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-¿Estás lista?-le preguntó su amiga dos días antes. Ella negó-
-Nunca estaré lista para el día que no quiero que llegue y que ni siquiera me atrevo a nombrar-dijo, sonriendo amargamente-
-Yo sé que puedes superarlo-respondió su amiga, sonriendo-
-Sí
-susurró ella, con tristeza. Ella no la comprendía.
Rió junto a su amiga luego de un comentario un tanto divertido, dos días después de aquella pequeña conversación... El día indeseado había llegado, y ella no había podido hacer nada para evitarlo, ¿qué podría haber hecho una niña de 14 años?. Con tristeza, levantó la cabeza para ver cómo el curso de ese muchacho salía con ansias del establecimiento. Luego, prestó atención a las órdenes que daba el director del colegio para aquel día.
A las 10.30 todos tienen que estar formados en el patio-dijo el hombre- Nos vamos caminando al Teatro Municipal y se quedan todos en silencio en cuanto comience la ceremonia.
Lo que siguió no le interesó. Jugaba con un accesorio de cabello guardado entre sus delgados dedos, tratando de ignorar todos los recuerdos que pasaban por su mente. El llamado de uno de sus profesores a sus compañeros la trajo de vuelta al mundo real y se sobresaltó. Guardó con nerviosismo el accesorio en el bolsillo de su blusa y suspiró. Su amiga hablaba sola una vez más. O, al parecer, hablaba con ella. Pero ella no escuchaba, no quería hacerlo. No quería ver, no quería oír, no quería sentir ni pensar. Miró hacia atrás sólo para ver el espacio que ocupaba en el patio el curso que ese día se graduaría y otra ola de recuerdos la invadió por completo.
No supo cómo, pero llegó a su aula de clases junto a su amiga, con la mente en otro lugar, ausente. Pero su cuerpo estaba allí, presente a los ojos de todos. Sonrió monótonamente a un comentario de su compañero de asiento y luego apoyó su cabeza contra la pared: lo único que quedaba era esperar. Mientras su compañero de asiento trataba de averiguar qué sucedía con ella, la pálida muchacha perdía su mirada en el pizarrón acrílico de la sala de clases. Pasaron unos minutos y recibieron la orden de ir al patio, y ellos obedecieron. Ella se maldijo mentalmente por no haber hecho nada para impedir ese día. Pudo haber hecho algo, cualquier cosa. Lo que sea
Se formó delante de Karen, su amiga, que cantaba una extraña canción, y, en silencio, esperó el turno que le correspondía para salir del lugar y emprender camino al serio y antiguo Teatro.
Trató de despejar su mente riendo con sus compañeros y amigos, concentrándose en la broma del día o en que los autos que pasaban por la calle no la arrollasen. El camino al teatro se le hizo eterno. Cada paso duraba, para ella, diez segundos. Trató de buscar algún rostro comprensivo, que entendiera el dolor que sentía en lo más profundo de su ser. Que comprendiera lo que dolía decirle adiós a un sentimiento, a una persona que había sido parte de su vida inconcientemente, sin quererlo, durante casi tres años. Trató de encontrar entre la multitud alguna mirada que se pareciese a la de él, alguna mirada que le ofreciera esa paz y tranquilad que sólo él podía ofrecerle. Alguna mirada que fuera capaz de hacerla levitar durante unos segundos
algo
. Alguien
Pero no había nadie. En lugar de lo deseado, sólo encontró miradas cínicas y falsas, personas que sólo buscaban agradar a los demás. Nadie era como él. Todo con él era simple, era único, irreemplazable. Sus alegrías eran fuente de risas para ella, sus penas eran fuente de llanto para la muchacha. Lo quería, irremediablemente, con resignación, profundamente, extrañamente
Lo quería. Lo necesitaba. Había tenido miles de oportunidades para desencadenarse de ese sentimiento que a veces la dañaba, pero prefería aferrarse a algo que sabía nunca tendría, y que, sin embargo, era perfecto para ella.
