Prólogo. EL ARTISTA
Hoy es 16 de abril 1898. Soy un dibujante que vive en un pequeño pueblo llamado Slough, situado a diecinueve millas al oeste de Charing Cross, en las afueras de Londres. Pero estoy aquí para contaros una historia. Una historia que torturará vuestros pensamientos y envenenará vuestros sueños. Y, aunque intentaré hacerlo lo mejor que pueda, no hay palabras suficientes, ni pinceladas sobre el lienzo de mi obra, que sean capaces de describir el dolor de la noche en que Annabel murió.
* * *
Abro los ojos lentamente, cuando percibo la presencia del sol sobre mis párpados. Y, nada más hacerlo, noto cómo algo va mal. Algo no está en su sitio, no encaja. Pero no es una sensación de esas que tienes cuando despiertas de una horrible pesadilla agitado y sudoroso, mezclando la ficción con la realidad, sino un sentimiento de pánico absoluto. El vello se me pone de punta y el corazón se acelera. Mis manos, heladas y trémulas, pierden la sensibilidad en los dedos. Tengo ganas de salir corriendo de la cama, saltar fuera de las sábanas y huir. ¿Qué es ese olor? Quisiera arrugar la nariz, pero estoy paralizado. Es una mezcla desconocida, entre hierro y cloro. Lo único que me tranquiliza es reconocer el aroma dulce de Annabel, pero siento como si algo espeluznante hubiese enmascarado su olor perfumado. Puede que estos sean los últimos segundos de una insólita pesadilla de la que estoy a punto de despertar, pero mis manos están demasiado frías y mis nervios demasiado alerta como para confundir la situación como una simple ilusión de mi subconsciente. Trato de controlar mi respiración para relajarme e intentar encajar todas las piezas. ¿Dónde estaba yo anoche? Recuerdo la cena, las bebidas, la risa. Me acuerdo de hacer el amor con Annabel. También había un dibujo, mi dibujo, mi última obra maestra, digna de exposición. ¡Oh, mi dulce Annabel tiene que verlo, tiene que darme su opinión sobre mi mayor logro hasta la fecha! Esta sensación de júbilo hace que me despeje y olvide la pesadilla. Debo despertarla para enseñárselo.
Agito suavemente a Annabel para sacarla de su sueño y encuentro mis manos cubiertas de sangre. Su sangre. Ese olor. Contra mi voluntad, giro la cabeza sobre la almohada hacia la funesta escena. La realidad se apodera de mi cuerpo, me empuja de la cama hacia el suelo del dormitorio dobla mis piernas haciéndome caer de rodillas gritando, llorando, vomitando. Esto no puede estar pasando. Mi mente se niega a creerlo, todo esto es producto de mi macabra imaginación. Una risa nerviosa se escapa de entre mis labios. Imposible. Me meto entre las sábanas de nuevo, abrigo mis brazos alrededor de mi dulce Annabel, y rozo la suave caricia de sus labios. Sintiendo mi fuerza desaparecer gota a gota, comienzo a sentir lágrimas acuciantes en mis ojos, en mis mejillas, en mis labios. Aprieto mi rostro húmedo contra la paz de su frente lisa. En ese momento me doy cuenta de su dolorosa belleza, que se clava en mi corazón como un cuchillo de doble filo. Dolor y atracción. Sus ojos abiertos y apagados miran sin ver el techo de la habitación, su boca entreabierta y su piel gélida, tan suave. Tan inmóvil. Y su pecho, ensangrentado, manchando su cuerpo angelical de un color carmesí.
Estoy seguro de que todo esto es una broma. Arrastro el cuerpo por el pasillo hacia el oscuro sótano. Tiene que ser una broma. En cualquier momento saldrán de mi habitación, escondidos en mi armario. "¡Picaste!" gritarán. Pero ese alguien no grita, tan solo se escuchan mis gemidos entre las paredes de la casa, paso frente al salón, la mesa en la que anoche disfrutamos de la cena
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Annabel estaba preciosa, bella como siempre ha sido, con una hermosura tal que los ángeles del cielo morirían de envidia. Esa noche decidió probarse su vestido favorito, el que a ella más le gustaba. Blanco. Su pelo olía a rosas, fresas y jazmín, suelto como a mí más me gusta. Con una sola sonrisa conseguía hacer que todo mi ser la deseara con locura. Sin embargo, había una tercera persona. ¿Quién era ese hombre? Annabel le había invitado. Se sentó en frente suya, quitándose el sombrero y la gabardina, con un pelo negro alborotado y un brillo de locura en sus ojos. La deseaba. Lo pude ver en la forma en que la miraba, en cómo hablaba y sonreía. Pero eso era producto de mi imaginación, obsesionada. Nunca le habíamos visto en el pueblo, y Annabel tampoco habló nunca de él. Siendo francos, ni siquiera se miraron durante la cena, como si él no existiese. Ella hablaba conmigo como si no hubiera una tercera persona, y él tampoco parecía ver a Annabel. La cena transcurrió lenta, con risas y tintineos de cubiertos y platos. Más tarde, el hombre se levantó, se puso su sombrero y su gabardina y se marchó sin que ella lo percibiera, quise preguntarle a Annabel de quién se trataba, pero mi dulce amor me atrapó en sus labios, con besos de deseo y no pude menos que responderle con la misma intensidad, prometiéndome que a la mañana siguiente hablaría con ella.
Pero no habría una mañana siguiente. Bajé las escaleras y escondí su cuerpo bajo unas gruesas mantas blancas. ¿Quién era ese loco? ¿Había matado él a Annabel aquella noche? ¿Acaso fue él quien, empuñando un cuchillo, le había causado tales heridas a mi amada? Heridas mortales. Cerré la puerta del oscuro sótano y volví a la habitación. Me senté pacientemente en la cama deshecha, enfrente del espejo, apoyé mis antebrazos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. Esperé a que Annabel viniese corriendo diciéndome que todo había sido una tomadura de pelo, con besos de perdón y que volviera a ser como antes. Pasó una hora. Otra hora. El sol continuó su curso en el cielo. Llamaron a la puerta. Permanecí inmóvil. Una hora más. Y no vino.
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El Artista - Fanfics de Harry Potter
Prólogo. EL ARTISTAHoy es 16 de abril 1898. Soy un dibujante que vive en un pequeño pueblo llamado Slough, situado a diecinueve millas al oeste de Charing Cr
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2023-02-27
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