, Aragorn iba sintiéndose más y más intranquilo, agitándose en sueños y despertando a menudo. En las primeras horas del alba, se incorporó, miro a los miembros de la compañía que dormían. A su lado se encontraba Erzebeth, quien también dormía intranquila y se movía constantemente aterrorizada. Aragorn se acercó a Frodo, a quien le tocaba montar guardia.
-¿Por qué estás despierto? -preguntó Frodo-. No es tu turno.
-No sé -respondió Aragorn-, pero una sombra y una amenaza han estado creciendo en mis sueños. Sería bueno que sacaras la espada.
-¿Por qué? -preguntó Frodo-. ¿Hay enemigos cerca?
-Veamos qué nos muestra Dardo -dijo Aragorn. Frodo desenfundó entonces la hoja élfica. Aterrorizado, vio que los filos brillaban débilmente en la noche.
-¡Orcos! - dijo -. No muy cerca y sin embargo demasiado cerca, me parece.
-Tal como me lo temía -dijo Aragorn-. Pero no creo que estén de este lado del río. La luz de Dardo es débil y quizá sólo apunta a los espías de Mordor en las laderas del Amon Lhaw. Nunca oí hablar de orcos que hubieran llegado al Amon Hen. Sin embargo quién sabe qué puede ocurrir en estos días nefastos, ahora que Minas Tirith ya no guarda los pasajes del Anduin. Tendremos que avanzar con cuidado mañana.
El día llegó como fuego y humo. Abajo en el este había barras negras de nubes, como la humareda de un gran incendio. El sol naciente las iluminó desde abajo con oscuras llamas rojas, pero pronto subió al cielo claro. La cima del Tol Brandir estaba guarnecida de oro. Frodo miró hacia el este donde se levantaba la isla. Los flancos salían abruptamente del agua, y dominando los altos acantilados había pendientes escarpadas a las que se aferraban los árboles, de copas superpuestas, y más arriba de nuevo unas paredes grises e inaccesibles, coronadas por una aguja de piedra. Muchos pájaros volaban alrededor, pero no había otros signos de vida. Después del desayuno, Aragorn reunió a la Compañía.
-El día ha llegado al fin -dijo-, el día de la elección tanto tiempo demorada. ¿Qué será ahora de nuestra Compañía, que ha viajado tan lejos en comunidad? ¿Iremos al este con Boromir, a las guerras de Gondor, o iremos al oeste, hacia el Miedo y la Sombra, o disolveremos la comunidad y cada uno tomará el camino que prefiera? Lo que se decida, hay que hacerlo en seguida. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. El enemigo está en la costa oriental, ya sabemos; pero temo que los orcos puedan encontrarse de este lado del agua.
Hubo un largo silencio, en el que nadie habló o se movió.
-Bueno, Frodo -dijo Aragorn al fin-. Temo que la responsabilidad pese ahora sobre tus hombros. Eres el Portador elegido por el Concilio. Se trata de tu propio camino y sólo tú decides. En este asunto no puedo aconsejarte. No soy Gandalf y aunque he tratado de desempeñarme como él, no sé qué designios o esperanzas tenía para esta hora, si tenía algo. Lo más probable es que si estuviera aquí con nosotros la elección dependería todavía de ti. Tal es tu destino.
Frodo no respondió en seguida. Luego dijo lentamente: -Sé que el tiempo apremia, pero no puedo elegir. La responsabilidad es muy pesada. Dame una hora más y hablaré. Déjenme solo.
Aragorn lo miró con una piedad conmiserativa.
-Muy bien, Frodo hijo de Drogo -dijo-. Tendrás una hora y estarás solo. Nos quedaremos aquí un rato. Pero no te alejes tanto que no podamos oírte. Frodo se quedó algún tiempo sentado, cabizbajo. Sam, que había estado observando a su amo muy preocupado, inclinó la cabeza y murmuró:
-Es claro como el agua, pero no vale la pena que Sam Gamyi meta la pata justo ahora.
Al fin Frodo se incorporó y se alejó, y Sam vio que mientras los otros se dominaban y evitaban mirarlo, los ojos de Boromir seguían a Frodo, hasta que se perdió entre los árboles al pie del Amon Hen. Yendo al principio sin rumbo por el bosque, Frodo descubrió que los pies estaban llevándolo hacia las faldas de la montaña. Llegó a un sendero, las tortuosas ruinas de un camino de otra época. En los lugares abruptos habían tallado unos escalones, pero ahora estaban agrietados y gastados y las raíces de los árboles habían partido la piedra. Trepó algún tiempo sin preocuparse por donde iba, hasta que llegó a un sitio con pastos. Había fresnos alrededor y en medio una gran piedra chata. El pequeño prado de la colina se abría al este y ahora estaba iluminado por el sol matinal. Frodo se detuvo y miró por encima del río, que corría muy abajo, los picos del Tol Brandir y los pájaros que revoloteaban en el gran espacio aéreo que se extendía entre él y la isla virgen.
La voz del Rauros era un poderoso rugido acompañado por un bramido retumbante. Frodo se sentó en la piedra, apoyando el mentón en las manos, los ojos clavados en el este, pero no viendo mucho. Todo lo que había ocurrido desde que Bilbo dejara la Comarca le desfiló entonces por la mente y recordó lo que pudo de las palabras de Gandalf. El tiempo pasó y aún no podía decidirse. De pronto despertó de estos pensamientos: tenía la rara impresión de que algo estaba detrás de él, que unos ojos inamistosos lo observaban. Se incorporó de un salto y se volvió: le sorprendió no ver sino a Boromir, de cara sonriente y bondadosa.
-Temía por ti, Frodo -dijo Boromir adelantándose-. Si Aragorn tiene razón y los orcos están cerca, no conviene que nos paseemos solos y menos tú: tantas cosas dependen de ti. Y mi corazón también lleva una carga. ¿Puedo quedarme y hablarte un rato ya que te he encontrado? Me confortará. Cuando hay tantos, toda palabra se convierte en una discusión interminable. Pero dos quizás encuentren juntos el camino de la sabiduría.
-Eres amable -dijo Frodo-. Aunque no creo que un discurso pueda ayudarme. Pues sé muy bien lo que he de hacer, pero tengo miedo de hacerlo, Boromir, miedo.
Boromir no replicó. El Rauros continuaba rugiendo. El viento murmuraba en las ramas de los árboles. Frodo se estremeció. De pronto Boromir se acercó y se sentó junto a él.
-¿Estás seguro de que no sufres sin necesidad? -dijo-. Deseo ayudarte. Necesitas alguien que te guíe en esa difícil elección. ¿No aceptarías mi consejo?
-Creo que ya sé qué consejo me darías, Boromir -dijo Frodo-. Y me parecería un buen consejo si el corazón no me dijese que he de estar prevenido.
-¿Prevenido? ¿Prevenido contra quién? -dijo Boromir con tono brusco.
-Contra todo retraso. Contra lo que parece más fácil. Contra la tentación de rechazar la carga que me ha sido impuesta. Contra... bueno, hay que decirlo: contra la confianza en la fuerza y la verdad de los hombres.
-Sin embargo esa fuerza te protegió mucho tiempo allá en tu pequeño país, aunque tú no lo supieras.
-No pongo en duda el valor de tu pueblo. Pero el mundo está cambiando. Las murallas de Minas Tirith pueden ser fuertes, pero quizá no bastante fuertes. Si ceden, ¿qué pasará?
-Moriremos como valientes en el combate. Sin embargo, hay esperanzas de que no cedan.
-Ninguna esperanza mientras exista el Anillo.
-¡Ah! ¡El Anillo! -dijo Boromir y se le encendieron los ojos- ¡El Anillo! ¿No es un extraño destino tener que sobrellevar tantos miedos y recelos por una cosa tan pequeña? ¡Una cosa tan pequeña! Y yo sólo la vi un instante en la casa de Elrond. ¿No podría echarle otra mirada?
Frodo alzó la cabeza. El corazón se le había helado de pronto. Había alcanzado a ver el extraño resplandor en los ojos de Boromir, aunque la expresión de la cara era aún amable y amistosa.
