Cuando la oscuridad se llevó a Colin Creevey... - Potterfics, tu versión de la historia

 

 

 

Cuando la profesora McGonagall nos echóa Peakes y a mí de la mesa de Gryffindor, ambos nos levantamos refunfuñando ysalimos del Gran Comedor. El vestíbulo estaba atestado de alumnos queaguardaban a ser evacuados, niños menores de edad o estudiantes que carecíandel valor y la lealtad a Hogwarts necesarios para quedarse a luchar. Observé aestos últimos con algo que interpreté como desprecio.

Vamos,Creevey
murmuró Peakes a mi lado, tirando de mi túnica con suavidad.

No.Adelántate. Me he olvidado en el Gran Comedor
la cámara de fotos improvisé,retrocediendo un paso. Peakes me miró, incrédulo, y murmuró con voz abatida:

Venga,Creevey, no seas tonto. Déjala, ya conseguirás otra. Tenemos que irnos antes deque

 

Vetú le interrumpí, retorciéndome las manos por detrás de la espalda. No tardo.

Él me dirigió una última miradaaprensiva y, tras mascullar un rápido "Nohagas tonterías", se unió a los asustados alumnos que aguardaban antenosotros.

Le observé mezclarse entre la multitudde túnicas negras hasta que desapareció de mi vista. Entonces, y cuidando queningún estudiante o profesor me viese, me deslicé velozmente hacia lasescaleras de mármol y las subí valiéndome de algún que otro empujón. Porsuerte, y pese a mis dieciséis años, era pequeño y delgado, por lo que no meresultó complicado abrirme paso hasta un pasillo vacío de la planta de arriba.

Suspiré, temblando, y miré de un lado aotro del corredor, vacilante. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? De pronto,el sonido apresurado de unos pasos veloces me sobresaltó, y me oculté tras untapiz cercano. Los pasos se detuvieron muy cerca de mí, y vi cómo alguien sesentaba en el pedestal vacío de una de las estatuas que en esos momentoscustodiaban las entradas de Hogwarts por orden de la profesora McGonagall. Observéde espaldas a la solitaria figura y descubrí a un chico moreno que se inclinabasobre algo
¿un pergamino?

Estiré el cuello, tratando devislumbrar al menos el rostro del alumno, que parecía de los mayores y novestía túnica como los demás. Sin embargo, no podía verle bien sin delatar miposición, por lo que me tuve que conformar con aguardar a que se fuese.

El chico guardó el pergamino y enterróel rostro en las manos. Se quedó así un buen rato, estático, sin moverse, y conla línea de los hombros caídos reflejando una clara desesperación.

Cuando ya empezaba a plantearme salir aver qué le pasaba arriesgándome a que fuese un perfecto que me mandase derechoal vestíbulo, el chico apartó las manos de su cara y soltó una exclamaciónahogada, tras lo que se puso en pie a la velocidad del rayo y echó a correr pordónde había venido, en dirección a las escaleras de mármol.

En el momento en que se levantó, mepareció ver la montura de unas gafas metálicas, finas y oscuras enmarcando surostro
¿Harry Potter?

Asombrado, salté de mi escondite ytraté de seguirle, pero él desapareció por la esquina, y de nuevo me quedé soloen mitad del pasillo desierto.

Un escalofrío helado hizo tintineartodas y cada una de las vértebras de mi columna, y suspiré. Dando media vuelta,empecé a andar despacio en dirección contraria a la que él había tomado,deslizando las puntas de los dedos por la pared.

No sabía qué hacer. Tenía miedo,muchísimo miedo. Miedo por mis amigos, mis queridos compañeros con los quehabía compartido tantas cosas. Miedo por mi hermano Dennis, a quien no estabaseguro de haber visto en el vestíbulo con los demás. Miedo por los profesoresque tantas cosas me habían enseñado. Miedo por el colegio en el que habíacrecido y que representaba todo lo que yo era.

 

Y miedo por mí.

Deambulé de un pasillo a otro, perdido,sin saber qué hacer o a dónde ir. Perdí la noción del tiempo, y el temor bebiómi sangre ocupando su lugar en mis venas. Temblaba, temblaba cada vez más; oíaa la perfección los ruidos que me rodeaban, era dolorosamente consciente de losgritos de terror de los alumnos, de las órdenes y hechizos que proferían losprofesores, de los retumbantes redobles que producían las paredes del colegioal desmoronarse sobre sí mismas, de las maldiciones que los mortífagos mandabansilbando por el aire, de los chillidos desgarradores de la muerte

El ataque había comenzado.

De pronto, el suelo bajo mis pies diouna sacudida, resquebrajándose, y yo me desplomé. Varios fragmentos de piedrase desprendieron del techo, aterrizando ruidosamente a mi lado, pero yo no memoví. No podía.

Me encogí sobre mí mismo, cubriéndomela cabeza con los brazos mientras la oscuridad y el terror me abrazaban.

