Una vez vio una película en laque hablaban de que todos tenemos nuestro lugar favorito en el mundo, el primerdía que la vio pensó en el verano, en el pueblo, en montar en bici y comerpipas, cuando la vio por segunda vez, cuando volvió a oír esas seis palabras:"Su lugar favorito en el mundo"
Solo había pensado en unacosa, en él. O en más de una, en esas escaleras cutres de metal que daban a suapartamento, había pensado en el olor a gasolina y hamburguesas, el olor atabaco del malo y alcohol del barato que el desprendía siempre.
Había pensado en el sol débildel invierno acariciando su piel mientras él sacaba unas tazas de café muycaliente y una manta medio raída, en abrazarle con la excusa de que tenía frío.Había pensado en la sensación de libertad de la primavera, en los helados quecompraban a medias, en reír a carcajada limpia mientras él le hablaba de cosassin sentido y en buscarle formas a las nubes blancas que poblaban ese cieloazul tan suave e infinito como sus ojos. También en las cosquillas del aire enotoño, en volver robarle las sudaderas y comer palomitas los miércoles por lanoche en su casa, mientras veían una película, en salir a correr por el parque,entre las hojas de color naranja que volaban para alcanzarte.
Había pensado en todo menos enel verano, cuando no estaba en esa ciudad, en esas escaleras, con él.
Aunque lo importante de todosesos pensamientos, más bien absurdos, era que la habían hecho llegar a unaúnica fatídica conclusión: que, tal vez, podría quererle más de lo que pensaba.Aunque ella solo quería pensar que sólo cabía una pequeña posibilidad de que sehubiera enamorado de ese chico que estaba sentado a su lado, ella sólo esperabaque fuera una mera posibilidad y no un hecho asegurado.
Ese día, en particular, olía aprimavera, el sol era bastante fuerte y ella tenía su cazadora de cuerodesgastada sobre las piernas, mostrando su camiseta de AC/DC que se la habíarobado hacía tanto tiempo que ambos la consideraban tan suya como su sonrisa.Los pies se apoyaban en la barandilla metálica y su espalda en la pared.
Le miraba de reojo cómo quienmira a las estrellas, sintiéndose pequeña y absurda, mirabas ese cieloimponente, mirabas esa estrella brillante y solo querías pedirle deseos, lemirabas a él y solo querías pedirle que hablara y te contara historias para nodormir. Se sintió infantil e ilusa... se sintió ella.
Se giró, mirándoleparcialmente con el cuerpo, le miró con ojos de fotógrafa, con ganas deinmortalizarle hasta el fin de los tiempos y colgarle de su pared, para que nose escapara nunca de su lado, para poderle ver cada noche antes de dormir. Ellasentía una absurda atracción irrefrenable por inmortalizar las cosas hermosasy, para ella, no había nada más hermoso que él por mucho que todos dijeran lo contrario,por mucho que ella misma se dijera lo contrario.
Él que tenía el pelo oscurotan despeinado que parecía que había estado volando contra el viento,desafiando a la gravedad hasta el último instante, sus ojos claros estabanenmarcados por unas ojeras tan profundas que parecía que le perforaban hastatocar el hueso, que le daban ese aspecto desastroso ahí, dibujadas en su pielpálida, en su cara siempre cansada. Él que tenía sus brazos completamenteagujereados con esas marcas que dejaban sus viajes nocturnos a mundossurrealistas y artificiales, esas marcas que eran su perdición y su alegría.
Pero en ese momento estababien, como siempre que la permitía acercársele, lo suficientemente bien comopara sentir su cuerpo y su cabeza a punto de estallar. Tenía expresión que setiene en el rostro cuando no sabes muy bien que te duele. Sonrió aun sin sabermuy bien si le apetecía llorar o reír, sonrió con ironía y dulzura.
Le odiaba. Le odiaba porhacerla sentir impotente e idiota, por no dejarse ayudar cuando ella leproponía que se fueran lejos de allí, a su pueblo de verano, lejos de lasdrogas, cuando ella le prometía que le aguantaría por mucho que le dolieratodo, por mucho que vomitara, por mucho que pudiera llegar a mandarla a lamierda ella se iba a quedar ahí junto a él, de pié como un árbol en latormenta, por mucho que él la empujara lejos ella pensaba quedarse junto a élpor siempre.
