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El día era frío y ventoso. En el diario pronosticaban lluvia para esa tarde, y como no tenía nada planeado, decidí ir a alquilar una película para que la jornada no se torne demasiado aburrida.
Caminé hasta mi videoclub habitual, el que atendía Esteban, un chico muy simpático y charlatán. Al entrar, me sonrió:
- Hola Laura, ¿qué tal? - me dijo.
- ¿Cómo andás?
- ¡Qué día, eh! Parece que va a llover.
- Sí, eso dicen.
- ¿Todo bien lo tuyo?
- Sí, ¿y vos?
- Muy bien.
- Mejor así. Voy a ver qué hay - le dije señalando las películas en los exhibidores.
- Adelante, nomás...
Debo confesar que siempre fui muy indecisa en los videoclubes, y esa vez no fue la excepción: di una recorrida por la sección de las novedades, y nada me llamó la atención. Seguí mirando y mirando. Drama, acción, comedia, horror... ninguna me convencía.
Hasta que mi mirada se detuvo en una película que alguien había dejado - descuidado sin dudas- entre los videos musicales, lo que la destacaba aún más. En su portada prevalecía el azul, y los rostros de los personajes que allí se destacaban me hicieron sonreír: Dumbledore, Hagrid, Hermione, Ron, Snape, McGonagall, y por su puesto, Harry. Era Harry Potter y la Piedra Filosofal.
Ya había visto la película y leído el libro, pero en ese momento sentí muchas ganas de verla nuevamente. Afortunadamente era la versión subtitulada (¡por nada del mundo quería privarme de escuchar la voz de Alan Rickman!).
Pero cuando tuve la película en mis manos, sucedió algo extraño: desde la portada de Harry Potter y la Piedra Filosofal, el profesor Dumbledore me sonrió.
Mi primera reacción fue de parpadear varias veces para asegurarme que lo que había visto - o lo que me había parecido ver- no era cierto. Fijé mis ojos en la portada, pero nada se movía. Sonreí y me dije que debía dejar de navegar tanto por Harry Argentino, porque ya me estaba afectando demasiado.
Giré la caja de plástico para leer lo que decía en la contratapa y mirar las fotografías. Pero cuando volteé nuevamente la caja, ¡ Dumbledore me guiñó un ojo!
De la sorpresa, dejé caer la caja al piso haciendo un ruido que llamó la atención de un hombre que estaba frente a la sección de las películas de horror. Me miró.
- Perdón, se me cayó -le dije.
El hombre me dirigió una leve sonrisa, y volvió a las películas de horror.
Yo miré la caja de HP que estaba en el suelo. Lentamente la levanté y la puse frente a mis ojos. La contemplé por varios segundos, pero nada en ella se movía.
- Loca no estoy.
Creí que había pensado esa frase, pero la había dicho en voz alta. El hombre de las películas de horror volvió a mirarme, ahora frunciendo el ceño. Lo vi y me sonrojé, pero esta vez quedé en silencio.
Algo dentro mío me decía que debía llevar la película a casa. No sé si era la curiosidad o que realmente me estaba volviendo un poco loca, la cuestión fue que, película en mano, fui hasta el mostrador de Esteban.
- ¿Ya elegiste? - me preguntó.
- Ajá.
Yo estaba completamente inmersa en lo que acababa de suceder. Me preguntaba si era cierto lo que había visto. Sabía que no, pero una parte de mí quería que fuera verdad.
- ¿Me permitís? - dijo Esteban interrumpiendo mis pensamientos y extendiendo una mano. Sin darme cuenta, yo seguía con la película en mi poder, la mirada clavada en los personajes.
- ¿Eh? Ah sí, perdoná - le dije levantando la vista de la película y entregándosela a Esteban.
Mientras registraba el nombre del film en su computadora, él seguía hablando, siempre sonriente.
- Harry Potter... Está buena, yo la vi tres veces. Pero me parece que la segunda está mejor - opinó.
- Ah.
- ¿La viste a la segunda?
- Sí.
- Ya están haciendo la tercera, no sé cuándo va a estar en el cine. Una cosa de locos.
- Hmm.
- ¿Leíste los libros?
- Ajá.
- En junio sale otro, me parece que es el sexto. El más largo, no sé.
- Hmm.
- Bueno, son tres pesos.
Saqué un billete de cinco de mi bolsillo y se lo di. Mi mirada había seguido cada movimiento que Esteban había hecho con la caja de HP. Enseguida me entregó el vuelto y la película.
- Mañana llegan películas nuevas, hay algunas muy buenas. Date una vuelta, si querés. Sin compromiso - sonrió.
- Bueno - contesté. Di media vuelta y comencé a caminar hacia la puerta.
- ¡Chau, gracias! - me gritó Esteban.
- Ah, chau.
Pero antes de pasar la puerta, me paré y miré a Esteban.
- El libro que va a salir es el quinto - le dije-. Y sí, es el más largo. Hasta ahora.
Él me miró, primero extrañado, pero recuperó rápidamente su sonrisa.
- Ah, de acuerdo.
Cuando gané la calle, había comenzado a llover.
Pasé media hora mirando la portada de la película que acababa de alquilar. Observaba fijamente a Dumbledore, pero no se movía. Lo único que falta es que me hable, pensé.
Afuera la lluvia se convirtió en tormenta, y decidí finalmente ver el film. Coloqué la casette en la video y puse play.
Pero poca atención le presté a la película. Yo seguía mirando al personaje de largos cabellos y barba blanca. Pero por mirar a Dumbledore, no me había dado cuenta de otra cosa: la profesora McGonagall había desaparecido de la portada. Cuando lo noté, me paré abruptamente dejando caer la silla en la que estaba sentada.
- ¡¿PERO QUÉ... ?!
No pude terminar la frase, porque una mezcla de sorpresa y temor se había anudado en mi garganta y me impedía decir nada. Mi corazón latía fuerte y mis manos temblaban.
Sacando coraje de no sé dónde, tomé la caja y la giré. No sé qué esperaba encontrar allí. ¿Tal vez a McGonagall? Pero del otro lado, todo estaba aparentemente normal. Volví a dar vuelta la caja y vi que la profesora había regresado. Me puse a reír. Esa reacción fue tan inesperada que hasta yo misma me sorprendí.
La situación era completamente delirante: un personaje de ficción que me sonreía y me guiñaba un ojo, y otro que de repente desaparecía de la portada de la película. ¿Qué seguía?
- Buenas tardes, Laura.
No recuerdo jamás haber dejado de reír tan de repente. La voz era suave, dulce, y terroríficamente familiar. Lo miré; pero el Albus Dumbledore de la portada seguía inmóvil: era el de la película que me estaba mirando a través de la pantalla de mi televisor.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin pude decir algo.
- ¿Eh?
Dumbledore me sonrió, pero al ver mi rostro - creo que estaba a punto de desmayarme-, agregó:
- ¿Te asusté? Oh, lo siento mucho, no era mi intensión - me dijo en tono preocupado.
Tardé en responderle, y finalmente balcucée:
- No, yo... no sé... sí... - mi voz era temblorosa y apenas entendible-. Usted es...
- Profesor Albus Dumbledore - dijo con una amplia sonrisa-. Pero tú ya sabes eso.
- Claro... sí... seguro...
Por supuesto que sabía quién era Albus Dumbledore: ¡un personaje de ficción surgido de la mente de una escritora británica! ¡Y un personaje de ficción jamás me podía estar hablando! ¡Menos por mi televisor!
- Me estoy volviendo loca, ¿no? - le pregunté.
Fue lo más estúpido que se me ocurrió decir. Pero Dumbledore pareció no prestar atención:
- Sabes quién soy y sabes qué es el Colegio Howgarts de Magia y Hechicería.
- Sí.
- Bueno, he venido a buscarte.
Jamás había sentido esa sensación antes: el mundo exterior parecía haber dejado de existir para mí, todo lo que conocía de la vida real, mi familia, mis amigos, mi casa, mi trabajo, lo olvidé todo por un momento.
- ¿Cómo que vino a buscarme?
- Sí. Vendrás conmigo a Howgarts.
De pronto volví en sí. Ya había sido suficiente.
- Bueno... - dije mirando a Dumbledore seriamente-. ¡Se terminó! ¡Se acabó! ¡Basta de bromas! ¡No sé cómo ni quién está haciendo esto, pero ya es suficiente!
- ¿Bromas? Hablo seriamente, Laura.
- ¡Sí, sí, cómo no! - le grité completamente sacada-. ¡¿Pero ustedes me toman por quién?! ¡¿Se piensan que soy idiota?! ¡¿Qué sigue?! ¡¿Me van a mandar una lechuza?! Y para ir a Howgarts, ¿me tomo el colectivo o me subo a una escoba voladora? ¡¿Eh?!
En ese momento se escuchó el ensordecedor estruendo de un rayo, lo que me hizo recordar que afuera se había desatado una fuerte tormenta. Todas las luces de mi casa se apagaron; se había cortado la electricidad. Pero el televisor seguía encendido, con Dumbledore en primer plano.
- Laura, entiendo que...
- ¡No, usted no entiende nada! - lo interrumpí-. ¡De hecho yo tampoco, pero no me importa! ¡Ya voy a descubrir quién está detrás de esto!
Aunque seguía gritando, mi voz ya no era tan segura. El televisor que seguía encendido me hizo empezar a creer que tal vez - sólo tal vez- había algo de real en todo aquello. Pero no quería dar una imagen de debilidad.
- Laura, debes venir conmigo -dijo Dumbledore, esta vez con voz firme.
Y lo que hizo a continuación me convenció que algo de real había porque desde la pantalla de mi televisor, Albus Dumbledore extendió su brazo hacia mí.
- Toma mi mano, Laura.
Su sonrisa, debo admitirlo, me inspiraba confianza.
La situación ya no era broma. No sé si me estaba volviendo loca o si estaba soñando, pero definitivamente no era una broma. Extendí mi brazo hacia Dumbledore y tomé su mano.
- Vamos, Howgarts nos espera...
Fueron las últimas palabras que escuché de Dumbledore, antes que una cegadora luz blanca me rodeara y el living de mi casa desapareciera.Enorme, majestuoso, misterioso. Hermoso. El castillo que tenía frente a mí parecía haber sido extraído de un cuento (bueno, de hecho así era). Sus torres se levantaban imponentes, al igual que sus muros de piedra que erizaban la piel. Parecía un sueño, un sueño tan real como el hombre de barba blanca y larga que estaba a mi lado. Albus Dumbledore y yo estábamos parados frente al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Observé otra vez el castillo y las imágenes de lo que esperaba encontrar allí dentro se agolpaban en mi cabeza. Las personas, los lugares, las cosas; sentí unas incontenibles ganas de entrar.
Contemplé los alrededores de Hogwarts: de un lado estaba el lago, del otro se distinguía el Bosque Prohibido con todos sus secretos, peligros y misterios. Y también ví la cabaña de Hagrid, y la imagen de aquél grandote tosco pero de corazón noble, me vino a la mente: sus cabellos enmarañados, su espesa barba, sus grandes manos. No pude evitar sonreir.
En ese momento, Dumbledore dio el primer paso hacia las escalinatas del castillo. Yo lo seguí.
Creí que mi corazón se me iba a escapar de tan fuerte que galopaba cuando tuve frente a mí al Gran Salón. Era sencillamente grandioso: sus muros, sus cortinados, sus estandartes, las columnas, las largas mesas. Mis ojos no daban abasto.
Levanté la mirada hacia el techo y vi el cielo despejado. En ese momento no había nadie en el salón, supuse que todos estarían en clase. (¿Todos en clase? Ya comenzaba a pensar como si Hogwarts fuera de lo más común).
Seguí a Dumbledore por uno de los largos pasillos del colegio. Mientras caminaba detrás de él, las preguntas se me agolpaban en mi cabeza; pero a la vez sabía que el mago me lo explicaría todo a su debido tiempo. ¡Como lo hacía siempre en Harry Potter!
De pronto sentí una leve brisa en mi cuello, como si alguien me soplara. Me di vuelta, pero no vi a nadie. Sin darle más importancia al asunto, seguí caminando detrás de Dumbledore, cuando sentí otra vez esa brisa, y volví a voltearme.
- ¿Pero qué...? - dije mirando hacia todos lados sin encontrar a nadie.
Al escucharme, Dumbledore se detuvo y se volvió hacia mí. Con un aire desconfiado, comenzó a mirar lentamente hacia todos lados, hasta que clavó su mirada en un oscuro rincón.
- ¡Peeves! - dijo en tono firme.
De las sombras surgió, muy despacio, la figura de un fantasma. Me quedé helada. El espectro, pequeño y casi calvo, se desplazó unos metros hacia nosotros. Paradójicamente, noté en su rostro una expresión de temor y recordé entonces que Dumbledore era el único mago - además delBarón Sanguinario- que podía controlar a Peeves.
- Peeves, no quiero que molestes a nuestra recién llegada, ¿comprendido? - le dijo Dumbledore.
- Sí, señor Director. Como usted diga, señor Director - respondió el poltergeist, antes de desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
Dumbledore dio media vuelta y continuó el camino.
- ¿Vienes? - me dijo al notar que me había quedado detenida mirando hacia donde había estado Peeves.
- Sí, perdón - contesté y aceleré el paso para alcanzarlo tratando de reponerme de mi encuentro con el fantasma.
Si este es Peeves - pensé-, no quisiera encontrarme cara a cara con el Barón Sanguinario.
Luego de recorrer el largo pasillo, llegamos a lo que reconocí como la entrada del despacho de Dumbledore, custodiada por una gárgola. El mago se acercó a ella y cuando iba a decir la contraseña, inconscientemente me le adelanté:
- ¡Cucurucho de cucarachas! - grité, y la mole se movió dejando ver una escalera que iba hasta el despacho. Sonreí orgullosa.
Pero cuando Dumbledore se giró hacia mí sorprendido, mi sonrisa se borró y pude sentir cómo mi rostro tomaba el rojo color de la vergüenza.
- Eh... es que... estaba en el libro... en el cuarto... capítulo 29, sabe...
El mago me siguió observando con la misma expresión de sorpresa, pero pronto recuperó su sonrisa casi paternal.
- ¡Jaja! ¡Perdóname, es que ya se me olvidaba quién eres! - y comenzó a subir las escaleras-. Sígueme, por favor.
¿Quién eres?, pensé. Me quedé un segundo parada al pie de las escaleras, pensativa, hasta que decidí subir también hacia el despacho de Dumbledore. ¿Qué me habrá querido decir?.
Al ingresar al cuarto noté que el despacho de Dumbledore era muy similar al que mostraban en las películas, salvo por un par de detalles que flotaban por los aires. Pero luego pensé que deberían de salirle demasiado caros a los de efectos especiales de la Warner para lograrlos, y así y todo jamás se verían tan reales.
Eché un vistazo al lugar: extensas repisas con gran cantidad de libros añejos, ocupaban buena parte de los muros. Había también una pequeña escalera y una vitrina donde se exponía una espada de plata: era la que había pertenecido a Godric Gryffindor (me acordé de la película Harry Potter y la Cámara Secreta).
En otra pared colgaban los retratos de los ex directores y directoras de Hogwarts, que aparentaban dormir. Y sobre un estante, vi el Sombrero Seleccionador y un escalofrío corrió por mi espalda: ¿y si me pedía que me lo colocara? ¿A qué casa pertenecería?
Noté que mientras yo miraba el despacho, Dumbledore me había estado observando como si disfrutara de mi fascinación por aquél lugar. Hasta que rompió el silencio:
- Toma asiento, Laura, por favor.
Me senté frente a él, escritorio mediante. Eché un vistazo a lo que había sobre éste; no estaba segura de reconocer la naturaleza de todas las cosas que allí se hallaban.
- Bien, supongo que deseas saber por qué estás aquí - me dijo el gran mago.
- Sí.
- Debes saber antes que nada, que entenderás la verdadera razón de tu presencia con el tiempo.
¿Con el tiempo? - pensé- ¿Por qué? ¿Cuánto me piensan tener acá?
- ¿Y no me puede hacer un adelanto? - intenté ser lo más amable posible, pero realmente lo que Dumbledore me acababa de decir me había alterado un poco.
- Sólo te puedo decir que...
Pero no terminó la frase porque alguien golpeó la puerta de su despacho.
- Adelante, Minerva...
Me sorprendí de que supiera quién era sin que nadie se aunciara. Pero después me acordé que Dumbledore era un mago, y no cualquier mago.
La puerta se abrió y apareció una bruja ya entrada en años, de gesto adusto, que llevaba lentes, una túnica verde y un sombrero de punta que yo calificaría como bastante particular.
- ¡Maggie Smith! - grité poniéndome de pie, y ella me miró sin comprender lo que acababa de decir-. Quiero decir... profesora...
La bruja seguía mirándome con un gesto extraño. Para alivio mío, Dumbledore intervino.
- Minerva, te presento a Laura. Laura, ella es...
- Minerva McGonagall, profesora de Transformaciones, jefa de la casa Gryffindor y subdirectora de Hogwarts.
La expresión de McGonagall seguía siendo la misma, pero puedo jurar que había algo casi de horror en su mirada.
- ¡Pero será posible! Otra vez olvidaba quién eres - me dijo sonriendo Dumbledore-. Minerva, ella es la joven de la que te hablé - dijo mirando a McGonagall, quien no me sacaba la vista de encima-. Laura es una muggle bastante especial a la cual no hay que explicarle mucho.
No, salvo qué hago acá, pensé.
- Así que ella es - dijo finalmente la bruja-. Bienvenida, Laura. Espero que te sientas a gusto en Hogwarts.
- Seguro que sí - contesté apresuradamente tratando de ser amable y esperando que con esa respuesta la bruja dejara de mirarme de esa forma. Y lo logré: McGonagall finalmente me sonrió, y luego se dirigió a Dumbledore.
- Albus... - dijo, y me miró de reojo-. Quiero decir... profesor Dumbledore, un auror nos trajo información acerca de... - me volvió a mirar de reojo-, de ya-sabe-quién.
- ¡¿De Voldemort?! - grité y McGonagall volvió a mirarme ahora sí con horror. Recordé que había pronunciado el nombre prohibido-. Perdón - me excusé, y sentí cómo mi rostro ardía de vergüenza. Volví a sentarme.
Pero Dumbledore tomó el tema con mucha calma y sabiduría. Como siempre.
- Laura, está bien que pronuncies su nombre. No hay que temer pronunciar el nombre del enemigo.
McGonagall lo miró con inquietud. Yo también: no tenía la menor intención de ser enemiga de Voldemort.
- No hay que temerle - reiteró el mago-. Y ahora, si nos permites Laura, continuaremos nuestra conversación más tarde.
Con la amabilidad y educación que lo caracterizan, Dumbledore me estaba diciendo que me largara de ahí.
Miré a los dos magos. Él me sonreía paternalmente, McGonagall tímidamente. Me puse en pie y caminé hacia la puerta del despacho. Ahí me detuve y miré a Dumbledore.
- ¿Y cómo hago para...?
- Ah, sé que conoces bien Hogwarts, sabrás encontrar lo que buscas - me dijo sonriendo el mago, sin darme tiempo a preguntar-. Y también sabes adonde no debes ir, ¿verdad?
¿Qué le iba a contestar? Decidí sonreírles tímidamente y me fui, dejando tras de mí a Albus Dumbledore y Minerva McGonagall hablando de Lord Voldemort. Hubiera dado cualquier cosa por quedarme a escuchar, pero realmente no quería enfadar a Dumbledore.
Descendí las escaleras hasta la gárgola que protegía la entrada. A mi paso, se cerró. Miré hacia todos lados y suspiré: ¿hacia dónde iba ahora? ¿Qué iba a hacer?
Empecé a caminar por el pasillo sin rumbo determinado, con miles de cosas dando vueltas en mi cabeza. ¿Y si se me aparecía Peeves otra vez? O peor: ¿si se me aparecía el Barón Sanguinario? ¿Y si me encontraba con Argus Filch? ¿Y si alguien me lanzaba un hechizo? Conocía Hogwarts, pero no sabía cómo defenderme de ciertas cosas. Además, ¡soy una muggle!
De pronto me detuve. Apoyé mis espaldas contra el muro, y me llevé una mano a la cabeza. Una idea me vino a la mente, una idea que casi me para el corazón. Me di cuenta que tenía nada más ni nada menos que todo Hogwarts a mi disposición.
Comencé a reflexionar: no todo era peligroso, no tenía que tener tanto miedo, podía ir a donde quisiera. Podía ir a las salas de clase o volver al Gran Salón; podía ir al campo de quidditch o a la cabaña de Hagrid; podía también conocer a los alumnos de Gryffindor, de Ravenclaw, de Hufflepuff, de Slytherin... ¡Podía conocer a Harry, a Hermione y a Ron!
Pero la última de las ideas me superó: también podía ir a las mazmorras... ¡A CONOCER A SEVERUS SNAPE!
Lo que pasó después no me acuerdo, porque me desmayé.
Abrí los ojos con lentitud y sentí como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. Estaba recostada en una cama, pero no tenía idea dónde. No recordaba nada de lo que había sucedido, ni cómo había llegado hasta ahí, ni hacía cuánto tiempo.
Todo era silencio. Mantuve mi mirada en el techo unos momentos, hasta que lentamente giré mi cabeza hacia la derecha. Distinguí un pequeño mueble blanco con cajones y una vitrina donde se exponían una docena de frascos que contenían sustancias de diferentes colores. Detrás de aquél mueble había un gran ventanal, igual que detrás de la cama donde yo estaba recostada.
Más allá había una balanza, otro pequeño mueble, y otra cama con sábanas blancas. Aunque el lugar tenía un no sé qué, todo indicaba que estaba en una especie de hospital, tal vez una enfermería. Seguramente me había desmayado y fui a parar allí.
Me llevé una mano a la cabeza, que me seguía doliendo horrores. Hice un esfuerzo por recordar lo que me había sucedido, cuando giré mi cabeza hacia la izquierda y... ¡una bruja me estaba mirando! Su cara estaba a centímetros de la mía.
Pegué un grito y me sobresalté tanto que me caí de la cama, del lado opuesto al que estaba la mujer. Caí pesadamente contra el suelo, pero no me importó. Es más, me olvidé de mi dolor de cabeza.
Lentamente me asomé por sobre la cama para observar a la bruja: tenía los cabellos claros, tez blanca, nariz respingada, y portaba un sombrero. Noté que en su mano derecha tenía una barra de chocolate.
En ese momento (tal vez por el golpe) recordé todo: estaba en Hogwarts, me había desmayado saliendo del despacho de Dumbledore, y ahora me encontraba en la enfermería del colegio. Quien estaba delante mío no era otra que Madam Poppy Pomfrey, la enfermera.
- ¿Cómo te sientes? - me preguntó.
- Bien - dije mientras me reincorporaba-. Es que...
- ¿Te asusté? ¡Lo siento!
- No, es que... bueno, me sorprendió un poco - contesté intentando sonreírle.
- Debes regresar a la cama, aún no estás bien - me dijo Poppy con una mirada desconfiada.
- No... sí, estoy bien, en serio.
- Toma - extendiendo su mano me ofreció la barra de chocolate-. Te sentirás mejor.
- Gracias - le dije sonriendo y sentándome en el borde de la cama.
- Voy a comunicarle al profesor Dumbledore que ya estás despierta - me dijo Poppy antes de dar media vuelta y desaparecer por la puerta de la enfermería.
Quedé en silencio comiendo la barra de chocolate. El dolor de cabeza estaba cediendo. Eché otro vistazo al lugar, y noté que no estaba sola: de una de las camas de la enfermería, a unos metros de donde me encontraba, sobresalían los pies de alguien.
Me paré y comencé a caminar hacia aquellos pies. Me ilusioné pensando que tal vez Harry había tenido una pelea con Draco y había ido a parar a la enfermería. O tal vez a Ron le había salido mal un hechizo (quizá se le había roto la varita otra vez), y se le volvió contra él.
Al llegar a la cama, parte de ésta estaba rodeada por un biombo que no dejaba ver la cabecera. Lentamente me asomé para ver de quién se trataba: pero no era Harry, tampoco Ron. Era Neville Longbottom quien estaba tendido sobre la cama.
- ¿Neville? - dije y él abrió los ojos-. ¡Uy! ¡Perdoná, no te quería despertar!
Neville me miró extrañado. Se reincorporó, sentándose en la cama.
- ¿Nos conocemos?
- En realidad no. Sucede que... la enfermera me dijo tu nombre - mentí-. Yo soy Laura.
- ¿Laura? - me dijo mirándome de pies a cabeza-. ¿Y qué haces aquí?
- Eso ni yo lo sé.
- ¿No sabes qué haces en la enfermería?
- ¡Ah, en la enfermería sí! - dije aliviada por no tener que explicarle nada que yo misma no supuera-. Es que me desmayé.
- ¿Eres una alumna nueva?
- No, en realidad soy..... -¿quién soy?, pensé. ¿Qué le puedo decir?-. Bueno, soy... - si le decía que era una muggle, se armaba- Yo soy... una sobrina de Dumbledore - hasta yo misma me sorprendí de semejante estupidez.
Pero los ojos de Neville se volvieron enormes al oír eso. No sé qué problema lo había llevado a la enfermería, pero parecía que se le había pasado todo.
- ¿Eres...? Quiero decir... ¿usted es la sobrina del Director? - me dijo sorprendido.
- Este... sí - ya era demasiado tarde para volverme atrás.
- ¿Hija de Aberforth Dumbledore?
- ¿De quién? ¡Ah, sí, sí!
- ¡Es un honor! - me dijo emocionado mientras me extendía una mano. Noté que estaba vendada. Quiso extender su otra mano, pero también estaba vendada.
- No importa - le dije-. ¿Qué te pasó?
Él agachó la cabeza con aire de resignación.
- Fue en la clase de Pociones.
Al escuchar esa palabra, mi corazón comenzó a latir fuertemente.
- ¿Pociones? ¿La clase de Pociones?
- Sí. Mezclé mal los ingredientes y mi poción explotó. Al querer cubrirme la cara con las manos, me cayó el líquido encima y me crecieron ramas.
- ¿Ramas? ¿Te crecieron ramas en las manos?
- Sí. Aunque era una poción para hacer crecer el cabello.
- Y... el profesor se enojó, ¿no? - pregunté tratando de llevar la conversación hacia donde yo quería.
- ¿Si se enojó? ¡Me regañó delante de todos! Después se burló de mí, y encima le quitó 50 puntos a Gryffindor.
Ese es Severus, pensé orgullosa y suspiré. En mi mente sólo estaba la imagen de aquél hombre vestido de negro. Pero también la del actor, Alan Rickman, a quien deseaba conocer.
Todo lo que estaba pensando parecía que se me reflejaba en la cara, porque noté que Neville me estaba observando de manera muy estraña.
- Ah.... - balbucée-. Así que te retó...
- Usted no conoce al profesor Snape. Es muy cruel e injusto, siempre está buscando algo para regañarnos o quitarle puntos a Gryffindor. ¡Pero nunca va a hacer eso con un Slytherin! Es un resentido.
- ¡¿Un qué?1 - casi le pego-. Mirá, conozco bien a Snape, y no creo que sea tan injusto como decís. Más bien me parece que es alguien que ha sufrido mucho, que tal vez no haya tenido una vida fácil, y que necesita manifestarse de alguna manera. Estoy segura que en el fondo es una persona de bien, noble, agradable, y..
- Perdone, ¿estamos hablando del mismo profesor? - me interrumpió Neville.
Pero en ese momento se abrió la puerta de la enfermería y entró Albus Dumbledore acompañado de Poppy Pomfrey.
- ¡Laura! Veo que ya estás mejor... y haciendo amigos - dijo Dumbledore refiriéndose a Neville-. ¿Cómo te sientes?
- Bien - contesté-. No suelo desmayarme muy seguido. Parece que fueron muchas emociones en un solo día.
- En eso tienes razón - dijo el mago y me hizo un gesto con la cabeza para que lo acompañara hacia la puerta de la enfermería, donde nadie pudiera escuchar de qué hablábamos-. Con respecto a nuestra conversación, será mejor que continuemos mañana, ¿te parece?
- Como Ud. diga.
- Llámame Albus.
- Como Ud. diga, Albus. Pero, ¿puedo hacerle una preguntita? Una sola.
- Por supuesto.
- Digo yo, ¿cómo es que siendo yo una muggle, puedo ver Howgarts? ¿No es que los muggles no pueden ver el colegio ni nada relacionado a los magos? ¿No es que sólo los magos pueden estar acá?
Fue más de una pregunta, pero Dumbledore, con tranquilidad y seguridad, me respondió:
- Debes saber, Laura, que hay un dote tanto o más fuerte que los poderes de los magos, un dote que muchos muggles poseen pero que muy pocos utilizan o no saben cómo. Es algo que tú sí sabes utilizar, porque no temes hacerlo.
No tenía la menor idea de lo que me estaba hablando, y debió haberse dado cuenta porque colocó el dedo índice de su mano derecha sobre mi frente, y me dijo:
- La imaginación, Laura. La imaginación tiene poderes increíbles si sabes cómo utilizarla. Puedes hacer con ella lo que quieras. No olvides eso, porque es la clave de tu presencia aquí.
Creo que empezaba a entender algo. Pero de todas maneras, quedaba mucho por explicar todavía.
- Bien - dijo Dumbledore cambiando de conversación-. Mandé llamar a alguien para que te acompañe a tu habitación, así podrás descansar.
- ¿Tengo una habitación?
- ¡Por supuesto! La de los huéspedes de honor - y me guiñó un ojo.
En ese momento, por la puerta de la enfermería se asomó un hombre; un gigante. Vestía ropas oscuras, tenía los cabellos enmarañados, una espesa barba, y pies y manos enormes. Rubeus Hagrid, quién otro.
- ¿Profesor, me mandó llamar? - le dijo a Dumbledore.
- ¡Ah, Hagrid! Sí, pasa, por favor.
Hagrid tuvo que agacharse para no pegar su cabeza contra el marco de la puerta de la enfermería.
- Ella es Laura - me presentó Dumbledore-. Laura, él es... -pero antes de que yo me atropellara con las palabras, agregó-: Sí, ya sabes quién es. Bueno, estimado Hagrid, dejo a esta muchacha entre tus manos.
Literalmente hablando, pensé.
Hagrid me sonrió, y Dumbledore se dirigió hacia la puerta.
- Bien, Laura, hasta luego - dijo sonriente, y se fue.
Quedé frente a frente con el gigante.
- Muy bien, Laura. ¿Vienes? Te mostraré dónde es tu habitación - me dijo señalando la puerta.
- Seguro, pero antes ¿me permite una cosita, por favor?
Hagrid me miró sorprendido.
- Eh... sí, cómo no.
Entonces di media vuelta y me dirigí a Neville, que seguía sentado en su cama. Me acerqué a él, pero antes me aseguré que Poppy no escuchara lo que iba a decir. Ella estaba a unos metros de nosotros, acomodando las sábanas de otra de las camas.
- Neville - le susurré -, ¿sabés qué? Lo de mi parentezco con Dumbledore preferiría que lo mantuvieras en secreto. Es que al Director no le gustaría que alguien pensara que me tienen que tratar diferente porque soy su sobrina, ¿me entendés?
- Claro - me contestó Neville-. No se preocupe.
Lucía tan orgulloso y emocionado que parecía que le había pedido de guardar el secreto de cómo matar a Voldemort.
- Y otra cosa: no me trates de usted.
- Como diga... quiero decir, como digas.
- Bien. Chau, entonces.
- Adiós.
Cuando me alejé de él, sentí que había dejado a mis espaldas a mi primer admirador. Después de todo, pensé, tal vez no fue tan mala idea haberle dicho que era sobrina de Dumbledore.
Seguí a Hagrid por un largo pasillo. Luego montamos por una escalera que llevaba a una enorme puerta de forma rectangular, pero antes de subir el último escalón, la escalera giró y se colocó frente a una puerta mucho más pequeña y de aspecto ovalado. Cuando comencé a preguntarme cómo haría Hagrid para pasar por allí, el gigante me dijo:
- Bueno, aquí es. Detrás de esta puerta encontrarás un pequeño pasillo que te llevará justo hasta el cuadro de una señora alta y delgada. Se llama Ingrid. Cuando te pida la contraseña, dile Bigotes quemados.
- Bigotes quemados - repetí.
- A las ocho se servirá la cena, por si deseas bajar.
- Gracias, pero creo que mejor me voy a dormir, estoy muy cansada. Tuve un día bastante agitado.
- Comprendo - me sonrió Hagrid-. Entonces, buenas noches, Laura.
- Buenas noches, Hagrid.
Mientras el gigante se alejaba por las escaleras, abrí la puerta que tenía frente a mí. Efectivamente del otro lado había un pasillo muy angosto. Caminé unos metros y enseguida divisé el cuadro de Ingrid. Al verme, la delgada mujer me saludó.
- Buenas noches, querida.
- Buenas noches, señora Ingrid.
- ¿Tienes algo para mí?
- Sí. Bigotes quemados.
La mujer me sonrió y el cuadro se hizo a un lado dejando ver otro pasillo. A lo largo, divisé varias habitaciones: eran las de los huéspedes, y Hagrid no me había dicho nada... ¿Qué número era la mía?
Pero cuando comencé a caminar por el pasillo, enseguida la encontré: no tenía ningún número ni letra, pero lucía un enorme letrero luminoso que decía AQUÍ ES, LAURA.
Puse mi mano sobre el picaporte y abrí la puerta. La habitación era enorme, con grandes ventanales y largos cortinados. Había una cama, una mesa de luz y un gran armario con un espejo.
En uno de los muros había un cuadro. Me acerqué a él. ¡Era Queen! Al ver que Freddie Mercury me saludaba, de la sorpresa di un paso hacia atrás, tropecé y caí. Me quedé en el suelo unos segundos observando el cuadro, hasta que me levanté y volví a mirarlo de cerca. Freddie seguía saludándome, Roger Taylor estaba discutiendo con John Deacon, y Brian May había cortado una cuerda de su guitarra.
- Qué atentos... Poner un cuadro de mi banda favorita en mi habitación.
Dejé el cuadro y fui al armario. Me paré frente a él y mientras pensaba que sólo llevaba lo puesto, abrí la puerta. Quedé helada con lo que vi: estaba repleto de la ropa y calzado más llamativo y hermoso que jamás había visto. Todo era de mi agrado y por supuesto, de mi talle. Por algo estos son magos, me dije.
Pero en ese momento comencé a sentir que mis párpados se cerraban, realmente estaba agotada. Hubiera querido bajar a cenar para conocer a todo Hogwarts (a Severus), pero la fatiga pudo conmigo. No tenía sentido forzar las cosas, si después de todo por lo que Dumbledore me había dicho, tendría tiempo de sobra para conocer gente allí dentro.
Di media vuelta y me tiré sobre la cama. Me quedé dormida en pocos minutos.Cuando desperté al día siguiente, me sentía muy bien. Había dormido cómodamente y soñado conque yo era una bruja muy poderosa que luchaba por la paz mundial (un tanto cursi mi sueño, lo reconozco).
Tan bien había descansado que no me había dado cuenta de la hora que era: casi mediodía, según un reloj de agujas de plata y forma de zapato que tenía sobre mi mesa de luz.
- Hmm... me perdí el desayuno - murmuré entredormida.
Lentamente me reincorporé, y mientras el reloj me chillaba reprochándome que si hubiera sido por él yo no hubiera despertado tan tarde, me dirigí al armario.
Abrí la puerta y miré toda la ropa. Elejí unos pantalones negros con vivos verdes, calzado del mismo color, y una remera gris. Pero en otro compartimento del armario descubrí varias túnicas de color negro que esperaban por mí. Sonreí y escogí una. ¡Me sentí tan bien cuando me enfundé en ella!
Mientras me cambiaba pensaba en que quizá podría asistir al almuerzo. No era la comida lo que más me interesaba (aunque estaba hambrienta), sino el hecho de que era el momento en que todo Hogwarts se reunía en el comedor, y qué mejor oportunidad para conocerlos.
Cuando terminé de cambiarme, caminé hasta el gran ventanal de mi habitación con vista al lago. El paisaje era hermoso y el día también: estaba despejado y los rayos del sol asomaban por todas y cada una de las aberturas que se lo permitían.
Di media vuelta y caminé hacia la puerta. Salí de la habitación y fui por el pasillo hasta el cuadro de Ingrid. La saludé y fui hasta la escalera deseando que ésta no decidiera cambiar de dirección.
Comencé a descender los primeros escalones, y para mi desgracia, cuando estaba a mitad de camino, la escalera decidió efectivamente cambiar de dirección: giró y se colocó delante de otra puerta, que no era por la que yo había pasado la noche anterior con Hagrid para ir hasta mi habitación. Me quedé detenida sobre la escalera esperando que tal vez volviera a su posición habitual, pero la desgraciada no se movió.
Preocupada por llegar tarde al almuerzo, decidí terminar de bajar y pasar por la puerta que la escalera había elegido para mí.
- Espero no perderme - me dije y abrí la puerta que tenía frente a mí.
¡Otro pasillo! Aunque éste estaba bastante oscuro, y sentí un leve escalofrío recorrer mi cuerpo, como una corriente de aire. Miré hacia todos lados y vi varias puertas, pinturas que colgaban de los muros, y un par de escaleras más.
Comencé a caminar despacio tratando de reconocer qué lugar de Hogwarts era ese, cuando escuché unas voces a la vuelta del pasillo.
- No podemos perder esta vez - decía una de las voces.
- Pero... - decía la otra voz.
- ¡Pero qué! ¡No podemos perder! ¡La copa tiene que ser nuestra este año! - replicaba furiosa la voz.
Aceleré el paso y me asomé: eran Draco Malfoy y los dos bobos que lo acompañaban siempre, Vincent Crabbe y Gregory Goyle. Estaban saliendo de la sala común de Slytherin.
- Waw... - dije en un susurro para que no me escucharan.
- Entiendan que este año la copa de quidditch tiene que ser de Slytherin, no nos pueden seguir humillando - decía Draco.
- Sí, pero.... - intentó replicar Crabbe.
- Miren: ese engreído de Potter puede ser buen jugador, pero nosotros también lo somos. Merecemos ganar, y vamos a ganar. Aunque tenga que... - se interrumpió Draco con una expresión furiosa en su rostro.
