La colección - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Cuando llegaron a la casa Rachel la estudió intentando ser objetiva. Incluso a bajo precio costaría venderla. Situada en medio de ninguna parte y en un estado de conservación lamentable, necesitaba tantas reformas que difícilmente encontrarían comprador. Aquella casa nunca le había gustado, rodeada por un bosque tan silencioso y lúgubre que hasta los animales parecían evitar, a Rachel la perspectiva de alojarse allí, aunque solo fuera durante unos días, no le agradaba en absoluto.

Si has cambiado de idea puedo llevarte a la estación de tren se ofreció Bruce adivinando sus pensamientos.

Ella se opuso, tajante.

Ni hablar. Quiero ayudarte con las cosas de tu madre.

Bruce esbozó una sonrisa triste.

 

Gracias. Solo serán un par de noches. Tres como mucho, te lo prometo.

Ella también sonrió, intentando animarle. No podría haberse casado con nadie mejor, siempre tan considerado. Acababa de enterrar a su madre, se supone que debería ser él quien necesitaba atenciones y sin embargo seguía pendiente de cada pequeño detalle que pudiera hacerla feliz.

Cogió a Marlon y se dispuso a entrar. Temía que se escapara y no pensaba soltarlo hasta asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada. Marlon era un gato urbanita que no conocía otra cosa que la seguridad de su cálido y confortable apartamento, si se perdía en medio del bosque no sabría regresar a casa. Lo primero que hizo fue acomodar sus cosas en un rincón mientras Bruce subía el equipaje al dormitorio. Estaba terminando cuando el gato atravesó corriendo el pasillo. Gruñía y llevaba el pelaje del lomo completamente erizado. Lo tomó en brazos y él se dejó acariciar pero a medida que se aproximaban a la sala comenzó a retorcerse intentando huir de nuevo. Rachel lo retuvo y él respondió bufando a la vitrina que contenía la colección de muñecas de su difunta suegra.

Tampoco a ti te gustan.

¿Con quién hablas? preguntó Bruce bajando las escaleras.

Con Marlon. Debo estar volviéndome loca.

No te preocupes, cielo. Hace tiempo sé que te falta un tornillo pero te quiero de todas formas bromeó ¿Admirando las muñecas de mi madre? Son preciosas ¿verdad?

No sé. Yo las encuentro un poco
inquietantes. Aunque hay gente a la que le gustan este tipo de cosas, creo que cuando lleguemos a casa buscaré un comprador a través de Internet.

¡No puedes hacer eso! protestó Bruce casi todo lo que hay en esta casa terminará en la beneficencia o en la basura pero no voy a desprenderme de las muñecas. Mi madre las adoraba y sabes que te quería como a una hija. A ella le hubiera gustado que tú cuidaras de ellas.

La expresión le resultó extraña pero no quería discutir por una tontería así que aceptó, aunque sin mucho entusiasmo.

Está bien. Nos las quedaremos si quieres.

El resto del día transcurrió con tranquilidad, Bruce enterrado en una montaña de papeles viejos, buscando la escritura de la propiedad y separando los documentos inservibles de aquellos que podían ser de utilidad y Rachel haciendo lo propio con las ropas y otras pertenencias de su suegra.

Le costó conciliar el sueño y despertó a media noche añorando la familiaridad de su cama. En la ciudad podía dormir a pesar del ruido del tráfico pero le costaba hacerlo en medio de aquel sepulcral silencio, roto solamente por el ocasional crujir de la madera antigua o el rechinar de las tuberías viejas. A su lado Bruce dormía como un bebé. Todavía faltaban muchas horas para el amanecer y saliendo con cuidado de la cama bajó las escaleras casi a tientas, preguntándose porqué su suegra nunca se habría animado a realizar reformas en la casa e instalar un baño en el piso superior.

