PARTE 1
Anochecía enLondres.
En un barrio de lasafueras, un niño observaba algo, escondido en unos matorrales. De pronto,retrocedió. Fuera lo que fuera lo que estuviera vigilando, no quería que lodescubriera. Esperó unos segundos y volvió a asomar la cabeza entre las hojas.
Una niña jugaba con unosmuñecos en el jardín de su casa. Tenía el pelo castaño rojizo y los ojos verdescomo esmeraldas. Como no veía muy bien, el espía del arbusto se acercó un poco.Pudo ver como la niña jugaba con unos animales de plástico que se movían solos,sin que ella los tocara. Pero no parecía asustada ante este hecho, alcontrario: lo hacía como si fuese lo más normal del mundo.
El niño sonrió. Losospechaba desde hacía tiempo, y esto confirmaba sus dudas: Lily Evans, suvecina, era una bruja. Pero ella no lo sabía. Sus padres eran muggles, personassin poderes mágicos, y probablemente nunca habían visto a su hija hacer magia."Malditos muggles." Pensó el niño. "No comprenden la magia, nola aprecian, ni siquiera la reconocen cuando la ven, se limitan a rechazarlacomo si fuera invisible, y por su culpa nosotros tenemos que escondernos."
Gruñó levemente,apoyando lo que expresaban sus pensamientos.
El muchacho tendría unosdiez u once años. El pelo negro y grasiento le caía sobre la cara como doscortinas lacias, medio tapando unos ojos también negros, como su carácter. Era muy pálido, y en su cara destacaba una nariz ganchuda como el pico deun ave. Iba vestido con ropas largas y muy remendadas, puesto que sus padres eranmuy pobres. Él se preguntaba por qué no hacían algo para cambiar su situación,ya que ambos eran magos. Pero nunca se atrevía a decir nada, porque podíallevarse un buen castigo (la varita de su madre era experta en ellos).
Volvió a mirar a Lily,admirando cómo conseguía mover los muñecos sin ningún esfuerzo. Sería una buenamaga, se dijo.
El sol se ocultó traslas montañas. El chico se levantó y corrió a su casa. Vivía apenas a dosmanzanas de allí, pero ya era muy tarde y su madre se enfadaría.
En efecto. Nada másatravesar la puerta, una voz chillona y desagradable gritó:
-¡Severus Snape! ¿Dondedemonios estabas?-debía estar muy enfadada, pues había llamado al chico por sunombre completo.
-Lo...lo siento-murmuró,cabizbajo.
Una mujer muy parecida aSeverus apareció en una esquina con los brazos en jarras.
-¿Lo sientes? ¡Claro, elseñorito puede desaparecer cuando quiera sin dar explicaciones, luego basta condecir "lo siento" ¡Ja! ¿Se puede saber donde estabas?
-Yo... estaba dando unpaseo por ahí-nunca admitiría que había estado espiando a la hija de muggles,Lily.
-¡Vale, pues se acabaronlos paseítos! Una semana sin salir de casa.-y viendo que Severus iba aprotestar, agregó- ¡Y esta noche no cenas!
Para remarcar suspalabras, sacó su varita y murmuró algo que sonó como "Diffindo". Unchorro de luz verde salió de la varita y le hizo un corte en la cara a su hijo.
Severus subió lasescaleras rápidamente y cerró de un golpe la puerta de su habitación. Se tirósobre su cama y allí se quedó, mirando al techo.
Un rato después, oyó asu padre llegar a casa del trabajo. Trabajaba en el ministerio de Magia, en elDepartamento de Objetos Peligrosos. Era un trabajo muy arriesgado por el queapenas le pagaban, y Severus estaba harto de oírlo llegar a casa y quejarse porello, poniendo a parir a todo el mundo.
Ese día, como todos losdemás, su padre dedicó la cena a insultar a un brujo que había trucado unavarita para que los hechizos se volvieran contra la gente que la sostenía.Parecía muy enfadado. Severus se alegró de no estar allí, pues probablemente sehubiera ganado un buen sopapo por lo que había hecho esa tarde. Pegarle pornimiedades como esa era muy común en él cuando volvía del trabajo.
Esa noche, como muchasotras, el chico se preguntó por qué no se había escapado de esa casa a estasalturas. Pero ignoró esos pensamientos, apagó la luz y se sumió en un sueñoinquieto.
Una semanadespués, Severus estaba decidido. Hablaría con Lily Evans, le contaría que erauna bruja y respondería a sus preguntas. Salió de casa después de comer,avisando de que "iba a dar una vuelta".
Por el camino, ibapensando cómo lo haría. ¿Llamaría a su puerta y se lo diría allí mismo? ¿Lallevaría a un lugar más apartado? ¿Y si no estaba? ¿Y si se había ido de viaje derepente? ¿Y si...?
Las manos le sudabancuando la casa de los Evans se alzó ante él. Estaba a punto de llamar al timbrecuando una voz dijo:
-¡Hola! ¿Buscas aalguien?
Severus se dio lavuelta, sobresaltado. Lily Evans lo miraba desde el jardín, con una sonrisainocente en su bonito rostro.
-Eh...no. Esto, si.Esto...- dijo el chico, azorado.
-¿Y a quien no/si/estobuscas?-bromeó ella.
-Pues...-inspiró hondo ydijo-quiero hablar contigo.
-Vale.
Severus la miró,incómodo.
-Oye... ¿que tal si vienesconmigo al parque de la esquina?
-¡Claro, vamos!
Caminaron en silenciobajo el sol de julio. Hacía mucho calor, así que el parque estaba desierto. Sesentaron en los columpios, uno frente a otro.
-Tu eres el hijo de losSnape, ¿verdad?-preguntó la niña.
-Severus- se presentó.
-Encantada. SoyLily.-sonrió- ¿Y bien? ¿Qué querías decirme?
-Pues...-no sabía comocontinuar-Resulta que...
-¿Si?-lo animó ella.
-Resulta que eres unabruja-soltó de un tirón.
Lily lo miró, incrédula.Estuvo un rato así, sin moverse, sin decir nada. De repente, gritó:
-¿Te parece bonito?¡Llamarme bruja! ¡A mi! ¡Eso no se dice! ¡No puedesir gastando esas bromas a la gente por ahí! No me gustanlas brujas. Son malas, y yo no soy mala, no deberías decirme eso.
Severus se sorprendió.No esperaba esta reacción.
-¡No! ¡Te equivocas, notodas las brujas son malas, las hay buenas, y también hay brujos, que estudianen Hogwarts, igual que tú y yo, es decir, que pronto nosotros tambiénestudiaremos en Hogw...!-el pobre no sabía que decir.
-¡Ya basta! ¡Eresun mentiroso! ¡No quiero seguir hablando contigo!-y dicho esto, se levantó y semarchó a su casa, con la cara roja.
-¡Lily!-gimióSeverus.
Quiso perseguirla,explicarle, pedirle perdón, pero estaba clavado en el suelo. Literalmente. Laniña lo había fijado al columpio con magia de forma inconsciente. Paracuando consiguió liberarse, Lily ya había desaparecido en el interior desu casa.
Lily volvía a estar sentada en el parque, pero esta vez estabasola.
De pronto, oyó la voz deSeverus. Se giró, pero no vio a nadie. Buscó entre los matorrales, tras eltobogán, miró hasta en el último rincón del parque. Estaba completamente sola.Pero ella oía como él la llamaba, como susurraba sin cesar:
Eres una bruja...
Bruja...
Lily, acéptalo, eres unabruja...
La niña intentaba huir, pero la voz la rodeaba, por mucho quecorriera o se escondiera. Y seguía susurrando su nombre. Lily... eres una bruja... Lily... Lily...
-¡Lily! ¡Hey, Lily!
Lily se despertó, sobresaltada. Fuera, asomado en la ventana de suhabitación, Severus la llamaba con insistencia. Miró el reloj: las dos de lamadrugada. Con un suspiro resignado, se levantó de la cama, abrió la ventana ydejó pasar a su irritante vecino.
-¿Se puede saber que demonios pretendes viniendo aquí a estashoras?
-Yo...quería pedirte perdón.
-Ah, ¿ahora me pides perdón? ¡Eres un imbécil, SeverusSnape!-gritó agitando los brazos en el aire.
-Shh. ¿Quieres despertar a todo el mundo? Mira, yo se que lo que te dije puede resultar... raro, pero piénsalo.-al ver que Lily iba agritar otra vez, agregó- Tan solo dime una cosa. ¿Alguna vez has hecho algoextraño? Algo que no puedas explicar a los demás, como hacer volar algo, movercosas sin tocarlas, hacer florecer una flor marchita...
Lily lo pensó un rato. Recordó como un día había hechorevivir una flor muerta de su jardín. A su hermana Petunia no le habíahecho gracia, pero ella lo había encontrado muy divertido.
-Bueno...-no quería darle la razón, pero por desgracia la tenía.-alo mejor una vez...
-Con tu hermana, en el jardín, ¿Verdad?-ella lo miró,boquiabierta- y con tus muñecos...
Lily se puso roja.
-¡Me has estado espiando!
-¡Shh! Vale, tal vez lo haya hecho...-admitió el chico,avergonzado.
-¿Por qué?
-Es que... quería avisarte, decirte que eras una bruja antes deque recibieras la carta.
-¿Carta? ¿Qué carta?
-La carta en la que dice que has sido admitida en el colegioHogwarts de Magia y Hechicería.
Lily lo miró como si acabara de soltar la estupidez más grande delmundo. Pero parecía tan seguro de lo que había dicho, que la niña no pudoevitar preguntarle:
-¿Estas seguro?
-Completamente.
-Pues no lo entiendo. Aver, si soy una bruja y voy a ir a un colegio para que me enseñen a hacermagia, ¿por qué nadie me ha dicho nada? ¿Y dónde están los demás brujos ybrujas?
-Nadie te ha dicho nadatodavía. Te acabo de decir que vas a recibir una carta del colegio en la que telo explican todo. O quizá como tus padres son muggles venga algún representantedel colegio. No lo se.
Lily parecía asimilarlotodo poco a poco. Entonces hizo otra pregunta, que fue rápidamente contestadapor su vecino. Siguieron hablando durante horas, hasta que el cielo setornó gris. Estaba amaneciendo.
-Oye, me tengo que ir-anunció Severus.- Mis padres no deben saber que he salio de noche o mecastigarán.
-De acuerdo. Hastamañana por la noche.
-Si, hasta mañ...¿mañana?
-¡Pues claro! ¿De verdadcreías que podías contarme todo esto y que no hiciera preguntas? ¡Tengo unmontón de dudas sobre el mundo mágico! ¿Vendrás?
Severus sonrió.
-Por supuesto. Hastamañana.
* * *
Los días de juliopasaron, en una sucesión de días y noches imparable. El primer día de agostoencontró a Severus y a Lily hablando en la habitación de la niña. Comenzaba eldía en el que, según Severus, ambos recibirían la carta. Estaban muyilusionados.
Habían pasado apenas dossemanas desde que Lily había aceptado que era una bruja, pero a los chicos lesparecían siglos. A partir de ese día, se habían reunido todas las noches en elcuarto de la niña, que no paraba de hacer preguntas. Severus las contestabacomo podía, y no siempre era capaz de darle a su curiosa vecina una respuestasatisfactoria. Pero a ella no parecía importarle; simplemente, hacía otra pregunta.
A veces no se reunían,dado que la falta de sueño se hacía notar y sus padres empezaban a preocuparse.Pero, por lo general, las noches se convertían en una continua sucesión depreguntas y respuestas.
Una noche, Lily lehabía preguntado a su vecino por qué no se reunían por el día, pero él nole había contestado. Sabía que sus padres no aprobarían queestuviera reuniéndose tan a menudo con una hija de muggles o "sangresucia".
El primer día de agosto,Severus se marchó de casa de Lily, agotado tras una ronda de preguntasespecialmente difícil.
Llegó a su casa cuandoel sol empezaba a colorear el cielo de rosado. Se metió por la ventana delsalón, que estaba abierta, tal y como él la había dejado. Subió las escalerassilenciosamente y llegó a su cuarto. Se metió en la cama y se durmió sonriendo,pensando en Lily y en la carta que estaba apunto de llegar.
Lily estaba desayunando con sus padres y su hermana Petunia cuandollamaron a la puerta. Se levantó de la mesa y fue a abrir. Se llevó una gransorpresa al ver un hombre de barba larga y plateada, ojos azules y penetrantesy unas gafas con forma de media luna.
-Buenos días. ¿EresLilian Evans?-Lily asintió.-Me llamo Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, ysoy el director del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Me complacecomunicarle que usted ha sido admitida en mi escuela para estudiar magia.
Severus ya le habíaadvertido que algo similar pasaría, pero aun así, Lily se sorprendió mucho alver que el mismísimo director del colegio había ido a su casa a explicarlea sus padres (porque ella ya lo sabía prácticamente todo) que su hija era unabruja y que había sido admitida en un colegio para magos.
La niña, que aun estabaun poco aturdida ante la aparición de este extraño personaje, le hizopasar al salón, donde estaban sus padres. Allí, Dumbledore volvió a presentarsey comenzó a explicarle a los Evans todo lo referente al colegio y, engeneral, todo lo que necesitaban saber sobre el mundo de los magos. Cuando huboterminado, los padres de Lily miraron a su hija como si esperaran que hiciesealgún milagro, o algo fuera de lo común,como echarse a volar o soltar fuego porla boca, cosa que, por supuesto, no ocurrió.
La madre fue la primeraque habló, rompiendo el tenso silencio que se había apoderado de la habitación:
-Lily... ¿tú sabías todoesto?
-Si. Me lo contó el hijode los Snape, Severus.
-¿Así que... los Snapeson... magos?-preguntó el padre.
-Si.
-Y su hijo... Severus...¿también va a ir a ése colegio?-preguntó la madre.
-Si.
Los padres de la niña semiraron.
-Lily, ¿tú quieres ir?
-¡Claro que si!
-Pues entonces deacuerdo.
Liy empezó a saltar dealegría. Su hermana Petunia, por el contrario, parecía enfadada.
Dumbledore se levantó dela silla, se despidió de los Evans y ya estaba en el umbral de la puerta cuandoLily le preguntó:
-Esto... señordirector...
-¿Si?
-¿Y mi hermana?
Dumbledore miró aPetunia y luego a Lily con tristeza.
-Lo siento, pero ella notiene poderes mágicos-y dirigiéndose a Petunia-Espero que no te enfades poreso. Me gustaría admitirte, pero no puedo.
-Me da igual-dijoPetunia-No quiero ir a una escuela para aprender a ser... a ser un bicho rarocomo ella.-y señaló a Lily-Así que no lo sienta.
-Está bien.- dijoDumbledore-Adiós. Hasta el uno de septiembre.
Y salió de la casa,cerrando la puerta.
Lily se acercó a suhermana.
-Tuney...-murmuró.
-Déjame, bicho raro-dijoella. Se apartó bruscamente de su hermana y se fue a su habitación.
Cuando terminó de desayunar, Severus corrió a casa de Lily con sucarta en la mano. Se la encontró saliendo por la puerta.
-¡Sev! Estaba a punto deir a tu casa.
El chico sonrió.
-Lo siento, me headelantado.
Fueron al parque. Lilyse lo contó todo: la visita de Dumbledore, como había convencido a sus padres yla reacción de su hermana.
Pese a que lo intentó,Severus fue incapaz de sentir pena por Petunia. Se sentía el niño másafortunado del mundo. ¡Por fin se iba a Hogwarts, y su amiga venía con él!
Lily también estabafeliz, aunque no le gustaba que su hermana estuviera enfadada con ella. Lehubiese gustado que también pudiera ir a Hogwarts, pero si el director habíadicho que no... Estuvo un rato pensando en ella, pero pronto la olvidó y sesumó a la alegría de Severus, sintiendo que un nuevo futuro, completamentediferente a cualquiera que hubiera podido imaginar, se abría ante ella contodas sus posibilidades.
* * *
A mediados de agosto,Lily fue a Londres a comprar todo lo que necesitaba para el colegio. Dumbledoreno había podido acompañarlos, pero les había dicho que fueran a una tabernallamada El Caldero Chorreante y le preguntaran a Tom, el tabernero. A Lily nole hacía mucha gracia tener que hablar con un mago desconocido, pero ¿que otracosa podía hacer?
Llegaron a Londresbastante temprano. Les costó un poco encontrar El Caldero Chorreante, porque nopodían preguntarle a ningún muggle. Según Dumbledore, la taberna era solovisible para los magos. Pero finalmente lo localizaron y se dirigieron haciaallí.
Cuando atravesaron lapuerta del bar, Lily vio a Severus. Corrió hacia él, aliviada por haberseahorrado el mal trago de tener que hablar con Tom.
-¡Sev!-lo llamó.
-¡Hola Lily! ¡Quécasualidad! ¡No esperaba verte por aquí!
Ambos intercambiaron unamirada cómplice.
Los padres de los chicosse miraron, incómodos.
-Bueno...¿vamos?- dijola señora Snape.
-Ehhh... si-dijeron losdemás.
Se encaminaron hacia elfinal de la taberna y salieron por una puerta trasera que daba a un pequeñopatio. Allí, la señora Snape sacó su varita y tocó con ella unos ladrillos delmuro.
Lily vio asombrada comola pared se abría y daba paso a una calle enorme llena de tiendas extrañas y unmontón de magos y brujas vestido con túnicas de colores.
-Bienvenida-susurróSeverus-al Callejón Diagón.
Severus y Lily caminaron juntos por aquella enorme calle llena detiendas y gente de todo tipo. La niña miraba sorprendida a todos lados,mientras su amigo se reía de su cara de asombro.
Lo primero que hicieronfue ir a Gringots, el banco de los magos. Allí, los Evans cambiaron su dineromuggle por galeones, sickles y knuts. Por su parte, los Snape sacaron dinero desu cámara acorazada.
Después de eso, fueron acomprar el material. Compraron libros, túnicas y otros utensilios endiversas tiendas. A Lily le compraron una lechuza naranja con puntos marronesen las alas. La llamó Phanie.
Habían decidido dejar lavarita para el final, ya que la elección de la varita adecuada podía llevarbastante tiempo.
Los Snape llevaron a losEvans a la tienda de un fabricante de varitas llamado Ollivander. Era unatienda pequeña y oscura, y su propietario, un mago muy viejo con aspecto deestar un poco loco.
Nada más entrar, elfabricante de varitas los saludó y empezó a sacar varitas para Severus. Tras unrato probando distintos tipos, eligió una de treinta centímetros, de roble ynervio de corazón de dragón.
Entonces le tocó a Lily.Probó varias de las que sacó el señor Ollivander, pero ninguna resultó ser laadecuada.
Mientras el fabricantede varitas se iba a buscar más, entró una chica en la tienda. Era muy pálida, yparecía desnutrida. El pelo era liso, de color castaño oscuro. No era muy alta,pero estaba tan delgada que aparentaba medir más de lo que realmentemedía.
Al percatarse de quehabía más gente en la tienda, murmuró un tímido "hola" y se fue a unaesquina a esperar.
-Ven pequeña-dijoOllivander, refiriéndose a Lily-Prueba esta. Veintiséis centímetros, elástica,de sauce y pelo de unicornio.
Lily la cogió. Alinstante, supo que la varita la había elegido (porque es la varita quien escogeal mago, no al revés). Pagaron y salieron de la tienda. Severus miró por últimavez a la chica que había entrado mientras Ollivander atendía a Lily, y luegomiró a su alrededor. Sus padres no estaban por ningún lado, ni dentro ni fuerade la tienda. Le extrañó, pero no le dio demasiada importancia. Se despidió deLily y se desapareció con sus padres, mientras los Evans cogían el tren devuelta a casa.
El uno de septiembre, Lily y Severus esperaban el tren que debíallevarlos a Hogwarts en el andén nueve y tres cuartos. Ambos estaban muynerviosos, pero también eufóricos. ¡Por fin se marchaban al colegio! Lily noparaba de moverse, y Severus lanzaba impacientes miradas a la curva por la queel tren debía hacer acto de presencia.
Al cabo de un rato, eltren llegó. Los dos chicos se despidieron de sus padres. La despedida delos Evans fue larga y cariñosa, pero los Snape no se entretuvieron mucho.Luego, subieron al tren.
Con un silbido y unasacudida, el tren arrancó. Lily y Severus saludaron con la mano a sus padreshasta que el andén se perdió de vista. Entonces fueron a buscarun compartimento libre. No encontraron ninguno, así que se metieronen uno ocupado por tres chicos.
El más cercano a lapuerta era un chico de pelo negro y alborotado y ojos marrones. Llevaba gafas.A su lado se sentaba uno con el pelo negro y largo, muy guapo. Hablaban sobrealgo que sonaba como "Quidditch". En frente, un chico de pelo castañoy aspecto desaliñado prestaba atención a la conversación que mantenían losotros dos, pero sin intervenir.
-Esto... hola. ¿Podemossentarnos?- preguntó Lily.
El de pelo alborotadofue quién contestó.
-Claro.
Severus y Lily semetieron en el compartimento y colocaron su equipaje en la rejilla. Luego sesentaron y se pusieron a hablar, ignorando a los otros tres.
-Oye, ¿a ti qué te hapasado en la nariz?-dijo de repente el de pelo negro y largo mirando a Severus.
-Eh... nada. ¿Por qué lodices?
-Bueno, estabasorprendido de que alguien pudiera tener un pico de ave por nariz.
Se rió de su propiocomentario.
-Hey, Sirius, deja alpobre chico.- dijo el de las gafas. Y dirigiéndose a Severus- No le hagas caso.Sirius es así. Te regalaremos algo para pedirte perdón. ¿Qué tal un bote dechampú?-todos estallaron en carcajadas menos Lily, que se levantó, cogió suequipaje y dijo:
-Vamos Sev.Buscaremos otro compartimento.
Severus cogió su baúl ysalió detrás de Lily, dejando a los tres chicos riéndose en sucompartimento.
Se metieron en unoocupado por otra chica.
-Esto... hola-Lilyrepitió la misma técnica que en el otro compartimento-¿Podemos sentarnos?
La chica asintió con lacabeza.
-Gracias.
Colocaron sus baúles enla rejilla y se sentaron. Entonces, la niña levantó la cabeza y los dos amigosla reconocieron.
-¡Tu eres la chica quevimos en la tienda de varitas!- gritó Lily, dándose una palmada en la frente.
-Si, era yo- contestóella, y se puso a mirar por la ventana.
Lily y Severus semiraron.
"¡Quémaleducada!" pensó la niña. "Ni siquiera nos ha dicho su nombre"
Se quedaron un rato ensilencio. Al final, fue Lily quien lo rompió, dirigiéndose a su extrañacompañera de compartimento:
-Esto... me llamo LilyEvans, y él es Severus Snape.
-Encantada-contestó laotra, sin dejar de mirar por la ventana- Yo me llamo Aleydis Bottom.
-¿Aleydis?- murmuróSeverus.
Ella levantó la cabezaal oírlo hablar por primera vez.
Severus también lamiró. Ahora que la luz le daba en la cara, se fijó en muchos rasgos que nohabía advertido en la oscuridad de la tienda. Era muy guapa. Tenía una nariz yuna boca pequeñas. El pelo castaño le enmarcaba la cara, haciéndola parecer aúnmás pálida de lo que realmente era. Pero lo que llamó la atención al chicofueron sus ojos: nunca había visto unos ojos violetas...
El tren dio unasacudida. Entonces, Severus se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente yapartó la mirada, sonrojado. Ella hizo lo mismo y se puso a mirar por laventana. Al ver que era imposible tratar de entablar una conversación con ella,los dos amigos optaron por ignorarla y se pusieron a hablar sobre Hogwarts.
Más tarde, pasó por elcompartimento una señora con un carrito lleno de comida. Severus y Lilycompraron varias golosinas, pero Aleydis no apartó la vista de la ventana.
-¿No tienes hambre?-lepreguntó Lily.
-Si-respondió ella- perono tengo dinero.
Ante esto, los chicos nosupieron que decir, así que se sentaron y se pusieron a comer.
-¿Quieres?- le preguntóSeverus, ofreciéndole una rana de chocolate.
Aleydis lo miró como sino diera crédito a sus oídos.
-¿Eh... en serio?
-¡Pues claro!
-Yo... eh... es que...
-¡Vamos, cógela!
-Pero... pero nopuedo devolverte el favor de ninguna manera...
Lily y Severus semiraron, sorprendidos.
-¿Y por qué ibas ahacerlo?
Aleydis parecía libraruna batalla interior. Realmente tenía hambre, pero...
-No, gracias. Prefierono aceptarlo. No es nada personal.
-Ya, claro. No tepreocupes, lo entendemos.
La chica parecióenfadarse ante esto, porque frunció el ceño y dijo:
-No, no lo entendéis,pero ¿qué más da?
Lily la miró como siestuviera loca, pero no dijo nada. Severus, por su parte, sonrió y siguiócomiendo.
El resto del viaje lodedicaron a hablar sobre las casas de Hogwarts.
-Yo quiero ir aSlytherin, como mis padres-dijo Severus.
-A mi no me importaríaestar en Ravenclaw o en Gryffindor- dijo Lily- ¿Y a ti, Aleydis?
-Me da igual-contestóella-mientras pueda quedarme...
Severus arqueó una ceja,pero no hizo ningún comentario.
Entonces, el tren empezóa entrar en la estación de Hosgmeade. Lily y Severus se pusieron en pie,emocionados. Aleydis no se movió; se limitó a mirar por la ventana.
El tren se paró con una sacudida. Los chicos cogieron sus baúles ysalieron del compartimento. Se metieron entre la marea de chicos y salieron deltren.
Fuera, en la estación,un hombre de más de dos metros de altura, barba poblada y manos del tamaño detapacubos gritaba llamando a los de primer año. Aleydis se dirigió hacia él. Severusy Lily la siguieron, aunque el gigante, que dijo llamarse Hagrid, lesinquietaba.
Hagrid los llevó a unlago enorme. Allí, subieron a unos botes. En cuanto estuvieron todos en lasembarcaciones, estas empezaron a moverse solas por el lago. Entonces, trasdoblar una curva, el castillo de Hogwarts se alzó ante ellos, imponente.
Se oyeron exclamacionesde asombro.
-Es... precioso-dijoLily- ¿Verdad, Aleydis?
Ella se encogió dehombros.
Lily hizo una mueca.Severus las miró a las dos, sonriendo ante los vanos intentos de su amiga dehacer hablar a la otra.
Cuando llegaron al otrolado del lago, se bajaron de los botes y siguieron a Hagrid hasta el vestíbulodel castillo. Allí los esperaba una mujer de pelo negro y mirada severa, eltipo de personas con las que es mejor no tener problemas.
-Buenas noches atodos-dijo la mujer dirigiéndose a los nuevos alumnos-Soy la profesoraMinerva McGonagall, subdirectora del colegio y jefa de la casa Gryffindor. Enbreves momentos, entraréis por las puertas que están detrás de mí y seréisseleccionados para una casa: Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff o Slytherin.Mientras estudiéis aquí, vuestra casa será como vuestra familia; allídormiréis, haréis los deberes y también asistiréis a las clases con los miembrosde vuestra casa. Vuestros éxitos y fracasos harán que vuestra casa gane opierda puntos. Al final del año, la casa con más puntos será galardonada con la Copa de las Casas. Bueno, ytras esta "breve" explicación, solo me queda decir: ¡Bienvenidos aHogwarts!
Las puertas que tenía asu espalda se abrieron y la profesora los hizo pasar a un gran comedor. Elresto de los alumnos del colegio estaban allí, repartidos entre cuatro mesas.Todas las miradas se centraban en los de primer año, que avanzaban detrás de laprofesora McGonagall. Esta los llevó hasta una tarima, sobre la que había untaburete con un sombrero raído encima.
De repente, alguienempezó a cantar. Los alumnos de primero miraron a su alrededor, buscando elorigen de la voz, hasta que se dieron cuenta de que era el sombrero quiencantaba.
Cuando hubo terminado lacanción, la profesora McGonagall comenzó a llamar a los alumnos por ordenalfabético.
-¡Ander, Ernie!
Un niño bajito y rubiose sentó en el taburete y se puso el Sombrero Seleccionador, temblando. Éste selo pensó un poco y gritó:
"¡Hufflepuff!"
Una de las mesas estallóen aplausos, y el chico se dirigió hacia allí, aliviado.
-¡Black, Sirius!
El chico de pelo negro ylargo que Lily y Severus habían visto en el tren avanzó hacia el sombrero y selo puso. Tras unos instantes, el sombrero gritó:
"¡Gryffindor!"
Otra mesa estalló enaplausos. Black se dirigió hacia allí, sonriendo.
-¡Bottom, Aleydis!
La niña se acercó altaburete con una expresión insondable. No parecía ni nerviosa ni preocupada. Sesentó y se puso el sombrero.
"Umm...dificil" decía el sombrero en su oído "Tienes un buen corazón y eresperseverante, así que podrías estar en Hufflepuff... pero también eresinteligente... ¿Ravenclaw? No se, no se... ¿Y que tal Slytherin? Eres un pocoorgullosa, pero también muy valiente, podrías estar en Gryffindor...umm...veamos... ¿en que casa te gustaría estar?"
-Me da igual-susurróella, mirando al frente-Sólo quiero quedarme.
"¿Ah, si? Bien,entonces te pondré en ¡Gryffindor!"
Aleydis se dirigióhacia la misma mesa que Black. No se dio cuenta de que Dumbledore, el directordel colegio, la miraba con curiosidad.
-¡Carrow, Alecto!
La ceremonia prosiguióde esta manera. Cuando McGonagall llamó a Lily, ella corrió al taburete y sepuso el sombrero, muy nerviosa.
"¡Gryffindor!"
La niña le lanzó unasonrisa triste a Severus y se fue a sentar con Aleydis.
Varios nombres mástarde...
-¡Lupin, Remus!
El chico desaliñado queiba en el compartimento con Black y el otro se puso el sombrero.
"¡Gryffindor!"
Se fue a la mesacorrespondiente, sonriendo.
La ceremonia continuó.Un rato después, llamaron a un chico con pinta de rata llamado Peter Petigrew.El sombrero lo mandó a Gryffindor. Y entonces...
-¡Potter, James!
El último de los chicosdel compartimento, el de el pelo alborotado y las gafas, subió a la tarima y sepuso el sombrero. Tras un rato, el sombrero volvió a gritar, por sexta vez esanoche:
"¡Gryffindor!"
Para desagrado de Lily,Potter se sentó a su lado, entre ella y Black.
-¡Snape, Severus!
El chico se subió a latarima y se puso el sombrero. Lily oyó como Potter murmuraba "suerte quees el último, porque el sombrero se va a quedar lleno de grasa", pero loignoró. Tras unos segundos, el deseo de Severus se cumplió cuando el sombrerogritó:
"¡Slytherin!"
Se dirigió a su mesaeufórico, no sin antes dedicarle una mirada triste a Lily.
McGonagall enrolló elpergamino con la lista de nombres y se sentó en la mesa de los profesores.Entonces, en la mesa vacía aparecieron platos y comida. Los chicos comieronhasta hartarse y luego, tras unas palabras del director, se fueron a sus salascomunes.
Al salir del GranComedor, Severus se despidió de Lily y de Aleydis, siendo correspondido sólopor la primera. De camino a la sala común de Slytherin, Severus se preguntó porqué sería tan antipática. Tal vez escondía algo. Si así era, Severus se juróque no descansaría hasta averiguarlo.
El día dos de septiembre, Aleydis se levantó temprano. Se dio unbaño y se vistió con el uniforme del colegio. Mientras se vestía, miraba contristeza las múltiples marcas violetas que cubrían la mayor parte de su cuerpo.Pero no era el momento de amargarse por eso, se dijo. Se terminó de vestir y sehizo dos trenzas, mientras sus compañeras de dormitorio se levantaban. Saliódel dormitorio la primera, y se dirigió hacia el Gran Comedor. Lily la viomarcharse sola y corrió tras ella.
-¡Aleydis! ¡Hey,Aleydis!
Ella se giró al oír sunombre.
-¿Vas a desayunar?-preguntó Lily cuando la alcanzó.
-Si.
-Voy contigo.
-Está bien.
Se encaminaron hacia elcomedor, fundiéndose con la marea de alumnos que bajaba a desayunar. No sedijeron nada en todo el camino, y cuando se reunieron con Severus en laspuertas del comedor, Aleydis saludó al chico con un movimiento de cabeza ysiguió su camino hacia la mesa de Gryffindor.
-Desde luego, hay queser antipática- rezongó Lily.
-Creo que lo mejor seríaque la dejaras en paz.- dijo Severus.
-¿Por qué lo dices?
-Bueno, esta claro quede momento, no quiere la amistad de nadie. Déjala que se acostumbre. Quizássólo se sienta agobiada.
Lily lo pensó un poco.
-Bueno... estábien.-admitió. Se despidió del chico y se fue a la mesa de Gryffindor. Aleydisdesayunaba sola un poco más allá. Hizo ademán de acercarse, pero recordó lo quele había dicho Severus y la dejó en paz.
Una vez hubieronterminado de desayunar, les repartieron los horarios. A primera hora teníanTransformaciones, clase que impartía McGonagall y que compartían conHufflepuff. Cuando llegó allí, se sentócon Aleydis, murmuró un simple "hola" y sacó sus libros. Entonces laprofesora McGonagall entró en el aula, saludó a sus alumnos y comenzó laclase.
Durante toda la hora, laprofesora les habló de lo que harían en la materia durante todo el año. Lassiguientes clases, Herbología, Historia de la Magia y Encantamientos, fueron muysimilares.
Las horas se hicieroneternas para Lily. Estaba deseando hacer magia, y las clases teóricas lacansaban. A Aleydis, por el contrario, no parecía importarle no haber sacado lavarita del bolsillo. Respondía a las preguntas tan correctamente que Lily sepreguntó si habría desayunado libros de texto en vez de tostadas.
Cuando terminó la últimaclase de la mañana, la chica recogió sus cosas y se encaminó al Gran Comedor.Por el camino, se encontró con Severus. Hablaron sobre las clases; a Lily lehabía gustado Transformaciones, pero Severus parecía más interesado enEncantamientos. En lo que ambos estuvieron de acuerdo fue en que el profesorBins y sus clases de Historia de la Magia eran las más aburridas. Al llegar alcomedor se separaron. Severus se fue a la mesa de Slytherin mientras Lily seiba a la de Gryffindor.
Se sentó al lado dePotter, Black y Lupin. Optó por ignorarlos y se puso a comer. Un rato después,Aleydis entró en el comedor y se sentó sola, como había hecho aquella mañana.
"O es muytímida" pensó Lily "o tiene un serio problema de autismo".Siguió comiendo, pero la conversación de los chicos que tenía al lado ladistrajo. Se puso a escuchar.
-Pues teayudaremos.-decía Potter.
-Aprenderemos hechizosprotectores.-añadió Black.
-No te dejaremos solo enesto, amigo.- terminó Potter.
-Gracias chicos.-a Lupinse le habían empañado los ojos.
Terminaron de comer y semarcharon.
A Lily, la cabeza ledaba vueltas. ¿Ayudar a Lupin? ¿En qué? ¿Qué iba a hacer que fuera losuficientemente peligroso como para que los otros necesitaran hechizosprotectores?
Siguió pensando en ellohasta que alguien la tocó por detrás.
-¿Piensas quedarte ahítoda la tarde o es que te han hecho un hechizo paralizante?
-¡Sev! Yo... esto...-miró a su alrededor. El Gran Comedor estaba casi vacío. Iban a llegar tarde.-Ya voy.- se levantó y miró el horario. Tenía Defensa Contra las Artes Oscuras yPociones, ambas con Slytherin. Cogió su mochila y salió del comedor, seguidapor su amigo. Por el camino, le contó la conversación que había oído. Severus se preguntó a qué se referirían. "Otromisterio más", se dijo. ¿Cuántos más debería aguantar hasta el final del curso?
Sacudió la cabeza. Ya tendría tiempode pensar en ello.
Llegaron a clase por los pelos. El profesor Moon, de DefensaContra las Artes Oscuras, no les quitó puntos, pero les lanzó una mirada deadvertencia.
Entonces comenzó laclase. Moon les explicó lo que tenía planeado para ese año en esa asignatura.En seguida se dieron cuenta de que iban a ser unas clases estupendas, pues elprofesor no solo explicaba bien, además era muy alegre y tenía la habilidad demantener a la clase en silencio sin esfuerzo.
Una vez hubo terminadode explicar la teoría, dijo:
-Saquen sus varitas.
Se armó un gran revueloen la clase. Todos estaban deseosos de hacer magia por fin. Sacaron sus varitasentre risas y murmullos. Sólo una persona pareció disgustarse al sacar suvarita: Aleydis.
-Bien-prosiguió elprofesor-ahora sacaré a dos personas para enseñaros un hechizo básico.-miró atoda la clase-Señor Potter, señorita Bottom, vengan aquí, por favor.
James Potter se levantóde la silla con arrogancia. Aleydis, por el contrario, bajó la cabeza, selevantó a regañadientes y se acercó al profesor.
-De acuerdo.-dijo elseñor Moon-Poneos uno en frente del otro. Así. Ahora, cuando yo diga tres,ambos intentaréis desarmar al contrario diciendo "Expelliarmus".Tened en cuenta que el más rápido será el que desarme al otro. En este tipo dehechizos, lo que cuenta es la velocidad. Bien. ¿Preparados?
James asintió. Aleydistambién. Se apuntaron con sus varitas.
-A la de tres. Una...dos... ¡tres!
-¡Expell...!-gritóJames.
-¡Expelliarmus!- Aleydishabía sido más rápida. James salió disparado hacia atrás. El profesorevitó que se estrellara contra la pared con un movimiento de su varita.
-¡Muy bien!-decía-Unestupendo ejemplo de potencia y velocidad. ¡Diez puntos para Gryffindor!¡Estupendo señorita Bottom! Señorita... ¿señorita Bottom?
Aleydis había soltado lavarita como si le quemara. Estaba muy pálida. Miraba a James y al profesor Mooncon los violetas muy abiertos. Parecía asustada.
-¿Señorita Bottom, seencuentra bien?- el señor Moon empezaba a preocuparse.
-S... si- murmuró-solome he asustado un poco.
-¿Asustado? Bah-dijoJames-¡Si no me ha pasado nada!
-Ya pero... no importa.
El profesor la miró concara de no entender nada. Los mandó a sentarse en su sitio. Aleydis sintió que todos los ojos estaban fijos en ella cuando recogió su varitadel suelo, se sentó en su pupitre y dejó la varita encima de la mesa, un pocoalejada de ella. Entonces sonó la campana que indicaba el final de la clase.Los alumnos empezaron a recoger sus cosas. Uno de ellos se acercó a Aleydis.
-¿Qué le pasó a tuvarita? ¿Te mordió?-dijo con sorna. La niña lo ignoró. Molesto por el pocoefecto que habían causado sus palabras, el chico (que pertenecía a Slytherin)la agarró por la barbilla y la obligó a levantar la cabeza. Entonces Aleydis sefijó en que era un chico rubio platino y de pequeños ojos azules que lamiraban con rabia.
Agarró su varita yapuntó al pecho del chico.
-Suéltame o...
-¿Qué vas a hacer? ¿Mevas a meter la varita por el ojo?- se burló.
Aleydis lo miró con odioy dijo sin alzar la voz:
-Expelliarmus.
El chico salió disparadohacia la pared. Aleydis sonrió, satisfecha, y salió de la clase agarrandofuertemente la varita.
