I - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

I


-Debes hacer un esfuerzo, un esfuerzo de verdad. Escucha, cierra los ojos e imagina que estás en un jardín verde y hermoso. ¿Recuerdas el que había enfrente de casa? Ese que tanto te gusta...

Obedientemente así lo hizo. Imaginó la hierba bajo sus pies descalzos, los ladridos de su lobo pardo, el cansancio de correr feliz hasta quedar exhausta... Pero el hedor se coló por su nariz, mareó sus sentidos e hizo que le recorriera una nausea.

-Es que este sitio me da asco... - contestó agarrando con su pequeña mano a un hombre que iba a su lado.

El hombre apartó el brazo con violencia y le lanzó una mirada punzante

-¡Callad ya a esta niña! ¡O tendré que hacerlo yo! - bramó con voz grave levantando los puños.

-Ja, no podrías luchar ni contra un cervatillo... y yo soy mucho más rápida y más lista, más que el cervatillo y más que tú.

-Un día aplastaré uno a uno tus pequeños huesecillos... - contestó agarrandola por los brazos y subiéndola sobre sus hombros.

La niña rió contenta y golpeó levemente la cabeza del hombretón. Desde allí podía observar toda la ciénaga y aunque no le resultara agradable tenía que admitir que ese sitio era mágico, sus árboles sumergiéndose en el barro para luego emerger y ascender al cielo, los ruidos de los insectos, los graznidos de lo que parecían cuervos o el chapoteo de los pasos de sus acompañantes.

Desde allí el viaje resultaba mucho más cómodo y era una opción que ella solía usar. Bastaba con quejarse un poco para que su tío le alzara hasta allí y anduviera por ella.

Miró a su padre y a su madre con una lastima divertida, ambos se hundían hasta las rodillas en el lodo, resollando y empapados en sudor. Tirando de las riendas de los caballos. A su lado, el lobezno de su imaginación trotaba tan contento como ella, intentando morder la cola de uno de los otros dos animales.
Cuando uno de los caballos se hundió demasiado, su tío la obligó a descender, dejándola junto a tres petates que cargaba junto con ella y ayudó a sus familiares a sacar al animal. Pronto la propia niña prestó ayuda y entre los tres adultos y las caricias tranquilizadoras de la muchacha pudieron reanudar la marcha.

Esta vez se limitó a caminar detrás de ellos, junto al lobo, pero no podía seguir su ritmo, preocupada por que el vivaz cachorro no se escapara y que ella misma no se hundiera en la ciénaga intentó seguirles recorriendo las raíces. Pero como éstas tampoco continuaban indefinidamente tuvo que lanzarse de nuevo al barro. Calló de rodillas haciéndose daño y unas lagrimas acudieron rápidamente a sus ojos. Miró adelante para encontrar a su familia que se había alejado y por unos instantes sintió una tremenda soledad.

Fue su padre quien acudió esta vez en su ayuda, él no se detenía en estimular la imaginación de la niña como lo hacía su madre, ni tenía la dulzura de esta, por eso se limitó a tirar de su brazo sin llegar a hacerle daño para sacar sus pies del lodo. Ella lo miró con orgullo, su tío era un fortachón, tenía la gordura y la altura de dos hombres, pero su padre, aunque más menudo, la elevó sin apenas esfuerzo y la subió de nuevo a los hombros de su tío con una facilidad sorprendente. Ella le lanzó una mirada alegre y su padre contestó con un gruñido volviendo a los caballos.

Pronto llegaron a un claro seco. Soltaron como por instinto a los caballos que se pusieron a pastar lo que podían, su tío soltó los petates y a ella, su padre buscó algo en las bolsas y su madre se apresuró a encender un fuego.

Ella mientras tanto investigó el claro como buena exploradora, recorrió todos sus límites, recogió un poco de hierba y piedras secas, se las dio a su madre y volvió al límite del claro.

Algo que se movía en una rama baja le llamo la atención. Un cuervo blanco como la nieve picoteaba el aire mientras los miraba fijamente, llena de curiosidad se acercó para observarlo mejor y entonces todo ocurrió.

El cuervo alzó el vuelo a la vez que ella oía un ruido en el claro.
Su tío yacía sobre los petates y estos estaban empapados de sangre, una flecha fina le había atravesado un ojo y otra se había clavado en su espalda. Su padre se tocaba la pierna y buscaba a su madre con la mirada alargando la mano que fue atravesada por una segunda flecha y una tercera apagó su mirada desesperada atravesando su sien. Su madre corrió hasta ella y gritó algo que no pudo oír. Calló a los pies de la niña con una punta clavada en el corazón.

Todo había ocurrido tan rápido que ni siquiera los caballos se habían asustado.

Un hombre salió de entre los árboles con el cuervo blanco posado en su hombro miró largamente por encima de su hombro y luego a su familia con una mueca de repugnancia.

Dio media vuelta. Dejándola allí de nuevo, sola, con el lobo olisqueandole la palma de la mano impacientemente.

II

Cuando logró abrir la puerta, el calor de la chimenea envolvió a la pequeña figura por completo. Se detuvo un momento en el umbral, buscando algo concreto con la mirada.

