La puerta con rostro - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Solo era una pobre niña leprosa, solo eso. Su llanto podías escucharlo a kilómetros. Arañazos en la puerta, quería escapar pero no podía. ¡Estaba encerrada! Su rostro no volvería a ver la luz nunca. Todos le temían, todos podían ver en lo que se había convertido. ¡Sangre, sí! Mucha sangre... ¡litros de sangre, en un pueblo donde quizá ya no vivía nadie! Y allí estaba ella, abandonada, fría y sola. Sus dientes rojos, su piel quemada, sus manos apegadas a su torso, sin poderse mover.

Pero no. No, ella no estaba tan sola, tampoco. Ella tenía con quién jugar. Ella tenía a alguien que la miraba a un lado, con una sonrisa y una expresión divertida, mientras ella se retuerce allí. Toda quemada.

 

Y mientras ella sufría, los antiguos moradores de aquel pueblo sentían sus lamentos. ¡Están todos muertos! Todos pagaron por lo que le hicieron. ¡Todos sintieron en carne viva lo que es la muerte! Lo que es casi morir quemado, ¡que todos te llamen bruja solo por ser leprosa y te encierren en una habitación sin salir nunca! ¡Era su turno de vengarse y tras esa puerta estaba ella y su yo. Su otro yo, el maligno! Estaba dispuesta a cobrar cada dedo que había perdido, cada pie que no podía mover, cada litro de sangre que hubiera derramado mientras su piel se calcinaba.

Y se comería sus carnes. ¡Oh delicioso sabor! Arrastraba sus cuerpos por el pasillo, su "amiga" lo hacía mientras ella los miraba, divertida. Algunos suplicaron, estaban medio conscientes. Pero no, ella jamás volvería a perdonar a un ser humano.

Samantha está enferma, padre. Samantha no puede ir a la escuela. Espero que lo comprenda.

Lo recuerdo muy bien, Melisa. El horror. Las paredes rojas y oxidadas, el hormigón quemado. Sus risas a través de los largos pasillos en aquella iglesia de dos pisos. Arriba estaban las habitaciones para los enfermos y los pobres que no tenían lugar a dónde ir. Y arriba ¡Oh, arriba Melisa! Arriba estaba aquella vieja puerta.

Tenía cerrada dos años y medio, Melisa. Nunca comprendí por qué. Cuando recién me mudé a este pueblito cercano a Liverpool, luego de la segunda guerra mundial, tu abuela y yo no teníamos mucho dinero como para algo lujoso, así que nos vendieron este granero abandonado. El pueblo era toda una belleza en aquella época y la gente resultaba ser muy feliz.

Pues bien, nosotros no solíamos hacer muchas preguntas. Y sin embargo, siempre había gente chismosa que nos relatara historias y chismes de otras épocas o incluso de la actual. Junto a nosotros, la señora Calloway, siempre nos contaba una historia distinta sobre la fundación de este pueblito.

Pero Melisa, ¡todos parecían coincidir en una sola historia, pequeña! En la historia de Samantha, una niña del pueblo que terminó encerrada en la iglesia por hereje.

Samantha solía ser como tú, Melisa. Era una niña risueña con un largo cabello negro y unos brillantes ojos azules. Le encantaba dibujar, siempre llevaba un cuaderno de dibujo y además, era amante de las mariquitas. Su padre le había disecado algunas y las había colgado sobre su cama. Era una niña de más o menos tu edad, ligeramente alta y pálida. Tímida, pero afable.

Su único problema, Mel, es que estaba enferma. Tenía lepra. Se había infectado con ese terrible mal al igual que su padre y de vez en cuando, su madre tenía que cubrirla con una larga venda para enviarla a la escuela. No quería que nadie lo supiera. En aquel pueblo, no solían verse aquellas cosas.

 

En fin, su padre nunca salía Mel. Su padre estaba muy enfermo y muy pronto, Samantha enfermó también. Irene, su madre, era idéntica a su hija y sufría mucho. Constantemente, iba al pueblo luego de atravesar un largo "puente" sobre la montaña en la que quedaba su casa, para llegar hasta la iglesia y pedirle consejos al párroco. Él solía ir a verla y alegraba sus días, le enseñaba muchas cosas. También solía sentarse a rezar el rosario con ella. A rezar por su salud. Samantha era tan dulce, pero tan desafortunada. ¡Las personas del pueblo no solían ser amables con ella ni con Irene! No solía vérseles mucho por el pueblo y los más radicales afirmaban que estaban en algo. Que la magia negra rondaba en aquella casa y que cada domingo, el padre iba a santificar su nombre.

