POVMarta
Bajéla cabeza como el condenado a muerte que aguarda la horca frente al verdugo.Me levanté pesadamente, arrastrándome sin ganas, y miré hacia delante: "he ahími horca y mi verdugo", pensé. La pizarra negra se me antojaba un pozo detinieblas, y el señor Roberto era el sicario dispuesto a empujarme hacia suinterior.
Lleguéjunto a mi "estimado" profesor, el cual me tendió una tiza. Me dedicó una cruelsonrisa que mostró todos sus dientes, una auténtica sonrisa de tiburón. Yo, porsupuesto, era el pececillo al que ansiaba devorar.
Perono. Esta vez no. Cogí aire, me armé de valor y le devolví la sonrisa conconfianza, con tranquilidad, puede que incluso con gentileza. Tomé la tiza queme ofrecía y, volviéndome hacia la pizarra, empecé a grabar las ecuaciones que medemandaba. Decenas de complicados cálculos, precisamente de esos con los quete rompes la cabeza durante horas y que parecen no tener fin ni objetivo. Peromi mano escribía las respuestas a mis propios planteamientos sin vacilación deningún tipo.
Endos escasos minutos, la pizarra mostraba un auténtico galimatías de números yletras, todo para desembocar en una única cifra, apuntada y rodeada en elúltimo hueco libre del encerado.
Mevolví hacia el profesor con aire triunfal y le di la tiza. El la cogió en unacto reflejo, distraído, mientras sus ojos volaban veloces sobre mi ejerciciocon la boca ligeramente abierta.
-¿Todo en orden,profesor? -pregunté, aun sonriendo, consciente de que estaba dando volteretassobre la cuerda floja.
El señor Roberto pasó la mirada del encerado a mí y de mí alencerado un par de veces antes de responder.
-Sí. Por extraño queparezca, el ejercicio está correcto. Supongo que al final la influencia de tuhermana habrá logrado sacar a flote el barco hundido que era tu casiinexistente cerebro -dijo con desdén, pero yo no me amedranté ni me dejé picar.
-Puede ser. De hecho,es más que probable. ¿Qué haría yo sin mi hermanita?
-Habría sido una suerteque vuestro hermano Javier se hubiese beneficiado también con esa ayuda quesupone tener a alguien como Inés en casa
Retírate a tu sitio, por favor.
Regresé a mi mesa, pisando fuerte. Este último comentario yame había molestado algo más. Al fin y al cabo, Javi siempre había sacado purosochos y nueves en matemáticas. ¿De qué se quejaba aquel desgraciado?
El señor Roberto abrió el libro a la vez que la boca, apunto de dictarnos los ejercicios de deberes, pero el timbre sonó estridentedesde la planta de abajo, causando un gran revuelo en el aula.
-Salvados por lacampana -murmuró un muchacho a mi lado. Sonreí, empezando a recoger mis cosascon deliberada lentitud. Al final, quedé de las últimas en clase, como decostumbre, pero pese a ello me colgué la mochila a los hombros con calma,feliz. El profesor se había vuelto a plantar delante de la pizarra, y repasabapor enésima vez mis operaciones como si no diese crédito a lo que veían susojos.
"Es lo que tiene haberse pasado los últimos tres díasencerrada con Inés estudiando matemáticas durante horas", pensé; "ay,hermanita, cómo te quiero". Y dando media vuelta, salí jovialmente del aula.Con esa demostración, el siete en la evaluación ya no me parecía taninalcanzable.
Bajé por las escaleras y alcancé la puerta de entrada
o desalida, dependiendo del punto de mira. Fuera, Inés me esperaba apoyada en unafarola, con la mochila en el suelo a sus pies y mirando el reloj con cara demalas pulgas. Alzó la cabeza y, en cuanto me vio, me hizo un gesto queinterpreté como "¡Date prisa o te lanzo la mochila!". Le dediqué la mejor y másinocente de mis sonrisas y avancé en su dirección, pero apenas hube dado un parde pasos cuando choqué con alguien, con lo que ambos protagonizamos unaterrizaje forzoso de nuestras reales posaderas contra el frío asfalto.
-¡Descerebrado, mirapor dónde vas! -protesté ante el doloroso golpe.
-¡Aplícate el cuento, medianeurona! -me replicó una voz masculina y malhumorada. Miré hacia adelante,sorprendida ante la rapidez de la respuesta y dispuesta a dejar en su sitio aaquel fresco, cuando me encontré con una visión que me aturdió: un chico quedebía de tener mi edad se frotaba la rodilla, sentado frente a mí y mirándomede mala leche. Tenía el pelo negro brillante, y sus ojos eran del color de latormenta: gris acuoso, como la pizarra antaña. Era atractivo. Muy atractivo, dehecho
- ¿Qué estás mirando,torpe? -me gruñó, explotando la burbuja en la que me había sumido durante unossegundos. Parpadeé, confusa, pero me rehíce rápidamente y le repliqué,levantándome con tranquilidad:
-Tu cara de idiota.Estaba preguntándome si era la tuya de verdad o solo es una máscara que estásprobando para Halloween.
El chico también se puso en pie y, sonriendo burlonamente,respondió:
-No, es de verdad.Quise comprar una máscara realmente aterradora hace un par de días, una quediese tanto asco como tu cara, pero me dijeron que una media neurona habíaagotado todas las existencias.
Y dicho esto, aquel chico dio media vuelta y se largó,alejándose por la calle a paso ligero con las manos en los bolsillos y unasonrisilla socarrona en los labios que quise borrar de una bofetada.
Apreté los puños con rabia, deseando con toda mi almaacortar la distancia que nos separaba y volarle la cabeza de un puñetazo, peroentonces mi hermana gemela, que sin duda había sido partícipe de la "conversación",se acercó a mí y colocó una mano sobre mi hombro.
-¿Haciendo amigos? -mepreguntó con una sonrisa que pretendía ser amable pero que apenas ocultaba sutristeza. Yo sabía que Inés odiaba verme discutir con otra gente. Traté deparecer despreocupada y tranquila cuando respondí:
-Sí, justamente eso:haciendo amigos. Pero creo que ese idiota y yo no haríamos muy buenas migas
Ella me miró un rato a los ojos, y ambasestuvimos unos segundos en silencio, navegando mutuamente en nuestros ojosidénticos. Finalmente, ella suspiró:
-Venga,anda, volvamos ya a casa. No sé cómo te las arreglas, pero siempre llegamostarde por tu culpa
-¡Peroqué dices! ¡Si soy la puntualidad personificada!
Ella rio y tiró de mí hacia adelante,incitándome a caminar, y yo, como hermanita obediente que soy, la seguí.
Sin embargo, sabía que Inés estabapreocupada por mí. Desde que habíamos empezado el bachillerato, un mes atrás,era bastante frecuente que discutiese con otros alumnos, pese a que no solíaser culpa mía. Porque, ¿qué podía hacer yo si la inmensa mayoría de los estudianteseran tontos de remate? Aunque claro, esto era algo que, al parecer, solo yoentendía
Realmente, el inicio de mi cursoescolar no estaba saliendo como lo había imaginado en un principio.
¡Hola a tod@s! Y, taly como os prometí, aquí tenéis el primer capítulo de la segunda parte de "Eldisfraz de los cerezos". Espero de corazón que sea de vuestro agrado, ¡ojalá noos defraude!
Muchas gracias a losque me habéis seguido desde mi primer fic hasta aquí, ¡sois geniales! Y a losque acabáis de llegar, ¡pues bienvenidos, y gracias por darme una oportunidad!Podéis leer este fic sin haber leído la primera parte (cuyo link está en laportada de este), pero tal vez haya puntos de la trama que no comprendáis. Sinembargo, sois totalmente libres de empezar a leer desde aquí.
Un besazo enorme,
MA.A
POVInés
Entramos en casa charlandoanimadamente. Marta me estaba contando lo impresionado que se había quedado elseñor Roberto al ver cómo resolvía las ecuaciones sin ningún fallo.
-Gracias,hermanita, eres la mejor -me dijo, besándome en la mejilla.
-Yalo sé -bromeé, sonriendo.
Entonces, chocamos con Javier, queavanzaba apresuradamente en nuestra dirección.
-¡Hey!A buenas horas llegamos, ¿no? -preguntó, divertido. Me tomé unos segundos paraobservarle.
Había crecido mucho en los últimosaños. Estaba más alto y más fuerte, puesto que su apariencia enclenque se habíaperdido en el transcurso de los meses. Su pelo castaño seguía sin haberseadaptado a un único color, y sus ojos verdes relucían como nunca antes lohabían hecho. Era feliz. Y eso se le notaba.
-Yasabes, Inés, que siempre sale la última y me toca esperarla
-dijo Marta,moviendo la mano con dejadez.
-¡Oye!¡Vaya morro que tienes! -le reproché, abriendo mucho los ojos, mientras nuestrohermano se reía.
-Anda,Inesita, que malota te nos estás volviendo -dijo, risueño-. Bueno, me voy, hequedado. Os he dejado macarrones recién hechos en la mesa y
.
-¿Vasa ver a Noelia? -interrumpió Marta, con una sonrisa pícara.
-¡Noseas cotilla! -susurré, pero Javi sonrió y asintió. Dio media vuelta y yaechaba a correr escaleras abajo cuando le pregunté:- ¿Y papá?
Él se encogió de hombros y prosiguió sucamino. Mientras, Marta ya había entrado en la cocina y atacaba los macarrones.Cerré la puerta, sonriendo, y corrí a tratar de hacerme con algo de comidaantes de que mi querida hermanita la volatizara toda.
Al día siguiente, Marta y yo cogimos elautobús al final de nuestra calle y fuimos juntas al instituto, como siempre.Charlábamos de esto y de lo otro, distraídas. Entonces, un chico se situódelante de nosotras, con los brazos cruzados sobre el pecho y una gran sonrisasocarrona en los labios.
-Hola.¿Sois las hermanas de Javier? -preguntó. Me volví hacia él para observarle bien.Era pelirrojo y más bien alto. Bajo la ropa se adivinaba un cuerpo delgado perofuerte. Sus ojos eran de color pardo, ese tono indefinido entre el marrón y elverde.
-Sí.¿Y tú eres
? -dijo Marta.
-Guillermo.Soy hermano de Miguel, amigo de Javier -respondió el con una gran sonrisa-.Ayer Miguel me dijo que Javi tenía dos hermanas de mi edad, que eran gemelas yque estudiaban en mi mismo curso. De ahí que viniera a preguntar.
-Pueshas acertado. Yo soy Inés, encantada -le saludé, divertida.
-Marta.Mucho gusto -rio mi hermana. De repente, abrió los ojos y exclamó- ¡Oye, perosi yo tengo dos clases contigo! ¿No vas a Psicología y a Historia con el grupoB?
-Sí.Ya sé que vamos a dos clases juntos. También voy a Biología con Inés. Lo quepasa es que no sabía que erais hermanas de Javier -respondió Guillermo, sindejar de sonreír.
-Puesya lo sabes -dije yo. Él me miró, tranquilo y risueño, y entonces un gritodetrás de él hizo que se girara.
-¡Eh,Guille! ¡Corre, ven, escucha lo que está contando Rafa! -decía un chavalsentado más adelante.
-¡Voy!Bueno, chicas, un placer conoceros. Hasta luego -se despidió de nosotras. Ydando media vuelta, se fue con sus amigos.
Marta y yo seguimos hablando de un parde cosas más hasta que llegamos al instituto. Allí, nos separamos en cuantotocó el timbre: ella tenía Lengua y Literatura, mientras que a mí me tocabaHistoria.
Entré en el aula y me senté en una mesapegada a las ventanas, las cuales daban al jardín de detrás del instituto. Meencantaban aquellas vistas, era fabuloso perderse en el vivo colorido queofrecía la mañana perezosa
Julián entró en la clase, pidiendosilencio. En historia, al igual que en muchas otras asignaturas, me habíatocado el mismo profesor que a mi hermano Javier, quien me había hablado muchode ellos, por lo que pisaba terreno conocido.
De Julián siempre me había dicho queera un hombre bonachón que aparentaba más años de los que realmente tenía, yque era muy dado a pedir trabajos en parejas. De hecho, según lo que nos había contadoel último día, hoy se elegían los grupos para el nuevo proyecto. Empezó a decirnúmeros al azar, y los alumnos a los que correspondían las cifras se levantabany se volvían a sentar con su consecuente pareja.
-El14 y el 19 -dijo. Yo, el 14, me puse en pie, y miré a mi alrededor en busca demi nuevo compañero. Vi que se levantaba un chico con el que nunca había habladoy cuyo nombre desconocía: el típico muchacho que pasaba totalmentedesapercibido en clase. Él me dirigió una mirada serena, y cogiendo su mochilavino a sentarse a mi lado.
-Hola-saludé mientras el profesor Julián seguía con su lista de números-. Me llamoInés. ¿Y tú?
-Nicolás-respondió, mirándome por primera vez a los ojos. Hablaba con voz suave ymodulada. Era un chico ni muy alto ni muy bajo, aunque más bien delgado. Pelocastaño oscuro, ojos color miel. Sus pómulos, así como el puente de la nariz,estaban sembrados de pequeñas pecas rojizas, lo que le daba un aspecto aniñado.Desprendía un aura de tranquilidad y sinceridad que me conmovió un tanto. Mecayó bien desde el principio. Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa, despacio.Sus movimientos y gestos parecían tan premeditados que resultaba extraño, peroa la vez reconfortante. Pensé que sería agradable hacer el proyecto con él.
-Estees un trabajo que siempre pido para la primera evaluación, en todos los cursos-dijo Julián entonces, consiguiendo que mi nuevo compañero y yo mirásemos haciaadelante-. Quiero que elijáis una civilización desparecida y hagáis un estudiosobre ella: costumbres, enemigos, acuerdos, época y lugar de existencia, causade su desaparición
Todo lo que podáis encontrar. Queda prohibido copiar ypegar de Internet, y recordad que gran parte de vuestra nota se basará en estetrabajo. Tenéis un mes para hacerlo. Y ahora, dedicad el resto de la clase adecidir la civilización que investigaréis.
Miré a Nicolás y él me devolvió lamirada. Los murmullos se habían extendido por la clase a toda velocidad,similares al zumbido de decenas de abejas.
-¿Dequé civilización te gustaría hacer el trabajo? -me preguntó.
-Mmmm
No sé. ¿Y a ti?
Nicolás frunció el ceño, pensativo.Finalmente, dijo:
-¿Quétal los mayas? Encuentro fascinante sus teorías sobre los calendarios limitadosy el fin del mundo.
-Meparece muy bien -respondí con una sonrisa. Me gustaba su forma de hablar.
Dicho y hecho, dedicamos los últimosminutos de clase a repartirnos el trabajo. Hablamos un buen rato, y con cadapalabra que decía me caía un poco mejor.
Tal vez, con aquel proyecto me acabaseganando un nuevo amigo.
POVMarta
Primera clase: Lengua y Literatura. Unade mis asignaturas favoritas. Esa sí que era una gran forma de comenzar el día:con una amena charla sobre algún libro. Hoy tocaba comprensión lectora y debate
¿Qué libro elegiría nuestra profesora, Lourdes?
-Bueno,clase, como sabéis, hoy leeremos un libro y lo comentaremos ordenadamente a lolargo de la semana. El libro que he elegido es
Sin embargo, no pude saber el títuloporque alguien picó en la puerta, la cual se abrió dando paso al conserje trasun "Adelante" de nuestra profesora. El bedel se llamaba Luis, si no me fallabala memoria
Era un hombre delgado y bajo, con el pelo moreno y rostro afable,que siempre rondaba alrededor de Conserjería con su traje negro impecableregalando sonrisas a los alumnos. No obstante, en ese momento no parecíaespecialmente contento.
-Lourdes
¿Te importa si te interrumpo un momento? Solo me llevará un segundo, lo prometo-dijo, con un tono algo agrio. Parecía disgustado.
-Claro,adelante -concedió Lourdes, parpadeando. Luis, aún desde el umbral de lapuerta, paseó la mirada por la clase, observándonos como si se compadeciese denosotros. Entonces, suspiró, hastiado, y dijo:
-Chicos,tenéis un nuevo compañero de clase. Él
eh
Pero, ¿dónde se ha metido estechico? -preguntó, más para sí mismo que para nosotros, mientras miraba haciadetrás. Después, fijó sus ojos en algún lugar del pasillo-. ¡Eh, tú! Vuelveaquí, no creas que vas a escaquearte -supuse que el chico le habría hecho caso,porque Luis nos miró de nuevo y explicó rápidamente, como para quitarse elasunto de encima:-. Mirad, el caso es que su tutor no lo quiere en su claseporque ha tenido ciertos
incidentes
con algunos de sus compañeros, con losque no llegó a congeniar del todo. Así que se ha pedido que le trasladen declase, por lo que a partir de ahora, será vuestro nuevo compañero.
Y dicho esto, se despidió de Lourdescon un gesto de cabeza y se fue, dejando el campo de visión libre. Nuestro "nuevocompañero" avanzó hasta quedar apoyado en el umbral de la puerta, masticando chicledescaradamente. Su mochila colgaba de uno de sus hombros, y por el poco volumenque presentaba se veía que ahí no había todos los libros que debería haber.Sentí cómo algo me golpeaba en la base del estómago.
Pelo negro, ojos color tormenta
"No", pensé, casi con desesperación. "Él,no".
Pero parecía ser que sí. Ese chico conel que había tropezado el día anterior iba a estar en mi clase desde esemomento. Apreté con fuerza los dientes, molesta. ¿Por qué me importaba tanto?Vale, cierto, no quería meterme en líos por culpa de aquel idiota, perobastaría con que me mantuviese lejos de él
¿no?
-Mmm
Bien
¿Y tu nombre es
? -comenzó Lourdes, frunciendo el ceño. Si el tutor deaquel chico había pedido un traslado, eso significaba que ese era el típicoadolescente problemático, y su actitud por el momento no hacía nada para borraresa etiqueta.
El chico se enderezó y miró a laprofesora con una sonrisa socarrona, divertido.
-Sergio-dijo, con voz clara y firme. Algo se agitó en mi pecho. Así que Sergio, ¿eh
?
-Eh
Bien, Sergio
Elige donde sentarte, por favor, pero date prisa. No tenemos todoel día- le ordenó la profesora, que empezaba a ponerse de los nervios. Odiabaperder su precioso tiempo.
Sergio cerró la puerta tras de sí y dirigióuna mirada altiva y despectiva a los alumnos del aula, en busca de un lugardonde sentarse. En clase no éramos muchos y había bastantes sitios libres, asíque yo no sabía por qué demonios se demoraba tanto
Entonces, sus ojos se clavaron en losmíos. Me estremecí al verle sonreír torvamente cuando me reconoció.
No iría a ponerse en el sitio que habíaa mi lado, ¿verdad? Pero si me quedaba la menor duda, esta se extinguió comouna cerilla bajo el mar al ver cómo caminaba tranquilamente hasta sentarse enla mesa que estaba pegada a la mía.
Estupendo.
-¿Quétal, media neurona? -susurró mirando al frente, aún sonriendo y en voz losuficientemente baja como para que Lourdes no le oyese.
-Mal.Un idiota está contaminando el aire con su presencia a escasos centímetros demí -repliqué, cortante. Mi ira no hizo más que inflarse cuando oí cómo reíaentre dientes. Sin mirarme todavía, comentó con tono burlón:
-Uhhhh,no deberías ser tan desagradable con tu nuevo compañero, ¿sabes?
Quise replicar, pero Lourdes nosdirigió una mirada de advertencia, y me tragué la larga oleada de insultos queacudían a mi lengua raudos y venenosos como cianuro. Traté de relajarmeescuchando a la profesora.
-Comodecía antes de la llegada de Sergio, hoy vamos a tratar un libro llamado Amor -explicó, repartiendo ejemplarespara cada dos personas. Y como no podía ser de otra manera, a mí me tocócompartirlo con Sergio, que miró el libro como quien contempla una araña salirde debajo de su almohada-. Es una recopilación de poemas de Pablo Neruda, PedroSalinas y Federico García Lorca, que
-¿Poesía?-la interrumpió Sergio, horrorizado.
-Sí,Sergio, poesía. ¿Tienes algún problema con eso? -interrogó Lourdes, deteniendosu reparto para mirar ceñuda al chico.
-¡Porsupuesto que tengo un problema! No pienso leer poesía. Eso es para nenazas. Yopaso -respondió él descaradamente y columpiándose en la silla, manteniendo elequilibrio sobre dos patas. Bufé, indignada. Por suerte, la profesora respondiópor mí:
-Lapoesía es una forma de arte, Sergio, y harías bien en apreciarla. De todasformas, esta es mi clase, y te guste o no tienes que hacer lo que yo te diga.No me hagas empezar el día poniéndote una amonestación -le advirtió, pero él,sin cortarse un pelo, replicó:
-Ydos y tres, si quieres. Por mí como si me expulsas del instituto. Pero nopienso leer esta mierda.
-¡Sergio!¡Siéntate bien ahora mismo y ponte a hacer lo que yo te diga o llamaré a ladirectora y hablaremos muy seriamente con tus padres! Si sigues a este ritmo,la expulsión parecerá un juego en comparación con la sanción que te puede caer.
Pensé que él respondería mal de nuevo,pero tras mirar con los ojos entrecerrados a la profesora durante unossegundos, Sergio dejó caer las dos patas de la silla que se hallaban en el airey se volvió de nuevo hacia delante.
Cuando Lourdes terminó de repartir los libros,se colocó al frente de la clase con un ejemplar y dijo:
-Abridlopor la página diez. Empezaremos con "Simis manos pudieran deshojar", de Lorca. Natalia, empieza a leer.
Una chica alta y morena colocó bien ellibro entre su compañero y ella y comenzó a recitar el poema con voz suavemientras los demás seguíamos la lectura desde nuestros libros:
-"Yo pronuncio tu nombre // En las nochesoscuras // Cuando vienen los astros // A beber a la luna // Y duermen losramajes // De las frondas ocultas. // Y yo me siento hueco // De pasión y demúsica. // Loco reloj que canta // Muertas horas antiguas
-Menudasarta de gilipolleces
-susurró Sergio a mi lado, frunciendo el ceño. Chasqueéla lengua, molesta.
-Elúnico gilipollas eres tú, que ni te molestas en intentar comprender la poesía.Si lo hicieses, descubrirías que es más que un montón de palabras juntas -siseé,apretando los puños. Él me miró de una forma extraña, y yo esperé a queempezara a burlarse de mí. Sin embargo, no lo hizo. Se limitó a observarme conexpresión inescrutable, mientras las palabras de Lorca jugaban a ser la músicade fondo.
Me permití el lujo de perdermemomentáneamente en aquellos ojos tormentosos que parecían poseer todas lasnubes y mareas del universo danzando en constante movimiento en su interior.
-¿Tanirresistible te resulto que eres incapaz de apartar la mirada de mí? -me preguntóen voz baja, esbozando una de sus sonrisas socarronas y haciéndome volver a larealidad. Sentí cómo me ardían las mejillas, pero me contuve lo mejor que pudey respondí, sonriendo con sorna:
-No,claro que no. Simplemente te estaba dando la oportunidad de contemplarme bien,porque sé que nunca encontrarás a ninguna chica tan guapa como yo y soyconsciente de que puedes caer en una depresión por esto.
-¿Ah,sí? Pues si tú eres la chica más guapa del mundo, creo que me plantearéseriamente la homosexualidad -respondió, devolviéndome la pelota y conteniendola risa. Abrí la boca para decirle lo que se me estaba pasando por la cabeza enese momento, pero antes de que cometiera ese claro suicidio Lourdes me mandó amí leer.
Le dirigí una mirada de profundo odio aaquel idiota sideral y empecé a recitar.
POVInés
El timbre sonó, indicando el final delas clases. Vacié la mesa y salí fuera. El frío se pegaba a las paredes delinstituto, y los primeros colores del otoño abrazaban el aire. Tonos marrones,rojos, ocres, naranjas y amarillos, aluviones de matices cubriendo cadacentímetro del paisaje. Me gustaba el otoño, con sus brisas frías y sus hojascrujientes, con sus paseos entre el follaje caído y sus noches repentinas.
Me senté en un banco cercano a lapuerta principal y aguardé a que mi hermana saliese. Sabía que tardaría.Siempre tardaba. Cerré los ojos, me recosté hacia atrás y me quedé inmóvil,escuchando sin oír los ruidos juveniles que me rodeaban.
Relajándome.
-Mmmm
¿Inés? -dijo una voz suave a mi lado. Abrí los ojos y me encontré con el rostrode un curioso Nicolás observándome, con el pelo revuelto por la brisa y elexánime cielo blanco enmarcando su cabeza.
-Ah,hola, Nicolás -saludé, enderezándome para mirarle de frente. Él ladeó la cabezay dijo:
-Mepreguntaba si te parecería bien que nos viésemos algún día después de clase.Para avanzar con el trabajo -añadió alzando una ceja al ver mi cara deperplejidad.
-Ah,el trabajo
Sí, claro, es una gran idea. ¿Quieres venir a mi casa
mañana, porejemplo?
Nicolás negó y respondió:
-Preferiríaque vinieses tú a la mía. Vivo aquí al lado, y mis padres trabajan todo el día,así que no habría ningún problema en que vinieses a comer. De esa forma, dispondríamosde más tiempo porque no lo perderíamos con viajes -propuso. Estuve a punto denegarme, pero me mordí la lengua justo a tiempo. Al fin y al cabo, tenía razón.
-Vale,le pediré permiso a mi padre
¿Seguro que a los tuyos no les importa que vaya acomer a tu casa?
-No.
-Bien
¿Me pasas tu número? Te llamaré para confirmar que me da permiso
Estaba apuntando el teléfono de Nicolásen el dorso de mi mano cuando Marta llegó dando saltos y se sentó a mi lado.
-Hola-saludó a mi compañero, y él hizo un gesto como respuesta. No me sorprendió,pues a esas alturas ya había descubierto que Nicolás hablaba solo loimprescindible. Terminé de apuntar el número y él se fue.
-Quéchico más raro, ¿no? -observó Marta, mirando cómo se alejaba. Yo me encogí dehombros. Un poco raro sí que era, pero en el fondo a mí me caía bien.
-¡Eh,media neurona! -gritó una voz masculina desde la puerta del instituto. Me volvíy descubrí a un chico moreno de ojos grises que caminaba hacia nosotros conchulería, seguido de cerca por un par de chicas que no paraban de soltarrisitas estúpidas. Me quedé quieta, sorprendida, cuando oí a Marta musitar:
-Genial,otra vez él.
Me fijé mejor en el chico y descubríque era el chaval con el que mi hermana había discutido el día anterior. Malasunto. Llegó hasta nosotras y, sin mirarme siquiera, se dirigió a Marta:
-Oye,tú, dice mi nuevo tutor que me pases vuestro horario -ordenó despectivamente.Las dos chicas de detrás seguían observándolo como si tuviesen delante almismísimo Zeus.
-Primero,no eres nadie para hablarme de esa forma, así que relaja el tono. Segundo,¿para qué demonios quieres tú el horario, si no vas a traer los libroscorrespondientes ni un día? -respondió mi hermana, frunciendo el ceño.Parpadeé, atónita. ¿Es que aquel chico estaba en clase de Marta?
Él sonrió torvamente y dijo, metiendolas manos en los bolsillos:
-Laverdad es que yo no lo quiero para nada, pero me apetece incordiarte un poco.Además, no querrás que le diga al tutor que te has negado a darme elhorario, ¿verdad?
Marta apretó los dientes, abrió sumochila y sacó una hoja de un portafolios.
-Ten,siempre traigo una copia -gruñó. El chico la cogió, sin dejar de sonreír, y ladobló descuidadamente para metérsela en el bolsillo.
-Gracias,media neurona -se burló, mientras las dos arpías de detrás reían. Marta se pusoen pie de un salto y, mirándolo con auténtico fuego en los ojos, gritó:
-¡Dejade llamarme así!
Él avanzó un paso hasta Marta, de formaque sus rostros quedaron a escasos centímetros. No borraba de su cara suexpresión desafiante y divertida.
-Me-dia-neu-ro-na-susurró despacio y provocadoramente, separando las palabras en sílabas como sihablase con alguien corto de entendederas. Si las miradas matasen, el chicohabría caído fulminado en ese mismo instante, porque Marta le taladraba con losojos. Parecía que quisiese estrellar el puño en la cara del chaval, lo cual nome extrañaba lo más mínimo, pero no debía permitirlo. Me acerqué a ella pordetrás y la rodeé con mis brazos, apartándola de él.
-Déjalo,Marta, por favor -le pedí.
-Eso,haz caso de tu
¿gemela? No es buena idea meterse conmigo -bravuconeó el chico.Marta pataleó entre mis brazos, tratando de zafarse de mi agarre.
-¡Suéltame!¡Pienso darle una buena patada a ese estúpido, engreído y
!
Pero no llegué a saber qué otrosadjetivos tenía Marta para el chico porque el autobús se detuvo junto anosotros. Tiré de mi hermana en dirección al vehículo, pero ella no dejaba deprotestar y retorcerse, mientras él reía y se despedía con la mano, burlón.
Me costó bastante hacer que Martaentrase en el autobús, y cuando lo logré y conseguí que se tranquilizase, meexplicó lo del traslado de ese chico, Sergio.
-Puesqué mal, ¿no? -musité, preocupada. Si ya se habían peleado dos veces en dosdías, ¿qué nos esperaba en el resto del curso?
-¿Mal?¿MAL? ¡Es lo peor que podría haberme pasado! Hoy he tenido tres clases con él,Inés. Tres. Y en todas ellas se empeñó en sentarse a mi lado. No dejó de hacerel estúpido ni un segundo. Es un idiota, arrogante, imbécil, degenerado, chulo
-¡Buff!Espero que no estéis hablando de mí
-dijo una voz divertida, interrumpiendo eldiscurso de Marta. Guillermo se apoyaba en el respaldo del sillón que teníamosdelante, sonriente.
-No,tranquilo -le respondí.
-Puesmenos mal, aunque compadezco al pobre diablo a quien tenéis en tantaconsideración
-comentó, y Marta y yo reímos.
-Note compadezcas, es un estúpido integral -dijo mi hermana, y Guille se mordió ellabio inferior, relajado.
-Bueno,como tú digas. ¿Qué tal vuestro día, hermanas de Javier? -preguntó, a lo que yorespondí:
-Tenemosnombre propio, ¿sabes?
-Quéguay, yo también. Tenemos muchas cosas en común, ¿no? -dijo, haciéndose eldespreocupado. Puse los ojos en blanco, suspirando.
De pronto, alguien empezó a cantar unacanción desde la parte delantera del autobús. Nos callamos para oírle, ydescubrimos así una letra estúpida y obscena que no tardó en ser coreada porvarios alumnos más. El resto empezamos a aplaudir, haciendo el ritmo de lacanción, ante la indignación del conductor, que comenzó a gritar pidiendosilencio.
Sin embargo, los causantes principalesdel alboroto pasaron por alto sus palabras y siguieron cantando. Marta,Guillermo y yo reíamos, aún dando palmas. Observé de reojo a mi hermana. Quienquiera que fuese el que había empezado ese ridículo espectáculo había logradodistraer a Marta de su odio hacia Sergio.
Y eso solo significaba una cosa: paz ytranquilidad provisionales.
POVMarta
Al día siguiente, en el autobús, Inés yyo nos sentamos juntas, como de costumbre. Mi hermana me dijo que ese día nocomería con nosotros. Iría a casa del chico aquel con el que había estado hablandoel día anterior. A mí me parecía bien, aunque la echaría de menos, todo el díasin saber casi nada de ella.
Mientras me contaba lo del trabajosobre los mayas, la voz de Guillermo nos llamó desde detrás. Inés y yo nosvolvimos para encontrarnos con la cara del sonriente pelirrojo.
-Hola,chicas. ¿Qué tal? Veréis, quería presentaros a un amigo mío -dijo, señalandocon la cabeza al chico que se sentaba a su lado, un muchacho moreno de tezpálida-. Este es Rafael. Rafa, ellas son las gemelas de las que te hablé. Son
Bueno, una es Inés y otra Marta, aunque no estoy muy seguro de cual es cual
-terminó, frunciendo el ceño y logrando que nosotras riéramos.
-Hola,Inés, hola Marta -saludó Rafael, mirándonos varias veces a las dos, risueño.
-Hola-respondimos al unísono, y volvimos a reír. Nos divertía mucho que nosconfundieran así.
Seguimos hablando con Guillermo yRafael lo que quedaba de trayecto, y cuando llegamos al instituto, me despedídel moreno y de Inés, pero no del hermano de Miguel, pues tenía Historia con éla primera.
Fuimos juntos a clase. Guillermocharlaba animadamente sobre los grupos de música rock que le gustaban. Yo nopodía parar de reír ante sus comentarios sobre el aspecto de los componentes deACDC, mientras él proseguía con toda la seriedad del mundo haciendocomparaciones estrambóticas entre esos rockeros y ciertos animales.
Al llegar a la clase, ambos nosdirigimos hacia dos mesas libres que había no muy lejos de la puerta. Me sentéen una de ellas, pero justo cuando Guille iba a ponerse en la de al lado, unamano se estrelló sobre la mesa. Alzamos la mirada y nos encontramos con Sergio,que observaba ceñudo a Guillermo.
-Estees mi sitio -declaró con tono amenazador.
-Noveo que lleve tu nombre -respondió Guille con calma.
-Miscosas no necesitan llevar mi nombre para ser mías -replicó Sergio. Vi queGuillermo iba a contraatacar, pero intervine con un susurro:
-Déjalo,Guille, vámonos a otro sitio -él asintió, pero cuando ya me estaba levantandoel profesor entró por la puerta.
-Tú,siéntate, ya -le dijo a Guillermo, que tras dirigirme una mirada triste sealejó hacia otra mesa, varios sitios más atrás. Y yo tuve que quedarme conaquel idiota que sonreía triunfal mientras se balanceaba sobre su silla.
-Quépenita, no he dejado que tu novio se siente contigo, a ver si se va a ponerceloso
-comentó con sorna por lo bajo.
-Guillermono es mi novio, Sergio, pero si así fuera, no veo por qué debería ponerseceloso de una rata de alcantarilla como tú. Por cierto, yo de ti no mecolumpiaría así en la silla.
-¿Porqué? -quiso saber, sonriendo.
-Porqueel hecho de que estés manteniendo el equilibrio sobre una sola pata de la sillahace que me den ganas de pegarle una buena patada, a ver si te caes y te rompesla cabeza. No es que fuese a importarme mucho, no se echaría a perder nadaimportante, pero a ver quién limpia luego la sangre -expliqué con una sonrisainocente, tras lo que saqué el libro de historia mirando al profesor. Pordesgracia, a mí no me había tocado Julián, sino uno con un poco más de malaleche, por lo que lo mejor sería atender. Pero claro, con Sergio al lado, esoera misión imposible.
Él dejó caer la silla sobre el suelo,sentándose correctamente, se inclinó despacio hacia mí y me susurró al oído:
-Peroqué malota. ¿No se supone que las chicas no sois nada agresivas y os limitáis aesconderos detrás de los chicos para que os protejan?
Sonreí con cinismo y respondí sinmirarle:
-Nosé qué clase de chicas conoces, pero en lo que a mí respecta, prefiero sacar mibasura yo solita y sin la ayuda de nadie.
Esperé a su respuesta, pero esta no llegaba.Le observé de reojo, y descubrí que estaba mirando al profesor. Podría haberpensado que no me había oído, pero sabía que eso no era así por la sonrisillade suficiencia que adornaba su rostro. Suspiré y me dediqué yo también aatender.
La clase se me hizo más corta de lo quehabía supuesto en un principio, porque Sergio se abstuvo de hacer ningúncomentario más. Cuando tocó el timbre, Guillermo se acercó a mi mesa y murmuró:
-Nosvemos luego, Marta -dirigió una mirada asesina al moreno y se fue. Yo recogímis cosas con calma. Ahora tocaba Educación Física. Y, cómo no, Sergio estabatambién en esa clase.
Eché a andar hacia el gimnasio. Nonecesitaba cambiarme porque ya había ido con el chándal puesto, así quedisponía de unos cinco minutos de tranquilidad hasta que los demás salieran delos vestuarios. Pero por lo visto, Sergio tampoco tenía que cambiarse.
Dos chicas, una rubia de bote conmechas castañas y otra morena, se acercaron a él. Sergio se apoyó en la pareddel gimnasio, destilando chulería y altivez por cada poro de su piel, y sonrióa las chicas. Ellas se le acercaban más de lo que debía estar moralmentepermitido, toqueteando la chaqueta del chándal del chico y jugueteando con supelo. Sergio se lo permitía, tranquilo y relajado.
Me di la vuelta para no vomitar. Teníaganas de gritarles que se fuesen a un baño o a la calle, pero me mordí lalengua a tiempo. Lo mejor sería ignorarles y no meterme. Dejé la mochila en unaesquina del gimnasio y esperé a que llegase el profesor.