- ¿Aunque tengas que qué? - preguntó Goyle.
- Ya sabes...
De pronto, mientras seguía espiando detrás del muro, sentí un escalofrío en mi espalda y como si alguien me estuviera observando. Giré lentamente mi cabeza y lo vi: era el Barón Sanguinario.
- ¡¡AAAAAHHH!! - grité corrí por el pasillo, pasando por delante de Draco, Crabbe y Goyle que me miraron espantados, y a mi paso pegaron sus espaldas contra la pared para evitar ser atropellados.
A mí no me importó, sólo quería escapar lo más lejos posible del fantasma de Slytherin, que como lo temía, me había resultado mucho más tenebroso cara a cara que en cualquiera de las películas de Harry Potter. Aunque era transparente, pude ver claramente las manchas de sangre sobre sus ropas y una expresión asesina en la cara.
Seguí mi alocada carrera hasta que al dar la vuelta por otro pasillo, choqué violentamente contra algo. Era una persona. Caí pesadamente contra el suelo, algo aturdida. Miré hacia arriba y desde allí Argus Filch me miraba con su horrible rostro. A mi lado, era la señora Norris que me dirigía una de sus miradas.
- Supongo que tú eres Laura - me dijo fríamente el portero.
No supe si ofenderme o aliviarme ya que me evitaba tener que darle explicaciones a un hombre con poca paciencia para ese tipo de cosas.
- Sí, yo soy Laura.
Esperaba que Filch me extendiera su mano para ayudarme a levantarme, pero en su lugar me dijo:
- Levántate. Te guiaré hasta el comedor, te están esperando - y dio media vuelta dando por hecho que yo iba a seguir sus pasos. La señora Norris me miró de una forma que me pareció desafiante, y dio media vuelta para seguir a su amo.
Lentamente me puse en pie y seguí a Filch hasta el comedor, pero a una distancia prudente.
Cuando llegamos a uno de los accesos al Gran Salón, Hagrid me aguardaba con una sonrisa. Mucho caso no le hice ya que yo buscaba con mi mirada el comedor, pero el enorme cuerpo de Hagrid tapaba completamente la puerta por lo que no podía ver absolutamente nada.
Al ver al guardián de llaves, Filch, que iba delante mío, hizo una mueca de desprecio, dio media vuelta y se alejó, la señora Norris sobre sus talones.
- ¡Laura! - me dijo Hagrid acercándose-. ¿Dormiste bien?
- ¡Demasiado bien! Me perdí el desayuno.
- ¡Ah, no importa! Al menos estás aquí para el almuerzo que el profesor Dumbledore preparó en tu honor.
- ¿En mi qué? ¿En mi honor? ¿A mí?
- ¡Jaja! ¡Sí, en tu honor, Laura!
- ¿Tan popular soy?
- Bueno, yo más bien diría que tu visita es muy especial. Especial e importante.
- ¿Importante por qué? - conociendo la imposibilidad de Hagrid por guardar un secreto, no me pude aguantar hacerle la pregunta. Seguramente me contaría algo interesante.
- Bueno, porque...
- ¡Hagrid! - una voz interrumpió al gigante, y yo hice una mueca. Por poco y Hagrid me decía algo que yo no sabía.
- ¡Ah, profesora McGonagall! - dijo a la subdirectora de Hogwarts que acababa de aparecer frente a nosotros.
- Buenos días, Laura - me dijo ella, y yo respondí con una sonrisa-. Hagrid, no hagas esperar más al profesor Dumbledore ni a la señorita. Acompáñala hasta el comedor, por favor.
- Enseguida - contestó Hagrid, y me hizo una seña hacia la puerta del Gran Salón.
Mientras McGonagall se alejaba de nosotros en la dirección apuesta hacia donde íbamos (¿por qué ella siempre andaba en otra cosa?), comencé a caminar tímidamente los metros que me separaban de la entrada a la sala donde tanto deseaba poner mis pies.
Di unos pasos y allí estaba: el enorme comedor con todos los alumnos de Hogwarts sentados, charlando, riendo, esperando que...
- Adelante, Laura - dijo una voz desde la mesa de profesores. Era Albus Dumbledore, sonriente como siempre, que estaba de pie y me hacía un gesto con la mano.
Al oirlo, la sala quedó en silencio. Todos los alumnos se habían vuelto hacia mí. Podía sentir cómo mi rostro se sonrojaba y mi corazón latía con fuerza.
Di tres pasos y me detuve. Mis piernas temblaban. Las miradas de todos seguían clavadas en mí, y pensé que Harry se habría sentido exactamente igual en su primer día en Hogwarts, cuando la profesora McGonagall lo llamó para colocarse el Sombrero Seleccionador.
Sacando coraje de algún lugar, retomé el camino hacia la mesa de profesores donde Dumbledore me señalaba la silla vacía que había a su lado (la de McGonagall). Algunos alumnos murmuraban algo a mi paso.
Cuando por fin llegué, me senté junto al Director. Los alumnos me seguían mirando con mucha curiosidad, no así los profesores que ya me conocían.
- Bien - dijo Dumbledore por fin, y me sentí aliviada que con sus palabras rompiera ese silencio tan incómodo-. Les voy a presentar a alguien muy especial que viene de muy lejos. La señorita que se encuentra a mi lado es Laura, y es nuestra invitada de honor. Aunque no será alumna del colegio, está aquí igualmente para aprender... y para que nosotros aprendamos de ella.
Ah, bueno... ¿los magos aprender de mí?, me dije. Eso sí que era una novedad.
- Sin embargo - continuó Dumbledore-, su estadía en Hogwarts es temporal. Doy por sentado que sabrán tratarla amablemente y hacerla sentir como en su casa. Bienvenida, Laura.
Al terminar, alguien - creo que Hagrid- comenzó a aplaudir y de a poco todos los alumnos se sumaron, también los profesores. Era mi recibimiento a Hogwarts.
- Y ahora... - dijo Dumbledore una vez que los aplausos cesaron-, ¡a comer!
En un segundo, sobre todas las mesas aparecieron banquetes tan variados como apetecibles, acompañados por expresiones de aprobación de los alumnos que ya estaban hambrientos, al igual que yo. Todos aguardamos a que Albus Dumbledore retomara asiento, y empezamos a comer.
Los nervios de mi inesperada presentación me habían vuelto literalmente ciega a lo que tenía delante. Un buen rato después de haberme sentado al lado de Dumbledore y haber comenzado a almorzar, empecé realmente a ver y a asimilar lo que tenía frente a mí.
Entre bocado y bocado, mis ojos recorrían detenidamente las mesas de los alumnos. En Ravenclaw vi a una chica de razgos orientales que supuse era Cho Chang; en la mesa de Hufflepuff reconocí a Justin, y me sentí algo triste por Cedric; en Slytherin vi a Draco, Crabbe y Goyle; éste último cruzó mi mirada y me hizo una mueca; yo le respondí frunciendo el ceño.
Mi mirada se detuvo finalmente en la mesa de Gryffindor. Buscando a Harry, reconocí primero a Neville, a quien había encontrado personalmente en la enfermería. A su lado distinguí los cabellos rojizos de Ginny. Seguí buscando y vi a Hermione, junto a ella estaba Ron. Me alegré al verlos, y en mi cabeza se amontonaban las preguntas que deseaba hacerles.
Pero a Harry no lo veía. Su silla estaba vacía. ¿Qué le habrá pasado?, me pregunté. Me inquieté un poco, pero al ver que Hermione y Ron charlaban animadamente, me dije que sin dudas nada grave le habría sucedido a Harry.
Y de repente me di cuenta de algo: yo estaba sentada en la mesa de los profesores, entre Dumbledore y el fantasma del profesor Binns. Al lado del Director se ubicaba Madam Hooch, después Flitwick, Sprout, y... Severus Snape.
Muy lentamente, me incliné hacia adelante y giré la cabeza a mi derecha para intentar verlo. Allí estaba: conversando con Sprout. Vestido de negro, con sus cabellos y ojos oscuros, y su rostro pálido. ¡No podía creerlo! Mi personaje favorito, el actor que admiraba, estaba sentado allí, a escasos metros de mí.
Y justo en ese momento, Snape cruzó sus ojos negros con los míos. Mi respiracion pareció detenerse y mi corazón empezó a latir a mil otra vez. Lo miré y sólo atiné a dedicarle una de mis más dulces, tiernas y estúpidas sonrisas. Pero él... bueno, no sé, hizo una mueca bastante extraña, mezcla de horror, sorpresa, y amenaza todo junto, y desvió su mirada. Lo había incomodado.
Aparté bruscamente mi mirada también, y me eché hacia atrás en la silla. Por un lado estaba impresionada y feliz de haber visto a Snape, pero por otro no estaba segura de que haberle sonreído de esa forma fuera algo recomendable.
- Laura, ¿te agrada el banquete? - Dumbledore me sacó de mis pensamientos.
- ¿Eh? ¡Sí, claro!
- ¿Sabes? Te he preparado una sorpresa: verás, aunque no eres alumna del colegio, me interesaría que participaras de algunas clases. Seguro que será una experiencia única para tí.
- ¡Seguro, me encantaría! - dije entusiasmada, pero luego dudé-. Pero yo no puedo usar una varita, ¿cierto?
- Cierto, pero igualmente puedes hacer cosas sin necesidad de una. Ya verás.
Le sonreí y me quedé pensando en qué era la que podía hacer. Realmente me pregunté si no tenía yo por allí algún que otro poder que desconocía, tal vez algo que en mi mundo, el muggle, no podía utilizarlo. Qué sé yo... pensé muchas cosas.
Cuando el almuerzo terminó, todos se levantaron y los alumnos se dirigieron ordenadamente hacia sus respectivas clases. Muchos me miraban al paso (yo estaba de pie junto a la mesa de profesores), entre ellos Draco que me dedicó una sonrisa malévola. ¿Y este?, pensé yo. Me inquieté de pensar en lo que podría suceder si descubriera que era muggle.
También vi cuando Snape se retiró, pero preferí evitar cruzarme con él.
Mientras esperaba a Dumbledore que charlaba con Hagrid a unos metros de mí, vi que ingresaba al comedor la profesora McGonagall y se dirigía hacia ellos. Noté que de vez en cuando, mientras Dumbledore y McGonagall charlaban, él miraba hacia donde estaba yo y luego ella también. Evidentemente hablaban de mí.
Al rato, ambos se me acercaron mientras Hagrid se iba del comedor.
- Laura - me dijo Dumbledore-, Minerva te llevará hacia tu primera clase. La asignatura que elejimos creo que es la más adecuada para comenzar.
- ¿Cuál?
- Historia de la Magia.
- ¿Con el profesor Binns?
- Exacto. Minerva, condúcela hasta la clase, por favor. Nos vemos más tarde, Laura.
- Hasta luego, profesor.
Dumbledore me dedicó su última sonrisa antes de dar media vuelta y desaparecer por un pasillo. McGonagall me hizo un gesto para que la siguiera.
Historia de la Magia -me dije-. Qué adecuado para comenzar mis clases en el mundo mágico. ¡Pero también qué aburrido!Seguí a la profesora McGonagall hasta el salón donde Binns dictaba sus clases de Historia de la Magia. Yo estaba muy nerviosa, pero a la vez ansiosa.
Cuando llegamos a la puerta del aula, McGonagall se detuvo y giró hacia mí.
- Ahora tienen clase los alumnos de Gryffindor, los acompañarás el resto de los cursos de hoy. Estoy segura que te llevarás muy bien con ellos y harás buenos amigos. Y con Binns no tendrás problemas, es un excelente profesor que sabrá comprender tu situación de...
Se detuvo con un aire incómodo, como si se arrepintiera de lo que estaba por decir.
- ¿De...? - pregunté.
- Bueno, de... muggle.
Para ellos, muggle era una palabra que sonaba terrible. Pero a mí me resultaba divertida.
- No hay problema, profesora, voy a tratar de seguir con atención la clase, será interesante. Lo único que espero es que Binns no me haga muchas preguntas.
- No te preocupes, no lo hará.
McGonagall giró hacia la puerta y cuando iba a abrirla, solté la pregunta que estaba guardando desde que dijo Gryffindor:
- Profesora...
- ¿Sí?
- Acá adentro... ¿está Harry? ¿Harry Potter? ¿El de la cicatriz? - dije señalándome la frente, y ella me sonrió.
Abrió la puerta y vi que el aula era muy iluminada pero algo pequeña. Todos los alumnos de Gryffindor se voltearon hacia nosotras. Me quedé helada. Algunos comenzaron a murmurar mientras me observaban, lo que me hizo sentir algo incómoda.
Mi mirada se dirigió automáticamente hacia los lugares del frente, y encontré sentada casi en primera fila a Hermione, que le murmuraba algo a Ron. Y al lado de ellos vi por fin a Harry. Por un momento pensé en Daniel Radcliffe, pero enseguida volví al aprendiz de mago, al huérfano, al alumno de Gryffindor, al adolescente de la cicatriz en la frente y cabellos rebeldes.
El profesor aún no había llegado, por lo que McGonagall se adelantó y se paró frente a la clase.
- Alumnos, quiero que den la bienvenida a Laura. Ella compartirá algunas clases con ustedes. Laura, adelante por favor.
McGonagall me señalaba un lugar vacío al lado de Hermione. Me puse más nerviosa y caminé hacia la silla y me senté. Hermione me sonrió, y me sentí más aliviada.
- Por hoy compartirás los materiales con la señorita Granger, pero para la próxima clase tendrás los tuyos - me dijo McGonagall-. Bien alumnos, que tengan una buena jornada.
La profesora se fue y al cerrar la puerta tras ella, por un momento el silencio ganó otra vez la habitación. Hasta que poco a poco los murmullos se fueron convirtiendo en charlas abiertas, y en minutos el clima en el salón fue completamente normal.
- Hola, me llamo Hermione Granger.
El saludo me sorprendió, yo estaba mirando para otro lado cuando me habló, tratando de parecer lo más normal y desinteresada posible.
- Ah, hola, soy Laura.
- Sí, ya nos enteramos - apuntó Ron con una sonrisa pícara, estirando su cabeza por detrás de Hermione.
- Él es Ron Weasley - dijo Hermione con una mueca-. Es un amigo, aunque a veces...
- Viven peleándose - dije sonriendo y mis palabras sorprendieron a los dos. Ellos no sabían que yo sabía todo-. Quiero decir... que los amigos siempre se pelean.
No sabía cómo arreglarla. Hermione y Ron me miraban extrañados.
- Ella tiene razón - interrumpió otra voz detrás de Ron. Era Harry.
- Harry Potter -dije mirándolo con ojos enormes. Nuestra nueva celebridad, pensé.
Pero Harry no se sorprendió, puesto que todo el mundo lo conocía.
- Laura tiene razón - continuó-, los mejores amigos se pelean también. Bueno, quizá ustedes dos a veces sobrepasan los límites.
- ¿Que nosotros sobrepasamos los límites? - se quejó Ron-. Dile a Hermione, siempre es ella.
- ¿Yo? ¿Yo soy la que sobrepasa los límites? ¡Ron! ¡Eso no es cierto!
- Vamos, Hermione...
- ¿Ya ven? ¡Se están peleando de nuevo! - rió Harry.
En ese momento, del pizarrón que teníamos enfrente apareció la figura del profesor Binns. Su fantasma atravesó la pared.
- ¡AAHHH! - casi me caigo de mi silla. Todos se sobresaltaron, no por Binns sino por mi grito.
- ¡Laura! - me dijo preocupada Hermione-. Tranquila, es sólo un fantasma.
- ¿Sólo un fantasma? ¿Sólo un fantas....? ¡Claro, si para ustedes es muy común que los profesores atraviesen el pizarrón para dar clase! - dije con bronca, no me gusta que me asusten.
Pero sin darme cuenta había dicho algo que dejó perplejos a Hermione, Ron y Harry, que me observaban en silencio extrañados. Antes que pudieran decirme algo, el profesor Binns comenzó la clase.
Historia de la Magia no resultó tan aburrida como había pensado, después de todo hasta me pareció interesante. Aprendí muchas cosas que nunca me había imaginado que pudieran ser así.
Cuando la clase terminó, salimos por el pasillo hacia el próximo curso. Yo iba junto a Harry, Ron y Hermione, que no decían palabra. Hasta que por fin, Harry rompió el incómodo silencio.
- Laura, ¿qué quisiste decir con eso de que para nosotros son comunes los fantasmas? ¿Nunca habías visto uno?
- Es que...
En ese momento lo que más deseaba era que alguien, cualquiera, interrumpiera aquella conversación. Pero no tuve suerte.
- Lo que pasa es que... - no sabía si debía decirles la verdad, confesarles que era una muggle-. Sí, ya había visto un fantasma antes, por supuesto (claro, el Barón Sanguinario, por ejemplo). Lo que pasa es que yo soy... diferente.
A esa palabra le siguió un largo silencio acompañado de miradas raras. Y la pregunta que siguió era obvia.
- ¿Diferente?
- Sí. Pero miren, la verdad es que... el profesor me tomó por sorpresa, es todo.
Si lo que quería era que me dejaran tranquila con el tema, no lo estaba haciendo muy bien. La explicación que les acababa de dar no me convencía ni a mí, sólo generaba más dudas y lo más probable era que empezaran a vigilarme y tal vez hasta los tres me persiguieran por los pasillos de Hogwarts, escondidos bajo la capa de invisibilidad, para intentar descubrir quién era yo.
Seguimos caminando en silencio hasta llegar a nuestra próxima clase: Encantamientos, con el diminuto profesor Flitwick que nos aguardaba parado sobre una pila de libros.
- Harry - le dije en la puerta del salón.
- ¿Sí?
- Hoy en el almuerzo no estabas, pensé que te había pasado algo.
- Snape me castigó. Una de las pociones explotó, me echó la culpa a mí, y tuve que quedarme limpiando el salón. Por eso no hice tiempo de llegar al almuerzo. Snape es el profesor de Pociones.
- Sí, lo sé - respondí tratando de parecer lo más casual posible, aunque me era difícil controlarme cada vez que alguien pronunciaba su nombre.
- ¿Lo conoces?
- Sé quién es, pero nunca hablé con él.
- No te pierdes de nada - apuntó Ron.
Le sonreí por compromiso, pero tuve ganas de agarrarlo de los pelos rojizos y darlo contra la pared.
- Gracias por preocuparte - me dijo Harry.
- Es que pensé que Draco te había hecho algo.
- ¿Malfoy? ¿Ese cobarde? - se enfadó Ron.
- ¿Por qué lo dices? - me preguntó Harry haciéndole una seña a Ron para que se callara.
- Porque accidentalmente lo escuché hablando esta mañana con Goyle y Crabbe, sobre ganar la copa de quidditch, y me dio la impresión que estaba planeando algo malo para vos.
Harry no contestó. Se me quedó mirando como si tratara de descifrar, allí y en ese instante, qué era lo que tramaba Draco. Hasta que el profesor Flitwick habló.
- Buenas tardes, alumnos. Pasen y tomen asiento, por favor, vamos a comenzar la clase.
Cuando me senté en mi lugar, el profesor me miró, se fijó luego en su lista de alumnos, pegó un chillido que alarmó a todo el curso, y volvió a mirarme. Luego se dirigió a la clase, muy nervioso.
- Bien, hoy no utilizaremos nuestras varitas - eso provocó exclamaciones de desaprobación de los alumnos -. Hoy hablaremos de... la teoría del Encantamiento.
- ¿La teoría del qué? - se sobresaltó Hermione, y frunciendo el ceño, sacó su programa de Encantamientos de entre sus útiles y se puso a revisarlo-. Aquí no dice nada de teoría. ¡Es todo práctica!
Durante la clase, Flitwick aburrió reiterando la correcta pronunciación de varios hechizos, se excedió en consejos, y compartió con nosotros relatos supuestamente verídicos que me dieron la impresión que los iba inventando sobre la marcha. En realidad, me pareció que toda la clase teórica fue improvisada, como si no quisiera ponerme en evidencia que yo no podía usar una varita.
Cuando la clase terminó salí junto a Harry, Ron y Hermione. Encantamientos había sido el último curso del día, por lo que íbamos camino a la torre de Gryffindor.
El clima entre los cuatro seguía siendo algo tenso, pero intentábamos que no se notara.
- ¿Vienes con nosotros a la sala común? - me preguntó Ron.
- No puede, no es alumna - interrumpió tajante Hermione.
- ¿Cómo que no? ¿Y tú qué sabes?
- No tiene el distintivo de Gryffindor en su túnica, y además no se puso el Sombrero Seleccionador.
Jamás pensé que Hermione fuera tan observadora.
- Es cierto - admití-. No soy alumna de Gryffindor, ni de ninguna casa.
Ron me miró detenidamente, examinándome. Los demás también.
- Eres muy extraña.
Quise en ese momento contarles toda la verdad, no podía estar ocultándome mucho más. Pero no sabía si era lo más conveniente. Tuve que contenerme, tuve que jugar al límite.
- Mejor me voy a mi habitación - les dije antes que hicieran más preguntas-. Fue un gusto conocerlos, nos vemos mañana.
Di media vuelta y comencé a caminar hacia la torre donde estaban las habitaciones de los huéspedes.
Aunque no los veía, podía sentir que Harry, Hermione y Ron estaban observándome sorprendidos y con miles de preguntas en sus mentes. Preguntas y sospechas, y precisamente ésto último era lo que más me preocupaba.
- ¡Laura! - era McGonagall llamándome desde el final del pasillo por el que me dirigía a las escaleras que llevaban a mi habitación.
Me detuve y esperé a que me alcanzara. Venía con una pila de libros, y sobre ellos, un pergamino.
- Laura, estos son tus materiales para clase y estos tus horarios - me dijo entregándome los libros y el pergamino-. Vas a compartir clases con todas las casas. Con el profesor Dumbledore pensamos que será lo más adecuado.
A duras penas, con los libros en mis brazos, pude leer las primeras líneas del pergamino que decían que al día siguiente tendría mi primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Busqué mi primera clase de Pociones, pero McGonagall me impidió seguir leyendo.
- ¿Vas a tu habitación?
- Sí, estoy algo cansada - mentí, porque en realidad no me encontraba bien de ánimo. McGonagall se dio cuenta.
- ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros? Así conocerás mejor al resto de tus compañeros.
- Le agradezco, pero no.
Entonces, McGonagall puso una mano sobre mi hombro y me miró a los ojos.
- Sé que esto no es fácil para ti, pero todo se explicará a su tiempo. Y comprenderás las razones.
Yo bajé la mirada al suelo, desesperanzada. Lo que necesitaba eran respuestas, no más enigmas.
- Profesora, la verdad es que me incomoda estar así, disimulando lo que soy. Quisiera decirles a todos que no soy bruja, que no puedo usar una varita, que no puedo volar en escoba. ¿Por qué tengo que estar ocultando lo que soy?
- Preferiría que fuera el profesor Dumbledore quien responda a tu pregunta.
- ¡Pero él siempre me deja con intrigas! Ya sé que lo hace por mi bien, pero quisiera tener más respuestas de las que me dio hasta ahora.
McGonagall me miró y asintió con la cabeza:
- Tienes derecho a saber, pero todo a su tiempo - y con una sonrisa dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
Yo me quedé mirándola sin poder articular palabra. Otra vez me esquivaban la verdad.
Cargando mis libros, me fui a mi habitación a dormir.
Al día siguiente, mi reloj-zapato me despertó bien temprano.
- ¡Arriba, arriba! ¡Ya es hora de levantarse para ir a clase!
- Mmmm... ¿No te podés callar? - le dije entredormida, y el zapato se ofendió.
- ¡CLARO QUE NO! ¡Si me callara no llegarías a tiempo a tus clases! ¡IRRESPONSABLE!
- ¡Ay, bueno, ya!
De mala gana, me levanté y me vestí. Tomé el pergamino con los horarios que la noche anterior no había tenido muchas ganas de seguir leyendo. Esa mañana tenía Cuidado de las Criaturas Mágicas, con Hagrid y los Slytherin. Después, Transformaciones con McGonagall. Por la tarde, la primera clase era Herbología, y después... sonreí.
Busqué los libros que iba a necesitar y bajé de mejor humor a desayunar. Una vez en el Gran Salón, me senté con los Gryffindor, al lado de Ron.
- Buen día - le dije a él, a Hermione y a Harry.
- Buenos días - me contestaron a coro pero sin mucho ánimo. Sabía que no tenían mucha confianza en mí.
Sobre la mesa había un exquisito desayuno con todo lo que me podía imaginar. Tomé un poco de cada cosa, aunque el silencio que había entre los cuatro me puso bastante incómoda.
- Así que tenemos clase con Hagrid - dije como para sacar un tema.
- Sí - contestó Harry.
- Y después yo tengo Transformaciones, con Ravenclaw - agregué.
- ¿Sí? - dijo Ron desganado.
Cuando terminamos de desayunar, nos dirigimos hasta la cabaña de Hagrid. Fuimos los primeros en arribar.
- ¡Buenos días! - saludó él de muy buen humor. Pero su sonrisa se esfumó cuando vio llegar a los Slytherin, Draco a la cabeza.
- Buenos días... profesor - le dijo Draco con desprecio.
Hagrid le contestó con un seco Buen día Malfoy, y volvió a sonreír cuando vio llegar al resto de los Gryffindors.
- Bien, ahora que estamos todos podemos comenzar. Hoy vamos a hablar de los espegazos. ¿Alguien sabe qué son?
Obviamente, Hermione fue la única en levantar la mano.
- Son animales pequeños muy parecidos a las ratas pero de color verdoso, grandes orejas, y no tienen cola.
- Muy bien, Hermione. Diez puntos para Gryffindor. Y ahora, acompáñenme.
Toda la clase lo siguió. Contorneamos su cabaña y llegamos hasta debajo de un árbol donde había una caja de madera. Allí, Hagrid se detuvo y se dirigió a los alumnos.
- En esta caja están los espegazos. Son animales inofensivos, salvo por una cosa: no hay que señalarles nada ni nadie, porque su instinto los hará atacar a aquello que se les señala. Si esto sucede por descuido, utilicen el hechizo Calmus Animus que hará dormir instantáneamente a los espegazos.
- ¿Y qué le pasa a la persona que es atacada? - preguntó Draco con una sonrisa maléfica.
- No querrás saberlo, Malfoy.
- Claro que quiero saberlo. Se supone que Ud. es el que enseña, y yo quiero saber... profesor.
Hagrid se puso muy nervioso, pero no le quedaba otra que responderle.
- Cuando atacan a alguien, los espegazos se descontrolan. Sus dientes aumentan de tamaño convirtiéndose en filosos colmillos, y... - miró a Draco-. Al menos serás capaz de darte cuenta solo de lo que puede suceder después. ¿O necesitas que te lo dibuje, Malfoy?
Algunos alumnos de Gryffindor se rieron. Draco se puso rojo.
- Bueno - continuó Hagrid-, quiero que cada uno de ustedes tome un espegazo y anote todas sus impresiones acerca de ellos. Al terminar me entregarán sus pergaminos, los corregiré para la próxima clase. La tarea es individual.
Cada uno tomó un espegazo de la caja. Yo no estaba muy segura de querer hacerlo, pero Hagrid me dirigió un gesto de confianza y me animé.
En verdad se parecían a las ratas, ratas verdes. Como los había descripto Hermione, no tenían cola pero sí grandes orejas. Tomé mi espegazo y lo acaricié. Parecía inofensivo.
Me senté en el suelo, tomé mi pergamino y una pluma, puse el espegazo frente a mí, y escribí: El espegazo es un animal del mismo tamaño y forma que las ratas. Su color es verde, no tiene cola pero sí enormes orejas, ojos amarillos, y es en apariencia inofensivo - pensé un momento, y agregué-: Me gustaría tener uno como mascota, parecen animales muy amigables y domésticos.
Tan concentrada estaba en mi tarea, que no me había dado cuenta de lo que Draco estaba por hacer a unos metros de mí: había puesto su espegazo en el suelo, en dirección mía, y me señaló.
- ¡Laura, cuidado!
Hagrid me gritó cuando vio que el espegazo corría hacia mí. Giré hacia el animal y lo vi venir corriendo con unos horripilantes colmillos y ojos negros. Pero yo seguía en el suelo sin reacción. Si hubiera tenido una varita en ese momento, hubiera tirado el hechizo que dijo Hagrid, pero... ¡de dónde iba a sacar una varita!
En ese momento, alguien se paró frente a mí y gritó ¡Calmus Animus! El espegazo cayó dormido de inmediato.
Mi salvador había sido Harry, que tras asegurarse que el espegazo estuviera completamente dormido, giró hacia mí y me preguntó:
- ¿Estás bien?
- Sí. Gracias.
Yo estaba congelada del susto. Sentía ganas de vomitar.
- ¡Laura! - Hagrid corría hacia mí-. ¿Estás bien?
Me puse en pie ayudada por el profesor, y vi que todos los alumnos estaban mirándome asombrados. Incluso los de Slytherin, fundamentalmente Draco.
- ¡¿Quién de ustedes lo hizo?! - preguntó enfurecido Hagrid a los Slytherin.
Nadie había visto de dónde vino el espegazo, pero era de suponer que había sido de ahí. Y todos sospechaban de Draco, pero éste le había robado el espegazo a una de sus compañeras para que el profesor no se diera cuenta que le faltaba el suyo.
- ¡Bulstrode, fuiste tú! - le gritó Hagrid a la alumna de Slytherin que se había quedado sin espegazo.
- ¡Yo no fui, profesor!
- Falta un espegazo y es de Slytherin. Si no quieren decirme quién fue, entonces le quitaré 50 puntos a la casa.
Los alumnos de Slytherin se quejaron, pero Hagrid estaba decidido.
- La clase ha terminado por hoy - dijo el gigante muy preocupado. Seguramente temía tener problemas por el incidente-. Ya pueden irse, olviden la tarea. Nos encontramos en la próxima clase.
- ¡Ese Malfoy es un completo estúpido! - decía Ron enfurecido mientras caminábamos hacia el castillo.
- Pobre Hagrid, siempre le arruina las clases.
- ¡Deberían expulsarlo! - opinó Hermione.
- Chicos, me voy a Transformaciones - les dije separándome de ellos.
Entré al castillo y busqué el pasillo que llevaba al salón de Transformaciones. Cuando encontré el camino, apuré el paso para no llegar tarde, pero a la vuelta del pasillo me encontré con la última persona con la que quería enfrentarme: Draco Malfoy.
Se paró frente a mí, desafiante. Extrañamente estaba solo, sin sus dos guardaespaldas. Me miraba fijamente. Ambos estábamos en silencio, él estudiándome y yo pensando la forma de zafar de la situación. Hasta que por fin habló:
- ¿Por qué no usaste tu varita para defenderte?
- Qué te importa - intenté seguir mi camino, pero él se interpuso.
- No te irás tan fácil. Primero dime por qué no usaste tu varita.
- Porque no quise, ¿satisfecho?
- ¿Tu vida estaba en peligro y no usaste la varita porque no quisiste? Mientes.
- ¿Desde cuándo te interesa tanto saber por qué cuerno no uso mi varita?
- Porque creo que no tienes.
Sus palabras me provocaron un escalofrío en la espalda.
- ¿Que no tengo? ¿Y vos qué sabés? ¡Claro que tengo!
- Demuéstralo - me dijo, y dio un paso hacia atrás y sacó su varita. Yo me quedé clavada en el piso sin saber qué hacer. Draco era capaz de tirarme un hechizo, hasta una maldición.
- ¡Vamos! ¿Dónde está?
- ¡Dejame en paz!
- ¡Serpensortia! - el hechizo hizo que una serpiente apareciera de la punta de su varita.
Era tal el susto que yo tenía, que ni siquiera pude gritar. El reptil se arrastraba hacia mí, y Draco observaba la situación esperando mi reacción.
- Draco, por favor... esto no es gracioso... por favor.
- ¿Cuál es el problema? - preguntó con una sonrisa malvada-. Saca tu varita y deshaz el hechizo.
- ¡No puedo! - grité viendo que la serpiente estaba cada vez más cerca mío-. ¡Por favor, Draco, esto no es gracioso! ¡Basta!
Por fin, cuando el reptil estaba a centímetros mío, le apuntó con su varita y gritó: ¡Finite Incantatem!, y la serpiente desapareció. Yo estaba asustada como nunca, pero aliviada de que el reptil ya no estuviera.
Malfoy se me acercó, se puso a mi lado, y mirando el suelo murmuró:
- ¿Sabes? Este no es lugar para una muggle - levantó su vista, me observó, y sonrió.
Después, se fue caminando hasta perderse a la vuelta del pasillo.Estaba en serios problemas. Nada menos que Draco Malfoy sabía que yo no era una bruja. Pensar en eso me inquietó y me hizo sentir miedo.
Olvidé la clase a la que iba y caminé sin rumbo por el pasillo. Me senté al pie de la primera escalera que encontré, dejé mi libro de Transformaciones a mi lado, e intenté calmarme.
Pero no pude dejar de pensar en que Draco iba a hacerme la vida imposible de ahora en adelante, porque odiaba a los muggles. Pero además, temía que también le complicara la existencia a Dumbledore, denunciando ante el Ministerio de Magia, a través de su padre, que una muggle había entrado a Hogwarts.
Sin ver el tiempo pasar estuve allí sentada, reflexionando, durante toda la hora de Transformaciones. Hasta que escuché que los alumnos comenzaban a salir de sus salones e inundaban los pasillos de Hogwarts.
- ¿Laura?
Levanté mi mirada del suelo y vi a la profesora McGonagall parada frente a mí, con un aire de preocupación.
- No asististe a clase.
- No, perdón.
- ¿Puedo saber qué pasó?
Suspiré. Sentía que todo había terminado, pero ni siquiera sabía qué era ese todo.
- Draco me descubrió. Fue por algo que pasó en la clase de Hagrid. Ahora sabe que no soy bruja.
- ¿Malfoy? - dijo la profesora con una mueca-. No te preocupes, Dumbledore se encargará de él.
- ¿Y cómo?
- Él sabrá, no te preocupes.
- Tengo miedo que pueda hacerme algo.
- Nada malo te va a suceder, te lo aseguro.
Esas palabras me tranquilizaron un poco, pero mis pensamientos no se quedaban en Draco sino que llegaban a su padre, y de él a Voldemort. No podía quitarme de la cabeza que Lucius Malfoy era un mortífago.
- ¿Por qué no vas a almorzar? Debes estar hambrienta.
- Sí, será mejor que vaya - dije poniéndome de pie-. Y perdón otra vez por no asistir a su clase.
- Te salvas porque no perteneces a ninguna casa - me dijo guiñándome un ojo.
- ¿Puedo saber cuántos puntos me hubiera quitado?
- Bueno, tal vez... unos ochenta.
Ambas sonreímos, pero cuando me dirigía hacia el Gran Salón, me dije en voz baja: ¡¿Ochenta puntos?! ¡Desgraciada! Menos mal que no soy de ninguna casa, o me habría hecho masacrar por mis compañeros.
Durante el almuerzo me senté en la mesa de Hufflepuff, y luego fui con ellos a mi próxima clase: Herbología. La profesora Sprout nos esperaba con unas plantas algo extrañas. Por empezar, cada una contaba con una decena de hojas negras, y cada una de ellas tenía un ojo. Las plantas se llamaban mirágolas y supuestamente sabían mucho de matemáticas.
- Antes de comenzar, recuerden colocarse sus guantes de piel de dinosaurio -dijo la profesora-. Lo que vamos a hacer con las mirágolas, es pedirles que nos resuelvan un problema que voy a copiar en la pizarra.
Genial, me dije. Las matemáticas no eran mi fuerte, siempre las odié.
La profesora copió el problema en la pizarra que a simple vista parecía bastante complejo. Bueno, todos los problemas matemáticos me parecen complejos.
- Para lograr que las mirágolas nos resuelvan un problema, deben acariciar cada una de sus hojas teniendo mucho cuidado de no meterles un dedo en el ojo porque eso las pone furiosas y hace que se nieguen a colaborar. A veces hasta resuelven mal los problemas adrede. Deben saber que está prohibido utilizar una mirágola para los exámenes; lo que les enseño tiene un objetivo únicamente práctico para que sepan cómo se utilizan, en caso de que las necesiten en el futuro.
- Son como una calculadora - murmuré.
A mi lado estaba Justin Flinch-Fletchley, que me miró asombrado.
- ¿Una qué?
- Una calculadora - le dije muy segura, olvidando dónde me encontraba. Al ver la cara de desconcierto de Justin, agregué apresuradamente-: Nada, no me hagas caso.
Cuando la profesora nos dio la orden, empezamos a acariciar las hojas de la planta. Algunos le metieron el dedo en el ojo, pero afortunadamente yo me cuidé mucho de no hacerlo.
Cuando llegó el momento de resolver el problema, mi mirágola comenzó a murmurarme los números y ecuaciones correctas. Me quedé impresionada y le busqué la boca, pero no pude encontrarla. Al final, me puse a copiar las cifras que me dictaba la planta.
- ¿Terminaron? - preguntó Sprout después de un momento.
Todos asistieron y ella anotó la respuesta correcta del problema en la pizarra. Para mi asombro, el mío estaba bien. Pensé seriamente en secuestrar una de esas plantas para llevármela a casa.
Cuando Herbología finalizó, los alumnos de Hufflepuff se fueron a su siguiente clase, pero yo tenía que unirme a los Gryffindor para otro curso. Saqué mi pergamino y repasé los horarios. Sabía perfectamente cuál era la próxima clase -lo había leído mil veces-, pero quería estar completamente segura de que no fuera un sueño.
Sonreí y empecé a caminar con mucho entusiasmo hacia las mazmorras.
Estaba muy cerca del aula de Pociones cuando mi corazón empezó a descontrolarse, y me puse muy nerviosa. Solamente quedaba un pequeño pasillo...
- ¡Alto ahí!
Alguien detrás mío me gritó y yo cerré los ojos. No es posible, pensé.
Lentamente me di vuelta, y me sorprendí: Harry, Hermione y Ron estaban allí parados, firmes, apuntándome con sus varitas.
- ¿Y esto?
- ¡Nosotros hacemos las preguntas! - ladró Ron.
