Flor de fuego. - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Unlatido, dos latidos, tres.

Abrí los ojos somnolienta, aquel apacible y regularsonido me hacía querer dormir más, pero tenía cosas que hacer, acabar lostrabajos para la facultad, fregar la montaña de platos que habíamos acumuladoesa semana en el lavadero, intentar que la lavadora funcionase de una buenavez, y después de todo eso tenía turno de tarde en el bar hasta la diez.

- ¡Di - diiiii, el desayunooo! - aquel grito,proveniente de su querida compañera de piso, casi la hizo caer al suelo cuandose estaba calzando las zapatillas.

- Ya voy - respondí a media voz mientras levantabalas persianas, dejando que la luz de la mañana entrase a raudales por esta,cegando mis ojos por unos instantes, y haciéndome trastabillar en busca de miropa, hasta que la encontré arrugada sobre el escritorio.

 

- ¡Si no vienes iré por ti! - otro chillido de Flor,eso me dejaba como cinco minutos para salir del cuarto, pensé echándole unrápido vistazo a este.

Las paredes empapeladas de escritos, fotos ydibujos, el suelo forrado con aquella mullida alfombra roja, la papeleravolcada en un rincón, los libros de clase amontonados en una inclinada torrejunto al escritorio, los altavoces del estéreo prácticamente colgando por elborde de la mesita de noche, todos los discos de música esparcidos por doquier,y varios montones de ropa desperdigados por el suelo, solo había un lugar quese libraba de aquel increíble caos, y eran las dos estanterías pulcramentecoladas en la zona donde menos sol daba, en las cuales reposaban mis amadoslibros.

Sonreí para mí, como Flor entrase en la habitacióntendríamos nuestra típica riña sobre orden y desorden, y en esa discusión nisiquiera mi despreocupada forma de vestir estaba a salvo, aún recordaba laocasión en que quise cenar la noche de mi cumpleaños en pijama, Flor casi mecomió viva a base de riñas y gritos de incrédula indignación por mi ocurrencia.Pero a fin de cuentas, esa era una de las cosas divertidas y prácticas de vivircon ella, yo ponía límite a su fanatismo por el orden y la ropa, mientras queella limitaba mi desorden.

Cuatrolatidos, cinco latidos, seis.

Parpadeé, alzando mi vista al techo con curiosidadante aquel rítmico repiqueteo, había pensado al levantarme que eran retazos dealgún sueño, pero al parecer era algo más que eso, me dije girando sobre mistalones al escuchar los nítidos pasos de Flor recorriendo el pasillo conpremeditada lentitud. Aquello quería decir que cuenta me traía salir ya si noquería problemas, y la verdad, aquella mañana no tenía ganas de meterme enlíos, ni siquiera con mi lunática amiga Florencia.

- Ya, ya voy mujer, no hace falta que empieces con elpase de modelos en el pasillo - comenté divertida sacándome el pijama de un parde tirones y arrojándolo a la cama, para meterme en mis simples jeans y laúltima camisa que me quedaba limpia, culpa de nuestra ruinosa lavadora.

- Me comeré tu parte por graciosillaaa - canturreóFlor al otro lado de la puerta, haciendo que mis ojos se abriesen de par enpar, y me calzase las deportivas a todo correr, para instantes después salirderrapando al pasillo detrás de ella.

- ¡Si tocas mi comida mezclaré tu ropa de color conla blanca! - grité, haciendo que se parase en seco y me estrellase contra suespalda, lo que provoco que ambas acabásemos cayendo al suelo echas un nudohumano.

- Toca mi ropa y eres loca muerta - siseó conforme yome quitaba de encima de ella, ignorando su amenaza y saltando los pocos metrosque quedaban hasta nuestra pequeña cocina, donde agarré mi taza y dos tostadas- Maldita sea, no me ignores - se quejó entrando tras de mí, pero al parecer elenfado se le pasó al verme engullir las tostadas, pues se dejó caer en la sillamás próxima muerta de risa.

 

Yo la ignoré, siempre reaccionaba igual cuandocomía con tanto entusiasmo, según ella, ponía cara de niña pequeña y eraimposible no reírse, así que para rematar la función le sonreí inocente antesde inflar los cachetes.

Sietelatidos, ocho latidos, nueve.

Quedé quieta, ignorando la ruidosa risa de Florpara alzar de nuevo la cabeza hacia arriba, de nuevo aquel curioso sonido. ¿Pájarosen la azotea tal vez? Me pregunté llevándome la taza a los labios con el ceñofruncido, por alguna razón aquel sonido comenzaba a inquietarme.

- ¡Di - di! - el llamado de Flor fue lo que me saco demi inquietud, devolviéndome a la cocina - ¡Son las doce!