Cuando entró por la puerta, suspiré, pensandocon alivio que en su presencia esas dos chicas se cortarían un poco. Nada máslejos de la realidad. Siguieron tonteando con Sergio como si no hubiese unprofesor delante.
Este se limitó a ignorarles, y sedirigió al resto de la clase, que le rodeábamos con nuestros chándales puestos.
El profesor de Educación Física,Carlos, era un hombre joven y castaño, con la piel morena y los ojos colorcanela. Rondaría los veintisiete años, y yo sabía de más de una chica queerraba en los tiros de balón por estar distraída mirándole.
Sí, era guapo, pero yo no lo veía de lamisma forma que las demás. ¡Por favor, pero si era nuestro profesor!Prácticamente nos doblaba la edad.
En ese momento, Carlos nos miró y nosdijo:
-Bueno,chicos, hoy vamos a trabajar un poco de manejo del balón: practicaremos pasesde pies, de manos, de cabeza
Ah, sí, y lo haremos por parejas. Elegidvosotros.
Rápidamente se armó un gran revuelo. Yome quedé quieta, observando, con las manos entrelazadas detrás de la espalda.Me daba igual con quién ponerme, así que esperaría a que la mayoría tuviesenpareja y se lo propondría a alguno de los que quedasen.
Entonces, unos gritos llamaron miatención. Las dos chicas que antes habían estado tonteando con Sergio sechillaban toda clase de insultos la una a la otra, mientras el moreno lasobservaba con calma y algo de diversión.
-¡Yome pondré con él! -gritó la rubia.
-¡Esoes lo que tú te crees! ¡Seré yo la que se ponga con él! -replicó la morena,también a voces.
Siguieron así unos segundos hasta que,finalmente, el asunto llegó a las manos. Carlos intervino cuando ambasempezaron a tirarse del pelo y chillar como locas.
-¡Yaestá bien! ¡Separaos ahora mismo! -ordenó, distanciándolas él mismo-. Parecéiscrías de Primaria, ¡ninguna se pondrá con él! Tú, con Juan. Y tú, con Elena -prosiguió,asignando el puesto de compañeros de esas chicas a los desafortunadossusodichos. Después, añadió señalando a Sergio-. Y tú ponte con esta chica deaquí
¿Te llamabas Marta, no?
Me giré de golpe para afirmar lo que yasabía: Carlos estaba hablando conmigo. Asentí, despacio, apretando los dientes.Genial.
El profesor dio media vuelta y se fue acoger los balones, llevándose consigo a un par de estudiantes para que leayudasen.
Entonces, y reprimiendo un escalofrío, oíuna voz susurrándome al oído:
-Vaya,vaya, así que me tengo que poner contigo
Creo que esta va a ser una clase muydivertida.
POVInés
La primera clase del día había sidoPsicología. Habíamos tenido una lección teórica y realizamos varios ejercicios.A segunda, me tocaba Biología. Es decir, que vería a Guillermo. Me dirigí alaula con una sonrisa. Aquel chico me caía muy bien.
Cuando llegué a la clasecorrespondiente, descubrí al pelirrojo apoyado en el marco de la puerta,charlando distendidamente con Rafael. Al acercarme, ellos interrumpieron suconversación para mirarme.
Holasaludó Guillermo, feliz.
Holale imité.
Bueno,pues yo tengo que irme, que tengo Matemáticas con el señor Roberto y lo últimoque necesito es que me eche la bronca otra vez se despidió Rafael, dándole unapalmadita amistosa en el hombro a Guillermo y sonriéndome al pasar por mi lado.
Cuando se fue, Guille y yo entramos enclase y nos sentamos juntos. La profesora de Biología, Aida, aún no habíallegado, por lo que había cierto revuelo en el aula.
Oye,¿quién es ese chico moreno tan borde de clase de Marta? me preguntó elpelirrojo. Supe a quien se refería sin necesidad de más detalles.
Sellama Sergio, y es un idiota. ¿Recuerdas que ayer, en el autobús, Marta estabainsultando a un chico? Hablaba de él. ¿Por qué lo preguntas? ¿Le conoces?
Lohe conocido hoy. Iba a sentarme con tu hermana y me ha echado. Dile a Marta quetenga cuidado con él, es un caradura, un arrogante, un descarado y un maleante gruñó.Sacudí la cabeza, sonriendo.
Nocreo que sea necesario decirle a Marta que tenga cuidado. Sabe defenderse ellasolita. De hecho, si yo fuera Sergio, temblaría. No tiene ni idea de con quiénestá tratando.
Guillermo me observó, sorprendido pormi comentario, aunque después soltó una breve carcajada, tal vez imaginándose aMarta dando una paliza a Sergio o algo así.
De pronto, la puerta de clase se abrió,pero por ella no entró Aida, sino Susana, la profesora de dibujo. Supuse que sehabría equivocado de aula, pues no en vano tenía fama de despistada, peroentonces se colocó al frente de la clase y dijo con su voz dulce y suave:
Atención,chicos. Aida se encontraba indispuesta esta mañana y ha llamado para avisar deque no podrá venir a clase. Por tanto, yo cubriré su guardia. Podéis hacer loque queráis en esta hora, excepto armar mucho jaleo.
¿Podemossacar los móviles? preguntó una voz desde el fondo de la clase.
Losmóviles están prohibidos en el recinto escolar explicó Susana con calma.
Venga,profe, que es para hablar con los amigos por Internet, que no vamos a hacernada malo trató de convencerla otro chico. Susana suspiró, se encogió de hombrosy respondió:
Estábien, hacer lo que queráis. Pero no le digáis a nadie que os he dejado sacarlos móviles, ¿de acuerdo?
Tras varios murmullos de aceptación porparte de los alumnos, la profesora se sentó en la mesa de Aida y comenzó a leerun libro que extrajo de su bolso. La mayoría de los estudiantes sacaron susmóviles y empezaron a sentarse en grupitos, riendo por lo bajo y soltandocomentarios soeces de vez en cuando.
Guillermo y yo nos miramos. Ninguno delos dos sacamos nuestros teléfonos, y en vez de eso nos pusimos a hablar. Lepregunté cómo había conocido a Javier, a lo que él me respondió con entusiasmo.Mientras me hablaba de esa presentación, yo cogí de mi mochila una libreta y unpequeño estuche con rotuladores de colores y comencé a trazar figurasindefinidas de distintas tonalidades, sin dejar de escucharle.
Pero, de repente, Guillermo dejó de hablar yse dedicó a mirar cómo dibujaba. Mis figuras indefinidas habían ido cogiendoforma, y eran ya personas, animales y objetos. Sin embargo, no les ponía unperfil delimitado. Las manchas de color sin definir se unían libremente unas con otras, creando los pequeños dibujos.
Guillermo silbó por lo bajo conadmiración, y comentó:
Guau,Miguel me había dicho que Javier dibujaba muy bien, pero no que tú tambiénfueses una pintora ejemplar.
Noté cómo me sonrojaba, nerviosa.
No,bueno, yo
Me gusta pintar, pero Javi lo hace muchísimo mejor que yo
No se meda tan bien.
¡Tonterías!¿Tú estás viendo estos dibujos? ¡Son geniales! Me encanta la forma en la quejuntas los colores, haces que todo parezca llamativo y vivo
dijo.
Quéprofundo reí yo, y él curvó sus labios en una sonrisa. Me gustan los colores.Creo que la vida sería terriblemente triste y tediosa si todo estuviese enblanco y negro. A Javi le encanta dibujar a carboncillo, dice que así reflejaperfectamente las emociones que emanan de aquello que pinta, pero yo prefierohacer un buen uso del infinito abanico de posibilidades que ofrecen loscolores. Cada matiz tiene su propio sentimiento, su propia historia, su propiamagia, y por eso me fascinan. Al menos, yo lo veo así añadí finalmente en unsusurro, avergonzándome de pronto por la aplastante emoción que me había sumidounos segundos antes. Pero Guillermo no parecía dispuesto a burlarse de mí ninada por el estilo. Al contrario, asintió con convicción, y dijo:
Mitío es un hombre un poco místico, por así decirlo, y siempre está repitiendoque cada alma y cada sentimiento tiene un color. Es lo mismo que acabas dedecir tú, pero al revés. Aunque él afirma que puede ver el color de las almasde la gente
¿Ah,sí? Solo por esto tu tío ya me cae bien, y eso que no lo conozco Guille sonrió.¿No le has preguntado nunca de qué color es tu alma? inquirí, medio en broma,medio en serio.
No.No se me había ocurrido respondió, abriendo los ojos con sorpresa. Me miró ydijo, sonriendo: ¿De qué color crees tú que es mi alma?
Mmmm
No lo sé. ¿Roja?
¿Esalgún tipo de chiste sobre mi pelo? quiso saber, alzando una ceja, pero yo reíy sacudí la cabeza.
No.No es por el pelo
Aunque podría ser. Lo digo porque el rojo es, al menos paramí, el color de la amistad y el amor, y yo creo que eres un chico muy cariñosoy un buen amigo.
En ese momento, las mejillas deGuillermo se volvieron transparentes, dejando ver el color rojo intenso de sualma reflejado en su piel. Apartó la mirada, ruborizado. Yo me mordí el labioinferior y seguí dibujando.
A lo largo del resto de la claseseguimos charlando de esto y de lo otro, y yo llené cuatro páginas de milibreta con caricaturas y dibujitos.
Finalmente, tocó el timbre.
POVMarta
Vaya, vaya, así que me tengo queponer contigo
Creo que esta va a ser una clase muy divertida.
Suspiré, hastiada. Lo último que queríaera tener una clase de Educación Física con Sergio como compañero. Yo, desdeluego, no le veía el lado divertido. Decidí ignorarle en la medida de loposible.
¿Quépasa, princesa? ¿Te ha comido la lengua el gato? ¿O ha sido el pelirrojoestúpido de antes? se burló, aún detrás de mí. En cuanto insultó a Guillermo,mi buen propósito de hacer como que no existía se esfumó.
¿Tienesalgún problema con el mundo? le gruñí, dándome la vuelta a toda velocidad. Élsonrió con satisfacción al ver que por fin le prestaba atención.
¿Yo?¿Problemas? Para nada. ¿Y tú? ¿Tienes algún problema?
Másque un problema, es una molestia. Una molestia morena, arrogante, ególatra,desesperante y ofensiva respondí. Sergio movió la cabeza de un lado a otro,mirándome, con cara de estar pasándoselo muy bien.
Noeres muy amable, ¿eh? Dime, ¿esa personalidad tuya tan insultante te permitetener amigos o tu irritación se debe a que estás totalmente sola?
Me mordí la lengua, furiosa. No habíadado en el blanco, pero tampoco se había salido de la diana. Lo cierto era que,desde que había comenzado el bachillerato, no me había preocupado mucho porhacer amigos.
¿Mehaces un favor? le pregunté.
Claro,princesa, no digas más. Esta noche estoy libre, así que por supuesto que puedespasarte por mi casa para
Enrealidad le interrumpí apretando los dientes iba a pedirte que te mantuviesestan alejado de mí como te sea posible, ¡y que me dejes en paz!
Mepides demasiado observó él, y si Carlos no hubiese llegado en ese momento conlos balones, le habría hecho una cara nueva a aquel estúpido.
Bien,chicos, coger un balón por cada pareja ordenó el profesor. Sergio murmuró unrápido "Ya voy yo" y se dirigió a la caja de las pelotas. Cuando regresó,comprobé que había sido lo suficientemente rápido como para coger una de lasnuevas, por lo que estaba bien hinchada y botaba perfectamente.
Una vez que todas las parejas tuvieronbalón, Carlos nos mandó ponernos uno frente al otro ocupando todo el gimnasio.El ejercicio era sencillo: pases de balón con los pies.
Sergio sonrió con suficiencia y chutóen mi dirección: un tiro veloz, certero y difícil de detener. Pero, ante sumirada estupefacta, le devolví la pelota con idéntica precisión y correccióntécnica. Sin embargo, él frunció el ceño, y tan pronto como el balón entró ensu radio de alcance, volvió a chutar aún más fuerte, pero sin perder laperfección. Yo, tranquilamente, le devolví una vez más el tiro, igualando denuevo su destreza. Cuando la pelota llegó ante él, lo paró pisándolo.
¿Yeso? ¿Cómo es que te manejas tan bien con el balón? preguntó, enarcando unaceja, claramente sorprendido. Me encogí de hombros.
Fuiun par de años a clases de fútbol aclaré con aparente indiferencia, como quienno quiere la cosa, pese a que en el fondo sentí una extraña alegría de haberleimpresionado y mi ego creció un poquito más.
Sergio emitió un gruñido por todarespuesta y me pasó de nuevo el balón, esta vez sin tantas ceremonias. Parecíafrustrado por no haber podido vencerme.
Durante los siguientes diez minutos,seguimos haciendo pases, cambiando de pie y de potencia cuando Carlos lomandaba. Y entonces llegaron los pases de manos.
Una vez más, el ejercicio era sencillo:tirarnos el balón el uno al otro sin que tocase el suelo.
Desgraciadamente, con Sergio no podíareinar la calma eternamente. Con su expresión más inocente, lanzó fuertementela pelota contra mis pies. La esquivé justo a tiempo, pero pasó por debajo demis piernas, así que me volví y me agaché para cogerla antes de que seescapase.
Le dirigí una mirada asesina a Sergio,que me observó imperturbable, y le pasé la pelota. Pero, de nuevo, él volvió aintentar estrellarla contra mis pies. La volví a esquivar y me di la vueltaotra vez para cogerla.
Cuando me incorporé, me giré de nuevohacia él y dije, casi gritando:
¿Quieresdejar de hacer el estúpido?
Él abrió mucho los ojos y se llevó unamano al pecho con dramatismo.
¿Yo?¡Pero si no estoy haciendo nada!
¿Cómoque no? ¿Quieres dejar de lanzar el balón hacia abajo?
Nopuedo evitarlo respondió, poniéndose serio de pronto. Sorprendida, cuestioné:
¿Ah,no? ¿Y por qué? pese a mi tono de burla, por un segundo me preocupé un pocopensando que me diría que tenía algún problema en el brazo que le impedía tirarmás alto o algo por el estilo. Pero entonces él sonrió socarronamente y dijo:
Porquecuando te agachas, esos pantalones te hacen un culo fantástico. ¿Cómo iba aperdérmelo?
Sentí cómo me ardían las mejillas, memoría de la rabia y la vergüenza. Y no pude evitarlo.
Lancé el balón con todas mis fuerzas(que no eran pocas) directo a su cara de idiota
Con la mala suerte de queCarlos pasaba en ese momento por mi lado.
¡Marta!¿Qué te crees que es esto? ¿Una batalla campal? La idea es pasar el balón, noincrustarlo en la cara de tu compañero. No te molestes en salir hoy al recreo,lo mejor será que te quedes aquí a recoger el gimnasio.
Pero
balbucí, atónita, mas mi profesor me interrumpió con un tono de voz que noadmitía réplica:
Deperos, nada. Ah, y olvídate también del segundo recreo: quiero verte aquí,limpiando esto hasta que el gimnasio reluzca al ver que yo abría de nuevo laboca, me advirtió: Una palabra más y aumentaré varios días el castigo.
Por encima del hombro de Carlos, vi aSergio, que me sonreía burlón. La rabia latió en mi pecho como si de un segundocorazón se tratase, y no pude evitar protestar de nuevo.
¡Perono ha sido culpa mía! ¡Yo
!
¡Dossemanas de castigo! ¡Esto es una clase de Educación Física, no una guerra entrealumnos, y yo soy tu profesor, no un amigo al que le puedas hablar de cualquiermanera! ¡Todos los recreos en el gimnasio, y como sigas contestándome, te vasderechita al director!
Yo me quedé lívida, sintiéndomehumillada e impotente, y entonces pasó algo totalmente asombroso y que tardéunos segundos en asimilar.
Mmm
¿profesor?
¿Quépasa, Sergio?
Martano ha tenido toda la culpa
Yo la estaba provocando, en realidad.
Parpadeé varias veces, contemplando a Sergio si poder creer lo que estaba oyendo. ¿Qué clase de broma era esa?Él, sin embargo, no me miraba a mí, sino a Carlos, y con una seriedadinverosímil pintada en el rostro.
Ah,claro, ahora esto tiene mucho más sentido gruñó el profesor. En ese caso,ambos debéis ser castigados. Tú, Sergio, por alborotador, y tú, Marta, porconducta agresiva y por replicar a un profesor. De todas formas, ahora que meacuerdo, hoy tengo reunión con el equipo docente para tratar ciertos asuntos sobreun alumno algo problemático, así que no podré estar aquí en ninguno de los dosrecreos, por lo que no hace falta que vengáis. Pero a partir de mañana, y hastaque os diga lo contrario, todos los recreos aquí. ¿Entendido?
Sí,profesor murmuré, abatida y confusa. Sergio asintió con fervor. Carloscabeceó, conforme, y se alejó hacia el otro extremo del gimnasio. Los alumnosque nos rodeaban dejaron de mirarnos y volvieron a dedicarse a pasarse el balóncon su pareja.
Sergio cogió nuestra pelota, que reposabaen el suelo junto a él, y mirándome me dijo:
¿Qué,seguimos?
No pude más y la curiosidad me venció.
¿Porqué has hecho eso?
¿Porqué he hecho qué? respondió él, tirándome el balón con mesura. Lo atrapé sinninguna dificultad y le miré a los ojos.
Decirque la culpa había sido tuya aclaré, pasándole de nuevo la pelota.
Nohe dicho que la culpa haya sido mía. He dicho que tú no tenías toda la culpa. Yes cierto.
Pero,¿por qué lo has hecho? insistí, recogiendo de nuevo el balón que me pasaba.
Miraque eres pesada, ¿eh? Pues porque tampoco era mi intención que te mandaran aldespacho del director, y reconoce que si no llego a intervenir, a estas alturasya estarías allí. Además añadió sonriendo, atrapando otra vez el balón, creoque estas próximas dos semanas pueden ser muy divertidas.
¡Hola!!!¿Qué tal estáis? Bueno, pues aquí tenéis el capítulo con Sergio y Marta. Madremía, qué tramará el moreno
¿Quéos ha parecido que al final haya "defendido" a su manera a Marta? ¿Creéis queen el fondo es una buena persona o que lo ha hecho en beneficio propio?
Unbesazo enorme
MA.A
POVInés
Cuando el timbre de salida sonó, medirigí hacia la calle, y una vez allí me apoltroné con un suspiro en el bancomás cercano. Aguardé un par de minutos, y entonces vi a Nico caminando con pasotranquilo hacia mí. Cuando nuestros ojos se encontraron, me sonrió, con la calmay el sosiego que lo caracterizaban. Miré detrás de él tras devolverle lasonrisa, con la esperanza de poder despedirme de mi hermana, y en ese momentola vi salir: andaba deprisa, gesticulando mucho y hablando en voz muy alta,pese a que yo no podía oírla. A su lado, discutiendo fervientemente con ella, yesbozando una sonrisa socarrona, avanzaba Sergio. Cuando Marta me vio, agité mimano a modo de despedida, y ella imitó el gesto, tras lo que volvió aenfrascarse en su disputa con el moreno, que parecía estar pasándoselo engrande.
Suspiré y me volví hacia Nico.
¿Nosvamos? preguntó él. Yo asentí y le seguí.
Nicolás no exageró cuando dijo quevivía al lado del instituto: nos limitamos a cruzar la calle y listo, yaestábamos en su casa. Mi nuevo compañero residía en un apartamento de unedificio grande y vetusto, de esos que tienen pinta de llevar allí décadas,pero que ofrecen un aspecto sólido y seguro.
Nico vivía en un tercer piso, y una vezllegado a su casa abrió la puerta, invitándome a entrar primero con un galantegesto. Le sonreí y avancé hacia el interior de la vivienda. Él me siguió y dejólas llaves en una mesita del recibidor. Yo miraba a mi alrededor, sintiéndomepequeñita, muy pequeñita, insignificante incluso.
Mi compañero me guio por elapartamento, mostrándome todas las habitaciones como buen anfitrión, pese a queyo no tardé en desorientarme por completo. Aquel lugar era enorme, un laberintode pasillos y salas sobriamente decoradas. Las alfombras eran tan gruesas quecada paso sobre ellas significaba tres segundos con el temor de hundirte porcompleto entre sus hebras, y las paredes estaban revestidas de estanteríasatestadas de libros, cómodas de caoba, espejos de gruesos marcos y cuadros conescenas florales y campestres.
La casa era sombría e impersonal, comosi estuviese allí solo de adorno y nadie viviese verdaderamente en ella, dandola impresión de tratarse de un escenario de cartón vacío al que le faltaba lavida y el brío de los actores. Pese a ello, se veía que los padres de Nicotenían mucho dinero.
La visita guiada finalizó en lahabitación del chico. Era un cuarto considerablemente grande, con la cama en lapared opuesta a la puerta, bajo un amplio ventanal que daba a la calle,concretamente al instituto. Había un estante lleno de libros, cuadernos ylápices en un lado de la estancia, y en el otro residía un gran escritoriorebosante de papeles con un sillón de cuero delante. Junto a él, fijado a lapared, reposaba un corcho también forrado de hojas con apuntes y varias fotografías.Un discreto armario en una esquina del dormitorio constituía el último elementodel mobiliario.
La habitación, pese a que carecía deadornos desmedidos y no tenía un gran número de enseres personales, poseía unaire íntimo y acogedor que me agradó al instante. Ese cuarto era distinto delresto de la casa y ofrecía el calor que le faltaba al apartamento en sí.
Miré a Nico, y vi que él me observabade reojo con nerviosismo, como si esperase mi valoración. Le sonreí, y él serelajó un poco.
Mmmm
¿Vamos a comer? preguntó.
Claro,me muero de hambre respondí. Así. Simple, sencillo.
Regresamos a la cocina (yo me tomé lamolestia de memorizar el camino de vuelta a su cuarto) y, una vez allí,descubrí unos platos de humeante sopa que no estaban sobre la mesa la primeravez que pasamos. Parpadeé, sorprendida, pero mi asombro se disipó cuando unamujer enjuta y con el pelo cano recogido en un moño salió de detrás de lapuerta de un armario.
Lacomida está lista, Nicolás dijo, con su avezada y temblorosa voz.
Gracias,Agustina respondió mi amigo con una sonrisa cálida, tras lo que me invitó asentarme con él a la mesa. Ambos empezamos a tomar la sopa, y me sorprendió losuave y deliciosa que era.
En un momento dado, la mujer salió dela cocina dejándonos solos, ocasión que no dudé en aprovechar para preguntaruna afirmación:
¿Tienescocinera?
Él se encogió de hombros comorestándole importancia al asunto y dijo:
Máso menos. Se encarga de limpiar y de cocinar, y me cuidaba cuando era pequeño.
Di un trago al vaso de agua que teníaante mí, y en ese momento la curiosidad fue demasiado fuerte, por lo que nopude evitar preguntar lo que desde hacía rato me rondaba la mente:
Nico
¿En qué trabajan tus padres?
Él sonrió con ironía y un deje detristeza.
Impresionada,¿verdad? Todos se sorprenden
En fin, qué más da. Mi padre es empresario, eldirector de una compañía de relaciones comerciales con el extranjero. Mi madrees ingeniera naval Nico volvió a sonreír al ver mi expresión de estupefacción,esta vez de forma más veraz.
Esperoque no sea un atrevimiento muy grande por mi parte, pero supongo que esosignifica que ganan una auténtica fortuna, ¿no?
Sí,esa es una de las muchas cosas que significa murmuró él, con aire abatido. Nocomenté nada más al respecto, porque en ese momento volvió a entrar Agustina,quien sustituyó nuestros platos vacíos por bandejas con escalopes de ternera.
Comí en silencio, observando a Nicoláspor el rabillo del ojo. Después de la carne llegó el postre (pastel dearándanos) del que también di buena cuenta.
Cuando terminamos, Agustina nos echó dela cocina impidiendo que la ayudase con los platos sucios, argumentando que yoera una invitada y ese era su trabajo.
Así que Nico y yo volvimos a suhabitación. Él había llevado una silla de la cocina para que pudiera sentarmecon él junto al escritorio.
Sin embargo, antes de comenzar con eltrabajo, y apenas nos hubimos sentado, mis labios se abrieron de nuevo sinpedirme permiso y materializaron otra de mis preguntas:
¿Quémás cosas significa que tus padres tengan esos altos cargos?
Nicolás se volvió hacia mí y me dirigióuna larga mirada. Yo me encontré contemplando fijamente sus ojos, y mesorprendí. Nunca hubiera pensado que unos ojos marrones, de ese color tancomún, podrían ser tan hermosos y especiales.
Por un segundo pensé que no merespondería, pero entonces volvió a hablar con su suave y pausada voz:
Ellosnunca están en casa. Apenas les veo, solo un par de veces los fines de semana,y eso con suerte. Se marchan temprano, regresan de madrugada, y a menudo se vande viaje durante días, semanas e incluso han llegado a ausentarse durante másde un mes por asuntos del trabajo.
Sentí un nudo en la garganta y me arrepentíde haber preguntado. Nicolás hablaba con el tono desapasionado y frío de quienno experimenta ninguna emoción por lo que está diciendo, de aquel al que no leimporta el asunto porque siente que no va con él. O tal vez era el tono dealguien que ya se ha acostumbrado al silencio y a la soledad hasta el punto enque le resulta terriblemente rutinario.
Losiento murmuré, pero él sacudió la cabeza.
Note preocupes, no tiene la menor importancia. ¿Nos ponemos con el trabajo?
Asentí en silencio, sabiendo queNicolás no estaba tratando de cambiar de tema, sino que simplemente no teníanada más que decir.
Y yo me apené por la forma en la queaceptaba su desamparo con tanta naturalidad e indiferencia.
¡Hola! ¿Qué tal estáis? No sé si osestará gustando el fic, aunque espero que sí
¿Qué os ha parecido la casa deNico? ¿Y qué opináis acerca de sus padres?
¡Muchísimas gracias por leer ycomentar, sois mi combustible para seguir escribiendo!
Un besazo enorme
MA.A
¡Hola! ¿Qué tal? Siento haber tardadocuatro días en actualizar, pero es que estaba muy liada
Como compensación, heescrito un capítulo un poco más largo
¡1903 palabras!
Sí, vale, no es mucho, pero es que casino tengo tiempo
Bueno, os dejo con la lectura. ¡Espero que os guste!
-
POVMarta
A la mañana siguiente, en el autobúsdel instituto, me olvidé de que existía un mundo girando bajo mis pies y medediqué a estampar la frente contra el cristal de la ventana. Entrecerrando losojos, lograba difuminar mi visión, y así apreciaba menos las formas y más lasluces y los colores. Una veloz mancha roja con dos estrellas de relucienteblanco delante: un coche que pasaba zumbando a nuestro lado. Un borrón alargadode color negro rematado con un lucero verde intenso: el semáforo que nospermitía el paso.
Y así durante un buen rato. Mi hermanaestaba sentada a mi lado, en silencio. De hecho, las dos estábamos mucho máscalladas que de costumbre, fruto de las preocupaciones que nos asaltaban a cadauna.
La noche anterior, con las lucesapagadas y bajo el cobijo que ofrecían nuestras sábanas, Inés me había contadotodo lo que le había sucedido desde que nos separamos por la mañana: suconversación con Guillermo sobre los colores, la comida en la impresionantecasa de Nico, lo que este le había contado sobre sus padres
Reconocía que, enese instante, sentí mucha lástima por él. Yo nunca estaba sola, porque pese aque mi madre había fallecido y mi padre se pasaba el día de bar en bar, siempretenía conmigo a Javier y a Inés. Realmente, no podía imaginar qué sería de mísin ellos, y me apenaba el desamparo de Nicolás
Tras el relato de mi hermana, yoprocedí a contar mis vivencias: el desagradable comportamiento de Sergio conGuillermo, la clase de Educación Física, las parejas, las pullas, el balonazo,el castigo
En el resto del día no me había coincidido el horario con el deSergio, por lo que no había tenido que verle, pero a la salida me lo habíaencontrado y, cómo no, nos pusimos a discutir sobre quién había tenido la culpadel castigo.
Inés me escuchó en silencio, y cuandocallé, se limitó a decirme que tuviera cuidado con él y no le siguiera eljuego. Después, ambas nos quedamos dormidas.
Y aquí estábamos ahora, sentadas juntasen el autobús, ella preocupada por la vida solitaria de Nicolás y yo amargadapor el dichoso castigo con Sergio. Aquel iba a ser un día muy largo.
Cuando llegamos, apenas nos bajamos yel timbre se puso a sonar: o bien se había adelantado un par de minutos, o bienel tráfico mañanero había retenido al conductor más de lo habitual.
Corrimos hacia la entrada y nosdespedimos. Con un suspiro resignado, me dirigí a mi primera clase: Inglés. Mepasé la hora distraída, deslizando perezosamente la mirada sobre las paredesverdes del aula, imaginándomelas de otros colores para entretenerme decidiendocuál quedaría mejor.
El rojo sería excesivamente brillante,distraería a los alumnos. ¿El azul? Demasiado
relajante. Yo me dormiría en unaclase azul. ¿Qué tal el amarillo? Saldríamos ciegos del aula
¿Y en morado?Bueno, quedaría muy místico, pero
Marta!Listen, please! llamó mi atención la profesora. Me volví velozmente hacia ellay me di cuenta de que todos los alumnos me estaban mirando.
Eh
I'm sorry
murmuré, ruborizándome ligeramente. ¡Jolín! ¡Últimamente no hacíanmás que llamarme la atención! Debería prestar más atención en clase
Por suerte, en la hora siguiente,Geografía, el profesor no me dijo ni media palabra porque, si bien es ciertoque no atendí todo lo que debería, el pobre hombre no se dio cuenta de nada,tan absorto como estaba en su explicación de los primeros mapas conestadísticas incorporadas.
Y, finalmente, llegó el temido momento:el timbre que indicaba el inicio del primer recreo llenó las clases con susonido estridente, invitando a la libertad condicional que nos era concedidadurante quince minutos
Pero no para mí.
Recogí mis cosas y bajé penosamente lasescaleras en dirección al gimnasio. Dejé mi mochila en el vestuario femenino yentré en la cancha, donde me esperaban Carlos y Sergio. Este último llevabapuestos unos vaqueros desgastados y una cazadora negra de cuero abierta sobreuna camiseta de tirantes blanca. Metía las manos en los bolsillos y observabala escena con aburrimiento.
Carlos, por otro lado, iba enfundado ensu inamovible chándal, y cruzaba los brazos sobre el pecho con aspecto de noestar muy contento.
¡Marta!¿Quieres darte un poco de prisa, por favor? me dijo, enarcando una ceja.Caminé hacia ellos con paso lento, haciéndole un poco de rabiar. Cuando lleguéa su lado, el profesor señaló con el dedo pulgar unas cajas de plástico detamaño considerable que se disponían en línea junto a la pared, a sus espaldas.La tarea de hoy es sencilla: el material de estas cajas está mezclado sin ordenni concierto, y hay muchas cosas deterioradas. Lo que tenéis que hacer esvaciarlas, separar en dos montones lo que aún está en buenas condiciones y loque no y clasificar el material útil en las cajas: en una las pelotas, en otralas raquetas, en otra las alfombrillas
¿me explico? Las cosas inservibles lasmetéis en bolsas de basura y las lleváis a conserjería. Os llevará tres ocuatro recreos, por lo menos. Cuando terminéis, venid a buscarme y os daré mástrabajo. Y ahora, manos a la obra.
Y dicho esto se alejó con grandeszancadas, saliendo del gimnasio. Suspiré con resignación y me dirigí a lascajas, pero me detuve en seco cuando vi que Sergio no me seguía.
¿Qué,te pesan los zapatos? ¡Muévete! le ladré. Él me dirigió una larga mirada,entre divertida e indignada, y después soltó:
No,gracias. Hoy me siento increíblemente generoso, por lo que te permitiré hacermi parte del trabajo mientras yo me tumbo
¿qué tal allí?
Ni corto ni perezoso, Sergio se dirigióa una esquina del gimnasio, y de un brinco se encaramó sobre la pila decolchonetas que usábamos para amortiguar los ejercicios de saltos y evitarlesiones. Me acerqué a él hecha una furia, controlando con dificultad mi malgenio.
Y,dígame, su real alteza, ¿por qué no piensa "colaborar"? gruñí entre dientes.
Hombre,pues está claro, ¿no? Casi me matas de un balonazo. Creo que lo justo sería quetú hicieses todo el trabajo. Me lo debes.
¡¿QUÉ?!grité, a punto de abalanzarme sobre él y arrancarle hasta el último trozo depiel.
Venga,princesa, no te entretengas y ponte a trabajar, que tienes mucha labor pordelante
O espera, tengo una idea mejor: súbete aquí conmigo y nos echamos unasiesta los dos juntos, ¿eh? Ya le endosaremos el castigo a algún pringado, ¿teparece?
Me quedé atónita, mirándole como sifuese la primera vez que lo veía.
Meestás tomando el pelo.
Él se apartó el flequillo de la caradistraídamente, como si no se diese cuenta de que llevaba a cabo este gesto, ycon una sonrisa respondió:
Paranada, hablo totalmente en serio. Sé que puede sorprenderte que invite a alguiencomo tú a gastar parte del oxígeno que me rodea, pero ya ves: soy una personaextremadamente magnánima, y compartiré la colchoneta contigo. Venga, sube.
Le sonreí con indulgencia y me inclinéhacia él para susurrar con tono peligroso:
Nien un millón de años
¡Maldito descerebrado! ¿Pero tú qué te crees? ¡Tenemosque organizar esas cajas, o Carlos nos matará! Y no sé tú, pero yo no tengoninguna gana de ir al despacho del director por culpa del tarado de turno.
Bah,eres una mojigata. No sabes lo que es la diversión. Y yo que pensaba que podíasser una tía en condiciones
Pero no, resulta que eres como la remilgadapusilánime de tu hermanita
¿Quéhas dicho? siseé, con tal suavidad que Sergio abrió los ojos, sorprendido.
Hedicho que eres como tu hermana, una mojigata, remilgada, pusilánime, blandenguey ñoña, ¿te ha quedado bien claro o te hago un esquema?
Toda su ufanaría se extinguió cuando mesubí a las colchonetas a la velocidad del relámpago y le cogí del cuello de lacamiseta, tirando de él hacia mí.
Escúchamebien, niñato malcriado -empecé, con la voz temblando por la rabia. A mí puedesinsultarme todo lo que quieras, pero si te oigo decir una sola palabra más demi hermana, te prometo que te mando derechito al hospital. ¿Me oyes? Nadie, yrepito por si tu cerebro de retrasado no lo ha comprendido, NADIE, se mete conInés. No eres más que un imbécil que va por la vida de chulo en plan "ahí voyyo" y en realidad das auténtica pena. Eres el chico más irresponsable, inmaduroy despreciable que he conocido jamás, y si sabes lo que te conviene no volverása insultar a mi hermana. ¿Te ha quedado bien claro o te hago un esquema?
Y dicho esto, lo empujé de nuevo contralas colchonetas, respirando irregularmente por la rabia. Sergio, apoyado en loscodos y con el pecho de la camiseta arrugado, me miró con una mezcla deestupefacción y turbación, demasiado confundido como para decir nada.
Sin esperar a ver cómo reaccionaba, mebajé de la pila de colchonetas y caminé alejándome de él, inhalandoprofundamente para relajarme. Sabía que debía controlar mejor mis impulsivosataques de ira, pero no podía evitarlo: no había cosa en el mundo que detestasemás que ver cómo alguien se metía con mi hermana. Ella era la persona que másquería en el mundo junto a Javier, pero a él le resbalaban de tal forma losinsultos que no era necesario meterse en problemas por ello. Sin embargo, Inés
No era que ella se tomase mal las pullas, ni tampoco que no pudiera defendersepor sí misma. De hecho, la situación distaba mucho de ser así. Pero yo no podíaremediarlo: sentía la necesidad de protegerla, porque ella era una chicasensible y no quería ni podía permitir que le hiciesen daño; aunque Inés noprecisara de mi defensa, yo seguía saltando con cada palabra dirigida en sucontra.
Me incliné junto a la primera caja conun resoplido molesto. En ese momento, me sentía un poco mal por haber tratadoasí a Sergio
Pero no, se lo merecía. Ya iba siendo hora de que alguien leparase los pies, y no solo por lo de Inés.
Aunque tenía la sospecha de que eseestúpido nunca cambiaría
Empujé fuertemente la caja con laintención de volcarla para examinar su contenido, pero estaba demasiado llena ypesaba mucho para mí. Cuando ya estaba a punto de levantarme y sacar las cosasuna por una, dos manos fuertes se agarraron junto a las mías al borde de lacaja, empujándola y derribándola sin problemas.