La taberna desprendía un olor desagradable, a licor malo y frutos secos pisoteados. Algunas sillas estaban derribadas en el suelo junto a una mesa volcada, pasó por su lado mientras una camarera corría afanada a recogerlo.

La sala estaba abarrotada, unos cuantos diablos que no tenían a donde ir y otros tantos, demasiado borrachos como para volver a casa por su propio pie.

-¡Cierra la puerta, mujer! - gritó alguien y ella torciendo la nariz con desagrado entró.
Se dirigió hacia la barra con premura pero con paso silencioso y liviano, evitando cruzar miradas con aquellos que parecían haberle prestado atención.

La noche era fría y amenazaba tormenta, la muchacha iba envuelta en una capa fina de algodón que no parecía protegerle del todo pues aún temblaba cuando pudo sentarse en un taburete.

-Ese no era el camino correcto - masculló hacia un receptor invisible quitándose la parte de la capa que aún le cubría la cabeza.
El pelo negro se deslizó casi hasta los hombros y dos pendientes con forma de media luna brillaron como la plata.

Al poco, tiempo que aprovecho para observar de nuevo todo, vino el tabernero.

-¿Qué desea señorita? - preguntó con una voz que pretendía ser seductora - Lo que sea, yo invitaré. ¿Viene de muy lejos? Estos no son tiempos para que una muchacha ande sola, no, no son buenos tiempos, y no lo digo sólo por la tormenta, me refiero a todas esas catástrofes que ocurren allá fuera. No son tiempos de viajar, no señor. Aquí, tranquilos en casa todo está bien, los Ángeles nos protegen, que sería de nosotros sin los ángeles me pregunto yo.

Ella pestañeó, calvando sus dos ojos grises en el hombre y sonrió. Hablaba demasiado. Pero observando a los clientes que acudían a aquel lugar no era de extrañar. Después una voz desde la cocina reclamó la atención del tabernero.

-Gracias, dos tazas de té, por favor - respondió al fin ella.
El hombre le devolvió la sonrisa y se dio la vuelta con gracia. Ella se apoyó en la barra con una mano y actitud soñadora, mientras repasaba por tercera vez cada rincón de la posada.

Al fondo, junto a la ventana, localizó un grupo de unas ocho o diez personas, todos hombres, fornidos y según los bultos apoyados a su lado, armados.

En el medio de todas las cabezas, había una especialmente llamativa. Un chico joven, con una cabellera rubia que parecía emitir luz por si misma reía despreocupadamente ante el comentario de alguno de sus acompañantes.

La muchacha sonrió para sí.

-¿Por donde íbamos? - preguntó el hombre de vuelta. Depositó las dos tazas sucias encima de la barra. Ella tomó una y la otra la deslizó a su lado con el dorso de la mano sin prestar atención. - Ah sí, los ángeles, menos mal que están aquí, sin ellos, opino, todo se vendría abajo, digo yo.

-Es posible - contestó solamente.

-Ahí mismo, tenemos a uno - comentó señalando al muchacho rubio - sin él esta ciudad, ayer mismo, hubiera sido toda derruida. Entraron unas cuantas de esas brujas del bosque, mercenarios supongo y arrasaron con todo, entraron en las casas, pegaron a las mujeres y robaron a los niños. Todos los hombres nos lanzamos a luchar contra ellas pero fue inútil. Esas malditas hijas del diablo nos daban por todos lados. Hasta que finalmente llego él, en el momento más oportuno. Un leve movimiento de muñeca y pluf, luz divina y todas desaparecidas. Gracias a Dios...

-Ya veo... ¿Y porque podría llevar a todos esos matones un ángel tan poderoso como él? - preguntó ella en voz alta. De nuevo a un receptor desconocido.

El hombre pestañeo mirándola un momento pero se apresuró a contestar.

-Pues incluso alguien como él, en los tiempos que corren, necesita escolta, con todos esos herejes asesina ángeles y esos monstruos mercenarios que arremeten contra todo lo que no signifique dinero. Y no se cuáles de ellos son peores. Sin embargo los ángeles siempre estarán y han estado aquí para protegernos, y así será siempre.

Ella sonrió con cortesía, intentando disimular el desagrado que le producía aquel líquido amargo. A su lado habían depositado una daga junto a la otra taza que estaba vacía.

De nuevo otra voz distrajo al tabernero. Ella miró a la puerta que acaba de abrirse. Un hombre, o parecía uno al menos, entró en la taberna tan rápido que ella no pudo ver sus facciones, sólo alcanzo a distinguir un cuervo blanco posado sobre su hombro pero pronto acabó ignorándolo. El grupo de hombres se separó de la ventana recogió sus cosas y se acercó a la puerta.

-Dígame una cosa, señor - pidió la muchacha al tabernero - ¿Le son familiares los hombres que acompañan al ángel?.

El hombre los examinó detenidamente pero luego frunció el ceño.

-Si, posiblemente aunque no podría decirle de qué.

-No se preocupe.

La muchacha se levantó del taburete y se acercó hasta el ángel y lo intentó llamar en un hombro. Pero su mano atravesó el aire. Aquel ser levemente translucido no era corpóreo. Sin embargo el roce o al meneos la intención sirvió para atraer la atención del ser.