- Qué son las qué
- mascullé horrorizada posando mivista en el reloj del microondas, que efectivamente, marcaba las doce y mediade la mañana - ¡Joder! - solté entre dientes haciendo que Flor enarcase lascejas, mientras yo me bebía el resto de mi cola cao de un solo trago y saltabahacia la pila, donde reposaba una enormísima torre de platos que comencé alavar sin mediar palabra, dejando que ella recogiese lo que quedaba sucio deldesayuno, y esparciese por la mini mesa del salón todos sus libros y apuntes.

Dos toneladas de platos sucios y cuarenta peleascon la lavadora después, pensé de malas pulgas saliendo de detrás de la susodichamáquina infernal y arrojando contra el sillón el maldito destornillador, sinprestarle atención alguna a Flor, que dormía tranquilamente en el sofá, con lamitad de sus papales tirados por el suelo y el libro de inglés reposando sobresu pecho. Bufé, ella durmiendo y yo peleando mano a mano con la lavadora,maldita fuese mi suerte, me dije echándole un vistazo a la hora solo paraaterrarme una vez más. ¡Las tres y veinte! Mi turno empezaba en cuarentaminutos y yo mientras allí parada, con toda la ropa y la cara llena de grasa.

- Mal día - maldije para mí corriendo hacia al baño ylanzando mi ropa por los aires, para darme una ducha tan exprés que ni siquierale dio tiempo al agua a calentarse cuando ya había salido, me había puesto laprimera ropa que encontré, y corrido media avenida hasta atrapar el últimoautobús.

Diezlatidos, once latidos, doce.

¿Pero qué? Miré a mi alrededor alarmada, buscandoentre las personas del autobús, incluso revisé mis deportivas en busca de algopegado en sus suelas que pudiese hacer el maldito ruidito, pero no había nada,y en el transporte apenas si había un par de personas de edad media mirando porla ventaba con aire aburrido. Dejé ir un suspiro, iba a tener razón Flor y aveces me imaginaba cosas, pero aquello no terminaba de dejarme tranquila,sentía una dolorosa presión en el pecho que me alertaba de la verdad, una queyo no quise escuchar cuando me bajé dos paradas más tarde, y corrí a todavelocidad hacia mi lugar de trabajo.

- Diana, ya pensaba que no llegabas - el comentariopodía parecer amable, pero en boca de mi jefe era una clara advertencia, sivolvía a pasar me iba a ver de patitas en la calle.

 

- Lo siento - contesté aquello sin más, sabía que alél no le gustaban las excusas, por lo que simplemente agarré mi delantal y meadentré en la cocina, donde ya me esperaba Beatriz, la hiperactiva cocinera quehabía espantado a sus quince anteriores ayudantes.

- Vamos, vamos, vamos, vamos. Tenemos muchas cosasque hacer antes de la noche, venga, muévete, pásame las patatas, empieza acortar esas zanahorias. ¡Pero por todos los demonios, que no se te olvidelavarte esas manos! - dijo, moviéndose de arriba para abajo mientras yo me lassecaba en el trapo más próximo, por eso trabajábamos bien juntas, yo ya iba unpaso por delante de ella - oh, ya están limpias, entonces comienza, ¡Laszanahorias! ¡Y los champiñones! ¡Pizza, pizza, pizza! - pasé olímpicamente desu canto matutino y me puse a lo mío.

Corriendo de un lado a otro antes de que ella mepidiese las cosas, y dejando estas sobre su tabla de ingredientes, por suertepara mis oídos yo solo trabaja con ella la primera hora y media, que no tardóen pasarse, dejando entrar por la puerta a Frank, que rodó los ojos al ver lasurrealista velocidad con la que hablaba hoy nuestra cocinera. Yo me encogí dehombros compasiva, pero salí de la cocina antes de que pudiese pedirme piedad.No soportaba que me suplicasen, y él se aprovechaba de eso cada vez queBeatricita tenía exceso de energías.

Trecelatidos, catorce latidos, quince.

Mi mano se detuvo a medio camino de coger labandeja para atender a unos recién llegados clientes, y mis piernas por pocasse doblan del frío que sentí recorrer mi cuerpo. Tragué duro, no era nada, nadade nada, me dije con firmeza permitiendo por un momento que mis ojos vagasen asu antojo, observando la sobria chimenea de piedras del rincón, las macizasmesas de madera y los fuertes ladrillos de las paredes, solo suavizados por lasfotografías que colgaban de ellas, atestiguando el paso del tiempo que llevabavivo el lugar. Tomé la bandeja con presteza, sintiéndome tan segura como lassólidas piedras sobre las que se levantaba el edificio, eché a caminar hacialos clientes, atendiéndoles con la eficiencia que me caracterizaba y que tantocomplacía al jefe, que me observaba frotando unos vasos ya impolutos desdedetrás de la barra. Juegos gratis para movil

Seguí trabajando, no me detuve para nada, nisiquiera descansé los diez minutos que el jefe solía darnos para querespirásemos un poco, al contrario, trabajé el doble, y cuando acabó mi turnono me despedí de nadie, lancé el delantal, tomé mi bolsa y eché a correr. Micorazón rugía con fuerza, mi mente era un torbellino multicolor que noalcanzaba a entender, tan nerviosa estaba que cuando paré en la parada delautobús me removí una y otra vez, andando en torno al banco como Beatriz lohabía hecho frente a mí en su cocina. Tenía miedo, y no recordaba haber sentidoaquel tipo de miedo desde que mi madre fue atropellada.