-Es mejor que permanezca oculto -respondió.
-Como quieras. No me importa -dijo Boromir-. ¿Pero no puedo hablarte de ese Anillo? Parece que sólo pensaras en el poder que podría alcanzar en manos del enemigo; en los malos usos del Anillo y no en los buenos. El mundo cambia, dices. Minas Tirith caerá, si el Anillo no desaparece. ¿Pero por qué? Así será si lo tiene el enemigo, pero no si lo tenemos nosotros.
-¿No estuviste en el Concilio? -respondió Frodo-. No podemos utilizarlo, y lo que consigues con él se desbarata en mal.
Boromir se incorporó y se puso a caminar de un lado a otro con impaciencia.
-Sí, ya conozco la cantinela -exclamó-. Gandalf, Elrond, todos te dijeron lo mismo y tú lo repites. Quizás esté bien para ellos. Esos elfos, medio elfos y magos: es posible que alguna desgracia les cayera encima. Sin embargo me pregunto a menudo si serán sabios de veras y no meramente tímidos. Pero a cada uno según su especie. Los hombres de corazón leal no serán corrompidos. Nosotros los de Minas Tirith nos hemos mostrado fuertes a través de largos años de prueba. No buscamos el poder de los señores magos, sólo fuerza para defendemos, fuerza para una causa justa. ¡Y mira! En nuestro aprieto la casualidad trae a la luz el Anillo de Poder. Es un regalo digo yo, un regalo para los enemigos de Mordor. Seríamos insensatos si no lo aprovecháramos, si no utilizáramos contra el enemigo ese mismo poder. El temerario, el audaz, sólo ellos tendrán la victoria. ¿Qué no podría hacer un guerrero en esta hora, un gran jefe? ¿Qué no podría hacer Aragorn? Y si Aragorn se rehúsa, ¿qué no podría hacer Boromir? El Anillo me daría poder de mando. ¡Ah, cómo perseguiría yo a las huestes de Mordor y cómo todos los hombres servirían a mi bandera!
Boromir iba y venía hablando cada vez más alto, casi como si hubiera olvidado a Frodo, mientras peroraba sobre murallas y armas y la convocatoria a los hombres y planeaba grandes alianzas y gloriosas victorias futuras; y sometía a Mordor y él se convertía en un rey poderoso, benevolente y sabio. De pronto se detuvo y sacudió los brazos.
-¡Y nos dicen que lo tiremos por ahí! -gritó-. Yo no digo como ellos destruirlo. Esto podría convenir, si hubiese algún motivo razonable. No lo hay. El único plan que nos propusieron es que un mediano entrara a ciegas en Mordor y ofreciera al enemigo la posibilidad de recuperar el Anillo. ¡Qué locura!
»Seguro que tú también lo entiendes así, ¿no es cierto, amigo? -dijo de pronto volviéndose de nuevo hacia Frodo-. Dices que tienes miedo. Si es así, el más audaz te lo perdonaría. ¿Pero ese miedo no será tu buen sentido que se rebela?
-No, tengo miedo -dijo Frodo-. No hay otra cosa. Y me alegra haberte oído hablar tan francamente. Mi mente está más clara ahora.
-¿Entonces vendrás a Minas Tirith? -exclamó Boromir. Tenía los ojos brillantes y el rostro encendido.
-Me has entendido mal -dijo Frodo.
-¿Pero vendrás, al menos por un tiempo? -insistió Boromir-. Mi ciudad no está lejos ahora y no hay más distancia de allí a Mordor que desde aquí. Hemos estado mucho tiempo en el desierto y necesitas saber qué hace ahora el enemigo antes de dar un paso. Ven conmigo, Frodo -dijo-. Necesitas descansar antes de aventurarte más allá, si es necesario que vayas.
Se apoyó en el hombro de Frodo, en actitud amistosa, pero Frodo sintió que la mano de Boromir temblaba con una excitación contenida. Dio rápidamente un paso atrás y miró con inquietud al hombre alto, casi dos veces más grande que él y mucho más fuerte.
-¿Por qué eres tan poco amable? -dijo Boromir-. Soy un hombre leal, no un ladrón, ni un bandolero. Necesito tu Anillo, ahora lo sabes, pero te doy mi palabra de que no quiero quedarme con él. ¿No me permitirás al menos que probemos mi plan? ¡Préstame el Anillo!
-¡No! ¡No! - gritó Frodo -. El Concilio decidió que era yo quien tenía que llevarlo.
-¡Tu locura nos llevará a la derrota! -gritó Boromir-. ¡Me pones fuera de mí! ¡Insensato! ¡Cabeza dura! Corres voluntariamente a la muerte y arruinas nuestra causa. Si algún mortal tiene derecho al Anillo, ha de ser un Hombre de Númenor y no un mediano. Sólo por una desgraciada casualidad es tuyo. Tenía que haber sido mío. Tiene que ser mío. ¡Dámelo!
Frodo no respondió y fue alejándose hasta que la gran piedra chata se extendió entre ellos.
-¡Vamos, vamos, mi querido amigo! -dijo Boromir con una voz más endulzada-. ¿Por qué no librarte de él? ¿Por qué no librarte de tus dudas y miedos? Puedes echarme la culpa, si quieres. Puedes decir que yo era demasiado fuerte y te lo quité. ¡Pues soy demasiado fuerte para ti, mediano!
Boromir dio un salto y se precipitó por encima de la piedra hacia Frodo. Tenía otra cara ahora, fea y desagradable, y un fuego de furia le ardía en los ojos. Frodo lo esquivó y de nuevo puso la piedra entre ellos. Había una sola solución: temblando sacó el Anillo sujeto a la cadena y se lo deslizó rápidamente en el dedo, en el momento en que Boromir saltaba otra vez hacia él. El hombre ahogó un grito, miró un momento, asombrado, y luego echó a correr de un lado a otro, buscando aquí y allí entre las rocas y árboles.
-¡Miserable tramposo! - gritó -. ¡Espera a que te ponga las manos encima! Ahora entiendo tus intenciones. Le llevarás el Anillo a Sauron y nos venderás a todos. Querías abandonarnos y sólo esperabas que se te presentara la ocasión. ¡Malditos tú y todos los medianos, que se los lleven la muerte y las tinieblas!
En ese momento el pie se le enganchó en una piedra, cayó hacia adelante con los brazos y piernas extendidos y se quedó allí tendido de bruces. Durante un rato estuvo muy quieto y pareció que lo hubiera alcanzado su propia maldición; luego, de pronto, se echó a llorar. Se incoporó y se pasó la mano por los ojos, enjugándose las lágrimas.
-¿Qué he dicho? -gritó-. ¿Qué he hecho? ¡Frodo! ¡Frodo! -llamó-. ¡Vuelve! Tuve un ataque de locura, pero ya se me pasó. ¡Vuelve!
No hubo respuesta, Frodo ni siquiera oyó los gritos. Estaba ya muy lejos, saltando a ciegas por el sendero que llevaba a la cima, estremeciéndose de terror y de pena mientras recordaba la cara enloquecida y los ojos ardientes de Boromir. Pronto se encontró solo en la cima del Amon Hen y se detuvo, sin aliento. Vio a través de la niebla un círculo amplio y chato, cubierto de losas grandes y rodeado por un parapeto en ruinas; y en medio, sobre cuatro pilares labrados, en lo alto de una escalera de muchos peldaños, había un asiento. Frodo subió y se sentó en la antigua silla, sintiéndose casi como un niño extraviado que ha trepado al trono de los reyes de la montaña.
