EL CORAZÓN DEL ANGEL
Aemeraz
Un pequeño ángel estaba a punto de bajar a la Tierra. El nacer, el conocer a sus padres y a las personas que estarían a su alrededor lo llenaba de emoción y felicidad. Antes que el ángel naciera, Dios habló con él para darle las últimas indicaciones.
-Bien, ¿tienes alguna duda?- preguntó Dios. El ángel asintió.
-Sí, señor: ¿Cuándo encontraré a alguien con quien pueda compartir el amor?- El señor pensó un momento, sonrió hacia el inquieto ser de luz y respondió:
-¿Ves aquel ser hermoso?- preguntó, señalando a otro ángel. -Ella también está a punto de bajar. Ella será con quien compartirás el amor, aunque tendrá algunas diferencias.-
-¿Diferencias? No entiendo- dijo el pequeño ángel, confundido. -Lo que me has enseñado es que no existen diferencias entre nosotros, todos somos ángeles de luz.-
-Así es- contestó Dios -La esencia es la misma, pero la diferencia a la que me refiero es física. Aquel ángel no tendrá el sentido de la vista, así que debes memorizar su rostro para que tú puedas encontrarla, porque ella no podrá verte-
El pequeño ángel se desconcertó por un momento, un sentimiento que no conocía se había apoderado de él.
-Pero Señor- dijo con voz temblorosa -¿quieres decir que ella, mi ángel compañero, no podrá ver lo bello de un amanecer? ¿Ni contemplar las flores? ¿Ni admirar el Cielo? ¿Ni disfrutar de un atardecer? ¿Ni ver el brillo de la Luna? ¡No es justo!- decía el ángel, perplejo por las injusticias de Dios.
-Pequeño- dijo Dios con una voz tranquilizadora -Todas estas diferencias son necesarias en la Tierra. Los seres humanos deben aprender, cada uno de manera diferente. Todo es parte de un plan divino-
En aquel instante, al ángel se le ocurrió una idea: -Señor, quiero hacer un pacto contigo-
-¿Un pacto? Está bien, hijo, ¿De qué se trata?-
-Quiero, en lugar de ella, bajar a la Tierra con esa diferencia. Ya puedo sentir que amo a ese ser; por eso quiero que admire la luz del día, que se maraville con todo lo bello del mundo; quiero que le des la oportunidad de disfrutar de lo hermoso de la vida. Sé que estaré bien, porque confío en ti, confío que estarás conmigo siempre, Señor.-
Dios se quedó maravillado por la demostración de amor de aquel ángel. Simplemente sonrió y volvió a hablar.
-Está bien, hijo, lo haré, aunque será necesario, ahora para ti, aprender nuevas formas para enfrentarte a la vida humana. Habrá cosas que te serán complicadas, pero tu amor te guiará.- El Señor tocó la cabeza del ángel y, en un instante, una luminosa oscuridad invadió su vista. Sabía que su ser amado estaría bien, por lo que se sintió feliz de nuevo.
-¿Señor?- dijo el ángel tímidamente, se notaba felicidad y paz en su voz.
-¿Dime, hijo?- susurró Dios.
-¿Cómo sabré, si no puedo verla, cuando la encuentre?- Dios sabía que el ángel se refería a su compañera de vida, por lo que fue sencillo responder.
-Tus ojos físicos permanecerán cerrados, pero los ojos de tu alma estarán abiertos siempre. Tu corazón te indicará cuando ella haya llegado.-
Después no hubo más tiempo para conversar. El pequeño ángel, con las mejores expectativas se lanzó al mundo, tomando, como era necesario, las precauciones que Dios y los ángeles guardianes le habían dado. "Dirigirse hacia el vientre correcto", "Mantenerse alerta en todo momento", "poner atención en las lecciones de sus padres" e "ingeniárselas para ser feliz y encontrar el amor", la única recomendación que debía cumplir en su totalidad, según le había dicho un espíritu que se encontró en el camino hacia la Tierra.
Fue complicado encontrar el vientre correcto con los ojos cerrados, pero al fin lo logró. Una voz que reconoció en seguida le habló, apenas en los primeros segundos dentro de su madre.