Hubo un silencio que pareció eterno. Evidentemente ninguno sabía qué preguntar. Hasta que finalmente dije:
- ¿Y qué quieren saber?
- ¡Quién eres! - dijo Harry sin dejar de apuntarme con su varita.
- Pensé que ya lo sabían -y lo miré a Ron.
- Queremos saber quién eres exactamente - me desafió Harry.
Yo sabía adónde querían llegar, pero prefería que fueran ellos los que buscaran el camino. Estaba tranquila y eso me reconfortaba.
- ¿Y ustedes qué creen que soy?
Los tres se miraron incómodamente. Ninguno se atrevía a decir la palabra. Finalmente, Hermione se adelantó, me apuntó con su varita, me miró a los ojos, y lanzó:
- Eres una mortífaga.
- ¡¿Qué?! ¡¿Una mortífaga?! ¡¿Yo?!
- ¡Sí, una mortífaga! - gritó Ron.
Miré a Harry y algo me decía que él no estaba muy seguro de esa afirmación.
- ¿Y por qué creen que soy una mortífaga?
- Porque... - Ron dejó de parecer tan seguro-. Porque eres algo extraña.
- ¿Así que sólo porque soy algo extraña tengo que ser una mortífaga? -hubiera querido seguirles el juego un rato más, pero me acordé de mi clase de Pociones-. Miren, para su tranquilidad, no soy una mortífaga.
- ¿Cómo podemos estar seguros? - preguntó Harry.
Me remangué la manga izquierda de mi túnica, y mostré mi brazo.
- No tengo la Marca. Además, ¿Dumbledore no se habría dado cuenta? ¿O ya se olvidaron que él fue quien me presentó en Hogwarts?
- Pero entonces... ¿quién eres? - preguntó Hermione.
- Soy... - pensé dos veces antes de hablar, pero al final lo dije-. Soy una muggle.
Los tres se quedaron pasmados.
- ¿Una muggle?
- No es posible -dijo Hermione muy segura-. Jamás una muggle podría entrar a Hogwarts.
- Pregúntenle a Dumbledore, si no me creen.
Listo. Ahora que el viejo se las arregle.
Al decir Dumbledore, los tres se miraron y bajaron sus varitas.
- Pero... - era evidente que Harry tenía muchas preguntas en mente.
- Pregúntenle a Dumbledore - era la muletilla que acababa de aprenderme y me servía-. Él les explicará, yo no estoy autorizada. Ahora me van a disculpar, pero me voy a clase, no quiero llegar tarde.
Sin que me detuvieran, di media vuelta y retomé mi camino hacia las mazmorras. Era quizá la primera vez en mi vida que me preocupaba tanto por llegar a horario a una clase. Pero claro, no era cualquier clase.
Hermione, Harry y Ron se quedaron mirándome un momento y luego salieron detrás mío hasta alcanzarme.
- Perdón - murmuró Harry.
- No hay problema - le respondí aliviada de haberles dicho la verdad-. Ya les contaré algo más, pero...
- Mejor hablamos con Dumbledore, ¿no? - interrumpió Hermione.
- Sí, mejor.
Sentí que la confianza volvía entre nosotros. Eso me puso muy bien, y a ellos también.
Caminamos los últimos metros que nos separaban de las mazmorras. Otra vez me puse nerviosa. Sobre todo porque llegábamos tarde a la clase con Severus Snape.- Abre - le ordenó Ron a Hermione.
- ¡Abre tú!
Ninguno se atrevía a abrir la puerta de la clase de Pociones.
- ¿Yo? ¡Si fue idea tuya perder el tiempo en el pasillo, por eso llegamos tarde! - le reprochó el pelirrojo.
- ¡No fue perder el tiempo! - protestó Hermione-. Teníamos que saber la verdad.
- Ay, bueno, ya basta - se quejó Harry-. Apártense.
Y pasando entre Ron y Hermione, abrió la puerta de la mazmorra. Todos los alumnos ya estaban allí, los Gryffindor y los Slytherin. Y el profesor también.
- Potter... - dijo una voz fría desde el interior de la mazmorra.
Harry se quedó parado en la puerta. Detrás de él estábamos Hermione, Ron, y yo.
- ¿Y bien? ¿Acaso debo suplicarle para que entre? ¿O el aula no es lo suficientemente adecuada para usted? - dijo la misma voz, y se oyeron unas risitas que seguramente eran de los Slytherin.
Harry avanzó y fuimos pasando al salón en fila india, detrás de él. Yo no me animaba a mirar a Snape. Sentía su presencia y que me estaba observando, pero no me atreví a mirarlo. Caminé con mis ojos clavados en el piso, hasta que...
- Veo que la nueva alumna nos honra con su presencia - dijo él, y al oírlo tropecé con la pata de una silla lo que provocó otra vez algunas risitas entre los Slytherin.
Todos fuimos tomando asiento, primero Harry, después Hermione, luego Ron y finalmente yo.
- Espero que esta vez tengan una buena excusa por su tardanza - dijo Snape-. Y por lo que veo, están haciendo escuela de sus llegadas tardes.
Eso iba dirigido a mí. También... mi primera clase de Pociones, mi primera llegada tarde, ¡y encima con los alumnos que él más detestaba!
- ¿Y bien? Los escucho... -Snape estaba esperando la excusa por la tardanza, pero ninguno de nosotros abrió la boca-. Entonces le quitaré 25 puntos a Gryffindor... 25 por cada uno de ustedes, incluyendo a la nueva alumna, por supuesto.
Miré de reojo a Ron que estaba sentado a mi lado. Su rostro evidenciaba mucha ira. Harry y Hermione también.
- Antes de continuar con la clase - escuché decir al profesor-, sería interesante conocer el nombre de la cara nueva.
Estoy segura que por un segundo, mi corazón se detuvo. Tomé coraje y levanté la mirada. Afortunadamente Snape estaba leyendo su pergamino de asistencia.
- Laura - leyó. Y me miró.
Casi me desmayo. Su cara pálida resaltaba sus ojos negros como la noche y fríos como el hielo. Sus cabellos oscuros le rozaban los hombros. Su túnica, también negra... ¡le quedaba tan bien!
- ¿Laura qué? - me preguntó.
Tragué saliva. Estaba esperando mi respuesta.
- Eehh... Laura.
Me miró serio. Arqueó una ceja, e hizo un gesto con la cabeza como esperando que yo dijera algo más.
- Laura, me llamo Laura.
- Supongo que tiene un apellido... Laura - me dijo con su voz fría y pausada, tan... ¡seductora!
- ¿Apellido?
- Sí. Usualmente es lo que va después del nombre.
Otra vez escuché las risas de algunos Slytherin. Snape estaba haciendo gala de toda su ironía.
- Bueno, mi apellido es... mmm... mmiiiss... Laura Miss - le dije cualquier cosa, sólo me acordé de Harry Argentino.
Snape se me quedó mirando con una expresión de no me tomes el pelo.
- ¿Laura Miss?
- Laura Miss.
Hizo silencio. Parado al lado de su escritorio me miraba como estudiándome, como intentando leer mi mente. Eso me inquietó, porque sabía que en cierta forma podía hacerlo.
- Bien, señorita Miss - dijo por fin-, espero que haya traído todos los elementos necesarios para la clase.
Eso me hizo recordar que... ¡mi Dios! ¡El caldero! ¡Había olvidado el caldero! Mi rostro adquirió de inmediato una expresión de terror, y Snape se dio cuenta enseguida que no, no había traído todos mis elementos. Me miró e hizo una mueca, pero no me dijo nada.
- Bien, hoy hablaremos de la poción colorante - se dirigió por fin a la clase y yo respiré-. ¿Quién puede explicar qué es?
Hermione levantó su mano automáticamente. Fue la única.
- ¿Nadie? - dijo Snape ignorándola por completo.
- ¡Yo, profesor! La poción colorante es...
- ¿Acaso le di la palabra, Granger? - Snape la miró con ojos helados y ella bajó lentamente su mano-. ¿Qué tal la nueva alumna?
Sus ojos negros se dirigieron otra vez hacia mí. Perdí totalmente la noción de tiempo y lugar.
- ¿Yo? Estee... yo que... lo que... no sé, profesor, no... no lo sé.
- ¿Acaso la nueva alumna cree tener privilegios?
- No, profesor.
- Entonces podrá explicarme por qué razón no se dignó a abrir su libro antes de venir a clase.
No pude decir nada. Él permaneció en silencio unos segundos. Luego sonrió sarcásticamente y me dijo:
- Bien, eso pensé.
Dio media vuelta y comenzó a caminar lentamente frente a la clase.
- La poción colorante, para aquellos que no lo saben - miró a Harry-, es una delicada combinación de ingredientes especiales que tiene como objeto que la piel de la persona que la beba, cambie de color. Una poción bien hecha adjudica a quien la bebe, un tono que le permite camuflarse ante el enemigo. Esto es muy práctico en caso de quedarse, por un motivo u otro... sin varita - y sus ojos se clavaron en mí.
Automáticamente miré a Draco, y como esperaba, me estaba observando con una sonrisa irónica.
- No le hagas caso -me murmuró Harry mientras hacíamos la poción colorante-. Siempre está provocando.
Snape nos había puesto de a dos para hacer la poción, y a mí me había tocado con Harry. Mientras trabajábamos, el profesor caminaba entre las mesas observando lo que hacían los alumnos.
Al llegar donde estábamos nosotros, se detuvo. Sentí su presencia al lado mío. Hice lo imposible para que mis nervios no me traicionaran y me impidieran hacer correctamente la poción.
- Tenga mucho cuidado, Miss - me susurró-. Si la mezcla no se realiza correctamente, puede que pase una semana entera sin querer salir de su habitación. Nadie querrá ver su piel color verde llena de erupciones.
Ay... ¿Por qué no explicó eso antes? ¿Cara verde con erupciones?
Snape se quedó un momento más a mi lado observando lo que hacía, hasta que por fin siguió camino hacia las otras mesas.
- Decime Harry, ¿qué cosas no hay que hacer si no quiero que Snape me deje después de hora? - le pregunté a un experto en el tema.
- Bueno... procura hablar únicamente cuando te lo pida, nunca lo contradigas, ten mucho cuidado en no hacer explotar una poción, y...
- Y jamás converse con sus compañeros durante la clase - dijo una voz helada detrás nuestro.
Harry y yo nos volteamos enseguida y vimos a Snape otra vez parado detrás de nosotros, con sus manos cruzadas en la espalda y su sonrisa sarcástica tan característica.
- Le recomendaría, Miss, que si quiere buenos consejos no se dirija al Sr. Potter. No es el mejor ejemplo -me recorrió con su mirada y agregó-: Quiero hablar con usted después de clase.
Dio media vuelta y caminó hasta la mesa más próxima para seguir controlando las pociones. Yo no pude articular palabra. Simplemente miré a Harry, que me observaba un poco preocupado, pero tampoco me dijo nada.
Durante la clase no se registraron muchos incidentes. La única poción mal hecha fue la de Neville: su cara se había puesto verde y llena de erupciones.
Afortunadamente, no sé si fue por suerte o porque Snape se compadeció de mí (mas bien creo que fue la primera), la clase concluyó justo cuando llegó mi turno de probar la poción.
Me quedé sentada en mi sitio mientras Hermione, Harry y Ron pasaban a mi lado con cara de te compadecemos y se iban del aula. El último en salir fue Draco, que me miró y sonrió antes de cerrar la puerta tras él. Cuando el salón quedó sin alumnos, clavé mi mirada en el suelo. Snape estaba sentado en su escritorio y el silencio era asfixiante.
- Acércate - me dijo.
Me puse de pie muy despacio y caminé hasta el primer banco ubicado frente a su escritorio. Me hizo una seña para que tomara asiento.
- ¿Sabes? - me dijo poniéndose de pie-. Me ha llegado un interesante comentario sobre que eres una muggle.
- ¿Usted no lo sabía? - le pregunté asombrada.
- Claro que sí. Todos los profesores estamos al tanto de tu... situación. Pero el comentario me llegó de un alumno.
- Draco.
- No importa quién. Fue un alumno.
- ¿Y cuál es el inconveniente?
Snape se me acercó y me miró como estudiándome. Esas miradas... ¡me ponían nerviosa!
- ¿No lo entiendes?
- No.
- ¿Acaso Dumbledore no te lo ha explicado?
- No todo.
- No sabes por qué estás aquí, ¿cierto?
- Me dijo algo sobre la imaginación, que lo iba a ir entendiendo con el tiempo... pero quiero saber más.
Me miró con detenimiento e hizo una mueca.
- Si el Director no lo considera así, entonces no tengo más que decirte. Sólo una cosa más - agregó-: veo que siempre andas con Potter y sus amigos.
- Sí.
- ¿Por qué?
- Es lo que decidió Dumbledore.
- Sabes que si se lo pides, el director puede cambiar de parecer.
- ¿Y por qué haría yo algo así? Estoy bien con Harry.
- Potter y sus compañeros no son muy buen ejemplo a seguir. Si quieres aprender en serio sobre magia, quizá deberías pensarlo - arqueó una ceja-. Además, hay quienes conocen tu secreto y si estás en una casa rival, pueden creer que quieres perjudicarlos, y... los profesores no podemos estar siempre para protegerte.
No estaba muy segura de haber entendido lo que me estaba diciendo, pero hasta donde mis neuronas me lo permitían, me parecía que Snape me estaba amenazando utilizando a Draco que conocía mi secreto de muggle, para que me alejara de Harry y sus amigos. Evidentemente me quería lejos de ellos.
- A ver si entendí bien... - le dije y él se cruzó de brazos, se apoyó sobre un pupitre, y me sonrió irónicamente. Él sabía que había entendido perfectamente-. ¿Me está pidiendo... mas bien me está amenazando que si no me alejo de Harry y sus compañeros, Draco podría hacerme algo?
- Laura, simplemente te advierto de los peligros. Yo no puedo controlar las mentes de mis alumnos, ni todos sus actos.
- ¿Por qué me quiere lejos de Harry?
Mi pregunta lo molestó. Se puso serio.
- Tengo mis razones - me dijo secamente y dio media vuelta hacia su escritorio-. Ahora vete, hemos terminado.
Me quedé observándolo un momento. Interiormente, pensaba que Severus Snape no era tan malo como parecía, que tenía un costado... ¿humano?
Levantó su mirada del pergamino que se había puesto a leer, y vio que yo seguía sentada.
- ¿No me oíste?
- ¿Le puedo preguntar algo? -antes que me dijera no, lancé-: ¿por qué en clase me trata de Miss y aquí simplemente de Laura?
Fue la peor pregunta que se me pudo haber ocurrido. Cual metamorfosis, el rostro de Snape se fue desfigurando de la bronca.
- HE DICHO QUE TE FUERAS - elevó su voz como para que no me quedaran dudas de lo que había dicho, y mucho menos que me atreviera a hacerle otra estúpida pregunta.
Me puse de pie y caminé hacia la puerta. Antes de abrirla di media vuelta y lo miré: estaba sumergido en la lectura de un pergamino como ignorando mi presencia.
Entonces abrí la puerta y salí del aula, con la sensación de que algo extraño estaba sucediendo y nadie me quería decir la verdad.- ¿Qué te dijo? - me preguntó Ron cuando me alcanzó en el pasillo. Él y Hermione habían estado esperándome mientras hablaba con Snape.
- No mucho. ¿Y Harry?
- Con Dumbledore, lo mandó llamar ni bien salimos de la clase de Pociones - dijo Hermione.
- Pero algo tuvo que haberte dicho - insistió Ron.
- Quiere que me aleje de ustedes, no sé por qué.
- ¿Qué? ¿Pero qué se cree? ¿Qué se piensa que somos?
Hermione sin embargo, me miraba en silencio como tratando de descifrar algo. Seguro que imaginaba que tras las palabras de Snape, había algo más.
- ¿Eso fue todo? - me preguntó.
- Sí - no creí que valiera la pena contarles más detalles de mi conversación con el profesor de Pociones.
Mientras caminábamos hacia el Gran Salón, Ron estaba visiblemente molesto por lo que Snape me había dicho. Hermione por el contrario, lucía pensativa.
- ¿Te pidió que fueras a Slytherin? - me preguntó.
- No directamente.
Ninguno dijo más nada hasta que llegamos al Gran Salón, que estaba vacío. Era temprano para la cena, pero era el único lugar donde podíamos conversar ya que yo no tenía autorización para entrar a la sala común de Gryffindor. Nos sentamos al final de una de las mesas, Hermione a mi lado y Ron frente a nosotras.
- ¿Con quién tienes clase mañana? - me preguntó ella.
Saqué mis horarios y los revisé.
- Defensa Contra las Artes Oscuras con Hufflepuff y Ravenclaw, y Adivinación con ustedes. Después del almuerzo tengo Historia de la Magia también con Gryffindor, y Encantamientos. Y a la noche... tengo Astronomía con Slytherin.
Vi que Ron hacía un gesto de asco. En ese momento escuchamos unos pasos acercándose. Nos volteamos y vimos llegar a Harry, que se sentó al lado de Ron.
- ¿Cómo te fue? - le preguntó su amigo.
Harry parecía preocupado.
- ¿De qué hablaron? - preguntó Hermione ansiosa.
- De Voldemort - lanzó Harry.
Al escuchar ese nombre, Ron abrió sus ojos tan grandes como era posible; Hermione se echó hacia atrás en su silla con un gesto de preocupación y temor, y yo los miré sin poder decir nada.
- Parece ser - prosiguió Harry- que está planeando algo.
Iba a seguir contando acerca de su charla con Dumbledore, cuando Hermione lo interrumpió aclarándose la garganta. Harry la miró y pude ver que ella le hacía un gesto hacia mí como diciendo no hables delante de ella.
- Chicos - dijo Harry-, antes que nada tienen que saber que Dumbledore me aseguró que Laura es de absoluta confianza. Es verdad que es muggle, y puede venir con nosotros a la sala común. En realidad puede ir a la sala que quiera.
Ron y Hermione me miraron y noté que sus ojos ya no reflejaban desconfianza. Les dediqué una sonrisa que ellos me devolvieron.
- Voldemort - continuó Harry- estaría planeando algo. Aún no se sabe con exactitud qué, pero... podría ser un ataque a Hogwarts.
- ¡¿Qué?! - chillaron Hermione y Ron. Yo seguía sin poder articular palabra del susto que tenía.
- Pero... ¿con Dumbledore aquí? - Ron no podía creer que Voldemort se atreviera a desafiar al mago más poderoso.
- La profesora McGonagall ha estado en contacto con los aurores, y es lo que han podido averiguar hasta ahora.
- Por eso desaparecía a cada rato - dije pensativa.
- ¿Pero por qué te contó esto a ti? - preguntó Hermione.
El rostro de Harry volvió a adquirir la expresión de preocupación que tenía al principio de la conversación.
- Quiere que esté al tanto de la situación, porque si es lo que creen, deberé estar listo para desaparecer por un tiempo.
- ¿Qué cosa? - preguntó Ron.
- Parece que el ataque que Voldemort estaría organizando, es para capturarme. Si eso sucede, Dumbledore me dijo que tengo que estar preparado para mantenerme alejado del colegio el tiempo que dure el ataque, no quieren ponerme en peligro.
Nos quedamos en silencio. Ninguno podía creer las palabras de Harry, no podíamos aceptar algo tan terrible. ¿Un ataque a Hogwarts? ¿un ataque tan feroz que deberían poner a Harry a resguardo? No pude evitar pensar en lo que pasaría conmigo si llegara a haber un ataque mortífago.
Estuvimos allí sentados intercambiando ideas y opiniones sobre lo que Dumbledore le había dicho a Harry, hasta que se hizo la hora de la cena y poco a poco el Gran Salón se fue poblando de alumnos.
Entonces Harry, en voz baja, nos dijo:
- Esto debe quedar entre nosotros, nadie más debe saber lo que me dijo Dumbledore. Él no quiere alarmar a todo el colegio. Y lo de Laura también debe permanecer en secreto.
Asentimos y prometimos no decir una sola palabra, aunque en mi caso, Draco ya sabía la verdad, así que dudaba si iba a poder mantener el secreto mucho tiempo más.
Cuando los demás alumnos de Gryffindor comenzaron a sentarse en nuestra mesa, cambiamos de tema.
Después de cenar me despedí de los chicos y me fui a mi habitación. Pero cuando me disponía a subir la escalera, sentí como si alguien me estuviera observando.
Me di vuelta y no vi a nadie. ¿Sería Peeves? Pero cuando coloqué mi pie derecho sobre el primer escalón, otra vez tuve la misma sensación. Me di vuelta nuevamente y vi una sombra ocultarse por uno de los pasillos. Iba a seguirla, pero opté por correr escaleras arriba hacia mi habitación. Después de haber escuchado hablar de un ataque de Voldemort, sospechaba hasta de mi propia sombra.
Subí las escaleras muy deprisa, y cuando llegué al cuadro de la señora Ingrid, me detuve horrorizada. ¡Había olvidado la contraseña! Pensé en varias cosas, pero nada funcionaba.
- ¡Cara cortada! - le grité a la señora, y me miró desconfiada-. No, espere... ¡cara con bigotes! Perdone, es que la olvidé... A ver, era... bigotes... bigotes... ¡bigotes quemados!
Ingrid hizo una mueca y me dejó pasar. Me sentí aliviada, pero para la próxima vez sería mejor anotar la contraseña en alguna parte.
Crucé el pasillo e ingresé a mi habitación. Me tiré sobre la cama, estaba cansada pero sobre todo preocupada. Pensar en Voldemort me inquietaba. Me pregunté qué haría Dumbledore conmigo si llegara a haber un ataque en Hogwarts. ¿Me devolvería a mi casa o me dejaría presenciar la pelea contra los mortífagos? No, Dumbledore no me arriesgaría tanto. Después de todo, yo no tenía ni siquiera una varita para defenderme.
Y esa sombra que había visto en los pasillos de Hogwarts, ¿quién sería?
Pensando en Voldemort, me quedé dormida. Esa noche tuve una pesadilla en la que era capturada por el Señor Tenebroso y que frente nuestro estaba Dumbledore, disculpándose por haberme llevado al Mundo Mágico.
- ¡Arriba, arriba! - mi zapato-reloj me estaba despertando. No podía creer que la noche hubiese pasado tan rápido y que ya era hora de levantarme.
- ¡¿No escuchaste?! ¡Arriba, es la hora!
La verdad que el zapato ese me estaba cansando. Me senté en la cama y lo miré de tan mala manera, que me dijo:
- ¡Qué! ¡Deberías agradecerme en vez de mirarme así! ¡No sabes la suerte que tienes de tenerme contigo! Lamentablemente no puedo decir lo mismo de ti...
No sólo era un zapato insoportable, sino además, arrogante y orgulloso. Preferí no responderle para que dejara de hablar, y me levanté.
Me vestí y bajé a desayunar, sentándome en la mesa de los Ravenclaw junto a Padma Patil y Cho Chang. Cuando terminamos el desayuno, fuimos al salón de clase donde nos esperaban los Hufflepuff y el profesor Lupin. Tenía mucha curiosidad en conocerlo, nadie en el mundo muggle sabía qué cara tenía.
Cuando entramos al salón, el profesor nos recibió con un cálido Buen día, chicos, y nos sentamos en nuestros lugares. Parecía una persona muy simpática.
Esperó que todos los alumnos estuviesen sentados para comenzar la clase.
- Hoy voy a enseñarles un hechizo muy útil y fácil de realizar. Se llama Escudo Fire y sirve para protegernos del fuego. Sosteniendo la varita de esta forma (puso la suya de manera horizontal) y pronunciando correctamente el nombre del hechizo, obtendremos un campo de protección alrededor nuestro que nos permitirá movernos entre las llamas sin resultar heridos.
Después de la explicación, Lupin recorrió con su mirada a los alumnos buscando algún voluntario para probarlo, y me puse nerviosa cuando sus ojos se cruzaron con los míos. Voy a morir quemada, chamuscada como una salchicha, me repetía para mí misma.
- A ver... - dijo Lupin-. Qué tal... ¿Hannah?
Respiré aliviada, pero la pobre Hannah Abbot se levantó aterrorizada. Seguramente pensaba lo mismo que yo: Chamuscada como una salchicha.
- Bien, Hannah, párate aquí - Lupin señaló a un costado suyo, frente a la clase-. Sólo deberás pronunciar correctamente el nombre del hechizo, Escudo Fire.
Hannah le sonrió incómodamente.
- ¿Lista? - preguntó el profesor, y cuando ella asintió levemente con su cabeza, Lupin gritó-: ¡Incendio!
De inmediato nacieron grandes llamas frente a Hannah, acompañadas de gritos de espanto de algunos alumnos. Las llamas comenzaron a acercarse peligrosamente a la chica que del susto había olvidado hasta de levantar su varita.
- ¡Hannah! - le decía Lupin intentando darle confianza-. ¡El hechizo, Hannah!
Entonces ella levantó su varita y gritó: ¡Escudo Fire!, y de inmediato apareció a su alrededor un escudo apenas perceptible que impidió que las llamas siguieran camino hacia ella.
El resto de los alumnos, que hasta ese momento había estado observando todo con temor, estalló en gritos y aplausos de aprobación cuando finalmente apareció el escudo.
- ¡Finite Incantatem! - se escuchó decir al profesor, y las llamas desaparecieron. El escudo también-. ¡Muy bien, Hannah! Has ganado 20 puntos para Hufflepuff.
Los alumnos de esa casa aplaudieron otra vez y felicitaron a su compañera, que les sonreía aliviada que el peligro hubiera pasado.
Con tantas emociones, no nos dimos cuenta que la hora había pasado y la clase llegó a su fin. Me despedí de los Hufflepuff y de los Ravenclaw en la puerta del aula, y marché hacia mi nuevo curso: Adivinación. Se me hizo un nudo en la garganta de pensar que la profesora Trelawney podría llegar a predecir mi muerte.
No estaba muy segura de estar yendo por el camino correcto al salón de Adivinación. Sabía que encontrarlo no les había resultado fácil a Harry, Ron y Hermione la primera vez que cursaron esa materia, y no veía por qué habría de resultarme sencillo a mí.
Hasta que vi un retrato con la figura de un pequeño caballero intentando levantar su pesada espada: Sir Cadogan. Me acordé que el tipo era realmente insoportable.
De pronto giró hacia mí, y me gritó:
- ¡Ajá! -espantada, apuré mi paso y lo dejé hablando solo-. ¡No huyas, cobarde! ¡Vuelve aquí! ¡Enfréntate a tu destino! - me gritaba el pequeño caballero desde su cuadro.
Lo bueno era que ese retrato significaba que estaba yendo por buen camino. Enseguida encontré la escalera en espiral que llevaba a la antesala del salón de Adivinación, y comencé a subir. Escuché las voces de los alumnos arriba.
- ¡Laura! - Harry y Ron me recibieron con una sonrisa.
- Pensamos que te habías perdido - me dijo Ron.
- Me encontré con Sir Cadogan.
En ese momento, del techo donde había un letrero que rezaba Sybill Trelawney - Profesora de Adivinación, cayó una escalera plateada y todos subimos por ella.
El salón estaba en penumbras. Había varias mesitas redondas desplegadas, un par de sillones, una chimenea encendida, y un mueble con estantes cubiertos por velas contra uno de los muros. El lugar estaba débilmente iluminado por una luz rojiza, y el calor era sofocante.
Una vez que todos tomamos asiento, de al lado de la chimenea apareció la profesora Trelawney, con ese aire misterioso que la caracterizaba.
- Bienvenidos - nos dijo y tomó asiento en un sillón-. Espero que hayan reflexionado sobre lo que hablamos en nuestra última clase.
Ron miró de reojo a Harry y ambos contuvieron la risa. Imaginé que en la clase anterior la profesora le habría predecido una vez más, una muerte horrorosa a Harry.
- Bien, como todos saben - continuó ella- hoy es Cuarto Menguante. Esto atrae fuerzas que no cualquiera está preparado para asimilar. Pero esas mismas fuerzas, correctamente canalizadas, permiten ver más allá de lo que observamos.
El tono misterioso con el que la profesora Trelawney hablaba, me causaba mucha gracia. Me daba la sensación de que en cualquier momento, todo el mundo estallaría en carcajadas. Menos Parvati y Lavender, por supuesto.
- Hoy utilizaremos esas fuerzas para estudiar la cera y sus predicciones. Tomen cada uno una vela del estante y enciéndanla en sus lugares.
Nos pusimos de pie y nos dirigimos al estante que nos había señalado la profesora. Tomamos una vela cada uno (las había de varios colores y formas extrañas) y regresamos a nuestros asientos donde las encendimos.
- Deben dejarlas encendidas durante dos minutos. Luego, durante un minuto, dejarán caer gotas de cera sobre los pequeños platos que tienen frente a ustedes. De acuerdo al número de gotas y a su tamaño, se podrá predecir lo que va a suceder en sus vidas en las próximas horas.
Todo lo había dicho en tono muy apesadumbrado, como si esperara alguna tragedia colectiva.
Luego de los dos minutos, dejamos caer la cera en los platitos. En el mío cayó una veintena de gotitas bastante grandes. Eché un vistazo a los platos de Harry y Ron: estaban igual que el mío.
- Ahora - dijo la profesora-, sabremos la verdad...
Abandonó el sillón en el que estaba sentada y comenzó a recorrer las mesas. Parvati y Lavender pegaron un chillido cuando la profesora les dijo que el día siguiente, sería decisivo para ellas.
Cuando se acercó a nuestra mesa, me miró horrorizada. Llevó su mano a la boca y yo la miré con una ceja arqueada.
- Mi niña... - me dijo con compasión.
- ¿Qué?
- Nada, nada... - me contestó incómodamente, y tomó el plato de Harry-. ¡Ah!
La profesora pegó un gritó que alarmó a todo el salón. Los alumnos giraron para ver qué había pasado.
- No... - dijo ella mirando a Harry-. Pobrecito...
Harry y Ron se miraron con complicidad. Esperaban que la profesora le pronosticara su muerte.
- Deberás cuidarte, mi niño - le dijo ella-. Deberás tener mucho cuidado. Y tú también - me dijo.
Lavender y Parvati se llevaron una mano a la boca, horrorizadas por lo que la profesora acababa de decir.
Después de la clase de Adivinación, Ron, Harry y yo nos dirigimos al Gran Salón a almorzar, y nos encontramos con Hermione que venía de su clase de Aritmancia.
- ¿Y? - preguntó en tono socarrón-. ¿De qué vas a morir ahora, Harry?
- No lo sé, pero sigo en peligro - contestó él mientras se servía un poco de pastel de papa.
- Y Laura también - dijo Ron.
Hermione, que estaba por llevarse una presa de pollo a la boca, se detuvo y me miró.
- ¿Qué?
- Bueno... - no quise alarmarla, después de todo se trataba de una predicción de la profesora Trelawney-. Lo que dijo fue que teníamos que tener mucho cuidado Harry y yo.
- ¿Cuidado de qué?
- No sé.
Los cuatro permanecimos en silencio sin comer nada. Nos quedamos contemplando nuestros platos, y si Harry, Hermione y Ron estaban pensando lo mismo que yo, seguramente se estarían preguntando hasta dónde las predicciones de la profesora Trelawney eran para no tomar en serio.
Después del almuerzo tuvimos clase de Historia de la Magia y luego Encantamientos. Por la noche me aguardaba mi primera clase de Astronomía con la profesora Sinistra y los alumnos de Slytherin.
- Buenas noches, chicos - nos saludó la profesora-. Vayan ubicándose frente a los telescopios, hoy nos referiremos a las constelaciones en general y a la Serpiente en particular.
Qué adecuado, me dije mirando de reojo a Draco que sonreía.
- La constelación - comenzó a explicar- es un conjunto de estrellas identificables a simple vista, cuyo nombre alude a la configuración que forman. Espero que estén tomando nota en sus pergaminos... - nos dijo con el ceño fruncido al ver que todos la mirábamos pero nadie escribía nada.
Entonces tomamos nuestros pergaminos y plumas, y comenzamos a anotar.
- Las constelaciones - continuó- se dividen en australes, boreales y zodiacales. La Serpiente pertenece a las constelaciones boreales, y en latín significa Serpens.
Bastante interesante me resultó la clase de Astronomía. Miramos las estrellas con telescopios de mucho alcance, lo que ofrecía una visión magnífica.
Pero al terminar la clase, pasó lo que tanto temía: me crucé con Draco y sus amiguitos Crabbe y Goyle, camino al castillo.
- Bueno, bueno... - dijo con su sonrisita tan peculiar-. ¿A quién tenemos aquí?
Intenté seguir mi camino, pero Crabbe y Goyle se interpusieron.
- ¿Adónde vas? - me dijo Draco-. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
- No hay absolutamente nada pendiente entre nosotros, Draco.
- Te equivocas - se me acercó y me murmuró al oído-: ¿Qué pasaría si le digo a todo el colegio que eres una muggle? ¿Qué pasaría contigo si mis compañeros se enteraran de tu secreto? ¿Qué pasaría con Dumbledore?
Comenzaba a entender lo que pretendía. Me estaba extorsionando, sabía de mi secreto y seguramente quería algo a cambio para no desparramarlo por todos lados, perjudicándome a mí y al Director.
- ¿Qué querés? - le dije resignada.
Draco me sonrió con un aire triunfal. Había logrado lo que se proponía.
- Para empezar, que me mantengas informado de lo que pasa en Gryffindor.
- ¿Para qué querés saber lo que pasa en Gryffindor?
- Se acerca un partido entre Slytherin y esos perdedores, y quisiera estar al tanto de ciertos detalles.
- ¿Qué detalles?
- Estrategias.
- ¿Estrategias?
- Quiero saber qué tienen planeado para jugar contra nosotros.
- Esto es extorsión.
Draco estalló en carcajadas. Crabbe y Goyle también, aunque no sabían por qué.
- Llámalo como quieras - me dijo Draco muy divertido-. Pero mañana Gryffindor tiene entrenamiento y quiero que averigues lo que planean.
Me dirigió una última sonrisita, y se fue hacia el castillo acompañado por Goyle y Crabbe.
Yo me quedé paralizada unos minutos pensando en lo que había pasado, y saqué como conclusión que eran demasiados problemas en muy poco tiempo.Esa noche tampoco pude dormir mucho. Mi cabeza parecía que iba a estallar por todas las preocupaciones acumuladas en las últimas horas: las palabras de Snape resonaban todavía en mis oídos, tan misteriosas como él; la extorsión de Draco, el supuesto ataque de Voldemort a Hogwarts, y hasta la predicción de la profesora de Adivinación me inquietaban.
Al principio estaba feliz por la posibilidad de estar en el Mundo Mágico, pero la situación se estaba tornando algo peligrosa y no tenía ninguna certeza de lo que iba a suceder.
Como era de esperar, tuve otra pesadilla. En ella Voldemort me ofrecía hacerme mortífaga y me decía que luego de atacar Hogwarts, yo sería la nueva directora del colegio. Para mi sorpresa, entre las filas del Señor Tenebroso estaba Ron, a quien le habían encomendado matar a Snape.
Me desperté sobresaltada por el sueño. Miré mi reloj-zapato, y aunque era temprano para levantarme, me vestí y bajé al Gran Salón que estaba desierto.
Me senté en una de las mesas, apoyé un codo en ella y sobre él mi cabeza. Me puse a pensar en todo lo que había sucedido hasta allí: extorsiones, temores, dudas, amenazas... y ni siquiera hacía una semana que estaba en el Mundo Mágico.
- Escucha a tu corazón - dijo alguien detrás mío.
Volteé y vi al profesor Albus Dumbledore parado en la entrada del Gran Salón. Me sonrió y se acercó a mí.
- Cuando tengas dudas, escucha a tu corazón, Laura - me dijo en tono paternal.
Él siempre sabía lo que estaba sucediendo y lo que pasaba por la mente de los demás. Pero tenía la experiencia y grandeza suficientes para saber cuál era el momento indicado para actuar o para decir las palabras adecuadas.
- Profesor...
- Sé que tienes muchas preguntas, pero estás siendo puesta a prueba.
- ¿A prueba? ¿Por qué? ¿Para qué?
- Los valores, Laura. Piensa en ellos.
Dumbledore me sonrió y dio media vuelta para marcharse, sin darme tiempo siquiera a hacerle una de las tantas preguntas que tenía en mente.
- Y no te preocupes por Malfoy - me dijo antes de desaparecer por la puerta.
Dumbledore se fue y yo me quedé meditando sobre lo que me había dicho. Era como si cada tanto, me tiraba una pieza para que yo fuera armando un rompecabezas.
Cuando se hizo la hora del desayuno, yo seguía sentada en el Gran Salón inmersa en mis pensamientos. No me había dado cuenta que estaba en la mesa de Slytherin.
- Ah, pero veo que has recapacitado - dijo una voz en tono burlón a mi lado.
Esas palabras me sacaron de mis pensamientos. Levanté la vista y vi a Draco Malfoy parado a mi lado, sonriendo irónicamente como siempre.
- ¿Qué?
- Estás en la mesa de Slytherin. ¡Muy bien! - me dijo sin dejar de sonreír.
Empecé a mirar a mi alrededor, espantada. Sí, estaba sentada en el lugar de las serpientes. Cuando intenté ponerme de pie, Draco puso una mano sobre mi hombro y me dijo:
- No tienes por qué irte.
- Quiero irme.
- ¿Para qué? ¿Para volver con aquellos perdedores? - hizo un gesto con su cabeza hacia la mesa de Gryffindor.
Harry, Hermione y Ron me estaban mirando asombrados al verme con Slytherin.
Y en ese momento me acordé de Harry Argentino, e hice algo que sorprendió a todos: volví a sentarme junto a Draco en la mesa de Slytherin, resuelta a demostrar que no todos eran unos idiotas engreídos admiradores de Voldemort.
La primera clase de aquél día fue sin embargo junto a Gryffindor: Quidditch. Draco me había recordado durante el desayuno la pequeña conversación que habíamos tenido a la salida de Astronomía. Tenía que informarle acerca de las estrategias de juego del equipo de Gryffindor.
Los ojos amarillos de Madam Hooch me impresionaron ni bien los vi. La profesora de vuelo había dividido la clase en dos: entrenamiento en el campo de quidditch para los miembros del equipo, y una parte teórica para el resto que como yo, veían los partidos desde las tribunas.