Este se dio media vuelta y posó sus ojos de color océano en los grises de la muchacha. Su mirada era tan dulce y tan cálida que hubiera derretido el corazón del ser más infame. Su bondad parecía tangible y su sonrisa reanimaba.

-Eres Razel... ¿No? Te buscaba... - dijo ella.
La gente los observaba detenidamente. Tocar a un ángel se consideraba una gravísima falta de respeto, pero los gestos amables y la sonrisa de la muchacha parecían tranquilizar a los espectadores. Razel bajó al mirada al pecho de la muchacha, colgada sobre un hilo rojo había una pluma negra como el carbón.

-¿Y vos sois...? - cuestionó intrigado.

-Eso no tiene importancia ahora... - sonrió de nuevo.

-Sí, sí que la tiene.
Sin apartar los ojos de la pluma negra el ángel agarró con violencia de un brazo a la chica y esta no pareció sorprenderse de que él si que pudiese agarrarla a ella.

-Mi nombre es Namae.

La miró un instante a los ojos y con una fuerza sobre humana le lanzó contra una pared de la sala. Pero ella consiguió caer de pie y arremetió contra el ángel con la daga que había recogido de la mesa. Él se quedó quieto esperando que ella lo atravesara como si fuera humo, pero no fue así. La pluma negra brilló y ella pudo cortar la piel del ángel.

Razel retrocedió alarmado mientras observaba que su pecho sangraba. Con una voz mandó a uno de sus hombre que atacara. Levantó un arco pero no disparó. Una espada estaba posada en su garganta.

-¿¡Pero qué!? - exclamó el ser divino intentando buscar al atacante. Namae entonces se acercó a él y posó la daga en la herida del ángel.

-Intentaré ser lo más clara posible, Razel... Me manda Tirael... ¿Qué tienes que ver en las desapariciones de los niños y los asesinatos que han ocurrido últimamente?

-Yo... Nada, nada... yo no tengo nada que ver - contestó a su lado mientras echaba miradas fugaces a su compañero. Intentaba visualizar al atacante, pero a su lado solo había una sombra negra.

-Sabes que se me dan muy bien estas cosas, y otras en especial - añadió clavando más su daga - Dínoslo y nos marcharemos sin más... - sus ojos relucían con un brillo dulce y mágico, pero sus gestos eran amenazantes.

-No, yo lo juro por dios, no tengo nada que ver. - Miró de nuevo la pluma negra y el miedo acabó apoderándose de él - Él me dijo que lo hiciera, nos lo ordenó a todos. Fue la visión, la luz blanca, si fue Él, lo juro. Él me lo dijo y me hirió los ojos y yo le obedecí, era lo que debía hacer, lo correcto. En aquella casa sólo vivía gente imperfecta...

-¿Y la familia del bosque? ¿También fue uno de los tuyos? - acentuó la ultima palabra y la espada vibró.

-La familia sigue allí... Fue una buena obra, un buen trabajo. Él estará orgulloso. Me habría encantado hacerlo a mí. Deberían estar contentos, fueron tocados por la mano de Dios... Y ahora el mundo y el cielo está limpio de ellos.

-Ya veo... - Contestó ella con una voz serena. Miró la espada un segundo y luego atravesó con la daga el pecho del ángel. Entonces este se deshizo en el aire y se posó en la daga como si fuera polvo acumulado, por último, desapareció.

Todo quedó en silencio mientras contemplaban a la muchacha, menuda, delgada que acababa de hacer desaparecer a una criatura divina.

-Fu-Fuera de aquí, ¡Hereje! ¡Asesina! ¡Mata ángeles! - exclamó el tabernero en un arranque de valor, escondiendo tras su espalda a un muchacho pequeño y asustado. Intentó salir de la barra pero la espada se alzaba cerca.

-Da igual. Déjalo. Nos marchamos, aquí ya no tenemos nada que hacer.

El tabernero pareció aliviado y miró a su alrededor en busca de la espada. Entonces la puerta se abrió y Namae se acercó a ella mientras murmuraba:

-Si no les hubieras detenido, yo habría podido con todos.

-Claro...

Todos escucharon aquella palabra y la risa posterior de algo que había dejado de ser humano.
III


Un hombre de pelo blanco estaba recostado sobre los papeles de una gran mesa. Su respiración era agitada, y sus manos se movían ansiosas entre los papeles en blanco, leyendo, escribiendo, detectando pequeñas letras negras. Al final soltó un suspiro prolongado y pareció calmarse. Había encontrado algo.


Acercó uno de los papeles que había recogido a la luz de una vela, y el fulgor débil de ésta reveló esas letras que tanto buscaba.


De repente sintió algo que se acercaba e intentó quemar la hoja en la llama de la vela, pero ya era demasiado tarde. Se hizo a un lado justo cuando una figura estaba a punto de saltar por su espalda.


La figura estuvo a punto de caer al suelo, pero con un gesto gracioso se dio la vuelta y miró al hombre con una sonrisa.

-¿Pretendías asustarme, Namae? - dijo el hombre observando a la muchacha.

-Casi lo consigo, ¿No te parece? Has estado a punto de quemar eso. Además, sólo iba a taparte los ojos.