Permanecí así unos segundos, con elpolvo metiéndoseme en la garganta y los oídos embotados por el himno dedestrucción que lo devoraba todo, hasta que sentí el salubre y amargo regustode mis propias lágrimas limpiándome los labios. Todo sobre toldos

"¡Vamos, Colin! ¡Eres un Gryffindor!¡Ponte en pie y lucha! ¡Sé valiente!", me grité a mí mismo sin pronunciar niuna palabra.

Y tragando saliva, me incorporédespacio, sacudiéndome las piedrecillas del pelo. El pasillo por el que antescaminaba tranquilamente era ahora un mar de caos sin apenas salida, y a travésde un gran boquete en el techo pude distinguir el cielo estrellado que relucíasobre el colegio, casi irreal por ser un destello de belleza en mitad de unpáramo de dolor.

Entonces, una voz fría y aguda, la vozde la muerte, resonó en el aire a mi alrededor, y yo di un brinco aterradoantes de darme cuenta de que seguía solo en mitad del pasillo destruido.

Habéisluchado con valor decía la voz. Lord Voldemort sabe apreciar la valentía.

>>Sinembargo, habéis sufrido numerosas bajas. Si seguís ofreciéndome resistencia,moriréis todos, uno a uno. Pero yo no quiero que eso ocurra; cada gota desangre mágica derramada es una pérdida y un derroche.

>>LordVoldemort es compasivo, y voy a ordenar a mis fuerzas que se retiren deinmediato.

>>Osdoy una hora. Enterrad a vuestros muertos como merecen y atended a vuestrosheridos.

>>Yahora me dirijo directamente a ti, Harry Potter: has permitido que tus amigosmueran en tu lugar en vez de enfrentarte personalmente conmigo; pues bien,esperaré una hora en el Bosque Prohibido, y si pasado ese plazo no has venido abuscarme, si no te has entregado, entonces se reanudará la batalla

La voz, que sin duda pertenecía a LordVoldemort, siguió hablando, pero yo no era capaz de escuchar ni una palabramás.

Había oído suficiente.

Y conocía a Harry tanto como para saberque lo haría. Se entregaría en el Bosque Prohibido para salvar a sus amigos ycompañeros, porque su alma era la más noble que jamás había conocido.

"No", pensé, y eché a correr hacia lasescaleras más cercanas. Jamás permitiría que lo hiciese.

No veía nada a mi alrededor; de pronto, todo eradevastación y silencio, duro silencio. Pisé varias figuras derrumbadas en elsuelo como ángeles caídos, algunas calientes y otras no tanto, pero luché porno detenerme a asegurarme de que eran cuerpos de mortífagos derrotados y noamigos perdidos

Finalmente, llegué a los jardines delcolegio, no sin antes pasar ante las puertas del Gran Comedor, por las queescapaban lamentos terribles de pura agonía y llantos infinitos que parecíancontener todo el dolor del mundo.

Fuera, la oscuridad descendía desde loscielos para lamer la hierba tiznada de una sustancia espesa y casi negra queidentifiqué angustiosamente como sangre. Había bultos medio enterrados entrelos cascotes de piedra caídos de las torres más altas, siluetas derribadassobre el suelo en ángulos extraños y casi imposibles. Tal vez, solo tal vez,hubiese llegado tarde. ¿Y si Harry ya se había entregado? Pero no, eso no podíaser cierto. Miré de un lado a otro, desesperado, y cogía aire para gritar elnombre de mi compañero cuando un movimiento torpe pero notorio ante mí me cortóla respiración.

Retrocedí aterrado al descubrir a unmortífago que se levantaba penosamente, sujetándose el brazo izquierdo con lamano contraria, en la que aún sostenía su varita. Volvió hacia mí su rostrocubierto por la máscara de magia negra, y al verme soltó algo parecido a ungruñido.

Quise coger mi varita. Quise poner enpráctica esos hechizos de defensa y ataque que tanto había practicado con elED. Quise gritar, pedir ayuda, ver a mi hermano, abrazarle, estar con él, estaren casa, estar a salvo.

Pero ya era tarde.

Tarde para todo.

Oí la maldición escupida al aire ycontemplé el destello verde volar hacia mí como una serpiente de luz yperecimiento, casi danzando por el aire, casi a cámara lenta, casi riéndose demí.

Y, aun así, no había nada que yopudiera hacer.

Abrí la boca, pero no emití sonidoalguno.

La serpiente de luz me golpeó confuerza en el pecho, cegándome con su intenso resplandor esmeralda mientras larisa del mortífago cuya cara jamás vería resonaba contra mis oídos, mientraslas lágrimas se liberaban de nuevo de mis ojos atemorizados, mientras la vida seme escapaba sin darme tiempo a despedirme de todo y de todos, de cada una delas personas a las que había amado.

De aquellos con los que nunca volvería a hablar.

De mis amigos, con los que no volvería a reír.

De mis padres, a los que nunca más podría abrazar.

De mi hermano, al que jamás lograría proteger.

Mi corazón latió una vez más por ellos.

Y, entonces, todo se volvió oscuro.

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Cuando la profesora McGonagall nos echóa Peakes y a mí de la mesa de Gryffindor, ambos nos levantamos refunfuñando ysalimos del Gran Comedor. El vestíbulo

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2024-09-16

 

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