Nuevamente sin saberlo, pisó un escalón para entrar al Teatro Municipal de su ciudad. Algo nerviosa subió las escaleras junto a su curso, hablando de cualquier tema con su fiel amiga. Llegaron a un segundo piso y, asomado en un balcón con vista a la calle, pudo verlo: alto, pálido, de nariz perfecta y ojos profundos, delgado y con uniforme. Tuvo que ser arrastrada por Karen para despertar de su fantasía. Una mezcla de sentimientos se apoderó total y completamente de ella.
Entró al Teatro en sí y bajó por una escalera para quedar a unas diez filas del escenario. Pisó una mullida alfombra de color plomo y se sintió pequeña entre esa inmensidad. Cada paso que daba era como un gran retroceso en el tiempo. Se fijó en el lugar para distraerse: Había una gran cortina rojo vino, un piso de madera y un micrófono a un lado del escenario. Miró a su alrededor y pudo ver a cursos menores y mayores sentados por todos lados. En ese momento, todo se hizo más real: él se iba.
-¿Te pasa algo?-preguntó Karen de la pálida adolescente, percatándose recién en ese momento del estado de su amiga y compañera. Ella la miró-
-No-mintió- Nada. Sólo
tengo sueño.
Karen le restó importancia a la respuesta de la muchacha y se encogió de hombros para luego voltearse a hablar con un muchacho. Ella fijó su mirada en el escenario, esperando con ansias y con resignación ese momento. Metió su mano derecha al bolsillo de su blusa y sacó un pequeño sobre con un papel adentro. Se reprendió mentalmente por haberle escrito una carta al muchacho de los ojos verdes. ¡Pero eran tres años! Tres años en los que ella lo había querido como nadie. Y aún lo quería. Guardó el sobrecito nuevamente y sonrió con rencor a sí misma. En los parlantes del lugar comenzó a escucharse una melancólica canción y ella trató de ignorarla, pues era aquella melodía con la que había soñado la noche anterior. En el sueño, él no se iba de su vida para siempre.
Bajó la mirada para fijarla en el piso alfombrado que cubría al teatro en toda su extensión. Escuchó que un curso más tomaba asiento unas filas delante de ellos y comprendió que él estaba entre ese curso. No supo cuánto tiempo estuvo así, pero volvió a la realidad cuando escuchó la voz del director pidiendo silencio, algo irritado, como de costumbre. Levantó la mirada para encontrarse con un escenario de cortinas abiertas, el director a un costado y unas grandes letras doradas en el fondo que decían Buena Suerte Generación del 2007 (N/A: O pueden verlo como 4º medio, 12 grado, o último año de secundaria). Una vez más se dijo que él se iba. Para siempre. Miró a Karen, que reía por lo bajo por algún comentario en especial que había hecho el muchacho del asiento de atrás. El director comenzó a felicitar al colegio en general por los logros de aquel año mientras ella mordía su labio inferior nerviosamente. Antes de que los alumnos subieran al escenario a recibir sus respectivos diplomas, el coro y la academia de música del colegio realizaron sus presentaciones. Una canción melancólica comunicando lo hermosos que habían sido todos aquellos años arrancó más de una lágrima entre los docentes del establecimiento, mientras que los alumnos graduados luchaban por no llorar. Ella buscó su cabello entre la multitud y lo encontró casi frente a sus ojos, al momento en que el director hacía subir al primer grupo de alumnos. En ese grupo no estaba él. El ojiverde apoyó su cabeza en su mano derecha, en señal de aburrimiento, y ella hizo lo mismo. Cerró los ojos con pesadez para tratar de irse a otro lugar como por arte de magia, aunque sabía perfectamente que nada sucedería. Abrió los ojos nuevamente para fijarlos en la nuca del muchacho. Recordó imágenes, vivencias. Sus miradas, su voz, su aroma, su sonrisa, su risa
Sus ideales, sus luchas, sus penas, sus alegrías, sus vergüenzas, sus victorias, sus venganzas, sus crueldades, sus ternuras. Sus errores, sus fracasos, sus caídas
¡Lo había conocido mucho! Sin embargo, jamás habían hablado.
