Análogo - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Una tarde de Abril es totalmenteperfecta para quedarse en casa observando a un lado de una ventana cómo empiezaa llover, con una taza de chocolate caliente o café y pensamientos nostálgicosque remueven cierta parte de nuestra mente. La mayoría de las personas se veninvadidas por una extraña sensación de conforte cuando se quedan en casa en undía gris de otoño
y me incluyo totalmente en ese grupo. Sin embargo, no séporqué, una tarde (casi casi noche) de Abril hace unos cuantos años decidísalir para poner de cabeza todas mis costumbres y rutinas. Creí que seríadivertido romper mis esquemas por una vez y, sin invitar a nadie, me vestí conla ropa más sencilla que encontré, incluyendo mi bufanda y chaqueta favorita, ysalí a caminar por allí. No sabía dónde iba, pero realmente no me importaba
Tenía veintidós años y podría decirse que ya me había acostumbrado a esasensación de "no saber". Di un par de vueltas por un parque cercano ami hogar, hasta que al parecer mi cerebro decidió llevarme al centro de laciudad, donde estaban todas esas tiendas con escaparates llamativos y cafésllenos de gente con ropas abrigadas y sonrisas sinceras.

 

Había algo inusual en todo eso, algo en las personas o en lo que hacían.Me senté en una banca en medio de un paseo peatonal y retiré los audífonos quebrindaban música a mis oídos, sintiendo, de pronto, que mi vieja chaqueta negray desteñida era un poco más cómoda de lo normal. Apoyé mi espalda en elrespaldo del asiento de madera y cerré los ojos, disfrutando del ruido urbano:motores de autos, buses abriendo y cerrando sus puertas, vendedores ambulantesy el suave pero insistente murmullo de los peatones caminando de un lado aotro, sumergidos en sus mundos. Todo era perfectamente imperfecto. Nunca habíadisfrutado tanto de la sociedad comoaquél día. Y tal vez no lo había hecho porque nunca me había dado el tiempo deintentarlo. Me gustaba salir con mis amigas -salía con la misma gente desde quetenía catorce años- e ir a los lugares de siempre, sin prestarle demasiadaatención a la gente que veía. No me agradaba cambiar de ambientes, nunca fuipartidaria de los cambios en sí
Por mucho que me costara aceptarlo amaba mirutina más que nada en el mundo, pues era algo seguro de lo que no podríallevarme jamás alguna sorpresa desagradable. Mi vida era muy simple, quizás enextremo. Cada día era idéntico al anterior -y eso no me molestaba por más queintentara convencerme de lo contrario-: me despertaba a las siete tuvieraclases o no, desayunaba con mi padre (mi madre ya no vivía con nosotros, porrazones de fuerza mayor), iba a la universidad en bicicleta, almorzaba en unpequeño restaurante barato cercano a la facultad, volvía a clases si es que lastenía, llegaba a casa, cenaba sola hasta que llegara mi padre del trabajo, veíamis series favoritas en la TV,estudiaba lo necesario y me acostaba a dormir. Fin de mi día. Lo único quecambiaba en mi semana era el día domingo, cuando podía salir con mis amigas alcine o, como dije, a los lugares de siempre (centro comercial o algún parque).Oh, sí, mi rutina no me molestaba
Pero quizás ya era hora de dejar de hacersiempre lo mismo y lanzarme un poquito a la vida. Yo quería tener historiasinteresantes para mis nietos o hijos, pero con lo que había vivido hasta esemomento no me alcanzaba para nada.

 

Saqué un cigarrillo del interior demi chaqueta y lo puse en mi boca para luego encenderlo con el encendedor negroque me había comprado la semana anterior. Ya dejaría ese mal hábito
era sólouna etapa. Observé interesada a una multitud de personas que cruzaba la calle,atraída por lo llamativo de sus atuendos. Casi todos vestían de negro, concadenas e implementos de ultratumba, algo realmente extraño en mi ciudad (almenos ahora, nunca he sabido qué hay en lados escondidos de la ciudad a altashoras de la noche). Noté que los demás peatones también los observaban fijamente-en susmiradas predominaba el miedo a lo desconocido-, quizás preguntándosede dónde habían salido. Una vez que se encontraron al otro lado de la aceradejaron al descubierto a un grupo de personas más cotidianas y yo me tomé el tiempo de observarlas mientras esperabanque el semáforo volviera a cambiar a verde. Había una pareja de ancianostomados del brazo; él usaba un bastón de madera barnizada y ella acomodaba susanteojos redondos. También había una madre con su hija pequeña. Al parecer lamujer regañaba a la niña por un berrinche reciente, y ella le miraba con losojitos vidriosos a punto de llorar. Y al lado de las dos féminas había un tipode mediana estatura, piel clara y ojos profundos. El cabello negro le caíasobre las orejas como en una cascada azabache y unos bigotes casi inexistentesse asomaban por encima de sus delgados labios, haciendo juego con la pequeñabarba reciente que adornaba su mentón endurecido. Llevó una mano a su chaquetade cuero negra y sacó una cajetilla de cigarros idéntica a la que tenía yo enmi bolsillo. Cuando encendió el cigarrillo noté, desde mi posición a unos diezmetros de él, que tenía un grueso anillo de plata en el dedo índice de la manoizquierda y que un tatuaje se asomaba por el cuello de la camiseta gris a laque cubría aquella casaca. Guardó el encendedor en el bolsillo trasero de susjeans azules oscuros y luego de unos segundos botó el humo del cigarrilloformando circulillos con él. Esbocé una sonrisa al notar su extraña forma depasar el tiempo en un semáforo y acomodé un mechón de mi cabello detrás de mioreja. Noté que al lado del sujeto de la chaqueta de cuero había un hombrebajito y calvo de unos cincuenta años de edad, con un rostro graciosamentejovial y los ojos más brillosos de lo normal. Vestía una camisa a rayas decolores pálidos y unos pantalones café claro que hacían juego con el color levemente rosado de su piel. Hablaba distraídamente por teléfono y jugueteaba conunas llaves lanzándolas al aire con su mano izquierda una y otra vez, como muestra de no estar poniendo demasiada intención a su charla. En un determinadomomento las llaves se escaparon de sus dedos y cayeron estrepitosamente alsuelo, pero al parecer él no tenía la intención de levantarlas. Y fue entoncescuando el tipo que fumaba tranquilamente su cigarrillo se agachó y le tendiólas llaves al hombre calvo
y yo me di cuenta de que la sociedad estaba menosjodida de lo que pensaba. La luzcambió a verde y el grupillo de gente cruzó, mientras los dos hombresintercambiaban palabras de agradecimiento y modestia.

Volví a ponerme los audífonos paraver qué tanto cambiaban esas calles al observarlas con música de fondo, unabanda sonora especial para aquel especial día de Abril. Estaba tan absorta enmis pensamientos, observando a la gente caminar con parsimonia al ritmo de mimúsica, que no noté que alguien se había sentado a mi lado. Retirédisimuladamente el audífono de mi oreja derecha -sólo por si esa persona mehablaba, lo cual era casi imposible- y presté más atención a lo que hacía mireciente compañero de asiento. Cuando le miré de reojo pude darme cuenta dequién era, y realmente no pude evitar que mi boca se entreabriera de asombro al caeren la cuenta de que el ser humano sentado a mi lado era el tipo de la chaquetade cuero y el cigarrillo. Tenía las piernas estiradas, una sobre la otra-admiré durante unos segundos sus tenis de lona, pues tenían unas letras eninglés escritas en la punta blanca que captaron inmediatamente mi atención-, y elbrazo izquierdo extendido en el respaldo de la banca. Acabó su cigarrillo y lotiró a un lado de sus pies para pisar la colilla con su zapatilla. Se quedó unrato observando la calle hacia el norte y hacia el sur, como si no tuviera nadaque hacer y estuviera allí por ocio. Fijé la vista en el suelo, mientras me acomodabaen la banca, y guardé la mano desocupada en el bolsillo de mi chaqueta, un poconerviosa.

 

-Disculpa, ¿tienes fuego?

Alcé la vista, sorprendida, y miré ami derecha para encontrarme con el rostro de aquel tipo que había captado miatención desde la acera de enfrente minutos atrás. Me observaba interrogantecon esos ojos profundos pero vacíos, sin mayores pretensiones que encontrarfuego para encender su siguiente cigarro.

-Sí. Un segundo. -respondí.

Hurgué en el bolsillo interior de micazadora y recordé, de pronto, que había visto claramente cuando él había extraídosu encendedor del bolsillo trasero desu pantalón. Le tendí el mío mientras él botaba a un basurero cercano la cajetillade cigarros vacía.

-Gracias.

Botéla colilla de mi cigarro al suelo y lo pisé con la punta del pie Unamujer pasó frente a la banca y la seguí con la mirada, sin saber qué más hacer.Cuando llegó a la esquina se volteó a vernos con curiosidad, paseando rápidamente-con incredulidad- su mirada entre el desconocido a mi lado y yo.

- Y
¿eres deaquí? -preguntó él, mientras me tendía el encendedor.

Medemoré unos segundos en reaccionar y contestarle, pues sentía que algo estaba mal en aquella situación. Élparecía ser un tipo diferente a los demás, de esa clase de personas que vescaminar por la calle con mirada distraída, totalmente envueltas en un halo desuperioridad y lejanía
esa especie de ser humano que sabes nunca volteará a hablarte -ni siquiera para preguntarte lahora-.

-Sí-respondí, con la boca seca, mientras tomaba lo que le había prestado. Noté quemis manos, una dentro de mi chaqueta y otra encima de mi pierna, comenzaban atemblar casi descontroladamente, como si estuviera terriblemente nerviosa.Quise sacar a la superficie mi capacidad de sociabilizar con desconocidos(porque realmente era mucho más amigable de lo que parecía), pero mi cerebro nomandaba señales de actividad a mis labios y no hice más que quedarme ensilencio.

-Salía buscar alguna persona que pueda interpretar bien el papel de guía turístico -explicó,al notar que yo no diría nada hasta que él hablara sobre algo comprensible,algo que tal vez revelara porqué estaba hablando con una desconocida en unpaseo peatonal-. Te vi antes de cruzar la calle y me pareció que serías unabuena guía. Siempre he creído que una persona que puede quedarse sola en unlugar como éste conoce mucho la ciudad en la que está.

 

-Nosé si yo sea la más indicada -dije, controlando exitosamente el temblor queamenazaba con exteriorizarse a través de mi voz-. Suelo olvidar nombres decosas importantes y no poseo sentido de orientación.

-Soybueno recordando nombres y sé que me ubico bien en el espacio -inquirió,sonriendo. Su sonrisa era, ¡cómo no!, total y completamente perfecta, deaquellas que se ven en los comerciales de cremas dentales. Exhibía una hilerade dientes blancos enmarcados por unos labios delgados y finos.- ¿Quieresser mi guía turística esta tarde?

Penséen negárselo rotundamente y me vi argumentándole que sólo era un extraño en lacalle que podía ser cualquier tipo de psicópata buscando a su próxima víctima,pero entonces recordé que había dejado la calidez de mi hogar para romper mirutina y hacer cosas nuevas. Observé durante unos segundos sus ojos, evaluandoqué tan sincera y pura había sido su pregunta
y, finalmente, lo único que hicefue asentir en silencio.

-Bien,lo seré -dije, al ver que esperaba una respuesta un poco más concreta que unsimple asentimiento. Me puse de pie y miré al horizonte, intentando pensar quéera, según mi opinión, lo más importante de la ciudad.- Lo primero que debesconocer de esta ciudad es, sin lugar a dudas, el mejor sitio para tomar café detoda la región. -Su sonrisa, que ya estaba estampada en sus labios, se ensanchóaún más y sentí que mi euforia repentina por aquél paseo lo había hecho feliz.-¿Tomas café? Si tu religión o creencia no te lo permite lo comprenderé ypasaremos al segundo punto más importante (no sé cuál es, pero ya lo sabré).

-Note preocupes, sí me gusta el café. Es una de las mejores cosas de este mundo. -Sepuso de pie lentamente y sacó una pañoleta negra de uno de los bolsillos de susjeans para amarrársela alrededor del cuello, cual bufanda.-

-Porcierto, ¿cómo te llamas? -inquirí, recordando que no sabía su nombre aún.

-Sabrásmi nombre siempre y cuando al final del tourno te hayas aburrido con lo que probablemente diré -sonrió de lado, sin revelar el misterio que se escondía tras suslabios. Aquella mueca le brindó a su endurecido rostro una debilidad que nunca,en todos mis años de convivencia diaria con el sexo opuesto, había visto en unhombre. No dije nada, simplemente porqueno supe qué decir ante su respuesta.- Bien, ¿dónde queda ese lugar que decías?

-Sígueme,persona sin nombre.

Saquéotro cigarrillo de mi chaqueta -me vi obligada a incrementar el vicio debido ami nerviosismo- y lo encendí rápidamente.

-Ah,¿tienes más? -preguntó, ansioso. Asentí sonriente, mientras caminábamos haciael sur. Le pasé la cajetilla y en menos de un minuto ya éramos dos extrañoscaminando juntos con un cigarro en la mano.

Crucéen una esquina, tres cuadras al sur del lugar donde nos habíamos encontrado, yvisualicé a unos metros de mí las mesitas exteriores de mi café favorito. Mepregunté, de pronto, si la madre regañando a su hija en el semáforo del paseopeatonal ya había detenido el lloriqueo de su pequeña y, también, si acaso el hombrecalvo y bajito estaba jugando con sus llaves en otro semáforo (probablemente sieso sucedía no iba a haber otro desconocido de chaqueta de cuero que levantasesus llaves por él).

 

-Ésees el lugar -dije, apuntando el local de mesas de madera y puertas de vidriopolarizado que se extendía a pocos metros de nosotros.

Memiró interesado, esbozando una sonrisa. Fue entonces cuando me pregunté quédiablos hacía yo frente a mi café favorito con un desconocido como él (ya habíamos hablado sobre gustos y éramos completamente opuestos: yo rock alternativo, él heavy metal y metal clásico;yo no leía demasiado, él era un intelectualamante de los libros)
y, además, porqué rayos sentía esanecesidad de quedarme con él hasta que fuera imposible, por motivos de fuerzamayor, seguir disfrutando de su presencia.

-¿Vamos?-preguntó, posando suavemente su mano izquierda en mi brazo, apurándome aentrar. Noté que una chispa de electricidad proveniente de su roce atravesabami ropa hasta llegar a mi piel
Dudé. ¿Acaso tenía sentido todo aquello? ¿Por quéiba a entrar a ese local junto a él? ¿Por qué esa electricidad? Y, sobre todo,¿qué diablos me había incitado a salir de mi casa un día como aquel?

Permití que la electricidad de su mano penetrara tibiamente en mi piel y luego me estremecí, como si despertase de un profundo sueño. Volví a preguntarme porqué hacía eso solo para descubrir, resignada, que no había vuelta atrás.

-¿Estás bien? -preguntó él, en medio de mi debate interior.

Lo miré confusa, como si me hubiese hablado en otro idioma y, por milésima vez, me tardé en responder.

-¿Yo? Sí, sí.

-¿Te estás arrepintiendo de ser mi guía? Porque si es así podemos dejarlo hasta aquí, no te preocupes

-No, tranquilo, no pasa nada. -sonreí, tranquilizándolo.

Entramos al local (no me quedó más que dejar todos mis cuestionamientos atrás) y buscamos una mesa en la zona de fumadores que nos aportara una vista privilegiada hacia el exterior. Saqué la ya familiar cajetilla de cigarros y le ofrecí uno.

-¿Eres muy viciosa? -preguntó, aceptando lo que le entregaba.

-No realmente. En días nublados fumo más, unos cinco o seis diarios, pero la verdad es que la cajetilla me dura bastante.

-Interesante
Para mí es difícil controlarme cuando llego a una ciudad. Cuando voy por la carretera no puedo fumar por razones obvias, y cuando llego a pueblitos en medio de la "nada" no me gusta hacerlo. Considero que fumar no es algo excelente, pero no tengo la fuerza suficiente para dejarlo.

-Espera, ¿dijiste que vas por la carretera? -lo miré intrigada, queriendo saber a qué se refería con todo lo que había dicho.

-Sí, ¿no te dije ya? -Hizo una mueca de reproche, como si estuviera regañándose a sí mismo por haber olvidado confesarme algo. La verdad es que había sido bastante extraño que hubiéramos hablado prácticamente de todo pero que, sin embargo, no me hubiera dicho porqué estaba en la ciudad- Básicamente yo vivo la vida. No tengo un trabajo estable ni nada de eso, simplemente viajo de ciudad en ciudad disfrutando de este mundo desgraciado. Me traslado en motocicleta y no llevo mucho equipaje, solo una mochila y una caja donde hay alimentos y cosas para sobrevivir.

No pude evitar observarlo sorprendida, casi en shock. Yo tenía una opinión respecto a las personas que dedicaban su vida a viajar por el mundo sin profesión, familia ni residencia estable, y lo que pensaba no era precisamente bueno. Desde que tenía uso de razón me había imaginado a ese tipo de seres humanos como irresponsables y desenfrenados, el tipo de hombre o mujer con quien no podrías mantener jamás una charla cuerda por más de media hora. Sin embargo allí estaba yo, sentada en mi lugar favorito de todo el mundo con un hombre desconocido que decía ser un simple viajero que vivía la vida. Increíble.

 

-Llegué a esta ciudad por intuición -continuó emocionado, al ver que no tenía nada que decir-, vi el nombre en un mapa y decidí que sería buena idea tomar el camino que llegaba hasta acá.

-¿Por qué llevas esa vida? -pregunté, cuando fui capaz de articular palabra.

-No soporto quedarme en un lugar durante mucho tiempo, nunca pude. Tal vez se debe a que cuando era pequeño me cambiaba una y otra vez de residencia, nada demasiado grave si me lo preguntan. No soy una persona mala ni irresponsable, como muchos podrían pensar de alguien que vive viajando. Cuando llego a un lugar no busco desesperadamente clubes nocturnos ni lugares donde tomar alcohol, aunque sí los visito, debo aceptarlo, y me gustaría poder decirte que lo hago con el fin de saber qué tanto varía el entretenimiento nocturno de una ciudad a otra, pero la verdad es que no voy con esa finalidad.

Lo miré extrañada, preguntándome porqué mencionaba eso. Reprimí una sonrisa irónica al notar lo especial e inusual de los comentarios que había hecho durante nuestros escasos cincuenta o sesenta minutos de conversación.

-Llegué aquí hace dos días, pero no había salido de la pensión en la que me estoy quedando. En ese lugar vive tanta gente que puedo pasar el día entero sentado en la sala principal para observarlos a todos y escribir hojas y hojas sobre cada uno de ellos. El ser humano es interesante, ¿sabes?

-Sí, ciertamente lo es

Me contó que la dueña del lugar en el que se quedaba era una mujer pequeña y menuda con carácter fuerte, alguien con quien nadie desearía pelear. Dijo, además, que en una de las primeras habitaciones vivía una joven estudiante de medicina que nunca se despegaba de sus libros de biología y anatomía, y que él había tenido la posibilidad de encontrarse con ese tipo de personas solamente en películas o series de televisión. Me sentí aludida ante esa descripción, pero preferí guardar silencio.

-En el tercer piso vive una muchacha muy extraña -dijo, frunciendo un poco el ceño-. Cuando desayunamos solemos comer todos en la cocina casi a la misma hora y por lo general todos se ignoran, pero ella nunca deja de mirarme. Observa cada cosa que hago, desde cómo echo azúcar a mi café hasta cómo mastico mi comida. No entiendo porqué hace eso, es muy rara

Reí, divertida por la inocencia con que parecía mencionar algo tan común como una atracción hacia él. Me miró confundido, debatiéndose entre preguntar qué sucedía o quedarse callado esperando que yo exteriorizara el motivo de mi risa.

-Es divertido que no entiendas eso. Has demostrado ser una persona culta e inteligente, pero ¿en serio no sabes reconocer cuando una mujer se siente atraída por ti? Vamos, descríbeme qué hace.

-Bien, ella
bueno, la he visto observándome desde la escalera cuando me siento en la sala a ver a los demás, y también he sentido que me sigue con la mirada cuando camino por el pasillo y ella está presente. Pero no sé nada de ella, ni siquiera si estudia o no.

 

-Por lo que dices es más que obvio que tiene interés por ti -sonreí. Sus mejillas, implacablemente blancas, se tornaron de un suave color carmín que me causó cierto grado de ternura-

-Es bueno saberlo -comentó, sin saber exactamente qué decir.

La sonrisa no se borraba de mi rostro y yo no tenía claro por qué. Su mirada de vergüenza y su semblante de timidez cambió, de pronto, a una expresión un poco más severa y seria.

-No te rías. Nunca he sido experto en los sentimientos de las mujeres, no sé interpretar qué sienten con una simple mirada.

En ese preciso instante llegó el mesero con la carta preguntándonos si ya sabíamos que ordenar. No abrí el librito de tapas de cuero negra y simplemente dije que quería un café expreso, ansiosa por reanudar la conversación con mi acompañante a solas. Él, sin embargo, se tomó todo el tiempo que pudo para ver una y otra vez la carta, repasando precios, nombres e ingredientes. Le tomó más de diez minutos ordenar y, cuando mi paciencia estaba a punto de agotarse, abrió la boca para pedir un café helado. Carraspeé, incómoda, mordiéndome la lengua para evitar hacer comentarios respecto al tiempo perdido para ordenar un simple café helado.

-¿De qué hablábamos? -preguntó, sonriendo, como si hubiese olvidado el tema de la muchacha de la pensión.

-De tu forma de vida -mentí. Él pareció no notar la mentira y continuó hablando.

-Ah, sí
Empecé en esto hace cuatro años y sé que es la mejor decisión que he tomado en toda mi vida.

-¿Y tú familia?

Una sombra de tristeza y rencor cruzó su mirada y noté que preguntarle acerca de ello había sido un error. Bajé la mirada, incómoda, mientras él respondía.

-Yo ya no tengo familia. -sentenció.

-Está bien, lo siento, no debí preguntar eso

-Descuida, no tenías cómo saber que no es un tema agradable para mí. En todo caso creo que he hablado mucho de mí
Cuéntame un poco de tu vida.

Me quedé observando mi café mientras lo revolvía con la cuchara, preguntándome qué cosa interesante podía contarle. Él me había hablado de motocicletas, personas extrañas y una pensión
pero realmente yo no tenía nada extraordinario que relatar.

-Hm
la verdad es que mi vida es bastante aburrida. Estudio, vivo con mi padre, tengo las mismas amigas desde hace más de cinco años
He viajado muy poco, ni siquiera he ido a la capital.

Me miró impresionado, tal vez intentando descubrir por qué yo era así. Ladeó la cabeza mientras tomaba un sorbo de su café helado y me miró analítico.

-¿Por qué? -preguntó.

-Porque nunca he intentado salir de mi rutina. Mantengo la misma vida desde los quince o dieciséis años, más o menos. Y si en este momento estoy en este lugar contigo es porque algo desconocido atacó mi cerebro y quise salir a probar un poco el mundo, aunque nunca pensé que me encontraría con un desconocido que me pediría ser su guía turística.

Tomó una galletita del plato que nos había traído el mesero por cortesía de la casa y se la llevó a la boca con tranquilidad, analizándome con su penetrante mirada.

 

-Eres especial, ¿lo sabías?

-No bromees, extraño.

-No, en serio -sonrió.- Si no fueras especial no te habría solicitado que fueras mi guía.

Guardé silencio, sorprendida. No sabía qué decir. Y él me miraba divertido, como si estuviese leyendo mis pensamientos o algo por el estilo. Di un sorbo a mi café sin quitarle la vista de encima, mientras él observaba con curiosidad la decoración del local. Ya no sabía de qué hablar.

-¿Qué otro lugar de la ciudad sería recomendable? -preguntó, apartando la vista de un cuadro abstracto a su derecha, mientras pasaba su mano por su cabello.

-El único parque que existe -respondí-, y es totalmente increíble. Al menos a mí me gusta.

Luego de unos cuantos minutos de charla un poco más relajada -al menos por mi parte, pues mi tensión había comenzado cuando yo misma había mencionado a la familia- pagamos la cuenta y nos fuimos de allí. Le indiqué que el lugar siguiente estaba hacia el sur, añadiendo que estaba demasiado lejos para ir a pie.

-Podemos tomar un bus -sugerí, pensativa.

-¿No prefieres caminar? No conozco mucho acá y me gustaría ver las calles.

-Es peligroso desde acá hasta allá

-No pasará nada -susurró, introduciendo una mano a su bolsillo. Mi corazón comenzó a latir a toda velocidad al imaginarme que podría estar escondiendo un arma, pero, contrario a todas mis posibles teorías, sacó un saquito color vino amarrado con una cinta blanca.- Llevo protección a todos lados -sonrió.

Omití comentarios, un tanto acostumbrada a lo extraño de sus comentarios y acciones. Había algo realmente diferente en él, algo que nunca había visto en ninguna persona y que no lograba descubrir...

-Bien, vamos a pie

Miró al cielo, metiendo ambas manos a los bolsillos de su chaqueta.

-Lloverá -dijo-.

Miré también, intentado encontrar alguna nube gris cargada de lluvia, pero no la encontré. Sí, hacía frío, viento y no se veía el sol, pero las nubes no estaban demasiado grises y no había señal de lluvia. Evité mirarlo extrañada, no sé porqué. Había algo que me hacía confiar en su peculiar predicción.

Comenzamos a caminar hacia el sur, en dirección al parque. Aúnno había indicios de lluvia y yo volvía a pensar que quizás el hombre a mi ladoera un psicópata que trabajaba la mente de las personas. Noté que caminaba másdistraído que nunca, perdiéndose en las fachadas de las viviendas e incluso lasgrietas en las veredas. Su peculiaridad me hizo sonreír. Nunca me había topadocon un personaje así y ciertamente jamás pensé que lo haría, pero al estarcaminando con él por calles que sólo había visto desde el transporte públicosentí, por primera vez en mucho tiempo, que mi corazón latía con motivos desobra.