-¿Y de que iba a servir eso? Ya apenas veo...

El hombre se hizo a un lado para dejar pasar a la muchacha que lo miraba todo con vivo interés. El suelo estaba lleno de plumas blancas, caídas todas de las magnificas alas del hombre. La chica se quitó la capa que llevaba, dejó la daga en la mesa y se sentó en la silla que él le ofrecía, sin dejar de sonreír.

-¿Qué era ese papel que intentabas quemar?.

-Nada - contestó despreocupado- Sólo otro intento fallido.

-¿Aún no has hallado la fórmula que convertirá el plomo en oro? - Resonó la voz grave. Namae miró hacia algún lugar a su lado. Presentía la presencia oscura que se alzaba cerca.

-Cuando aprenderá esa sombra tuya a callarse... - dijo alzando ligeramente un cayado -¿Crees que la alquimia es sólo una cuestión de riqueza? Muchos hombres han perecido buscando mediante la alquimia la forma de curar el hambre, las enfermedades, el dolor, el sufrimiento, la vida eterna... Hombres normales que buscaban un bien común...

-No ha dado mucho resultado...

-Insolente. ¿Cómo puedes poner en entre dicho la profesión y en anhelo de tú patrón, de aquel que os da cobijo sin pedir nada a cambio?... Nada ha cambiado desde la última vez al parecer...

-Cierto, tan cascarrabias como siempre, Tirael.

El hombre refunfuñó al oír su nombre de ángel y no le ofreció una silla como lo había hecho con la chica. Señaló una puerta al fondo de un largo pasillo. Algo se deslizó hasta allí y pronto, en la cocina se comenzaron a escuchar ruidos de platos.

-¿Y bien? ¿Habéis encontrado algo en la taberna? - preguntó Tiraél dejándose caer en la silla pesadamente.

-Nada en absoluto. Sólo más de eso de Fue la luz blanca la que nos lo dijo Parecen todos muy convencidos de su gran obra, a todos les parece muy correcto asesinar a esas familias a sangre fría, quemar sus casas y secuestrar a sus niños. Obra divina según dicen... Estoy harta de oír eso, a cada sitio que vamos, es su eterna justificación. A veces me gustaría que dijeran, que lo hicieron porque sí, porque no sabían discernir el bien del mal... que no sabían lo que hacían... pero no, siempre la misma justificación... aquellas familias no tuvieron elección, a ellos los mataron. Nosotros simplemente los encerramos... - señaló la daga con gesto cansado. Su mirada era triste- Además no ha servido para nada... es agotador.

-No seas dura contigo, Namae. Atrapaste a Razel. Eres conocida especialmente por esto. Sabes encontrar las señales, sabes enfrentarte a este tipo de situaciones. Si fuiste tú la elegida entre los ángeles, una humana entre todos ellos, fue porque realmente debías serlo. Yo estuve allí y lo vi con mis propios ojos, sólo deje mi mayor estudio por ti, pequeña, los dos estuvimos allí... Nadie mejor para dormir esta noche en mi humilde casa.

-¿Pero por qué me eligieron los mismos a los que causo tanto daño? ¿Por qué los que me enseñaron se vuelven en contra mía?.

-A veces las personas se vuelven corruptas, los poderos se vuelven malvados, envidian a los débiles porque ellos son más puros de corazón y hacen daño para que no les arrebaten su poder.

Unos platos con comida caliente se posaron en la mesa, después vasos y algo de bebida. Tanto el ángel como la muchacha empezaron a comer con actitud pensativa, sin dirigirse la palabra. Ella de vez en cuando deslizaba a su lado una copa de agua, que desaparecía pronto.

Tras un tiempo el ángel recostó su espalda en el asiento y por un momento pareció que dormía, por sus ojos cerrados y por sus ronquidos suaves. Ella lo miró con cierto enternecimiento. No recordaba a un ángel tan viejo, nunca le había visto cambiar de aspecto, aunque lo conocía desde que era una niña.

-Creo que todo esto le está afectando. ¿No crees? Supongo que también es duro para ellos. Es decir, a los ángeles no se les conoce descendencia pero ver, sentir todo este dolor también debe hacerles tanto daño como a nosotros...

Nadie contestó. Un trozo de tela blanca se deslizó hacia Tirael y dejó que lo cubriera desde la barbilla.

-No a todos.

-¿Crees que encontraremos a algún niño mañana...?. Necesito hacerlo, necesito saber que al menos en pequeña parte algo va bien.

-Entonces seguro que todo va bien.

-De acuerdo, repasemos entonces que haremos mañana. Visitaremos la casa que se incendió a las afueras del pueblo, interrogaremos a la gente (Si se dejan) por si puede darnos alguna pista sobre los asesinos y buscaremos a los ángeles que se han escondido.

-No te olvides de los mercenarios... Los que no estaban con Razel habrán huido, pero con el bosque que hay alrededor no habrán ido demasiado lejos.

-Y a los niños...

