Afuera de la casa, un pájaro cantaba, señalando el comienzo del día. Probablemente alguien bailaba en algún lugar, y los niños comían restos de tarta de la noche anterior. Todos estarían felices. La Navidad era época de felicidad.
Sin embargo, Shizuka Watanabe no estaba feliz. Tampoco sabía si se sentía triste. Tenía en sus manos el regalo de Navidad que su padre le había dado, pero todavía no se animaba a abrirlo. Sólo veía en silencio la pequeña nota que tenía pegada en el empaque.
Feliz navidad, Bādī.
Takaku tobu
Recordó que su padre la llamaba Bādī desde que había subido a un árbol y había tratado de saltar desde una de sus ramas
, por supuesto, lo único que había conseguido era un brazo roto y dos dientes menos, pero su padre le había consolado, diciéndole que todos los pajaritos tardaban en aprender cómo no caer.
Sin poder seguir contemplando el largo paquete más tiempo, volteó la cabeza en dirección a la ventana. Llovía. Las gotas de lluvia parecían cantar, melancólicas y constantes melodías, que acompañaban perfectamente su estado de ánimo.
Entonces se encontró con que un pequeño par de ojos la observaban.
Gatosaludó, mientras le rascaba cariñosamente el pelaje negro que el animal tenía detrás de las orejas. Había sido el último regalo de cumpleaños que su madre le había hecho antes de irse lejos. Pensar en su madre la hacía sentirse aún más infeliz todavía.
Oh, Gatogimió. No tenía a nadie más a quien contar sus tristezas. Se sentía tan
sola. Deseaba con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás.
Afuera seguía lloviendo, y ella, sin darse cuenta, comenzó a recordar. Recordó como corría por el bosque la primera vez que vio como unos jóvenes hacían lo que ella había soñado muchas veces con hacer: volar.
Volaban alto, en unos artefactos que Shizuka no había visto antes. Emocionada, regresó a su casa a contarle a su Uba lo que había visto, para más tarde, contárselo también a su padre. Entre pequeños saltos y sonrisas tímidas, le preguntó si ella podía también volar, así como aquellos muchachos.
Nogruñó, sin siquiera levantar la vista de su pergamino. Esas cosas no son para alguien como tú. No va con la tradición de nuestra familia ponerse a jugar jueguecitos ridículos. Su tono se suavizó un poco Ve a estudiar, Bādī.
Shizuka, que sabía que de nada valdría discutir, fue con su Uba para seguir con sus lecciones. A diferencia de muchos de los otros jovenes que vivían en Japón, ella estudiaba en su casa. Además, lo hacía todas las tardes de todos los días, sin ningún tipo de vacaciones, que era lo que los otros niños estaban gozando en aquel momento.
La mayoría del tiempo su padre se mantenía impasible, pero cuando Shizuka mencionaba algo sobre cualquier cosa que no fuera normal, gruñía y se enfurruñaba. Ella comprendía por qué: su madre. Ella una bruja. Y Shizuka también lo era. Pero su padre lo había desconocido hasta que sus poderes comenzaron a revelarse. Entonces fue cuando su madre se fue. Shizuka apenas lo recordaba, pero desde entonces, su padre no la dejaba hacer absolutamente nada fuera de lo normal. Nada de magia.
A Shizuka no le molestaba tanto la falta de magia. Por las mañanas, a veces salía a pasear, o jugaba con Gato. Siempre y cuando no faltara a sus lecciones, su padre no se lo impedía. Era un hombre muy estricto. Criaba a Shizuka con las costumbres antiguas de su familia, e ignoraba por completo los modernismos, o lo que, bajo su punto de vista, era una pérdida de tiempo.
En los días siguientes, Shizuka se distrajo con otras cosas, y procuró no pensar en los chicos voladores. Hasta que un día, cuando paseaba por el bosque, se los encontró de nuevo. Se colocó detrás de un árbol para que no la vieran, y tratando de hacer el menor ruido posible, les observó. Entonces se dio cuenta de que no solo volaban, sino, como había dicho su padre en un tono menos amistoso, parecían jugar. Habían tres pelotas en el aire. Una perseguida por los jugadores, y otra que los perseguía a ellos. Y una última, que Shizuka vio por arte de la suerte. Era pequeña y desapareció dos segundos después de haberla visto. Tenía un bonito color dorado. De pronto, volvió a aparecer en frente a ella. Se quedó hipnotizada por el batear de sus alas, se movían tan rápido que con esfuerzo podía verlas.
Entonces, uno de los jugadores también pareció divisar la pequeña pelotita, y dos segundos después, ya estaba tras ella. La perseguía, como a veces Gato perseguía a los ratones. Entonces, la atrapó.
Sus compañeros estallaron en exclamaciones, algunas de júbilo, y otros algo decepcionados. Bajaron al suelo y fueron por sus cosas. Shizuka se preguntó si debía irse ahora que estaban distraídos, no quería que la encontraran fisgoneando.