El segundo grupo pasó al escenario y pudo encontrarse, ¡al fin!, con sus profundos ojos verdes. Miraban el piso con monotonía, aburrimiento. De pronto, a ella le causó gracia esa repulsión hacia el colegio que él sentía y esbozó una sonrisa. Lo analizó por completo y se prometió nunca olvidar cómo lucía con su túnica rojo vino que combinaba con las cortinas.
El director dijo unas palabras y ella sintió que el fin se acercaba, poco a poco. Añoró su mirada, anheló un abrazo o sólo un roce. Pero él estaba lejos de su alcance, muy lejos de todo.
Sé que muchos de ustedes quieren a estos niños-dijo el director, sonriente- ¡Yo los quiero también!... Sin ellos el colegio no será el mismo y lo sabemos. Pero debemos dejarlos ir. Por su bien. Debemos dejarlos ir para que sean buenas personas, para que demuestren que en este lugar se enseña mucho más que matemática y lenguaje. No importa qué carrera elijan ni dónde estés, nosotros queremos que sepan que siempre estaremos aquí para ustedes.
Una mirada, una sonrisa
Un roce, un sueño, una fantasía, una esperanza. La muchacha no aguantó su llanto y una silenciosa y discreta lágrima marcó su camino por su pálida mejilla. Él nunca la había hecho llorar, pero el verlo prepararse para partir no era fácil, para nada.
El rechoncho hombre arriba del escenario comenzó a nombrar a los alumnos uno por uno, con felicidad. Hasta que su nombre llegó.
Javier Fernández-dijo el hombre, sonriendo forzosamente y extendiéndole un diploma blanco con su nombre escrito en él.
Para ella, el tiempo pasó con más lentitud y pudo analizar cada uno de sus pasos. Su mirada de
al fin al recibir su diploma y su cínico abrazo a su profesor para aparecer en la foto del fotógrafo oficial del colegio le demostró que aún odiaba el establecimiento. Él miró a la multitud pareciendo buscar algo, alguien. Ella lo miraba fijamente sin poder controlarse, con lágrimas en los ojos y en las mejillas. El posó sus hermosos ojos en el rostro de la muchacha y una extraña mirada pidiendo perdón se posesionó de él. Bajó del escenario y, antes de sentarse, le echó una última mirada a la multitud deteniéndose nuevamente en ella.
Lo que le siguió a la ceremonia no fue importante para ella. Sus sentidos se habían cerrado al haberlo visto observándola fugazmente. No le interesó nada más que él, como de costumbre. El presidente de curso se posesionó del micrófono y dio un emotivo discurso que hizo que la mayoría de los presentes llorase, pero ella no se inmutó. Metió la mano al bolsillo de su blusa en medio del discurso y sacó la mitad de un corazón de plata. ¿Era buena idea dárselo en forma anónima? Sacudió la cabeza para sacar ideas estúpidas y sin sentido de su mente, y fijó su mirada nuevamente en el muchacho de 18 años que hablaba.
Minutos después y luego de cantar sin ganas el himno del colegio, los alumnos fueron poniéndose de pie ordenadamente para salir del teatro luego de casi una hora y media de ceremonia. Ella no quería dejarlo ir, no quería dejarlo de ver. Quería quedarse en ese momento para siempre, quería vivir en su mirada, quería vivir junto a él, quería aferrarse a él y no soltarlo jamás. Quería quedarse con todos sus defectos y virtudes. Sí, ella sabía obviamente que él no era perfecto, pues nadie lo es. Pero, para ella, él era perfectamente imperfecto. Lo quería como era, con sus defectos y con sus virtudes. ¡Y vaya que tenía defectos! Si él reía, ella era feliz. Si él encontraba la felicidad, aunque fuera con otra, ella se sentía feliz por el simple hecho de verlo sonreír con sinceridad. Lo quería. Karen tomó su brazo para sacarla del Teatro, mientras ella lloraba silenciosamente. ¡No quería dejarlo!
¿Cómo dejar a algo que ha sido parte de ti durante casi tres años?-se preguntó-
Nunca pensó que ese momento sería tan doloroso. Sintió que abrían su pecho con una daga y sacaban su corazón, dejándola sola con sus sentimientos y agridulces recuerdos.