Al principio poco pudo ver. Parecía como si estuviese en un mundo de nieblas, donde sólo había sombras; tenía puesto el Anillo. Luego, aquí y allá, la- niebla fue levantándose y vio muchas escenas, visiones pequeñas y claras corno si las tuviera ante los ojos sobre una mesa y sin embargo remotas. No había sonidos, sólo imágenes brillantes y vívidas. El mundo parecía encogido, enmudecido. Estaba sentado en el Sitial de la Vista, sobre el Amon Hen, la Colina del Ojo de los Hombres de Númenor. Miró al este y vio tierras que no aparecían en los mapas, llanuras sin nombre y bosques inexplorados. Miró al norte y vio allá abajo el Río Grande como una cinta, y las Montañas Nubladas parecían pequeñas y de contornos irregulares, como dientes rotos. Miró al oeste y vio las vastas praderas de Rohan; Orthanc, el pico de Isengard, como una espiga negra. Miró al sur y vio el Río Grande que rodaba como una ola y caía por los saltos del Rauros a un abismo de espumas; un arco iris centelleaba sobre los vapores. Y vio el Ethir Anduin, el poderoso delta del río y miríadas de pájaros marinos que revoloteaban al sol como un polvo blanco, y debajo un mar plateado y verde, ondeando en líneas interminables.
Pero adonde mirara, veía siempre signos de guerra. Las Montañas Nubladas hervían como hormigueros: los orcos salían de innumerables madrigueras. Bajo las ramas del Bosque Negro había una lucha enconada de elfos, hombres y bestias feroces. La tierra de los Beórnidas estaba en llamas; una nube cubría Moria; unas columnas de humo se elevaban en las fronteras de Lórien.
Unos Jinetes galopaban sobre la hierba de Rohan; desde Isengard los lobos llegaban en manadas. En los puertos de Harad, las naves de guerra se hacían a la mar y del este venían muchos hombres: de espada, lanceros, arqueros a caballo, carros de comandantes y vagones de suministros. Todo el poder del Señor Oscuro estaba en movimiento. Volviéndose de nuevo hacia el sur Frodo contempló Minas Tirith. Parecía estar muy lejos y era hermosa: de muros blancos, franqueada por numerosas torres, orgullosa y espléndida, encaramada en la montaña; el acero refulgía en las almenas y en las torrecillas brillaban estandartes de muchos colores. En el corazón de Frodo se encendió una esperanza. Pero contra Minas Tirith se alzaba otra fortaleza, más grande y más poderosa. No quería mirar pero se volvió hacia el este y vio los puentes arruinados de Osgiliath y las puertas abiertas como en una mueca de Minas Morgul y las Montañas Encantadas, y se descubrió mirando Gorgoroth, el valle del terror en el País de Mordor. Las tinieblas se extendían allí bajo el sol. El fuego brillaba entre el humo. El Monte del Destino estaba ardiendo y una densa humareda subía en el aire. Al fin los ojos se le detuvieron y entonces la vio: muro sobre muro, almena sobre almena, negra, inmensamente poderosa, montaña de hierro, puerta de acero, torre de diamante: Barad-dûr, la Fortaleza de Sauron. Frodo perdió toda esperanza. Y entonces sintió el Ojo. Había un ojo en la Torre Oscura, un ojo que no dormía, y ese ojo no ignoraba que él estaba mirándolo. Había allí una voluntad feroz y decidida y de pronto saltó hacia él. Frodo la sintió casi como un dedo que lo buscaba y que en seguida lo encontraría, aplastándolo. El dedo tocó el Amon Lhaw. Echó una mirada al Tol Brandir. Frodo saltó a los pies de la silla y se acurrucó cubriéndose la cabeza con la capucha gris.
Se oyó a sí mismo gritando: ¡Nunca! ¡Nunca! O quizá decía: Me acerco en verdad, me acerco a ti. No podía asegurarlo. Luego como un relámpago venido de algún otro extremo de poder se le presentó un nuevo pensamiento: ¡Sácatelo! ¡Sácatelo! ¡Insensato, sácatelo! ¡Sácate el Anillo!
Los dos poderes lucharon en él. Durante un momento, en perfecto equilibrio entre dos puntas afiladas, Frodo se retorció atormentado. De súbito tuvo de nuevo conciencia de sí mismo: Frodo, ni la Voz ni el Ojo libre de elegir y disponiendo apenas de un instante. Se sacó el Anillo del dedo. Estaba arrodillado a la clara luz del sol delante del elevado sitial. Una sombra negra pareció pasar sobre él, como un brazo; no acertó a dar con el Amon Hen, buscó un poco en el este y se desvaneció. El cielo era otra vez limpio y azul y los pájaros cantaban en todos los árboles.
Frodo se puso de pie. Se sentía muy fatigado, pero estaba decidido ahora y se había quitado un peso del corazón. Se habló en voz alta.
-Bien, tengo que hacerlo -dijo-. Esto al menos es claro: la malignidad del Anillo ya está operando, aun en la Compañía, y antes que haga más daño hay que llevarlo lejos. Iré solo. En algunos no puedo confiar y aquellos en quienes puedo confiar me son demasiado queridos: el pobre viejo Sam y Merry y Pippin. La dama Erzebeth que ha sido tan amable con él, Trancos también: desea tanto volver a Minas Tirith, y quizá lo necesiten allí, ahora que Boromir ha sucumbido al mal. Iré solo. En seguida.
Descendió rápidamente por el sendero y llegó de vuelta al prado donde lo había encontrado Boromir. Allí se detuvo y escuchó. Creyó oír gritos y llamados que venían de los bosques cercanos a la costa.
-Estarán buscándome -se dijo-. Me pregunto cuánto tiempo he estado ausente. Horas quizá. ¿Qué puedo hacer? -murmuró titubeando-. Tengo que irme ahora, o no me iré nunca. No tendré otra oportunidad. Odio abandonarlos y más de este modo, sin ninguna explicación. Pero creo que ellos entenderán. Sam entenderá. ¿Y qué otra cosa puedo hacer?
Lentamente extrajo el Anillo y se lo puso una vez más. Desapareció y descendió por la colina, leve como el roce del viento. Los otros permanecieron un tiempo junto al río. Habían estado callados un rato, yendo de un lado a otro, inquietos, pero ahora estaban sentados en círculo y hablaban. Erzebeth parecía estar más intranquila que los demás y jugaba nerviosa con una flecha dibujando círculos en la tierra, cada que podía dirigía su mirada hacia donde Frodo había ido. De cuando en cuando trataban de hablar de alguna otra cosa, del largo camino y de las numerosas aventuras que habían encontrado; interrogaron a Aragorn acerca del reino de Gondor en los tiempos antiguos, y los restos de las grandes obras que podían verse aún en estas extrañas regiones fronterizas de los Emyn Muil: los reyes de piedra y los sitiases de Lhaw y Hen y la gran escalera junto a los saltos del Rauros. Pero los pensamientos y las palabras de todos volvían una y otra vez a Frodo y el Anillo. ¿Qué decidiría Frodo? ¿Por qué dudaba?
-Trata de averiguar qué camino es el más desesperado, me parece -dijo Aragorn-. No me sorprende. Hay menos esperanzas que nunca para la Compañía si vamos hacia el este. Gollum nos ha seguido el rastro y es posible que nuestro viaje ya no sea un secreto. Pero Minas Tirith no está más cerca del Fuego y la destrucción de la Carga.
»Podemos quedarnos aquí un tiempo y defendernos como bravos, pero el Señor Denethor y todos sus hombres no podrían conseguir lo que no está al alcance de los poderes de Elrond, según dijo él mismo: o mantener en secreto la Carga, o mantener a distancia a las fuerzas del enemigo cuando venga tras ella. ¿Qué camino elegiríamos nosotros en el lugar de Frodo? No lo sé. Nunca hemos necesitado más a Gandalf.
-Cruel ha sido nuestra pérdida -dijo Legolas-, pero tendremos que encontrar alguna solución sin la ayuda de Gandalf. ¿Por qué no lo decidimos entre todos y ayudamos así a Frodo? ¡Llamémoslo de vuelta y votemos! Yo votaré por Minas Tirith.
-Y yo también -dijo Gimli -. Nosotros, por supuesto, sólo vinimos a ayudar al Portador a lo largo del camino y no tenemos por qué ir más allá; ninguno de nosotros ha hecho un juramento ni ha recibido la orden de buscar la Montaña del Destino. Dejar Lothlórien fue duro para mí. Pero he venido aquí tan lejos y digo ahora. Ha llegado el momento de la última decisión y es evidente que no dejaré a Frodo. Yo elegiría Minas Tirith, pero si él piensa otra cosa, lo seguiré.