Guardó silencio, y observó a Tirael detenidamente. Aquel ángel les había llamado hacía dos días para que acudieran a aquella ciudad tan pequeña. Les había advertido acerca de una serie de sucesos extraños que estaban ocurriendo y necesitaba su ayuda, según decía, porque era demasiado viejo. Primero, en un colegio cercano a plena luz del día había desaparecido un numero considerable de niños. Nadie les había prestado especial atención. Nadie hasta que después se había incendiado, sin intervención humana ni angelical (o eso decían los testigos) una casa a las afueras. Allí había perecido toda una familia, las dos esposas, el padre y el abuelo de una niña que estaba desaparecida.

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No tardó demasiado en despertarse al día siguiente. Tirael ya no se encontraba en la butaca en la que había pasado la noche, Namae no se preocupó demasiado por preguntarse donde estaba.

Salió de la casa ligeramente, oculta tras la capa gruesa. Sólo sus huellas quedaban impresas en la nieve. Atravesó el pueblo evitando cruzar la mirada con los curiosos que se asomaban a la ventana al escuchar el crujir de sus pasos. Los rumores corrían como la pólvora en aquel pueblo tan pequeño y dudaba que fueran muchos los que aún desconocían el suceso de la taberna de la noche pasada.

-¿Preocupada?.

La voz cálida de su acompañante pudo reconfortarle por un instante en el que casi se detuvo.

-No. Sólo desconfío de ellos. Después de lo de anoche no me extraña que quieran atacarnos. Nos deshicimos de su ídolo y tal y como están las cosas es normal que depositarán en el sus esperanzas.

-Pero no saben la verdad. Tú y yo, sí. Para ellos habría sido mucho peor quedarse con aquel ángel.

-Pero hay gente a quien la verdad no le importa en absoluto. Prefieren la calma y la estabilidad de una vida tranquila... Da igual, siempre es lo mismo, nunca quieren saber... ya hemos llegado.

La casa que estaba ante sus ojos no eran más que un esqueleto de ceniza. La nieve se había acumulado en las esquinas exteriores y el tejado, derrumbado, dejaba poco que ver.

La muchacha se acercó pisando con cuidado pero no había nada que pudiese encontrar. Todo estaba destruido, los cimientos no tardarían en derrumbarse. Calculó las posibilidades de subir al piso superior pero la escalera no tenía mejor aspecto que las paredes, de hecho, yacía sobre uno de los muros traseros retorcida sobre si misma. Se acercó hasta ella y recorrió con la mirada todos los desperdicios del suelo. Ropa quemada, muebles astillados y carbonizados, cristales rizados por el calor y un desagradable olor a cuero quemado que le hacía estornudar. Cerca de lo que parecía haber sido la chimenea encontró lo único que iba a encontrar allí con algo de valor.

Un cuadro de plata parecía haberse salvado del incendio. Dentro había una fotografía casi intacta que mostraba a una familia sonriente. Dos mujeres rechonchas, una padre fornido y alto, un abuelo ennegrecido por años de trabajo al sol y dos niños, mellizos al perecer.

-Mira esto - Namae salió de la casa sujetando la fotografía con una mano mientras que intentaba calentarse la otra.

-Tirael dijo que sólo había uno.

En la mano helada sintió una brisa cálida. Miró a algún punto en el vacío y sonrió.

-Tirael no estaba aquí. Se lo contó algún vecino que probablemente no sabía contar. La casa está alejada, los chicos se parecen mucho. Quizá creyeran haber visto al mismo dos veces.

-¿Es posible que el mismo vecino que lo vio realmente viera sólo llevarse a uno?

Ambos guardaron silencio, esperando oír algún ruido que delatara la presencia del segundo chico. Pero sólo se oía el viento chocar contra los árboles.

Namae no tardó en soltar un suspiro prolongado y sentarse en un tronco partido.

-Intenta ser positiva. Al final los encontraremos.

-Desde que he llegado a este pueblo me siento bastante incómoda. Parece como si el frío me hubiera llegado a los huesos. Nada de esto me da buena impresión... Sé que no debería incomodarme, de no haberlo sentido no habríamos acudido a la llamada de Tirael. Siempre que siento este frío penetrante sé que hay algo que está mal, que algo no anda bien, que alguien sufre. Soy así, por eso me eligieron, lo sé... pero a veces, preferiría no sentirlo. Sé que entonces si que sufriría gente, pero yo... No siempre puedo lograrlo... y me martiriza cuando no ocurre. Hay tantas cosas que me gustarían que fueran diferentes y que no puedo cambiar... - miró hacia algún punto en el aire y suspiró prolongadamente. La pluma de su pecho ardía.

Sólo respondió el silencio.

-¿Oyes eso? - preguntaron tras un tiempo.
Namae escuchó como algo corría por la nieve a toda velocidad y se internaba en la casa. Ella se levantó de donde se encontraba y rodeó la casa esperando una respuesta.

-¡Nam, arriba!

Casi por instinto supo a que se refería y cual era el problema. Buscó la manera de acceder al lugar de la voz, al estar la escalera destruida tuvo que buscar opciones alternativas. Al final optó por entrar en la casa y subir ayudándose de algunos muebles.

Arriba sólo había nieve y un niño moreno. La nieve se había colado allí durante la noche por un agujero en el tejado y el niño, por su aspecto, debía de encontrarse en la habitación desde entonces.