-¿Alguna vez te has parado a pensar qué es lo que sucededentro de las casas que no conoces? -preguntó, con un extraño brillo en losojos.

-No, nunca -respondí, extrañada.

-Si lo piensas es bastante interesante
Por ejemplo, en esacasa de allí, la de la esquina. Apostaría mi moto a que en este precisoinstante una pareja reciente está haciendo el amor con suma intensidad allíadentro, en la habitación principal. Es la casa de los padres del hombre, perose han ido a la casa de un matrimonio amigo y no volverán hasta pasada lamedianoche. Y en esa otra, ¿la ves?, lacasa verde con rejas blancas. Una anciana está alimentando a su perro mientrasve su película favorita, Casablanca, por milésima vez. Está sentada en un sofáde cuero amarillo y en la mesita de su derecha está la foto de su hijo, quedejó la vida terrenal ya bastantes años.

 

Fruncí el ceño con una extraña sonrisa en los labios,preguntándome de dónde había sacado todas esas descripciones tan
humanas.

-¿Cómo lo sabes?

-Sólo tienes que dejarte llevar por tus sentidos. Imaginaque eres las paredes, las ventanas y la puerta de la casa
de esa forma puedessaber todo lo que ocurre. -Guardó silencio unos segundos hasta que un hombrealto y de expresión cansada se nos atravesó.- Él viene del hospital -dijo-,creo que su hermano tiene cáncer. Lo acaban de despedir de su trabajo de haceveinte años y está devastado
Dios, pobre hombre.

-¿Cómo has sabido eso? -pregunté, sorprendida, mientras mevolteaba sólo para llegar a ver la espalda del hombre que supuestamente veníadel hospital.

-Sólo se ve bien conel corazón; lo esencial es invisible ante los ojos.

-¿El Principito?

-Exactamente, Antoine de Saint Exupéry
¿Cómo relacionaríaseso con mi descripción de las vidas de desconocidos? -Lo miré desconcertada,sin saber qué decir una vez más- Soy un viajero, un hombre que vive el día adía y básicamente sigue a su corazón. He pasado tanto tiempo solo que lo únicoque tengo es a mí mismo, y me conozco tan bien que puedo ver las cosas tantocon la mente como con el corazón. Es fácil leer el rostro de una persona cuandoobservas todo con el corazón
para ojos no conectados con esto -tocó su pechocon gesto solemne- las vidas de los demás resultan una incógnita imposible dedescifrar con una simple mirada. Existe por allí un dicho que recalca que losojos son la ventana del alma, y eso es horriblemente cierto. Hay gente que sabecómo bajar las persianas de esas ventanas, personas que han adquiridoexperiencia en cerrar la entrada a sus almas
Es más difícil comprender lo quepiensan, más difícil ilustrarse sobre ellas; sin embargo, a la larga aquellasventanas no soportan demasiado tiempo sin abrirse para dejar entrar la luz, yel alma y corazón de dichos individuos acaba siendo el libro más simple deleer, porque en el fondo todo lo que querían ocultar era el miedo a quedardesnudos frente al mundo, a que todos sus temores y anhelos fueran descubiertospor los demás.

Nos detuvimos ante un semáforo en rojo e intenté evocar algointeresante que decir, algo que alcanzara el nivel de monólogos que él dictaba y que no me hiciera quedar como unacompleta ignorante, pero no se me ocurrió nada. Yo no tenía tiempo paraanalizar la vida, para detenerme un segundo y tratar de ver mi existencia conalgo más que los ojos. De pronto me sentí estúpida y poco importante, como sino mereciera de su compañía.

Continuamos el camino casi en silencio, pero a él no parecíaimportarle ese pequeño detalle. Contrario a mis predicciones de que un hombrecomo él odiaría los silencios, sus ojos parecían brillar con más intensidadcuando no tenía que preguntarme por el nombre de una calle o la función de algúnedificio de apariencia corporativa, y, además, una sonrisa tímida y misteriosase dibujaba en su rostro cada vez que pasábamos frente a una casa pintoresca,como si imaginase mil historias ocurriendo dentro de cada lugar. Poco a poconoté, no sin alarmarme, que estaba caminando junto a un hombre con totalpreferencia por la literatura, por las cosas simples de la vida, por lasreflexiones y las charlas extensas y enriquecedoras. Yo, una mujer que habíadedicado casi toda su vida a los números y a la biología, a las cienciasexactas; una persona que en esos momentos iniciaba el primer semestre delcuarto año de una prometedora carrera en Medicina. No podía creer que mesintiera tan a gusto junto a él, un vividorque se alejaba totalmente del tipo de personas que solía frecuentar y quecon una simple mirada era capaz de recitar los últimos cinco años de cualquierpersona adulta que se le cruzara por delante. De pronto su voz, con ese tinteya característico de relajación, me sacó de mis pensamientos.

 

-¿Es éste el parque? -preguntó.

-Sí.

No podía creer que ya habíamos llegado, ¿cuánto tiempo habíapasado sorprendiéndome por estar caminando con un hombre como él? El únicoparque íntegramente natural de la ciudad se extendía frente a mí devolviéndomerápidamente a la realidad en la que no me quedaba más opción que continuar conese extraño tour hasta que uno de losdos dijera que ya era demasiado tarde, sin importar si yo era científica y élun filósofo. Amaba ese parque por razones sencillas y a la vez intrincadas, ysimplemente por eso decidí que lo mejor que podía hacer era continuardescubriendo que había otro tipo de seres humanos completamente opuestos a mímerodeando por el mundo.

Se recostó en el césped y cruzó las manos por detrás de sucabeza, cerrando los ojos como si quisiera entrar en contacto con todo lo quele rodeaba. Me sentía ajena a su mundo, lo cual era sumamente extrañoconsiderando que en realidad era una desconocida para él y ni siquiera deberíaestar lamentando el sentirme lejos de su universo.

-¿Cuál es tu historia? -murmuró, súbitamente, observando coninterés a un ave que se posaba sobre la copa de un árbol.

-¿Mi historia?

-Sí, tu historia.Todo el mundo tiene una historia, ¿sabes?

-Creo haberte dicho que mi vida no es interesante

-Sólo dijiste que hacías lo mismo desde la adolescencia,pero no mencionaste exactamente qué es lo que haces ahora. -respondió, mirándome.

-Bien, pues
Estudio medicina, estoy comenzando mi cuartosemestre. -dije- Vivo con mi padre, pero estoy a punto de comprarme unapartamento cerca de la universidad. ¿Qué más podría decirte?

-No lo sé
Déjame preguntarte. ¿Alguna vez te han pedido matrimonio?

Fruncí el ceño por la extraña interrogante y negué con lacabeza, confundida.

-¿Alguna vez te han contado una historia tan impresionanteque te inspiró a crearte una nueva vida?

-No, nunca me han contado una historia, aparte de loscuentos de hadas que me leían de pequeña.

-Si no te han contado una historia, entonces no puedes teneruna propia. Déjame contarte algo, ¿sí?

-Eso no me suena a petición

Él sonrió. Se incorporó y se apoyó en el tronco de un árbolcercano, invitándome a sentarme a su lado. Se aclaró la garganta y me pidió uncigarrillo, alegando que nunca había sido capaz de contar algo extenso sin unpoco de tabaco.

 

-No empezaré con un "había una vez", tal vez eso te desligueun poco de la idea de historias similaresa los cuentos de hadas -dijo, luego de expulsar una bocanada de humillo-. Dicenque todo tiene un origen
Génesis,dice el libro más popular de todos los tiempos. Este árbol, por ejemplo, comenzósiendo una semilla que con el pasar de los años llegó a ser lo que es ahora. Sí,todo tiene un comienzo. ¿Alguna vez te has preguntado cómo se creó este lugar?Supongo que piensas que fue un proyecto de la municipalidad de tu ciudad, pero¿y si fuera más que eso? Es más queeso. Antes, cuando no existían todos estos autos, ni estas casas ni mucho menoseste tipo de cigarrillos que tanto nos gustan, este sitio contaba con unospocos habitantes que apenas interactuaban entre sí. Entre dos altos muros depiedra había casas frente a frente, tan sólo unas diez, y en medio de ambasfilas de viviendas había un gran sitio de tierra totalmente desierto. Cierto día,una mujer que residía en la tercera casa del lado suroeste decidió salir de suhumilde morada y enterrar en la explanada un par de extrañas piedrecillas quehabía hallado el día anterior en uno de sus paseos matutinos. Cavó un agujerono muy profundo y le echó agua para que no se notase el desnivel entre esemontoncito de tierra y el resto. No le tomó mucha importancia a lo que habíahecho, pues pensó que sólo había arrojado dos piedrecillas a la tierra y ya.Sin embargo, con el pasar de los días, del trocito de terreno en desnivelcomenzó a aflorar césped, luego un arbusto y más tarde incluso flores. Losvecinos preguntaron quién había sido capaz de crear tamaño jardín (para elloslos jardines sólo pertenecían a la clase alta, a los que vivían del otro ladodel muro) y la mujer salió tímidamente de su hogar, diciendo que sólo habíaenterrado unas piedras extrañas y el resultado había sido ése. Las personasestaban maravilladas, por supuesto, y no podían concebir la belleza de lo que díaa día crecía más y más. Así es que poco a poco comenzaron a imitar lo que habíahecho la mujer, plantando miles de semillas que daban paso a árboles, arbustos,plantas y diversas creaciones de la naturaleza. El inmenso jardín alcanzó taldimensión que, con el pasar de los años, incluso se podía contemplar por encimade los muros de piedra
y el dueño del lugar lo encontró tan hermoso que decidióderrumbar las dos paredes gigantes para que toda la ciudad pudiese gozar de lasbondades de los árboles y el césped. Los habitantes de las diez casascircundantes avanzaron en la escala social y, en nuestros días, son losantepasados de los que ahora gobiernan la ciudad.

Me quedé en silencio, atónita, por la peculiaridad de lahistoria y lo verídica que había resultado para mí. Arriesgándome a parecerignorante, pregunté:

-¿Es
es eso verdad?

-El mundo no es sinoun lienzo para nuestra imaginación
-respondió- No es verídica, la inventémientras hablaba. ¿Has oído de Henry David Thoureau?

-No, lo siento.

-Vivió en el siglo XIX y fue el que dijo las palabras queacabo de citar. ¿No crees que es cierto? Sólo basta con tomar un pedazo delmundo para comenzar a trazar las líneas de lo que puede ser la historia másmaravillosa jamás contada. No digo que la que conté sea lo mejor, ha habido muchomás bellas, pero para ti, inexperta en relatos, ha sido estimulante, ¿no?

 

-Pues sí, me has dejado con las ganas de hacer algomaravilloso que inspire a los que me rodean a hacer algo mejor por el mundo.

-¿No lo estás haciendo ya? Cuando llegues a casa y lecuentes a tus amigas que guiaste a un guapo desconocido por la ciudad notarásque sus ojos se llenarán de envidia y querrán hacer lo mismo, tener aventuras ysalirse de sus rutinas.

Mi boca se curvó en una sonrisa y el suave sonido de unacarcajada llegó a mis oídos. Él se reía, no sé porqué. Su risa me contagió y enpoco tiempo ya estaba riendo a más no poder, sin detenerme a pensar si quieraporqué lo estaba haciendo. No sé cuánto tiempo estuve en eso, pero cuandorecobré la noción del tiempo una gota caída del cielo llegó a mis labios. Lomiré, sorprendida, y noté que me devolvía la mirada, embelesado por lo queestaba a punto de suceder.

Comenzaba a llover. Tal como él había dicho al salir del café.

Él se puso de pie con agilidad y extendió losbrazos bajo la lluvia, completamente hechizado. Sonreía como si su vidadependiera de ello y no parecía importarle que su chaqueta de cuero se arruinarao que su cabello se mojara más de lo necesario. Me apoyé más en el tronco del árbol, procurando que sus hojas meprotegieran del agua que amenazaba con destruir mi perfecta salud de Otoño,mientras él seguía allí, de pie, disfrutando de todo eso como si fuese un niñopequeño que come caramelos. Me pregunté, de pronto, qué había sucedido en suantigua vida para que fuese quien estaba observando, ese hombre despreocupado,amante del día a día y con demasiado tiempo -quizá- para filosofar.

-¿No vienes? -preguntó, luego de unos cuantosminutos, bajando al fin los brazos y volteándose a verme. Yo me había acomodadoen mi lugar y no tenía intención alguna de salir de allí para ir directo a lagripe.

-No, muchas gracias.

-¿No quieres empaparte con esta maravilla? -memiró divertido, como si tuviese frente a él a la mismísima Ellen DeGeneres haciendo algún baile ridículo o tratando conseriedad temas realmente hilarantes.

-Eso no entra en mis planes. -respondí,desviando la mirada.

-¿Planes? -alzó las cejas en señal deincredulidad y se acercó con lentitud. Noté que unos mechones de cabello mojadocaían sobre sus ojos casualmente, aumentando esa aura de misterio que lerodeaba- ¿Dices que no entra en tus planes? -Sonrió- Deja los planes de lado.¿Podrías, al menos por hoy, no planearnada?

Hizo, de pronto, una exagerada reverenciasimilar a las que había visto en películas antiguas y me ofreció la mano congesto elegante, esbozando una sonrisa seductora que me recordó sensaciones quecreía totalmente enterradas y olvidadas. Lo observé atentamente barajando misopciones. ¿Qué debía hacer? Tomar su mano no me haría ningún tipo de daño, perorealmente no quería mojarme y era obvio que su intención era hacerme salir demi cómodo refugio para acabar con mi tranquilidad. Sin embargo, al detenerme a analizarlas últimas horas del día podía notar que un cambio más en mi rutina no sería nadaextraordinario y que, claro, lograría agregar un poco más de emoción a unahistoria que al día siguiente contaría a mis amigas o a quien quisiera oírla.

 

-¿Dejarás a este amable y caballeroso príncipecon la mano estirada? -preguntó, con voz teatral y expresión extremadamentedramática.

Una parte de mí quería tomar su mano, claroestá, pero mi lado más sensato me comunicaba a gritos que debía salir corriendode allí y volver a la comodidad de mi hogar. Titubeé más de lo necesario y suaparente alegría se esfumó poco a poco, dando paso a una expresión de confusióny desazón que pensé jamás vería en alguien como él.

-Lo siento
-susurré, abrazando mis rodillas eintentando a toda costa evitar su mirada.

-No te preocupes -suspiró. Sentí que algo caíapesadamente a mi lado y alcé la cabeza, extrañada. Él se había sacado la casacay nuevamente había extendido los brazos bajo la lluvia, mojándose incluso másque antes.

Resolví, de pronto, que de alguna u otra formahabía dañado una mínima parte de ese extraño que disfrutaba de la lluvia frentea mí. Y entonces, sin saber exactamente porqué, decidí mirar fijamente unavivienda que se hallaba al otro lado de la calle, intentando convertirme en lasparedes de la casa y quizás introducirme con una video cámara dentro de ella.Cerré los ojos casi sin notarlo, sumergiéndome dentro de una sala de paredesrojizas y sillones de cuero negro. Escuché risas desde el fondo del primer pisode la casa y me dirigí a ellas, intrigada. De repente me encontré parada bajola puerta de una habitación matrimonial, observando sorprendida a una mujer quejugaba tiernamente con un bebé de pocos mese de vida. Estaban recostados en lacama, sin mayores preocupaciones, con una estufa prendida y un poco de músicaclásica proveniente del estéreo situado bajo una ventana con vista a un jardíntrasero. Sonreí.

Cuando abrí los ojos me encontré con lasorprendente imagen de él tendidosobre el césped, sonriendo. Su rostro estaba completamente empapado -no podíadejar de recalcar que el agua había mojado cada centímetro de piel descubierta-y una sonrisa infantil adornaba su rostro misterioso.

-Sé que no te gusta la lluvia, pero ¿no esgratificante? -susurró, sin mirarme.- Sentir cómo el agua casi atraviesa tucuerpo, limpiándote de todo lo que te molesta o perturba
Es puro, es lo más puro que podemos obteneren estos lugares, a pesar de que en algún futuro cercano se transforme enlluvia ácida y corroa cada superficie que toque. -cerró los ojos y esbozó unasonrisa- Pero hoy no lo es, hoy la lluvia no es dañina. Hoy te acaricia, te envuelve, te cautiva ylogra despejarte de todo, logra alejarte de la realidad

Su voz fue perdiendo intensidad poco a poco yno noté que había dejado de hablar hasta que desperté, totalmente hipnotizada. Él me miraba sonriente,triunfante, como si hubiese logrado algo de lo que yo no estaba al tanto. Norecordaba cuándo había entrado en ese letargo tan peculiar, pero comprendírápidamente que había sido una especie de acto reflejo ante la tranquilidad queemanaban sus palabras. Y, contrario a cualquier sensación de conforte que pudohaberme invadido al notarlo, sentí una mezcla de terror y desconcierto que medescolocó durante unos segundos.

-¿Qué pasó? -pregunté, asustada.

-¿No lo notas? Estás viviendo.

-Yo

El desconcierto y terror se alejaron de mimente en cuanto pronunció aquellas palabras, dando paso a la rabia y unasincontrolables ganas de arrancarle la cabeza en ese mismo instante, no sé bienporqué. Ese extraño, ese hombre que había conocido hacía tan solo unas horasestaba diciéndome, en otras palabras, que yo era una persona que no vivía. ¿Y qué rayos estaba haciendo enese momento? Estaba existiendo, estaba respirando,¿acaso eso no era vivir?

 

-Estás viviendo, ¿no te das cuenta? Apuesto aque hace un rato imaginabas lo que sucedía en alguna casa y que, además, lo quedije acerca de la lluvia te tranquilizó de tal manera que entraste en un sueñoaunque tuvieras los ojos abiertos. Nunca te habías sentido así, ¿no? Te sientesviva, sientes que
por primera vez no has hecho planes y todo estáreconfortándote. Eso es vivir.

Por primera vez no me importó que hubieseadivinado lo que había pensado segundos atrás. Lo único que pude hacer fueobservarlo con desprecio mal disimulado. Se sentó frente a mí y alargó una mano,tal vez para acariciarme la mejilla, pero yo lo esquivé. Le lancé la casaca sindejar escapar la rabia y, con voz ahogada, dije:

-Tengo que irme. Esto ha sido demasiado.

-¿Estás bien?

-No te he dado la confianza suficiente paraque me digas, de la nada, que recién ahora estoy viviendo. ¿Crees que la vida se basa en sentir la lluvia y caminarcon personas desconocidas en un parque lleno de árboles? Pues estáscompletamente desquiciado.

-¿De qué hablas? -cuestionó, alarmado.

Me puse de pie bruscamente ante la perplejidadde aquel extraño. Lo miré con superioridad -utilicé aquella mirada que solíadirigir a la mayoría de los seres humanos que me rodeaban- y, sin pensarlobien, dije:

-Vivir no es salir a la calle a buscar aalguna persona que desconoces para que te dé un paseo guiado por la ciudad, nirecostarte en el césped bajo al lluvia, ni mucho menos imaginar lo que pasa encasas ajenas. Vivir no es pasear enmotocicleta por el mundo sin preocupaciones, sin casa, sin familia
Cuando vives haces planes para lo que comúnmente se denomina futuro, intentas encontrar una familia para perpetuar la raza y talvez hacer un poco de dinero para el bienestar de los tuyos. Eso es vivir.

-¿Acaso no crees que detenerte un segundo acontemplar el mundo
?

-¡No te puedes detener un segundo si estásviviendo! -exclamé, alzando los brazos y hartándome de su forma de ver lascosas. Simplemente no podía ser tanoptimista y soñador, como si viviera en un mundo lleno de arco iris, nubesesponjosas y ríos de chocolate.- ¡La vida se basa en hacer cosas que beneficienlo que se viene después!

Abrió y cerró la boca varias veces, sin logrardecir algo. Continuaba mirándome anonadado, como si hubiese herido lo másprofundo de su ego.

-Ese Thoureau está equivocado -dije-. El mundono es un lienzo para nuestra imaginación, ¿sabes? Nuestra imaginación seencarga de idealizar nuestro mundo de tal manera que a ciertas personas llega aafectarles la forma de ver la realidad. No puedes andar por allí imaginandocosas sin darte un paseo por lo que deverdad está pasando.

Cerró los ojos en señal de dolor e hice unamueca de desaprobación. Se quedó allí, de pie en el césped, observándomesorprendido. Yo ya estaba completamente empapada, pero parecía no darme cuentade ello.

 

-Si no tienes ninguna otra frase que citar oquizás alguna otra reflexión, me retiro. Suerte en eso que llamas vivir. -Acomodé mi bufanda y me di mediavuelta, indignada. Descubrí que toda esa palabrería sobre la vida y otras cosasme irritaban de una manera un tanto estúpida, pero realmente no podía hacernada para evitarlo. Siempre había creído en la teoría científica de las cosas, y ningún extraño, por mas listo quepareciera, podía llegar a cambiar mi visión de las cosas a esas alturas de miexistencia.

Comencé a caminar rápidamente, anhelando estardentro de mi casa con un café en las manos. Me regañé mil y una veces por habersalido de la comodidad de mi hogar para salir un poco de la rutina; ¿qué habíade malo en la monotonía?... llevaba tantos años en lo mismo que otro tiempo másno me podría hacer daño de ninguna manera.

Sentí que él caminaba tras de mí y bufé,enojada. Realmente detestaba que las personas me siguieran. Mi argumento era,claro, que si no habían sido capaces de decirme las cosas mientras me teníanenfrente, ¿qué posibilidades habían de decir algo coherente mientras caminabany su cerebro intentaba mover piernas y labios al mismo tiempo? Imposible.

-Yo sé que la vida no se trata solo de eso -gritó,haciéndose escuchar por encima del sonido de la lluvia golpeando con fuerza lascopas de los árboles.

-Si lo supieras ni siquiera estarías aquí, ¿nolo crees?

-Tú no sabes nada de mí, no puedes juzgarme deesa manera.

Me detuve abruptamente cuando dijo eso. No habíapronunciado palabras más cuerdas que aquellas en todos los minutos que llevábamosjuntos, así es que me vi en la obligación de pararme a escucharlo.

-No sabes nada de mí -repitió- ¿Te preguntasteporqué soy así o si alguna vez fui como tú? ¿Qué te hace pensar que no existenadie en el mundo que en estos momentos esté preguntándose donde estoy, lamentándoseporque quizás dejé a una familia atrás?

Sentí que mi garganta se secaba y me estremecí,un poco asustada por lo que decía. Me volteé. Tenía que aceptar que no sabíademasiado de él o de los motivos de su forma de ser, porque realmente no habíamoshablado de eso.

-No, no te lo has preguntado. Deberíashacerlo, ¿no crees?

-No quiero hacerlo. -sentencié- No marca ningúnhito importante en mi vida.

-Mi vida no siempre se ha basado en eso, perocontarte mi pasado arruinaría el misterio
-sentí que sonreía y recordé porquéestaba marchándome de allí.

-No me interesa, extraño. Este tour llega hasta aquí.

Introduje las manos en los húmedos bolsillosde mi chaqueta y retomé mi camino, logrando ignorar el sonido de sus pasos trasde mí. Escuché, entre la lluvia, que me gritaba su nombre, pero no le toméimportancia. Realmente no me interesaba nada que pudiera tener relación con élo sus... filosofías de vida. Lo único que quería era llegar a casa y recordaraquella tarde como si tan solo hubiese sido una pesadilla demasiado real, algoque en algún momento ni siquiera formaría parte de mi memoria. Sin embargo,cuando observé por el rabillo del ojo al extraño que estaba abandonando en elparque, la parte más recóndita de mí se estremeció y me gritó que debíaretroceder y continuar con todo eso, dejando de lado mis prejuicios y todo loque pudiera hacerme pensar mal de él.

 

Cuando recordé que ese hombre no sabía cómollegar al lugar en el que estaba viviendo ya estaba a dos puertas de mi casa.

La pensión estaba muchísimo más cerca delparque de lo que había creído. Minutos después de la partida de la dama decidí que había recibido suficiente lluvia por aquel día, así es que hice todolo posible para llegar a lo que en esos momentos denominaba hogar. Caminé unas cuatro o cincocuadras hacia el norte, recordando que mientras paseaba con la desconocidahabía divisado una casa amarilla que se veía desde mi alcoba si me asomaba a laventana. Mis pies se movían sin mayores preocupaciones, como si no hubiesesucedido nada fuera de lo común momentos atrás. Doblé a la derecha tarareando "Just one of those things" de Sinatra,mientras creaba un musical mental en el que transeúntes y vecinos entusiasmadosse sumaban a un baile que estaba improvisando para una dama con la que había pasadola noche anterior. La gente se movía uniformemente a mi alrededor, en medio dela acera e incluso en sus antejardines. La dama junto a mí me contemplabaavergonzada y confundida, tal vez queriendo creer que lo que la canción ledecía no se adecuaba a lo nuestro y que estaríamos juntos para siempre. Elmusical se detuvo de golpe cuando sentí que alguien chocaba conmigo y caíapesadamente al suelo, probablemente lastimándose mucho más que yo, que seguíaen pie sin ningún daño. Sacudí la cabeza, aturdido, y le tendí la mano a ladoncella que yacía a mis pies al tiempo que susurraba un "lo lamento"; a los segundos la identifiqué como la muchacha quevivía en el tercer piso y no pude evitar una sonrisa divertida. Memiró avergonzada y tomó mi mano, estremeciéndose con el contacto. La ayudé alevantar un montón de hojas que se habían caído, mientras notaba que ya habíallegado al pórtico de la pensión y ella levantaba del suelo una guitarra negraque no había visto hasta ese momento.

-¿Te encuentras bien? -Le pregunté- Lo lamento,en serio, no te había visto. Ni siquiera había notado que ya estaba aquí.

-No te preocupes, estoy bien. Sólo fue unacaída, no es la gran cosa -respondió, agachando la cabeza. Parecía avergonzada.

-¿Ibas saliendo? -Aquello era obvio, pero unaparte de mi me pedía a gritos que la invitara a la cocina a tomar una taza decafé.