Eso me complicó lo de tener que espiar las estrategias de juego, tenía indefectiblemente que presenciar los entrenamientos. Pero no hubo caso: la profesora nos mareó con la historia del quidditch, los partidos más importantes de los que se tenía memoria, y los jugadores más destacados de todos los tiempos. Del entrenamiento no pude ver absolutamente nada. Encima tuve que aguantarme las miradas desconfiadas de los Gryffindors, consecuencia de haberme sentado con Slytherin durante el desayuno.
- ¿Cómo pudiste? - me preguntó Hermione de mala manera mientras la profesora Hooch narraba uno de los partidos más impactantes de la historia del quidditch.
- ¿Qué cosa?
- ¡Sentarte con Malfoy!
- Slytherin no Malfoy nada más, Hermione - mi respuesta la sorprendió-. Es una casa más de Hogwarts, como Gryffindor, Ravenclaw o Hufflepuff.
- No nos compares con Slytherin - Hermione estaba comenzando a enojarse conmigo.
- Piensa en el origen de Hogwarts, Hermione. Slytherin no fue creada nada más que para chicos como Draco, sino para alumnos con ambiciones, con ganas de ganar. Slytherin siempre pelea por el primer puesto en la Copa de las Casas, y los puntos que suma no todos son regalitos de Snape.
Quería parecer lo más objetiva posible, pero no estaba segura que ella comprendiera lo que intentaba decir.
- ¿Te quedarás con ellos?
- Quiero demostrar que Slytherin es más que Draco Malfoy. Me gustaría hacer de esta casa otra cosa.
- Sabes que eso es casi imposible.
- Ya lo sé, pero quiero tratar.
Regresé preocupada al Gran Salón para la hora del almuerzo. La charla con Hermione me había reconciliado conmigo misma, pero aún quedaba el entrenamiento de quidditch del que no pude ver absolutamente nada.
- ¿Y? - me preguntó Draco cuando se sentó a mi lado.
- ¿Y qué? - sabía a lo que se refería pero quería dilatar la conversación lo más posible hasta que se me ocurriera algo para decir.
- ¿Y qué? ¡El entrenamiento, qué otra cosa! - me contestó de mala manera.
Entonces le mentí. Le detallé un supuesto plan de juego que tenía Gryffindor para vencerlos, pero en realidad no tenía la menor idea de lo que pensaban hacer el día del partido.
Draco quedó conforme con la mentira. Faltaba una semana para el encuentro entre ambas casas, tiempo durante el cual esperaba que me dejara en paz.
El almuerzo fue bastante incómodo para mí. Se la pasaron burlándose de los Gryffindors e imaginándose cómo iban a humillarlos el día del partido. Yo me preguntaba si realmente iba a poder cambiar a los Slytherin.
Los nervios se apoderaron de mí otra vez luego del almuerzo: tenía clase de Pociones. Pero esta vez ingresé al salón con los Slytherin, lo que sorprendió hasta el propio Snape que me miró asombrado cuando me senté al lado de Draco.
Pero pronto su gesto de asombro se convirtió en una de sus sonrisas irónicas de siempre, esas que me erizaban la piel.
- Bueno, bueno... - dijo con su voz tan peculiar-. Veo que hay quienes recapacitan a tiempo y no desaprovechan las oportunidades.
Hermione, Ron y Harry me miraron. No había rencor en ellos, más bien una expresión de ¿estás segura de lo que hacés?
- Bien, comencemos - dijo Snape luego de observar el intercambio de miradas entre los Gryffindors y yo-. Hablemos de la poción antidormis. Veremos cuántos han abierto sus libros...
Recorrió con su mirada la clase, especialmente donde estaban los Gryffindors, donde ignoró alevosamente la mano levantada de Hermione. Pero nadie contaba con que yo había abierto mi libro de Pociones (pensando en el profesor, claro) y levanté la mano.
La clase entera se quedó petrificada con mi actitud. Yo sólo esperaba que Gryffindor no lo tomara como una provocación. Snape me vio, miró de reojo a los Gryffindors, y con una irónica sonrisa, me dijo:
- ¿Sí?
Muy nerviosa pero decidida, expliqué de qué se trataba la poción antidormis y cómo se elaboraba:
- La poción antidormis provoca un insomnio que se prolonga por tres días. Se hace con hojas de una planta llamada Noctis, que hay que poner en remojo durante dos horas antes de utilizarla.
Cuando terminé mi explicación, el aula quedó en silencio. Snape me seguía observando con una sonrisa, miró hacia la mesa de Gryffindor y luego se volvió a mí:
- Excelente, Miss. Cincuenta puntos para Slytherin.
Escuché a algunos Slytherin festejar y me sentí muy bien de haber logrado algo legítimamente para la casa.
- Miss, ahora haga las veces de colaboradora y reparta por cada mesa las hojas de Noctis - me dijo Snape.
¡Ay Dios! ¡Me estaba pidiendo que fuera su colaboradora! Aunque una parte de mí me decía que no me confiara, que Snape sólo lo hacía porque ahora estaba con Slytherin, la otra parte hizo que de un salto me pusiera de pie y me dirigiera hacia su escritorio. Cuando me entregó las hojas para repartir, tuve que resistir la tentación de mirarlo a los ojos.
Mientras hacíamos las pociones, Snape se dedicó a caminar por entre las mesas para controlar los trabajos. Al pasar a mi lado, se detuvo y me murmuró:
- Tomaste la decisión correcta - y siguió su camino.
Cuando terminamos las pociones, el profesor se dirigió a la clase:
- Como no quiero que todo el alumnado permanezca despierto durante tres días, sólo probaremos una de las pociones en un voluntario.
Por supuesto que el voluntario fue elegido a dedo por Snape:
- Longbottom.
Neville, que todavía tenía la cara verde, se pegó padre susto cuando Snape se dirigió a él. Lentamente se llevó el recipiente con la poción a la boca, y comenzó a beberla ante la mirada socarrona del profesor. A simple vista no parecía haber hecho efecto, pero sabíamos que el pobre no iba a poder dormir durante tres días.
Cuando la clase terminó y todos estábamos saliendo del aula, escuché la voz de Snape llamándome:
- Miss, no te vayas.
Me quedé clavada en el piso, en la puerta del salón. A mi lado pasaron Harry, Hermione y Ron que me miraron sin decir nada.
- Profesor, voy a llegar tarde a mi clase de Herbología - le dije mientras Snape me miraba extrañado.
- ¿Qué pasó? - me preguntó ignorando lo que acababa de decirle.
- ¿Qué pasó con qué?
- ¿Ahora estás en Slytherin?
- Ah, sí. Pero no por lo que usted cree.
- Lo sé y no me interesa. Lo que cuenta es que te alejaste de Potter y sus amigos.
- ¿Hay algo malo en ellos? Porque a mí no me parece.
- Ya te lo dije, no son un buen ejemplo.
Entonces, al ver la oportunidad frente a mí, junté coraje y enfrenté a Snape:
- No es ese el problema, no me tome por estúpida.
Mi reacción lo tomó tan de sorpresa que por un instante se me quedó mirando sin saber qué decir.
- No te comprendo.
- Yo creo que sí me entiende. Me quiere engañar diciéndome que Harry, Ron y Hermione son un mal ejemplo y no sé cuántas cosas más, pero ese no es el motivo por el que quiere que me aleje de ellos. Hay algo más que no me quiere decir.
- Veo que me das la razón: Potter es muy mala influencia y ya te ha metido ideas extrañas en la cabeza.
¿Será posible? Siempre tenía una salida elegante para cualquier situación. Por eso yo lo admiraba tanto.
- Mire - le dije mirándolo a los ojos-, si estoy en Slytherin es porque creo que es una casa prestigiosa como cualquier otra en Hogwarts, con excelentes alumnos, muy capaces, con ambiciones y espíritu competitivo.
- ¿Me darás una lección sobre la casa que conduzco? - me dijo irónicamente.
- No... Lo que estoy intentando explicarle es por qué estoy donde estoy, y no tiene nada que ver con Harry.
- Como sea, mientras estés lejos de ellos - giró hacia su escritorio y comprendí que la conversación había terminado.
Lo observé un momento y me vinieron a la mente muchas preguntas para hacerle, ya no sobre mí sino sobre él: su pasado, Voldemort, James Potter... Tantas cosas que quería preguntarle. Pero no dije una palabra y me fui del aula.
Estimé inútil ir a la clase de Herbología ya que llegaba muy tarde, y la verdad que no tenía muchas ganas de asistir tampoco. Decidí salir del castillo y dirigirme hasta el lago. Me senté en la orilla y lo contemplé; pensé en ir a la cabaña de Hagrid, pero me quedé allí sentada el resto de la tarde.
Cuando se hizo la hora de la cena, entré al castillo y fui hasta el Gran Salón, a la mesa de Slytherin, donde me felicitaron por lo que había hecho en la clase de Pociones y por los 50 puntos que había ganado para la casa. Ellos lo tomaban como una victoria frente a Gryffindor, pero yo lo veía de otra forma.
Me fui a dormir pensando en lo que había sucedido ese día y en la decisión de haberme ido a Slytherin.
Y me convencí de que había hecho lo correcto.- ¡CALLATE! ¡CALLATE PORQUE TE MATO!
Mis gritos deben haberse escuchado hasta en la cabaña de Hagrid. Es que mi zapato-reloj no tuvo mejor idea que despertarme chillando ¡Voldemort! ¡Voldemort!. Encima que yo estaba sensibilizada con el tema, el zapato idiota me hacía bromas pesadas para que me despertara y bien despabilada.
Furiosa, me vestí y bajé al Gran Salón donde me senté en la mesa de los Ravenclaw. Tenía clase de Transformaciones con ellos.
La profesora McGonagall nos dio una clase teórica sobre algunas de las más grandes transformaciones de la historia de la magia, y cuando la hora terminó, me retuvo en la puerta del aula.
- ¿Es cierto que estás con Slytherin? - me preguntó cuando los demás alumnos ya se habían ido.
- Sí.
- ¿Fue tu voluntad?
- Totalmente.
- Bien, sólo eso quería saber. Haz tomado una decisión muy difícil, supongo.
- Sí, pero estoy conforme.
- Bien. Es todo, puedes retirarte.
Pero antes de irme, le pregunté:
- Profesora, ¿cree que es un sueño pensar en cambiar la imagen de Slytherin?
Ella me miró y me sonrió.
- ¿Qué sería de nosotros sin los sueños?
Esa respuesta, al mejor estilo Dumbledore, me reconfortó y me hizo sentir más segura. Le sonreí a McGonagall y me fui en dirección a mi próxima clase: Cuidado de las Criaturas Mágicas.
Hagrid nos esperaba con una criatura que a simple vista parecía un perro, salvo por las alas y su color violeta.
- Buenos días, chicos - dijo el gigante.
Frente a su cabaña ya estaban los Gryffindors y los Slytherins, y Hagrid se sorprendió mucho al ver que yo estaba más del lado de las serpientes que de los leones.
- Estas criaturas - dijo señalando al perro violeta- se llaman virántilos. Son muy amigables, pero no por eso están considerados como mascotas ya que son seres que aman la libertad, pasan buena parte del día volando, y sobre todo, emigran cada cuatro meses a otras tierras. ¿Sí, Hermione?
- Leí en un libro algo sobre los virántilos, que antiguamente eran el doble de tamaño de lo que son hoy.
- Es cierto. Eso se debe a que la comida que antes consumían era distinta, se basaba en unas plantas llamadas cunfos que desaparecieron por el cambio climático. Por eso la alimentación de los virántilos se vio forzada a cambiar, y por tanto su fisonomía se vio afectada.
Algunos alumnos se asombraron con la explicación de Hagrid, pero Draco murmuró:
- ¿Cuándo vamos a aprender algo interesante?
Hagrid lo escuchó pero sólo hizo una mueca y continuó con su clase, no quería tener más problemas con Malfoy.
Después de la clase con Hagrid tuvimos el resto del día libre. Imaginé que ni Harry, ni Hermione ni Ron querrían estar conmigo después de haber decidido irme a Slytherin. Pero afortunadamente me equivoqué: me dirigía a la sala común de Slytherin, cuando en uno de los pasillos una voz me detuvo.
- Laura -era Harry. A su lado estaban Ron y Hermione-. ¿Tienes planes para esta tarde?
- No.
- ¿Vienes con nosotros? - preguntó Ron.
- ¿Adónde?
- A la cabaña de Hagrid, vamos a tomar el té - me dijo Harry y sonrió. Yo también les sonreí.
- Entonces... ¿no están enojados conmigo?
- Les expliqué tus intenciones - intervino Hermione-. Y creemos que son muy buenas.
Me parecía que ni Slytherin ni Gryffindor estaban viendo las cosas como yo quería. Slytherin veía mi actitud como un triunfo contra Gryffindor, y éstos como una especie de infiltración en la casa rival para hacerlos cambiar de actitud.
Como sea me fui con Harry, Ron y Hermione a la cabaña de Hagrid a tomar el té.
El gigante abrió la puerta con una gran sonrisa al ver a los tres Gryffindors, pero al verme a mí, su gesto ya no parecía tan sincero.
Ingresamos a la cabaña de un solo ambiente. Vi un par de cueros sobre una pequeña mesa, y algunos jamones colgando del techo. Nos sentamos en las sillas alrededor de la mesa sobre la que Hagrid había puesto unos bizcochos, mientras él servía el té con una enorme tetera. Fang había apoyado la cabeza sobre la falda de Harry, y éste le acariciaba las orejas.
Noté cierta tensión en el ambiente, sin duda todos pensaban en lo mismo pero nadie se atrevía a decir nada: Slytherin.
- ¿Y bien? - me dijo Hagrid incómodo-. ¿Cómo te encuentras en Hogwarts?
- Muy bien.
- ¿Te han estado molestando?
- No.
- Mejor así.
- Muy ricos los bizcochos - mintió Hermione para cambiar de tema-. Y el té, sabroso.
- Gracias - sonrió el gigante.
- Hagrid - dijo Harry-, ¿sabes algo acerca de un supuesto ataque?
Hagrid cambió su expresión y se quedó mirándolo estupefacto. Me miró de reojo, muy incómodo.
- ¿Qué cosa?
- Un ataque mortífago - Harry fue directo con el tema.
Hagrid, Ron y Hermione se quedaron helados.
- No deberían meterse en esos temas, lo saben - dijo Hagrid molesto.
- Nosotros no nos metimos en nada, Dumbledore me lo dijo.
- Entonces deberías preguntarle a él, yo no tengo nada que decirles. Además... - me miró fijamente y largó lo que tenía en mente-. ¿Y tú por qué estás en Slytherin? ¿Me puedes explicar qué se te pasó por la cabeza?
Realmente comenzaba a molestarme tener que andar explicando a todo el mundo por qué había decidido ir a Slytherin.
- ¡No me pasó nada! ¿Por qué no puedo estar en Slytherin? ¡Yo no soy como Draco! ¡Si fuera como él no estaría acá hablando con ustedes!
Todos quedaron en silencio. Sabían que tenía razón pero les costaba aceptarlo. No podían imaginarse que Slytherin fuera otra cosa que lo que veían.
- Sólo espero que te vaya bien - me dijo Hagrid en tono de disculpa-. Entiende que para nosotros es difícil tener una amiga Slytherin.
- Bueno, empiecen a acostumbrarse porque no los pienso dejar en paz.
Se quedaron estupefactos hasta que Harry comenzó a reír. Lo siguió Hermione, luego Ron y finalmente Hagrid.
El resto de la tarde se pasó muy agradablemente, entre bromas, tazas de té y bizcochos duros como piedra. Al caer la noche nos despedimos de Hagrid y regresamos al castillo. En el camino les comenté a los chicos el extraño episodio de la sombra que me pareció ver la noche anterior cuando subía a mi habitación. Elaboramos muchas hipótesis e inevitablemente terminamos relacionándola con Voldemort, lo que no me ayudó para nada.
Como estábamos a viernes, Ron me dijo que ese fin de semana iríamos a Hogsmeade. Me puse muy contenta, conocería otro emblemático lugar del Mundo Mágico.
Iba por uno de los pasillos hacia mi habitación pensando en lo que haría al día siguiente en Hogsmeade, cuando al dar la vuelta por el pasillo que estaba débilmente iluminado, me topé con un rostro verde que me hizo sobresaltar como pocas veces.
- ¡AAAHHHH! - pegué un grito de terror, reculé, trastabillé y caí al piso.
- ¡No grites, soy yo!
Me quedé mirando con ojos enormes la figura con erupciones.
- ¿Neville? ¿Qué hacés acá?
- No puedo dormir - me dijo mientras me ayudaba a levantarme.
Entonces recordé la poción Antidormis. El pobre estaba padeciendo su primera noche de insomnio.
- Perdón, te asusté - se disculpó-. Pero quería hablar contigo.
- ¿Para qué?
- ¿Podemos ir a otro lugar?
Caminamos hacia el Gran Salón donde nos sentamos en una de las mesas.
- ¿Y bien? ¿De qué me querías hablar?
Me miró fijo y tuve que hacer un esfuerzo para no soltar la risa frente a su cara verde erupcionada.
- Tú no eres la sobrina de Dumbledore.
Me tomó un momento darme cuenta de qué me estaba hablando. Neville se refería a la mentira que le dije en mi primer día en Hogwarts, cuando me preguntó quién era.
- Mirá, Neville... no, no soy sobrina de Dumbledore. Te mentí.
- Estás en Slytherin...
Parecía que iba atando cabos: primero una mentira, después lo de Slytherin.
- Sí, pero eso...
No me dejó terminar. Se puso de pie, sacó su varita y me apuntó.
- ¡No te muevas!
- ¡Neville!
- ¡Dije que no te movieras!
- ¡Pero pará! ¿Qué hacés? - me levanté y me abalancé hacia él.
- ¡Locomotor Mortis!
Caí de nariz al suelo. Me había tirado el hechizo de piernas unidas, uno que conocía muy bien porque Draco dos por tres lo utilizaba en él.
- ¡Neville, qué hacés!
- ¡Eres una mortífaga! ¡Lo sabía, lo sabía!
- ¿Qué? ¡Pero no, nada que ver!
- ¡Voy a llamar al profesor Dumbledore!
Tirada en el suelo con mis piernas unidas, intenté calmarme. Hice una mueca, miré a Neville y le hablé lenta y pacientemente:
- Neville, escuchame: si querés andá y decile a Dumbledore lo que se te ocurra, pero lo único que vas a lograr es pasar un papelón despertando al director a esta hora.
- ¡Eres una mortífaga!
- ¡Te digo que no! Además, si fuera lo que decís que soy, ya te hubiera hecho un Crucio por lo menos.
El chico me estaba comenzando a sacar de mis casillas. Era más molesto que mi zapato-reloj.
- Dame tu varita - me dijo apuntándome con la suya.
- No la tengo.
- ¡No me mientas! Si no me la das... -lo miré temiendo lo que pudiera llegar a escuchar salir de su boca-. Si no me la das, te echo una maldición.
Me asusté mucho, parecía decidido. Como veía que yo no le entregaba mi varita, me apuntó con la suya y estaba a punto de echarme una maldición, cuando una voz lo interrumpió.
- ¿Jugando a estas horas de la noche, Longbottom?
Era Severus Snape. Jamás -juro que jamás- me sentí tan contenta de verlo. Obviamente Neville no sentía lo mismo.
- Señor... yo... yo sólo quería... ella...
Snape caminó lentamente hacia nosotros, me vio tirada en el suelo, y miró a Neville.
- ¿Atacando a una alumna?
- No señor, yo sólo...
- ¿Deambulando a altas horas de la noche y atacando a una alumna? Longbottom, sabe que este tipo de comportamientos es severamente castigado.
Neville no podía responder del susto. Entonces vi la oportunidad para que volviera a confiar en mí, porque sabía que Snape no iba a castigarme ya que ahora era una Slytherin.
- Profesor... - dije mirándolo desde el piso, y él bajó la vista para verme-. Neville me atacó porque pensaba que yo era una mortífaga. Él no tiene la culpa, lo hizo porque creyó que defendía al colegio. No lo sancione, por favor.
Snape me miró fijo un momento, y después a Neville.
- Agradezca a esta alumna que a pesar de haber sido atacada por un inepto, tiene la grandeza de excusarlo. De todas formas tendré que quitarle 50 puntos a Gryffindor, el insomnio no es motivo para andar deambulando por los pasillos del colegio. Y guarde su varita.
Neville guardó inmediatamente su varita y dio media vuelta para irse, casi a las corridas, hacia la sala común de Gryffindor.
Yo seguía tirada en el suelo con mis piernas unidas, esperando que Snape deshiciera el hechizo. Pero él estaba parado de espaldas a mí con sus manos cruzadas detrás, en silencio. Hasta que de pronto lo oí decir:
- ¿Mortífaga? - se giró y me miró-. ¿En serio creyó que eras una mortífaga?
Le hice una mueca. Me senté con mis brazos cruzados sobre mis piernas que seguían unidas.
- Sí. Y no es el único.
Snape encontró aquello sumamente interesante y creo que divertido. En lugar de liberarme, se acercó a la mesa, tomó una silla, y se sentó para seguir la charla.
- ¿Quién más lo creyó?
- Harry, Ron y Hermione. Pero ellos ya saben la verdad.
- ¿Y se puede saber por qué te creían mortífaga?
- Porque me comportaba muy raro y les dije un par de mentiras. ¿Me puede liberar, por favor?
- Si tuvieras una varita, qué distinto sería...
- Pero no tengo una varita.
- Ya lo sé - dijo poniéndose de pie-. Pero puedes simular tener una.
Y me entregó una varita falsa.
- Sólo pórtala contigo. No te protegerá de una maldición, pero sí de preguntas incómodas.
¿Podía Snape ser tan atento conmigo? ¿O simplemente estaba cumpliendo una orden de Dumbledore?
Comenzó a irse del Gran Salón cuando se detuvo en la entrada. Giró hacia mí y sacó su varita: ¡Finite Incantatem! Por fin deshizo el hechizo de las piernas unidas.
- Ten cuidado mañana en Hogsmeade - me dijo antes de desaparecer por el pasillo.Hogsmeade era tan magnífico como lo describían los libros. Comercios por todas partes, magos yendo y viniendo, mucho movimiento, y en general un ambiente muy agradable que daban ganas de quedarse varios días recorriendo el lugar. Si hubiera tenido algunos galeones, me hubiera comprado todo.
Junto a Harry, Hermione y Ron, pasamos frente a Zonko y me acordé de los gemelos Weasley. Eché un vistazo desde la calle para ver si los veía dentro del local, pero no estaban.
También visitamos Honeydukes y luego fuimos a Las Tres Escobas donde ocupamos una mesa al lado de un grupo de alumnos de Ravenclaw, que nos saludaron amigablemente. Entre ellos estaba Cho Chang, a la que Harry no dejaba de mirar.
- ¿Laura?
Me di vuelta y vi a Neville que se había acercado hasta nuestra mesa.
- ¿Sí?
- Perdóname por lo de ayer. Y... gracias por defenderme frente al profesor Snape - me dijo tímidamente.
- No te hagás problema, Neville.
Él me sonrió, me agradeció otra vez, y se alejó de nuestra mesa. Hermione, Harry y Ron me miraban.
- Otro que me creyó mortífaga.
Los tres se rieron.
- ¿Qué tomamos? - preguntó Ron.
- ¿Jugo de calabaza? - propuso Hermione.
Harry y Ron se pusieron en pie y se fueron a la barra a buscar las bebidas. Yo me quedé con Hermione, que me mareó con preguntas:
- ¿Qué edad tienes?
- Veinticinco.
- Ya me parecía - me dijo con una sonrisa triunfal-. Les dije a los chicos que eras más grande.
- Ajá.
- Casi podrías ser profesora, ¿no?
- Casi.
- ¿Te gustaría?
- Nunca pensé en eso, pero creo que no.
- ¿Qué materia te gusta más?
Hermione era increíble: fin de semana, estábamos disfrutando del día en Las Tres Escobas, pasando un momento de distensión, ¿y ella de qué me hablaba? ¡De la escuela!
- Me gusta Transformaciones, Astronomía, y Pociones.
- ¿Pociones?
- Sí. Es... interesante.
En ese momento, Ron y Harry volvieron a la mesa con las bebidas y noté que antes de sentarse, Harry miró otra vez hacia la mesa de Ravenclaw buscando a Cho. Entonces intervine.
- ¿Cómo está Ginny? - le pregunté a Ron que se sorprendió porque yo jamás había cruzado dos palabras con su hermana.
- Eh... Bien.
- ¿Es cierto que es gran admiradora tuya, Harry? - le pregunté sonriendo y eso hizo que Harry se sonrojara.
- ¿Eh?
Ron lo miraba divertido, aguantándose las ganas de intervenir con alguna de sus bromas.
- En segundo año le escribió un poema - dijo el pelirrojo.
- ¡RON! - gritó Harry avergonzado.
- Sus ojos son verdes como... - empecé a recitar, pero me detuve ante sus miradas-. Es que... alguien me contó.
Seguramente se preguntarían quién, salvo Ginny, podría recordar el poema escrito cuando cursaban segundo año de Hogwarts, y habérmelo recitado.
- ¿De dónde lo sacaste? - me preguntó Harry.
Su cara se había puesto de un rojo intenso. Ron lo miraba de reojo sin decir nada, y Hermione se había llevado una mano a la boca para disimular la risa.
- Es un secreto - le contesté con aire importante haciendo un gesto con mis manos-. Me lo contó alguien que me dijo otras cositas, además.
Los tres comenzaron a mirarse intrigados, mientras yo, haciéndome la interesante, bebía mi jugo de calabaza que era una porquería.
- ¿Qué cositas?
- No puedo contarles, lo prometí.
Durante la siguiente hora que permanecimos en Las Tres Escobas, Harry, Hermione y Ron intentaron por todos los medios sacarme quién me había dicho qué cositas, pero no tuvieron suerte.
Yo tenía un plan en mente.
Como no podía subir a los dormitorios de Slytherin, cada noche debía ir a mi habitación. Y en eso estaba el sábado cerca de la medianoche, caminando muy tranquilamente.
La hermosa jornada pasada con los chicos en Hogsmeade me había hecho olvidar por un momento mis problemas. Ni bien entré a mi habitación, lo primero que hice fue agarrar el reloj-zapato (aprovechando que estaba dormido) y encerrarlo en el armario. Al día siguiente sería domingo y el desalmado era capaz de despertarme temprano sólo por venganza.
Me tendí sobre la cama, pero no tenía sueño. Miré mi mesita de noche donde había dejado la réplica de varita que me había dado Snape. La tomé entre mis manos y la observé, pensando en por qué él había hecho eso, por qué se había preocupado tanto por mi seguridad, y sobre todo por qué estaba tan interesado en que me alejara de Harry, Ron y Hermione. También me preguntaba si, fuera lo que fuera, Snape lo hacía por voluntad propia o por orden de Dumbledore.
Me acordé entonces de Voldemort y las sospechas de un ataque a Hogwarts, y las preocupaciones regresaron a mi mente. No podía creer que el Señor Tenebroso se atreviera a desafiar a Dumbledore.
También me pregunté cómo era posible que Draco me hubiera aceptado tan bien en Slytherin, teniendo en cuenta que era muggle. Pero enseguida me dije que era porque podía usarme contra Gryffindor.
¿Y qué pasaría en el partido de quidditch del jueves? La estrategia que le había comunicado a Draco era mentira, y aunque él se la había creído, el día del encuentro inevitablemente iba a enterarse de la verdad.
Al final comencé a sentir el cansancio y me quedé dormida. Tuve un extraño sueño aquella noche: estaba en la cabaña de Hagrid tomando un té con él y la profesora Trelawney. Cuando dejé mi taza sobre la mesa, ella la agarró, miró dentro, y me dijo que iba a haber un ataque mortífago en Harry Argentino. Entonces me puse de pie y le dije a Hagrid que me llevara hacia allí (no tenía idea dónde quedaba), pero en ese momento entró Dumbledore a la cabaña con una enorme sonrisa diciendo que Voldemort había sido vencido por HA y que había muerto.
Cuando me desperté ya era media mañana. Me pareció escuchar unos gritos provenientes del armario, pero no le presté más atención; me vestí y bajé al Gran Salón. Al parecer varios alumnos se habían levantado igual de tarde que yo, porque el lugar estaba bastante concurrido.
Me senté en la mesa de Slytherin donde Draco, Goyle y Crabbe ya estaban terminando el desayuno.
- Buen día - les dije.
- Buenos días - me saludaron a coro.
- Quiero que vengas luego a la sala común - me dijo Draco-. Tengo que darte algo.
Rogué que no fuera otra cosa que tuviera que ver con traicionar a Gryffindor.
Draco, Crabbe y Goyle se levantaron y se fueron, dejándome desayunando junto a Millicent Bulstrode y Pansy Parkinson.
Cuando terminé, fui a Slytherin. La puerta de entrada no tenía ningún retrato como en Gryffindor, más bien ni siquiera tenía puerta sino que era una pared de piedra. Dije la contraseña Evilness y una parte del muro comenzó a moverse dejando paso a una gran sala poco iluminada, pero que no era tan desagradable ni lúgubre como pude haberme imaginado. Al igual que en Gryffindor había un gran sillón en el que estaba sentado Draco. También había varias sillas y una larga mesa donde algunos alumnos charlaban.
- Laura... - me dijo Draco con una de sus sonrisas, y se puso de pie.
Sobre el sillón había un paquete no muy grande, cuidadosamente envuelto en un papel verde brilloso. Parecía un regalo. Draco lo tomó y esperó a que me acercara a él.
- Toma esto como obsequio de bienvenida a nuestra casa - y me entregó el paquete.
Lo tomé temerosa de lo que pudiera ser. En ese momento aparecieron Crabbe y Goyle, que supuse bajaban de los dormitorios, y se quedaron a observar la escena.
- ¿Tengo que agradecerte? - le dije a Draco mirándolo desconfiadamente.
- Primero ábrelo y dime si te agrada.
Miré a Crabbe y Goyle que seguían observando lo que sucedía, ahora sentados a la mesa.
Lentamente comencé a abrir el paquete. Temía que llegara a explotar o algo así, con los magos nunca se sabe. Pero nada estalló.
Cuando terminé de desenvolverlo me encontré con una túnica negra, impecable, con el escudo de Slytherin en su lado superior izquierdo. Me quedé boquiabierta mirando la prenda. Debo admitir que me gustó mucho. Miré a Draco, que me observaba con una ceja arqueada, esperando mi respuesta.
- ¿Te gusta?
Me tomé un momento para responder. Finalmente, sonreí y le dije:
- Mucho.
Pensé que no tenía nada de malo haber aceptado la túnica. Si pertenecía a Slytherin no veía por qué no podía andar caminando por Hogwarts con mi túnica con el escudo de la casa, como cualquier otra alumna.
Esperé al lunes para ponérmela. La estrené en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que tenía con Hufflepuff y Ravenclaw. Los alumnos me miraron muy sorprendidos cuando me vieron entrar al aula con mi escudo Slytherin.
- ¿Por qué no vas a clase con ellos? Si eres Slytherin no sé qué haces aquí - me increpó Justin Flinch-Fletchley.
- Porque así lo decidió Dumbledore - le respondí secamente, pero en el fondo yo me hacía la misma pregunta.
Lupin, haciendo caso omiso al conflicto, dictó su clase como si nada pasara. Siempre de buen humor, nos habló de una serie de amuletos para protegernos de las malas ondas; algo que yo necesitaba urgentemente.
Pero fue en la clase de Adivinación con Gryffindor donde me acosaron las peores miradas. Hasta Harry y Ron lo pensaron dos veces antes de decirme Buen día.
Mientras caminábamos al Gran Salón para el almuerzo, decidí seguir adelante con el plan que había comenzado el fin de semana en Las Tres Escobas. Detuve a Harry tomándolo por el brazo y le pregunté si podíamos hablar a solas. Ron hizo una mueca pero aceptó dejarnos solos.
- ¿Qué sucede? - me preguntó Harry.
- Tengo un mensaje para vos.
- ¿Un mensaje de quién?
- No importa de quién, pero tenés que ir esta noche a la orilla del lago, donde está esa piedra enorme. Alguien va a esperarte allí.
- ¿Quién?
- No puedo decirte, nada más andá y esperá. A las 10 de la noche. No falles - y seguí camino al Gran Salón, dejando a Harry detrás de mí sin entender nada.
Después del almuerzo tuvimos Historia de la Magia y luego Encantamientos. Quería hablar con la profesora McGonagall para hacerle la misma pregunta que me había hecho Justin: ¿por qué no iba a clase sólo con Slytherin?
Pero una vieja lechuza que me cruzó en el pasillo me dio una mejor oportunidad: me traía una carta de Dumbledore que me decía que quería hablar conmigo. ¿Quién mejor que él para que me explicara lo de las clases?
Caminé hasta su despacho, pasé la gárgola y subí la escalera del fénix. Al llegar a la puerta del despacho, golpeé y de inmediato la voz de Dumbledore me dijo que pasara.
- Veo que has recibido mi mensaje. Temí que nunca te llegara, el pobre Ulich ya está algo viejo.
- ¿Ulich?
- La lechuza que te entregó el mensaje. A veces confunde los destinatarios o el camino. Pero lo bueno es que estás aquí. Toma asiento, por favor.
Me senté frente a él y vi que en uno de los estantes de los tantos muebles que había en el despacho, se encontraba el Sombrero Seleccionador.
- ¿Cómo estás?
- Bien.
- Veo que hay novedades - me dijo mirando el escudo de Slytherin sobre mi túnica.
- Sí, bueno, es que...
- Es una intención muy buena la que tienes - afortunadamente en ocasiones no había nada que explicarle, porque ya lo sabía.
- ¿Le parece que voy a poder lograrlo?
- Todo lo que te propongas, si lo deseas verdaderamente, tienes muchas posibilidades de lograrlo. Más aún cuando es un objetivo noble.
- Va a ser difícil con Draco.
- ¿Malfoy? No te preocupes por él.
- ¿Cree que sea capaz de hacerme algo malo?
- Es sólo un muchacho confundido y presionado. El verdadero problema no es él.
- Es su padre, ¿cierto?
- Lucius es un hombre malvado, codicioso en el peor sentido de la palabra, y muy vengativo.
- Podrido, diría Hagrid.
- Ese es un muy bien calificativo.
- ¿Puedo confiar en Draco?
- Haz que él confíe en ti primero.
Sus palabras quedaron rebotando en mi cabeza. ¿Que hiciera a Draco confiar en mí? ¿Cómo? ¿Por qué?
- Por lo demás, ¿cómo va todo?
- Bien. A pesar de que estar en Slytherin no es bien visto por el resto de los alumnos, por lo menos mantengo mi amistad con ellos. Sobre todo con Harry, Ron y Hermione.
- La amistad es muy importante, nunca lo olvides. Pueden estar en casas diferentes, pero seguir siendo amigos. Aunque hay algo más que te molesta.
- ¿Eh?
- Sabes que puedes preguntarme lo que quieras.
Eso no significa que vaya a contestarme todo me dije, pero lo intenté igual.
- Es que... alguien me preguntó que si ahora estaba en Slytherin, por qué no iba a clase sólo con ellos. Me parece que tiene razón.
Dumbledore se puso de pie y se paró al lado de su escritorio.
- Haz elegido ir a Slytherin, pero eso no significa que seas Slytherin. Sólo el Sombrero Seleccionador lo puede decir.
- Pero no puedo ponérmelo, ¿verdad?
- No. ¿Y sabes por qué?
- Porque soy muggle.
- Exacto.
- ¿Eso significa que jamás voy a saber si soy Slytherin o no?
- Me temo que es así.
- ¿Pero puedo quedarme en Slytherin?
- ¡Claro! Y permíteme decirte que me alegra que hayas tomado esa decisión, y ojalá tengas éxito.
- Yo también.
- Bueno, ahora ve a seguir con lo que tienes planeado.
Me quedé helada. ¿Cómo sabía lo que tenía en mente?
- Porque eso que piensas... también es un objetivo noble.
- ¿Se refiere a... lo que quiero hacer con... Ginny y Harry?
Dumbledore me sonrió. Le devolví la sonrisa y me fui de su despacho con una sola idea: hacer que Harry y Ginny se encontraran.
- ¡Ginny! - grité en el pasillo al ver a la hermana de Ron cuando yo salía del despacho de Dumbledore. Ella se detuvo y giró hacia mí, sorprendida-. Hola, soy Laura. ¿Vos sos la hermana de Ron, cierto?
- Sí.
- Suerte que te encuentro, porque tenía que decirte algo.
- ¿A mí?
- Sí, es que hay alguien que... cómo decirlo... Tenemos un amigo en común, Harry.
Al pronunciar su nombre, Ginny se ruborizó.
- ¿Harry?
- Sí, y él me dijo algo que me parece que tenés que saber.
- ¿Qué te dijo?
Quedé en silencio unos segundos.
- No, mejor no te digo nada, no vaya a ser cosa...
- No, por favor, dime qué te dijo. ¿Le pasa algo malo?
- No, no le pasa nada malo, al contrario - la observé ensayando una mirada inquisitiva-. Bueno, está bien... te lo voy a decir: Harry me dijo que... que le gustás.
Jamás pensé que Ginny pudiera ponerse más colorada todavía. Desvió la mirada sumamente nerviosa.
- ¿Que te dijo qué? - me preguntó con una voz muy aguda.
- Ya sabés... - hice un gesto con la cabeza-. Que le gustás.
- No es cierto.
- ¡Claro que es cierto! Lo que pasa es que no sabe si sentís lo mismo por él. Pero me parece que no tendría que haberte dicho nada, metí la pata - hice un amague como para irme, pero ella me detuvo.
- ¡No, espera!
Al ver su interés en el asunto, le sonreí en señal de complicidad:
- Si querés hablar con él a solas, hoy a las 10 de la noche va a estar en la gran piedra a orillas del lago.
Le volví a sonreír y me fui dejándola con la intriga. Sabía que iba a ir a verlo y que iban a hablar y a terminar siendo novios. Bueno, al menos siempre pasaba eso en las películas.
Con una enorme sonrisa, me fui a dormir.- ¡LAURA!