Pero ella no tenía la culpa e Irene. ¡Oh, pobrecita! ¡Ella perdía los estribos cuando la criticaban! Solía salir corriendo de la iglesia, cuando una anciana decrépita de velo gris y cabello tan viejo y gris como ella, solía gritar en medio de la plaza: "Corre hereje ¡corre con los tuyos! ¡Corre a alimentar ese demonio cubierto en vendajes que llevaste en tu vientre!" ¡Una vez le había tirado una cesta de pan al suelo, gritando que dios no servía paz ni alimento a los caídos!

Lo sé, lo sé, solo era lepra. Incluso una amiga de la familia, había traído a un médico de Liverpool. Lo había confirmado, pero nadie en aquel pueblo lo creía. Todos estaban comenzando a creerle a aquella anciana y si me lo preguntas Melisa, nunca entendí como Irene nunca tuvo lepra cuando su esposo y su hija estaban enfermos de muerte.

Quizá sí resultaba ser otra cosa, pero no me hagas mucho caso o después tu abuela dirá que te lleno la mente de cosas para asustarte. En fin, las noches en aquel pueblo lleno de neblina y un frío aterrador y "denso", resultaban ser muy calmas luego de mis peleas en la guerra. Al fin podía descansar con tu abuela y Roderick, nuestro perro cazador. Estábamos muy cómodos, no había mucho crimen que lamentar, uno que otro ratero. Enormes casas de cal y enormes puertas de madera. Pisos de piedra donde lo único que se escuchaba por las noches, eran zorros tratando de encontrar comida o alguna comadreja.

El pueblo más pacífico que jamás había visto y por las noches, tu abuela y yo éramos felices, mirando la luna.
Pero ese pacifismo estaba por cambiar. Algunas noches de diciembre, escuchábamos a Irene, correr al pueblo y pedir ayuda. La enfermedad de su hija empeoraba. Estaba en su peor repunte. La piel putrefacta se caía a tajos, era como un cascarón viejo. Apenas podía mover sus ojos y mirar a quienes se dirigían a ella. Estaba desesperada, Irene era pobre. No tenía con qué comer.
Igualmente, aquella anciana insistía en que la iglesia no diera ni un centavo a esa niña. ¡Samantha no está enferma! ¡Samantha está maldita! ¡E Irene quiere ocultárnoslo, padre! Samantha ha estado jugando con los demonios y ahora sufre las consecuencias. ¡Por favor señor...por favor! rogó a los pies del sacerdote... ¡Por favor, tiene que ayudar a mi hija! Tiene que verla... ¡ella lo necesita! ¡Esos son puros cuentos, ella está realmente enferma! Ella no está poseída. ¡Ella no tiene ningún demonio dentro!
¿¡Y cómo explicas esa piel putrefacta que se le cae a tajos!? ¿¡Cómo explicas esa mirada rojiza...ese fulgor amenazante!?

Era de verdad una lástima. Yo solía ayudar, le decía a tu abuela que me diera algunas monedas. Algunas veces me topaba con Irene y las colocaba en sus manos. Yo no creía en esos cuentos baratos de herejes y demonios. Fanfics de Harry Potter en Español

 

Pero parecía que muchos sí y una de esas noches, como te decía, una turba enardecida, subía aquel puente en aquella colina, como una vieja película. ¿Recuerdas Frankenstein? Con antorchas y aquella vieja señora lideraba la comitiva.

Ella era una fanática de dios, una religiosa a todo dar. Gritaba que de no acabar con aquella negra alma que residía allí, ella lo haría de una vez por todas. ¡Ni el padre podía detenerla!

Pobre Samantha, odiaba ir a la escuela. Su madre llamaba muchas veces diciendo que estaba enferma, pero en realidad solo estaba echada en la cama llorando. Mientras muchas niñas lanzaban piedras a su ventana y la llamaban bruja. Ella lo veía todo, oculta tras una larga cortina.