¡El mejor partido de Quidditch de la historia! Canturreó uno de los muchachos ¡Cuando volvamos, ganaremos la copa!
Shizuka supuso que hablaba del momento en el que regresaran a la escuela. Así que en aquel lugar volaban. Quidditch, había dicho el muchacho. Seguramente ese sería el nombre de aquel juego. De pronto, notó que uno de los chicos había dejado lo que lo mantenía en el aire hacía unos pocos minutos. Se dio la vuelta para ver si volvía, pero ya estaba lejos.
Sigilosa, se acercó. La pelotita con alas estaba en el suelo, con sus alitas plegadas y escondidas. También estaba la otra cosa
Y era una escoba. Alzó las cejas, extrañada. Una escoba. ¿Cómo podía una escoba hacer que aquellos chicos volaran? ¡Las escobas de su hogar eran de lo más comunes!
Entonces llegó a una conclusión que la hizo sentir estúpida, puesto a que era una bruja. Magia. La escoba volaba debido a la magia.
Dudó un momento. Magia. Era la palabra y acción prohibida. No debía ni siquiera pensar en tocar aquel objeto.
Pero su curiosidad fue mucho más grande que la obediencia que siempre le había profesado a su padre.
Horas más tarde, no estaba arrepentida. Se había pasado la tarde dándose golpes contra el suelo, pero, después de muchos intentos, había conseguido mantenerse en el aire durante unos segundos. Le emoción que sintió no se comparaba con nada. Pero había durado demasiado poco. Después de unas horas, supo que era hora de volver a casa. Algo nerviosa, llevó la pelotita y la escoba con ella. Entonces, fue cuando decidió investigar sobre ese extraño juego del quidditch
Y sólo había un lugar en el que podía hacerlo: la habitación de su madre.
Aquella habitación era un tema tan prohibido como el de la magia. Cuando su madre había quedado embarazada, cayó enferma, lo que causó que necesitara un cuarto para ella sola. Shuizuka no recordaba cómo era, ni cuándo había entrado en él por última vez. Esperó a que su padre saliera para tomar la llave de su estudio y luego, sigilosamente, entró.
No tenía en mente qué era lo que se había imaginado que sería aquel espacio, pero seguramente no tenía nada que ver con lo que se encontró. Las paredes estaban pintadas de color azul. La cama estaba medio hecha, como si alguien se hubiera levantado de ella solo hacía unos minutos. Después de eso, sólo había un espejo y una estantería llena de libros. En el espejo había una pequeña fotografía, en donde se veía a una mujer joven sonriente. Sus rasgos eran distintos a los de la chica. Shizuka sabía que su madre era inglesa. Apenas si reconocía su rostro. Su cara había desaparecido de su memoria, al igual que la noche en la que se había marchado. Bueno, casi toda la noche en la que se había marchado.
Había discutido con su padre, eso lo recordaba bien. «Irá. Es una bruja. No puedes impedirlo. Si insistes en hacerlo, nos iremos solas». Obviamente, su madre no lo había dicho en serio. Su padre sí que lo había impedido, y ella se había ido sola, en singular. Pero
en fin. Decidió no torturase más con eso y fue directo a los libros. Pintura para suelos
No puedo parar de examinarlos durante horas, incluso después de que descubrió qué era el quidditch, y que la pelotita dorada se llamaba snitch. Leyó unos apuntes sobre cómo montar la escoba, cómo elevarla y cómo no caerse cada tres segundos.
Después de unas pocas semanas, puso en práctica todo lo que había aprendido. A veces soltaba en el aire la snitch y la perseguía. Con el tiempo, la atrapaba cada vez más rápido. Iba todos los días a un bosque que estaba alejado de donde había conseguido la escoba y la snitch. Se sentía mal por el chico a quien se las había robado, pero, en primer lugar, no tenía ni idea de quiénes era o dónde vivían, y en segundo, aunque lo supiera, no sabía en dónde conseguir otra escoba, y el placer que le daba volar era demasiado bueno como para dejarlo. Sonreía con otro tanto de culpa cada vez que llegaba a esa conclusión. ¿Qué pensarían sus seres queridos si supieran que se había convertido en una especie de ladrona?
Quizás por la emoción tan grande que le producía todo, fue que comenzó a descuidar sus lecciones. Primero fueron unas cuantas riñas de su Uba, por llegar tarde, por no prestar atención, por no contestar bien, pero luego, todo aquello llegó a oídos de su padre.
No es nadamentía ella, cada vez que él le preguntaba qué era lo que le ocurría. Aparentemente, le creyó en un principio, pero luego, fue poniéndose cada vez más duro. Hasta que un día, le prohibió salir.
Shizuka no podía soportar el encierro, así que decidió escapar por las noches para volar un rato
Desafortunadamente para ella, era muy mala en el arte de salir por la ventana, por lo que su padre la descubrió la primera noche. Shizuka no tuvo más remedio que contarle la verdad: salía a volar. Decidió guardarse la información de que utilizaba la escoba para hacerlo, pero no disminuyó mucho lo que pasó después. No recordaba haber visto a su padre más enojado. La castigó tan severamente, que no le permitió salir de su habitación hasta unos días antes de Navidad. Y aun así, ella siguió volando.