-Yo
En realidad no. Vine a sentarme aescribir, adentro hay demasiado ruido.

Enarqué ambas cejas, sorprendido. ¿Escribía?Eso me parecía interesante. Durante un segundo tuve la sensación de que quizás,por esas casualidades del destino,esa muchacha con la guitarra y la intención de escribir podía llegar a ser másinteresante y especial que la chica del parque.

-¿Escribes? -Ella asintió- ¡Qué coincidencia!Yo también escribo, ¿sabes? -Sonrió con timidez y acomodó los papeles bajo subrazo. Parecía un poco incómoda. -¿Te parece si entramos? Conozco un lugardonde no hay tanto ruido. Además, necesito abrigarme un poco.

-Oh, claro

La dejé entrar primero y cerré la puerta trasde mí. Al parecer alguno de los inquilinos estaba celebrando otra de susreuniones sociales semanales, puesto que se oía música fuerte y antiguaproveniente del comedor. Le pedí que me esperara en la cocina mientras mecambiaba la ropa húmeda, añadiendo una sugerencia para que pensara en algunacanción que interpretar, ya que tenía la intención de oírla cantar yprobablemente no la dejaría hasta que lo hiciera. Lo único que quería erasociabilizar con esa chica para lograr sacarme de la cabeza la sensación deangustia y desesperación que se había apoderado lentamente de mí a medida que ladama de pensamiento científico se alejaba de mi lado bajo la lluvia.

 

Cuando volví a la cocina la hallé con laguitarra entre los brazos, probando unos acordes y sacudiendo la cabeza conresignación. Se sobresaltó al oírme llegar y esbozó una tímida sonrisa.

-Sígueme -le dije-. Aquí definitivamente haymucho ruido.

Abrí una puerta que estaba junto a la alacenay nuevamente dejé que la dama pasara primero. Había descubierto ese lugar el díaanterior, notando enseguida que todo el bullicio de la casa parecía no llegarallí. Enseguida me percaté de que era un invernadero en desuso, debido a lacantidad de maceteros que yacían en las paredes apilados unos con otros, comoesperando que una semilla se anidara en ellos.

-¿El invernadero? -Preguntó, hablando consigomisma.

-¿Nunca habías venido?

-No sabía que se podía entrar por aquí. -susurró.

Sonreí. Le acerqué una silla de madera corroíday me senté en el piso observándola con cautela.

-¿Cómo te llamas? -le pregunté. Al instante mesentí extraño por haber formulado la pregunta, intuyendo que una parte de mícreía que los sobrevalorados nombres podían arruinar por completo encuentrosfortuitos como aquél.

-Elizabeth -respondió, a media voz. Habíaacomodado su guitarra en su regazo y parecía concentrada en alguna cosa muylejana al lugar en el que estábamos.

-¿Qué me interpretarás?

-No estoy segura, pero
es una de misfavoritas. -Tuve que agudizar el oído para poder oírla, y me obligué a admitirmentalmente que su introversión estaba irritándome más de lo que deseaba.

Reconocí enseguida el sonido de aquella canción,sonriendo nostálgicamente cuando ella comenzó a cantar.

-Mamatake this badge off of me, I can'tuse it anymore
It's getting dark, too dark to see

-Feel I'm knockin' on heaven's door -completé, acompañándola.Su voz era dulce y suave pero al mismo tiempo apasionada, tal como el sutilmurmullo de dos respiraciones agitadas y acompasadas en medio de una nocheespecial, en el instante cumbre de un momento en el que dos amantes hallan lainmortalidad en brazos del otro y tocan el cielo con la punta de los dedos.

Durante dos minutos y algo más esa doncella decabellos claros logró transportarme a épocas que había dejado atrás hacía años,removiendo una parte de mí que había luchado por esconder para no escarbar enheridas aparentemente cicatrizadas.

Cuando terminó la canción me sorprendí alnotar que ella había cerrado los ojos, conmocionada. Le pregunté si seencontraba bien y asintió, aún sin mirarme.

-¿Sabes tocar la guitarra? -inquirió, depronto. Había dejado el instrumento a un lado de la silla y me observabaexpectante.

-Algo. Hace años que no lo hago, no sé cómoestoy

-Si quieres te la presto -dijo-, tengo otra enmi habitación. Pareces necesitar un poco más de distracción -sonrió.

 

Suspiré, aliviado, agradeciendo que ella no medirigiera una mirada de confusión. No podía evitar tranquilizarme al sentir quesu faceta introvertida se esfumaba.

-Sería muy amable de tu parte -respondí- Mevendría bien un poco de música.

Me sonrió con sinceridad y por un segundorecordé el sublime momento en que la damaque había conocido esa tarde había aceptado guiarme por la ciudad, inyectándosede pronto de una euforia que me contagió al instante.

Luego de varias preguntas algo forzosas logréentablar una conversación con Elizabeth, a pesar de seguir creyendo que porsaber su nombre cualquier magia posible dejaba de tener algún chance de existirentre ella y yo. Cuando terminé de contarle anécdotas que ya había narradodurante el día noté, no sin alarmarme, que comenzaba a aburrirme de la charla. Su expresión de admiración y éxtasis meincomodaba, y su manera de observarme, con los ojos vidriosos y una mediasonrisa dibujada en el rostro, no ayudaba mucho a mi conforte. Comprendí rápidamenteque una parte de mí estaba deseando que Elizabeth fuera la doncella de aquellatarde, lo que podía interpretarse como un insaciable deseo por hacerle ver aalguien -especialmente a ella- que lavida se basaba tanto en lo trivial como en lo general
o al menos eso esperaba.

No sé cómo logré dar por terminada laconversación. En algún punto de la noche llegué a mi alcoba con una guitarranegra en las manos, totalmente exhausto. Me senté en el borde de la cama yrepasé cada centímetro del instrumento con la punta de mis dedos, intentandorecordar aquellas épocas en las que me sentaba en el pórtico de una casa blancapara entonar canciones con un grupo de personas de mi edad. Permití que lasremembranzas me enseñaran una vez más, después de tantos años, cómo tocar laguitarra
y sin saber bien cómo, de pronto me hallé interpretando el mismo temaque Elizabeth había tocado para mí. Agradecí que mi habitación se localizara enel ático, el lugar más apartado de la pensión donde jamás se oía nada. Dejé quela imagen de aquellas tardes musicales se apoderara de mi mente y susurré laletra de la canción, disfrutando de un momento tan sublime como el que algunavez había vivido en una carretera a kilómetros de allí.

Una vez que acabé la canción, sin importarmesi había sonado bien o mal, sostuve la guitarra entre mis brazos durantealgunos minutos. Consciente del cansancio que guardaba mi cuerpo logré ponermede pie, resignado. Recargué el instrumento contra la pared y me acerqué alarmario para guardar en él la mochila que aún estaba tirada junto a la puerta,tal como la había dejado esa mañana luego de cambiarme la ropa. En el mueble nohabía más que un par de colgadores de madera y una caja de cartón con un montónde discos de vinilo que llamaron inmediatamente mi atención. Los revisé uno poruno, encontrando más de una sorpresa que creí conveniente escuchar en esemomento.

En una esquina del cuarto había un viejotocadiscos en el que logré poner uno de los tantos vinilos de Bob Dylan que sehallaban en la caja. Me recosté en la cama luego de encender un cigarrillo y cerrélos ojos, permitiéndome que la melodía entrecortada de uno de los clásicos deDylan se colara por mis oídos.

Knockin'on heaven's door. Otra vez. Siempre me había gustadola música de aquél hombre, pero ese tema en particular acarreaba sensaciones queninguna otra melodía era capaz de inspirarme. Mi madre gimoteando en suhabitación sobre los deprimentes restos de una guitarra acústica, el sonido demi motocicleta alejándose de la ciudad que me había visto crecer y, por sobretodo, una mujer llorando desconsoladamente durante el que presuntamente estabadestinado a ser el día más hermoso de su vida. A veces no podía creer cuánto dañohabía causado durante mis veinte y algo añosde existencia, e incluso cuando me hallaba solo en ocasiones como aquella laconciencia no me dejaba descansar. No recordaba cuándo había sido la última vezque me había permitido hurgar de esa manera en lo que albergaba mi memoria,pero sabía que si volvía a hacerlo acabaría por irme más pronto de lo que queríade la ciudad en la que me hallaba.

 

Expulsé el humo del cigarrillo mientras labanda sonora de Pat Garrett &Billy the Kid continuaba sonando en el tocadiscos. Otra oleada derecuerdos azotó mi cabeza al tiempo que un montón de imágenes se sucedían bajomis párpados, tocando la fibra más sensible de mi ser. Había tenido pocasnoches como aquellas
No me gustaba recordar la vida que había dejado atrás,pero creí en ese momento que lo mejor era dejar que la música continuara empapándomede imágenes de mi pasado.

Segundos después de acabar el cigarrillo ymomentos antes de caer en un sueño superficial, toqué con la punta de mi dedo índiceuna lágrima traviesa que había escapado de mis ojos en algún instante que definitivamentehabía pasado desapercibido para mí.

No volví a ver al extraño. Volví al mismobanco de aquella tarde durante cinco días seguidos, mas nunca se presentó
Yadmito que si lo hubiera hecho habría creído que era un idiota por intentarvolver a contactarse conmigo después de todo lo que le había dicho, pues nosolo lo había llamado desquiciado,sino que también había destrozado un poco su forma de ver la vida y, por sobretodo, le había hecho daño. Me gustaba pensar que mi sermón lógico había marcadoun hito importante en su vida, pero no podía darme el lujo de jactarme de ellosi no sabía nada de él, y lo más probable era que, viniendo de una persona tandespreocupada, lo de aquella tarde no hubiera sido la gran cosa y se hubieseido al día siguiente.

Mi cuarto semestre de Medicina transcurría sinmayores complicaciones. Obtenía las más altas calificaciones, como siempre, ylos alumnos con dificultades para comprender acudían a mí para solicitartutorías. Todo seguía igual, exactamente como había estado la mañana del día enque había conocido al extraño de la casaca de cuero negro. Contrario a lo mencionadopor el sujeto, no fui capaz de comunicar mi experiencia a las que denominaba amigas. No fui lo suficientementevaliente para sacar a relucir el tema en la cafetería del a universidad y decir"¿Saben? La otra tarde no tenía mucho quehacer y salí sola a merodear por la ciudad
¡Y me encontré con un apuesto tipoque me pidió un tour! Después de pasar la mejor tarde de mi vida, arruiné todoy terminé diciéndole que estaba loco. Y, ¿saben qué más? Desde ese día no dejode pensar en él
¡Ah, claro! ¿Cómo lo olvidé? El problema es que no lo volveréa ver porque viaja en una motocicleta y no se queda mucho tiempo en un sololugar. Pero qué importa, si ese día fue impresionante
"

 

Sí, no podía dejar de pensar en él. Cada vezque se me aparecía un hombre con casaca de cuero me volteaba a verloesperanzada, y al segundo me regañaba por ser tan estúpida. No podía comprenderqué era lo que me había hecho ese sujeto; sentía que me había hechizado al máspuro estilo Harry Potter y que estabacontrolándome a través de una bola de cristal. Lo único que pasaba por mi menteeran los recuerdos de aquella maravillosa tarde
Él había logrado hacerme verla vida de una forma diferente y yo no había tenido el valor para aceptarlo.Tal vez tenía miedo de que acabara cambiando todo mi mundo, y yo no buscabaeso. Inconscientemente, ese día había salido a perseguir un cambio de aires nodefinitivo, sólo un momento ínfimo en el que pudiera desconectarme de todo loque conocía y supuestamente disfrutaba. Y había querido hacerlo sola, perohabía aparecido él, haciéndolo todomucho más extraordinario e interesante. Y yo, increíblemente, lo había dejadoir. Había permitido que toda la lógica que predominaba al momento de tomardecisiones y pensar me invadiera por completo, haciéndome insultar todo eso quecomenzaba a agradarme de él, todo lo que lo hacía ser el hombre másinteresante, querible y dulce quejamás hubiera conocido. Lo último era lo que más me reprochaba desde que mehabía alejado del parque aquel lluvioso atardecer, más allá de que en esosmomentos hubiera estado demasiado enfadada (y eso era lo más estúpido de todo)como para sentirme mal por haberlo insultado y dejado solo en una ciudad quedesconocía.

Exactamente dos semanas después de todo eso, casi a fines de Abril, creíque sería bueno volver a los mismos lugares que había visitado con él, peroesta vez en compañía de alguna amiga. Ella no sabía, claro, que la salida alcafé y luego al parque tenía un significado especial para mí, pero prefería quelas cosas se quedaran así para poder disfrutar un poco más mi día.

-Un expreso y una gaseosa, por favor -pedí alcamarero, mientras mi amiga retocaba su maquillaje sosteniendo un espejo portátil.

-¿Por qué nunca habíamos venido aquí? -preguntó.

-Siempre vengo, pero sola. A ustedes no lesgusta mucho el café, ¿recuerdas? Acabas de hacer que te pida una gaseosa.

-Cierto, muy cierto
A propósito, ¿hiciste yael informe que pidió el profesor de Microbiología?

-¿No es para un mes más?

-Sí, pero siempre has sido la que adelanta enextremo sus tareas

-No, no lo he hecho. Me falta tiempo. Con todoesto de que me iré a vivir sola he estado muy ocupada, ¿sabes?

-¿Qué promedio obtuviste en Neurociencias elsemestre pasado?

-Elizabeth, ¿acaso vinimos acá a hablar de launiversidad? -ella negó con la cabeza, algo avergonzada- ¿Por qué no me cuentascómo vas con tus canciones?

-Oh, cada día mejoro un poco más. Habíaolvidado contarte que hace casi dos semanas conocí a un inquilino que vive enla parte más alta de la pensión. -dijo- Es muy atractivo, pero eso no es loimportante. A que no adivinas qué hace.

-¿Qué hace? -pregunté, más por obligación quepor interés. Probablemente me hablaría de uno de los tantos estudiantesuniversitarios que se quedaban en la pensión en la que ella vivía. El lugar ensí era genial: la estructura de la casa era colonial y se dividía en más detres plantas, tenía un invernadero genial al que iba cada vez que debía ir abuscar a Elizabeth y, además, la dueña era una mujer carismática que administrabauna de las pastelerías más prestigiosas de la ciudad y que me regalaba un trozode mi pastel favorito -de tres leches- cada vez que me veía.

 

-Viaja. -Indicó, sacándome de mi análisisfugaz acerca de su residencia- Tiene una motocicleta asombrosa y carga sólo con una mochila. Vive la vida al estilo Born to be wild
Ya sabes, como la canciónesa de Steppenwolf. Y toca la guitarra, además. Le pasé la mía para queretomara el hábito, porque ya sabes que tengo dos.

-¿Q-qué?

¿Había escuchado bien? ¿Acaso me había habladode un hombre apuesto que vivía en la pensión y viajaba en motocicleta?... ¿Cuálera la probabilidad de que existieran más de cuatro o cinco hombres quevivieran de ese modo? Imposible, tenía que ser sólo él. Increíble, además:Elizabeth, mi mejor amiga, me estabahablando de mi desconocido.

-Eso, ¿no me escuchaste? Estás ida

-Sí, sí te escuché. Y
¿cómo se llama?

Si me decía algún nombre entonces debíadescartar inmediatamente la posibilidad de que se tratara del mismo sujeto queyo había conocido, porque era obvio que él jamásle diría su nombre a alguna dama queen poco tiempo dejaría atrás.

-No ha querido decirme su nombre -respondió,frunciendo el ceño- Me parece extraño, pero en realidad no importa. Creo que aveces sobrevaloramos la importancia de los nombres
¿qué crees tú?

-Sí, tienes razón.

Ella no notó que mi cabeza se había idorepentinamente a otro lado, muy lejos de allí. No podía creer que Eli prácticamente viviera con él y que,por lo demás, llevaran semanas de conocerse y hablar a diario. Entonces, depronto, recordé que ella vivía en el tercer piso de la pensión, y que elextraño me había mencionado a una muchacha que no dejaba de observarlo. ¿Acasoera ella?

-Elizabeth -le llamé- ¿Él no es el tipo delque tanto hablaste una noche?

-Sí, sí, el mismo. Es que deberías conocerlo,en serio, ¡es increíble! Es la persona más interesante que he conocido, pareceun personaje sacado de una novela dramática.

-¿Y no trabaja?

-No realmente. Es que la dueña de la pensiónlo contrató para que hiciera lasentregas de la pastelería que tiene en la motocicleta; así ella gana másclientes sin pagarle un sueldo y él no tiene que entregarle con dinero.

Quería decirle que sí lo conocía, que habíapasado el mejor día de mi vida junto a él probablemente la misma noche que ellahabía hablado con él por primera vez
pero no podía. Si le comunicaba que ya loconocía me vería en la obligación de contarle lo que había sucedido, y no me veíacapaz de inventar toda una historia ficticia que relatara el día que habíatenido con él sin incluir la parte horrible de las descalificaciones por partemía. Además, si le decía que había insultado todo eso que aparentemente ellaadmiraba se enfadaría conmigo, y lo que menos quería en esos momentos era algoasí.

 

-Tu café se enfriará
-susurró, mirándomepreocupada- ¿Estás bien?

-Sí, no te preocupes. Es sólo que ayer fui ahacer los últimos trámites para tener mi departamento y surgieron unosinconvenientes; nada serio, descuida.

En cuanto Elizabeth se aseguró de que yoestaba bien (debía fingir, era mi obligación) comenzó a charlar del único temaque últimamente parecía tener lugar en su cabeza -y estaba a punto de hartarmede eso-: su novio. No la culpaba, claro, pues había esperado más de un año paraque ese tipo le hiciera caso y la invitara a salir, y probablemente si yohubiese estado en su lugar también hablaría a cada instante de ello
pero,¿acaso no se cansaba? Cuando empezaba a pronunciar demasiado su nombre le indicaba que se calmara, que sí conocía alsujeto y que dejara de contarme con lujo de detalles todo lo que hacían. Ellase limitaba a sonreír avergonzada y por lo general cambiaba de tema paraenseñarme alguna idea para una nueva canción.


-¡Mira, es él! -exclamó Elizabeth, radianteluego de un comentario acerca de la Inflación, señalando la entrada del café.

Supuse que se trataba de su novio y que encualquier momento dejaría su puesto para lanzarse a sus brazos y abandonarmeallí, como tantas veces había hecho cuando se lo encontraba al salir conmigo.Sin embargo, al voltearme a ver lo que me indicaba con tanta insistencia, notéque estaba completamente equivocada.

Era él,mi desconocido, como le había llamadotantas veces en mi mente. Estaba allí, entrando al café, con un casco en unamano y dos cajas de cartón en la otra; se dirigió rápidamente al mesónprincipal del café y entregó las cajas a uno de los camareros. Se volteó paraapoyarse en la barra y posó sus hipnotizantes ojos negros en Elizabeth, quiensonrió y lo saludó tímidamente, devolviendo la sonrisa alegre y sincera que élle había dedicado. Y entonces, cuando el camarero se acercó para pagarle por laentrega, me vio. Deslizó su mirada por la mesa que ocupábamos Eli y yo, deteniéndose de golpe en unade mis manos que jugueteaba con nerviosismo con una servilleta; su rostro setensó de súbito, y su boca se entreabrió cuando sus ojos se toparon con los míos.Me estremecí. Percibí la mirada extrañada de mi amiga, frente a mí, y traguésaliva con incomodidad.

-Lo llamaré -murmuró Elizabeth- No deja demirarte, quizás le interesas.

Quise gritarle con voz amenazadora que no lohiciera, que estaba bien así y que no me interesaba para nada un tipo queviajaba por el mundo en una motocicleta. Pero no lo hice. Me quedé allí,boquiabierta, observando en cámara lenta cómo mi mejor amiga se acercaba al aúnextraño sujeto para decirle quién sabe qué cosas y luego sentarse en nuestra mesa junto a él, sonriendo.

-Este es el hombre del que te hablé -dijo ella,mientras él depositaba el casco de la motocicleta sobre sus piernas y meatravesaba con su mirada- Y ella es mi mejor amiga.

No dijo mi nombre, no sé porqué, pero se loagradecí internamente. Sin embargo, sentí que algo dentro de mí se hacía mil pedazos cuando el desconocido metendió la mano y, con voz ronca y algo lejana, dijo:

-Así que tú eres la amiga de la que Elizabethhabla maravillas
Mucho gusto.

 

Tomé su mano en estado de trance, sintiendoesa electricidad que tantas veces había añorado volver a experimentar. Sumirada era hipnotizante, ¡cómo no!, pero esa sonrisa perfecta, seductora ymisteriosa que me había dirigido dos semanas atrás parecía no querer asomarseentre sus labios
Y yo lo entendí.

A lo lejos -demasiado, quizás- percibí que elcelular de Elizabeth vibraba y que ella atendía, apresurada. Momentos despuésse hallaba preguntándole a él si teníamás entregas que hacer para obtener un 'no' por respuesta.

-¿Puedes quedarte con ella? -preguntó- Deboirme, es urgente.

Miré a mi amiga interrogante, intentandoocultar a toda costa el terror que me invadía al deducir que me quedaría solacon él una vez más. Lo había deseado tantas veces durante esas dos semanas queno podía creer que estuviera ocurriendo, y ahora que estaba allí yo simplementequería desaparecer.

Elizabeth dejó la mesa cuando él asintió ensilencio, sonriéndole. Desapareció tras la puerta del café y me dejó allí. Sola
con él.

"I'm soconfused
Which way, which way to choose?
Ride with me baby 'til the end of the day"

No podía creer que mi mejor amiga me hubieradejado allí con ese sujeto, pero ella realmente no estaba al tanto de losucedido y probablemente había encontrado espectacular el intentar liarme conalguien tan interesante y especial como él.

Dentro de lo incómodo de la situación optémirar fijamente -fingiendo interés- el mostrador de pasteles que se ubicaba ami derecha.

Él disfrutaba un café helado por cortesía dela casa, perforándome descaradamente con la mirada. Pero se lo aceptaba, porsupuesto. Sentía que merecía cualquier tipo de descalificación de su parte, y al menos para mí ese tipo de miradaera una.

Carraspeé, aún mirando el mostrador yconciente de que él seguía observándome. Decidí que había pasado demasiadotiempo con las disculpas atravesadas en la garganta y comprendí que esaprobablemente sería mi única oportunidad para pronunciarlas.

-Perdón.

No dijo nada. Me observó analíticamente sindejar de saborear su café helado, en cambio. No quería repetir mi disculpa, noera capaz de despojarme tanto de mi orgullo por alguien que realmente noconocía -por más que me sintiese pésimo por lo que le había dicho hacía dossemanas.

-Descuida -murmuró, luego de varios minutos deincómodo y tenso silencio- Pude encontrar el camino a la pensión con facilidad.Además conocí a Elizabeth, que me devolvió la pasión por la música

Había dejado de mirarme para centrar suatención en un cuadro de The Beatles que adornaba una pared a la izquierda.

-Grandes músicos, sin duda. Cuando era pequeñosoñaba que yo era John Lennon, ¿sabes?

-Yo soñaba que era Grace Kelly.

Sonrió. Volvió a mirarme, esta vez conintensidad, como si hubiese esperado con ansias ese momento, el reencuentro. Tal como había hecho yodurante todo ese tiempo. Encendió un cigarrillo (no me pidió el encendedor estavez) y expulsó el humo apartando la vista e mí. Durante un ínfimo instante deperdición en el misterio que guardaban sus finos labios descubrí que una partede mi cerebro enviaba señales a los míos relacionadas con dar otro paseo con ély tal vez viajar, ir más allá, ver el mundo y escuchar historias maravillosas ala luz de la luna

 

-¿Acasoel sueño no es el testimonio del ser perdido, de un ser que se pierde, de unser que huye de nuestro ser, incluso si podemos repetirlo, volver a encontrarloen su extraña transformación?*

Me tomó más tiempo del adecuado comprender elsentido de la frase que -probablemente- había citado con tanta pasión. Y cuandoel significado de las palabras inundó mis sentidos no halle nada que decir. Metendió su cigarrillo con una sonrisa esbozada y no pude rechazarlo. El lugar enel que sus labios se habían posado sabía a menta y tal vez café, quién sabeporqué. Asintió con satisfacción y tomó un poco de su café helado. Susurró algomás tal vez similar a la frase anterior, con la misma pasión e intensidad peroun tono más bajo. Se quedó inmóvil, con los ojos cerrados y una mano a un ladodel café helado. Sonreía despreocupadamente, y entre susurros indescifrables susonrisa se ensanchaba aún más. Era como si algo realmente fascinante seestuviese desarrollando dentro de su mente. La gente dentro del café nos mirabay yo comenzaba a incomodarme, pero él seguía fantaseando y murmurando.

Cuando abrió los ojos me dirigió una mirada dedesconcierto y luego una sonrisa infantil, cargada de travesuras y sueños porcumplir. Dejé escapar un suspiro un tanto exasperado y recordé todo lo que habíareflexionado los días anteriores. Recordé qué era lo que me había hartado deese sujeto dos semanas atrás, descubriendo que se trataba precisamente de lapeculiaridad en su forma de actuar.

-Mi vida es perfecta. -sentencié, más para míque para él. El extraño me dirigióuna mirada de confusión al tiempo que apartaba un poco el vaso del café helado,haciendo espacio para sus manos encima de la mesita.

-Ese término es relativo. Tu vida es perfectaa tus ojos porque no te has detenido a analizarte. Lo sabes, ¿no?

-No, no, escúchame, ¿quieres?.- Mi vida era perfecta. -Corregí- Todo estaba bienhasta que te sentaste conmigo ese día, hasta que me pediste que fuera tu guía yyo, como idiota, acepté. Ese día solo buscaba un poco de variación, pero túllegaste, te cruzaste frente a mí y
y prácticamente desde que te vi al otrolado e la calle le agregaste algo especial al día. Y todo iba bien hasta queempecé a creer en realidad lo que decías y

-¿Eso es malo? Un poco de fe en...