-Yo no votaría por Minas Tirith- dijo Erzebeth mirando a Aragorn- Tal vez sea el camino más fácil, pero no el correcto por lo que me dice mi corazón, tal vez no ahora. Yo no abandonare a Frodo a su suerte y si es necesario subiré con él la Montaña del Destino hasta ver como arroja a los fuegos el anillo y todo acaba, o acompañarlo para garantizarle el éxito aunque a mí me lleve a una muerte segura.
-Yo también iré con Frodo -dijo Legolas-. Sería desleal despedirme de él ahora.
-Sería de veras una traición, si todos lo abandonáramos -dijo Aragorn-. Pero si va hacia el este, no es necesario que lo acompañemos todos, ni creo que convenga. Es un riesgo desesperado, tanto para ocho como para dos o tres, o uno solo. Si se me permitiera elegir, yo designaría tres compañeros: Sam, que no podría soportar que fuera de otro modo; Erzebeth y yo mismo. Boromir volverá a Minas Tirith donde su padre y la gente lo necesitan y junto con él irían los demás, o al menos Meriadoc y Peregrin, si Legolas y Gimli no está dispuestos a dejarnos.
-¡Imposible! -exclamó Merry-. ¡No podemos dejar a Frodo! Pippin y yo decidimos desde un principio acompañarlo a todas partes y aún es así para nosotros. Aunque antes no entendimos lo que eso significaba. Parecía distinto allá lejos, en la Comarca o en Rivendel. Sería una locura y una crueldad permitir que Frodo vaya a Mordor. ¿Por qué no podemos impedírselo?
-Tenemos que impedírselo -dijo Pippin-. Y por eso está preocupado, no me cabe ninguna duda. Sabe que no estaremos de acuerdo si quiere ir al este. Y no le gusta pedirle a alguien que lo acompañe, pobre viejo. Y no podría ser de otra manera. ¡Ir a Mordor solo! - Pippin se estremeció. - Pero el viejo, tonto y querido hobbit debiera saber que no tiene nada que pedir. Debiera saber que si no podemos detenerlo, no lo dejaremos solo.
-Perdón -dijo Sam-. No creo que ustedes entiendan del todo a mi amo. Las dudas que él tiene no se refieren al camino. ¡Claro que no! ¿De qué serviría Minas Tirith de todos modos? A él quiero decir, si usted me perdona, señor Boromir -añadió, volviéndose.
Fue entonces cuando descubrieron que Boromir, quien al principio había esperado en silencio fuera del círculo, ya no estaba con ellos. Erzebeth se levanto y empezó a mirar en todas direcciones angustiada, Aragorn y Legolas lo notaron enseguida.
-¿Qué ha ido a hacer ahora? -preguntó Sam, preocupado-. Ha estado raro desde hace un tiempo, me parece. De cualquier modo no es un problema de él. Se ha ido a su casa, como siempre ha dicho, y no lo culpo. Pero el señor Frodo sabe que necesita encontrar las Grietas del Destino, si es posible. Pero tiene miedo. Ahora que ha llegado el momento de decidirse, está simplemente aterrorizado. Este es su problema. Por supuesto ha ganado un poco de experiencia, por así decir -como todos nosotros- desde que salimos de casa, o estaría tan asustado que tiraría el Anillo al río y se escaparía. Pero tiene todavía demasiado miedo para ponerse en camino. Y tampoco está preocupado por nosotros: si vamos a ir con él o no. Sabe que no lo dejaríamos solo, ¡Recuerden lo que digo! Vamos a tener dificultades cuando venga. Y estará de veras decidido, tan cierto como que se llama Bolsón.
-Pienso que hablas con más sabiduría que ninguno de nosotros, Sam -dijo Aragorn-. ¿Y qué haremos, si tienes razón?
-¡Detenerlo! ¡No dejarlo ir! -gritó Pippin.
-No sé -dijo Aragorn-. Es el Portador y el destino de la Carga pesa sobre él. No creo que nos corresponda empujarlo en un sentido o en otro. No creo por otra parte que tuviéramos éxito, si lo intentáramos. Hay otros poderes en acción, mucho más fuertes.
-Bueno, me gustaría que Frodo «se decidiera» a volver y concluyéramos el asunto -dijo Pippin-. ¡Esta espera es horrible! ¿No se cumplió ya el tiempo?
-Sí -dijo Aragorn-. La hora ha pasado hace rato. La mañana termina. Hay que llamarlo.
En ese momento reapareció Boromir. Salió de los árboles y se adelantó hacia ellos sin hablar. Tenía un aire sombrío y triste. Se detuvo como para contar quiénes estaban presentes y luego se sentó aparte, los ojos clavados en el suelo.
-¿Dónde has estado, Boromir? -preguntó Aragorn-. ¿Has visto a Frodo?
Boromir titubeó un segundo. -Sí, y no -respondió lentamente-. Sí: lo encontré en la ladera de la colina y le hablé. Lo insté a que viniera a Minas Tirith y que no fuera al este. Me enojé y él se fue. Desapareció. Nunca vi nada semejante, aunque había oído historias. Debe de haberse puesto el Anillo. No volví a encontrarlo. Pensé que había vuelto aquí.
-¿No tienes más que decir? -preguntó Aragorn clavando en Boromir unos ojos poco amables.
-No -respondió Boromir-, no por el momento.
-¡Aquí hay algo malo! -gritó Sam, incorporándose de un salto-. No sé qué pretende este hombre. ¿Por qué Frodo se pondría el Anillo? No tenía por qué y si lo hizo, ¡quién sabe qué habrá pasado!
-Si le has puesto una mano encima
- Erzebeth había sacado su daga y caminaba furiosa hacia Boromir, pero Legolas la detuvo por el brazo intentando tranquilizarla- Por tu bien, Boromir, espero que no esté muy lejos y en peligro.
-Pero no se lo dejaría puesto -dijo Merry-. No después de haber escapado a un visitante indeseable, como hacía Bilbo.
-¿Pero dónde ha ido? ¿Dónde está? -gritó Pippin-. Hace siglos que se fue.
-¿Cuánto tiempo pasó desde que viste a Frodo por última vez, Boromir? - preguntó Aragorn.
-Media hora quizá -respondió Boromir-. O quizás una hora. Estuve caminando un poco desde entonces. ¡No sé! ¡No sé!- Se llevó las manos a la cabeza y se quedó sentado, como abrumado por una pena.
-¡Una hora desde que desapareció! -exclamó Sam-. Hay que ir a buscarlo en seguida. ¡Vamos!
-¡Un momento! -gritó Aragorn-. Tenemos que dividirnos en parejas y arreglar... ¡Eh, un momento, espera!
No sirvió de nada. No le hicieron caso. Sam había echado a correr antes que nadie. Lo siguieron Merry y Pippin, que ya estaban desapareciendo entre los árboles de la costa, gritando: ¡Frodo! ¡Frodo!, con aquellas voces altas y claras de los hobbits. Legolas y Gimli corrían también. Un pánico o una locura repentina parecía haberse apoderado de la Compañía.
-¡Esperen!- grito Erzebeth, pero nadie se detuvo- ¡Esto no está bien, esto no está bien! Lo sabía, llevaba ya varias horas presintiendo algo malo, no debemos de estar solos, no ahora.
-Nos dispersaremos y nos perderemos -gruñó Aragorn-. ¡Boromir! No sé cuál ha sido tu parte en esta desgracia, ¡pero ayuda ahora! Corre detrás de esos dos jóvenes hobbits y protégelos al menos, aunque no puedas encontrar a Frodo. Vuelve aquí, si lo encuentras, O si ves algún rastro. Regresaré pronto. Erzebeth, tu ve con Legolas y Gimli, yo iré con Sam, trata de que no se separen mucho de la zona.
Aragorn se precipitó en persecución de Sam. Lo alcanzó en el pequeño prado, entre los acebos. Sam iba cuesta arriba, jadeando y llamando: ¡Frodo!