Su ropa estaba raída y mojada, su piel sucia y con marcas de sangre reseca, su pelo revuelto y sus pies desnudos. Pero estaba vivo.


Se encontraba en el centro de la habitación. Al principio no se percató de Namae, parecía mucho más ocupado en intentar averiguar de donde provenía la fuente de calor que le arropaba y no parecía dar con la respuesta pues sus ojos iban de un punto a otro de la habitación. Finalmente prestó atención a la muchacha, cuando esta ya le arropaba con su capa. La miró fijamente, sin saber que decir. Y luego intentó acariciar el aire.

-Si vienes conmigo te diré de donde procede - Le sugirió la chica mirándolo directamente a los ojos.
Sólo tardó un segundo en evaluarla. Luego estirado sus brazos se dejó envolver por Namae.
IV

No le había costando tanto trabajo cargar al muchacho como esperaba. Casi desfallecido de hambre y de frío había pasado todo el camino en los brazos de Namae, dormido.

Se encontraban en la casa de Tirael, pero él no estaba allí. Ni él ni ninguno de esos papeles por los que parecía delirar.

El niño, ahora más limpio y más despierto comía ávidamente sentado frente a Namae, pero no le prestaba especial atención. No dejaba de mirar al vacío, a veces se movía un poco en su sitio y entrecerraba los ojos frente a las velas intentando ver algo. Luego lanzaba miradas fugaces a la chica esperando una respuesta, pero ella sólo sonreía y le dejaba comer.

-¿Cómo te llamas? - preguntó al cabo, masticando- ¿Nam? Que nombre más raro... ¿y él?.

-En realidad es Namae... ¿Y por qué supones que es él?.
-Porque su voz era grave, como la de mi padre. Yo me llamo Adiam. ¿Qué es? ¿Una brisa? Da calor... ¿Un fantasma? Mi tío dice hay fantasmas buenos - escupió un poco de comida sobre la mesa- ¿Es un fantasma del bosque?. ¿En el bosque hay fantasmas?. Damián, el vecino, dice que si, pero yo no le creo.

-No sé si en este bosque hay fantasmas. Pero de ser así, él no sería un fantasma del bosque.

-¿Por qué?.

-Porque siempre va conmigo y yo no he estado nunca en este bosque.

-¿Es amigo tuyo?.
-... Sí.

-Sé que es eso - dijo rotundo- Damián también es mi amigo y no nos separamos nunca. Hasta una vez estuvimos apunto de entrar en el bosque.

-¿Y por qué no lo hicisteis?.

El niño miró seriamente de nuevo a la nada y pareció caer en la cuenta de cual era su situación. Pero no lloró, sabía que alguien iba a estar dispuesto a cuidar de él. Viviría con otra familia y pronto, si fuera necesario, olvidaría la anterior.

-Todos dicen que fue una bruja del bosque. Les encantan los niños como yo y como Damián se parece mucho a mi por eso se lo llevaron.

-¿Los niños como tú?.

El muchacho se retorció las manos y movió nervioso los pies. Namae sonrió dulcemente y reconfortó al chico. Se fijó en su pelo rizado y sus facciones sueves e inocentes.

-Yo no creo que parezcas una niña. Además crecerás y dejarás de parecerte a tú hermana.

Adiam sonrió contento y se acercó a la mesa.

-¿Quieres que te cuente un secreto?.

-Claro.

Namae también se acercó a él despacio. Primero Adiam miró al aire y afirmó con la cabeza como para decir que él también podía escucharlo y luego susurró en voz baja.

-Nadie me creyó. Dicen que eso no puede ser cierto, que soy un mentiroso. Pero yo vi lo que le ocurrió a Damián. Y También quien se llevó a mi hermana. Fue una luz blanca resplandeciente. -Namae guardó silencio- ¿Tú me crees?.

La muchacha afirmó con la cabeza y le susurró que ya era tarde para él. Le tendió una mano y le acompañó hasta la que sería su habitación. Adiam no protestó, se dejo guiar tranquilo y una vez en la cama se durmió como si ya fuera de noche.

-¿Así que ahora debemos atribuir una causa física a los delirios de Razel? - preguntó la voz cuando Namare regresó al comedor.
-Eso parece... Así que no tenemos nada... Una luz blanca que hace que la gente muera y que se lleva consigo a los niños... ¿Por qué?

-¿Coleccionismo?.
Namae miró al aire y negó con la cabeza esbozando una pequeña sonrisa.

-Ayúdame ¿Quieres?. Vamos a ver... Esta claro que realmente lo único que le interesan son los niños ¿No? Hasta ahora sólo se a enfrentado a la familia de Adiam y el colegio.

-¿Cuántos han desaparecido?

-No lo sé y Tirael tampoco. Dice que no hay mucha gente de aquí que sepa contar... También podríamos preguntar a la profesora, pero al parecer ella no estaba en ese momento. Se fue del pueblo poco después, por miedo a las represalias. La conclusión es que aún no tenemos nada.

Namae se recostó en una butaca y cerro los ojos con actitud distante mientras acariciaba la pluma que tenía en el pecho.

-Tirael siempre se ha preocupado mucho de esta pluma. Supongo que debe ser algo muy preciado para la alquimia... - Esbozó una sonrisa como tantas otras veces- Jamás se la daría - luego suspiró- Sólo un ángel puede herir a otro ángel ¿No te sientes mal al hacerlo?

