Capítulo único: Another brick in the wall
Ven. Ven y siéntate aquí, a mi lado, bajo estecielo oscuro y embrujado. Y dime, dime quién eres y entonces yo te diré quiénsoy. Pero antes escucha y escúchame muy bien, pon atención a lo que tengo quedecir y mira a mis ojos mientras las palabras se deslizan entre mis labios. Notengas miedo, que prometo no hacerte daño. Prometo que mis palabras serán unregalo. Mis palabras serán la llave que llevas buscando desde hace tiempo. Yopuedo abrir esa puerta cerrada, ese candado oxidado. Yo puedo darte la libertadque tanto has buscado.
No, no memires de esa forma. Sé lo que piensas, pero te juro que bajo estas arrugas yestos ojos cansados, bajo este enorme abrigo que cubre mis huesos polvorientos,alguna vez hubo un niño. Mira mis ojos, aún no están muertos. Mira cómobrillan, mira cómo sueñan. Escucha, por favor, lo que tengo que decir. Te lopide un viejo cuyos mejores años se desvanecieron hace un buen rato. Te lo diceun viejo que ya charla con la Muerte como si fuera una vieja amiga. Te lo diceun viejo cuya vida se le está escurriendo, como fina arena, entre las manos.
Algún día, hace ya muchos años, yo fui un niño desnudo enun mundo donde todas las personas, sin excepción, estaban vestidas. No esnecesario que te esfuerces en imaginar, ese escenario sigue siendo el mismodesde hace miles de años. Desde que la desnudez se volvió algo extraño ysalvaje, pero
¿sabes qué? Todoaquel que se autoproclame un ser humano y pueda presumir (o lamentarse) de lascaracterísticas que esto conlleva debe admitir que todos, sin excepción,llegamos al mundo totalmente desnudos. Sin otra cosa para cubrir nuestra almaque nuestro propio cabello, nuestra propia grasa, nuestra propia piel. Y coneso es suficiente.
Así pues, no pierdas el tiempo: no te imagines un mundo de personasvestidas porque ya vives en uno. Mejor imagíname a mí, el único niño en elmundo que a los seis años seguía asistiendo a la escuela sin nada encima. Porsupuesto que intentaron vestirme. Por supuesto que me señalaban con el dedo ydecían que era algo anormal. Los niños de mi edad ya deberían usar ropa, decíamamá. Y entre ella y mi padre me exigían casi a gritos que me vistiera. Y laprofesora me lanzaba una mirada asesina cuando volvía a llegar a clase con loslibros pegados a mi pecho desnudo. Y los niños me observaban como si fuera unbicho raro
como si yo fuera el bicho raro, y no ellos.
No, no te sientas culpable por usar esas ropas que llevas puestas. Note culpo, después de todo, es lo normal. O, al menos lo que consideramos normal,pero, ¿sabes qué? Para mí que lo natural es estar desnudo. Así venimos al mundoy te apuesto que así nos vamos de él. Llegamos sin una sola prenda encima ytenemos un pequeño lapso de tiempo para poder estar desnudos sin que nosjuzguen. Me refiero a ese periodo de tiempo en que estar desnudo provocaternura y no escándalo. Pero se va tan rápido, un abrir y cerrar de ojos y seha desvanecido. Y entonces tienes que vestirte, al igual que todos los demás. Yno. No les importa que la ropa sea demasiado pesada o que ese sombrero cubratus hermosos ojos, ni que esa blusa no se vea bien con tu tono de piel. Les da igual:tienes que estar vestido porque tienes que estar vestido. Porque todos están vestidos.Y no. No puedes ser diferente.
Reí de ellos cuando losobservaba caminar por las calles, cabizbajos por el peso de la ropa, sofocadospor el calor, con camisetas que les quedaban tan grandes que se veían ridículos.Reí de ellos por la cara de susto que ponían cuando les preguntaba, en broma,si se quitarían la ropa un rato. Se aferraban a las prendas con una desesperaciónrealmente preocupante. Suena ilógico, ¿no? Siempre creí que era estúpido. Ibancon sus grandes abrigos en pleno verano, sudando a chorros, pero nunca se losquitaban. Pareciera que las telas se les habían pegado a la piel y siintentabas quitárselas era como si lesarrancaras toda la vida. Las personas setransformaban en leones violentos, a la defensiva, listos para atacar ydestrozar si fuera necesario.