-¡Ven conmigo, Sam! -dijo Aragorn-. Que ninguno de nosotros se quede solo ni un momento. Hay algo malévolo en el aire. Voy a la cima, al Sitial del Amon Hen, a ver lo que se puede ver. ¡Y mira! Tal como lo presentí: Frodo fue por este lado. Sígueme, ¡y mantén los ojos abiertos!
Subió rápidamente por el sendero. Sam corrió detrás de él, pero no podía competir con Trancos el montaraz y poco después lo perdió de vista. Sam se detuvo, resoplando. De pronto se palmeó la frente.
-Calma, Sam Gamyi -se dijo en voz alta-. Tienes las piernas demasiado cortas, ¡de modo que usa la cabeza! Veamos. Boromir no miente, no es de esa índole, pero no nos dijo todo. El señor Frodo se asustó mucho por alguna razón y de pronto decidió partir. ¿Adónde? Hacia el este. ¿No sin Sam? Sí, aun sin Sam. Esto es duro, muy duro.- Sam se pasó la mano por los ojos, enjugándose las lágrimas. -Tranquilo, Gamyi -dijo-. ¡Piensa si puedes! No puede volar por encima de los ríos y no puede saltar por encima de las cascadas. No lleva ningún equipo. Tendrá pues que volver a los botes. ¡A los botes! ¡Corre hacia los botes, Sam, como un rayo!
Dio media vuelta y bajó a saltos el sendero. Cayó y se lastimó las rodillas. Se topo entonces con la dama Erzebeth, su expresión era diferente. Lucia triste, pero más tranquila de lo que había estado en estos últimos días. Ayudo a Sam a levantarse y lo miro con una sonrisa. El hobbit parecía estar en un sueño, o eso es lo que pensó. La mujer lucia más alta y majestuosa, un brillo brotaba de ella lo que le hacía verse más imponente de lo que ya era.
-No lo dejes solo, Sam- le dijo abrazando al hobbit- Ve con él, ayúdalo en esta misión. Solo tú puedes seguir con él, aquí nosotros nos separamos y llevaremos rumbos diferentes, pero tu camino está con él.- Erzebeth volvió a mirar a Sam, escruto su rostro y beso su frente- Eres el mejor hobbit Samsagaz Gamyi, y siempre estarás en mi corazón, hasta el último momento de mi vida, mi último pensamiento será para ti.- Se levanto la mujer, y empuño su espada, se dio media vuelta y comenzó a correr hacia donde se suponía estarían los demás- Corre Sam, corre antes de que Frodo se marche. Yo me encargare de que nadie más los vea. No hay tiempo ya, deben de partir- y desapareció entre los árboles.
Sam siguió corriendo, llegó así al borde del prado de Parth Galen, junto a la orilla, donde habían sacado las barcas del agua. No había nadie allí. De los bosques de atrás parecían venir unos gritos, pero no les prestó atención. Se quedó mirando un momento, inmóvil, boquiabierto. Una embarcación se deslizaba sola cuesta abajo. Dando un grito, Sam corrió por la hierba. La barca entró en el agua.
-¡Ya voy, señor Frodo! ¡Ya voy! -gritó Sam.
Se tiró desde la orilla con las manos tendidas hacia la barca que partía. Dando un grito y con un chapoteo cayó de cabeza a una yarda de la borda en el agua profunda y rápida. Se hundió gorgoteando; el río se cerró sobre la cabeza rizada de Sam. Un grito de consternación se alzó en la barca vacía. Una pala giró y la barca viró en redondo. Sam subió a la superficie burbujeando y debatiéndose, y Frodo llegó justo a tiempo para tomarlo por los cabellos. Los ojos redondos y castaños miraban el aire con miedo.
-¡Arriba, Sam, muchacho! -dijo Frodo-. ¡Tómame la mano!
-¡Sálveme, señor Frodo! -jadeó Sam -. Estoy ahogándome. No le veo la mano.
-Aquí está. ¡No aprietes tanto! No te soltaré. Quédate derecho y no te sacudas, o volcarás el bote. Bueno, aférrate a la borda, ¡y déjame usar la pala!
Con unos pocos golpes Frodo llevó de vuelta la barca a la orilla y Sam pudo salir arrastrándose, mojado como una rata de agua. Frodo se sacó el Anillo y pisó otra vez tierra firme.
-¡De todos los fastidios del mundo tú eres el peor, Sam! -dijo.
-Oh, señor Frodo, ¡es usted duro conmigo! -dijo Sam temblando de pies a cabeza-. Es usted duro tratando de irse sin mí y todo lo demás. Si yo no hubiese adivinado la verdad, ¿dónde estaría usted ahora?
-A salvo y en camino.
-¡A salvo! - dijo Sam-. ¿Solo y sin mi ayuda? No hubiese podido soportarlo, sería mi muerte.
-Venir conmigo también puede ser tu muerte, Sam -dijo Frodo- y entonces yo no hubiese podido soportarlo.
-No es tan seguro como si me quedara -dijo Sam.
-Pero voy a Mordor.
-Lo sé de sobra, señor Frodo. Claro que sí. Y yo iré con usted.
-Por favor, Sam -dijo Frodo-, ¡no me pongas obstáculos! Los otros pueden volver en cualquier instante. Si me encuentran aquí, tendré que discutir y explicar y ya nunca tendré el ánimo o la posibilidad de irme. Pero he de partir en seguida. No hay otro modo.
-Sí, ya lo sé -dijo Sam-. Pero no solo. Voy yo también, o ninguno de los dos. Antes desfondaré todas las barcas.
Frodo rió con ganas. Sentía en el corazón un calor y una alegría repentinos.
-¡Deja una! -dijo-. La necesitaremos. Pero no puedes venir así, sin equipo ni comida ni nada.
-¡Un momento nada más y traeré mis cosas! -exclamó Sam animado-. Todo está listo. Pensé que partiríamos hoy.
Corrió al sitio donde habían acampado, quitó un bulto de la pila donde Frodo lo había puesto, cuando sacara de la barca las pertenencias de los otros, tomó otra manta y algunos paquetes más de provisiones y volvió corriendo.
-¡He aquí todo mi plan estropeado! -dijo Frodo-. Imposible escapar de ti. Pero estoy contento, Sam. No puedo decirte qué contento. ¡Vamos! Es evidente que estábamos destinados a ir juntos. Partiremos, ¡y que los otros encuentren un camino seguro! Trancos los cuidará. No creo que volvamos a verlos.
-Quizá sí, señor Frodo. Quizá sí -dijo Sam.- Aunque esto es obra de la dama Erzebeth, ella me ha advertido su plan, y ella fue la que quiso que yo viniera.
-Así que ella lo sabe.
-pero no le advertirá a los demás, nos dará tiempo para partir ocultos, pero vallamos ya, dijo que no hay tiempo ya.- Así Frodo y Sam iniciaron juntos la última etapa de la Búsqueda. Frodo remó alejándose de la costa y el río los llevó rápidamente, a lo largo del brazo occidental, más allá de los acantilados amenazadores del Tol Brandir. El rugido de las cataratas fue acercándose. Aun con la ayuda de Sam costó trabajo atravesar la corriente en el extremo sur de la isla y virar al este hacia la orilla lejana.
Al fin llegaron de nuevo a tierra en el flanco sur del Amon Lhaw. Allí encontraron una costa empinada y sacaron la barca del río, la arrastraron arriba y la ocultaron como mejor pudieron detrás de unos peñascos. Luego, cargando al hombro los bultos partieron en busca de un sendero que los llevara por encima de las colinas grises de los Emyn Muil y descendiera internándose en el País de la Sombra.