Yo estaba desayunando en la mesa de Slytherin y el grito casi me hizo atragantar con una tostada.
Levanté mi vista buscando al causante y me encontré con un Harry Potter parado frente a mí, totalmente sacado, furioso como nunca lo había visto ni leído. Todos los Slytherins lo miraban asombrados.
- ¡¿CÓMO PUDISTE?!
No me di cuenta de inmediato a qué se refería, hasta que caí: mi plan para unirlo con Ginny debía haber fallado.
- ¡¿CÓMO PUDISTE?! - repetía Harry mientras Draco y los demás iban con sus miradas de Harry a mí, y de mí a Harry.
- ¿Cómo pude qué? - pregunté tímidamente.
- ¡SABES BIEN A LO QUE ME REFIERO! ¡ANOCHE, EN EL LAGO! ¡¿TE DICE ALGO?! - me miraba furioso detrás de sus lentes. Yo deseaba desaparecer o hacerme lo suficientemente pequeña como para poder irme de ahí sin que nadie lo advirtiera.
- ¿El lago? - pregunté con mi mejor cara de inocente-. ¿Anoche en el lago? No, ¿qué pasó?
- ¡LASTIMASTE A UNA AMIGA! ¡LA ENGAÑASTE! ¡Y A MI TAMBIEN!
Tenía la sensación de que en el momento menos pensado, Harry iba a sacar su varita y me iba a echar una maldición. Pero para zafar de la situación al mejor estilo Slytherin, puse mi mejor cara de desentendida.
- No creo haber herido a nadie - y cuando quise darle un mordiscón a mi tostada, de un manotazo Harry me la tiró al suelo. Eso me hizo enojar. Me puse de pie de un salto-. ¡EEEPAA! ¡¿QUÉ HACÉS?! - le grité.
- ¡ELLA ERA MI AMIGA! ¡AHORA NI SIQUIERA ME HABLA!
Antes que la situación pasara a mayores, acerqué mi rostro al de Harry para que nadie nos escuchara -aunque todo el Gran Salón estaba en silencio atento a lo que sucedía entre nosotros-, y le murmuré:
- Nada más quería ayudarlos - y le guiñé un ojo. Pero Harry no entendió razones. De un empujón me echó hacia atrás.
- ¡PUES YA NO NOS AYUDES MÁS! ¡NO TE NECESITAMOS, NI A TI NI A TUS MENTIRAS! - pegó media vuelta y volvió a la mesa de Gryffindor.
Yo estaba muy enojada, sólo había querido ayudarlo. Entonces reaccioné:
- ¡MUY BIEN, HARRY POTTER! ¿ASI ME AGRADECÉS? ¡PERFECTO, POTTER, PERFECTO! ¡MUY BIEN!
Agarré otra tostada y de la bronca la estrellé contra el suelo. Luego tomé mi libro de Cuidado de las Criaturas Mágicas, y me fui sola hacia la cabaña de Hagrid donde teníamos la primera clase de la mañana.
Obviamente llegué temprano. A unos metros de la puerta de la cabaña de Hagrid, puse el libro en el suelo y me senté sobre él. Crucé los brazos sobre mis rodillas flexionadas, y traté de calmarme. ¿Qué era lo que había salido mal? ¿Por qué Harry estaba tan furioso? ¿Por qué no había aceptado mis explicaciones?
- ¿Laura? -era Hagrid que desde su ventana me había visto y salió a mi encuentro- ¿Qué sucede?
- Nada - dije ofuscada, y Hagrid hizo una mueca.
- ¿Nada, eh? Bueno... cuando te calmes, si quieres podemos hablar de esa nada que tanto te molesta.
- Tuve una pelea.
- ¿Una pelea? ¿Qué hizo Malfoy esta vez?
- No fue con Draco. Fue con Harry.
Eso lo sorprendió.
- Laura, espero que tu elección de haber ido a Slytherin...
- ¡Slytherin no tiene nada que ver! Fue una pelea entre Harry y yo, nada más.
- ¿Y se puede saber por qué se pelearon?
- Quise ayudarlo en algo, pero me salió mal.
- Es extraño que Harry se enoje por algo así. Aunque te haya salido mal, lo que cuenta es la intensión. Si él te pidió que lo ayudaras...
- Él no me lo pidió - lo interrumpí-, lo quise ayudar sin que supiera.
- Bueno, eso es más noble aún.
- Pero salió mal. No sé qué, pero salió mal y se enojó conmigo.
- ¿Y en qué quisiste ayudarlo?
Iba a responderle cuando comenzaron a llegar los alumnos de Gryffindor y de Slytherin. Draco, como siempre a la cabeza de sus compañeros, se acercó a nosotros. Hagrid lo miró con mala cara.
- Aquí no hay nada que te interese, Malfoy.
- Eso ya lo creo - dijo éste recorriéndolo con una mirada despectiva.
Hagrid lo miró enojado y luego se dirigió a mí:
- Si necesitas hablar, ya sabes dónde encontrarme - me dijo y se fue hacia donde los otros alumnos estaban reunidos.
Draco lo vio alejarse y me dijo:
- Potter estaba enfadado en el desayuno. ¿Qué fue todo ese escándalo?
- Nada - dije poniéndome en pie-. Tiene poca paciencia, es todo.
Draco hizo una sonrisa divertida y ambos nos dirigimos hacia el resto del grupo de alumnos para comenzar la clase.
Harry no me miró en toda la clase, mucho menos me dirigió la palabra.
Afortunadamente, hasta el último curso del día que fue Pociones, no tuve clase con Gryffindor.
Evité sentarme al lado de Draco para que Harry no lo tomara como una provocación. Me ubiqué en la otra punta de la mesa al lado de Pansy Parkinson, lo cual no era mucho mejor.
Snape, como era de esperarse, notó que entre Harry y yo había cierta tensión y lo utilizó a su favor. Tomó el libro de Pociones y ante la mirada de la clase que permanecía en silencio, se puso a hojearlo. De pronto lo cerró de golpe haciendo sobresaltar a los alumnos, y miró a la clase con sus fríos ojos negros.
- Hoy tomaré lección.
Eso provocó quejas y exclamaciones de insatisfacción en los alumnos.
- ¡SILENCIO! - rugió el profesor y todos callaron-. Ya están en un nivel en el que deben saber preparar ciertas pociones sin necesidad de acudir al libro. Deben estar preparados ante una emergencia, no siempre andarán por allí con sus libros bajo el brazo - dijo mirando a Hermione y ella se ruborizó.
Snape tomó su registro y empezó a recorrer los nombres de los alumnos, buscando a su primera víctima. Él sabía que yo había estudiado, siempre lo hacía porque Pociones se había convertido en mi materia favorita.
- Potter - leyó, y levantó la vista. Harry hizo una mueca, sabía que iba a mencionar su nombre-. Sea tan amable de explicarnos cómo se hace una poción Magantus.
Hermione intentó levantar la mano, pero la mirada casi asesina que Snape le dirigió, la hizo cambiar de idea.
- ¿Y bien, Potter? - Harry seguía en silencio mirando la mesa-. ¿Acaso cree que la celebridad es todo en la vida? ¿Le parece que no es necesario tomarse la molestia de estudiar?
Pero Harry seguía sin decir nada.
- Bien... - dijo Snape en tono triunfal-. ¿Qué tal usted, Miss? ¿Podría explicarle a Potter qué es una poción Magantus?
Yo no quería herir a Harry, pero estaba bastante molesta por la forma en que me había tratado por la mañana.
- Claro, profesor. La poción Magantus sirve para aumentar la sensibilidad auditiva durante un par de horas. Se hace con la planta hugrit que se debe cocinar a fuego lento durante 45 minutos antes de usarla. Antes de beberla, la poción debe dejarse reposar cuatro horas.
- Perfecto, Miss - me dijo Snape sonriente-. Veinticinco puntos para Slytherin, y 25 de menos para Gryffindor.
Miré de reojo a Harry pero él seguía sin levantar la vista de la mesa. Hermione y Ron se notaban molestos.
Snape tomó lección a otros tres alumnos de Gryffindor y a ninguno de Slytherin, y aunque algunos respondieron bastante bien le terminó quitando 50 puntos más a la casa de Harry.
Pociones fue la última clase del día. Cuando caminaba hacia la sala común de Slytherin, me crucé con Hermione y Ron. No se veían nada amigables.
- ¿Contenta? - me increpó Ron.
- No - le dije intentando seguir mi camino, pero Hermione me tomó de un brazo.
- ¿Qué pasó?
- ¿Para qué quieren saberlo? Si ya están enojados conmigo, así que para qué sirven las explicaciones...
- ¿Es cierto que armaste un encuentro entre Harry y mi hermana? - me preguntó Ron.
- Sí, es cierto.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¡Ron, vos tendrías que saberlo mejor que yo! ¿Acaso Ginny no te estuvo hablando de Harry cada día de su vida desde el momento en que lo conoció?
- Bueno... sí, pero...¿y qué?
- ¿Y nunca se te ocurrió pensar por qué?
- ¡Porque lo admira! ¡Es Harry Potter! ¡Es por la cicatriz, y todo eso!
Pero a esa altura Hermione ya se había dado cuenta adónde yo quería llegar, y tomó a Ron del brazo.
- Ron... - le dijo.
- ¿Qué?
- Lo que Laura está diciendo es que tu hermana está enamorada de Harry.
Ron se quedó boquiabierto. Yo no podía creer que recién se estuviera dando cuenta de ello.
- Pero... para ella Harry siempre fue su amigo, nada más. Es cierto que lo admira, pero nunca...
De pronto su rostro adquirió una expresión que significaba que acababa de darse cuenta de algo muy importante que había estado siempre frente a sus ojos, pero que nunca lo había visto.
- ¡Ginny! - gritó-. ¡Ginny y Harry! -tomó a Hermione por los hombros y empezó a sacudirla- ¡Hermione! ¿Te das cuenta? ¡Ginny y Harry!
- ¡Ron, me estás lastimando!
- ¡Ginny y Harry! - su voz era más aguda que nunca. Cuando dejó de sacudir a Hermione, me miró y dijo-: ¡Por eso hiciste que se encontraran!
- Lo que no sé es qué salió tan mal -dije.
- Creo que Harry... - comenzó a decir Hermione eligiendo cuidadosamente las palabras-, tiene sus ojos en otra persona.
- Cho - dijo Ron-. Harry siempre está mirando a Cho Chang, la chica de Ravenclaw.
- ¿Creen que alguna vez podría llegar a fijarse en Ginny? - pregunté.
Hermione y Ron se miraron tratando de encontrar en el otro una respuesta. Los observé y me dije que quedaban muy bien juntos.
- ¿Quieres que hablemos con Harry para que no siga enfadado contigo? - me preguntó Hermione.
- No, prefiero arreglar el asunto sola.
- ¿Van a seguir peleados?
- Acá alguien tiene que pedir disculpas, pero no soy yo.
Ambos me miraron, asintieron con la cabeza y luego de despedirse se fueron hacia la sala común de Gryffindor.
Yo seguí camino a Slytherin pensando en que tal vez era demasiado orgullosa, pero a la vez estaba convencida que Harry me había tratado injustamente aquella mañana, y era él quién debía pedirme disculpas.Los días que siguieron a mi pelea con Harry fueron muy particulares. Me seguía encontrando con Hermione y Ron que me contaban que el trato de Harry hacia ellos era casi el mismo, salvo cuando se trataba de hablar de Ginny o de mí.
Así llegó el día del partido entre Gryffindor y Slytherin. El campeonato estaba definiéndose, tenía a los leones primeros seguidos de cerca por las serpientes, y algo más abajo Ravenclaw y Hufflepuff. Si Gryffindor ganaba el encuentro se consagraría campeón, pero si vencía Slytherin por una diferencia superior a 200 puntos, serían ellos - nosotros- los nuevos campeones.
Era jueves y toda la jornada iba a destinarse a la gran fiesta del quidditch, lo que no cayó bien en el humor de Snape porque ese día tenía un curso que dar y había sido suspendido. Podía palparse el mal humor del profesor cada vez que alguien le hablaba de quidditch.
Durante el desayuno el ambiente era de mucha excitación. El primer partido sería Ravenclaw contra Hufflepuff, que aunque tenían chances todavía de ganar la copa, sabían que era muy difícil y concentraban sus esfuerzos en lograr el segundo o tercer lugar.
Después de ese partido jugarían Gryffindor y Slytherin, la gran atracción. A espaldas de los profesores, algunos alumnos habían hecho apuestas sobre quién de los buscadores, Harry o Draco, iba a lograr atrapar la pequeña bola dorada. Hasta donde supe iba ganando Harry cómodamente.
- Estúpidos - dijo Draco mientras desayunábamos, al enterarse del resultado de las apuestas.
- Son apuestas, nada más - intenté tranquilizarlo.
- Espero que la estrategia que me dijiste sea la correcta.
Se me hizo un nudo en la garganta. No sabía qué decir; Slytherin tenía planeada una estrategia para contrarrestar la que supuestamente iba a implementar Gryffindor, pero ésta se basaba en lo que yo había dicho... que era una gran mentira.
Cuando terminamos el desayuno, fuimos al campo de quidditch a presenciar el primer partido. Allí un gran letrero luminoso y móvil recordaba las posiciones generales hasta el momento:
GRYFFINDOR: 550 puntos
SLYTHERIN: 420 puntos
RAVENCLAW: 390 puntos
HUFFLEPUFF: 300 puntos
Algunos integrantes originales de los equipos ya no estaban porque habían egresado de Hogwarts, pero la sorpresa fue enterarme que Cho Chang, buscadora de Ravenclaw, era la nueva capitana. Integraban el equipo además los cazadores Lisa Turpin, Mandy Brocklehurst y Stewart Ackerly, el guardián Terry Boot, y los bateadores Jamie Robbins y Elliot Marston.
Hufflepuff por su parte formaba con Justin Flinch-Fletchley, capitán y guardián; el buscador Dave Freidman, los cazadores Ernie MacMillan, Nina Spader y Owen Cauldwell, y los bateadores Sadie Hawkins y Kevin Whitby.
Desde la tribuna de Slytherin pude ver cómo Madam Hooch ordenaba a Cho y a Justin estrecharse las manos para comenzar el encuentro. Observé a Harry en la tribuna de Gryffindor clavar su mirada en Cho. Así fue durante todo el partido.
El choque entre Ravenclaw y Hufflepuff duró más de tres horas. Aunque las águilas marcaron 80 puntos y los tejones 60, el buscador de Hufflepuff Dave Freidman atrapó la snitch y le dio a su casa 150 puntos que sirvieron para pasar a Ravenclaw en la tabla de posiciones, quedándose con el tercer lugar de la Copa.
Al culminar el partido los jugadores de Slytherin y Gryffindor se fueron a los vestuarios a cambiarse y prepararse para el enfrentamiento, y me dije que si alguien le preguntaba a Harry cómo había salido el encuentro entre Ravenclaw y Hufflepuff, no sabría qué decir; pero sí podría detallar cada jugada de Cho Chang.
Mientras esperábamos a Slytherin y Gryffindor, Lee Jordan, el encargado de relatar los partidos, se dedicó a entretener al público con su parcialidad de siempre.
- ¡Gryffindor - Slytherin, Slytherin-Gryffindor! ¡El próximo encuentro será emocionante e inolvidable! ¡Los leones contra las serpientes! ¿Quién ganará? ¡Por allí dicen que Gryffindor! ¡Seguro que sí!
- ¡Jordan! - la profesora McGonagall siempre estaba cerca para tenerlo a raya.
- Bueno, por allí dicen que ganarán las serpientes - dijo Lee en voz más baja señalando a los Slytherins-. Como sea... ¡muchas gracias a los profesores por hacer de ésta la verdadera fiesta del quidditch!
Todos los alumnos aplaudieron y vivaron las palabras de Lee, mientras Severus Snape lo miraba con ojos asesinos.
- ¡Ahora sí, ya están ingresando los equipos! ¡Aquí está Slytherin!
Vestidos de verde y encabezados por Draco Malfoy, su nuevo capitán, las serpientes avanzaron hacia el campo de juego. Siguiendo a Draco iban el guardián Richard Evil, los cazadores Peter Warrington, Blaise Zabini y Malcolm Baddock, y los bateadores Graham Pritchard y Lesly Smith.
- Y por supuesto aquí está también el gran, invencible e impresionante equipo de... ¡¡GRYFFINDOR!!
- ¡Jordan!
- Perdón.
Entonces vi a Harry encabezando a los leones. Era el capitán. Le seguían Steve Thompson, guardián; los cazadores Seamus Finnigan, Dean Thomas y Natalie McDonald, y los bateadores Maggie Hanks y Anthony Bacon.
Madam Hooch caminó hasta el centro del campo de juego donde hizo acercarse a Harry y Draco, que se miraron fríamente.
- Estréchense las manos - ordenó la profesora.
Ellos vacilaron pero finalmente estrecharon sus manos y pude notar en sus rostros un leve gesto de dolor. Se estaban apretando fuerte.
- ¡A sus puestos! - dijo la profesora y todos los jugadores subieron a sus escobas para comenzar el partido.
Cuando el silbato de Madam Hooch sonó, el rugido del público fue ensordecedor y Lee Jordan los acompañó:
- ¡COMENZÓ EL ENCUENTRO! ¡Vamos los leones!
- ¡Jordan!
Ravenclaw y Hufflepuff alentaban a Gryffindor, pero los que estábamos con Slytherin no nos dejábamos intimidar y gritábamos lo más fuerte que nuestros pulmones nos permitían.
El encuentro comenzó con mucha acción: los cazadores de Slytherin arremetieron contra los aros de Gryffindor, y aunque el guardián Thompson hizo todo lo posible, no pudo impedir que a media hora de juego Slytherin ya fuera ganando por 20 a 0.
Se planteó un duelo entre Pritchard y Smith, bateadores de Slytherin, contra los cazadores de Gryffindor. Los primeros intentaban enviarles las bludgers para que cayeran de sus escobas, y casi lo logran en un par de ocasiones.
Pero las esperanzas de un verdadero desafío estaban depositadas en Harry y Draco. No se perdían pisada (o mejor dicho, vuelo) en busca de la snitch. Harry debió esquivar un par de bludgers que casi lo tiran de su escoba, y Draco hizo lo propio para no perder el equilibrio.
Sin embargo, a pesar de que ambos se seguían como sombras, la snitch aún no había aparecido ante sus ojos. Harry sabía que si la atrapaba, la Copa de Quidditch sería de Gryffindor, y Draco tenía sobre sus espaldas el peso de no dejar pasar la posibilidad de empatar la tabla de posiciones o incluso pasar a Gryffindor y consagrarse campeones. Para ello debían ganar por más de 200 puntos.
- ¡DEAN THOMAS MARCA PARA GRYFFINDOR! - gritó Lee Jordan.
A esa altura el marcador estaba 20 a 20 y Slytherin comenzaba a preocuparse. Sus jugadores se habían puesto muy nerviosos y no dejaban pasar oportunidad de agredir a cuanto jugador de Gryffindor se les cruzara por el camino, lo que les valió la represalia más de una vez, de Madam Hooch.
- Natalie le pasa la quaffle a Seamus que avanza en el campo de juego. ¡CUIDADO! ¡Uf! Una bludger pasó muy cerca. Sigue Seamus, le pasa la bola a Natalie y ésta a Dean que se acerca velozmente a los aros de Slytherin. ¡CUIDADO! ¡OH, NO! ¡Una bludger golpeó a Dean que pierde la quaffle! ¡Pero esperen! Aparece Natalie, la toma, se dirige hacia los aros y... ¡MARCA! ¡DIEZ PUNTOS MAS PARA GRYFFINDOR QUE PASA ADELANTE EN EL MARCADOR 30 A 20!
Los Slytherin estaban desesperados y mi garganta me ardía de tanto gritar. Gryffindor estaba siendo superior y nuestra única esperanza era Draco. Pero todavía no había visto la snitch.
El partido seguía siendo emocionante, pero el marcador estaba ya 50 a 20 para Gryffindor y la snitch seguía sin aparecer.
- Baddock avanza peligrosamente hacia los aros de Gryffindor - relataba Lee-. Pasa la bola a Warrington... ¿pero qué hace? Se detuvo bruscamente... ¡Oh, no! Pasa el balón a Zabini que apareció de la nada y... ¡Marca! ¡Diez puntos más para Slytherin que ahora pierde por 50 a 30!
A pesar de la buena jugada, los Slytherin seguían perdidos en el campo de juego, y supe que era porque la estrategia que tenían planeada no les sirvió de nada.
Busqué a Draco en las alturas y noté que en lugar de estar buscando la snitch, me estaba mirando. Estaba furioso: había descubierto que lo que yo le había dicho era falso.
Incómodamente desvié mi mirada y la enfoqué en la base del poste que sostenía uno de los aros de Gryffindor. Y allí vi lo que menos me esperaba ver: la snitch.
Miré otra vez a Draco e intenté hacerle señas, pero él me observaba extrañado sin comprender lo que intentaba decirle. Tenía que señalarle la snitch sin que Harry se diera cuenta.
Mientras tanto, Lee Jordan seguía relatando el encuentro:
- ¡DIEZ PUNTOS MAS PARA GRYFFINDOR! ¡MUY BIEN, NATALIE!
- ¡Jordan! ¡Su relato debe ser imparcial!
- Lo siento, profesora.
Ahora estaban 60 a 30 y Draco seguía sin comprender mis señas. Desesperada miré hacia Snape; pensé que si de alguna manera sabía leer la mente, podría ayudarme. Comencé a hacerle señas con mis manos y gestos de todo tipo, pero Snape, lejos de comprenderme, me miró de forma extraña frunciendo el ceño y haciendo muecas. Seguramente habrá pensado que yo estaba desquiciada o que me había bebido alguna poción preparada por Neville.
- ¡Dean avanza otra vez hacia los aros de Slytherin! ¡UH! ¡Una bludger le pega en el rostro y cae de su escoba!
La oportunidad fue aprovechada por Malcom que tomó la bola y marcó 10 puntos para Slytherin: 60 a 40.
Mientras Madam Pomfrey atendía a Dean en el suelo que no parecía tener heridas graves, arriba el encuentro continuaba ahora con Gryffindor en posesión de la quaffle y avanzando hacia el campo contrario.
- El guardián de Slytherin está decidido a no dejar pasar una sola bola más. Pero contra los jugadores de Gryffindor, eso es imposible.
- ¡Jordan, por favor!
- Está bien, profesora... es casi imposible.
- ¡Jordan!
- Perdón.
Finalmente, Seamus marcó otros 10 puntos para Gryffindor y de contragolpe Warrington anotó para Slytherin. Ahora estaban 70 a 50 a favor de los leones.
- Draco... la snitch... ¡la snitch! - murmuraba yo haciéndole señas con la cabeza hacia la pequeña bola dorada que seguía moviéndose en un radio de no más de 5 metros. Cualquiera que me hubiera visto habría pensado que tenía algún problema en el cuello de la forma que lo sacudía.
Hasta que por fin Draco entendió lo que le estaba diciendo. Miró hacia la base del poste y vio la snitch, pero su expresión de sorpresa lo delató y Harry también descubrió la pequeña pelota. Se miraron de reojo y al mismo tiempo aceleraron sus escobas en busca de la bola dorada.
El público, que hasta allí había estando siguiendo atentamente lo que pasaba en otro sector del campo, al ver a los buscadores lanzarse tras la snitch se puso de pie y comenzó a gritar.
Fue el momento de más adrenalina del partido: todos alentaban, Gryffindor junto a Ravenclaw y Hufflepuff por un lado, y Slytherin por el otro. Hasta a los profesores se los veía emocionados y más de uno hacía esfuerzos increíbles para disimular su favoritismo.
- ¡LA SNITCH FUE VISTA POR LOS BUSCADORES Y ALLI VAN! ¡HARRY Y DRACO, POTTER Y MALFOY! ¿QUIÉN LA ATRAPARA? ¿QUIÉN GANARA EL PARTIDO?
Los gritos de Lee me hicieron mirar el marcador: 70 a 50 para Gryffindor. Si Harry atrapaba la snitch eran campeones, pero si lo hacía Draco, Slytherin ganaría el partido y la tabla de posiciones general quedaría empatada.
Harry y Draco seguían codo a codo volando a gran velocidad tras la bola, que había comenzado a escapar de ellos.
- ¡La snitch es mía, Potter!
- ¡Aún no la veo en tus manos, Malfoy!
Draco le dio un leve empujón a Harry, que a la velocidad que volaba casi hizo que cayera de su escoba. El público gritó al ver la acción.
- ¡FALTA! ¡ESO FUE FALTA! - gritaba descontrolado Lee Jordan.
- ¡JORDAN! ¡Para eso está el árbitro! - lo retó McGonagall, pero era evidente que la profesora estaba tan emocionada ante la escena entre Draco y Harry, que si cualquiera le preguntaba en ese momento habría gritado a cuatro vientos que había sido falta.
Todo el público estaba de pie gritando y alentando a uno u otro buscador. Ya nadie prestaba atención al resto de los jugadores, y éstos tampoco estaban concentrados en el encuentro sino que los cazadores se pasaban la quaffle entre ellos pero sin jugar. Observaban lo que ocurría entre Draco y Harry.
- ¡VAMOS DRACO! - grité con todas mis fuerzas, pero era un grito más entre la locura generalizada.
Los buscadores, codo a codo, estaban a un metro de distancia de la snitch. Ambos estiraban sus brazos para poder alcanzarla, pero era inútil. Draco intentó una vez más darle un empujón a Harry, pero esta vez él estaba bien agarrado a su escoba y apenas se movió.
- ¡No podrás atraparla, Potter!
Y la embestida final se produjo: los dos aceleraron al límite sus escobas y estiraron su brazo por última vez, hasta que al fin uno de ellos logró atrapar la snitch: Draco Malfoy.
El rugido de los de Slytherin fue ensordecedor. Los profesores y ex alumnos de la casa que se encontraban en el palco, se pusieron de pie y aplaudieron hasta que sus palmas se pusieron rojas.
- El partido terminó - dijo Lee en tono fúnebre en medio de los gritos eufóricos-. Malfoy atrapó la snitch y Slytherin ganó el partido por 200 puntos contra 70.
A pesar de la parcialidad del final de su relato, McGonagall no reprimió a Jordan esta vez. Era evidente que ella también estaba desilusionada.
En el campo, todos los jugadores de Slytherin se reunieron para celebrar la victoria. Draco, que seguía sosteniendo la snitch en su puño elevado al cielo, miraba con una enorme sonrisa a Harry, que era consolado por sus compañeros.
Varios alumnos de Slytherin lograron invadir el campo de quidditch, yo entre ellos. Al pasar por al lado de Harry que se veía muy desilusionado, cruzamos nuestras miradas. Pero no hubo gestos de desprecio ni provocación ni de un lado ni del otro.La desilusión de Gryffindor era muy grande. No sólo estaban molestos por haber perdido contra Slytherin, sino que debieron suspender la gran celebración que tenían prevista para festejar la obtención de la Copa de Quidditch que ya creían ganada.
El que peor se sentía era Harry. Había asumido como propia la derrota ya que no pudo vencer en el mano a mano con Draco.
- No fue tu culpa - le decía Ron cuando pasé a su lado en el Gran Salón, durante la cena.
- Lo único que tenía que hacer era atrapar la snitch...
- Harry, ¿cuántas veces ganamos gracias a ti? Por una vez que no puedes atraparla, no es el fin del mundo mágico. Además, el campeonato aún no terminó.
Hermione tenía razón: Gryffindor tenía otra oportunidad para quedarse con la copa ya que estaban igualados en 620 puntos con Slytherin, y la semana siguiente sería el desempate donde el ganador se convertiría en el nuevo campeón.
La tristeza y resignación de la mesa de Gryffindor resaltaba con la algarabía que se vivía en Slytherin, donde me senté a cenar. Aunque evité cruzarme con Draco, éste me buscó y se ubicó a mi lado.
- Muy buena la estrategia - me dijo desafiante.
- Ganamos, ¿no?
- Ese no es el punto.
- ¿Ah, no? ¿Para qué querías conocer la estrategia de Gryffindor, entonces? ¿Para escribir un libro sobre quidditch?
Eso no le gustó nada. Me tomó de un brazo y me apretó con bronca.
- Escúchame, sucia muggle - me murmuraba al oído mientras el resto de los Slytherins seguía celebrando el partido ganado-. Si no me obedeces la pasarás mal, ¿comprendes?
- Me estás lastimando.
- ¿Comprendes?
- Soltame.
- La próxima vez...
- ¡Te dije que me soltaras!
Sacudí mi brazo para zafarme, me paré y saqué mi varita con la que lo apunté. Draco me miró impresionado, no se lo esperaba.
- ¿Qué tal una maldición, Malfoy?
- ¡MISS!
Severus Snape estaba de pie en la mesa de profesores. Aunque sabía que no podía hacerle daño a Draco con mi varita, se vio obligado a intervenir.
El Gran Salón había quedado en silencio y todos nos observaban. Snape se acercó a nosotros, me miró, y guardé la varita. Luego miró de reojo hacia la mesa de profesores y notó que Dumbledore lo estaba observando.
- Miss, Malfoy... una retención a cada uno. Después de la cena los quiero ver en mi despacho.
Hablaba a regañadientes porque no le gustaba castigar a sus propios alumnos, pero no le quedaba alternativa. Dio media vuelta y se fue otra vez hacia la mesa de profesores, su negra túnica flameando detrás.
Me volví a sentar sin mirar a Draco. Él se fue a cenar a la otra punta de la mesa.
Luego de la cena, Draco y yo fuimos al despacho de Snape que nos esperaba sentado tras su escritorio.
- ¿En qué estaban pensando?
- Ella me atacó sin motivo, señor - dijo Draco.
- ¡Mentiroso! ¡Vos me amenazaste!
- ¡SILENCIO! - rugió Snape y ambos callamos.
Se puso de pie y caminó hasta donde estábamos parados. Su sola presencia intimidaba.
Mirando hacia una vitrina repleta de frascos con líquidos vizcosos, nos dijo:
- Quiero que entiendan algo: esta ha sido la última vez que se pelean. Si me entero que han estado enfrentándose, con o sin varita - giró hacia nosotros y nos miró amenazante-, será lo último que hagan en este colegio, ¿comprendido?
- Pero profesor...
- ¿HE SIDO CLARO?
- Sí, señor.
- Ahora, desaparezcan de mi vista... ¡los dos! - y giró otra vez hacia su escritorio.
Nos fuimos sin decir palabra. Al salir del despacho de Snape, Draco me volvió a increpar.
- ¿Quién te crees? - me dijo molesto, no estaba acostumbrado a que Snape lo retara.
- Dejame en paz.
- ¿De dónde sacaste esa varita?
- ¿De dónde sacaste vos la tuya?
- ¡Yo soy mago!
Lo miré, le sonreí, y no le dije más nada. Pegué media vuelta y me alejé hacia mi habitación dejándolo con la intriga.
* * * * * * * * * *
- ¡ES LA HORA, ES LA HORA! -había olvidado guardar mi zapato-reloj en el armario.
- ¡YA-VOY! - le grité enfadada mientras intentaba despabilarme.
- Espero que hayas estudiado - me dijo en tono irónico. No sé cómo pero se había enterado que esa mañana teníamos examen de Transformaciones.
- ¿Y a vos qué te importa?
- No estudiaste.
- Cosa mía.
- ¡No estudiaste!
- ¡Cosa mía!
- ¿Cómo se transforma una silla en un peine?
- ¿Querés saber cómo se transforma un zapato molesto en un pedazo de madera?
El zapato se calló, creo que había logrado asustarlo. Pero le duró poco porque al rato estaba otra vez molestando, mientras me vestía.
- Qué chica insolente.
- ¿Te podés callar?
- ¡No, no me callo!
- ¿Querés ver cómo sí?
Agarré el zapato y lo llevé hacia el armario.
- ¡No! ¡No te atrevas a hacer eso otra vez!
- ¡Ah, claro que sí!
Abrí el armario y revoleé el zapato adentro, mientras me seguía gritando:
- ¡Me vengaré! ¡Me vengaré! ¡Ya verás!
Cerré el armario de un portazo. Terminé de vestirme y bajé a desayunar.
En Transformaciones, McGonagall dividió los exámenes en prácticos y orales. A mí y a un par de alumnos de Ravenclaw nos tomó teoría, y al resto les hizo transformar una copa en un lápiz.
Durante la clase de Cuidado de las Criaturas Mágicas, Hagrid nos enseñó a hablar con los kaiaks, unas criaturas con cuerpo de gato y cabeza de lechuza que tienen su escondite bajo tierra, del que sólo salen los viernes. De la clase también participaba Gryffindor, y Harry seguía sin mirarme. Draco, por el contrario, cada tanto me observaba evitando siempre cruzar mi mirada. No podía entender de dónde había sacado la varita.
Después de la clase con Hagrid, teníamos el resto de la tarde libre. Hermione y Ron me habían dicho de encontrarnos en el lago para conversar.
- Hola - me dijeron al llegar a la orilla del lago donde los esperaba.
- Hola.
- ¿Cómo estás? - me preguntó Hermione.
- Bien, ¿ustedes?
- Bien.
- ¿Qué pasó anoche con Malfoy? - quiso saber Ron.
- ¿Lo asusté, no?
- ¿De dónde sacaste esa varita? Digo, porque eres muggle...
- Es falsa. Es una réplica que alguien me dio para defenderme de preguntas incómodas.
- ¿Dumbledore?
- Snape.
- ¿Snape? - me miraron sorprendidos.
- Sí. De repente se preocupa por mi seguridad. ¿Raro, no?
- Vaya que sí - dijo Hermione.
- ¿Y cómo andan las cosas con Harry?
- Cada vez peor - explicó Ron-. Ahora se siente como único responsable de la derrota de Gryffindor.
- Más que responsable se siente culpable - apuntó Hermione.
- Pero el campeonato todavía no se definió.
- Cierto, pero haber perdido con Draco lo puso muy mal.
- Ron... ¿y Ginny? - me arriesgué a preguntar.
Hizo un gesto con la cabeza como diciendo está más o menos.
- No nos habla, cree que nosotros también quisimos...
- ¿Engañarla? Yo no quise engañarla, Ron. La quise ayudar, nada más, y me salió mal.
- Tal vez deberías hablar con ella.
- Quisiera pedirle disculpas.
- ¿Por qué no vienes a Gryffindor? Ella está ahora en la sala común.
Asentí y los tres salimos rumbo a la torre.
Había muy pocos alumnos en la sala común, la mayoría disfrutaba del día libre en el parque. Pero Ginny estaba sentada en el sillón leyendo un libro. Al verme entrar, se levantó y amagó con irse.
- ¡Ginny! - Ron la llamó y ella se detuvo-. Al menos escucha lo que tiene para decirte.
Hermione y Ron se fueron de la sala dejándonos solos. De mala gana, Giny se volvió y se sentó otra vez en el sillón cruzándose de brazos con un gesto de fastidio. Me dije que iba a ser difícil que me perdonara.
- Ginny...
- ¿Cómo te atreviste a entrar aquí? ¡Eres de Slytherin!
- Sí, pero...
- Si la profesora McGonagall te encuentra aquí...
- No me importa porque vine a pedirte disculpas.
- ¿Disculpas? ¿Así nada más? ¿Me humillaste y ahora pretendes que te perdone así nada más?
- No te quise humillar.
- ¿Ah, no? ¿Y qué quisiste hacer entonces?
- Ayudarlos.
- Ayudarnos... ¿Se puede saber en qué?
- Ginny, sé que Harry te gusta.
- ¿Qué dices?
- Dejame hablar. Sé que lo querés. Vi la oportunidad para que se encontraran porque capaz que Harry también siente algo por vos, y...
- ¡Mentira! ¡Harry no siente nada por mí, él mismo me lo dijo! - se puso de pie furiosa-. ¡Esa noche en el lago fue la peor de mi vida! ¡Me sentí como una estúpida!
Los pocos alumnos que había en la sala común habían girado hacia nosotros y observaban la escena.
- Ginny, calmate...
- ¿Quién te crees que eres? ¿Con qué derecho nos hiciste eso?
- Ya te dije, quería ayudarlos.
- ¡Pues no nos ayudes más! - pegó media vuelta y marchó hacia los dormitorios.
No nos ayudes más. Exactamente lo mismo me había dicho Harry.
Me quedé sentada un momento hasta que me di cuenta que un par de alumnos me estaban mirando y murmurando. Entonces me levanté y salí de la sala común, sintiéndome muy mal.El fin de semana pareció interminable. No tuve ánimos para ir con Hermione y Ron a Hogsmeade, pero quedarme sola en la sala común de Slytherin agudizó mi depresión.
Aunque intenté distraerme leyendo un ejemplar de Corazón de Bruja donde habían publicado los resultados de la votación del magoactor más seductor del año, pasé horas pensando en qué podía hacer para que Ginny me perdonara, pero no se me ocurrió nada. Hasta llegué a considerar la posibilidad de dejar mi orgullo de lado y pedirle disculpas a Harry para terminar con todo aquello, pero no encontraba lo más adecuado para hacer o con quién discutirlo para que me aconsejara.
Así llegó el lunes y mi clase de Defensa Contra las Artes Oscuras con Lupin y los chicos de Ravenclaw y Hufflepuff.
- Buenos días - nos saludó con una sonrisa el profesor.
Sus clases me gustaban porque aunque yo no podía realizar ningún hechizo, veía a mis compañeros hacerlo y era emocionante. Lupin era muy didáctico para dar sus cursos y nos cautivaba con sus relatos.
- Hay criaturas - explicaba- que pueden parecer amigables e inofensivas mascotas a simple vista. Pero hay que tener mucho cuidado porque no todo es lo que parece y tenemos que estar preparados para defendernos.
Lupin se refería a los animagos. ¿Saben lo que son? preguntó a la clase y todos asintieron. Hasta escuché a alguien murmurar la profesora McGonagall.
Pero hablar de animagos me dio una idea: ¡escribirle a Sirius Black! Él podría ayudarme con Harry y tal vez hasta con Ginny.
A la continuidad de la clase no le presté demasiada atención porque estaba concentrada en escribirle a Sirius, que aunque no me conocía yo sabía bastantes cosas acerca de él y podía darle pruebas para que confiara en mí y me ayudara.
