EL MEJOR RECUERDO DE SNAPE - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

El mejor recuerdo de Snape


Harry bajó la escalera hacia la mazmorra de Snape. Estaba que echaba chispas, y sabía por experiencia que a Snape le resultaría mucho más fácil entrar en su mente si llegaba enfadado y resentido, pero aún así, antes de alcanzar la puerta de la mazmorra, no fue capaz de pensar en nada más que en unas cuantas cosas que debería haberle dicho a Cho sobre Marietta.
- Llegas tarde, Potter –se quejó Snape fríamente cuando Harry cerró la puerta tras él.
El profesor estaba de pie de espaldas a Harry, retirando algunos pensamientos de su mente, como de costumbre, y colocándolos con cuidado en el pensadero de Dumbledore. Dejó la última hebra plateada en la vasija de piedra y se volvió para mirar a Harry.
- Bueno –dijo-. ¿Has practicado?
- Sí –mintió Harry fijando la vista en una de las patas del escritorio de Snape.
- Ahora lo veremos, ¿no? –comentó éste con voz queda-. Saca la varita, Potter –Harry se colocó en la posición de siempre, frente al profesor, entre éste y su escritorio. Estaba muy enfadado con Cho y muy preocupado por lo que Snape pudiera sacar de su mente-. Contaré hasta tres –anunció Snape perezosamente-. Uno, dos...
Pero de pronto se abrió la puerta y Draco Malfoy entró atropelladamente en el despacho.
- Profesor Snape, señor... ¡Oh, lo siento!
Malfoy se quedó mirando a Snape y a Harry, sorprendido.
- No pasa nada, Draco –lo tranquilizó el hombre, y bajó la varita-. Potter ha venido a repasar pociones curativas.
Harry no había visto a Malfoy tan contento desde el día en que la profesora Umbridge se presentó para supervisar la clase de Hagrid.
- No lo sabía –masculló mirando con gesto burlón a Harry, que se había puesto muy colorado. Habría dado cualquier cosa por gritarle la verdad a Malfoy, o mejor aún, por echarle una buena maldición.
- ¿Qué ocurre, Draco? –preguntó Snape.
- Es la profesora Umbridge, señor. Han encontrado a Montague, señor, ha aparecido dentro de un inodoro del cuarto piso.
- ¿Cómo llegó allí?
- No lo sé, señor. Está un poco aturdido.
- Está bien, está bien. Potter –dijo Snape-, continuaremos la clase mañana por la noche.
Y tras pronunciar esas palabras Snape salió pisando fuerte del despacho. Cuando el profesor estaba de espaldas, Malfoy miró a Harry y, moviendo los labios sin emitir ningún sonido, dijo: “¿Pociones curativas?”; luego siguió a Snape.


Ambos salieron de la mazmorra en dirección al cuarto piso. Durante el trayecto, a Draco le costaba disimular la sonrisa que le provocaba pensar en Harry repasando pociones curativas. No veía la hora de estar de regreso en Slytherin para darle la novedad a sus compañeros.
Una vez en la puerta del baño el cuarto piso, Snape se encontró con un gran despliegue: la profesora Umbridge, McGonagall, Madam Pomfey, Montague -quien lucía muy shockeado y chorreaba agua de sus cabellos rubios-, y un buen número de curiosos alumnos. Todos estaban aguardando la llegada del profesor.
- ¡Ah, aquí está el profesor Snape! –se alegró Umbridge al verlo acercarse por el pasillo-. Estábamos discutiendo con la profesora McGonagall sobre qué sanción merecen los responsables de este incidente –comentó con una voz muy aguda mirando a Montague que no salía de su aturdimiento. McGonagall hizo una mueca dando a entender que con ella nadie había discutido nada.
- ¿Qué sucedió? –preguntó Snape al muchacho.
- Ciertamente Montague ha sido atacado por dos alumnos –se adelantó Umbridge-. De las averiguaciones que he podido hacer, Montague, cumpliendo con el dictado de la Brigada Inquisitorial a la cual pertenece, intentó reprender a los gemelos Weasley durante el recreo. Pero resulta ser que éstos, lejos de obedecer a la autoridad, lo introdujeron violentamente en el armario evanescente del primer piso, algo que sólo ellos han considerado como gracioso –aclaró en medio de las risitas de algunos alumnos de Gryffindor-. Afortunadamente apareció sano y salvo en el inodoro de este baño, pero pudo haber sido peor.
- Los gemelos Weasley... –murmuró Snape mirando a McGonagall.
- Efectivamente. Por eso mismo mandé llamar a la profesora McGonagall para ponerla al tanto de lo acontecido. No dudo que ella sabrá aplicar la sanción correspondiente.
- ¿Qué sanción? –preguntó Snape con desinterés.
- Bueno, creo que el incidente no merece menos que la expulsión de Hogwarts de estos dos alumnos, por supuesto.
Al oír la última frase, Madam Pomfey llevó sus manos a la boca para ahogar un gemido, mientras se oyeron algunas quejas de los alumnos menos de Slytherin que dejaron escapar gestos de aprobación.
- Profesora Umbridge –dijo por fin McGonagall intentando contenerse-. Creo que nos estamos adelantando demasiado. A mi entender no está debidamente probado que los hechos se hallan desarrollado de esa manera...
- Profesora... –interrumpió Umbridge con una voz más aguda, propia de cada vez que se enfadaba-. ¿Llama a la víctima mentirosa?
- No. Pero estimo que Montague no está en condiciones de informar nada con demasiada coherencia, al menos por el momento. Lo mejor será que Madam Pomfey lo lleve a la enfermería hasta que se reponga, y luego evaluaremos las medidas a tomar.
- Minerva tiene razón –señaló Snape ante el asombro de la subdirectora-. Lo mejor será que vaya a la enfermería a reponerse. No me importa lo que hagan con los hermanos Weasley, quiero que el capitán del equipo de quidditch esté en perfectas condiciones para el próximo partido.
- Pero profesor...
- Y no tengo nada más que hacer aquí –dijo Snape cortando a Umbridge-. Ustedes sabrán encargarse. La profesora McGonagall tiene vasta experiencia en sancionar a alumnos indisciplinados –dijo mirándola con ojos brillosos, antes de dar media vuelta en dirección a las mazmorras.