Severus, que habíapresenciado todo aquello, la miró sin comprender. ¿Por qué antes había tiradola varita de esa manera? Parecía tenerle miedo. Pero ¿por qué iba a tenerlemiedo a un palo? Severus pensó que tal vez su rechazo se debiera a los efectosdel hechizo. Pero en ese caso, ¿tenía miedo de hacerle daño a Potter? Leparecía lo más lógico, dado que no había dudado en agredir al rubio deSlytherin. Pero algo no cuadraba, y Severus no sabía el qué.
Alguien lo tocó por detrás. Se giró y vio a Lily.
-¿Vienes?
-Eh... si.
Salió de la clase con suamiga, pero su mente estaba muy lejos de allí.
"Averiguaré lo queescondes, Aleydis" se prometió "como que me llamo SeverusSnape".
Cuando Snape y Lily llegaron al aula de pociones, encontraron atodos sus compañeros de pie al final de la habitación. El profesor les indicóque hicieran lo mismo.
-Buenas tardes-dijo-Mellamo Horace Slughorn. Os he hecho esperar al fondo de la clase porque este añoseré yo quien distribuya los asientos en la clase.
Se oyeron varios murmullosy quejidos, pero el profesor los acalló inmediatamente.
-A continuación-siguióSlughorn- iré sacando nombres de estas dos urnas-señaló dos cajas que teníangrabadas una G y una S- y las personas a las que correspondan estos nombres sesentarán juntos. Empecemos.-sacó un papel de la urna que tenía una G y otro dela que tenía una S.- ¡Ernie Collingwood y Anne Tirson!
Un niño de Slytherin seadelantó y una niña de Gryffindor lo imitó. Se sentaron en los pupitres y sepusieron mala cara mutuamente.
Slughorn sacó otros dospapeles.
-¡Aleydis Bottom y Severus Snape!
La niña se sentó en el pupitre, impasible, como siempre.Severus pensó que podría haber sido peor.
A Lily le tocó compartirpupitre con un tal Timothy Raiser. Se sentaron bastante cerca de Aleydis ySeverus.
La distribución acabórápidamente. A nadie le gustó el método del profesor Slughorn, pero nadie seatrevió a replicar.
Entonces el profesor lospuso a trabajar en un sencillo díctamo para hematomas y heridas leves. Aloír esto, la mano de Aleydis tembló. Tal vez, si conseguía elaborar bien lapoción, podría birlar un poco y ponérsela en sus heridas. Decidida a hacer todolo que pudiera, puso el caldero entre ella y Severus y ambos se pusieron atrabajar.
El chico se dio cuentade que había tenido mucha suerte con su compañera de pupitre. Era muy amañadapara eso de las pociones, habilidad que él compartía. La poción avanzó a buenritmo, y pronto le tomaron la delantera a toda la clase. Además, se dijoSeverus, ahora disponía de todo el curso para intentar sonsacarle a susilenciosa compañera toda la información que quisiera. O eso esperaba.
-Snape, por favor,pásame el pelo de unicornio.
-¿Eh, qué?-había estadotan inmerso en sus propios pensamientos que había olvidado dónde y con quienestaba.-¡Ah, vale!
Ella lo miró, divertida,mientras añadía el pelo y sacaba el caldero del fuego para que reposara loscinco minutos establecidos por el libro. Durante un rato sólo se miraron.Severus se preguntaba de dónde habrían salido los ojos de esa chica. Violetas,como dos amatistas. Nunca había visto unos ojos iguales.
Aleydis, incómoda antesu mirada, desvió la vista. Severus se dijo que era un buen momento parainterrogarla. Pero, ¿por dónde empezar?
-Esto... Bottom...
-¿Si Snape?- ella lovolvió a mirar.
-Oye, queríapreguntarte... antes, en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras...- laniña frunció el ceño ante esa mención. Severus se dio cuenta, pero siguió.-¿Qué le pasó a tu varita?
-Ah, eso... pues...nada.
-¿Entonces por qué lasoltaste de repente?
-Eso a ti note importa.-dijo de mala manera, y bajó la vista hacia el caldero, donde lapoción burbujeaba.
-¿Fue por Potter? ¿Tedio miedo hacerle daño?
Aleydis parecía entablaruna lucha interna. Finalmente dijo:
-No, no fue por elarrogante de Potter.
-¿Entonces?
-Es que... me recordó aalgo. Algo que prefiero olvidar.
-Y supongo que noestarás dispuesta a decirme qué es ese algo.
Ella sonrió.
-Para estar intentandosonsacarme información, eres un poco negativo.
-Si, supongo que si.Entonces, ¿me lo dirás?
-No. Supones bien.
Severus rió.
-Era demasiado pedir.
-Lo siento.
-Da igual, ya loaveriguaré por mí mismo.
En ese momento, lasonrisa de la niña desapareció, sus cejas se juntaron y sus ojos dejaron debrillar.
-Snape, por favor, no lohagas.
-¿Que no haga el qué?
-No trates de averiguarcosas sobre mi, mi familia o mi pasado. Olvídate de eso, por favor.
-Lo siento, eresdemasiado interesante.
-Severus, por favor...
El chico dejóde sonreír. ¿Le había llamado por su nombre de pila? Entonces iba enserio. Iba a decir algo, pero entonces ella gritó:
-¡Pero qué has hecho,imbécil!
Severus la miró, algo confuso.Se había girado hacia sus compañeros de detrás, una chica de Gryffindor llamadaRose Néphary y el chico rubio al que Aleydis había atacado en la claseanterior. Éste sonreía con malicia, mientras miraba como en el caldero sehundía algo que él mismo había añadido. Severus vio con horror como la poción,que estaba alcanzando el color transparente descrito en el libro, se volvíaazul.
-¡Malfoy!-gritó Severus.
-Ups, perdón. Se me hacaído- el rubio sonrió con sadismo y siguió trabajando en su poción.
Aleydis miró contristeza el caldero, donde una poción tan bien elaborada había sido corrompidapor ese niñato, Malfoy. Una pena. Sacó su varita para hacerla desaparecer, peroentonces se le ocurrió una idea.
-Severus, quédate aquí.No toques esta poción y no dejes que nadie lo haga.- y dicho esto, saliócorriendo hacia el armario de los ingredientes.
El chico la miró,confuso. ¿Qué demonios pretendía?
Aleydis volviórápidamente con algo en la mano. Fue a echárselo a la poción, pero su compañerola detuvo.
-¿Qué estashaciendo?-preguntó.
-Arreglo la poción-respondió ella.
-¿Qué?
-Malfoy ha metido raícesde asfódelo en el caldero. Eso produce un efecto soporífero. La lengua desalamandra-abrió la mano, enseñando un trozo de carne negra en forma de lengua-tieneel efecto contrario. Si meto la lengua en el caldero, anulará los efectos delas raíces y viceversa.
-¿Estas segura?
-No, pero la poción yaestá estropeada. No tenemos nada que perder.
-¿Y si explota?
Ella dudó.
-Habrá que arriesgarse.-respondió finalmente.
Severus comprendió enese momento por qué ella estaba en Gryffindor. Un Slytherin nunca se hubiesepuesto en peligro de esa manera. "Habrá que arriesgarse". Muy típicode la casa de los leones. Pero, bien mirado, era muy probable que la lengua desalamandra anulara las raíces de asfódelo, creando algo neutro... Decidióconfiar en ella.
Asintió levemente.
Ella metió la lengua enel caldero.
Y la poción se volviótransparente, tal y como indicaba en el libro.
Ambos soltaron un gritode júbilo. Detrás de ellos, Malfoy rechinaba. Decidió intervenir.
-Bah, pura casualidad.
Severus lo asesinó conla mirada.
-¿Ah, si? Me gustaríasaber qué hubieras hecho tú.
Malfoy no supo queresponder a esto, así que se limitó a mascullar:
-Maldita Sangre Suciasabelotodo.
Ante estas palabras,Néphary lo miró horrorizada. Severus lo cogió por el cuello de la camisa e hizoademán de pegarle. Pero entonces llegó el profesor Slughorn y los separó.Malfoy miró a los dos compañeros con odio, mientras el profesor le quitaba diezpuntos por insultar a una compañera y cinco por amañar la poción.
Entonces sonó lacampana. Los chicos recogieron sus cosas y salieron. Aleydis dejó una muestrade la poción encima de la mesa del profesor mientras Severus se reunía con Lilyy salían juntos del aula, que se encontraba en las mazmorras delcastillo.
-¡Espera Severus!
Los chicos se giraron.Aleydis había salido del aula y corría para alcanzarlos. Ellos la esperaron.
Cuando llegó hastaellos, bajó la cabeza y, un tanto azorada, murmuró:
-Gracias por defendermecuando Malfoy me dijo eso.
Severus no supo comoreaccionar.
-De... de nada.
Lily los miró coninterés.
-¿Qué le dijo? Vi comoos peleabais, pero no sé por qué.
-La llamó Sangre Sucia.
-¿Y eso qué quieredecir?
-Es un insulto que se ledice a los magos que son hijos de muggles. Es como si te dijeran que tu familiaes impura, como si fueran malas personas por el simple hecho de no ser magos.
-Ah-dijo Aleydis, y noañadió nada más.
Caminaron juntos hastala sala común de Slytherin. Allí, las chicas se despidieron de Severus y seencaminaron hacia su propia sala común.
-Oye, Lily...-dijoAleydis tras un rato de camino en silencio-me gustaría pedirte perdón porhaberme mostrado antipática contigo. Es que me sentía un poco agobiada entretanta gente, y más aun teniendo en cuenta que todos eran magos...espero que locomprendas.
Lily la miródesconcertada, pero luego sonrió.
-No te preocupes.También fue un poco culpa mía, me puse un poco pesada. ¿Nos perdonamosmutuamente?
-Claro.-dijo Aleydis,sonriendo.
Y así sellaron suamistad.
* * *
Esa noche, en la salacomún de Slytherin, Malfoy acorraló a Severus en una esquina. Sacó su varita y,apuntando con ella al pecho del chico, le dijo:
-Como vuelvas a defendera esa sangre sucia, te juro que...
-¿Qué harás, Lucius?¿Vas a llamar a El-que-no-debe-ser-nombrado para que me asesine? ¡Ja!
Ante la mención de estepersonaje, Lucius Malfoy bajó la varita y miró a Severus, asustado. Perorecompuso su expresión, le dirigió una última mirada asesina y le dejómarcharse.
Severus subió aacostarse rápidamente, pensando en que tendría que andar con cuidado si noquería meterse en problemas.
Los meses pasaron, y llegó la navidad. Lily estaba muy contenta.Tenía muchísimas ganas de ver a sus padres y a su hermana. A Severus, porel contrario, no le entusiasmaba la idea. Pero había decidido ir a su casa pornavidad para que sus padres no se enfadaran.
Aleydis se quedó enHogwarts. No quería volver a casa, y cuando Lily le preguntó por qué, su únicarespuesta fue el silencio.
Desde el incidente depociones, Severus, Lily y Aleydis comenzaron una relación que podíallamarse amistad. Iban a las clases y hacían los deberes juntos, peroAleydis no confiaba del todo en ellos, y eludía toda cuestión sobre sí misma osobre su familia. Pronto, sus amigos dejaron de hacerle ese tipo de preguntas,porque lo único que conseguían era enfadarla. Pero, a parte de eso, se llevabanbastante bien. Severus incluso se ofreció quedarse con ella en navidad para queno estuviese sola, pero ella no se lo permitió, argumentando que si no volvía asu casa, sus padres se enfadarían. Lo dijo para no ofender a su amigo, pero laverdadera razón por la que no quería que se quedara era que necesitaba algo desoledad, después de tres meses tropezando con la gente por los pasillos.
Pronto, Aleydis se diocuenta de que era la única que se había quedado en el colegio, aparte de losprofesores. Esta situación, lejos de incomodarle, le gustaba. Tenía todo elcastillo para ella. Podía ir a cualquier sitio sin que nadie la mirara, lehablara o se burlara de ella. Tuvo algunos encuentros con los profesores porlos pasillos, pero como nunca había mostrado un mal comportamiento ni dadoproblemas, la dejaban campar a sus anchas. Fueron las mejores vacaciones deAleydis en mucho tiempo.
La mañana de navidad selevantó tarde. Se vistió y bajó a desayunar. Desde el principio de lasvacaciones, el profesor Dumbledore había retirado las cuatro mesas de las casasporque, según él, "la señorita Bottom ofrecía un aspecto más triste de lonormal sentada sola en la mesa de Gryffindor", así que ahoracomía en una mesa en el centro del comedor con todos los profesores. El primerdía se había sentido un poco cohibida, pero pronto se habíaacostumbrado.
Esa mañana, como todaslas demás, se sentó en una silla cercana al profesor Dumbledore. Se sirvió unhuevo y varias tostadas y se puso a comer en silencio, como siempre. Pero esamañana pasó algo diferente, algo que cambiaría, sin querer, el destino dela niña. El director le habló:
-¿Y qué tal han estadotus regalos, Aleydis?-le preguntó.
La niña se sobresaltó.Apenas había hablado con alguno de los profesores, a pesar de que llevabanuna semana comiendo en la misma mesa. Ellos se limitaban a saludarla y ladejaban en paz, porque sabían que ella lo prefería así. Por tanto, se sorprendiómucho al ver que era el mismo director quien le dirigía la palabra, ya quenunca había hablado con ella. Incluso dudaba que supiera su nombre.
-Eh... ¿qué?- preguntó,algo aturdida.
-No digas"qué", di "perdón". Queda más educado.-la chica lo miró, entredivertida y desconcertada.-Te preguntaba por tus regalos.
-¿Mis... regalos? ¿Quéregalos?
-¡Pues cuáles van a ser!¡Los de navidad!-dijo, sonriendo.
-Yo... no recibo regalosdesde que tenía ocho años.-admitió Aleydis, bajando la cabeza.
Los otros profesores lamiraron con los ojos muy abiertos, incrédulos.
-¿Y eso por qué?-preguntó el profesor Moon.
Aleydis buscó unaexcusa rápidamente.
-Mi padre no tienetrabajo. Lo perdió al morir mi madre.-eso no era del todo mentira.
-¿Y no tienes más familiares?-preguntó McGonagall.
-No.
-¿Y por qué no has idocon tu padre a pasar las vacaciones?-le recriminó la profesora de Herbología,la señora O-Hartley.-Seguro que el pobre hombre te echa de menos.
-Lo dudo-contestó laniña, haciendo una mueca.-Ni siquiera se ha molestado en escribirme en lo queva de curso. No me echa de menos. Es más-añadió con malicia-puede que nisiquiera se acuerde de mi. No me extrañaría nada.
Los profesores estabananonadados ante las palabras de su alumna. ¿Por qué hablaba así de supadre? El profesor Slughorn quiso preguntarle, pero Dumbledore se lo impidiócon una mirada.
-Lamento haber sacado acolación un tema tan... eh... inapropiado, dadas las circunstancias.-dijo eldirector.
-No importa-respondióAleydis, pero si le importaba. Y mucho.
Terminó rápidamente sudesayuno y se levantó de su silla. Nadie le dijo nada cuando salió del GranComedor, pero podía notar las miradas de los profesores clavadas en su espalda.
Subió a la sala común deGryffindor. Una vez allí, se fue a su habitación. Abrió la ventana y se sentóen el amplio alféizar para contemplar el paisaje nevado. A sus pies, estabanlos jardines de Hogwarts y el lago helado, y, un poco más allá, la cabaña deHagrid, el guardabosques. Tras la cabaña, el Bosque Prohibido, y másallá, las montañas...
Aleydis se sintió mássola que nunca. Sus amigos estaban en sus casas, celebrando la navidad con susfamilias. Su padre, en su propia casa. Su madre estaba muerta. No tenía másfamiliares vivos. Incluso el grillo que vivía en su ventana y le cantaba todaslas noches se había marchado a cantarle a otra. La niña suspiró con amargura.Si, definitivamente, estaba muy sola. Casi sin darse cuenta, las lágrimasempezaron a bajarle por las mejillas.
Oyó a alguienentrar en la habitación, pero no se giró. No quería que la vieran llorar.
-Si sigues ahí sentadamucho tiempo, acabarás cogiendo un catarro.-dijo el visitante.
Entonces, Aleydis segiró. El director del colegio estaba de pie detrás deella, sonriendo.
-Profesor Dumbledore...¿qué hace aquí?
-Bueno, venía a ver quétal estabas.
-¿Por qué?
-Bueno, cuando salistedel Gran Comedor tenías muy mala cara. Parecías a punto de llorar. Me sentí malpor lo que te había dicho, y venía a disculparme.
-No tiene por qué disculparse.Usted sólo trató de ser amable conmigo, no podía saber...
-No, efectivamente, nopodía. Y la verdad, me molesta mucho que haya cosas que yo no sepa.-Aleydis lomiró, incrédula.-Si, es uno de mis peores defectos. Soy bastante orgulloso, aveces incluso demasiado... ¿quieres un caramelo?
Aleydis rió ante laconfesión, un tanto extraña, del director.
-Ah, por fin unasonrisa.-dijo Dumbledore-Empezaba a pensar que no sabías sonreír.
-Sabía hacerlo... hacetiempo-admitió ella, mirando nuevamente por la ventana.
-Si, esa es la cuestión.
-¿Qué?-y entonces seacordó y rectificó-¿Perdón?
Dumbledore sonrió.
-Así me gusta. Verás,llevo un tiempo observándote, y reconozco que me llamas la atención. Siempreeres... reservada, siempre estas encerrada en ti misma. No eres capaz deconfiar en nadie, ni siquiera en tus amigos. Y eso me preocupa. ¿Qué historiase esconde detrás de tu carácter? ¿Qué intentas ocultarnos con tusilencio? Últimamente le doy tantas vueltas a estas preguntas que hasta mecuesta dormirme por las noches. Así que me gustaría que fueras tú quien me lascontestara. ¿Lo harás?
Aleydis dudó. Sentía quepodía confiar en él, que él guardaría su secreto. Miró de reojo su brazo. Bajola manga de la túnica, aún se podían ver unas marcas amarillentas que señalabanlos golpes que había recibido antes de que empezara el curso. Eso que intentabaocultar la avergonzaba, pero también la consumía por dentro. Necesitabacontárselo a alguien y ¿quien mejor que el anciano director?
-De acuerdo.-dijo. Selevantó del alféizar y cerró la ventana. Entonces, se sentó en su cama yDumbledore hizo otro tanto en la que tenía en frente.-La historia que le voy acontar es un poco larga...
-Tengo todo el día-dijoel director tranquilamente.
-Muy bien, entonces.Empezaré por el principio...
-Toda historia debe tener un principio-comenzó Aleydis- así quesupongo que esta también debe tenerlo. Nací el trece de agosto de hace onceaños, en un hospital de Londres. Mi madre se llamaba Anne y mi padre Thomas. Mimadre trabajaba para el periódico "The Times" y mi padre era cartero.No éramos ricos, pero teníamos lo necesario para vivir. Éramos felices. Hastaque ocurrió el incidente.
Dumbledore la miró coninterés, invitándola a continuar.
-Cuando yo tenía ochoaños-siguió-mi madre murió. Se cayó por las escaleras. Todo el mundo pensó quehabía sido un accidente, pero mi padre y yo sabíamos la verdad. No había sidoun accidente. Yo la había matado.
>>A grandesrasgos, sí que fue un accidente. Ése día mi madre y yo discutíamos en elpasillo de mi casa, cerca de las escaleras. Ella había tirado uno de mismuñecos preferidos a la basura. Yo me enfadé y le grité. Ella también seenfadó. Mi padre trató de apaciguarnos, sin resultado. La riña se alargó, hastaque mi madre no aguantó más. Me pegó. Y esa fue la gota que colmó el vaso.Sentí la rabia crecer en mi interior. Todo sucedió muy deprisa. Una especiede... llamémosla onda expansiva, a falta de una palabra mejor, salió de mi yempujó a mis padres. Mi padre tropezó contra la pared, pero mi madre... no tuvotanta suerte. Bajó rodando veintiséis escalones. Mi padre llamó ala ambulancia y rápidamente la llevaron al hospital. Yo me quedé en casa,sola. Pero los médicos no pudieron hacer nada por ella. Había tenido un derramecerebral. Murió dos horas después.
Esa noche, mi padrevolvió a casa borracho. Me llamó asesina. Me pegó. Yo me encerré en mihabitación, y no salí de allí hasta que mi padre se calmó un poco. Estabahorrorizada. Tenía miedo. Yo era una niña rara, un monstruo que había matado asu madre. Y mi padre se encargó de recordármelo durante años.<<
Aleydis se remangó latúnica y le mostró al director las marcas amarillentas. Dumbledore puso unamano en su hombro, tratando de consolarla. Ella se limpió una lágrima que sehabía escapado y continuó.
-A partir de esemomento, mi padre dejó de trabajar. Se dio a la bebida. Y al juego. Ganaba algode dinero jugando al póker, pero se lo gastaba todo bebiendo. Mis vecinos seencargaron de alimentarme, y algunos me dieron ropa no muy estropeada a cambiode que les ayudara en algunas tareas. Fueron muy buenos conmigo.
>>Malviví de estamanera hasta que un día Hagrid apareció en mi casa y me dijo que era una bruja,y que estaba admitida en este colegio. Fue el mejor día de mi vida, y a la vezel peor, porque mi padre se ensañó conmigo más que nunca. Pero no me importó.La perspectiva de que pronto me libraría de eso me daba ánimos. Fui a compraryo sola todo el material. Viajé en el metro hasta King Cross también sola. Elbillete me lo pagó un vecino, pero por una vez no me importó pedir caridad. Porfin me alejaba, aunque solo temporalmente, de mi padre, de sus golpes, de susrecriminaciones, y, sobre todo, me alejaba de la casa en la que un día meconvertí en asesina por error. Esa es mi historia, profesor, y le guste o no leguste, no tengo otra.<<
Dumbledore la miró largorato sin saber qué decir. Entonces preguntó:
-¿Por qué tiraste lavarita al suelo en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras?
-¿Como sabe que...?
-Pasaba por allí en esemomento, y la puerta estaba abierta.
-Ah... la verdad es queme acordé del accidente. Tuve miedo. Fue un acto reflejo.
Dumbledore sonrió.
-No debes tenerle miedoa la magia, Aleydis. Es tu aliada, no tu enemiga. Estas aquí para aprender acontrolarla y doblegarla a tu voluntad. Así que no debes temerla. No te pidoque olvides tu pasado. Te pido que mires al futuro. Podrías llegar a ser unagran bruja. Tienes un don. No lo desperdicies. No tengas miedo.- dicho esto, eldirector se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta.- ¡Ah, por cierto!Ten, toma esto- le dio una caja envuelta en papel de regalo-No es mucho, peropensé que te subiría la moral. Espero que te guste el chocolate. ¡Feliznavidad!
Dumbledore le dirigióuna última sonrisa y se marchó de la habitación.
Aleydis abrió el paquetecon manos temblorosas. Contenía una caja de ranas de chocolate. Hacía tantotiempo que nadie le regalaba nada que estuvo a punto de llorar. Pero no se lopermitió.
Volvió a abrir laventana y se sentó en el alféizar otra vez. Cogió una rana de chocolate yempezó a comérsela, mientras miraba al sol reflejarse en el lago helado. Talvez, se dijo, saliera a los jardines. Hacía un día muy bonito para estar enpleno diciembre. Podría probar algún conjuro. Hacía mucho tiempo que nopracticaba, y no quería que sus notas bajaran. Si, tal vez lo hiciera.
Solo tal vez.
-¡Mira Sev, ya se ve Hogwarts!-gritó Lily.
Severus miró por laventana del carruaje. Pudo ver al colegio alzarse tras una curva, espléndido,iluminado como el día de su llegada.
-¿Cómo crees que estaráAleydis?-preguntó la niña.
-¿Aleydis? ¡Estaráencantada! ¡Dos semanas con el castillo para ella sola! ¡Y con permiso parahacer magia! ¿Quien pediría más?-dijo Severus.
-Pues yo me hubiesesentido muy sola.
-Oh, vamos Lily, estamoshablando de Aleydis.
La niña sonrió.
-Supongo que tienesrazón.
Cuando llegaron aHogwarts, bajaron del carruaje y siguieron a la marea de gente hasta el GranComedor. Aleydis los esperaba allí, sonriente.
-¡Lily, Sev, qué alegríaveros! ¿Qué tal las vacaciones?
Corrió hacia ellos yles dio un abrazo. Severus abrió mucho los ojos.
-¿Quien eres tú y quéhas hecho con Aleydis?-preguntó con sarcasmo.
La niña sonrió.
-¡Idiota, soy yo!
-Pues no pareces tú-dijo Lily-Se te ve más alegre.
-Bueno, digamos que lasvacaciones me han sentado bien- "y la charla con Dumbledore también"pensó, pero no lo dijo.
-Bueno, pues...estupendo. ¿Vamos a cenar?-preguntó Severus.
-Si, vamos.
Después de cenarsalieron a los jardines. Hacía una noche preciosa, bastante cálida para esaépoca del año. Se sentaron bajo un haya y se contaron sus vacaciones.
-Yo las pasé con mifamilia.-contó Lily- Y con Sev. Nos veíamos a menudo.
-Si.-corroboró él- Mispadres estaban más contentos que de costumbre, porque a mi padre lo hanascendido, así que no les importó.
También hablaron sobrela decoración navideña, las comidas y los regalos.
Cuando le llegó el turnoa Aleydis, apenas tenía nada que contar. Les dijo que se había pasado todas lasfiestas explorando el castillo y haciendo los deberes. También les contó que nohabía recibido regalos de navidad, pero se guardó para sí la conversación conDumbledore.
Siguieron hablando hastaque el profesor Moon los mandó a acostarse. Los tres amigos se despidieron y seencaminaron hacia sus respectivas salas comunes.
Al entrar en la salacomún de Gryffindor les esperaba una sorpresa a las dos niñas. Las clasesde vuelo en escoba empezarían ese miércoles. Todo aquel que quisiera asistir,debía apuntarse. Las dos amigas lo hicieron de inmediato. Esa noche, Lily casino pudo dormir de la emoción de volver a Hogwarts y de las ganas quetenía de aprender a volar.
* * *
La tarde del miércoles,todos los alumnos apuntados al curso de vuelo salieron a los jardines. Laseñora Owen, la instructora, les enseñó cómo sujetar la escoba, como montarseen ella y algunas nociones de vuelo. Mientras, unos chicos de quinto deSlytherin observaban un poco alejados como los de primero se montaban en susescobas temblando un poco. Todos menos uno: una chica pálida de pelo castaño.Parecía muy segura.
Entonces, a uno de ellosse le ocurrió algo. Se lo dijo a sus amigos y ellos rieron, divertidos.
Ajenos a todo eso, losalumnos de primero se subieron a sus escobas. Algunos con decisión, otrosno tanto. Aleydis tenía miedo, pero no dejó que se notara. Dio una patada en elsuelo y se elevó con todo el mundo.
Sintió el aire en lacara y sonrió. "No está mal una vez que te acostumbras" pensó. Miró aLily. Estaba fuertemente agarrada a la escoba, pero también sonreía. A su lado,Severus estaba más pálido de lo normal. Un poco más allá, Potter y compañíahacían piruetas en el aire, ignorando a la profesora, hasta que ella le quitópuntos a Gryffindor.
Aleydis movió la escobapara reunirse con sus amigos, pero la escoba no quiso avanzar. De repente diouna sacudida. Y otra. Otra más. La niña gritó. Su escoba se empezó a elevar enel aire mucho más alto que cualquier otra. Y entonces salió disparada. Aleydisestaba aterrada; la escoba no la obedecía. Trató de frenar, pero fue inútil. Así que optó por agarrarse al palo para no caerse, yaque volaba a varios metros de altura.
Más allá, los chicos dequinto se reían. Todos menos uno. El que estaba trucando la escoba de la niñaseguía ejecutando el hechizo, pero algo no iba bien. La escoba no le obedecía.Trató de anular el hechizo, pero no pudo.
La niña gritópidiendo ayuda, pero nadie pudo acercarse a la escoba, porque cuanto más seaproximaban, más se movía, amenazando con tirar a la alumna alsuelo. Todos los que estaban allí vieron con horror como la escobase elevaba, daba otra sacudida y volaba hacia el Bosque Prohibido, con la pobreAleydis encima.
Aleydis voló sobre el lago, agarrada con fuerza a su escoba.Trataba de hacerla parar, sin resultado. No se atrevía a sacar la varita pormiedo a que se le cayera al lago. Así que voló, impotente, sobre la cabaña deHagrid y se adentró en el Bosque Prohibido.
Y entonces la escobacomenzó a descender. Aterrizó en un claro en medio del bosque. La niña bajó desu escoba, asustada. Ésta dio una sacudida, se elevó y se perdió entre lasramas. "Ojalá te estrelles contra un árbol" pensó Aleydis. Miró a sualrededor. ¿Qué podía hacer ahora? Estaba perdida en medio de un lugardesconocido y peligroso. Sabía que lo peor que podía hacer era caminar, porqueera probable que se perdiera más, pero tampoco podía quedarse quieta, porque algo podía encontrarla. No sabíaexactamente qué tipo de criaturas habitaban en el Bosque Prohibido, peroseguramente eran peligrosas. No por nada el acceso estaba restringido alos alumnos.
Sacó su varita. Esperabano necesitarla, pero nunca estaba de más. Se echó a andar, confiando enencontrar la salida. Caminó durante un buen rato, hasta que un ruido a suespalda le hizo pegar un brinco y girarse bruscamente. Pero respiró aliviada alver que sólo era una ardilla. Agotada, se sentó en el tronco de un árbol caído.
"Nunca saldré deaquí" pensó con amargura.
"No pienseseso" se recriminó. "No puedes rendirte ahora. Eres una Gryffindor,¿recuerdas?"
Así que se levantó ysiguió caminando.
Tras otro rato de vagarsin rumbo se dio cuenta de que había estado andando en círculos, porque habíavuelto al claro del que había partido.
"Mierda. Asíno voy a ninguna parte. Si al menos pudiera subir por encima de los árbolespara orientarme... un momento. ¡Si que puedo!" Aleydis había tenido unaidea. Podía usar el hechizo levitador que había aprendido en clase de Encantamientos.Claro que esa vez sólo había levantado una pluma... ¿Podría levantarse a símisma? ¿Y qué pasaría si el hechizo salía mal? Recordaba muy bien que más deuna pluma había estallado, desaparecido o se había quemado en esa clase... perono era el momento de dudar. Dumbledore tenía razón. Ella eraquien controlaba la magia, y no al revés. Se apuntó al pecho con lavarita y murmuró "Wingardium leviosa"
Al instante, comenzó alevitar. Con renovadas esperanzas se hizo subir entre los árboles, hacia el cielo.Pero pronto de dio cuenta de que el hechizo la consumía, y que no podríamantenerlo mucho tiempo. Trató de subir más rápido, pero en el últimomomento...
-¡Nooooo!-gritó. Sintióque caía y agarró fuertemente su varita para no perderla. Las ramas de losárboles frenaron su caída, pero no se mató de milagro. Se quedó tendidaen el suelo del bosque, sin fuerzas para levantarse.
Nunca supo cuánto tiempopasó allí tirada. Tampoco le importaba. Si alguien estaba interesada enencontrarla, la encontraría. Y si no, ¿qué más daba? Se dejó llevar por sudesesperación. ¿Y si no la encontraban? ¿Y si moría en el bosque? ¿Y si leimportaba tan poco a la gente que ni siquiera la estaban buscando? Trató deevitar estos pensamientos, pero ellos volvían a su mente, cada vez con másintensidad. Pronto, la ansiedad y el agotamiento la vencieron y se quedódormida.
Un ruido de pasos despertó a Aleydis. Se incorporó, asustada, conla varita en la mano. Aguzó el oído. No era una ardilla ni nada parecido. Fueralo que fuese,era grande. Y se acercaba al claro. Rápidamente, sin hacer ruido,la niña se ocultó entre las sombras de los árboles y esperó.
En el claroapareció una figura encapuchada. Se detuvo en el lugar en el que ella habíaestado durmiendo apenas treinta segundos antes. Estaba de espaldas, así que Aleydis se asomó entre las ramas para verlo mejor. Una rama crujióbajo sus pies. La figura encapuchada se giró, y la niña pudo ver unamáscara cubriéndole la cara. Contuvo la respiración. El extraño seaproximó a ella, pero debió decidir que el ruido lo había causado un animal,porque se giró otra vez. Aleydis soltó poco a poco el aire contenido. Elencapuchado miró a su alrededor. Parecía estar esperando algo.
De repente, otra personase apareció en el claro. También llevaba capa, pero no ocultaba su rostro. Eraun rostro hermoso, se dijo la niña, pero al mismo tiempo era cruel. Sus ojoseran rojos, y en el lugar que debería haber ocupado su nariz tenía dosrendijas. Era muy pálido. Era un rostro atractivo, muy atractivo, pero teníaalgo que infundía terror. Aleydis se estremeció.
Entonces, el segundovisitante habló. Tenía una voz bonita, sedosa, pero en el fondo podíadistinguirse un ligero tono agudo y desagradable.
-¿Qué noticias traes,Malfoy?-preguntó.
Aleydis miró con asombroal primer hombre. No era posible que fuera su compañero de clase; debía ser supadre.
-Excelentes, miseñor-respondió Malfoy haciendo una reverencia- Hemos eliminado a todos losaurores.
-¿Y los muggles?
-Todos muertos. No haytestigos.
-Bien. Ahora, sólo quedaesperar al momento oportuno, y que nuestro infiltrado haga bien su trabajo.Espero que cuando llegue el momento de actuar estés listo.
-Si, señor.
-Más te vale.
Dicho esto, el segundohombre desapareció. Malfoy, tras unos instantes, le siguió.
Aleydis seguía escondida tras un árbol. Temblaba. ¿Quieneseran esos hombres? ¿De qué hablaban? ¿Por qué habían matado a los muggles? ¿Quéeran los aurores? Las preguntas se agolpaban en la mente de la chica, que seguíasin poder moverse. Pasaron los minutos. Aleydis estaba como hechizada. No dabaseñales de vida, y parecía que el bosque la imitaba. Nada se movía, gritaba,gruñía, chillaba, graznaba o hacía crujir las ramas. Era como si el tiempo sehubiese detenido.
De pronto, algo brillóen la oscuridad. La niña se puso alerta, pero un extraño instinto le dijo queno era necesario, que fuera lo que fuese eso, no le haría daño. Esperó a que seacercara. Era una cosa brillante, plateada, con una forma extraña y neblinosaque, sin embargo, recordaba a algo. Sólo cuando lo tuvo en frente reconoció susilueta: era un pájaro. Pero no era real, o al menos no tan real como Aleydis,aunque tampoco era un fantasma. Era como... una especie de energía, una fuerzapositiva que la hacía sentirse segura. La niña no sabía cómo describirlo. Nosabía qué era, y sin embargo no lo temía. No trató de alejarse de eso, nisiquiera cuando le hablo con la voz de Dumbledore:
"Sígueme" dijo.
Aleydis no se lo pensódos veces: lo siguió.
Caminaron por el bosquelo que parecieron horas. Poco a poco, se hizo de noche. La niña, al límite desus fuerzas, trataba de seguir al ave. Apenas era consciente de que ponía unpie delante del otro. Todo estaba oscuro. Podía percibir sombras entre losárboles, pero los seres no se acercaban a ellos. La figura plateada la manteníaa salvo y le daba fuerzas para caminar.
Nunca supo cómo, perofinalmente consiguió llegar a la salida del bosque. Allí, el animal plateado sedesvaneció. Aleydis ni siquiera pudo darle las gracias. Sintió que la energíaque le había proporcionado el ave, la energía que le había ayudado a llegarhasta allí, se desvanecía con la aparición. Lo último que vio antes de desmayarsepor el agotamiento fue a varias personas corriendo hacia ella...
* * *
"Aly, despierta.Aly, ¿estás ahí? Aleydis..."
Aleydis abrió los ojos. Lo primero que pensó fue que su madre laestaba llamando. Pero era imposible. Ella estaba muerta. Parpadeó para enfocarla vista.
Estaba en la enfermería del colegio. La señora Pomfrey, laprofesora de vuelo, Dumbledore, Severus y Lily estaban allí. Su amigo lallamaba con insistencia.
-Aly, vamos, despierta.
Aleydis sonrió. Hacía mucho tiempo que nadie la llamaba así. Desdeque su madre había muerto.
-Sev, me vas a gastar el nombre - murmuró con ironía.
-¡Aleydis!-gritó Lily. Corrió a abrazarla.
-¡Lily! ¡Para, que me ahogas!
-Ups, lo siento.- dijo ella, soltándola.
Aleydis trató de incorporarse, pero se mareó. La enfermera laobligó a acostarse de nuevo. Miró a su alrededor. Todos los que estaban allí lamiraban, preocupados.
-Señorita Bottom-preguntó la profesora de vuelo, la señorita Owen-¿qué le ocurrió a su escoba?
-No lo se, profesora. Se descontroló. No me hacía caso.
-Comprendo...- la oyeron murmurar algo sobre "gafaron laescoba" y sobre "un hechizo fallido".- ¿Y dónde está la escoba?
-No lo se. Se fue volando.
-Lástima, era una buena escoba...
Se quedaron un rato en silencio. Entonces, Aleydis recordó laconversación de los dos hombres en el bosque.
-Profesor Dumbledore, ¿puedo hablar con usted? Es bastanteurgente.
-Por supuesto. ¿Qué ocurre?
La niña miró a los demás en un gesto bastante significativo.
-Todos fuera- los echó la señora Pomfrey.
Cuando todos hubieron salido, Aleydis habló. Le contó al directortodo lo que había pasado en el Bosque Prohibido. Cuando terminó, Dumbledore lamiró, pensativo.
-¿Cómo dices que se llamaban esos hombres?-preguntó.
-Uno se llamaba Malfoy. Del nombre del otro, no tengo niidea.
-¿Y dices que el tal Malfoy llevaba una máscara?
-Si.
-¿Y que llamaba al otro "Señor"?
-Si.
El director volvió a quedarse pensativo. Aleydis no queríainterrumpir sus cavilaciones, pero tenía unas cuantas preguntas que hacerle.
-Esto, profesor...
-¿Mmm?
-¿Qué era esa figura plateada? ¿Por qué habló con su voz? ¿Y porqué me salvó?
-Eso era un patronus.-respondió el director.
-¿Un qué?
-Un patronus. Es unafuerza positiva que sirve para combatir a cierta clase de criaturas. También esposible usarlo para enviar mensajes, y si eres muy hábil, para realizarmisiones como esa.
-¿Y quien me lo envió?
-Yo.
-Ah. Gracias.
-No hay de qué.
Volvieron a quedarse ensilencio. Tras un rato, Aleydis preguntó:
-¿Y qué son los aurores?
-¿Mm? ¡Ah, los aurores!Pues son... como la policía del mundo mágico.
-Ya veo.
-Pero me extraña queesas sean tus preguntas. Francamente, esperaba que preguntaras sobre esos doshombres en primer lugar. ¿O acaso no te despiertan curiosidad?
-¡Claro que si! Primero,¿quiénes eran esos tipos?
Dumbledore suspiró, comosi la respuesta a la pregunta fuera difícil de pronunciar.
-No se si sabrás, niña,que el mundo mágico está en alerta últimamente, porque algo nos amenaza atodos. Ese algo se llama Lord Voldemort.
-¿Voldemort?
-Si. Ese hombre queviste en el claro, el de rostro hermoso y ojos rojos, era él. Y, francamente,me extraña que no te descubriera. Tiene una... habilidad especial paraencontrar a aquellos que se ocultan.
-¿Y por qué todo elmundo le teme?
-Voldemort es un magopeligroso, un asesino. Domina la magia oscura como nadie nunca lo ha hecho. Yodia a los muggles. Su mayor ambición es reinar sobre todos los magos yaplastar a la gente no mágica. Es un hombre cruel, al que nada lo detiene. Notiene compasión. Es un monstruo.