-Lo has hecho bien. Sigue adelante.- Aquellas palabras lo reconfortaron y, sin esperar nada más, comenzó a disfrutar la sensación de estar dentro de una placenta. Una temperatura idónea y libertad infinita lo rodeaban por lo que, con todo su tiempo para pensar se imaginó que quizá los humanos más grandes llamaban "placentera" a cualquier sensación que disfrutaran. No los culpaba.
Poco antes de los nueve meses recomendados por Dios para salir al mundo, un cuerpo extraño decidió que ya era el tiempo para que él estuviera fuera del vientre materno. Según sus padres era mejor así, por medio de algo a lo que ellos llamaban "cesárea". El ángel se relajó y, antes de llegar al mundo, pensó en Dios, rezando porque todo fuera de la mejor manera.
Pasaron sus primeros meses como un ser humano y, para él, todo era nuevo. Aprendió que para que sus padres pudieran reconocerlo, y para poder entender cuando lo llamaban, le habían dado el nombre de Camael, cuyo significado, "el que ve a Dios", era desconocido para sus padres. Aquel nombre era un poco extraño, según pensaba.
La vida humana, para Camael, se pasaba cada vez más rápido. Mientras más días y meses vivía, comenzaba a olvidar los únicos rostros grabados en su mente: los ángeles, Dios y, sobre todo, quien sería su compañera en el amor. Era difícil entenderse con quienes le rodeaban por varias razones: en primer lugar, no podía ver lo que sus padres o amigos le mostraban; en segundo lugar, no podía hablar, por lo que no había forma de decir que el sentido de su vista había sido bloqueado y, para finalizar, no podía caminar aún, lo que le limitaba la maravillosa experiencia de conocer el mundo.
Llegó el tiempo en que pudo caminar, aunque aquello no fue tan genial como pensaba. Sus padres percibieron que existía un problema casi al mismo tiempo que él. Cuando quería dirigirse hacia algún lugar lo tenía que hacer forzosamente con ayuda; si no lo hacía así, se topaba con sensaciones que no le agradaban: frío, dureza, golpes, dolor
Ya había olvidado todo lo que Dios y los ángeles le habían dicho. Si bien sabía que debía recordar algo, las dificultades que tenía para hacer cualquier cosa mantenían a su mente ocupada por buscar la mejor manera de sobrevivir en algo que parecía ser una trampa mortal. Sin embargo, a pesar de los obstáculos e inconvenientes, su corazón seguía recordándole que el amor era la razón por la que estaba en la Tierra.
Durante los siguientes años, su vida fue transcurriendo de una manera que él jamás se hubiera imaginado: doctores, dolor
brujos, dolor
medicamentos, dolor
parecía que todo lo que sus padres consideraban que podía ayudarlo lo lastimaba cada vez más. Finalmente Camael pudo hablar; comunicarse era una de las mejores cosas que le habían sucedido en el mundo. Ahora podía decir cuando tenía frío, cuando se sentía cansado o cuando quería ir hasta algún lugar. La libertad que la comunicación le brindaba era incomparable, aunque todavía necesitaba ayuda para desenvolverse adecuadamente en el planeta. Descubrió también, después de un tiempo, que sus manos podían darle una idea de lo que sus ojos no veían. Podía percatarse de figuras, texturas y formas, aunque no le quedaba la más mínima idea del color.
Si fuera por sus padres, Camael se hubiera quedado en casa para siempre; era un lugar que ya conocía y eran pocos los accidentes que sufría ahí. Sin embargo, por recomendación de médicos y especialistas, el niño tuvo que comenzar a asistir a la escuela. A Camael realmente le gustaba aprender; disfrutaba mucho la compañía de niños nuevos, se asombraba con juguetes y canciones; supo que podía leer con los dedos todas aquellas historias y cuentos que sus padres le contaban y supo que era divertido descubrir nuevas formas de hacer aquello que los demás hacían. Sin embargo, a sus maestros no les hacía felices el encontrarse con él en un salón de clases.