La próxima clase fue Adivinación, y después, en lugar de ir a almorzar, me fui a Slytherin a escribirle a Sirius aprovechando que todos los alumnos estaban en el Gran Salón y nadie haría preguntas extrañas ni sospecharía nada.
Tomé un pergamino y una pluma, y escribí:
Sr. Sirius Black: Ud. no me conoce, pero yo a Ud. sí. Sé que es el padrino de Harry Potter y un animago que se transforma en un perro negro. Vive ocultándose porque lo creen un asesino, pero al igual que Harry, Hermione, Ron y Dumbledore, sé que es inocente. Podría contarle muchas cosas más para que me creyera y confiara en mí, pero para que no queden dudas le pido que se dirija al profesor Dumbledore y lo compruebe Ud. mismo.
Se estará preguntando cuál es el motivo de esta carta. Y bien, podrá parecer algo tonto pero tengo que pedirle un favor: que hable con Harry. Cometí un error con él y con Ginny, quise ayudarlos y me salió mal. Ahora los dos están enojados conmigo y no me hablan. Por favor, sé que Harry lo quiere mucho y lo va a escuchar. Sería muy importante para mí recuperar la amistad de ellos.
Es todo, espero que pueda ayudarme. Esté donde esté le envío un saludo y un agradecimiento por lo que pueda hacer.
Atte.
Laura.-
PD: No se preocupe, no hablaré a nadie sobre usted.
Releí la carta y enrollé el pergamino. Me fui hacia la pajarera donde lo até a la pata de una lechuza.
- Ve con Sirius Black - le dije-. Donde sea que esté.
La frase sonó un poco a película, pero el caso fue que la lechuza me entendió. Levantó vuelo y desapareció en el cielo celeste del mediodía.
La tarde fue un castigo: una aburridísima clase de Historia de la Magia y encima con hambre (por escribirle a Sirius no había almorzado). En medio del curso mi estómago comenzó a quejarse y el profesor Binns, del susto, casi me tiró un hechizo.
Tanto Historia de la Magia como Encantamientos tuve que cursarlas con Gryffindor. Entre una clase y otra hablé con Ron y Hermione.
- Le escribí a Sirius.
- ¿Que hiciste qué? - chillaron.
- Le escribí para que me ayudara con Harry y Ginny. Pensé que a él, Harry lo escucharía.
- Pero... ¿cómo sabes de... Hocicos? - me preguntó Hermione. Yo había olvidado una vez más que ellos no sabían que yo sabía todo.
- Dumbledore. Fue Dumbledore.
Afortunadamente me creyeron. Descubrí que el pobre profesor Dumbledore era una buena salida para cualquier pregunta que no pudiera responder.
Transcurrieron dos días sin tener noticias de Sirius. Pensé que no me habría creído, que se habría asustado y habría cambiado de escondite, o tal vez que la lechuza simplemente se había perdido con el mensaje.
Pero cuando volví a mi habitación luego de la clase de Astronomía, al abrir la puerta encontré a la lechuza en el borde de mi ventana con un pergamino atado a una de sus patas.
- ¡Sirius!
Corrí a desatar el pergamino y mientras la lechuza se iba por la ventana, abrí el mensaje lo más rápido que pude, y leí:
Laura: Tu carta me sorprendió y me inquieté tanto que no fue hasta que hablé con el profesor Dumbledore, que me tranquilicé. Es muy noble de tu parte querer recuperar la amistad con Harry, y te prometo hacer todo lo posible para que recapacite y puedan superar las diferencias. También le diré que hable con Ginny.
Sin embargo debo admitir que enterarme que estás en Slytherin me preocupó, pero si lo que Dumbledore me dice es cierto (que sin dudas lo es), te deseo suerte y que logres tu objetivo. Y no te preocupes por Draco, es sólo un presumido y jamás se atrevería a hacerte daño habiendo un profesor cerca.
Bueno Laura, es todo. Escríbeme cuando quieras pero siempre ten cuidado cuando envías la lechuza (a propósito, jamás utilices a Ulich, suele perderse). Un saludo para ti y para Hermione y Ron.
Sirius.
Sonreí al terminar de leer la carta, y no veía la hora de mostrársela a Hermione y a Ron.
Me levanté bien temprano el jueves y esperé a los chicos en la escalera que llevaba al Gran Salón.
- Buenos días - me saludaron al verme.
- Tengo novedades - les dije sonriendo.
- ¿Hocicos?
- Ajá - y les mostré el pergamino que me había enviado.
- ¡Qué bien! - sonrió Hermione.
- Ahora van a arreglarse las cosas entre Harry, Ginny y tú - dijo Ron muy feliz.
- Eso espero - les contesté, y nos fuimos a desayunar.
En la clase de Quidditch, Madam Hooch nos recordó que el próximo sábado sería la gran final. No hacía falta: todos la teníamos muy presente y ya empezábamos a ponernos nerviosos.
En Pociones, la primera clase de la tarde, Snape le quitó 30 puntos a Gryffindor, y en Herbología escuchamos a las glameus, una planta que todos los jueves se pone a cantar ópera.
Llegó el viernes y los nervios eran inocultables. Todos estaban metidos en el partido del sábado, y en la clase de Transformaciones la profesora McGonagall tuvo que llamar la atención a más de uno porque estaban charlando acerca de las técnicas de quidditch en lugar de ocuparse de transformar sus sillas en escarabajos.
Camino a la clase de Cuidado de las Criaturas Mágicas, me crucé con Harry. Estuve a punto de mencionarle mi carta de Sirius, pero preferí dejar que su padrino hablara con él primero.
Por la tarde, en diferentes horarios, Gryffindor y Slytherin entrenaron por última vez de cara a la gran final del sábado. Cuando las serpientes estaban en el campo de juego, me acerqué para observar. Subí hasta una de las tribunas que estaba vacía y vi a Warrington arremeter contra uno de los aros defendido por Evil, y a Pritchard y Smith pegarles a las bludgers para proteger a Zabini.
Varios metros más arriba, Draco perseguía la snitch. Estaba a punto de atraparla cuando vio que yo estaba en las tribunas... y entonces encaró hacia mí acelerando su escoba.
- ¿Qué vas a hacer? - murmuré poniéndome de pie al ver que Draco se me venía encima.
Estaba cada vez más cerca y sonreía con maldad. Lo primero que pasó a gran velocidad y rozándome la nariz fue la snitch, y detrás de ella venía Draco sin la menor intención de reducir la velocidad.
- ¡DRACO! - le grité pero no me hizo caso.
Siguió directo hacia mí, y en el último segundo tuve que agacharme para que no me arrancara la cabeza. Pude sentir el silbido que su escoba provocó al pasar rasante sobre mí.
- ¡QUE HACÉS! - le volví a gritar cuando me reincorporé.
Sobre su escoba, Draco giró y me sonrió. De la bronca yo saqué la varita trucha del bolsillo de mi túnica, y lejos de echarle algún hechizo -cosa que me era imposible-, la revoleé por el aire y le pegué justo en un ojo a Draco. El golpe le hizo perder el equilibrio y cayó de su escoba, estrellándose contra el suelo.
- ¡Draco! - al ver lo que había pasado, sus compañeros corrieron hacia él.
Primero dudé en bajar pero al final abandoné la tribuna y me acerqué al grupo de alumnos que rodeaban a Draco. A simple vista tenía un par de huesos rotos y un ojo morado.
A unos metros de él, lejos de la vista de los otros Slytherins, vi mi varita tirada en el suelo. Disimuladamente me acerqué a ella, la recogí, la guardé en mi bolsillo y me fui del campo de quidditch mientras arribaba Madam Pomfrey, alertada por un alumno.Subí a mi habitación preocupada por dos cosas: la reacción de Draco cuando saliera de la enfermería, y que había dejado a Slytherin sin su buscador y capitán. Si mi casa tuvo alguna vez la chance de ganar la Copa de Quidditch, yo acababa de tirarla de la escoba.
Me recosté en mi cama y cerré los ojos. Deseé poder volver atrás en el tiempo y cambiar algunas cosas, pero en ese mundo había magia, no milagros.
De pronto un picoteo en mi ventana me sobresaltó: había una lechuza con un pergamino atado a una pata. ¿Quién me escribiría?
Me levanté y abrí la ventana. Desaté el pergamino y la lechuza se fue. Al observar el papel noté que era de uso oficial de Hogwarts. ¿Sería Dumbledore? Pero al abrirlo me sorprendí con la firma que había al pie de un breve mensaje: profesor Severus Snape. El pergamino decía: Miss: ven de inmediato a mi despacho.
El camino a las mazmorras era frío y oscuro. Durante el trayecto busqué en mi cabeza la razón por la que Snape me había citado, y me dije que tal vez sea por el incidente con Draco en el campo de quidditch. Pero no estaba segura.
El despacho estaba lindante al salón donde dictaba sus clases. Golpeé a la puerta y una fría voz me ordenó que ingresara.
Despacio abrí y entré a la habitación en penumbras. Snape estaba sentado tras su escritorio leyendo un pergamino. Cuando me oyó entrar, levantó la vista.
- Siéntate - me dijo haciendo un gesto con su cabeza hacia una silla ubicada al otro lado de su escritorio.
Obedecí la orden y sin decir palabra, esperé que él hablara. Se tomó su tiempo para hacerlo. Con un suspiro que sonó a fastidio, se echó hacia atrás en su sillón con sus codos apoyados a los costados y sus manos entrelazadas. Me observó durante un instante que me pareció eterno, y dijo:
- Supongo que estás al tanto de lo que has hecho. Has dejado a Slytherin sin su buscador.
Mi corazón comenzó a latir a mil. Me puse sumamente nerviosa y Snape lo notó.
- Me han dicho que le tiraste un hechizo con tu varita - arqueó una ceja-, cosa que obviamente no creo. ¿Puedes explicarme qué fue lo que sucedió?
- No le tiré ningún hechizo con mi varita, sino que... le tiré con mi varita.
- ¿Que hiciste qué?
- Estaba en la tribuna cuando Draco me vio y me encaró en su escoba sin intensión de frenarse. ¡Me tuve que agachar para que no me arrancara la cabeza! Me dio tanta bronca que como no le podía tirar un hechizo, saqué mi varita... y se la tiré. Lamentablemente le pegué en un ojo. No fue mi intención.
Lo que siguió a mis palabras fue un sepulcral silencio. Hubo otro suspiro de fastidio de Snape y pensé que si fuera por él, yo hacía rato que habría dejado de ser alumna de Hogwarts.
- Supongo que jamás has volado en escoba...
Aquello me resultó sencillamente imposible de comprender. ¿Adónde quería llegar?
- ¿Yo? No - le sonreí-. Soy muggle, no se olvide. Y los muggles no vuelan en escoba.
- Eso se puede arreglar con un par de hechizos.
Le volví a sonreír pero Snape me miraba serio, sin rastro alguno en su cara de que aquello se tratara de una broma. Entonces me puse seria. Más que eso, completamente rígida.
- ¿Usted...? ¿Usted quiere que...? ¿No pensará que...?
- Si vuelas en una escoba y juegas al quidditch...
- ¿AL QUE? - me paré de un salto, aunque eso no logró sobresaltar a Snape.
- Siéntate - me dijo con tranquilidad y yo obedecí-. Podemos hacer que vueles en escoba para que juegues el partido.
- Pero yo... ¡nunca jugué quidditch!
- Conoces las reglas.
- Sí, ¿pero qué tiene que ver?
- Es lo único que necesitas.
- ¿Lo único que...? ¿Acaso no me escuchó? ¡Nunca jugué al quidditch, mucho menos volé en escoba!
- Reemplazarás a Malfoy. Jugarás como buscadora.
- ¿QUÉ? No, no... ¡Ja! No, imposible, yo no puedo hacer eso.
Me levanté para irme del despacho, lo que allí se estaba diciendo era una locura. Pero Snape volvió a impedírmelo.
- Si juegas el partido despejarás las dudas y todos aceptarán que eres bruja.
- Pero profesor, nunca volé en escoba, nunca jugué al quidditch... ¡No puedo encima jugar en el puesto más difícil!
- Pues qué mejor oportunidad para comenzar - sus ojos negros brillaban. Me quedé mirándolo unos segundos y con un gesto de resignación, le dije:
- No tengo opción, ¿cierto?
- No.
- ¿Y qué pasa si me caigo de la escoba?
- Eso no va a pasar. Warrington, el cazador de Slytherin, te va a dar algunas indicaciones para mañana.
- Pero profesor... yo no sé jugar - lo intenté una vez más casi suplicándole.
- Lo único que debes hacer es demostrar que puedes volar en escoba.
- ¡Pero van a perder el partido por culpa mía! No se olvide que del otro lado está Harry y...
- No creas que esto me gusta más que a ti. Sólo cumplo una directiva.
Entonces supe que detrás de aquella locura estaba Albus Dumbledore. Claro: Snape jamás privaría a Slytherin de la oportunidad de ganar la Copa de Quidditch, mucho menos frente a Gryffindor.
- ¿Y mi escoba?
- Habla con Warrington.
Fueron sus últimas palabras. Lo miré esperando que se levantara y corriera a decirle a Dumbledore que aquello era una locura. Pero en su lugar permaneció sentado masticando la bronca de saber que Slytherin iba a perder la Copa.
Caminé hacia la sala común completamente aterrorizada. ¿Yo volando en escoba? ¿Jugando al quidditch? ¿YO? Eso era demasiado.
Evilness dije, y la pared de piedra se movió permitiéndome el paso hacia la sala común. Caminé hasta el sillón y me dejé caer en él.
Pensé en dar parte de enferma para no jugar, pero sabía que no iba a resultar. Además, si detrás de aquello estaba Dumbledore, significaba que no tenía opción.
Escuché unos pasos y vi que Peter Warrington venía a mi encuentro con una escoba en sus manos.
- Snape dice que eres la nueva buscadora - me dijo como dudando de mis condiciones.
- Sí.
- Entonces toma y ven conmigo - me entregó la escoba y dio media vuelta.
Los dos salimos de la sala común y caminamos hasta el campo de quidditch. Yo miraba la escoba que me había entregado Warrington. Parecía algo anticuada, pero después de todo era mi propia escoba.
En el campo de quidditch los demás jugadores de Slytherin seguían entrenando, a pesar del incidente con Draco.
- Espérame aquí - me dijo Warrington y fue hasta una caja de madera de tamaño mediano que tomó y acercó hasta mí-. Sube a tu escoba, veremos qué tan rápida eres.
- ¿Perdón?
- Dije... que te subieras a tu escoba.
- ¿Subirme a la...? ¿Acá, a la escoba?
- ¿Tienes algún problema con eso?
- No, no...
Mientras él abría la caja, tomé mi escoba y caminé hasta un sector del campo de quidditch donde no había nadie. Deposité la escoba en el suelo, me paré frente a ella, levanté mi mano derecha, suspiré, y dije: ¡Arriba!
No esperaba ni por casualidad que la escoba me obedeciera. Y así fue. Aquél pedazo de madera permaneció inmutable. ¡Arriba! volví a gritar, y nada. Warrington, a varios metros de mí, me observaba de manera extraña. ¡Arriba! grité otra vez, y nada se movía. Estaba desesperada, tenía que hacer que aquella maldita escoba se levantara.
- Por favor, por favor... - murmuré-. ¡Arriba!
Entonces me di cuenta que en el mundo mágico, todo era posible; porque mi escoba comenzó a vibrar y a elevarse lentamente hasta la palma de mi mano.
Sonriendo, la agarré firmemente y pasé una pierna sobre ella.
- Y ahora... que Dios me ayude - y pegué con un pie en el suelo para levantar vuelo.
En sólo cuestión de segundos me elevé unos seis metros, y me di cuenta que algo -un hechizo- impedía caerme. Eso me dio seguridad.
La sensación de estar volando en escoba es indescriptible; el aire acariciando mi rostro, inexplicable. Jamás en mi vida había sentido algo así, y traté de disfrutarlo al máximo.
- ¡Laura! - Warrington me gritó desde el suelo al ver que yo no dejaba de ascender.
- ¡Ya voy!
Empujé la punta de mi escoba hacia abajo y comencé a descender. El aterrizaje fue algo desprolijo, pero lo importante fue que estaba con los pies en la tierra.
- Voy a lanzar la snitch - me dijo-. Cuando te de la orden irás tras ella, ¿está claro?
- Ajá.
Abrió la caja y dejó escapar la pequeña bola dorada que zumbó frente a mi nariz, y luego remontó vuelo velozmente. Warrington aguardó unos segundos y me dio la orden.
- ¡Ahora!
Subí a mi escoba y salí tras la snitch.
- ¡Laura! ¡Baja ya, es hora de la cena!
Habían pasado más de cuatro horas desde que yo había salido tras la snitch. Lo más cerca que llegué a estar de la pequeña bola, fueron ocho metros. A pesar de mis esfuerzos, me fue imposible acercarme más.
Resignada bajé a tierra y le di mi escoba a Warrington, que me miraba con una expresión asesina.
- Ya sé, no me digas nada... - y me fui al Gran Salón a cenar.
El silencio y la tensión que hubo en la mesa de Slytherin durante la cena, cortó el apetito a más de uno. A mí, por ejemplo, que apenas probé lo que tenía en el plato. Sabíamos que sin Draco, las posibilidades de ganar la copa eran nulas.
En la mesa de Gryffindor ya se habían enterado de lo que había pasado con Malfoy, y se notaba. La alegría que derrochaban demostraba que ya se sentían campeones, y eso que ignoraban que yo sería su reemplazo.
Después de comer me fui a mi habitación. Al día siguiente sería la gran final de la Copa de Quidditch, esa que había pensado ver desde las tribunas y que ahora tenía que protagonizarla desde el propio campo de juego.Gryffindor ganaba por 50 puntos. Yo aún no había visto la snitch y Harry tampoco.
De pronto, recorriendo con mi vista el poste que sostenía uno de los aros de los leones, la vi. Aceleré mi escoba hacia ella, tras de mí iba Harry que también la había visto. El público rugía como nunca, todos estaban de pie y Lee Jordan gritaba como si fuera el último partido que relataría en su vida.
- ¡La snitch es tuya, Laura! - gritaba Snape desde el palco de Slytherin, totalmente exaltado.
Yo estaba cada vez más cerca de la bola dorada. Cada vez más, cada vez más cerca. Estiré mi mano para agarrarla y...
- ¡ARRIBA, ARRIBA! ¡HAY QUE IR A JUGAR!
Me desperté sobresaltada. Mi zapato-reloj me había sacado del sueño más lindo que había tenido desde que llegué a Hogwarts.
- Por las barbas de Merlín, no quisiera estar en tu pellejo - murmuró.
- Ni yo quiero estar en mi propio pellejo hoy.
- Va a ganar Gryffindor.
- No empieces.
- ¡Va a ganar Gryffindor! ¡Y por mucho!
- ¡Callate!
- Te caerás de la escoba, porque no sabes volar. Harás un gran papelón.
- ¡Basta!
Por un momento el zapato quedó en silencio, como cada vez que sabía que había llegado al límite de mi paciencia.
Mientras me vestía noté que mis manos temblaban. Mis nervios estaban ganando la pulseada. ¿Y si el zapato tenía razón? ¿Y si a pesar del hechizo me caía de la escoba? ¿Y si después del partido el único tema de conversación era mi estrepitosa caída?
- Pobre Slytherin - otra vez el zapato me estaba provocando-. Una casa con tanto prestigio, tantas copas ganadas...
- Basta.
- ... Tantos buenos jugadores que pasaron por Slytherin a través de los años... De muchos de ellos se habla hasta el día de hoy.
- ¡Callate!
- Tanto prestigio, tanta gloria... todo tirado por la borda en un día.
Suspiré fastidiada. Terminé de vestirme tratando de ignorar las palabras del zapato, y bajé al Gran Salón.
Los que íbamos a jugar esa mañana desayunábamos más temprano que el resto. Pero Gryffindor ya lo había hecho y habían marchado hacia los vestuarios, dejándonos el Gran Salón sólo para nosotros.
Richard Evil, Blaise Zabini, Peter Warrington, Malcom Baddock, Graham Pritchard y Lesly Smith me miraron muy serios cuando me senté en la mesa de Slytherin. Me sentí intimidada.
Creí que durante el desayuno, aprovechando que estábamos solos, se iba a hablar de técnicas de juego. Pero Warrington, el nuevo capitán del equipo, guardó sus indicaciones para el vestuario.
Hacia allí fuimos una vez que terminamos el desayuno. Me sentí extraña al ponerme las ropas del equipo de quidditch de Slytherin. Los guantes, las botas, la túnica verde con el escudo, eran una responsabilidad demasiado pesada para mí.
- Lo único que puedo decirles - dijo Warrington-, es que intentemos marcar la mayor cantidad de puntos posibles.
En otras palabras estaba diciendo que se olvidaran que la buscadora, o sea YO, fuera a atrapar la snitch.
Tomé la escoba entre mis manos. Era toda negra y en la punta tenía dibujada una serpiente.
- Bien, ¿están listos? - preguntó algo desganado Warrington.
Nos paramos y comenzamos a marchar hacia el campo de quidditch.
Pero en el camino nos cruzamos con Gryffindor, que también salían de su vestuario. Estaban muy animados y tenían motivos de sobra. Algunos me miraban de reojo y murmuraban, otros directamente nos observaban sonriendo con ironía.
Caminé unos pasos y me topé con Harry, que me miró sorprendido.
- ¿Tú?
- Sí, yo.
- Pero...
- Es una larga historia y Dumbledore está atrás de todo, así que no preguntes.
Harry hizo silencio y después, en voz baja para evitar que los demás oyeran, me dijo:
- Recibí una carta de Hocicos.
- ¿Sirius?
- ¡Sshh! - llevó un dedo índice a los labios-. Nunca menciones su nombre aquí.
- Ah, sí, perdón.
- Me contó de una carta que le enviaste, y estuvimos intercambiando mensajes. Yo... quería pedirte disculpas.
- Ah - sonreí-. No hay problema, fui yo la que metió la pata. Nunca tendría que haber hecho una cosa así con vos y con Ginny.
- ¿Amigos?
Me extendió su mano. Observé a Harry enfundado en la túnica escarlata de Gryffindor y yo en la verde de Slytherin.
- Harry, aunque no sepa mucho de quidditch, voy a dar lo mejor de mí para mi casa.
Él, que seguía con su mano extendida, me sonrió.
- Lo sé. Que gane el mejor.
Entonces también le sonreí y estreché fuertemente su mano. Volvíamos a ser amigos, aunque rivales en el encuentro.
Las tribunas estaban repletas. Los profesores y ex alumnos de Hogwarts, desde los palcos, no disimulaban su entusiasmo. Todos aguardaban ansiosos el anuncio de los equipos por parte de Lee Jordan.
Cuando el momento llegó, creí que iba a desmayarme de la emoción.
- ¡AQUÍ ESTAN LOS EQUIPOS! ¡GRYFFINDOR Y SLYTHERIN!
El público se puso de pie y rugió como nunca. Los jugadores avanzamos lentamente hacia el campo, yo aferrándome a mi escoba como si ella pudiera hacer que todo volviera a la normalidad. Dentro de la normalidad posible en el mundo mágico, claro.
Al entrar al campo pude ver que muchos se sorprendieron al encontrarme entre los jugadores de Slytherin. Hermione y Ron, sobre todo.
- Los capitanes, por favor - Madam Hooch hizo acercarse a Harry y Warrington para estrecharse las manos-. Quiero un juego sin trampas. ¡A sus escobas!
Todos subimos a nuestras escobas, aunque yo tuve que darle la orden tres veces a la mía para que se levantara, lo que provocó risas en algunos jugadores de Gryffindor. Pero Harry me miraba más bien preocupado por mi seguridad.
- ¿Listos? - preguntó Hooch-. ¡A jugar!
El silbato de la profesora sonó y el público se puso a gritar otra vez.
- ¡COMENZO EL PARTIDO ENTRE GRYFFINDOR Y SLYTHERIN! ¡POR LA COPA!
Lee Jordan anunciaba el inicio del encuentro.
Yo opté por elevarme lo más posible para evitar a las bludgers. No estaba segura además, que mis propios compañeros tuvieran intenciones de protegerme de ellas. Harry estaba a unos metros de mí, buscando la snitch.
- Natalie pasa la quaffle a Dean... - relataba Jordan-. Dean avanza en campo de Slytherin... ¡Una bludger pasó muy cerca! Pero sigue avanzando, se detiene y... ¡pasa la bola a Seamus que aparece repentinamente y MARCA! ¡Diez puntos para Gryffindor!
El público celebró el logro de Seamus. Ravenclaw y Hufflepuff como siempre, a favor de Gryffindor.
- Avanza ahora Zabini con la quaffle, nadie parece poder detenerlo. ¡Una bludger lo golpea! Pero logra aferrarse bien a su escoba y pasa la bola a Malcom... ¡que marca 10 puntos para Slytherin!
A media hora de partido yo seguía en las alturas sin poder encontrar la snitch. De pronto se me acercó Harry.
- ¿Estás bien? Ten cuidado con las bludgers, te pueden lastimar.
- Sí, y hasta donde sé esta escoba no está hechizada para evitar que una pelota me golpee.
- ¿Quién te puso en esta situación?
- Snape, pero la idea fue de Dumbledore.
- ¿Por qué?
- Dice que si me ven en escoba, todos van a creer que soy bruja. Creo que eso incluye a Draco. Y... ¿Ginny?
- Ahí está.
- ¿Adónde? -miré hacia la tribuna de Gryffindor.
- No, allá - me señaló debajo de la tribuna de Hufflepuff. Harry no hablaba de Ginny sino de la snitch.
- Ve por ella - me dijo.
- No, Harry, vamos los dos. Y que gane el mejor.
Sonreímos y al mismo tiempo aceleramos nuestras escobas hacia la snitch. El público advirtió la maniobra, se paró y comenzó a alentar. A esa altura, el partido estaba 80 a 80.
- ¡HARRY POTTER Y LAURA MISS VAN TRAS LA SNITCH! ¡EL QUE LA ATRAPE LE DARA EL CAMPEONATO A SU CASA! ¡VAMOS HARRY!
- ¡Jordan!
Harry y yo íbamos codo a codo tras la snitch que había comenzado a volar más alto que antes.
- ¡No la atraparás, Potter! - le grité sonriendo.
- ¡Eso lo veremos, Miss!
Harry me devolvió la sonrisa y aceleró. Hice lo posible por seguirlo pero se me hacía difícil.
- ¡NO SE PIERDEN PISADA! ¡CODO A CODO, ESCOBA A ESCOBA! ¡CUALQUIER COSA PUEDE PASAR!
Yo sabía que no, no podía pasar cualquier cosa. Lo normal era que Harry tomara la snitch y le diera a Gryffindor la copa, pero yo estaba dispuesta a dar de mí lo mejor.
De pronto, la snitch se elevó en línea recta, giró a su derecha, y aceleró. Harry y yo por poco chocamos nuestras escobas. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo para frenarlas a tiempo y girar, saliendo nuevamente tras la bola dorada. Harry siempre iba delante mío, a casi dos metros de distancia.
Hasta que de pronto vi acercarse una bludger, directo a él.
- ¡Harry, cuidado!
La advertencia llegó tarde: la bludger lo golpeó en una pierna haciéndole perder el equilibrio. Quedó colgado de una sola mano de su escoba, y a la altura que nos encontrábamos sabía que iba a hacerse mucho daño si caía.
El público estaba atónito. Algunos gritaban del susto, otros volteaban su cara para no ver, pero la mayoría observaba con detenimiento la situación.
- ¡Laura, la snitch! - me gritaba Warrington varios metros debajo mío-. ¡La snitch! ¡Atrápala!
Miré delante mío y vi que la bola dorada estaba a mi alcance. Pero también observé que Harry estaba teniendo serios problemas para seguir aferrado a su escoba.
- ¡LAURA, LA SNITCH!
Tenía el camino libre para atraparla, ganar el partido y darle a Slytherin la Copa de Quidditch. Pero Harry necesitaba ayuda. Su escoba estaba descontrolada, seguía subiendo y él ya no podía sostenerse.
Entonces abandoné la persecución de la snitch, giré mi escoba y encaré hacia donde se encontraba Harry.
- ¡LAURA! ¿QUÉ HACES? ¡SI NO ATRAPAS LA SNITCH NO VOLVERAS A SLYTHERIN!
Hice oídos sordos a los gritos de Warrington y sin pensar en las consecuencias, seguí volando hacia Harry. Cuando llegué a él sostuve su brazo con todas mis fuerzas y lo ayudé a subir a su escoba. En otras circunstancias habría caído con él, pero con el hechizo que tenía mi escoba, no me moví de ella.
- Laura... - Harry me miró atónito una vez que pudo ubicarse sobre su escoba.
- Callate y dale que teníamos un duelo, vos y yo.
Nos sonreímos y juntos aceleramos nuestras escobas hacia la snitch, otra vez. Warrington me miraba boquiabierto sin poder creer lo que acababa de hacer.
En pocos segundos Harry me sacó otra vez una clara ventaja. Al darse cuenta redujo la velocidad y lo alcancé. Frente nuestro estaba la snitch, a tan sólo un metro de distancia.
- Si me dejás ganar, te juro que yo misma te tiro de la escoba - le dije a Harry. Él me sonrió y aceleró. Yo también.
- ¡ESTAMOS VIENDO EL GRAN FINAL DE LA GRAN FINAL! - gritaba Lee Jordan-. ¿QUIÉN ATRAPARA LA SNITCH? ¿QUIÉN SERA EL NUEVO CAMPEON?
Los dos estiramos un brazo hacia la diminuta snitch.
- ¡Es mía, Potter! - le grité.
Tenía la snitch a centímetros de mi mano, podía sentir el zumbido de sus alas en la punta de mis dedos. Y en el último segundo... Harry aceleró su escoba y me la arrebató.
- ¡HARRY POTTER! ¡HARRY POTTER ATRAPO LA SNITCH! ¡GRYFFINDOR ES EL NUEVO CAMPEON DE LA COPA DE QUIDDITCH!
El público de Gryffindor gritaba como nunca, los de Ravenclaw y Hufflepuff también. Los de Slytherin, resignados y cabizbajos, no podían creer lo que había pasado.
Con el rugido del público de fondo, descendí lentamente a tierra. Allí me esperaba Warrington con intenciones de despedazarme. Bajé de mi escoba y se la di.
- Ya sé, no me digas nada.
Y no me dijo nada. Creo que la bronca se le quedó atragantada. Los otros Slytherins también me miraban estupefactos.
Comencé a caminar hacia los vestuarios mientras Gryffindor festejaba en el centro del campo. Pero un grito me detuvo.
- ¡Laura! -me di vuelta y vi a Harry. Venía corriendo hacia mí, Hermione y Ron tras él.
- Harry, nunca te podría haber ganado, sos el mejor jugador de quidditch. Yo hice lo que tuve que hacer, nada más.
Entonces vi que Ginny se acercaba a nosotros.
- Laura, tengo que pedirte disculpas. Fui muy grosera contigo.
La miré detenidamente, luego a Harry.
- Ay, olvidemos esto, ¿sí? Hagamos de cuenta que no pasó nada y sigamos siendo amigos. Si quieren.
- ¡Claro! - contestaron a coro.
- Felicitaciones por la copa una vez más - di media vuelta para ir a los vestuarios, y escuché la voz de Harry.
- Gracias.
- ¿Para qué están los amigos?
Y me fui a los vestuarios con la desazón de no haber podido ganar la copa, pero la satisfacción de haber hecho algo bueno.El fin de semana lo pasé evitando encontrarme a solas con Draco, que ya se había recuperado de su caída y Madam Pomfrey le había restaurado los huesos rotos.
Afortunadamente el incidente con mi varita había sido tan rápido que Draco no había tenido tiempo de ver con qué le había tirado, por lo que tuvo que quedarse con la versión del resto de los Slytherin: había sido un hechizo. Claro que eso no lo convencía.
Por lo demás, mi relación con el resto de Hogwarts, fundamentalmente con Gryffindor, había mejorado netamente.
Otra de las personas con las que evitaba cruzarme era el profesor Snape. No sólo estaba molesto por tener que haberme hecho parte del equipo de Slytherin, sino que además yo había permitido que Gryffindor ganara la Copa de Quidditch. Su mal humor se notó más que nunca en su clase del martes por la tarde.
- El fin de curso se aproxima, por lo tanto los exámenes también - dijo con sus fríos ojos recorriendo la clase.
Tomó el libro de Pociones y comenzó a pasar las páginas, mientras la clase lo observaba atentamente temiendo lo que pudiera llegar a decir.
- Les recomiendo que estudien... - levantó la vista a los alumnos-... todo.
- ¿Todo el libro? - chilló Ron.
- ¿Algún inconveniente con eso, Weasley?
Ron se hundió un poco más en su asiento, rojo de vergüenza.
- No, profesor...
Cuando la clase terminó, rogué que Snape no me ordenara quedarme. Afortunadamente sólo tuve que sostener su mirada asesina cuando salí del aula junto a los demás.
- ¿Estudiar todo el libro de Pociones? ¡Pero si faltan sólo dos semanas para los exámenes! - se quejaba Ron camino al Gran Salón.
- ¿Eso te preocupa? - preguntó Hermione.
- ¡Claro!
- Si estudiaras un poco más, no tendrías porqué preocuparte así.
- ¿Si estudiara un poco más? ¡Hermione! ¡Se trata de estudiar TODO el libro en dos semanas! Además, por más que estudiemos Snape no nos aprobará.
- Eso jamás lo sabrás.
Ron se quedó en silencio. Luego giró hacia mí y me murmuró:
- ¿Qué me quiso decir?
- Nada Ron, nada.
Llegamos al Gran Salón para la cena, y me separé de los chicos para sentarme en Slytherin. Allí los ánimos seguían caldeados, y todos me miraban bastante mal. Pero no me preocupé.
- ¿Me alcanzás la salsa, por favor, Millicent? -ella me miró de reojo y de mala manera me la alcanzó-. Gracias.
Nadie en Slytherin habló durante la cena. Me fui a mi habitación pensando en que tenía que hacer algo pronto para recobrar la confianza de mis compañeros, o me sería imposible continuar así.
Me recosté sobre mi cama, vestida y sin poder pegar un ojo. Pensé en que si tuviera una varita de verdad sería capaz de desafiar a cualquier Gryffindor a un duelo, incluso a Harry, aunque eso me costara un par de huesos rotos y varios golpes contra el piso.
Cuando por fin estaba durmiéndome, un golpe en la ventana me sobresaltó. Era Ulich.
Corrí hacia la ventana. La pobre lechuza había aterrizado mal y se había dado contra el vidrio, pero había podido llevar hasta mí un pergamino. Desaté el mensaje de su pata y mientras la lechuza remontaba vuelo como podía, leí:
Laura: Ven de inmediato a mi despacho. La nueva contraseña es: Barbas en Remojo.
Profesor Dumbledore.
El mensaje me preocupó, debía tratarse de algo muy serio.
Salí de mi habitación a paso rápido, bajé las escaleras casi corriendo y llegué hasta la gárgola que llevaba a su despacho.
- Barbas en Remojo.
Subí la escalera y toqué a la puerta.
- Adelante, Laura.
Caminé hasta su escritorio. Dumbledore estaba sentado en su sillón con una expresión de preocupación en su rostro. Eso me inquietó.
- Siéntate, por favor. Debes saber algo...
- ¿Pasa algo grave, profesor?
- Temo que sí. Supongo que Harry te ha contado de los planes que tiene Lord Voldemort.
Tragué saliva. El momento que temía parecía haber llegado.
- ¿Un supuesto ataque a Hogwarts?
- Temo que ha dejado de ser supuesto para convertirse en real. Aún no sabemos cómo pero Voldemort y sus seguidores han logrado deshacer los hechizos que protegían este castillo, y de un momento a otro habrá un ataque.
- ¿Y qué van a hacer?
- Por supuesto, todo el Ministerio está trabajando en el asunto, ha enviado a sus mejores aurores. Tú no deberías preocuparte por ello, pero...
El rostro de Albus Dumbledore adquirió una expresión que me atemorizó. Era de inquietud, de que estaba por suceder algo que él no podía remediar.
- Ha ocurrido algo que no estaba en nuestros planes. En inmediaciones del castillo existía una puerta, El Paso que le llamamos, sólo visible para algunos de nosotros. Era el camino por el que te traje a este mundo.
- Espere, espere... ¿cómo que existía? ¿Qué pasó con ese paso?
- Por la misma acción de los mortífagos esa entrada ya no existe allí donde estaba.
- ¿Qué? Pero... ¿cómo voy a regresar a mi casa?
- No dije que El Paso haya sido destruido, sólo que ya no se encuentra en su sitio original. Hay que buscarlo y eso llevará tiempo.
- ¿Y qué voy a hacer mientras tanto?
- Nada. Te quedarás aquí hasta que encontremos El Paso.
- ¿Quedarme acá mientras los mortífagos atacan?
- Me temo que sí.
- ¿Y cómo me voy a defender?
En ese momento alguien tocó a la puerta. Sin esperar la autorización para entrar, la profesora McGonagall apareció en la habitación y caminó hasta colocarse a mi lado. No se sorprendió por mi presencia, evidentemente la esperaba.
- Laura, creo que es tiempo que sepas la verdad - me dijo Dumbledore.
Había estado esperando ese momento en el que me explicara qué era lo que hacía en el Mundo Mágico. Levanté mi vista hacia McGonagall y ella apoyó una mano en mi hombro en señal de confianza.
- El porqué estás aquí responde a razones que van más allá de nuestro alcance - comenzó Dumbledore-. Pero tiene que ver con nuestro origen, con lo que nos llevó a ser lo que somos, tiene que ver con nuestra creación.
- ¿Creación?
- Como te dije una vez, la imaginación tiene que ver con esto. Porque nosotros somos hijos de la imaginación, ese poder infinito del que no todos gozan en tu mundo. Tú eres una de esas personas que goza de tal privilegio, y te hemos elegido para que lleves un mensaje a tu mundo.
- ¿Mi mundo... el muggle?