Y, en parte, él sabía que cuando lo decía lohacía de verdad porque es lo que llevaba haciendo desde el día en el que se lacomió entera en un baño, el día siguiente cuando no pudo mirarla a la cara porese brillo que vio en sus ojos cuando le miraron, ilusión, y él no quería quenadie se ilusionara con el. Y el resto del tiempo, a partir de ese día, ellahabía luchado contra todos sus intentos de apartarla para convertirse en suúnica amiga, en quien podía confiar la vida sin arrepentirse, la única quepodía hacerlo arrepentirse y quien odiaba que le viera cuando estaba viajandopor sus mundos artificiales.
Pero, a pesar de todo eso, ella miraba con esa expresión condescendiente, con su ceja arqueada y su sonrisade lado, le besaba la frente como quien besa a un gatito mimoso y sólo decíauna frase que la dolía en el alma: "Mi pequeña e ilusa Lilian, cuanto me gustaríapoder creer en que puedo conseguirlo la mitad de lo que tú lo crees"
Siempre era la misma frase,con una voz dulce pero que te dejaba claro que no necesitaba ayuda, que secreía el dios del mundo, o que quería aparentar que se lo creía. Suspiró y miróal frente, el encogió una pierna y apoyó su brazo en ella mientras volteabalevemente su rostro para mirarla su perfil. Sus facciones suaves, su sonrisaimborrable, sus pequeños ojos soñadores.
La miró y se sintió... sesintió alguien incapaz de alcanzarla, demasiado deshecho, es cómo quien tratade alcanzar algo demasiado alto, tu brazo nunca llegará por mucho que loestires.
-No me mires así.
-¿Así cómo?
-Así cómo si creyeras quetengo algo digno de mirar, no me mires, pequeña, aléjate y no me mires, serámucho más fácil para ti.
-Claro, dejar de mirar a algoque...- se mordió el labio con fuerza. ¿Qué iba a decir? A algo que... ¿amas?¿Adoras? No tenía capacidad mental para encontrar una palabra adecuada y menosaun el valor necesario para decirla en alto.
-Me voy. Me voy mañana, me voylejos- lo dijo de golpe, porque dicenque así las cosas duelen menos y porque si empezaba a dar rodeos jamás llegaríaal punto porque el valor empezaría a abandonarle cuando ella le mirara.
-¿Solo?-le miró de golpe, conuna expresión de puro terror en el rostro, esa que se apodera de ti cuandosabes que estas a perder algo demasiado importante y que, probablemente, nopuedas impedirlo -Sabes que yo puedo irme contigo, ¿no? Lo sabes.
-Crees poder, pero no puedes.No hay sitio ahí- golpeó su cabeza con sus nudillos con tal suavidad que apenas notó el golpe- para mí, no lo hay. Sólo hay hueco para tus sueños, paratus ilusiones y tus ganas de recorrer el mundo, para lo que fotografías, lo queescribes y lo que ves, no me dejas espacio y es mejor que no lo hagas. Nopuedes tratar de querer meterme en tu cabeza, no cuando es imposible, no cuandoes mejor que no lo hagas...
-Pero...-colocó sus dedossobre sus labios, sin dejarla hablar, observando como la desesperación hacía apariciónen sus ojos, esa que te hace prometer la Luna y el Sol con tal de impedir que eso que vesvenir suceda, con tal de poder hacer que todo salga bien. Es esa desesperaciónla que nos hace prometer cosas irrealizables, la que nos hace darnos cuenta deque amamos tanto algo como para dar todo lo demás por conservar. Es esa ladesesperación que rompió mundos y destruirá vidas.
-Me voy esta noche, a las doceen punto sale el tren. Me voy a tratar de acabar con todo esto, dicen que hayun lugar en medio del campo donde hacen terapias y cosas- hizo una mueca- unloquero, vamos. La cosa es que no quiero que vengas a verme, ni conmigo, noquiero que lo hagas y, créeme, tú tampoco quieres hacerlo. Blog para amantes del chocolate
Las lágrimas se agolparon ensus ojos y, recogiendo el poco orgullo que le quedaba, se levantó de golpe,apartando su mano cuando el intentó retenerla en un acto apaciguador, bajó lasescaleras haciendo el mayor ruido posible, sin tan siquiera girarse a mirarle,primero porque si le miraba no tendría el valor para irse, segundo porque surostro estaba encharcado por completo y aun le quedaba un resquicio de orgulloque conservar y pensaba aferrarse a él hasta que le dolieran los dedos.