-Después de lo que ellos me hicieron a mi, en absoluto. - Esta vez, su tono denotaba una tristeza amarga - Además, yo no obro injustamente.
Namae no contestó. Sólo acarició el aire y luego la pluma.

-Lo siento - dijo mirándola.

-No es culpa tuya.

La chica se levantó y se dirigió hacia una de las velas que aún continuaban en la mesa. Estaba apunto de apagarse y su llama osciló siniestra cuando ella la levantó un poco por encima suya. Entonces sonrió de nuevo. La sombra de la vela dibujaba en el aire un lienzo de color verde, dos ojos que a su vez también le sonreían.

-Siempre les odiarás por ello.

-Siempre les odiaré por alejarme de ti.



V

Ella dormía inquieta en la cama del ángel. Tirael aún no había vuelto y el niño estaba acostado donde se suponía que dormiría ella. Debía aprovecharse ahora, tal y como había sugerido cuando su pluma se negó a colarse en la habitación, porque cuando él regresará tendría que dormir en una butaca. Pero la cama era incómoda, no había conseguido cerrar bien la ventana y toda la casa crujía.

Así acabó levantándose entre malhumorada y somnolienta. Se acercó a la ventana y forcejeó con ella sonoramente, sin éxito. Intentando alejar de ella la intranquilidad de sus sueños, sin éxito. Finalmente la ventana se abrió y entró una ráfaga de aire que esparció todos los papeles por el suelo. Después de suspirar, escuchó ruidos en el salón y fue hasta allí.

Adiam estaba parado en medio de la habitación, sollozando. Namae cogió una manta cercana y se la puso sobre los hombros, intentando tranquilizarle.

-La luz blanca pudo diferenciarnos - Dijo con trabajo- de los dos se la llevó a ella... Yo siempre me enfadaba con Rina, porque siempre me confundían con una niña por su culpa y ella se metía conmigo por ello. Pero la luz blanca pudo diferenciarnos. Se la llevó a ella y no a mi... pero debía haberla protegido, debía haberlo hecho...

-Sé que lo intentaste... - dijo al poco. Después apretó un poco al muchacho, cayendo en la cuenta de algo- Y ahora seguro que puedes hacer algo más por ella, algo que nos ayudará a encontrarla, Adiam... ¿Cuántos niños había en el colegio, aparte de tú hermana y el chico del bar?

La miró sin comprender, pero aún así respondió sincero.

-Éramos pocos, no hay muchos niños en el colegio. Por eso estábamos contentos de que fuera a venir una extranjera, una hija de mercaderes que solían pasar por aquí. Dijeron que vendrían a quedarse. Pero no llegaron.

-Pero ¿Cuántos, Adiam? - Dijo subiendo el tono ligeramente.

-Cinco.

-¿Cuántas niñas?

-¿En el colegio?.

-Sólo dos.

Un papel amarillento y arrugado estaba suspendido en el aire junto a ellos.

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Atravesó el pueblo a toda prisa, levantando nieve, haciendo que los vecinos ignoraran la tormenta que comenzaba y se asomaran a la ventana. Cruzó las casas, pasó las afueras y se internó en el bosque.

La nieve caía ya en silencio, las hojas bajas de los árboles y el suelo estaban cubiertos por el manto blanco. Ella con su capa negra y su respiración agitada rompía la calma.

También intentó atravesar el bosque en un intento desesperado por lograr su objetivo, pero se detuvo casi sin aliento en un claro. Una desoladora sensación de amargura le hizo detenerse, sabía que debía pararse allí. La daga palpitaba en su pierna avisándola de que debía seguir aquella corazonada. Pero en aquel claro no había nadie, sólo un cuervo blanco que voló en cuanto llegó al lugar.

Retomó la marcha cuando escuchó un grito procedente de entre los árboles y avanzó hasta el siguiente claro. La sensación de que alguien le estaba observando se sumó al desasosiego de ver manchas de sangre en el suelo. Pero corrió de nuevo, corrió hasta que vio a una niña perderse entre los arbustos. Corrió hasta que dio con ella, con una niña morena igual que Adiam y con su acompañante.

Este tiraba de la mano de la muchacha con fuerza y esta forcejeaba con toda la habilidad de la que era capaz, en vano. Arrastraba a la niña frenéticamente, mientras sus alas blancas, su manto blanco y su pelo rubio ondeaban junto a los de la niña.

Se detuvo en el tercer claro, a unos pasos por delante de Namae. Esta llevaba desenfundada la daga pero no avanzó.

-¿Piensas atacarme, pequeña? - Dijo el viejo ángel apoyándose en su cayado.

-¿Por qué...?

-¿Piensas atacarme, pequeña? - Repitió con sorna- ¿Cómo? Ni siquiera puedes avanzar más. El dolor de todos aquellos a los que has destruido y encerrado en la daga te consume el corazón. Ahora comprendo porque la daga te eligió a ti, a ti una humana asquerosa entre todos los ángeles, te eligió a ti porque a ti podía destruirte, con más fuerza que con la que tu podías destruirnos a nosotros. ¿Cómo, pequeña?.