 

En la planta baja un reloj de pared marcaba el compás con su ruidoso tictac. El sonido le recordó al latido de un corazón, como si la casa entera fuese un organismo vivo y al acecho; uno hostil, en el cual ella era un intrusa. Reprimió un escalofrío y se dirigió a la cocina para servirse un vaso de agua intentado burlarse de sus propios pensamientos pero no había terminado de bebérselo cuando algo le heló la sangre. Apenas era un susurro, resultaba prácticamente inapreciable, pero por la casa se extendía el inconfundible sonido de un llanto infantil.

Asustada, caminó despacio buscando su origen hasta llegar al aparador de muñecas. Bañadas por la luz de luna le gustaban menos todavía, con sus enormes ojos de cristal fijos en ella como si estuvieran mirándola directamente, casi parecía que desearan decirle algo. En ese instante un cuerpo alargado y suave se arrastró sinuosamente a sus pies. Rachel dejó escapar un grito ahogado y soltó el vaso de agua, que cayó sobre la alfombra derramando todo su contenido. Marlon maulló, molesto por el inesperado baño, y se escabulló hacia un rincón, donde se quedó mirándola con sus felinos e inteligentes ojos brillando en la oscuridad, tal como un momento antes lo habían hecho los de las muñecas. Rachel corrió escaleras arriba para refugiarse en la cama junto a Bruce, que seguía profundamente dormido. Junto a él se sentía segura pero lo cierto es que, aunque intentó no darle importancia a lo sucedido, no volvió a pegar ojo en lo que quedaba de noche.

Al día siguiente se ocupó de ordenar y clasificar las cosas de la planta inferior, vajillas y demás enseres domésticos. Trabajó deprisa, sin prestar mucha atención a lo que hacía y deseando terminar lo antes posible para largarse de allí de una vez. Durante todo el rato Marlon jugueteaba a su alrededor, a media tarde el gato llamó su atención. Volvía a merodear cerca del aparador, trazando un perímetro a su alrededor, tenso y a la defensiva como si deseara acercarse pero a la vez no se atreviese a hacerlo. Al fijarse, Rachel vio que su pelota se había colado bajo el mueble pero por alguna razón al animal le asustaba ir a buscarla. Se agachó para recogerla y al hacerlo encontró algo escondido bajo el mueble. Palpó con cuidado, era rectangular y estaba fijado a la madera con cinta adhesiva, quedaba totalmente oculto a la vista pero la cinta se había desprendido de uno de los lados y el objeto pendía a pocos centímetros del suelo.

El corazón empezó a latirle con fuerza, anticipando que estaba a punto de descubrir un oscuro secreto. Casi había logrado desprender la cinta cuando ocurrió. Esta vez no pudo culpar a su imaginación, los llantos volvieron a oírse y junto a ellos una palabra que sonó bajito pero perfectamente inteligible.

¡Ayúdanos!

Con los ojos desorbitados de puro terror Rachel dio un respingo y cayó hacia atrás. Se incorporó como pudo y se alejó del mueble gateando de espaldas a cuatro patas, poniendo la máxima distancia entre ella y las siniestras muñecas.

 

Estaba sola en la habitación.

Por si había alguna duda la palabra sonó de nuevo, tan nítida como la primera vez.

¡Ayúdanos! ¡Por favor!

Salió de la casa corriendo, fuera de sí, y se topó con Bruce que fumaba un cigarrillo en el descuidado jardín.

¿Qué te pasa? preguntó al verla tan alterada, rodeándola de modo protector con sus brazos.

Son
las muñecas consiguió farfullar.

Él no la soltó, pero frunció un poco el ceño.

Ya hemos hablado de eso, cielo. Ya sabes porqué son tan importantes para mí.

¡No las quiero! Hay algo malo en ellas ¡He oído su voz!

Bruce la miró preocupado.

¿Me estás diciendo que te han hablado? ¿Cómo si estuvieran
vivas?