En una ocasión, en sus años de escuela primaria, Camael se encontraba en el recreo; ya no era extraño que se le dificultara llegar hasta los lugares que quería, pero aquel día hubiera preferido no oír lo que escuchó por error.
-No se puede trabajar bien con ese niño, va a otro ritmo que los demás- decía una de sus maestras. Quizá aquella era una de las aulas de profesores, ya que fue otro maestro quien respondió.
-Además es muy difícil explicarle todo, con eso que no puede ver, pues no entiende nada.-
-Yo ya no quiero batallar. Si por mí fuera, ese niño estaría en una escuela especial.- dijo la primera maestra. Los dos profesores comenzaron a reír y, sin decir nada, Camael se alejó de ahí tan rápido como le fue posible.
Aquella situación le causó más dolor que todas las medicinas, inyecciones, operaciones y brujos juntos. Era demasiado dolor, según él pensaba, para sus escasos nueve años. ¿Por qué no podía ser como sus compañeros? ¿Por qué no podía entender, jugar y actuar como todos? Sus padres siempre le habían dicho que era especial, y por primera vez pensó que el ser alguien especial era tan malo. ¿Por qué los maestros no lo aceptaban? ¿Por qué sus compañeros no jugaban con él? Quizá, como sus padres le habían dicho un día, era porque no querían lastimarlo, pero sus maestros lo habían lastimado más de la cuenta.
Camael decidió no decir nada a sus papás. Ellos estaban muy concentrados en buscar la mejor forma de ayudarlo como para distraerlos con aquel suceso. ¿Sus hermanos? No tenía; sus padres habían decidido que él sería su prioridad, por lo que su familia era sólo de tres miembros. En fin, tuvo que aprender que existían personas sin la más mínima idea de cómo tratar con seres que poseen alguna diferencia. No supo de dónde salió ese sentimiento, pero mientras se encontraba recostado en su recámara, una sensación de paz llenó su corazón. Fue entonces que recordó a Dios; recordó que la razón de su vida era más importante que sentirse desdichado y triste y, sin dudarlo un segundo, decidió perdonar. Perdonar a sus maestros, a sus compañeros y a todos aquellos seres que, quién sabía por qué, habían decidido tener una actitud negativa hacia él.
Aquello fue como si una luz se hubiera encendido en su interior y, sin esperarlo, recordó que tenía una misión. Debía encontrar a aquel hermoso ser con el que compartiría parte importante de su vida, por lo que sintió una ligereza que no había sentido jamás. Una sonrisa se dibujó en su rostro, la alegría invadió su pequeño cuerpo. Le había costado nueve años llegar a descubrir, o mejor dicho, recordar su propósito en la tierra.
Fue muy notorio el cambio que Camael tuvo desde aquel maravilloso día. Su sonrisa jamás desaparecía de su rostro, las palabras de aliento salían de su boca con frecuencia y, lo más importante de todo, su espíritu luchador había salido a flote. Sus maestros comenzaron a tener un mejor trato hacia él cuando, sin ellos poder entenderlo, el muchacho concluía cada una de las tareas que le eran encomendadas. Sus padres se sentían realmente orgullosos de él debido a que, a cada momento, Camael les recordaba que había una esperanza para que sus vidas pudieran mejorar. Gracias a su actitud, aquel muchacho, que cada vez crecía más, se fue ganando el cariño de sus compañeros y, en general, de todas aquellas personas que entraban en contacto con él.
Llegó el momento de ingresar a la escuela secundaria. Un cambio más, una nueva experiencia. El muchacho estaba acostumbrado a luchar sin descanso y a enfrentarse con situaciones difíciles, por lo que, supuso, aquella nueva escuela no traería los más mínimos problemas. Sin embargo, nadie conoce a ciencia cierta lo que depara el futuro y, para Camael, la situación se tornó realmente complicada. Maestros incomparablemente hostiles, compañeros que disfrutaban jugarle bromas y burlarse de él, tareas con las que se sentía dependiente y explosiones en su estado de ánimo. Todo aquello no era normal, algo le decía que nada iba bien. Cada vez que alguien hacía un comentario ofensivo hacia él, Camael reaccionaba de una manera de la que después se arrepentía. En aquellos años, su mejor amigo resultó ser su dormitorio; ahí nadie lo molestaba y podía llorar sin control, quejarse por ser diferente a los demás o reclamar a Dios por haber sido tan cruel y haberle dado un reto tan difícil. Para Camael la vida no valía la pena.