Me volví muy sorprendida paraencontrarme con un Sergio callado y serio que se sentó entre el barullo decosas esparcidas por el suelo y empezó a separarlas en dos montones, sindirigirme ni una palabra, sin dedicarme ni una mirada.
Pensé, por una fracción de segundo, queestaba enfadado conmigo. Pero no. Callar y ponerse a colaborar no era su formade enfadarse. Si en verdad hubiese estado molesto, me habría gritado cuatrofrescas. Pero en ese momento, sin la más mínima expresión en su cara, selimitaba a cumplir el castigo del que apenas unos minutos antes había renegado.
Le observé durante unos segundos,sorprendida al ver la docilidad con la que trabajaba. Y, sin poder contener unaleve sonrisa, me acerqué a él para ayudarlo.
Vale, ¿qué os ha parecido? Estecapítulo va dedicado a Lectora anonima,seguro que ella ya sabe por qué ;D.
Un besazo enorme
Meri
POVInés
A primera tenía de nuevo biología. Nadamás llegar, vi a Susana sentada en la mesa de Aida, y supe que aquel díatambién tocaría guardia.
Efectivamente, Susana no tardó enponerse en pie para avisarnos de que Aida se encontraba peor aún que el otro díay había tenido que ir a Urgencias.
Con un suspiro, me senté en mi habitualmesa junto a la ventana (en todas las clases me colocaba tan cerca como me fueseposible de la luz del sol). Guille no tardó en ponerse a mi lado, saludando conuna sonrisa que le devolví.
Aquel chico me caía increíblementebien. Era agradable, divertido, cariñoso, educado
Había tardado poco en pasara ser de mis mejores amigos del instituto
junto a Nico.
Dime,pequeña, ¿qué te ronda por la cabeza? dijo Guillermo, pasando repetidamente lamano por delante de mis ojos. Parpadeé, algo despistada, y me encogí de hombros.Vamos, vamos, cuéntaselo a tu amiguito pelirrojo. ¿Es algún chico? quisosaber, guiñándome un ojo.
No pude impedir que la sangre seacumulase bajo mis mejillas, confiriéndome un rubor inevitable.
Eh
No, claro que no respondí, tratando sonar convincente
aunque en realidad síque había estado pensando en un chico. Nicolás
La tarde anterior habíamosavanzado mucho con el trabajo, y pasado un rato Agustina nos trajo refrescos ygalletas que devoramos como si no hubiésemos visto un plato de comida ennuestra vida. Durante ese descanso, hablamos de varias cosas, siempre teniendocuidado de evitar en lo posible temas que aludiesen a sus padres. Pero en eltiempo que pasé charlando con él, descubrí que me sentía muy cómoda en sucompañía, y que tras la máscara de precaución y timidez de Nicolás se escondíaun chico ingenioso, divertido y muy interesante.
Ya,ya, seguro
canturreó Guillermo, devolviéndome a la realidad.
Habloen serio reafirmé, observando como el último de los alumnos, un joven quesiempre llegaba tarde a todos lados, cerraba la puerta a sus espaldas ycaminaba cabizbajo hacia su sitio.
Venga,Inés, que empiezo a conocerte. Pensabas en un chico, ¿a que sí? Y apuesto a quepuedo adivinar en quién.
¿Ah,sí? respondí, sonriendo y mirándole por primera vez a los ojos. Sorpréndeme.
NicolásSilva dijo él, cruzando los brazos sobre el pecho y sonriendo triunfalmente.Quise desmentirlo, pero no fui capaz. ¿Cómo se habría dado cuenta? Tal y comosi me hubiese leído la mente, añadió. Os he visto varias veces juntosúltimamente, y ayer te fuiste con él a su casa, ¿no?
Sí,pero solo fue para hacer un trabajo de historia
Venga,Inesita, reconócelo: te gusta Nicolás.
Me quedé mirando su expresión sonrientey pícara
pero no burlona. Sentí el impulso de confiar en él.
Mmm
No lo sé, puede que me guste un poco, pero no estoy segura. A lo mejor solo megusta como amigo, le conozco desde hace demasiado poco como para estar segura mentira,pensé. Había estado en su casa, sabía quiénes eran sus padres y a qué sededicaban, los pasatiempos preferidos de Nico (que eran muy similares a losmíos), las cosas que le desagradaban, sus asignaturas predilectas
Sin duda,una sola tarde daba para mucho.
No obstante, Guillermo pareció conformecon mi respuesta, porque asintió despacio y se acomodó en la silla, mirando porla ventana con gesto despreocupado.
¿Ya ti? le pregunté, más por devolverle la pelota que por otra cosa.
¿Amí qué?
¿Tegusta alguna chica?
No,yo
balbució, apartando la mirada con rapidez. Le pinché con un dedo en elcostado e insistí:
Venga,Guille, no seas malo y responde. ¿Te gusta alguien o no?
Bueno
Puede, y solo puede, que me guste alguien
confesó finalmente en voz baja,echando un veloz vistazo a su alrededor como si esperase descubrir a algún espíacon prismáticos incluidos atendiendo a nuestra conversación.
¿Deverdad? Y ¿quién es? quise saber, pero al ver su gesto de alarma rectifiqué.O bueno, me conformaré con saber cómo es.
Pues
pelo oscuro y corto
estatura normal, aunque tiene un físico de diez
es bastantedeportista
le gusta mucho la música
y
bueno, no sé qué más decirte
Reí ante su claro nerviosismo
Estábien, tranquilo. Me vale con eso.
Guillermo me dedicó una tímida sonrisaque era en parte de agradecimiento, y suspiró con algo de bochorno. Para sualivio, el resto de la clase lo pasamos hablando de temas menos comprometidos,como nuestros planes para las vacaciones de Navidad, para las que aún faltabanmás de dos meses.
Cuando tocó el timbre, me despedí de miamigo y me dirigí hacia mi segunda clase, historia, lo cual significaba unasola cosa: Nicolás.
Tenía ganas de verle otra vez. Aquelchico me daba mucha pena. No me gustaba verle siempre solo
y me encantabaestar con él.
Al entrar en clase, le vi sentado juntoa las ventanas. Me dirigí al sitio contiguo al suyo y le sonreí.
Hola,Nico.
Él alzó la cabeza del libro que habíaestado observando y me devolvió la sonrisa.
Hola,Inés. ¿Qué tal estás?
Muybien, ¿y tú? respondí, sentándome a su lado.
Bientambién contestó, bostezando. Sin embargo, detecté una leve sombra depreocupación en su mirada
Y algo más. Unas manchas oscuras enmarcando sus ojosde color miel, acompañadas de profundas ojeras.
Oye
¿No has dormido? quise saber, hablando suavemente.
¿Eh?Ah
Sí, sí que he dormido
yo le miré escépticamente, y él añadió: Bueno,vale, a lo mejor no he dormido mucho
Pero sí lo suficiente. Estoy bien, deveras.
Le observé unos segundos sin decirnada, sinceramente intranquila por él. ¿Por qué no habría dormido?
Julián entró en ese momento por lapuerta. Nos pasamos la hora haciendo ejercicios sobre las civilizacionesantiguas que pudiesen servirnos como referencia a la hora de hacer el trabajo.Ni Nico ni yo hablamos demasiado, aunque yo era totalmente consciente de que élno estaba donde debería estar.
También el profesor se percató de esto,y pese a su habitual carácter tranquilo y agradable le llamó varias veces laatención por distraerse hasta que terminó sacándolo de clase.
Cuando el timbre sonó, salí corriendo yme lo encontré solo en el pasillo, sentado en el suelo con la espalda apoyadaen la pared y la mirada perdida.
Mmm
¿Nicolás?
Él me miró y yo me estremecí. Sus ojosestaban velados por una diáfana capa de tristeza. Nico parpadeó un par de veceshasta enfocar la mirada, y murmuró:
¿Qué?¿Qué decías?
Con un suspiro resignado, me agaché, lecogí de la mano y le arrastré fuera del instituto sin darle tiempo a protestar.
Me lo llevé al pequeño jardín de detrásdel edificio y le empujé contra una esquina solitaria. El cayó sentado sobre lahierba y me miró con aire atontado. Me incliné frente a él muy despacio,recogiéndome un mechón de pelo rizado tras la oreja.
Nico
¿Qué te pasa? Y no me digas que nada, porque no soy tonta.
Él se enderezó de pronto, y el aura deinocencia y despiste que le recubría se extinguió sin dejar rastro. Me observóde forma inescrutable, como si intentara averiguar si existía algunaposibilidad de eludir convincentemente la pregunta. Por lo visto, decidió queno.
Anocheoí a mis padres volver a casa.
Su voz fue apenas un susurro, un rumorteñido de preocupación y melancolía. Arrugué la nariz y me senté ante él conlas piernas cruzadas, aguardando pacientemente a que se explicase por sí mismo.
Eranlas dos de la madrugada. No conseguía dormirme, y entonces les oí llegar
Hablabanmuy rápido y muy bajo, no podía entender lo que decían. Pero al cabo de un ratoempezaron a gritarse. Discutían. Nunca les había oído tan enfadados. Estuvieronchillándose casi una hora, y yo no me atreví a salir de mi cuarto. Al final, mipadre salió de casa pegando un portazo, y mi madre entró con mucho cuidado enmi habitación. Yo me hice el dormido, pero oí como lloraba. Me dio un beso enla mejilla y se fue. Cuando me he despertado esta mañana, ya no estaba. No pudepreguntarle qué había ocurrido. Pero no es extraño. Hace meses que no se llevandemasiado bien. Tengo miedo de que puedan
Nicolás dejó de hablar. Tragué salivacon fuerza, mirándole. Él tenía los ojos fijos en una hilera de hormigas quedesfilaban a nuestro lado.
No supe qué decir. Aquello me remontabaa un tiempo lejano, a recuerdos sumidos bajo el peso de muchos añostranscurridos con una ausencia anclada en el pecho, al sonido amortiguado devoces distantes gritándose en el pasillo, al restallar de las botellas de vinocontra las paredes y al sollozar de una mujer cuyo rostro se desvanecíalentamente en los retazos de mis reminiscencias que luchaban por mantenerseunidos.
Entonces Nico volvió su vista hacia míy murmuró:
Losiento, no pretendía incomodarte
Nolo has hecho le interrumpí. No te preocupes. Es solo que
en fin, iba adecirte que lo siento, pero cuando yo perdí a mi madre odiaba que me dijeseneso porque sonaba como si todo el mundo tuviese la culpa de su muerte. Así queno estoy muy segura de qué decirte.
Nohace falta que digas nada susurró él. Ven aquí me acerqué más a él y cerrélos ojos al sentir sus brazos rodeándome en un abrazo que era en parte deconsuelo y en parte de llamada de socorro.
Y el hecho de que no se apresurase a decirlo mucho que lo sentía y a poner cara de profunda tristeza como hacía todo elmundo cada vez que salía a relucir el tema de mi madre me agradó, por extrañoque pudiera parecer. Porque esa debía de ser la primera vez que hablaba de sumuerte con alguien que no me hacía sentirme extraña, diferente o merecedora deinfinita compasión, una máquina de dar lástima andante.
Y porque cuando yo también le abracé,me di cuenta de que los dos nos estábamos influyendo apoyo mutuamente.
Algo que no recordaba haber hecho nuncacon nadie.
¡Hola!¿Qué tal? Espero que os haya gustado este nuevo capítulo de mi fic. Pobre Nico
No es de extrañar que hubiese estado ausente toda la mañana
¿Yquién le gustará a Guillermo? ¿Quién habrá robado el corazón de nuestropelirrojillo? Jajaja. Me lo pasé genial escribiendo esa parte.
¡Unbesazo enorme, y gracias por leer!
MA.A
POVMarta
Cuando el castigo terminó, Sergiodesapareció por la puerta del gimnasio sin dedicarme ni tan siquiera unamirada. Suspiré, frotándome los ojos y escuchando como los alumnos subían denuevo a sus clases, protestando por todo lo alto. Contemplé el resultado deaquellos quince minutos arrodillada en el suelo recogiendo, ordenando,separando
Fruncí el ceño, molesta. Quince míseros minutos. A mí se me habíanantojado más duraderos que largos siglos
Me levanté del suelo y pasé por elvestuario para recoger mi mochila. La clase siguiente era Historia. Resopléterriblemente aburrida mientras me abría paso entre los últimos grupos dealumnos rezagados.
Llegué al aula correspondiente y sentícierto alivio al ver a Guillermo con un sitio libre a su lado. Me dirigí haciaallí y me dejé caer junto a él, tirando la mochila de cualquier manera a mispies.
Veoque hoy estamos de muy buen humor comentó por lo bajo el pelirrojo,contemplando un hilo que sobresalía del puño derecho de su sudadera.
Nolo sabes tú bien repliqué, observándole.
¿Quétal tu castigo con Sergio?
¿Cómosabes tú eso? cuestioné, parpadeando. Él se encogió de hombros y dijo elnombre de mi hermana por toda respuesta. Pues
no ha sido tan malo comopensaba que sería. Es decir, discutimos al principio y tal, pero después
Nosé, estuvo muy callado y trabajador.
Nada más decir eso, me volví buscando aSergio
Y me encontré de golpe con su tormentosa mirada gris. Me estremecí alsentir sus ojos fijos en los míos, pero no fue eso lo que me inquietó, sino esaespecie de rabia que reflejaban. Me pregunté si estaría molesto por lo que lehabía gritado en el gimnasio, aunque no comprendía por qué se enfadaba ahora sihabía estado tan tranquilo mientras cumplíamos el castigo. Le sostuve lamirada, pensando que tal vez no era conmigo con quien estaba de mala leche,pero él no desvió los ojos ni un segundo. Aquella nube de frustración yfastidio seguía ahí.
Y, de pronto, desapareció. Sergio segiró y volvió a mirar hacia delante, con el semblante tranquilo
o frío eindiferente, más bien. Pestañeé varias veces, sorprendida por tan inexplicablecomportamiento, y entonces Guille siguió la línea de mi mirada y soltó unarisita.
Me volví hacia él como un rayo.
¿Quéte hace gracia?
No,nada
Es solo que me sorprende que haya descubierto algo muy similar de dosgemelas en el mismo día.
¿Qué?¿Hablas de Inés? ¿Qué dices, Guille? pregunté, frunciendo el ceño.
Nada,nada
Pero estoy pensando en montar un negocio, una consulta del corazón paraque las personas enamoradas se den cuenta de lo que sienten
Pero¿de qué hablas?
Deque te gusta Sergio, Marta, de eso hablo aclaró él, mirándome de una formaextraña.
Me quedé observando su rostro,esperando un "¡es broma!" o quizás una simple carcajada por su parte. Pero no.Nada de eso ocurrió. Así que al final me reí yo.
¿Amí? ¿Gustarme Sergio? Muy buena, Guille
Telo digo en serio, y lo sabes.
Pero,¿tú te estás escuchando? pregunté, riéndome aún. Ese chico no estaba bien.Venga, confiesa, lo que pasa es que hoy no te has tomado tus pastillas,¿verdad? ¿No te dijo el psicólogo que no te olvidaras de tomarlas todos losdías para evitar las alucinaciones? me burlé, sacudiendo la cabeza.
Ríetesi quieres, sabes perfectamente que tengo razón. A mí, personalmente, no me vaa influenciar en lo más mínimo que decidas admitirlo o no
Por cierto, profe alas dos en punto.
Iba a preguntarle de qué demonioshablaba ahora, pero él me señaló con la cabeza la puerta y me volví para ver alprofesor de Historia entrar por ella. Me apresuré a sacar el libro y ya novolví a hablar con Guillermo.
Finalmente, llegó el segundo recreo.Con un largo suspiro de resignación, bajé al gimnasio
Pero Sergio no estabaallí. Le esperé durante un par de minutos sin éxito, y pasado ese tiempo decidíque no necesitaba la ayuda del idiota de mi compañero para ordenar unosmalditos trastos.
Cuando había pasado la mitad delcastigo, la puerta del gimnasio se abrió de golpe y Sergio entró con suhabitual chulería. Se había quitado la cazadora de cuero negro (queaparentemente nunca dejaba en casa) y la llevaba sobre el hombro derecho,dejando a la vista una camiseta gris de AC/DC. Se acercó silbando hacia dondeme encontraba yo y, sin decir nada, se sentó en el suelo y empezó a separar losmateriales en dos montones.
Llegastarde gruñí, y bajé la cabeza para continuar con lo mío. Pensaba que no me ibaa responder, y por eso me sobresalté ligeramente al oír su voz.
Yalo sé. Estaba fuera fumando.
Volví a subir la cabeza a toda prisa,sorprendida por su comentario. Él seguía silbando y a lo suyo, observando unaraqueta para decidir si el mango descorchado aún permitía hacer un buen uso deella, aunque se notaba que en realidad estaba esperando mi reacción.
Eresun mentiroso dije con una sonrisa, y volví a prestar atención a la pelotadesinflada que sostenía.
¿Mentiroso,yo? ¿Por qué? preguntó, mirándome por primera vez.
Mipadre fuma, mi tía fuma, el portero de mi edificio fuma
Sé reconocerperfectamente el olor a humo y tabaco que se queda en la ropa, el pelo y elaliento de las personas que acaban de fumar. Y tú no lo tienes. No fumas o, almenos, ahora no lo has hecho. Por eso eres un mentiroso. Pero tú sabrás por quédices tantas tonterías que ni siquiera son ciertas.
No le dirigí ni una sola miradamientras decía esto, y experimenté una cálida sensación de triunfo al sentirsus ojos clavados en mi rostro, cargados de confusión. Y esa vez sí que estabaconvencida de que mantendría la boca cerrada.
Ni falta hace decir que me equivoqué.
¿Quétal con tu novio, el pelirrojo?
Resoplé y dejé caer la comba queexaminaba.
Porúltima vez, Sergio: Guillermo no es mi
Mira, ¿sabes qué? Piensa lo que te déla gana.
Oye,que yo solo quiero ser amable
Y creo que sí que sois novios, os sentáisjuntitos siempre que podéis
Mesiento con él porque las otras opciones no son de mi agrado respondí,mirándole despectivamente.
Esperoque eso no vaya por mí bravuconeó, sonriendo de forma socarrona. Que alguiencomo tú pueda compartir media hora diaria en la intimidad con alguien como yogracias a un castigo es
Bueno, es mil veces mejor que la lotería. De hecho,pienso que me diste ese balonazo a propósito para poder estar conmigo durantelos recreos porque sabías que mi gran corazón me haría ofrecerme a ayudarte entu penitencia finalizó, fingiendo que se sacudía el polvo del hombro.
Quesí, Sergio, que lo que tú digas
Aunquecomprendo que una media neurona como tú no pueda alcanzar a entender lo quesignifica semejante honor.
Lode "media neurona" lo tienes muy gastado, ¿sabes? Si yo fuera tú, me pondría abuscar algún otro insulto que tomar prestado. Empiezas a parecer un discorayado.
Tengotoda una variedad de insultos que ofrecerte, pero no estoy seguro de si tusoídos de princesita podrían resistir palabras tan soeces
Dejade pensar en mis oídos de princesita y comienza a preocuparte por tu propiasalud, que se verá inmediatamente perjudicada si vuelves a abrir la boca.
Sergio soltó una risita deescepticismo, y cuando ya estaba a punto de hablar de nuevo, el timbre sonó yyo me fui rápidamente de allí con la mochila al hombro.
En las dos clases que restaban me sentésola y me esforcé por atender todo el rato y tomar apuntes de cuanto me fueseposible. Pero aunque la primera hora no me coincidiese con Sergio, la segundasí lo hacía. Y él estuvo mirándome durante toda la clase con una expresióntotalmente inescrutable, poniéndome muy nerviosa.
Finalmente, a la hora de salir, recogímucho más deprisa de lo que era habitual en mí y salí corriendo fuera
Peronoté cómo una mano me sujetaba por la muñeca y me obligaba a detenerme.
¿Adónde vas con tanta prisa, princesa? me preguntó el dueño de aquellos ojoscolor tormenta.
Alplató de Telecinco, tengo un show que se emite todos los jueves y viernes porla tarde y, como llegue tarde, no me dará tiempo a grabar las primerassecuencias ironicé.
Venga,tranquila, que solo quería decirte una cosa.
Lástimaque yo no quiera escucharla.
Y dando media vuelta salí fuera. Vi, enun banco no muy lejano, a Javier sentado junto a una chica a la que conocíabien: Noelia. Mi hermano rodeaba con un brazo los hombros de su novia ycharlaba con Inés, que estaba de pie ante ellos.
Sonreí y me dirigí hacia ellos, perouna vez más Sergio se interpuso ente mi destino y yo.
Esde mala educación interrumpir, ¿no te lo dijo nunca tu madre?
Estuve a punto de pegarle un puñetazopor mencionar a mi madre, quien había fallecido cuando yo tenía tan solo seisaños. Pero me contuve justo a tiempo porque eso supondría tener que dardemasiadas explicaciones.
¿Quéquieres? espeté, deseando acabar rápido con aquel retrasado.
Nada,solo decirte que nos vemos mañana en el castigo
Ah, y que avises a tu novio deque a lo mejor me da por quitarle el sitio que ocupa siempre a tu lado susurró,muy cerca de mí, tras lo que me guiñó un ojo y se fue, dejándome atónita yardiendo de rabia y vergüenza.
¡Eh,fierecilla! ¿Qué pasa, quién era ese? preguntó una voz a mis espaldas. Cuandome di la vuelta descubrí a Javi, Noelia e Inés, que se me habían acercado sinque me diese cuenta.
Y, entonces, estallé:
¡¿Quéquién era?! ¡Pues era el mayor idiota de todos los tiempos! ¡No le soporto! ¡Leodio, le odio, le odio!
Javier y Noelia se miraron concomplicidad y se sonrieron.
¿Quele odias? ¿Estás segura? me preguntó ella, mirándome con segundas.
¡Porsupuesto que estoy segura!
Oye,pues fíjate tú que a mí por un segundo eso me ha parecido una discusión de parejita
dijo Javier como quien no quiere la cosa, poniendo cara de inocente.
¿Qué?¿Tú también con eso?
¿Esque alguien más te ha dicho algo así? intervino Inés, que parecía estarpasándoselo bomba.
Guillermomascullé. Y Sergio no me gusta gruñí de nuevo, aunque más serena. Fue Noeliala que respondió:
No,si yo lo comentaba porque ya sabes lo que dicen: los que se pelean se desean...
Lancé un grito de exasperación mientrasponía los ojos en blanco.
¡¿Nosvamos a casa o no?!
Sí,sí, vamos, vamos
respondió Javier sin parar de reír por lo bajo, mientrasrodeaba a Noelia por la cintura y todos emprendíamos el camino.
Pero pese a mi evidente enfado, en elfondo esa "conversación" me había dado qué pensar.
¡Hola!¿Qué tal? ¿Qué opináis de este nuevo capítulo? Ha sido un poco más largo quelos demás, pero es que tenía ganas de poner tantas cosas
Estecapítulo también va dedicado a Lectora anonima,y una vez más creo que ella sabrá por qué
J
¿Estáisde acuerdo con Noelia en eso de que "los que se pelean se desean"? ¿Os gustaríatener un Guille que os aconsejase en asuntos del corazón XD??? ¿Y por quépensáis que mintió Sergio respecto a lo de fumar? Jajaja.
¡Muchasgracias por leer y por comentar!
Unbesazo enorme,
MA.A
POVInés
Esa tarde la pasamos charlando con Noey Javi. Marta y yo no podíamos evitar lanzarnos miradas indiscretas de alegrecomplicidad ante el claro enamoramiento que seguían sufriendo esos dos. Dabaigual cuántos años pasasen, ellos seguían igual: tonteando continuamente yruborizándose por la menor demostración de cariño.
Noelia cumplía veintiún años ese mes yestudiaba medicina, cosa que nos sorprendió. Nadie hubiese dicho que ella fuesea decantarse por esa profesión, pero la verdad es que se estaba desenvolviendode maravilla en la universidad.
Y Javi, que ya tenía veintiún años, habíaterminado su carrera de diseño gráfico, aunque aún no había encontradotrabajo. Pese a ello, se esforzaba y asistía atantas entrevistas como le era posible con la esperanza de conseguir pronto unempleo para poder independizarse
Y no me extrañaba. Con mi padre cerca, lavida apenas era merecedora de tal nombre, aunque con un poco de suerte sedormía en los bares y pubs de forma que no le veíamos en todo el día.
Estaba pensando en esto cuando eltimbre de casa sonó. Javi se levantó a abrir y oímos los saludos emocionados devarias chicas y una voz masculina y grave riendo de algo con nuestro hermano.
Entonces irrumpieron en el salón losamigos de Javi y Noelia: en primer lugar, Aura, la rubia despampanante cuyoeterno buen humor resultaba de lo más contagioso. La seguían Agus y Lilli,ambas sonriendo con alegría mientras abrazaban a Noe como si no la hubiesenvisto en semanas, pese a que quedaban todos los días. Detrás de ellas entraronSantana y Fernando, la dulce parejita formada por los más callados y tranquilosdel grupo. Finalmente, y cerrando la puerta a sus espaldas, Javi y elpelirrojo: Miguel. Este último iba contando algo acerca de deseos cumplidos yfrutas rojas que no entendí en absoluto, pero por lo visto a Javier le hacíamucha gracia.
Cuando llegaron a nuestro lado, en elsofá, Miguel besó a Aura y me revolvió el pelo.
¿Quétal, gemelas? preguntó con una sonrisa.
Marta bufó y respondió, fingiendo unpuchero:
Erescomo tu hermano. ¿Aún no eres capaz de distinguirnos?
Miguel soltó una carcajada y sacudió lacabeza.
Ah,así que ya conocéis a mi hermano, ¿eh
?
Marta y yo le contamos entonces cosassobre cómo habíamos conocido a Guille y pequeñas anécdotas de clase.
Y, entre unos temas de conversación yotros, se nos pasó la tarde.
¡Viernes,al fin! gritó mi hermana en mitad del porche del instituto al día siguiente,antes de que sonase el timbre. Le di un codazo al ver la mirada hosca que ledirigió un profesor al pasar por su lado, pero ella no le dio la menorimportancia.
Yatenías ganas, ¿eh? observó Guille, que estaba apoyado descuidadamente contrala pared.
¡Claroque sí! ¿Quién no tiene ganas de que sea viernes? respondió ella convehemencia.
De pronto, un chaval de segundo se paródelante de nosotros con una extraña expresión.
Eh,vosotros. Sí, vosotros tres. ¿Tenéis planes para mañana? preguntó, mirando enderredor con suspicacia.
¿Nosotros?murmuré. No, pero
Quedadageneral con todo el instituto mañana a las ocho en el escampado de al lado dela iglesia de San Felipe. Estáis invitados.
Dio media vuelta para irse, pero yo meapresuré a decir:
¡Eh,espera! ¿Con todo el instituto? Pero ¿qué se celebra? No será una especie debotellón, ¿verdad? pregunté, preocupada de pronto con la idea.
¿Qué?¿Botellón? No, no, qué va. Pero vosotros venid. Cuantos más mejor.
Y dicho esto se fue sin mediar palabra.Guille, Marta y yo nos miramos con sorpresa.
¿Esnormal esto de hacer fiestas para todo el alumnado simplemente porque sí? preguntómi hermana. Guille y yo nos encogimos de hombros.
Bueno,yo a lo mejor voy. No tengo nada mejor que hacer mañana. ¿A vosotras no osapetece? Seguro que está bien
Eh
Pues nosotras
No sé si
comencé, pero Marta me interrumpió:
¡Claroque vamos! No nos lo perderíamos por nada del mundo al ver mis intenciones deprotestar, mi hermana chasqueó la lengua. Venga, Inés, no seas cría. No nosquedaremos hasta tarde
Además, ¿prefieres quedarte en casa con papá? Sabes quemañana Javi no estará en casa
Me mordí el labio inferior conresignación. Eso era cierto. Miré de reojo a Guille y vi que me ponía ojitospara que aceptara. Al final suspiré y mascullé un escueto "Está bien" que hizo que mi hermana me diese un abrazo. Sinembargo, la idea de ir de fiesta con un montón de adolescentes con las hormonasa flor de piel a los que no conocía casi ni de vista seguía sin hacerme ningunailusión.
El timbre sonó y entramos en clase. Lasdos primeras horas las pasé en silencio, atendiendo algo menos de lo habitual.Últimamente tenía demasiadas cosas en la cabeza: entre mi preocupación porqueMarta la liase con el estúpido de Sergio, mi pena por lo solo que siempreestaba Nicolás y mis dudas sobre si realmente estaba enamorada o no
Y ahora,encima, se sumaba una macrofiesta sin objetivos claros.
Fantástico.
Cuando llegó el primer recreo, me sentíaliviada de poder tomar algo de aire. Sin embargo, la calma no duró demasiado.
Yo estaba paseando por los alrededores,sola. Marta estaba castigada con Sergio en el gimnasio, Guille habíadesaparecido con Rafael y no encontraba a Nico por ninguna parte.
Fue entonces cuando les vi. Estaban enun callejón bastante apartado y estrecho. Tres chicos, probablemente desegundo, rodeaban a un cuarto que se pegaba a la pared como si quisieramimetizarse con ella. Lo reconocí al instante por su brillante pelo colorfuego: Guillermo.
Los chicos de segundo le gritaban algoque desde mi posición no alcanzaba a oír, pero no parecía precisamente unofrecimiento de amistad. Me acerqué tanto como pude, a tiempo de ver como unode los tres chicos, el más fornido y alto, daba un paso hacia Guille con elpuño en alto. Le dijo algo que me sonó como "¡No queremos mariquitas en elinstituto, a ver si vas a contagiar a alguien!". Contuve un grito ahogado ycorrí hacia ellos al ver cómo el chico intentaba golpear a Guille
Y me detuveen seco cuando el puño del chaval fue detenido por la mano de otra persona.
Atónita, contemplé a Sergio empujarhacia atrás al chico, a quien sus dos compañeros sujetaron antes de que cayeraal suelo.
¿Qué hacía él allí? ¿No se suponía quedebería estar en el gimnasio cumpliendo su castigo? No obstante, me alegrémuchísimo de que, por la razón que fuese, aquel alborotador estuviese allí. Meoculté velozmente en una esquina oscura, tras un contenedor de basura.
Sergio se colocó delante de unsorprendido Guillermo, impidiendo que los chicos de segundo se le acercasen.Temí entonces por él, pues pese a que era fuerte y alto, los acosadores lesacaban una cabeza.
Pero él o bien no se percató de esto obien no le importó demasiado, porque alzó la cabeza con altanería y gruñó:
¿Qué,jugando a los terroristas valientes? ¿No tenéis ningún otro sitio al que ir ahacer el idiota?
El chico que había intentado pegar aGuille le miró malhumorado.
Quítatede en medio, Sergio, estás delante de una delicada mariposita, a ver si la vasa aplastar le dijo, logrando que Guillermo se estremeciese.
Déjameadivinar: le pediste salir, te rechazó y ahora reclamas venganza. ¿Me equivoco?se burló Sergio con una sonrisa socarrona.
¡Quete quites de en medio, Sergio! ¡Muévete o te daré a ti también una buenapaliza! ladró el otro, cada vez más enfadado. La sonrisa de Sergio se volviótirante, fría, peligrosa, y su tono de voz al hablar parecía hecho de afiladasagujas de hielo:
Teinvito a que lo intentes
Pero yo de ti tendría cuidado. Saldrías tan malparado que los golpes les seguirían doliendo hasta a tus nietos.
Sin mediar palabra, el gigantón selanzó a golpear a Sergio en el estómago, pero él se apartó velozmente y leasestó un buen puñetazo en el ojo. El chico se apartó, llevándose las manos ala cara con un gruñido, y luego volvió a cargar contra Sergio, solo que estavez logró alcanzarle, dándole de lleno en la boca. No obstante, Sergio nisiquiera se quejó: se giró velozmente y le dio una fuerte patada al otro en laespinilla.
Los dos chicos de segundo queacompañaban al gigante dijeron que lo dejaran de una vez y que ellos se iban,que no querían problemas. Dieron media vuelta y echaron a correr lejos de allí.Sergio y el acosador se quedaron mirándose unos segundos, respirandoirregularmente. Y el gigante volvió a lanzarse a por él una vez más. Pero enesa ocasión ni siquiera rozó al otro chico, que se movió rápidamente y quedódetrás del abusón de segundo. Sacó algo de su bolsillo, se pegó a la espaldadel gigante y colocó la punta de ese algo brillante contra su cuello. Elacosador se quedó totalmente inmóvil, las pupilas dilatadas de pronto por elterror.
Lárgatede una vez si no quieres más problemas siseó Sergio en su oído, y justodespués le soltó. No hizo falta que se lo repitieran más veces: el gigante echóa correr como alma que lleva el diablo, desapareciendo entre la gente quecharlaba frente al instituto, totalmente inconsciente de la pelea que acababade producirse.
Yo seguí en una esquina del callejón,estática, casi sin atreverme a respirar.
¿Lle-llevas
llevas una na-navaja? tartamudeó Guillermo, aterrado. Pero Sergio sonrió y lemostró lo que sostenía en su mano: un bolígrafo. Un simple bolígrafo. Habíaengañado completamente a aquel chaval de segundo curso.
Guillermo soltó una carcajada nerviosa,casi histérica, y miró a su defensor con admiración y gratitud.
Muchísimasgracias, de verdad. Pero, ¿por qué me has ayudado? dijo, respirando másdespacio.
Sergio se encogió de hombros mientrasse limpiaba la sangre de la boca con la manga de su cazadora de cuero negra.Tenía el labio inferior partido, aunque no parecía importarle mucho.
Perono lo vayas diciendo por ahí, ¿eh? A ver si la gente se va a pensar que mededico a defender a críos advirtió, mirando significativamente a Guille. Sinembargo, no había burla en su voz, y el pelirrojo asintió lentamente.
Entonces, Sergio dio media vuelta, alzóla mano a modo de despedida y se fue sin mirar atrás
Pero justo antes de desaparecerpor el extremo del callejón, dijo con algo de sorna:
Adiós,Guillermo. Adiós, Inés.
-
¡Hola!¿Qué tal estáis? Siento muchísimo haber tardado tanto en actualizar, pero esque apenas he parado en casa. Prometo volver a subir un capítulo muy pronto.
Bien,pues aquí está la pelea que me habíais pedido algunas. Sí, lo sé, no fue Nicola víctima, pero es que me pegaba más así. ¡Espero que os haya gustado!
Unbesazo enorme a tod@s,
MA.A
POVMarta
Llegado el primer recreo, ni siquierame molesté en aguardar unos minutos por si el tarado de Sergio aparecía,dedicándome directamente a cumplir el castigo.
Ya estaba segura de que no vendría,pues apenas faltaban cinco minutos para que el recreo terminase, y entonces lapuerta del gimnasio se abrió de golpe y él entró como una exhalación.
Alcé la vista y, al mirarle, mesorprendí. Parecía alborotado.
Sin mediar palabra, Sergio se acercó amí, se sentó en el suelo y empezó a recoger conmigo.
¿Qué?¿Fumando otra vez? le pregunté con sorna y una sonrisilla irónica.
Él alzó la mirada de golpe conexpresión rabiosa. Me incliné hacia atrás, seria de pronto. No me imaginaba quese lo fuese a tomar tan mal.
Puessí. ¿Algún problema? respondió, desafiante. Negué despacio con la cabeza,atónita. No porque supiese que volvía a mentirme respecto a lo de fumar, sinoporque me acababa de dar cuenta del aspecto desastroso que ofrecía micompañero. Su pelo estaba totalmente alborotado, confiriéndole un aire rebeldee indómito, y tenía el labio inferior partido. La manga derecha de su chupa decuero negro estaba manchada de sangre.
Sergio jadeaba ligeramente, como sihubiese corrido una distancia colosal en breves segundos.
Oye
¿Estás bien? le pregunté con precaución, pese a que la respuesta era más queobvia.
Porsupuesto que sí espetó él bruscamente. Deja de meterte donde no te llaman.
Bufé con ira contenida.
Eresun desagradecido, ¿lo sabías? Encima que solo me preocupaba por ti
Nonecesito tu compasión. Necesito acabar de una vez este puñetero castigo.
Le miré durante unos segundos. ¿Dóndehabría estado? ¿Qué le habría ocurrido?
Sin embargo, decidí no decirle nadamás. Claramente, Sergio no estaba de humor para conversaciones.
Suspiré y me limité a seguirrecogiendo, pero al poco rato volví a detenerme al sentir la mirada de Sergioclavada en mí.
¿Qué?gruñí. Él hizo una mueca extraña y, después, sonrió de medio lado, como soloél sabía hacer, logrando que me estremeciese de la cabeza a los pies.
Meestaba preguntando si Luis te habrá dicho algo de la macrofiesta de mañana.¿Estás invitada?
Sírespondí, alzando la barbilla. ¿Por qué lo preguntas?
¿Yvas a ir? prosiguió, ignorándome olímpicamente.
