- Déjalo, él todavía es un nenito de mami -escuché decir al estúpido de Marcos, que se burlaba de mí por no querer hacerla cosa más idiota que podría hacer en la vida.
- Se los repetí ya mil veces, ¿tan ignorantes sonacaso que no comprenden la estupidez que es hacer eso?
- Ay, la nena se enoja. ¿Por qué mejor no vas ajugar con tus muñecas, o corres a decirle a tu mamá que te estamos molestando?
- Está bien, me rindo. Sólo para demostrarles queno hay nada que temer, y que si no quiero ir es por respeto hacia los muertos.
Todos sonrieron. ¿Cómo lograron convencerme para queaceptara? No lo sé, pero a pesar de eso me fui a mi casa a ducharme y prepararmepara la noche. Aseguré a mis padres que volvería temprano, que no tomaríaalcohol y que no saldría de la casa. De la ida al cementerio ni hablar, y dequedarme hasta la madrugada allí tampoco. Salí de casa ya en medio de laoscuridad. Hacía calor y no quedaba muy lejos de la mía. Además, recién era lasdiez de la noche, y yo ya tenía catorce años, ¡como para no dejarme ircaminando!
Llegué a lo de mi amigo cinco minutos después de habersalido de mi casa. Estaba todo muy silencioso y eso me sorprendió. Aún así,fui hasta la puerta y toqué timbre. Nadie respondió. Lo presioné de nuevo y lomantuve apretado por más de veinte segundos hasta que Iván, el mejor amigo deMarcos, abrió la puerta.
- ¿Qué haces acá? ¿No te dijeron que estabaenfermo y que al final no hacíamos nada?
- Ehh, no, ¿y vos no podías haber avisado? ¿Creenque soy estúpido? ¡Esto no es divertido!
Se empezó a reír con ganas, como diciendo "Caíste", y alinstante todos mis amigos salieron, disfrazados de zombis, brujas, locos yvampiros, de la parte de atrás la casa y de los árboles, gritando e intentando asustarme,aunque ya sabían, o por lo menos yo lo creía, que sería en vano. No me asustofácilmente. En realidad, no lo hago con nada excepto con las alturas, que enverdad me aterran.
No pude hacer más que reírme de su ocurrencia, y felicitécon ironía a los chicos. Varios de ellos ya estaban más que borrachos y noquerían hacer más que tomarse una siesta, y vomitar. Otros, como yo, todavía nohabían comido, y decidieron pedir unas pizzas. Comimos en silencio, mientraslas botellas se vaciaban cada vez más y más, y los demás chicos estaban cada vezmás ebrios. Además ya era cerca de medianoche, la hora que propusimos para laaventura, por lo que les dije de ir hacia el cementerio, y nadie ofrecióresistencia. Los chicos llevaron linternas, sogas, ropa de sobra y demás,aparte de encendedores y cigarrillos para pasar la noche.
Caminamos durante mucho tiempo, mis "amigos" se tambaleaban,y yo debía esperarlos, por lo que llegamos hasta allí solo unos minutos antesde la hora esperada. Marcos conocía un misterioso lugar por el que sólomoviendo una piedra logramos entrar al cementerio. Miles de hileras de tumbasnos rodeaban, ejerciendo sobre nosotros un efecto de soledad y vacío.
Elegimos una hora límite: las cinco de la madrugada. Repartieronlas linternas; por suerte habían conseguido suficientes como para tener una cadauno, así que no tendría que caminar junto a nadie, lo que sería una gran suertepara mí. Nos separamos, no sin antes quedar que nos encontraríamos en laentrada a la señal que haría José con el aullido de un lobo.
Me dediqué a explorar y a encontrar apellidos conocidos. González,Fernández o Zaragoza eran algunos de los que más se repetían, haciendo notar ladescendencia española del país. Vi varias veces las luces de las linternas demis compañeros, que, medio tambaleantes, se dirigían hacia donde se les ocurría,gritaban, corrían y no hacían más que pisar tumbas y romper todo lo que se lescruzara por el frente, solo por el hecho de hacer algo que suponían divertidomientras les durara la borrachera, y que no lo era en absoluto.
Escuché al lobo, o más bien dicho, el grito horrible ydesgarrador que surgió de la garganta de mi compañero. Volví, tardando lo másposible, hasta la entrada y cuándo llegué ya todos estaban esperándome. Meabuchearon, diciéndome que era un estúpido, y que no tenía sentido de la ubicación,y yo solamente les respondí que era muy probable y me callé la boca. Uno de loschicos sacó de no sé dónde una desafinada guitarra y empezaron a cantar, o loque se suponía que era eso, ya que de sus bocas no salían más que unos gritosaún más desafinados que la guitarra, cosa que parecía bastante poco posible dehacer. Y yo, por supuesto, intenté sin éxito unirme a ellos y después meresigné a oírlos durante poco más de una hora
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Me desperté, aunque no recordabahaberme dormido. Todavía era de noche y algunos chicos también se habían echadoa descansar. Miré mi reloj. Todavía podía quedarme en el lugar por más de unahora antes de volver a casa. Algunos, los que todavía estaban despiertos,comían un chocolate o charlaban entre ellos, mientras intentaban sacar másalcohol de las botellas vacías.