Aleydis no habló, porqueno sabía qué decir. Tras un rato de silencio, preguntó:
-¿Y quién era el otrohombre? ¿Y por qué llevaba una máscara?
-Ese hombre era unmortífago. Así se hacen llamar los seguidores de Voldemort, los que, como él,pretenden alzarse por encima de los muggles, a los que consideran escoria, pocomás que ratas de alcantarilla.
-¡Pero eso no es justo!¡Los muggles no han hecho nada! ¡Ni siquiera saben que existimos!
-Exacto. No lo saben, ypor eso nosotros tenemos que escondernos.
-¿Y ese... Voldemort hamatado a tanta gente sólo para no tener que ir por la calle vestido de muggle?
-Más o menos.
-Pues qué tontería.
-Si, es una tontería.Pero Voldemort tiene ansias de poder, y no es de los que atiende a razones. Nocomprende que dominar sobre todos no le dará la felicidad. ¿Pero qué sabrá élde felicidad?- Una amarga sonrisa asomó en el rostro del director.-Nunca fuefeliz en ningún sitio, siempre quiso destacar, ser poderoso, estar por encima delos demás. Tuvo una infancia complicada, y supongo que, a la larga, eso no hizomás que corromperlo.
-¡Pero eso no esexcusa!-exclamó Aleydis, indignada.- ¡Yo tampoco tuve una infancia estupenda, yno por ello voy matando a la gente por ahí! ¡Que sea un amargado no le daderecho a arruinarle la vida a los demás!
Dumbledore sonrió.
-Supongo que tienesrazón. Bien, ¿alguna pregunta más?
-Sólo una. ¿Por quéasesinó a los aurores? ¿Qué pretende?
El director dejóde sonreír.
-Eso, Aleydis-dijo conamargura- sólo él lo sabe.
Al día siguiente,Aleydis salió de la enfermería totalmente repuesta. Cuando entró en el GranComedor para desayunar, se reunió con sus amigos, que le pidieron que lescontara lo que había pasado en el bosque. Ella se lo contó casi todo, peroomitió la conversación que había escuchado a escondidas, por consejo deldirector. Cuando le preguntaron qué había hablado con Dumbledore, ella contestóque le había preguntado sobre la figura plateada que la había salvado. Al fin yal cabo, no era una mentira; era una media verdad.
El director, por suparte, decidió poner encantamientos anti-aparición y de detecciónalrededor del colegio, para que nadie pudiera entrar o salir de él sinautorización.
Pasaron las semanas. Lasvacaciones de Pascua quedaron atrás, y, aunque aún quedaba un mes para los exámenes,los profesores empezaron a mencionarlos con frecuencia. Los alumnos comenzarona ponerse nerviosos, e incluso la imperturbable Aleydis dio muestras depreocupación más de una vez.
Pero lo que preocupaba ala niña no eran los exámenes. Aún le rondaba por la cabeza la conversación quehabía oído en el Bosque Prohibido. Todos los días leía con avidez el periódicomágico El Profeta, en busca de alguna noticia sobreasesinatos, ataques, robos u otro tipo de cosas que indicaran que Voldemortestaba actuando. Pero nada. "O el plan del que hablaron en el claro nosalió bien" se decía la niña "o están esperando al mejor momento paraejecutarlo". La incertidumbre carcomía a Aleydis, pero no podía hacer otracosa que esperar. Así que se obligó a sí misma a olvidarse de ese tema yconcentrarse en los exámenes, aunque, muy a su pesar, siguió mirando elperiódico con ansiedad cada mañana.
* * *
Una tarde, Aleydisestaba estudiando sola en la biblioteca. Lily se había quedado en la salacomún, pero allí había demasiado ruido para su gusto.
Acababa de terminar unaredacción sobre "La revolución de los duendes en el siglo XV" para laclase de Historia de la Magia. Se frotó los ojos. Le picaban. Estaba agotada. Losprofesores les mandaban cada vez más deberes, y los alumnos pasaban más tiempoen la biblioteca que en sus respectivas casas. Esa tarde, sin embargo, no habíamucha gente. Aleydis miró el reloj: eran las siete. Aún tenía algo de tiempoantes de cenar. Se levantó a buscar un libro que necesitaba de una delas estanterías y vio algo que la distrajo.
Era un cuadro enorme. Enél, una criatura de fuego volaba hacia una puesta de sol. La niña se preguntóqué sería la cosa de fuego, y por qué le resultaba tan familiar.
-Precioso, ¿verdad?-dijouna voz detrás de ella.
Se giró, sobresaltada. Asu espalda estaba Dumbledore, que miraba con ojos soñadores el cuadro, mientrassonreía.
-¡Profesor! ¿Qué haceaquí?- al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. La biblioteca erade todos, así que el director tenía todo el derecho de estar allí. Era unapregunta impertinente, pero al parecer Dumbledore no se dio cuenta.
-Busco algunainformación sobre los fénix-contestó, mientras le enseñaba un libro de tapasrojas cuyo título era "El ave fénix. El pájaro nacido del fuego"
-¿Qué son los fénix?-peguntó la niña con curiosidad.
-Son unas criaturas muyinteresantes. Nacen de un huevo una vez cada quinientos años, y luego nuncamueren.
-¿No mueren?
-No. Renacen de sus propias cenizas.
-¿Ah, si? Que curioso.
-Si, son unos seres fascinantes
Aleydis miró el cuadro.
-¿Eso es un fénix?-preguntó.
-Si.
-Vaya
son hermosos.
-Si, mucho.-Dumbledore miró a laniña, que seguía contemplando el cuadro con ojos brillantes. Se acercó a suoído y le susurró- Ven a mi despacho esta noche. Te espero a las nueve enpunto. Quiero enseñarte una cosa que seguro que te gustará. Por cierto, ¿hasprobado alguna vez las plumas de azúcar?-y dicho esto se marchó sin másexplicaciones.
Aleydis vio a Dumbledore salir de labiblioteca y por un momento, se le pasó por la cabeza que estuviese loco. ¿Acuento de qué venía lo de las plumas de azúcar? ¿Y qué querría enseñarle?
Decidió que no valía la pena hacersepreguntas. Con un suspiro resignado, cogió un libro en la estantería, volvió asu silla, sacó pluma y pergamino y empezó a escribir una redacción sobre "Latransformación humana; beneficios y contraindicaciones".
* * *
A las nueve menos cinco, Aleydissalió de la sala común de Gryffindor y se encaminó al despacho de Dumbledore.Al doblar una esquina, vio que el recorrido se dividía en tres, y, como nunca había estado en el despacho deldirector, no supo que camino coger. Miró a su alrededor, indecisa. No teníatiempo de recorrer todo el castillo en busca de su despacho. Mientras estabaallí parada, una voz la llamó.
-Señorita Bottom, ¿qué hace aquí aestas horas?- era el profesor Moon, que se había acercado por el camino de laderecha.
-Estoy buscando el despacho deDumbledore-contestó.
El profesor pareció desilusionado.
-¿Tiene una reunión con él?
-Emm
si, algo así.
-¿Y para qué?
Aleydis decidió que lo mejor era sersincera.
-No lo se, señor.
-¿No lo sabe?
-No. Sólo me dijo que queríaenseñarme algo. Y si me disculpa, llego tarde.- se marchó por el camino de laizquierda.
El profesor Moon carraspeó.
-Esto, señorita Bottom-parecía apunto de reírse- es por allí- señaló el camino que seguía recto- ¿Quiere que laacompañe?
-Eh
no, gracias, creo que me lasarreglaré.
-Está bien
su despacho está tras lagárgola de la pared de la derecha, la única con los cuernos arrugados. Aunquesupongo que no le interesará la información
en fin. Buenas noches- le guiñó unojo y se marchó, dejando a Aleydis entre la risa y la extrañeza.
A partir de ahí, encontró fácilmenteel lugar. Pero
¿y la puerta? Según Moon, el despacho estaba tras la gárgola.¿Y como se hacía para apartar la gárgola? Decidió preguntarle.
-Esto
oiga
-se sintió estúpida,pero no se le ocurría otra cosa.- ¿Puedo pasar?
La niña vio asombrada como la piedraabría la boca y preguntaba:
-¿La contraseña?
"Mierda" pensó. "¿Y ahora quéhago?". Dumbledore no le había dado ninguna contraseña.
-Eh
¿escarabajos?-conociendo aldirector, seguro que era algo absurdo.
-No.
-¿Tonterías?
-No.
-¿Piel de gato?
-No.
Aleydis miró su reloj, angustiada.Llegaba tarde. Rememoró la corta conversación mantenida con el director. ¿Lehabría revelado la contraseña sin que ella se diera cuenta?
-¿Fénix?
-No.
-Ave.
-No.
-Cuadro.
-No.
-Despacho.
-No.
-Libro.
-No.
-¿Biblioteca?
-No.
"Vamos, Aly, piensa". Volvió arecordar la conversación. Habían hablado de los fénix, se habían citado a lasnueve en su despacho y luego él había mencionado algo sobre
¿plumas de azúcar?
-¡Claro, eso es!- gritó dándose unapalmada en la frente.- ¡La contraseña es plumas de azúcar!
-Correcto-dijo la gárgola- Adelante.
Se apartó y Aleydis pudo ver unasescaleras. Cuando sus pies tocaron el primer escalón, los peldaños empezaron amoverse y la subieron hasta una puerta de roble. Llamó tres veces.
"Pasa" le dijo Dumbledore.
Tomó aire, se alisó la túnica conlas manos, soltó el aire y entró.
Cuando entró enla habitación, Aleydis se quedó de una pieza. Nunca había visto un despacho,pero estaba segura de que normalmente los despachos no eran así. A primeravista era bastante normal; una habitación con forma oval, con un escritorio ydos sillas, una para el director y otrapara el alumno. A primera vista. Cuando te fijabas un poco más, descubrías unlugar lleno de cachivaches extraños que brillaban, saltaban, gritaban o echabanhumo. Aleydis nunca había visto ninguno de ellos, y se preguntó para quéservirían.
Dumbledore carraspeó. La niña se diocuenta de que se había quedado clavada en la puerta con la boca abierta.
-Esto
yo
-murmuró, azorada.-Buenasnoches, profesor.
-Buenas noches, Aleydis. Ven,siéntate.
La niña caminó hacia el escritorio yse sentó en la silla que le indicaba el director.
-Supongo-empezó Dumbledore- que tepreguntarás qué haces aquí.
-Pues
si, la verdad es que si.
-Verás, esta tarde te vi taninteresada en el cuadro del fénix que hay en la biblioteca que pensé que quizáste gustaría ver uno de verdad.
Los ojos de la niña comenzaron abrillar.
-¿Me
me va a enseñar un fénix?-preguntó, como si no diera crédito a sus oídos.
-Mejor. Vamos a ver el nacimiento deuno.- Dumbledore se levantó de la silla en la que estaba sentado y se dirigió ala chimenea. Aleydis lo siguió. El director se agachó para ver las llamas, y lainvitó a hacer lo mismo. Ella lo hizo. Pudo ver un huevo rojo dentro de lachimenea.
-¿Eso es el huevo de un fénix?
-Si, y, según este libro, falta pocopara que eclosione. No creo que tarde más de dos o tres minutos.
Se quedaron mirando las llamas,expectantes. Entonces, con un repentino "crack", el huevo empezó a quemarse.
-¡Profesor, se quema!-gritó Aleydis,alarmada.- ¡Sáquelo de ahí!
Dumbledore sonrió.
-Tranquila. Mira lo que ocurre.
La niña lo hizo. De la cáscaraquemada empezaba a surgir una criatura pequeña. Estaba rodeado por las llamas,pero eso no parecía molestarle. Cuando su huevo se hubo quemado por completo,el fuego cesó y apareció un polluelo feo, pequeño y sin plumas. Aleydis lomiró, desilusionada.
-¿Esto es un fénix?
-Esto- le dijo Dumbledore- es unfénix recién nacido. Cuando crecen, se vuelven más bellos, y adquierenpropiedades mágicas. Lo único hermoso quetienen cuando nacen es
Entonces, el polluelo se sacudió lascenizas y empezó a cantar.
-
su canto.-terminó el director.
Aleydis miró al feo pájaro,extasiada. Era lo más hermoso que había oído nunca. Años después, cuando lepreguntaron, no supo como describirlo. Era como si la música la hicieserevivir. Casi sin darse cuenta, empezó a evocar recuerdos felices: a su padresonriendo, a su madre abrazándola, su primera bicicleta, el día en el que sehizo amiga del perro del vecino porque él encontró una muñeca que se le habíaperdido
Miró al director. Vio como unalágrima solitaria se escurría por su mejilla hasta su barba. Entonces se diocuenta de que ella también había empezado a llorar. ¿Estaría Dumbledore recordando tiempos felices? La niñano se atrevió a preguntar ; era algo muy personal.
-Profesor
- trató de decir algo,pero no le salían las palabras.
-Lo se- murmuró él.
Se quedaron en silencio hasta que elfénix acabó su canción. Entonces Dumbledore lo cogió y lo llevó a un pequeñopedestal con forma de columpio, y con un plato dorado debajo. Aleydis selevantó del suelo y se sentó en la silla que estaba frente al escritorio. Eldirector se sentó en su propia silla y sólo entonces habló:
-¿Y bien? ¿Qué te ha parecido?
-Ha sido
increíble.
Dumbledore sonrió.
-Si, no me lo esperaba así, pese aque me lo habían contado muchas veces. Nunca pensé que fuera algo tan
especial.
-Muchísimas gracias por dejarmeestar aquí y ver esto. De verdad.
-De nada. Ahora, será mejor que tevayas, ya es muy tarde.
-Si. Buenas noches, profesor.
Se levantaron.
-Buen
¡Ah, espera! Una cosa antesde que te vayas.
Rodeó el escritorio y se acercó alfénix, que dormitaba en su pedestal.
-Necesita un nombre.
Aleydis lo miró, extrañada.
-¿Quiere
que yo le ponga un nombre?
El director se encogió de hombros.
-¿Y por qué no?
La niña lo pensó un rato.Finalmente, dijo:
-Creo que debería llamarse Fawkes.¿Le parece bien?
-Por mi, no hay problema. ¿Y tú quéopinas?- preguntó dirigiéndose al fénix.
El pájaro soltó un chillido deconformidad.
-Estupendo. Bienvenido a Hogwarts,Fawkes.
Aleydis rió.
-¿Qué ocurre?- le preguntó eldirector.
-Nada, es solo que me extraña oírlehablar a un pájaro como si fuera una persona.
-Bueno, al fin y al cabo
¿es tangrande la diferencia?
La niña lo pensó un rato. No, no eratan grande. Al fin y al cabo, ahora el pájaro era un habitante más delcastillo, y seguro que mucho más inteligente que la mayoría de los alumnos. Porlo menos, él parecía comprender las cosas cuando le hablaban, cosa que algunosaún no habían conseguido.
-No, supongo que no. Buenas noches,profesor.
-Que duermas bien, Aleydis.
La niña sonrió y salió del despacho,cerrando la puerta tras de sí. Por un momento, se le ocurrió que tenía unaextraña relación con el director. A ver, ¿a cuánta gente conoces que vaya aldespacho del director de su escuela a ver el nacimiento de un fénix? (Me juegolo que quieras a que no sabes de nadie que lo haya hecho) Sacudió la cabeza. Notenía ganas de pensar en ello. Bajó las escaleras con una agradable sensaciónde felicidad. Qué lástima que le fuera a durar poco
En cuantoAleydis hubo dejado atrás el último escalón, la gárgola volvió a su sitio,ocultando la escalera. Miró el reloj: las diez y media. Hacía rato que deberíaestar en la cama. Echó a andar hacia la torre de Gryffindor con paso rápido.Nole importaba demasiado que McGonagall, Slughorn, Filtwick u otro de losprofesores la encontraran, porque si les decía que había estado con Dumbledore,ellos la creerían. Pero si Filch la pillaba, no atendería a razones y lacastigaría.
Al doblar una esquina,oyó voces. Rápidamente, volvió atrás y se ocultó tras el primer tapiz que vio,por si acaso. No era un gran escondite, pero el tapiz era grueso y la ocultaríamejor que una armadura o una gárgola. Esperó en silencio, cruzando los dedospara que las personas que hablaban se alejaran de allí y no advirtieran supresencia.
Cuando las vocesdoblaron la esquina, Aleydis pudo reconocer al profesor Moon. La otra voz erade un hombre, pero, aunque le sonaba, no lograba ubicarla. Estuvotentada a salir de su escondite y explicarle al profesor que acababa de salirdel despacho de Dumbledore, pero lo que oyó la hizo detenerse.
-¿Entonces está todolisto?-preguntó Moon.
-Si. Sólo falta undetalle-contestó el otro.- Dumbledore.
-Ya veo.
-Necesitamos que cumplastu parte ya. El Señor Tenebroso desea hacerlo esta noche. No podemos retrasarlomás. Necesitamos un rehén.
De repente, una bombillase encendió en la mente de Aleydis. La voz que le sonaba pertenecía al hombreque había visto en el claro. Malfoy. Pero, para su desgracia, lo comprendiódemasiado tarde.
-De acuerdo. Y creo quese perfectamente a quien coger.
-¿Ah, si?
El señor Moon se acercóal tapiz y lo apartó de un tirón.
-Buenas noches, señoritaBottom- dijo con una sonrisa sádica.
Aleydis ahogó un grito.Le había cogido por sorpresa, y ahora estaba atrapada. Trató de correr, peroMalfoy le lanzó un hechizo aturdidor y la chica cayó al suelo con un ruidosordo.
* * *
Unos pasillos más allá,tras el retrato de una señora muy gorda, en la sala común de Gryffindor, Lilyesperaba a su amiga. Tenía un extraño presentimiento desde que se habíamarchado, así que había decidido esperarla despierta.
Pasaron las nueve ymedia. Y las diez. Las diez y media. Aleydis aún no había vuelto. Las once.Lily empezaba a preocuparse. Las once y media, y su amiga no aparecía.
A las doce menos cuarto,preocupada, se levantó de la cómoda butaca y salió de la sala común. Seencaminó hacia el despacho de Dumbledore. Sabía el camino debido a unaequivocación de un alumno de quinto (de Slytherin) al indicarle ladirección de la biblioteca, pero aún así se perdió. Para cuando encontró lagárgola, eran casi las doce. Antes de entrar, dudó. ¿Qué pasaría siinterrumpiera algo importante o privado? ¿Y si el director la veía como una idiotapor haber ido a buscar a su amiga cuando sabía que con él no le podía pasarnada? ¿Y si Aleydis se enfadaba con ella?
Dio media vuelta paramarcharse, pero en la esquina se encontró a la Señora Norris, lagata de Filch. Y decidió que entre Dumbledore y el conserje, prefería aDumbledore. Murmuró la contraseña que le había oído esa tarde a suescandaloso profesor de pociones y la gárgola se apartó. Subió las escaleras(en realidad las escaleras la subieron a ella) y se encontró frente a la puertade madera. Estuvo a punto de llamar, pero escuchó voces. Pensó que serían suamiga y el director y decidió no molestarlos, pero entonces algo le llamó laatención. La voz que se oía no era la de Aleydis, ni tampoco la de Dumbledore.Era el sonido de un hombre adulto, acompañado con el de unos pasos. Tanextrañada como curiosa, se agachó para mirar por el ojo de la cerradura.
Dumbledore estabasentado tras su escritorio. Tenía el ceño fruncido, pero parecía tranquilo. Unhombre de pelo rubio paseaba por la habitación. Él, al contrario que eldirector, estaba muy contento.
-No te queda más remedioque aceptar nuestras condiciones- decía el rubio.
-¿Y qué pasará si no lohago?
-Pues... que ciertapersona sufrirá las consecuencias.
A este comentario lesiguió un silencio tenso. Finalmente, Dumbledore preguntó:
-¿A qué te refieres?
-Digamos que tenemos unaespecie de rehén.
-¡¿Un rehén?!-Dumbledorese había puesto en pie de repente. Había perdido su máscara de tranquilidad.Lily nunca lo había visto tan enfadado.- ¡Maldita sea, Malfoy! ¿Cómo has podidocaer tan bajo?
Él se encogió dehombros, como si raptar a la gente fuera algo que hiciera todos los días.
-Son órdenes del SeñorTenebroso. Es la única manera de que usted se esté quietecito en sudespacho.
Lily escuchaba todo estotras la puerta con la boca abierta. ¿Por qué querían que Dumbledore no semoviera de su despacho? ¿Qué iban a hacer? ¿Quién era el señor tenebroso? Y lapregunta más importante; ¿a quién habían raptado?
El director pareció oírsus pensamientos, porque preguntó:
-¿A quién tenéis comorehén?
Malfoy sonrió consadismo.
-No creo que te guste larespuesta.
-¡Maldita sea, Malfoy,dímelo o...!-Dumbledore sacó la varita.
-Guarde eso o el rehénsufrirá las consecuencias-el director obedeció.
-Muy bien. Ahoracontesta: ¿a quién habéis capturado?
Malfoy sonrió conmaldad.
-A Aleydis Bottom.
Lily se quedó de piedra.Dumbledore, que parecía a punto de desmayarse, se dejó caer en su silla.Estaba más blanco que su barba.
-Si no quiere que lachica muera-dijo Malfoy- me hará caso. Quédese aquí. No se le ocurra salir. Notrate de avisar a nadie o ella sufrirá las consecuencias. Le estaremosvigilando, Dumbledore. Téngalo presente si quiere volver a ver a la niña convida.
El rubio se dirigió a lachimenea y sacó un saquito de su bolsillo. Metió la mano en él y sacó algo,pero Lily no pudo ver lo que era. Lo tiró al fuego encendido y dijo"Ministerio de Magia" mientras se metía entre las llamas, ahoraverdes.
Y entonces, tras girarsobre sí mismo, desapareció.
Lily seguíamirando por la cerradura, pero sin ver nada realmente. Se había quedado parada.No sabía que hacer. Su primer impulso fue entrar en el despacho, pero sabía quesi se ponía en contacto con el director de alguna manera, Aleydis pagaría suerror. Se separó de la puerta, bajó las escaleras y al llegar al pasillo miró aambos lados. Cuando se cercioró de que no había nadie, echó a correr con unúnico pensamiento en la cabeza:
"Severus, tengo queavisar a Severus..."
Corrió por los pasilloscomo alma que lleva el diablo, sin preocuparse por el ruido que hacía. Pero,para su sorpresa, llegó a la entrada de la sala común de Slytherin sinencontrar a nadie por el camino, ni un sólo profesor, ni un prefecto, nada.Pero en ese momento no se preocupó por eso, porque había surgido un pequeñoimprevisto con el que no había contado.
El guardián deSlytherin.
La niña sabía de sobraque si no le decía la contraseña, no la dejaría pasar. Pero aún así, no serindió.
-¿La contraseña?-preguntóel guardián (un retrato de un hombre que tenía cierto parecido a la Señora Gorda).
-Salazar.
-No.
-Serpiente.
-No.
-Orgullo.
-No.
-Verde.
-No.
-Dragón.
-¿Me vas a tener asítoda la noche?-preguntó el guardián, enfadado.
La pobre Lily estabadesesperada.
-Por favor- suplicó-déjeme pasar. No me sé la contraseña, pero necesito pasar, es urgente.
El irritante retratoabrió la boca para decir "No", pero al mirar a la niña con atención,la cerró. Tenía los ojos desorbitados, el pelo despeinado por la carrera y latúnica mal colocada. Jadeaba. Se notaba que había venido corriendo. Lo que lahabía traído allí debía ser muy urgente.
-¿Quién teenvía?-preguntó.
-Dumbledore-contestóella sin pensar.
-¿Y no te ha dado lacontraseña?
-Tenía mucha prisa -mintió-No se acordó.
El retrato la miró conel ceño fruncido, pero la dejó pasar.
Al entrar en la salacomún de Slytherin se llevó una sorpresa. Era exactamente igual a la deGryffindor, pero con los colores verde y plateado brillando por todaspartes.
Rápidamente, subió porla escalera que llevaba a la habitación de los chicos (según Sev, lade la derecha) y entró por la puerta que ponía "Primer curso".Encendió la luz y buscó con la vista a su amigo. Cuando lo encontró se acercó aél e, ignorando las quejas de sus compañeros de habitación, lo zarandeó.
-¡Sev! ¡Despierta, Sev!
-¿Mm?- murmuró el chico,somnoliento- ¿Qué pasa? ¿Quién eres?
-Soy yo, Lily.
-¿Lily?-Severus abriólos ojos, completamente despejado.-¿Qué demonios...?
-¡Han raptado a Aleydis!
-¡¿Qué?!-Severus miró asus compañeros de habitación, que los observaban anonadados.-Lily, espérame enla sala común. Bajo enseguida.
La niña salió de lahabitación. Severus comenzó a vestirse rápidamente, cuando se dio cuenta de quetoda la habitación lo miraba.
-¿Qué estáismirando?-les espetó, dirigiéndoles una mirada asesina. Los chicos, intimidados(si, no habéis leído mal, le tenían miedo a Severus. O a las pociones de granosde Severus, eso nunca lo sabremos) se metieron en sus camas y se hicieron losdormidos.
Cuando bajó a la salacomún, encontró a su amiga caminando de un lado a otro, nerviosa. La hizosentarse en una de las cómodas butacas y le preguntó:
-¿Quién se la hallevado?
-Yo... no lo se. Elhombre mencionó algo sobre un Señor Tenebroso...
Una chispa dereconocimiento brilló en los oscuros ojos de Severus.
-Voldemort...
Lily ahogó un grito. Suamigo le había hablado de él en una de sus muchas noches de preguntas yrespuestas. Era un hombre peligroso, un asesino en potencia. Pobre Aleydis.
Después de un rato,Severus logró calmar a su amiga y que le contara lo que había pasado. Cuandohubo terminado, añadió:
-Tenemos que salvarla,Sev.
-¿Qué? ¿Tú estás loca?
-¡No podemos dejarla enmanos de unos asesinos! ¡Tenemos que ir al Ministerio de Magia!
-¿Ah, si? ¿Tú y cuántosmás?-ante esto, no supo qué responder.-Mira, Lily, Voldemort y sus seguidoresson magos peligrosos, expertos en hechizos oscuros. Nadie ha sobrevivido a susataques. Nosotros sólo somos unos críos. Lo único que podemos hacer es avisar alos profesores.
Lily negó con la cabeza.
-No podemos, Sev. No heencontrado ninguno de camino a las mazmorras, a pesar de que he recorridomuchos pasillos y he hecho mucho ruido. Eso quiere decir que están encerradosen sus despachos en vez de hacer sus rondas por el castillo. ¿Y por qué nohacen sus tareas de vigilancia?Porque a ellos también los vigilan, y no les dejan salir para que nopuedan alertar a nadie. Estamos solos en esto, Sev.
-Pero Lily, es unalocura, no podemos...
-Si, si podemos-lointerrumpió la niña- y no se tú, pero yo voy a ir al Ministerio de Magiay voy a salvar a nuestra amiga, con o sin tu ayuda.
Se levantó de la butacay se encaminó hacia la puerta.
-¡Lily, espera!-lallamó-Está bien, te ayudaré. Pero, ¿cómo piensas salir del castillo y entrar enel Ministerio sin que nadie nos vea?
La niña lo pensó unrato.
-Aquel hombre...Malfoy... se metió en la chimenea de Dumbledore y desapareció.
-Ya entiendo, Utilizó lared flu.
-¿Red flu?
-Es una red que conectala mayoría de las chimeneas del mundo mágico, y te permite desplazarte de unlado a otro sin necesidad de Aparición o de ningún medio de transporte.Sólo se necesitan polvos flu.
-Estupendo. Pues usemosla red flu.
-Si, claro. Yo mesaco la chimenea del bolsillo mientras tú le pides a Peeves los polvos.-dijocon ironía.
-Usemos la chimenea dela sala de profesores. Seguro que allí tienen.
-¿Pretendes meterte enla sala de profesores?-Lily asintió-¡Tú estás loca!
-¿Se te ocurre algomejor?
-No.
-Pues ya está. Vamos.
-¡Espera!-Severus laagarró del brazo.- ¿Y qué haremos una vez allí? No podemos pasear por elMinisterio como Pedro por su casa, y menos con un montón de mortífagosvigilando. Nos verían.
Lily no había pensado eneso, pero no estaba dispuesta a rendirse.
-Ven conmigo.
Salieron de la salacomún y la niña empezó a correr. Severus la siguió, murmurando maldiciones parasí mismo.
* * *
Llegaron a la sala comúnde Gryffindor sin aliento, pero ya habían perdido mucho tiempo hablando y cadasegundo contaba. A pesar de que eran más de las doce, algunos alumnos rezagadosestaban allí, entre ellos...
-¡Potter!-gritó Lily.
Él la miró, sonrióy se pasó una mano por la cabeza, desordenándose el pelo.
-Hol...-empezó a decir.
-Necesito que me prestestu capa.-lo interrumpió.
-¡¿Qué?!-el chico lamiró con extrañeza- ¡Ni hablar! No voy a prestártela.
-¡Pero la necesitourgentemente! ¡Aleydis está...!- de pronto, se dio cuenta de que todos los queestaban en la sala común los miraban con curiosidad. Bajó la voz- Aleydis estáen el Ministerio de Magia. Corre peligro. Necesito tu capa, por favor.
-No.-dijo él conrotundidad.
-Está bien.-dijo Lily,volviendo a levantar la voz- Vamos, Sev. A lo mejor encontramos a Filch por elcamino...
-¡Espera!-Potter habíaperdido toda su arrogancia ante la mención del conserje.- Está bien, te laprestaré.
Subió corriendo a suhabitación y bajó con un trozo de tela en la mano.
-Gracias-Lily compusouna sonrisa sardónica-Te la devolveré en cuanto pueda.
Salieron de la salacomún y se encaminaron hacia la sala de profesores. Por el camino, Severus lepreguntó a su amiga por qué le había pedido la capa a Potter y cómo lohabía convencido. Ella se rió y dijo:
-Esto no es una capacualquiera. Sirve para hacerse invisible. Una vez vi a Sirius y a Jamesdesaparecer debajo para dar un paseo nocturno y los seguí. Filch estuvo apuntode pillarlos, pero los encubrí, así que me debían el favor. Además, si alguiense enterara de la existencia de esta capa, trataría de robarla o, en el caso delos profesores, confiscarla. Y a él no le interesa eso.
-Ya veo. Tu silencio acambio de un favor.
-Exacto.
-Chantajista.
-Lo se.
Al llegar a la sala deprofesores, buscaron los polvos flu en los cajones. Cuando los encontraron,cada uno cogió un poco y volvieron a dejarlos en su sitio. Se dirigieron a lachimenea.
-Vale-dijo Lily- ¿Yahora?
-Tienes que tirar lospolvos al fuego, decir el lugar al que quieres ir y meterte en la chimenea. Esfácil.- le explicó Severus. La niña lo miró. Estaba muy pálido, y le temblabanlas rodillas. Tenía miedo. No se lo reprochó.
-Sev, si quieresquedarte...
-No.-dijo él condeterminación.-Yo voy.
Lily sonrió. Tiró lospolvos al fuego, que se volvió verde. Pronunció claramente "Ministerio deMagia", se metió en la chimenea y desapareció entre las llamas.
Severus la siguió.
Severus sintióque todo daba vueltas a su alrededor. Giraba entre las llamas con los ojos cerrados y los brazos apretados contrael cuerpo. De pronto, paró de girar y salió expulsado con brutalidad de lachimenea.
Se incorporó rápidamente y sacó lavarita, pero allí sólo estaba Lily.
-¿Qué tal el viaje?-le preguntó consorna.
-Movidito.
-Estupendo. Vamos.
Se echó la capa por encima y cubriócon ella a su amigo. Juntos empezaron a andar en la oscuridad.
-¿Dónde crees que tendrán aAleydis?-susurró Lily, tras un rato de caminar sin rumbo.
-No lo se. Esto es enorme.
-¡No la encontraremos atiempo!-gimió la niña.
-¡Shh! Tranquilízate. Pueden oírnos.Claro que la encontraremos, no te preocupes.-la consoló, pero sin muchaconvicción. Vagaron sin rumbo durante un rato. Entonces se le ocurrió una idea.Había un encantamiento que permitía saber si se encontraban más personas en lascercanías. Se lo había oído a Flitwick. Pero
¿podría hacerlo?
Enarboló la varita y susurró"Homenum revelio"
Severus notó que había realizadobien el hechizo, pero no pasó nada.
-¿Qué haces Sev?
-Estoy buscándola, pero no está enesta planta. Bajemos por aquellas escaleras.
Descendieron rápidamente y ensilencio. Una vez abajo, volvió a murmurar "Homenum revelio". El aire seestremeció ligeramente. Allí había alguien.
-Vamos.
Caminaron procurando no hacer ruido.Al poco rato escucharon voces. Siguiéndolas, llegaron a una especie devestíbulo que llevaba a varios departamentos diferentes. El lugar estaba llenode gente. Todos iban de negro y con máscaras. Formaban un círculo alrededor dealgo. Los dos chicos se acercaron para ver lo que era.
-¡Aleydis!-musitó Lily. De inmediatose arrepintió. Una de las personas enmascaradas se volvió hacia ellos, pero nolos descubrió gracias a la capa. Volvió a girarse y se concentró en lo queocurría en el centro del círculo.
Aleydis estaba de pie en el centro.Parecía dormida. Probablemente la habían aturdido y la mantenían derecha con un hechizo. Una delas personas enmascaradas se acercó a ella y, con un movimiento de varita, ladespertó.
-¿Do
dónde estoy?- preguntó,desorientada.
-Eso no te importa.-respondió elhombre.
Entonces lo recordó todo. La reunióncon el director, Fawkes, el tapiz, Malfoy y Moon y después de eso
nada. Miró asu alrededor. Varias figuras con capa y máscara la rodeaban. Mortífagos,seguramente. Pero ¿por qué estaba ella allí? ¿Habrían descubierto que sabíademasiado y la iban a matar?
-¿Por qué estoy aquí?-preguntó,tratando de ocultar su miedo.
-Bueno
digamos que necesito queDumby se esté quieto en su despacho mientras nosotros terminamos un trabajoaquí, en el Ministerio.- Aleydis reconoció la voz del señor Moon. ¿Así queestaban en el Ministerio de Magia? ¿Y qué pintaba ella allí?
-¿Y qué quieren que haga?- siguióhablando, porque sabía que eso la mantenía con vida. Su varita la tenía uno delos mortífagos del círculo, y, aunque estaba cerca, no podía abalanzarse sobreél para cogerla. Podía correr, pero ¿de qué serviría? No tenía ni idea de cómosalir de allí. Estaba en un callejón sin salida. Lo único que podía hacer eraganar tiempo.
-¿Hacer? ¿Tú?-Moon rió- ¡Tú no tienesque hacer nada! Limítate a vivir, simplemente.
-¿Vi
vivir?-Aleydis no podía creerlo que oía.
-Si. Verás, mientras tú estés aquí,Dumbledore se mantendrá en su despacho y no interferirá en nuestros planes.Cuando todo haya terminado, te mataremos. Así de simple.
-Ah, qué bien-dijo la niña conironía.- ¿Y se puede saber en qué consiste ése trabajo?
De pronto, el profesor Moon perdiósus aires de superioridad. Parecía enfadado.
-Eso no te importa.
-Pues mira, resulta que sí que meimporta.
-No te atrevas a hablarme así- dijoel mortífago, amenazador.
-Le hablo como me da la gana,profesor- remarcó la última palabra con una ironía cercana al odio.
-¿Ah, si? Veremos cómo de insolentete muestras cuando hayamos acabado contigo. ¿O acaso creías que nos pasaríamostoda la noche charlando?
Moon parecía al borde del colapso."Si las miradas mataran
" pensó Aleydis. Tenía miedo. Sabía que la iban atorturar, que no se limitarían a matarla sin más, pero oír la confirmación deque su muerte iba a ser lenta y dolorosa no le hizo ninguna gracia.
-¿Y por qué no? La conversación estámuy entretenida.
Esta fue la gota que colmó el vaso.El mortífago apuntó a la niña con su varita y gritó "¡Crucio!"
Un dolor inmenso sacudió el cuerpode Aleydis. No se parecía al dolor que experimentaba cuando su padre le pegaba,no; era mil veces peor, un dolor interno que le hacía sentirse como si se fueraa partir en dos. Sentía que sus huesos se derretían bajo su piel, aunque sabíaque todo estaba en su mente. Quiso gritar, pero no lo hizo. "Eso es lo quequieren" pensó. "No permitas que se rían de ti." Así que cerró firmemente laboca y soportó el dolor en silencio.
Al mortífago esto no parecióagradarle.
-¡Grita, maldita Sangre Suciainútil!
-¡No!- consiguió articular ella conmucho esfuerzo. No podría aguantar mucho más. Cuando sintió que iba a morirse,que el dolor la haría partirse en dos, todo paró. Boqueó en busca de aire. Lohabía conseguido. Miró a su profesor a los ojos, desafiante.
-¿No quieres gritar?-le preguntó contono demasiado dulce. Una sonrisa sádica cruzó por su rostro. Tenía los ojosmuy brillantes, pero no era un brillo normal, sano, era un brillo de
locura.
-No.
-Muy bien. Tú misma. "¡Crucio!"
Otra oleada de dolor sacudió a laniña. Sintió que era más fuerte que la anterior, pero mantuvo la boca cerrada.Sus piernas no la sostenían. Cayó al suelo. El dolor era cada vez peor, peroella redobló sus esfuerzos. Finalmente, paró.
Se puso en pie con dificultad.
-¿Así que aún te resistes, eh?-Moonestaba cada vez más furioso.- ¡Pues yo te obligaré a gritar!
Aleydis se preparó para otradescarga, pero ésta no llegó. El mortífago sólo dijo "Imperio".
La niña sintió que sumente entraba en un agradable estado de embotamiento. No sentía nada: ni dolor,ni miedo, ni angustia. Nada. Oyó la voz del señor Moon desde lejos, como siestuviera mal sintonizada. "Inclínate y grita" le ordenó. Sin apenas darsecuenta, fue a obedecer. Pero entonces sintió que algo no cuadraba. ¿Por qué leconcedían ese descanso? ¿Por qué no seguían torturándola? En ese momento,reaccionó. Se opuso a esa orden con todas sus fuerzas. Consiguió evitararrodillarse. Con un esfuerzo sobrehumano, murmuró "No". La sensación deembotamiento desapareció, y volvió el dolor y el miedo. Pero esto la consoló,porque quería decir que volvía a ser libre.
-¿N
no?- el mortífago estabasorprendido.
-No-repitió ella con firmeza.
A su alrededor se oyeron murmullosde admiración. Muy poca gente era capaz de resistirse a la maldición Imperius.¿Cómo lo había logrado? ¡Sólo era una cría!
-Increíble.- Otro de los mortífagosdel círculo se había acercado a ella. Reconoció la voz de Malfoy.- Esto es muy
inusual. Oye, niña, ¿cómo lo has hecho?
-¿Hacer? ¿El qué?
-Resistir ambas maldiciones. Nogritar en un Cruciatus
y después oponer resistencia un Imperius. Nunca, entodos mis años
oye, ¿te gustaría, algún día, unirte a nosotros?- sus ojosbrillaban, como los de un niño cuando le dan un caramelo.
-¡¿Pero tú estás loco?! ¡Es una hijade muggles!-gritó Moon.
-Cállate, Henry. Entonces, ¿quéopinas?
-Antes me comería una caja deexcrementos de doxy.-contestó ella sin vacilar.
Entonces, Moon perdió la pocapaciencia que le quedaba.
-¿Cómo te atreves? ¡Te voy a
!