-¡Déjame hablar! -Se sobresaltó por mi tono devoz desesperado y se apoyó completamente en el respaldo de la silla de madera,dispuesto a oírme.- Creí lo que decías, y en medio del parque, la lluvia, tulibertad
empecé a analizar mi vida, y descubrí que en algún momento llegaría alpunto en que miraría atrás y no hallaría nada, ¡absolutamente nada! Por eso teinsulté, desprecié tu filosofía

-No me importan los motivos; me veo en laobligación de ignorarlos si me das a entender que yo cambié tu realidad un instante, que marqué de cierta forma tu díay tal vez tu semana.

-Arruinaste mi percepción de la vida, ¿por quéno lo entiendes?

Contrajo su boca en un gesto de desagrado ycontrariedad, aparentemente molesto por mis palabras. Caí en la cuenta de queen lugar de arreglar el desastre ocasionado dos semanas atrás estaba iniciandouno de magnitudes mayores que el anterior.

 

-Oh, no, lo siento, en serio
Yo

-No, detente. No te disculpes. Estásexpresando tus pensamientos, no los retengas.

-¿Qué? -pregunté, boquiabierta.

-Adelante, continúa.

-Yo

-¿Sí?

-Tenía todo tan claro
Acababa mi carrera, mecompraba un apartamento nuevo para dejar de vivir con mi padre, tal vez me ibaal extranjero y si se me presentaba la oportunidad me casaba. Estaba todoperfectamente planeado, lo único que faltaba para legalizarlo era un contrato
¡Sabía eso desde que los doce años!

-Hablas en pretérito

-Sí, porque ya nada está claro. ¿No loentiendes? Desde que te apareciste en mi vida y comenzaste a hablar de esamanera tan inspiradora, tan liberal y desinhibida noté que todo lo que merodeaba era un completo fracaso. Es fácil darse cuenta de los defectos cuandouna persona se escuda obviamente detrás de los estudios o las ansias de éxito,y no sé porqué estoy tan segura de que tú lo sabes perfectamente y porexperiencia propia. -Sus ojos se desviaron medio segundo de los míos, pero eseinstante efímero bastó para confirmar mis sospechas.- Todo se arruinó, ¡todo!Ya ni siquiera sé si quiero un nuevo hogar, o si Medicina es lo correcto para mí

Frunció levemente el ceño sin dejar demirarme, pero evidentemente turbado. Acabó su café con leche y pidió mi cuenta.Luego de que la duda se apoderara de su semblante durante unos segundos, seaclaró la garganta y me sugirió ir afuera. Encendió un cigarrillo. Pagué lacuenta mientras él tomaba su casco, agradeciendo con una sonrisa de aquellas al mesero (y allí advertí que esas sonrisas eran espontáneas)

-Acompáñame y esta vez yo seré el que guíe. -Sepuso el casco cuando llegamos junto a su motocicleta- Me voy mañana.

Pensé en decirle que no y argumentarle que noquería desordenar más aún mi universo logístico que ya se hallaba endecadencia, pero algo en su tono de voz al pronunciar la última frase o en elbrillo que pude percibir en sus ojos mientras me tendía un casco me impidió responderlecon una negativa.

-Las inseguridades son propias del ser humano,mademoiselle. -dijo, luego desugerirme que me aferrara con fuerza a su cintura.-

-¿Qué? ¿A qué viene
?

-Lo que dijiste en el café. Las inseguridades son pruebas que seinterponen en nuestro camino a hacer nuestros sueños realidad. Si todo eso esrealmente lo que quieres para tu vida acabarás superando todas tus dudas, tenlopor seguro. Y la perfección
doncella, la perfección no existe. 'Procurando lo mejor estropeamos a menudo loque está bien.'** Remóntate a la época en la que estudiabas algunaasignatura, aunque fuera una sola y tal vez la menos importante, con verdaderointerés; esos tiempos en que decías que jamás harías algo para que acabara conel sueño que vivías. ¿Estás viviendo realmente tu sueño? Tienes un montón depreguntas que hacerte.

Escuché el rugirdel motor del vehículo al tiempo que sentía a la motocicleta vibrar bajo micuerpo. Sí, tenía un enorme montón de preguntas que hacerme, pero noencontraría las respuestas montada en una motocicleta con un desconocido. Quisesoltarlo, lanzar el casco a la mierda y salir corriendo de allí sin mirar atrásy sin remordimientos. Pero no pude. Había algo que me obligaba a atarlo con misbrazos y a confiar, de cierta manera, en él. Una mezcla de ansias, nerviosismo yeuforia se apoderó completamente de mí y de un segundo a otro tuve quecontenerme para no gritar de alegría, como si hubiese esperado ese momento, esamoto y a ese sujeto durante toda mi vida. Me preguntó si estaba lista y percibíen su timbre de voz algo semejante a la solemnidad.

 

-Sí.

Rió suavemente en lo que pude percibir comouna muestra de satisfacción. La sensación de libertad que me produjo el vientogolpeando violentamente mi cara era sencillamente inolvidable.


____________________________________


*Gastón Bachelard

** William Shakespeare

Alguna vez durante mi adolescencia una amigacinéfila -o algo remotamente similar- me habló de una película cuyaprotagonista declaraba que su vida estaba hecha de casualidades, y que,paradójicamente, en el momento cumbre del filme estaba esperando la casualidad desu vida, cosa que resulta totalmente ilógica si se analiza fuera de contexto,pero dado el tema de la película resultaba totalmente cuerda. La frase nunca seme olvidó, claro está. El hecho de que alguien asegurara que su vida está hechade hechos fortuitos era completamente irracional para mí. No puedo recordarcuántas tardes de estudio desperdicié al recordar la frase e intentarcomprenderla para poder aplicarla en mi propia vida o algo así. Siempre creíque las vidas de los seres humanos estaban planeadas, escritas, no sé por quién. Tal vez algún ente superior, o unaespecie de dios griego con poderes excepcionales
Nunca lo analicé demasiado,pues al intentar hacerlo un escalofrío recorría mi espina dorsal y comenzaba apensar en cosas desagradables. En mi vida no han existido demasiadascasualidades, no que lo recuerde. La más grande y precisamente la que cambió mivida fue conocer al extraño adicto al café, amante de las motocicletas y lalibertad.

Recorrer la ciudad junto a él fue lo mejor quepudo pasarme ese frío, aburrido y monótono mes de Abril. Nunca había subido a unamotocicleta y realmente no pretendía hacerlo por considerarlas peligrosas einnecesarias para el mundo, pero luego de ese paseo a toda velocidad entretaxis y buses comprendí que me había perdido la mitad de mi vida. El sujeto me llevó a una plaza abandonada enel extremo sur de la ciudad, explicando que ese lugar era lo más interesanteque había hallado en uno de sus itinerarios de repartición de pasteles para ladueña de la pensión. No había nadie, claro, y unas cuantas casas desoladasrodeaban el montón de árboles secos y bancas de madera rota.

-¿Por qué este lugar? No tiene vida

-Alguna vez la tuvo, doncella. Y ese esprecisamente el motivo de mi admiración hacia este territorio. ¿No imaginas lacantidad de historias que pudieron haber ocurrido aquí? Tan solo piensa en loscientos de pequeños que jugaron en el césped alguna vez verde, cuántas parejasse declararon amor eterno en este mismo asiento, cuántas amistades nacieron ose acabaron aquí
Es la perspectiva depoder crear e imaginar lo que hace interesante un lugar desconocido.

 

-¿A qué autor famoso y desconocido para mípertenece eso?

-Oh, a ninguno. Esa frase es mía.

Sonreí. Sentí que en esa ocasión su presenciame era mucho menos hostil que durante nuestro primer encuentro, lo cual eracompletamente lógico considerando que lo había echado de menos durante dos largas semanas.

Habló de muchas cosas, e incluso trató temasque nunca me había atrevido a sacar a relucir en alguna conversación con misamigas. En algún punto de la tarde me sorprendí debatiendo sobre algo sumamenteinteresante para él y que yo jamás me había detenido a reflexionar. Habló depolítica, de religión, de la sociedad, de la música, de la historia del mundo eincluso dejó entrever su opinión y sentimientos hacia el amor ('excusa barata para perpetuar la especiehumana', había dicho). Habló tanto que casi no me dio la oportunidad paradejar expresar mi propio punto de vista acerca de las cosas, pero en realidadno tenía demasiado que decir y era un gusto escucharlo hablar con tanta pasiónacerca de cosas cotidianas y a simple vista insignificantes.

Cuando el sol se escondió por completo decidióque era hora de volver a la civilización y me invitó a la pensión, a lo que yono pude negarme. No supe cómo le explicaría a Elizabeth al día siguiente elporqué de haber estado toda la tarde con él, pero enseguida noté que con lapartida del sujeto a mi amiga no le importaría nada más que el espacio vacíoque dejaría en el último piso del lugar. Me sugirió ir a su cuarto, comentando que allíhabría menos ruido y que quería enseñarme algo que había hallado en el armario;en situaciones normales, quizás con otra persona, me habría negadoirremediablemente y me habría marchado, pero no temía estar en una habitaciónsola con él y honestamente quería aprovechar las pocas horas que le quedaban enla ciudad.

-Acomódate -dijo, luego de cerrar la puerta.Se acercó a un armario ubicado en una esquina de la habitación, mientras yo mesentaba en el borde de la cama cubierta con un edredón café.

El cuarto tenía paredes y piso de maderadebido a que era una instalación que, según me había contado Elizabeth algunavez, el dueño de casa había construido poco antes de morir. La habitación teníauna enorme ventana con vista al patio y además de la cama había un armario, unaguitarra negra apoyada en la pared (era la de Elizabeth, de eso no cabía duda)y un majestuoso pero antiquísimo tocadiscos en una esquina.

-Estaba acá cuando llegué -comentó él,poniendo una caja llena de vinilos encima de la cama. Se refería al tocadiscos,claro está- Y esto también. No sé si te guste, pero creo que no hay nada mejorque el sonido de una canción con las imperfecciones del tocadiscos

-¿Quién canta? -pregunté, antes de que pusierael vinilo.

-Bob Dylan.

Robert Allen Zimmerman. A mi mamá le gustaba Bob Dylan,siempre lo oía y con el correr de los años logré aprenderme la melodía dealgunas canciones. Mi madre era una mujer grandiosa, según mi padre. Tenía buengusto musical y hacía bien todo lo que se proponía; yo le recordaba a ella, segúnél, pero sabía que lo decía solo para hacerme sentir bien y recordarla unpoquito más. Las canciones de Dylan siempre habían significado algo especialpara mí, precisamente porque formaban parte importante de la vida de mamá y sabíaque eran fragmentos de la banda sonora de su historia de amor. Con el pasar delos años, ciertos temas de Zimmerman habían pasado a caracterizar momentos demi propia existencia, y esa, la que había puesto él, era la que más recuerdosllevaba a mi mente.

 

"Youknow, I once knew a woman who looked like you
She wanted a whole man, not just a half
She used to call me sweet daddy when I was only a child
You kind of remind me of her when you laugh"

Thingshave changed sonaba la primera mañana que desperté sinmamá en casa. Mi padre la había puesto en la radio a todo volumen y llenabacada rincón de nuestro hogar; casi me parecía escuchar la voz de ella cantándolaa todo pulmón desde la cocina o su cuarto. Encontré a mi viejo en la sala, sentado en su sillón favorito con un vaso delicor en una mano y un cigarrillo en la otra. Él no fumaba, nunca lo habíahecho
pero allí estaba, disfrutando del tabaco. Tenía el rostro lleno de lágrimasy los ojos rojos; nunca lo había visto tan destruido, pues se empeñaba enmostrarse fuerte ante mí. Y entonces, sin saber exactamente qué hacer, corríhacia él y me aferré a una de sus piernas con todas mis fuerzas, llorando comonunca antes había hecho. Él me acarició torpemente la cabeza y no dijo nada másque 'te quiero'. El vaso de licor secayó al piso estruendosamente y mi papá estalló en llanto, destrozado. Meestrechó entre sus brazos dejándome casi sin respiración, aferrándose a mí comosi fuese lo único que le quedaba. En ese momento comprendí lo mucho que mispadres se habían amado.

-¿Estás bien? -el desconocido se había sentado junto a mí y me observaba preocupado,frunciendo el ceño e indagando un poco más en mis ojos.

-Sí
Es solo que

-¿Qué?

-Esa canción de Bob Dylan
-balbuceé, mirandoel piso de madera.

-Creí que no te gustaba

-En realidad Dylan me agrada, pero esa canciónme recuerda a mi madre y
No sé, hace mucho tiempo que no me atrevía a pensaren ella.

-A veces es bueno recordar lo que nos duele,es una muestra de que estamos vivos. -dijo, como si supiera exactamente lo quehabía sucedido.

Le sonreí, agradecida por sus palabras.Realmente habían pasado meses sin que recordara ese momento de mi vida, y elhecho de que precisamente gracias a élhubiese escuchado la canción que me recordaba a mi madre me hacía sentir comola protagonista de la película que me había comentado mi amiga cinéfila durantemi adolescencia.

Habló de muchas cosas, una vez más. Su voz sehacía cada vez más hipnotizante y en ocasiones me era difícil mirarlodirectamente a los ojos, pues me sentía desnuda y susceptible ante su mirada. Acabérecostada en la cama con una sensación de libertad que jamás habíaexperimentado; de pronto me vi con la necesidad casi insoportable de tener alaspara abrir la ventana y salir volando junto a él. Mientras yo mantenía miposición él se quedó de pie frente a mí, se acuclilló a mi lado mirándome conintensidad mientras hablaba sobre la eternidad; se sentó en el suelo, en lacama, a mi lado, apoyado en la pared, en el alféizar de la ventana. Se arrodillóen el borde de la cama, me crucé de piernas. A un lado de la cama había uncenicero negro repleto de colillas de cigarro y los vinilos de Bob Dylanestaban repartidos por toda la habitación. Se recostó a mi lado, se apoyó en mivientre, buscó algo en el armario; abrió la puerta, tocó algo en la guitarra,guardó algunos vinilos y se sentó en el suelo nuevamente. En algún punto de lnoche me quedé dormida, no supe cuánto tiempo. Cuando desperté estaba sentado ami lado con el cabello mojado y ropa cambiada, por lo que deduje que durante misiesta había tomado una ducha. Me incorporé y saqué mi teléfono móvil con laintención de ver la hora, pero él me detuvo, alarmado.

 

-No -dijo, acercándose rápidamente y tomandoel aparato para dejarlo a un lado del cenicero que aun estaba a un lado de lacama- No, no veas la hora. La hora es otra de las tantas excusas baratas que hainventado la humanidad para engañarnos.

-¿Ah, sí? -Cuestioné- ¿Y cómo nos engañan conla hora?

-El tiempo no se mide con números ni conrelojes, dama. El tiempo debería medirse según cada persona, que cada ser le déun significado especial.

-Me gustan los números y los relojes. -repliqué,confundida

-Tiene que haber algo más allá de toda esaciencia a la que rindes culto

-Prefiero pensar que no hay nada más allá,¿sabes?

-¿A qué le temes? -preguntó.

Volví a recostarme en la cama y miré fijamenteel techo, sin ánimos para responderle. Me habían hecho esa misma pregunta muchísimasveces antes y yo nunca hallaba la respuesta, no sabía porqué. Él se recostó ami lado una vez más.

-Tú sabes qué es lo que temes -susurró- Losabes, pero no quieres asumirlo. Hay muchas cosas que no quieres asumir y mepregunto porqué
Una de ellas, por ejemplo, es que realmente te agrada estaracá y que no te arrepientes de haberme conocido.

Lo miré asombrada, pensando por un segundo queera extraño que hubiese adivinado eso último, pero no logré preguntarle cómo lohabía sabido porque noté que era bastante obvio que me agradaba su compañíatomando en cuenta que había aceptado dar el paseo con él y que, luego, habíaaccedido a ir a su habitación.

-Y no lo niegas, así es que lo acabas deasumir.

Volvió a ponerse de pie y se dirigió a laventana, encendiendo un cigarrillo. Tomé mi teléfono móvil sin mirar la hora,solo para guardarlo en mi bolsillo, y me acerqué a él, interesada en lo que observabacon tanta admiración, pensando que tal vez había una persona haciendo magia oalguien realizando algo excepcionalmente raro.

-Es mi parte favorita del día -dijo, luego deexpulsar el humo formando circulillos, tal como la primera vez que lo habíavisto.

Lejos de hallar personas en actos extraños,cuando me apoyé en el alféizar a su lado descubrí al sol asomándose tímidamenteentre las montañas, por encima de los techos destruidos de las casas aledañas. Nuncahabía visto el amanecer
Él me tendió el cigarrillo sin dejar de mirar el cielo,perdiéndose en él durante varios segundos. Y de pronto, rompiendo ese magníficosilencio al que mis oídos se habían acostumbrado, su voz resonó en la habitación.

 

-Ya debo partir.

Le pasé el cigarro y lo miré interrogante,como exigiéndole un porqué a lo que había dicho.

-Disfruto irme cuando amanece, me da lasensación de que estoy comenzando una nueva vida.

Se acercó al armario y sacó una mochila negra,además de una funda de guitarra que reconocí enseguida como la de Elizabeth.

-Dile a Elizabeth que le agradezco por habermedado la guitarra -dijo. Ante mi expresión de terror, añadió:- Hace unos díasdijo que me la obsequiaba como muestra de afecto, para que nunca la olvidara.Le dejaré una nota avisándole de mi partida.

Sentí que el día que había pasado junto a élse había reducido a solo segundos, que nada había sucedido en realidad. Lo ayudéa guardar los vinilos restantes, cerré la ventana, arreglé la cama y dejé elcenicero dentro del ropero.

-¿Te marcharás sin dormir? -le pregunté.

-Sí. Descuida, estaré bien.

Lo observé durante unos instantes, sintiendoque mi corazón estaba a punto de escaparse de mi cuerpo. Mientras se ponía lachaqueta de cuero negra tuve que luchar contra las ganas de aferrarme a él talcomo me había aferrado a la pierna de mi padre cuando era pequeña, conciente deque si me permitía esa muestra de debilidad ante él se daría cuenta de quecomenzaba a sentir algo

-¿Me pasas el encendedor? -me dijo, señalandola cama.

Debían ser las cinco de la madrugada o algo así.Dejó una nota encima de la cama para la dueña de la pensión disculpándose porirse sin decir adiós y agradeciéndole por todo. Pasó por la habitación de mimejor amiga y metió otra nota bajo su puerta, no sé qué decía y no me atreví apreguntarle. Bajamos las escaleras sigilosamente, procurando no despertar anadie, sin intenciones de llamar la atención. Cerró la reja con cuidado,observando con un deje de tristeza la casa que dejaba atrás; me pregunté sicada vez que se iba de un lugar tenía la misma expresión.

-Espero que te vaya bien -le dije mientrasnos acercábamos a su motocicleta, que yacía a un lado de la reja, donde la habíadejado la noche anterior.

-Te llevo a tu casa -dijo, sonriéndome. Recordéla primera vez que me había sonreído y le devolví el gesto, agradecida.

-¿Sabes dónde queda? -pregunté, sorprendida,notando que al doblar en la esquina tomaba el camino correcto sin misindicaciones.

-Un día tuve que entregar un pastel en tucalle y Elizabeth me mencionó que su mejor amiga vivía allí.

Su chaqueta olía a cigarrillos de menta y sucuello a colonia. Esa sensación de euforia que había experimentado la tardeanterior al subirme a la misma motocicleta volvió a apoderarse de mí y cerrélos ojos para disfrutarla más aún. Cuando divisé mi casa al otro lado de lacalle mi cuerpo se estremeció al notar que no volvería a ver a ese desconocido,jamás. Me bajé de la motocicleta y él aparcó, no sé porqué.

-Gracias por traerme -le dije, esbozando unasonrisa- Y perdón nuevamente por haberte tratado así hace dos semanas

-No te preocupes por eso, ya pasó.

-¿Me dirás tu nombre?

 

Él sonrió.

-¿De verdad quieres saberlo?

Negué con la cabeza, riendo. Se acercó a mí yme tendió una cajetilla de tabaco de una marca extraña.

-Es lo mejor que he probado -murmuró, con tonoconfidencial- Sé egoísta y guárdalos para ti, ¿está bien?

-Sí.

No dijimos nada durante unos segundos, hastaque él sacudió la cabeza como despertando de un sueño y me sonrió.

-Debo irme
Fue un gusto que formaras parte demi vida. -dijo- Sé que suena un poco extraño, pero has sido la persona másinteresante que he conocido durante estos años de viaje.

Sentí la necesidad de viajar junto a él, devivir todas esas aventuras, de conocer gente, de dormir a la intemperie, de pedirlesa desconocidos que nos guiaran por una ciudad

-Llévame contigo -dije, en un hilo de voz- Llévamecontigo, quiero viajar, quiero vivir
No puedo seguir encerrada en mi monotonía,llévame contigo.

-Mademoiselle,yo

-Por favor, llévame contigo

Me había pedido que la llevara conmigo. Sonócomo una súplica, un ruego, una necesidad, tal vez. Estuvo a punto deatravesarme con esa débil mirada de ojos castaños, sorprendiéndome en el acto(y yo que había pensado que nunca nadie sería capaz de ir más allá dentro de mi mirada). Tenía el ceño vagamente fruncidopor la angustia que amenazaba con exteriorizarse a través de gotitas resbalandode sus ojos y su boca se curvaba hacia abajo en señal de descontento yconfusión. Y me estaba pidiendo que la llevara, que le permitiera viajar juntoa mí. Quería experimentar, vivir, cambiar
No sabía bien cómo explicarle todo,cómo decirle algo que a su juicio resultara lógico sin dañarla. Recuerdo haber dado un fugaz vistazo a mimotocicleta, encontrándome quizá con lo que me ahorró un trago amargo, o almenos la mitad de él. Extraje de mi bolso un libro sin cubierta, sin autor nitítulo, y se lo entregué. No le dije que se fuera conmigo, no le dije nadaimportante.

-La respuesta que no he sabido darte está aquí-dije- Sin autor, sin nombre, sin nada. Entre estas líneas están mis porqués,mis argumentos e incluso mis metas. Descífralas.

Se aferró al viejo libro como si fuese loúnico que la mantenía viva. Sentí, de pronto, que algo dentro de mí se encendíay tuve un desagradable deja vú quecreí conveniente dejar pasar. Ya había tenido mi momento de recuerdos la nocheen que la había conocido a ella y nopodía permitirme más que eso.

- Llévame, por favor. Quiero saber quéescondes -balbuceó, de pronto, cuando me hallaba casi montado en lamotocicleta- Quiero saber porqué viajas, qué dejaste atrás

-Una delas principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocerlo que no puede llegar a saber.

Tenía que citar algo por última vez, eranecesario. Cuando la miré a los ojos y noté que su rostro estaba completamenteempapado en lágrimas creí, por un segundo, que la motocicleta se desvaneceríabajo de mí y que esa dama dejaría de estar allí en cualquier segundo para cedersu lugar a una mujer en un fantástico vestido blanco, persona del ayer.

 

Cerré los ojos casi sintiendo dolor, con elcorazón latiendo de una manera por poco desconocida para mí. Me puse el casco,la miré por última vez. Partí. En cierto momento percibí el amargo sabor de unalágrima deslizándose por mis labios y descubrí, no sin horrorizarme, que esamujer sin nombre había revolucionado mi vida mucho más de lo que me hubiesegustado. A veces cuando me recuesto en elsuelo en medio de la nada me parece que escucho su voz quebradiza pidiéndomeque la lleve conmigo. Y esas noches, en sueños, su rostro se funde con el de ladoncella de blanco, con la imagen de mi madre en mi cuarto

-En mi vida siempre ha existido gente que decierta forma me impulsa a ir más allá,a olvidar, a partir, a crecer. -dijo el sujeto, haciendo eco a lo que siemprehabía pensado de la gente que me rodeaba- Aunque, claro, si no existiesentambién habría podido llegar donde he llegado. Soy un independiente.

-¿Y dónde has llegado? -pregunté,completamente seguro de que no podría contestarme de manera inteligente.

-Aquí, por supuesto.

Aquí,por supuesto. Otro más, otro más. Llevaba meses depueblo en pueblo buscando personas especiales y diferentes que añadiesen algo ami vida, pero al parecer mi capacidad para atraer individuos interesantes sehabía esfumado en una ciudad lejana cuyo nombre ni siquiera lograba recordar.Quise decirle que su viaje carecía de propósito espiritual, que era mejor queregresara a sus costumbres tecnológicas y que no encontraría nada que lollenase si mantenía esa mentalidad. Pero me contuve. No tenía sentido algunocomenzar a darle una charla sobre algo que jamás comprendería.

Me levanté de la mesa de aquel café de malambiente con la excusa de tener que marcharme pronto del pueblo. Miinterlocutor no opuso resistencia a mi partida y en cuanto me despidió llamó alcamarero para pedir otra taza de ese café de mal sabor mezclado con agua conexceso de químicos.

Había encontrado un granero abandonado y lohabía utilizado como refugio durante la noche anterior. El espacio erasuficiente para dejar mi motocicleta en una esquina y acomodarme con laguitarra y la mochila; al instrumento le faltaba una cuerda, así es que luegode hacer el intento de tocar una canción decidí dejarla por allí para quealguien hiciera lo que quisiera con ella.