Dieseislatidos, diecisiete latidos, dieciocho.

Salté dentro del autobús a toda velocidad, pasandomi tarjeta por el escáner y moviéndome por todo él sin parar, estabaaterrorizada, aquel trasto tenía que darse más prisa, más, más, más rápidomaldita sea. Pero no iban a acelerar por mí, yo lo sabía, e igual que habíasaltado dentro salté fuera dos paradas antes de tiempo, corriendo una calletras otra sin detenerme siquiera para respirar. Saqué de un tirón mis llaves dela bolsa, ignoré el ascensor abierto y pasé como un rayó frente a al vecino deltercero, que se quedó con la boca abierta en mitad de un mudo saludo que noescuché. Estaba demasiado ocupada subiendo los escalones de dos en dos con miscortas piernas, demasiado ocupada escuchando los latidos de mi propio corazónen la garganta, latidos como esos que llevaba escuchando todo el día sobre micabeza.

 

Diecinuevelatidos, veinte latidos, veintiuno.

Deberían haberse opacado por la desesperación delos míos, pero no lo hicieron, aquellos otros sonaban lentos, opacos, tristes,débiles. Una lágrima bajó por mi mejilla, pasé de largo la puerta de mi casa yseguí subiendo las escaleras. La azotea estaba abierta, nunca estaba abierta,nadie subía a ese lugar excepto Flor y yo, ¿Cuántas noches habíamos pasado allíarriba entre risas y llantos, guardando silencio y viendo la noche pasar, conla esperanza de que el día no nos alcanzase jamás? Más lágrimas escaparon de suencierro mientras irrumpía temerosa en la azotea, a pasos tambaleantes yerráticos.

Veintidóslatidos, veintitrés latidos, veinticuatro.

La lucha de un corazón humano por seguir bombeandosangre a todos los músculos, por seguir vivo, latiendo.

Veinticincolatidos, veintiséis, veintisiete.

Pisé el viscoso charco mucho antes de verlo, de serconsciente de qué era, porque no fue su visión lo que me hizo pedazos, fue loque había más adelante. Acurrucada abrazando el cojín donde yo solía apoyar lacabeza, con un cuchillo junto a ella y el cuello manando sangre a pequeños peroveloces borbotones.

- Flor
¡Flor! - me lancé sobre ella, tratando detapar la herida con mis manos mientras sus ojos negros, opacados por la pérdidade sangre, buscaban los míos desesperadamente - Mi Flor...

- Corre - una sola palabra, solo eso alcanzó amurmurar antes de que su mirada perdiese todo rastro de inteligencia, y la vidaescapase de sus labios en un último suspiro que quemo mi piel de la forma másdolorosa.

Que corriese, que saliese corriendo, que huyese. Quitémis manos de su cuello, me levanté con tanta lentitud que yo misma dudé de misfacultades mentales en ese instante, pero enseguida comprendí que me importabanuna mierda mis facultades mentales en ese momento.

Unlatido, dos latidos, tres.

Sonreí de medio lado, giré sobre mis gastadasdeportivas, provocando un desagradable ruido de succión al despegarse estas dela sangre del suelo, que hizo temblar mi ser por dentro, mientras que por fueraseguía impasible.

- ¿Es el turno de mi cuenta atrás? Uno, dos, tres -me sorprendí a misma cantando eso de forma tan siniestra - vamos, sal,muéstrate. ¿Me vas a matar de todas formas verdad? Déjame ver la cara quemaldeciré hasta con el último aliento de mi vida.

- Coraje, entereza, la furia de un defensor de lossuyos - su voz sonaba hueca, pero lejos de asustarme me hizo sentir más furia,más dolor en el pecho.

- Me la has quitado - susurré, cerrando mis manos engoteantes puños de color carmín.

Cuatrolatidos, cinco latidos, seis.

Temblores mezcla de furia, tristeza y ansiedad, mesabía muerta en poco tiempo, y sin embargo me daba exactamente igual. Cerré losojos un segundo, despejándolos de la marea de llanto en la que me habríagustado poder sumirme.

- Ella sabía tan dulce, y fue tan ingenua, me siguiócual cordero hasta el cuchillo que la degolló.

