¡Malditos brujos egipcios! Todo lo complicabaninfinitamente, sobre todo si se trataba de brujos de la edad antigua, con losque ya no podía hablar. Ni tan siquiera podía eliminar sus maleficios.
Otra vez más, me veía en el interior de una pirámide,tratando de lidiar con misteriosos secretos faraónicos y, por desgracia,nuevamente sin resultados satisfactorios. En una de esas los duendes iban adespedirme pero, ¡por Merlín! No hacía ni un año que llevaba trabajando paraGringotts, para mí que no tenía la suficiente experiencia como para trabajarcon un maleficio de tal envergadura. ¿No sería todo maravillosamente mássencillo si enviaran a alguno de mis compañeros? ¿Aquellos que llevaban variosaños en Egipto? No, eso no podía ser. Los mejores en este campo eran Fosatti y Löwe,pero esta misión abarcaba incontables riesgos; no podían permitirse perder asus dos mejores hombres. Pero sí a Bill Weasley, mi humilde persona.
Y allí me encontraba, con un ligero temor a que en aquelencargo de peligrosidad cuatro -en una escala en la que el cinco representabael mayor peligro- pudiera perder algo más que los nervios.
Hacía un calor terrible dentro de la pirámide y yo estabasudando a chorros, lo que hacía que el cabello se me pegase a la caramolestamente. Algo que nadie hubiera pensado, ya que se suponía que las piedrasaislaban la calidez del exterior, pero por alguna razón, aquello se asemejaba aun insidioso infierno del que tenía ganas de escapar.
Miles de jeroglíficos estaban grabados en las piedras delpasadizo, y yo me estaba volviendo loco en mi afán por traducirlos. Tenía unbuen montón de papiros y otros diversos papelajos sujetos entre las manos, másotra pila de ellos esparcida por el suelo. No daba a basto, ya me estabasaliendo humo de la cabeza. Aquellos magos eran astutamente retorcidos, podría pasarmeaños allí sin resolver absolutamente nada.
Al cabo de otro par de horas de trabajo insatisfactorio, mistripas comenzaron a rugir: era la hora del almuerzo. Avancé un poco por elpasadizo para desconectar de todo aquello y, lo más importante, para evitar estropearcon la salsa de mi sándwich alguno de los papeles en los que había escrito misbanales suposiciones.
Me apoyé contra una pared algo más alta que las anteriores ycon muy pocas inscripciones en ella, que tenía otra exactamente igual al frente.Sin previo aviso, con mi más mínimo roce, las paredes comenzaron a temblar. Mepuse en pie de un salto tirando toda la comida a mí alrededor, intentando averiguarlo que sucedía, pero con resultados infructuosos. Unas rocas comenzaron a caersobre todos mis útiles de trabajo.
-¡Mierda! -Exclamé totalmente enfadado, parece que a eso esa lo que se referían con peligrosidad cuatro.
Por suerte, tuve los reflejos, o quizá, la demencia suficientescomo para saltar allí y agarrar mi varita. Justo a tiempo de que una piedra nola aplastara despiadadamente. Confuso, pude observar como la pared que estabaenfrente de la que me había apoyado, comenzaba a levantarse lentamente,dejándome entrever que había una sala oculta detrás de ella. Al final con unruido seco, la pared terminó de alzarse, como si alguien hubiera tirado de ellacon fuerza con la ayuda de una soga. En ese momento, el pasadizo dejó dederrumbarse.
Observé la nueva habitación que había descubierto,probablemente por la ignorancia que había presentado al apoyarme en un lugar enel que no sabía qué ponía. No parecía un lugar peligroso. Una luz febril, que asaber de dónde procedía, iluminaba tenuemente la estancia. Era muy amplia, susparedes estaban adornadas con cientos de dibujos que no podía identificar desdeel lugar en el que me encontraba. Y en mitad de la sala, una estatua imponentede la diosa Isis, o quizá era la diosa Maat, yo nunca había aprendido adistinguirlas. En la base de la estatua había unas inscripciones y me decidí aacercarme hasta allí para intentar leerlas, al fin y al cabo, el lugar por elque había entrado estaba completamente obstruido, debía encontrar otra salida.Te recomendamos PremiosOffline
El ambiente en ese habitáculo era frío, nada comparable conel caluroso pasadizo. Empecé a tiritar, el sudor que había mojado mi camisetapor completo ahora se estaba volviendo terriblemente gélido.