El pueblo en el que me hallaba cargaba con unnombre extraño de pronunciación difícil y su mayor atractivo era,probablemente, una tiendita de artículos anticuados ubicada en la entradasuroeste. Supuse que allí encontraría alguien que aportara algo nuevo a mivida, pero en lugar de eso sólo me encontré con un hombre con crisis de mediana edad y ganas deretomar su vida, mal disfrazadas de una sensación de triunfo por haber halladoeso que aparentemente tanto buscaba. A pesar de llevar todo ese tiempo de viajebásicamente seguía persiguiendo lo mismo que aquella vez que huí de mi tierranatal: escape, personas nuevas, mundos desconocidos, conexiones singulares
Noconseguía hallarlo, estaba a punto de desesperarme. Mis estadías en los lugaresque encontraba se hacían cada vez más cortas y tenía la horrible sensación deque algo se me había perdido alalejarme de cierta mujer racional cuyo rostro no lograba recordar con claridad.A veces me sentía como un chiquillo en busca de una mano a la que aferrarse,remembrando aquellas épocas de adolescencia en las que podía asirme confacilidad a las caderas de alguna doncella con quien me veía envejeciendo,creciendo y aprendiendo. Sabía perfectamente que había dejado atrás todasaquellas aspiraciones románticas por considerarlas, ciertamente, obstáculos enla vida de un errante como yo, pero en ocasiones se volvía necesario sentir eltierno calor de un cuerpo haciendo contacto con el mío y unos labios húmedossusurrándome palabras de amor al oído.
Cómo Localizar un Celular Móvil [ Contenido Actualizado Febrero del 2025 ]

 

Una parte de mí, la más mínima y recóndita detodas, se arrepentía un poco de haber dejado todo atrás hacía casi dos años.Durante noches de luna menguante solía tener sueños -más similares a laspesadillas- en los que mi madre me reprochaba a gritos todo el daño que le habíahecho a ella y lo idiota que habíasido al marcharme así como así en el momento más "exitoso" de mi vida. Luego,como si se tratara de una de las películas independientes de Gus Van Sant,podía ver claramente la imagen de una mujer de blanco ingresando de espaldas auna iglesia iluminada únicamente con velas. Me descubría, de pronto, vestido degala esperándola a un lado del altar, junto a un sacerdote con gemas azules enlugar de ojos y sotana negra con agujeros por doquier. El rostro de la mujer serevelaba cubierto de sangre, con el maquillaje oscuro esparcido en sus finasfacciones y la delicada boca contraída en una mueca de dolor. A veces la damaera de ayer, a veces era unindescifrable borrón de la fémina racional e incluso, en ocasiones, era una completadesconocida que jamás había visto.

Tenía que marcharme de allí. No sabía quéharía una vez que se me acabaran los pueblos del continente, no sabía dóndeiría a parar mi vida. De alguna manera sentía que todo había perdido su razónde ser hacía ya bastante tiempo, que los caminos desconocidos ya no tenían elmismo sabor de antaño, que la luna llena en pleno desierto o en medio de unbosque desolado ya no causaban nada dentro de mí. Carecía de emoción elsentarme en una roca a contemplar el cielo, las constelaciones; la aventurahabía perdido ese no sé qué, aquelloque solía obligarme a continuar mis andanzas cada amanecer. Tal vez no estaba tan hecho para la soledad como creía,tal vez sólo necesitaba una persona con quien compartir ese millón de ideas,teorías y filosofías que llenaban hojas y hojas de cuadernos que cargaba en unacaja en la motocicleta. Honestamente, sin exagerar, nunca me había sentido tandesorientado.

Decidí que quizá sería bueno olvidarlo todo yvisitar un club nocturno que había divisado al llegar al pueblo. Tenía unnombre sugerente y llamativo y, además, un cartel anunciaba que esa nochehabría un recital tributo a losclásicos del rock.

Una voz masculina pero delicada entonaba unacanción que creí haber escuchado alguna que otra vez durante una época de mivida. En medio del lugar había un escenario de madera iluminado vagamente porun par de farolas en cada extremo, sobre el que un sujeto de cabello castañoclaro y largo tocaba una guitarra blanca al tiempo que pronunciaba frases que,de pronto, llegaron a mis oídos con total claridad, como si lo único existenteen el mundo fuese su voz al cantar.

 

"Andthen she'll know the things I learned
That really have no value in the end she willsurely know
I wasn't born to follow"

Algo se desligaba notoriamente de lo cotidiano, no sabía qué. El tema acabó, el sujetodescendió del escenario en medio de débiles aplausos y, a continuación, unadoncella de ropas ligeras ocupó su lugar sin instrumentos entre sus brazos. Comenzóa sonar una melodía que me pareció vagamente familiar (tal vez la persona del ayer la había oído algunavez, no estaba seguro) y me acerqué más al escenario luego de encender uncigarrillo, intrigado por la manera en que esa dama meneaba sus caderas alritmo de la música. Parecía rodeada por un halo de libertad, de despreocupación.Me recordó a mí mismo, de cierta manera; era como si me estuviera contemplandoen un espejo que reflejara el pasado.

Expulsé el humo del cigarrillo sin apartar mivista de ella, y en un intervalo del tema en el que no debía cantar fijó susojos sobre mí. Alarmado, con el corazón olvidando latir y la boca entreabierta,la reconocí. Damas de blanco, canciones, pasado. Era ella.

Cuando acabó la canción bajó del escenarioentre los vítores de los presentes y mi mirada perpleja, fingiendo que no mehabía visto. Pidió un trago en la barra y se abrió camino entre la multitudhasta chocar conmigo de manera casual,momento preciso en que noté que definitivamente algo en ella ya no era igualque antes. Si hubiese conservado la personalidad que solía tener probablementehubiese ido directamente hacia mí desde el escenario con la disposición dereprocharme el haberla abandonado, todo de una sola vez, sin ese teatro del encuentro fortuito y laexpresión de sorpresa falsa que ocupaba su rostro. No sabía porqué yo seguíaallí, frente a ella, observándola con cierto desprecio; supuse que una parte demí tenía interés en su reacción. Me miró extrañada antes de hablar, lograndoque vislumbrara en su mirada un dejo de resentimiento apenas olvidado por loque le había hecho, dejando, a la vez, que mi teoría acerca de que ya me habíavisto desde el escenario y que realmente estaba actuando al no reconocerme al instante tomara eltítulo de 'verdadera' dentro de mis pensamientos. Sonreía con aparente desinterés,moviendo sus caderas al ritmo de una suave melodía de Sinatra. Y entonces,luego de dar un sorbo a su trago y volver a dirigirme una mirada de sorpresafingida, entreabrió los labios y se decidió a decir algo.

-¡Estás vivo! -exclamó con un dejo de sarcasmoque me vi en la obligación de destacar mentalmente

-Eso es relativo -respondí, haciéndome oír porencima de la música y comenzando a irritarme sin motivos aparentes- Estar convida o no se adapta a tu concepto de lo que es exactamente vivir. Según el mío,por ejemplo, estar vivo no essuficiente para describir el estado en que me encuentro.

Me miró confundida y comprendí que intentabaadjudicarle alguna lógica a mis palabras. Chasqueó la lengua, dio otro sorbo asu trago y dijo:

-No me vengas con esos jueguitos de palabras amí, ¿está bien? Te conozco. Vamos afuera, aquí no podemos hablar.

 

Si ella hubiese demostrado conservar la mismapersonalidad que yo recordaba le habría dicho que no podía quedarme a hablarporque debía partir, hubiera subido a la moto y me habría marchado del pueblo;pero en sus ojos avellana existía en esos momentos algo que me obligaba aindagar en esa nueva persona que tenía enfrente, ese personaje que al parecerhabía cambiado por completo todo eso que yo conocía y guardaba en mi mente, esoque salía a relucir de vez en cuando, con muy poca frecuencia.

Al llegar a un pintoresca y pequeña plazoletaa un lado del club me dijo que había comenzado a viajar poco tiempo después demi partida. Había atravesado el país en avión y en bus cargando una enormemaleta, y adquiría recuerdos de las tiendas de turistas de cada lugar quevisitaba.

-Tal como haces tú -añadió, luego de decir quetodo eso de 'sentir el camino' seadecuaba tanto a su personalidad que ya no comprendía cómo había pasado tantotiempo atada a la civilización, y que, además, hacía unos seis meses queviajaba con un sujeto extraño que solo leía obras de las hermanas Brontë.

-Dime algo -inquirí, interrumpiéndola en mediode un monólogo acerca de la particularidad de los buses de la parte del país enque nos hallábamos- No leíste los libros que te dejé, ¿verdad?

-¿Qué libros?

-Los que dejé en la cómoda de pino Oregón.

-Oh, esos
Creí que los habías olvidado, asíque los quemé.

-Había una nota que te comunicaba que eranpara ti, ¿no la viste?

Me miró durante unos segundos y luego,agitada, comenzó a hablar sobre la persona que cantaba en esos momentos dentrodel club. Descubrí al instante que ocultaba algo bajo esa actitud deindeferencia y despreocupación. Yo tenía muchas preguntas, claro. ¿Qué hacíaallí? ¿Por qué se había decidido a viajar? ¿Qué le había sucedido?

-Repróchame todo lo que quieras -dije, enmedio de un silencio incómodo, ese tipo de momentos que hacía semanas noexperimentaba. Entonces recordé, de pronto, que en su presencia nunca habíapodido guardar silencio porque siempre tenía esa necesidad de hablar, de reír,de emitir algún sonido. Esa costumbre que ahora me parecía molesta me recordóla facilidad con que podía compartir momentos de silencio con todas laspersonas que había conocido durante mi viaje y comprendí uno de los tantosmotivos por los que había decidido dejarla.- Sí, repróchamelo todo. Grítame porhaberte dejado en el altar, por no haberme despedido de nadie. Reclama porqueme llevé la motocicleta, porque dejé todo allá. Hazlo de una vez, sabes quequieres hacerlo.

-No estoy charlando contigo para reprochartecosas. -susurró, aún sin mirarme.

-¿Porqué comenzaste a viajar, exactamente?

-Estaba completamente cansada de la civilización-respondió, sin siquiera pensar. Me pregunté cuántas veces se había cuestionadoaquello y si acaso aquella era una respuesta planeada.

-Hablo en serio, mademoiselle. Siempre te gustó la tecnología, la vida urbana
Dimela verdad, sabes que la descubriré tarde o temprano.

Carraspeó. Supe que pronto iba a revelar suverdadera forma de ser, que esa careta que usaba desaparecería en pocossegundos. Nunca había sido una persona tan fuerte ni intuitiva, y probablementeni siquiera había notado el tono de irritación que había ido adquiriendo mivoz.

 

Su expresión de indolencia se esfumó en unpestañeo para dar paso al dolor, la confusión y, por sobre todo, la rabia.Lanzó la botella de cerveza al piso logrando que su contenido quedase esparcidobajo sus pies y trocitos de vidrio llegaran a mis pantalones, revelándomeenseguida que aun guardaba ira dentro de sí misma y que, por lo demás, llevabademasiado tiempo ocultándola. Casi pude escuchar lo que estaba a punto dedecirme -así de predecible había resultado para mí-, esas palabras que más deuna vez habían pasado por mi mente, ese discurso que sabía iba a recitar
Laconocía muy bien, era muy probable que hubiese pasado tardes enteras meditandolo que iba a reclamarme cuando se le presentara la ocasión.

-Todo estaba listo, absolutamente todo. -exclamó- Nosllevó meses y meses prepararlo, ¿recuerdas?, muchísimas noches sin dormir,incontables días sin detenernos siquiera a mirarnos el uno al otro
Y depronto, te vas, ¡te vas! ¡Todo a la mierda, todo! Ni una nota de explicación,absolutamente nada, solo dos libros con una nota que decía mi nombre. Dejastela guitarra, pocas palabras a tu madre, tu ropa
¿Alguna vez pensaste cómo ibaa sentirme? ¿Alguna vez se te ocurrió imaginarte que en tu afán de alcanzar esalibertad que tanto añorabas ibas a dejar un montón de vidas rotas a tusespaldas? Destruiste mi vida, sí, lo hiciste. Demoré años en estabilizarmejunto a ti, todo ese tiempo
¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué nuncamencionaste que tu sueño era viajar y ser libre? Pude haber ido contigo, pude
Oh, Dios, y me embarqué en este estúpido viaje sólo para encontrarte a ti
Respóndeme una sola cosa, por favor; ¿por qué te fuiste?

-No, espera, ¿acaso has recorrido el país paraencontrarme a mí? -pregunté, atónito, notando que ella estaba llorando y sucuerpo se estremecía violentamente.

-¿Por qué otro motivo crees que haría todoesto? ¡Por ti, imbécil! Y ahora te encuentro y tú
ya no eres tú, no, no puedesserlo. Todo este tiempo perdido, dinero malgastado en viajes

-No te pedí que me buscaras, nunca lo hice. Sime marché fue por un motivo en especial que entenderías si hubieras leído esoslibros. Siempre he sido así, ¿no lo ves?... Te encargaste de guardar mi esenciaen el garaje, la representación de ello es el hecho de que me hayas obligado aesconder la motocicleta

-¿Es mi culpa, entonces? -inquirió,volteándose a verme con profundo remordimiento.

-Jamás -aseguré, negando con la cabeza- No hayculpables, no hay delito siquiera. Mis razones se alejan de los seres humanos,se alejan de la sociedad. ¿Es tan difícil comprender que simplemente no podía quedarme allí?

Guardó silencio y desvió la mirada. Escuchéque comenzaba a sollozar y deseé con todas mis fuerzas que eso fuera productode mi imaginación, que jamás me la hubiese encontrado cantando en el escenariode aquel club nocturno de un pueblo en medio de la nada.

-¿Por qué querías encontrarme?

-Yo
pensé que era otro de tus ataques, quevolverías al poco tiempo
Digo, ¿cómo era posible que dejaras de amarme tanrepentinamente? Pero no lo hiciste, y entonces decidí que tenía que salir abuscarte para traerte a casa, devolverte tuvida
Y ahora que te veo yo
Dios, me siento tan estúpida
No puedo creertodo lo que hice por ti, todo lo que dejé atrás

 

-Sé que no es el momento apropiado paradecirlo, pero algún día encontrarás a alguien que te ame tanto y arriesguetanto como tú hiciste por mí, te lo aseguro. -murmuré, no muy seguro, porprimera vez en mucho tiempo, de lo que decía.

-¡Tú eras ese alguien! ¿No lo recuerdas ya?

La situación se escapaba de mis manos condemasiada rapidez. No había forma de consolarla ni hacerle ver que los motivospor los que había decidido alejarme de la sociedad no se acercaban ni en lo másmínimo a algún error suyo o en nuestra relación, no había manera de quecomprendiera que la persona que tenía a su lado en esos momentos siempre habíasido la misma
Yo siempre había sido la misma persona, el mismo sujeto con almaerrante, el que tomaba riesgos, el que, a ojos de los demás, escapaba. Y ellasiempre había sido quien ignoraba mis palabras acerca de ese tema, quien solose interesaba en mí cuando acudía a ella con palabras tiernas, amorosas,enlazadas únicamente a nuestra relación. Apenas podía recordar porqué habíadecidido en algún momento pasar el resto de mi vida a su lado.

-Vuelva a casa, dama -dije, con voz ronca- Esallí donde perteneces, allí está tu vida. No te engañes, por favor

-No volveré sin ti, lo sabes. Debes volver acasa
-me miró con los ojos hinchados buscando mi atención, pero yo permanecícon la vista clavada en el suelo.

-Pronto partiré de aquí y seguiré mi camino,no puedo acompañarte. Y esta es mi casa, ¿sabes?... El mundo entero, todosestos lugares desconocidos
Esto es mío, es mi hogar. Lo siento, lamentohaberte hecho perder el tiempo de esta manera.

Me puse de pie y la observé con cuidado. Sucabello castaño estaba completamente enmarañado, despeinado, como si hubiesepasado días sin mirarse en un espejo. La luz del farol ubicado a su lado lebrindaba a su rostro un cierto aire de indiferencia que contrastabanotablemente con todos los sentimientos impregnados en lo que me había dicho.Me incliné para tomar su rostro entre mis manos y le besé la frente, al tiempoque volvía a estremecerse y respiraba con dificultad.

-Tú me amabas
-balbuceó, entre sollozos.

Me detuve un segundo a mirar el cielo en unode aquellos impulsos inexplicables. El color del satélite natural de la Tierra se asemejabamuchísimo al del sol, pero de alguna manera su brillo seguía siento igual deplatinado; estaba creciente, tal como -recordé- estaba cuando me había marchadode mi ciudad natal. Sí, era cierto, yo la amaba, la había amado, y losuficiente como para plantearme una vid entera con ella e incluso planear el futuro (práctica que siempre,quizás en secreto, quizás no, aborrecí), pero ¿cómo era posible que yo, nómadapor naturaleza, hombre errante, con cierta aprensión hacia las reglas, osarasiquiera imaginar vivir en un solo lugar durante el resto de mis días?

-Estarás bien -musité- Vuelve a tu vida yborra todo esto de tu corazón.

Mientras me alejaba de ella encendí uncigarrillo y recordé anécdotas de mi infancia que realmente no guardabanrelación con ese instante. Sin embargo, pude notar que de pequeño había soñadocon conocer bosques, océanos, desiertos, personas nuevas, viajar por el mundosin responsabilidades (en épocas de infante lo último era, claro, lo que más meatraía)
y, sobre todo, cuando ya logré tomar conciencia de lo que me rodeaba,comencé a desarrollar una especial preferencia por la idea de encontrar lamanera de conectarme con la naturaleza, hallar un puente entre el hombre que-sabía- sería moldeado tarde o temprano por la sociedad y el que se escondíadentro de mi alma, aguardando el momento perfecto y más inesperado paradespojarse de todo lo que considerara no necesitaba para vivir; cruzar esepuente y alcanzar el estado más puro que me fuera posible, la máxima concienciay plenitud acerca de mí mismo, para poder llegar a ser lo que quisiera,cualquier cosa que deseara, soñara, desde elementos naturales, como el océano yel aire, hasta seres vivos como animales e incluso parte de la vegetación.Sabía que eso era posible, sabía que existía la forma de conectarse de talmanera con el mundo del que formaba parte y siempre había tenido la certeza,también, de que ese viaje en el que me hallaba en esos momentos era el caminoexacto hacia todo lo que anhelaba
Precisamente por eso no pude quedarme conella, no después de descubrir, un mal día, que mi corazón se aceleraba muchomás cuando pensaba en todo ello que cuando ella y yo hacíamos el amor, no luegode comprender que me causaba mayor excitación el imaginarme merodeando enterritorios desconocidos que crear una vida con ella o, debo decirlo, concualquier otra persona. Mi alma no habría podido soportar jamás que me quedaraatado a una casa, a un trabajo, a una familia. Simplemente no había sido creadopara ese papel, no era lo que debía interpretar porque no se adecuaba a miesencia. Lamentablemente lo había comprendido -o aceptado- tarde, cuando estabaa punto de dar ese paso que separa a cada hombre de sus sueños y laconformidad; aunque, a diferencia de otros, fui lo suficientemente arriesgado yaventurero para dejar absolutamente todo de una sola vez, dejando a mi haber unmontón de ilusiones rotas y corazones decepcionados. Y no me importaba, nodemasiado, en ese aspecto era egoísta y no tenía la capacidad de empatizar conaquellos que había dejado atrás, aunque tampoco esperaba que ellos pudieranponerse en mi lugar. Si ella me hubiese hecho todo eso a mí jamás la habría'perdonado' y no habría tenido la osadía de recorrer el país en su búsqueda,simplemente me habría cambiado de hogar y habría eliminado todo lo que me larecordara. Pero ella había hecho todo lo contrario, había intentado realizar lamisma travesía que yo, con motivos completamente distintos. Y entonces, cuandovolteé a comprobar su estado, descubrí que ya no estaba. Había abandonado laplaza, dejando a su haber el montón de vidrios rotos y cerveza en el suelo y unaroma a tabaco fuerte y alcohol. Sentí, de pronto, que algo en medo de mi pechose abría paso con dolorosa lentitud, quemando, desgarrando, destrozando ydevorando todo lo que estuviera a su paso, con el único fin de llegar a micorazón, muy escondido en alguna parte dentro de mí. Cerré los ojos con fuerzaaspirando una enorme bocanada de aire, con la horrible sensación de que alguiencubría mis fosas nasales impidiéndome respirar. Arrojé el cigarrillo al asfaltoy me senté apoyado en una pared, sin fuerzas suficientes ni voluntad para irpor mi vehículo y marcharme del pueblo. Algo andaba terriblemente mal, esemolesto pensamiento de que todo lo que estaba haciendo no era lo que debíavolvió a apoderarse de mí, golpeándome como una enorme roca en la sien. No serelacionaba con ella, no se relacionaba con la ruta que estaba tomando ni conlo que le había dicho minutos atrás. Era como si algo faltara, como si hubieseolvidado algo en medio del camino, algo que se suponía debía ser uno de lospilares fundamentales para hallar ese puente hacia mí mismo que tanto añoraba.Mi mente trabajaba a mil por hora intentando hallar ese 'algo', la única piezafaltante del rompecabezas que era mi existencia. ¿Cómo era posible que algohiciera falta a esas alturas del camino? Después de tanto tiempo sobreviviendoa la perfección sin ninguna molesta sensación de desamparo, sin mirar atrás niuna sola vez, únicamente con mi propia compañía
La idea de que ella, con sufugaz e inesperada aparición, hubiese representado un horrible retroceso en micamino ni siquiera llegaba a rozar la cajita en la que atesoraba mis ideasdentro de mi mente, sabía que nada de lo que ella hiciera o dijera podríacausar tal efecto en mí, nunca lo había hecho y después de tanto tiempo sin supresencia me parecía prácticamente imposible que pudiera llegar de esa manera ami mente. No, ella no era la pieza faltante, existía algo más, un motivo quizásdemasiado inverosímil como para que mi mente lo procesara siquiera como unaremota posibilidad. Descansé la cabeza contra la muralla de bloques de cemento,volviendo a respirar con normalidad e intentando dejar atrás esa agobiantesensación. Decidí que quizás sería una buena idea dormir antes de irme, tal vezobtendría alguna respuesta a través de algún sueño misterioso y podríaembarcarme en la búsqueda de eso que al parecer tanto necesitaba.

 

 

Una brisa de aire dio de lleno en mi rostro,recordándome durante un ínfimo instante porqué me hallaba viajando, porqué a veces,de noche, tenía una sensación de libertad realmente placentera. Cuando merecosté sobre la grava seca dentro del granero, una fugaz sensación de estarsentado sobre un piso de madera escuchando a Bob Dylan en un tocadiscos merecorrió la espina dorsal y me estremecí, ansiando de pronto un café hirviendoy hablar sin descanso sobre todo aquello que usualmente rondaba mi cabeza.Fruncí el ceño, confundido, al notar que el lugar de mi pequeña visión meparecía completamente desconocido -o tal vez simplemente no quería aceptar quesí lo recordaba-. ¿Dónde quedaba esa parte? En ese ínfimo instante habíaexperimentado una sensación de conforte y calidez que logró colarse en mis ojosdurante unos segundos, logrando que se empañaran de lágrimas y me impidieran verlo que estaba a mi alrededor. Sacudí la cabeza con disgusto y cerré los ojosacomodándome para descansar. Probablemente esa visión no había sido más que unsueño, esos que tienes cuando duermes pero estás conciente de lo que está a tualrededor, algo imaginativo relacionado con la vida que había dejado atrás ouno de los cuartos de mi infancia.

-Disculpe, ¿podría hacerle un par de preguntas?

Expulsé el humo de mi cigarrillo y miré a miderecha con poco interés, pensando que quizás sería buena idea pedir otro café.A mi lado había un muchacho de no más de veinte años, de cabello rubioplatinado y sonrisa publicitaria; llevaba una franela verde con el logo dealguna organización ecologista, por lo que inferí inmediatamente que querríapreguntarme algo relacionado con el medio ambiente o la actual situación delplaneta.

 

-Por supuesto -respondí. Hice una seña alsujeto detrás de la barra para que me proporcionara más café e intentéenfocarme en la persona que tenía junto a mí, completamente conciente de queese día no estaba de humor y que no quería tener contacto con ningún otro serhumano que no fuera el hombre que me estaba entregando café.

-¿Por qué fuma? -preguntó, mientras balanceabaentre sus dedos un bolígrafo descuidado y apoyaba sobre la mesa un cuadernillode aspecto profesional.

-Me gusta sentir la nicotina introduciéndosedentro de mí e intoxicando todo lo que encuentra, cada pequeño recoveco de miorganismo. Todo eso me hace sentir vivo, ¿sabes?, de una manera retorcida yprobablemente insensata.

-¿Sabía usted que además de intoxicar supropio organismo todo ese humo logra perjudicar a nuestro planeta, aumentadoaun más todo ese daño que le hemos hecho durante generaciones? -Parecía uno deesos discursos políticos aprendidos de memoria, esas palabras aparentementeprofundas con las que los seres humanos planean ganarse audiencias enteras conalgún fin poco desinteresado.

-Sí, claro que lo sabía. -asentí-

-¿Y por qué continúa fumando, entonces?

El joven estaba desconcertado, evidentemente.En pocos instantes toda esa seguridad con la que se había acercado a mí parecióesfumarse de su semblante, dando paso a la duda y la confusión, como si todo loque tenía preparado para su encuesta se hubiese arruinado con mis palabras.

-A diferencia de ti y probablemente de lamayoría de las personas que conoces, no poseo ese amor tan absoluto por lanaturaleza, esa convicción de que cambiaré el mundo por unirme a algunaorganización ecologista y que basta con usar papel reciclado o separar mibasura en plástico, papel y lata. Me gusta la naturaleza como a todo el mundo,aprecio un bosque, un desierto, el mar
Disfruto de lo que puede aportarnos,claro, pero nada más. Si el calentamiento global ha de matarnos a todos dentrode veinte años pues que lo haga, es el destino de la Tierra y no se puede lucharcontra ello. Todo el desastre ha sido causado por la inminente evolución de laraza humana desde hace muchísimas décadas, han sido demasiados años como pararemediar todo el daño ahora, es simplemente imposible. Alguien tendría queinventar una máquina del tiempo y viajar, por ejemplo, al siglo dieciocho eimpedir la Revolución Industrialpara que todos esos avances tecnológicos no contaminaran en el futuro, frenandode paso todo lo que la sociedad ha prosperado.