Hay ropa de tantos colores (rojo, verde, amarillo), de tantas telas ytexturas (seda, lana, ¡algodón!), de tantos tipos (faldas, camisas,pantalones). No te culpo. Todos están usando ropa: ¿por qué tú no? Todas laspersonas del mundo parecen haber hecho un pacto y a veces sin darse cuenta teconvencen de ponerte este calcetín, esta sudadera, esa corbata. A veces teobligan a hacerlo. Dime, sinceramente, ¿cuántas veces has visto a niños usandola ropa de sus padres? La camisa manchada de licor, la bata de laboratorio, elsombrerito blanco de la ceremonia de bautismo.
Yo me sentía tan libre y era tan feliz. Dejaba que mi piel fueraacariciada por el viento entero. Porque yo no tenía miedo. Las personas temenque al quitarse la ropa queden desprotegidas y vulnerables, como si estuvierandesarmados en medio de una batalla apocalíptica ¿verdad? La sensación dedebilidad les resulta aterradora. Pero te juro que durante el tiemporelativamente corto en que yo estuve desnudo, fui más feliz que cualquierpersona que me señales en este preciso y justo momento.
Pero esta historia no es sobre mí. Es sobre Martin y sus padres. Porqueél era el único niño, al menos el único que yo conocía, que no usaba tantaropa. Tan sólo una corbatita. Y ya. Casi era como yo. Seguro que fue eso lo que nos convirtió en amigosinseparables y por eso nos encontrábamos cada viernes por la tarde en loscolumpios del parque, bajo la distraída mirada de mi madre. No parábamos dereír a carcajadas y las palabras parecían ser inútiles entre nosotros. Estábamos tan unidos, que podíamosentendernos con una simple mirada.
Martin decía que su casi total desnudez era causada por sus padres.Decía que ellos habían puesto todo su empeño en hacerlo un niño feliz. Martindecía que no temía al amor, ni a la tristeza, ni al dolor
casi no temía. Casino temía. Sólo temía una sola cosa, pero nunca me la quiso decir. Martin eracasi tan libre como yo. Yo le dije que mi secreto para mantenerme desnudo erano escuchar a mis padres. Al contrario de los de él, ellos se esforzaban porvestirme. Cada vez que los escuchaba pelear, gritarse y golpearse; me tapabalos oídos y cerraba los ojos. No escuchaba los murmullos desaprobatorios de miprofesora, de los otros adultos, del padre de la iglesia. Ponía un ladrillitomás a mi pared y de esa forma me mantenía a salvo.
Pero estahistoria es de Martin, a quien no volví a ver desde ese día trágico. Oí quemurió, el año pasado, en un accidente automovilístico. Perdió el control y labebida tomó el volante. No pude imaginarme al niño alegre con la feliz y eternamedia luna en el rostro metido en un féretro. No quise imaginarme al niño queun día me presentó a sus padres bajo el sol de las cinco de la tarde, en unparque concurrido donde el camión de helados se había detenido, un parque dondeun par de parejas caminaban tomadas de la mano y los niños jugaban con alegría.Ojalá yo no le hubiera pedido conocer a sus padres. Si no lo hubiera hecho,quizás Martin seguiría entre nosotros.
Mi primerpensamiento fue que no había visto nunca a nadie con tanta ropa puesta. Bajo sugabardina de colores, el padre de mi amigo usaba tantos pares de pantalones quesus piernas delgadas parecían gruesos troncos de un árbol maduro. Y entre lossombreros, las bufandas, los lentes, los guantes y demás vestimentas, de lapiel del hombre solamente quedaba visible su sonrisa sincera y simpática.
Se presentócomo Evan, siempre joven y sonriente, y me tendió la mano, enfundada en unosguantes morados. Se la tomé, entre divertido y asombrado, porque ningún adulto sehabía tomado la molestia de tenderme la mano. Siempre me revolvían el cabello osimplemente me pasaban de largo, pero, ¿tenderme la mano? No, no, no. Esonunca.