Supongomi propia respuesta me sorprendió. ¿Supongo? ¡Pero si esa mañana me habíapuesto como loca por ir!
¿Supones?¿No lo tienes claro? vi algo curioso en su mirada al hablar, una chispa de
¿decepción?
No,no lo tengo claro. ¿Y a ti qué te importa si voy o no voy? ladré, molesta porsu chocante actitud. En ese momento, su expresión cambió de golpe una vez más,tornándose fría y arrogante.
Meimporta una mierda si vas o no vas, a ver si te vas a pensar que estoy que noduermo de la preocupación por saberlo. Como si no fuera suficiente aguantarteya cinco días a la semana, que encima tengo que añadir un sexto.
Me quedé totalmente anonadada. Pero, ¿quiénse creía que era ese ególatra de las narices? Solté una risa falsa y gélida.
Mira,te respondería a eso, pero estoy pensando que no tengo ninguna buena razón paraperder mi valioso tiempo dando lecciones verbales a un narcisista como tú. Asíque cierra la boca y dedícate a lo tuyo, porque no pienso prestarte más atención.
Y dicho esto volví a dedicarme a seguircon el castigo. Pero no pude hacer mucho más, porque en ese momento el timbresonó. Me levanté sin dirigirle ni una sola mirada y salí del gimnasio
chocandoabruptamente con mi hermana gemela, que corría en mi dirección. Detrás de ellaiba Guillermo, blanco como la cal.
¡Marta!gritó Inés, tan cerca de mí que casi me deja sorda . ¡No sabes lo que hapasado!
No,no lo sé. ¿Qué ha pasado? inquirí con sincera curiosidad.
Unoschicos de segundo intentaron pegar a Guille por
Inés se interrumpió de golpey dirigió una mirada de incomodidad al pelirrojo, que contemplaba sus zapatoscomo si estos escondieran todos los secretos del cosmos. Bueno, eso noimporta. El caso es que no puedes ni imaginarte quién salió en su defensadándole una paliza a uno de los chicos.
Abrí la boca para decirle que no teníani idea de quién podía ser y que no se anduviese con adivinanzas cuando lapuerta del gimnasio se abrió a mis espaldas. Me volví para ver salir a Sergio,que dirigió una mirada indescifrable a Inés y Guille y otra cargada de puroodio a mí, antes de abrirse paso entre nosotros y alejarse. Al pasar a mi lado,pude ver bien la herida de su labio inferior, la sangre de su chaqueta, suaspecto revuelto, como si hubiese corrido mucho
o como si acabase de salir deuna pelea. La forma en la que mi hermana y Guillermo contemplaban a Sergio, conuna mezcla de admiración y respeto, constituyó la pieza que me faltaba paracompletar el rompecabezas.
Oh,no. No, no, no. Eso no hay quien se lo crea mascullé por lo bajo mientrasobservaba a Sergio desaparecer entre la marea de alumnos que inundaban lospasillos.
Teprometo que fue él, Marta. De verdad susurró Inés, como si tuviese miedo deque alguien la oyese.
Pero¿por qué defendería Sergio a Guillermo? ¡No pega para nada con su carácter dechulito prepotente! dije yo, más para mí que para ellos.
Inés y Guille se miraron sin decirnada. Parecían tan desconcertados como yo. Entonces reparé en que la extremapalidez del pelirrojo no desaparecía.
Guille
¿Estás bien?
Él dio un pequeño saltito, como si le sorprendieseque alguien le dirigiese la palabra.
Sí,sí, estoy bien
Es el susto de la pelea
Anda, vámonos a clase murmuró, sinque esa máscara de miedo que le cubría el rostro desapareciese.
Inés y yo le seguimos con algo de preocupación,aunque sospechaba que ella sabía más del asunto que yo. Pero bueno, ya leinterrogaría en casa, donde el pelirrojo no pudiese escucharnos. Daba laimpresión de que el tema le incomodaba
Cuando llegué al gimnasio en el segundorecreo, no me sorprendió descubrir que Sergio no se hallaba allí. Empecé atrabajar, fingiendo que no me importaba su ausencia, pese a que en el fondo teníaganas de hablar con él. Confié en que llegaría dando un portazo en el últimomomento, pero el timbre sonó y cogí mi mochila para regresar a clase sin poderevitar sentir una cierta desilusión.
Caminando por los pasillos en direccióna mi siguiente clase, me lo encontré. Venía de la entrada del instituto, con lamochila al hombro y la mirada perdida. Cuando me vio, sus ojos se volvieronfríos y oscuros de nuevo, cosa que me fastidió un poco. Pero decidí que yo noiba a ser menos y aparté la mirada con elegante arrogancia, fingiendo que Sergiono estaba allí. Y fue entonces, al entrar detrás de él en el aula, cuando lopercibí. Un olor apergaminado, duro, pegajoso.
El olor del humo y del tabaco.
A la hora de salir de clase, recogí miscosas y eché a andar en dirección a la salida, acompañada de mi hermana y deGuille. Este último había recuperado el color en las mejillas y volvía a ser elmismo de siempre.
Charlábamos de la macrofiesta del díasiguiente, especulando sobre quiénes irían y lo que haríamos. Cuando llegamos ala parada de autobús, me di cuenta de algo que no había percibido antes: lalibreta de matemáticas. Me la había dejado en clase.
Sentí como si me hubiesen tirando uncubo de agua helada por la espalda.
Mierdamascullé por lo bajo. Chicos, tengo que volver un segundo a clase a por unacosa, o el señor Roberto me hará tragar las tizas el próximo día.
¿Qué?¡Pero si el autobús está a punto de llegar! exclamó Inés, abriendo mucho losojos.
¡Losé, lo sé! ¡Me daré prisa! ¡Ahora vuelvo! dije a toda velocidad, antes deechar a correr de nuevo hacia el instituto.
"Mierda,mierda, mierda", pensaba constantemente mientras me deslizaba por lospasillos como un rayo, evitando ser vista por el conserje. Finalmente llegué ala clase en la que había tenido Matemáticas, y suspiré con alivio al recoger mi libreta de larejilla de debajo de mi mesa. Metí el cuaderno en la mochila y volví a correr,esta vez en dirección contraria.
Salí fuera del edificio y me permitítomarme un respiro al comprobar que el autobús aún no había llegado: a lolejos, en la parada, distinguía la cabellera casi ígnea de Guillermo junto a lasilueta de Inés. Empecé a andar hacia allí, sorteando los grupos de alumnos queregresaban a casa andando y que aún tenían tiempo para charlar un rato. Lamayoría hablaban, como no podía ser de otra forma, de la macrofiesta quetendría lugar al día siguiente.
Entonces, una voz en especial me llamóla atención:
¡Sergio,Sergio, Sergio! me detuve y miré a mi alrededor, descubriendo así a una niñaque no contaría con más de once o doce años saltando a los brazos de micompañero de castigo.
No pude evitar la curiosidad y meacerqué un poco a donde se encontraban, en una esquina de la acera apartada delresto de la gente.
La niña, que poseía una larga cabelleranegra, cubría de besos el rostro de Sergio, que la sujetaba con una sonrisadulce y sincera. Yo no daba crédito a lo que veía. ¿Sergio siendo cariñoso?
¿Quéhaces aquí, enana? preguntó, y el tono de su voz, hecho por completo deternura, logró sorprenderme aún más si es que eso era posible.
Salíde clase y pensé: "¿por qué no ir a buscar a mi hermanito preferido a suinstituto?" Y aquí estoy respondió ella, riendo. La sorpresa mitigó un poco enmi pecho. Así que era su hermana pequeña
Ah,pues muchas gracias, aunque mamá se preocupará si ve que tardas en llegar,sabes que no puedes ir tú sola por la calle
Venga, vámonos a casa dijo él,bajando a su hermana al suelo y cogiéndole de la mano.
Entonces, alguien me sujetó por elhombro, y cuando me volví descubrí a Guille mirándome con el ceño fruncido.
Inésme ha mandado a buscarte. ¿Qué haces? ¡El autobús está en la parada! Tu hermanaha tenido que pedirle al conductor que esperase un minuto
¿Se puede saber quémirabas? se interrumpió al notar que yo seguía algo abstraída. Pero paracuando echó un vistazo por encima de mi hombro, ya no había nadie.
Nada,no era nada, yo
me entretuve. Venga, vamos murmuré, y eché a correr con él endirección a la parada, donde me esperaba una enfadada Inés.
Durante el camino de vuelta, mi hermaname estuvo echando en cara que era muy irresponsable y que debía prestar másatención a lo que hacía con mis cosas, pero yo apenas la escuchaba. Seguíadesconcertada.
Ver esa cara oculta de Sergio no era unespectáculo al que estuviese acostumbrada.
¡Hola! ¿Qué tal estáis? ¿Os ha gustadoeste capítulo? No sé cómo me habrá quedado, aunque me he esforzado bastanteporque tiene puntos importantes
Como veis, Sergio parece tener una especie dedoble personalidad, la verdadera y la falsa
La pregunta es, ¿cuál es cuál?
Este capítulo se lo dedico a Aura-Lune, que quería ver ellado cariñoso de Sergio con una hermanita, y a willow of ink por lo último que medijo en su comentario al capítulo anterior, que me emocionó muchísimo.
¡¡¡Muchas gracias por leer ycomentar!!! Y siento el retraso de mi actualización, pero es que estoytrabajando en la actividad "Momentos Perdidos" y eso me quita tiempo
En el próximo capítulo empieza el tema "macrofiesta",que durará por lo menos un par de caps. A lo largo de la macrofiesta veréis unmomento Sergio-Marta, un momento Inés-Nico y un momento Guille.
Un besazo a tod@s!!!!
Meri
POVInés
La tarde del sábado me la paséestudiando mucho y haciendo tantos deberes como me era posible. Me sentíaextrañamente culpable por tener planeado asistir a la macrofiesta, y trataba decompensar de alguna forma esa pequeña escapada con una maratón de trabajo.
Hacia las siete de la tarde me detuvepara tomar un respiro y un café, pues el peso del sueño se aferraba con fuerzaa mis párpados. Salí al pasillo y me detuve frente al cuarto de mi padre. Losronquidos graves y aguados que se colaban por la rendija de debajo de la puertaindicaban que ya había vuelto de su ronda de copas y estaba durmiendo laborrachera. No sabía qué le había dicho mi hermana que íbamos a hacer esanoche, pero tampoco me interesaba demasiado.
Suspiré y me alejé en dirección a lacocina, pudiendo ver a Marta en el sofá del salón con los ojos cerrados, unlibro abierto sobre el pecho y respirando suave y regularmente. Pasé cerca deella sin hacer ruido y entré al fin en la cocina. Mientras esperaba a que sehiciese el café, cavilaba sobre la macrofiesta. Seguía teniendo elpresentimiento de que no era una buena idea. Nunca me habían gustado ese tipode cosas. Tampoco era que a Marta le encantasen, pero ella al menos lesencontraba un lado divertido y era capaz de pasárselo bien. Yo, sin embargo,estaría sola en una esquina sin atreverme a mezclarme demasiado con la marea deadolescentes con ganas de fiesta
Entonces una idea cruzó rauda por laperiferia de mi mente: Nico. Si todo el instituto estaba invitado, podría estarcon él
Aunque, en realidad, no me parecía el tipo de chicos que aceptaban ir aesa clase de eventos
¿Y si no iba?
Chaqueé la lengua y saqué el móvil delbolsillo de mi pantalón. La voz de mi compañero respondió al segundo timbre.
¿Inés?dijo con tono interrogante.
Hola,Nico
Verás, quería preguntarte si sabías lo de la fiesta que han organizadolos del instituto para esta noche no, mentira, lo que quería era preguntarlesi él iba a ir.
Sí,me lo dijo un chico de segundo, un tal Luis
¿Por qué lo preguntas?
Verás,es que mi hermana me ha convencido para ir, aunque en realidad no me apetecedemasiado
Pensé que, si tú ibas, al menos podría estar contigo.
Bueno
Yo en realidad no tenía planeado ir
comentó él con algo de incomodidad. Puesqué bien. A lo mejor si le insistía
Venga,Nico
Hazlo por mí, anda, que si no me quedo sola
Perosi has dicho que va tu hermana.
Ya,pero Marta es Marta, ella seguro que acaba encontrando alguien con quienmantener una entretenida conversación sobre cómo torturar al señor Roberto sindejar pruebas
Venga, ¿qué te cuesta? Solo un ratito, luego te prometo que nosvolvemos los dos a casa añadí, tratando de convencerle. Él se mantuvo ensilencio durante unos segundos y, finalmente, suspiró con resignación.
Estábien
Empieza a las ocho, ¿verdad?
Sí.
Vale,pues nos vemos allí.
¿Meprometes que irás? pregunté, sin estar del todo segura de si podía fiarme de supalabra. Nico respondió con tono divertido:
Telo juro por mi honor de lector empedernido.
Solté una carcajada antes de despedirmede él. Apenas había vuelto a guardar el móvil en el bolsillo cuando me dicuenta de que eran ya las siete y veinte. Corrí a despertar a Marta olvidándomepor completo del café.
Cuando el taxi nos dejó junto a laiglesia de San Felipe, a las afueras de la ciudad, me sorprendió ver lodeteriorado que estaba el edifico. Las cristaleras habían sido reventadas, ysus restos se aferraban a la vida lanzando destellos de distintos colores desdela maleza que trataba de devorar las paredes de piedra agrietada. Aquellaiglesia debía de llevar mucho tiempo en desuso.
En la zona de detrás había un granescapado, un solar llano cuyos márgenes estaban trazados con zarzales ypequeños arbustos descuidados. Al fondo del todo podía ver una valla de telametálica que se había caído al suelo en algunos puntos. Una pequeña corrientede agua turbia cruzaba parte del solar para desembocar en una zona de tuberíasque sobresalían del suelo. En conjunto, no parecía un gran lugar para pasear
La inmensa mayoría de la gente ya habíallegado. Reconocí a algunos alumnos a los que había visto por los pasillos o enlas clases, pero había otros a los que no conocía de nada.
Habían dispuesto un buen montón decajas de cartón y madera por el solar sin orden ni concierto, y pude ver unabuena cantidad de botellas y latas apiladas en una esquina, rodeadas por variostableros sostenidos con pequeñas torres de ladrillos que hacían las veces demesas. En el interior del cuadrado de mesas, junto a las bebidas, un par dechicos charlaban mientras colocaban un tarro de cristal a su lado,probablemente para meter el dinero que cobrasen por los refrescos. No dejabande mirar unas bolsas de plástico llenas que tenían algo apartadas, y sin saberpor qué sentí un extraño cosquilleo de incomodidad.
Eh,Inés, Guille nos está haciendo señas desde allí me indicó mi hermana, y cuandome giré descubrí que así era. El pelirrojo se apoyaba en la pared de la viejaiglesia y nos obsequió una sonrisa. A su lado estaba Rafa, que también parecíabastante risueño. Corrimos hacia ellos y les saludamos. Estuvimos un ratocharlando de tonterías de clase, pero después, de alguna forma que yo noalcanzaba a comprender, la conversación se desvió al ámbito del fútbol. Rafa yMarta eran los que más vivían la disputa sobre los distintos equipos. Guilletambién participaba, pero en menor medida. Yo, directamente, me limitaba aescuchar y callar.
Eché un vistazo hacia atrás por encimadel hombro y entonces le vi, paseando entre la multitud de gente que semultiplicaba por momentos. Nico. Sonreí y me volví de nuevo hacia los demás.
Chicos,me voy un segundo a
me interrumpí al descubrir que ni Marta ni Rafa meestaban escuchando. Guille, sin embargo, me sonrió y me guiñó el ojo,animándome con un gesto de cabeza a avanzar en dirección a Nico. A ese chico nose le escapaba ni una
Le dediqué una sonrisa deagradecimiento y di media vuelta para ir junto a mi silencioso amigo, cuyaexpresión denotaba que no se sentía a gusto en aquel ambiente.
Nicole llamé al llegar a su lado. Él se volvió y, al verme, pareció algo aliviado.
Menosmal, pensé que no habías venido
¿Cómono voy a venir, si fui yo la que te llamó? dije, divertida. Él se encogió dehombros y abrió la boca para decir algo que no pude oír, porque en esemomento un sonido agudo y estridente resonó contra nuestros oídos. Nos dimos lavuelta con sobresalto y descubrimos a tres chicos de segundo subidos a lapequeña plataforma de piedra que poseía la iglesia en un lateral. Había un parde altavoces colocados estratégicamente y un pequeño generador detrás, ademásde una batería situada en el centro del escenario improvisado. Nada de esoestaba ahí antes, como tampoco lo estaban los tres chicos que paseaban entrelos objetos supervisándolo todo. Uno de ellos llevaba una guitarra eléctricacolgando de unas correas, y otro sostenía entre sus manos un micrófono al quedaba varios golpecitos que resonaron como terribles redobles cuando losamplificadores hicieron su trabajo. Reconocí al de la guitarra como el chicoque nos había invitado a la fiesta, ese tal Luis.
El del micrófono dio un paso adelante yempezó a hablar, mientras el tercer chico se sentaba tras la batería.
Probando,probando
¿Se me oye bien? ¿Sí? Estupendo. Bueno, en primer lugar quería daroslas gracias a todos por acudir a esta seria reunión de vital importancia quenos vemos en la necesidad de realizar cada poco tiempo ante la broma, varioschicos alzaron la voz en lo que casi parecían ser gritos de guerra mientrasreían a carcajadas. El muchacho del micrófono sonrió y prosiguió hablando. Paralos de primer curso que no me conozcáis, me llamo Jorge y soy el que organizaestas macrofiestas que tanto os gustan. Como no teníamos nada mejor que hacer,los aquí presentes Pablo y Luis, junto conmigo mismo, vamos a ofreceros un pocode sonido esta noche, y de paso os enseñaremos lo que es la verdadera música.
Todo el mundo empezó a aplaudirmientras Jorge retrocedía sonriente hasta quedar a la altura de Luis, que secolocó bien la guitarra y empezó a marcar los primeros acordes. El chico de labatería, Pablo, no tardó en seguirle con fuertes pulsaciones rítmicas que el "público"imitaba con los pies. Finalmente, Jorge se unió a la canción empleando su voz comoinstrumento, y los aplausos se hicieron aún más notorios.
Tenía que reconocer que el chicocantaba realmente bien, y su manera de moverse por la plataforma, con garbo ynaturalidad, dejaba bien claro que aquello era algo a lo que estabaacostumbrado.
La música era rápida y potente, y lavoz de Jorge susurrante y algo áspera, lo que le daba a la canción un matiz untanto siniestro. Pese a ello, no me disgustó, al contrario que a Nico, quienhizo una mueca y sacudió la cabeza como si intentase sacarse la música de lamente. Me miró y dijo algo que no llegué a oír bien por el ruido.
¿Qué?le pregunté a voces. Él se acercó un paso a mí hasta casi pegar los labios ami oreja y repitió:
Hedicho que si te importa que nos alejemos un poco, esto es de todo menostranquilo. Además, hay algo que quiero decirte, y prefiero que sea más enprivado.
Meparece bien le respondí. A mí no me molestaba la música, pero dado que Nicohabía ido allí por mí, no era plan de obligarle a quedarse tan cerca de los altavocescuando eso le desagradaba. Además, sentía verdadera curiosidad por saber quéquerría decirme.
Ambos echamos a andar hacia el otrolado de la iglesia, que en realidad no era tan pequeña como me había parecidoen un principio. De hecho, tenía un tamaño considerable.
Incluso cuando estuvimos separados de todaaquella aglomeración de alumnos y ruido seguía sintiendo un pitido sordopersistiendo en hacer vibrar mis oídos. Y eso que apenas había estado un par deminutos escuchando la música
"Acabarántodos sordos", pensé. Entonces, me di cuenta de que Nico me estaba mirandofijamente de una forma extraña, con una intensidad poco habitual.
¿Quéera lo que querías decirme? le pregunté. Él siguió observándome unos segundosmás y, finalmente, abrió la boca.
Bueno,es una tontería
Una verdadera tontería, pero siento curiosidad. Inés, tú
¿tútienes novio?
Eché la cabeza ligeramente hacia atrásmientras abría mucho los ojos. No era precisamente la pregunta que me esperaba.
¿Yo?No
Nunca he tenido novio. Creo que estudio tanto que apenas tengo tiempo parabuscarme una buena vida social bromeé con una sonrisa que él me devolvió.Parecía nervioso, lo cual no era nada común en él, que siempre estaba silenciosamentesereno. Sin embargo, al mismo tiempo también parecía aliviado. ¿Y tú? ¿Tienesnovia? le pregunté, picándole un poco, aunque de pronto me encontré ante elleve temor de que me dijese que sí. Aún no había llegado a definir qué eraaquel cosquilleo que sentía por dentro cuando estaba con él, y no teníademasiadas ganas de hacer que las mariposas saliesen de mi estómago con un bruscosoplido de realidad.
No.Yo tampoco tengo ni he tenido nunca novia me respondió, divertido. Su forma demirarme había cambiado, ahora tenía un suave toque pícaro y taimado, una chispade astucia y esperanza escondida tras el color dorado de sus ojos. De hecho,quería decirte que
Pero se calló de golpe cuando oímosunos susurros veloces provenientes de algún lugar cercano. Ambos nos asomamoscautelosamente a una de las múltiples esquinas y recovecos que los pequeñoscontrafuertes de adorno de la iglesia formaban. Allí, entre un par de pequeñascolumnas, había dos chicos a los que reconocí de inmediato: Rafa y Guille. Elpelirrojo parecía nervioso, y hablaba gesticulando bastante.
Nico y yo nos miramos y, sin mediarpalabra, nos aproximamos más a los dos chicos, teniendo mucho cuidado de nohacer ningún ruido. Y fue entonces cuando escuchamos una curiosa, emotiva ytriste conversación
¡Hola! ¿Qué talestáis? Espero que os haya gustado este nuevo capítulo, el primero de lamacrofiesta
Por cierto, en un principio dije que este evento duraría doscapítulos, pero rectifico: durará entre tres y cinco, dependiendo de cuánto meextienda al desarrollar los hechos
¿Qué os ha parecido?Dado que el siguiente cap. es un POV Marta, tendréis que esperar al cap. 16para averiguar qué conversación escucharon Inés y Nico
Por cierto, ¿quépensáis que quería decirle Nico a Inés? Parece que al pobre le han interrumpidoen un momento "importante", ¿no creéis?
Y lo de lamacrofiesta
No sé, no sé. Comparto la opinión de Inés y Nico, a mí tampoco megustan mucho esas cosas
¿Y a vosotr@s?
Este capítulo se lodedico a ChowderDel99, que se ha leído "El disfraz de los cerezos" y este fic en dos días y me ha puesto un comentario muyalentador. ¡Muchísimas gracias!
¡Un besazo enorme atod@s!
MA.A
¡Hola! Bien, tengoalgo importante que deciros: mañana empiezo las clases y será un curso largo y complicadoen el que necesito sacar buenas notas, por lo que he llegado a plantearme dejartemporalmente Potterfics. Pero después he pensado que, mientras haya una solapersona que quiera seguir leyendo lo que escribo, merecerá la pena continuar.Por ello, aunque no podré actualizar muy de continuo, prometo tratar de subirun capítulo cada semana, probablemente los domingos.
En compensación, osdejo un capítulo más largo de lo normal, jaja. ¡Espero que disfrutéis de lalectura!
-
POVMarta
Durante cerca de diez minutos estuvehablando con Rafa sobre distintas jugadas de fútbol. Él defendía fervientementeque la posición de delantero era la mejor sin lugar a dudas, a lo que yo lerespondía que eso no era necesariamente cierto. Guillermo se limitaba aescucharnos, y esporádicamente expresaba su opinión. No fue hasta un buen ratodespués cuando me di cuenta de que Inés se había ido.
¿Ymi hermana? pregunté. Rafa se encogió de hombros, y fue Guille quien merespondió:
Sefue hace un rato a hablar con Nicolás.
¿Nicoestá aquí? dije, sorprendida. Aquel chaval queera tan amigo de mi hermana no parecía el típico chico al que le gustan lasfiestas.
Sí,vino poco después que vosotras me explicó pacientemente Guillermo. Yo suspiré,sonriendo. Me apostaba lo que fuese a que Inés le había convencido de queviniese. Decidí que lo mejor sería no ir a buscarla. Había visto ciertaconexión entre esos dos, y se merecían estar un rato a solas . Voy a por algode beber, chicos. Luego vuelvo.
Ellos asintieron y se quedaron hablandode algo que no me paré a escuchar. Di media vuelta y comencé a caminar despacioentre la gente en dirección al pequeño bar improvisado que habían montado losalumnos de segundo.
El otoño había entrado con fuerza, yaunque solo eran las ocho y media el cielo empezaba ya a adquirir un matizoscuro que presagiaba una noche inminente.
El aire era más bien frío, y dado queyo iba en camiseta de manga corta sentí un escalofrío helado cuando una brisame revolvió el pelo.
Los chicos y chicas se agrupaban entodas partes, hablando a toda velocidad y gesticulando mucho, pero yo apenasoía lo que decían porque tres alumnos de segundo se habían puesto a tocar ycantar en una plataforma de piedra situada tras la iglesia. No lo hacían nadamal, pero los altavoces resonaban con más fuerza de la debida. Me pregunté conpreocupación si habría gente viviendo en los alrededores de aquel solar. De serasí, no debían de estar demasiado contentos.
Llegué al lugar donde vendían bebidas yle pedí una Coca-Cola a un chico de pelo largo que me cobró y metió el dineroen el tarro de plástico que había a su lado. Abrí la lata con un chasquido ybebí un sorbo mientras miraba a mi alrededor. Para ser una fiesta hecha poradolescentes, aquello estaba bastante bien organizado.
Pensé en volver junto a Rafa y Guille,y emprendí el camino de regreso, pero cuando llegué descubrí que ya no estabanallí. Supuse que se habrían ido a dar una vuelta y decidí esperarles. Mientrasaguardaba, me apoyé en la pared de la vieja iglesia, justo donde momentos anteshabía estado recostado Guillermo. Desde esa posición, contemplé el desarrollode la fiesta, la gente que reía, bebía y bailaba
Perdí en gran medida lanoción del tiempo, pero debía de haber pasado más de media hora cuando vi a unchico moreno de ojos grises al que conocía bien dirigirse a una puertadesvencijada de la iglesia, abrirla de un tirón, entrar y desaparecer dentrodel edificio.
Movida por la curiosidad, me aproximé ala estrecha entrada y le seguí. La vieja puerta se cerró sola a mis espaldas, yyo me encontré en una sala no muy grande con un Cristo colgado en la pared deenfrente y otra puerta que debía de conducir a la nave principal de la iglesia.Unas pequeñas escaleras bajaban a lo que supuse que era el sótano, y Sergiofumaba un cigarrillo apoyado en una silla de madera tapizada de grafitis y convarias muescas en las patas. En su mano izquierda sostenía un vaso con unlíquido de color amarillo traslúcido.
Al entrar, Sergio alzó la cabeza y meobservó de arriba abajo con expresión inescrutable.
¿Loves? Te lo dije. No era suficiente con estar a solas conmigo cinco días a lasemana, necesitabas un sexto dijo con voz tranquila, como quien constata unhecho científico irrefutable.
¿Quéhaces aquí? le pregunté, ignorando su comentario.
¿Noes obvio? me respondió alzando una ceja a la vez que el cigarrillo y el vaso.
Peroeso también puedes hacerlo fuera observé yo. ¿Por qué has entrado aquí túsolo?
Hayun par de chicas que quieren enrollarse conmigo. Al principio me hacía gracia, peroahora ya son insoportables. No me dejan en paz ni un segundo, y necesitaba algode tranquilidad.
Mmm
Genial. Pues te dejo con tu tranquilidad, me están buscando mentí. Enrealidad, nadie me estaba buscando, o al menos no que yo supiera. Pero la ideade permanecer sola con Sergio en una habitación cerrada no resultaba muyagradable. No era igual que en el gimnasio: fuera de esas cuatro paredes no habíaprofesores, sino adolescentes hormonados.
No,espera, ya que estás aquí quédate un rato. Te permito disfrutar de mi compañía medetuvo con una sonrisa socarrona, avanzando un paso para impedirme el acceso ala puerta.
Eh
No, gracias por tu generoso ofrecimiento pero creo que lo voy a declinar respondí,nerviosa de pronto. La poca iluminación de la habitación provenía de los bordesde la desencajada puerta, a través de los cuales nos llegaba el eco sordo de lamúsica. Sergio estaba de espaldas a la entrada, por lo que su cuerpo quedaba bastanteoscurecido, excepto en los perfiles, que brillaban con un color ligeramente refulgente,como un hilo de oro que lo rodeaba. Sus ojos grises relucían sobre su rostro ensombras. Chasqueó la lengua sin dejar de sonreír.
Nomuerdo, ¿sabes? dijo con un tono de voz indudablemente seductor.
Notengo ninguna intención de comprobarlo
Por cierto, ¿qué es eso? ¿No seráalcohol? quise saber, señalando con la cabeza el vaso que aún sujetaba.Aquella pregunta había surgido en parte porque realmente me interesaba y enparte porque necesitaba desviar el tema de conversación. Sergio hizo una muecay me dedicó su mejor media sonrisa mientras me mostraba el vaso.
Limonada.Una bebida impura y malsana que destruye el cuerpo, trastorna la mente y corroeel alma. Un producto venido directamente del infierno, miles de jóvenes muerenpor su causa cada día. Seguro que una princesa correcta y dulce como tú nuncaha probado tal inmundicia se mofó. Yo le saqué la lengua, molesta. ¿Por quésiempre tendría que reírse de mí?
Eresinsoportable.
Talvez, pero no puedes negar que eso te encanta me respondió, ensanchando susonrisa. Bufé y me crucé de brazos.
Apártate,quiero salir le dije, pero él negó con la cabeza. Solo voy a por algo debeber, ¿sabes? y era cierto. Hacía rato que había terminado mi Coca-Cola ytenía mucha sed.
Él levantó la mano derecha para mirarla hora en su reloj de muñeca y realizó una mueca de disconformidad.
Note lo recomiendo. Son las nueve y cuarto, y Jorge dijo que sería a partir delas nueve cuando empezaría a animar un poco las bebidas.
¿Animarlas bebidas? repetí, confusa. Sergio me dirigió una mirada extraña, como situviese algún debate interno. Finalmente, respondió.
Empiezana servirlas en vasos de plástico y
se interrumpió fijando sus ojos, grises,en los míos, verdes. ¿Viste las bolsas de plástico que había junto a la pilade bebidas? Supongo que no sabes lo que contienen negué con la cabeza. Élsuspiró. Alcohol. En cantidades considerables. Los alumnos de primero quevienen por primera vez a una fiesta de estas no suelen quedarse más de una horao dos, por lo que es a partir de ese momento cuando Jorge y sus amigoscomienzan a vender cervezas y cosas así junto a los refrescos
Y a mezclarlascon otras bebidas sin que la mayoría de los consumidores se enteren.
Atónita, abrí mucho los ojos. Aquelloparecía un diálogo de una peli de criminales. Me negaba a creerme esa burrada.
Esono es legal dije.
Yono he dicho que lo fuera.
Pero
pero si todos aquí son menores de edad
Todosno, Jorge tiene 19 años, y hay unos cuantos de 18. Repetidores en su mayoría
Además, a ellos les importa bien poco la edad de los aquí presentes. Se limitana "mostrarles el mundo del alcohol".
Estoes totalmente surrealista murmuré. Ir a aquella fiesta había sido una malaidea, una muy mala idea. Y entonces reparé en algo. ¿Pero tú no eres deprimero? ¿Cómo es que sabes todo eso?
Sergio se encogió de hombros.
Mihermano mayor era íntimo amigo de Jorge, y me traía siempre a estas fiestas.
Fruncí el ceño.
Hashablado en pasado le dije.
¿Qué?
Hasdicho "era" y "me traía". ¿Por qué? ¿Jorge y él ya no son amigos? ¿Ya no vienea estas "serias reuniones"?
Máso menos respondió él, y pese a la sonrisa bravucona que blandió, vi en susojos que no quería seguir hablando del tema. No obstante, decidí hacerle unaúltima pregunta.
¿Dóndeestá ahora tu hermano?
Nolo sé su respuesta fue clara, directa y pintada de un matiz de dolor que mellevó a pensar que Sergio no se refería a que no supiera dónde se encontraba suhermano en ese preciso instante, sino que desconocía su paradero en general.
Cavilé unos segundos sobre este nuevodescubrimiento hasta que su voz interrumpió el hilo de mis pensamientos
Hazmeun favor y no bebas nada más esta noche
No tengo ganas de que acabestotalmente ebria no habría sabido decir qué me sorprendió más, que seestuviese preocupando por mi salud o que emplease un lenguaje tan
insólitoviniendo de él; otro chico hubiese dicho "borracha", no "ebria". Esa palabraresultaba chocante salida de sus labios. Por su forma de vestir o de actuar,cualquiera hubiese dicho que Sergio era el típico chico que no toca un libro niloco, que emplea todo tipo de palabras soeces y que usa un vocabulariosumamente grosero
Pero, en realidad, y lejos de lo que pudiera parecer, Sergiotenía una sorprendente labia y era poco dado a emplear vulgarismos. Además, ypese a que no era un alumno brillante ni que los profesores tuvieran en buenaestima, nunca le había visto suspender nada, y daba la impresión de que si nosacaba más nota era simplemente porque no se le antojaba.
Me di cuenta de que llevaba un ratoobservándole detenidamente cuando el alzó una ceja componiendo una expresiónburlona.
Prometono beber nada más dije, tratando de impedir que la sangre se acumulase en mismejillas. Lo rodeé sin mirarle a los ojos, aproximándome velozmente a la puerta.Creo que ahora sí que debería irme
Tengo que avisar a mi hermana y a misamigos de lo del alcohol y
Esperame detuvo él, sujetándome por el brazo. Había tirado el cigarrillo al suelo ylo había pisado. Vació la limonada de un trago y dejó el vaso sobre la viejasilla. Ni se te ocurra decirle a nadie que he sido yo el que te ha dado elchivatazo, ¿comprendido?
Asentí, intimidada, pero una nuevapregunta se hizo un hueco en mi mente.
¿Porqué me has avisado de lo del alcohol? él frunció el ceño con aparentedisgusto.
Yate lo he dicho, no quiero verte tambaleándote y balbuciendo estupideces
Eso yalo haces tú solita sin ayuda de ningún producto
digamos
"peligroso".
Le di un puñetazo en el hombro,tratando de soltarme de su agarre sin éxito.
¿Porqué no dejas de meterte conmigo? le gruñí, molesta.
Perosi yo no me meto contigo. De hecho, eres la persona con la que mejor mecomporto de todo el instituto ante mi mirada escéptica, Sergio rio. Te loprometo, princesa.
Ya,claro
Bueno, hasta luego, Sergio me despedí, logrando por fin apartarme de ély dirigiéndome a la puerta.
Hastaluego, Marta respondió él en voz baja, de espaldas a mí, y yo me estremecí:era la primera vez desde que le conocía que me llamaba por mi nombre, y megustó cómo lo hizo, el tono que empleó. Cuando salí, descubrí que estabasonriendo sin darme cuenta.
Una vez fuera, la música volvió agolpearme con mucha fuerza. Suspiré y empecé a andar tan rápido como me eraposible para alejarme de la iglesia
y de Sergio. Entonces, unas manos mesujetaron por el codo, y me di la vuelta para encontrarme con las dos chicasque habían estado tonteando con Sergio en el gimnasio el día que nos castigarona ambos: la morena y la rubia con mechas. Supuse que eran esas dos las que estabanmolestando a mi compañero constantemente
y las causantes, de forma indirecta,de que hubiese pasado los últimos minutos en su compañía.
¿Quéhacías en la iglesia? Estabas con mi Sergio, ¿verdad? me ladró la chicamorena. Parpadeé, divertida, al oír ese marcado "mi". Si Sergio lo oyese
¿Ya ti qué te importa lo que hago, dónde lo hago o con quién lo hago? lerespondí, pero en esa ocasión fue la chica de las mechas la que intervino,hablando con su compañera morena.
Déjala,Silvia, para una vez que la pobrecilla tiene a un chico a menos de dos metrosde distancia
No hay razón para ponerse celosas, nuestro Sergi jamás se liaríacon algo como esto dijo, mirándome con desprecio de arriba abajo.
Almenos yo no estoy tan desesperada como para recortar al máximo mi ropa lerespondí, malhumorada.
Verás,bonita terció la chica morena, Silvia, las chicas como nosotras sabemos loque es la buena vida. Esta forma de vestir no es un signo de desesperación,sino una manera de enseñar lo que algunas tienen y otras como tú, no.
Puesno es por nada, pero desde aquí mismo casi puedo verte el ombligo tanto por elescote como por debajo de la falda. Pero dejo a tu criterio decidir qué esexactamente lo que quieres "enseñar", como tú dices aquellas chicas empezabana enfadarme de verdad, y lo único que quería era irme de una vez.