-¡Máteme!-gritó Aleydis.- ¡Máteme, yDumbledore vendrá! ¡Máteme, y él arruinará sus planes! ¡Adelante! Total, ¿quémás da? Voy a morir de todos modos. ¿Por qué no ahora? ¡Máteme y aténgase a lasconsecuencias!
El mortífago dudó ante la reacciónde la niña. Sin embargo, dijo:
-Dumbledore no tiene por quésaberlo. Y no lo sabrá. Está muy lejos de aquí, en Hogwarts. Se enterará de tumuerte cuando nosotros se lo digamos.
-¿Ah, si?
-¡Claro que si!-rugió Moon.
-Te equivocas. En cuanto me matéis,él lo sabrá.
-¿Y cómo se enterará? ¿Le enviarás unalechuza?-trató de sonreír con ironía, pero empezaban a preocuparle las palabrasde la chica.
-Lo sabrá porque
Dumbledore y yoestamos conectados.
Bajo la capa invisible, Severus yLily, que habían estado demasiado asustados para moverse, se miraron con lasorpresa pintada en sus caras.
-¿Conectados?-preguntó Malfoy.
-Si.
-¡Mentira!-gritó Moon.
-Eso no puedes saberlo.-Aleydissabía que estaba siendo muy temeraria al hablarle así a los mortífagos, peroparecía que eso era lo que la mantenía con vida, así que no le importódemasiado.
-¿Y se puede saber-preguntó Malfoy,con un tono de voz perfectamente controlado- qué tipo de conexión es esa?
La niña captó sus intencionesocultas y contestó:
-No es algo que pueda romperse, sies lo que quieres saber. No es físico, pero tampoco del todo mental. Ni yomisma lo entiendo demasiado, pero Dumbledore si, y eso me basta.
-¿Y cómo habéis forjado esaconexión?-Malfoy sentía curiosidad, aunque nunca lo admitiría delante de suscompañeros.
-Con esto- Aleydis se apartó el pelode la nuca y los mortífagos pudieron ver una mancha en forma de estrella en sucuello.
-Ya
comprendo.-susurró Malfoy,aunque no entendía nada. Dumbledore era un mago muy poderoso, pero ¿realmenteera capaz de crear una conexión de ése tipo o era un farol de la cría? Con esosdos nunca se sabía
Y si la historia de la unión era cierta, ¿por qué ella?¿Qué tenía que no tuvieran otros alumnos? ¿Por qué el director la habíaelegido? ¿Qué la hacía especial?
Mientras Malfoy meditaba sobre esteasunto, Moon había alzado la varita una vez más y apuntaba a Aleydis.
-¿Qué hace?-le preguntó ella.
-¿Cómo se que todo lo que nos hascontado es verdad?-inquirió él- ¿Cómo se que no es una patraña absurda para quepuedas escapar?
-¿Escapar?-Aleydis rió con sorna.-Creía que era usted inteligente, profesor Moon. Oh, vamos, sea realista; estoyen un lugar desconocido, rodeada de veinte mortífagos, desarmada y casi sinfuerzas para mantenerme en pie. ¿Realmente cree que me he planteado laposibilidad de escapar?
-Yo
no lo se. Pero me da igual- susojos tenían un brillo febril, el mismo que habían mostrado cuando torturaba asu alumna.- Pienso matarte de todos modos
-¿Pero tú eres imbécil?-Malfoy saliórepentinamente de su ensimismamiento.- ¡Ya has oído lo que ha dicho! ¡Si lamatas, Dumbledore vendrá!
-¡¡Eso es mentira!!
-¡Sé razonable, Henry, mira sumarca! ¡Ha dicho la verdad, si la matas ahora, nuestros planes fracasarán, ytodos lo pagaremos caro!
Henry Moon pareció dudar, recordandolos castigos del Señor Tenebroso. Pero respondió:
-Déjame, Abraxas. Pronto el trabajoestará terminado y nos iremos de aquí. Dumbledore no tendrá tiempo de
-Eso no puedes saberlo.
-No la soporto más, es una SangreSucia insolente, merece que la maten ya.
-No te lo permitiré
Al ver a ambos hombres discutir,Lily y Severus decidieron que había llegado el momento de actuar.
Lily, aun bajola capa, sacó una pluma de su bolsillo. La hizo levitar con la varita porencima del círculo de mortífagos y murmuró "Incendio". La pluma se prendió fuego y fue acaer justo en la cabeza del profesor Moon, quien dejó de discutir con Malfoy yse puso a gritar.
-¡¡Fuego!! ¡Me arde lacabeza! ¡¡Que alguien lo apague!!
Aleydis no sabía dedónde había salido la pluma, pero no desaprovechó la ocasión. Derribó almortífago que tenía su varita y salió corriendo por el pasillo. Lily y Severusse quitaron la capa (de todas maneras al correr se les verían los pies) y lasiguieron.
-¿Lily? ¿Sev? ¿Qué...?
-¡No preguntes y corre!-jadeóla niña.
Los mortífagos,desconcertados por la pluma, la escapada de Aleydis y la repentina aparición delos dos críos de Dios sabe donde, tardaron en reaccionar. Para cuando sacaronsus varitas y empezaron a perseguirlos, ellos ya estaban subiendo las escalerasen dirección a la chimenea por la que habían venido. No tardaron en alcanzarla,y ya estaban a punto de coger polvos flu para marcharse cuando susperseguidores doblaron la esquina y entraron en la sala. Trataron de correrhacia el otro lado del pasillo, pero entonces más figuras enmascaradasaparecieron. Estos se mostraron desconcertados al ver a los tres niños, perolos apuntaron rápidamente con sus varitas, cerrándoles el paso.
-¿Qué ocurreaquí?-preguntó uno de los mortífagos recién llegados.
-No pasa nada. Se noshan escapado los rehenes. ¿Habéis completado la misión?-preguntó Malfoy.
-No. Estábamos a punto,pero hemos oído el escándalo y decidimos subir. Pensábamos que habían llegadolos aurores, o algo parecido.
-No os preocupéis, nopasa nada. Ahora nos los llevamos.
Malfoy, acompañado dealgunos compañeros, se acercó a ellos.
-¡Mierda! ¡Estamosatrapados!-gimió Severus.
-Aun nos queda unaopción-le susurró Aleydis. Apuntó con la varita a Malfoy y gritó"¡Expelliarmus!" Dos de los mortífagos queavanzaban hacia ellos salieron despedidos hacia atrás.
Lily y Severus noperdieron el tiempo.
-"¡Petrificustotalus!"
-"¡Expelliarmus!"
Los mortífagos contraatacaron. Uno de ellos alcanzó a Severus enel brazo. Lily y Aleydis fueron más rápidas. Empezaron a moverse sin parar,lanzando hechizos a diestro y siniestro. No apuntaban, se limitaban apronunciar el conjuro y cruzar los dedos. Todo se volvió muy confuso. Volabanhaces de luz rojos y verdes por todos lados. Nadie sabía a quien hería,simplemente se limitaban a disparar, esperando que alguno diera en elblanco.
La batalla no duró demasiado. Al cabo de un rato, Severus estabapetrificado y le sangraba un brazo. Lily tenía un enorme tajo en el costado, yAleydis era incapaz de levantarse, ya que tenía las piernas unidas por unmaleficio. Algunos mortífagos estaban heridos o desmayados (la mayoría debido alos hechizos perdidos de sus compañeros), pero estaba claro quien había ganadola batalla.
O no.
Mientras estaban allí, decidiendo si matar a sus prisioneros otorturarlos primero, las chimeneas se incendiaron. Pero no era un fuego normal.Era verde.
"Oh, genial, más mortífagos" pensó Severus.
Pero no eran mortífagos los que aparecieron por la chimenea.Cuando los chicos los reconocieron, no pudieron contener los gritos de alegría(menos Severus, que estaba petrificado)
-¡McGonagall!
-¡Flitwick! ¡O-Hartley!
Con un suspiro de alivio, los chicos vieron como sus atacantes sereplegaban, asustados ante la llegada de refuerzos.
De la chimenea comenzó a salir más gente. La profesora Sinistra,de Astronomía; el profesor Radclive, de Aritmancia; la profesora Rainder, derunas antiguas. Y muchos otros profesores que los tres chicos sólo conocían devista. Todo el profesorado parecía haberse congregado en el Ministerio. O casi.Aleydis advirtió que faltaba el profesor Slughorn, de pociones, y tampocoestaba Dumbledore...
Lily, Severus y Aleydis miraban con la boca abierta la batalla quese desarrollaba ante ellos. Los mortífagos superaban a los profesores ennúmero, pero cada uno de ellos se llevaba por delante a dos o tres casi sinesfuerzo. A medida que avanzaba el duelo, se podía advertir ciertaorganización en los profesores; algunos atacaban, mientras otros defendían.Nunca habían visto nada parecido. Si no hubiesen estado sangrando, petrificadosy muertos de miedo, probablemente los tres amigos hubiesen disfrutado.
La profesora McGonagall se acercó a ellos. Llevaba el pelo negroimpecable, como siempre, pero estaba muy pálida y tenía los labios másapretados que de costumbre. Los chicos nuca la habían visto así; estaba muyenfadada, pero también parecía preocupada.
-¡¿Pero se puede saber qué demonios hacéis aquí?!-gritó parahacerse oír por encima del fragor de la batalla.
-Profesora, nosotros...-Lily trató de excusarse, pero McGonagallla interrumpió.
-Ya me lo explicaréis en otro momento. Ahora será mejor que osmarchéis de aquí.-dijo mientras despetrificaba a Severus y separaba laspiernas de Aleydis.
-¡No!- se quejó Aleydis.- ¡Queremos luchar!
Pero McGonagall no la escuchaba. Estaba dando instrucciones aun gato plateado que había salido de su varita. Un patronus.
-Dile al profesor Dumbledore que ella está libre. Que vengarápido.
El gato plateado asintió y desapareció. McGonagall, sin hacer casoa los chicos, volvió a la batalla.
Aleydis, Lily y Severus se unieron a ella, pero se mantuvieron unpoco alejados, desarmando y petrificando a todo aquel que se ponía a sualcance.
Entonces, como un ángel caído del cielo, Dumbledore apareció enuna de las chimeneas. Se acercó a los chicos y les ordenó:
-Volved al castillo inmediatamente.
Los tres amigos no se atrevieron a desobedecer una orden deldirector. Se dirigieron a la chimenea y cogieron polvos flu, pero nunca llegarona usarlos, porque en ese momento el fuego de la chimenea se encendió.
El último invitado a la batalla estaba a punto de llegar.
Una figuraemergió entre las llamas verdes. Era un hombre alto, de rostro hermoso, pielblanca y ojos rojos. Aleydis ahogó un grito; lo había reconocido, pese a quesólo lo había visto una vez.
Voldemort.
Inmediatamente, labatalla se detuvo. Todos miraban al Señor Tenebroso, algunos con miedo, algunoscon respeto, pero él sólo tenía ojos para...
-Dumbledore-pronunciócon una voz dulce, pero que destilaba odio.
-Tom-dijo el director,con una expresión insondable.
Éste compuso una mueca.Odiaba que lo llamasen así.
-Me alegra verte poraquí.
-Lástima que yo no puedadecir lo mismo.
-Me loimaginaba-Voldemort compuso una mueca irónica. Entonces, pareció reparar en elresto de personas que ocupaban la sala.-Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? ¡Si sonmis mortífagos! Y estos de aquí... son los profesores de Hogwarts. Y allí...¡Ah, hola Minerva! ¿Cuanto tiempo, verdad?-miró a la profesora McGonagall, quetenía los labios más apretados que de costumbre- ¿Y estos pequeños? ¿Ahora tetraes a tus alumnos para luchar en las batallas? No creía que pudieses caer tanbajo, Dumbledore.
-Te equivocas. Fuerontus mortífagos los que los trajeron aquí por orden tuya, según tengo entendido.
Aleydis no podía creerlo que veía. ¿Cómo podían hablar como si estuvieran en el salón de su casatomando un té?
-¡Ah, si! Pero yo sóloquería uno, y aquí hay tres.
-Bueno, tal vez deberíasenseñar a tus mortífagos a contar.
En ese momento,Voldemort perdió la paciencia, y su máscara de tranquilidad se convirtió en unamueca de odio. Sacó su varita y apuntó con ella a Dumbledore. El director loimitó con la misma rapidez. Nadie se atrevía a moverse. El tiempo parecíahaberse detenido.
-¿Cómo te atreves-siseóVoldemort-a insultar a mis mortífagos?
-¿Ahora defiendes a tusseguidores, Tom? No me lo esperaba.
-¡¡No me llames Tom!!
-Tenía entendido que eseera tu nombre.
-¡Yo soy Lord Voldemort!
-Ambos sabemos que no esverdad.
Esa fue la gota quecolmó el vaso. El Señor Tenebroso movió rápidamente la varita. Un rayo de luzverde salió de ella hacia Dumbledore, pero el lo interceptó ycontraatacó.
Todos los que estabanallí, profesores, mortífagos y alumnos, contemplaban en silencio la lucha avida o muerte que mantenían estos dos personajes, ambos muy poderosos y con lasmismas posibilidades de ganar. Sus varitas eran apenas un borrón, mientraslanzaban un hechizo tras otro.
Entonces Voldemortse movió. Lo hizo tan rápido que Aleydis no tuvo tiempo de reaccionar. Antes deque pudiera darse cuenta, estaba atrapada en los brazos del Señor Tenebroso,interponiéndose entre él y el director.
-¿Qué vas a hacer ahora,Dumbledore?-se burló- Si quieres atacarme, primero tendrás que quitarlade en medio.
-¡Suéltala!-estaba tanfurioso que daba miedo. Ya no quedaba nada en él del amable y anciano director de Hogwarts.
Voldemort negó con lacabeza, mientras una sonrisa sádica cruzaba por su rostro.
Nadie se atrevía ahablar. Todos contenían la respiración. ¿Qué iba a pasar ahora?
-Decide, Dumbledore.¿Qué vas a hacer? Tienes dos opciones: o nos matas a los dos o me dejasterminar mi trabajo aquí y marcharme. Decide.
El director parecíalibrar una lucha interna. Miró a Voldemort, un asesino en potencia que habíamatado a mucha gente y, si lo dejaba escapar, mataría a mucha más. Luego miró ala niña. ¿De verdad valía más la vida de la joven que las de millones depersonas que podían morir a manos de ese asesino?
Levantó la varita yapuntó a Aleydis.
-¡¡¡No!!!-gritaron Lilyy Severus.
Pero él no los escuchó.Movió la varita. Un rayo de luz roja salió de ella e impactó contra la niña,que cayó al suelo, dejando a Voldemort indefenso. Él no se movió, sorprendido.Por un momento había creído que al director le importaba más la niña que todoel mundo mágico. Se había equivocado.
Dumbledore volvió amover la varita. Otro chorro de luz salió de ella, hiriendo al Señor Tenebroso.Él perdió el equilibrio y cayó al suelo, llevándose la mano al costado.Sangraba.
-Mierda... esta me lapagas, Dumbledore- murmuró, y dirigiéndose a sus mortífagos- ¡Larguémonos deaquí!
-Pero señor... elplan...-balbuceó Moon.
-¡Al diablo con el plan!¡Huyamos!-entonces desapareció. Sus seguidores lo imitaron antes de que a losprofesores se le pasara el susto y se acordaran de ellos.
En el Ministerio sóloquedaron los profesores, dos alumnos y un cadáver.
-¡Aleydis!¡Aleydis!
Severus había sido elprimero en reaccionar. Se había arrodillado junto al cuerpo inerte de su amiga,buscándole el pulso con ansiedad.
-Tranquilo. Estábien.-dijo Dumbledore.
Severus lo miró conlágrimas en los ojos.
-Usted... yo...
-Este no es el momentoni el lugar adecuado para hablar. Tenemos que irnos. Filius, avisa al Ministroy reúnete con nosotros en mi despacho-el profesor Flitwick asintió ydesapareció.- Minerva, ¿cómo te encuentras?
-Estoy bien. No tepreocupes por mi.
-Bien. Por favor, llevaal señor Snape y a la señorita Evans a mi despacho. Yo iré ahora con laseñorita Bottom.
McGonagall asintió.Cogió a Lily y Severus de la mano y se desapareció. Los otros profesores laimitaron, y al final, solo quedaron en el vestíbulo el director y Aleydis. Élse agachó junto a ella y murmuró "Enervate". Al instante, la niña despertó.
-¿Pro... profesor?¿Dónde está Voldemort?
-Ya se ha acabado, Aly.No te preocupes.
La niña se puso en piecon dificultad.
-¿Qué ha pasado?
-Tuvo que huir. Conseguíherirle. Se desapareció con sus mortífagos.
La niña estaba confusa.No acababa de asimilarlo todo.
-Pero usted... ¡usted memató! ¡Yo lo vi!
Dumbledore la miró ehizo algo inesperado: comenzó a reírse.
-¿Matarte? ¡Nunca se meocurriría! Te aturdí para que cayeras al suelo y dejaras indefenso a Voldemort.¡Claro que no iba a matarte! ¿De verdad me creías capaz?
Aleydis se lo pensó unpoco.
-No.-dijo finalmente.Parecía empezar a asimilar que estaba viva y que habían ganado esta batalla.Aún le costaba creer todo lo que había pasado en una sola noche.
-Ven, marchémonos deaquí. Nos están esperando.
La cogió de la mano ydesapareció. La niña notó que le faltaba el aire, como si estuviese pasando porun tubo muy estrecho. Los ojos se hundieron en sus cuencas, y parecía que lasorejas se le habían incrustado en su cabeza. Cuando creía que se asfixiaría, lasensación remitió y se encontró en el despacho del director.
La estancia estaba llenade gente. Todos los profesores estaban allí, y Lily y Severus también. Al ver asu amiga, corrieron a abrazarla, mientras Dumbledore hacía aparecer sillas paratodos y se sentaba tras su escritorio.
-Bien. Supongo que osdebo unas cuantas explicaciones.
Los profesoresasintieron. Entonces, el director les contó que los mortífagos habían raptado aAleydis para hacerle chantaje, con la intención de que no se moviera de sudespacho para que ellos pudieran robar algo en el Ministerio de Magia. Enese momento, fue interrumpido por la profesora O-Hartley, que le preguntó:
-¿Y qué era lo quebuscaban?
-Cuando la señoritaBottom me contó que había oído cierta conversación en el Bosque Prohibido,conversación que no mencionaré ahora, me puse a indagar un poco. ¿Qué podíanestar buscando los mortífagos que estuviese relacionado con una matanza quehabían realizado días atrás? Poco a poco fui descubriendo cosas, hasta queestuve seguro, o casi. Buscaban la fórmula de un conjuro experimental, unafórmula en la que está trabajando el Ministerio en estos momentos. Es unhechizo que permite moverse y entrar por cualquier lugar sin ser detectado. Unconjuro muy útil contra chivatoscopios, hechizos detectores, reflectores deenemigos y otro tipo de cosas. En resumen, algo que les hubiese dado másamplitud y facilidad en sus movimientos, y que los hubiese hecho aún más peligrosos.Pero, por suerte y gracias a estos tres alumnos, no consiguieron lo quebuscaban.-Lily, Severus y Aleydis se ruborizaron ante las últimas palabras deldirector.-Traté de convencer al ministro para que destruyera la fórmula, peroél se negó, alegando que no tenía pruebas de que Voldemort estuviera buscandoprecisamente eso. Ahora que la entrada del Ministerio está llena de marcas deuna batalla, no creo que ponga reparos en destruir el papel con el hechizo, asícomo tampoco creo que Voldemort se atreva a raptar a nadie como raptó aAleydis, para hacerme chantaje. Ha descubierto que no hay que subestimar a losniños. Hoy se ha encontrado con la suela de su zapato, y nunca mejor dicho.-leguiñó un ojo a Lily, que era la más bajita de sus compañeros. Ella lo entendió.
-¿Pero-preguntóMcGonagall- por qué a Bottom?
-Bueno, simplementeestaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Aunque quizás esodebería contárnoslo ella.
Aleydis miró aDumbledore. ¿Lo decía en serio?
-¡Eso, eso! ¿Por qué nonos cuentas lo que pasó en el Ministerio antes de que nosotros llegáramos,Bottom?-la conminó Flitwick.
La niña miró a losprofesores. Todos esperaban que ella dijera algo, así que lo hizo. Contó comola habían secuestrado y lo que había pasado después, ayudada por sus amigos.Cuando estaba llegando a la parte en la que Lily hacía explotar la pluma, ellala interrumpió.
-También dijiste algosobre una conexión.
-¿Conexión?-preguntóDumbledore.
-Si-agregó Severus.-Dijoque si la mataban, usted lo sabría, porque estaban conectados por una marca que tenía en el cuello, o algo así. ¿Verdad, Aly?
Aleydis enrojecióviolentamente. Había intentado evitar ese tema, pero estaba claro que susamigos no. Estaban deseosos de saber en qué consistía esa conexión. La niña lesdirigió una mirada asesina, pero el mal ya estaba hecho.
-E... era unfarol.-murmuró.
-¿Un farol? Pero... ¿yla marca? ¡Nosotros la vimos!
-Una mancha denacimiento. Mi madre también la tenía, y, según ella, mi abuela también.
Sus amigosla miraron, sorprendidos.
-¿Cómo pudiste inventaresa historia sobre la marcha con todo lo que te torturaron?
-Yo... no lo se. Fueinstintivo, no lo pensé. Me limité a hablar.
-Ya veo...-murmuróDumbledore- Muy interesante. Vamos, continua.
Aleydis siguió hablando.Narró como había escapado y su lucha contra los mortífagos hasta la llegada delos profesores. En ese momento, le asaltó una duda. ¿Cómo habían ido en subusca los profesores si no sabían donde estaban?
McGonagall parecióleerle la mente, porque dijo:
-Dumbledore me habíaavisado sobre que algo así pasaría.
-Pero si estabavigilado...-intervino Lily.
-Lo había hecho hacetiempo, en cuanto descubrió lo que buscaba Voldemort.
Todos miraron aMcGonagall. Aleydis estaba sorprendida; el director confiaba mucho en ella, másque en otros profesores, pese a que Minerva sólo tenía veinte otreinta años, y apenas llevaba tres o cuatro años como profesora enHogwarts. Se preguntó por qué.
-Creo que Minervatambién tiene una historia que contarnos.-dijo Dumbledore, sonriendo.
Ella asintió y comenzó ahablar.
-Pues... Dumbledore yame había advertido sobre Voldemort. Sabía que planeaba algo, algo muyimportante, pero que no estaba muy seguro de qué era. También me dijo que,probablemente, Voldemort sabía que él estaba al corriente de su plan, y quequizás fuera víctima de algún tipo de chantaje. Me hizo prometerle que, en casode que advirtiera algo fuera de lo común, no le avisara, pues eraprobable que estuviese vigilado, sino que reuniera al resto delprofesorado y fuera con ellos al Ministerio, dispuesta para luchar.
>>Anoche, mientrashacía mi ronda nocturna, tuvimos un pequeño problema en el séptimo piso conPeeves. Hicieron falta varios profesores para arreglarlo. Cuando loconseguimos, bajé a la sala común de Gryffindor para ver si todo estaba enorden. Entonces, recordé que la señorita Evans había perdido una pulsera en miaula esa mañana y subí a su habitación a devolvérsela. Pero, cuando lleguéallí, no la encontré en su cama, ni a la señorita Bottom tampoco. Le pregunté asus compañeras de cuarto, que me dijeron que la señorita Bottom se habíamarchado sobre las nueve y, al ver que no volvía, la señorita Evans habíasalido a buscarla. Esta última había vuelto quince minutos después acompañadade un chico de Slytherin, al parecer muy agitada. Según sus compañeras, hablóun rato con Potter y se marchó otra vez.
Entonces,me dirigí al cuarto de los chicos para hablar con Potter, obviamente.Me dijo que la señorita Evans había llegado corriendo a la sala común y lehabía pedido su capa de viaje. Al parecer, la suya estaba rota. (Al oír esto,Lily y Severus se miraron con complicidad) También me contó que ella le habíadicho que la señorita Bottom estaba en peligro.
En ese momento, locomprendí todo. Salí corriendo de allí y reuní a todos los profesores. En menosde cinco minutos, todos estábamos en la sala de profesores, listos para lucharcontra los mortífagos. Todos menos Slughorn, que prefirió quedarse enel colegio. "Quizás esto solo sea una maniobra de distracción y suverdadero objetivo sea Hogwarts" dijo. "Me quedaré aquí, y si veoalgo anormal daré la alarma" (al llegar a este punto, Flitwick puso losojos en blanco y murmuró algo que sonó como "cobarde"). Entonces,utilizando la red flu, aparecimos en el Ministerio y nos unimos a la batallaque habían intentado librar los alumnos, aunque, por desgracia, sinéxito.>>
-Ya veo.-dijoDumbledore. Se puso en pie- Bueno, creo que será mejor que todos nos vayamos adormir. Ya es muy tarde, y todos estamos agotados. Señorita Bottom, señorSnape, señorita Evans, quédense, por favor.
Los profesores fueronsaliendo del despacho poco a poco. La última en marcharse fue McGonagall.Parecía indecisa. Finalmente, se giró y miró a Dumbledore.
-Albus, yo...
-Lo se, Minerva, lo se.Y no te culpo. Hablaremos mañana, cuando todos estemos descansados.
Ella asintió y semarchó, cerrando la puerta tras de sí.
En cuanto laprofesora McGonagall hubo cerrado la puerta tras de sí, Dumbledore se dirigió alos chicos.-Señores, me complaceanunciarles que son ustedes unos completos idiotas.-dijo con una gransonrisa.
Los tres amigos nosupieron qué decir ante estas palabras. ¿Estaba enfadado con ellos o se sentíaorgulloso? "Un poco de todo" se dijeron.
-En primer lugar-siguióel director-me gustaría saber por qué no acudieron a los profesores cuando seenteraron de que Aleydis estaba en el Ministerio, en vez de meterse en la bocadel lobo.
Severus miró a Lily concara de "ya te lo dije"
-Bueno... pensé que aellos también los vigilaban.-murmuró la niña.
-¿Ah, si? ¿Y eso porqué?-preguntó el anciano.
-Pues... cuando corrí aavisar a Sev, hice mucho ruido y, sin embargo, no vi a nadie. No sabía que losprofesores estaban arriba con Peeves, pensé que estaban encerrados en susdespachos y que también los vigilaban. No quise arriesgarme.
-Muy bien. Muy sensatopor su parte, aunque eso no quiere decir que me alegre de que se tomaran lajusticia por su mano.
Lily asintió y bajó lacabeza. Entonces Dumbledore sonrió y dijo:
-Bueno, en segundolugar, me gustaría decirles que estoy muy orgulloso de ustedes, porque handemostrado hoy ser fuertes y valientes en situaciones desesperadas, algo que amuchos magos adultos les cuesta hacer.
Los chicos se miraron ysonrieron.
-Y en tercer lugar, megustaría darle cuarenta puntos a la señorita Evans.
Lily lo miró, incrédula.
-¿A... a mi?
-Si.
-¿Por qué?
-Por mostrar valor ysangre fría ante las dificultades, demostrando así ser unadigna miembro de Gryffindor.
La niña enrojecióviolentamente.
-Así mismo-prosiguió eldirector- me gustaría concederle cuarenta puntos al señor Snape-Severus sesobresaltó al oír su nombre- por pensar con la cabeza en aquellos momentosen los que los demás piensan con el corazón-en este punto miró a Lily- y por noabandonar a sus amigos, en contra de lo que su instinto leordenaba.
Severus también sonrió.
-En cuanto a ti,Aleydis, has demostrado ser fuerte y valiente, y has sido capaz de mantener lamente despejada y la cabeza alta en los peores momentos. Te premio por ello concincuenta puntos.
Aleydis también sonrió yse sonrojó. La verdad, no se sentía como una heroína ni nada parecido. Susamigos si se merecían sus puntos, por haberla ido a buscar al Ministerio, peroella... ¿qué había hecho ella? Dejarse raptar como una inútil, para luegoiniciar una batalla que habían perdido. Sólo de pensar en lo que pudiese haberpasado de no haber llegado los profesores... no, realmente ella no merecía esospuntos. Quiso decírselo al director, pero él ya había cambiado de tema.
-Muy bien. Ahora, serámejor que todos nos vayamos a dormir. Mañana es sábado, podrándescansar tranquilamente. Necesitan recuperarse de todo lo que ha pasadohoy, así que ¡hala! Buenas noches.
Los tres se levantaron yse encaminaron hacia la puerta.
-Aleydis-dijo el ancianode repente-quédate, por favor.
La niña miró a susamigos, extrañada. Asintió levemente y los despidió con un "os veoluego". Ellos salieron y cerraron la puerta tras de sí.
Caminó lentamente haciala silla que estaba frente al director y se sentó allí. Fawkes, a quien leestaban saliendo ya algunas plumas, voló hasta su regazo y se acurrucó allí.
-Aly-comenzó Dumbledore-quiero pedirte perdón.
La niña no daba créditoa sus oídos.
-¿Pe... perdón?
-Si.
-Pero... ¿por qué?
-Por ponerte en peligrode esta manera.
Aleydis no podía creerlo que oía.
-Pero profesor... ustedno tiene la culpa. No podía hacer nada por mí, estaba vigilado y...
-No me refiero a eso. Nodebería haberte citado tan tarde en mi despacho, y debería haberte acompañado ala sala común de Gryffindor.
-Pero usted no podíasaber que Moon era un mortífago, ni que iba a atacar esta noche. Y tampocopodía saber a quien iba a secuestrar, podía haber sido cualquiera...
-Pero yo sabía que esecualquiera ibas a ser tú.
Aleydis se quedó sinhabla. ¿Por qué ella?
-¿Fue por lo que oí enel Bosque Prohibido?-preguntó finalmente.
-No, no fue por eso.
-¿Entonces?
El director tomó aire,como si le costara pronunciar lo que tenía que decir.
-Fue por mi. Y por la...relación que tengo contigo.
-No entiendo. ¿Relación?
-Veamos... ¿recuerdas eldía que me contaste que habías matado a tu madre por accidente?
Ella asintió.
-Bueno... ese día merecordaste a mí.
-¿A usted?
-Si. Verás, yo... yotambién maté a mi hermana por accidente.
Aleydis abrió la bocacon sorpresa. Decididamente, el cansancio le estaba jugando una mala pasada.Probablemente estaba soñando, y seguro que pronto se despertaría y se daríacuenta de que se había marchado a su dormitorio con Lily, y que estaspalabras habían sido producto de su imaginación. La conversación que amboshabían mantenido en los últimos minutos le parecía demasiado irreal. Y, sinembargo, Aleydis era perfectamente consciente de que el director le estabadiciendo la verdad, que no era un sueño del que se pudiese despertar.
-Usted... mató... a suhermana.-pronunció lentamente, como si con ello dejara de ser real.
-Bueno, realmente no lose-admitió Dumbledore con pesar-Verás, un amigo y yo estábamos peleando... yella estaba demasiado cerca. No se quien fue; Grindelwald o yo. Pero siempre hetenido la sensación de que fui yo.-al decir esto, se derrumbó. Nunca le habíacontado a nadie esa historia, pero sabía que ella, entre todas laspersonas, lo comprendería y no lo juzgaría.
-Profesor...-Aleydisquería consolarlo, pero no sabía cómo. Entonces, Fawkes voló de su regazo hastael escritorio del director y le cantó al oído. Al instante, se sintió mejor. Seenjugó las lágrimas y acarició al fénix. Entonces dijo:
-Lo siento. Nunca habíahablado de esto con nadie, no pensé que me resultase tan difícil... en fin,olvidémoslo.- volvió a sonreír- Como te decía, me sentí muy unido a ti porque ambos teníamos en nuestro pasado elementos similares. Poco a poco, sindarme cuenta, dejé de verte como a una alumna más. Empecé a apreciarte como auna amiga, y pronto, incluso a quererte como a una hija. Traté de evitarlo portodos los medios; me convencí a mi mismo de que apenas te conocía, de queno era posible. Pero fue inútil. Siento debilidad por la gente; es otro de mispeores defectos.
Aleydis recordó laúltima vez que había dicho algo parecido y sonrió sin querer.
-No veo por qué querer aalguien tiene que ser algo malo.-dijo ella.
-Normalmente, no lo es.Pero en mi caso es diferente. Voldemort sabe que el amor es mi punto débil, asíque en vez de atacarme a mí, ataca a las personas que me importan.
-¡Y parecíatonto!-murmuró Aleydis.
-Así que-siguió eldirector, que no había oído su comentario- ¿podrás perdonarme?
La niña miró sus ojosazules, que parecían penetrar en su interior. No entendía nada. ¿Perdonarle poramarla como a una hija? ¿Perdonarle por proporcionarle el afecto que no teníadesde que su madre había muerto?
-Por supuesto que si.
El director sonrió.
-Gracias. Y ahora-dijolevantándose- será mejor que te vayas a dormir.
Aleydis también se pusoen pie, pero se tambaleó un poco. Se agarró al escritorio con fuerza para nocaerse.
-O a lo mejor deberíasir a la enfermería...
-No, no, estoy bien.Buenas noches, profesor.
-Buenas noches, Aly. Quedescanses.
La niña salió deldespacho y dejó que las escaleras la bajaran hasta el pasillo. Allí, impulsadapor una extraña euforia, se echó a correr y no paró hasta llegar al retrato de la Señora Gorda.
-¿Contraseña?
-Eh...-habíanpasado tantas cosas que era incapaz de recordarla.-No me acuerdo...
-Está bien, pasa.
Aleydis miró a la Señora Gordasorprendida, pero no dijo nada. Subió a su habitación y se dejó caer en su camasin ni siquiera deshacerla, de tan exhausta como se sentía. Al instante sedurmió, y soñó con el canto de un fénix.
En los días que siguieron al incidente, no se habló de otra cosaen Hogwarts. La gente comentaba lo acontecido en el Ministerio de Magia en lasaulas, por los pasillos, en los jardines e incluso en la biblioteca. Sushistorias a veces estaban un poco deformadas (había quien decía que Aleydishabía asesinado a un mortífago con sólo mirarlo), pero en general era todocierto. Los tres amigos nunca supieron como se habían enterado sus compañerosde lo ocurrido, pues El Profeta nohabía querido contar nada para "no alarmar a los ciudadanos", y encuanto a los profesores, estaban seguros de que tampoco habían abierto la boca.Pero claro, estaban en Hogwarts, donde las noticias que no corren, vuelan.
Por su parte, losprofesores actuaron como si nada hubiera pasado. Cuando los alumnos lespreguntaron por las heridas que presentaban en la cara y los brazos, las partesvisibles de su cuerpo, ellos le echaron la culpa a Peeves, el poltergeist, pesea que sabían que todo el colegio conocía la verdad. Sólo Aleydis fue capaz deencontrar una grieta en la barrera de mentiras tan bien creada por losprofesores. La mañana del sábado, tras haber descansado, se levantó y sedirigió al Gran Comedor a desayunar. Iba sola, porque Lily seguía durmiendocuando se marchó y no quiso despertarla. Mientras caminaba por los desiertospasillos (eran las ocho de la mañana, nadie era tan masoquista como paralevantarse a esa hora un sábado), vio algo que la hizo detenerse. McGonagallsalía de su despacho con la cabeza baja y los ojos enrojecidos.
Había estado llorando.
Esto la preocupó.¿Minerva McGonagall llorando? ¡Venga ya! Debía ser una broma. Ella era la mujermás fuerte que conocía, siempre severa, nunca dejaba sus sentimientos aldescubierto. Y sin embargo, había llorado. "¿Por qué?" se dijoAleydis. Hizo amago de preguntarle, pero luego desistió. Pasó a su lado, lasaludó con un "buenos días, profesora" y siguió su camino.
Al entrar al GranComedor, se encontró con Severus.
-Parece que no soy elúnico que padece de insomnio.-dijo con sorna.
-Lily es la únicapersona que conozco capaz de dormir tras una aventura como la de ayer. Yo, pormi parte, sólo he dormido dos o tres horas.
-Pues estamos iguales.¿Vamos?
Entraron en el comedor yse sentaron juntos en la mesa de Gryffindor, ya que la de Slytherin estabavacía y los dos tenían cosas de las que hablar. Un rato después entraronDumbledore y McGonagall, que los observaron con extrañeza, pero no dijeronnada.
Poco a poco el GranComedor se fue llenando de alumnos, Lily entre ellos. Cuando terminó dedesayunar, los tres salieron a los jardines. Tenían mucho de quehablar.
Aleydis decidió que lomejor era sincerarse con ellos. Bajo la sombra de un haya, les habló de supasado, como había hecho con Dumbledore una mañana de navidad. Pero cuando lepreguntaron sobre la conversación mantenida con el director en su despachodespués de que ellos se fueran, les contó una media verdad. Dijo que se habíadisculpado por no haberla acompañado a la torre de Gryffindor, pese a que sabíaque todos sus alumnos corrían peligro de ser secuestrados o torturados por losmortífagos. No les habló de la extraña confesión; eso era algo demasiadopersonal.
* * *
El último mes del cursopasó rápidamente, entre exámenes y deberes en exceso. Severus, Lily yAleydis sacaron muy buenas notas, así que dedicaron la última semana delcurso a vaguear en los jardines.
Pero, como todo lobueno, acabó demasiado pronto. Finalmente, llegó el día anterior al comienzo delas vacaciones. Los alumnos preparaban sus baúles, emocionados ante la idea devolver a casa. Todos menos uno.
Aleydis metía sus cosasen el baúl entre suspiros. Le costaba creer que el curso hubiese acabado ya.Lily de vez en cuando la miraba de reojo; parecía cansada, como si hacer lasmaletas fuese para ella un esfuerzo enorme. Pero no se lo reprochaba, porquesabía a lo que volvía. Esperaba que su padre la tratara un poco mejor eseverano. Aunque, pensándolo bien... a Lily le rondaba una pregunta por lacabeza desde aquel día en el que su amiga le había contado la verdad respecto asu pasado, pero no se había atrevido a hacerla por miedo a ofenderle. Perodecidió hacerla, aunque sólo fuese para quedarse tranquila.
-Esto... Aly...
-¿Mm?
-Yo... eh... queríapreguntarte una cosa. No te ofendas, ¿vale?
Ella levantó la cabeza.
-Tranquila,pregunta.
-Bueno... ¿por qué nodenuncias los malos tratos de tu padre?
Aleydis frunció el ceño.
-No es tan fácil. Seríala palabra de un adulto contra la mía, además habría que celebrar un juicio...no tengo a nadie que me ayude a hacer eso. Y yo, por supuesto, no tengo niidea.
-Ah...-Lily no supo quédecir. Volvió a meter las cosas en su baúl, y su amiga la imitó.
Al cabo de un rato,Aleydis añadió, más para sí misma que para su amiga:
-Además, no quieroacabar en un orfanato...
-¿Orfanato? ¿No tienesningún familiar vivo?
Ella negó con la cabeza.
-No. Mis abuelos yabuelas están muertos, y el único hermano de mi madre también. Por desgracia,sólo me queda mi padre.
Lily la miró, apenada.
-Yo... lo siento. Sientohaber sacado a colación un tema tan...
-No te preocupes-Aleydissonrió-Tampoco me importa.
-¿Estás segura?
-Si.
La pelirroja se encogióde hombros.
-De acuerdo.
Y siguieron haciendo elequipaje en silencio.
* * *
Más tarde bajaron alGran Comedor para el banquete de fin de curso. Saludaron a Severus, queestaba en la mesa de Slytherin hablando con Lucius Malfoy. A las chicas no leshizo ninguna gracia (no habían olvidado que su padre era mortífago), pero lodejaron pasar.
