Llovía sobre la ciudad. El agua se habíaapoderado de todo lo que allí había. Sin embargo, las calles, empapadas, seencontraban llenas de gente que caminaba de un lado a otro. Todas las personasque podían, se refugiaban en sus hogares y algunos autos, presurosos, recorríanlas esquinas seguramente buscando un lugar donde estacionar. Los niños habíansalido corriendo desde el parque, sorprendidos por el cambiante clima y habíandejado tras de sí la poca alegría que invadía en ese día a la ciudad.
Esa mañana nadie hubiese anunciado que unalluvia torrencial atacaría cerca del mediodía. Ni siquiera Jacqueline se lohabía imaginado cuando salió esa mañana de su casa. Eran en momentos como éste,cuando debía darle las gracias a su madre y a sus incesantes consejosmaternales. Para su suerte, llevaba un paraguas plegable en su bolso y, a pesarde que no era demasiado grande, el objeto logró mantenerla seca hasta llegarhasta al lugar donde vivía.
La joven tenía los zapatos y los pieshúmedos, y esto también ayudó a que su mal humor se incrementara. Traspasó elumbral de la puerta y resopló con pesadumbre. Sacudió su paraguas y, luego decerrarlo, lo colocó violentamente dentro del paragüero. Se sacó el saco colormarrón que llevaba y lo colgó desprolijamente sobre el perchero que reposaba allado de la puerta.
Con un grito ensordecedor le anunció a sufamilia que ya estaba en casa. La esperanza con qué había abandonado su hogarhacía unas horas, la había abandonado completamente y ahora sólo sentíafrustración. Se quitó los zapatos y loscalcetines de forma apresurada, mientras se sostenía con un pie y luego, conambos pares en sus manos, caminó descalza hacia la escalera que tenía delante.Subió los escalones de dos en dos y cuando llegó a la primera puerta, la abrióy se metió en la habitación.
Un portazo estridente le indicó a la madreque nada había salido según lo planeado y se convenció de que su hija nobajaría a almorzar. Si había algo que caracterizaba a Jacqueline, era suorgullo y testarudez.
La muchacha arrojó su bolso y sus zapatos aalguna parte de su habitación y se recostó en su cama. Estaba segura de que,esta vez, ni siquiera su música o un buen libro calmaría la furia y los nerviosque sentía. Por eso, sólo se limitó a cerrar sus ojos y permitirse escuchar elsonido del silencio que se extendía en el cuarto. Ya estaba harta, le habíapasado lo mismo tantas veces que ya había perdido la cuenta de lasoportunidades en las que había regresado a su casa con el mismo sentimiento depérdida.
Oyó unos débiles golpes en su puerta y searrepintió de no haberse colocado sus auriculares unos segundos antes. Su madreasomó su cabeza con suavidad y a la chica no le quedó otra opción que abrir susojos y sentarse en su cama mientras observaba a la mujer ingresar al cuarto.
-¿Sucedió algo malo?
Jacqueline miró incrédula a su madre. Lapregunta había sido un poco redundante, ya que con sólo ver la cara de lajoven, se podía comprender que las cosas no andaban muy bien.
-Nada nuevo -le respondió en susurro casiinaudible.
Bajó la mirada y empezó a pasearla portodos lados, menos por los ojos de la mujer que tenía enfrente. Ninguna de lasdos dijo nada, habían hablado muchas veces del tema y era algo que lastimaba aJacqueline. Su madre nunca había sido su gran compañera, para ello estaban susamigas, pero siempre que necesitaba su ayuda, la mujer estaba a su lado. Ya seapara darle unas palabras de apoyo o para brindarle un hombro en el que llorar,la madre de Jacqueline estaba allí.
-No me aceptaron -confesó la chica derepente.
Su madre movió la cabeza hacia ambos ladosmientras pronunciaba algunas cosas indescifrables. Ella sabía muy bien que estopasaría, pero se guardó muchas opiniones para no seguir hiriendo a su hija. Sinembargo, parecía que la muchacha le hubiese leído el pensamiento, porque conuna mirada suspicaz añadió:
-Ya sé lo que piensas, pero no creo quetengan nada en contra mío.
-¿Puedes decirme por qué no buscas empleoen otro lugar? -inquirió su madre provocando que se sonrojara.
Jacqueline no estaba lista para revelarletodo lo que sentía por aquel chico a su madre. Era eso lo que la estabaatormentando hace unos meses. No podía explicar con las palabras lo que sucedíadentro suyo cada vez que lo tenía cerca, pero de algo estaba convencida. Teníametido en su cabeza la idea de que lograría que el dueño de aquella cafeteríaconsintiera que trabajara de camarera para él. Iría tantas veces fuesenecesario y le ganaría por cansancio.
El joven por el cual se sentía atraída eraun camarero. El muchacho de piel morena, tenía el cabello castaño y los ojosverdes. Al parecer, siempre estaba contento y no dejaba de mostrar su radiantesonrisa en ningún momento.