Sí confesó avergonzada sé que es extraño pero es exactamente así
como si estuvieran vivas.

¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Es por culpa de la casa, reconozco que puede ser un poco tenebrosa. Esta noche iremos al pueblo y buscaremos un hotel. Mañana regresarás a la ciudad, falta poco para terminar y puedo hacerlo solo.

No me crees le recriminó.

Cariño, estás imaginando cosas, a veces el poder de la sugestión

¡No! Tienes que creerme. Véndelas, o tíralas, pero no las quiero.

¡No puedo deshacerme de esas muñecas, Rachel! Son un recuerdo de mi hermana.

Su actitud ya no era tranquilizadora ni comprensiva y Rachel se dio cuenta de que no pensaba ceder. Cuando se trataba de su hermana, Bruce no era razonable, había muerto cuando eran niños y él la idealizaba. Pensaba insistir pero decidió dejarlo para más tarde cuando reparó que al salir corriendo la puerta había quedado abierta y Marlon se alejaba rápidamente, corriendo campo a través.

¡Marlon! gritó sin que el animal le hiciera caso. Bruce aún la tenía sujeta por los brazos y ella forcejeó para librarse se perderá, tengo que ir a buscarlo.

Sin esperar una respuesta echó a correr tras el gato. Se alejó un buen trecho, dejando que el aire fresco del otoño y la distancia con aquella horrible casa la reconfortaran un poco. Unos cientos de metros más allá escuchó el canto de los pájaros y a un par de kilómetros el frondoso bosque dio paso a campos de cultivo. Al cabo de un rato encontró a una mujer en un huerto de calabazas, elegía las más hermosas y las cargaba en el maletero de su coche para llevárselas a casa, Marlon estaba cómodamente instalado sobre una de las más grandes.

Buenas tardes saludó a la mujer ha encontrado usted a mi gato.

Me pareció que no era de por aquí y pensaba llamar al número del collar al llegar a casa ¿Es una bonita estampa, verdad? Lástima no tener una cámara, le habría hecho una foto comentó señalando al gato negro sentado sobre la enorme calabaza a mis nietos les habría encantado pero de todas formas esta noche estarán muy ocupados. Todo sobre toldos

Esta noche es Halloween exclamó Rachel cayendo de repente en la cuenta se me había olvidado
y no he comprado ningún dulce para los niños.

Entonces debería darse prisa le sugirió con una sonrisa salvo que mañana desee encontrar su casa cubierta de papel higiénico. No la había visto nunca ¿vive usted en el pueblo?

No, mi marido y yo solo nos quedaremos unos días. Mi suegra acaba de fallecer.

Lo siento mucho. Debe ser usted la nuera de Martha Banks. En ese caso no tiene que preocuparse por los dulces, su casa está demasiado alejada para que los chicos se acerquen a molestar.

 

No sonó falso y parecía sinceramente apenada, sin embargo, Rachel no comprendió su última afirmación.

Me gustan los niños y también repartir dulces en Halloween ¿por qué iban a molestar?

Bueno, lo digo por todas esas habladurías que recorren el pueblo. Ya sabe como son los críos, disfrutan inventando historias de miedo sin pensar en el dolor que pueden causar ¡Como si Martha y las niñas no hubieran sufrido bastante!

¿Niñas? ¿Qué niñas? preguntó desconcertada.

Entonces, quien pareció desconcertada fue la mujer.

Las que ella adoptaba, claro.

¿Qué?

Tardó un segundo en responder, visiblemente incómoda.

Disculpe, no es asunto mío. Estos son temas muy delicados, no pretendía molestarla.

En absoluto. Siga, por favor suplicó Rachel.

Debe comprender que para mí es muy embarazoso. No son cosas agradables.

Por favorinsistió debo saberlo pero siendo de la familia nadie querrá contármelas. Ni siquiera mi esposo quiere hablar de ello.