Admítelo,mocosa dijo la chica rubia. Ningún chico querrá nada serio contigo nunca. Dehecho, seguro que jamás en tu vida has besado a nadie me mordí la lengua. Esoera cierto, pese a que yo no le concedía la menor importancia, pero algo en miexpresión debió de hacerles pensar lo contrario, porque la chica rubia sonriótriunfalmente y prosiguió. Lo sabía
¿Y sabes qué? El primer chico que te bese(si no eres tú la que le besa a él después de drogarlo para que no vomite) noestará en absoluto enamorado de ti, simplemente querrá entretenerse un ratocontigo y punto. Y, por supuesto, que sepas no tienes absolutamente nada quehacer con nuestro Sergi.
La rabia que me sacudió en ese momentofue tan inmensa que quise abalanzarme sobre esas chicas y molerlas a palos,pero una voz gélida habló a mis espaldas.
Nosoy "vuestro Sergi". Y no quiero teneros delante ahora mismo. Me estropeáis elpanorama. O, dicho más clara y sinceramente, me dais verdadero asco. Fuera.
Había una autoridad y una frialdad ensus palabras que hizo que me volviese para verlo. Él miraba a las dos chicascon expresión iracunda.
¿Tengoque repetirlo? ¡Fuera!
Ellas, que en un principio habían dadomuestras de querer protestar, dieron media vuelta y se alejaron corriendo tanrápido como sus tacones de aguja se lo permitieron. Por un segundo, yo tambiénquise correr, pero entonces Sergio volvió su mirada hacia mí y pude contemplaratónita una cierta preocupación nadando en el azul de sus ojos. El brillo heladohabía desaparecido. Pescados, mariscos, conservas y todo sobre el mar
¿Estásbien? asentí, demasiado sorprendida como para articular palabra. No les hagascaso. Lo que tienen de belleza les falta de ingenio.
Volví a asentir. En eso estabatotalmente de acuerdo.
Sergio se quedó mirándome un rato más,en silencio y con el ceño fruncido. Finalmente, murmuró:
Nodejes que te afecten las estupideces que te han dicho. Dejar que te humillennunca debería ser una opción
Además, tengo la seguridad de que eso que handicho de tu primer beso no será cierto.
¿Ah,sí? pregunté con una sonrisa algo amarga. Aunque los insultos de aquellaschicas no me habían hundido, sí que me habían molestado. ¿Puedo preguntar cómoes que estás tan seguro?
Él sonrió de medio lado, esa sonrisatan suya, pícara, traviesa, socarrona, como la del día que le conocí.
Me miró fijamente a los ojos con sumejor cara de niño malo.
Y entonces me besó.
¡Hola!
¿Os ha gustado?Personalmente, no pienso que sea mi mejor capítulo
Pero sí que es de los quemás me han gustado escribir.
Va dedicado a Allyson Sheridan, antigua Hermione_Emma, a quien he echadomuchísimo de menos últimamente. ¡Un besazo, Ally!
Quería daros lasgracias también porque en la primera parte de este fic, "El disfraz de loscerezos", he llegado a las 3000 lecturas, lo que me ha hecho muchísima ilusión.¡Gracias a tod@s!
Por cierto, ¿quéopináis de lo que ha ocurrido hoy? Lo del alcohol ha sido
malo, muy malo
Peroya sabíais vosotras que esas bolsas tenían mala pinta, ¿eh? Jeje. ¿Y qué hay delas chicas que se metieron con Marta? Yo tuve ganas de matarlas, qué mal mecaen
Y lo más importante: ¿qué pensáis de lo ocurrido entre Marta y Sergio?¿Cómo creéis que se desenvolverá el asunto? ¿Y qué opináis de lo del primerbeso?
¡Un besazo enorme, ygracias! Cada palabra mía que es leída me impulsa un poco más alto.
Meri
POVInés
"Nicoy yo nos miramos y, sin mediar palabra, nos aproximamos más a los dos chicos,teniendo mucho cuidado de no hacer ningún ruido. Y fue entonces cuandoescuchamos una curiosa, emotiva y triste conversación
"
Meestás tomando el pelo, ¿verdad? Te estás riendo de mí decía Rafa.
Nadade eso, te lo prometo Guille parecía sumamente nervioso, se retorcía los dedosde las manos y se mordía constantemente el labio inferior.
Nome lo creo. Seguro que lo dices solo para reírte de mí repetía una y otra vezRafa.
Nico y yo intercambiamos una miradaconfusa. ¿De qué estarían hablando esos dos? Rafa se mostraba claramenteincómodo con el asunto
¡Lohaces todo muy complicado! gimió Guillermo, alzando la mirada al cielo.Después, volvió a contemplar el rostro de su amigo con una mezcla deimpaciencia y miedo. No me estoy riendo de ti, Rafa, y tampoco te estoyexigiendo una respuesta ni nada por el estilo. Solo quería que lo supieras.Nada más.
Su voz fue perdiendo intensidad amedida que hablaba hasta que, finalmente, se apagó por completo, dejándolocallado y observando sus zapatos como si fuesen sumamente fascinantes.
Yo
Es que
Compréndeme, Guille, es complicado
Nolo creo. Pienso que eres tú el que lo complica todo. Ya te he dicho que soloquería decírtelo.
Guillermo seguía sin despegar la miradadel suelo, bañado en un aura de abatimiento.
¿Quéserá lo que le ha dicho? susurró Nico a mi lado. Me encogí de hombros, pese aque yo no estaba tan confusa como él. De hecho, casi habría podido jurar quesabía de qué iba esa conversación.
De pronto Guillermo pareció armarse devalor, alzó la cabeza y miró a Rafa directamente a los ojos.
Enrealidad es muy sencillo, Rafael. Estoy enamorado de ti. No tiene máscomplicaciones. Y comprendo perfectamente que tú no sientas lo mismo, pero nome parecía justo que desconocieras ese
pequeño detalle. Aunque si se diese elcaso de que
bueno
de que compartieses en cierta medida ese sentimiento
Enfin, me gustaría que me lo hicieses saber.
Nicolás, a mi lado, soltó unaexclamación ahogada.
¿Guillermoes de la otra acera? preguntó con voz entrecortada, en un tono más alto deldebido.
Yo le chisté, tratando de acallarlo,pero fue demasiado tarde. Rafa y Guille giraron la cabeza en nuestra direccióny nos vieron, inclinándonos desde uno de los contrafuertes.
El pelirrojo parpadeó, sorprendido,mientras que Rafael apretó con fuerza los puños con una mueca de disgusto yvergüenza.
¿Quéhacéis vosotros dos ahí? nos ladró.
Tranquilo,Rafa murmuró Guillermo, cerrando los ojos lentamente.
¡Detranquilo, nada! ¡Lo han escuchado todo, Guillermo! ¡Absolutamente todo! estabacada vez más furioso, con lo que su voz subió un par de octavas más de lonormal.
Yo
lo sentimos mucho, no era nuestra intención
traté de excusarme, retrocediendohasta apretar la espalda contra la pared de la iglesia, deseando con todas misfuerzas fundirme con ella. Me ardían las mejillas de la turbación.
Nicolás, sin embargo, se había quedadoahí, inmóvil, clavado en el suelo como si le hubiese alcanzado un rayo, mirandoa Guille con la boca abierta.
¿Eresgay? cuestionó, y algo en su tono de voz hizo que la pregunta sonase casi ainsulto. Guillermo se estremeció visiblemente y me miró con aire culpable ytriste. Asintió lentamente, y de pronto pareció diez años más viejo . Eres gayrepitió Nico, esta vez como una afirmación, mientras componía una mueca dedesagrado.
Nico,déjale en paz intervine yo, molesta por la actitud de mi compañero. Guillermoestaba increíblemente pálido, y me miraba únicamente a mí.
¿Ytú también eres gay? interrogó Nico a Rafa a bocajarro, el ceño fruncido comosi tuviese delante un desagradable plato de cucarachas.
¿Qué?¿Yo? dijo Rafa. El enfado había desaparecido de pronto, dando lugar a lainseguridad y el temor. Miró a Guille con algo parecido al miedo antes deempezar a soltar palabras de forma incoherente y desordenada. No, yo
Esdecir
Bueno, no
Yo
yo
eh
Note preocupes, Rafa. No pasa nada murmuró Guille, y la compasión que sentí porél en ese momento fue infinita.
Entonces fue Rafael quien se mordió ellabio inferior. Nico, por su parte, le observaba con los brazos cruzados sobreel pecho, como esperando una respuesta convincente. Bajo su atenta mirada, Rafatragó saliva con fuerza y dijo:
No,sí que pasa, Guille. Lo siento, pero yo
Estoy confuso. Tengo que irme. Adiós.
Y sin decir una sola palabra más, diomedia vuelta y se alejó corriendo en dirección a la fiesta.
Cobardemascullé yo por lo bajo de forma inconsciente. Pensé en seguirle para decirlea la cara lo que pensaba de él, pero recordé que había un conflicto aún mayor amis espaldas.
Al volverme, me encontré con unGuillermo decaído que era sometido al minucioso escrutinio de Nicolás, quien loobservaba como si se tratase de un espécimen nuevo y extraño.
¿Yeso de ser gay tiene cura? preguntó. Y pese a lo mucho que le quería, en esemomento quise darle un buen bofetón.
Guillermo alzó de pronto la cabeza,reaccionando por primera vez. Parecía sorprendido y molesto al mismo tiempo.
¿Cómoque cura? No es una enfermedad, ¿sabes?
Síque lo es replicó Nico con vehemencia. Y deberías hacértelo mirar.
Guillermo parpadeó un par de veces comosi no diese crédito a lo que oía.
Túsí que deberías hacerte mirar tu estupidez extrema, ¿sabes?
¿Perdona?
Méteteen tus asuntos y déjame en paz, homófobo de mierda le gruñó Guille, apretandolos dientes con rabia.
¡¿Cómome has llamado?!
Guille dio un paso adelante hastaquedar a escasos centímetros de Nicolás.
Homófobode mierda. ¿Te lo escribo?
No,muchas gracias. Por cierto, deberías ir a por una fregona, lo estás poniendotodo perdido de aceite.
Yo estaba atónita. Jamás había visto aNicolás y a Guillermo tan enfadados, aunque estaba totalmente de parte delpelirrojo.
¡Nicolás!Déjale en paz ahora mismo, ¿me oyes? le grité, sujetándole por el hombro ytirando de él para separarlo de Guillermo.
¡Puedodefenderme yo solo, Inés! estalló el pelirrojo, haciendo que me detuviese enseco, sorprendida por la rabia de su voz.
¡Nole hables así! chilló Nico, zafándose de mi agarre y abalanzándose sobreGuille, con lo que ambos acabaron rodando por el suelo, intentando golpearse.¡O mejor dicho, no vuelvas a hablarle, a ver si vas a contagiarle algo!
¡Eresel mayor gilipollas del planeta! ¡Y eso sí que puede resultar contagioso!¡Enciérrate en tu cuarto y no vuelvas a salir de él, le harás un favor almundo!
¡Túeres el que debería estar encerrado! ¡Tú y todos los que son como tú!
¡Paradlos dos de una vez! chillé yo, tratando en vano de separarlos, lo que meresultó imposible debido a la fuerza que tenían los dos chicos. Sentí laslágrimas correr por mis mejillas al ver el labio partido de Nico y la sangremanchando el pómulo de Guille. Perdí el equilibrio al sujetarlos y yo tambiéncaí al suelo . ¡Qué paréis! ¡Por favor, dejad de pegaros!
De pronto, una mano surgió de la nada,agarrando a Nicolás del cuello de la camisa y arrancándolo del agarre deGuillermo sin miramientos. Me incorporé y me limpié los ojos con el dorso de lamano para encontrarme de pronto con Sergio, que mantenía una distanciaprudencial entre los otros dos chicos, que estaban manchados de barro y teníanlos brazos y la cara cubiertos de golpes y arañazos. Ambos jadeaban, mirándosecon odio.
Estose está convirtiendo en una costumbre gruñó Sergio, que parecía muy molesto.¿Cuál es vuestro problema? Parecéis dos críos de Primaria.
Esél, ¡es gay! dijo Nicolás.
¿Qué?preguntó una voz que reconocí al instante, y solo entonces fui consciente deque Marta estaba justo detrás de Sergio, agarrándose a su hombro de una formacasi cariñosa, lo cual logró terminar de confundirme del todo. ¿Es eso cierto,Guille? ¿Eres gay?
Sí,lo soy. ¿Algún problema? espetó él, alzando la cabeza como si la desafiara aresponder.
No,por mi parte ninguno, solo me ha sorprendido respondió Marta, con unasinceridad tan arrolladora que la línea de tensión desapareció de los hombrosde Guillermo. El pelirrojo miró a Sergio con suspicacia, y él alzó una ceja.
Creoque el otro día, en el callejón, dejé bien claro que yo tampoco tengo nada encontra de la homosexualidad dijo, y Guillermo suspiró cerrando los ojos.
Losé. Lo siento. No he tenido un buen día
No tengo ganas de hablar con nadie. Creoque me voy a casa. Hasta el lunes se despidió, abrumado, y al pasar junto aNico le dirigió una mirada de profundo odio, seguida de otra de disculpa haciaSergio. Cuando su cabellera casi ígnea desapareció entre los contrafuertes dela iglesia, Sergio soltó a Nico y le miró con desprecio.
Yotambién me voy. Adiós masculló Nico, y moviéndose deprisa para que Sergio novolviera a interceptarle se fue corriendo.
Yo suspiré, nerviosa y disgustada, yentonces sentí las miradas de mi hermana y Sergio posadas en mí.
¿Qué?pregunté, incómoda.
Quenos expliques qué demonios ha pasado aquí, por ejemplo gruñó él, pero yo mequedé mirando la forma en la que Sergio sujetaba suavemente a Marta por lacintura y me crucé de brazos.
Mejoraún, ¿y por qué no me explicáis qué ha ocurrido entre vosotros?
Hola!! ¿Qué talestáis? Espero que bien, jaja. Pido disculpas a las trillizas, sé que dije queintentaría actualizar el sábado pero al final no pudo ser, llegué tarde a casa y como me entretuve con el último fic de la actividad Momentos Perdidos aún no tenía escrito el cap
Bien, este ha sido uncapítulo un poco conflictivo
¿Qué os ha parecido? Creo que muchas os habréisllevado una desilusión con Nicolás, ¿eh? Y, al menos yo, también con Rafa
Por cierto, no ospreocupéis porque en el próximo capítulo, el POV Marta, no empezará después deesta pregunta por parte de Inés, sino desde el beso, jajaja. No voy a dejarossin saber qué ocurrió después de eso
Espero que os hayagustado, ¡nos leemos el próximo domingo!
Recordad que cadapalabra mía que es leída me impulsa un poco más alto, ¡gracias!
Un besazo enorme,
Meri
POVMarta
Los labios de Sergio eran suaves yágiles, besándome de forma lenta y dulce, con cariño, con ternura, casi conamor, lo cual me dejó tan sorprendida que me sentí incapaz de hacer nada
hastaque me di cuenta de que ya estaba haciendo algo: poco a poco había idodevolviéndole el beso con la timidez que conlleva la inexperiencia, pero lamano de Sergio sujetaba mi nuca guiando mi boca contra la suya, y el suaveabrazo con el que rodeaba mi cintura lo hacía todo mucho más fácil.
Pasado un tiempo que no habría sabidoespecificar, nos separamos, y solo entonces volví a oír la música y los gritosde la gente, que durante el beso se habían extinguido como acallados por unafuerza superior.
Sentí mis mejillas arder mientras meatrevía a alzar lentamente la cabeza y mirar a Sergio a los ojos. Él respirabade forma irregular y tenía la vista clavada en mí, con una mezcla depreocupación y
¿nervios? ¿Cuándo había visto yo nervioso a Sergio?
Tenoto inquieta, ¿tan terrible ha sido? preguntó con tono divertido, esbozandouna de sus medias sonrisas, y en ese mismo instante me debatí entre besarle denuevo o volverle la cara de un tortazo.
Eres
eres
empecé, con la voz temblorosa, incapaz de decidir si quería decir "perfecto"o "idiota".
¿Irresistible?aventuró él, ensanchando su sonrisa.
Sí, "idiota" era la palabra ideal paradefinirle.
Le di un puñetazo en el hombro y me fuicorriendo, apretando los puños por la rabia.
Ese niñato se había reído de mí de lolindo.
Seguí corriendo hasta la iglesia,deseosa de encontrar a Inés y decirle que quería volver a casa. Por algunarazón que no comprendía ni quería comprender, deseaba estar lo más lejosposible de Sergio
¿o no?
Justo cuando estaba a punto de llegar ala parte trasera de la iglesia, una mano me sujetó del hombro, deteniéndome.
Eh,espera Sergio, cómo no. Lo siento, no quería molestarte
Pueslo has conseguido le gruñí, aunque no pude evitar notar que el gran "ocupo-casi-tanto-como-mi-ego"Sergio estaba disculpándose.
Lo siento, princesa, de verdad...
¿Por qué me llamas princesa todo elrato? le interrumpí. Él sonrió.
Porqueme recuerdas a una de esas princesas que a menudo aparecen en los cuentos:soñadora, inocente y dulce
o quizás no tan dulce comentó, alzando una ceja ysonriendo de nuevo mientras se tocaba el hombro en el que le había pegado.Apreté fuertemente los dientes mientras le respondí:
Ysupongo que tú eres el perfecto y apuesto príncipe azul, ¿verdad?
Nolo creo. Más bien soy el temible y cruel dragón que mantiene cautiva a laprincesa aseguró, serio de pronto, dedicándome una intensa mirada. Esto medesarmó, y por un segundo me olvidé de mi enfado con él por haberse reído de mícon aquel beso.
¿Elpersonaje malo en vez del bueno? ¿Y eso por qué? quise saber.
Porquees lo que quisieron que fuera.
¿Qué?¿Quisieron? ¿Quiénes?
Él se quedó callado unos segundos, elrostro ensombrecido por la oscuridad que flotaba ya en el aire y tal vez poralgo más; finalmente abrió la boca para responder, pero se vio interrumpido porlos pasos apresurados de Rafael, el amigo de Guillermo, que salió de entre loscontrafuertes de la iglesia apurado y temeroso. Al vernos pareció asustarse unpoco, pero después se recompuso y echó a correr, perdiéndose entre la multitudde adolescentes en los que empezaban a hacerse presentes los efectos delalcohol.
¿Ya ese qué le pasa? dijo Sergio, frunciendo el ceño.
Nolo sé, pero no tenía muy buen aspecto
Sergio compuso una mueca burlona ycomenzó a exponer lo que claramente tenía intención de ser una broma pesada.
Probablementeacabe de
Noobstante, fue interrumpido una vez más, esta vez por gritos de dos voces que yoconocía.
¡¿Cómome has llamado?!
Homófobode mierda. ¿Te lo escribo?
No,muchas gracias. Por cierto, deberías ir a por una fregona, lo estás poniendotodo perdido de aceite.
Sergioy yo nos miramos de nuevo, confusos.
¿Quéestá pasando ahí? pregunté.
Comprobémoslorespondió él. Me cogió de la mano y me arrastró hacia la zona de contrafuertesde la que había salido Rafael
y fue así como me encontré con una imagensorprendentemente desagradable.
¡Nole hables así! ¡O mejor dicho, no vuelvas a hablarle, a ver si vas acontagiarle algo!
¡Eresel mayor gilipollas del planeta! ¡Y eso sí que puede resultar contagioso!¡Enciérrate en tu cuarto y no vuelvas a salir de él, le harás un favor almundo!
¡Túeres el que debería estar encerrado! ¡Tú y todos los que son como tú!
Nicolás y Guillermo rodaban por elsuelo, arañándose y golpeándose tanto como podían, mientras Inés, que habíacaído a su lado, trataba en vano de separarlos, llorando y gritándoles que sedetuviesen.
Sergio bufó molesto, como si en vez de frentea una pelea estuviese ante un día lluvioso, y de un par de zancadas se plantójunto a los dos chicos. Agarró a Nicolás del cuello de la camisa y lo separó deGuillermo.
Los dos integrantes de la pelea semiraban con odio. Ambos ofrecían un aspecto lamentable, cubiertos de barro ysangre.
Inés se puso en pie y miró a Sergio conauténtico asombro, como si de una aparición se tratase. Yo me acerqué despacioa él y coloqué una mano sobre su hombro, más para impedir que se uniese a la pequeñabatalla que por otra cosa.
Estose está convirtiendo en una costumbre gruñó Sergio. ¿Cuál es vuestroproblema? Parecéis dos críos de Primaria.
Esél, ¡es gay! dijo Nicolás.
¿Qué?solté yo, anonadada. Inés me miró como si reparase por primera vez en miapariencia. ¿Es eso cierto, Guille? ¿Eres gay?
Sí,lo soy. ¿Algún problema?
No,por mi parte ninguno, solo me ha sorprendido respondí con calma y sinceridad.Él pareció conforme con mi sentencia, pero no pudo evitar lanzar una mirada deintranquilidad a Sergio.
Creoque el otro día, en el callejón, dejé bien claro que yo tampoco tengo nada encontra de la homosexualidad comentó, y Guillermo se relajó al instante. ¿Dequé callejón estaría hablando?
Losé. Lo siento. No he tenido un buen día
No tengo ganas de hablar con nadie. Creoque me voy a casa. Hasta el lunes dijo apresuradamente, y se fue, mirandoprimero a Nico con odio y luego a Sergio con disculpa.
Yotambién me voy. Adiós masculló Nico, y se escabulló del agarre de Sergio comouna sanguijuela, desapareciendo velozmente en dirección a la fiesta.
Inés suspiró, masajeándose las sienescon los dedos índice y corazón. Sergio y yo nos quedamos mirándola, y ella, alreparar en esto, preguntó tontamente:
¿Qué?
Quenos expliques qué demonios ha pasado aquí, por ejemplo gruñó Sergio,rodeándome por la cintura con el brazo derecho, al parecer inconscientemente.
Mejoraún, ¿y por qué no me explicáis qué ha ocurrido entre vosotros? replicó Inés,cruzándose de brazos y mirando fijamente el brazo de Sergio.
Él se enderezó de golpe, y pude vercómo tragaba saliva visiblemente. Me pareció que palidecía por unos segundos, ydurante un instante creí ver el miedo en sus ojos grises, pero la chispa detemor e incertidumbre desapareció a tal velocidad que pensé que me lo habíaimaginado.
De pronto, su postura hacia mí cambió:el aura de calidez y su gesto protector se esfumaron como humo bajo un huracán,y Sergio se mostró de nuevo frío y arrogante. Me empujó hacia Inés esbozandoesa media sonrisa gélida y burlona que le caracterizaba.
Encimaque me encargo de que nadie aplaste a la niñata de tu hermana ahí fuera
Hayque ver qué desconsideración dijo con tono socarrón. Se sacó un mechero y uncigarrillo de la cazadora de cuero y lo encendió, llevándose a los labios. Diouna profunda calada, mirándonos con un brillo divertido en la mirada. Bueno,ya me he cansado de hacer de niñera y de teneros delante. Me largo, me aburríssobremanera.
Y dicho esto, dio media vuelta y sefue. Inés bufó, pateando el suelo.
¡Peroserá creído y estúpido!
Yo, sin embargo, no dije nada. Memantuve callada, seria, observando el punto exacto por el cual Sergio habíadesaparecido. Inconscientemente, me llevé los dedos a los labios, en los queaún podía sentir el cosquilleo de mi primer beso
y del sabor de su boca.
"
Másbien soy el temible y cruel dragón que mantiene cautiva a la princesa.
¿El personaje malo en vez delbueno? ¿Y eso por qué?
Porque es lo que quisieron quefuera."
¿Qué habría querido decir Sergio conaquello?
¡Hola! Y hoy, domingode nuevo, nos volvemos a leer. Siento haber tardado tanto en responder loscomentarios, me temo que, al igual que las actualizaciones, las respuestas lastendré que poner los domingos
Pero que sepáis que leo todos los comentarios desdeel móvil el día que me los mandáis, ¿eh? Por cierto, este capítulo va dedicadoa willowof ink por lo que me escribió en su último comentario!!!!!
Bien, ¿qué os ha parecido el cap?Espero que os haya gustado!!!
Gracias por los comentarios delcapítulo anterior, sois geniales!!!
Un besazo enorme,
Meri
POVInés
Regresamos a casa poco después de queSergio se fuese tras meterse con Marta. Ni mi hermana ni yo hablamos mucho másel resto de la noche.
Sin embargo, a la mañana siguiente,Marta se me acercó retorciéndose el bajo de la camisa con nerviosismo, y mepropuso salir a dar un paseo para contarme algo muy importante que le habíapasado en la fiesta. Dado que yo también necesitaba hablar urgentemente conella, accedí.
Nuestro padre estaba aún durmiendo enla cama cuando nos dirigimos a la puerta de casa, nada más acabar de desayunar.
Ya estábamos a punto de salir cuandooímos unos pasos sordos a nuestras espaldas.
Sobresaltadas al pensar que seríanuestro padre, nos dimos la vuelta, pero rápidamente nos tranquilizamos al verque era Javier, recién levantado de la cama, con el pelo revuelto y desordenadoy sin camiseta.
¿Adóndevais, pequeñajas? preguntó con voz ronca por el sueño.
Adar una vuelta respondió Marta entre susurros. Tenemos que hablar de cosas
cosas de chicas.
¿Ah,sí? inquirió nuestro hermano, sonriendo. Bueno, pues pasáoslo bien
Yo mevuelvo a la cama. ¿Quién se levanta a las diez de la mañana un domingo? Estáislocas
y dicho esto se fue rezongando en dirección a su cuarto.
Marta y yo salimos de casa y cerramosla puerta con sumo cuidado de no hacer ruido.
Una vez en la calle, comenzamos apasear sin rumbo fijo y en silencio.
Finalmente, Marta dijo:
Túsabías lo de Guille, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste?
Nocreí que fuera a hacerle mucha gracia que lo fuese diciendo por ahí
Además, enrealidad no lo sabía a ciencia cierta. Solo escuché a unos chicos insultándoley llamándole mariposa y cosas así. Fue esta semana, durante el recreo, en uncallejón cercano al instituto. Sergio apareció de la nada e impidió que esoschicos le dieran una paliza a Guille
Era lo que te estaba contando el otro díacuando salías del castigo.
Marta se detuvo de golpe en medio de laacera.
¿Qué?musitó ella, sorprendida. Me encogí de hombros.
Losé, fue muy raro
Marta suspiró y reemprendió la marcha ami lado.
¿Quéhacías con Nico, Guille y Rafa detrás de la iglesia? preguntó. Me sonrojé sinsaber muy bien por qué.
Bueno
Nico me llevó aparte porque le molestaba la música y porque quería hablarconmigo en privado
Oímos a Rafa y Guille dialogando nerviosamente cerca de nosotros,y al escuchar la conversación descubrimos que Guille era gay y que se estabadeclarando
Pero Rafa estaba como indeciso, y se largó de allí de una formaque, en mi opinión, fue bastante cobarde. Entonces Nico empezó a meterse conGuille por lo de su homosexualidad, el asunto pasó a las manos y despuésllegasteis vosotros. No hay mucho más que contar.
Marta esbozó una sonrisa pícara.
Ya
¿y de qué quería hablar Nico contigo?
Mi rubor creció ligeramente.
Nosé, nos interrumpieron antes de que terminara. Solo llegó a preguntarme sitenía novio y poco más. No sé qué podría querer respondí de carrerilla. Martabufó sin dejar de sonreír.
¿Cómopuedes ser tan inocente? ¡Iba a pedirte salir! Vamos, pongo la mano al fuegopor ello
Aunque después de lo que le dijo a Guille ha pasado a formar parte demi lista negra, la verdad.
Yoprefiero no pensar en él como en una mala persona hasta que no hayamos hablado.Quiero saber por qué se comportó así con el pobre Guille, porque a lo mejor hayalgún motivo, ¿no? Aunque que conste que no lo estoy excusando de lo que hizo dije.Marta asintió pensativa, y entonces fui yo la que esbozó una sonrisa traviesa.
¿Ytú? ¿Qué es lo que pasó con Sergio? Estabais muy juntitos cuando llegasteis.
En esta ocasión le tocó a Martasonrojarse. Mi hermana desvió la mirada incómoda.
Deeso precisamente quería hablarte
Poco después de que te fueses con Nico yo fuia por algo de beber. Al regresar, ni Guille ni Rafa estaban donde les dejé, asíque me quedé sola un buen rato
hasta que vi a Sergio. Entré con él en laiglesia y estuvimos hablando un rato
Descubrí que tiene un hermano mayor queya no debe de vivir con él
Bueno, pero eso no es lo que iba a contarte. Elcaso es que me puso nerviosa y me fui, y en la fiesta me encontré con doschicas muy frescas que van a mi clase y me caen terriblemente mal. Empezaron ameterse conmigo y a decirme no sé qué de mi primer beso, y a amenazarme con queno volviera a acercarme a "su Sergi" y cosas así
Entonces llegó Sergio y lasechó de muy mal genio y
y
Marta se calló, trabándose con suspropias palabras. Sus mejillas eran ya del color de la grana, y parecía muynerviosa.
¿Y
?la animé suavemente a continuar.
Yme besó finalizó ella, cerrando fuertemente los ojos por un segundo, como sino quisiese ver mi reacción.
En ese momento fui yo la que se detuvobruscamente en mitad de la acera, ganándome así miradas hoscas de un par detranseúntes que tuvieron que esquivarme.
¿Quéhizo qué? pregunté, anonadada.
Marta me miró desde un metro másadelante.
Queme besó. Y estuvo sorprendentemente amable durante un rato. Me dijo
me dijoque yo le recordaba a una princesa, y que él era malo porque así lo habíanquerido.
¿Quiénes?
Nolo sé. Antes de que llegara a decírmelo oímos los gritos de Nico y Guille yfuimos a ver qué pasaba
Suspiré. Aquello sí que erasorprendente.
¿Quévas a hacer ahora? pregunté con un susurro.
¿Yo?Nada. No sé qué quieres que haga respondió. Pero yo la conocía losuficientemente bien como para saber que estaba nerviosa e inquieta. No podíadesaprovechar una oportunidad así de tomarle un poco el pelo.
¿Ybien? pregunté, volviendo a caminar con ella.
¿Ybien qué?
¿Tegustó el beso?
Puaj,no. Fue desagradable y repulsivo y asqueroso y
y
y fue sencillamentemaravilloso acabó en un susurro, pasándose la mano por la cara conresignación.
Sonreí al ver su apuro.
Marta.
Qué.
Tegusta Sergio, ¿verdad?
No.Que me gustara ese beso no significa que él me guste. Sigue siendo un chuloególatra.
Sacudí la cabeza de un lado a otro. Sieso era lo que ella quería hacerse creer
Ya se daría cuenta por sí misma dehasta qué punto se equivocaba al decir que no le gustaba Sergio. Era tanevidente
Y, de hecho, yo intuía que a él tambiénle gustaba Marta. Bajo su fachada de chico malo se escondía una buena personavulnerable ante el amor, algo que Sergio había dejado traslucir involuntariamenteal rodear la cintura de Marta con tanto cariño en la fiesta.
"Vayados patas para un banco
", pensé, divertida.
Oye,¿dónde estamos? la voz de Marta me sacó de mis ensoñaciones. Parpadeé mirandoa mi alrededor, sorprendida.
Nos encontrábamos en la entrada de unaespecie de parque con bancos blancos y prados llenos de florecillas. Sinembargo, el rasgo más característico era, tal vez, el gran mar de cerezos quese erguían por todas partes, altos y fuertes.
Ahogué una exclamación de sorpresa,maravillada.
Esprecioso susurró Marta.
Sí,lo es respondí yo, mientras me daba cuenta de que creía haber visto antes eseparque desde la ventana del autobús escolar.
Lo que yo no sabía, lo que ninguna delas dos sabíamos, era que aquel era el parque de los cerezos que había sidotestigo de muchas clases distintas de amores: los sinceros, los clandestinos,los insólitos, los inesperados, los imposibles, los eternos
Y, entre todos ellos, el amor denuestro hermano Javier y su novia Noelia.
¡Hola! ¡Sorpresa! Sí,actualicé un día antes de lo esperado
Pero ya lo tenía hecho y no me parecíabien haceros esperar hasta mañana.
He de deciros quetengo un traumatismo no muy agradable en un dedo y que debido a ello escribires algo que me cuesta un poquito, pero este capítulo lo he podido mecanografiarmás o menos bien y confío en que la semana que viene me pueda quitar ya lasvendas
¿Os ha gustado? Enrealidad, sé que no os he puesto nada nuevo, era más que nada una especie de"capítulo resumen", porque Marta e Inés tenían que saber esas cosas que antesdesconocían
He aprovechado para poner la escena en el parque de los cerezosque me pedisteis tiempo atrás ;-)
Espero que estéisteniendo un buen fin de semana. ¡Nos leemos la semana que viene!
Un besazo,
Meri
POVMarta
Al día siguiente, durante el viaje enautobús, me sentí incómodamente nerviosa. ¿Por qué? Por él. Sergio. Estaba muyconfusa por su culpa, y no sabía qué podía esperar de él a partir de esemomento. ¿Habría cambiado algo desde lo del beso? ¿Seguiría siendo el mismoidiota de siempre? Me resultaba imposible decidir qué opción me molestaba más.
Por otro lado, estaba el tema de Guillermo.El pelirrojo estaba sentado solo junto a mí y a mi hermana, hundido en elasiento y con ojeras. Rafael se hallaba en primera fila, ignorandoolímpicamente a su compañero, que de vez en cuando le echaba miradasapesadumbradas. Y pese a los muchos ánimos que Inés y yo tratamos deinfundirle, él prosiguió con ese aire compungido.
Finalmente, el autobús paró frente alinstituto, y cada uno se fue por su camino. Durante las dos primeras clases,Sergio se dedicó a fingir que yo no existía, y esa repentina indiferenciaabsoluta hacia mi persona logró desquiciarme.
No fue hasta el primer recreo cuandotuve oportunidad de hablar con él.
Curiosamente, al llegar al gimnasiopara cumplir el castigo me encontré con la novedad de que él ya estaba allí.Pasé a su lado pisando tan fuerte como me resultó posible, haciendo notar mipresencia, pero él ni se inmutó. Se quitó la cazadora de cuero con totalparsimonia. Ese día llevaba una camiseta de tirantes blanca que dejaba ver susbrazos musculados, además de unos pantalones vaqueros gastados y unos viejosplayeros. Una cadena de oro colgando de su cuello constituía el detalle final.
Me mordí el labio inferior de formainvoluntaria, consciente de que atractivo no le faltaba. Y su forma de besar
"Perosigue siendo Sergio", me recordé."El ególatra, narcisista y estúpidoSergio".
Una especie de sentimiento de venganzame recorrió por dentro en ese instante, y decidí que a ese juego podían jugardos.
Dejé mi mochila debajo de lasespalderas y me senté junto a las cajas para empezar a ordenar el material deEducación Física, pero sin poder evitarlo desplacé los objetos con más fuerzade la necesaria, imprimiendo un poquito de mi rabia en cada golpe. Estabaenfadada con él por ser tan atractivo y a la vez tan capullo, por confundirmecon sus actos y con sus palabras, por herirme a propósito con su silencio.
Al ver mi frustración, él riosuavemente por lo bajo, una risa grave y curiosamente agradable que me hizo serconsciente por primera vez de que me gustaba el sonido de su voz.
Sin embargo, no iba a dejarle ganar.Alcé la cabeza con orgullo y seguí a lo mío sin dirigirle ni una sola palabra.
Doce minutos después, al coger unavieja raqueta de bádminton para colocarla en el montón de los objetosinservibles, sentí un agudo dolor en la yema del dedo índice. Tiré la raquetacon un breve gemido y observé confusa como una gotita de sangre resbalaba lentamentedesde el punto donde, al parecer, me había cortado con un alambre rígido ytorcido que se había soltado de la red de la raqueta.
Solté una palabrota por lo bajo ymascullé:
Haydías que es mejor no levantarse de la cama
Sergio alzó la vista y me miró.Entonces, abrió la boca por primera vez en toda la mañana.
Deberíasecharle agua. Ese alambre estaba muy oxidado, podría infectársete.
Ah,¿ahora me hablas? repliqué con un gruñido. Él se encogió de hombros con unasonrisa que de inocente tenía poco. Solo es una heridita, no me voy a morir.
Vetea lavártela, te lo digo en serio replicó él, alzando una ceja. ¿Cómo demoniospodría hacer ese gesto de una forma tan
tan perfecta?
Noseas pesado, ya te he dicho que no es nada.
Él suspiró, se levantó y se sacudió lasmanos en los vaqueros, para justo después acercarse a mí y levantarme del suelocon una facilidad pasmosa.