Arrastrando los pies llegó al colegio para sentarse en la silla de siempre y recostarse en la mesa, llorar tranquila. Para ella, el establecimiento ya no era el mismo sin él. Algo faltaba.
El tiempo pasó con lentitud entre recuerdos y lágrimas, hasta que llegó la hora de la salida. Aún conservaba el sobre y la mitad del corazón en el bolsillo de su camisa.
Su curso salió antes del aula por motivos personales del profesor con el que estaban. Al ir al patio, pudo ver que la mochila de él seguía en la banca de la que se había apoderado en su año escolar. Ella dudó unos segundos y, luego de verificar que sólo habían compañeros de curso en el patio, corrió hacia la banca y se acercó a la mochila negra, su mochila. Sacó de su blusa el sobre y la mitad del corazón y los puso en el bolsillo del bolso. Lo cerró y le dio una melancólica mirada. Sin esperar otro segundo más se alejó del lugar con tristeza y se encaminó a las escaleras para salir. Mientras subía las escaleras, pudo ver que él corría a la banca por su mochila y pasaba a su lado lentamente, rozándola y dejando recuerdos de su aroma. Ella sollozó. Casi juntos salieron del colegio. El con felicidad casi eufórica, y ella con melancolía. Tomaron el mismo camino para irse a diferente destino. Ella se detuvo en medio de una calle, en la acera, y dejó que él avanzara un poco más que ella. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, corrió unos metros y, sin saber por qué, dijo:
-¡Oye, espera!
Él se detuvo en seco y se volteó a verla. Ella pensó que en ese preciso momento se desmayaría. Se miraron durante unos segundos y la pálida muchacha pareció reaccionar.
-Perdón, yo
te confundí.-dijo, ocultando perfectamente las ganas incontrolables que tenía de correr a sus brazos y confesarle que la quería-
-No importa
-dijo él, restándole importancia. Y, sin decir más, se volteó y continuó caminando.
Cuando estuvo a unos 40 metros de ella, la muchacha dijo:
-Hasta siempre. Nunca te voy a olvidar.
Bajó la mirada y rogó porque conservara la mitad de ese corazón de plata. Suspiró y se dio cuenta de que estaba dándole la última mirada a la persona que más había querido durante sus cortos 14 años de vida. Se dio cuenta de que pasarían muchos años más para que volviese a encontrar a otro hombre tan especial como él. Quizás lo amaba, pero probablemente eso era mucho decir, pues el término de amor es algo que está muy distorsionado. Se dio cuenta de que quizás él también conservaba algún diminuto recuerdo de la muchacha de la mirada extraña, de la pequeña rara. Se dio cuenta de que, junto con sus ojos, se llevó un trocito de su alma. Y precisamente era un trocito indispensable para vivir. Viviría, eso estaba claro, pero no igual que antes. Se aferró a su bolso y continuó su camino mientras la figura de el muchacho de los ojos verdes se perdía a lo lejos y se confundía entre la multitud. Repasó mentalmente cada centímetro del rostro del muchacho y todos y cada uno de los recuerdos vividos gracias a él. Le agradeció eternamente por haberle enseñado lo que era cariño sin siquiera estar conciente de lo que estaba causando en una niña de 14 años. Sonrió al percatarse de que él había sido una de las mejores cosas que le habían sucedido. Aceleró su paso y fue a su hogar. Una nueva vida comenzaba. Una vida llena de recuerdos y añoranzas, arrepentimientos, deseos y sueños frustrados. Al menos, le quedaba el dulce recuerdo de haber sentido su aroma y haber escuchado su voz el último día en que había estado en su vida. Estaba claro, jamás lo olvidaría.
-Hasta siempre
-susurró nuevamente-Javier, Hasta siempre.
Hasta Siempre - Fanfics de Harry Potter
Hasta Siempre -¿Estás lista?-le preguntó su amiga dos días antes. Ella negó--Nunca estaré lista para el día que no quiero que llegue y que ni siquiera
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2024-10-01
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