Bueno comenzó la mujer bastante reacia la gente comenta cosas. Todas esas niñas, tan parecidas a Eleanor, y todas muertas. Ya sabe, resulta extraño.

¿Eleanor?

El rostro de la mujer se entristeció.

Toda la familia adoraba a esa niña, su muerte fue una tragedia que Martha nunca superó. Tiempo después adoptó a otra niña, una muchacha preciosa, muy parecida a la pequeña Eleanor, pero sufrió un accidente y se ahogó en un pozo cercano.

¡Qué horror!

Después hubo otras pero ninguna vivió mucho tiempo. Una fue arrollada por un tren, la siguiente se precipitó por una ventana
Una desgracia tras otra. La verdad, no me extraña que su esposo no quiera hablar de ello, ustedes son una pareja joven y bonita, deberían pasar página y pensar en cosas más felices.

Se despidió de la mujer y volvió a casa dispuesta a llegar al fondo del asunto. Se arrodilló junto a la vitrina y dando un fuerte tirón extrajo el objeto oculto. Era un libro antiguo, encuadernado en piel. Las páginas estaban amarillentas y su tacto era quebradizo, como si corrieran el peligro de convertirse en polvo al más mínimo roce. Al primer vistazo descubrió que no era un libro cualquiera, o la típica guía de espiritismo a la que personas solitarias y desesperadas podían acudir en un momento de debilidad, buscando algo de consuelo tras perder a un ser querido. Lo que tenía en sus manos era magia negra y se preguntó horrorizada como un libro así podía pertenecer a la madre de Bruce, una ancianita menuda y de aspecto inofensivo, que aunque introvertida parecía una persona completamente normal.

A medida que leía sus ambiguas sospechas comenzaron a tomar forma y cuando Bruce irrumpió en la sala no supo si compadecerle o sentirse decepcionada.

Te estaba buscando para irnos al pueblo, pronto anochecerá.

Era tan dulce y amable que costaba imaginar que llevase a cuestas una infancia tan traumática.

¿Por qué nunca me hablaste de las otras niñas, Bruce?

¿Qué otras niñas?

Las que tu madre adoptó para sustituir a Eleanor.

Bruce se puso a la defensiva.

¿Con quién has estado hablando, Rachel? ¿Con alguna de esas brujas del pueblo que inventan cosas sobre mi familia? ¡Mejor harían volviendo a sus aquelarres sin meterse en asuntos ajenos! No tienen la menor idea de lo que mi madre sufrió. Ella adoraba a Eleanor

 

De un modo enfermizo matizó Rachel.

Quizá acepto él ¿Pero sabes lo difícil que es renunciar a algo perfecto cuando por fin lo has conseguido? La buscaba en otras niñas pero nadie que hubiera conocido a mi hermana podría culparla.

¡La estás defendiendo! exclamó incrédula.

Solo quería cuidar de ellas intentó explicar Bruce.

¿Cuidarlas? ¿Sabes lo que hizo a esas niñas? preguntó señalando a las muñecas.

Ellas mismas lo provocaban replicó nervioso, incómodo, pero sin dejar de justificar a su madre porque no eran obedientes y educadas como mi hermana, venían de orfanatos y habían sido criadas como salvajes, eran indisciplinadas y la hacían enfadar. Además con el tiempo crecían y dejaban de parecerse a Eleanor.

Hasta entonces, a pesar de la evidencia, Rachel se había negado a creer que Bruce conociese los detalles, pero escuchar la confesión de sus propios labios la desarmó por completo. Rompió a llorar y negó con la cabeza.

Alguien debió hacer algo por detenerla. Todas esas niñas muertas

Pero es que no están muertas corrigió Bruce.

Cierto, no están muertas ¡Es aún peor! Es
se interrumpió buscando una palabra capaz de transmitir al menos una mínima parte del horror que sentía ¡una aberración! Si no las quería

Pero él la interrumpió, enfadado.