Cuando todos los alumnoshubieron llegado al comedor, Dumbledore se puso en pie y, abriendo los brazoscomo si quisiera abrazarlos, comenzó a hablar.
-¡Buenas noches a todos!Parece que otro año ha pasado, para algunos deprisa, para otros despacio.Supongo (espero) que vuestras cabecitas estarán un poco más llenas que cuandollegaron. Este año, lamentablemente, han ocurrido ciertos sucesos que hanobligado al profesor Moon a... tomarse unas pequeñas vacaciones.-dirigió unamirada cómplice a Aleydis, que sonrió.- Pero este no es momento paralamentaciones, así que será mejor que haga entrega de la Copa de las Casas antes deque me comáis a mi en vez de al banquete.
Algunos rieron ante elcomentario del director.
-Bueno-prosiguió él,inalterable- ahora, anunciaré al ganador. La Copa de las Casas este año será para...¡Gryffindor, con quinientos dieciséis puntos!
De la mesa de los leonesse alzó un grito tremendo, coreado por las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw, quese alegraban, como siempre, de que Slytherin no hubiese ganado. Foro ciclismo
-Bueno-grito Dumbledore para hacerseoír por encima del barullo. Al instante, el Gran Comedor quedó en silencio.-yano tengo nada más que decir así que ¡a comer!
Fue un banquete estupendo, lleno derisas y conversaciones despreocupadas, pero acabó pronto. Los alumnos subierona sus dormitorios para terminar de preparar el equipaje. Algunos se quedaronhasta tarde en la sala común. Todos estaban emocionados ante la idea de volvera casa y ver a sus familias. ¿Todos?
* * *
-¡Vamos Aly, que los carruajes sevan!-gritó Lily.
Aleydis tiró de su baúl, que se había encajado en elhueco del escalón que aparecía y desaparecía y se negaba a salir. Exasperada,sacó su varita y dijo "Wingardiumleviosa". El baúl comenzó a levitar, y la niña lo llevo escaleras abajohasta el carruaje que debía llevarlos a la estación de Hosgmeade. Sus amigos laesperaban dentro, ansiosos. Acomodó como pudo el baúl en el portaequipajes yestaba a punto de subir cuando alguien la llamo.
-¡Aleydis!
Se giró. Dumbledore le hacía gestospara que se acercase. Ella lo hizo.
-¿Qué ocurre, profesor?
Él sacó del interior de su túnicauna botellita que contenía un líquido transparente. La niña lo reconoció; eraun díctamo para heridas leves, el mismo que había preparado en su primera clasede pociones.
-¿Sabes lo que es esto?-le preguntóel anciano. Ella asintió- Estupendo. Espero que no lo necesites, pero por siacaso
no dudes en enviarme una lechuza si la cosa se pone grave, ¿de acuerdo?
Aleydis volvió a asentir, y en esemomento tomó la firme decisión de no escribir al director en todo el verano. Noquería preocuparlo, sabría arreglárselas bien solita. Al fin y al cabo, ¿nohabía sido ella la que se había enfrentado a la maldición Cruciatus y habíasalido victoriosa?
-Así lo haré.-mintió- No sepreocupe. Y gracias por todo.
Los primeros carruajes empezaron amoverse. Aleydis corrió hacia donde estaban sus amigos y se subió en lacarroza, que comenzó a moverse de inmediato.
-¡Que tengas un buen verano,Aleydis!-le gritó Dumbledore para hacerse oír entre el barullo de la partida.
-¡Igualmente, profesor!
Siguió mirando al castillo hasta que una curva en el camino lo hizodesaparecer. Suspiró con tristeza. "Bueno, consuélate, no es tanto. Volverás a verlo dentro de dos meses" pensó.Y era cierto. Al fin y al cabo, le quedaban muchos cursos por delante, y aquelsólo había sido el final del primero.
El final del principio.
N/A: Para todos aquellos que piensen que este es el final, seequivocan. Me alegra decirles que la historia continúa para todo aquel quetenga la suficiente paciencia para leerla.
Aprovecho para agradecerles a todos sus comentarios, que son unagran fuente de motivación para mí. Seguro que todos aquellos que son o algún día han sido escritores sabrán a lo queme refiero.
Muchas gracias por leer esta historia, y espero que continuéishasta el final.
Aleydis mirópor la ventana del tren.
-Ya casi hemosllegado.-dijo.
Severus levantó lacabeza del libro que estaba leyendo y también miró por la ventana. El paisajede la ciudad poco a poco había dado paso al del campo, que lucía en todo suesplendor, negándose a sucumbir al otoño.
-Parece mentira.-Añadióla chica- Ya estamos en quinto. El año de los TIMOS.
-¿Timos? ¿Quétimos?-preguntó Lily, distraída.
-Los TIMOS, los TítulosIndispensables de Magia Ordinaria.
-¡Ah, eso!-dijo,volviendo a bajar la vista a la revista que estaba leyendo- Bueno, no creo quesea tan malo como lo pintan.
-Te equivocas-dijo unavoz- Es aun peor.
Los tres se giraronhacia la puerta del compartimento, donde estaba James Potter, sonriendomientras miraba a Lily.
-Lárgate, Potter.-leespetó Severus.
-Cállate Quejicus. Noestoy hablando contigo.-le respondió él de mala manera.
Snape sacó la varita yJames lo imitó. Se apuntaron a la cara, desafiándose con la mirada.
-Estaos quietos, chicos-suplicó la pelirroja, intentando separarlos.
-Déjame, Lily- dijoSeverus.
-Si, eso, deja queQuejicus aprenda a defenderse solito.-James lo miró con la burla pintada en losojos.
-¡Maldita sea! ¡Desma...!-Severus trató de lanzarle un hechizo, pero Aleydis lo estaba esperando y fuemás rápida.
-¡Expelliarmus!
De inmediato, los dos chicos salieron disparados hacia atráspor la fuerza del hechizo.
-Esta me la pagas, Quejicus.-con una última mirada asesina, Jamesse levantó del suelo y se marchó del compartimento.
-Agh, como lo odio-rezongó Severus.
-¡Sev!-lo regañó Lily- ¿No ves que sólo trata de meterte enproblemas? ¡No debes responder a sus tonterías!
-¡Lo sé!-gritó él- Pero no puedo evitarlo.
-Pues hazlo.
-No puedo.
-Si puedes.
-¿Y tú qué sabes?
-¡Lo sé! ¡No debes responder!
Aleydis los veía discutir como si estuviera haciendo de árbitro enun partido de tenis. No le gustaba que sus amigos discutiesen, pero eso seestaba convirtiendo en algo frecuente. Y todo por culpa de Potter.
-¡No me digas lo que tengo que hacer!-gritó el chico.
-¡Sólo trato de ayudarte!
-¡Pues no me ayudes! ¡Si me meto en líos, eso no tiene por quéperjudicarte, ni a ti ni a tu casa, así que ¿qué más da?!
-¡A mi me da! ¿O acaso crees que me gusta ver como te castig...?
-¡¡Basta!!- Aleydis se interpuso entre los dos, zanjandola discusión.
Los dos amigos se miraron con odio, y luego cada uno se sentó enuna esquina diferente del compartimento. Aleydis, que estaba acostumbrada aesto, cogió el libro que estaba leyendo Severus y se sentó en medio de los dos,declarándose neutral (aunque en el fondo estaba de parte de su amiga).
Para cuando llegaron a la estación de Hosgmeade, los dos amigos yase hablaban, y cuando entraron en Hogwarts, todo estaba olvidado. Aleydissonrió. Siempre pasaba igual. Al principio, cuando las discusiones habíancomenzado a aflorar entre ellos, se había preocupado, pero pronto se había dadocuenta de que no valía la pena. Al final, siempre acababan despotricando contraPotter y sus amigos los dos juntos. Cuando entraron en el Gran Comedor para elbanquete de bienvenida, nadie hubiese dicho que habían discutido apenas mediahora antes.
La Ceremonia de Selección, el banquete y el discurso de bienvenida deDumbledore, que como siempre los recibía con unas palabras (periquitos,pazguatos, bagatelas, macedonia), pasaron muy rápido para los agotados ysoñolientos alumnos, que estaban deseando acostarse en sus camas calentitas.Cuando el director terminó su perorata, todos se marcharon a sus respectivassalas comunes. Lily y Remus, que ahora eran prefectos, acompañaron a losalumnos de primero a la torre de Gryffindor. Severus y Narcisa Black hicieronotro tanto con los de Slytherin, así que Aleydis salió sola del Gran Comedor.Por el camino, Sirius Black la abordó.
-¡Hola Bottom! ¿Qué tal las vacaciones?
La niña lo miró extrañada.
-Eh... esto... ¿estás bien?
Él se rió. Tenía una risa preciosa, que había cautivado a la mayorparte de las chicas del castillo. Pero no a ella.
-Perfectamente. ¿Por qué?
-Em... no se... ¿será porque cada vez que nos vemos nos lanzamosmaldiciones el uno al otro?-dijo con ironía.
Sirius bufó.
-Si, bueno, ya se que tenemos nuestras diferencias de vez encuando, pero que sepas que yo no tengo nada en tu contra.
-Ni yo tampoco. Eres tú el que se empeña en maldecir a Severuscada vez que lo ves.
-Ah, bueno... pero es que Quejicus es Quejicus.
-¡No lo llames así! ¿Qué tienes en su contra?
Sirius pareció considerar la respuesta.
-Pues no lo se.
-¿Y entonces por qué no lo dejas en paz?
-Porque es un blanco excelente, y porque siempre mete sudesproporcionada nariz en nuestros asuntos como si fuéramos criminales queplanean un robo y él fuera el policía encargado de detenernos.
-Eso no es motivo.
-Para mi sí.
-Entonces, como tenemos puntos de vista tan diferentes, lo mejorserá que dejemos de hablar y así evitaremos una discusión. Buenas noches,Black.- se alejó de allí con la cabeza alta, dejando a Sirius plantado en elpasillo con un palmo de narices.
Cuando llegó a la sala común, se sentó en una de las butacas juntoal fuego. No tenía sueño, el idiota de Black la había despejado. Habíacomprendido sus intenciones desde el principio, pero esperó hasta el momentooportuno para darle largas. Él quería que ella pasase a ser la últimaadquisición en su lista de chicas conquistadas. Sería todo un boom, su mayorlogro, ya que hasta la fecha, nadie podía jactarse de haber enamorado elcorazón de la fría y distante Aleydis. Y por eso, ella era una presa para esecazamujeres, y estaba continuamente en su punto de mira. Aquella nochehabía sido la primera vez que habían hablado cara a cara, aunque Sirius ya lehabía dirigido antes varias sonrisas y algún que otro guiño. Pero a ella no sela conquistaba tan fácilmente. Tenía ojos en la cara, sabía que Black eraguapo, además de rico, y sabía que sería la envidia de todas si salía con él.Pero ella no era así, no estaba dispuesta a venderse de esa manera para queluego él la abandonara, como había hecho con todas antes que ella. No,Sirius Black nunca tendría a Aleydis Bottom.
Seguía mirando el crepitar del fuego, distraída, cuando laconversación que mantenían Potter, Petigrew y Lupin atrajo su atención. Sabíaque estaba mal, pero no pudo evitarlo y se puso a escuchar.
-No me gusta-decía Remus- Podrían expulsaros, o podríais resultarheridos, eso por no hablar de los peligros que conlleva el plan mismo...
-Tranquilo, no tienes de qué preocuparte. Sabemos lo que hacemos.Además, llevamos cinco años buscando solución al problema, no esperarás que nosechemos atrás cuando ya lo tenemos, ¿verdad?-le rebatió Potter.
Petigrew asintió.
-Así que no hay vuelta atrás-continuó el de las gafas- Está todolisto. La próxima luna llena no estarás solo, Lunático.
Lupin suspiró. En ese momento entró Sirius en la sala común y loscuatro subieron a acostarse.
Aleydis siguió sentada en la butaca un rato más, pensando. ¿De quéestarían hablando? ¿Qué iban a hacer que podía resultar tan peligroso? ¿Y quétenía que ver la luna llena? La palabra hombre lobo palpitaba en su cabeza,insistente. Pero no podía ser. Dumbledore no podía ser tan tonto como paratener un ser tan peligroso en el castillo y no darse cuenta. ¿Pero y si él losabía? No, no era posible. ¿Quien en su sano juicio acogería en un castillolleno de estudiantes a un hombre lobo, quedando este bajo su responsabilidad?No, no debía ser eso. Quizá alguna poción que necesitara un ciclo lunar demaduración, o algo parecido. Si, seguro.
Demasiado cansada para pensar, subió a su habitación. En silencio,pues sus compañeras llevaban un rato dormidas, se puso el pijama y se acostó,pero aun tardó un rato en dormirse. La conversación daba vueltas en su cabeza yno la dejaba descansar. Finalmente, tras un largo rato en el que suspensamientos vagaron sin rumbo concreto, se quedó dormida.
La primerasemana del curso fue agobiante; los profesores no cesaban de mencionar losTIMOS, pese a que los exámenes comenzaban en junio. Con esas perspectivas,sumado a la cantidad exorbitante de deberes que les mandaban,los alumnos se levantaban por la mañana con el ánimo por los suelos. Lilyestaba especialmente susceptible, y se quejaba continuamente.-¡Ya sabemos que estosexámenes pueden decidir nuestro futuro!-gritaba a la nada.- ¡No necesitamos quenos lo estén recordando a cada paso!
Lo único que conseguíaanimar a los chicos eran las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras. Éseaño, el profesor era estupendo, daba muy bien las clases y apenas mandabadeberes. Todos temían que a él también le afectara lo que ellos llamaban"La maldición de la clase de Defensa", ya que ningún profesor habíadurado más de un año impartiendo esa materia. En primero, Moon había resultadoser un mortífago. En segundo, a la profesora Ander la atacó una colonia deGrindylows, así que hubo que llevársela al hospital San Mungo. En tercero,Dumbledore se había visto obligado a expulsar al profesor Nottingham porpracticar maldiciones imperdonables como castigo a los alumnos. Y en cuarto, elhorrible, desagradable, antipático y egocéntrico profesor Watson se vioobligado a marcharse después de que un caldero con patas y lleno de poción parahacer crecer granos lo persiguiera por todo el castillo (los alumnossospechaban que McGonagall había tenido algo que ver, pues no soportaba alprofesor, pero nadie se molestó en demostrarlo).
Sin embargo, los chicosconfiaban en que éste se quedase. Moon se había ido por mortífago, Ander porimprudente, Nottingham por bruto y Watson por arrogante, presumido, insoportable,paleto e idiota. Ah, y por hacer enfadar a McGonagall. Pero el profesor de eseaño, el señor Cooper, parecía un buen hombre. A todos les había caído biendesde la primera clase, y cruzaban los dedos para que se quedase mucho tiempoen Hogwarts.
El viernes, Severus,Lily y Aleydis se dirigían a clase de Defensa tras dos agotadoras horas depociones en las que habían tenido que elaborar el Filtro de Muertos en Vida. Lapelirroja lo había hecho muy bien, como siempre. A Severus no le había ido mal.Pero Aleydis había estado distraída toda la clase, y su poción, que debía serblanca, se había convertido en una masa amarillenta. Le preocupaba laconversación que había oído la noche de su llegada en la sala común deGryffindor, la que habían mantenido Potter, Lupin y Pettigrew. Le había estadodando vueltas, y por eso la poción no le había salido todo lo bien que ellahubiese querido, pero por una vez no le importaba. Estaba harta de su profesorde pociones, Slughorn, y de su estúpido Club de las Eminencias. Se trataba deun club en el que entraba toda aquella persona inteligente, popular o deascendencia notable. Había conseguido que sus amigos asistiesen a susreuniones, pero ella siempre lograba escabullirse. Constantemente buscabaexcusas, porque se negaba a entrar en la telaraña del profesor, una telaraña deintereses y manipulaciones de la que era difícil escapar, y en la que teníaatrapado a todos los miembros de su club para poder manejarlos a su antojo. No,a ella no la atraparía, no dejaría que Slughorn manipulara su futuro como sifuese una marioneta. Sabía lo que quería, y no iba a dejar que nadie decidiesepor ella.
Llegaron a clasetemprano, así que se sentaron en la primera fila y esperaron a sus compañeros.Poco a poco, fueron llegando todos, Slytherins y Gryffindors. El último enentrar fue el profesor Cooper, que les comunicó que la clase de ese día iba aser práctica. Los alumnos, emocionados, sacaron sus varitas. Era su primeraclase práctica de Defensa. Se levantaron de los pupitres, que se pegaron a lasparedes dejando un espacio libre en el centro, y pusieron toda su atención enel baúl que el profesor colocó en medio de la clase.
-¿Vamos a enfrentarnos aun boggart, señor?-preguntó Aleydis, que no tenía ánimos para imaginar algo divertido.
-No, señorita Bottom.Hoy nos veremos las caras con un dementor.-algunos ahogaron exclamaciones y sealejaron un poco del baúl.-Teóricamente hablando, claro, ya que no suelendescubrirse el rostro. Pero empecemos por el principio. ¿Alguien puede decirmequé es un dementor?
La mano de Severus sealzó.
-¿Snape?
-Un dementor es un seroscuro que se alimenta de la alegría y los buenos recuerdos de las personas.
-¡Muy bien, cinco puntospara Slytherin! En efecto, los dementores son seres terribles, que robannuestros recuerdos felices hasta dejarnos únicamente con nuestras peoresvivencias. ¿Alguien sabría decirme cuál es la peor arma de un dementor?
Esta vez fue Remus quienlevantó la mano.
-¿Señor Lupin?
-El beso.
-Bien. ¿Podríaexplicarme en qué consiste?
-Cuando un dementor tebesa, te absorbe el alma.
Un escalofrío recorrióla espalda de Aleydis, que instintivamente se alejó un poco del baúl.
-Exacto, cinco puntospara Gryffindor. El beso del dementor es su arma más terrible, y por esodebemos aprender a defendernos de él, que es lo que vamos a hacer hoy. Bien,¿alguna pregunta?
Aleydis levantó la mano.
-¿Bottom?
-¿Que ocurre cuando tequedas sin alma?
El rostro del señorCooper se ensombreció.
-Pues... tu vida se vereducida a una existencia básica. Te limitas a comer y a dormir. No sientesnada; ni miedo, ni valentía, ni dolor, ni alegría. Es horrible. Es peor queestar muerto, porque sin alma estás... vacío.
La niña asintiólentamente, dando a entender que lo había comprendido.
-Bueno, si nadie tienemás preguntas, comencemos. -el profesor se recompuso rápidamente, recuperandosu buen humor.- Para rechazar a un dementor, es necesario convocar un Patronus. Un Patronus es una fuerza positiva que normalmenteadopta la forma de un animal, y que es justo lo contrario a un dementor y loúnico capaz de hacerlo retroceder. Para invocarlo, debéis buscar un recuerdoespecialmente feliz y decir "Expecto Patronum". Repetid elconjuro sin varita, todos a la vez. Uno, dos, tres.
-¡Expecto Patronum!-dijerontodos a coro.
-Muy bien. Ahora, cogedlas varitas. Potter, acércate.
James se adelantó con lavarita en mano y cierto aire arrogante. Miró de soslayo a Lily, pero ellaestaba hablando con Severus y no se dio cuenta.
-De acuerdo. Cuandocuente hasta tres, quiero que pienses en un recuerdo feliz. Concéntrate en eserecuerdo y pronuncia el conjuro, ¿de acuerdo?-el chico asintió-Bien. Uno...dos... tres.
El baúl se abrió con unchasquido. Una figura con capa negra salió de él, amenazadora. En el aula seimpuso el silencio, un silencio sobrenatural, y empezó a hacer muchofrío. La mano viscosa y llena de pústulas del dementor se alzó, como siintentara tocar a Potter, pero él se adelantó y pronunció el conjuro.
Una luz plateada comenzóa salir de la varita. Poco a poco, fue tomando la forma de un animal de cuatropatas con unos bultos en la cabeza. Una cabra, quizás, o un ciervo. El dementorretrocedió un poco, pero arremetió contra el animal y este se desvaneció. Antesde que pudiese abalanzarse sobre James, el profesor conjuró su propio Patronus, una oca, y lo empujóal interior del baúl.
-¡Muy bien! Una muestraestupenda de un Patronus casi corpóreo. ¡Veinte puntos paraGryffindor!
Potter volvió a susitio, pálido pero exultante.
-A ver-dijoCooper-¿quien quiere ser el siguiente?
Varias manos se alzaronen el aire.
-Está bien. Formad unafila.
Hubo empujones y quejaspor parte de los alumnos, pues todos querían estar en los primeros puestos.Aleydis, sin embargo, prefirió ponerse al final; no le había gustado nada aquelser. Cuando todos estuvieron colocados, trataron de hacer retroceder aldementor por turnos. Pocos consiguieron detenerlo, y con mucho esfuerzo. Huboalgunos Patronus casicorpóreos, como el de Severus, una serpiente. Otros en los que se distinguíauna forma vaga, como en el de Sirius o el de Lily. La mayoría no pasaron de unapantalla luminosa. Ninguno fue capaz de devolver el dementor al baúl.
Cuando le tocó el turnoa Aleydis, se adelantó unos pasos, nerviosa. Tenía tan pocos recuerdos felicesque dudaba que fuese capaz de hacer aparecer un Patronus decente. Pero era importante no sernegativa; así que, decidida, enarboló su varita y se preparó.
-¿Lista, Bottom?-lepreguntó el profesor.
Ella asintió.
-De acuerdo. A la detres. Uno... dos... tres.
El baúl volvió a abrirsepor decimoséptima vez aquella mañana, y el mismo frío volvió a apoderarse de laestancia. Aleydis sintió que la desesperanza la embargaba, pero no se dejóllevar. Apuntó al dementor y pronunció alto y claro:
-¡Expecto Patronum!
De su varita comenzó asalir un resplandor plateado, pero no pasó de ahí. Rápidamente, trató deencontrar un recuerdo más potente, pero ya era tarde. El dementor sehabía acercado demasiado, y sólo conseguía evocar experiencias tristes: a supadre pegándola, gritándole, llamándola monstruo... lo último que recordófue a su madre cayendo por las escaleras. Después, todo se volvió negro.
Aleydis despertó con un dolor de cabeza terrible. Miró a su alrededor. Estaba en la enfermería. A su lado, Lily, Severus y el profesor Cooper la miraban preocupados. Un poco más allá, la señora Pomfrey buscaba algo entre unos frascos de pociones.
-¿Qué ha pasado?-preguntó con voz pastosa.
-Te desmayaste- le contestó su amiga.
Entonces lo recordó todo; la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, el dementor, el patronus fallido... y a su madre.
La enfermera la sacó de sus pensamientos poniéndole un enorme trozo de chocolate en las manos.
-Cómetelo todo-le ordenó- Y vosotros aseguraos de que lo haga- y con una última mirada de advertencia dirigida a los tres chicos, se marchó de allí.
Aleydis asintió y comenzó a comer. Poco a poco, se fue sintiendo mejor, así que preguntó:
-¿Por qué me desmayé?
El profesor la miró con aprensión.
-Bueno...-dijo-normalmente, al enfrentarse a un dementor, las personas más débiles pierden el conocimiento. Es un acto de protección del cerebro. Pero no es común. Es más, me extraña que te pasase a ti, precisamente. Sólo por curiosidad... ¿cuál fue el último recuerdo que te hizo ver el dementor?
Aleydis frunció el ceño. No le hizo gracia que la llamara débil. Y tampoco quería contestar a su pregunta, pero no le quedaba otro remedio.
-Vi la muerte de mi madre- contestó con naturalidad. Ella era fuerte, y esa era su manera de demostrárselo al profesor. Hablando de ello de una forma tranquila, mostrando haberlo superado.
Él pareció incómodo. No se lo esperaba.
-Vaya... eh... yo... lo siento.
Lily y Severus se miraron con tristeza. Ambos sabían que la frase "vi la muerte de mi madre" en realidad significaba "vi cómo maté a mi madre". Era horrible. Pobre Aleydis.
-¿Aly, estás bien?-le preguntó el chico, refiriéndose a lo de su madre.
-Si. Supongo que ya no me afecta tanto como antes.
-El chocolate es el mejor remedio contra un ataque de un dementor, es normal que te sientas mejor.- Cooper no había captado el sutil cambio de conversación. Nadie se molestó en sacarlo de su error.
En cuanto se terminó el chocolate, Aleydis salió de la enfermería seguida de sus amigos. Las chicas se fueron a su sala común, y Severus se dirigió a su clase de Herbología con cara de disgusto.
Una vez en la torre de Gryffindor, ambas se pusieron a hacer los deberes, mientras muy cerca, Potter y sus amigos hablaban con las cabezas juntas. Aleydis, picada por la curiosidad, aguzó el oído.
-Lo haremos esta noche. ¿Verdad?-preguntó Black.
-Si. Hay luna llena. Este momento es tan bueno como cualquier otro. Es mejor no retrasarlo.- dijo Potter.
-Chicos, me sigue pareciendo una locura, y es ilegal, no creo que...-Lupin trataba de hacerlos recapacitar, sin éxito.
-Cállate, Remus.- le espetó Sirius.- Sabemos lo que hacemos.
Pettigrew asintió con énfasis. Lupin los miró a los tres. Sus ojos brillaban, sus caras mostraban decisión. Todo estaba hecho, y nada de lo que él dijese los haría retroceder. Lo sabía perfectamente. Así que levantó las manos en señal de rendición y admitió su derrota.
-De acuerdo. Pero no me hago responsable de lo que pueda pasaros.
Potter sonrió y le palmeó la espalda.
-Así me gusta. Bien, esto es lo que haremos. A medianoche, nos encontraremos aquí. Cogeremos la capa para ir al Sauce Boxeador y encontrarnos con Remus. La segunda parte la ejecutaremos allí, por si acaso. No quiero que ningún alumno con insomnio nos descubra. ¿Está todo claro?
Los otros tres asintieron, y volvieron a concentrarse cada uno en sus deberes. Aleydis, sin embargo, rememoró nuevamente la conversación, tratando de buscar entre líneas algo que pudiese revelarle lo que estaban a punto de hacer. No lo consiguió. Era algo peligroso, eso lo sabía. Y además, ilegal. ¿Debía hablar con Dumbledore? Si, debía hacerlo. Decidida, se levantó de la butaca y se encaminó hacia la puerta.
-¿Dónde vas?-le preguntó Lily. Ella no contestó.
Caminó a paso rápido por los pasillos del colegio. Al llegar frente a la gárgola que guardaba la entrada del despacho, se dio cuenta de que no sabía la contraseña. Pero no podía esperar a que algún profesor pasara por allí y se la dijese, así que decidió hablar con ella.
-Buenas tardes. ¿Podría dejarme pasar? Necesito hablar con el director.
La escultura de piedra negó con la cabeza.
-El profesor Dumbledore no está-dijo con voz gutural.-Se ha marchado esta mañana.
-¿Y cuándo volverá?
-¿Cómo voy a saberlo? Sólo soy una piedra, a nosotros la gente no nos cuenta nada.-esbozó lo que pareció una mueca amarga.
-Ya... de acuerdo. Gracias.
Se marchó por el pasillo con paso lento, pensativa. ¿Qué haría ahora? Podría seguirlos y descubrir lo que iban a hacer. ¿Pero y si la pillaban? Bueno, conocía hechizos desilusionadores, aunque poco potentes. Pero Filch era un squib, no podría detectarla, y aunque lo hiciese, no podría deshacer el hechizo y ella tendría alguna oportunidad de escapar. Si, estaba decidido; los seguiría, y si los pillaba haciendo algo malo, los denunciaría a los profesores. No le gustaba ser una chivata... pero esta vez tramaban algo gordo, y no podía quedarse quieta. Tenía que hacer algo.
* * *
Un poco antes de medianoche, Aleydis esperaba a los chicos escondida tras una de las butacas más alejadas del fuego, que aún chisporroteaba alegremente en la chimenea, iluminando de forma tenue la habitación. Se había aplicado a sí misma un hechizo camaleónico, que la ayudaba a confundirse con el entorno, pero no la hacía desaparecer completamente. Sus contornos aún eran visibles para los ojos bien entrenados de un mago experto, pero confiaba que la oscuridad y la excitación que embargaría a los perseguidos la ocultaran.
A las doce en punto, Potter, Black y Pettigrew aparecieron por la escalera que llevaba a las habitaciones de los chicos. Miraron a su alrededor, para confirmar que no había nadie. Aleydis se agazapó tras la butaca, pues la luz del fuego iluminaba bastante, pese a que ella estaba en la otra punta de la habitación. Por suerte, no la vieron.
-¿Tienes la capa?-le preguntó Black a Potter.
-Si.
-¿Y el mapa?
-No. Lo escondimos en el pasadizo de la bruja tuerta y aún no hemos podido ir a buscarlo, ¿recuerdas?
-Ah, si. Bueno, nos las apañaremos sin él. Vamos.
Los tres se echaron por encima la capa de invisibilidad y desaparecieron ante los atónitos ojos de Aleydis. Recordaba haber visto a sus amigos aparecer de una capa parecida la noche en la que la rescataron del ministerio. ¿Sería la misma? Probablemente sí; las capas invisibles no abundaban. Era un inconveniente con el que no había contado, pues bajo la capa no podía seguirlos, pero no se desanimó. Corrió tras ellos, guiándose por el sonido de sus pasos.
Los siguió por todo el castillo, escondida entre las sombras, procurando ocultarse de la mejor manera posible, hasta que llegaron a los jardines. Un escalofrío recorrió a la niña. Hacía mucho frío, pero eso no la detuvo. Como ya no podía oírlos, se encaminó hacia lo que ella sabía que era su destino, el Sauce Boxeador. Avanzó con cuidado, tratando de encontrar la sombra, sin éxito. La luna llena brillaba en el cielo, iluminándolo todo, y ella no podía esconderse en ningún sitio. Así que se arriesgó a caminar en campo abierto, cruzando los dedos.
Cuando llegó a las proximidades del árbol, éste agitó sus ramas. Sentía su presencia. Parecía querer evitar que ella se acercase, como si guardara algo. Entonces, los tres chicos se quitaron la capa. Estaban unos metros por delante de Aleydis, peligrosamente cerca del sauce.
-Bien, chicos. ¿Preparados?-preguntó Potter. Sus amigos asintieron. Aleydis miró a su alrededor, buscando a Lupin, pero no lo vio por ninguna parte. ¿Dónde estaría?-Bien. A la de tres. Uno... dos... ¡Tres!
Ante los asombrados ojos de la niña, los tres empezaron a transformarse. Pettigrew encogió, y Black y Potter crecieron. Los oía murmurar una retahíla en un idioma arcano, mientras sus cuerpos se transformaban. Y entonces comprendió. ¡Animagia! Eso explicaba lo de la ilegalidad y lo del peligro. Convertirse en animago no sólo era peligroso, pues si algo salía mal podrías quedarte en esa forma para siempre o, en el mejor de los casos, en un estado intermedio, sino que además, hacerlo antes de los diecisiete estaba prohibido. Si algo salía mal, no sólo los expulsarían, además se quedarían convertidos en animales o semi-animales para siempre. Porque si algo falla en la transformación, ya no hay vuelta atrás.
Pero, ¿por qué lo hacían? No podían alardear de ello por el colegio. ¿Se arriesgarían tanto para hacer una broma? Era absurdo. Pero no podía saberlo; sólo podía esperar.
La transformación duró cerca de un minuto. Cuando finalizó, Potter era un espléndido ciervo, Black un enorme perro negro y Pettigrew... no podía verlo, pero supuso que sería algo pequeño, una rata o un topo, quizás.
Los dos animales se acercaron al sauce mientras un animal pequeño se metía entre sus ramas (Aleydis supuso que se trataba de Peter). El árbol dejó de moverse y los tres se metieron en un hueco que había bajo su tronco.
La niña se quedó allí, indecisa. Pero había llegado muy lejos para echarse atrás precisamente ahora. Decidida, corrió hacia el árbol y siguió a los chicos por el agujero.
Cayó con violencia en un pasadizo oscuro de techo bajo. Aguzó el oído. No logró oír nada, así que encendió la varita y comenzó a caminar con cautela.
Caminó durante mucho rato, preguntándose a dónde le llevaría el túnel. Cada pequeño sonido la hacía sobresaltarse y girarse bruscamente, pero respiraba aliviada al comprobar que sólo eran ratas y arañas (aunque esto tampoco la hacía muy feliz). Poco a poco, el pasadizo se fue ensanchando hasta que dio paso a una enorme habitación. Era un salón, o al menos lo había sido hacía trescientos años. Ahora, sólo quedaban algunos muebles con marcas de lo que parecían... garras. Aleydis reprimió un escalofrío. No tenía ganas de conocer al bicho que había hecho eso, porque, a juzgar por el tamaño y profundidad de los desgarrones, debía ser un animal muy grande. Miró a su alrededor. Cerca había una puerta que colgaba de una bisagra, medio astillada, y daba paso a otra habitación. De allí provenían sonidos apagados, así que Aleydis apagó la varita y se acercó con sigilo. Intentando no rozar la puerta, que podía venirse abajo en cualquier momento, se asomó a la estancia.
Probablemente había sido una cocina. Los muebles estaban tan destrozados como los del salón, puede que incluso más. La mayor parte de la estancia estaba en sombras, pero un tenue rayo de luna entraba por una ventana, iluminando a tres animales. Un ciervo, un perro y una rata. Potter, Black y Pettigrew. Pero, ¿dónde estaba Lupin?
Algo se movió en la penumbra. A simple vista, podía parecer un mueble más. "Pero los muebles no se mueven" se dijo Aleydis. Se dio cuenta de que había empezado a temblar. Un sudor frío le recorría la espalda, mientras lo que fuera aquello se iba moviendo hacia los tres animales. Poco a poco, la niña pudo distinguir unas garras enormes y una boca entreabierta llena de dientes afilados. Un lobo.
Paso a paso, con cautela, el animal se acercó a los tres intrusos que osaban aparecer en su casa. Los olisqueó, y ellos se mantuvieron inmóviles. Aleydis estuvo a punto de gritarles que huyeran, revelando su posición, pero se contuvo y esperó.
Con un aullido de alegría, el lobo se lanzó sobre ellos con la lengua por fuera, en una especie de sonrisa lobuna. La niña no entendía nada. ¿Por qué no los atacaba? ¡Eran intrusos! ¡Habían invadido su territorio! ¿Por qué se dedicaba a jugar con ellos?
Entonces, el animal miró hacia donde ella estaba y Aleydis no pudo reprimir un grito. Tenía unos ojos color miel, unos ojos humanos.
Y entonces comprendió.
No era un lobo. Era un hombre lobo.
Era Lupin.
Tres pares de ojos miraron hacia donde miraba el lobo y vieron lo que él estaba viendo. Si bien el hechizo camaleónico era efectivo con los humanos, no tenía nada que hacer ante los agudos ojos de un animal. La habían descubierto.
Con un rugido estremecedor, el animal saltó sobre ella. Apenas le dio tiempo de rechazarlo con un hechizo. Por suerte, Black y Potter reaccionaron. Trataron de contener al lobo, que se debatía furiosamente, intentando escapar para atacar a Aleydis. La rata-Pettigrew le chilló. "Corre" quería decir. Ella no se hizo de rogar.
Atravesó la sala corriendo y se metió por el pasadizo. Unos ruidos a su espalda le indicaron que Lupin había conseguido librarse de sus amigos. Apretó el paso. Corrió durante lo que le parecieron horas, perseguida por el lobo, que cada vez acortaba más la distancia que lo separaba de su presa. La niña sentía que en cualquier momento tropezaría, y ese sería su fin. Pero no. Cuando ya creía que el túnel no se iba a acabar nunca, un rayo de luna se filtró por un agujero del techo. La salida.
Dando gracias a Dios, se izó por el agujero, segura de que el animal sería incapaz de seguirla hasta allí.
Se equivocaba. Con un aullido de triunfo, el lobo salió del pasadizo. La luna llena le dio de pleno en la cara, y Aleydis pudo contemplarlo mejor. Era una visión aterradora. Era dos veces más grande que un lobo normal, y eso que sólo era una cría. Cuando fuese adulto, sería realmente peligroso.
Justo cuando iba a empezar a correr otra vez, algo la golpeó por detrás, lanzándola lejos de allí, en dirección al lago. Con toda la tensión, se había olvidado del Sauce Boxeador. Aleydis maldijo su mala suerte. Si la hubiese lanzado en dirección al castillo, tal vez pudiese haber tenido alguna oportunidad de escapar. Pero ahora estaba atrapada. El lago no le permitía retroceder, y no estaba dispuesta a meterse en él, pues el calamar gigante había salido a disfrutar de la luna llena y podía devorarla. Y, ya que iba a morir de todos modos, prefería morir seca.
El lobo se acercaba lentamente, como evaluándola. Aleydis podría haber sacado su varita para defenderse, pero el miedo la había dejado paralizada. Ni siquiera se sentía capaz de gritar.
Lupin estaba a sólo unos centímetros de su cara. Pudo oler su aliento; olía a algo muerto, como si se hubiese comido una rata y se le hubiese quedado entre los dientes. Unos metros más allá, Potter y Black habían salido del pasadizo y corrían hacia ella, pero no llegarían a tiempo. Ambos lo sabían. En un acto reflejo, se puso a suplicar, pese a que sabía que él no podía entenderla.
-Lupin, por favor, no lo hagas.- el lobo se detuvo al oír su voz. Ella, al ver que funcionaba, siguió hablando.- Ambos sabemos que eres un humano, aunque todas las lunas llenas te conviertas en un lobo, en el fondo sigues siendo tú, y lo sabes. No eres un asesino. No puedes matarme.
El animal la miró durante unos segundos. Entonces sacudió la cabeza y se acercó más a ella para morderla. Abrió la boca y Aleydis cerró los ojos.
-Por favor...-susurró.
Esperó sentir el mordisco, pero no llegó. Se mantuvo con los ojos cerrados unos segundos más, esperando a que pasara algo. De algún lugar cerca de ella le llegaron unos gemidos. Se atrevió a mirar.
El lobo se había alejado de ella y estaba un poco más allá, acurrucado en el suelo, mordiéndose las patas con fuerza. La niña trató de aproximarse, pero él arañó el aire delante de ella; no quería que se acercara. Ella lo entendió. Suponía que contenerse le habría costado muchísimo, y probablemente no estaba seguro de poder evitar matarla si se acercaba demasiado.
-Lupin...
Potter y Black, que se habían mantenido al margen hasta el momento, anonadados por el extraño comportamiento de su amigo, decidieron intervenir. Se acercaron al animal y lo metieron por el pasadizo a empujones. Una vez dentro, el perro negro lo siguió para asegurarse de que llegaba a la extraña casa, que Aleydis supuso debía ser la Casa de los Gritos, sin incidentes. Sin embargo, Potter se volvió a transformar en chico para hablar con ella.
-¿Qué piensas hacer ahora?-le espetó con voz dura- ¿Nos delatarás? ¿Le dirás a todo Hogwarts que somos animagos ilegales y que Remus es un hombre lobo?
La niña lo miró con gravedad. La respuesta adecuada hubiese sido "sí", pero ella no lo tenía muy claro. Al fin y al cabo, ellos lo habían hecho por su amigo. Por que él necesitaba compañía, y ellos eran los únicos que lo podían ayudar. Y tampoco podía decirle a nadie la condición de Lupin, porque él tendría que marcharse.
-No.-dijo finalmente.- No se lo diré a nadie, pero más os vale no usar la condición de animagos para hacer bromas y molestar a la gente, o todo el colegio lo sabrá; Dumbledore el primero. ¿Entendido?
Potter la miró, incrédulo.
-Entonces... ¿no vas a denunciarnos?
-No, pero sólo si no usáis la animagia como método de burla ni nada parecido.