En una ocasión, Camael se encontraba, como era su costumbre, en su habitación, sin querer estar en contacto con nadie. Era una noche fría en la que el viento soplaba fuertemente contra las ventanas de su casa. Si la luna y las estrellas brillaban o no, a él no le importaba. ¿Para qué, si era algo que no podría disfrutar jamás? Mientras reflexionaba sobre su desdicha, alguien golpeó a su puerta.
-¿Quién es?- preguntó el chico, girando su cara, antes apoyada contra su almohada, para que su voz se escuchara.
-Soy yo, hijo, ¿puedo entrar?- la voz de su padre le respondió desde el otro lado de la puerta.
-No, papá, mejor quiero estar sólo- dijo él, al momento en que la puerta se abrió violentamente, dejando entrar a su padre.
-Te dije
- quiso decir Camael, pero el fuerte sonido de la puerta que se cerraba lo hizo callar. Su padre había entrado y, por lo que parecía, estaba realmente enojado, algo que jamás había sucedido.
-Hijo, escúchame bien.- dijo su padre, sentándose en la cama junto al muchacho. Éste apenas giró su cuerpo, mientras las lágrimas se agolpaban nuevamente en sus ojos.
-Ya es suficiente, ¿no crees?- Comenzó el hombre, sin detenerse en medio de su discurso. -Hemos trabajado mucho, hemos sacrificado mucho tiempo por buscar las mejores opciones para ti. Si sientes que todas las personas te atacan, si crees que el mundo está contra ti, es por la actitud que tú mismo estás tomando hacia los demás. El mundo es un reflejo de lo que hacemos, hijo; si das alegría, la vida te devolverá alegría, pero si lo que das es maltrato y odio, recibirás lo mismo. No sé qué te está pasando, pero quiero simplemente que reflexiones en tu actitud. Tu madre está sufriendo por verte de esta manera y yo, hijo, también. No lo hagas por nosotros; hazlo por ti, porque tú eres quien sufrirá las consecuencias de tus propios actos. Piénsalo.-
La habitación quedó en silencio, mientras el padre de Camael se ponía de pie lentamente y salía de la recámara, sin hacer el menor ruido. El muchacho no pudo hablar, las palabras pronunciadas por su padre le habían caído como una cubeta de agua fría. Todo aquello era verdad, aunque él no se diera cuenta. Nuevamente se puso a llorar, pero esta vez sus lágrimas eran de arrepentimiento; rogó a Dios por su perdón y, desde aquel instante, prometió al cielo y a sí mismo que lucharía por ser feliz, que daría al mundo entero el amor que acababa de despertar dentro de él.
Al día siguiente, Camael se levantó con nuevos ánimos; parecía que podía ver el brillo del Sol y el color de las nubes, porque su sonrisa jamás desaparecía. Sus maestros, compañeros y la gente que lo rodeaba percibieron un cambio desde el momento en que volvieron a platicar con él. Para bien de todos, la mala racha del comportamiento de Camael se olvidó rápidamente y, desde entonces, el muchacho se convirtió en un ejemplo para quien se cruzaba en su camino.
Sólo una idea cabía en la mente de Camael: su misión, encontrar a la persona con la que compartiría el amor. Cada día, a cada momento, prestaba atención a los latidos y los sentimientos que proyectaba su corazón, pero nada distinto pasaba. Sin embargo, y sin dejarse derrotar porque su amor no aparecía, él seguía compartiendo su felicidad con los demás. Había muchas personas que se detenían a platicar con él; había otros que lo entrevistaban, y ponían su historia en la televisión, como ejemplo de vida. Camael era una luz en un mundo de ciegos del corazón.