-¿De qué habla? -preguntó, exasperado y con untono de impaciencia en la voz. Dejó el cuadernillo de lado y acomodó elbolígrafo detrás de su oreja.- Todo se puede rescatar, sí podemos reponer todoese daño que la humanidad le ha hecho a nuestro querido planeta
si todos nosunimos, si todos viéramos lo que hemos hecho

Lo observé casi con compasión, experimentandoal mismo tiempo sensaciones relacionadas con la molestia, la pena, ladesesperación y el cansancio. Su encuesta me estaba aburriendo. No pretendíalograr que alguien como él compartiera mi pensamiento -era una batalla perdida,por supuesto- y él no tenía la mínima intención de cooperar para obtener unaversión diferente de lo que probablemente le habían inculcado en laorganización a la que pertenecía.

 

Había tenido un mal día. Ya no recordabacuándo había sido la última vez que me había despertado de mal humor, enrealidad, pero en ese momento lo que menos quería era mantener contacto conotros seres humanos. Dirigí una mirada fría al muchacho sentado a mi lado y ledije que debía irme, que se me hacíatarde y que esperaba haberlo ayudado en algo (sabía que no lo había hecho,pero era una manera de no tratarlo tan mal como habría querido realmente). Nole di tiempo de responder, por supuesto, y le pagué al tipo que me había dadocafé momentos atrás antes de que pudiera abrir la boca para decirme algo.Cuando salí no me molesté en mirar atrás, aunque estaba conciente de que eljoven ecologista me observaba marchar.

Al despertarme esa mañana noté que una de lascuerdas de la guitarra que había cargado durante unos cuantos meses estaba rotay que, por lo demás, hacía bastante tiempo que no me topaba con alguna tiendade instrumentos musicales. Me había encariñado tanto con el instrumento en síque lo único que pude hacer para superar la pérdida -porque demoraría unoscuantos pueblos más en hallar una tienda adecuada- fue destruirlo. No quedónada. Y desde ese momento, cuando salí a caminar un poco y me encontré con loshabitantes del lugar, descubrí que ese día mi lado misántropo estaba máspotenciado que nunca, como si de pronto se hubiese amontonado todo el odiohacia la sociedad que había guardado durante meses de viaje. Todo me molestaba,absolutamente todo. Decidí marcharme de allí antes de que llegara la noche,rompiendo de paso con la tradición que había adquirido de partir siempre cuandocomenzaba amanecer. Sentía que tenía que hacer cambios (y tal vez por eso habíaroto la guitarra), que tenía que añadirle algo diferente a la especie de rutinaque se había convertido eso de llegar a un lugar nuevo y honestamente hacersiempre lo mismo. Bares, tiendas turísticas, hablar con vagabundos, analizar alas personas, costumbres nuevas, viviendas diferentes
Sí, todo sumamenteinteresante, pero mi actitud no cambiaba jamás y me estaba hartando de ser elsujeto misterioso que caminaba por las calles sin detenerse realmente a mirar alas personas. No podía ser completamente de otra forma, sin embargo, ése era micarácter y sabía que estaba lejos de ser el tipo de hombre que saluda a cadaente parlante que se le cruza, pero si quería continuar viviendo dentro de unaaventura, si quería volver a sentir esa emoción que me embriagaba los primerosmeses, cuando había comenzado todo años atrás, tenía que hacer algo. Y unaparte de mí le decía a gritos a la otra que lo que debía hacer eraabsolutamente obvio, que la idea y la certeza de ello estaban allí.

Cerré el libro con una extraña sensación cercadel pecho. Sentía que me faltaba el aire, que todo a mi alrededor giraba y quelos estantes frente a mi perdían consistencia. El ocupante de la mesa contiguame miró de reojo con interés al notar que el pequeño libro que sostenía aunentre mis manos contrastaba con el enorme volumen de anatomía humana abiertosobre el mueble. Dejé el libro sin cubierta a un lado y apoyé lentamente lacabeza sobre él, recordando de pronto el día en que ese montón de papeles habíapasado a formar parte de mi vida. Después de haberlo leído dos veces, despuésde unos cuantos meses de la despedida de aquel sujeto que viajaba enmotocicleta, mi diario vivir había cambiado radicalmente (al menos para mí). Yano pasaba mis días simplemente estudiando e incluso había cancelado la comprade mi nuevo departamento; y, además, en lugar de una vivienda había adquiridoun vehículo de modelo antiguo pero claramente más resistente que los actuales.

 

Al leer el volumen anónimo me vi identificadacon la mayoría de las ideas que desarrollaba. Hablaba de libertad, de rutinas,de almas, de viajes
planteaba teorías que yacían escondidas en alguna parte demí y que probablemente no me había atrevido a sacar a la luz por temor a encontrarmecon verdades que arruinarían la perfección del mundo que me había creado,acabarían de destruir lo que aquel extraño se había encargado de resquebrajaraquella dramática tarde de lluvia en abril. Comprendí porqué él viajaba, porquéno había podido llevarme y porqué parecía disfrutar tanto de todo lo que vivía.Entendí porqué hablaba de esa manera, porqué parecía saber tanto
y de pronto,en medio de la biblioteca de mi universidad, me vi con una necesidad casiincontrolable de salir corriendo, tomar mi auto y simplemente
viajar. No seríapor él ni por perseguirlo, mucho menos lo haría en un acto de imitación baratode su estilo de vida ni con la finalidad de encontrarme con él en algún puntode la travesía, sino que mi alma, de cierta manera, me pedía a gritosdesesperados que dejara todo atrás para 'seralgo más' y descubrir maravillas que no llegarían a mí si me quedaba en lacomodidad de la vida que la sociedad tenía planificada para personas como yo.En ciertos fragmentos del libro mi curiosidad se encendió súbitamente y misubconsciente me indicó a través de señales, como sueños, que en algún momentotendría que tomarme el tiempo de viajar aunque fuese por un mes o unas pocassemanas. Pensé que si el objetivo del extraño al entregarme ese libro era queencontrara una razón de peso, una razón real y más profunda para viajar sola enbusca de la esencia de mi existencia, entonces había logrado al cien por cientosu propósito.

Esa noche cuando llegué a casa mi padre dormíaprofundamente sobre su cama, que curiosamente era lo primero que se veía alingresar a la vivienda si la puerta del cuarto estaba abierta -como en esemomento, claro está-. Apagué su luz y la televisión que se había quedadoencendida, como de costumbre, y aproveché de retirar las colillas de cigarro dela mesita de noche y llevarme el tazón vacío impregnado con el aroma del caféfuerte. Me lancé sobre mi cama sin preocuparme por nada, con la intención dedescansar en exceso luego de haber rendido un examen realmente largo luego demi estadía en la biblioteca. Me removí entre los almohadones y clavé los ojosen un retrato de Jim Morrison que había pintado Elizabeth. Estaba hecho congrafito y no poseía ningún color que no fuera blanco, gris o negro, combinandocon todos los retratos y fotografías que había en mi habitación. Cerré losojos, suspiré y estiré una mano para ver la hora en el móvil que había dejadoesa mañana en la mesita de noche, logrando al instante que la mayoría de lascosas que había allí cayeran estrepitosamente al suelo. Encendí la lámparacomenzando a hartarme y dejé escapar unos cuantos improperios a medida quelevantaba las cosas y las ponía en su lugar. Distinguí entre un montón de papeles un sobre amarillento que no estabaallí el día anterior, probablemente había llegado esa tarde mientras estaba enla universidad y mi padre lo había dejado para que lo viera al regresar. Meacomodé en el borde de la cama y lo abrí con curiosidad, descubriendo de pasoque no poseía remitente. Nunca llegaba correspondencia para mí -a no ser queestuviese atrasada con el pago de la universidad, lo cual nunca sucedía-, asíes que me sorprendí aun más cuando descubrí una carta con letra totalmentedesconocida para mí. En el papel no había más que un par de frases y un nombredebajo, indicando que no eran de la persona que había escrito eso sino dealguien más.

 

Una de las principales enfermedades delhombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber.

(BlaisePascal)

Al dar vuelta la hoja descubrí otra frase más,esta vez de su propia autoría.

Yo digo,mademoiselle, que ahora, después de todo este tiempo, esa inquieta curiosidadpor lo prohibido es lo que la llevará más allá. Arriésgate.

Miré la pared durante unos segundos en ciertoestado de shock. Cuando me dispuse a guardar la hoja dentro del sobre descubríque había una fotografía de él (ignoré de forma impresionante la mala pasadaque me jugaron los latidos de mi corazón al volver a ver su rostro) en formatopolaroid con una pequeña frase

"Find away to where the sky meets the Earth"

Reconocí la idea de la oración como algoplanteado más de una vez en el libro que me había entregado. Y entoncesdescubrí que algo grande estaba a punto de suceder y que, por supuesto, ya nohabía vuelta atrás.


"Carpe Diem: Tópicoliterario relacionado con no dejar pasar el tiempo que se nos ha brindado; obien, para disfrutar los placeres de la vida dejando a un lado el futuro, quees incierto. Es decir, arriésgate a diario". A Elizabeth le gustaban lasrevistas esotéricas que a menudo vaticinaban tragedias y/o maravillas paratodas las personas nacidas entre ciertas fechas de dos meses. A mí me gustabanlas revistas esotéricas que dejaban de lado los horóscopos y se concentraban enla investigación de las bondades de, por ejemplo, las plantas y los colores delas velas durante ciertas fases de la luna. O, también, la explicacióncientífica de ciertos fenómenos que a la mayoría de las personas le gustabaidentificar como simplemente sobrenaturales. Otra cosa que me gustaba deaquellas revistas eran las secciones de 'cultura', por decirlo así. Cierto díahallé algo relacionado con el Carpe Diem, y en alguna forma extraña y retorcidatodo cambió.

-Y bien, por fin terminamos el año
-celebró uno de miscompañeros de carrera, sentado en la misma mesa que Elizabeth y yo.

-Todo el esfuerzo, las noches en vela, las tediosas tardesrepletas de libros enormes, soportar las clases de Anato*
-suspiró Elizabeth, luego de dar un sobro a su vaso de cerveza.

 

-Brindo por un año universitario asquerosamente productivo-dijo otro de los chicos, alzando su vaso con una enorme sonrisa en la cara-¡Salud!

-¡Salud! -exclamaron los demás.

Había cerca de diez o doce personas, incluyéndome a mí,sentados en la mesa del club favorito de los estudiantes de Medicina -no séporqué, a mí nunca me agradó. Todos portábamos un vaso de cerveza y en medio deel desastre de botellas vacías, ceniceros con colillas y servilletas arrugadas,se extendía una enorme fuente de vidrio con papas fritas que alguno que otromesero se encargaba de rellenar cada vez que se acababa. Éramos clientesfrecuentes del lugar, a decir verdad, y ya se podía tratar de 'tú' a laspersonas que nos atendían. A pesar de todo ese ambiente familiar y relajado quese podía respirar claramente por allí, no lograba sentirme del todo cómoda y nohabía dicho ni una palabra más que 'hola' desde que había llegado junto aElizabeth y su novio. Había mil ideas rondando por mi cabeza, ideas que enningún momento del día me dejaban tranquila y que prácticamente estaban a puntode enviarme a hibernar seriamente dentro de mi habitación por todas lasvacaciones. Un constante dolor en la sien me invadía cada diez minutos,aproximadamente, y ni siquiera sabía cómo es que soportaba el ruido de lamúsica que invadía el club.

-Eh, ¿te encuentras bien? -me preguntó el sujeto a mi lado,preocupado. Lo reconocí como el compañero que, según Elizabeth había dicho unmillón de veces, se pasaba la mayoría de las clases mirándome de reojo ysiempre hallaba la manera de sentarse a mi lado en juntas como aquella. Pero yonunca lo notaba. Recordé cuando el desconocido había mencionado a Elizabethcomo la chica extraña de la pensión que se la pasaba espiándole, sin darsecuenta que en realidad ella gustaba de él, y no pude evitar esbozar unasonrisa.

-Sí, estoy bien, no te preocupes -respondí, después de unoscuantos segundos.

-A mí me parece que estás en otro mundo. ¿No te apetecehablar de las cosas afuera?

Alcé una ceja en señal de confusión y sacudí la cabeza,intentando ser lo más cortés posible. Le dije que prefería quedarme allí, conlos demás, para escuchar lo que hablaban e intentar participar. Y, por suerte,mi turno llegó cuando Elizabeth mencionó una vez más esas ganas que tenía deviajar después de terminar la carrera, aclarando, a la vez, que yo era la másferviente detractora de esa idea. Era la oportunidad perfecta para exteriorizartodo lo que me había estado acechando.

-¿Sabes? Creo que he pensado mucho en eso -dije, losuficientemente alto como para que todos notaran que era yo la que hablaba.Sorprendentemente, el grupo guardó silencio y puso atención a lo que estaba apunto de decir.- Y
sí, es buena idea tomarse un tiempo para escapar de todo,más aun después de terminar todo este tedioso proceso de inserción en lasociedad. Tomar tu auto y
simplemente largarte de acá.

-Concuerdo contigo en todo eso de largarse de acá -dijo unachica sentada al lado de Elizabeth- Pero, ¿a qué te refieres con proceso de inserción en la sociedad?

-A estudiar una carrera universitaria, por supuesto. Dealguna manera la sociedad nos hainculcado que para ser alguien en la vida debemos tener obligatoriamente untítulo, ¿correcto? -Los demás asintieron, serios- Tal vez no sea así. Tal vezpara algunos resulte eso, tal vez solo algunos sienten que son parte de algocuando obtienen un papel que indica que son 'algo', sea médico, profesor,ingeniero o abogado. Pero quizás otras personas no lo ven así. Quizás paraalguien más, ser parte de algo, sin llamarle sociedad a ese algo, seasimplemente conectarse consigo mismo, o
no sé, formar una familia, o recorrerel mundo, cumplir sus sueños
Lo que digo es que la sociedad ha logrado quetodos tengamos una misma visión de lo que logrará que nos sintamos satisfechoscon nosotros mismos, pero ¿qué pasa cuando conseguimos todo eso y no se sientecomo siempre lo pintaron? Tal vez la sociedad se equivocó con nosotros y ese noera el camino correcto. ¿Se entiende?

 

Elizabeth me miraba boquiabierta. Los demás, al parecer,intentaban procesar lo que yo había dicho y quizás decir algo apropiado, ocambiar de tema de manera sutil pero radical. Una voz al otro lado de la mesafue la que respondió, precisamente cuando ya creía que nadie diría nada.

-Completamente entendible -dijo. Era un sujeto con el quehabía intercambiado un par de palabras alguna vez en la biblioteca, ni siquierasabía su nombre.- Todo está programado, se supone que todos tenemos que llevarla misma vida
Digo, todos estudiar algo, obtener el título, obtener eltrabajo, tener dinero, luego la familia y ¡listo!, ya tienes una vida hecha yderecha. Y si tu objetivo es otro, si crees que el título y el trabajo y eldinero y la familia inmediata no te harán feliz, entonces eres tachado de revolucionario,todos te miran como un bicho raro o un soñador, incluso demente. Y la mayoríade las veces terminas creyendo que hay algo malo contigo e intentas acallaraese espíritu libre que yace dentro de ti
pero aunque se logre, siempre llegaráel momento en que esa bestia, ese animal salvaje, ese ser que nos conecta connuestras verdaderas intenciones, se revele. Y, en serio, cuando se revela, esmejor hacerle caso

Sonreí, eufórica. Eso era precisamente lo que pensaba, larespuesta perfecta a lo que yo había dicho.

-De cierta forma, cuando uno se niega a abrazar y aceptar aesa bestia, lo mínimo que se puede hacer es arriesgarse a diario al menos encosas insignificantes, como ir a pie dondequiera que se desee ir, o
no sé, ira visitar lugares que siempre has elegido pasar de largo. Como Carpe Diem,vivir el día a día en todo lo que experimentes. -añadió, luego de un par desegundos.

-Exacto -sentencié, aun sonriendo. Él me devolvió el gesto yalzó su vaso en señal de 'salud', a lo que yo respondí orgullosa. Nadie dijonada.

La primera vez que mi padre me comentó que sería apropiadoque tuviera mi propio automóvil comencé a atacarlocon comentarios relacionados con el alto precio de los vehículos en laactualidad, el gasto en combustible, el hecho de que aquel era un lujo que nonos podíamos permitir
Sin embargo, cuando hizo que me asomara por la ventana ydescubrí afuera un Ford Mustang del '68 con la pintura roída y sin tapas deruedas, me abalancé sobre él y comprendí que de verdad me conocía, a pesar deque no pasábamos tanto tiempo juntos como hubiera creído, y cuando estaba encasa no hablábamos más que durante la cena. Dijo que se lo habían dado a bajoprecio debido a que era muy antiguo y presentaba ciertos desperfectos deapariencia, como la pintura y alguna que otra pequeña falla en el interior.Pero no importaba. Porque ése era mi auto, mi propio medio de transporte. Y noera lujoso, espectacular ni del año, sino que de hecho databa de los sesenta ypor lo tanto podría brindarme todo el encanto de la época.

 

La primera vez que Elizabeth dijo que después de terminarcon sus estudios intentaría realizar un viaje por otro continente, yo le dijeque algo así solo lo haría alguien con escaso sentido de la realidad y que eralo peor que podía hacer, porque luego de la travesía los conocimientosadquiridos se esfumarían poco a poco y al volver a su vida diaria no podríaejercer medicina como pudo haber hecho inmediatamente después de titularse.Ella simplemente torció el gesto y luego sonrió. La conversación se reiteróinnumerables veces y mi opinión siempre había sido la misma, incluso después dehaber conocido a ese sujeto que se había hospedado en la pensión de mi mejoramiga. Aunque, a decir verdad, a medida que pasaba el tiempo y la charla serepetía, mi forma de ver lo que mi amiga decía me parecía cada vez menoscreíble, como si estuviese mintiendo descaradamente. Y a pesar de nunca haberlemencionado a nadie mis dudas acerca de mi carrera y de dónde iba mi vida, sabíaque algo andaba mal. Me pregunto quéestará pensando Elizabeth en estos momentos

La primera vez que comprendí que mi vida estaba tomando elrumbo equivocado fue cuando me encontré con el desconocido aquella tarde deabril. No lo admití enseguida, por supuesto, pero ese extraño brillo aventureroen sus ojos y el dejo de sabiduría y experiencia de lo que decía seintrodujeron casi inmediatamente dentro de mi alma, sin que pudiese borrarlos siquieracon su partida. Cuando acabé de leer el libro que me había dado ya tenía lacerteza total de que todo lo que estaba haciendo estaba mal, pero mi mente noterminaba de procesar aquella idea y solo me limitaba a recordarme que prontotendría que hacer algo al respecto; no sabía cuándo, dónde, ni cómo, perollegaría el momento -cuando menos lo esperara, por supuesto- en que tendría quearriesgarme y hacer algo para salir de ese oscuro agujero en el que me habíadejado caer gracias a una sociedad consumista, clasista, avara, inconformista,discriminadora y, por sobre todas las cosas, ciega. A veces me desconocía, aveces no podía creer que ese tipo de pensamientos estuvieran en mi cabeza, perocuando cierto día encontré uno de los tantos diarios de vida que había escritodurante mi adolescencia descubrí, no sin alarmarme un poco, que ideas similaresy tan extremas como aquellas estaban plasmadas con mi propia letra en laspáginas de lo que en algún momento había sido el único testigo de mispensamientos. Y entonces supe que la sociedad, con toda la presión de ser alguien por el simple hecho de tenerun pedazo de papel que indica que eres "médico", "profesor", "ingeniero", etc.,había logrado apaciguar mis ideas ciertamente revolucionarias y probablementemal vistas. Ya ni siquiera recordaba, sinceramente, porqué había ingresado a lafacultad de medicina
mi pasión por los números y las ciencias ya no meparecían razón suficiente para haberlo hecho.

 

Aparqué a un lado de la carretera apenas divisé un trozo demar, procurando a la vez que el vehículo quedase lo suficientemente lejos de lahuella, en caso de que a alguien se le ocurriera robarlo o algo así (más valeprevenir que lamentar, dicen por ahí). Me acerqué a la orilla y permití que mispies se filtrasen en la arena húmeda al tiempo que los mínimos restos de olasllegaban a mis piernas. Extendí los brazos, cerré los ojos
sentí que cada rayodel sol brillando en lo más alto formaba parte de mi anatomía, que de pronto elagua salada se colaba por cada uno de mis poros, que la arena y todo lo querepresentaba para mí penetraba en lo más profundo de mi alma
me sentí una solacon cada elemento que me rodeaba. Comprendí que todo lo que había decididodejar atrás tan abruptamente había quedado reducido a cenizas apenas habíacomenzado mi camino en la carretera, apenas había visto mi primer amanecer conlas ventanas abajo, algún CD de The Beatles y el vago recuerdo del último caféque había tomado antes de partir de mi otrora hogar. Y allí, en ese momento,con los brazos extendidos, los ojos cerrados y el viento oceánico golpeando confuerza mi rostro, sentí la libertad. Algo así como la evolución del Carpe Diem, según mi percepción.Sí. Esoera libertad.

Al abrir los ojos me encontré con un rostro femeninovagamente familiar. Dormía plácidamente a mi lado, desnuda, con el cabelloplatinado cayendo con delicadeza por sus hombros descubiertos y las manosaferrando con fuerza la almohada. No era la primera vez que despertaba conalguna mujer prácticamente desconocida a mi lado, pues de alguna manera duranteesos últimos meses mi vida se había basado en relaciones esporádicas con damascarentes de identidad -y quizás de cerebro, también-. Claramente una parte de mí,la predominante, se negaba a incorporar a alguna de ellas de manera permanente,principalmente porque ninguna -hasta ese momento- había logrado colarse dentrode mi alma de manera que quisiera dejar de viajar para quedarme en un sololugar junto a ella por el resto de mi existencia. Eso era un problema, claro,porque estaba consciente de que si alguna vez decidía dejar mi estilo de vidasería porque mi corazón decidiría entregarse por completo a alguien que lerespondiera de la misma manera, alguien que lograra transmitirle toda la magiaque había añorado durante tanto tiempo y que parecía no dignarse a llegar a él.Y, desgraciadamente (o quizás no tanto), esa maravillosa fémina aun no seaparecía en mi vida, así que podía disfrutar sin mayores compromisos de cadadoncella que me pareciera lo suficientemente atractiva para establecer contactofísico.

Me incorporé sigilosamente, procurando no despertarla; debíamarcharme de allí sin que ella se enterara de mi ausencia. Intenté recordar sunombre, pero un millón de imágenes de la noche anterior se mezclaron con losrestos de alcohol en mi organismo y una fuerte punzada en extremo derecho de lacabeza me devolvió a la realidad en la que debía volver a vestirme sin que meimportara cómo se llamaba. Observé a través de la ventana que comenzaba aamanecer y, haciendo caso omiso del estúpido dolor, me obligué a levantarme de la cama -debía apegarme a misreglas de siempre, por supuesto, y la resaca no lo iba a impedir- e intenté encontrarmi ropa, que probablemente estaba tirada en algún rincón de la habitación.Cuando cerré la puerta de la habitación, aún acomodándome los vaqueros, no memolesté en mirar atrás ni en decir algo al escuchar que la dama de cabellosclaros me llamaba con desesperación, alarmándose aun más al notar que no sabíami nombre. Y yo seguía intentando recordar el suyo, aunque tenía claro que esoera lo de menos. Pero no podía evitarlo. Seguí intentándolo incluso cuando yame alejaba en la motocicleta hasta el lugar de la ciudad donde había decididoquedarme dos días atrás, dispuesto a asearme un poco para poder marcharme deallí. Mis relaciones con el resto del mundo, si bien siempre habían sido másbien escasas, se caracterizaban por ser especialmente personales, y el hecho deno saber el nombre de la mujer con la que había tenido sexo (algo, en el fondo,muy personal para mí) la noche anterior me descolocaba en exceso y me hacíanotar que algo andaba definitivamente mal. Al parecer eso de incorporar mujeresa mis viajes no estaba resultando, no lograba devolverme la emoción queesperaba encontrar. Ya no entendía qué me había hecho creer que el sexo seríacapaz de devolverme las ganas de viajar que había dejado en alguna ciudad a misespaldas.

 

Subí a la motocicleta con cierto mal humor, y no me molestéen hacer mi partida poco ruidosa para no despertar a los habitantes del barrioen el que estaba. No me importaba nada. Tomé el camino por la carretera haciael sur apenas siendo consciente de lo que me rodeaba, todo el bosque, el solapenas filtrándose entre las copas de los árboles
Hacía bastante tiempo que noreparaba realmente en esas pequeñas cosas que en tiempos olvidadosprácticamente le daban sentido a mis viajes. Todo eso, la naturaleza, lo quesentía yo mismo al respecto, era lo que en un principio había bautizado delibertad, a secas. Pero con el pasar de las noches descubrí, no sin espantarmeun poco, que si bien había conseguido librarme de la sociedad, de las presionesde mi familia, de mi novia y de ciertos estereotipos, ahora me hallaba atado aesa vida de errante, a vagar incansablemente por el mundo, a ser un desconocidopara cualquiera que me viera. Y la libertad se acababa allí. Sentirse libre porel hecho de andar por el mundo sin mayores preocupaciones dejaba de tenersentido súbitamente cuando comenzaba a notar que de una prisión había pasado aotra
¿Acaso no existía tal cosa llamada libertad? ¿Qué era la libertad,después de todo? ¿Cómo podía lograr que mi alma se hallara completamente en paz,sin sentirse dentro de una prisión, dentro de un cofre, completamenteencerrada? Tenía que haber una manera, después de todo esa era una de las cosasque me había impulsado a iniciar lo que estaba pasando en esos momentos; teníaque encontrar la manera de llegar a la libertad absoluta. Era una obligación: ola encontraba o me condenaba a mí mismo a continuar vagando, pero sin propósitoaparente. Y no podía soportar esa idea, no podía continuar el viaje porque sí,debía tener algún motivo que valiera la pena, algo que me diera ánimos cuandola parte de ser humano que se escondía dentro de mí decidía salir a la luz ysumirme en algo horrorosamente similar a la depresión y el desgano total.