¿Es que tú tampoco entiendes nada? No lo hizo porqué no las quisiera, al contrario. ¡Deseaba protegerlas! ¡Por eso están en una vitrina!

¡Calla! gritó Rachel llevándose las manos a la cabeza, incapaz de soportar una palabra más.

Él la miró enternecido, sus ojos también estaban humedecidos por las lágrimas.

Lo siento se disculpó abatido.

Dio un paso hacia ella, intentando acercarse para consolarla, pero algo se había roto entre ellos y ahora aborrecía la idea del contacto físico.

No, por favor le pidió logrando que él se detuviera a pocos pasos.

No deberías haberte enterado nunca. Te amo y sabes que intenté ahorrarte el disgusto.

Rachel abrió la vitrina y tomó una muñeca en sus manos, compadeciéndose de la suerte de la pobre niñita atrapada en su interior. Compartir el secreto le hacía sentirse sucia y mezquina. No podría vivir con algo así en su conciencia el resto de su vida, tenía que hacer algo, aunque no se le ocurría el qué. En ese momento un fulgor rojizo se reflejó en los ojos vidriosos de la muñeca y tuvo una idea desesperada. Su vista se dirigió hacia la chimenea encendida.

¡No! chilló Bruce al adivinar lo que planeaba.

Intentó detenerla pero ya era demasiado tarde. Rachel tiró la muñeca al fuego, seguida por todas las demás. Lo que vino después nunca podría olvidarlo. Bruce se quedó inmóvil a su lado, contemplando el espectáculo con un rictus de espanto en el rostro. Las muñecas comenzaron a arder y por la sala se extendió el desagradable olor a pelo quemado. Las llamas consumían los recargados vestidos de volantes y las partes combustibles se deformaban adquiriendo formas grotescas mientras unos gritos aterradores llenaron toda la casa, como si las niñas realmente se estuvieran quemando vivas.

Cuando todo terminó, Bruce le dirigió una mirada endurecida.

No has debido hacer eso dijo.

Notó un pinchazo y sintió que sus músculos no le respondían. Bruce la sujetó antes de caer al suelo, sus brazos eran recios, firmes y la abrazaban con ternura. Antes de perder el conocimiento él acercó los labios a su oído.

Yo también prometí quererte y cuidarte
hasta que la muerte nos separe.


***

Cuando recuperó la consciencia reconoció su dormitorio. La estancia en penumbra estaba débilmente iluminada por la luz de las velas, Bruce había preparado una de sus veladas románticas y no pudo adivinar si trataba de reconquistarla o simplemente todo había sido un mal sueño. Supo que la respuesta correcta no era ninguna de las dos cuando vio dos figuras sobre la cama.

De modo que así pretendía castigarla, obligándola a contemplar como seducía a otras mujeres. Seguía drogada, no podía hablar ni moverse pero aquello le pareció asquerosamente sórdido ¿Qué clase de mujer accedería a mantener relaciones con ella delante?

Al amanecer la chica se levantó y comenzó a vestirse, tenía el pelo negro y liso, como ella. Al tropezar con Marlon casi cae al suelo.

¿El gato siempre ronda por aquí?

Siemprecontestó Bruce. Pasa el día bajo esa vitrina.

Algo llamó la atención de la chica, que se acercó mucho a Rachel. Para ella fue como mirarse en un espejo.

¡Dios mío! Esta muñeca es exactamente igual que yo ¿Hace mucho que la tienes?

No, no mucho. Pero es lo más valioso que poseo Bruce se acercó y le rodeó cariñosamente la cintura, la chica sonrió, tan rendida a sus encantos como tiempo atrás lo había estado la propia Rachel así nunca me separaré de mi verdadero amor.

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Cuando llegaron a la casa Rachel la estudió intentando ser objetiva. Incluso a bajo precio costaría venderla. Situada en medio de ninguna parte y en un estad

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2024-12-17

 

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