-¿Y por qué tendría que hacerlo?-había herido su orgullo poniéndole condiciones, y ella lo sabía.
-Porque tu expulsión y la de tus amigos depende de ti. No estás en una buena posición para negociar.
Potter la miró, pensativo.
-Muy bien- accedió- trato hecho.
Ambos se estrecharon las manos y el pacto quedó sellado. Entonces, el chico volvió a transformarse y desapareció por el hueco bajo el sauce. Aleydis se encaminó hacia el castillo, contenta de que todo hubiera terminado bien.
O casi.
De camino a la sala común de Gryffindor, se encontró con Filch. No se preocupó demasiado; se limitó a ocultarse un poco entre las sombras del pasillo. Pero había algo con lo que no había contado. Con la tensión de los últimos minutos, el hechizo camaleónico había desaparecido y ahora era perfectamente visible.
Por desgracia, se dio cuenta demasiado tarde.
-Muy bien-dijo el celador con su voz ronca y grave- ¿Qué tenemos aquí? Una alumna fuera de los dormitorios a la una de la mañana. Muy interesante. ¡Al despacho de la profesora McGonagall!
La cogió por la muñeca y se la llevó por los pasillos casi a rastras. Pero Aleydis no podía ir al despacho de McGonagall, porque ésta le pediría unas explicaciones que no podría darle. Pero al doblar una esquina encontró la salvación como quien encuentra un faro en medio de la niebla: Dumbledore había regresado al castillo.
-Buenas noches, Argus- saludó al conserje.
-Bu... buenas noches, señor director- estaba claro que le disgustaba haber encontrado al profesor en medio del pasillo, porque sabía que le tenía una gran estima a la niña y probablemente no le permitiría castigarla como él quería.
-¿A dónde vas a estas horas de la noche arrastrando a la señorita Bottom contigo?-le preguntó con calma.
-La encontré paseando por los pasillos. La llevo al despacho de McGonagall.
Dumbledore miró a la niña con curiosidad.
-Creo que yo arreglaré este problema. Dejemos a Minerva descansar esta noche. Señorita Bottom, acompáñeme.
Aleydis se soltó de la mano de Filch con un brusco tirón y siguió a Dumbledore por el pasillo, aliviada. O casi. Porque ahora tendría que darle explicaciones al director, y era mucho más difícil mentirle a él que a McGonagall, sobre todo cuando le atravesaba con esos ojos azules. Caminaron sin decir palabra hasta llegar a su despacho. Allí, se sentaron en sus sitios de costumbre, uno en frente del otro. Fawkes, como siempre, voló al regazo de la niña.
-Muy bien-comenzó Dumbledore- me gustaría saber qué hacías a estas horas de la noche vagando por el castillo.
-Yo... no podía dormir. Tenía hambre. Me dirigía a las cocinas a comer algo...
El director negó con la cabeza en señal de desaprobación.
-Aly, ¿sabías que puedo leer la mente? No sirve de nada que me mientas, y preferiría que ambos nos ahorrásemos una agotadora sesión de Legeremancia y me dijeras la verdad.
Aleydis tragó saliva. No le quedaba otro remedio, así que se lo contó. Cuando finalizó su relato, el director la miró con curiosidad.
-¿Y dices que al oír tu voz se contuvo y no te atacó?
Ella asintió.
-Vaya... muy interesante...
Aleydis no comprendía.
-¿Qué es tan interesante?
-Verás, los hombres lobo pierden toda noción de sí mismos al transformarse. No recuerdan quienes son, podrían matar a su mejor amigo. Y sin embargo... se contuvo por ti. Y apenas te conoce...
Dumbledore tenía razón. Apenas se conocían. Habían sido compañeros de trabajo algunas veces, pero aparte de eso no habían cruzado palabra. Nunca habían intentado conocerse bien porque sus amigos se metían con Severus constantemente, aunque él nunca tomara parte.
La niña sacudió la cabeza. Dumbledore siempre lo sabía todo de todos. ¿Cómo lo haría?
-¿Y qué piensa hacer, señor?¿Los castigará?
El director sonrió.
-No, no lo haré. Fingiré seguir en la ignorancia, al menos que utilicen sus poderes de animagos para fines delictivos. Ellos se han sacrificado por su amigo, no seré yo quien lo impida.
-Pero... ¿no es peligroso para ellos estar tanto tiempo cerca de un ser tan peligroso?
-Lupin es un lobo joven. Un ciervo y un perro son suficientes para contenerlo sin problemas. Siempre, claro está, de que no les coja por sorpresa. Pero creo que después de lo que ha pasado hoy, tendrán más cuidado.- entonces la miró con gravedad- Este será nuestro secreto, ¿de acuerdo?
-Sí.
-Y espero que no le digas a nadie la condición de hombre lobo de Lupin, o él tendrá que marcharse.
-Descuide, profesor. No diré nada. Quédese tranquilo.
-No podría estarlo más que ahora que el secreto está en nuestras manos.
La niña sonrió y se levantó.
-Buenas noches, Aly.
-Buenas noches, profesor. Adiós, Fawkes.
La niña salió del despacho, cerrando la puerta tras de sí. El director se levantó y miró por la ventana. La luna llena brillaba en el cielo, ajena al sufrimiento que causaba en el joven Remus. Pero ella era inocente, y no se la podía culpar por querer brillar. No, desde luego que no.
Un aullido hendió el silencio de la noche. Un aullido, por una vez, ebrio de felicidad.
Una noche, mientrascenaban en el Gran Comedor, llegaron los examinadores. Los chicos se dedicarona observarlos atentamente, intentando averiguar cuál sería el más exigente y elmás problemático.
Cuando Aleydis los viollegar, se puso aún más nerviosa si cabe. Era una señal de que los TIMOS seacercaban peligrosamente, y ella todavía tenía mucho que hacer. Miró a sualrededor. Todos sus compañeros estaban igual o peor que ella; Rose Népharyestaba bastante pálida y había perdido algunos kilos con respecto a dos mesesatrás. A Anne Tirson las ojeras le llegaban casi por la nariz. Lily parecía apunto de quedarse dormida encima de su plato. Incluso Potter estaba menosarrogante y pesado de lo habitual. Y en cuanto a Lupin... la niña se dijo queno debía ser fácil para él. Al cansancio de los estudios tenía que sumarle el agotamientoque suponía transformarse en lobo una vez al mes. El pobre tenía que estarpasándolo fatal.
Cuando terminó de cenar,Aleydis se levantó y se encaminó a la sala común sin esperar a Lily, puesquería terminar la redacción para Historia de la Magia antes de irse a lacama, y era una redacción de un metro y medio de pergamino. Suspiró conresignación al pensarlo.
Por el camino, Lupin laalcanzó y se pusieron a hablar. Desde aquella noche en la que él había estado apunto de devorarla, ella y Remus se habían hecho buenos amigos. No estaban tanunidos como ella y Lily, pero hablaban y se llevaban bien. Él se había acercadoa ella la mañana después de su aventura nocturna y le había suplicado que no lecontara a nadie lo que era. Aleydis le había prometido que su secreto estaba asalvo con ella, y así había sido. No se lo había contado a nadie, ni siquiera aLily, y mucho menos a Severus, que no dudaría en hacerlo público si se enterara.
Cuando estaban cerca dela enfermería, Lupin se despidió de ella con una mirada triste, y entoncesrecordó que hoy había luna llena. Le dio mucha pena, porque no podría volver atrabajar hasta pasados unos días, y un retraso en los estudios, a estasalturas, era algo que no se podía permitir, pero que tampoco podía evitar.
Al doblar una esquina,Aleydis se encontró a Severus y a Sirius hablando tranquilamente, sin sacar lasvaritas, pese a que en los ojos de ambos brillaban el odio y la aversión mutua.Si esto la sorprendió, mayor fue su sorpresa cuando le oyó decir a Sirius:
-Ya sabes. Esta noche,en el sauce.
-Tranquilo, no loolvidaré.
Entonces, ambosrepararon en la chica y se despidieron con un movimiento de cabeza. Black semarchó a la torre de Gryffindor y Severus se encaró con Aleydis.
-¿De qué hablaban?-preguntóella.
-Oh, pues... de nadaimportante.-contestó el chico.
-No me salgas con esas.Hablaban de ir al Sauce Boxeador esta noche. ¿No es cierto?
-Bueno... sí.
-¡Sev!
-¿Y a ti qué más teda?
-¿Cómo que qué más meda? ¡No puedes ir, Sev! ¡Es una trampa!
-¿Y tú qué sabes?
Aleydis se mordió ellabio. No podía decirle a su amigo que esa noche habría un hombre lobo rondandopor allí. Pero tampoco podía dejarle ir.
-Sev, yo... no lo sé. Esun presentimiento. No vayas, por favor.-suplicó, sin éxito.
-Lo siento, pero tuintuición no me sirve. O me das una razón sólida para que no me acerque alsauce esta noche, o...
-Sabes perfectamente queno tengo ninguna razón justificada.
-Pues entonces iré.
La niña lo miró con malhumor.
-Está bien. Que te aproveche,imbécil.
Se marchó de allí conpaso rápido, dejando detrás a un preocupado Severus, que no podía dejar depreguntarse por qué no quería que se acercara al sauce esa noche.
* * *
Aleydis entró como untorbellino en la sala común de Gryffindor. Rápidamente, localizó a Black y seacercó a él.
-¡Tú!-leescupió, agarrándole por el brazo con brutalidad- ¡Tengo que hablarcontigo!
Lo arrastró hasta unrincón de la estancia y lo encaró.
-¿Qué quieres, Bottom?
-Quiero que le digas aSeverus que no vaya esta noche al sauce.
El chico sonrió conironía.
-Son más de las nueve.Ya no podemos salir de la torre.
-Como si eso teimpidiera hacerlo....
-Además-la interrumpió-no sé dónde está ahora. No podría avisarle.
Aleydis tuvo que haceruso de toda su fuerza de voluntad para no darle una bofetada.
-¿Pero tú eres imbécil oqué? ¿No te das cuenta de que le acabas de conducir directamente a un hombrelobo?
-Bueno, no creo queRemus sea capaz de morderle... ni siquiera se baña a menudo. Podría intoxicarse.
Esa fue la gota quecolmó el vaso. La preocupación y la rabia, junto con el estrés de los últimosdías, fueron más fuertes que Aleydis. El sonido de un golpe resonó en toda lasala común. Le había dado una torta a Sirius.
-Retira eso-jadeó la chica.
-No-dijo él conarrogancia, aunque con la mano puesta en la mejilla, donde la palma de Aleydishabía quedado grabada.
-Retira eso, Black, o tejuro que...- había sacado la varita, indiferente a la multitud que abarrotabala estancia y la miraba con los ojos muy abiertos. Nunca nadie la había vistoestallar de esa manera. Potter, al ver que la cosa se les estaba yendo de lasmanos, decidió intervenir. Se acercó a ellos y dijo:
-Bottom, por favor, bajala varita.
-¡No hasta que no retirelo que ha dicho!
-Bottom, por favor,estás dando un espectáculo...
-Yo no tengo que retirarnada. Sólo he dicho la verdad.-cargó Sirius.
-Contaré hasta tres paraque te disculpes, o si no...
-Pero...
-Sirius, sérazonable.-le conminó su amigo.
-Uno...
-Ni hablar.
-Dos...
-Sirius, retíraloantes de que tengamos un problema.
-Pero...
-Y...
-¡¡¡Sirius!!!
-¡Está bien, está bien!Lo retiro.
Aleydis asintió,satisfecha, y bajó la varita.
-Eso está mejor.-dijoPotter-Vamos Sirius.- Ambos le dirigieron una mirada desdeñosa a la chica, quetenía las mejillas encendidas, y fueron a reunirse con Pettigrew.
Aleydis subió a sucuarto, porque no se sentía capaz de hacer la redacción de tan preocupada comoestaba por Severus. Trató de dormirse, pero no pudo. Dio vueltas y más vueltasen la cama, sin conseguir hacer otra cosa que preocuparse. Pero, finalmente, latensión y el agotamiento del día pudieron con ella, y cayó rendida.
* * *
Al día siguiente,Aleydis se levantó más temprano de lo habitual. Rápidamente, se vistió y bajó adesayunar sin Lily, que seguía durmiendo. No podía esperarla. Necesitaba saberqué le había pasado a su amigo. Sintió un alivio tan grande cuando lo vioentrar por las puertas del Gran Comedor, que corrió a darle un abrazo. Todoslos que entraban en ese momento los miraban estupefactos, y en la mesa de losprofesores, Dumbledore y McGonagall cuchicheaban con las cabezas juntas ysonreían.
-Aly... ¿quéhaces?-preguntó el chico, un tanto azorado.
Ella, dándose cuenta de lo queestaba haciendo, lo soltó y preguntó:
-¿Severus, qué pasóanoche? ¿Fuiste al Sauce Boxeador?
Él la arrastró a unpasillo cercano y, cuando estuvo seguro de que nadie los escuchaba, habló.
-Sí, fui.
-¿Y qué ocurrió?
-¡Descubrí su secreto,Aly! Potter no me dejó avanzar por el pasadizo que había bajo el árbol, pero yopude ver algo. Y vi a un hombre lobo. Lo sé porque son más grandes que loslobos normales. ¿No lo entiendes, Aleydis? ¡Esconden un hombre lobo! Y no a unocualquiera. Apostaría mi brazo derecho a que era Lupin. ¿No te has dado cuentade que siempre se enferma el día en el que hay luna llena? ¡No es que enferme,es que se transforma!- Severus estaba exultante.
Aleydis lo miró congravedad, y, como había hecho Dumbledore en su día, le dijo:
-Sev, prométeme que nose lo dirás a nadie.
-¿Y por qué no iba ahacerlo? ¿Es que no lo entiendes? ¡Lupin es un hombre lobo! ¡Es peligroso!
-Ya lo se. Pero dime, ¿creesque si realmente fuese peligroso Dumbledore le dejaría estar aquí?
Severus dudó.
-Pues... quizás no losepa...
-¿Dumbledore? ¡Oh,vamos, Sev! ¿Realmente hay algo que ese hombre no sepa?
-Pero...
-Nada de peros. ¿Noentiendes que si dices algo obligarás a Lupin a marcharse de aquí? ¿Qué te hahecho él para que...?
-¡¿Que qué me ha hecho!?¡Se dedica a ponerme patas arriba en los pasillos! ¡Se burla de mí cada vez queme ve! ¿Te parece motivo suficiente?
-No.
-¡Pues a mi sí! Es más,ahora mismo voy a escribirle una carta al Ministerio de Magia para queinvestiguen el asunto y expulsen a Lupin del colegio.
Aleydis lo miró contristeza y negó con la cabeza.
-Sev, lo siento mucho,pero no puedo permitirte que hagas eso. Le prometí a Dumbledore que nadiesabría la condición de Lupin. Y yo siempre cumplo mis promesas.-lentamente,sacó la varita del bolsillo y apuntó con ella a su amigo.
-A... Aly... ¿quéhaces?-preguntó él, poniéndose pálido.
-Lo siento, pero no medejas otra opción. O juras que no se lo vas a decir a nadie o te tendré queborrar la memoria.
-N... no puedes hacereso. No lo harás.
-¿Ah, no?-ella sonriócon malicia- Contaré hasta tres. Uno...
-Aly, ni se te ocurra...
-Dos...
-Aleydis...
-Tr...
-¡Vale, vale! Lo juro.
-Eso no me vale.
-¿Y qué más quieres?
-El juramentoinquebrantable.
-¡¿Pero te has vueltoloca?!
-Creo que no.
-¡Nadie lo diría!
-Severus...
-Vale, vale. Pronunciaréel juramento inquebrantable, pero ya sabes que pierde eficacia con el tiempo.
-Para cuando deje dehacer efecto, ya no será mi problema. Dame tu mano.
Ambos entrelazaron lasmanos. Aleydis apuntó hacia ellas con su varita.
-Severus Snape, ¿jurasno mencionarle a nadie la condición de hombre lobo de Lupin?
-Lo juro.
De la varita salió unresplandor dorado, como una serpiente, que se enroscó en sus manos unidas,sellando así su pacto. Cuando hubo desaparecido, ambos se soltaron y Aleydisesbozó una sonrisa de autosuficiencia.
-Pero mira queeres ingenuo.
Él la miró conincredulidad, y entonces comprendió. ¡Lo había engañado! Nunca había tenido laintención de borrarle la memoria. Ni siquiera sabía hacer el conjuro.
-¡Maldita sea, eso novale!-se quejó. Iba a añadir algo más, pero en ese momento, Lily y Tirsonaparecieron por el pasillo, zanjando la discusión. No volvieron a mencionar eltema.
A partir de ese momento,las cosas se precipitaron. Los TIMOS se les echaron encima sin remedio. Paracuando fueron conscientes de que el tiempo había pasado, los exámenes casihabían acabado.
El último examen delcurso era el de Encantamientos, teórico. Fue el peor. En el Gran Comedor, dondese examinaban los estudiantes de quinto, hacía un calor insoportable. Además,todos estaban ansiosos porque los exámenes terminaran de una vez, y por eso seles hizo eterno. Cuando el profesor Flitwick anunció que la hora se habíaacabado, todos respiraron aliviados. Salieron a los jardines a disfrutar delsol, contentos de que todo hubiese acabado.
Lily y Aleydis fueron asentarse cerca del lago. Severus, por el contrario, se quedó revisando suexamen a la sombra de un árbol. Sus amigas, que no soportaban oírloquejarse sobre qué preguntas le habían salido mal, o cuáles podría habermejorado, lo dejaron que revisara solo para que, una vez desahogado, sereuniese con ellas.
Mientras las dos chicashablaban, un niño de primer año se acercó a ellas.
-¿AleydisBottom?-preguntó.
-Soy yo.
-Me han dicho que leentregue esto.-le tendió un pequeño pergamino.
-Está bien. Gracias.
El chico se marchó.Aleydis desenrolló el pergamino y lo leyó.
-¿Quién te loenvía?-preguntó la pelirroja con curiosidad.
-Dumbledore. Quiereque vaya a su despacho ahora mismo.
-¿Por qué?
-No lo sé. No lo dice.Será mejor que vaya enseguida.-se levantó y se dirigió al interior delcastillo.
Lily se quedó mirando ellago, sonriente. Hacía un día precioso. El sol arrancaba destellos en lasuperficie del agua. Se respiraba calma. La calma que aparece tras latempestad.
Unos gritos a su espaldala hicieron girarse. Vio a Potter y compañía reírse, y a Severus colgado cabezaabajo. Sintió el impulso de reírse ella también, pero se contuvo. Al fin y alcabo, por muy graciosos que fueran sus calzoncillos, Severus seguía siendo suamigo. Se levantó y se acercó a James.
-¡Potter, déjalo en elsuelo!
James se pasó una manopor el pelo, despeinándose, y contestó:
-Lo haré si sales conmigo.
-¡Ja! En tussueños.
-Pues entonces no lobajo.
-¿Pero se puede saberqué os ha hecho él para que siempre le ataquéis?
Los cuatro amigos semiraron entre sí.
-No nos ha hecho nada-dijo Sirius- Simplemente existe, no se si me explico.
Ella, ante elcomentario, se puso tan roja como su pelo.
-¡Bajadlo o llamo aMcGonagall!
James la miró conenfado, pero deshizo el hechizo. Severus cayó al suelo con un ruidosordo.
-Suerte que estaba aquítu amiguita Evans. La próxima vez nos ocuparemos de que no te saque lascastañas del fuego, Quejicus.
Se alejaron de allí.Lily miró a su amigo.
-Sev...
-No necesitaba tu ayuda,maldita Sangre Sucia.
La niña se llevó lasmanos a la boca. Severus se dio cuenta de lo que había dicho y trató deremediarlo.
-Lily, lo siento, yo...
Entonces, ella explotó.
-¡Está bien, la próximavez no vendré a ayudarte! ¡Por mí, como si te cuelgan delante de todo el mundomágico!
-Lily, porfavor...-trató de agarrarla por el brazo, pero ella se zafó.
-¡Déjame, Quejicus!
Fue como si le hubieranclavado un puñal en el pecho. Ella lo había llamado Quejicus. No podía creerlo.Antes de que pudiera reaccionar, la niña salió corriendo. Él la siguió.
Al pasar por delante deldespacho del director, vieron a Aleydis aparecer tras la gárgola. Estaba muypálida y parecía a punto de llorar. Los dos olvidaron momentáneamente su enfadoy se acercaron a ella.
-Aly... ¿qué queríaDumbledore?-preguntó Lily.
Entonces, ella rompió allorar. Abrazó a su amiga, que la miró desconcertada.
-Aly...¿qué...?-preguntó Severus, preocupado.
-¡Es mi padre!-gimió-¡Lo han atropellado! ¡Está muerto!
Lily y Severus se quedaron de piedra. Se miraron. Luego miraron a su amiga, que seguía llorando en el hombro de la pelirroja. No sabían qué decir.-Aly...-murmuró el chico.
-Lo sentimos, Aleydis- dijo Lily.
Ella no contestó, se limitó a seguir empapando el uniforme de su amiga.
Cuando se hubo calmado un poco, les explicó lo que había ocurrido. Resulta que su padre había salido del bar con más copas encima de lo habitual, y un coche lo había atropellado cuando trataba de cruzar la autopista de lado a lado. Había muerto horas después, en el hospital, agonizando, igual que su madre.
Cuando terminó de narrar lo sucedido, se sintió aun peor, como si el hecho de contarlo lo hiciese más real.
-Oh, Aly, es horrible.-murmuró su amiga.
-Pero mira el lado positivo-intervino Severus- ¡Te has librado de él! Ya no volverán a pegarte nunca más.
Las dos chicas lo miraron con odio.
-Sev, siento decirte que tienes el tacto en el culo.-le soltó Aleydis.
Él se sonrojó.
-Yo...
-Bruto. -murmuró Lily. Ni aún con lo que había pasado podía olvidarse de que él la había llamado sangre sucia.
-Bah, no importa.-le quitó importancia Aleydis-Tienes razón. Aunque...
-¿Aunque?-le preguntó con curiosidad.
Ella suspiró con amargura.
-No creo que mi situación mejore demasiado. No tengo más parientes vivos.
-¿Y?
-Pues... que tendré que ir a un orfanato.
Lo dijo de una manera tan simple, como si fuese lo más normal del mundo, que a Severus le recorrió un escalofrío.
-Ah-dijo simplemente.
Se quedaron un rato en silencio. Lily fue la primera en romperlo.
-¿Y podrás ir al entierro?
-Sí. Dumbledore me llevará mañana a Londres. Lo enterrarán junto a mi madre.
El silencio volvió a caer sobre ellos. Al cabo de un rato, se dieron cuenta de que no valía la pena estar en medio del pasillo de pie, sin hacer nada. Así que se marcharon a sus salas comunes. Antes de desaparecer por la esquina del corredor, Severus llamó a Lily para pedirle perdón, pero ella le ignoró y siguió su camino. El chico se dijo que no era el mejor momento para insistir, así que lo dejó pasar.
* * *
Esa noche, Aleydis no pudo dormir. Había subido pronto a acostarse porque no quería hablar con nadie, pero no conseguía conciliar el sueño. Oyó a Lily salir de la habitación para hablar con Severus, que la estaba esperando por fuera del retrato de la Señora Gorda y se negaba a marcharse sin pedirle perdón por algo, no sabía el qué. Y tampoco le interesaba demasiado. Seguramente habrían discutido por alguna tontería. Ya se les pasaría.
Dio vueltas y más vueltas. Oyó como su amiga volvía a la habitación, despotricando por lo bajo contra Severus. La oyó acostarse y dar vueltas como ella. Parecía que ninguna podría dormir esa noche. Pero, para cuando consiguió conciliar el sueño, ya muy entrada la madrugada, la respiración de su amiga era lenta y acompasada desde hacía rato.
* * *
El sábado por la mañana, se levantó la primera. Se vistió con ropa muggle y salió de la habitación para dirigirse al Gran Comedor. Cuando llegó, apenas dos o tres personas estaban allí. Normal, se dijo. Nadie se levantaba temprano un sábado tras los exámenes. Los pocos que lo hacían era porque tenían entrenamiento de Quidittch o algún castigo que cumplir. Ni siquiera los profesores lo hacían. Bueno, Dumbledore sí, y ese día no fue una excepción. Aleydis fue perfectamente consciente de que el director la observaba atentamente desde la mesa de los profesores. Trató de comer algo, pero no pudo. La comida le sabía a engrudo, no le pasaba por la garganta. Frustrada, lo dejó pasar. Ya comería cuando tuviese hambre.
Se levantó de la mesa y salió del Gran Comedor. Miró el reloj; eran las ocho y media. Había quedado con Dumbledore a las diez. Decidió que iría a la biblioteca para matar el tiempo. Allí se encontró con Remus.
-¡Ah, hola Aleydis! ¿Cómo tú por aquí tan temprano?
-Podría preguntarte lo mismo. ¿Qué haces aquí si ya han acabado los exámenes?
-Buscaba información sobre los hombres lobo. Ya sabes, para prevenir. Cada luna llena me doy cuenta de que hay cosas nuevas que no logro entender. Y eso me asusta. Comparando mis experiencias con las de los demás, sé a qué atenerme.
-¿Y tienes que informarte a las nueve de la mañana?
Él se encogió de hombros.
-No tenía sueño. Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Qué te trae por aquí?
-Tengo una... reunión con Dumbledore a las diez, pero no podía dormir.
-Ya veo. ¿Y qué quiere Dumbledore?
Aleydis se mordió el labio. ¿Debía explicárselo? Bueno, ¿y por qué no? Al fin y al cabo, era su amigo. Así que se lo contó todo. Cuando finalizó, Remus la miró con compasión.
-Vaya, lo siento...
-Que lo sientas no va a hacerlo volver.-murmuró con amargura- Nada lo hará volver.-entonces, se dio cuenta de lo que había dicho- Perdona Remus. Tú no tienes la culpa. Pero no puedo evitarlo. Todo el mundo me dice que lo siente, pero al fin y al cabo, ¿eso de qué sirve? Son palabras vacías que se dicen cuando alguien muere. Pero nadie lo siente realmente. Sólo yo. ¿Y sabes qué es lo peor? Que en el fondo... muy en el fondo... me alegro de que esté muerto. Porque ya no podrá volver a llamarme monstruo nunca más. Pero... no compensa. Antes, al menos lo tenía a él. Ahora ya no me queda nada.
Bajó la cabeza, apenada. Lupin la abrazó.
-Eso no es cierto, Aly-le susurró- Todavía estoy aquí. Y Lily y Severus también. Y Dumbledore. No estás sola en esto, Aleydis. Nunca lo olvides.
Se separaron. Aleydis parpadeó para contener las lágrimas.
-Gracias, Rem.
Miró el reloj. Las diez menos cuarto. Tenía tiempo de sobra, pero no podía esperar más.
-Me voy. Nos vemos esta noche.
-Ánimo, Aly.
Ella le dirigió una sonrisa triste y se marchó. Caminó lentamente por los pasillos, que comenzaban a llenarse de estudiantes que bajaban a desayunar, alegres, libres, ajenos a la negra nube que la perseguía, descargando de vez en cuando rayos de tormenta sobre su ánimo.
Cuando llegó frente a la gárgola de piedra, dijo la contraseña y entró. Llamó a la puerta del despacho.
-Pasa-la invitó el director.
Ella lo hizo. Dumbledore la esperaba junto a Fawkes, el fénix, que pió alegremente cuando la vio entrar.
-Buenos días, Aleydis.
-Buenos días, profesor.-contestó ella, pese a que de bueno no tenía nada.
-¿Qué tal estás?
-Mejor, gracias.
-Me alegro. ¿Estás lista?
-Sí.
-Pues vamos.
Salieron del despacho. Caminaron hasta los jardines de Hogwarts y atravesaron la verja de la entrada al castillo.
-Cógete de mi brazo.-le dijo el director. Ella obedeció.
-Bien. ¿Lista?-asintió levemente.- Uno... dos... tres.
Aleydis sintió que giraba por un tubo muy estrecho. Para cuando consiguió recordar la última vez que había sentido algo parecido, cuatro años atrás, ya habían llegado a Londres. Se habían aparecido en un callejón pequeño, oscuro y maloliente. No se parecía a ningún lugar en el que hubiese estado antes.
-¿Dónde estamos?-preguntó, desorientada.
-A dos manzanas del cementerio.-contestó Dumbledore.-Vamos.
Caminaron en silencio. Cruzaron por calles casi desiertas hasta llegar a un lóbrego lugar con muros muy altos, como los de las cárceles. En la puerta, un enorme cartel rezaba:
CEMENTERIO
"Qué original" pensó Aleydis. Entraron con paso decidido, pero ella no pudo evitar un estremecimiento. Miró a Dumbledore; estaba tenso. Probablemente no era la primera vez que pisaba un cementerio.
Avanzaron entre las tumbas. Si por fuera tenía pinta de lugar tétrico, por dentro era aún peor. Parecía que el color se había quedado tras las puertas del lugar. El cielo, ya de por sí cubierto por nubes, parecía aún más gris. Flores mustias colgaban de unas tumbas más mustias todavía. Malas hierbas crecían en cada centímetro de tierra. En general, el aspecto del lugar era tétrico y sombrío.
-La verdad, he visto cementerios más bonitos.-comentó Dumbledore.
Avanzaron hasta una pequeña multitud congregada alrededor de un féretro. La niña reconoció a algunos amigos de su padre. En cuanto los vieron llegar, dio comienzo la ceremonia. Fue algo bastante sencillo. Cuando terminó, un hombre se acercó al director y se puso a hablar con él. Aleydis sabía que hablaban de ella, pero no se molestó en prestar atención. Se sentía como dentro de una burbuja, aislada, embotada. Miraba el lugar donde estaban enterrados sus padres mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. ¿Cuánto tiempo llevaba llorando? No lo sabía. Tampoco le importaba. Apenas fue consciente de que el director le puso una mano en el hombro y le susurró:
-Vamos, Aly. Marchémonos.
Ella asintió. Salieron del cementerio y se desaparecieron.
Aparecieron junto a las puertas del castillo. Dumbledore hizo unos movimientos extraños con la varita y las puertas se abrieron. Tras atravesar las puertas, una gran corriente mágica, palpable en el aire, las recorrió, cerrándolas. Aleydis supuso que Hogwarts estaba rodeado de conjuros protectores desde que Voldemort andaba por ahí. Tampoco le importó demasiado. No tenía ganas de pensar en Voldemort. Realmente no tenía ganas de pensar en nada. Pero el director tenía cosas que decirle, y ella lo sabía, así que lo siguió al despacho.
Cuando llegaron allí, ambos tomaron asiento por inercia. Ninguno habló. Dumbledore miró a Aleydis. Parecía ausente, como si su alma estuviese en otro mundo y su cuerpo se hubiese quedado allí, en su despacho. No quería decirle lo que tenía que decirle, pero sabía que era mejor no aplazarlo.
-Oye, Aleydis, estuve hablando con el señor Arrow y...
-¿Con quien?
-Con... digamos, el abogado que se encarga de tu caso.
El director vio como la burbuja que la envolvía se pinchaba y ella volvía al mundo real.
-¿Mi... mi caso?
-Sí. Como sabrás, al no tener parientes cercanos, debes quedar al cuidado de una institución pública.
-Traducción: tengo que ir a un orfanato.
-Sí. Más o menos.
-Ya lo sabía.
-Pero ese no es el mayor problema.
-¿Ah, no?
-No. El verdadero quid de la cuestión es la herencia.
-¿Herencia? Pero... mi padre no tenía dinero.
-No, pero tenía una casa y unas posesiones personales.
-Ah, bueno, eso sí. ¿Y qué va a pasar con todo eso?
-Ese es el problema. Al morir tu padre de un accidente, no dejó testamento. Pero como tú eres su hija, sus posesiones deben pasar a ti por ley.
-¿Y cuál es el problema?
-Pues que tienes quince años, y para heredar debes ser mayor de edad.
-Oh.-se quedó en silencio unos segundos, pensando. Al rato dijo- ¿Y entonces? ¿Qué pasará con todo eso?
-La casa y todo lo que hay en ella pasará a disposición del orfanato hasta que tengas la edad necesaria para reclamarla.
La niña lo pensó un rato.
-¿Y si me adoptan?-era una posibilidad remota, pero posibilidad, al fin y al cabo.
-Entonces todo pasará a disposición de tu tutor.
Aleydis frunció el ceño.
-Eso me parece una mala idea.
Dumbledore la miró con curiosidad.
-¿Y eso por qué?
-¿Qué pasaría si me adoptase un cerdo que vendiera los muebles o la casa sin consultarme?
-Tendrías que aguantarte.
-Estupendo-murmuró con ironía.
El director la miró con pena.
-Todo saldrá bien, Aly. No te preocupes.-le prometió.
Aleydis arqueó una ceja con escepticismo.
-¿Y usted cómo lo sabe?
Dumbledore no dijo nada. Su mirada estaba muy lejos, como si estuviese pensando algo. De pronto, volvió a la realidad y sonrió.
-Simplemente lo sé.
Aleydis mirópor la ventana. Estaban a trece de agosto, y Londres estaba más vivo que nunca.Los niños corrían por las calles, mientras sus padres los miraban desde laspuertas de sus casas. La calle del orfanato era una calle apartada y tranquila,apenas transitada, uno de los pocos lugares donde todavía podías saltar a lacomba en medio de la carretera. ¡Qué felices se veían esos niños! Jugaban,reían. Cuando se caían, podían correr hacia su casa, donde sus padres losconsolaban y...
Sacudió la cabeza. Nopodía pensar en eso. Ahora vivía en un orfanato, y, por mucho que quisiese, nohabía vuelta de hoja. ¡Pero qué orfanato! Era el sitio más triste que Aleydishubiera visto nunca. No es que fuera sucio, ni estuviese descuidado, ni nadapor el estilo. Era, simplemente, que el hecho de estar entre cuatro paredes,aunque estas paredes fueran de color melocotón, era deprimente. No sólo elestar encerrada la agobiaba; también la entristecía ver a tantos niños pequeñossolos, sin nadie que pudiese darles cariño o consolarlos cuando llorasen o secayesen. Y, sin embargo, a ellos no parecía importarle. Nunca había sido una personasensible y sentimental, pero ver cómo salían adelante, cómo no les importabaestar solos, porque se tenían los unos a los otros, era sobrecogedor. Porqueella aún no se sentía capaz de hacer como si nada de eso hubiese pasado, no sesentía capaz de ver la vida como la veían ellos, como una gran oportunidad paravivir. Bendita inocencia, pensaba.
Dejó de mirar laventana, pues las lágrimas estaban a punto de salir de sus ojos, y muy prontotendría que bajar a cenar. Se tumbó en la cama y, de inmediato, se levantó. Sehabía acostado encima de un papel. Lo miró; eran las notas de sus TIMOS.
TÍTULO INDISPENSABLE DEMAGIA ORDINARIA
APROBADOS:Extraordinario (E)
Supera las expectativas (S)
Aceptable (A)
SUSPENSOS:Insatisfactorio (I)
Desastroso (D)
Trol (T)
RESULTADOS DE ALEYDIS EVANGELINE BOTTOM
Astronomía S
Cuidado de CriaturasMágicas A
Encantamientos E
Defensa Contra las ArtesOscuras E
Runas Antiguas S
Herbología S
Historia de la Magia A
Pociones E
Transformaciones E
Sonrió. Había tenidounos TIMOS estupendos. Dumbledore estaría orgulloso.
Suspiró, dejó la hoja enel pequeño escritorio que formaba parte de la pequeña habitación, junto con unpequeño tocador, una cama y un pequeño armario, y se tendió en la cama. Cerrólos ojos.
Volvía a estar enHogwarts, unos días después del entierro de su padre. Estaba junto a Severus enel jardín, ella tirada en la hierba y él sentado, apoyado en el tronco de unárbol. Nadie decía nada. Entonces, ella habló.
-Sev...
-¿Mm?-preguntó el chico,saliendo de su ensoñación.
-¿Recuerdas lo que dijoCooper sobre los dementores?
-¿Dementores?
-Sí. ¿Recuerdas que lepregunté qué pasaría si un dementor te absorbiese el alma?
-Sí, claro.
-¿Qué me contestó?
Severus, un pocodesconcertado por la pregunta, la miró extrañado.
-Pues... te contestó quelos que son víctima del beso de un dementor se convierten en cáscaras vacías,sin sentimientos.
Aleydis lo pensó unrato. Luego dijo, como para sí misma:
-No sentir nada... esuna idea tentadora.
Al oír esto, el chico lamiró con horror.
-¡Aleydis! ¡Ni se teocurra pensar en eso!
-Sev, por favor, es sólouna idea...
-¡Una idea peligrosa! Noquiero que vuelvas a pensar en eso. Entregar tu alma a un dementor... ¡es unalocura!
Ella cerró los ojos concansancio.
-De todas maneras, seríainevitable si me encontrase con uno. No puedo conjurar un patronus, lo sabesperfectamente.-y volvió a hablar como para sí- Sería todo tan fácil...
-Aleydis, por favor-lamiró con el enfado y la preocupación brillando en sus ojos negros-no vuelvas apensar en eso. Prométeme que aprenderás a conjurar un patronus, yprométeme que lucharas por tu alma hasta el final, aunque haya cien dementoresque te la quieran quitar. ¡Prométemelo!
-Sev, yo...
-¡Aly!
Ella lo miró. Estabapreocupado, muy preocupado. Por ELLA. No pudo hacer otra cosa que sonreír ydecir:
-De acuerdo, Sev. Te loprometo.
Abrió los ojos y sonrió.Había tenido esa conversación con Severus unos días después de su vuelta aHogwarts tras el entierro. En ese momento se sentía tan triste que no lehubiese importado entregar su alma a cambio de dejar de sufrir. Ahora, dosmeses después, se daba cuenta de que pensar en ello había sido una soberanatontería.
Entonces, llamaron a lapuerta de la habitación, sacándola de sus pensamientos.
-Lárgate, Thomas.-leespetó al visitante.
Una voz aguda y un tantotímida le respondió:
-No soy Thomas. SoyJulie.
Aleydis se incorporó.
-Pasa.-le dijo.
Julie entró en lahabitación y cerró la puerta tras de sí. Era una niña muy bonita; su pelo rubioestaba cortado a lo chico, lo que le daba un cierto aire angelical. Tenía unoslabios finos y rojos, y una nariz respingona muy graciosa. Para completar elcuadro, tenía unos ojos azules, profundos, como el mar. Apenas tenía seis añosy, sin embargo, era la más guapa del orfanato.
-¿Qué ha pasado hoy,Ju?- le preguntó mientras la invitaba a sentarse en su cama con un gesto. Ellano se hizo de rogar y corrió a su lado. Le tenía mucho aprecio a Aleydis,porque siempre la ayudaba y la comprendía, sobre todo cuando ocurría algorelacionado con su "habilidad especial".
-Le he pintado el pelode verde a Roger.
-¡Julie!
-¡Fue un accidente! ¡Yono quería! Pero es que se puso a pincharme el brazo con un tenedor, y yo meenfadé mucho. No pude evitarlo; me salió sólo.
Aleydis suspiró. Siempreigual. Le había cogido cariño a esa niña desde su llegada al orfanato. ¿Que porqué? Había descubierto que era una bruja. Y además, muy poderosa. Apenas teníaseis años y ya su magia era patente, y eso la señalaba como a una chica contalento, pues los poderes de los niños se comienzan a manifestar normalmente alos ocho años. Pero eso, en el orfanato, sólo significaba problemas. Los niñossolían burlarse de ella por las cosas raras que hacía, y sólo conseguíanponerla más nerviosa y hacer que causara un desastre. A Aleydis esto no lehacía ninguna gracia, porque tenía miedo de que acabaran por descubrir sus poderesy la tratasen como a una rata de laboratorio.