Hacía frío, e intenté calentar mismanos frotándolas entre ellas. Me subí el cuello de la campera y propuse daruna vuelta, o empezar a volver, ya que en el estado en el que estaban miscompañeros tardaríamos un buen tiempo en llegar. No me hicieron caso y meresigné a esperar ahí con ellos.
Escuché un grito, o más bien unllanto oscuro, desgarrador. Los chicos que dormían se despertaron y los quetodavía no lo hacían pegaron un salto. Yo ni me moví, con seguridad era alguno haciéndoseel tonto. Pero enseguida descubrí que en el círculo donde me hallaba no faltabanadie. ¿Acaso sería un ladrón? ¿Un asesino? No lo creía, debía de tratarse delviento, o de algún animal moribundo.
El compañero que tenía frente a míseñaló hacia mis espaldas, aterrorizado, y salió corriendo. "Que tarado - pensé- Se piensa que así va a poderme asustar". Me giré, con tal de ver si lo queseñalaba el chico era real y me sorprendí.
Una mujer de largos cabellonegros y aceitosos nos observaba desde la parte superior de una tumba marmolea,una de las más antiguas y rajadas delcementerio. Lloraba con desconsuelo, y parecía flotar a unos centímetros delsuelo. Daba miedo, pero también un poco de lástima. ¿Qué le podría haber pasadopara que se encontrara en ese estado?
Mis amigos se asustaron y algunoscorrieron. Otros sacaron sus celulares y llamaron a sus padres, que nocontestaron. Pero yo me acerqué. No me daba miedo, es más, tenía ganas deayudarla. Me acerqué a ella, a pesar de quemis compañeros, mis supuestos buenos amigos, hubiesen escapado, dejándome sólocon la mujer.
Ella parecía haber muerto hacemuchísimos años. Sus brazos eran propios de un esqueleto, y su cara mostraba elpaso de las drogas o de alguna extraña enfermedad que achicaba su nariz yacrecentaba en exceso sus pómulos. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y esola hacía parecer más vieja aún de lo que debía ser.
- - ¿Qué sucede? - me acerqué a ella y la miré - ¿Ycómo te llamas?
- - ¡Mis hijos! ¿Dónde están mis amores?
- - No lo sé, señora, si quiere puedo ayudarla enencontrarlos. ¿Se perdieron? ¿Aquí, en el cementerio?
- - ¡NO! ¡Tampoco podrías hallarlos! Ellos están
Están
¡muertos!
- - Oh, lo siento mucho - dije pensando en la desgraciade ésta madre sin hijos - Seguro que alguien puede ayudarte
- - No, no lo creo en absoluto - respondió - Lo únicoque puedo lograr buscando ayuda es que me apresen. ¡Yo los asesiné! ¿Por qué lohice? ¡No lo sé!
Me quedé plasmado. ¿Es unaasesina? ¿Justo ella, que parecía la mujer más buena del mundo?
- - ¡Por supuesto que lo hice sin querer! - exclamó alver mi cara de espanto - No tuve más remedio. Aún no puedo dejar de ver sustres hermosos rostros todas las noches en las pesadillas que comenzaron aacecharme luego del desastre.
- - Eh
Lo entiendo. Le recomiendo concurrir a un psicólogo de confianza, queguardará su secreto
Y ahora debo volvercon mis amigos - dije con seguridad. En realidad lo que más me apetecía erasalir de allí y volver a casa - Adiós.
- - Gracias por todo - respondió - Eres unchico muy bueno e inteligente
En ese instante acercó su manohacia mi cara y alargó su largo y huesudo dedo hasta tocar mi frente. Y medesvanecí.
Desperté cuando ya estaba poramanecer. Me sentía más liviano y extrañamente sin dolores. Seguía en elcementerio y me rodeaban decenas de de caras sorprendidas y llorosas, quesusurraban entre ella y rezaban. Me señalaban y decían cosas del estilo de "note puedo creer" o "era tan joven"
¿Qué sucedía allí? ¿Por qué lloraban y meseñalaban? Yo estaba en perfecto estado, es más, me sentía mejor que nunca enla vida.
Y entonces, con horror, descubrí,al mirar hacia mi izquierda, que no me señalaban ni hablaban de mí, sino dealgo que se hallaba a mi izquierda en el suelo, inmóvil. Mi cuerpo, sin vida,se encontraba sobre una tumba que ya tenía escrito mi nombre. La Mujer, extrañay horripilante, había hecho conmigo lo mismo que con sus tres hijos. Me habíaasesinado. Me había convertido en mi propio fantasma.
Encuentros en el cementerio - Fanfics de Harry Potter
- Déjalo, él todavía es un nenito de mami -escuché decir al estúpido de Marcos, que se burlaba de mí por no querer hacerla cosa más idiota que podría h
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2024-08-10
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