Tras Evanllegó un hombre medio calvo con cabello entrecano, tan empalmado de ropa comoEvan, que le dificultaba moverse y los dos parecían un par de gordoshombrecitos de nieve. Su barriga prominente y su barba incipiente revelaban queya era un hombre maduro y entrado en años. Sin embargo, su mirada estababrillando como lo haría la de cualquier joven enamorado. Me saludó de igualforma que Evan: tendiéndome la mano casi con respeto. Nos preguntó a Martin y amí que si queríamos un helado y ambos, casi con urgencia, asentimos exaltados. Películas en excelente calidad Full HD
Mientrasnos echábamos a andar detrás de ellos, caí en cuenta de un detalle que habíapasado por alto. Lo supe por la forma en que caminaban tan juntos, por lamanera en que sus manos se rozaban en cada paso y por el modo en que susmovimientos estaban sincronizados. Casi esperaba que los latidos de sus corazonespalpitaran al mismo ritmo y, si así fuera, la verdad no me habría sorprendido.Me pregunté por qué Evan y Walter, porque ese era su nombre, no se tomaban dela mano o se besaban en la frente, como sus sonrisas y miradas gritaban quedeseaban hacer. Era obvio que los papás de Martin se morían de ganas portocarse con cariño, de nuevo, como dos chicos que conocen por primera vez el amorverdadero. Y con mi mente inocente y la desnudez de mi alma, deseé algún díaestar tan enamorado como ellos.
Martin memiraba preguntándome algo. Se veía preocupado, pero esta vez no entendí elporqué. Le sonreí para darle ánimos, quise tranquilizarlo de lo que fuera quelo estuviera turbando. Devolvió mi sonrisa, parecía muy aliviado. Se acomodó suúnica prenda, la corbata, como si estuviera pensando en quitársela.
Peroentonces, aún más fuerte que el viento y el ruido de los autos, un nombre propioresonó en todo lo alto. Lo gritaba una voz conocida y por su tono, la vozestaba furiosa sin engaño. Era mi nombre y la que gritaba era mi madre. Me diuna palmada en la frente, ¡oh, que tarado!, había olvidado pedirle permiso paracomprarme el helado. Me volví hacia ella, con firme intención de pedirledisculpas, cuando me congelé por culpa de una imagen endiablada: Mamá estabaenloquecida, sus brazos se agitaban al aire, sus manos se habían convertido endos puños amenazantes. Sus cejas eran dos bestias peleando y sus ojos saltonescasi se salían de sus órbitas en su desencajado rostro furioso.
Atravesó ladistancia que nos separaba con una media docena de gigantes pasos y lanzó unamirada endemoniada a los enamorados padres de Martin. Walter, como si fuera unescudo de hierro, se había colocado automáticamente frente a Evan y su hijo,como si fuera una pared protectora. Y miraba a mi madre con una mirada donde semezclaban el terror y el desafío. Miré a Evan y en sus ojos, ocultos bajo susgafas, vi el claro cansancio de una escena que ya se ha visto muchas veces, lapelícula repetida a diario.
Y entonces,mamá comenzó a gritar bajo la mirada curiosa de la gente del parque; quienesfueron los espectadores silenciosos de la tragedia. Martin me miró como culpándomede lo que estaba sucediendo. Pero, ¿cómo podía yo saber qué significaban todasesas palabras que brotaban de la boca de mi madre a borbotones calientes y venenosos?Si yo estaba desnudo y mis orejas no estaban cubiertas por ninguna prenda:podía escuchar muy bien. Pero aun así no entendí el porqué de los gritos, ni elsilencio firme de Walter, ni el terror de Evan, ni la vergüenza de Martin. Ymamá acusó a los enamorados de cosas horribles, que probablemente ellos ni ensus horas más oscuras habrían imaginado. Los tachó de abominaciones, locos,enfermos e imperdonables; objetando que Dios, allá en lo alto del cielo, no losamaba. Pero entonces recordé las lecciones de la misa de todos los domingos alas que mamá, sin falta, siempre me llevaba: ¡Creía que Dios nos amaba a todos!
Y mientraslos gritos se intensificaban, Walter comenzó a despojarse de sus ropas, desafiante;mientras Evan lo contemplaba con los ojos bañados en lágrimas. Y Walter mirócon un odio sorprendente a mi madre. Y Walter le susurró a Evan, con infinitaternura, que dejara de llorar porque no había nada malo en ellos. Pero Waltertambién estaba llorando. ¡Oh! ¿Alguno de ellos vio al pequeño Martin recogiendolas prendas que uno de sus dos padres tiraba con furia al suelo para posteriormentevestirse con ellas? ¿Alguna de las personas chismosas del parque vieron comoMartin se asfixiaba por el peso de las ropas de su padre Walter?