Si la búsqueda de la libertad era lo que me había impulsadoa realizar aquel viaje hacía unos años en primer lugar, entonces ese mismopropósito serviría para que continuara mi travesía con más motivación. Find a way to where the sky meets the earth

 

Visualicé otro pueblito cercano y me sorprendí de la pocadistancia existente entre él mismo y la ciudad de la que acababa de despedirme.Definitivamente, a pesar de todo, el mundo no dejaba de sorprenderme.


Había dejado atrás el mar hacía bastante tiempo, pero aún nome acostumbraba a toda esa cantidad de naturaleza en el más puro estado que merodeaba. De pronto veía que los árboles cambiaban de forma, que algo aparecíaentre ellos y que el sol se esfumaba de súbito al esconderse en la copa dealgún espécimen especialmente alto. Mi decisión de emprender camino al Sur nose basaba en nada especial, simplemente sentía que el Norte no podía ser tanmaravilloso como lo que imaginaba del otro extremo del mundo. No buscaba nadaen especial con aquel viaje, quizás solo quería sentirme independiente por unatemporada, sentir que lograba limpiarme de toda la mierda que había conseguidointroducir en mi cabeza y escapar.Nunca había sentido especial inclinación por los escapes, prefería enfrentarlas cosas inmediatamente y no dejar que después me afectaran, probablemente conmás intensidad; sin embargo, el escapar alque aspiraba con esa travesía distaba completamente de alguna 'huida' enespecial. Lo que buscaba no era evitar alguna que otra situación, sinodesintoxicarme. Necesitaba saber que la vida sí podía ser algo más -mucho más-que un trabajo, una carrera, un título profesional, una familia. Necesitabacerciorarme de que había un millón de cosas que no se nos decían, que todasesas cosas podían hacernos mucho más felices que otras mucho más materiales.Necesitaba descubrir, saber, sentir plenamente. Y después, una vez que lolograra, intentar retomar lo que había pospuesto o, ¿quién sabe?, iniciar uncapítulo totalmente nuevo dentro de mi existencia.

Llegué a un pueblito pequeño poco después de dejar unaciudad de aires extrañamente bohemios. El nuevo lugar contrastaba completamentecon el que había dejado atrás -¡oh, aquello era una de las cosas que más amabadel viaje que estaba haciendo!-; era completamente acogedor, con casitas demadera, pequeños jardines por doquier, automóviles antiguos y personassaludándose con inusual alegría a cada esquina. Parecía un pueblo de fantasía.Me permití pasear un poco en mi auto, visitando las calles y buscando lugarespara comer. Luego de tomarme un buen café con algo más decidí ir a dar otravuelta, esta vez para encontrar un lugar un poco más natural que pudieradisfrutar por el resto del día, pues debía ser algo así como mediodía y queríaquedarme un poco más allí, sentía que escondía algo de mi interés. Encontréexactamente lo que buscaba cuando me detuve frente a un enorme sauce queconducía a un bosque de dimensiones desconocidas, aparentemente infinito.Aparqué bajo el árbol y, luego de asegurarme de que mi vehículo estuviesecompletamente cerrado, me interné en esa maravilla de la naturaleza que seextendía frente a mis ojos. La luz del sol apenas ingresaba a través de lascopas de los árboles más altos, otorgándole al bosque una atmósfera un poco tétricay húmeda, perfecta para alguien como yo que buscaba algo completamentediferente a lo que había dejado en la ciudad bohemia. Después de pocos minutosde caminata me topé con un pequeño clarotapizado de césped húmedo y extremadamente verde. El sol brillaba con todo suesplendor en ese lugar, era como si estuviese en el cielo sólo para iluminarese pedacito diminuto del mundo, nada más que eso
era sencillamente mágico.

 

Merodeé durante unas horas por allí, fascinándome con lasimplicidad natural de los troncos de los árboles y las diferencias casiimperceptibles de sus hojas, sus aromas y pequeños detalles que en algún otromomento de mi vida no habría notado, probablemente. Demoré más de lo que creíen encontrar mi auto. Me perdía en ocasiones y pensaba que quizás no podríasalir de allí, pero hallé la manera de volver a la carretera y subí al vehículocon la cabeza absolutamente renovada. Increíblemente ya estaba atardeciendo.Era impresionante la rapidez con que pasaba el tiempo cuando hacía cosas comoesas (perderme por allí en las maravillas de la naturaleza; me había pasado hacíapoco en una playa), era como si todo dejara de tener importancia para mí y solopudiese concentrarme en lo que estaba haciendo, lo que estaba viendo, nada más.Me dirigí a la calle principal de la ciudad para ir por un café y quizás buscaralojamiento, tenía pensado quedarme mucho más tiempo allí para continuardescubriendo secretos de aquel bosque y de algún otro complejo natural queseguramente encontraría en los alrededores. Encontré un lugar agradable en unacasa de madera cuya dueña era una mujer de avanzada edad que no tenía máscompañía que un viejo perro de apariencia cansada; pensé que sería buenoquedarme con ella durante unos días y tomé la pieza que arrendaba a bajo preciocon la condición de pagarle cuando me fuera, así lograba conseguir el dinerosuficiente. Dejé mi auto en la cochera de la casa y me fui a pie a un cafecitoque había visto camino a mi nueva residencia. Se veía bastante acogedor,familiar y no estaba demasiado lleno, el ambiente era apropiado para aquellahora del crepúsculo. Me senté en una mesa esquinada, esperando pacientementeque algún mesero me llevase la carta, y miré a mi alrededor para descifrar unpoco la personalidad de los lugareños. Se veía de todo, a decir verdad, y noparecían ser diferentes de las personas que había conocido en otros lugares,pero una parte de mí tenía la sensación de que había algo más en ese lugar quenecesitaba ver.

-Did you find a way towhere the sky meets the earth?*

No sé porqué, pero habría reconocido aquellas manosjugueteando con la servilleta en cualquier lugar del mundo. No pude resistirmea saludarla con aquella frase. Sabía que recordaría inmediatamente a quienparecía pertenecer y que, por lo demás, se demoraría un poco en alzar la vistapara que nuestros ojos volvieran a encontrarse después de tanto tiempo. La damahabía cambiado, de eso no cabía duda. Llevaba el cabello mucho más corto de loque recordaba, su ropa no era tan formal como antes y sus hombros se veíanmucho más relajados, como si en algún momento se hubiese sacado un peso deencima.

Sorprendentemente, lejos de la reacción casi silenciosa queme hubiese esperado, una vez que logró mirarme, fue lo suficientemente valientecomo para decir algo.

-El camino recién comienza, falta mucho para que encuentreese lugar.

 

Sonreí. Casi olvido que había ingresado al café con una mujer,que me observaba de manera asesina a mi lado. Le dije que tendríamos que vernosmás tarde (aunque pensaba que era mejor no volver a verla, en realidad) y que mequedaría charlando con esa chica que se hallaba sentada en una mesa de esquinaesperando por su café. Me senté frente a ella mientras me observaba analítica,probablemente notando que había algo diferente en mí.

-Aun el hombre másrazonable tiene necesidad de volver a la Naturaleza, su relación fundamental ilógica contodas las cosas.

-Nunca dejarás de citar a filósofos o escritores, ¿verdad? -inquirió,sonriendo.

-Es inevitable citar a Nietzche, con esa frase, cuando teencuentro en un pueblito en medio de la carretera con el rostro relajado, elcabello corto y aparentemente
libre.

-Sí, libertad. Nada más que eso, li-ber-tad, queridodesconocido.

Mi sonrisa se ensanchó aun más y percibí que sus ojosbrillaban un poco. No tenía palabras para expresar lo extraño y mágico a la vezde ese encuentro, ¿cómo iba a imaginar que me iba a encontrar a esa damaantiguamente racional, lógica y apegada a las reglas en un pueblitocompletamente rural?


Había un millón de cosas que hablar. Tenían que contarsedisimuladamente lo mucho que ambos habían influido en la vida del otro -principalmentetenían que descubrirlo y aceptarlo, pero qué orgullosos eran ambos-, tenían quehablar del libro que él le había dejado, tomarse otro café, exasperarse con lascostumbres mutuas (porque ambos se irritaban de maneras insospechadas)
Y, porsobre todo, debían descubrir que en algún punto de sus caminos, los papeles sehabían invertido. Mientras ella alcanzaba esa sensación de libertad en suestado más puro, él comenzaba a desesperarse porque la perdía, porque seescapaba de sus manos sin que pudiera hacer nada para volver a tenerla. Y eso,ese repentino cambio de vida para ambos, era lo que, quizás -o no-, los habíavuelto a reunir.
Oh, I am fortune's fool!



* ¿Encontraste un camino adonde el cielo se encuentra con la tierra?

"Won't you help mefind the right way
To a place of time and hope
Where we all get kind of mellow
And where life is not a joke"

-Te has cortado el pelo.

-Y tú lo notaste, ¿eh?

Él sonrió, recordándome inevitablemente a la primera vez quelo había visto, casi un año atrás. Lucía exactamente igual -con menos vellofacial que aquella tarde, quizá-, sus ojos seguían siendo maravillosamentecautivantes y, por lo demás, llevaba la misma chaqueta de cuero que de algunamanera llegaba a sentir casi mía
Aunque divisaba algo diferente en suexpresión, en su forma de desenvolverse; algo que no estaba allí la última vez,algo demasiado
¿terrenal? Sea como fuere, ya no me intimidaba, porque algunavez lo había hecho, de cierta manera. Y a pesar de que no se me había pasadopor la cabeza encontrarme con él durante ese viaje, al parecer me habíapreparado inconscientemente para aquel momento -el 'reencuentro'-, y me creíacapaz de sobrellevar bien cualquier cosa que hiciera o dijera el desconocido.

 

-Siempre reconozco esos pequeños cambios, incluso cuandodejo de ver a las personas.

-Tú aún tienes esa chaqueta
-puntualicé, divertida. Elmesero llegó con mi café y él ordenó uno para sí mismo ("cargado, por favor").

-Y si me ves dentro de diez años probablemente aun la tenga-dijo. Sacó una cajetilla de cigarros del interior de su saco y dio unrespingo, como si hubiera recordado algo de golpe- ¿Fumaste esa cajetilla quete dejé?

-¿Me creerías si te digo que está casi completa? Creo quelos he guardado para ocasiones especiales. Son los mejores que he probado.

-Excelente.

Entre tres cigarros y los sorbos de café la noche se cerniósobre el local mientras él y yo lográbamos hablar como un par de viejos amigosque saben todo del otro, sin ningún tipo de barreras. Charlar con él, aunque eltema fuese trivial e irrelevante, me corroboraba que había tomado la decisióncorrecta al dejarlo todo atrás y me hacía sentir viva, libre. Alguna parte demí lo había extrañado demasiado.

-Me gustaría mostrarte algo -dije, recordando el claro delbosque que había encontrado al llegar- Creo que te gustará, aunque quizás lohayas visto. Está en el bosque.

-No he ido al bosque, aunque cada noche siento que me llamaen sueños -respondió, sonriente.

-Vamos inmediatamente, es realmente maravilloso.

Pagamos el café y salimos del lugar al tiempo queacordábamos acudir en mi auto, puesto que su motocicleta estaba lejos de allí ydespués de todo era yo quien conocía la ubicación del lugar. Noté que los rolesse habían invertido: en esos momentos yo era la responsable del lugar al queíbamos. Y aunque así había sido la primera tarde que habíamos pasado juntos, enesa ocasión me sentía con cierto poder, o quizás sólo en su mismo nivel, comosi hubiera subido un escalón. Había sentido aquello apenas se había sentadofrente a mí en el café, casi al mismo tiempo que descubría ese algo diferenteen su expresión y su forma de comunicarse -que identifiqué como una parte suyamás acostumbrada a relacionarse con la gente, comparada con la personalidad quehabía mostrado al conocerlo.

Me hizo preguntas sobre el vehículo, me contó sobre personasque había seguido conociendo en el camino e incluso navegó por la colección demúsica que guardaba en una caja bajo el asiento del copiloto. Dio el vistobueno a la mayoría de lo que vio y puso en el reproductor de música algo de TheSmiths que no dudó en tararear, siguiendo la letra de vez en cuando. Alabó mi lentitud al conducir, argumentandoque no había que apresurarse en caminos así, en medio de bosques y con la lunallena asomándose descaradamente entre las nubes, opacando tristemente a lasestrellas que intentaban brillar con más intensidad que ella. Le pregunté sirecordaba a Elizabeth y respondió que sí, que no podría olvidarla aunque porazares del destino había tenido que deshacerse de la guitarra -y yo sospechabaque él la había destruido, no sé porqué; me contó un poco sobre la frustracióny desorientación que había experimentado recientemente, guardándose losdetalles para cuando llegásemos al claro debido a que pensaba que allípodríamos hablar con más tranquilidad (aparentemente el ir y venir de losárboles a través de las ventanillas lo distraía de maneras insospechadas). Tuveque explicarle que al llegar al bosque debíamos dejar el vehículo en una orillay caminar unos minutos hacia el claro, pero a él pareció no importarle eincluso sus ojos brillaron casi imperceptiblemente cuando ambos caímos en lacuenta de que nos internaríamos en un lugar prácticamente desconocido sin másiluminación que la de la luna llena que nos vigilaba atenta desde las alturas.

 

-Hemos llegado -anuncié, orgullosa, mientras aparcaba en elmismo sitio que había utilizado durante aquella tarde.

La luz era prácticamente inexistente, el auto quedabaescondido bajo la sombra del sauce y apenas podía encontrar la silueta deldesconocido. Escuché su risa transparente a mi derecha y su voz preguntándomesi estaba bien, mientras su mano se encontraba de golpe con la mía aferrándolacon fuerza, decidido.

-Guíeme, doncella.

Sonreí y sé que me sonrojé, pero él probablemente no lo notó.Permití que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad azulina de aquella noche ytiré suavemente de él para indicarle el camino correcto hacia el claro, hacialo que poco a poco nombraba como "el lugar definitivo", no tengo claro porqué. Eldesconocido no hizo preguntas, no dijo nada, simplemente se dejó guiar por mispasos inestables debido a la irregularidad del piso, sin soltar en ningún momentomi mano. La luz de la luna nos bañaba mágicamente con su resplandor. Él sedetuvo suavemente y rompió el silencio, muy acertadamente.

-Mira hacia arriba.

Un millón de puntitos brillantes, centelleantes, se alzabansobre nuestras cabezas: eran todas las estrellas que me había perdido porviajar en automóvil. Su fulgor no se veía opacado por el de la luna, de hechoambos lograban mostrar una armonía impresionante, algo así como una danza estáticade cuerpos mágicos que están allí para devolverte la mirada con júbilo,esperando que renazcas bajo su brillo y te lances a la vida en un impulso delmomento, sin que importe nada más que eso. Sonreí, sobrecogida, y presionéinconscientemente la mano del extraño a mi lado, haciendo que él se acercara amí de manera que yo pudiera sentir sumágica sonrisa, llenando todos mis sentidos.

Sacudí la cabeza luego de unos minutos y me sorprendí alnotar que ya habíamos llegado al claro. Un prolongado suspiro que se escapó demis labios logró atraer la atención de él, que me miró confuso y pregunto quésucedía.

-Aquí es -respondí.


Estábamos recostados en silencio sobre el césped cubierto derocío, simplemente observando embelesados ese millón de estrellas que nos invitabana renacer y lanzarnos a la vida. Ya había soltado mi mano, pero de cierta formalo sentía completamente conmigo, como si de un momento a otro hubiera pasado aser yo. No estábamos allí, de esoestaba segura, estábamos dentro de la visión de las estrellas y la luna, dentrodel brillo azulino, dentro de una atmósfera mágica y perfectamente imperfecta.Como él. Como yo. Invencible, inefable, única
Era otro mundo, a su lado, enmedio de un bosque, de noche.

-No pensé que te encontraría en medio del camino en unpueblo así -dijo él, rompiendo con el silencio casi sagrado que nos habíainvadido después de unos minutos que parecieron eternos.

 

-Yo no pensé que te vería entrando a un café con una chicade esa apariencia.

-Touché, mademoiselle.

-Supongo que no estaría aquí si no fuera por ti -reflexioné,volteándome para mirarlo- Sabes que cuando te conocí fue como si hubiesesdespertado una bestia dormida, y cuando me dejaste ese libro
simplemente nopodía seguir como estaba, era imposible.

-El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiarel destino de un alma.-murmuró- Sabias palabras de Marcel Proust. Aunque no creo que haya cambiado eldestino de tu alma, sino que
lo redirigió. Claramente te sometiste a lasociedad y llegó un punto en que tu esencia no pudo soportarlo más.

-Y tú influiste mucho en eso, ciertamente.

-Creo que ya no somos tan diferentes como antes, ¿no teparece? -me miró a los ojos con una media sonrisa, expectante.

-A pesar de que ambos estemos viajando y nos hayamosencontrado en el mismo lugar, sigue habiendo una diferencia entre nosotros, muyimportante. -dije, seria, mirándolo también.

-¿Y cuál es?

-Yo estoy tomándome eltiempo de al viajar y desligarme de todo, porque he descubierto que haymucho, mucho más.

-¿Y yo que estoy haciendo?

-Desconocido, tú estás escapando.

"We're here today, gone tomorrow
All in life is ours to own
You are with me, I won't ask you why
you are old enough to know
"

¿Qué podía decir alrespecto? Su suposición era cierta, no había nada que dijera para demostrar locontrario y tampoco me apetecía hacerlo. Me agradaba que ella fuera capaz dever a través de mí con esa facilidad, nadie había podido hacerlo hasta esemomento. La doncella que descansaba a mi lado, recostaba sobre el césped húmedobajo un cielo iluminado generosamente por la Luna llena, había llamado mi atención apenas lahabía visto por primera vez al otro lado de la calle, escuchando música yobservando a la gente con inusitado interés; después de todo no había sidocasualidad que me hubiera dirigido a ella para un tour por la ciudad.Sin embargo, cuando la dejé atrás aquel amanecer, pensé que nunca más lavolvería a ver y que me estaba deshaciendo de la única persona capaz decomprenderme más de lo que a veces yo mismo me comprendía, aunque a primeravista no pareciera alguien en sintonía con mi forma de ver la vida. Y de algunamanera la vida se había encargado de volver a juntarnos en un pueblecito queambos visitábamos por primera vez, destruyendo esa idea que me había creadorelacionada con el hecho de no volver a encontrar a alguien como ella nuncamás. Ella. Estaba consciente de que, en parte, gracias a mí estaba allí,viajando, buscando algo más, desligándose de todo. Los dos días quehabíamos pasado juntos le habían abierto los ojos, habían desencadenado a labestia que la sociedad -que su padre, e incluso ella misma- se había encargado demantener en el anonimato durante tanto tiempo. Y yo estaba orgulloso deaquello, por supuesto. Y entonces, mientras sentía su insistente mirada clavadaen mis ojos que observaban apaciblemente el firmamento, supe exactamente quédecir.

 

-Sucedió algo -Megiré para mirarla y me acomodé en mi posición, intentando encontrar la mejormanera de comunicarle de una sola vez lo que tenía pensado.- Y creo que por esoparece que escapara, por eso escapo.

-Oh
Bueno, si
sino quieres hablar de aquello no importa, lo entiendo.

-Es por eso que lomenciono -respondí- Quiero hablar de eso.

Ella se aclaró lagarganta y me alentó a comenzar. No sabía dónde nos llevaría todo eso, pero yahabía dado el puntapié inicial y no podía retractarme.

-Me veo en lanecesidad de citar a Tolstoi mademoiselle. Creo que esta frase resumeperfectamente mis porqués, o al menos uno de ellos.

-Adelante -dijo,sonriendo- Siempre es bueno saber nuevas frases de ese señor.

-Quería movimiento, nouna existencia sosegada -murmuré, algo sobrecogido, sintiendo que estaba apunto de desnudarme, de dar a conocerlo más íntimo de mi alma, lo que me había empeñado por ocultar y por dejaratrás todos esos años- Quería emoción ypeligro, así como la oportunidad de sacrificarme por amor. Me sentía henchidode tanta energía que no podía canalizarla a través de la vida tranquila quellevábamos.

-Entonces había unaella.

-Sí, la hubo.

-Pero no es soloeso, ¿verdad? -inquirió, luego de unos cuantos segundos de silencio,incorporándose para mirarme directamente a la cara.- No es por eso que ahoraescapas
¿De qué te ocultas?

-De mí,probablemente. Hay algo
hay muchas cosas que ya no encajan, ¿sabes? Meencontré con ella hace un tiempo y me dijo que había comenzado una vida nómada pormí, que estaba recorriendo el mismo camino que yo para convencerme devolver a casa. Y yo
no comprendí qué me había atado a ella antes, simplementeno vi nada en ella, nada que me llamara la atención. Y
y desde ese día sientoque falta algo, que olvidé algo de suma importancia a mitad de camino; no logrodescifrarlo, no logro saber qué es lo que me falta para volver a sentirme tanlibre como antes.

-Tal vez
tal vezya no necesitas viajar -balbuceó, como temiendo que lo que sus labiospronunciaran fuera una blasfemia- Tal vez ya te desligaste de todo, ya no quedanada de lo que puedas deshacerte. Dejaste tu hogar de infancia, dejaste a unamujer que creías amar, dejaste probablemente algún tipo de posición dentro dela sociedad
Tal vez ahora necesitas buscar un sitio para ti, algún pueblitocomo este en medio de la nada que no sea demasiado urbano, donde no tengas quetener demasiado para vivir, donde solo te haga falta una habitación de cuatroparedes y un millón de noches como esta, tirado por ahí en el claro de algúnbosque, simplemente observando las estrellas, sintiéndote pequeño

No dijo nadarelacionado con estar con alguien, pero en cuanto sus palabras rozaronmi alma sentí que ese era el lugar en el que debía estar, con ella. Quequizás
quizás si lograba que nuestras almas estuvieran en pleno contactoencontraría eso que me faltaba, eso que ni siquiera sabía cómo nombrar. Depronto el brillo azulino de la luna iluminando sus elegantes facciones mepareció algo completamente divino por el simple hecho de estar entregándole suresplandor a ella. Y quise regalarle las estrellas, embotellar el brillo de laluna, construir una cama de pétalos de rosa sólo para ella y recorrer cadamilímetro de su cuerpo con mis labios. Y no dejarla ir nunca, jamás, aferrarmea ella como si fuera lo único capaz de mantenerme con vida, nada más, nadie más.

 

-¿Qué pasa?-preguntó preocupada, sacándome de mi letargo. Había estado observándolafijamente durante demasiado tiempo, quizás.- ¿Te ha molestado lo que t
?

Era imposible queesperara más. La miré de tal manera que enmudeció y cerró los ojos, casitemblando. Podía sentir que un trocito de su esencia, de sus pensamientos y desu corazón comenzaba a flotar a nuestro alrededor; podía sentir que el escudoque me había construido para esconderme de todo se resquebrajaba poco a pocomientras ella alzaba la mano para acariciar mi rostro con extrema suavidad,repasando con un dedo frío cada parte de mi cara, aparentemente queriendomemorizarlas con el tacto. Cuando al fin nuestros labios se juntaron no pudeevitar pensar que todo tenía sentido, que todo eso encajaba, que eso era.No sabía a qué me refería exactamente, pero había algo que me comunicaba agritos que eso, allí mismo, era la libertad que había estado buscando alalejarme de mi hogar hacía años, que en ese momento la persona que besaba conímpetu a la chica que había descubierto ese claro en medio del bosque era yo,completamente yo, un ser humano, una bestia, un animal salvaje, un errante, unextraterrestre, algo indescriptible. Mil identidades, un millón de pensamientosque de pronto se hacían uno y cobraban sentido, encajaban en alguna parte delcosmos y llegaban directamente a su corazón, impactando estrepitosamente,revolviendo todo lo que estaba allí, desordenándolo
pero de alguna maneradándole más vida, uniéndolo aún más al mío, a ese órgano que había permanecidointacto durante tanto tiempo, que ni siquiera la persona a la que supuestamentehabía amado mientras vivía en sociedad había logrado rescatar del pozo sinfondo en el que yo mismo me había encargado de dejarlo. Y ella lo estabahaciendo, en ese momento, bajo ese cielo, entre aquellos árboles oscuros, enmedio de la nada... estaba rescatándome. No sabía cómo, pero había bastado suroce para que todo se desatara, para que la explosión tomara lugar y mi cuerpose estremeciera por completo en medio de la nada y mi alma se escapara en mediode un suspiro para refugiarse dentro de la suya.