¡Eh!grité, golpeándole en la espalda cuando me cargó sobre su hombro. ¡Bájame deaquí, estúpido! ¡He dicho que me bajes!
Cállateya dijo él por toda respuesta, riendo ante la ineficacia de mis puñetazos. Mellevó hasta los vestuarios femeninos que, obviamente, estaban vacíos, y yoperseveré en mis protestas hasta que me bajó al suelo frente a los grifos.
Eresidiota declaré. Él se limitó a sonreír de nuevo, claramente divertido.
Lávatela herida o de aquí no sales.
Bufé y le hice caso. Al fin y al cabo,pasarme el día encerrada en los vestuarios del instituto con Sergio no eraprecisamente mi prototipo de día perfecto.
Cuando la sangre ya dejaba de salir,oímos sonar el timbre, aunque pese a ello me tomé mi calma para secarme eldedo. Sergio sacó una tirita del pequeño botiquín colocado bajo los bancos y seacercó a mí, pero cuando yo iba a cogerla él chasqueó la lengua y me sujetó confirmeza pero con cuidado el dedo herido para colocármela él mismo.
El contacto de sus manos cálidas hizoque me sonrojase, e incliné la cabeza para que mi pelo ocultase esteligeramente vergonzoso detalle que prefería que él no descubriese.
Cuando me hubo puesto la tirita, Sergiome miró y me dijo:
Venga,vámonos ya, no vaya a ser que cierren el gimnasio y nos quedemos encerrados aquí
¿Quedarnosencerrados? pregunté tontamente mientras le seguía hasta la salida de losvestuarios con la intención de recoger mi mochila.
Sírespondió. Los lunes a tercera ninguna clase tiene Educación Física, por loque cierran el gimnasio para evitar robos de material.
¿Ypor qué no me lo has dicho antes? repliqué, abriendo mucho los ojos yapresurando el paso.
Porqueno me lo habías preguntado ambos recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a lapuerta, pero cuando Sergio trató de girar el pomo, este no cedió.
Estácerrada declaró tras un par de intentos, esbozando una mueca.
Estásde broma dije yo, temiendo por un segundo que estuviese verdaderamenteencerrada allí con él. Dejé la mochila en el suelo e intenté abrirla yo misma,pero sin ningún resultado. Y entonces caí en que debían de haberla cerradomientras nosotros estábamos en el vestuario. ¡¿Y ahora qué se supone que vamosa hacer?!
¿Quéte parece si esperamos a que nos abran? A cuarta los de segundo C tienen EducaciónFísica, si no me equivoco
Vamos, solo es una hora añadió al ver en mi rostrolo que sin duda debía de ser una expresión de profundo horror.
¿Unahora entera encerrada aquí contigo? ¿Estás loco? Además, ¡perderemos una clase!grité yo, recordándome a mí misma a Inés.
Sin embargo, por la sonrisa de suficienciaque en ese momento Sergio pintó en su cara intuí que no le importaban lo másmínimo esas circunstancias.
Gemí con frustración y apoyé la espaldaen la puerta, deslizándome lentamente hasta acabar sentada en el suelo.
Teodio gruñí.
Sergio se acomodó a mi lado, cruzandolas piernas al estilo indio, e inclinó la cabeza hacia un lado con airepensativo.
Noes cierto dijo.
Parpadeé, confusa por su descaro, y lemiré. Él me observaba fijamente con esos ojos del color del mercurio. Eran losojos más bonitos que había visto nunca, aunque eso era algo que jamás reconoceríaen voz alta, ni siquiera ante mí misma.
¿Ytú qué sabes? respondí, aunque mi voz fue solo un susurro.
Él se encogió de hombros.
Simplementelo sé, media neurona. Si me odiases, no te habrías enfadado tanto por el simplehecho de que no te he dirigido la palabra en lo que llevamos de mañana.
Abrí mucho los ojos, sorprendida y abochornadapor haber sido pillada de esa forma. Además, ese mote
Media neurona. Hacíacasi una semana que no me llamaba así.
Al ser testigo de mi apuro, Sergiosonrió. Yo fruncí el ceño. No pensaba dejar que fuese yo la única que lo pasasemal.
¿Quéle pasó a tu hermano? pregunté a bocajarro y sin venir a cuento, y contemplécon siniestro placer como él se echaba hacia atrás, apabullado.
¿Deverdad quieres saberlo? gruñó, y yo asentí con fervor. Él resopló y se frotólos brazos como si intentase entrar en calor. Lucas. Mi hermano se llamabaLucas. Y tenía ciertas
ideas, preferencias
que no eran del agrado de mipadre, y por las que incluso yo tuve algún que otro problema en el colegio
Mipadre y él siempre estaban discutiendo, y hace dos años
Bueno, una de suspeleas fue peor que las demás, y él se marchó.
¿Semarchó? repetí, confundida.
Sí,se marchó. Se escapó de casa, quiero decir. Ya era mayor de edad, así que enrealidad no estaba obligado a quedarse con nosotros.
Sergio se quedó mirando fijamente algúnpunto inexistente al fondo del gimnasio, sumido en sus propios pensamientos.
¿Has
has vuelto a saber de él desde entonces? pregunté casi con timidez, adivinandola respuesta antes de ver cómo negaba con la cabeza lentamente y aún sin mirarme.
Algo en mi interior se retorció al pensarqué habría hecho yo si Javier se hubiese fugado de casa. Probablemente mehubiese vuelto loca. Le habría echado tanto, tantísimo de menos
Dejé que mimirada se deslizase pausadamente por el perfil de Sergio. Podía intuir lo malque debía de haberlo pasado.
Dime,Marta, ¿tan segura estás de que me odias? preguntó entonces, sobresaltándome.Giró lentamente la cabeza hacia mí y me dirigió una mirada inescrutable yprofunda. No obstante, lo que más me sorprendió fue el tono inquisitivo ysincero de su pregunta.
Yo
No
No, no te odio tartamudeé, intimidada por la intensidad de su mirada deojos tormentosos . Pero sigo pensando que eres un estúpido inmaduro meapresuré a añadir.
Él sonrió, melancólico, tristementedivertido, y sacudió la cabeza de un lado a otro, volviendo a recostarse en lapuerta a mi lado
Algo más cerca que antes.
¿Porqué actúas siempre así? pregunté.
¿Así,cómo? respondió él, enarcando una ceja de nuevo pero manteniendo los ojoscerrados.
Me quedé en silencio unos segundosantes de responder.
Comosi la vida fuese un chiste malo que solo tú pudieses comprender.
Él soltó de nuevo una de esas risasgraves y ásperas.
Esque la vida es un chiste malo, terriblemente malo, y solo yo entiendo susignificado aseguró, y yo me sentí incapaz de averiguar si hablaba en serio osimplemente bromeaba.
Dimeuna cosa, ¿por qué no estás molesto de tener que estar encerrado con una "medianeurona mojigata" durante una hora entera?
Él se volvió a incorporar por segundavez y me miró de nuevo con sus profundos ojos de color tormenta.
¿Melo estás preguntando en serio? inquirió.
No,qué va, es solo por pasar el tiempo repliqué yo, molesta.
Él ladeó ligeramente la cabeza y alzódespacio una mano, apartando un mechón de pelo de mi mejilla y colocándolodetrás de mi oreja. El roce de sus dedos sobre mi piel me provocó unestremecimiento. Cerré los ojos de forma involuntaria, y apenas dos segundosdespués sentí su aliento sobre mis labios.
Pero justo cuando nuestras bocasestaban a punto de juntarse, la puerta del gimnasio se abrió de golpe, y bajoel umbral apareció
¡Hola! ¿Qué talestáis? Madre mía, ¿quién habrá interrumpido a Marta y Sergio en un momento tancrucial? ¿QUIÉN? Me temo que tendréis que esperar a la próxima semana parasaberlo, jajajaja.
Por cierto, este cap.está dedicado a Allyson Sheridan por darme la idea de encerrar a Marta y a Sergio en algún sitio
Jajajaja, ¡gracias!
Un besazo enorme, ¡ygracias por leer!
Meri
POVInés
Aquella mañana, a primera, tenía clasede Matemáticas con el señor Roberto. Me despedí del alicaído Guillermo y medirigí al aula correspondiente.
De camino me encontré con Nico. Ledirigí una dura mirada, pues pese a que en todo momento había pretendidopermitir que se explicase lo cierto era que estaba algo enfadada con él por sucomportamiento del sábado.
Nico se limitó a agachar la cabezamientras sus mejillas se tornaban rojas.
Resoplé. Ya hablaría con él en elrecreo
Así pues, me pasé las dos primerasclases atendiendo bastante poco, puesto que no podía dejar de fulminar con lamirada a Nico, que siempre hundía la cabeza en el libro para evitarme.
No obstante, pude apreciar algo que mesorprendió: sus ojos estaban muy rojos, y había una expresión de profundatristeza en su rostro que parecía grabada a fuego.
Confusa, traté de observarle mejor,pero sus constantes intentos de elusión me lo impidieron.
Y, finalmente, tocó el timbre.
Nicolás se levantó de golpe, empujandohacia atrás la silla, y sin molestarse en recoger sus cosas desapareció tanrápido como le fue posible por la puerta. Sin embargo, yo no pensaba dejarleescapar.
Me levanté a velocidades tambiéninsólitas y lo perseguí por los pasillos, abriéndome camino entre el tumulto dealumnos casi a codazos. Salí fuera del instituto y miré de un lado a otro,buscándole. Pude verle entrar en el jardín que cubría la parte posterior deledificio, así que me dirigí hacia allí.
El jardín se hallaba ligeramente másvacío que de costumbre, y un brillo pálido que anunciaba la cercanía delinvierno hacía temblar las hojas rojizas de los árboles. Caminé con decisiónpor la zona, buscándole, y entonces le encontré.
Nico estaba sentado en el suelo, con laespalda pegada a un manzano de tronco liso, las piernas dobladas, abrazándoselas rodillas y con la cabeza hundida en sus brazos.
Nicole llamé en voz baja. No sabía por qué, pero intuía que le había pasado algo.Algo que no tenía nada que ver con Guille.
Losiento le oí decir, su voz sonaba ahogada, algo ronca y gutural, como siestuviese llorando. Siento lo de Guillermo. No debí haberle dicho eso. No debíhaberme puesto así. Lo siento.
Dejó de hablar, y yo podría haberjurado que sus hombros se convulsionaron en un leve sollozo.
Coloqué una mano sobre su brazo.
Nico.¿Qué te pasa?
Él incorporó la cabeza y se secó losojos con el dorso de la mano.
Nada.No tiene importancia. Ninguna importancia alzó la mirada y me observó. Susojos del color de la miel estaban anegados en lágrimas. Es que
el sábado
Nofue un buen día. Tuve
problemas. Estaba enfadado y nervioso y
y
Y no sé loque pasó. Yo en realidad no tengo ningún problema con los homosexuales, deverdad. Pero es que
De pronto, las lágrimas cayeron de susojos, y un nuevo sollozo hizo temblar su pecho. Nico apoyó la frente en mihombro, y yo, asombrada y preocupada, le acaricié tímidamente el pelo.
Tengoque disculparme con Guillermo. Él no tiene ninguna culpa de eso
ninguna culpa
murmuraba continuamente, como si de una mantra se tratase.
Yo no hice preguntas. No tenía ni lamenor idea de lo que podía ocurrirle, pero estaba segura de que él no estabapreparado para contarlo, fuera lo que fuese.
Perdí la noción del tiempo mientrasestaba allí, sentada a su lado en el jardín, bajo el manzano, sintiendo lahumedad de sus lágrimas traspasar la tela de mi camiseta, consolándole ensilencio.
Y, entonces, sonó de nuevo el timbre.
Nicosusurré. Nico, tenemos que volver a clase
¿estás bien?
Él se sorbió la nariz y asintiódespacio, con los ojos clavados en el suelo. Le ayudé a incorporarse y me lollevé al edificio. La gente nos miraba al pasar, pero no permitimos que eso nosimportase.
Sin embargo, de pronto Nico se llevóuna mano a la boca, abriendo mucho los ojos. Y de golpe se dobló sobre suestómago, siendo víctima de una arcada.
Ahogué un grito y me lo llevé a rastrashacia el baño más cercano. Sabía que llegaríamos tarde a clase, pero no meimportaba lo más mínimo. Nicolás estaba realmente mal.
Le ayudé a echarse agua fría en la carae hice que se sentase sobre uno de los váteres. Le palpé la frente con temor,pero no parecía que tuviese fiebre.
Me arrodillé de nuevo frente a él y leobligué a mirarme a los ojos.
Nicolásdije, articulando despacio. Por favor, dime lo que te pasa. Te lo estoypidiendo por favor.
No obstante, él cerró con fuerza losojos y sacudió la cabeza de un lado a otro.
Estoybien, de verdad. Solo ha sido un
un bajón. Venga, vámonos a clase.
Me mostré reacia a permitir queregresase al aula, pues dada la palidez que presentaba su piel no parecíaencontrarse tan bien como decía.
Sin embargo, no me quedó de otra queincorporarme y seguirle fuera del baño, vigilándole suspicazmente y con miedode que de un momento a otro tropezase y se cayese.
En el pasillo, no obstante, Nico sedetuvo de pronto, justo a tiempo para evitar darse de bruces con otro chico alque reconocí al instante: Guille.
El pelirrojo parpadeó con sorpresa alver a Nico tratando de recuperar el equilibrio apoyándose en la pared.
¿Ya este qué le pasa? me preguntó sin mirarme.
Nolo sé respondí con un suspiro. No me lo quiere decir
Espera un segundo, ¿quéhaces tú fuera de clase?
Guille se encogió de hombros, recuperandosu expresión melancólica.
Elprofesor de Psicología me ha mandado al gimnasio a buscar a Marta y a Sergio,que no han vuelto de su castigo
¿y vosotros?
Señalé a Nico con la cabeza.
¿Teparece que está en condiciones de ir a clase?
Nicolás se separó de la pared y avanzóun paso hacia nosotros.
Yate he dicho que estoy perfectamente gruñó por lo bajo. Después, se volviólentamente hacia el otro chico y, mordiéndose el labio inferior, trató dedisculparse. Guillermo
respecto a lo del sábado
Yo
yo
Lo siento, no quería
No debí haberte dicho eso, porque no fue culpa tuya
nunca ha sido culpa tuya,tú no tienes nada que ver
¿Nadaque ver con qué? le interrumpió Guillermo inclinándose hacia atrás, confuso yalgo incómodo por la situación. Me miró en busca de ayuda, pero yo solo meencogí de hombros.
Notengo ni idea de qué habla respondí.
Nicolás abrió la boca como si quisieraprotestar, pero otra voz le interrumpió.
¡Eh,vosotros! Los alumnos no pueden permanecer en el pasillo durante las clases erala jefa de estudios, esbozando su mejor cara de mala leche. ¡Marchaos ahoramismo si no queréis que avise a vuestros tutores!
Sí,sí, ya nos vamos me apresuré a decir yo, mirando a los chicos, y agarrándolospor la camiseta les obligué a seguirme en dirección al gimnasio . Te acompañamosa por Marta y Sergio, Guille.
El aludido asintió, caminando a mi ladoy echando una mirada insegura a Nico, que estaba aún más pálido que antes, sicabía.
Cuando llegamos a la puerta delgimnasio, nos encontramos con que estaba cerrada.
¿Yahora? pregunté, girando la cabeza para ver si el conserje estaba por allícerca y podía ayudarnos, pero no fue necesario, porque Guille hizo tintinear ami lado un manojo de llaves. Ante mi mirada inquisitiva, se encogió de hombrosy explicó:
Melas dio el profesor de Psicología.
Metió la que estaba etiquetada como "gimnasio", giró y abrió la puerta,dejándonos ver una imagen cuando menos insólita
¡Hola! ¿Qué tal estáis? Ante tododeciros que no he tenido tiempo para revisar el capítulo y he escritototalmente sobre la marcha, así que disculpad los posibles errores que puedatener
Como veis, Nico empieza a tener unpapel importante en la historia, algo que probablemente se desvele en elsiguiente capítulo. No es un secreto increíble ni nada por el estilo, así queno os esperéis un bombazo, pero sí que se trata de un punto importante para latrama del fic.
Por parte de Guille e Inés
Bueno,ninguno de los dos se ha atrevido a reprochar a Nico su comportamiento delsábado debido a su estado
¿vosotros qué opináis?
Y, sin más, me despido.
¡Un besazo enorme a todos y todas, ygracias por leer!
Meri
POVMarta
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
La situación no podía ir a peor.
Sergio y yo nos apartamos de golpe,haciendo aún más obvio que milésimas de segundo antes nos encontrábamosdemasiado cerca. Mis mejillas mostraban un intenso color rojo, y la frase "tierra, trágame" cobró un nuevosignificado para mí mientras veía cómo Inés, Nico y Guille nos miraban con losojos como platos.
Mi hermana se mordió el labio inferior,y Guille tuvo que darse la vuelta para ocultar la inmensa sonrisa que atravesósu antes melancólico rostro. Por su parte, Nico, que mostraba un malsano y pálido color de piel,parpadeó varias veces como si creyese que lo que veían sus ojos era algunaclase de alucinación.
Bueno,¿se puede saber qué estáis mirando? Si es algo muy interesante, os ruego que melo contéis para así entretenerme yo un rato
rompió el silencio Sergio,alzando una ceja con algo de sorna, pero manteniendo la calma hasta nivelesinauditos.
Yo le miré, atónita. ¿Cómo podía estartan tranquilo? ¡Nos habían pillado a punto de besarnos!
Guille se giró de nuevo hacia nosotrosy, aún risueño, comentó:
Vaya,quién lo diría
Y yo que pensaba que os odiabais
Pero bueno, ya sabéis lo quedicen: los que se pelean se des
¡Pobrede ti como termines esa frase! siseé yo, harta de escuchar lo mismo una y otravez.
Enfin, os veo muy ocupados intervino otra vez Sergio, incorporándose y echándosela mochila al hombro. Me largo a clase.
Y dicho esto se fue, con paso tranquiloy las manos en los bolsillos, como si nada de aquello hubiese tenido lugar.
Yo también me levanté, sacudiéndome elpolvo del pantalón y evitando por todos los medios las miradas de los demás.
Marta
comenzó Inés, pero rápidamente se calló, comprendiendo que lo mejor era dejaresa conversación para más tarde.
Estono ha ocurrido, ¿vale? susurré yo, mirando a los chicos. Ambos asintieron convehemencia, y yo supe que podía confiar en su silencio.
Abrí la boca para tratar de escudarmetras alguna estúpida excusa, pero entonces una voz chillona me hizo dar unpequeño brinco.
¡Esperono tener que volver a deciros que os vayáis a vuestras clases! no era otra quela jefa de estudios, con un fajo de folios en la mano derecha y la izquierdasobre su cadera.
¡Sí,sí! gritó Inés, abriendo mucho los ojos, y bajo la atenta supervisión de lajefa de estudios nos fuimos corriendo, siguiendo los pasos de Sergio.
Al llegar al último corredor Guille yyo nos despedimos apresuradamente de Inés y Nico, y nosotros entramos en clase.
El profesor de Psicología suspiró alvernos.
¡Venga,por favor, sentaos de una vez! Ya no puedo seguir perdiendo tiempo
Guillermo,a tu sitio. Marta, ponte por allí
Avancé en dirección al fondo de laclase, donde me había señalado el profesor, pero me tensé de golpe al ver queel único sitio que quedaba libre era el contiguo a Sergio, que me miraba conperezoso interés, como si todo fuese aburrido a su alrededor excepto yo.
Me senté a su lado tratando deignorarle, pero entonces escuché a Sergio susurrar:
Lástimade beso
Apreté con fuerza los labios, decididaa no caer en sus provocaciones. Por mí podía irse al diablo.
Sin embargo, no tardé en comprobar quehacer como que no existía era más fácil de decir que de hacer.
Y lo descubrí cuando advertí demasiadotarde que se había inclinado hacia mí, tras lo que me apartó un mechón de pelohacia atrás y me dijo en voz muy baja, con su boca casi pegada a mi oreja:
Perocréeme que la próxima vez me aseguraré de que no nos interrumpan.
Su cálido aliento acariciándome la pielme distrajo brevemente, pero recuperé la compostura lo suficientemente rápidocomo para apartarlo sutilmente con el fin de no atraer la atención del profesory mascullar entre dientes:
Nohabrá una próxima vez.
¿Tansegura estás? inquirió él, esbozando una de sus perfectas sonrisas torcidas,de esas que yo estaba segura que solo él podía dibujar en sus labios.
No respondí, porque si era sinceraconmigo misma tenía que admitir que no estaba para nada segura, pero claro,tampoco iba a decirle eso a él
Así que me limité a lanzarle una miradaasesina y mantenerme en silencio.
Escuché su risa por lo bajo, pero no lepresté más atención, y él no volvió a molestarme.
Así pasaron dos horas más, y cuandotocó el timbre del segundo y último recreo salí disparada del aula bajo laatenta mirada de Sergio y Guillermo.
Aguardé en el porche de entrada delinstituto a que Inés, Nico y Guille se dignaran a aparecer, y cuando lohicieron empecé a dar vueltas como una estúpida de un lado a otro.
No sé cómo, pero de nuevo acabamos enel jardín del instituto. Y fue entonces cuando detuve mis irrefrenables paseos paramirar fijamente a Nicolás.
Porcierto dije. ¿Por qué demonios te comportaste como un gran gilipollas elsábado con Guillermo? ¿Y por qué estáis los dos juntos ahora como si nada? ¿Ypor qué pareces tan enfermo? ¿Qué me he perdido?
Inés colocó una mano sobre mi hombro,tratando de tranquilizarme.
Esoson muchas preguntas, Marta susurró.
Estamos"amigados" porque me ha pedido perdón explicó Guille, encogiéndose de hombroscon simpleza.
Mecomporté como un gilipollas porque soy gilipollas murmuró Nico, desviando lamirada.
Perono sabemos por qué está en este estado finalizó Inés.
Resoplé y me dejé caer sobre el suelo.¿Por qué todo tenía que ser tan confuso?
Doblé las piernas para apoyarme sobremis rodillas y sentí algo extraño en el bolsillo de mis vaqueros
o más bien,lo extraño fue la ausencia de algo.
Metí la mano en el bolsillo con miedo,y me encontré exactamente con lo que me temía: mi móvil no estaba.
Me incorporé de golpe, pero justocuando estaba a punto de decirles que tenía que volver a clase a buscarlo,apareció Sergio.
Y, cómo no, llevaba mi móvil en lamano.
Eh,media neurona dijo, mirándome a los ojos e ignorando la presencia de los demás.Se te cayó el móvil antes de salir de clase. Tienes suerte de que esté entero.
Eh
gr-gracias respondí, sonrojada sin saber muy bien por qué.
Lo cogí y me lo guardé en el bolsillode nuevo. Pero Sergio no se movió. Se quedó ahí, de pie, mirándome con gestotriunfal y un destello de diversión en el fondo de sus ojos grises.
Y, entonces, se giró para irse denuevo, encontrándose cara a cara con Nico.
¿Ya ti qué te pasa? preguntó Sergio, frunciendo el ceño.
¿Amí? ¿Por qué? respondió Nico en un murmullo.
Sergio lo señaló con un gesto decabeza.
Porqueestás pálido como un fantasma, tienes mala cara y unas ojeras tan grandes quepodría aterrizar un avión sobre ellas.
Esverdad, Nico intervino Inés. ¿Nos vas a decir de una vez qué te pasa?
Nada.Ya
ya os lo he dicho.
Estupendoironizó Sergio con expresión cruel. Pues da la impresión de que esa "nada" teestá destrozando, ¿sabes?
Nicolás se mordió el labio, y a mí seme encogió el corazón. En ese momento se asemejaba más que nunca a un cachorro desamparado.
Finalmente, fijó la mirada en algúnpunto inexistente, más allá de nosotros. Y entonces dijo con tono monocorde yplano:
Mispadres se separan.
¡Hola!
¿Quétal? ¿Os ha gustado? Por fin se resuelve el enigma del problema de Nico, y comopodéis ver, no, no tenía nada que ver con embarazos (¿pero de dónde sacáistanta imaginación????). Jajajaja. Ah, y tranquilas, en el próximo cap explicaréqué relación tiene la separación de los padres de Nico con el comportamientodel mismo con Guille en la fiesta.
Hoyhe actualizado a una hora más temprana por petición expresa de las trillizas,jajaja.
Yya está, no sé qué más tenía que deciros
Excepto desear suerte a tod@s los quese hayan presentado al concurso "Una velada terrorífica"!!!!!
Unbesazo enorme, y hasta el domingo que viene!!
Meri
POVInés
Tras las palabras de Nico, el silenciocayó como una losa sobre nosotros. Él aguardaba inmóvil con la mirada perdida yexpresión sombría. Y entonces, Sergio dio un par de pasos lentos hacia él ycolocó una mano sobre su hombro.
Losiento dijo, con un tono mucho más serio y maduro de lo que hubiese podidoimaginar viniendo de él. Sé cómo te sientes.
Nicolás alzó despacio la mirada haciaSergio, quien era unos centímetros más alto, y susurró con voz neutra:
No,no lo sabes.
Sí,lo sé. Mis padres también están divorciados ante el aplomo y la tranquilidadcon la que Sergio pronunció estas palabras Nico se sobrecogió.
¿Deverdad? preguntó en un murmullo de sorpresa, abriendo mucho los ojos. Sergioasintió.
Sesepararon hace dos años, unas semanas después de que mi hermano mayor se fugarade casa ante la expresión asombrada de Nico, Sergio sonrió. Mi familia es unaperla, ¿eh?
Yo
yo
lo siento, no pretendía
balbució Nico, claramente incómodo al sentirse culpablepor el rumbo que había tomado la conversación.
Note disculpes, no pasa nada. Lo tengo muy asumido dijo Sergio, encogiéndose dehombros. En el momento duele, y no te voy a mentir, lo pasarás mal unos días,puede que incluso algunos meses. Pero después te acostumbrarás, simplementeporque no te queda otro remedio.
Noparece muy justo murmuró Nico, a lo que Sergio respondió con una sonrisaenigmática:
¿Yquién ha dicho que la vida sea justa?
Nico sonrió levemente, nervioso, y elotro chico le apretó el hombro que aún sujetaba con un gesto reconfortante.
Venga,tranquilo. No te diré que no es para tanto porque ahora mismo y desde tu puntode vista sí es para tanto. Pero créeme que con el tiempo dejará de serlo.
Nicolás suspiró lentamente, inclinó lacabeza y asintió varias veces, con aire cansado.
Perdónintervino entonces Guille, dando un paso adelante. Sé que probablemente nosea el momento, pero
¿qué tenía que ver eso conmigo? ¿Simplemente tenías quedesahogarte con alguien y me tocó a mí?
No,no, no es eso
Bueno, sí. Es
es complicado trató de explicarte Nico,enrojeciendo ligeramente. Verás, mis padres
siempre estaban discutiendo.Ninguno de los dos pasaba nada de tiempo en casa, y por ello yo me quedaba siempre solo. Y mi padre
él es bastante
recto, por decirlo de alguna forma.No trata demasiado bien a mi madre y nunca fue muy cariñoso conmigo
A veces leoía diciéndole a mi madre que me tenía demasiado desatendido, y que yo acabaríasiendo un don nadie o algo así. Y cuando él se enteró de que me encantabaescribir
Nico se detuvo un segundo y se estremeció. El sábado le echó encara a mi madre que era por su culpa, por no procurar mezclarme con chicos demi edad con los que jugar al fútbol y hablar de chicas, "hacer cosas de hombres",como él las llama. Básicamente, dijo que yo era una nenaza debido a la falta decuidado de mi madre y que solo me dedicaba a estupideces de chicas, que loúnico que me faltaba era ponerme a hacer punto. No creo que sea esa la causa desu divorcio, pero igualmente me afectó un poco porque me dolió que mi padredijese eso de mí
y que se enfadase con mi madre, que ni siquiera sabía que megustaba escribir
Nico se calló de golpe, como si temiesehaber hablado demasiado, y nos miró a todos con miedo.
Entoncessusurró Guillermo, si lo he entendido bien, tu padre piensa que el hecho deque te guste escribir es síntoma irrefutable de que eres gay y quieres ser comouna chica, y le echa la culpa de eso a tu madre. ¿He comprendido en esencia loque has dicho?
Nico asintió, y Guille se pasó una manopor la cara, casi con desesperación, como si no pudiese creerlo.
Yopuedo resumirlo aún más dijo Sergio, cuya expresión tranquila estaba adornadapor una sonrisa de suficiencia y burla, como si todo aquello le pareciesedemasiado ridículo. Nicolás, tu padre es gilipollas.
Nopuedo creerme que esté diciendo esto, pero estoy de acuerdo con Sergio declaróMarta.
Yyo terminó Guille. En primer lugar, no encuentro relación entre ser afeminadoy que te guste escribir, que es un arte muy respetable y productivo. En segundolugar, tampoco veo qué tiene que ver que te gusten los hombres con sentirtemujer, porque yo soy gay pero te puedo asegurar que soy un chico de los pies ala cabeza, y ni me va hacer punto ni me voy a poner a dar saltitos porquelleguen las rebajas de invierno. Tercero, no sé por qué tiene que gustarte elfútbol para ser muy "masculino", y aunque suene contradictorio con respecto alo que acabo de decir tampoco sé por qué tienes que odiar la costura si eres unchico. Y cuarto y último punto: ¿qué culpa tiene tu madre de que te guste hacerlo que te guste hacer? No comprendo el proceso mental por el cual tu padrellega a la conclusión de que ella es la responsable.
Yotampoco lo comprendo dije yo, hablando por primera vez desde la confesión deNico. Y, como somos mayoría absoluta, me uno a Sergio: perdón por laexpresión, pero tu padre es gilipollas. Probablemente incluso te haga bienestar lejos de él durante un tiempo
De todas formas, Nico, Marta y yo tambiénte comprendemos. Nuestra madre era profesora de dibujo, y cuando éramos pequeñasnos enseñó a pintar. Pero mi padre odiaba esas cosas porque las consideraba unapérdida de tiempo, y nos dio bastantes palizas tanto a nosotras como a nuestrohermano por encontrarnos dibujando
Pero nunca hemos dejado de hacerlo. ¿Ysabes por qué? Porque nos encanta, y nos recuerda a ella, a cuando todavíaestaba con nosotros. Y no lo dejaremos solo porque no sea del agrado de nuestropadre.
Marta asintió con convicción, y Niconos miró con algo parecido a la admiración. Guille bajó los ojos, y yo supuseque su hermano Miguel ya debía de haberle puesto al corriente de nuestrasituación familiar. Sin embargo, Sergio nos dirigió a ambas miradas deestupefacción.
¿Vuestramadre ha fallecido? preguntó en un susurro. Después, miro a Marta y murmurósolo para ella. No me lo habías dicho.
Nome lo preguntaste respondió ella, cortante. ¿Y por qué das por hecho que hamuerto en vez de haberse ido de casa? O a lo mejor nuestros padres podríanestar separados y nosotros elegimos vivir con él en vez de con ella.
El tono gélido de sus palabras y lo queestas implicaban podrían haber echado atrás a cualquiera.
Pero claro, Sergio no era cualquiera.
Porquetu hermana ha dicho "cuando todavíaestaba con nosotros". No "cuando nuestrospadres estaban juntos", ni "cuando aúnéramos una familia unida y feliz". Solo da a entender que se ha ido. Si vuestrospadres estuviesen separados y vosotros hubieseis elegido quedaros con él,presupongo que sería una elección enteramente vuestra porque probablemente lequerríais más a él, y con el tono de voz que ha empleado Inés da a entendertodo lo contrario. Así que esa posibilidad queda descartada. Y respecto a lo defugarse
No hay rencor en las palabras de tu hermana. Tampoco es una opción.
Sise hubiese fugado, no necesariamente tendríamos que guardarle rencor argumentóMarta, pero de nuevo Sergio sacudió la cabeza.
Cuandouna persona importante y cercana a ti se va, deja un rastro de rencor. Siempre.
Nosi la queríamos lo suficiente.
Alcontrario, precisamente por quererla mucho el rencor sería mayor susurróSergio con tono apresurado, como si dispusiese de un tiempo limitado parahablar de ese tema. Cuanto más quieres a esa persona, más te duele su marcha.Por eso sé que vuestra madre no se fue.
Guillermo, Nicolás y yo nos habíamosquedado en el más absoluto de los silencios. Había algo, un rayo de chispas,uniendo las miradas de Marta y Sergio en ese momento. Podía parecer simpledesafío, pero yo conocía a mi hermana lo suficientemente bien como para saberque ella estaba al tanto de algo sobre Sergio que yo desconocía.
Y en esa única mirada ambos setransmitían más cosas de las que podrían expresar con palabras.
Finalmente, fue Marta la que cedió.Relajó la expresión retadora de su rostro para convertirla en una de cansadacomprensión, y asintió.
Se giró hacia Nico y abrió la boca paradecirle algo, pero entonces sonó de nuevo el timbre sobresaltándonos a loscinco, que nos miramos sorprendidos como si nos hubiésemos dado cuenta depronto de que llevábamos todo el recreo juntos.
-
¡Hola! ¿Qué tal? ¿Habéispasado un buen Halloween? ¡Espero que sí!
¿Os ha gustado estecapítulo? Como veis, Nico está aún algo confuso y bastante afectado por lo desus padres, pero Sergio se ha puesto a animarle sin pensárselo dos veces. Eneste cap he tratado de mostrar que, bajo esa capa de tipo duro que muestraSergio, se esconde un chico herido por las circunstancias.
Ah, y en estecapítulo también empieza a verse otro punto importante de la trama que tieneque ver con los cinco chicos
Jajaja, nada, no me hagáis caso, es una tontería,pero me gusta pensar en este cap como en una especie de "inicio". A ver sisabéis por qué
Bueno, y sin másdilación, me despido.
Gracias a todos ytodas por leer, ¡y gracias también por comentar!
Un besazo enorme,
MA.A
¡Hola! ¡Sorpresa! Sí, es viernes y heactualizado, pero es que este capítulo se me ocurrió de improviso y decidísubirlo dos días antes de tiempo
Eso significa que tendréis que esperar algomás de una semana para el próximo capítulo, que subiré el domingo 17, comocorresponde
¡Pero en compensación este es un poco más largo! Además de queestá cargado de emociones importantes, jeje. Y, sin más dilación, os dejo conla lectura. ¡Espero que os guste!
POVMarta
Después de aquel extraño y reveladorrecreo, regresamos a nuestras respectivas aulas. Sergio y yo teníamos Lengua yLiteratura, y juntos nos dirigimos al piso superior del edificio.
Un incómodo y casi tangible silenciopalpitaba entre nosotros, pero me esforcé en ignorarlo en la medida de loposible.
Cuando llegamos a la clase nos sentamosjuntos cerca de la ventana, y yo reparé sorprendida en que eso era algo que yase había ido convirtiendo en una rutina
pero, ¿provocada por quién?
Fruncí el ceño pensativa mientrassacaba el libro de Lengua, percatándome de que la profesora aún no habíallegado.
Y como si hubiese oído mispensamientos, Lourdes abrió de pronto la puerta y entró en el aula despeinada yalgo nerviosa, murmurando por lo bajo.
otro chico conflictivo más
esta clase parece ya una especie de reformatorio
¡Es la segunda vez en un mismo curso!
Nosotros la miramos, confusos, peroentonces otra cosa captó nuestra atención: un chico de nuestra edad entró enclase detrás de la profesora, con las manos en los bolsillos y aspectoaburrido.
Bien,clase comenzó Lourdes, tratando de recomponer su peinado; os presento aAlejandro Matilla, vuestro nuevo compañero a partir de hoy. Al igual queSergio, está aquí porque ha sido expulsado
pero no de su anterior clase, sinode su antiguo instituto. No conoce nada de esto, así que tratad de llevarosbien con él y ayudarle en todo lo que podáis.
Observé fijamente a Alejandro. Era unchico más bien alto, y vestía ropas aparentemente caras. Su pelo rizado era deun color castaño tan claro que casi parecía rubio, lo cual producía unbrillante contraste sobre sus ojos azules e inteligentes.
En un principio, la mueca burlesca y desuperioridad de su rostro me recordó a Sergio, pero en el momento en que misojos se encontraron con los suyos descubrí que en realidad los dos chicos no separecían en nada: había algo en la mirada de Alejandro que producíaescalofríos, como si pudiese lograr que te retorcieras de dolor soloobservándote.
Bien,Alejandro
¿Por qué no te pones allí, entre Marta y Sergio? Así ellos podríanayudarte a adaptarte un poco
Sí, es buena idea. Puedes coger una mesa y unasilla del fondo, de aquellas libres
Alejandro caminó hacia nuestros sitios,que nos apartamos hasta dejar espacio suficiente entre nosotros para que elchico nuevo se colocase. No obstante, en el rostro de Sergio pude apreciar unacierta tensión
o tal vez era molestia.