- No. Hablo del mundo al que llaman real, donde la imaginación está siendo restringida, reprimida, prohibida en algunos casos. Nosotros fuimos creados por la imaginación y somos la prueba de su poder, de que todo es posible con la imaginación. Alguien nos creó pero es gracias a los que se atreven a seguir soñando, que seguimos existiendo. Ese es el mensaje que debes llevar a tu mundo: que se atrevan a imaginar, que se animen a soñar, porque todo es posible. Puedes crear vida con la imaginación, puedes crear un mundo entero con tus sueños. El día que dejen de soñar... dejaremos de existir.
No supe qué responder. Levanté mi vista hacia McGonagall que me sonrió y apretó su mano en mi hombro para darme confianza.
- Profesor, lo que me está diciendo... es demasiado. ¿Ustedes reconocen que son producto de la imaginación de alguien?
- Alguien, un día y en un lugar, nos creó. Pero ahora tenemos vida propia. Todo lo que ves aquí, todas las personas que has conocido, existen. En algún lugar de tu imaginación, en alguna dimensión, existimos.
- ¿La magia existe?
- ¿Tenías alguna duda?
Tenía mil preguntas por hacer pero no me salía ninguna. Bajé mi vista y la fijé sobre el escritorio, intentando acomodar mis ideas.
- No dejar de soñar, no dejar de imaginar... ¿Ese es el mensaje que tengo que llevar?
Dumbledore asintió.
- No sólo por nosotros, sino por ustedes mismos, Laura.
- Y... ¿el ataque de Voldemort?
Dumbledore volvió a ponerse serio.
- Aunque no te agrade, debes alejarte de Harry y sus amigos.
Fruncí el ceño.
- Exactamente lo mismo me dijo Snape, aunque con otros argumentos.
- Severus sólo quiere protegerte. El ataque tiene como objetivo raptar a Harry, y si estás cerca de él es muy riesgoso para ti, no tienes medios para defenderte.
- ¿Snape me quiso proteger?
- Te ha estado custodiando cada noche cuando subías a tu habitación, para asegurarse de que estabas a salvo.
- Entonces la sombra que vi la otra noche... ¿era él? ¿Pero por qué no me lo dijo?
- Severus tiene una forma muy... particular de hacer las cosas.
- No quiere dar el brazo a torcer, ¿no? No quiere mostrar debilidad.
- Tiene sus razones.
- ¿Por qué? ¿Por qué es así?
- Eso Laura, es una cuestión del profesor Snape.
Dumbledore dio por tierra con mis intenciones de saber algo acerca del pasado de Severus. Poniéndose de pie, el gran mago se dirigió a McGonagall.
- Minerva, acompáñala hasta la sala común. Que Severus se encargue. Laura, a partir de ahora no estarás nunca sin un profesor cerca, ¿comprendes?
- Entiendo. ¿Pero qué pasará con mi vuelta a casa?
- Los aurores están buscando El Paso. Lo encontrarán, no te preocupes. Y a propósito... jugaste muy bien el sábado.
Le sonreí y di media vuelta hacia la puerta donde me esperaba McGonagall. Ambas bajamos la escalera y ella me acompañó hasta la puerta de Slytherin.
- El profesor Snape está en la sala común. No te separes de él hasta que no te asigne otro profesor para custodiarte.
- Pero ¿no debería ser Harry el custodiado?
- El está siendo custodiado también. A propósito: si ves un perro negro por los pasillos, no te asustes. Es de confianza.
McGonagall se fue y comprendí que Sirius Black estaba en Hogwarts.
- Evilness - dije y la pared de piedra se movió.
La sala común estaba despoblada de alumnos. La única persona que allí se encontraba estaba sentada en el sillón que acostumbraba a usar Draco, frente a la chimenea. Pero no era el rubio el que lo ocupaba esta vez, sino Severus Snape.McGonagall me había dicho que no me separara de Snape, y no tenía por qué preocuparse: yo no pensaba hacerlo de todas formas.
Caminé hacia el sillón donde él estaba sentado. La sala estaba a oscuras; la única iluminación, tenue, la daban las llamas de la chimenea frente a la que se hallaba el profesor.
Sin que me mirara, me ubiqué en una silla al lado de él y contemplé el fuego.
- Gracias - murmuré.
Recién entonces giró hacia mí y me recorrió con esos ojos negros que me ponían nerviosa. Sin decir palabra se volvió a contemplar el fuego.
- ¿Por qué lo hizo? Usted no hace ese tipo de cosas sin una buena razón, ¿o me equivoco?
- Ya es tarde. Será mejor que te vayas a dormir.
- No tengo sueño.
- ¿Le discutes a un profesor?
- Cuando el profesor no responde a mis preguntas, sí.
Entonces volvió a mirarme.
- ¿Por qué te protejo? ¿Eso quieres saber? Es por orden de Dumbledore.
- Eso no es cierto.
- Claro que es cierto - incómodo y frunciendo el ceño, volvió su vista a la chimenea.
- ¿Por qué no es sincero con sus sentimientos?
- No sé de qué hablas.
- Claro que sabe de qué hablo, siempre lo sabe. ¿Por qué no admite que puede preocuparse por alguien? ¿Por qué no admite que tiene inquietudes? ¿Por qué no admite que tiene sentimientos como cualquiera?
- Ya es suficiente.
- ¿Sabe qué creo? Que pasó algo horrible en su vida que no puede olvidar, que le impide dormir por las noches. Que hubo una persona a la que no pudo salvar, se siente culpable por ello y ahora no quiere que se repita la historia.
- Basta.
- Alguna vez se interesó por alguien, alguna vez se preocupó por alguien, pero no pudo salvarla.
- Basta, Laura.
- ¿Tiene algo que ver con Lily?
- YA BASTA.
Snape elevó su tono de voz y me miró seriamente. Sus ojos brillaban y las llamas se reflejaban en ellos.
Me di cuenta que estaba sola frente al profesor más temido de Hogwarts, un ex mortífago experto en magia negra cuya sola presencia intimidaba. Pero sin embargo no sentía miedo, porque había descubierto que Severus Snape tenía sentimientos como cualquiera, que podía preocuparse por los demás como cualquiera, y hasta podría amar como cualquiera. Había descubierto que Severus Snape era, simplemente, humano.
- Lo siento, profesor.
Creí que iba a levantarse y ordenarme que me fuera a dormir, pero en su lugar hizo una mueca y volvió su mirada a la chimenea. Tal vez era lo que buscaba: aunque le molestara y le doliera, necesitaba hablar con alguien.
Hizo silencio un momento y de pronto comenzó a hablar casi en un murmuro, sus palabras eran apenas perceptibles:
- Hay cosas que no es bueno que se sepan. Y prefiero que sigan así. Los únicos que deben saberlas ya las saben, y eso es suficiente.
- El profesor Dumbledore...
- El profesor Dumbledore sabe cosas de mí que nadie más conoce.
- Sabe cosas de Ud. que han hecho confiarle hasta su propia vida, de ser necesario. Eso significa que son cosas buenas, profesor.
- No necesariamente - dijo volviéndose hacia mí.
- Sería injusto pensar cosas malas de usted cuando en realidad sólo son apariencias.
- Estoy acostumbrado a las injusticias - me miró otro instante y volvió a contemplar el fuego.
- Pero ese dolor que siente ahora... eso que le molesta tanto...
- Lo que pasó, pasó. Ya es tarde.
Una parte de él quería terminar la conversación, pero la otra buscaba desahogarse.
- Profesor...
Fue mi última palabra. No volvimos a hablar del tema. Ambos quedamos en silencio, Snape contemplando el fuego y yo mirándolo a él.
- Será mejor que te vayas a dormir - me dijo luego de un rato.
- ¿Me va a acompañar a mi habitación? - pregunté poniéndome de pie.
- No. Dormirás aquí esta noche.
Se levantó y caminó hasta una pequeña puerta ubicada bajo la escalera que llevaba a los dormitorios.
- Nunca había visto esta puerta.
- Imposible que lo hicieras, está hechizada. Sólo en casos de suma urgencia puede usarse este cuarto.
Abrió la puerta y tras ella apareció una pequeña habitación. No tenía ventanas ni otras puertas. En un rincón había una cama de una plaza, una pequeña mesita de noche y una lámpara.
- Aquí dormirás esta noche. Mañana irás con el resto de tus compañeros a desayunar, yo iré con ustedes.
- Pero tengo clase con Ravenclaw y Hufflepuff...
- Las clases están suspendidas. El director cree prudente que los alumnos no salgan de sus casas, únicamente para ir al Gran Salón.
Quedamos en silencio, yo observando mi cama y Snape mirándome. Ambos sabíamos que habían quedado miles de cosas por decir y preguntar, pero ni yo me atrevía a averiguar más ni Snape quería seguir hablando.
- Buenas noches - dijo caminando hacia la puerta-. Yo estaré en la sala común.
- Gracias, profesor. Por todo.
Él asintió levemente con su cabeza y se fue de la habitación cerrando la puerta detrás de él. Yo me senté en la cama a pensar sobre todo lo conversado. Seguramente lo que le había dicho no estaba muy alejado de la realidad, por lo nervioso que se había puesto.
Intrigada, me paré y muy sigilosamente caminé hasta la puerta. Llevé mi mano al picaporte: por la puerta entreabierta vi el sillón donde estaba sentado Snape. Pensativo, su codo derecho apoyado en el sillón y su mentón sobre él, el misterioso profesor contemplaba el fuego de la chimenea.
Me sentí mal por estar espiándolo. Igual de sigilosa, cerré la puerta y lo dejé solo con su privacidad, inmerso en sus pensamientos y en sus secretos. Me acosté en mi nueva cama y en minutos quedé profundamente dormida.
- ¡Laura!
Creí que estaba soñando, pero no: alguien llamaba a mi puerta. Me senté en mi cama y volví a escuchar la voz seguida de golpes a la puerta.
- ¡Laura! -era Snape.
- ¿Sí, profesor?
- Es hora de subir a desayunar.
- De acuerdo, gracias.
La noche había pasado muy rápido. Me puse de pie y caminé hasta la puerta.
- Buenos días - le dije a Snape que estaba parado al pie de la escalera que llevaba a los dormitorios, esperando por el resto de los alumnos. No me respondió-. ¿Todavía no bajan esos dormilones? - pregunté con una sonrisa.
Pero él ni siquiera mi miró. De mal humor debía ser su estado natural.
- Tarde - le dijo ceñudo al primer Slytherin que bajó de los dormitorios. Era Zabini.
- Lo siento, profesor. Los demás ya vienen.
Efectivamente ni bien Blaise descendió las escaleras, se escucharon las voces de los demás. En pocos minutos la sala común se colmó de alumnos.
- Síganme.
Tras los pasos del profesor salimos de la sala común rumbo al Gran Salón. En el camino nos cruzamos con Gryffindor. Harry, Hermione y Ron me saludaron.
- ¿Cómo estás? - preguntó ella.
- Bien, ¿ustedes?
- Algo asustados.
- ¿Harry, cómo estás vos?
- Bien, me dijeron que... - bajó la voz- Hocicos está aquí.
- Sí, eso me contó McGonagall.
- Dumbledore nos dijo que no puedes regresar a tu casa - dijo con preocupación Hermione.
- Es cierto. Pero los aurores ya están buscando El Paso.
- Y si te vas, ¿no volverás más? - preguntó Ron.
- No sé.
Sin decir nada más seguimos camino al Gran Salón. Al llegar me separé de ellos y me fui a Slytherin.
La mesa de profesores estaba completa, algo atípico para la hora del desayuno. Pero la situación era atípica.
Todos creíamos que antes de desayunar, Dumbledore diría algo, pero fue recién al final cuando se puso de pie y todos escuchamos atentos.
- Alumnos, como sabrán hemos tenido que tomar ciertas medidas precautorias ante la amenaza que nos acecha. El Mal está en las puertas de este castillo, pero deben saber todos que el colegio está protegido por poderosos magos y los mejores aurores con los que cuenta el Ministerio de Magia.
El director hizo una pausa, bajó la vista, y luego de un instante volvió a mirar a los alumnos.
- Aunque sé que es difícil, voy a pedirles que mantengan la calma. Deben obedecer sin objeción las órdenes de sus profesores, y bajo ningún concepto se separen de sus compañeros. Si nos mantenemos unidos, esta amenaza pronto desaparecerá y la tranquilidad volverá Hogwarts.
Mientras Dumbledore hablaba, los alumnos escuchaban en silencio y sus rostros reflejaban preocupación y temor.
- Aunque sus profesores ya se lo han dicho, les reiteraré las medidas de seguridad: permanecerán en sus respectivas casas, podrán salir únicamente al Gran Salón pero siempre acompañados por un profesor. Ningún alumno debe deambular solo por el colegio, y por el momento las clases han sido suspendidas. Los exámenes también.
Eso ni siquiera sirvió para animar a los alumnos, mismo a Ron, que estaba tan preocupado por la situación que el hecho de que no hubiera exámenes ni lo inmutó.
- Bien, creo que eso es todo - dijo Dumbledore antes de tomar asiento.
McGonagall se puso de pie y habló al Gran Salón:
- Alumnos, fórmense detrás de sus jefes de casa. Rápido.
Todos nos paramos y nos agrupamos detrás de nuestros jefes de casa, y en grupos caminamos hacia nuestras salas comunes. El temor podía sentirse en el aire.
La mañana en Slytherin fue bastante pesada. Algunos proponían jugar al ajedrez mágico para matar el tiempo, pero los ánimos no estaban para eso.
El único que parecía estar disfrutando de la situación era Draco Malfoy. Sentado a la mesa de la sala común, me observaba con una sonrisa que me molestaba. Me pregunté hasta qué punto estaba al tanto de las actividades de su padre.
Snape estaba sentado en el sillón leyendo un pergamino, supuse que sería algún mensaje de Dumbledore con nuevas instrucciones a seguir.
Yo extrañaba a Harry, Hermione y Ron. Me hubiera gustado estar con ellos en ese momento intercambiando ideas, pero Dumbledore y Snape me habían recomendado alejarme de ellos, sobre todo de Harry.
Y así pasó el día, matando el tiempo como podíamos. Algunos alumnos leían, otros jugaban ajedrez, otros charlaban. Y otros como yo, simplemente se quedaban en un rincón de la sala común esperando el momento tan temido: el ataque a Hogwarts.Al caer la noche del miércoles nadie se atrevía a irse a dormir. Tal vez por intuición, sentíamos que el ataque sería esa misma noche.
Pero Snape no quiso escuchar razones y envió a todos los Slytherins a los dormitorios. Muy nerviosos, uno a uno fueron subiendo las escaleras. Yo quedé en la sala, de pie al lado de la chimenea.
Cuando mis compañeros desaparecieron tras las puertas de los dormitorios, me senté en una silla frente a la chimenea. Snape se acercó al fuego y se ubicó en el sillón.
- Va a ser esta noche, ¿cierto? - pregunté con temor.
El profesor se tomó su tiempo para contestar. Miraba fijamente las llamas en la chimenea.
- ¿Realmente importa si es hoy o mañana?
- ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?
- Obedecerme.
- ¿Es cierto que van a sacar a Harry del castillo?
- Lo que suceda con Potter no es asunto tuyo.
- Claro que sí, es mi amigo -no me contestó, ni siquiera me miró-. No sabe lo que es eso, ¿verdad?
- ¿Qué cosa?
- La amistad.
Levantó su mirada hacia mí.
- ¿Acaso vas a darme una clase?
- Si no tiene amigos, no puede saber lo que es la amistad.
- No empieces otra vez.
- ¿Me dejaría ser su amiga?
Snape se levantó moleso y caminó hasta la chimenea, poniéndose de espaldas a mí. Estuvimos en silencio unos minutos. Comprendí que la conversación ya no daba para más.
- Buenas noches - le dije y di media vuelta hacia mi habitación.
Habría pasado poco más de una hora desde que me había acostado, pero no podía dormir. Contemplaba el techo, pensaba en Snape tratando de descifrarlo a través de sus palabras y sus actitudes.
Estaba recostada en mi cama, vestida, hasta con mi calzado y mi túnica de Slytherin puesta. Pensaba también en Voldemort, los mortífagos, Malfoy, y Harry. ¿Qué pasaría con él?
Repentinamente escuché unos estallidos fuera del castillo. Al principio eran casi imperceptibles, pero poco a poco fueron aumentando de intensidad. Me senté en la cama para oír mejor: ¡eran hechizos! Los estampidos eran varitas mágicas. Estaban atacando Hogwarts.
La puerta de mi habitación se abrió de pronto y la figura de Severus Snape apareció.
- Laura, ven rápido a la sala.
Enseguida estuve allí junto a los demás alumnos que entredormidos, tenían sus varitas en mano.
- El castillo está siendo atacado - nos dijo Snape, y se escucharon algunos murmullos-. Sólo se moverán en grupo y cuando yo lo ordene. Iremos al Gran Salón para unirnos al resto del colegio. No quiero que nadie se separe del grupo. Miss, la quiero a mi lado.
Avancé hasta él y todos salimos de la sala común. El único que parecía seguir disfrutando de la situación era Draco: caminando el último del grupo, iba jugando con su varita entre los dedos sin que la sonrisa se borrara de su rostro.
Cuando llegamos al Gran Salón, Ravenclaw y Hufflepuff ya estaban allí. Nos ubicamos en un costado de la sala y en ese momento vi entrar a Gryffindor; Harry no estaba entre ellos, Hermione y Ron me miraban preocupados.
Las mesas del Gran Salón habían sido reemplazadas por camas para los alumnos, pero la de los profesores seguía en su lugar y Dumbledore estaba allí.
- Alumnos - dijo el mago-, decidimos reunirlos aquí por una cuestión de seguridad y organización. Los ataques han comenzado en inmediaciones del castillo, pero los aurores están logrando mantener a los mortífagos alejados de estas paredes.
Al mencionar a los mortífagos, se oyeron expresiones de terror de algunos alumnos. Pero la tensión creció aún más cuando McGonagall se acercó a Dumbledore y le murmuró algo al oído. El director miró hacia Gryffindor y dijo:
- Señorita Granger, señor Weasley, acérquense por favor. Laura, tú también.
Cruzamos miradas con Hermione y Ron y nos acercamos a la mesa de profesores.
- Lo que tengo que anunciarles no es nada grato... pero temo que Harry ha sido raptado.
- ¡¿Qué?!
- ¡¿Cómo que raptado?!
- Sirius Black, que estaba encargado de su custodia, fue encontrado desmayado en el parque. Creemos que Harry fue llevado hacia el Bosque Prohibido.
- Profesor... - a Hermione se le quebró la voz.
- ¿Hay algo que podamos hacer? - pregunté.
- Estamos haciendo todo lo posible por hallarlo. Sólo puedo pedirles paciencia y comprensión.
- ¡No podemos quedarnos aquí cruzados de brazos! - protestó Ron-. ¡Harry necesita nuestra ayuda!
- Weasley... - Snape intervino, había estado escuchando todo a un costado-. Creo que los experimentados magos que se encargan de la situación están más preparados para hacer frente a este tipo de casos que un trío de simples estudiantes.
Ron lo miró con desprecio. Yo no dije nada, pero Hermione reaccionó:
- ¿Cómo puede decir eso? ¡Es la vida de Harry la que está en juego! ¡Todo lo que podamos hacer es poco para ayudarlo!
- Granger, se está haciendo por Potter ni más ni menos de lo que se haría por cualquier otro alumno.
- Suficiente, Severus, gracias - Dumbledore intervino al ver que la situación se estaba saliendo de control, y Snape calló pero sin dejar de mirar fríamente a Hermione-. Chicos, sepan que estamos haciendo todo lo posible por encontrar a Harry. Ahora, regresen a sus lugares, por favor.
Preocupados, Hermione y Ron dieron media vuelta y se alejaron de la mesa de profesores. Yo me quedé junto a Dumbledore.
- Profesor, ¿secuestrar a Harry no era el objetivo del ataque?
- Así es.
- Entonces, si ya lo hicieron, ¿por qué siguen atacando?
- Porque quieren ir más lejos.
- ¿Quieren llegar a usted? - pregunté temerosa, mientras Snape escuchaba en silencio, con sus ojos brillosos.
- Será mejor que regreses con tus compañeros.
Viendo que la conversasión estaba terminada, caminé hasta donde estaban los Slytherins. Pero en lugar de sentarme junto a ellos, me acerqué a Hermione y Ron.
- No podemos quedarnos de brazos cruzados - dijo el pelirrojo.
- Ya oíste a Dumbledore, están haciendo todo lo que pueden - contestó Hermione.
- ¡No es suficiente! Escuchen: tal vez esto nos ayude a llegar a Harry, esté donde esté -Ron sacó un trozo de pergamino del bolsillo de su túnica.
- ¡El Mapa del Merodeador!
- ¿Por qué no se lo dan a los aurores? - pregunté.
- ¡No! Nadie debe conocer el secreto - dijo Ron.
- ¿Y qué tienen en mente? Acaso no estarán pensando en ir a buscar a Harry... - dije bajando la voz.
- No voy a quedarme aquí sentado sabiendo que necesita ayuda - Ron estaba decidido.
- Hermione, vos no pensarás hacer esta locura, ¿no?
Pero ella también estaba decidida a ir en busca de Harry.
Entonces, aunque el riesgo era incalculable, decidí sumarme a la empresa. Aunque sea sin varita.
- Cuando todos duerman, saldremos del Gran Salón. Tenemos que abandonar el castillo y llegar hasta donde fue atacado Sirius. Seguramente encontraremos algún rastro de Harry.
El plan de Hermione era peligroso, pero era el único. Después de aclarar los últimos detalles, me fui junto a mis compañeros de Slytherin y simulé estar dormida cuando la profesora McGonagall pasó inspeccionando las camas.
Cuando el lugar estuvo en completo silencio, con el resto de los alumnos dormidos, miré hacia donde estaba Ron: lo vi deslizarse de su cama hasta la puerta del Gran Salón. Tras él, Hermione. Lentamente abrieron la puerta lo suficiente para pasar, y en segundos desaparecieron del alcance de mi vista.
Era mi turno. Muy despacio me deslicé de mi cama y evitando despertar a mis compañeros, me arrastré hasta la puerta entreabierta. Cuando pasé hacia el otro lado, Hermione y Ron ya se habían ido hacia el parque.
Me puse de pie y a paso acelerado comencé a caminar por los oscuros pasillos, vigilando a cada momento que nadie me estuviera siguiendo. Sabía que no podía salir del castillo por la puerta principal, entonces me dirigí hacia la parte posterior.
Cuando estaba llegando a la salida escuché unos pasos: era un auror que estaba custodiando. Pegué mi espalda a la pared y esperé que se fuera. Una vez que el camino estuvo libre, corrí a la salida y enseguida estuve fuera del castillo.
- ¡Laura! -era Ron. Él y Hermione estaban ocultos detrás de un árbol leyendo el Mapa del Merodeador.
- ¿Encontraron a Harry? - les pregunté.
- No - dijo Hermione-. Sólo hay aurores y profesores.
- ¿Qué hacemos?
- Esperar.
- ¿Esperar? ¡Hermione, no podemos esperar!
- ¡Ron, TENEMOS que esperar una señal, para eso trajimos el mapa! ¿O ya olvidaste que esta fue idea tuya?
- No empiecen a pelearse, por favor - les dije-. ¡Miren!
Les señalé el mapa. Mientras ellos dicutían un nombre había aparecido en el Bosque Prohibido: Harry Potter.
¡Es Harry! ¡Tenemos que ir a buscarlo, no perdamos tiempo!
¡Ron!
Pero el pelirrojo ya había salido corriendo hacia el Bosque en busca de Harry, sin importarle su seguridad.
- ¡Oh, no! ¡Laura, mira!
Hermione, que se había quedado con el mapa, me lo mostraba horrorizada. Eché un vistazo y al lado de Harry Potter apareció otro nombre: Tom Riddle.
- ¡Voldemort!
Hermione se había puesto de pie y dejando caer el mapa, corrió para tratar de alcanzar a Ron. Yo tomé el mapa y volví a leerlo. Otro nombre se había sumado, esta vez detrás de mí: Severus Snape.
Giré de golpe y lo vi. El profesor estaba parado un par de metros detrás mío, furioso.
- ¿Acaso crees que esto es un juego? - me dijo acercándose a paso acelerado y tomándome de un brazo.
- No, profesor, espere...
- ¿No te dije que te alejaras de esos tres?
- Profesor...
Snape bajó su vista y descubrió el mapa que tenía en mi mano. Me miró con el ceño fruncido y tomó el pergamino. Con la misma expresión leyó los nombres. Levantó su vista de golpe y me miró; su rostro era mezcla de sorpresa y temor.
- Ve a buscar a Dumbledore y no te muevas del castillo - sacó su varita y apresuradamente salió por el mismo camino que antes habían hecho Ron y Hermione.
- Pero profesor...
- ¡Entra al castillo! - volvió a gritame, pero corrí tras él hasta alcanzarlo.
- ¡Profesor, no me deje fuera de esto, por favor!
- ¡Esto no es un juego! ¡Regresa al castillo y ve a buscar a Dumbledore!
- Pero...
- ¡HAZ LO QUE TE DIGO!
Sus ojos negros se clavaron en mí y supe que no debía ir más allá.
Volví sobre mis pasos y corrí hasta el castillo a buscar a Dumbledore.- ¡Profesor! ¡Profesor Dumbledore! -yo corría desesperadamente por los pasillos de Hogwarts hacia el despacho del Director-. ¡Profesor!
Repentinamente en medio de mi carrera, sentí un escalofrío como si hubiera pasado a través de una pared de hielo. Lo que hice fue atravesar a Nick Casi Decapitado.
Me detuve en seco, abrí enormes mis ojos y giré hacia él. El fantasma me observaba con la misma expresión.
- Perdón Nick, pero tengo que encontrar al profesor Dumbledore ya mismo.
- No está en su despacho, búscalo en el Gran Salón.
- ¡Gracias!
Sin perder más tiempo retomé mi carrera hacia el Gran Salón. Cuando llegué abrí las puertas de golpe despertando a los alumnos.
- ¡Profesor Dumbledore!
Apenas iluminados por una lámpara, el Director estaba sentado en la mesa de profesores hablando con McGonagall, Flitwick y Lupin. Al verme tan alterada, se pusieron de pie.
- ¿Laura?
- Profesor... el Bosque Prohibido... Harry... Snape... - estaba tan agitada que no podía hablar.
- Cálmate, respira profundo y cuéntanos qué sucede - me dijo Dumbledore ante la mirada aterrorizada de los demás profesores.
- Profesor... encontramos a Harry... está en el Bosque Prohibido... Hermione y Ron... fueron a buscarlo... Snape también...
- ¿En el Bosque Prohibido? Vamos para allá - pero antes que Dumbledore pudiera dar un paso, lo tomé de un brazo y lo detuve.
- Profesor, no está solo... Voldemort...
Me miró preocupado al igual que Lupin. McGonagall se llevó una mano a la boca y Flitwick pegó un chillido y cayó desmayado. Los alumnos que habían estado escuchando lo que decía, estaban sentados en sus camas, muy alterados.
- Quédate aquí - me dijo Dumbledore.
- No, profesor...
- Quédate aquí -su mirada penetrante me impidió discutirle la orden.
Seguido de McGonagall y Lupin, el Director de Hogwarts salió del Gran Salón rumbo al Bosque Prohibido.
Me senté en la cama más cercana, con resignación. Saqué mi varita del bolsillo y la contemplé. Hubiera dado cualquier cosa porque fuera de verdad y poder luchar contra los mortífagos.
Mientras los alumnos seguían hablando sobre el ataque, aterrorizados y escandalizados, me levanté y salí del Gran Salón para volver a sentarme en el piso del pasillo.
- ¿Tú eres Laura?
Me volteé hacia la voz y vi a un hombre delgado de aspecto descuidado y pelo negro hasta los hombros, parado al final del pasillo.
- ¿Sirius? - me paré y el hombre se acercó a mí-. ¿Sirius Black?
- Al fin te conozco, aunque no sea en las mejores circunstancias. ¿Sabes dónde está Dumbledore? Acabo de salir de la enfermería y pasé por su despacho pero no lo encontré.
- Está en el Bosque Prohibido. Encontraron a Harry, pero no está solo. Voldemort... -me miró con el ceño fruncido-. Dumbledore, McGonagall y Snape fueron a buscarlo, pero Hermione y Ron también.
- ¡No es posible! Quédate aquí...
Sirius salió corriendo hacia la puerta principal del castillo. Entonces yo, lejos de obedecerlo, también decidí ir al Bosque Prohibido. Tal vez no fue la mejor idea, pero no podía quedarme allí parada sin hacer nada.
Corrí hacia la puerta trasera del castillo por donde habíamos salido con Hermione y Ron. Pero al llegar, una enorme mole me aguardaba.
- ¿Adónde crees que vas?
- ¿Hagrid?
- Deberías estar en el Gran Salón con el resto de los alumnos.
- Harry está en peligro.
- Lo sé, pero tú no tienes nada que hacer aquí. Regresa al Gran Salón.
- ¡No puedo, Hagrid! ¡No puedo quedarme sin hacer nada mientras ellos pelean con Voldemort! - al escuchar el nombre Hagrid, hizo una mueca-. Dejame pasar, por favor.
- ¡Por supuesto que no!
- ¡Dejame pasar! ¡Son mis amigos los que están ahí afuera!
- ¡Son los míos también, pero cada uno tiene su papel que cumplir para que las cosas salgan bien! ¡Y el tuyo es quedarte aquí!
- ¡No quiero, dejame salir!
- No.
Entonces, llena de ira e impotencia, tomé carrera y encaré con todas mis fuerzas hacia Hagrid. Pero lo único que logré fue rebotar contra su estómago y caer de espaldas.
- Laura... - me dijo ayudándome a levantarme.
- Hagrid por favor, dejame pasar.
- Lo siento, no puedo hacer eso.
- Entonces... no me dejás alternativa -saqué mi varita y lo apunté.
- ¿De dónde sacaste eso? - me preguntó inquieto.
- No me obligués a usarla, Hagrid.
- ¡Pero si eres muggle! ¡No puedes usar varita!
- Todo es posible en el Mundo Mágico, Hagrid.
El gigante, que me seguía observando inquieto, se hizo a un lado.
- No es buena idea.
- Ya sé.
Salí del castillo y corrí hacia el Bosque Prohibido.
Sin saber muy bien adónde ir, me interné entre los árboles. A los pocos metros dejé de correr y comencé a caminar, cada vez más lento. Iba con todos mis sentidos alertas tratando de escuchar hasta el mínimo sonido que el Bosque emitía, buscando uno que me guiara hacia Harry y los demás.
Era de noche y eso empeoraba las cosas, no sólo porque no me permitía ver demasiado sino porque hacía al Bosque aún más temerario de lo que era.
Caminé durante unos minutos hasta que escuché un ruido a unos metros de mí. Descubrí la silueta de un hombre y sigilosamente me acerqué a ella. Era Sirius Black.
Iba a llamarlo cuando de pronto apareció otra silueta tras él, pero de alguien que no conocía. Era un mortífago.
- ¡Sirius, atrás suyo, cuidado!
Se dio vuelta y al ver al mortífago, se abalanzó hacia él sin darle tiempo siquiera a usar su varita. Lo golpeó hasta que el mortífago perdió el conocimiento. Recién entonces me acerqué.
- ¡Te dije que te quedaras en el castillo!
- ¿Y quién te hubiera avisado del mortífago? Ya basta con eso de que vuelva al castillo porque no lo voy a hacer.
- ¡Eres testaruda! Prométeme entonces que no buscarás problemas. Te quedarás al margen, si hay una pelea no intervendrás.
- Está bien.
Sin decir más, retomó la marcha y lo seguí.
Caminamos durante un cuarto de hora hasta que comenzamos a escuchar estallidos y vimos una claridad en el bosque.
- ¡Es una pelea! ¡Son ellos! - le dije asustada.
- Ven.
Corrimos agachados hasta un árbol desde donde pudimos ver lo que estaba sucediendo: un grupo de aurores estaba luchando contra media docena de mortífagos. Vi a otras cinco personas tiradas en el piso aparentemente muertas, pero no supe si eran mortífagos o aurores.
- ¡Allí, mira! -Sirius me señaló a su derecha: Hermione y Ron estaban escondidos tras un árbol-. Vamos.
Corrimos hasta donde estaban los chicos, que se alegraron al ver al padrino de Harry.
- ¡Sirius!
- Laura, ¿estás bien? - me preguntó Hermione.
- Hasta ahora.
- Sirius, Harry está en poder de Ya-sabes-quién. Dumbledore y los demás profesores están con ellos - contó Ron.
- ¿Dónde?
- A unos 200 metros de aquí, allí donde se ve aquél otro claro - señaló Ron.
- Bien, quédense aquí.
Sirius se alejó hacia el claro. Yo esperé que se alejara un poco y también me puse de pie.
- ¿Qué vas a hacer? - me preguntó Hermione.
- Lo que vine a hacer - y me alejé corriendo siguiendo a Sirius.
Sin que Sirius se diera cuenta que lo estaba siguiendo, llegamos al claro. Me oculté tras un árbol cerca de él y pude ver en toda su dimensión lo que estaba sucediendo: Dumbledore, McGonagall y Lupin, varitas en mano; frente a ellos, una decena de mortífagos, y en medio, Voldemort que tenía a Harry aferrado de un brazo. El aspecto del Señor Tenebroso daba miedo: calvo, pálido, extremádamente delgado, sus ojos rojos, y una sonrisa maléfica y cruel.
- Libera a Harry - le dijo Dumbledore con una voz inusual en él.
- ¿Que deje al chico? Albus... - contestó Voldemort sonriente-, ¿acaso me crees tan torpe?
- Deja a Harry y aléjate de Hogwarts.
- ¡Jajaja! ¡Por favor, Albus! ¡Hogwarts está bajo mi poder! ¡Eres tú el que debe abandonar este lugar!
- Hogwarts jamás te pertenecerá.
- Cuando haya acabado contigo, sí.
Voldemort hizo un gesto con la cabeza a sus mortífagos, y éstos comenzaron a atacar a McGonagall y a Lupin, que lograron a tiempo refugiarse tras los árboles.
- ¡No toquen al anciano! - gritó Voldemort- ¡Él es mío!
Dumbledore seguía parado en su sitio sin inmutarse, mirando fijamente al Señor Tenebroso, mientras Lupin y McGonagall luchaban contra los mortífagos, dos de los cuales cayeron muertos enseguida. Pero comenzaron a llegar más seguidores de Voldemort y entonces Sirius salió de su escondite y atacó a uno de ellos.
Yo estaba petrificada por el susto. Una verdadera batalla se había iniciado. Observé a Harry, siempre en poder de Voldemort, y noté que lucía perdido. Seguramente había sido hechizado para poder controlarlo.
De pronto vi cómo Voldemort comenzó a internarse aún más en el bosque y desapareció en la oscuridad. Dumbledore lo siguió. Querían tener su propio duelo a solas, lejos del resto.
Quise ir a ver y poniéndome de pie comencé a caminar sigilosamente por entre los árboles, tratando que nadie notara mi presencia. Otro mortífago cayó muerto muy cerca mío. Los hechizos iban y venían, se escuchaban gritos de dolor y cuerpos caer al piso. Rogué que nada les sucediera a Sirius y a los profesores. ¿Pero dónde estaba Snape?
Casi arrastrándome llegué hasta donde estaban Voldemort, Dumbledore y Harry. Los dos poderosos magos estaban frente a frente, y Harry había quedado a un costado sentado en el suelo con la mirada perdida.
- Hacía mucho que esperaba este momento - dijo Voldemort arrastrando las palabras.
- Haz hecho un gran trabajo esta vez - dijo Dumbledore-, pero sigue sin ser suficiente para destruir Hogwarts.
- ¡Destruyéndote a ti destruyo Hogwarts! -Voldemort apuntó al director con su varita-. ¡Expelliarmus!
Pero el viejo no era lerdo. Al mismo tiempo empleó otro hechizo que yo nunca había escuchado, Inmaticus, que arrojó a Voldemort hacia atrás con mucha violencia.
El Señor Tenebroso estaba lleno de ira. Se paró y apuntó a Dumbledore otra vez, pero el Director volvió a ganarle de mano: ¡Expelliarmus! ; Voldemort volvió a ser arrojado hacia atrás violentamente. Esta vez perdió su varita al caer, y vi la oportunidad de rescatar a Harry de todo aquello. Corrí hacia él y lo tomé por los hombros.
- ¡Harry! ¡Harry, soy yo, despertá! - pero él seguía sin reaccionar, la mirada perdida.
- ¡Laura! - Dumbledore me había descubierto-. ¡Sal de aquí ahora mismo!
Tomé a Harry de un brazo y lo puse en pie, pero cuando giré hacia Voldemort vi que éste se estaba arrastrando hacia su varita. La recuperó y atacó a Dumbledore:
- ¡Expelliarmus!
El Director de Hogwarts salió despedido con violencia y cayó pesadamente al piso. Pero Voldemort no se conformó con eso: giró hacia nosotros y apuntó a Harry con su varita.
- ¡Crucio!
- ¡NOOO!
Empujé a Harry al piso y el hechizo dio de lleno en un árbol, que se chamuschó. Furioso, Voldemort me apuntó:
- ¡Expelliarmus!
Volé varios metros por el aire, pegué contra un árbol, y caí al suelo. Cuando abrí los ojos, un mortífago estaba apuntándome con su varita:
- ¡Crucio!
Pero en lugar de sentir un terrible dolor en todo mi cuerpo, vi una sombra abalanzarse sobre mí y protegerme del hechizo. Era Snape, que emitió un gemido de dolor y cayó al piso.
- ¡Tempus Eternus! - Dumbledore se había recuperado y atacado a Voldemort.
- ¡NOOOOO! - el Señor Tenebroso emitió un grito de terror y desapareció. Bajé mi vista y vi a Snape arrodillado en el piso, todavía gimiendo.
- ¡Profesor!
- Laura, vete de aquí - me dijo Dumbledore acercándose a Snape. Al ver que no me movía, repitió la orden-: ¡Aléjate ahora!
Entonces me fui hacia Harry, lo ayudé a levantarse y lo alejé del lugar.
Harry comenzó a reaccionar en el momento en que llegaban corriendo Hermione y Ron.
- ¡Harry! ¿Estás bien?
- Eso creo...