Uno de tantos días en los que Camael caminaba por las calles de su ciudad, disfrutando el clima y los sonidos característicos del lugar, algo muy extraño sucedió. Mientras movía su bastón de un lado a otro, detectando obstáculos que casi se sabía de memoria, llegó una imagen a su mente. Recordó el rostro de aquel espíritu que se había encontrado cuando recién se dirigía hacia la tierra, mientras escuchaba la misma voz que le dijo "ingéniatelas para ser feliz y encontrar el amor". No supo por qué, pero de pronto, en su cabeza, apareció el rostro del ángel que Dios le había mostrado antes de bajar; era su compañera de vida, el amor estaba frente a sus ojos de nuevo. Únicamente tuvo tiempo de sonreír porque en aquel segundo, tras un escalofriante sonido de rechinar de llantas, sintió un fuerte golpe que lo derribó.
Un sonido intermitente le hizo volver en sí. Tras darse cuenta que podía escuchar, se hizo consciente de su cuerpo y, entonces, un gran dolor le invadió. Quiso gritar, pero la voz no salió de su garganta. Pudo reconocer los pasos de sus padres a su alrededor, aunque ambos estaban en silencio. Murmullos se escuchaban a lo lejos, haciéndole saber que había mucha gente esperando por él, intentando dar apoyo en cualquier forma posible. Una dulce voz se escuchó junto a él y, entonces, sintió cómo un calor que jamás había experimentado se extendía por todo su cuerpo, comenzando por su corazón.
-¿Cómo te sientes?- le preguntó una chica que no conocía, pero que al instante identificó. Camael no pudo responder, pero la felicidad que sentía era inmensa. Había olvidado el dolor físico, para concentrarse en la alegría de su corazón.
-¿Cómo está, enfermera?- Preguntó su madre, a lo que la dulce voz respondió al momento.
-No sé cuánto tiempo más pueda durar, señora, pero sé que su hijo está luchando con todas sus fuerzas para salir adelante. Es un gran ejemplo de amor para todos. Tiene el corazón de un ángel.- La voz de la enfermera se entrecortó al decir las últimas palabras y, quizá sin darse cuenta, posó su mano sobre la del muchacho que yacía en la cama del hospital.
Camael no tuvo más tiempo para escuchar, porque de pronto su corazón se transformó en energía. Aquella felicidad que había sentido en sus últimos momentos como ser humano había decidido dirigirla hacia sus padres, quienes se consolaron pensando que Dios requería ángeles en el cielo; hacia sus amigos, quienes se sintieron agradecidos por haber tenido tan cerca a un ser como él; y por último, hacia el amor que encontró hasta el término de su existencia, quien se sintió llena de paz por haber estado en el final de la vida de aquel ser incomparable.
Cuando el nuevo ángel llegó al cielo, fue recibido por Dios y por cientos de espíritus divinos que le daban la bienvenida con una gran sonrisa. Camael tenía la sensación de haber cumplido una misión bastante difícil, pero que a la vez le había encantado. Había dejado huella en muchísimos seres humanos; había sido feliz; había sido inspiración para que otros decidieran rectificar el rumbo y había encontrado el amor, que lo acompañó hasta su final.
-Estoy orgulloso de ti- dijo Dios, abrazando a su hijo que por fin había regresado. -Supiste superar cada uno de los obstáculos que puse en tu camino. Supiste obedecer, luchar y amar sin condiciones. Sé que fue poco el tiempo que estuviste compartiendo tu amor con aquel ángel que un día te mostré, pero diste tu amor a miles y miles de ángeles que encontraste en tu andar sobre la tierra. Te amo, bienvenido de regreso.-
La felicidad del ángel se derramó hacia los demás; su brillo era diferente, más luminoso que antes. Sabía que aquel era el verdadero inicio de su existencia y sabía, también, que el amor sería una experiencia infinita. Pronto llegaría hasta él quien tomó su mano por última vez y, entonces, viajarían por el universo, tomados de la mano eternamente.
El Corazón del Angel - Fanfics de Harry Potter
Un pequeño ángel estaba a punto de bajar a la Tierra. El nacer, el conocer a sus padres y a las personas que estarían a su alrededor lo llenaba de emoción
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2024-10-08
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