-No está sola, nunca, Tirael.

-¡¡No pronuncies mi nombre de ángel!! - Exclamó fuera de sí cuando la nieve caía de nuevo, lanzando a la niña al suelo que gimió angustiada- No quiero escuchar ese nombre de unos labios como los tuyos, de los que besaron a una humana. De un traidor como tú que la ayuda a destruirnos, que reniega de su sangre pura. ¿Acaso el castigo que te impusimos no fue suficiente?

Sin previo aviso Namae saltó hacia él por la espalda, daga en mano y con la capacidad y decisión de atravesarlo. Pero Tirael se dio la vuelta en el momento justo para atraparla por el cuello como si Namae no fuese nada.

-Yo te crié, pequeña. Sé como te mueves porque yo te crié. Y aún así me atacas por la espalda. Eres pequeña, eres inferior, cobarde y asquerosa. Pretendes enfrentarte a mí aún sabiendo que soy muy superior.

-Por un conjuro de alquimia estúpido, por eso me criaste, por eso quisiste a una niña humana a tu lado. Siempre tras ese conjuro que no funcionará. Por él quieres matar a las niñas, por él has matado a sus familias y por él morirás tú.

-Te equivocas - contestó con una serenidad intranquila - Fue por un ángel puro. Para crear al ángel perfecto. Porque después de todo incluso nosotros tenemos nuestras pegas, por ejemplo, sentimos, aunque nos neguemos a admitirlo. Sentimos este odio por tu especie que nos corroe las entrañas. - Con la otra mano alcanzó la pluma y se la arrancó del cuello con violencia - Pero no volveré a sufrir por ello porque ya tengo todo lo necesario, podría haberlo hecho antes de no ser por aquel niño estúpido y por aquel, Razel, que falló en su misión - apretó un poco más su garra- Pero no importa porque ya tengo a tres niñas que me darán su sangre inocente, tengo las muertes de sus familias que me darán uno de los sentimientos más fuertes - Miró la pluma negra con desprecio - Y tengo el otro sentimiento que me ayudará a anular toda pizca de emoción. ¿No te parece magnifico?

-No. Me parece repugnante e inútil. Nunca podrás ser puro, porque siempre estarás cegado por pretender serlo.

Tirael apretó un poco más a Namae y una espada rasgó el aire, rompiendo la cuerda de cuero que sujetaba la pluma. Esto logró que el ángel acabará tirando a Namae al suelo pero Tirael aprovechó el momento en el que ella tosía para coger a la niña. No se detuvo más tiempo, Namae saltó de nuevo hacia el ángel, pero atravesó el aire. La pluma ya no brillaba.
La sangre de la niña no tardó en caer al suelo. Manó de su brazo y corrió por su muñeca.

-Todo lo que hagas a partir de ahora será inútil - anunció con una sonrisa. Levantó una piedra afilada y apuntó a la cría.

-No todo.

Namae saltó por última vez y esta vez la daga tocó su corazón.

-Nunca la dejaré sola.

Tirael se separó de ella, tambaleándose. A Namae jamás le había parecido tan viejo.

Cayó de rodillas al suelo, con una expresión de sorpresa en sus ojos. Estos se apagaron cuando su piel se convirtió en polvo y desapareció sobre la daga.

Namae no tardó en correr hacia la niña, rasgó de su propia capa negra un trozo de tela que utilizó para cubrirle la herida.

Luego se acarició el cuello y miró la daga con actitud distante. Sólo había tardado unos segundos en hacer desaparecer al ser que durante un tiempo la crió como un padre. Un ser que por interés le había dado cobijo cuando nadie más quiso hacerlo. Pero también a un ser que le separó de lo único que hacía que no se sintiese sola.

-¿Y los otros chicos? - preguntó Namae.

Ella se limitó a señalar tras su espalda.
En el borde del claro se encontraban cinco mujeres apuntándoles con unos cuchillos finos. Su piel estaba teñida de dibujos oscuros y sus ojos tenían una fiereza salvaje.

La niña se soltó de Namae sin que esta pudiese evitarlo y corrió hasta ellas, anhelante. Las brujas la recibieron afectuosamente y bajaron las armas. Luego, sin más se dieron la vuelta agarrando la mano de la niña.

-Supongo que no habrían podrido sobrevivir sin ellas - Dijo Namae sentada en la nieve, mientras las veía partir- Creo que Adiam no tardará demasiado en unirse a ellas. Si no hubiese recordado a aquel niño de la taberna, no me habría dado cuenta de que Tirael quería lograr por fin el objetivo que siempre le obsesionó y que para ello sólo necesitaba a tres niñas que se parecieran a mi.

El colgante con la pluma negra se posó de nuevo en su cuello. Ella acarició la pluma negra, cerró los ojos y sonrió.

-¿Dónde tenemos que ir ahora?.

-Donde quieras. Yo te acompañaré, siempre. Pero por favor que sea un sitio sin ángeles.

Namae se rió. Aquello era imposible.

-¿Sabes, Oz? Si me hubieras dejado yo habría podido con él.

La risa siniestra recorrió el bosque.

-Claro.





 

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2024-09-28

 

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