Ya nada importaba.El césped húmedo había perdido relevancia, al igual que las estrellas y losárboles, al igual que la ropa, el auto abandonado al inicio del bosque, lanaturaleza, el café de la tarde, los discos de Bob Dylan que habíamos dejado enel armario aquella madrugada del año anterior. Sólo éramos ella y yo, y nisiquiera eso. Las identidades se desvanecían lentamente entre el ir y venir denuestros cuerpos sobre nuestra propia ropa, no quedaba nada; nos deshacíamos detodos los pensamientos, de todas las frases, todo lo que importaba y lo que no.La libertad que había sentido cuando hacía poco más de dos años había notadoque definitivamente lo dejaba todo atrás no se comparaba en lo absoluto con laplenitud que experimenté en ese momento, junto a ella, haciendo realidad esereciente deseo de recorrer todo su cuerpo con mi boca, esas ganas inexplicablesde saborearla, quizás hacerla mía
No, ¿cómo podía ser tan egoísta? Ellano era mía, era del viento; ambos pertenecíamos a ese infinito que se funde conel universo, a ese inefable montón de almas que se unen en un lugar donde elcielo se junta con la tierra, con el mar
Éramos eternos, invencibles,indestructibles, un par de almas y esencias que se unían de una manera que elmundo jamás había visto, algo completamente nuevo e indescriptible, demasiadointrincado y simple para ser descrito con palabras, demasiado
Unhombre y una mujer verdaderamente enamorados es el único espectáculo de estemundo digno de ofrecer a los dioses. ¿Enamorados? Oh, Goethe podía estarequivocado al mezclar esa palabra dentro de su frase. Eso no era un simple enamoramiento, iba mucho más allá.Superaba todas las leyes, todas las creencias, todo lo que habíamos pensadoambos alguna vez en nuestras vidas. Era muchísimo más, demasiado, casiinsoportable
Era alcanzar el nirvana y quedarse allí para siempre, junto aella, en ese momento inmortalizado, nada más y nada menos. Los dioses podíanbajar y sentirse satisfechos, saber que esa perfección a la que habían aspiradoal crearnos estaba allí, estaba desarrollándose mientras nosotros hurgábamos enel cuerpo del otro cual exploradores, descubriendo y maravillándonos con todolo que nos encontrábamos. Peligro, aventura, amor y un poco-mucho más, magia -demasiada, revoloteando alrededor,cubriéndonos con su esplendor, protegiéndonos y alentándonos a seguir, a noacabar jamás, a quedarnos allí juntos,a no dejarnos ir nunca, a detener el tiempo simplemente porque éramos capaces,porque podíamos hacer lo que quisiéramos y mucho, muchísimo más. Las manos, loslabios, las miradas no eran suficientes; el aire se escapaba, volvía de golpe,se perdía
El poema más profundo e intenso del mundo no era suficiente ni dignopara ser susurrado al oído de aquella doncella a la que me estaba entregandocomo jamás me había entregado a nadie. Ella... de pronto transformándose en ladueña de todo lo que pensé que me pertenecía, entregándose de la misma maneraque yo, sintiendo que el resplandor de la luna nos elevaba y nos llevaba aotras dimensiones, a otros mundos; que nos transportaba por la Vía Láctea, nos paseaba entre un arco irisinterestelar, nos permitía decirlo todo y mucho más en un beso profundo o unacaricia tímida. Magia, magia pura, de esa que no se puede describir conpalabras, de esa que solo parece existir en libros o películas o historiassumamente fantasiosas
Ese tipo de magia estaba pasando frente a nuestros ojos,nos estaba entrelazando aún más creando algo invencible, demasiado y a la vezefímero. Mágico, fantástico, eterno, inefable, íntimo, profundo, intenso
comoella.

 

-Quédate conmigo ynunca me sueltes.

El susurro del desconocido se coló por mi oído y logró llegarhasta el fondo de mi corazón. Apreté su mano con fuerza, lo besé en la mejillay sonreí, asintiendo, dándole a entender con una simple mirada que nunca, nuncame alejaría de él.


Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujery casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudieseelegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te dejaestaqueado en la mitad del patio. (Julio Cortázar)

 

Analogía: Razonamiento basado en la existencia

de atributos semejantes en seres o cosasdiferentes.

No éramos tan diferentes, después de todo. Durante laprimera charla que habíamos tenido había logrado establecer con facilidad unaenorme lista de diferencias entre ella yyo, pero en ese momento, después de lo acontecido hacía unas cuantas horas,después de hablar infinitamente bajo las estrellas, la lista había desaparecidopor completo y había logrado descubrir un millón de similitudes que, de hecho,superaban a las diferencias. A simple vista cualquier espectador hubiesesentenciado que éramos completamente opuestos, pero en el fondo, una vez que seindagaba tan solo un poco dentro de la mente de cada uno, se podía determinarcon facilidad que teníamos muchos pensamientos en común, así como metas eideales. Ella quería comprobar que había más al despojarse de las cadenassociales y yo había aspirado exactamente a lo mismo cuando había iniciado miviaje; de cierto modo ella escapaba -de lo establecido, de lo sociedad, de loconvencional- y yo
por supuesto, yo también. Ella acababa de experimentar supropio concepto de libertad, podía percibirlo en el brillo de sus ojos, en eltono de su voz, en su sonrisa; yo también había encontrado la forma deexperimentar mi término de libertad al poco tiempo de iniciar el viaje, yaunque ahora buscaba desesperado la manera de volver a sentir todo aquello,sabía que ella, con su reciente sabiduría, con todo aquello que había logradohacerme sentir en tan solo unas horas la noche anterior, sería capaz dedevolverme a la vida, de rescatar lo que quedaba de mi alma errante y mostrarmeel camino correcto. No era como si le estuviese entregando toda la responsabilidad,pero había algo que me decía a gritos que fuera tras ella a cualquier rincóndel planeta, que no la dejara ir jamás, que la amarrara con mis brazos, que lehiciera comprender de alguna u otra manera que eso era lo que necesitaba: ella.Había bastado un segundo, un ínfimo instante perdido en el tiempo la madrugadaanterior, para que yo notara que la doncella del Ford Mustang era eso quedurante aquellos últimos meses había dado por perdido, ese algo que le faltabana mis días de errante para completarlos, para que yo volviera a sentirsatisfacción al ver una puesta de sol o descubrir alguna pequeña maravilla dela naturaleza.

-¿Le traigo algo?

Una camarera de rostro cansado se acercó a mí sin mirarme,lista para tomar la orden. Pedí un café cargado, sin azúcar. Había llegadomucho más temprano de lo acordado, pero no tenía ningún inconveniente enesperarla (de cierta forma ya había esperado meses por todo eso, ¿qué tantopodría ser media hora o un poco más?). Estaba todo decidido, por supuesto. Nosencontraríamos en ese local a las nueve de la mañana para comer algo rápidamentey luego prepararnos para iniciar un nuevo viaje completamente diferente en elque ambos nos habíamos internado durante el último tiempo. Iríamos a la par porla carretera -ella en su auto, yo en la moto- buscando algún lugar donde poderestablecernos, donde iniciar una vida totalmente nueva juntos. No sabía quéresultaría de todo eso, pero en ese momento tenía más que claro que lo únicoque quería era estar con ella y recuperar lo perdido, nada más que eso. Encendíun cigarrillo mientras la voz de Bob Dylan sonaba en algún rincón del café,recordándome inexorablemente a lo que había vivido con ella

 

Well, if you'retravelin' in the north country fair,
Where the winds hit heavy on the borderline,
Remember me to one who lives there.
She once was a true love of mine.


y sonreí como no hacía hace demasiado tiempo, sintiéndomede pronto más vivo que nunca. No éramosdiferentes, para nada -no como había pensado-, ¡éramos iguales! El resto de mivida estaba a punto de comenzar.

Aparqué a pocos metros del café de la tarde anterior conunos cuantos minutos de retraso -habíamos acordado encontrarnos allí a lasnueve de la mañana. Él me esperaba sentado en una de las mesas, mirando através del vidrio lo que ocurría en el exterior con esa expresión que dejabamás que claro que no le importaba absolutamente nada de lo que pasaba frente asus ojos. Me tomé el tiempo para guardar cada detalle de aquel desconocido, todo aquello que ensilencio realmente adoraba: la chaqueta, el cabello desordenado, los ojosprofundos, los labios finos, el cigarrillo encendiéndose entre sus labios, elrecuerdo de la sonrisa radiante y enigmática. Di un paso adelante sin dejar de observarlo, mientras recordabafugazmente la maravillosa noche anterior, lo mágica e impredecible que habíasido todo, esa extraña sensación de estar en casa cuando al fin sus labioshabían alcanzado los míos -como si hubiésemos nacido para esperar ese momento
y de pronto, de un horroroso segundo a otro, algo dejó de sentirse bien, unaduda comenzó a forjarse dentro de mi mente y por un momento me vi en laobligación de detenerme completamente a pensar,nada más que eso. Volví a sentarme frente al volante y cerré los ojos, abrumadapor la inmensa cantidad de conclusiones que se amontonaban en mi cabeza y porel poder que éstas parecían ejercer sobre mí; bastaba un solo atisbo de dudapara que comenzara a verle el lado malo a lo que el desconocido y yo habíamos acordadodurante la madrugada. Si bien la noche había sido fantástica -de principio afin, sin duda-, no podía pasar por alto el hecho de que mi viaje estaba apenas comenzando y aún me quedaba muchísimo porrecorrer, demasiado por descubrir y otro tanto de cosas que dejar atrás; él,por otro lado, llevaba unos cuantos años de nómada y simplemente se habíaquedado sin motivos de peso para continuar con su vida errante, resultándole depronto mucho más reconfortante el encontrar un solo lugar donde establecerse,donde pudiese disfrutar de todo aquello que lo hacía desarrollar su propio conceptode libertad sin necesidad de viajar físicamente. Y de alguna manera él pensabaque yo podía colaborar con su estabilidad, que comenzando esa nueva vidaconmigo todo iba a ser tan maravilloso como lo que habíamos experimentado unascuantas horas atrás
pero yo no me creía capaz de perderme todo lo que mefaltaba por ver para quedarme estancada en el inicio de mi carretera; la ideame parecía horrorosa aunque estuviera él, después de todo había dejado mi vidaatrás para descubrir el mundo y decidir qué era lo que prefería -y eso aún nohabía sucedido.

 

Mi respiración se aceleró cuando me sorprendí escribiendouna nota de despedida. Era increíble, la verdad. Yo le escribía una nota de despedida a él, al mismo sujeto que había visto marcharse, el mismo sujeto quese había acercado a mí porque había visto algo diferente en mí; el mismo que mehabía pedido con voz suplicante que nunca lo soltara. Y yo lo iba a dejar, ibaa atreverme a seguir mi camino sin él, loiba a soltar. Pero eso no significaba que iba a dejar de estar con él, ¡porsupuesto que no! No podría olvidarlo jamás y esperaba que él tampoco a mí;además, con un poco de suerte volvería a encontrarlo en algún tiempo más yquizás podríamos retomarlo todo
Salídel auto y pegué con cinta adhesiva el pedazo de papel en el asiento de lamotocicleta, grabando de paso la imagen del vehículo con la intención dereconocerlo si algún día lo volvía a ver por ahí. Alcé la vista para observarlopor última vez, para recordarlo como un sujeto al que no le importaba nada,alguien que podía estar solo tomándose un café, simplemente perdiéndose en eltorbellino de sus pensamientos y teorías. Sin embargo, lejos de encontrarme conla imagen de un hombre despreocupado, mis ojos se toparon con unosincreíblemente tristes, de expresión desgarradora y completamente sin brillo.Me estaba mirando. Estaba viendo cómo dejaba la nota en su moto, estabacomprendiendo que planeaba marcharme, que no podía quedarme allí, que no podíaestar con él. Su rostro reflejó durante una milésima de segundo una profundatristeza y desesperación que solo una persona lo suficientemente acostumbrada asus facciones habría sido capaz de notar -aunque yo lo hice, sin saberexactamente bien porqué o cómo-, para luego dar paso a un desconcierto fingido,un escudo para que yo no supiera que él ya estaba al tanto de lo que estabasucediendo. Se levantó rápidamente de la mesa y salió corriendo del local,mientras yo subía torpemente al auto para poner en marcha el motor, marcharmede allí y poder dejar atrás esa escena tan

He's a real nowhereman,
Sitting in his Nowhere Land,
Making all his nowhere plans
for nobody.

El auto pareció quejarse cuando metí mal el cambio paracomenzar a andar, pero ¿cómo era posible que precisamente estuviese sonando esacanción? Intenté con toda el alma no mirar por el espejo retrovisor, pero nopude controlar el impulso y acabé contemplándolo embelesada una vez más. Estabaa un lado de la motocicleta con mi nota en la mano, los brazos a ambos lados delas piernas y expresión vacía, cansada; el cabello se paseaba delante de susojos con gracia infantil, pero él parecía preocuparse únicamente de mi estúpidoFord Mustang negro alejándose con innecesaria lentitud por la calle principaldel pequeño pueblito. Me alejaba, me iba, lo
lo estaba soltando.

He's as blind as hecan be,
Just sees what he wants to see,
Nowhere man can you see me at all?

¿Acaso ella se había sentido tan destrozada cuando la habíadejado fuera de su casa aquel amanecer del año anterior? ¿Acaso mi madre, mifamilia, mi prometida
? Subí rápidamente a la motocicleta, haciéndole caso a lavocecita en la cabeza que me ordenaba que fuera tras ella, que no la dejara ir,que la amarrara con mis brazos, que le hiciera comprender de alguna u otramanera que eso era lo que necesitaba: ella (y que ella me necesitaba de lamisma manera a mí). Había bastado un segundo, un ínfimo instante perdido en eltiempo la madrugada anterior, para que yo notara que la doncella del FordMustang era eso que durante aquellos últimos meses había dado por perdido, esealgo que le faltaban a mis días de errante para completarlos, para que yovolviera a sentir satisfacción al ver una puesta de sol o descubrir algunapequeña maravilla de la naturaleza. No podía permitir que se me escapara asícomo así sin siquiera decirme lo que pensaba -y por eso no había leído la nota,por supuesto.

 

Se detuvo. Yo la imité, esperando pacientemente a que sebajara del auto para poder hablar y arreglar todo de una vez, sin importar cómoresultara. Observé que había apoyado la cabeza en el volante, que sus hombrosse convulsionaban, que una canción de los Beatles sonaba a todo volumen en laradio.

-No puedes irte -bramé, acercándome a la ventana del asientodel conductor. Sabía que me escuchaba.- No, no puedes irte, no quieres irte.

-No puedo quedarme -exclamó aun con la cabeza gacha, sinmirarme. La voz se le quebraba y parecía debatirse entre salir del auto o pisarel acelerador para escapar de ahí. Optó por lo primero.

-¿Cómo es que no te das cuenta? -comencé apenas abrió lapuerta y alzó la cabeza. La miré fijamente, desesperado, escogiendo mentalmentelas palabras adecuadas, las palabras que parecían no querer llegar a mi mente oque tal vez estaban amontonadas por ahí, simplemente demasiado juntas las unascon las otras como para salir a través de mi boca- Mademoiselle, tu lugar
tulugar es junto a mí, es
es viajar sin rumbo a mi lado, es noches eternas en elbosque, en medio del desierto, frente al mar; es encontrar el camino haciadonde el cielo se encuentra con la tierra, ¡ser libres!... Ser libres juntos,por el resto de
de lo que sea que estamos haciendo, existir, ¡vivir!, caminaren el sueño de un viejo brujo con tiempo de sobra
Señorita, usted es
es loque buscaba, ¡y ni siquiera me había dado cuenta! Pero usted
¿sabe? Desde queme atreví a dejarla en la puerta de su casa mis días y noches han estadovacíos, sin
. motivos o esperanzas, y yo

-¡Basta, basta! ¡Detente! -gritó, poniéndose de piebruscamente para quedar a mi altura y mirarme con suma intensidad a los ojos-¡Mierda, ya basta, por favor! No puedo, no puedo quedarme contigo, ¡entiéndelo!Somos diferentes, somos
completamente incompatibles, ¡date cuenta! Tú
sí, túme enseñaste a descubrir quien soy realmente, tú y tus libros, tus citas, tushistorias
pero tengo que seguir mi camino sola, ¡el jodido camino que tú mismome mostraste! Debo hacer esto sola, tú lo hiciste solo, ¿cómo pretendes que lohaga con compañía? Piénsalo. ¿Cómo crees que habría resultado tu viaje si hubieses estado con alguientodo el tiempo? ¡Simplemente no habría resultado! No estaríamos aquí sihubieras hecho el viaje, por ejemplo, con tu prometida, ni con cualquier otrapersona, en realidad. -Se produjo un silencio en el que pareció recordar algo.Contuvo el aliento unos segundos y continuó:- Además, ¿por qué habría de irmecontigo? Cuando yo te pedí que me llevaras en tu viaje me lo negaste, ¡tefuiste! Y ni siquiera me diste una explicación decente, me dejaste un jodidolibro y una caja de cigarrillos
¡y yo te lo pedí, maldita sea! ¡Yo, que nuncale pedí nada así a nadie! No veo porqué tendría que irme contigo esta vez, noveo porqué tendría que aceptar realizar contigo el viaje que me costó tantotiempo decidirme a hacer.

 

-Magia -dije automáticamente, con los ojos cerrados, sinpensarlo demasiado.- Solo eso, magia.

-¡Magia! -Repitió ella, casi irritada- ¡Magia, joder! ¡Sí,fue magia! ¿Y si se acaba? ¿Has pensado en eso? Podría acabarse, ¿sabes? El misterio mutuo que representamos el uno parael otro, todo esto
se acabará, tarde o temprano, si decido viajar contigo. Teconoceré de tal manera que me irritaráconocerte tanto
Y
¿y si no eres túcon quien debo estar? ¿Y si mi propio desconocido me espera por allí, en unpueblo lejano?

-No estás segura de lo que haces, mucho menos de lo quedices.

-¿Cómo podría estarlo? Desde que te conocí todo ha sido deesa forma, ¿sabes? Nunca estoy segura de nada porque tus palabras siempreparecen tener doble fondo -se alejó un poco de mí y suspiró. Había algo
- Dime,respóndeme con honestidad. Si me voy contigo, ¿me aseguras que siempre estarásahí, que no me dejarás y que no te arrepentirás de la decisión que has tomado?

Podía decirle que sí, pero en el fondo estaría mintiendo. Nosabía cómo resultaría todo a largo plazo, no sabía si acaso en algún momentodescubriría algo que me haría huir, tal como había pasado antes; quería decirlealgo que lograra que se quedara conmigo, ¡por supuesto que quería eso!, pero nosabía cómo hacerlo sin mentirle, sin sentirme hipócrita. No tenía claro ya enqué momento había pasado de ser el sujeto que la esperaba pacientemente en elcafé, fumando un cigarrillo, al que le pedía que se quedara con él porque 'magia',porque era ella lo que buscaba; y eso, sencillamente, esa sensación dedesconcierto, de no saber cómo o en qué segundo había cambiado todo, meobligaba a replantearme mis propios argumentos y a tomarme más tiempo deladecuado en responder, lo que, claro, hacía que mi respuesta perdiera validez.

-No
no puedo asegurarte algo así, lo sabes bien, me conoceshasta ese punto. Pero si fueras tú quien me estuviera pidiendo que me fueracontigo tampoco podrías asegurarlo, ¿no crees?

La dama suspiró prolongadamente y se dejó caer al piso conexpresión de abatimiento, sin importarle aparentemente dónde depositaba sucuerpo. Se acomodó como pudo mientras yo me acuclillaba frente a ella paraquedar a su altura, para observarla con cuidado y capturar cada uno de susrasgos como si mis propios ojos fuesen una cámara de video. Había algo en suexpresión que oprimía mi pecho, algo que dificultaba mi respiración y hacía quemis dedos se sintieran repletos de hormigas. Y todo junto, cada una de lassensaciones, del desconcierto de la situación, de la electricidad que parecíaemanar su cuerpo, conformaba tan solo una milésima parte de la magia de la quehabía hablado, esa misma que parecía invadir todos y cada uno de mis sentidos.Quise decirle algo, pero de pronto todas y cada una de las frases archivadas enmi cabeza perdieron sentidos y parecieron demasiado toscas e inadecuadas parala ocasión. Luego de unos segundos de silencio, de observarla, de quitar unascuantas lágrimas de sus mejillas, conseguí hablar.

 

-Me basta mirarte parasaber que con vos me voy a empapar el alma.

-Esto no va a ningún lado -sentenció, hundiendo la caraentre las manos temblorosas. Parecía debatirse enormemente entre un millón decosas, ¡ojala hubiera sabido cuáles!...

-Si pudieras
si pudieras ver lo que siento, aunque fuera por unos cuantos segundos
-murmuré,arrodillándome a escasos centímetros de su rostro- Mademoiselle, ya no sé quédecirle para que no me abandone -intenté controlarme, pero mi voz se quebró enlas últimas palabras, al mismo tiempo que ella alzaba la cabeza para que susojos se encontraran con los míos, completamente desesperados.

Al parecer le tomó unos instantes reconocer el sentido demis palabras. Sus labios formaron una "o" muda, dando muestra de su sorpresa,del efecto que había causado mi oración. Frunció el ceño, desconcertada, y meobservó brevemente antes de rodear mi cuello con los brazos y aferrarse a mícon fuerza, como si no hubiera nada más, como si en cualquier momento ambos fuésemosa desaparecer en ese mismo lugar, como si
como si ella estuviera sintiendoexactamente el mismo pesar que yo. No quería dejarla y al parecer ella tampocoquería dejarme a mí, ¡ese tipo de abrazos no son de alguien que quiereabandonarte! Me costaba aceptar que toda esa mezcla de sensaciones que habíacreído tan extintas, tan
tan imposibles de volver a experimentar porquesimplemente ya no las necesitaba, habíanvuelto a instalarse dentro de mí gracias a una chica con la que había pasadotan poco tiempo, ¡pero es que parecía que había estado a mi lado por miles de días,semanas, años! Tal vez
tal vez había recapacitado, tal vez mis palabras habíanlogrado el efecto deseado sin siquiera proponérmelo, ¡tal vez solo tenía quedecirle eso, que no sabía qué decirle para que me dejara! ¡Tal vez no me dejaría!¿Podría ser cierto
?

La radio de su vehículo dejaba escuchar una canción de BobDylan, ¡qué apropiado! Ahora no podría volver a escuchar esa voz sinrememorarla a ella

Yes, 'n' how manyyears can some people exist
Before they're allowed to be free?
Yes, 'n' how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn't see?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

El silencio que se veía únicamente roto por la canción en laradio se vio interrumpido aun más cuando la doncella en mis brazos murmuró, enun susurro desafortunadamente desgarrador, apenas audible:

-Nunca, nunca te voy a abandonar, sin importar donde esté.

Mis brazos se cerraron aun más alrededor de su cintura en unvano intento de vivir en ese momento para siempre, allí, en medio de lacarretera desierta, aferrado a ella que se amarraba a mi cuello. El suaverastro de la respiración de la dama demasiado cerca de mí logró conmocionarmede tal manera que una lágrima solitaria osó deslizarse por mi mejilla, despuésde más de diez años sin llorar
¡Diez años! Había pasado demasiado tiempo desdeque mis labios habían probado el sabor de mis propias lágrimas, se sentíaextraño, ¡extrañísimo! Y ella
ella había sido capaz de eso, ¡ya me parecía unahechicera poderosa, la más poderosa de todas! ¡La única capaz de hacermetraspasar mis propios límites! Esos jodidos límites que en algún momentodesconocido había trazado para no salir dañado, para no volver a
sentir de esamanera. Y ella lo había logrado. Ella había hecho que volviera a sentir,gracias a su magia, gracias a su testarudez, incluso, pero sobre todo gracias aesa magia de la que ni siquiera era conciente, ese brillo que desprendían susojos al escuchar alguna de las citas de autores famosos, la sonrisa sincera queregalaba al más afortunado, la mueca de satisfacción que se asomaba cuandoescuchaba alguna canción que le agradaba
¡Todo eso era su magia, lo que ellamisma no sabía que poseía! Y todo eso había logrado que este sujeto errante,este
intento retorcido y bizarro de lobo estepario, este hombre impulsivo ymuchas veces simplemente perdido y desorientado, volviera a sentir de maneras que de hecho no sabíapodían manifestarse a través de sí mismo.

 

No podía dejarla ir, era cierto. Hacerlo significaba uncrimen contra mí mismo, contra el ser ansioso de demostrar todos esossentimientos aparentemente nuevos que crecían a cada segundo con más fuerza.Pero tampoco podía ser tan egoísta como para amarrarla a mi lado, no podíapermitir que eso que también crecía dentro de ella, esas ansias de libertad yde probarlo todo, se extinguieran por mi culpa. Tenía que dejarla ir aunque esome matara. Tenía que dejar que viajara por la carretera, que sintiera el vientopurificándola, que experimentara lo más cercano a alcanzar el nirvana, queencontrara ese lugar que tanto parecíamos buscar ambos. Porque si esa magia queyo tanto amaba era verdadera, si realmente merecía unirse conmigo, volveríamosa encontrarnos, tal vez en el mismo lugar donde el cielo se encontraba con latierra. Y estaríamos completos, ambos. Y seríamos más que dos individuossencillamente errantes y con ansias excesivas de libertad; seríamos, ¡sí que loseríamos!, dos seres que habían alcanzado aquello con lo que la mayoría nisiquiera se atreve a soñar, lo que hace girar a la Tierra, lo que nos invita arecostarnos contra un cuerpo en busca de calor, lo que te hace despertar conganas de comerte el mundo un sábado de abril, eso mismo que te invade de prontoy te hace sonreír sin razón, lo que te provoca montar un musical de películamientras caminas hacia tu trabajo, escuchando música. Porque nos encontraríamos,por supuesto.

La vi partir, no sé cómo, apoyado contra el asiento de cuerocasi roído de mi motocicleta. Noté -no sin esbozar una sonrisa algo amarga- quelos roles de aquel amanecer de abril se estaban invirtiendo en ese precisoinstante. Y allí, en medio de la carretera, sentí que ella se llevaba algo mío,que me quitaba algo primordial; pero, al mismo tiempo, sentí también que yotambién me quedaba con algo suyo, con un kilo de los polvos mágicos de sumirada y de su sonrisa, con otros poquitos gramos del recuerdo de sus labioscontra los míos y una docena de frasquitos repletos de la noche anterior, deese remolino de deshacernos de todo y quedarnos con ese todo también. Y eracierto, pues, que jamás me abandonaría, porque yo tampoco la dejaría ir. Jamás.

Análogo - Fanfics de Harry Potter

Análogo - Fanfics de Harry Potter

Una tarde de Abril es totalmenteperfecta para quedarse en casa observando a un lado de una ventana cómo empiezaa llover, con una taza de chocolate caliente o

potterfics

es

https://potterfics.es/static/images/potterfics-analogo-fanfics-de-harry-potter-3104-0.jpg

2024-10-14

 

Análogo - Fanfics de Harry Potter
Análogo - Fanfics de Harry Potter

MÁS INFORMACIÓN

El contenido original se encuentra en https://potterfics.com/historias/34859
Todos los derechos reservados para el autor del contenido original (en el enlace de la linea superior)
Si crees que alguno de los contenidos (texto, imagenes o multimedia) en esta página infringe tus derechos relativos a propiedad intelectual, marcas registradas o cualquier otro de tus derechos, por favor ponte en contacto con nosotros en el mail [email protected] y retiraremos este contenido inmediatamente

 

 

Update cookies preferences