Y es que, cuando una niña aparece flotando a tres metros delsuelo, la gente empieza a hacerse preguntas.
-Julie, ya te lo hedicho, tienes que aprender a controlarte. Podrías causar un desastre mayor.Podrías, incluso, provocar un grave accidente. Créeme-arrugó la nariz-losé.
-¡Ya lo intento!-sequejó la niña- Pero nadie tiene tanto aguante como para permitir que le pinchencon un tenedor durante diez minutos.
-¿Diez?-la miróescéptica.
-Bueno... cinco. ¡Perosigue siendo mucho tiempo!
-Lo comprendo, Ju.
Claro que lo comprendía.Últimamente, tenía que usar todo su autocontrol para no lanzarle un maleficio aThomas, otro chico del orfanato. Éste juraba que se había enamorado de ella aprimera vista, y todos, absolutamente TODOS los días pasaba cartas de amor, acual más cursi, por debajo de su puerta. Era realmente irritante. Tenía un añomás que ella, y se parecía mucho a Potter en el carácter. Arrogante, pesado,inmaduro e insufrible. Una de esas personas a las que quieres mirarles a lacara, darles un bofetón y gritarles "¡Madura, imbécil!". Llevaba elpelo castaño largo, en una coleta que le quedaba fatal. Tenía unos ojos azulaguado, carentes de brillo, y una expresión bobalicona. No era feo, perotampoco era un querubín. Si al menos se cortase la coleta...
-¿Y ahora qué puedohacer?-le preguntó la pequeña Julie,sacando a Thomas de su cabeza.
-¿Eh? Pues... dos cosas.Lo primero, disculparte con Roger.
-¿Y lo segundo?
-Esconderte de la señoraAdams hasta que olvide lo ocurrido.
Ambas rieron. Sabían muybien, por experiencia propia, lo terrible que podía ser la señora Adams, ladueña del orfanato, cuando se enfadaba (y cuando no, también).
-Vale. Lo tendré encuenta. ¡Gracias, Aly!
-De nada, Ju. Procuracontrolarte la próxima vez, ¿vale?-le dijo mientras la niña salía de lahabitación.
Oyó una suave risitatras la puerta. Ella también rió. Sabía que era imposible que la pequeña secontrolase, pues aún era muy joven, pero ella no se cansaba de decírselo. Desdeluego, no se podría decir que no lo había intentado.
Volvió a mirar porla ventana. A lo lejos, divisó unas pequeñas manchas de color en medio delcielo teñido de naranja por la puesta de sol. Poco a poco se fueron acercando yAleydis pudo ver lo que eran: lechuzas.
Se dirigían hacia elorfanato, así que supuso que serían para ella, pues, aparte de Julie, no habíaningún otro mago allí. Abrió la ventana y, al cabo de un minuto, treslechuzas se posaron en el alféizar. Todas llevaban paquetes. Aleydis se dio unapalmada en la frente. ¡Claro! ¡Era trece de agosto! ¡Su cumpleaños! ¿Cómo habíapodido olvidarlo?
Emocionada, desató elprimer paquete de la lechuza parda de Lily, Phanie. Ésta le había regalado unacamiseta de manga baja con un dibujo de un gato de ojos violetas. "Muygraciosa" pensó. No pudo evitar sonreír. Desató el segundo paquete deAres, la lechuza negra de Severus. Contenía una caja de ranas de chocolate yotra de grageas de todos los sabores. La tercera lechuza tenía plumas naranjas.Venía con el paquete más pequeño y un sobre sin remitente. El paquete tampocoindicaba quien lo había enviado. "Así que un regalo anónimo, ¿eh?"pensó Aleydis. No se imaginaba de quien podría ser. ¿Tal vez de algún parienteperdido del que había heredado los poderes, que se había enterado de susituación pero le daba miedo venir a hablar con ella? ¿De algún admiradorsecreto del colegio? ¿Tal vez Sirius Black? ¿O sería una broma pesada?
Decidida a averiguarlo,desató el paquete y los tres animales se marcharon volando. Primero abrió elsobre. Dentro había una pequeña nota sin firma, escrita en tinta verde, querezaba:
"Nome importa dónde. Lo que quiero es quedarme".
Sabiaspalabras. Nunca las olvides.
Felizcumpleaños.
Miró el mensaje desconcertada.Era muy extraño. Había reconocido en él las palabras que le había dicho alSombrero Seleccionador el día de su llegada a Hogwarts. ¿Le habría mandado élel mensaje? ¡Imposible, sólo era un trozo de tela, por muy capaz que fuese depensar! ¿Pero entonces? ¿Quién la había mandado? La miró por detrás, la puso enel espejo del tocador e incluso la miró al trasluz, en busca de alguna pistaque le indicase la procedencia de la nota. Nada. Miró el paquete. Tampoco teníaremitente, ni nada que indicara la identidad de aquel que lo había enviado. Condesconfianza, rasgó el papel, que dejó al descubierto una pequeña cajita negra.La abrió con dedos temblorosos.
Dentro había un anillo. Aleydis losacó de la caja para verlo mejor. Parecía de plata. Tenía la forma de dos hilosque se enredaban entre sí, con una piedra de un color diferente cada una entrehilo e hilo. Las piedras eran cuatro; una roja, una azul, una amarilla y unaverde. Todas tenían una bonita forma ovalada. Era precioso.
Desvió la vista hacia el papel queenvolvía la cajita, pero allí tampoco encontró nada que pudiera serle útil paradescubrir el remitente. Volvió a mirar el anillo. ¿Estaría hecho realmente deplata y piedras preciosas? Porque, de ser así, debía costar una fortuna, y¿quién iba a ser tan tonto como para regalarle algo tan caro pudiendoquedárselo o venderlo? No tenía sentido.
Volvió a mirar la nota. Le hubiesegustado contestar a la persona que se la había enviado, pero su lechuza ya sehabía marchado, y ella no tenía lechuza propia, ni un lugar a donde mandar larespuesta. No le quedaba otro remedio: tendría que quedarse con el anillo.
Nuevamente, unos golpes en la puertala devolvieron al mundo real.
-¿Sí?
-¿Vas a bajar a cenar,amorcito?-dijo una voz de chico. Aleydis frunció el ceño.
Thomas.
-Sí, pero aún no, así que baja sin mi.
-No te preocupes, te esperaré, no tengo prisa.
Aleydis puso los ojos en blanco y bufó. "Los hay que no entiendenlas indirectas" pensó. No era de esas que disfrutaban dando largas, pero
Abrió la puerta de un brusco tirón.
-Thomas, por si no te conectan las neuronas, te estoy diciendo quete largues.
-Pero-dijo poniendo cara de carnero degollado-yo quiero estarcontigo, mi palomita.
-¡¡No me llames palomita!!-gritó ella, perdiendo la paciencia.-¡Ni tampoco amorcito!
-Pero yo te quiero, Aleydis.-repentinamente, se había puestoserio. La expresión bobalicona de su cara había desaparecido, y parecía tenervarios años más. Pero eso duró poco; enseguida volvió a ser el mismo desiempre.- ¿Cuándo vas a entender que estamos hechos el uno para el otro?
-Nunca, porque yo no te quiero.-le dolía decirle eso, pero eracierto. Sin embargo, él no estaba dispuesto a rendirse.
-¡Pues esperaré a que me quieras!-dijo con determinación- Nopodrás huir de mi, porque ambos vivimos aquí. Esperaré hasta que te des cuentade que también me amas, y entonces estaremos juntos por fin.
Sonaba tan cursi que a Aleydis le dieron ganas de vomitar. Pero secontuvo y dijo:
-De acuerdo, Thomas, espérame todo lo que quieras. Pero necesitotiempo para pensarlo, ¿de acuerdo?
-Vale.
Cruzó los brazos, se apoyó en la pared del pasillo en el que seencontraban todas las habitaciones, una al lado de otra, y se quedó mirándola.
-Eh
esto
Thomas
-¿Sí, querida?
-¿Te importaría esperar abajo?
El chico sonrió.
-Como deseéis, madame.-hizo una exagerada reverencia y se marchó.
Aleydis cerró la puerta y frunció el ceño. Para disgusto suyo,Thomas tenía razón. Ambos estaban encerrados en ese lugar, y no había manera deesquivarse. Y era plenamente consciente de que él la esperaría todo lo quehiciese falta, el muy cabezota.
Con un suspiro resignado, recogió sus regalos y los guardó en elarmario. Miró el anillo, hizo amago de volver a meterlo en la caja negra,volvió a mirarlo y se lo puso. Tiró los papeles a la basura, se peinó un poco ybajó a cenar, sin saber que pronto se iba a dar cuenta de lo equivocado queestaba el pobre Thomas.
Unos fuertes golpes en la puerta de la habitación hicieron aAleydis sobresaltarse. Reconoció los golpes de la señora Adams, la dueña delorfanato. Guardó rápidamente las plumas, la tinta, los pergaminos y los librosen los que había estado trabajando en el baúl del colegio. Más golpes sonaron,insistentes. Cerró el baúl, se alisó el pelo y la ropa, pues la dueña delorfanato era muy puntillosa en cuanto al aspecto que ofrecían los niños, ydijo:-Adelante.
La señora Adams entró enla habitación, seguida de un anciano. Ella era bajita, gorda, con el pelo negroy una expresión similar a la que pone la gente cuando se come un limón. Él eraun hombre de barba blanca, ojos azules y penetrantes y gafas con forma de medialuna.
Dumbledore.
Aleydis lo miró consorpresa y abrió la boca para saludarlo, pero él negó suavemente con la cabezay le guiñó un ojo. Volvió a cerrarla y esperó.
-Es ella.-dijo la señoraAdams, señalándola con la cabeza. El director bajó la cabeza a modo de saludo ydijo:
-Buenas tardes, Aleydis.
La niña se toqueteó elanillo que había recibido el día anterior por su cumpleaños, nerviosa. ¿A quéhabía venido el director?
-Buenas tardes prof...señor.-miró interrogante a la dueña del orfanato.
-Has tenido suerte,niña; te ha adoptado. Te marchas de aquí.
¿Qué Dumbledorehabía hecho qué?
-En realidad-la corrigióel director- ha sido mi hijo quien la ha adoptado. Yo sólo he venido arecogerla porque él no podía.
-Si... bueno,señor...¿cómo ha dicho que se llama?
-Albus Hogwarts. Y mihijo, Gryhelgrav Hogwarts.
-Eh, bueno, si, eso,Hogwarts. Ya puede llevársela, en cuanto recoja sus cosas. Usted puede esperarabajo.-la señora Adams le indicó con un gesto que saliera de la habitación. Eldirector le volvió a guiñar un ojo a Aleydis antes de salir. La dueña delorfanato volvió a decir con brusquedad- Recoge tus cosas. Te quiero ver abajo encinco minutos. No hagas esperar al señor Hogwarts.-cerró la puerta con fuerza yse marchó.
Aleydis se quedóplantada en medio de la habitación, sin saber qué hacer. Estaba bloqueada. Asíque, como se sentía incapaz de pensar con claridad, decidió hacer lo que lehabían ordenado. Al fin y al cabo, cuanto antes estuviesen fuera del orfanato,antes podría pedirle explicaciones a Dumbledore. Metió todo lo que tenía (queera más bien poco) en el baúl del colegio. Lo tuvo todo listo en tres minutos.Miró por última vez la habitación. Ofrecía un aspecto triste y vacío sin suscosas. En el fondo, le daba pena abandonarla. Sacudió la cabeza. Era unatontería pensar eso, ya que sólo llevaba tres meses allí. Pero odiaba lasdespedidas.
Con un suspiro, cerró lapuerta y arrastró el baúl por el pasillo. Allí se encontró con Julie. Lapequeña miró con tristeza al baúl que arrastraba Aleydis.
-Así que es verdad quete vas.-murmuró.
-Sí, Julie. Me voy.
La niña rompió a llorar.
-¿Y... y ahora yo quévoy a hacer?-sollozó- ¿Quien... quien me ayudará a controlar mis poderes cuandote vayas? ¿Quién me librará de los castigos de la señora Adams? ¿Quién será miamiga ahora?
Aleydis se agachó paraquedar a su altura. Sacó una rana de chocolate de las que le había regalado Severusde su bolsillo y se la dio. La niña se la comió y se calmó un poco.
-Escúchame bien,Julie.-le dijo mirándola a los ojos azules.- tienes que prometerme que te vas aportar bien y que no vas a hacer locuras. Y sobre todo, prométeme que vas aintentar controlar tus poderes.
-¿Incluso con Roger?
Aleydis sonrió.
-Sí, incluso con Roger.
Julie sorbió por lanariz ruidosamente y dijo:
-Vale.
-Te prometo que teescribiré. ¿Sabes cómo funciona el correo por lechuza?-la pequeña asintió-Bien. Puede que nos veamos pronto. Y si no es así, no te preocupes. Estarébien. Me voy con un hombre bueno que no dejará que me pase nada malo. Túpórtate bien. Y cuídate. ¿De acuerdo?
-Sí, lo haré. Que tengassuerte, Aly.
-Adiós, Julie.
La pequeña sonrió y semetió en su habitación, dejando a Aleydis en medio del pasillo, sola y con unatremenda sensación de culpa. Con lentitud, como si su peso se hubieseincrementado en los últimos minutos, arrastró el baúl hasta la escalera. Peroallí la esperaba otra persona.
Thomas.
Con todo el ajetreo,Aleydis se había olvidado de él. La tarde anterior, le había dicho que nopodría escapar de él, porque ambos vivían en el mismo lugar, y lehabía prometido que la esperaría todo lo que hiciese falta, hasta queella se diese cuenta de que le amaba. Ahora, con la llegada de Dumbledore,todas sus promesas se habían venido abajo, y sus ilusiones se habían esfumadoen el aire. Por una vez, no pudo evitar sentir pena por él.
-Thomas...-quisoabrazarlo, pero él no la dejó. Se limitó a mirarla con enfado.-Losiento-murmuró con tristeza. Cogió el baúl en peso y empezó a bajar lasescaleras. Entonces, él la llamó.
-¡Espera!-llegócorriendo hasta ella, la miró a los ojos violetas y le dijo- Te quiero.
-Thomas, porfavor...-pidió ella con cansancio.
-Lo sabes. Sabes que tequiero.
Aleydis suspiró.
-Sí, lo sé.
Él sonrió.
-Con eso me basta.- y laabrazó. Ella correspondió a su abrazo, sorprendida por la madurez quedemostraba. Tal vez no fuese tan mal chico, después de todo.
-Cuídate- le susurró él.
-No te preocupes. Estoyen buenas manos.
Se separaron. Thomas ledirigió una última mirada anhelante y desapareció escaleras arriba.
Aleydis nunca pensó que,llegado el día, le costaría tanto despedirse de aquel lugar. Quizás porquenunca había imaginado que se marcharía tan deprisa, y que dejaría tanto detrás.Las piernas le pesaban como plomo cuando bajó las escaleras y se reunió conDumbledore y la señora Adams en el vestíbulo.
-Ya estoylista.-anunció.
-Perfecto.-dijo eldirector.- Vámonos.
Con un leve gesto,Aleydis se despidió de la señora Adams y siguió a su profesor a través de lapuerta sin mirar atrás, porque sabía que, si lo hacía, sería incapaz demarcharse.
Nada más cruzar la puerta, Aleydis abordó al director:-Señor, ¿qué...?
-Shh. Ahora no, Aly. En Hogwarts.-la cortó él con una sonrisa. Aleydis cerró la boca y siguió al anciano. Entraron por un pequeño callejón y juntos se desaparecieron.
Aparecieron en Hogsmeade. A Aleydis le pareció solitario sin la acostumbrada afluencia de alumnos del colegio. Se encaminaron hacia Hogwarts a pie, para más inri para la pobre chica, que estaba deseosa de preguntar todo lo que le bullía en la cabeza.
Durante todo el camino, Dumbledore no hizo otra cosa que hacerla hablar: le preguntó por el orfanato, por la señora Adams, por sus amigos, por Thomas, por Julie. Aleydis habló y habló durante la media hora de trayecto. No pudo evitar preguntarle al director por el futuro de Julie.
-¿Vendrá a Hogwarts?-inquirió.
-Mm... no sé. Probablemente. ¿Por qué? ¿Tan importante es para ti esa niña?
-Sí. Es una niña con mucho talento. Sería una pena que se quedase en ese orfanato toda la vida.
-Entiendo.-dijo el director mientras asentía suavemente con la cabeza.
A partir de ese momento, caminaron en silencio hasta llegar al castillo. Atravesaron las enormes puertas de entrada y se encaminaron al despacho de Dumbledore. El castillo se encontraba vacío en esa época del año. Sólo los fantasmas y el propio director rondaban por allí en verano. Ahora que lo pensaba, ¿dónde viviría Dumbledore? ¿Tendría una casa propia o sería el propio castillo su casa durante todo el año? No se lo preguntó.
Por el camino se cruzaron con la profesora McGonagall, que bajó la cabeza a modo de saludo y dijo:
-Buenas tardes, señorita Hogwarts. Hola, Albus.
-Buenas tardes, Minerva.-contestó Dumbledore.
-Buenas t... ¿perdón?- Aleydis se volvió para preguntarle por qué la había llamado así, pero McGonagall ya había doblado la esquina del pasillo y desaparecido de su vista. La niña juraría que después de eso había escuchado una suave risa, pero... ¿Minerva McGonagall riendo? Debía haberse equivocado.
-Profesor, ¿se puede saber qué demonios pasa aquí?-preguntó con impaciencia.
-Todo a su tiempo, Aleydis, todo a su tiempo.
La chica se mordió el labio. Estaba claro que el profesor disfrutaba teniéndola en vilo. No le quedó más remedio que seguir caminando por unos pasillos que parecían no querer acabarse nunca. Desde luego, pensó, aquel había sido un día muy curioso: primero, Dumbledore la sacaba del orfanato apenas dos meses después de haber ingresado allí. Segundo, descubría que le apenaba despedirse de Julie y de Thomas. Y tercero, oía a McGonagall reír. No, definitivamente, aquel no había sido un día de los que Aleydis consideraba normales. Y luego estaba el anillo.
-Profesor, en el orfanato recibí un regalo muy extraño. ¿Sabe qué es?
-Sí, sé qué es.
-¿Y sabe quién me lo mandó?
-Sí, sé quien te lo mandó.
-Y supongo que no me dirá ni una palabra hasta que lleguemos a su despacho, ¿me equivoco?
Dumbledore sonrió.
-No, no te equivocas.
Aleydis suspiró. Estaba claro que el anciano no iba a soltar prenda hasta llegar a su despacho. Habría que armarse de paciencia, se dijo.
Finalmente, tras unos minutos que parecieron horas, llegaron a la gárgola de piedra. Dumbledore dijo la contraseña (cucarachas de caramelo) y ambos subieron. Aleydis estaba que se moría de impaciencia, pero sólo cuando ambos estuvieron sentados en sus respectivas sillas, con Fawkes en el regazo de la chica, sólo entonces, el director habló.
-Muy bien. Adelante.- dijo, invitándola a preguntar.
-Bueno...-no sabía por dónde comenzar. Las preguntas bullían en su cabeza como abejas alrededor de una colmena. ¿Por cuál empezar?-En primer lugar, ¿qué hago yo aquí? Es decir, ¿por qué me ha sacado del orfanato? ¿Por qué McGonagall me ha cambiado el apellido? ¿Quién me envió el anillo? Y ese tal Gryhelgrav Hogwarts... ¿quién es? ¿Y usted qué pinta en todo esto?-soltó rápidamente en una larga retahíla sin pausa para respirar.
Dumbledore sonrió.
-Vaya, son muchas preguntas. Trataré de hacerles justicia, empezando por el principio. Me preguntas que qué haces tú aquí, y yo te respondo que, a partir de ahora, éste es tu hogar.
-¿Mi... mi hogar? No lo entiendo.
-Poco a poco, Aly, poco a poco. En segundo lugar, te preguntas a qué viene lo de señorita Hogwarts, cuando tu apellido es Bottom. Eso es porque, ahora, Hogwarts es tu padre y tu madre a la vez, por decirlo de alguna manera.
Aleydis empezó a atar cabos.
-¿Eso quiere decir... que Hogwarts me ha adoptado? ¿Soy hija de Hogwarts?-sonaba absurdo.
-Más o menos.
-Pero... ¡pero eso es imposible!-exclamó- ¡Hogwarts es un colegio, y los colegios, al menos que yo sepa, no van por la calle adoptando a la gente!
-¡Por supuesto que no!-dijo Dumbledore, fingiendo estar horrorizado- ¿Cómo se te ha ocurrido semejante idea? ¡Es una locura!
-¿Y entonces?
-Bueno... ahí es donde entramos Gryhelgrav y yo. Dime, ese nombre, Gryhelgrav... ¿no te recuerda a nada?
Aleydis se toqueteó el anillo, nerviosa. ¡Claro que no le recordaba a nada! Era un nombre extrañísimo. Nunca lo había oído. Y sin embargo...
-Gryhelgrav...-musitó como para sí- Gryhelgr... Gryhe... Gry... Gry... ¡Gryffindor!
-¡Muy bien!-aplaudió el director, como si estuviese en un circo y acabase de presenciar el mejor truco del mago- ¿Qué más?
-Pues, si seguimos por ese camino... Helgrav... Hel... Helg... ¡Helga Ravenclaw! Esto... Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw. Y falta...
-Salazar Slytherin, sí. Bueno, digamos que prefiere no tomar parte en este asunto.
Aleydis lo pensó un rato. Entonces dijo:
-Espere. Ha dicho que "prefiere no tomar parte en este asunto". Pero ¿cómo puede saber eso?
-Porque se lo he preguntado personalmente. A todos ellos.
-¡Pero si están muertos! No podría hablar con ellos a no ser que fuesen...
-¿Fantasmas? No. Lo que son, son... recuerdos. Es difícil de explicar. Verás, ellos viven entre los muros del castillo como sombras. No son fantasmas, pero tampoco están vivos. Son como... pues eso, recuerdos. Sombras. No están vivos, y no se los puede ver si ellos no quieren que se los vea, pero mientras Hogwarts siga en pie, ellos estarán aquí. Realmente no sé cómo lo hicieron, pero fue obra de manos poderosas, si... muy poderosas.
-¿Y usted habló con ellos?
-Bueno, más bien ellos hablaron conmigo.
-No lo entiendo.
-Lo sé. Es algo complicado.-Dumbledore frunció el ceño- Será mejor que empiece desde el principio...
-Verás,-comenzó Dumbledore- cuando volvimos del entierro de tu padre, te aseguré que todo saldría bien, aunque ni yo mismo estaba muy convencido. Sabía que la idea de ir a un orfanato no te hacía ninguna gracia, así que me propuse sacarte de allí lo más pronto posible. Obviamente, no podía raptarte, ni tampoco podía sacar a tu padre de la tumba. La única solución (legal, al menos) era adoptarte. Pero eso representaba un único y gran problema; mi edad. Soy muy anciano y, aunque consiguiera confundir al juez con una poción rejuvenecedora, lo cierto es que no me atrevía a condenarte a estar sola el día que yo muera.-al ver que Aleydis iba a añadir algo, dijo- Sabes perfectamente que ya no soy joven, y la muerte es impredecible. Nunca sabes cuando puede encontrarte, hay que estar preparado para todo. Pero no cambiemos de tema.
>>Al ver que yo no podía adoptarte, decidí buscar a alguien que se hiciese pasar por la persona que quería sacarte del orfanato hasta que los procesos legales estuviesen finiquitados. Pregunté a los profesores, pero ninguno estaba dispuesto a hacerse cargo de ti en caso de que yo... en fin.-carraspeó- No sabía qué hacer.
Una noche, mientras pensaba en ello, se presentó en mi despacho el propio Godric Gryffindor. Había oído mi "problema" y estaba dispuesto a asumir tu adopción y a hacerse cargo de ti en caso de que yo ya no pudiese hacerlo. Discutimos mucho el tema, pero finalmente acordamos que así se haría. Cuando Helga Hufflepuff se enteró, quiso participar, ya que nunca había podido tener hijos. Y Rowena... bueno, ella sólo se unió a esta empresa para recordarnos que un viejo y tres recuerdos no podrían presentarse ante un juez y decirle "buenas tardes, venimos a adoptar a una niña".
Pero como no encontramos nada mejor, decidimos hacerlo. No exactamente eso, por supuesto; el pobre hombre se hubiese vuelto loco. Lo que hicimos fue crear un personaje falso: Gryhelgrav Hogwarts. Me presenté en el orfanato aparentando tener cincuenta años menos gracias a una poción, con un nombre y unos papeles falsos. Hicieron falta algunos encantamientos confundus, pero...-rió divertido al recordarlo- En cuanto conseguí tu adopción legal, me presenté en el orfanato, como ya sabes, fingiendo ser el padre del señor Hogwarts, y te saqué de allí. Supongo que esto es todo.<<
Tras esto, Aleydis se quedó sin palabras.
-Yo... no sé qué decir.
Dumbledore la miró con extrañeza.
-¿A qué te refieres?
-No lo sé. Todo es tan... irreal. Hace apenas doce horas era Aleydis Bottom, la huérfana encerrada en un orfanato, y ahora...
-Y ahora eres Aleydis Hogwarts, la hija de un castillo y tres recuerdos. -completó Dumbledore, divertido- Sin olvidar que, en teoría, eres mi nieta. Pero eso será mejor dejarlo.
-Sí, será lo mejor-contestó ella, aún aturdida.
Desde su regazo, Fawkes chilló. Aleydis lo acarició lentamente y, entonces, al fin comenzó a asimilarlo todo.
-Profesor, yo... muchísimas gracias. No se cómo...
-No hace falta que digas nada. Pero, si quieres agradecérselo a alguien, dale las gracias a Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw. De no ser por ellos, tú aún estarías en Londres.
-Lo haré.-se levantó para irse, pero entonces recordó su regalo de cumpleaños.- Y respecto al anillo...
-¿Sí?
-¿Sabe quién me lo envió?
-Sí, lo sé.
-¿Me lo dirá ahora?
-Sí, ¿por qué no? El anillo te lo mandé yo.
-Pues quiero devolvérselo.
Dumbledore enarcó una ceja.
-¿Y eso por qué?
-Es algo demasiado valioso. No puedo aceptarlo. Prefiero que lo tenga usted.
-Ah, pero es que eso no me pertenece. Yo sólo soy el mensajero.
-¿A qué se refiere?
-¿Has mirado el anillo de cerca?
-Sí...
-Pues vuelve a hacerlo.
Aleydis lo miró. Estudió con atención los finos hilos de plata que se entrelazaban alrededor de las piedras, y luego las miró a ellas. Talladas en las brillantes gemas se podían ver cuatro animales: en la roja un león, en la amarilla un tejón, un águila en la azul y en la verde, una serpiente.
-Es... ¿es un regalo de los fundadores?-preguntó.
-De todos ellos. Ese anillo te señala como la hija de Hogwarts y descendiente de los fundadores. Ellos quieren que lo tengas tú.
-¿Incluso Slytherin?
-Incluso Slytherin.
Aleydis no pudo evitar sonreír. Entonces recordó otra cosa.
-¿Y la nota?
-¡Ah, eso! Fue un pequeño recordatorio. Me sorprendió bastante cuando el Sombrero Seleccionador me contó lo que le habías dicho. Decidí que era muy apropiado para la ocasión, así que lo puse, para que nunca olvides lo que representas.
-¿Lo... que represento?
-Sí. Tú eres la unión de las cuatro casas personificada, ¡eres la hija de los cuatro fundadores! Es como si todos se hubiesen reencarnado en una sola persona. Por eso es importante que nunca lo olvides, Aleydis. "Lo importante no es dónde te quedes. Lo importante es quedarse".-la citó.
Ella asintió suavemente. Nunca lo había visto de esa manera. Realmente ni siquiera se lo había planteado, pero es que aún estaba asimilado que los últimos minutos no habían sido producto de su imaginación.
Tras un rato de silencio, Aleydis se levantó de su silla.
-¿Y qué haré ahora?
-Dormirás en tu dormitorio en la torre Gryffindor, como siempre. A partir de ahora, esta será tu casa. Tienes total libertad para explorarla, y estoy seguro de que descubrirás muchas cosas nuevas que los fundadores te mostrarán. En este momento, sólo estamos aquí la profesora McGonagall, tú y yo. Aunque creo que la soledad y el silencio nunca ha sido un problema para ti.
-Sí, la verdad es que lo prefiero así.-rió- ¿Y cómo haré para comprar el material escolar?
-Yo mismo te acompañaré al callejón Diagon la semana que viene.
Aleydis asintió.
-Muchas gracias por todo, profesor.
-No hay de qué.
Se encaminó hacia la puerta y la abrió para salir, pero en ese momento se le ocurrió una pregunta:
-Una última cosa. ¿Puedo contárselo a Lily y a Severus?
Dumbledore sonrió.
-No veo por qué no.
La noche de su llegada, Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin se habían presentado en su habitación de la torre Gryffindor. Había hablado con ellos largo rato, y, por supuesto, les había dado las gracias. Ellos, por su parte, le habían contado muchas cosas, secretos del colegio que ella nunca reveló.
Ahora, el castillo parecía estar de su parte. Si llegaba tarde a alguna clase, en la pared se abría un pasadizo que la llevaba hasta la puerta del aula. Si por la noche tenía hambre, podía ir a las cocinas, y si se encontraba con Filch o con la Señora Norris, el castillo la ocultaba o le proporcionaba una vía de escape. A partir de ese momento Aleydis se dio cuenta, más que nunca, de que Hogwarts estaba vivo.
Y ya habían pasado dos años. Los EXTASIS se acercaban. Faltaban apenas dos meses para que dieran comienzo los exámenes. Los alumnos pasaban más tiempo que nunca en la biblioteca, y ya casi habían olvidado lo que significaba la palabra "descansar".
Severus había optado por hacer el EXTASIS de Defensa Contra las Artes Oscuras. Lily tenía pensado trabajar en el Ministerio de Magia, y Aleydis, por su parte, quería convertirse en medimaga. Todos habían trabajado muy duro, y nadie dudaba de que conseguirían lo que querían.
Pero a Severus no sólo le preocupaban los exámenes. Hacía apenas dos días, Lucius Malfoy le había hecho una propuesta un tanto inquietante; pretendía unirse al Señor Tenebroso y a su secta de mortífagos, y quería que él lo acompañara. Severus, por supuesto, se había negado. Pero la propuesta le rondaba por la cabeza. ¿Qué pasaría si aceptaba? ¿Y si no lo hacía? ¿Moriría, como todos aquellos que se enfrentaban a Él? Si aceptaba... ¿realmente sería tan horrible? Severus sabía que Voldemort y él compartían ideales, pero la idea de participar en las enormes matanzas de muggles y sangres sucias, aunque éstos no le cayeran bien, no le hacía ninguna gracia. No, él podía ser sádico, pero no era un asesino. "Y nunca lo seré" se prometía a sí mismo.
Lily también tenía la cabeza puesta en otras cosas aparte de los exámenes. Desde hacía unos meses, había comenzado a sentir algo por James Potter. Unos años atrás, se hubiese dado cabezazos contra la pared. ¡Enamorada de Potter! ¡Era una locura! Pero ahora el chico había madurado, y parecía que por fin estaba sentando la cabeza, por imposible que pareciese. Además, era hábil e inteligente, y muy bueno jugando al Quidditch. Sí, definitivamente, le gustaba. Y ella sabía que James estaba enamorado de ella desde hacía mucho tiempo, pero no se atrevía a decir nada por vergüenza, y también porque temía la reacción de Severus y no quería hacerle daño.
Y de esa manera habían pasado las semanas, entre miradas furtivas por los pasillos, bromas y, sobre todo, muchos deberes. Faltaba apenas un mes para el comienzo de los EXTASIS, y Dumbledore había decidido organizar una excursión a Hosgmeade para que los alumnos "respiraran un poco de aire fresco y se relajaran", como decía él. La noche anterior, Lily había entrado corriendo en su habitación de la torre Gryffindor y se había abalanzado sobre Aleydis, gritando:
-¡Me lo ha pedido! ¡Me lo ha pedido!
-¡Lily!-dijo Aleydis, sorprendida- ¿Qué...?
-¡James me ha pedido que vaya con él a Hosgmeade!
-¿Sin pasarse la mano por el pelo?
-Sin pasarse la mano por el pelo.
-Guau. Es estupendo Li.
-Lo sé. Bueno, y cambiando de tema, ¿tú vas a ir al pueblo?
-No, tengo que quedarme. McGonagall me castigó porque mi estuche-escarabajo gigante destrozó la clase, ¿recuerdas?
-¡Ah, sí, es verdad! Pues que lástima... iba a ser nuestra última excursión. El año que viene ya no estaremos en Hogwarts.
-Bueno, pero podremos venir al pueblo cuando queramos.
-Nunca será lo mismo.
-Ya lo sé-murmuró Aleydis con pesar.- ¿Y Sev?
-No lo sé. Supongo que irá con Malfoy.
Aleydis frunció el ceño. Últimamente, su amigo se juntaba con sus compañeros de casa más que de costumbre, y no precisamente para estudiar. Pero ellas no podían evitarlo. Al fin y al cabo, él era libre de tener los amigos que quisiera.
Se acostaron temprano. A la mañana siguiente, Lily se despidió de su amiga con una sonrisa de ánimo y se encaminó hacia el vestíbulo, donde una marea de alumnos se disponía a disfrutar de un día de descanso. Buscó a James con la mirada. Cuando lo encontró, ambos pusieron rumbo al pueblo sin saber que, desde las escaleras, unos ojos negros los miraban con desaprobación.
* * *
Aleydis miró el reloj. Eran las siete y media. Debía faltar poco para que los alumnos volvieran de la excursión a Hogsmeade. Estaba agotada. Llevaba toda la tarde ordenando las cajas en las que la profesora McGonagall guardaba los animales y los diferentes objetos para las prácticas de Transformaciones. Normalmente hubiese tardado menos, pero una de las cajas, que contenía escarabajos, se había caído, y los pobres animales, asustados, habían escapado. Aleydis había tenido que atraparlos a todos sin la ayuda de McGonagall, quien le había dicho "tienes una varita, úsala". Había tardado casi un cuarto de hora hasta encontrar un hechizo efectivo, y otro tanto en meter los escarabajos en la caja. Pero ya le faltaba poco para terminar. Con un suspiro de cansancio, puso la última etiqueta en la caja que quedaba y la puso en uno de los estantes superiores.
-Ya he terminado, profesora.
Ella levantó la vista de los trabajos que estaba corrigiendo y sonrió con aprobación.
-Muy bien. Puedes irte.
Asintió levemente y salió del despacho. Se encaminó hacia la sala común para esperar a su amiga, que probablemente querría contarle absolutamente todo. Por el camino se encontró algún que otro alumno que había decidido volver antes, pero no eran muchos. Nadie quería desaprovechar la última ocasión de comprar golosinas en Honeydukes.
Al pasar por uno de los pasillos del tercer piso, vio un bulto tirado en el suelo. Un bulto con el uniforme de Hogwarts. Asustada, corrió hacia él. Probablemente sería algún alumno al que le había dado un bajón de azúcar tras una tarde de estudio, o algo parecido. Nada que Pomfrey no pudiese arreglar. Pero cuando se acercó, pudo ver que era...
-¡Sev! ¿Qué demonios haces ahí tirado?
-Se besaron...- murmuró. Aleydis arrugó la nariz cuando su aliento le rozó. Apestaba a alcohol.
-¡No me lo puedo creer!-exclamó- ¡Estás borracho!
-¿Yo? ¡Qué va!- dijo con voz pastosa. Trató de ponerse en pie, pero volvió a caerse al suelo. Se quedó allí, riéndose como un bobo y con cara de desorientado.
"Mierda" pensó Aleydis. "Si lo encuentran así, lo expulsarán. ¿Qué voy a hacer ahora? No puedo llevarlo a la enfermería. No me lo perdonaría". Se mordió el labio, preocupada. Entonces, unas risas la sobresaltaron. Algunos de los alumnos que habían vuelto más temprano se acercaban al pasillo. No podía permitir que vieran a Severus en ese estado, así que hizo lo único que podía hacer: esconderlo.
-Sev, levántate.-susurró- Tenemos que irnos antes de que alguien te vea así.- Tiró de él para ponerlo en pie. Tras unos segundos de forcejeo, consiguió levantarlo. Lo arrastró hasta los lavabos más cercanos, donde vivía Myrtle la Llorona. Ésta, al ver a Severus, se dispuso a decir algo, pero Aleydis la echó de allí y ella se marchó, ofendida, por el agujero del retrete. Dejó a Severus tirado en el suelo y fue a sentarse en una esquina. No pudo evitar mirarlo con cierta ternura. Sintió un hormigueo en la barriga y un extraño pensamiento cruzó por su mente, pensamiento que apartó en seguida. Sin embargo, decidió que se quedaría con él hasta que se le pasase la borrachera, por si acaso se le ocurriera cometer alguna estupidez.
* * *
Lily se despidió de James en la sala común y subió a su habitación. Sentía que iba a explotar de felicidad. ¡Le había pedido salir, y luego se habían besado! Lily aún no se lo podía creer. Sólo un pequeño detalle empañaba su felicidad: Severus. Los había visto besándose, ella lo sabía. Había visto su cara de decepción. Luego se había marchado sin decir nada, pero sabía que le había hecho daño.
Apartó ese pensamiento de su mente y buscó a su amiga con la mirada. No estaba en la habitación, y tampoco la había visto en la sala común. Tal vez el castigo con McGonagall se había alargado más de lo previsto.
Se dio una ducha y bajó a cenar. Buscó a Severus en la mesa de Slytherin. Necesitaba hablar con él, pero no estaba. Tampoco vio a Aleydis durante toda la cena.
"Seguramente estará dando vueltas por el castillo, o en la biblioteca, o con Dumbledore" se dijo. "No hay de qué preocuparse".
Después de cenar, subió a su habitación y se tendió en la cama, dispuesta a esperarla. Pero Aleydis no aparecía, y poco a poco el sueño fue ganando terreno hasta que se quedó dormida.
* * *
Cuando Lily despertó a la mañana siguiente, miró instintivamente a la cama de Aleydis, pero ella no estaba allí. "Tal vez se haya levantado temprano" se dijo. Le extrañaba ese comportamiento en su amiga, ya que era domingo, pero estaba tan eufórica que no le prestó demasiada atención. Cuando bajó a desayunar, suspiró de alivio al verla en la mesa de Gryffindor. Estaba muy pálida y despeinada, y parecía preocupada. Cuando Lily le preguntó, ella alegó que había dormido mal. No le contó que había encontrado a Severus borracho en medio del pasillo del tercer piso. Tampoco le dijo que había pasado la noche con él, ni que lo había dejado durmiendo en el suelo del cuarto de baño y había bajado a desayunar.
Lily, por su parte, le contó con todo detalle su excursión a Hogsmeade, especialmente su beso con James.
"Así que a eso se refería Severus..."pensó Aleydis. Ahora todo estaba claro. Los había visto besarse y se había dedicado a beber para olvidar. Sintió que su estómago se retorcía sin motivo aparente. En cualquier otro momento, le hubiera llamado cobarde, pero con los EXTASIS tan cerca, los nervios estaban a flor de piel, y cualquier cosa podía sacarte de quicio. Ver a la chica que te gusta besándose con tu peor enemigo, era una de ellas.