¿Sergio?le llamó la profesora. ¿Te importaría ayudar a Alejandro a mover su mesa?
Sergio apretó con fuerza los labios yalzó la cabeza, orgulloso.
Tienedos manos, es perfectamente capaz de hacerlo él solito.
Sergio,haz el favor de comportarte le reprendió Lourdes. Él la miró unos segundos conalgo de rabia para después levantarse bufando, alzar una de las mesas del fondocon una facilidad pasmosa y dejarla caer entre las nuestras bruscamente, todoello bajo la divertida mirada de superioridad de Alejandro. Sergio, ¡porfavor! gritó de nuevo la profesora ante el tremendo estruendo.
Él no respondió, sino que se limitó adejarse caer en su silla de nuevo, resoplando.
Alejandro se sentó entonces en su sitio,sin molestarse en sacar nada de la mochila.
En cuanto Lourdes se dio la vuelta, élse giró hacia mí, colocando un codo sobre la mesa y apoyando la cabeza en sumano, de forma que quedó dándole la espalda por completo a Sergio.
Holame saludó en voz baja. Su tono era grave y algo sugestivo. Le miré de reojo, ligeramenteintimidada. ¿Tu nombre es
?
Martarespondí escuetamente.
Marta,¿eh? Bonito nombre
Es un placer. A mí puedes llamarme Álex dijo él, esbozandouna bonita sonrisa de blancos dientes.
Asentí en silencio, volviendo a mirarhacia la pizarra. Sentía una serie de ondas de energía negativa fluyendo haciamí, energía que provenía directamente de Sergio, quien quedaba oculto a misojos por el cuerpo de Alejandro.
¿Sabes,Marta? prosiguió él, ajeno a mi intranquilidad. Mi casa y mi antiguoinstituto están al otro lado de la ciudad. Es decir, que no conozco mucho estebarrio
¿Tú vives por aquí?
Cercacontesté de forma concisa y poco detallada. Él pareció satisfecho, puesasintió con expresión complacida.
Excelente.En ese caso, conocerás todo esto
Podríamos quedar un día, ya sabes, para queme enseñes la zona y tal
Ajámurmuré, removiéndome incómoda en mi asiento y tratando por todos los mediosposibles de no desviar la mirada de la pizarra.
Mealegra oír eso continuó él. Y después podríamos
¿Quierescallarte? gruñó una voz a sus espaldas. Álex se sentó correctamente en lasilla y se giró hacia la izquierda para mirar a Sergio, que seguía con los ojosa la profesora apretando fuertemente los dientes. No puedo escuchar si noparas de parlotear.
Eso me sorprendió. ¿Desde cuándo aSergio le importaba lo más mínimo lo que explicasen los profesores en clase? ¿Ypor qué parecía tan molesto?
Álex rio suavemente.
Perdona,amigo, no quería molestarte
dijo con tono divertido. Sergio replicó sinmirarle aún. Sin mirarnos a ninguno de los dos.
Pueslo has hecho. Ah, y que te quede bien claro que no soy tu amigo.
Álex volvió a reír entre susurros.
Joder,Martita, menudo gruñón que tienes por compañero
¿Le aguantas con esas malaspulgas?
En esa ocasión fui yo quien apretó lospuños con fuerza, y por varios motivos. En primer lugar, detestaba que mepusiesen diminutivos ridículos, y "Martita"era uno de ellos.
Además, por alguna extraña razón, mehabía molestado un poco que se metiese así con Sergio, el cual parecía estarhaciendo un esfuerzo sobrehumano para concentrarse en la clase y no volverse degolpe y pegarle un puñetazo a Álex en toda la boca.
Y me descubrí a mí misma pensando quehasta yo encontraría eso divertido.
Mira,marquesito siseó Sergio por lo bajo. Tengo muy poca paciencia y, siéndotefranco, te conozco desde hace cinco minutos y ya me caes terriblemente mal, asíque si sabes lo que te conviene te quedarás calladito y nos dejarás en paz.
Abrí los ojos con sorpresa al escuchara Sergio. "Nos dejarás en paz"
¿Nos? ¿Se refería a mí también? ¿Por quétenía Álex que dejarme en paz? Conmigo no se había metido
Discúlpemeusted, oh, gran dios de la Lengua y la Literatura se burló Álex. Ya me callo,ya
Me pareció escuchar a Sergio mascullarun "Más te vale" cargado de rabia,pero no habría podido asegurarlo.
El resto de la clase pasó más o menostranquila, pues ni Sergio ni Alejandro volvieron a abrir la boca, lo cual fuetodo un alivio para mí. En cuanto el timbre sonó, comencé a recoger a todaprisa, ansiosa por alejarme de aquellos dos, pero Sergio fue más rápido que yo,y golpeando a Álex con el hombro al pasar se fue apresuradamente, no sin antesdirigirme una extraña e indescifrable mirada.
Yo también me levanté y le seguí haciala salida de la clase.
A última hora tenía Informática en elaula TIC de la planta baja. Los ordenadores se utilizaban por parejas, pues nohabía suficientes para todos los alumnos. Yo me dirigí hacia la primera fila, yapenas me hube sentado cuando vi a Álex dejándose caer en la silla contigua ala mía.
Así que tendría que compartir ordenadorcon él
Oí un gruñido de protesta no muy lejosde mí, y cuando me volví vi a Sergio sentarse en la segunda fila, justo detrásde mí, junto a una chica llamada Sofía que miró al muchacho con una fascinaciónrayana a la adoración. Pero él ignoró por completo a la pobre joven, y fijó susojos grises en los míos. El remolino tormentoso de su mirada me incomodó, y megiré de nuevo hacia adelante, inevitablemente ruborizada.
Hey,¿cómo demonios se enciende este trasto? preguntó Alejandro a mi lado, dando levesgolpes a la base del monitor. Chasqueé la lengua y le empujé con suavidad.
Anda,déjame a mí presioné los botones necesarios y aguardé a que el ordenador seiniciase. Sin embargo, esa extraña sensación de ansiedad no se iba de miestómago, y durante toda la clase noté la ardiente mirada de Sergio clavada enmi nuca. No obstante, en ningún momento reuní el valor suficiente para girarmey enfrentarle, lo cual hizo que me enfadase conmigo misma: ¿cuándo me habíavuelto tan cobarde?
Pese a todo, seguía desconcertada. ¿Quéle pasaba a Sergio?
Por su parte, Álex se pasó toda la horahaciéndome preguntas sobre mil cosas distintas, ninguna relacionada con losordenadores, el instituto o las clases, pero sí con temas mucho más personalescomo mi música favorita, mis hobbies predilectos, la comida que más odiaba, losdeportes que había practicado alguna vez, mi colonia preferida, mi familia, misamigos, y, finalmente
¿Cuálesson las cualidades que más aprecias en un chico? Lo cual me lleva a pensar
¿tienes novio?
Álex,por favor murmuré, sonrojada de nuevo. Estamos en clase, ¿quieres dejar de sometermea un tercer grado? ¿Qué eres, un espía de la CIA?
Venga,pero si solo son unas preguntitas inocentes de nada
insistió él, poniendocarita de cordero degollado. Bufé.
Terespondo esto y me dejas en paz, ¿vale?
Él asintió con fervor. Suspiré y megiré para mirar el reloj de pared que había al fondo del aula, comprobando conalivio que solo quedaban cinco minutos de clase; sin embargo, al bajar lamirada me encontré con que Sergio parecía estar muy atento a nuestraconversación.
Me volví de nuevo bruscamente.
¿Marta?susurró Álex, instándome a responder a sus preguntas.
¿Eh
?Ah, sí. Bueno, pues en un chico busco que sea inteligente, valiente y
no sé,supongo que también cariñoso. Que me haga sentir a gusto y como una princesa
aldecir esto callé de golpe.
"¿Porqué me llamas princesa todo el rato?
Porque me recuerdas a una de esasprincesas que a menudo aparecen en los cuentos: soñadora, inocente y dulce
"
Elrecuerdo de aquella conversación mantenida con Sergio un par de días atrás measaltó de golpe, y con ella vino la evocación del beso
de mi primer beso.
Sentí mis mejillas arder, y la miradade Sergio sobre mí se hizo mucho más notoria que antes.
¿Ytienes novio? ¿Sí o no? repitió Álex, confuso por mi repentino silencio.
No.No tengo novio respondí tras unos segundos.
¿Yhay alguien que te guste?
El timbre sonó de pronto,sobresaltándonos. Me puse en pie para empezar a recoger al igual que el restode alumnos, pero Alejandro me sujetó por la muñeca, reteniéndome.
Venga,contesta, por favor
me pidió.
Yo me giré lentamente
y ahí estaba Sergio.De pie, a unos pasos de mí, con la mochila al hombro y sus ojos inquisitivosfijos en los míos. Parecía querer saber la respuesta a esa pregunta con muchamás urgencia que el propio Álex.
¿Qué respondía? ¿Me gustaba alguien?
Le devolví la mirada a Sergio,permitiéndome a mí misma perderme durante unos segundos en el océano melancólicode sus hipnóticos ojos, que me observaban con una intensidad turbadora.
Recordé el sabor de su boca, la cariciade sus labios, la fuerza de sus incomprensibles miradas, el pesado significadode sus hábiles palabras
pero justo después llegaron a mi mente los insultos,las burlas, la bravuconería, el narcisismo y su actitud déspota, esa necesidadde ser el centro de atención en todas partes, siempre seguido de cerca poraquellas chicas que tanto deseaban su proximidad.
Sin apartar ni por un segundo mi miradade la suya, respondí con toda la seguridad que me fue posible:
No,no me gusta nadie.
Y, en ese mismo instante, me parecióver que algo se rompía tras los ojos grises de Sergio.
¡Hola de nuevo! ¿Qué? ¿Os ha gustado?Espero que sí J. ¡Este es uno de mis capítulosfavoritos!
Como veis, ha aparecido un nuevopersonaje, Alejandro Matilla, el cual tendrá un papel importante en el fic
Y noparece que le haya caído muy bien al pobre Sergio, ¿eh?
¡Muchas gracias por leer y porcomentar!
"Cada palabra mía que es leída meimpulsa un poco más alto".
¡Un besazo enorme!
MA.A
¡Hola! Jajaja, como quizá hayáisadivinado por el título, esto es un POV Sergio
No sé qué tal habrá quedado nisi será lo que esperabais, ¡pero me lo habéis pedido demasiadas veces como paraseguir retrasando el momento!
Os dejo con la lectura. ¡Espero que osguste!
POV Sergio
"No, no me gusta nadie."
Laspalabras de Marta fueron como una ola de agua helada empapándome desde dentro,y sentí un desagradable lastre en la base del estómago que tiraba de mí haciaabajo como si quisiera hundirme en el suelo.
Estupendo mascullé, entrecerrando los ojos yfulminándola con la mirada. Di media vuelta y salí apresuradamente de clase,apartando a empujones a los demás alumnos sin ninguna consideración.
Cuandollegué a la calle inspiré profundamente, llenando mis pulmones de aire con lavana esperanza de que así lograse arrancar de mi pecho esa desagradablesensación de fatiga.
Me dicuenta de pronto de que ni Marta ni yo habíamos cumplido nuestro castigo en elsegundo recreo, pero ¿qué importancia tenía eso?
Di unpar de pasos hasta llegar a una de las paredes laterales del instituto, en la cualme recosté tratando de serenarme. Saqué un paquete de tabaco del bolsillointerior de mi cazadora, encendí un cigarrillo y me lo llevé a los labios. ¿Porqué diantres estaba tan furioso?
Sujetandoel cigarrillo entre dos dedos lo separé de mi boca, soltando bruscamente unanube informe de humo grisáceo.
Losotros estudiantes salían en tropel del instituto, gritando y haciendo ruido.Mucho, mucho ruido. Demasiado.
Le diotra calada al cigarrillo y me aparté un mechón de pelo de la frente. Estabamuy agobiado.
Entonces,por la puerta del edificio salieron las gemelas, acompañadas por el pecoso, elpelirrojo y ese idiota de Álex.
Apretélos puños, conteniendo el impulso de reducir a la nada la distancia que nosseparaba y empujarlo contra el asfalto.
En esemomento, Marta se giró para decirle algo a su hermana, que caminaba detrás deella, y nuestras miradas se cruzaron.
Algo seretorció dentro de mí, un suave y dulce aleteo que solo había sentido el díaque la besé, una caricia interior que, sinceramente, me agradaba. Y mucho.
Peroentonces sus palabras resonaron de nuevo en mi cabeza. "No, no me gusta nadie". Esa simple frase fue un trueno estallandoentre las brumas de mis aletargados pensamientos, por lo que le dirigí una fríamirada y me limité a observar cómo ella, sorprendida y algo intimidada, sevolvía de nuevo hacia adelante, casi huyendo de mis ojos.
Y en elmismo instante en que dejó de mirarme, toda la rabia se deshizo como una dunade arena barrida por el viento.
Mesentía abatido, triste, cansado. No quería engañarme a mí mismo, en el fondosabía exactamente la razón por la que me encontraba así: deseaba que Marta hubieserespondido que sí le gustaba alguien. Más concretamente, deseaba ser yo quienle gustase. Pero obviamente no era así.
"Lógico", me dije a mí mismo, cerrandolos ojos. "Después de todo lo que te hasmetido con ella, ¿qué esperabas?" Suspiré y sacudí la cabeza de un lado aotro, consternado.
Era horade volver a casa.
Di unaúltima calada al cigarrillo y lo tiré al suelo, pisándolo para apagarlo.
Meincorporé y me alejé del instituto, pasando por delante de un grupo de chicasque me lanzaron miraditas sugerentes de lo más vomitivas. Sin embargo, y porpura costumbre, les dediqué una sonrisa socarrona, de esas que tan nerviosaponían a Marta
Y,hablando de ella, ahí estaba: en la parada del autobús escolar, junto con losdemás.
Aceleréel paso, tratando de que ninguno de ellos me viese. No tenía ganas de hablarcon nadie.
Noobstante, al pasar por su lado, escuché lo que Álex le estaba diciendo a Marta:
entonces, ¿esta tarde a las cinco te viene bien?
Que sí, Álex
resopló ella con impaciencia.
Tuve quehacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no detenerme y pegarle unpuñetazo a ese rubio con delirios de grandeza.
Así quehundí las manos en los bolsillos de mis vaqueros y seguí caminando con rapidez
pero Inés se giró y me vio, por lo que me paré de golpe. Había una preguntamuda en sus ojos, y yo le dirigí una mirada de culpabilidad mezclada conresentimiento que, por extraño que sonase, ella pareció comprender. Volvió lacabeza hacia Álex con desagrado y luego me miró de nuevo a mí. Me limité aasentir en silencio y, sin un solo gesto más, reemprendí mi marcha, alejándometan velozmente como me lo permitían mis piernas.
Caminépor la acera hasta dejar atrás el barullo del instituto, y entonces me detuvede nuevo. Estaba cansado, cansado de todo. Sabía lo que quería pero desconocíapor qué lo quería.
¿Y quési no era del agrado de Marta? ¿Qué podía importarme eso a mí?
Contodas mis fuerzas, asesté una potente patada a una papelera ubicada dentro demi radio de alcance, abollándola considerablemente y ganándome así unareprimenda por parte de una anciana mujer que paseaba por la acera de enfrente.
¡Sinvergüenza! gritó. ¡Vete a tratar así las cosasa tu casa!
Alcé lacabeza para replicar la primera grosería que se me pasara por la cabeza, pero enese momento reparé en lo absurdo que era todo aquello. Ni siquiera sabía porqué estaba tan enfadado y ya me estaba buscando problemas.
No pudeevitar revivir en mi mente la imagen de Marta mirándome con ese gesto dereproche tan suyo, como si tuviese demasiadas ganas de pegarme por idiota. Yprobablemente me lo mereciese.
Lo siento le dije a la señora, que chasqueó lalengua despotricando contra mí por lo bajo.
Meencogí de hombros y seguí mi camino. En realidad, mi casa quedaba losuficientemente lejos como para ir en el autobús escolar, pero yo nunca locogía.
Megustaba ir solo, caminando a mi aire, sin nadie rondando a mi alrededor,molestándome o gritando incoherencias. Así podía pensar tranquilo. Sin embargo,en ese momento no quería estar solo, no quería pensar.
Resoplécon alivio cuando llegué a mi casa, un pequeño chalé que, junto con otrosparecidos, rodeaban una gran urbanización situada perpendicular a la calle Luzde Pola.
Noobstante, había algo extraño en la casa, una especie de halo diferente, lapresencia de un cambio. Sacudí la cabeza pensando que serían solo imaginacionesmías, pero mis presentimientos se confirmaron cuando me encontré con unflamante coche deportivo rojo aparcado en la entrada de la casa. Rodeé concuidado el vehículo echándole un vistazo y solté un largo silbido deadmiración. ¿De quién sería?
Saquélas llaves del bolsillo para abrir la puerta de entrada y pasé al recibidor. Tiréla mochila de cualquier manera en una esquina, cerré la puerta de una patada yme dirigí al salón, del que provenían una serie de voces emocionadas y lo quesonaba como un llanto amortiguado.
Me asoméy lo que vi me desconcertó en un principio. Mi padre estaba sentado en su viejosillón de cuero con los codos en las rodillas y el rostro enterrado entre susmanos. Al otro lado, junto a una maleta de viaje, estaban mi madre y mi hermanapequeña, Laura, ambas de rodillas en el suelo, llorando y abrazando efusivamentea un chico de unos veinte años que también estaba sentado sobre la alfombra,rodeándolas con los brazos.
Él seencontraba de espaldas a mí, por lo que solo podía ver su pelo negro, corto yde punta. Sin embargo, había algo en él que me resultaba extrañamente familiar.
Entonces,Laura me vio y, limpiándose las lágrimas, gritó:
¡Sergio!
Todoslos presentes se volvieron hacia mí, y fue en el momento en que los ojos grisesdel chico se clavaron con sorpresa en los míos cuando lo reconocí.
Habíanpasado ya dos años, dos largos y dolorosos años, pero ni siquiera el tiempo yel rencor habían logrado difuminar en mi mente el rostro de la primera personaa la que aprendí a querer, aquel a quien nunca olvidé y al que jamás perdoné.
Lucas.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido? Espero queos haya gustado, para mí personalmente es un capítulo muy especial
Por fin ha aparecido Lucas, a quientantas ganas tenía Aura de conocer
Ytranquila, que no me he olvidado de esa frase que tengo pendiente ;)
Y, sin más, me despido.
¡Muchas gracias pro vuestros comentarios!
Un besazo enorme,
Meri
¡Hola! Sé que muchas preferíais un POVGuille, pero ese es el tercero, ¡el segundo POV de los chicos le toca a Nico!Bueno, pues sin más os dejo con el capítulo. ¡Espero que os guste!
POV Nico
Salí de clase siguiendo de cerca aInés, observándola con calma, tomándome mi tiempo para contemplarla. En un momentodado, ella se giró de golpe, y yo frené bruscamente para no llevármela pordelante.
¿Quémiras tanto, Nico? preguntó inocentemente.
Na-nadarespondí con nerviosismo. Ella frunció el ceño, observándome durante un par desegundos con escepticismo. Pero después se encogió de hombros y siguió andando.
Cuando llegamos al final de lasescaleras, nos unimos a Guillermo, Marta y otro chico con el pelo castaño muyclaro, casi rubio, al que no había visto en mi vida.
Inés también le miró sorprendida, yMarta explicó con cansancio:
Sellama Álex. Es nuevo en el instituto. Va a mi clase.
¡Vaya!¡Sois muy parecidas! exclamó el chico, mirando con una sonrisa estúpida a Inés.¿Sois gemelas?
Premiopara el chico listo murmuró Guille por lo bajo, dirigiéndole una mirada deligera molestia.
Vámonosa casa, anda dijo Marta, y pisando con fuerza se alejó hacia la entrada.
Todos entablaron pronto unaconversación acerca del anterior instituto de Álex, pero yo me mantenía un pocoal margen. No me sentía demasiado cómodo entre tanta gente, quizás porque erauna experiencia nueva para mí.
Cuando llegamos a la parada delautobús, me pareció ver que Inés miraba a alguien situado detrás de nosotros.Me giré rápidamente, pero no vi a nadie
solo a un chico alto, moreno ydespeinado que se alejaba furiosamente por la acera. ¿Sergio?
El autobús llegó entonces y Álex,Guille y las gemelas empezaron a subirse. Yo me quedé abajo, mirándoles contristeza.
Bueno,pues
Hasta mañana dije apresuradamente, dando media vuelta para irme.
Nico,espera me detuvo la voz de Inés a mis espaldas. Estaba de pie en los escalonesde subida al autobús, inclinada hacia fuera y con los marcados bucles tratandode escapar de su recogido moño. Me sonrojé sin querer al pensar en lo bonitaque era.
¿Sí?respondí con un hilo de voz. Ella me dirigió una mirada de preocupación.
¿Estásbien? preguntó en un susurro para que nadie más la oyera, aunque los demás yahabían ido a sentarse.
Tardé un par de segundos en darmecuenta de que se refería a lo de mis padres.
Buenomurmuré. He estado mejor
¿Quieresque quedemos esta tarde para hablar?
Abrí los ojos desmesuradamente y tuveque contener un saltito de alegría ante su proposición.
Cla-clarorespondí, aturdido. ¿A las seis en el parque de los cerezos que hay a mediocamino entre tu casa y el instituto?
Ella pareció sorprendida porque yoconociese ese lugar, pero en seguida se recompuso y me sonrió.
Vale,allí nos vemos. Hasta luego, Nico.
Hastaluego dije casi sin voz mientras ella desaparecía tras las puertas delautobús.
Una sonrisa estúpida afloró a mislabios, y me quedé ahí parado hasta que el vehículo de color rojo cereza hubodesaparecido por una calle perpendicular.
Entonces, di media vuelta y eché acorrer hacia mi casa en un impulso de adrenalina.
Llegué al portal, abrí y me subí alascensor.
Hice girar la llave en la cerradura demi casa y solo en ese momento, cuando entré en el que se suponía que era mi "dulcehogar", la alegría me abandonó.
La vivienda estaba a oscuras y ensilencio, como lo había estado siempre. Di varios pasos lentos, y el sonido demis pisadas quedó amortiguado por las gruesas alfombras.
Con mucho cuidado, asomé la cabeza porla puerta de la cocina, temiendo encontrarme con mis padres, pero allí soloestaba Agustina, sacando algo del horno.
Buenosdías, Agustina saludé rápidamente, y antes de que a la mujer le diese tiempo aresponderme salí disparado en dirección a mi habitación, el único lugar de micasa en el que me sentía a gusto. Carecía de la sobriedad que despedía el restodel apartamento, y estaba decorado tal y como a mí me gustaba: con sencillez ysin pretensiones.
Dejé caer la mochila junto alescritorio y me derrumbé sobre mi cama, agotado. Con cansancio, me froté losojos. Estaban pasando muchas cosas en muy poco tiempo.
Ladeé la cabeza y me quedé así,inmóvil, durante unos segundos, en un estado de vigilia que cada vez me acercabamás al sueño. Y, entonces, mis ojos enfocaron una fotografía clavada en elcorcho que había junto al escritorio.
Sin poder evitarlo, me puse en pie, fuihasta allí y cogí la foto.
Caminé de espaldas de forma casi inconscientey me senté en el borde de la cama, observando la imagen, que contaba ya convarios años.
En ella estaban inmortalizados mispadres, juntando sus cabezas a la de una versión más joven de mí; yo apenascontaría con unos cuatro años en la foto.
Los tres nos abrazábamos y sonreíamos,mirando a la cámara con una chispa de alegría en la mirada. Vestíamos ropasabrigadas y caras, además de gorros, guantes y bufandas, y a nuestro alrededorel suelo estaba revestido de una gruesa capa de nieve, pero ni siquiera el fríoparecía ser capaz de derretir nuestro cariño.
Guardaba esa foto desde hacía ya muchotiempo, pero esa fue la primera vez en toda mi vida que fui consciente de unpequeño detalle que antes había pasado por alto: mis padres entrelazaban susmanos por detrás de mi cabeza, transmitiéndose calor y afecto. Queriéndose.Amándose. Como sin duda ya nunca volverían a hacer.
Una lágrima que no fui consciente dehaber derramado cayó sobre la fotografía, distorsionando exactamente las manosunidas de mis padres.
Un sollozo trepó por mi garganta yescapó fuera, huyendo entre mis labios sin mi permiso. Incliné la cabeza haciadelante, hundiéndola entre las rodillas, y dejé caer la fotografía.
Y lloré. Porque ya nunca volvería a serasí, como reflejaba esa imagen del pasado. Porque de nuevo me encontraba solo,terriblemente solo, y la angustia crecía en mi interior al percatarme de quepasaban los años y yo crecía añorando que el ayer se convirtiese en un mañana.
Y, de pronto, toda esa agonía sesolidificó, cogiendo peso, tamaño, forma, fondo, y cada lágrima cobró un nuevosentido.
Me levanté rápidamente y me dirigí a laestantería, de donde saqué un cuaderno y un lápiz. Me dejé caer en el suelo, enmitad del haz de luz que entraba por la ventana y era arrojado al parqué.
Y comencé a escribir.
La punta del lápiz despedía palabras amontones, decenas de letras que se entrelazaban para formar nuevas frases quese unían en párrafos.
"Heestado pensando y no he llegado a ninguna conclusión coherente. La rabia me consumey no hallo una razón. Hay cansancio, decepción, ira, y ningún remedio. Unacura, tal vez para el cuerpo, tal vez para el alma. ¿Conoce alguien la solucióna mis problemas?
Ysigo riendo ante la ridiculez de una corriente monótona y aburrida en la queinsisten en ahogarme, mas el alma de plata dorada que habita en mi enceradocorazón tira fuerte de las cadenas opresoras liberando la esencia de mi ser enun grito de rebeldía.
Hecomprendido que se puede asumir la soledad como una compañera. "
Solté el lápiz con un suspiro y releílo que había escrito. No se parecía en nada a lo que tenía en la cabezasegundos antes de empezar a redactar, pero era idéntico a lo que queríarepresentar con palabras.
Simplemente, era el mensaje de mi alma.
Otro de tantos.
Arranqué la hoja del cuaderno y laguardé en una carpeta escondida tras varios libros de texto, junto con lafotografía de mi ahora rota familia. Aquello era mío y de nadie más. No dejaríaque fuese leído por ninguna otra persona. Sería como desnudarme ante undesconocido
No. Eso eran pedazos de mi "yo" más sincero, y permaneceríanocultos tanto tiempo como me fuese posible.
Así que, limpiándome las lágrimas conel dorso de la mano, di media vuelta y me alejé de la estantería, abandonando amis espaldas un trozo de mi alma.
¡Hola de nuevo! ¿Qué os ha parecido?Espero que os haya gustado
Como veis, aquí tenéis el lado más humano de Nico,junto con, como él mismo ha dicho, un pedazo de su alma. Quería enseñaros lomucho que él sufre, que algunas seguís odiándole a muerte, pobrecillo, jajaja.
Vale, tenía que deciros una cosa: esmuy probable que, a partir de ahora, empiece a subir los capítulos los viernesen lugar de los domingos porque dispongo de más tiempo
No es seguro, perocasi.
¡Muchas gracias por leer y comentar!
Un besazo enorme,
Meri
PD/ Siento no haber respondido a los comentarios, ¡se me ha hecho tarde y no me ha dado tiempo! Pero los he leído todos, ¡gracias! Mañana lunes los respondo sin falta en cuanto llegue de clase. ¡Un beso, y lo siento de nuevo!
¡Hola! He aquí el POV Guille quequeríais, jeje. ¡Espero que os guste!
POV Guille
Tras subir al autobús, me dirigí conuna suave sonrisa hacia la parte trasera del vehículo, escuchando la divertidadiscusión que mantenían las gemelas sobre el pésimo humor del profesor dematemáticas.
Entonces, pasé junto a Rafael, quecharlaba alegremente con un par de amigos. En cuanto me vio, puso cara de sustoy volvió rápidamente la cabeza, ocultándose de mí y fingiendo que yo noexistía.
Sintiéndome extremadamente idiota,arrastré los pies hasta mi asiento predilecto y me dejé caer sobre él.
Las gemelas se sentaron una a cada unode mis lados, y el engreído ese que respondía al nombre de Álex se colocó juntoa Marta, que le dirigió una mirada algo desdeñosa.
¿Estásbien, Guille? me preguntó Inés con su suave y dulce voz. Me giré hacia ella,mirándola fijamente, y asentí.
¿Por qué no podían gustarme las chicas?¿Por qué tenía que ser diferente? Contemplé de cerca a mi amiga, fijándome encada detalle: el brillante verde de sus grandes ojos, las adorables curvas desu rostro, la ordenada perfección de sus rizos castaños
Sí, era muy guapa,pero no me llamaba en absoluto, y me resultaba imposible imaginarme besándola.
Ladeé la cabeza para tratar de ver aRafa, y cuando lo logré me estremecí.
Su piel blanca contrastaba notoriamentecon su pelo negro intenso, ondulado y largo. Los ángulos perfectamentemodelados de su rostro parecían conducir invariablemente hacia sus ojos oscurosy sus finos labios
Tragué saliva, incómodo. A veces meodiaba a mí mismo por ser diferente, por tener gustos tan distintos, y despuésme odiaba aún más por ser capaz de despreciarme debido a los prejuicios de lasociedad.
Sacudí la cabeza, consternado, y volvía recostarme en el respaldo de mi asiento.
No abrí la boca en lo que restaba detrayecto excepto para despedirme de las gemelas cuando se bajaron en su parada.Así que me quedé solo con Álex.
Y
¿qué tal? dijo este, cruzando los dedos sobre su regazo.
Demaravilla respondí entre dientes.
Puesno lo parece, ¿eh? Venga, cuéntame: ¿un desengaño amoroso, tal vez?
Sentí como si me hubiese pegado unapatada en el estómago, y le fulminé con la mirada.
No,aún más sencillo: no me caes nada bien, no me apetece hablar contigo y noquisiera ser borde, pero te agradecería que cerraras la boca.
Álex se quedó mirándome, atónito, conlos ojos como platos, y finalmente frunció el ceño y masculló por lo bajo:
Vayamala uva que tienen todos por aquí
Resoplé y me giré hacia la ventana,decidido a ignorarle en la medida de lo posible. Sin embargo, no podía evitarsentirme mal: no me gustaba ser tan brusco y desagradable con los demás, perono me sentía en mi mejor momento y aquel idiota me desquiciaba.
Por ello, experimenté una inmensaalegría cuando el autobús llegó a mi parada.
Me puse en pie y me dirigí a laspuertas traseras del vehículo, bajando de un salto en cuanto se abrieron.
Entonces, me di cuenta de que Rafa habíabajado al mismo tiempo por las puertas delanteras.
Durante un par de segundos, ambos nosquedamos mirándonos, quietos en mitad de la acera, separados por escasosmetros. Y, finalmente, él puso cara de disculpa, dio media vuelta y se fue.
Apreté los puños, rabioso. Lahumillación me ofuscaba.
Bufé, metí con fuerza las manos en losbolsillos y eché a andar hacia mi casa.
Llegué en tres minutos escasos, y unavez que hube entrado dejé la mochila en el recibidor y caminé hasta la cocina.
Hola,mamá saludé, y mi madre se volvió para darme un beso en la mejilla.
Hola,cielo
¿Qué tal en clase?
Bienmentí, echando un vistazo a la fuente de macarrones que mi madre estabapreparando.
Lacomida estará lista en un par de minutos dijo ella, tras lo que se giró denuevo y siguió a lo suyo.
Yo suspiré y salí de la cocina con pasolento. Por el pasillo me crucé con mi padre, que sonriéndome me revolvió elpelo al pasar por mi lado.
Yo me zafé de él sacándole la lengua,divertido, y me escabullí veloz de su alcance.
Entonces, me encontré de bruces con mipropia imagen, que me devolvía la mirada desde el espejo decorativo que colgabade la pared entre mi cuarto y el de mi hermano.
Me observé con el ceño fruncido, comosi fuese un crítico de arte que contempla un cuadro mediocre.
No me consideraba un chico feo, perotampoco estaba seguro de si era especialmente atractivo. Lo cierto era quenunca me había preocupado por eso, y tal vez iba siendo hora de hacerlo.
En general, de mí se podía decir queera relativamente alto, de piel clara y, como rasgo principal, pelirrojo y conel pelo liso.
Además, al igual que Nico, tenía variaspecas rojizas cubriendo mis pómulos y el puente de mi nariz. Mis ojos teníanese color indefinido entre el verde y el marrón, y tendían más hacia uno deellos dependiendo de la incidencia de la luz del sol.
Suspiré. ¿Sería esa la descripción deun chico mínimamente atractivo? No tenía ni idea.
Me giré despacio hacia la habitación demi hermano. Di un par de pasos y empujé suavemente la puerta, que se abriófácilmente. Me apoyé en el marco y sonreí, mirándole.
Miguel estaba tumbado sobre su cama,con los auriculares puestos y la música tan alta que hasta yo podía oírla desdedonde me encontraba. Mi hermano leía una revista de Fórmula 1 y, cómo no, mascaba chicle, su gran obsesión.
Piqué sobre la puerta abierta sin dejarde observarle, y él, en cuanto alzó la mirada y me vio, sonrió y se bajó losauriculares hasta los hombros.
Hola,enano me saludó.
Hola,gigante respondí, divertido. Y es que Miguel era una versión en grande de mí, soloque sin pecas y con el pelo algo más largo. ¿No se supone que deberías estaren la universidad?
Elprofesor de audio no vino, así que no consideramos necesario quedarnos más allírespondió él, y yo reí. Pero de pronto volví a ponerme serio. Di un par depasos hacia él y me senté en el borde de su cama, pensativo. Eh, Guille,¿estás bien? me preguntó, dejando a un lado la revista y sentándose para vermemejor.
Bueno,yo
murmuré, cabizbajo. Pero, ¿por qué no? Miguel siempre había sido mi mejorconsejero y mayor confidente, no tenía nada que perder
Además, no tenía porqué mencionar el tema de mi homosexualidad. Miguel
¿puedo hacerte unapregunta?
Clarorespondió él, algo aturdido. ¿Qué ocurre?
Aver
comencé. Imagínate que estás enamorado de
una persona. Pero resulta queesa persona no está segura de querer tener algo contigo porque vuestra relaciónsería
diferente
Espera,espera me interrumpió él, alzando ambas manos. Vamos a ver, si estásenamorado de alguien no puede darte miedo la relación, y si ese miedo existe yte hace dudar, entonces no estás verdaderamente enamorado y simplemente es uncapricho o simple amistad
¿comprendes?
Me quedé unos segundos en silencio,meditando sobre lo que Miguel acababa de decirme. Entonces, si Rafa dudaba, eraque no correspondía a mis sentimientos
Al ver mi cara compungida, Miguel seapresuró a añadir:
Bueno,no quiero decir que si se lo has pedido a alguien y esa persona te pide untiempo para pensarlo o algo así significa de forma inmediata que no le gustas
Puede ser que esté confusa. Así que, si yo fuese tú, quedaría esta tarde conesa persona para aclarar bien el asunto y resolver si las dudas las producenlos nervios y la indecisión o la falta de sentimientos.
Me estremecí. A veces me asustaba lomucho que me conocía mi hermano. Me incliné hacia él y le abracé con fuerza,decidido a seguir su consejo.
Gracias,Miguel murmuré. Él parpadeó, sorprendido, y respondió:
Denada, enano.
Me puse en pie, le sonreí y me giré,dispuesto a irme a por el móvil. Sin embargo, cuando ya había llegado a lapuerta, su voz me detuvo.
Y,Guille
Suerte con tu chico.
¡Hola de nuevo! ¿Qué os ha parecido?Espero que os haya gustado
Bueno, pues aquí tenéis un pedacito de Guillermo.Jajaja, pobrecillo
Rafa está siendo un poco capullo y cobarde, ¿no os parece?
Bueno, siento mucho no haber podidoactualizar el viernes, pero me surgió un asunto y no me fue posible. A ver siel siguiente
Como hubo alguien (¿puede que fuese Aura_Lune?)que me dijo que en realidad no había dicho en ningún momento cómo eranexactamente Rafa y Guille y que, por tanto, le resultaba complicado decir cuálera más atractivo, decidí meter sus descripciones en este capítulo. ¿Qué osparece? Ah, y de nuevo se me ha hecho tarde para responder a los comentarios del capítulo anterior... ¡lo siento! En cuanto tenga un segundo libre lo haré, pero que sepáis que los he leído todos :D.
¡Muchas gracias por leer y comentar!
Un besazo enorme,
Meri
POV Sergio
Sentí el silencio rodeándome de pronto,pesado y duro, incluso con un ligero olor a hierro y ácido.
Lucas estaba allí. Delante de mí.Arrodillado en mitad del salón en el que tantas veces habíamos jugado depequeños. Como si nada hubiese pasado.