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Aragorn subió rápidamente la colina. De vez en cuando se inclinaba hasta el suelo. Los hobbits tienen el paso leve y no dejan huellas fáciles de leer, ni siquiera para un Montaraz, pero no lejos de la cima un manantial cruzaba el sendero y Aragorn vio en la tierra húmeda lo que estaba buscando. «Interpreto bien los signos», se dijo. «Frodo corrió a lo alto de la colina. ¿Qué habrá visto allí, me pregunto? Pero luego bajó por el mismo camino.» Aragorn titubeó. Hubiera querido ir él mismo hasta el elevado sitial, esperando ver algo que lo orientase de algún modo, pero el tiempo apremiaba. De pronto dio un salto hacia adelante y corrió a la cima; atravesó las grandes losas y subió por los escalones. Luego, sentándose en el alto sitial, miró alrededor. Pero el sol parecía oscuro y el mundo apagado y lejano. Se volvió desde el Norte y dio una vuelta completa hasta mirar de nuevo al Norte y no vio nada excepto las colinas distantes, aunque allá a lo lejos la forma de un pájaro grande parecido a un águila planeaba en el cielo otra vez y descendía a tierra en círculos amplios y lentos.
Aún mientras observaba alcanzó a oír unos sonidos débiles en el bosque que se extendía allá abajo al oeste del río. Se enderezó. Eran gritos y entre ellos reconoció con horror las voces roncas de los orcos. Un instante después resonó de súbito la llamada profunda y gutural de un cuerno, y los ecos golpearon las colinas y se extendieron por las hondonadas, elevándose sobre el rugido de las aguas en un poderoso clamor.
-¡El cuerno de Boromir! -gritó Aragorn-. ¡Boromir está en dificultades! -Se lanzó escalones abajo, y se alejó saltando por el sendero.- ¡Ay! Hoy me persigue un destino funesto, y todo lo que hago sale torcido. ¿Dónde está Sam?
Mientras corría los gritos aumentaron, pero la llamada del cuerno era ahora más débil y más desesperada. Los aullidos de los orcos se alzaron, feroces y agudos y de pronto el cuerno calló. Aragorn bajó a todo correr la última pendiente, pero antes que llegara al pie de la colina, los sonidos fueron apagándose, y cuando dobló a la izquierda para correr tras ellos, comenzaron a retirarse hasta que al fin ya no pudo oírlos. Sacando la espada brillante y gritando Elendil! Elendil! Se precipitó entre los árboles.
A una milla quizá de Parth Galen, en un pequeño claro no lejos del lago, encontró a Boromir. Estaba sentado de espaldas contra un árbol grande y parecía descansar. Pero Aragorn vio que estaba atravesado por muchas flechas empenachadas de negro; sostenía aún la espada en la mano, pero se le había roto cerca de la empuñadura. En el suelo y alrededor yacían muchos orcos. Aragorn se arrodilló junto a él. Boromir abrió los ojos y trató de hablar. Al fin salieron unas palabras, lentamente.
-Traté de sacarle el Anillo a Frodo -dijo-. Lo siento. He pagado. -Echó una ojeada a los enemigos caídos; veinte por lo menos estaban tendidos allí cerca. - Partieron. Los medianos se los llevaron los orcos. Pienso que no están muertos. Los orcos los maniataron.- Hizo una pausa y se le cerraron los ojos, cansados. Al cabo de un momento
Habló otra vez. -¡Adiós, Aragorn! ¡Ve a Minas Tirith y salva a mi pueblo! Yo he fracasado.
-¡No! -dijo Aragorn tomándole la mano y besándole la frente-. Has vencido. Pocos hombres pueden reclamar una victoria semejante. ¡Descansa en paz! ¡Minas Tirith no caerá!
Boromir sonrió. Se escuchaban los pasos apresurados de alguien que venía hacia ellos. Erzebeth venía con la espada desenvainada y algunos rasguños en el rostro por la batalla que se llevo contra los orcos. Dejo caer su espada, muda, se acerco corriendo.
-¡NO!- dijo una vez que llego a su lado, tomo la mano del hombre de Gondor y sus ojos se volvieron cristalinos- Boromir, perdón, perdóname por lo que te he dicho, yo no quería
-Dile a Enelya
dile que
-¡Shu!- dijo Erzebeth al ver lo mal que estaba- necesitas guardar fuerzas. Enelya y tu volverán a estar juntos y
y
-Dile que la amo
- Erzebeth vio la flor de plata tirada al lado de Boromir, él trataba de alcanzarla, así que Aragorn la tomo y la deposito en su mano. Boromir se llevo la mano al pecho y volvió a sonreír.
-¿Por dónde fueron? ¿Estaba Frodo allí? -preguntó Aragorn. Pero Boromir no dijo más.-¡Ay! -dijo Aragorn. Erzebeth se llevo una mano a la boca para ahogar el llanto, pero fue inevitable y se abrazo de Aragorn-. ¡Así desaparece el heredero de Denethor, Señor de la
Torre de la Guardia! Un amargo fin. La Compañía está deshecha. Soy yo quien ha fracasado. Vana fue la confianza que Gandalf puso en mí. ¿Qué haré ahora? Boromir me ha obligado a ir a Minas Tirith y mi corazón así lo desea, ¿pero dónde están el Anillo y el Portador? ¿Cómo encontrarlos e impedir que la Búsqueda termine en un desastre?
Se quedó un momento de rodillas doblado por el llanto, aferrado a la mano de
Boromir y abrazado por Erzebeth. Así los encontraron Legolas y Gimli. Vinieron de las faldas occidentales de la colina, en silencio, arrastrándose entre los árboles como si estuvieran de caza. Gimli esgrimía el hacha y Legolas el largo cuchillo; no les quedaba ninguna flecha. Cuando desembocaron en el claro, se detuvieron con asombro y en seguida se quedaron quietos un momento, cabizbajos, abrumados de dolor, pues veían claramente lo que había ocurrido.
-¡Ay! -dijo Legolas acercándose a Aragorn y Erzebeth-. Hemos perseguido y matado a muchos orcos en el bosque, pero aquí hubiésemos sido más útiles. Vinimos cuando oímos el cuerno... demasiado tarde, parece. Temía que estuvieran mortalmente heridos.
-Boromir está muerto - dijo Erzebeth levantándose y recargándose en el árbol como signo de fatiga y la inminente tristeza que albergaba ese momento su corazón. Legolas se acerco a ella y coloco una mano en el hombro de la mujer.
-Yo estoy ileso, pues no me encontraba aquí con él-dijo Aragorn-. Cayó defendiendo a los hobbits mientras yo estaba arriba en la colina. Erzebeth tampoco se encontraba cerca, apenas unos minutos después de que yo llegara ella arribo, ilesa gracias al cielo, solo unos rasguños de la batalla.
-¡Los hobbits! -gritó Gimli-. ¿Dónde están entonces? ¿Dónde está Frodo?
-No lo sé -respondió Aragorn con cansancio-. Boromir me dijo antes de morir que los orcos se los habían llevado atados; no creía que estuvieran muertos. Yo lo envié a que siguiera a Merry y a Pippin, pero no le pregunté si Frodo o Sam estaban con él: no hasta que fue demasiado tarde. Todo lo que he emprendido hoy ha salido torcido. ¿Qué haremos ahora?
-Sam no estaba con ellos- dijo Erzebeth enjugándose las lagrimas- Yo vi a Sam, y no estaba cerca de aquí, estaría cerca de los botes, por si Frodo regresaba.
-Bueno, primero tenemos que ocuparnos del caído -dijo Legolas-. No podemos dejarlo aquí como carroña entre esos orcos espantosos.
-Pero hay que darse prisa -dijo Gimli-. El no hubiese querido que nos retrasáramos. Tenemos que seguir a los orcos, si hay esperanza de que alguno de la Compañía sea un prisionero vivo.
-Pero no sabemos si el Portador del Anillo está con ellos o no -dijo Aragorn-. ¿Vamos a abandonarlo? ¿No tendríamos que buscarlo primero? ¡La elección que se nos presenta ahora es de veras funesta!
-Pues bien, hagamos ante todo lo que es ineludible -dijo Legolas-. No tenemos ni tiempo ni herramientas para dar sepultura adecuada a nuestro amigo. Podemos cubrirlo con piedras.
-La tarea será pesada y larga; las piedras que podrían servirnos están casi a orillas del río.