* * *
Cuando Severus se despertó, sintió algo frío bajo su cuerpo, acompañado de un fuerte dolor de cabeza. Se incorporó lentamente, y entonces se dio cuenta de dónde estaba. Se miró al espejo: estaba pálido y despeinado, y tenía la túnica con la que había ido a Hogsmeade toda revuelta. No recordaba nada de lo que había pasado. El dolor de cabeza le impedía pensar con claridad. Poco a poco, las imágenes fueron regresando a su cabeza. Recordaba haber visto a Potter y a Lily besándose. Recordaba haber huido al pub Cabeza de Puerco. Recordaba el sabor ardiente del whisky de fuego. Y a partir de ahí, nada más.
Volvió a mirarse al espejo. Trató de ordenar un poco su pelo, sin resultado. Se colocó bien la túnica y salió del baño para dirigirse a su sala común.
Por el camino, se encontró a Aleydis. Ella también parecía agotada.
-Hola Sev. ¿Cómo estás?- preguntó.
-Pues... un poco desorientado. Me acabo de despertar en el baño de Myrtle la Llorona, y no me acuerdo de qué fui a hacer allí.
-¿No recuerdas nada?
Severus negó con la cabeza, pero su dolor aumentó y paró.
-No. Bueno... recuerdo que vi besándose a Lily y a Potter, y que me fui al Cabeza de Puerco.-confesó avergonzado.- Pero a partir de ahí...
Aleydis sonrió.
-Volviste al castillo borracho. Te encontré tirado en uno de los pasillos del tercer piso y te llevé al baño de Myrtle para esconderte. Me pasé toda la noche contigo para que no hicieses ninguna tontería, como aparecer en el despacho de McGonagall y tratar de besarla o algo por el estilo, y por la mañana te dejé y bajé a desayunar.
-¿Se lo has contado a...?
-Tranquilo.- dijo, sabiendo a quién se refería.- Tu secreto está a salvo conmigo.
Severus no pudo evitar sonreír. Sintió un hormigueo en la barriga, y supuso que tenía hambre.
-Aly... muchas gracias. Sé que no debería haberme emborrachado, pero...
-No te preocupes. Estamos en una época difícil, estallamos con facilidad. Creo que, de haber estado en tu lugar, hubiese hecho lo mismo.- sonrió.- Pero eso no significa que lo apruebe. La próxima vez, te dejaré tirado en el pasillo, y si Filch te encuentra, no pienso ayudarte. Así que no vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?
Severus sonrió.
-De acuerdo.
Se despidieron, y cada uno siguió su camino. Él se dirigió a la sala común de Slytherin. Ella, al lago, a llorar.
Se sentó, más por costumbre que por otra cosa, bajo la sombra de un haya. Vació la mente y dejó que su mirada fluyese a lo largo del lago, en busca de alguna señal del calamar gigante, las sirenas o alguna otra criatura, pero el agua estaba en absoluta calma. En realidad, todos los jardines estaban tranquilos. Nadie podía desaprovechar ni un minuto de su tiempo saliendo a descansar. "Y tú tampoco deberías hacerlo", se dijo. Pero decidió ignorarse a sí misma y cerró los ojos.
Sintió que alguien se sentaba junto a ella y los abrió, asustada.
-¡Sev! ¡No me des estos sustos!
-Lo siento, Aly.-dijo Severus, sonrojándose.-Oye, ¿tienes un rato? Tengo algo que decirte.
Al oír esto, su corazón dio un vuelco. Pero trató de controlarse y dijo:
-Sí, claro. ¿Qué pasa?
-Bueno... yo...-no sabía cómo empezar. Había ensayado ese momento delante del espejo muchas veces, pero en la realidad, las cosas eran algo distintas. Quería decirle que la amaba, pero no encontraba palabras. Quería decirle que se había enamorado de ella desde que la había visto por primera vez, pero cegado por lo que sentía hacia Lily, no se había dado cuenta hasta ahora. Quería darle las gracias por haberlo cuidado y protegido, y por haber confiado en él cuando nadie lo hizo, pero no se sentía capaz.
Miró sus ojos violetas, que la observaban con una mezcla de impaciencia, extrañeza y curiosidad. Era ahora o nunca.
-Yo... quería decirte que... yo...
-Mira Sev- lo interrumpió- siento decirte esto de una manera tan brusca, pero tengo mucho que estudiar, así que si no vas a decirme nada, yo...- se levantó para marcharse. Él la imitó, cogiéndola por la muñeca para evitar que se fuera.
-¡No, espera! Yo...
-¿Sí?-ella lo miró a los ojos, impaciente. Él bajó la mirada. No podía continuar. Pero tenía que hacerlo. Sentía como todas las sensaciones se agolpaban en su cerebro y lo embotaban. No podía pensar. Así que hizo lo primero que se le ocurrió: la atrajo hacia sí y la besó.
Al principio, Aleydis se quedó sin respiración. Pero poco a poco, cerró los ojos y le devolvió el beso. El tiempo pareció detenerse a su alrededor, para luego acelerar hasta lograr marearla. Realmente, no sabía cómo se sentía, pero tenía clara una cosa; no quería separarse de él. Nunca. ¿Cuándo había comenzado a sentir algo por él? No lo sabía. Había estado tan encerrada en su propia burbuja que no se había dado cuenta de lo que le ocurría. Hasta ahora.
Sus labios se separaron en busca de aire. Ambos se miraron sin decir nada. No podían. Todo esto era algo nuevo para ellos. Al cabo de unos segundos que parecieron horas, Severus la abrazó y le susurró al oído:
-Te quiero.
-Yo también te quiero, Sev.-murmuró ella.
Se quedaron abrazados mucho tiempo, sin saber que un anciano de barba blanca y ojos azules ocultos tras unas gafas de media luna los miraba desde una ventana y sonreía.
* * *
A partir de ese momento, Severus y Aleydis comenzaron a salir. Los alumnos los miraban desconcertados cuando los veían caminar por los pasillos cogidos de la mano. ¡Un Slytherin y una Gryffindor! No era algo normal. Ambos sabían que estaban en boca de todo el castillo, desde el más joven de los alumnos hasta el más viejo de los profesores, pero no les importaba. Ellos estaban felices, y, teniendo en cuenta la vida que ambos habían tenido, no era algo a lo que estaban dispuestos a renunciar fácilmente.
Y así pasaron los días. Los EXTASIS comenzaron y terminaron igual de rápido que los TIMOS. El último examen fue el de pociones, en el que tuvieron que elaborar amortentia, uno de los filtros de amor más poderosos que existían, y por tanto, de los más difíciles de fabricar. Pero cuando todo terminó, los alumnos pudieron por fin respirar aliviados.
Esa misma tarde, Aleydis y Severus estaban caminando por los pasillos de Hogwarts cuando Lily se acercó a ellos corriendo, con la cara brillando de felicidad.
-¡Aly! ¡Sev!
-¡Lily! ¿Qué...?-le preguntó su amiga.
-¡James me ha dicho que quiere casarse conmigo cuando terminemos el curso! ¡Me ha pedido matrimonio!
Ebria de felicidad, abrazó a sus amigos, que se habían quedado mudos.
-Eso... ¡es estupendo, Lil! ¡Felicidades!-reaccionó Aleydis. Estaba asombrada. James no se andaba con rodeos.
Algunos curiosos se habían congregado a su alrededor, preguntándose por qué estaba tan eufórica la pelirroja.
-¿Verdad que sí?- dijo Lily con los ojos brillantes.- ¿Y tu qué opinas, Sev?
Su amigo no contestó. Estaba muy pálido. Miró a Lily como si no la conociera, como si la estuviese viendo por primera vez.
-¿Sev?-preguntó ella, preocupada.
Entonces pareció volver en sí.
-¿Y tú... qué le has contestado?-dijo con un hilo de voz.
-Yo... le he dicho que sí.
-¡¿Qué?!
-¡Sev!
-¿Pero tú estás loca? ¡No puedes hacer eso!
-¿Y por qué no?
-¡Pues porque es Potter!
-Sí, Potter. ¿Qué más da?
-¡Pues que lleva siete cursos metiéndose con nosotros!
-¡Ahora ya no lo hace! ¡Ha cambiado!
-¡Sí, claro! ¿De verdad crees que ese idiota ha madurado por ti? Creía que eras inteligente.
Aleydis asistía a esta discusión en silencio, mientras a su alrededor el grupo de curiosos se incrementaba por momentos.
-¡Desde luego, soy más inteligente que tú, porque yo me he dado cuenta del cambio mientras tú sigues encerrado en tu odio hacia él!
-¡Lily...!
-¡Y que sepas que no eres nadie para decirme con quién debo o no estar!
-¡Pero no puedes casarte con él!
-¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
-¡Pues porque te quiero, joder!
Lily lo miró con asombro mientras se llevaba la mano a la boca. Entonces frunció el ceño, lo miró con odio y murmuró:
-Muy bien. Pues muérete de celos, porque me voy a casar con James digas lo que digas, no me importa. Eres un cerdo imbécil, ¡te odio!-gritó, mientras salía corriendo de allí.
-¡Lily!- llamó él. Ella no se giró, sólo siguió corriendo. Severus gimió, llevándose las manos a la cara. Cuando las bajó, se encontró con Aleydis. Ella lo miraba con una mezcla de asombro, tristeza y rencor. Sí, sobre todo rencor. Al principio no lo comprendió, pero entonces cayó en la cuenta.
-Aleydis...-dijo, sin saber cómo salir del embrollo.
-Yo... todo este tiempo... creí que me querías.-dijo con voz quebrada- Y resulta que sólo soy un simple juguete con el que entretenerte ahora que Lily ya no está.
-¡Aly, yo... yo te quiero! Lo que pasa es que...
-¡¡¡Qué!!! ¿Qué vas a decirme? ¿Que estás confuso? ¿Que no sabes lo que quieres? ¡Sólo eres un borracho y un mujeriego!-gritó- ¡Un maldito niñato manipulador!
-Aly, no...-trató de acercarse a ella, pero se detuvo al recibir un bofetón que resonó en los muros de Hogwarts.
-¡Cállate! No quiero que te vuelvas a acercar a mí. Eres un... un...- al no encontrar un adjetivo lo bastante fuerte para expresar todo lo que sentía en ese momento, gritó- ¡¡¡Te odio!!!
-Aly...
Pero ella no escuchó. Apartó de un empujón la barrera de curiosos que se había formado a su alrededor y salió corriendo, como segundos antes había hecho su amiga. Corrió sin fijarse qué camino tomaba. Dejó que los pies la llevaran a donde quisieran. Necesitaba olvidarse de todo, dejar de existir, desaparecer. ¿Por qué nadie la mataba ahora? ¿Por qué no podían hacerle un favor y ahorrarle todo ese sufrimiento? ¿Por qué no había dejado que la asesinaran aquella noche de hacía seis años, en el Ministerio? Se habría ahorrado mucho sufrimiento. Porque le dolía. Le dolía el engaño de Severus, le dolía saber que nunca la había amado realmente, que sólo la había usado para olvidarse de Lily. Le dolía haber caído en sus redes, como un pez perdido que creyó que fuera del agua había un mundo mejor. Se sentía agotada y le faltaba el aliento, pero no quería dejar de correr. Sintió vagamente que había salido a los jardines del castillo, pero no paró. Siguió su camino sin detenerse hasta que chocó con alguien. Al levantar la cabeza, vio a Dumbledore. Se miraron durante unos segundos, y el anciano comprendió. Se echó a un lado para dejarle paso, y ella no se hizo de rogar; corrió y corrió, dejando atrás el lago, hasta llegar al límite del Bosque Prohibido. Allí paró. No porque no tuviese ganas de seguir, sino porque simplemente no se sentía con ganas de afrontar un castigo cuando volviese al colegio.
Se dejó caer pesadamente sobre la hierba y se quedó allí, rumiando su tristeza, mientras las lágrimas que había tratado de contener en el castillo caían por sus mejillas y se fundían con el rocío de la tarde.
Aleydis seguía tirada en la hierba, llorando. Nosabía cuánto tiempo llevaba allí, pero debía ser bastante. Nadie se habíamolestado en ir a buscarla, ni siquiera Severus. Pero no le importaba.Necesitaba estar sola un rato. Aún le costaba creer lo que su amigo le habíahecho. Se sentía utilizada.
Miró las tranquilasaguas del lago. Estaban igual que aquel día, el día en el que él le había dichoque la quería. Las últimas luces del día se reflejaban en ellas, arrancandodestellos dorados en su superficie. De no haber estado tan deprimida, hubiesedisfrutado. Pero se sentía traicionada, y ni siquiera el bello espectáculo queel sol le regalaba conseguía animarla.
Poco a poco, el sol seocultó tras el Bosque Prohibido. El cielo fue tiñéndose lentamente de rosa, y mástarde, de violeta. Aleydis se puso en pie; era muy tarde, y si la encontrabanallí, la castigarían. Hizo amago de encaminarse hacia el castillo,pero algo la detuvo.
Un frío intenso lainvadió, calándola hasta los huesos. Todo a su alrededor quedó sumido en unsilencio extraño, sobrenatural. Comenzó a sentirse desanimada, tanto que tuvo que hacer enormes esfuerzos pormantenerse en pie. Ya se había figurado lo que pasaba antes de que variascriaturas con negras túnicas se acercaran flotando hacia ella, pero cuando lasvio, confirmó sus temores; los dementores habían entrado en Hogwarts.
Lo había visto anunciado en El Profeta apenas una semana o dos antes:los dementores se establecerían en los alrededores de Hogwarts, con el fin deproteger a los alumnos de Voldemort y los mortífagos, por orden del Ministerio.Aleydis recordaba cómo, tras ver el anuncio, había ido a hablar con Dumbledorey lo había encontrado discutiendo con el Ministro acerca de si era prudente ono dejar a unas criaturas tan peligrosas en las puertas de un colegio, aun ariesgo de que entraran y atacaran a los alumnos. Que era justo lo que habíanhecho.
Aleydis vio, aterrorizada, como variasfiguras encapuchadas se dirigían hacia ella con su habitual parsimonia. Empezóa sentirse muy mal, realmente fatal. Sacudió la cabeza. "Eres una estudiante deEXTASIS, Aleydis" se dijo. "Céntrate". Con manos temblorosas, sacó su varitadel bolsillo y apuntó a los dementores.
-¡Expectopatronum!- conjuró con voz débil.
De su varita salió un resplandorplateado. Poco a poco, fue tomando la forma de un fénix plateado. Crear un patronus corpóreo en presencia de undementor le había costado muchísimo. Pero lo había logrado tras muchoentrenamiento.
Claro que aquella vez sólo habíaUNO.
Poco a poco, el fénix fuedesapareciendo, dando paso a un resplandor informe, mientras la desesperanza yla tristeza comenzaban a hacer mella en ella, impidiéndole pensar con claridad,y, mucho menos, mantener el hechizo. Desesperada, trató de encontrar unrecuerdo más feliz, pero le era imposible. Imágenes desgarradoras asolaban sumente, retratos de momentos horribles, recuerdos que hubiese querido olvidar.
Pero al fin, la suerte le sonrió, ypudo lograr concentrarse en el recuerdo más feliz que tenía: el beso deSeverus. Pero aquella era un arma de doble filo. Los dementores lograronencontrar la tristeza que se escondía tras ese recuerdo, y la aprovecharon. Enla mente de Aleydis se dibujaron las caras de sus dos amigos, mientras la vozde Severus susurraba "Lily, te quiero
"
El patronus, que había recuperado su forma de fénix durante unossegundos, se desvaneció por completo. Aleydis cayó al suelo, agotada, incapazde sostenerse en pie.
"Vamos, Aly, levántate, sigueluchando" se ordenó.
"¿Luchar?¿Y para qué?" atacó una vocecilla en su interior. "Lily te ha dejado abandonada por ese Potter
"
"No es cierto".
"
y Severus te ha estado utilizando como un juguete todo este tiempo
"
"Cállate".
"
porque no te ama, ni te amó nunca
"
"¡Cállate!" gritó mentalmente. Tratóde evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos, pestañeando fuertemente paracontenerlas.
"Oh,vamos." volvió la voz "Detodos modos, ¿por qué luchar? ¿Por qué seguir sufriendo? ¿Por qué no dejar quelos dementores te absorban el alma? ¿No sería todo más fácil? ¿No dejarías desufrir?"
"Sí, pero
"
"¿Pero?¿Qué te retiene?"
"Lily"
"Lilyte ha olvidado, Aleydis, acéptalo. Ahora está con Potter."
"Dumbledore"
"Dumbledoreno vivirá para siempre, él mismo te lo dijo una vez. Y, cuando, ya no esté,¿quién quedará?"
"Severus. Quedará Severus."
"¿Deverdad lo crees? No te engañes, Aly. Sabes que no es así".
"¡Pero se lo prometí!"
"Yél a ti que te amaba, y, sin embargo, rompió su promesa. ¿Por qué ibas tú amantener la tuya?"
Iba a replicarse a sí misma, peroentonces lo pensó. ¿Realmente valía la pena? ¿No sería mucho más fácil? Dejarde pensar, de sentir, de sufrir
era una idea muy tentadora. "Cobarde" serecriminó. Bueno, puede que lo fuera. En el fondo siempre lo había sido, perohabía tratado de ocultarlo tras una máscara de indiferencia. El profesor Coopertenía razón aquel día en la enfermería: ella era débil, porque nunca habíaafrontado del todo sus problemas, sólo los había relegado al olvido. Como lamuerte de su madre. Y ahora, pagaba las consecuencias.
Los dementores estaban cada vez máscerca. Ya no le quedaban apenas recuerdos felices por los que luchar. Pronto,alguno le daría el Beso. ¿Realmente valía la pena?
"No" pensó con amargura.
Con sus últimas fuerzas, tiró lavarita lejos de sí. No quería caer en la tentación, movida por el terror, dedefenderse. Aunque tampoco hubiera podido; se sentía demasiado triste,demasiado cansada. Derrotada.
El dementor más grande, probablementeuna especie de jefe dentro del grupo, se acercó a ella. Agarró su cara con susmanos llenas de pústulas, mientras Aleydis componía una mueca de asco yretrocedía instintivamente. Pero tras ella sólo estaba la hierba, mojada porlas lágrimas que había comenzado a derramar inconscientemente. El horrendo serse acercó suavemente a ella y unió sus labios, sellándolos para siempre con unbeso fatal.
Lo último que pensó fue "te quiero,Sev". Después, todo se volvió negro.
Dos figuras corrían por los jardines delcastillo. La primera era un niño de ojos negros y nariz ganchuda. La segunda,un anciano de penetrantes ojos azules. Los dos corrían hacia una figura tendidaen el suelo, rodeada de seres fantasmales con capas negras. Dementores. Ambossabían que ya era tarde, que no se podía hacer nada por salvar a la pobredesgraciada, pero, aún así, sacaron sus varitas y gritaron al unísono:-¡Expecto patronum!
De sus varitas salieron una serpiente y un fénix plateados, que arremetieron contra los dementores. Elloshuyeron, dejando el cuerpo inerte de la joven en el suelo.
Cuando losanimales desaparecieron, las dos personas reanudaron su carrera hacia el bultotendido en la hierba. El primero en llegar a él fue el joven Severus.
-¡Aly!-gritó. Searrodilló junto a ella y la sacudió. La chica abrió los ojos lentamente ydirigió una mirada vidriosa a su amigo. -¡No! ¡Esto no puede estar pasando!¡Aleydis!
Levantó su cabezay besó sus labios con fuerza, casi con brutalidad, pero ella no reaccionó nidio muestras de reconocimiento alguno. Sólo siguió mirando a la nada con losojos vidriosos, mientras soltaba gemidos extraños y se retorcía suavemente,movida por unas imágenes horribles que sólo ella podía ver.
-¡Aleydis! ¡Despierta,por favor! ¡Soy yo! ¡Severus! ¡Por favor!-Severus se convulsionó, mientras laslágrimas bajaban por sus mejillas copiosamente.
-Es inútil,Severus. El dementor la ha besado. Le ha robado el alma.-Dumbledore lo habíaalcanzado desde hacía rato, pero se había quedado mirando los vanos intentosdel chico de hacer reaccionar a Aleydis.
Él no le hizocaso. Volvió a besarla, en busca de algún signo de reconocimiento, signo quenunca llegó.
-Porfavor
-susurró.
El director pusouna mano en su hombro en señal de consuelo. Él lo miró con desesperación.
-Severus,comprendo y comparto tu dolor-le dijo el anciano- pero no podemos hacer nada.
-¿Nada? ¿Deverdad espera que me crea que usted, elmago más poderoso del último siglo, no puede hacer nada? ¡No lo creo!
-Lo siento,Severus, pero eso está más allá de mis posibilidades. Llevémosla al castillo y
-¿Y luego qué?-preguntó con furia, porque intuía la respuesta.
-Sabes que hayque hacerlo, Severus. Debemos matarla, por su propio bien.
-¡¡¡No!!! ¡Nopuede hacer eso!
-Severus
-¡No! ¡No lamatará!-gritó mientras cubría su cuerpo de forma protectora.
-En este tipo decasos, aunque duela, es lo mejor. Sabes que ella está sufriendo. Sólo consigueevocar recuerdos horribles, los más oscuros, y tú sabes perfectamente cuálesson. Matarla es lo mejor para ella.
-Pero
¡yo creíaque usted la quería! ¡Que ella era importante para usted!
De repente, elsemblante de Dumbledore cambió. Una mezcla de rabia y dolor se reflejó en susojos azules y, de pronto, Severus se dio cuenta de que, si para él era difíciltodo aquello, para el director lo era cien veces más.
-¿De verdad creesque para mi es fácil todo esto? ¿De verdad crees que no la quería? ¿Qué me hacefeliz la idea de matarla?
-Yo
-No tienes niidea. La amaba. La quería como a una hija. ¿Y tú crees que no te comprendo? Teequivocas. Yo no quiero hacerlo, pero tampoco quiero condenarla a unaexistencia vacía y llena de dolor y pesadillas. No quiero que sufra. Sólo tratode pensar en lo mejor para ella. Y tú, por mucho que te duela, deberías hacerlo mismo.
Severus bajó lacabeza, avergonzado.
-Sí, señor.
-Así me gusta.Ahora, lo mejor será que corras al castillo, ya que eres más joven, y avises alos profesores. Yo la llevaré.
Severus asintióy, tras dirigirle una última mirada apenada a su amiga, salió corriendo.
Cuando se quedó solo, el director comenzó a llorar. Se arrodillóen la hierba, junto a Aleydis, y le acarició los cabellos con la ternura con laque un padre mece a su hija en la cuna. Ella lo miró. Podía sentir elroce de su mano, y podía ver sus lágrimas, pero todo eso ya no le decía nada.Porque era un cuerpo sin dueño, una persona limitada a una existencia básica,casi animal, cuyo único objetivo era sobrevivir. Porque ya no era nada. Tansolo una cáscara vacía.
Dumbledore miróel lago. La luz de la luna creciente se reflejaba en él e iluminaba a la niña,como ilumina el foco al actor al salir a escena. Era una visión preciosa paracualquiera, pero no para él. Para Dumbledore, significaba haber perdido algo muyvalioso, una hermana, o una hija. Porque siempre la había sentido así, como auna hija, desde aquella mañana de navidad hacía seis años, en la que ella lehabía confiado su secreto.
Con un suspiroresignado, se limpió las lágrimas y alzó en vilo a Aleydis. La llevó alcastillo, donde profesores y alumnos, alertados por Severus, formaban unamultitud en el vestíbulo. Ignoró todas las preguntas que le dirigieron y seencaminó a la enfermería, seguido de los profesores. Acostó a la niña sobre unacama, mientras la enfermera echaba a los alumnos curiosos que intentabanentrar.
Al ver los ojosde Aleydis, que miraban al techo sin verlo, McGonagall se llevó la mano a laboca, consternada.
-Así que lo quenos contó el señor Snape era cierto
-Sí.-confirmóDumbledore- Los dementores le han dado el Beso.
Se oyeron algunasexclamaciones de horror. Era un destino horrible para cualquiera, y ella eratan joven
-¿Y qué piensashacer, Albus?-le preguntó Flitwick.
-Matarla. ¿Qué sino?-dijo él con amargura.
McGonagall lepuso una mano en el hombro. Ella también había empezado a llorar.
-Si quieres,podemos hacerlo nosotros.-dijo- No tienes por qué
-No. Quierohacerlo yo. Yo
En ese momento,la puerta de la enfermería se abrió. Lily entró como un torbellino en lahabitación, seguida de Severus, Sirius, James y Remus.
-¡Aleydis!-gritó la pelirroja. Seacercó a la cama donde estaba su amiga y la abrazó. Los chicos también seacercaron. Sin pelearse.
-Así que es cierto
-murmuró Lupin.No podía creerlo. Sus amigos no dijeron nada. Se sentían como intrusos allídentro.
-¡Aleydis!-Lily llamaba a su amiga,como si eso pudiese devolverle el alma, mientras las lágrimas corrían por susmejillas. La soltó e, inconscientemente, abrazó a Severus, pero lo soltórápidamente. Severus la dejó ir con amargura. Él también lloraba.
-¿Qué van a hacer con ella?-preguntóLupin.
-La sacrificaremos.-dijo Dumbledore.Cada vez que pronunciaba esas palabras, algo lo destrozaba por dentro, perodebía permanecer tranquilo. Al menos delante de los alumnos.
-¡No!-gritó Lily- ¡No pueden hacereso!
-Lily- dijo McGonagall con calma,tuteándola por primera vez- Es lo mejor para ella. ¿O prefieres condenarla auna existencia vacía? ¿Te gustaría que pasase el resto de su vida sin hacerotra cosa que comer, dormir e ir al baño, recordando a cada minuto sus peoresvivencias?
Lily negó suavemente con la cabeza.
-Está bien-dijo. Se acercó a suamiga y, cogiéndole la mano, le susurró- Adiós Aly. Encantada de haberte conocido.-le acarició la mejilla y salió de la enfermería, seguida de James y Sirius.
-Adiós.-le dijo Remus- Sé que nopuedes oírme, pero de todos modos, gracias. Gracias por aceptarme como amigosin preocuparte por mi condición. Nunca podré pagártelo. -le apretó la manosuavemente y se marchó. Poco a poco, los demás profesores lo siguieron.Finalmente, en la enfermería sólo quedaron Severus y Dumbledore.
-Voy a hablar con Poppy un momento.Será mejor que te despidas.-dijo el director con tacto. Se marchó de allí,dejándolos solos.
El chico se acercó a ella y lehabló.
-Lo siento mucho, Aly. No debí decirlo que dije. Se me escapó. Lo dije sin pensar. Es cierto que amo a Lily, y queverla con Potter me vuelve loco. Eso no lo voy a negar. Pero sé que a ti tequiero más. Lo siento, debería habértelo dicho antes, debería haber ido abuscarte cuando aún tenía la oportunidad, pero
no me atreví. Siempre he sidoun cobarde, y lo sabes. Al fin y al cabo, sólo soy un Slytherin. Un asquerosoSlytherin. -se enjugó las lágrimas, que le nublaban la vista, y continuó-Siento haberte hecho daño. Me cegaron los celos. Ver a mi amiga con mi enemigo
bueno, tú misma lo dijiste una vez. Pero me arrepiento, oh, sí, claro que mearrepiento, y no sabes bien como. De verdad que lo siento. Espero que, después de muerta, si vas a algún sitio, puedasperdonarme desde allí.- la besó por última vez, un beso tierno, suave, un besode despedida. Se encaminó hacia la puerta mientras Dumbledore se acercaba aAleydis. Miró al director y, por primera vez, se dio cuenta de lo viejo que eray de cuánto había sufrido a lo largo de su vida. Quiso decirle algo paraconsolarlo, pero no supo el qué, así que lo dejó estar y salió de laenfermería.
Hubo un destello de luz. Una lechuzaposada en un árbol cercano echó a volar. Entonces Severus echó a correr, sinrumbo fijo, hasta llegar a los jardines. Allí, se tiró sobre la hierba y llorócomo nunca lo había hecho ni volvería a hacerlo.
El reloj del colegio dio docecampanadas. A lo lejos, más allá del lago, incluso tras el Bosque Prohibido, seescuchó, triste, el canto de un fénix.
Severus estabasentado en la sala común de Slytherin mirando al techo, sin pensar en nada. Susojos negros vagaban por la estancia decorada de verde y plata , como siquisiesen registrar cada detalle, retener cada mota de polvo, memorizar cadatelaraña oculta en las esquinas. Aquel iba a ser su último día en Hogwarts. Esanoche, él y todos sus compañeros se graduarían. Severus siempre había pensadoen ese día como un día feliz, y, sin embargo, si bien era cierto que habíaacabado el curso con unas notas excelentes, que había sido prefecto yPremio Anual, y que ese año Slytherin había ganado la Copa de las Casas, no sesentía feliz. Porque aquel día tan especial estaba marcado por un hechofunesto.Un entierro.
Y no era cualquierentierro. De todas las personas que podían haber perdido el alma en manos delos dementores... pero no. Le había tocado a ella. Y todo por estar en el lugarequivocado en el momento equivocado. Aleydis. Su amiga, su novia, suconfidente. Y ahora, ella estaba muerta.
Una mano se agitóbruscamente en la cara del pobre Severus.
-¡Eh, Snape! ¿Piensasmoverte o te vas a quedar aquí?- preguntó Malfoy.
Él no contestó. Sucompañero, al ver que no reaccionaba, se marchó, dejándolo solo.
Solo. Como siempre. Comohabía estado hasta que aparecieron ellas.
Lily y Aleydis.Sus únicas amigas. Tras conocerlas, nada había vuelto a ser igual. Habíaconocido la amistad y el amor, y se había sentido querido por una vez en suvida. Pero eso no podía durar, y él lo había sabido desde el principio.
No se equivocaba.
Lily lo habíaabandonado. Se negaba a hablar con él, ni siquiera le permitía acercarse. Perono la culpaba. Se había comportado como un imbécil, un idiota redomado que lahabía considerado de su propiedad tan solo por el hecho de amarla, que no habíaquerido ver que ella era libre. Eso había estado mal, él lo sabía, lo supo ensu momento, pero los celos y la ira fueron más fuertes y lo cegaron. Y, porculpa de eso, la había perdido a ella.
A Aleydis, la únicapersona que había sido capaz de ver más allá de su expresión insondable, quehabía desentrañado los más profundos secretos de su alma, secretos que inclusoél desconocía, para luego romperla en pedazos. Porque ella se había marchado,había huido por su culpa, refugiándose en lo único que podía darle consuelo.
El olvido.
Y, ahora, ella estabamuerta, y él se había quedado sólo. Como siempre.
Despacio, como si lasfuerzas le hubiesen abandonado, se levantó de la cómoda butaca en la que estabasentado y se dirigió hacia los jardines, donde se iba a celebrar el entierro.Por el camino se encontró a otros estudiantes que iban en la misma direcciónque él, algunos por curiosidad, otros porque sentían la muerte de la chica yotros porque, simplemente, no tenían nada mejor que hacer.
Cuando llegó allí, sesentó en una de las múltiples sillas que se habían dispuesto para la ocasión.Miró a su alrededor. Lily y James estaban sentados unas sillas más allá. Seagarraban de la mano y ella apoyaba la cabeza en su hombro, mientras él leacariciaba el pelo suavemente tratando de consolarla.
Desvió la vista de esaescena, porque le hacía daño, y se dedicó a mirar a todos lados, excepto alféretro que descansaba sobre una tarima también invocada mágicamente para laocasión.
Dumbledore habíadispuesto que los restos de la chica descansaran allí, en Hogwarts, puesto queése había sido su hogar durante un tiempo y, además, de algún modo, ella era suhija. Nadie se había opuesto a esa decisión; todos sabían que no podía serde otra forma.
Lentamente, todas lassillas se fueron ocupando. Finalmente, el colegio en pleno se había reunidopara presenciar el entierro. Eso extrañó a Severus. Su muerte había causado másrevuelo del esperado. Tal vez, se dijo, si hubiera muerto de otra manera, si sehubiese matado porque se había caído de la escoba, o se hubiese tirado de latorre de Astronomía, no hubiese causado tanto jaleo. Pero morir porque no tequeda otra alternativa, porque es lo mejor que te puede pasar, es algo muydiferente. Todos, grandes y pequeños, lo habían entendido, todos habían captadola sutil diferencia y, por eso, todos estaban allí ahora.
La ceremonia habíacomenzado, pero Severus apenas prestaba atención. Miraba, maravillado, como unachica de apenas diecisiete años había sido capaz de movilizar a todo un colegiode esa forma. Si bien era cierto que Aleydis nunca había sido una niña muyquerida, dada su propensión a encerrarse en sí misma, había conseguido, con sumuerte, lo que muchos habían intentado lograr en vida sin éxito: que todos losalumnos estuvieran unidos por una causa común, aunque esta causa fuera unentierro, sin pelearse. Había conseguido que Hogwarts volviera a ser uno, comolo había sido al principio, y como siempre debió ser. Porque ella siempre habíarepresentado eso: la unión entre las casas, la neutralidad. Lo había demostradodesde el primer día con sus palabras al Sombrero Seleccionador, y lo habíareafirmado convirtiéndose en la hija de Hogwarts. Ella no pertenecía realmentea ninguna casa, porque pertenecía a todas. Ella era la unión entre las casas.
Dumbledore también lohabía comprendido mucho tiempo atrás, y lo que veía ahora sólo servía paraconfirmarlo. Desde su asiento de la primera fila, veía como todos sus alumnos,sus queridos pupilos, habían acudido al entierro y se habían sentado juntos,sin importar a qué casa perteneciera cada uno. Vio Slytherins con Gryffindors,Gryffindors con Ravenclaws, Hufflepuff con Slytherins y Ravenclaws conHufflepuffs. Y también pudo ver, aunque nadie más se dio cuenta, cómo cuatrofantasmas pasaban rozando el féretro en un suave gesto de despedida. Pero no,no eran fantasmas; si prestabas un poco de atención, si los mirabas más de cerca,podías ver lo que eran realmente: recuerdos. Godric Gryffindor, HelgaHufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. También ellos habían queridopresentar sus respetos a Aleydis. Incluso el calamar gigante había emergido dellago, y contemplaba la multitud quieto, en lo que podía considerarse unrespetuoso silencio.
La ceremonia terminó.Poco a poco, todos se marcharon al castillo. Al día siguiente comenzaban lasvacaciones, y aún había muchos baúles que preparar. Sólo unos pocos se quedaronen el jardín. Entre ellos estaba Severus. Sentado bajo la sombra de su hayafavorita, miraba sin ver el lago, donde el sol de junio se reflejaba comoburlándose de él, arrancando hermosos destellos de su superficie. Hacía unatarde muy bonita, una de esas tardes en las que las parejas salen para darlargos paseos en busca de intimidad y, si tienes suerte, puedes ver algunosanimales asomados en el linde del Bosque Prohibido. Un estupendo día deverano. Y, sin embargo, todo estaba en silencio; los pájaros no cantaban, comosi pudieran percibir la tristeza que sentía, y el calamar gigante había vueltoa hundirse en las limpias aguas del lago. Quizás los animales también sintieranel hedor de la muerte que flotaba en el aire, después de todo.
Severus pensaba en ello sentadobajo el árbol. Pero pronto, sus pensamientos tomaron otro rumbo. Aquél era elmomento de tomar una decisión, y él lo sabía. Lucius había vuelto a ofrecerlela oferta que le había hecho un mes atrás; se iba a unir a las tropas deVoldemort, y quería que él le acompañara. Severus había dicho que no, como laúltima vez. Y, sin embargo, ya no estaba tan convencido. Al fin y al cabo, ¿quépodía perder si ya no tenía nada? A él siempre le habían gustado las ArtesOscuras, y Lucius no sólo le ofrecía la oportunidad de profundizar en ellas,sino también la seguridad de estar en el bando ganador de una guerra a punto deestallar. Porque él sabía lo poderoso que era el Señor Tenebroso, lo veía cadadía en los periódicos, y una vez, incluso lo había comprobado en carne propia.Sabía que, si la guerra comenzaba, él tenía todas las de ganar. Y la idea depoder vengarse de Potter y sus amigos, tras años de sufrimiento bajo su yugo,le parecía muy atrayente.
Con todos esospensamientos en la cabeza y la tristeza en el corazón, tomó una decisión.Lentamente se levantó, se sacudió la parte de atrás de los pantalones y sedirigió al castillo.
Tenía que hablar conLucius.
* * *
Era una nochedesagradable, una de esas noches en las que el frío se te pega al cuerpo, tecala hasta los huesos y no te deja respirar. El aire era denso, y parecíacargado de expectación. No era una noche propia del mes de marzo, parecíamás adecuada para diciembre. Hacía apenas dos horas que la primavera habíacomenzado, y, sin embargo, la estación de las flores se resistía a llegar.
Una figura solitariacaminaba por una calle de Londres. Llevaba un pequeño bulto en los brazos, queapretaba contra el cuerpo para proporcionarle calor. Se dirigía hacia unorfanato al amparo de la noche para dejar a la criatura que llevaba en brazos,pues no podía hacerse cargo de ella. No por falta de medios, o porque nola quisiera; simplemente, no podía permitirse el lujo de que la gente sehiciera preguntas que no podría contestar.
Subió las escaleras quellevaban a la puerta del orfanato y depositó a la criatura en el suelo. A sulado dejó una carta con su nombre y una breve explicación. Eso era lo único quepodía ofrecerle. Le dolía dejarla allí, pero sabía que no había otro remedio.
Suavemente, para nodespertarla, depositó un beso en la frente de la criatura. Entonces se irguió,llamó al timbre y bajó las escaleras con paso apresurado.
Se ocultó tras unaesquina y vigiló. Unos segundos después, una señora de unos cincuentaaños abrió la puerta, miró el bulto que estaba a sus pies, lo recogió del sueloy se lo llevó dentro del orfanato, mientras su cara componía una mueca dehastío.
La solitaria figura mirópor última vez el orfanato. Entonces, torció por una callejuela y, tanrápidamente como había llegado, desapareció.
- - - - - - - -- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Bueno, hemos llegado al final.Lamento decirlo, pero aquí se acaba todo. Espero que, tras todo este tiempo,ustedes también lo lamenten.
Muchísimas gracias por suscomentarios, que me animaron cuando más lo necesitaba. Puede que no respondieraa todos, y a los que respondiera lo hiciera de una forma un tanto torpe, peronunca se me ha dado bien responder ese tipo de cosas. Quiero que sepan que,aunque no lo crean, se les agradece mucho.
Gracias a todas las personas que metienen en favoritos. Gracias a singforme, por ser la primera en comentar. Quesepas que me aprendí tu comentario de memoria.
Lamento que el final de estahistoria no sea satisfactorio para todos (¡lo siento yalilafakih!) pero megusta el drama. Soy así, qué se le va a hacer
Probablemente escribiré una segundaparte, en la que conoceremos al extraño personaje del epílogo. Trataré decomenzar a subirla en verano, o tal vez lo haga antes, no lo sé. Sólo puedoprometer que estará ahí pronto, para todo aquel que tenga la suficientepaciencia para leerla.
Muchas gracias de nuevo por haberacompañado a Aleydis hasta el final.
Os quiere
Irys
La hija de Hogwarts - Fanfics de Harry Potter
En un barrio de lasafueras, un niño observaba algo, escondido en unos matorrales. De pronto,retrocedió. Fuera lo que fuera lo que estuviera vigilando, no que
potterfics
es
https://potterfics.es/static/images/potterfics-la-hija-de-hogwarts-fanfics-de-harry-potter-4763-0.jpg
2023-02-27
El contenido original se encuentra en https://potterfics.com/historias/57075
Todos los derechos reservados para el autor del contenido original (en el enlace de la linea superior)
Si crees que alguno de los contenidos (texto, imagenes o multimedia) en esta página infringe tus derechos relativos a propiedad intelectual, marcas registradas o cualquier otro de tus derechos, por favor ponte en contacto con nosotros en el mail [email protected] y retiraremos este contenido inmediatamente