Cuando Snape estaba descendiendo del cuarto al tercer piso, algo lo hizo detenerse bruscamente. De reojo se aseguró que nadie lo viera, y lentamente levantó la manga de la túnica que cubría su antebrazo izquierdo, y se frotó con la otra mano. Algo allí le dolía, le ardía, algo que había comenzado el año anterior cuando se enteró que los rumores –y los presentimientos- eran ciertos: Lord Voldemort estaba de regreso. Una sensación de inquietud lo invadió. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar?
Estaba ahora de parte de Dumbledore. ¿Lo sabría ya el Señor Tenebroso? Sin dudas. Y no le perdonaría la vida, lo mataría ante la menor oportunidad. Pero Snape tenía una deuda que saldar con el propio Voldemort; él también quería venganza, y tal vez protegiendo al niño que el Mago Negro más temía, sería el camino más certero para obtener su revancha.
Volvió a ocultar la Marca Tenebrosa y continuó camino a las mazmorras. Pero en el primer piso se cruzó en el camino con Hermione y Ron, quienes tímidamente lo saludaron con un “buenas noches profesor” a su paso. Snape avanzó unos metros y cuando estaba de espaldas a los jóvenes, detuvo su marcha. Giró hacia ellos y los observó con inquietud:
- ¿Y Potter? –les preguntó. Hermione y Ron se congelaron ante la pregunta del profesor.
- Creíamos... que estaba con usted –murmuró Hermione.
Snape miró a los ojos a la chica, hizo una mueca y giró rápidamente sobre sus talones. Aceleró el paso para llegar a las mazmorras, con un pensamiento que lo turbaba. ¿Estaría Harry Potter en...?
- ¡NO! –Snape no podía creer lo que veía en su despacho. Con ojos desorbitados y su aspecto más pálido que de costumbre, salió disparado hacia el muchacho que estaba encorvado sobre su escritorio, y con violencia lo tomó del brazo.
El chico hizo una mueca de dolor y giró la cabeza para ver quién lo estaba sujetando, y vio, con horror, a Snape de pie detrás de él, lívido de rabia.
- ¿Te diviertes?
Harry notó que se elevaba por el aire. La mano de Snape seguía sujetándolo con fuerza por el brazo. Entonces, con la sensación de que caía en picada, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Snape, y se encontró plantado ante el pensadero que había encima del escritorio del oscuro despacho de su profesor de Pociones.
- ¿Y bien? –preguntó Snape. Le apretaba tanto el brazo que a Harry empezó a dormírsele la mano-. ¿Lo pasaste bien, Potter?
- N-no –contestó Harry al mismo tiempo que intentaba librar su brazo.
Snape daba miedo: le temblaban los labios, estaba blanco como el papel y mostraba los dientes.
- Tu padre era un tipo muy gracioso, ¿verdad? –dijo el profesor, y zarandeó a Harry hasta que le resbalaron los anteojos por la nariz.
- Yo... no...
Snape empujó a Harry con todas sus fuerzas y éste cayó estrepitosamente contra el suelo de la mazmorra.
- ¡No le cuentes a nadie lo que has visto! –bramó Snape.
- No –repuso Harry, y se levantó tan lejos como pudo de Snape-. No, claro que no...
- ¡Fuera de aquí! ¡No quiero volver a verte jamás en este despacho!
Y cuando Harry salía disparado hacia la puerta, un frasco de cucarachas muertas se estrelló sobre su cabeza. Abrió la puerta de un tirón, empezó a correr por el pasillo y no paró hasta que estuvo a tres pisos de distancia de Snape.


Detrás, en la mazmorra, un Snape convulsionado cerró la puerta de un golpe. Y el silencio volvió a su despacho, como la calma después de una gran tormenta. Snape estaba de pie, sus manos apoyadas sobre la puerta, la cabeza gacha y sus ojos cerrados.
Permaneció así un minuto. Hasta que lentamente erguió la cabeza, se enderezó y giró, apoyando su espalda contra la puerta. De reojo observo el pensadero de Dumbledore, aún un poco agitado por haber sido utilizado. Allí estaban los peores recuerdos de su vida.
Snape despegó su espalda de la puerta y caminó hacia la ventana. La abrió. Era una noche estrellada. Podía oír las risas de algunos de los alumnos que aún vagaban por los pasillos del colegio, a escondidas de los profesores. Pero Snape no sintió ganas de ir a reprenderlos. Cerró los ojos y dejó que su furia contra Harry se desvaneciera.
Su mente se volvió hacia el pensadero, que estaba vacío de buenos recuerdos. Sólo lo ocupaban memorias de hechos escabrosos, horrendos, que no quería que nadie conociera. Pero entonces, ¿por qué los retomaba cada vez que terminaba la clase de Oclumancia? ¿Por qué insistía en devolverlos a su mente? ¿Por qué simplemente no los dejaba en el pensadero y se olvidaba de ellos?
¿Por qué? Porque no obstante todo eso, en sus hirientes recuerdos había algo que quería retener en su mente. Había una mirada, una voz, una conversación que por cruda que hubiese sido, no quería olvidar. Había alguien a quien quería tener siempre en su mente.
Cuando abrió los ojos, seguía pensando en ella.


Fin.-

 

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2024-05-19

 

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