Y casi tuve el impulso de correr aabrazarle y decirle lo mucho que le quería, de aferrarme a él con todo micariño y no soltarle nunca más. Casi.
Pero, en su lugar, me dejé llevar porese otro sentimiento, esa ira ciega que inflamó mi sangre como lava ardiendo, ycon un grito de frustración di media vuelta y le pegué una patada con todas misfuerzas a la mesita que había junto a la puerta.
La pata del mueble se partió a lamitad, y todo lo que había sobre él cayó al suelo con un tintinear roto.
Me giré de nuevo para encarar a Lucas,descubriendo así que todos se habían puesto de pie y me miraban con miedo yenfado al mismo tiempo.
Sergio
comenzó mi hermano, dando un paso hacia mí. Pero eso solo logró enfadarme aúnmás: no quería volver a escuchar mi nombre saliendo de sus labios.
¡CÁLLATE!grité con todo el aire que guardaban mis pulmones, y sin más eché a correr tanrápido como me fue posible.
Salí a la calle pegando un sonoroportazo que casi arrancó la puerta de sus goznes y proseguí sin detenerme,sintiendo agudas punzadas de dolor en el pecho.
Al pasar junto al flamante deportivoaparcado frente a la casa, giré bruscamente para aproximarme a él, y sin mássolté un potente puñetazo directo a la ventanilla del asiento del copiloto, encuyo centro nació una gran araña de estrías blancas que se extendió por casitodo el cristal.
El puño empezó a dolermeconsiderablemente, y al mirar descubrí una serie de cortes con mal aspectoatravesando mis nudillos.
Y no me importaba.
Nada importaba.
Escuché la voz horrorizada de mi madrea mis espaldas, los gritos de ira de mi padre y las llamadas interminables deLaura y Lucas, pero no les presté la menor atención.
Salí a toda velocidad del recinto de micasa, corrí y corrí como si la vida me fuese en ello y no me detuve hasta queno quedó absolutamente nada de oxígeno en mi cuerpo y tuve que parar a respirar.
Entonces, miré a mi alrededor, ydescubrí que había ido a parar al paseo marítimo que enmarcaba la pequeña playade mi ciudad: el lugar al que solía ir con Lucas cuando era pequeño.
Avancé hacia el muro que separaba elpaseo de la playa y lo salté, cayendo por el otro lado y aterrizando dos metrosmás abajo en la húmeda arena.
Y, sin más, me derrumbé, acabandosentado sobre los diminutos granos que se me pegaban a la ropa.
Me recosté contra el muro y enterré lacabeza en los brazos, sintiendo que todo daba vueltas.
Lucas había vuelto. Después de dos años
había vuelto.
De pronto, una voz jadeante mesorprendió a un metro escaso de mí.
Sergio
Alcé la mirada y le vi. De nuevo antemí. Debía de haberme seguido
Estaba casi igual que antes. Quizás algo más delgado,y con el pelo ligeramente más largo
Pero por lo demás era idéntico a como lorecordaba.
Lárgategruñí ásperamente. Me sentía demasiado cansado, y las ganas de discutir y deromper cosas había ido extinguiéndose lentamente como un incendio bajo unatormenta, dejando a su paso simple y duro dolor.
Noreplicó él, inclinándose para quedar a mi altura. Me miró con tristeza antesde volver a hablar. Sergio
¿No piensas ni siquiera dirigirme la palabra?
¡¿Yqué quieres que te diga?! le grité. ¿Que eres un cabrón? ¿Que no sabes lomucho que te odio ahora mismo por haberte ido? ¿Que no quiero volver a vertenunca más?
Sergio,yo solo
¡Dosaños! le interrumpí, cerrando los puños sobre la arena y apretándola confuerza, como si quisiera compactarla en duras piedras. Después, bajé la voz,convirtiéndola en un siseo teñido de rencor. Dos años. Te fuiste durante dosaños. Me abandonaste. Jamás me dijiste adónde ibas o si volverías. Te largastesin más, y me dejaste solo me detuve durante un segundo para tragar saliva. Mepareció ver que Lucas bajaba la cabeza y fijaba la mirada en el suelo, pero noestaba seguro debido a la densa capa de lágrimas que empezaba a ofuscar mivisión. Te esperé durante meses. Creía en ti, creía que regresarías, aunquesolo fuese para llevarme contigo. Incluso salí a buscarte yo mismo
Solo teníacatorce años aquella noche, la noche en que fui a por ti, sin tener ni idea de dóndepodías estar. Simplemente eché a correr por la carretera bajo la lluvia, ycorrí durante horas, hasta que se hizo de noche, hasta que la policía apareciópara llevarme de vuelta a casa, encontrándome ya a muchos kilómetros de aquí. Yen aquel momento comprendí que te habías ido para no volver. Que noregresarías, ni por mí ni por nadie. Que yo no te importaba. Me abandonaste repetíen un susurró, mientras una lágrima se derramaba y corría por mi mejilla. Miprimera lágrima en dos años.
Noes cierto que no me importes murmuró él, aún sin levantar la mirada. Claroque me importas Sergio. Sabes que sí. No podía llevarte conmigo. Y no podíaregresar.
Porsupuesto que podías. Lo hubieras hecho, si hubieses querido gruñí. Entonces élclavó sus ojos en los míos, idénticos, y frunciendo el ceño resopló:
Venga, no te pongas así. Sabes mejor quenadie que era mi única opción para
¿Paralibrarte de nosotros? completé con acidez. Vete a la mierda, Lucas. No quieroescucharte más. Estás muerto para mí.
Me levanté de golpe y me fui endirección a las escaleras de piedra que subían hasta el paseo. Por un instantecreí que él me seguiría, o que al menos trataría de detenerme.
No lo hizo.
Y mientras me alejaba solté una carcajada por lobajo, una risa seca, desquiciada, cínica. Llena de dolor.
Caminé sin rumbo fijo por la ciudad conla mirada perdida. La gente se detenía a mi paso para observarme de formareprobatoria al ver mi ropa revuelta y llena de arena y mis nudillos llenos desangre, pero yo me metí las manos en los bolsillos de los vaqueros y seguíandando, ignorándoles por completo.
De pronto, me encontré frente a un amplioparque cuyos límites no alcanzaba a ver y en el que varios niños correteabanpersiguiendo a un perro labrador que sostenía una pelota de colores en elhocico. Varias parejas de enamorados paseaban cogidos de la mano bajo losárboles, que si no me equivocaba eran cerezos.
Suspiré y me acerqué a un banco algoapartado de toda esa gente. Me dejé caer sobre él y hundí la cara entre mismanos, cansado de todo y de todos. Y por segunda vez ese día, una voz me asaltóen aquella posición.
¿Sergio?
Aparté las manos rápidamente ycontemplé con los ojos como platos a Marta, que se encontraba de pie ante mí,con el pelo suelto y revuelto enmarcando la cara de sorpresa con la que meobservaba. Tenía en las manos una bolsa de papel marrón y vestía otra ropadistinta a la que había llevado a clase.
Genial,la que faltaba resoplé, cruzándome de brazos y recostándome sobre el respaldodel banco mientras apartaba la mirada.
¡Estássangrando! exclamó ella mirándome el puño izquierdo e ignorando mi protesta.
¿Enserio? No me había dado cuenta ironicé, incómodo.
Ella resopló, se acercó al banco y dejóla bolsa sobre él. Entonces se sacó un pañuelo del bolsillo de los vaqueros y,sentándose a mi lado, me cogió la mano y comenzó a limpiarme la sangre, que yaestaba casi seca.
En un principio estuve tentado deapartarme, pero sin saber muy bien por qué le permití que tratase de curarme.
¿Sepuede saber cómo te has hecho esto? bufó.
Yo me tensé, dirigiendo la mirada haciaalgún punto inexistente, más allá de los niños que jugaban con el perro.
Y antes de que pudiese evitarlo, laspalabras fluyeron como agua de mi boca:
Mihermano ha vuelto.
Marta se detuvo de golpe, mirándomefijamente. Se mordió el labio inferior de esa forma que yo encontraba tanadorable, y suspiró.
Comprendomurmuró tristemente.
Y, por extraño que pudiese parecer,tuve la certeza de que efectivamente lo había comprendido, de que habíaentendido todo lo que eso implicaba.
¿Necesitashablar? preguntó en un susurro. Por un segundo quise decirle que se callase yse fuese, pero finalmente me mordí la lengua a tiempo.
No.Necesito olvidar respondí en un murmullo apagado, y ella asintió.
Nos quedamos así durante un rato,callados, el uno al lado del otro, sin siquiera mirarnos. Y entonces ella dijocon tono monocorde:
¿Hascomido?
Me volví hacia ella, aturdido por lapregunta. Negué despacio con la cabeza, incapaz de discernir por qué me habíadicho eso, pero molestamente consciente de pronto de que tenía hambre.
¿Ytú? pregunté, más por seguir aquella nueva conversación que por cualquier otracosa.
No.Mi padre está por ahí y mis hermanos están en casa comiendo tempura deverduras, pero yo la odio, así que he salido a comprar algo de comida para mí
Sonreísin poder evitarlo. Yo también detestaba la tempura de verduras.
Entonces,Marta se giró hacia la bolsa de papel y sacó de ella un gran bocadillo envueltoen plástico transparente, un botellín de zumo y dos piezas de fruta.
Es demasiado para mí, la verdad
¿quieres la mitad?me preguntó, desenvolviendo el bocadillo y partiéndolo en dos.
Parpadeé,sorprendido, pero mi estómago rugió en forma de demanda y asentí, encogiéndomede hombros. Tomé la mitad que Marta me tendía y observé cómo ella se llevaba lasuya a la boca, dándole un gran mordisco mientras observaba el parque a sualrededor y balanceaba los pies como una niña pequeña. Volví a sonreír,pensando en lo preciosa que estaba así, con ese aire rebelde que le daba supelo revuelto. Sin embargo, rápidamente recuperé la compostura y,enderezándome, mordí yo también mi trozo de bocadillo.
Peroen cuanto hube tragado me quedé inmóvil.
¿Marta? susurré. Ella se volvió y me miró concuriosidad.
¿Sí? preguntó, con tono inocente.
Aguardéunos segundos, pensando exactamente lo que quería decirle. Y entonces medecidí.
Gracias.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido? Aquí habéisvisto al fin la reacción de Sergio
La mayoría habéis acertado respecto a quese iba a poner hecho una fiera, jajaja. Pobre, la verdad es que casi me pongo allorar mientras escribía su conversación con Lucas
Y de nuevo ha llegado Marta y hasolucionado el asunto, jaja. ¿Os ha gustado ese final?
Ah,por cierto, Aura_Lune,como puedes ver puse tu frase, la que estaba en negrita. Pero resulta que soyidiota y no consigo encontrar el comentario en el que me la decías, así que lahe puesto de memoria y no sé si era exactamente así
Corrígeme si me heequivocado :D
¡Muchasgracias por leer y comentar!
Un besazo enorme,
Meri
PD/ ¡Y quiero dar la bienvenida otra vez a Katniss Herondale, que se ha leído mis dos originalesprincipales en solo dos días! ¡Gracias!
POV Nico
El resto de la tarde la pasé haciendoun intento de estudio con aire taciturno y distraído. Pensaba en Inés. Cómo no.
Tenía tantas ganas de verla
Eraperfectamente consciente de que me iba a avasallar a base de preguntas sobremis padres, pero me daba igual. La vería, y eso era lo que importaba. ¡Iba aestar a solas con ella!
Suspiré, dejando el lápiz sobre lalibreta de matemáticas y recostándome en el respaldo de mi sillón. Los númerosme aburrían demasiado y no ayudaban lo más mínimo a sacar de mi mente aquel parde ojos grandes y verdes
Suspiré de nuevo. Cómo me gustaríapoder decirle lo que sentía por ella
Aunque claro, ocasiones no me habíanfaltado. Tampoco era que me diese miedo declararme. No esperaba ningunarespuesta por su parte, solo pretendía expresar mis sentimientos. No, elproblema no era ninguna de esas cosas.
El problema eran las palabras.
Yo, que me consideraba un lectorempedernido; yo, que mi mayor sueño y aspiración era ver un libro firmado por míen manos de alguna editorial; yo, que sabía dibujar paisajes casi edénicos consimples combinaciones de letras
y mi traba a la hora de decirle a aquellachica lo mucho que la quería eran precisamente las palabras.
Con lo fácil que parecía escribir sobreel amor cuando era un niño
Y ahora, nada. Podría hacerlo, claro está, sifingiese que era cualquier otra persona, dedicando cada sílaba a cualquier otrachica. Pero me resultaba imposible hallar las palabras adecuadas para expresarlo que yo sentía por Inés.
Al menos, si tenía que decirlas en vozalta.
Allá donde iba me ganaba siempre famade tímido y reservado, cuando la realidad era que me costaba dar vida a laspalabras que latían en mi interior, bombeadas con fuerza desde mi mismísimocorazón. Pero todo eso cambiaba cuando dejabas a mi alcance un lápiz y un papelen blanco. Oh, aquello era todo un mundo de posibilidades
Y fue en ese instante cuando labombilla de mi mente se encendió, amenazando con cegarme con su refulgente halode luz: si no podía declararme en voz alta, lo haría por escrito.
Sonriendo como un niño pequeño, me puserápidamente manos a la obra. Cogí un folio tintado de verde pálido, pensando enlos ojos de Inés. Despejé la mesa de libros sin demasiados miramientos y,armándome con un bolígrafo y un puñado de ilusión renovada, comencé a escribir.
A las seis menos cinco de la tarde meplanté en el parque de los cerezos, hecho un manojo de nervios. Por primera vezen muchos meses, me había preocupado un poco por ir más o menos bien vestido ypeinado, y con algo de inquietud deslicé los dedos por mi chaqueta en busca delos perfiles rectos del sobre en el cual había guardado la carta. Cuando palpéel objeto, suspiré aliviado. Era la cuarta vez que hacía eso, y empezaba asentirme realmente estúpido. Obviamente, el sobre no iba a irse a ninguna parte.
Entonces, llegó Inés, caminando con eseandar tan ligero y tan personal que tenía, con los largos rizos castañosrecogidos en una trenza hecha con esmero. Vestía unos vaqueros ajustados conbotas por las rodillas y una chaqueta color salmón que se amoldabaperfectamente a su estrecha cintura. Todo ello estaba rematado por un bolso decuero marrón que se bamboleaba sobre sus caderas.
Hola,Nico me saludó cuando llegó a mi lado, sonriendo. Yo parpadeé un par de veces,aturdido, y seguidamente esbocé lo que sin lugar a dudas era una sonrisabastante estúpida.
Hola,Inés.
¿Quéte parece si damos un paseo y mientras hablamos? me propuso, y yo asentí confervor. No obstante, sospechaba que, si en ese momento me hubiese preguntado sime apetecía lanzarme con ella desde un barranco, mi respuesta no hubiesevariado.
Dicho y hecho, juntos empezamos aandar, el uno al lado del otro. Mi corazón se desbocaba en pulsos irregulares,y mentalmente recé porque ella no se diese cuenta.
¿Cómote encuentras, Nico? me preguntó entonces, mirándome con preocupación.Suspiré. Era hora de abordar el tema del divorcio de mis padres.
Algomejor. Supongo que, como dijo Sergio
acabaré por asimilarlo.
Ella asintió en silencio, pensativa.
Cuandomi madre murió murmuró entonces sufrimos muchísimo por su falta. La recordábamosconstantemente, con cada detalle, por insignificante que fuese. Y una de lascosas que más dolía era saber que, pasase lo que pasase, no iba a volver.Nunca. No volveríamos a verla jamás su tono de voz descendió mientras el verdede sus ojos naufragaba en un lago de lágrimas contenidas, pero rápidamentesacudió la cabeza de un lado a otro y se recuperó. Piensa que tú no tienes eseproblema. Tus padres no estarán juntos, pero sí vivos. Los dos. Y aunque pasesmás tiempo con uno o con otro, siempre podrás verlos cuando quieras. Dentro delo que cabe, podría ser peor, ¿no?
En esa ocasión fui yo el que asintió ensilencio. De pronto, me sentía mal por haberme puesto así por el divorcio de mispadres, habiendo gente que lo había pasado muchísimo peor que yo. Inés era unclaro ejemplo de ello.
Yo
lo siento. Me he comportado como un críoinmaduro, especialmente con Guillermo. Cuando vuelva a verle, le pediré perdónde nuevo. Aunque no esté enfadado
necesito hacerlo murmuré, no muy seguro desi hablaba para ella o para mí mismo.
Bueno,me alegra ver que empiezas a asumirlo comentó ella con una sonrisa triste.
Soydemasiado sensible. A veces pienso que mi padre tiene razón y que parezco unaniña refunfuñé por lo bajo, molesto conmigo mismo ¡Ay! exclamé al sentir enel hombro un puñetazo. Inés me miraba, entre ceñuda y divertida.
Sersensible no tiene absolutamente nada que ver con ser un chico o una chica,Nicolás. Y yo creo que es muy respetable que tú lo seas. Te hace másvulnerable, pero también más perceptivo de la realidad que te rodea. Además, opinoque un chico sensible es bastante adorable añadió, bromeando, mientras yosoltaba una breve carcajada.
Nocomo Sergio, entonces. Ese sí que es de piedra
Yono lo creo negó ella. De hecho, pienso que en el fondo es tan sensible comotú, con la diferencia de que él se esfuerza en ocultarlo tras una fachada dechico malo que, en realidad, poco tiene que ver con el verdadero Sergio dijo.Yo guardé silencio durante un par de minutos, reflexionando sobre sus sabiaspalabras.
¿Porqué lo hará? murmuré finalmente. Fingir de esa forma, quiero decir.
Nolo sé, pero debe de ser algo importante. No parece feliz debajo de esa máscaraque parece una simple protección
Bueno, quién sabe, tal vez Marta lo descubra rio,y yo me uní a sus carcajadas.
Entonces, ante nosotros vimos unpequeño puesto de manzanas caramelizadas, rodeado por una multitud de ruidososchiquillos.
¡Vaya,manzanas caramelizadas! Me encantan exclamó Inés, mirando con los ojos muyabiertos la gran masa de niños. Espérame aquí, voy a por un par de ellas
Ten,sujétame el bolso.
Y antes de que yo pudiera objetar nada,me entregó su bolso tras sacar de él la cartera y se aventuró hacia el puesto.
Yo me quedé algo confundido al principio,pero rápidamente espabilé. Era mi oportunidad. Así que, asegurándome de que nome viese, deslicé en el interior de su bolso el sobre con mi carta.
Cuando ella llegó con dos manzanas y metendió una, me preguntó por la causa de mi gran sonrisa. Y yo, cabeceandoligeramente, me limité a encogerme de hombros.
¡Hola! ¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Sientono haber podido actualizar el viernes, pero no tuve nada de tiempo
Comotampoco tengo tiempo hoy para responder a vuestros comentarios, ¡¡lo siento!!Tengo que organizarme mejor
Esta semana los respondo sin falta >.<
Por cierto, este es el penúltimo capítulo de "La hora de los chicos". Después viene un POV Guille y vuelta a las chicas, jaja. Pero si os apetece, dentro de unas semanas haré algún que otro POV de un chico...
¡Muchasgracias por leer y comentar!
Un besazo enorme,
Meri
POV Guille
"Y, Guille
Suerte con tu chico."
Las palabras de mi hermano congelaronla sangre de mis venas. Me giré sobre mis talones muy lentamente, asustado.
¿Lo
lo sabías? balbucí. Él se limitó a sonreírme.
Siemprelo he sabido, enano.
¿Tantose me nota? musité, disgustado, pero él sacudió la cabeza de un lado a otro.
Enabsoluto. No se te nota nada. Pero te conozco, hermanito.
¿Ypapá y mamá
?
Nocreo que lo sepan. Al menos, yo no se lo he dicho explicó pacientemente. Yo lemiré a los ojos con miedo.
¿Yno te molesta?
¿Debería?respondió él, encogiéndose de hombros. Sin poder evitarlo, corrí hasta él y melancé a sus brazos, abrazándole con fuerza como antes.
Gracias,Miguel. Eres el mejor susurré.
Losé bravuconeó él. Anda, vete a hablar con él.
Asentí y corrí a por mi teléfono móvil.Seleccioné el número de Rafa en la lista de contactos y aguardé ansioso, hastaque su voz sonó al otro lado de la línea.
¿Guillermo?
Hola,Rafa saludé atropelladamente. Oye, ¿crees que te dejarían salir ahora decasa?
Eh
No-no creo, vamos a comer
tartamudeó él, incómodo.
¿Ydespués? insistí con tono apremiante.
Pues
no sé
a lo mejor
Estupendole interrumpí. Nos vemos en una hora en tu portal. Hasta luego, Rafa.
Y sin más, colgué, sintiendo que losnervios me engullían.
Una hora después, me recostabaindolentemente contra las paredes del edificio en el que vivía Rafael.Entonces, las luces del portal se encendieron, y mi amigo bajó de un salto losúltimos escalones, tras lo que salió a la calle.
Holale dije.
Holarespondió él, apartando la mirada de forma esquiva.
Bufé.
Aver, Rafa, esto no puede seguir así. No te he pedido que colabores conmigo enningún asesinato. Simplemente te he dicho que estoy enamorado de ti. Eso nosignifica que exija que me correspondas, pero no estaría nada mal que medijeses algo. Al menos, que no me evitases.
Yono te evito
murmuró él.
Sí,Rafa, sí que lo haces. Me pediste tiempo para pensarte lo nuestro, y acepté.Pero no estás usando ese tiempo para pensar nada. Lo único que haces es escaparde mí, como si fuese a atacarte de un momento a otro, y la verdad es que
Losiento me interrumpió, alzando por primera vez la mirada.
¿Qué?solté, algo sorprendido.
Eso.Que lo siento, Guillermo. Es que
todo esto ha sido muy repentino, y
En fin,que sí que tengo una respuesta.
¿Enserio? pregunté, emocionado.
Sí.Y lo cierto es
que acepto. A salir contigo, quiero decir. Me
me parece bien.
No era exactamente la respuesta queesperaba, pero me valía. Vaya que si me valía. Solté una exclamación de euforiay le abracé, extasiado. Él se estremeció, y finalmente respondió tímidamente ami abrazo.
En ese momento no fui del todo conscientede lo que me había dicho. Tardaría un tiempo en analizar detenidamente su respuestay darme cuenta de que no parecía la resolución de alguien frente a laproposición de mantener una relación sentimental, sino lo que diría cualquiera antela posibilidad de irse de excursión al monte. Pero en ese instante yo estabademasiado conmovido como para pensar con claridad, y pasé esto por alto.
¿Tevienes a mi casa? le propuse, risueño. Él se encogió de hombros.
Bueno
Espera un segundo.
Rafa se volvió hacia el porteroautomático de su edificio y, tras pulsar el botón correspondiente a suvivienda, aguardó hasta que se escuchó la voz de su madre.
¿Sí?
Mamá,soy yo dijo Rafa. Oye, que me voy un rato a casa de
un amigo.
No lo reconocería en voz alta, pero locierto era que ese "un amigo" expresado con tono vacilante y poco convencido mehundió un poquito, cosa que oculté ensanchando mi sonrisa.
¿Quéamigo? preguntó su madre.
Eh
uno respondió evasivamente Rafa. Hasta luego.
Y dicho esto se giró, me cogió de lamanga de la camisa y tiró de mí hacia adelante, medio obligándome a caminar.
¿Porqué has hecho eso? pregunté algo molesto una vez que nos hubimos alejado de suportal.
¿Hacerqué? respondió él, apartando la mirada otra vez.
Decirleeso a tu madre aclaré, pese a que ambos sabíamos que no era necesario. Meconoce perfectamente, ¿no podías haberle dicho que te venías conmigo?
Eh
Sí, bueno, tienes razón
no me di cuenta dijo, acelerando el paso.
Yo suspiré y le imité para quedar a sualtura.
Eresun pésimo mentiroso, Rafael dije. Él me fulminó con la mirada, pero inmediatamenteagachó de nuevo la cabeza, asumiendo que no me lo había tragado. No importa,anda
Venga, vamos. Me he comprado un nuevo juego para la Play. Seguro que tegusta
Esto sí que logró sacarle una sonrisaemocionada a Rafa, que me siguió medio corriendo por la calle hasta mi casa.
Subimos al apartamento y seguidamentefuimos a mi habitación. Mientras encendía la Play, Rafa leía los títulos de lascarátulas de mis videojuegos, como hacía siempre que venía. Entonces, la puertade mi cuarto se abrió y Miguel apareció, apoyándose contra el marco de lapuerta.
Hola,Rafael saludó. Rafa le respondió con un cabeceo, sin apenas mirarle. Miguelfrunció el ceño. ¿Tu madre sabe que estás aquí? preguntó, bromeando, como sihablase con un niño pequeño.
Eh
claro respondió él, pero yo intervine.
No,solo sabe que está con "un amigo" puse los ojos en blanco en dirección a mihermano, consciente de que no debería picarme tanto por esa tontería, pero nopodía evitarlo.
¿Esole has dicho a tu madre? preguntó Miguel a Rafa. ¿Que ibas a casa de "unamigo"? ¿No piensas decirle lo vuestro?
Rafa me miró con alarma y yo me encogíde hombros. Sinceramente, no me sorprendía que mi hermano hubiese deducidoquién era el chico del que le había hablado.
No,no voy a decírselo dijo Rafa.
¿Porqué? preguntó mi hermano.
Puesporque no quiero que sepa que tengo un amigo gay.
Entonces, la voz de mi madre ahogandoun grito nos sobresaltó a los tres.
¡Hola! ¿Qué tal? Vale, pues aquí tenéisel último POV de los chicos
¿Os ha gustado?
Y sí, ya sé que tengo muuuchos comentarios sin responder, pero es que hoy he estado un buen rato con el ordenador escribiendo y me lo han quitado... En cuanto lo recupere me pongo a responder.
¡Muchasgracias por leer y comentar, y felices fiestas a tod@s!
Un besazo enorme,
Meri
¡Hola! ¿Qué tal? Sí, lo sé, llevo siglossin actualizar, pero entre los días festivos, la falta de Internet que tuve enel pueblo y el hecho de que estuve semana y media enferma no pude escribirmucho
Pero bueno, al fin lo he logrado. ¡Aquítenéis el capítulo! En cuanto lo suba me pongo a respondertodos los comentarios que llevo atrasados.
Por cierto, para quienes no lo sepáis(que si no me equivoco sois la mayoría), este es el ÚLTIMOcapítulo. El fic se estaba haciendo demasiadolargo
Pero descuidad, voy a hacer una tercera(y supongo que última) parte, en la que seguiréla historia desde donde la dejo aquí y que espero poder empezar a subir estedomingo.
Y, sin nada más que decir, os dejo paraque leáis ;D. ¡Espero que os guste!
POV Inés
Pasé cerca de una hora y media conNico, dando vueltas por el parque o sentándonos en algún banco. Poco a poco,ese aire nervioso y algo deprimido que había rodeado a mi amigo como unaneblina maligna al llegar había ido dispersándose hasta desaparecer, yfinalmente Nico reía tranquilo por cualquier cosa y charlaba distendidamenteconmigo de esto y de lo otro.
Cuando a eso de las siete y media elcielo se vistió de gris y las primeras gotas de una tormenta venidera comenzarona caer, decidí que era hora de volver a casa. Le dije adiós a Nicolás con unabrazo al que él correspondió algo azorado, y en el último momento le di unbeso en la mejilla. Le dediqué una sonrisa cariñosa y me alejé de él,apresurando el paso para no mojarme demasiado en el camino a casa.
Justo antes de salir del parque, mevolví para mirarle una última vez, y descubrí que no se había movido ni un solocentímetro. Estaba ahí, parado bajo la lluvia, ligeramente ruborizado y con unamano sobre la mejilla que le había besado. Me miraba desde lo lejos como si yofuese una aparición divina, y eso logró sacarme una risilla tímida. Me despedíde él con un gesto, y él me imitó con la mano contraria a la que aún sosteníaen su cara.
Me giré de nuevo y corrí a mi casa. Elmanto de agua que caía de las alturas era cada vez más denso, y para cuandollegué al portal ya estaba completamente empapada. Entonces reparé con unquejido en que llevaba el bolso abierto. Chasqueé la lengua y llamé alascensor. Mientras esperaba a que este llegase, comprobé el estado del contenido del bolso. El móvil,que se encontraba en un compartimento externo, no se había mojado, y lacartera, al estar plastificada, tampoco. Sin embargo, la cajita de chicles y elpaquete de pañuelos estaban estropeados por el agua
Y en ese momento, justocuando las puertas del ascensor se habrían ante mí, me di cuenta de que habíaalgo más en el interior del bolso, algo que yo no había metido: un sobrerectangular, casi transparente por la humedad.
Entré en el ascensor y saqué el sobrecon curiosidad. Traté de abrirlo, pero se deshizo entre mis dedos como unapasta blanquecina. Me quedé con un papel verdoso en las manos. En el papelhabía escrito algo, pero la tinta azul del bolígrafo estaba emborronada,formando manchurrones añiles que impedían por completo la lectura del texto.
Fruncí el ceño, pensando en cómo podíahaber llegado el sobre hasta mi bolso, y entonces las puertas del ascensorvolvieron a abrirse, dando lugar a mi piso.
Descubrí que la puerta de mi casaestaba abierta, y en el hall de entrada se encontraban mis hermanos.
Me acerqué a ellos y cerré la puerta amis espaldas. Ambos me miraron y me saludaron. Javi estaba recostado contra lapared, con las manos en los bolsillos y un brillo divertido en la mirada.
Marta, por su parte, se apartaba elpelo hacia un lado y trataba de secarlo con su propia chaqueta. Estabatotalmente empapada, como yo, por lo que supuse que acababa de llegar a casa.Solo entonces me di cuenta de lo agitada que parecía.
¿Marta?¿Estás bien?
Eh
Sí, sí
respondió ella de forma distraída, apartando la mirada. Una sonrisaestúpida acudió a sus labios, y trató en vano de ocultarla. Yo reí,comprendiendo. Esa sonrisa lo decía todo.
Oye
¿por casualidad no habrás visto a Sergio, no? inquirí con tono casual,quitándome la chaqueta y mirando a mi alrededor como quien no quiere la cosa.
¿Yo?balbució ella, pasándose los dedos por el pelo y retirando así de su caravarios rizos húmedos. ¿Por qué lo dices?
No,por nada, pura curiosidad
Dime, ¿le has visto?
Esto
bueno, sí, me lo encontré hace un buen rato
respondió ella, sonrojándoseligeramente. Asentí, divertida. Si mi hermana no estaba enamorada, yo era lareina de Inglaterra.
Javier soltó una carcajada y sacudió lacabeza de un lado a otro. Entonces, abrió mucho los ojos, como si se hubiesedado cuenta de algo, y dijo:
Porcierto, esta mañana, de camino a la panadería, vi a papá saliendo de un pub conuna borrachera impresionante. ¿Vosotras le habéis vuelto a ver?
Marta y yo negamos con la cabeza y Javisuspiró.
Enfin, ese hombre no tiene remedio
Bueno, chicas, que sepáis que Noe está apunto de llegar, y
En ese momento, alguien picó en lapuerta, y los tres nos giramos. Javier se adelantó y la abrió. Ante nosotrosapareció entonces Noelia, completamente calada por el agua y acompañada por dosniños en iguales condiciones: sus hermanos.
¡Hola!saludó Javi, e inclinándose depositó un dulce beso en los labios de su chica,que le abrazó cariñosamente.
Holadijo Noe.
¿Cómohabéis entrado en el portal? quiso saber Javier, y ella explicó:
Unavecina vuestra muy maja nos abrió la puerta
Los dos niños, por su parte, nos miraron algocohibidos, sin saber muy bien si pasar o no.
Yo les sonreí y me aparté, indicándolescon un gesto que entrasen.
¿Quétal, peques? preguntó Marta, revolviéndole el pelo al menor, Raúl, de nueveaños.
Bienrespondió él, observando con curiosidad la casa a su alrededor.
¿Ytú, Emma? interrogué yo a la niña, que contaba con doce años.
Bien,bueno, mojada dijo ella con una sonrisa.
Perdona,Javi habló Noelia, mirando a nuestro hermano. Mis padres están trabajando ytengo que cuidar de ellos
Nah,no te preocupes interrumpió Javi, quitándole importancia con un gesto de lamano.
Nosotrasnos encargamos de ellos ofrecí. Javi y Noelia nos lo agradecieron y se fueroncharlando al salón, dejándonos a solas con los niños.
¿Tienesjuguetes? preguntó Raúl a Marta. Ella soltó una carcajada, y señaló el fondodel pasillo, hacia nuestra habitación.
Idallí, ahora miraré qué tengo para dejaros.
Raúl hizo girar su puño en el aire,emitiendo una serie de gruñidos como si estuviese quemando rueda en una moto.Seguidamente, salió corriendo hacia nuestro cuarto, fingiendo agarrarse a unmanillar inexistente.
Emma le siguió, regañándole por hacertanto ruido. Les observé alejarse con una sonrisa, y entonces escuché a Martacarraspear a mi lado. Me volví hacia ella con curiosidad. Parecía bastantenerviosa.
Tengoalgo que decirte comenzó.
Cuentale animé yo, dejando el bolso en el suelo.
Aver
Esta tarde
Bueno, he estado con
y
no sé, me parece que tengo dosproblemas
es decir, no son problemas, son
eh
¿Son?dije, tratando de ayudarla a conducir la conversación. Marta cogió aire ysoltó de golpe:
Son Sergio y Álex.
¿Qué? pregunté, atónita. ¿Ahora te gustan losdos?
¿Perdona? ¿Cómo demonios iba a gustarme Álex? ¡Niloca! ¡Si no le aguanto!
Ambasnos quedamos en silencio durante unos segundos, mirándonos, y a medida que laimplicación de aquellas palabras iba entrando en nuestras mentes las mejillasde mi hermana comenzaron a volverse rojas.
Volvía sonreír.
O sea, Álex no, pero Sergio
Cállate siseó ella, ya del color de la grana.
Asentícon un suspiro. Esa chica era imposible
A ver, ¿qué ha pasado hoy con Sergio y qué tieneque ver Álex?
No, nada
Lo de Álex es que me lo encontré por lacalle (ya me dirás qué estaba haciendo tan lejos de su casa) y se auto-convencióde que era mi novio
¿Qué? espeté, sin saber ya si reír o no.
Nada, el chalado ese, que ahora anda predicando porahí que estamos saliendo
Bah, olvídalo, ya se le pasará la tontería.
¿Y con Sergio? Cuéntame eso, que es lo querealmente me interesa.
Martame dio un suave puñetazo, muy ruborizada, y yo solté una carcajada.
Bueno
Él
Entonces,la pequeña cabeza de Raúl asomó por la puerta de nuestro cuarto.
Oye, ¿y tus juguetes?
Sí, sí, ya voy dijo Marta, mirándome de una formaque interpreté como "luego hablamos".
Suspiréy me dispuse a seguirla, pero entonces me sonó el móvil. Me incliné parasacarlo del bolso. El nombre de cierto pelirrojo apareció en la pantalla, y yoalcé la mirada hacia Marta, que me observaba con curiosidad.
Es Guille dije, y descolgué. ¿Sí?
Ho-hola, Inés
Guille mostraba un tono de vozatascado, congestionado, como si hubiese estado llorando.
¿Guillermo? ¿Estás bien? pregunté preocupada, yMarta frunció el ceño. Me hizo un gesto interrogante, pero yo me encogí dehombros.
Verás, hoy
Rafa y yo empezamos a salir
comenzóGuille.
Pero eso es bueno, ¿no?
Sí
O mejor dicho, era bueno. Ha habido unproblemilla
¿Dónde estás? interrumpí. Voy para allá.
¡Hola de nuevo! ¿Qué os ha parecido?Espero que os haya gustado
Sí, lo sé, muchos comienzos y no he cerradoabsolutamente ningún interrogante, no me matéis, jeje. Lo que ocurrió conSergio y el episodio de paranoia de Álex se verá en el primer capítulo de latercera parte, que comenzará con un POV Marta. Y lo de Guille se descubrirá enel siguiente capítulo, POV Inés.
Quieroagradeceros,hoy más que nunca, todo el apoyo queme habéis dado, en especial las que lleváis conmigo desde abril, desde "Eldisfraz de los cerezos". Os habéis convertidoen toda una fuente de ánimos, y tenía que deciros que cada comentario, inclusocada lectura, es imprescindible para mí.
"Cadapalabra mía que es leída me impulsa un poco más alto".
Un besazo enorme,
Meri
El color de los sentimientos - Potterfics, tu versión de la historia
Bajéla cabeza como el condenado a muerte que aguarda la horca frente al verdugo.Me levanté pesadamente, arrastrándome sin ganas, y miré hacia delante: 'he
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2024-09-16
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