Se iba.
Lejos.
Lejos de la ciudad, de ella,de todo.
Se iba, no quería que lasiguiera y ella no iba a suplicarle. Él se quedó ahí, mirándola como quien mirael horizonte aun sabiendo que jamás lo alcanzará, con un anhelo salvaje, conuna desesperación absoluta, con la certeza de que todo intento de alcanzarlosería en vano y rindiéndose a ello.
Pero ella era algo más que unhorizonte, ella era un mundo y un mundo si que podías tocarlo y alcanzarlo, ¡unmundo podías conquistarlo! Pero él no quería saberlo, quería hacer como si nolo supiera.
Juró y perjuró en todos losidiomas que se le ocurrieron mientras se levantaba y le daba un puñetazo a lapared, le dolió demasiado y por eso mismo dio otro, y otro, y otro más, asíhasta que sus nudillos sangraron como pequeños manantiales de líquidoescarlata, hasta que el dolor le impidió mover más el brazo y gritó con lafuria contenida de los sentimientos titánicos.
El reloj marcaba las docemenos cinco, él estaba sentado en un banco del andén.
Estaba seguro de que novendría pero, lo que le dolía de verdad, era que llevaba todo el día guardandola esperanza de que ella aparecería para decirle lo que siempre le decía, quejamás se iría de su lado, con su indirecta demasiado precisa de que le quería,esa que él rechazaba por ella, por él, por miedo, por todo. Ella le decía queestaría a su lado, que era su mejor amigo y que no le iba a abandonar y él,cabezota hasta la saciedad, trataba de creer solo dos palabras: "Mejor amigo"
Esas que son más fáciles deborrar que el verdadero amor que ella sentía y dejaba escapar entre esaspalabras tontas que pronunciaba sin descanso. Era más fácil agarrarse a eso ypretender fingir que eso era lo que él sentía, es mejor callar que afrontar larealidad, es mejor esconderse del peligro que afrontarlo. Pero lo malo de todaesa esperanza es que, cuando la pierdes, es como si lo perdieras todo de golpe,como si cayeras desde demasiado arriba, sin frenos.
La aguja del reloj hizo unleve movimiento que a él le pareció el movimiento más largo y tembloroso delmundo. Su mundo se tambaleaba a sus pies cada vez que el segundero se movía unasola vez. Aunque no fue hasta que ella apareció jadeando por la estación hastaque notó lo que era que el mundo se tambaleara de verdad, se cayera a cachos ydiera vueltas a velocidades extremas.
La miró mientras buscaba a su alrededory supo que le buscaba a él como sabes que el sol saldrá tras la tormenta, conuna certeza tan grande que casi dolía. No pudo hacer más que sonreír como siestuviera borracho, borracho de esperanzas renovadas y cumplidas.
Se levantó en el instante enel que ella le miraba, su sonrisa se ensanchó y ella se acercó corriendo, tanrápido como sus pequeños pies le dejaron y se abalanzó contra él, con esaefusividad que parecía no agotársele, haciendo que casi se cayeran ambos alsuelo y que el pecho de él vibrara en carcajadas sinceras.
Se apartó dos pasos y le mirócon salvajismo contenido, de ese determinante que nunca la había visto tener,ahí con su cazadora de cuero y sus converse desgastadas, parecía una fieraenjaulada a punto de saltar sobre ti, de romper los barrotes de la jaula paraatraparte entre sus garras y devorarte.
-Tenías razón-él se sintiómorir- no cabes aquí- se golpeó levemente la sien. No hay espacio físico paraque alguien como tú quepa aquí.
