La mecedora.
El hombre ha hecho un trabajo estupendo,¿no crees? Preguntó su hijo, abriendo el baúl del auto y mostrándole sucontenido.
¡Oh, pero claro que sí! Exclamó laanciana maravillada.
Sabía que dirías esoLe dijo Hans, suprimogénito, un hombre un tanto gordo, de pelo castaño.
Venga, tráela.
Su madre, Rita, de unos sesenta años, lollamó con las manos, mientras se dirigía a la puerta de su casa. La mujer teníael cabello invadido en canas y usaba unos grandes anteojos.
Hans tomó el objeto y siguió a la anciana.Ésta cerró la puerta, no sin antes mirar hacia los costados.
SíguemeLe dijo. Y el hombre lo hizo.
Pasaron por el comedor, que conectaba atodas las habitaciones, y luego se dirigieron hacia el living.
La anciana solía caminar lentamente,procurando no romperse nada, pero en ese momento se movía rápidamente, moviendolos pies con ligereza, llena de entusiasmo.
El living era una habitación grande, debaldosas color beige y paredes blancas. Había dos grandes ventanales, queseguramente tendrían una estupenda vista a la ciudad. Sobre uno de los muros,se encontraban dos grandes sillones, que seguramente no se habían usado enaños. Al lado de una de las ventanas, se situaba la estufa. La mujer se dirigióhacia allí y dijo, emocionada:
Aquí. Aquí la quiero.
A tus órdenesContestó su hijo, con unasonrisa, feliz de ver a su madre contenta. Se dirigió hacia ella y puso en elsuelo el objeto que, hasta ese entonces, había estado en sus manos.
¡Oh, mi silla mecedora! Exclamó la vieja,risueña. Si tú supieses las tardes que he pasado con ella cuando era tan sólouna niña.
La silla mecedora era una elegante silla demadera y mimbre. Por años, había estado en el garaje de su casa, abandonada yllena de telarañas, sin ser recordada por nadie. Pero entonces, un día, Ritahabía entrado y la había visto posada sobre un par de tablones viejos, en unrincón. La silla tenía algunas maderas rotas y agujeros en el asiento de mimbre.Entonces, la mujer se la había dado a su hijo para que, a su vez, éste se ladiese a su amigo, que hacía todo tipo de reparaciones.
No quiero imaginarmeDijo su hijo tocándolela espalda. Venga, pruébala.
La mujer vaciló un momento, pero luego seacercó y se sentó. Comenzó a impulsarse hacia atrás y hacia delante, cerrandosus viejos párpados, recordando.
¿Qué tal está? Inquirió Hans.
Es magníficaRespondió la mujer. Dale lasgracias a tu amigo
Por cierto, ¿cuánto dinero es?
No te preocupes por eso. Ya lepaguéContestó. Es un regalo.
¡Oh, Hans! Lo regañó ella, con su vozchillona.
Bien, debo irmeAnunció el hombre.
¿Tan pronto? Preguntó la anciana. ¿Noquieres quedarte a tomar algo?
No puedo, mamáRespondió él. Tengocompromisos.
Está bienAceptó ella. Ve con cuidado.
ClaroLe dijo Hans, sonriéndole. Luego seacercó y la besó en la arrugada mejilla. Que la disfrutes.
Rita le agradeció, meciéndose por última vezen la silla, y se levantó. Ambos se dirigieron a la puerta y su hijo salió dellugar. Abrió la portezuela de su auto, saludó con la mano y entró. En pocossegundos, el coche comenzó a andar y se perdió en el camino. La mujer cerró lapuerta, no sin antes mirar hacia los costados.
Allí estaba la silla, al lado de la estufa,meciéndose levemente, producto del hecho de que se había incorporado hacía pocomenos de un minuto.
Se acercó a ella y la acarició, admirándola,cual niño que por fin consigue el juguete tan deseado.
Luego, se dirigió a la cocina, se preparóuna sopa instantánea, la vertió en una taza y se dirigió con ella hacia lasilla. Allí se sentó y tomó un sorbo.
Lo quepudo descubrir en ese momento fue que, desde ese punto exacto en el que estaba,podía ver directamente su habitación e, inclusive, su cama.
Cuando terminó la sopa, caminó a la cocina,llenó la taza de agua y la dejó en el lavabo. Después, fue hacia su habitación,se cambió y se acostó en la mullida cama. Encendió el televisor, pero no vionada, ya que, casi de inmediato, se durmió profundamente.
A la mañana siguiente, cuando despertó, pudocomprobar que, desde su cama, se podía observar claramente su tan preciadasilla mecedora.
Al bajarse de su lecho, levantar la persianay mirar por la ventana de su habitación, descubrió allí una rajadura, como sialguien le hubiese arrojado una piedra mientras ella dormía.
RufianesMusitó la anciana.