Sin darse cuenta, se había quedado pensandoen él de nuevo y miró a su madre que ya se había rendido en el hecho de que suhija le confesara lo qué estaba pasando por su cabeza. La mujer se puso de piey salió rápidamente de la habitación sin la intención de seguir discutiendo elpor qué de que Jacqueline no tuviera el propósito de almorzar.
Había pasado una semana del desafortunadohecho y a Jacqueline le quedaban cada vez menos expectativas para lograr sucometido. Se prometió a sí misma que no rebajaría más su orgullo y que sería laúltima vez que rogaría el puesto. Ese día era diferente, el sol brillaba cómonunca y la chica tenía un presentimiento de algo bueno.
Caminó decidida hacia la cafetería, ésta noestaba muy lejos de su casa y además le gustaba hacerlo. Cuando llegó a laesquina a la que se dirigía, un escalofrío recorrió su cuerpo. El muchacho deojos verdes, del que ni siquiera conocía el nombre, ingresaba en ese momento albar. Sintió cómo, sin proponérselo, sus pies se clavaban al suelo; intentómoverlos, pero no lo logró. No se atrevía a rogar el empleo si el joven estabapresente. Miró hacia todos lados en busca de una salida y pronto la encontró.
Justo enfrente de donde el chico habíaentrado, una pequeña heladería estaba abriendo sus puertas. Pudo apreciar cómosus pies se despegaban lentamente de las baldosas de la vereda y, casi sindarse cuenta, cruzó la calle con paso apresurado.
Una llama de felicidad se incendió dentrosuyo, cuando notó que sus instintos no la habían engañado. En el vidrio dellocal se podía leer perfectamente un cartel de papel blanco que decía: "Se busca personal". No lo dudó ni un segundo, ytras mostrar en su rostro una sonrisa, empujó la pesada puerta de vidrio paraluego traspasar el umbral.
La sorpresa se la llevó su madre cuando,una hora después, su hija entraba en su casa con una gran noticia, a diferenciade las otras ocasiones en que las había llegado con muy mal humor. Jacquelineno tardó mucho en poner al tanto a su madre de todo lo bueno que le habíapasado en el día y la alegría que la mujer mostró, logró que la joven sesintiera aún mejor.
Jacqueline había conseguido el empleo en laheladería y había una cosa que haría que las cosas mejoraran, vería cada día aljoven de los ojos verdes. Eso la alegraba profundamente y lograba que nopensara continuamente en el temor que le provocaba enfrentarse al trabajo porprimera vez.
Así pasaron días y semanas, y cada vez queJacqueline llegaba a la heladería, veía cómo el muchacho de piel morena entrabaa la cafetería de enfrente. Podía observar cada movimiento que el chico hacía.Apreciaba cuando el joven servía las mesas y atendía a los clientes mientrasmostraba su característica sonrisa. La joven creía que ya se estabaobsesionando con él, pero lejos de preocuparse, continuó con su insistenteinvestigación acerca del joven de ojos verdes. Jacqueline ya se sabía dememoria los horarios del chico, y hasta era capaz de cambiar sus turnos, sólopara coincidir con él.
Ese día se cumplían precisamente dossemanas y media desde que había conseguido el puesto y cuando Jacqueline salióde su casa para dirigirse hacia su trabajo, supo que no saldría el sol ese día.Unas enormes nubes grises habían cubierto el cielo y mostraban un aire detristeza y desolación. Resultó que gracias al terrible clima, no fueron muchaslas personas que se acercaron a degustar un dulce helado y, de esta forma, eltrabajo no fue demasiado duro.
La hora de salida llegó antes de que sediera cuenta de ello y, luego de agarrar su bolso y echárselo en un hombro,asomó su cabeza por la puerta del local. Maldijo en voz baja. La ciudad volvíaa estar empapada otra vez y nada se había salvado del agua.
Desvió su mirada hacia la vereda deenfrente y sus ojos irradiaron un brillo especial, al ver al joven morenoaguardando bajo un enorme paraguas. El chico miraba a la calle y a su reloj, alternativamente, y Jacquelinecomprendió que esperaba a que vinieran por él. La joven supuso que tendría quedarse prisa, así que a regañadientes, comenzó a caminar bajo su paraguas,mientras la lluvia golpeteaba con más fuerza.
No llevaba hechos demasiados pasos, cuandovislumbró un auto rojo que transitó a su lado. Logró ver a través de laventanilla mojada del coche cómo, dos familiares ojos verdes, no la perdían devista. Emocionada le dirigió una tímida sonrisa y el chico se la devolvió. Elauto rojo se alejó rápidamente, justo cuando la chica comenzaba a transitar porun parque.