Él inspiró, con fuerza propiadel miedo oculto, pero ella se le adelantó:
-¿Pero sabes? Sí que cabesaquí- se golpeó el lado izquierdo del pecho con tanta fuerza que él pensó quesi volvía a darse así rompería el pequeño corazoncito que guardaba tras sushuesos-. Estaba vacío, completamente vacío, esperando que tú llegaras, a que lellenaras y lo hiciste, lo hiciste inconscientemente, lo llenaste con sonrisas ycon palabras tontas. Lo llenaste con tu cinismo y tus ganas de fumarte el mundoantes de que se acabara, con tus ganas de echarle una carrera al tiempo, lollenaste tanto que ahora, cada vez que late, me duele el pecho, me duele comosi el jodido corazón, cada vez más lleno de ti, quisiera salirse a golpes deél, quisiera escaparse de entre mis costillas, y quiere hacerlo porque quiere irsecontigo, porque te pertenece.
-¿Cómo te puede gustar tantoexagerar?- la risa de ella fue tan temblorosa como las hojas de los árboles undía de viento.
-¿Te das cuenta? Acabo dedecirte que te amo y ¿qué haces tú? ¡Vas y lo jodes!- le miró con ganas de reíry llorar a la vez- Lo jodes, como siempre, y te quedas tan tranquilo. ¡Te odio tanto, joder!
-Me voy a ir igual, lo sabes-dijo él como quien comenta que va a llover, con una leve y ligera advertencia.
-Sí, pero no podía dejar quete fueras... no podía dejarte ir sin decírtelo todo.
Y él la beso, con voracidad yhambre. Devorándola entera antes de que todo se acabara, apartandodelicadamente los músculos y metiéndose entre el hueco de sus costillas,llegando a agarrar su corazón y mordiéndolo, llegándola hasta más adentro,devorándole el alma. Cómo metiéndosela dentro de él mismo para siempre, entresu pecho y su espalda, como diciéndola todo lo que ella había dicho, y más, sinpalabras.
-¿Por qué ahora? Habría sidomás fácil que no lo hicieras, que te hubieras ido, sin más-fue lo primero queella dijo cuando se separaron, cuando respiraron tan fuerte que parecía que elaire se iba a romper a cachos.
-Porque no podía irme sinbesarte. Porque si hubiera hecho antes no habría podido tomar la decisión deirme, porque necesitaba saber como se sentía hacerlo para saber que volverésolo por volver a probarlo. Porque se siente como si besara a la luna, como sile arrancara un cachito y me lo metiera dentro, dándome más magia de la quenunca pensé que podría contener algo tan pequeño. Y yo siempre he amadodemasiado a la luna así que, criatura, volveré. Volveré en cuanto todo elsuplicio haya pasado, o cuando vea que soy incapaz de pasarlo solo. Who knows? Pero volveré, porque yo noquiero un cacho de la luna, la quiero entera.
-Una luna sin cielo nocturnono sirve de nada así que, cariño, tu eres mi cielo de noche, mi vasto e inmensocielo nocturno, eres ahí donde puedo brillar. Una luna que no puede brillar esuna luna apagada, sin magia. Así que esperaré siempre por ti, esperaré a quevuelvas y me dejes brillar de nuevo, a que me devuelvas la magia, pero notardes, no sea que vaya a caducar y luego no sirva, no se puede dejar caducarla magia.
Él sonrió con más dulzura quenunca y le acarició el rostro como quien acaricia el agua, como si sus dedosfueran plumas y, en ese instante, el reloj dio las doce. Él se dio mediavuelta, caminando rápidamente hacia el tren, mirándola solo una vez más sobresu hombro durante un instante pensó que jamás podría superarlo sintiéndose tanpequeño y solo como se sentía cuando se alejaba de ella pero reunió su pocovalor y, bien agarrado a él, se metió en el tren. Tal vez se equivocara, talvez no.
Ella le dejó ir, con los ojosllenos de lágrimas y el corazón apretándola el pecho tan fuerte que dolíacuando respiraba. Pero le dejó porque sabía que debía hacerlo, porque sabía queel volvería, le dejó.
Ledejó como se deja a una mariposa volar, como quien deja de tratar de retener elviento, como quien sabe que, por mucho que lo intente, no podría retenerlo.
De valor cobarde. - Fanfics de Harry Potter
Una vez vio una película en laque hablaban de que todos tenemos nuestro lugar favorito en el mundo, el primerdía que la vio pensó en el verano, en el pueblo
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2024-11-16
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