Me encontró de nuevo, Gatodijo con voz triste, tratando de contener las lágrimas. Me siguió de nuevo al bosque y me vio volar.
Su padre había esperado a que ella tocara el suelo y luego, frío y sin decir una palabra, le había arrebatado la escoba, para luego partirla en dos.
Shizuka se sintió demasiado herida. Discutió con su padre. No comprendía por qué no aceptaba que la magia, volar, era parte de ella. «¡Por eso se fue mamá!», le había dicho, arrepintiéndose después de sus palabras. Sin decir nada, él se marchó, dejándola sola en el bosque. Shizuka nunca olvidaría la mirada que le dedicó antes de hacerlo: la de una persona que está sufriendo.
No hablamos por díasle dijo a Gato. Me quedé en mi habitación, hasta que decidí ir al cuarto de mamárecordó que cuando había entrado allí, notó que alguien más había entrado. Se sorprendió, no sabía qué habría hecho su padre allí. Hasta que un día, lo encontró. Era una especie de libro lleno de reportes de periódico e imágenes moviéndose. Había una guerra, Gato. Mamá quería llevarme a estudiar allá
Supongo que papá estaba aterrorizado. La noche en que se fue
, mamá fue a volar. Llovía y
y
se cayó. Contuvo la respiración bruscamente, como si cada palabra que salía de su boca estuviera haciéndole dañoMurió, Gato. Y luego, cuando había ido en busca de su padre para decirle cuánto lo sentía, se dio cuenta de que no estaba en casa. Lo esperó, y esperó, hasta que unos hombres llegaron. Papá iba camino a casa. No pudo contener más las lágrimas. Y u-un árbol cayó frente a su coche
y-y se cubrió la cara con las manos ¡Está m-muerto también, Gato! ¡Está m-mu-er-t-to!
No recordaba qué más habían dicho aquellos hombres. Había notado como sus bocas se movían, pero no había entendido lo que decían. Cuando terminaron de hablar, Shizuka se había limitado a cerrar la puerta. Su Uba le había llegado vagamente a la mente, con un tono de reproche. «Valora cada muestra de amabilidad. Sobre todo en tiempos difíciles. No seas descortés», decía. Pero, ¿qué se supone que tienes que decir cuando alguien te dice que la única persona que te quiere más que a nada en el mundo está muerta? ¿Gracias? Shizuka no lo sabía. Y, sinceramente, tampoco le importaba.
Horas después de que le dieran la noticia, Shizuka divisó el pequeño árbol de Navidad que estaba en medio de la sala. Y el paquete debajo de él, también.
Volvió a acariciar lentamente el pelaje de Gato. Y entonces, sin poder soportarlo más, se levantó y comenzó a abrir su regalo. Ahogó un grito cuando se dio cuenta de lo que era. Con las manos temblorosas, la levantó.
Era una escoba.
Feliz navidad, Bādī.
Takaku tobu
¿Qué significaba aquello? ¿La había perdonado? ¿Sabía su padre que nunca quiso culparle por lo que le pasó a su madre? ¿Quería que volara, que tuviera magia en su vida? ¿Ese sería su regalo de Navidad?
Quizás sí lo era. Quizás su padre le había regalado lo que ella más añoraba.
Nunca lo sabría. Pero aun así
Feliz Navidad, papá. Volaré alto por ti.
¡Hola! Sólo deseo aclarar unas cuantas cosas.
- Para los que no lo saben, Shizuka Watanabe es un personaje inventado por J.K., y según ella, está en el equipo de quiddtich de Japón como buscadora. [Información, en "Quidditch a través de los tiempos" y en ElDiccionario.org]
- "Bādī" significa "pajarito", según el traductor de Google (en el que, honestamente, no confío mucho).
- "Uba", significa "niñera", según la misma fuente.
-"Takaku tobu" significa "vuela alto".
Aclarado esto, ojalá hayan disfrutado de la pequeña historia.
Espero que tengan una muy feliz Navidad.
El regalo de un pajarito. - Fanfics de Harry Potter
Afuera de la casa, un pájaro cantaba, señalando el comienzo del día. Probablemente alguien bailaba en algún lugar, y los niños comían restos de tarta de
potterfics
es
https://potterfics.es/static/images/potterfics-el-regalo-de-un-pajarito-1658-0.jpg
2024-08-29
El contenido original se encuentra en https://potterfics.com/historias/128809
Todos los derechos reservados para el autor del contenido original (en el enlace de la linea superior)
Si crees que alguno de los contenidos (texto, imagenes o multimedia) en esta página infringe tus derechos relativos a propiedad intelectual, marcas registradas o cualquier otro de tus derechos, por favor ponte en contacto con nosotros en el mail [email protected] y retiraremos este contenido inmediatamente