La estatua de la diosa me doblaba en altura, era gigantesca,hacía que quisieras respetarla. Desde luego, por más que intenté resolver loscomplicados jeroglíficos inscritos en su base, no lo conseguí. Puede queestuviera demasiado nervioso o, más probablemente, que en el tiempo que llevabaen Egipto desempeñando ese trabajo, no había conseguido cogerle el truco a esetipo de escritura. Así, nadie adivinaría jamás las excelentes notas que obtuvecuando me encontraba estudiando en Hogwarts; claro que, lo que me enseñabanallí, tenía siempre algún sentido.
De pronto escuché algo, como un susurro de telas frotándosecontra la piedra. Y sentí un horrible olor a podredumbre del que no me habíapercatado antes, por increíble que pareciera. Cogí mi varita con firmeza y la encendícon un simple lumos, necesitaba ver el porqué de aquello. Pero rápidamentedeseé no haberlo hecho. Un ser con el cuerpo recubierto de vendas sucias ycorrompidas estaba entrando en la sala con paso lento, pero firme. Meencontraba ante una momia.
Aquel ser se acercaba a mí, balbuceando cosasincomprensibles que comenzaban a aterrarme. Yo sólo podía pensar en loshechizos que me habían enseñado durante las primeras semanas de estancia en Egipto,pero me costaba recordar los referentes a las momias; supongo que en su momentolos deseché, me habría parecido improbable encontrarme en tal situación. Crasoerror.
-¿¡Quién eres tú!? -Una voz fría e inhumana retumbó por losmuros de la habitación, lo que hizo que me echara hacia atrás inmediatamente-. ¿¡Porqué me has despertado!?
No sabía qué hacer, tampoco cómo responder; lo único quesabía a ciencia cierta era que quería salir inmediatamente de allí, alejarme lomáximo posible de aquella cosa llena de vendas y suciedad. Miré hacia el techodesesperado y descubrí anonadado que había una abertura justo encima de laestatua de la diosa, quizá si la trepaba me vería libre de aquella pesadilla.
Miré los ojos de la estatua, como intentando disculparme porlo que iba a hacer a continuación, y rápidamente me dispuse a ascender. Lamomia ya se encontraba demasiado cerca de mí, casi podía rozarla si extendíalos brazos hacia ella; claro, que esa opción ni siquiera se pasó por mi cabeza.Subí tan rápido como pude, resbalando en incontables ocasiones y, a causa deello, magullándome allí donde me rozaba contra la dura piedra de la estatua.Pero al fin conseguí llegar arriba de la misma. Miré hacia abajo, donde lamomia había quedado profiriendo gritos guturales incomprensibles. Al parecer,no se atrevía a mancillar la efigie de su diosa, lo cual a todas luces era unafortuna.
Encima de mí había una especie de trampilla de cristal, pordonde entraba la mortecina luz. Apunté hacia ella con mi varita, tapé mi rostrocon el brazo que me quedaba libre y murmuré: bombarda. Cientos de esquirlasde cristal salieron disparadas en todas direcciones, algunas se me clavaron porel cuerpo, pero no me importaba demasiado. Me guardé la varita en el bolsillotrasero de mis pantalones y alcé los brazos para agarrarme al borde de latrampilla. Me impulsé con todas mis fuerzas hacia arriba y poco a poco conseguísalir de aquel terrorífico lugar.
Al parecer, había ido a dar a una de las partes de lapirámide que los ingenuos muggles pagaban para visitar. Si supieran lo queandaba rondando debajo de sus pies, probablemente huirían despavoridos de allí.
En el interior de una pirámide - Fanfics de Harry Potter
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2024-11-19

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