 

Me estaba doliendo, no lo admitiría, di dos pasosen dirección a su voz, siguiendo el vacío de esta sin detenerme a pensar en lasconsecuencias, sin saber que me iba a encontrar si lo hacía.

Sietelatidos, ocho latidos, nueve.

- Pero no es la suya la muerte que quiero disfrutar,lo sabes, ¿Verdad que lo sabes? Quiero disfrutar la tuya, notar tu tibia sangrecorrer por mi garganta, te he observado, te he anhelado. Tu muerte será mía.

Diezlatidos, once latidos, doce.

No contesté, no parpadeé, no dejé de caminar haciadelante, rodeando el depósito de agua hasta vislumbrar la sombra de su figuraen una esquina, aflojé los puños solo para volver a apretarlos, tenía quegolpearlo, tenía que hacerlo, aunque fuese mi última acción, aunque no supieraquién o qué era. Iba a hacerlo, le daría el mejor golpe de mi vida.

Trecelatidos, catorce latidos, quince.

Mis piernas tomaron solas el impulso hacia delante,y la tensión en mi brazo izquierdo me indico que estaba más que listo paralograr aquella hazaña, lanzándose hacia delante sin esperar mi consentimiento,atravesó limpiamente la negrura de aquella presencia, quedando azul, congeladoe inservible. Volví a girar, buscando con mis sentidos la gelidez que delatabasu posición, y le seguí, dispuesta a empeñar mi vida por un solo golpe en suasesina cara.

Dieciséislatidos, diecisiete, dieciocho.

No tardé en detectarlo, no tardé en lanzar otrogolpe con el brazo que me quedaba sano, y este no tardó en quedar congelado,tan inservible como el otro, pero igual que con el otro, ignoré el dato y seguítras él. Aún me quedaban dos piernas con las que golpear.

- Oh, cuanto espíritu, cuanta vitalidad, vas a ser mimejor comida. Me volverás tan poderoso, sigue, sigue, demuéstrame hasta dóndeme vas a hacer llegar cuando te devoré - rio, quedando parado junto al cuerpode Flor, de mi Flor.

La rabia ardió por mis venas, casi pude sentirlaquemándome por dentro, cuando para mi propia sorpresa mi brazo izquierdoreaccionó, volando hacia delante e impactando contra su rostro, que descubrípor fin frente a mí de un pálido y malsano color azul.

Diecinueve,veinte, veintiuno.

Ya no era solo mi cuenta atrás la que sentíadeslizarse en aquellos vacilantes latidos, una sonrisa tembló en mi rostro,lancé de nuevo mi brazo hacia su cara, lo lancé una y otra vez, lo pateé, logolpeé. Seguí así sin parar un solo instante, mientras aquel ser intentaba envano esquivarme, no lo iba a lograr, iba a llevármelo conmigo.

Veintidós,veintitrés, veinticuatro.

Mi respiración se aceleraba, me sentía arder conuna fuerza que me dolía, como si de verdad me estuviese quemando, pero lejos depreocuparme por ello solté otro golpe, y otro más, y uno más, hasta que su friocuerpo azul cayó sobre la sangre que encharcaba el suelo.

- Te lo mostraré
- soné ronca, cansada, acabada. Fuiconsciente de ello, pero eso no detuvo mis manos cuando se apretaron por instintocontra su pecho, haciendo que este humease, y un sobrenatural grito se elevaseen el ambiente, uno tan agudo que sentí una explosión dentro de mis oídos, y ellíquido comenzar a fluir desde ellos, justo en el instante que mis ojos veíanfundirse en agua la ropa y la piel que apretaban mis manos - te llevaré
alinfierno.

Solté el aire contenido, por una décima de segundofui incapaz de moverme, hasta que vacilante, sintiendo ya la muerte de aquellacosa, me levanté. O más bien me arrastré, dirigiendo mis agotados pasos a loquedaba de mi amiga, de mi hermana.

Veinticinco
veintiséis
veintisiete

Caí hondo, profundo a través de una inmensa espiralde humeante fuego, mientras mi cerebro procesaba un último roce, una últimaimagen, el último sonido que escucharía.

- La Flor de Fuego
. aquella que solo florece una vez- un apagado susurro, una tenue caricia en mi cabello, antes de que no sintiesenada más.

Y fueron las manos de él las que sostuvieron su yavació cuerpo, alzándolo en el aire conforme sus verdes ojos se elevaban alcielo, observando el principio de una poderosa tormenta, que borró los rastrosde su presencia, y también los de aquella muchacha ya sin vida, que se llevópegada contra su pecho.

Flor de fuego. - Fanfics de Harry Potter

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Abrí los ojos somnolienta, aquel apacible y regularsonido me hacía querer dormir más, pero tenía cosas que hacer, acabar lostrabajos para la facultad, freg

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2023-02-27

 

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