Jacqueline odiaba los días de lluvia y, apesar de haber visto a aquel chico, éste día no sería la excepción. Apenashabía caminado unos segundos por la plaza, cuando enterró su pie derecho en el pozo que había dejadouna baldosa floja. Su zapato quedó más mojado de lo que estaba y completamentesucio con barro. Mostró una mueca de disgusto y al intentar retirar su pie dedonde estaba, su paraguas se cerró de golpe. La lluvia comenzó a caerle en elcuerpo y a pegarle el cabello a la cara. Y al pretender volver a abrirlo, secayó sentada al suelo. Masculló algunos insultos en voz baja mientras se poníade pie y miró hacia todos lados para comprobar si alguna persona se habíapercatado de su accidente. No logró ver a nadie, pero cuando dirigió su vistaotra vez hacia el frente, distinguió a un auto rojo que se había detenido unosmetros más adelante.
Sus mejillas se encendieron profundamente yse olvidó que el agua seguía cayendo sobre ella mojándola más y más. Vio cómoel joven de ojos verdes abría la puerta del automóvil y descendía de él. Elchico abrió nuevamente su paraguas y caminó apresurado hacia ella. A Jacquelinese le dibujó una sonrisa espléndida en el rostro y se imaginó lo que vendría acontinuación. El joven se estaba acercando y ella pudo percibir el brillo quedesprendían sus hermosos ojos verdes. Jamás lo había tenido tan de cerca y pudoapreciar su belleza con más detenimiento.
El muchacho se aproximó, pero, cuando llegóa su lado, la esquivó. Caminó por el lateral de Jacqueline, mientras fijaba suvista en un punto fijo. La joven dio media vuelta y logró descubrir qué era loque miraba el chico con tanta devoción. Una bella joven de cabellera rubia loesperaba bajo su paraguas y también le sonreía. Cuando el chico llegó a sulado, ella se arrojó a sus brazos y, luego de separarse, ambos regresaron alvehículo y se marcharon de allí.
Jacqueline no creía lo que estabasucediendo a su alrededor, sus lágrimas se mezclaron con las gotas de lluviaque continuaban cayendo. Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no notócuando un enorme paraguas se colocó encima de su cabeza y la protegió. Miróhacia un lado y se encontró con dos ojos castaños que ya había admirado más deuna vez. Su mejor amigo había llegado junto a ella y había compartido suparaguas. Él le sonrió.
-¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Jacqueline.
-Salí a dar un paseo -explicó elmuchacho.
-¿Con ésta lluvia? -inquirió levantando lascejas.
El chico se encogió de hombros y comenzó acaminar junto a Jacqueline, ambos bajo un solo paraguas. Transitaron el caminohacia la casa de la chica, en silencio y, de vez en cuando, alguno le echabamiradas inquietas al otro. La chica jamás había notado el atractivo delmuchacho y pudo apreciar que, más de una vez, había barajado la posibilidad deobtener más que una amistad de su parte.
Sin darse cuenta, llegaron al hogar de lachica. Los dos se refugiaron bajo el pequeño porche que allí había.
-¿Quieres entrar y esperar a qué pare la lluvia? -le preguntóal muchacho de ojos castaños.
-Te lo agradezco, pero están esperándome encasa.
-¿Estás seguro? -insistió la joven
-Sí, no te preocupes. Mi casa no está lejosde aquí.
Luego de saludarla con un beso en lamejilla, se giró y se alejó con paso lento por la vereda. La lluvia comenzó acaer con más fortaleza y desdibujó su silueta hasta hacerlo desaparecer devista. Jacqueline nunca se enteró de que su mejor amigo salía cada tarde averla caminar desde la heladería hasta su casa.
Entró a su hogar y, olvidándose deldesengaño amoroso que había vivido, subió hasta su habitación y se dio un largobaño caliente. Después, sin sentirse mojada, bajó al comedor dónde su familiacenaba. Todos se disculparon al verla llegar y le hicieron un lugar en la mesa.La chica no recordó nada de lo malo que había estado su día y degustó de lacomida que había preparado su madre con mucho esfuerzo. Luego, agotada, regresóa su cuarto.
Se recostó en su cama mirando el techoblanco de su habitación. Poco a poco, fue cerrando sus ojos mientras repasabaen su memoria cada detalle del día que había vivido. Intentó acordarse de todolo que había pasado, pero algunos segmentos no acudieron. No recordaba qué eralo que sentía cuando veía o estaba cerca de aquel joven de ojos verdes, pielmorena y sonrisa radiante. Dos ojos castaños similares a los suyos, una tezblanca y una sonrisa tímida, pero sincera se habían colado en su corazón ycomenzaron a ocupar lentamente, el lugar que habían perdido.
A través de tu mirada - Fanfics de Harry Potter
Llovía sobre la ciudad. El agua se habíaapoderado de todo lo que allí había. Sin embargo, las calles, empapadas, seencontraban llenas de gente que caminaba
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2023-02-27
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