Mamá metomó de la mano, aun gritando una sarta de groserías y maldiciones. Tiró de mísalvajemente, alejándome de Evan y Walter. Me llevó a casa, entre empujones ypellizcos, jurándome que iríamos inmediatamente a la la iglesia a pedir perdón.Prometiéndome que mi padre me pondría una tunda cuando volviera: porque me lamerecía, sólo así aprendería que las personas como Evan y Walter son diferentesy que no debía de acercarme a ellas
Y le dije que yo no los veíadiferentes y que a mis ojos eran iguales. Entonces mi madre me tendió unos lentesoscuros y me instó a ponérmelos. Negué frenéticamente con la cabeza, ¡no queríausar prenda alguna y perder mi libertad! No quería ahogarme en las ropas de mispadres como Martin. No quería, no quería y entonces una bofetada me torció lacara. Y me los puse, me puse los lentes, llorando. ¡Oh, pero que diferentes seveían Evan y Walter ahora, bajo esos enormes lentes oscuros! ¡Que gris y oscurose veía el mundo ahora!
Ese fue el día fatal en quetuve que cambiar la libertad por los prejuicios, que me encadenaron cualprisionero de guerra. Corrí hacia el armario de mis padres y comencé a vestirmecon sus ropas gigantes. Lo hice porque estaba aterrorizado de los golpes y losgritos, no porque mi corazón me lo pidiera. Pronto tendría mi propia ropa, perosiempre usaría la de mis padres. Por el resto de mi vida. Era tan pesada que metiró al suelo y ahí me quedé, llorando. Porque ya no estaba desnudo. Desde esedía tuve que cargar con prejuicios y miedos que no eran míos. Desde ese díatuve miedo a las personas diferentes, no sólo como Walter y Evan. Empecé atener miedo siempre.
Y ellos siguieron siendodiferentes muchos años más. Siguieron siendo diferentes por culpa de esos lentesoscuros que no me dejaban ver con claridad, por culpa de esa bufanda que no medejaba expresar lo que sentía, por culpa de esas gruesas orejeras que no medejaban oír otra cosa que no fueran mis propios pensamientos. Por ese sombreroque no me dejaba ver el panorama completo. Cuando era niño, desnudo y libre,creía que quitarse la ropa era una cosa sencilla y tachaba a los vestidos decobardes. Pero, ¡oh, qué difícil era en realidad! Qué difícil era quitarse losenormes y largos pantalones de papá, el largo abrigo de mamá. Eran tan pesadosy pareciera que se habían pegado a mí, que esas prendas ajenas ya formaban partede mi propio ser
y el miedo me carcomió el buen corazón. Y jamás me quité miropa y nunca volví a ser yo mismo. Y nunca sentí lo que quería sentir y nuncafui libre otra vez.
Y aunque los años han pasado yahora uso tanta ropa que apenas puedorespirar bajo ella, sigo soñando que un día seremos libres otra vez. Sigosoñando, noche tras noche, que un día todos nos quitaremos estas pesadasprendas de encima. Pero lo sueño en secreto. En mi sueño nos desprendemos delos prejuicios, los miedos y los traumas y volvemos a ser aquellos seres desnudos ylibres que éramos al nacer. Y volvemos a vivir como humanos, protegiendonuestra alma solamente con nuestra propia piel. Porque con eso es suficiente.En mi sueño, un gran grupo de gente se desviste con la valentía tatuada en losojos. Ignoran los dedos acusadores, las miradas horrorizadas y los cruelesmurmullos. Lanzan sus ropas al suelo y las pisotean con fuerza. Y corren porlas calles, por el campo y por los mares: libres, por fin. Y luego se les unenmás personas. Y luego más. Y entonces, todos juntos corremos tomados de lamano, compartiendo nuestra alegría con abrazos y carcajadas. Todos juntos.Porque sin la ropa con la que se nos condena cargar, ropa de diferenteprocedencia, color y textura; somos uno solo. Todos desnudos, somos iguales.Libres, otra vez.
Ahora que has escuchado mihistoria y te he entregado la llave a la libertad que te prometí, respóndemesolamente una pregunta. Sé sincero con este pobre viejo, por favor, y ahora túhazme una promesa. Por favor, prométeme que harás que nuestro sueño, tuyo ymío, de todos; se haga realidad. Ármate de valor y desnúdate. No te asustes sieres el único. No lo serás por siempre y entonces podremos señalar a laspersonas vestidas de prejuicios sin sentido con un dedo acusador. Por favor,inténtalo.
¿Y tú? ¿Cuántas prendas llevasencima? ¿Y tú, estás dispuesto a quitártelas por un perfecto mundo de ensueño?
El hombre de la gabardina de colores - Fanfics de Harry Potter
Ven. Ven y siéntate aquí, a mi lado, bajo estecielo oscuro y embrujado. Y dime, dime quién eres y entonces yo te diré quiénsoy. Pero antes escucha y escú
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2024-05-19
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