Fue hacia la cocina, abriendo todas lasventanas posibles, cerciorándose de que no habían tirado más pedruscos a losdemás ventanales, y desayunó. Su desayuno consistía en té y galletas de arrozcon jalea. Scifi books reviews
Luego, fue hacia el living, donde, en unrincón, tenía la máquina de coser. Tomando la manta que estaba sobre ella, ladepositó en la máquina y comenzó a remendar el corte que ésta tenía.
Cuando casi terminaba y cuando estaba más concentradaen su labor, escuchó un leve rechinar.
"Rufianes", pensó Rita, apretando sus falsos dientes.
Pero se equivocaba, no era ningún malhechor,no era nadie que intentase entrar por su ventana o que le tirasepiedras; tampoco era alguien que estuviese a punto de tocar el timbre, parapedirle, por favor, que curase a su nieto, su hijo, o vaya a saber Dios quién.No.
Era la silla.
Giró la cabeza hacia ella y la vio mecerselevemente. Atrás y adelante, atrás y adelante. Entrecerró los ojos paraobservar mejor. Por un momento creyó que la silla se estaba moviendo por sísola. "¡Que torpe!", pensó.
Lo que realmente estaba sucediendo, era quehabía abierto demasiado el ventanal que estaba al lado de la estufa, frente ala silla. El viento que se colaba por ésta, la hacía mover
No sabía si lo creía, o si quería creerlo.
Negó con la cabeza y siguió con su trabajo.
Unos minutos más y estuvo lista. La estirófrente a su cara y observó la bella manta con flores bordadas. Había quedadoaceptablemente bien
y se sintió satisfecha con ello.
Pasó el día mirando las novelas de la tarde.Una tras otra, una tras otra.
Pero no sucedió nada en especial, o fuera delo normal.
Lo importante sucedió de noche, cuando elsol ya había caído y las novelas habían sido sustituidas por programas defarándula y baile y películas de acción, cuando los pajarillos ya no cantaban, sinoque se oía el insistente ruido de los grillos
Fue en ese momento cuandosucedió
Rita se encontraba yaciendo en su cama,cambiando de canal rápidamente, sin saber qué mirar. Por fin, encontró una películavieja, de sus tiempos, una que había visto de joven, cuando aún la televisiónera en blanco y negro.
Se trataba de un filme romántico, con eltípico héroe que se queda con la bella damisela, que la hacía suspirar cuandoera apenas una jovencita.
Luego de verla, cambió al canal dondesiempre mostraban animales, desastres naturales y cosas que uno desconocería sino los viese allí. En un programa, estaban pasando un ranking de los animalesmás venenosos y peligrosos del mundo.
Pero en ese mismo instante, cuando estabanmostrando a un negro escorpión, volvió a oír aquel rechinar
Miró de reojo hacia, donde sabía, se encontrabala silla. Allí estaba, en el living que se encontraba entre las penumbras,moviéndose lentamente. Pero ahora no había ninguna ventana que pudiese moverla.No, claro que no la había. La silla se movía sola, se mecía hacia delante yluego hacia atrás, y volvía a repetirlo.
Sus ojos se abrieron como platos, al igualque su boca. Parpadeó un poco y luego entrecerró los ojos, para poder observarmejor.
La silla seguía moviéndose.
No sabía si estaba dormida o despierta. Cabíala posibilidad de que estuviese dormitando pero
pero no, la imagen era demasiadovívida.
Comenzó a temblar. Quiso gritar, pero nopodía. Su boca se encontraba reseca y la posibilidad de emitir sonido parecíaprácticamente nula.
Escuchó pasos, cada vez más cercanos. Sucorazón comenzó a latir rápidamente. Demasiado rápido. Se sintió desesperada,al tiempo en que la silla se mecía frenéticamente, rechinando más y másfuerte. Sus ojos se anegaron en lágrimas. Era increíble.
Sentía que su momento estaba llegando. Sí,podía percibirlo. Podía
La noticia de la muerte de Rita apareció enlos periódicos cuatro días después de que sucediera. Su hijo, Hans, al descubrirque no llamaba y que tampoco contestaba sus llamadas, decidió hablar con lapolicía, quien logró romper la puerta y entrar a la casa. La encontraron sobre su silla mecedora, recostada, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados.Su semblante era tranquilo, como si no hubiese sentido nada, como si se hubiesemuerto
dormida.
Lo más peculiar, es que no encontraronexplicación a su muerte, es decir, que no había sido asesinada de ningunamanera. Tampoco había sufrido un infarto y consideraban la posibilidad de una muertesúbita.
Nunca sabrían la verdadera causa y tampoco nuncase la imaginarían.
Había muchas teorías, sí, pero ninguna de ellas hablaba de la silla que se movía, porque las cosas no se mueven por sí solas
¿O sí?
La mecedora - Fanfics de Harry Potter
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2023-02-27
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