- ¿Dónde está el Innombrable? - preguntó Ron.
- No sé - le contesté-. Desapareció.
- ¡¿Cómo que desapareció?!
- Por lo menos, eso creo...Ya había amanecido. Tras la batalla en el Bosque Prohibido, Harry, Hermione, Ron y yo regresamos al castillo acompañados de Sirius que había vuelto a su forma de perro.
Al entrar al Gran Salón los alumnos nos miraron asombrados. Draco miró con desprecio a Harry y muchos nos preguntaban cosas a nuestro paso, pero estábamos tan estupefactos con lo sucedido que hicimos caso omiso a todo lo que nos rodeaba.
Caminamos hasta la mesa de profesores donde estaban Hagrid y Flitwick.
- ¡Harry! - sonriendo, el gigante abrazó al chico y les contamos lo que había sucedido.
- Alumnos...
La voz retumbó en el Gran Salón: Albus Dumbledore estaba parado en la puerta, escoltado por McGonagall y Lupin.
El Director caminó hacia nosotros mientras los alumnos, en silencio, se iban poniendo de pie a su paso. Dumbledore tenía la vista clavada en mí. Cuando quedamos cara a cara, me observó detenidamente y giró hacia los alumnos.
- Ya pueden regresar a sus salas comunes, aguarden allí a sus profesores. Y que nadie esté ausente esta noche en la cena, se harán importantes anuncios.
Los alumnos comenzaron a agruparse hablando en voz alta, por lo que McGonagall tuvo que llamarles la atención para que guardaran silencio, y en orden, marcharan hacia sus casas.
Dumbledore giró entonces a nosotros, con gesto severo.
- En cuanto a ustedes... - nos miramos de reojo con Hermione y Ron; sabíamos que estábamos en problemas por desobedecerlo-. Vayan también a sus salas comunes. Menos tú, Harry.
Sin decir nada nos alejamos cabizbajos dejando a Harry con el Director. Yo estaba preocupada por Snape, pero no me atreví a preguntarle nada a Dumbledore porque lo noté molesto conmigo.
Junto a mis compañeros llegué a Slytherin. La pared de piedra se corrió y nos dejó pasar a la sala. Me dejé caer sobre el sillón, estaba muy cansada. Me tranquilizaba saber que el peligro, al menos por un momento, había pasado. Pero la tranquilidad duró poco.
- Hazte a un lado, ese es mi lugar.
Draco Malfoy estaba parado a mi lado. Detrás de él, Crabbe y Goyle.
- Dejame en paz, Draco.
- Estás en serios problemas, ¿lo sabes? Desobedeciste al Director. Eso nos costará puntos.
- ¿Eso es lo único que te importa? ¡Había gente ahí afuera arriesgando su vida por nosotros, y lo único que te preocupa son los puntos! - pero yo sabía que estaba molesto porque el ataque había fracasado.
- Gracias a ti perdimos la Copa de Quidditch, no quiero perder la de las Casas también.
Me paré y lo miré furiosa. Pero noté en Draco, además de su característica expresión de maldad, otra cosa: pude percibir la sombra de su padre, la falta de libertad para hablar por sí mismo. Sentí lástima por él, y también cierta comprensión.
- Draco, ¿hablás por vos o por tu papá?
- ¿Qué?
- Aunque me juraras que no te importa quién esté muriendo allá afuera, que no te importa que Hogwarts esté siendo destruído o que maten a Dumbledore, ¿sabés qué? No te creo.
- ¿De qué hablas?
- Hablo de ser vos mismo, Draco, de no dejarte llevar, de pensar y hablar por vos. No por tu papá. Te propongo algo: esta noche durante la cena parate y felicitá a Gryffindor por la Copa de Quidditch.
- ¡¿Qué?! - reaccionó como si le hubiera dicho el peor de los insultos.
- ¿No te animás?
- ¡Estás loca! - se dio vuelta y comenzó a caminar hacia otro sector de la sala.
- Gallina.
- ¡Estás loca!
- Gallina.
- ¡Basta!
- ¡Sos gallina!
Todo Slytherin estaba en silencio. Los alumnos miraban a Draco, algunos murmuraba y otros reían disimuladamente. Él se dio cuenta y se sonrojó.
Caminó a paso acelerado hacia mí y me murmuró:
- Sigo creyendo que eres una muggle.
- Y yo que sos gallina.
- ¿Así que me crees un cobarde?
- Demostrá que no lo sos. Felicitá a Gryffindor por la Copa.
Me dirigió una mirada asesina, giró de golpe sobre sus talones y subió a los dormitorios.
Pasamos el día encerrados en la sala común. Las informaciones que llegaban a través del prefecto eran que doce mortífagos y cinco aurores habían muerto en la batalla. Pero de Voldemort no se sabía nada, sólo que el peligro había pasado.
Tampoco se sabía nada de Snape, que estaba en la enfermería. Moría de ganas por saber cómo estaba y también lo que le había dicho Dumbledore a Harry.
Al caer la noche, estábamos todos ansiosos por la cena. El Director había dicho que iba a haber grandes anuncios, y todos sacábamos nuestras propias conclusiones de lo que diría.
Salimos en grupo de la sala común directo al Gran Salón. Cuando llegamos nos asombramos al verlo decorado con los estandartes de las casas; eso sólo ocurría al principio y al final de cada año escolar.
Nos ubicamos en la mesa de Slytherin. Previamente saludé a Harry, Hermione y Ron que estaban en Gryffindor. Harry sonreía, así que supuse que la charla con Dumbledore había sido positiva.
Miré hacia la mesa de profesores y me sorprendí gratamente al ver a Severus sentado al lado de la profesora Sprout. Nuestras miradas se cruzaron; le sonreí, pero él no cambió su gesto austero.
Dumbledore se puso de pie y todos guardaron silencio.
- Seguramente se preguntarán a qué se debe la decoración del Gran Salón. Y bien, ni más ni menos a que hemos decidido que el ciclo lectivo terminara antes de lo previsto.
Sus palabras hicieron estallar expresiones de sorpresa de los alumnos que obligaron a un llamado de atención de McGonagall, para que Dumbledore pudiera seguir hablando.
- Sé que están sorprendidos y créanme que no fue una decisión fácil, pero sus padres se han enterado de lo que sucedió anoche y nuestro colegio se vio invadido de lechuzas enviadas por ellos, que con lógica preocupación quieren saber cómo están sus hijos. Es por eso que decidimos terminar el ciclo un mes antes. Además, tenemos que reforzar los hechizos protectores del castillo y preferimos hacerlo sin ustedes deambulando por ahí. Mañana todos estarán camino a sus hogares.
Pero como era costumbre en el Director, se guardaba lo mejor para el final.
- Pero no querrán irse de Hogwarts sin conocer los resultados de la Copa de las Casas, competencia que no se ha suspendido.
Entonces los alumnos recuperaron el entusiasmo y Dumbledore tuvo que hacer un gesto con sus manos para hacerlos callar.
En ese momento le di un codazo a Draco, sentado al lado mío, que gimió en el mismo instante en que el Gran Salón quedó en silencio.
- ¿Quiere agregar algo, señor Malfoy? - le preguntó Dumbledore.
Volví a golpearlo, esta vez con una disimulada patada por debajo de la mesa.
- Eh...
- Dale - le murmuré.
- Bueno, yo... sí, quería decir algo.
Lentamente Draco se puso de pie. Todo el Gran Salón lo observaba extrañado y en silencio.
- Quiero... - otra vez lo pateé-. Quiero decir que... como capitán del equipo de quidditch de Slytherin... quiero... yo... felicito al equipo de Gryffindor por la obtención de la Copa.
Terminó de decir eso y se sentó de golpe, sonrojado y cabizbajo. Los Slytherins lo miraban como si hubiera insultado a Dumbledore delante de todos. El Gran Salón seguía en silencio, los alumnos se miraban entre sí; sobre todo Harry, Hermione y Ron.
- Bueno... muy bien, señor Malfoy - dijo el Director-. Si nadie tiene nada más que acotar, ha llegado la hora de anunciar los resutados de la Copa de las Casas.
Estábamos todos nerviosos y ansiosos por el resultado, aunque sabíamos que Slytherin había perdido muchos puntos. Gracias a mí, fundamentalmente.
McGonagall le alcanzó a Dumbledore el pergamino con los puntos de cada casa, y luego de leerlos el Director hizo el anuncio:
- Tenemos en el cuarto lugar de la Copa de las Casas, con 395 puntos, a... ¡Slytherin!
Draco me dirigió una mirada fulminante. Yo hice una mueca y me hundí en mi asiento. Snape tenía sus codos apoyados sobre la mesa y sus manos cruzadas delante de su rostro, como si quisiera esconderse. Los Slytherins estaban cabizbajos y se oyeron algunas risas en el Gran Salón.
- En tercer lugar y con 428 puntos, se ubica... ¡Ravenclaw!
Los alumnos aplaudieron tímidamente. El tercer lugar no era bueno, pero era mejor que salir últimos.
- En segundo lugar, con 432 puntos... - Dumbledore levantó la mirada y vio a los Hufflepuffs y Gryffindors preparados para el festejo-, se ubica... ¡Hufflepuff! ¡Por lo que el primer lugar está ocupado por la Casa Gryffindor, que suma 435 puntos!
Los Gryffindors estallaron en un descontrolado festejo poniéndose de pie para celebrar la obtención de la Copa. Gritaban, se abrazaban, saltaban. Hasta que Dumbledore hizo un gesto con la mano para que se calmaran.
- Deben saber que estos resultados son la suma de puntos logrados por ustedes hasta ayer. Pero en las últimas horas se han producido algunos hechos que me obligan a sumar puntos a último momento.
Todos se miraron sorprendidos, fundamentalmente los Gryffindors.
- Ustedes están en Hogwarts para aprender magia y hechicería. Pero en este salón hay alguien que nos enseñó algo tal vez más importante: que para defender a un amigo a veces no se necesita una varita si se tiene convicción. Por eso, y aunque no comparto la desobediencia, por la actitud que Laura tuvo en el Bosque Prohibido de salvar a un amigo poniendo en riesgo su propia vida, voy a darle a Slytherin 30 puntos más.
Draco se volvió a mí sorprendido. Yo miraba a Dumbledore incrédulo y Snape había bajado sus manos un poco dejando ver su rostro, también asombrado.
- Pero hay algo más... - continuó Dumbledore-. Saber ganar requiere de habilidad y astucia para superar al rival, pero saber perder requiere de valentía. Es por ello que he decidido darle otros 15 puntos a Slytherin por la actitud del señor Malfoy de felicitar a su rival por la obtención del torneo de quidditch.
Draco quedó boquiabierto. Yo lo miré de reojo y lo codeé. Snape había dejado ver su rostro por completo y los Slytherins se miraban entre sí.
- Entonces... - dijo Dumbledore mirando el pergamino-, si no me equivoco, esto cambia las posiciones y el nuevo campeón de la Copa de las Casas es... ¡SLYTHERIN!
Las serpientes estallaron en un enorme festejo. Todos de pie, gritando, abrazándose, mientras el decorado del Gran Salón cambiaba y el color verde era el dominante.
En un acto reflejo abracé a Grabbe que me hizo una mueca de asco. Draco estaba parado sin entender lo que había sucedido.
- ¡Ganamos Draco! - le grité tomándolo por los hombros y sacudiéndolo-. ¡¿Te das cuenta?! ¡Ganamos!
Miré hacia la mesa de Gryffindor. Estaban todos cabizbajos, algunos enojados. Pero de pronto Harry se paró y empezó a aplaudir, dirigiéndome una sonrisa. Lo siguieron Hermione y Ron. Al rato, todos estaban de pie aplaudiendo a Slytherin y poco a poco Ravenclaw y Hufflepuff hicieron lo mismo.
En la mesa de profesores también estaban aplaudiendo. Snape se notaba triunfante, y al cruzar la mirada conmigo me hizo un gesto - aunque muy leve- de aprobación con la cabeza.
La felicidad era enorme. Por primera vez sentí que Slytherin era aceptada por el resto de las casas. El clima que reinó durante la cena fue de total compañerismo y mantuve una fluida charla con Draco en la que no hubo hostilidades.
Aunque quería que ese momento no terminara nunca, sabía que al día siguiente todos se marcharían de Hogwarts y nada volvería a ser igual. Me preguntaba si los aurores habían podido hallar El Paso que me permitiera regresar a casa.Entre risas, charlas animadas y bromas, la cena concluyó, pero nadie quería abandonar el Gran Salón; yo mucho menos. Hasta que Dumbledore habló:
- Bueno chicos, es hora de que vayan a dormir. Que tengan buenas noches.
Todos se quejaron, pero McGonagall se paró y llamó al orden, entonces nos fuimos agrupando y marchando hacia nuestras salas comunes.
- Laura, ¿puedo hablar contigo un minuto? - me preguntó Dumbledore.
Caminé hacia él y una vez que todos se fueron y el Gran Salón quedó vacío, el Director me hizo seña que tomara asiento en una de las mesas. Pero antes que me dijera nada, pregunté:
- ¿Y Voldemort?
- Voldemort ha desaparecido, pero por poco tiempo.
- ¿Qué le hizo?
- Un hechizo que lo pierde en otra dimensión. Es magia muy antigua, sabes. Para un mago común sería como la muerte en vida, jamás podría regresar, pero dado el poder de Voldemort va a lograr volver y temo que muy pronto. Es por eso que queremos reforzar los hechizos de defensa sin demoras.
- Snape me salvó... - dije desviando el tema.
Dumbledore simplemente me sonrió.
- Tengo una buena noticia para ti. El Paso fue encontrado por los aurores.
- Ah.
Ese Ah, carente de todo entusiasmo, lo preocupó.
- ¿Qué sucede?
- Es que... me estaba gustando estar acá.
- Laura, no dudo que esta ha sido una experiencia única para ti, pero tienes tu vida allá, tu familia, tus amigos, tu casa. Y también una misión que cumplir, no lo olvides.
- Sí, pero voy a extrañar todo esto.
- Bueno, tendrás noticias nuestras muy pronto.
- Sí, en el quinto libro. A propósito profesor, hay algo al respecto que quiero decirle: alguien corre peligro de muerte, alguien va a morir en Hogwarts, no sé quién, pero...
- Laura, pasará lo que deba pasar. Estamos haciendo lo posible para que el Mal se aleje definitivamente de aquí, pero hay hechos inevitables.
- Pero profesor, no son inevitables...
- Mañana, luego del desayuno, los alumnos partirán en el Expreso de Hogwarts hacia sus casas. Tú también regresarás a tu casa, te llevaré por El Paso.
- Está bien - dije con desgano.
- Ahora vete a dormir, nos vemos mañana. Buenas noches, Laura.
- Buenas noches, profesor.
Di media vuelta y me fui del Gran Salón rumbo a mi habitación. Dentro de mí los sentimientos se agolpaban: por un lado, haber encontrado El Paso me tranquilizaba, pero por otro quería estar más tiempo en el Mundo Mágico. Aún quedaba mucho por conocer y sensaciones por experimentar. Aunque era cierto que en muy pocos días había vivido cosas que nadie más en mi mundo había experimentado.
- Laura...
- Hmm...
- Laurita...
- ¿Hmmqué?
- Despierta, es la hora...
Lentamente abrí mis ojos. Alguien me estaba llamando con una voz muy dulce.
- Laura, es la hora.
Abrí los ojos totalmente y... no lo podía creer: ¡era mi zapato-reloj! Me quedé mirándolo sorprendida.
- Buenos días - me dijo.
- ¿Y a vos qué te pasa?
- ¿Por qué?
- Es la primera vez que no me despertás a los gritos.
- No tenía ganas de gritar.
Me quedé mirando al zapato un rato, hasta que me levanté y comencé a vestirme.
- ¿Así que te vas hoy? - me preguntó.
- Ajá.
- Y... ¿volverás?
- No creo. ¿Por qué?
- No, por nada.
- Te noto un poco triste.
- ¿Triste? No...
- ¿Acaso...? ¿Acaso te pone triste que me vaya? ¡Jajaja! ¡Esto es increíble!
- ¡No es cierto!
- ¡Claro que sí! ¡Jajaja! ¡Me vas a extrañar!
- ¡NO!
- Admitilo, dale... Me vas a extrañar...
- ¡No!
- ¿Querés que te confiese algo? Yo sí te voy a extrañar.
El zapato se quedó en silencio. Daba lástima.
- Bueno, está bien. ¿Y si te extraño, qué?
- ¡Qué liiiiindo! ¡Qué tierno, el zapato!
- Orologio Scarpa.
- ¿Qué cosa?
- Orologio Scarpa. Soy italiano.
- ¿Ese es tu nombre? ¿Por qué no me dijiste antes?
- Porque no me gusta mi nombre.
- Ya veo. ¿Te puedo llamar Scarpy?
- ¡Parece nombre de perro!
- Está bien, no te enojes. Bueno, me tengo que ir...
- Ah, sí... suerte.
- Gracias.
Me quedé mirándolo un momento. Él no decía nada, entonces caminé hasta la puerta y antes de abrirla, le dije:
- En serio te voy a extrañar.
- Yo también.
Fue la última charla que tuve con Orologio el reloj. Abrí la puerta y bajé a desayunar, no sin antes saludar a Ingrid, la mujer del retrato.
Cuando llegué al Gran Salón ya estaban todos los alumnos y profesores. Se los veía muy ansiosos. Saludé con la mano a Harry, Ron y Hermione, y me senté en Slytherin al mismo tiempo que Dumbledore se ponía de pie.
- El momento ha llegado - dijo mientras los alumnos guardaban silencio-. Cuando nos volvamos a encontrar, algunas de estas caras ya no estarán pero otras nuevas se sumarán. Este último desayuno no sólo es la despedida del año, sino también de los alumnos de séptimo y de una amiga que nos acompañó estas últimas semanas: Laura, te deseamos mucha suerte y espero que hayas disfrutado de nuestra compañía tanto como nosotros disfrutamos de la tuya.
Se me hizo un nudo en la garganta, estuve a punto de llorar. Todo era muy emocionante. Quería pararme y gritar con todas mis fuerzas que no me quería ir, que quería quedarme en el Mundo Mágico, pero sabía que no era posible.
- Bien, ¡qué disfruten el desayuno!
Dumbledore dio unas palmadas y sobre las mesas aparecieron tortas de chocolate, crema, vainilla, masitas de todo tipo, bombones, y enormes tazas de chocolate.
Comí como nunca. Todo estaba delicioso y quise probar de todo un poco. En todas las mesas habían animadas charlas, risas, y dos alumnos de Gryffindor que quisieron comenzar una guerra de comida, fueron sorprendidos por la profesora McGonagall y debieron cambiar de idea.
Sentado a mi lado estaba Draco, con quien el trato había mejorado. Y quise profundizar esa relación.
- Draco, ¿te puedo preguntar algo?
- ¿Qué?
- ¿Confiás en mí?
Dejó sobre el plato la porción de torta de chocolate que estaba por comer, y me miró.
- ¿Si confío en ti?
- Sí. Quiero decir... si me crees capaz de traicionarte.
Me miró a los ojos y supe que su respuesta, fuera cual fuera, sería sincera.
- No creo que seas capaz de traicionarme.
- ¿Y yo puedo confiar en vos?
- ¿Eh?
- Quisiera saber si serías capaz de traicionarme.
- ¿Tú qué crees?
- Yo creo que cambiaste, que sos capaz de hacer algo de lo que vos mismo te sorprenderías.
- ¿Cómo qué?
- Como unirte a tu mayor enemigo, por el bien común.
- ¿Qué?
- No me contestes... ya vas a ver. Confiá en mí - le pegué un codazo y me miró extrañado.
- Está bien, como digas... - y siguió comiendo su torta.
En tiempo reloj fue el desayuno más largo que Hogwarts haya tenido nunca; pero en los corazones pareció el más corto.
Cuando la profesora McGonagall se paró, entendimos que la hora había llegado. Lentamente los alumnos se fueron agrupando por casas para dirigirse a sus salas comunes a recoger sus maletas. Yo me quedé en el Gran Salón, no tenía nada que ir a buscar.
- En una hora las carretas pasarán a buscarlos por la puerta del castillo - dijo Dumbledore antes de retirarse hacia su despacho.
En minutos el Gran Salón quedó vacío. Sólo yo estaba sentada en una de las mesas, cabizbaja, triste, pensando en que tenía que despedirme de todos.
Me puse de pie y caminé hacia uno de los ventanales. Miré hacia fuera: el día estaba soleado. Me pregunté qué pasaría conmigo cuando regresara a mi casa.
De pronto, oí unos pasos detrás mío. Me di vuelta: Severus Snape caminaba lentamente hacia mí.
- Seguramente Dumbledore ya te contó lo que pasó con el Señor Tenebroso - me dijo.
- Sí, espero que tarde en volver mucho más de lo que dice.
- Dudo que así sea.
- ¿Y usted cómo está?
- Bien.
- No tuve oportunidad de agradecerle por lo de ayer en el Bosque Prohibido. Me salvó.
Él me miró y traté de adivinar qué secretos ocultaba detrás de sus ojos negros. Pero Snape era Snape y jamás dejaría ver sus debilidades.
- Hoy te vas.
- Sí, como todos; con la diferencia que yo no voy a volver el próximo año. Voy a extrañar mucho Hogwarts.
- Laura, yo quisiera... - Snape se notaba incómodo- quisiera saber por qué te comportaste conmigo de la manera que lo hiciste.
- ¿De la manera que lo hice?
- Sí. Diferente.
- Profesor - yo estaba tan nerviosa que mi voz temblaba-, yo quisiera decirle que... lo estimo mucho. Lo digo en serio.
Snape se incomodó todavía más. Me dije que debía ser la primera vez en su vida que alguien le decía algo semejante. Sentí lástima por él.
Saqué coraje de lo más profundo de mí e hice algo que jamás imaginé hacer: rodeé su torso con mis brazos, apoyé mi cabeza en su pecho, y lo abracé.
Él se sorprendió tanto que no pudo articular palabra. Sentí su cuerpo tensionado; el mío también lo estaba, pero mi abrazo era sincero. Y deseado... ¡tan deseado!
Hasta que muy despacio él llevó una mano a mi espalda, la otra a mi cabeza, y también me abrazó.
No dijimos nada. Yo sabía que no me quería de la manera que yo lo quería a él, pero quizá me estimaba como una amiga. Y para mí era suficiente.
Me abracé a él como si ese gesto sirviera para intentar trasmitirle todo lo que yo sentía por él. Cerré mis ojos; mi corazón quería congelar ese instante.
- Lo voy a extrañar - le dije-. Lo quiero, y no me importa lo que digan de usted.
Pero fue como si hubiera dicho algo malo. Snape me tomó por los hombros y yo me separé de él.
- A veces hay cosas que suceden en la vida de alguien que la marcan para siempre - me dijo-. A veces... no se puede cambiar... y se debe vivir con ese peso.
Sus ojos, fríos como el hielo, brillaron.
- Hay cosas que no tienen marcha atrás - dijo casi en un susurro. Y como si despertara de un sueño, cambió la cara y me dijo-: Es hora que vayas a despedir a tus compañeros.
- Una cosa más.
- ¿Qué?
- ¿Puedo darle un beso?
Snape se puso serio y frunció el ceño. Por un segundo sentí un poco de miedo.
- ¡Es broma! - le aclaré enseguida.
- Ve afuera con tus compañeros -me hizo un gesto con su cabeza y me fui del Gran Salón.El acceso al castillo de Hogwarts estaba colmado de estudiantes. Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin y Gryffindor, todos los alumnos mezclados charlando animadamente.
- ¡Laura! - Harry me vio en la escalinata y se me acercó acompañado de Ron y Hermione.
- ¿Cómo están?
- Bien, ¿y tú?
- Bien, esperando la hora de volver a casa.
- No se te ve muy entusiasmada - me dijo Hermione.
- Es que me hubiera gustado quedarme un poco más. Fue todo tan rápido...
- ¡Tal vez regreses el año próximo! - me dijo Ron.
- Ojalá.
- Quería agradecerte por lo que hiciste en el Bosque Prohibido - me dijo Harry.
- Ah, de nada. A propósito, ¿sabían que Snape me salvó?
- Sí, nos enteramos... - dijo Hermione y me pareció que sonaba un poco fastidiada.
- Debía haber estado mareado o algo así - dijo Ron.
- No digas eso, recuerda que una vez salvó a Harry - le reprochó Hermione.
- Sí bueno, pero eso fue otra cosa.
- No fue otra cosa, lo salvó. A pesar de que no le tiene mucha simpatía que digamos.
- ¿Así que ahora sabes todo, no?
- ¡Ron!
- ¡Pero Hermione, todos sabemos que Snape jamás haría nada bueno por nadie!
- Te equivocás - lo interrumpí-. Es verdad que Snape tiene una personalidad muy especial, pero estoy segura de que tiene sentimientos como cualquiera.
- Eso me costaría creerlo.
- A mí no - contestó Hermione.
- ¿Acaso te has propuesto contradecirme en todo?
- ¡No digas eso!
- ¡Pero si es cierto! ¡Me contradices en todo!
- ¡No es verdad!
- ¡Claro que sí!
- ¡No!
- ¡Sí!
Mientras Hermione y Ron se peleaban, Harry y yo intercambiamos una mirada cómplice y comenzamos a reírnos. Reímos cada vez más fuerte hasta que los chicos dejaron de discutir y nos miraron. No pudieron aguantarse; al rato los cuatro estábamos riendo como locos, ninguno sin saber en realidad muy bien por qué.
- ¡Laura! - era Ginny que corría hacia mí.
- Hola, Ginny.
- Quería despedirme. Ojalá el año próximo regreses a Hogwarts.
- Me gustaría, pero no depende de mí.
- ¡Le pediremos a Dumbledore que te traiga de nuevo! - dijo entusiasmado Ron.
- No creo que sea tan sencillo.
En ese momento, Dumbledore salió del castillo al tiempo que llegaban las primeras carrozas para llevar a los alumnos hasta el Expreso de Hogwarts.
- Bueno chicos, mucha suerte a todos. Que pasen unas lindas vacaciones y hasta el año próximo.
Mi corazón pareció anudarse. Había llegado el momento de despedirme de los chicos. Ginny me miró, esbozó una sonrisa y me abrazó. Cuando se apartó de mí me dijo un último Adiós y subió a la carroza.
Luego se acercó Hermione que también me abrazó.
- Espero verte el año próximo. Fuiste buena compañera.
- ¿Aunque me haya ido a Slytherin?
- Aunque te hayas ido a Slytherin.
Ambas sonreímos. Le agradecí por todo y le reiteré mis ganas de volver a verlos pronto. Cuando Hermione subió a la carroza me pareció ver que sus ojos estaban enrojecidos.
- Bueno... adiós, entonces - Ron dudaba si abrazarme o no, tal vez pensaba que eso era algo cursi; pero hizo un gesto con la cabeza y al final me abrazó-. Suerte, Laura.
- Suerte a vos también. Y hasta la próxima.
- Sí, hasta la próxima.
El pelirrojo también subió al coche. Sólo quedaba Harry, que lentamente se me acercó.
- Quería agradecerte otra vez por lo del Bosque y...
- Estamos a mano, ¿no? ¿O vos no me salvaste en la clase de Hagrid? A propósito, ¿puedo saber qué te dijo Dumbledore?
- Que por ahora la situación con Voldemort está controlada, que no me preocupe y que regrese a casa de mis tíos a pasar el verano, que allí estaré seguro.
- ¿En la casa de tus tíos?
- Sí... No sé qué es peor.
- ¿Te das cuenta que podría ir a visitarte? ¡No habría problema porque soy muggle!
- ¡Es cierto! Ojalá pudieras ir.
- Sí, ojalá... Te podría llevar algo de regalo, como los anteojos de Harry Potter.
- ¿Eh?
- Nada, nada. Felicitaciones por la Copa de Quidditch, Harry.
- ¡Felicitaciones por la Copa de las Casas!
- ¡Estamos a mano en todo!
- Eso parece.
Quedamos en silencio un minuto. Sin hablar podíamos presentir la tristeza del otro. A ninguno de los dos nos gustaban las despedidas.
- ¿Sabés, Harry? Aprendí mucho acá; aprendí sobre valores, sobre la amistad, pero fundamentalmente que las cosas son posibles si las deseás de verdad. Y como dijo Dumbledore, si los objetivos son nobles, por más difíciles que parezcan se pueden alcanzar. Gracias, Harry.
- ¿Gracias?
- Sí, porque vos también formás parte de todo esto, vos también me enseñaste cosas aunque no te hayas dado cuenta.
- Creo que todos aprendimos algo.
- Sí.
- ¡Ya nos vamos! - el grito del prefecto de Gryffindor interrumpió la charla.
- Bueno Laura, tengo que irme. Ojalá volvamos a vernos.
- Eso espero.
Harry me abrazó.
- Adiós.
- Chau, nos vemos.
Cuando lo vi subir a la carroza hice un esfuerzo por no llorar. Seguramente sería la última vez que lo veía, a él y a los demás.
El coche se puso en marcha y acompañé su movimiento unos metros hasta que ya no pude seguir su tren. Harry, Hermione y Ron se asomaron por la ventanilla.
- ¡Laura! - gritó Harry-. ¡Ya sabrás de nosotros!
Reí. Pensé en el nuevo libro de Rowling que saldría en poco tiempo.
- ¡Eso espero, Potter! - y los saludé con mi mano hasta que la carroza se perdió en el horizonte.
Cuando giré hacia el castillo, todavía quedaba un grupo de alumnos por subir a las carrozas.
- ¿Te quedas? - me preguntó alguien. Giré y vi a Draco acompañado de Crabbe y Goyle.
- No, yo me voy después.
- Pero el Expreso de Hogwarts pasa una sola vez.
- Ya sé.
- ¿Te quedarás todo el verano en Hogwarts?
- No, de hecho dudo que nos volvamos a ver.
- ¿Por qué?
- Yo no soy de acá, vivo lejos. Dumbledore me trajo en una especie de intercambio, y...
No me dejó continuar. Se acercó a mí, me tomó de un brazo y me llevó hacia las escalinatas del castillo donde Crabbe y Goyle no podían escucharnos.
- No necesitas mentirme. Sé quién eres, sé toda la verdad.
Me observaba detenidamente. Yo no sabía qué responder.
- Perdoname que no te lo haya dicho... es que tenía miedo porque sé que hay cierta gente que no te agrada.
- Es una cuestión de confianza, ¿no? ¿No me sermoneaste sobre eso en el Gran Salón?
- Ya sé, por eso te pido perdón.
- No tenías porqué haberme ocultado la verdad todo este tiempo. Después de todo, no es tan grave.
- ¿Ah no?
- No. Eres la sobrina del director, no una muggle.
- ¿Qué?
- Ya sabes... yo creía que eras muggle, pero resulta que eres la sobrina del director del colegio. Ahora comprendo muchas cosas.
- ¿Pero...? ¿Quién te lo contó?
- Neville. Primero me dijo que conocía tu secreto, y digamos que lo presioné un poco y confesó que eras la sobrina de Dumbledore.
- ¿Neville?
- Sí. Bueno, ya debo irme. Espero verte el próximo año.
- Sí, yo también.
- Adiós.
- Adiós.
Caminó hasta unirse a Crabbe y Goyle que me saludaron con la mano, y subieron a una carroza. En pocos minutos el coche se perdió en el horizonte. Sólo quedaba una por partir y en ella estaba subiendo Neville.
- ¡Neville! - corrí hacia él.
- ¡Laura! ¿Qué sucede?
- ¿Vos le dijiste a Draco que yo era sobrina de Dumbledore? - él se ruborizó-. ¿Sí o no?
- Sí... es que Harry me contó la verdad sobre ti, que eres muggle, y me dijo que Draco estaba sospechando. Temí que fuera a hacerte daño y como me ayudaste con Snape... quise devolverte el favor de alguna manera y... le conté esa mentira a Draco para que te dejara tranquila.
Me quedé mirándolo. Neville se puso nervioso.
- Perdón.
- ¿Perdón? ¡Pero Neville, lo que hiciste fue genial!
- ¿Ah sí?
- ¡Totalmente! ¡No sabés el peso que me sacaste de encima! - subí corriendo a la carroza y lo abracé-. ¡Gracias!
- Eh... de nada... - otra vez se ruborizó.
- Hasta la próxima.
- Adiós.
Descendí de la carroza ante la atónita mirada del resto de los alumnos, y con una enorme sonrisa saludé con la mano a Neville.
En pocos minutos, la última carroza se alejó de Hogwarts.
En soledad caminé hacia el castillo, subí las escalinatas y me detuve. Me di vuelta hacia el parque a contemplar el paisaje. Sentí tristeza por tener que irme.
- ¿Lista para regresar a casa?
Dumbledore estaba parado detrás mío acompañado por McGonagall, Snape, Sirius y Hagrid.
- Eso creo.
- ¿Te llevarás eso? - me preguntó señalándome mi túnica de Slytherin.
- ¿Puedo?
- ¡Claro!
- No voy a andar por la calle vestida así, pero pienso que va a quedar bien colgada en mi cuarto.
Sirius se me acercó y me abrazó.
- Espero volver a verte.
- Sí... yo también.
Cuando se alejó, fue Hagrid el que vino a despedirse.
- Te deseo mucha suerte. Fue un gusto haberte tenido como alumna.
- Perdón por apuntarte con la varita.
- Olvídalo, no tiene importancia. Además... - miró de reojo a Snape que se incomodó-, la varita esa es muy especial, ¿cierto?
- Cierto - le sonreí-. Gracias, Hagrid. Voy a extrañar tus masitas.
- ¡Ah, bromeas! Cuídate mucho.
- Adiós.
Dumbledore, acompañado de McGonagall y Snape, comenzó a caminar hacia el parque haciéndome señas de que los siguiera.
Caminamos unos minutos hasta llegar al límite con el Bosque Prohibido. Allí nos detuvimos y Dumbledore se volvió a mí.
- Aquí es.
Agudicé mi vista para ver El Paso, pero sólo vi árboles y pastizales a mi alrededor.
- Bueno, Laura... - McGonagall se me acercó-. Fue un gusto haberte tenido en Hogwarts.
- Para mí también fue un gusto haber estado acá, profesora. Y créame que aprendí mucho.
Le tendí la mano para saludarla, pero ella me dio un abrazo maternal.
- Mucha suerte y cuídate.
- Gracias.
Había llegado el momento: Severus Snape, con sus manos cruzadas detrás de su espalda, primero me observó y luego se me acercó muy despacio. Me puse muy nerviosa.
- Slytherin no se olvidará de ti fácilmente -me dijo arrastrando las palabras-. Espero que hayas aprendido algo más que volar en escoba - me hizo una mueca.
- Ah bueno, eso seguro. En realidad creo que precisamente lo único que no aprendí fue volar en escoba.
- Cuídate - me dijo tendiéndome una mano para despedirse.
Yo observé su mano pálida tendida hacia mí. Fruncí el ceño, miré a Snape y... ¡no me aguanté! Me abalancé sobre él, lo abracé y le di un beso en la mejilla.
- PERO...
Snape me tomó de los brazos pero no podía despegarme de él. Dumbledore echó a reír y McGonagall, más discreta, se llevó una mano a la boca para ocultar su enorme sonrisa.
- ¡LAURA! - Snape logró por fin despegarme y se quedó mirándome con sus ojos brillosos, con una expresión mezcla de asombro y ganas de asesinarme.
- ¡Perdón profesor, pero no podía irme sin darle un beso! A propósito, me quedo con la varita, ¿sí?
- Bien... - dijo Dumbledore caminando hacia mí-. Es la hora.
Se dirigió hacia un árbol donde sin darme cuenta, un agujero negro del tamaño de una persona se había abierto.
- ¿Tengo que pasar por ahí? - pregunté temerosa.
- Así es.
Caminé lentamente hacia el agujero mirando a Dumbledore.
- Sólo camina a través de él sin temor, y regresarás a tu casa.
- Voy a tener que dar explicaciones de dónde estuve todo este tiempo.
- No será necesario, el tiempo no habrá pasado en tu mundo.
Giré para saludar por última vez a McGonagall y Snape. Les dirigí una sonrisa que sólo ella me devolvió, y me volví hacia Dumbledore:
- Gracias profesor, por esta experiencia.
- Gracias a ti, Laura.
- ¿Voy a volver algún día?
- En el Mundo Mágico, todo es posible. Nunca dejes de soñar.
El mago de blanca y larga barba me sonrió. Asentí y comencé a caminar hacia el agujero negro, muy despacio.
Una potente luz blanca me envolvió pero no sentí miedo. En un segundo el parque, el Bosque Prohibido, Hogwarts, Dumbledore, McGonagall, y Snape, desaparecieron. Todo desapareció. Sólo había blanco alrededor de mí.
Hasta que repentinamente comencé a divisar algo frente a mí. Primero sombras, luego bultos, finalmente figuras que se fueron convirtiendo poco a poco en una mesa, un par de sillas, un mueble, un televisor. Estaba de regreso en el living de mi casa, desde donde había salido.
Mi vista se aclaró totalmente y me encontré parada en medio de la sala. Miré a mi alrededor y todo parecía estar en orden. Afuera seguía lloviendo pero la electricidad había vuelto.
Me senté en una silla y traté de poner en orden mis ideas. ¿Había sido cierto? ¿Realmente había estado en Hogwarts?
Miré el televisor que estaba apagado, y en su negra pantalla vi reflejada la verdad: el escudo de la Casa Slytherin en la túnica que llevaba puesta. Bajé mi vista y la observé detenidamente. Entonces introduje una mano en el bolsillo y saqué la varita que me había regalado Snape. De verdad estuve allí, me dije emocionada.
Sobre la mesa encontré la caja vacía de la película Harry Potter y la Piedra Filosofal. La tomé entre mis manos y recorrí detenidamente con mi vista todos los personajes de la portada. Pero nadie se movió, nadie me guiñó un ojo, ni me habló.
Suspiré, observé la portada un instante más, y miré la videocasetera. Puse play y me apresté a ver la película.
Volví a ser expectadora de una fantástica historia creada por la mente de una persona, pero alimentada por la imaginación de todos aquellos que nos atrevemos a seguir soñando.
- FIN -
HARRY POTTER Y... YO? - Fanfics de Harry Potter
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2024-10-12
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