-Entonces pongámoslo en una barca con las armas de él y las armas de los enemigos vencidos -dijo Aragorn -. Lo enviaremos a los Saltos de Rauros y lo dejaremos en manos del Anduin. El Río de Gondor cuidará al menos de que ninguna criatura maligna deshonre los huesos de Boromir.
Buscaron de prisa entre los cuerpos de los orcos, juntando en un montón las espadas y los yelmos y escudos hendidos.
-¡Miren! -exclamó Aragorn-. ¡Hay señales aquí! -De la pila de armas siniestras recogió dos puñales de lámina en forma de hoja, damasquinados de oro y rojo; y buscando un poco más encontró también las vainas, negras, adornadas con pequeñas gemas rojas. ¡Estas no son herramientas de orcos! -dijo-. Las llevaban los hobbits. No hay duda de que fueron despojados por los orcos, pero que tuvieron miedo de conservar los puñales, conociéndolos en lo que eran: obra de Oesternesse, cargados de sortilegios para desgracia de Mordor.
-son de Pippin y Merry- dijo Erzebeth analizándolas- Frodo no estaba con ellos, pues su espada no se encuentra aquí también.
-Tal vez sea una buena señal eso- dijo Gimli- Erzebeth tiene razón. Y Pippin y Merry deben de seguir con vida entonces.
-Bien, aunque estén todavía vivos, nuestros amigos no tienen armas. Tomaré éstas, esperando contra toda esperanza que un día pueda devolvérselas.- dijo Aragorn.
-Y yo -dijo Legolas- tomaré las flechas que encuentre, pues mi carcaj está vacío.
Buscó en la pila y en el suelo de alrededor y encontró no pocas intactas, más largas que las flechas comunes entre los orcos. Las examinó de cerca. Y Aragorn, mirando los muertos, dijo:
-Hay aquí muchos cadáveres que no son de gente de Mordor. Algunos vienen del Norte, de las Montañas Nubladas, si algo sé de orcos y sus congéneres. Y aquí hay otros que nunca he visto. ¡El atavío no es propio de los orcos!
Había cuatro soldados más corpulentos que los orcos, morenos, de ojos oblicuos, piernas gruesas y manos grandes. Estaban armados con espadas cortas de hoja ancha y no con las cimitarras curvas habituales en los orcos, y tenían arcos de tejo, parecidos en tamaño y forma a los arcos de los hombres. En los escudos llevaban un curioso emblema: una manita blanca en el centro de un campo negro; una S rúnica de algún metal blanco había sido montada sobre la visera de los yelmos.
-Nunca vi estos signos -dijo Aragorn-. ¿Qué significan?
-S representa a Sauron, por supuesto -dijo Gimli.
-¡No! -exclamó Legolas-. Sauron no usa las runas élficas.
-Nunca usa además su verdadero nombre y no permite que lo escriban o lo pronuncien -dijo Erzebeth-. Y tampoco usa el blanco. El signo de los orcos de Barad-dûr es el Ojo Rojo.
Aragorn se quedó pensativo un momento. - La S es de Saruman, me parece -dijo al fin-. Hay mal en Isengard y el Oeste ya no está seguro. Tal como lo temía Gandalf: el traidor Saruman ha sabido de nuestro viaje, por algún medio. Es verosímil también que ya esté enterado de la caída de Gandalf. Entre los que venían persiguiéndonos desde Moria, algunos pudieron haber escapado a la vigilancia de Lórien, o quizá pudieron evitar ese país y llegar a Isengard por otro camino. Los orcos viajan rápido. Pero Saruman tiene muchas maneras de enterarse. ¿Recuerdas los pájaros?
-Bueno, no tenemos tiempo de pensar en acertijos -dijo Gimli-. ¡Llevemos a Boromir!
-Pero luego tendremos que resolver los acertijos, si queremos elegir bien el camino -dijo Aragorn.
-Quizá no haya una buena elección -dijo Gimli. Tomando el hacha, el enano se puso a cortar unas ramas. Las ataron con cuerdas de arco y extendieron los mantos sobre la armazón. Sobre estas parihuelas rudimentarias llevaron el cuerpo de Boromir hasta la costa, junto con algunos trofeos de la última batalla. No había mucho que caminar pero la tarea no les pareció fácil, pues Boromir era un hombre grande y robusto.
Aragorn y Erzebeth se quedaron a orillas del agua cuidando de las parihuelas, mientras Legolas y Gimli se apresuraban a volver a Parth Galen. La distancia era de una milla o más y pasó cierto tiempo antes que regresaran remando con rapidez en dos barcas a lo largo de la costa.
-¡Ocurre algo extraño! - dijo Legolas-. Había sólo dos barcas en la barranca. No pudimos encontrar ni rastros de la otra.
-¿Había habido orcos allí? -Preguntó Aragorn.
-No vimos ninguna señal -respondió Gimli. A Erzebeth se le ilumino el rostro por la noticia, pero siguió sin decir nada y no estaba del todo tranquila pues no sabía si Sam había llegado a tiempo y no quería ser imprudente-. Y los orcos habrían destruido todas las barcas, o se las habrían llevado, junto con el equipaje.
-Examinaré el suelo cuando lleguemos allí -dijo Aragorn.
Extendieron a Boromir en medio de la barca que lo transportaría aguas abajo. Plegaron la capucha gris y la capa élfica y se las pusieron bajo la cabeza. Le peinaron los largos cabellos oscuros y los dispusieron sobre los hombros. El cinturón dorado de Lórien le brillaba en la cintura. Junto a él colocaron el yelmo y sobre el regazo el cuerno hendido y la empuñadura y los fragmentos de la espada y a sus pies las armas de los enemigos. Luego de haber asegurado la proa a la popa de la otra embarcación, lo llevaron al agua. Remaron tristemente a lo largo de la orilla y entrando en la corriente rápida del Río dejaron atrás los prados verdes de Parth Galen. Los flancos escarpados de Tol Brandir resplandecían: era media tarde. Mientras iban hacia el sur los vapores de Rauros se elevaron en una trémula claridad como una bruma dorada. La furia y el estruendo de las aguas sacudían el aire tranquilo. Erzebeth había tomado la flor de plata para evitar que se perdiera, y antes de que soltaran la barca se la atoro en sus ropas a la altura del pecho.
Tristemente, soltaron la barca funeraria: allí reposaba Boromir, en paz, deslizándose sobre el seno de las aguas móviles. La corriente lo llevó, mientras ellos retenían su propia barca con los remos. Boromir flotó junto a ellos y luego se fue alejando lentamente, hasta ser sólo un punto negro en la luz dorada, y de pronto desapareció. El rugido del Rauros prosiguió, invariable. El río se había llevado a Boromir hijo de Denethor y ya nadie volvería a verlo en Minas Tirith, de pie en la Torre Blanca por la mañana como era su costumbre. Pero más tarde en Gondor se dijo mucho tiempo que la barca élfica dejó atrás los saltos y las aguas espumosas y que llevó a Boromir a través de Osgiliath y más allá de las numerosas bocas del Anduin y al fin una noche salió a las Grandes Aguas bajo las estrellas.
Los cuatro compañeros se quedaron un rato en silencio siguiéndolo con los ojos. Luego Aragorn habló:
-Lo buscarán desde la Torre Blanca -dijo-, pero no volverá ni de las montañas ni del océano.
-Siempre estarás presente en el corazón de mi amada prima- dijo en un susurro Erzebeth mientras veía como se perdía la barca- ¡Ay! Qué triste noticia le llevare a la hermosa Enelya si es que vuelvo a tener un encuentro con ella
Concluyeron así. En seguida se volvieron hacia la barca y la llevaron con la mayor rapidez posible contra la corriente de vuelta a Parth Galen.
-Me dejaste el Viento del Este -dijo Gimli-, pero de él no diré nada.
-Así tiene que ser -dijo Aragorn-. En Minas Tirith soportan el Viento del Este, pero no le piden noticias. Pero ahora Boromir ha tomado su camino y hemos de apresurarnos a elegir el nuestro.