¿Por qué no podía tener amigos? ¿Por qué su padre se había muerto y todos eran malos con su madre? ¿Qué había hecho? Pues aquella noche, Samantha estaba aterrada, mientras Irene trataba de dialogar con la turba enardecida. Habían derribado la puerta y habían pasado sobre ella y sus ruegos desesperados. Se podían oír los pasos, miles de personas subiendo las escaleras e irrumpiendo en la habitación de la pobre Samantha. Irene forcejeaba.

Pero nunca podría contra ellos y mientras destrozaban la casa y prendían fuego a las cortinas, Samantha no podía moverse. Su enfermedad no le permitía salir de la cama. Estaba postrada allí. Irene había salido gritando mientras el sótano se venía abajo.

¡Su hija estaba por morir, Mel! Pero no, ¡nosotros veíamos aquello desde el pueblo y con ayuda de la policía y un auto, logramos llegar a la montaña! Irene estaba arrodillada en el suelo, sollozando, gritando el nombre de su hija que parecía estar atrapada.

Tu abuela estaba muy asustada, pero yo tenía que entrar Melisa. Y eso hice. Me introduje allí y la encontré aún en la cama, completamente quemada. La tela se había aferrado a su cuerpo calcinado y así la sacamos de allí. Fue una tortura traumante para la pequeña niña, luego de que la encerraran prácticamente en su casa solo por tener lepra.

La pobre Samantha, se aferraba a mis brazos. Mientras tratábamos de quitar los restos de tela. La piel se le caía a tajos, estaba totalmente irreconocible, Melisa. Solo eran dos puntitos azules, en una masa negra y sangrante. Pero ella aún estaba viva, Mel. Ella aún podía oír y ver. Pusimos una enfermera para que pudiera cuidarla y a los mejores doctores del pueblo. Ninguno tenía fe en que se salvara e incluso, su madre tenía miedo de verla de esa forma. Era espeluznante.

Poco a poco, Irene dejó de verla y Samantha quedó en el olvido. Muchos decían que su magia negra la había salvado y que luego de que su piel se hubiera quemado, se veía el verdadero rostro del demonio. Solo la enfermera le hacía compañía. Ella continuaba pintando, ella continuaba soñando con ser libre alguna vez, ser una niñita normal.

Y sin embargo, la hostilidad no paró. Verás, aunque el padre se los pedía, muchos niños se retaban a ir al hospital y entrar en la habitación de Samantha. Le gritaban bruja o simplemente la asustaban escondiéndose tras la cortina de aquella habitación. Solo podías verla llorar, no se podía mover, no podía hablar. Le quitaban su comida, le arrojaban cosas. Sabían que eso dolía, Melisa.

Y sabían que se acumulaba.

Pues bien, durante mucho tiempo, Samantha sufrió aquello de estar confinada en cama y recibir las risas y burlas de los demás. De que las personas quisieran ver si realmente yacía un demonio luego de que toda esa piel se quemara y un día, Mel, lo recuerdo y aún siento escalofríos.

Como fuera, aquella noche, el párroco se había quedado hasta tarde. La enfermera había bajado por un par de vendajes nuevos y él vigilaba que Samantha estuviera bien. Caía la noche, las doce en punto. Faltaban unos minutos. Mientras el párroco estaba sentado leyendo, Samantha había ladeado la cabeza hacia la cortina. Una mancha negra comenzaba a crecer en ella, como un moho muy curioso.

Ella había comenzado a "sonreír" mientras aquel moho se consolidaba en lo que parecía ser una niña, Mel. Idéntica a ella. Asomó su rostro a través de la cortina. Pálido, lleno de sangre, sonriente.

Desde entonces, todo cambió Mel. Samantha se convirtió en una especie de criatura. Tuvieron que sellar su puerta con largas cadenas. Sé que estás durmiendo, te has quedado dormida en la mejor parte.

Y al primer día, se oían estruendos, como golpeteos en las puertas. Alguien pidiendo salir. Que le dejaran ir, arañazos. Al siguiente día, el siguiente estruendo. Resultaba ser un sonido aterrador y los pobladores se preguntaban ¿cuándo todo aquello iba a terminar? Pero yo estaba seguro de que se trataba de Samantha, pidiendo que la dejaran salir de aquella prisión. Ella solo tenía lepra, no tenían por qué encerrarla y luego quemarla.

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Solo era una pobre niña leprosa, solo eso. Su llanto podías escucharlo a kilómetros. Arañazos en la puerta, quería escapar pero no podía. ¡Estaba encerr

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2023-02-27

 

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