Examinó la hierba verde, de prisa pero con cuidado, inclinándose hasta el suelo.
-Ningún orco ha pisado aquí -dijo-. Ninguna otra cosa puede darse por segura. Ahí están todas nuestras huellas, en idas y venidas. No puedo decir si alguno de los hobbits estuvo aquí, luego de haber salido en busca de Frodo. - Volvió a la barranca, cerca del sitio donde el arroyo del manantial llegaba en hilos al río. - Hay huellas nítidas aquí -dijo- Un hobbit entró en el agua y regresó a tierra, pero no sé cuándo.
-¿Cómo descifras entonces el acertijo? -preguntó Gimli.
Aragorn no respondió en seguida; caminó de vuelta hasta el sitio del campamento y examinó un rato el equipaje.
-Faltan dos bultos -dijo- y puedo asegurar que uno pertenecía a Sam: era bastante grande y pesado. Esta es entonces la respuesta: Frodo se ha ido en una barca y su sirviente ha ido con él. Frodo pudo haber vuelto mientras todos estábamos buscándolo. Me encontré con Sam subiendo la pendiente y le dije que me siguiera; pero es evidente que no lo hizo. Adivinó las intenciones del amo y regresó antes que Frodo partiera. ¡No le resultó nada fácil dejar atrás a Sam!
-Lo han logrado.- exclamo feliz la mujer, y Aragorn poso su mirada en ella- Yo también me encontré a Sam- dijo- Pero vi a Frodo primero, pude distinguirlo cuando iba camino a los botes, entonces supe sus intenciones y en cuanto me encontré a Sam lo mande con él. - Al principio se mostraron desconcertados, pero Aragorn cambio su expresión a una más serena- Sabíamos que llegaría un punto en que Frodo seguiría sin nosotros, pero no me hubiera gustado que fuera solo, y el único que podía acompañarlo sería Sam, el valiente y leal Sam.- Entonces miro hacia la otra orilla- Pero aun no sé, si ha llegado a tiempo, si ha encontrado a Frodo y va con él o en búsqueda de él.
-¿Pero por qué tenía que dejarnos a nosotros y sin decir una palabra? -Dijo Gimli-. ¡Extraña ocurrencia!
-Y brava ocurrencia -dijo Aragorn-. Sam tenía razón, pienso. Frodo no quería llevar a ningún amigo a la muerte en Mordor. Pero sabía que él no podía eludir la tarea. Algo le ocurrió después de dejarnos que acabó con todos sus temores y dudas.
-Quizá lo sorprendieron unos orcos cazadores y huyó -dijo Legolas.
-Huyó, ciertamente -dijo Aragorn-, pero no creo que de los orcos.
Qué había provocado según él la repentina resolución y la huida de Frodo, Aragorn no lo dijo. Las últimas palabras de Boromir las guardó en secreto mucho tiempo.
-Bueno, al menos ahora algo es claro -dijo Legolas-. Frodo ya no está de este lado del río: sólo él puede haber llevado la barca. Y Sam lo acompaña: sólo él ha podido llevarse el bulto.
-La alternativa entonces -dijo Gimli- es tomar la barca que queda y seguir a Frodo, o perseguir a los orcos a pie. En cualquier caso hay pocas esperanzas. Hemos perdido ya horas preciosas.
-¡Déjenme pensar! -dijo Aragorn-. ¡Ojalá pueda elegir bien y cambiar la suerte nefasta de este desgraciado día! -Se quedó callado un momento.
-No hay nada que pensar ni decidir- dijo Erzebeth- Frodo tomo su camino y su decisión. Nosotros solo tenemos una opción. No podemos dejar a Pippin y a Merry solos, no podemos permitir que tengan un desagradable desenlace en manos del enemigo, eso sería desleal, tenemos que ayudarlos.
- Seguiré a los orcos -dijo al fin Aragorn-. Yo hubiera guiado a Frodo a Mordor acompañándolo hasta el fin; pero para buscarlo ahora en las tierras salvajes tendría que abandonar los prisioneros a los tormentos y a la muerte. Mi corazón habla al fin con claridad: el destino del Portador ya no está en mis manos. Pero no podemos olvidar a nuestros compañeros mientras nos queden fuerzas. ¡Vamos! Partiremos en seguida. ¡Dejen aquí todo lo que no nos sea indispensable! ¡Marcharemos sin detenernos de día y de noche!
Arrastraron la última barca hasta los árboles. Pusieron debajo todo lo que no necesitaban y no podían llevar y dejaron Parth Galen. El sol ya declinaba cuando regresaron al claro donde había caído Boromir. Allí examinaron un rato las huellas de los orcos. No se necesitaba mucha habilidad para encontrarlas.
-Ninguna otra criatura pisotea el suelo de este modo -dijo Legolas-. Parece que se deleitaran en romper y aplastar todo lo que crece, aunque no se encuentre en el camino de ellos.
-Pero no les impide marchar con rapidez -dijo Aragorn- y no se cansan. Y más tarde tendremos que buscar la senda en terrenos desnudos y duros.
-Bueno, ¡vayamos tras ellos! -dijo Gimli-. También los enanos son rápidos y no se cansan antes que los orcos. Pero será una larga cacería: nos llevan mucha ventaja.
-Sí -dijo Aragorn-, a todos nos hará falta la resistencia de los enanos. ¡Pero adelante! Con o sin esperanza, seguiremos las huellas del enemigo. ¡Y ay de ellos, si probamos que somos más rápidos! Haremos una cacería que será el asombro de las Cuatro Razas emparentadas: Elfos, Ninwens, Enanos y Hombres. ¡Adelante los Cuatro Cazadores!
-Muchachos- dijo Erzebeth guardando su daga y mirando a Gimli y a Legolas- La cacería de orcos comienza- los dos miraron y sonrieron con complicidad- Que gane el mejor.
Aragorn saltó como un ciervo, precipitándose entre los árboles. Corría siempre delante, guiándolos, infatigable y rápido ahora que ya estaba decidido. Dejaron atrás los bosques junto al lago. Subieron por unas largas pendientes oscuras, que se recortaban contra el cielo enrojecido del crepúsculo. Se alejaron como sombras grises sobre una tierra pedregosa.
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También, aprovechando mi espacio publicitario que me estoy haciendo en estos momentos, los invito a leer mis otra historias y conozcan mis otros trabajos inspirados siempre en las mejores obras literarias de la historia :)
- Nacida en cuna de Leones: historia ambientada en la época de los merodeadores. Muchos enredos, misterios y amor es lo que encontraran en esta historia que narra la vida de la heredera de Gryffindor, la ultima leona pura de esta casa y los peligros que debe enfrentar para resolver un misterio que guarda su familia de tiempo atrás. Con la ayuda de su mejor amiga Lilly Evans, Sirius, James, Remus y muchos personajes iremos descubriendo estos misterios, nos divertiremos y sobre todo, nos enamoraremos.
- El origen del cetro de la Luna de la familia Ravenclaw: sirve como guia para Nacida en cuna de Leones.
- El señor de los anillos: la comunidad de anillo: Primera parte de la maravillosa historia llena de mensajes positivos y exquisitamente llevada de la mano entre acción, aventuras, drama, suspenso, amor, amistad y la búsqueda continua del triunfo del bien sobre el mal.
- El señor de los anillos: las dos torres: Continuación de la saga. Mucha acción aventura y romance nos espera en esta segunda entrega. Nuestros personajes favoritos deben seguir diferentes caminos al disolverse la compañía y llevar a sus protagonistas a diferentes destinos. Nuevos personajes que nos haran vibrar y contagiaran de sus emociones.
- El señor de los anillos: el retorno del rey: Culminación de esta maravillosa historia, donde se decide todo y sabremos quien triunfara y quien subsiste y el final de nuestros queridos personajes.
Gracias por su tiempo. los quiero!!!!
Besos.
El señor de los anillos: la comunidad del anillo - Fanfics de Harry Potter
Es corto, pero muy informativo y resume la historia, para los que son fans de el selñor de los anillos ( asi como yo), tratare de que la historia no se destru
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2023-02-27
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