Lo efímero de vivir - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Querido Juan:

Debo confesarte que hace poco me pregunté si todavía te amaba. Ya no eras el príncipe azul sin defectos que las noches de verano paseaba conmigo mirando las estrellas, aunque, yo, también he de reconocer que mi piel ya no está tan tersa como antes ni me pongo nerviosa si salimos por ahí a cenar. Ya no me importa si tienes barriguita cervecera o tu pelo canea. Son cosas en las que dejé de fijarme hace demasiado.

Cuando me voy con mis amigas, las que me quedan, todas coincidimos en que nos hemos quedado en un reflejo borroso de lo que fuimos y que, pronto, seremos eclipsadas por la vejez. Tú, con tus amigos no sé de qué hablaréis, la curiosidad dejó de picarme hace más de diez años, pero seguro que ya no comentáis lo "buenas" que están vuestras "novias". Ni ya somos novios, ni estamos buenas. Pero las veinteañeras esas detrás de las que se os van los ojos seguro que son comentadas en vuestras "masculinas" charlas que yo siempre consideré ridículas.

 

Y respecto al romanticismo... ¡Ay!, ¿qué fue de él? Esto es lo único que añoro desde hace años y soy consciente de ello, pero la rutina es un afilado cuchillo que todo lo corta. Incluso me he acostumbrado: ya no espero un ramo de rosas rojas por San Valentín o por nuestro aniversario, y una cena romática... eso ya me suena a cuento chino; pero debo confesarte que el subconsciente me falla, porque aunque sé que no voy a recibir nada en esas fechas, lo espero, mas lo único que consigo de esa forma es enfadarme contigo y pasarme una semana sin apenas dirigirte la palabra. Después, me regresa la realidad y me doy cuenta de que yo lo sabía de antemano, que no era ninguna sorpresa.

Poco antes de que se marchara toda la "magia" llegaron los niños, Pablo y la pequeñita Lucía, que este verano se casa.

Parece que fue ayer cuando Pablo dio su primer paso, y hoy es él el que tiene un hijo de apenas 2 años. Tampoco se nos olvidará cuando dijo que quería estudiar arte. Al principio lo tomamos en broma porque casi nunca veíamos sus dibujos ni los quería enseñar, pero antes de que le dijéramos por segunda vez que no, se presentó con una carpeta llena de ellos a cada cual más hermoso. En ellos aparecía su hermana, nosotros, el colegio y todo aquello que supongo que había visto en su vida. Por aquella tenía quince años y este septiembre hará los 29, tiene una familia y un buen trabajo donde es feliz, dibujando.

Por otro lado estaba la peque, la niña de tus ojos. De pequeña era un torbellino que nunca dejaba descansar a nadie y siempre estaba incordiando a su hermano para que jugara con ella y le hiciera "dibujos bonitos". Se peleaban, sí, pero también eran una muralla que no permitía que nada le pasara al otro. Lucía creció y nos dimos cuenta de que lo suyo eran las ciencias. Física, ¿te acuerdas el miedo que nos daba que no pudiera cumplir sus sueños? Pero nada de eso pasó y en cuanto terminó, ya tenía trabajo. Después le llegaron los amores y ahora, con 26 años, está preparando su boda.

Estos niños fueron la alegría de la casa y lo mantuvieron todo unido, pero ahora que ya no nos necesitan, ¿qué vamos a hacer? Porque ya no sé si de verdad te quiero o es la costumbre.

Necesito pensar, y aclararme, así que he decidido marcharme dos semanas con mi hermana. No me llames. Te prometo que volveré y te daré una respuesta. Espérame, por favor.

 

Elisa.

Sin aliento, con lágrimas y un sentimiento horrible de que se le escapaba la vida entre el tacto de ese papel, se dejó tragar por el dolor. ¿Qué había hecho mal?

Todo.

¿O tal vez, el problema estaba en que no había hecho nada?

Su esposa se había convertido en una criada sin sueldo cuyo esfuerzo nadie creía necesario recompensar. Año a año, granito a granito, Elisa había ido viendo frustradas sus aficiones, sus esperanzas, sus deseos... todo; hasta quedarse en lo que hasta reducirse a una frase que se repetía siempre en su cabeza: "Con 52 años y ya estoy cansada de vivir."

Juan la había escuchado muchas veces decir cosas así, pero nunca les prestó atención. Ya se le pasará, pensaba él, mas ahora se sentía tan culpable. ¿Cómo la había dejado escapar? Porque por mucho que se hubiera sumido en la rutina, esta carta le había abierto los ojos permitiéndole verla de nuevo: Elisa era lo que más le importaba en la vida después de sus hijos y si ella se iba, todo su mundo dejaría de tener sentido. La amaba, la amaba muchísimo, y aunque ella no se lo creyera, para Juan seguía siendo hermosa y la mejor, por muchas veinteañeras que mirara, sin importar cuántas, la seguiría eligiendo a ella una y mil veces más. Su amada Elis...

Como un loco que se aísla en su locura cogió la cinta de vídeo de su boda y la puso. Qué guapa iba ese día, ¡y cómo sonreía!, los ojos le brillaban tantísimo... no como ahora que andaba con la mirada gacha y la tristeza como estandarte. ¿Cómo he sido tan tonto? Se preguntó Juan tras reflexionar sobre todo esto. No iba a permitir que se fuera, las cosas tenían que cambiar y si debía aprender a poner la lavadora y a hacer masajes en los pies, iría a la China si hacía falta para aprender.

Se levantó, se secó las lágrimas, apagó el vídeo y buscó un calendario. Tenía hasta el 23 de junio para aprender todo lo necesario. Necesitaría mucho Internet y alguna que otra llamada a su cuñada para que le ayudara.

Empezó a pensar que también tenía que hacer algo para su vuelta...

El día 23 por la mañana se levantó bien temprano y se metió en la cocina y buscó todo lo que él consideró que podía "juntar" para que saliera algo comible porque los macarrones se los había acabado hace ya muchos días. Fue al mercado y compró helado, velas y un gigantesco ramo de rosas rojas. Después, se fue directo a casa de Lucía, que no sabía nada de lo ocurrido entre sus padres, y le pidió que le grabara un disco con canciones románticas. Su hija se quedó anonadada pero le dio el disco y no hizo preguntas, ya se enteraría por su madre. Juan regresó a casa y llamó a Elisa, esta no le cogió el teléfono, como venía haciendo desde que se marchó, pero le dejó un mensaje en el contestador: Muestras gratis y regalos

- Soy yo, Juan. Sólo llamaba para pedirte que, por favor, vengas a las 9 en punto.

Colgó y siguió corriendo para dejar preparada la cena romántica para las 9 de la noche justas.

Con tanta prisa había terminado a las 7 de la tarde, todavía faltaban dos horas. Intentó entretenerse viendo la tele, pero lo único que hacía era mirar la ventana a la espera de que llegara Elisa. Siempre que veía una sombra el corazón se le aceleraba y notaba una profunda sensación de ahogo.

 

Con gran impaciencia fue arrancándole minutos al reloj, hasta que por fin fueron las 9.

Con nervios hasta en las pestañas encendió las velas, puso la música y metió en el microondas los macarrones, listos para calentarlos y servirlos.

Pero Elisa no aparecía.

Se inventó millones de excusas que explicaran su retraso, pero se daba cuenta que ninguna era plausible. Con más impaciencia que nunca, el reloj a paso de tortuga llegó a las 10. Seguía sin aparecer y las velas casi se habían consumido. Le dio a la primera canción del disco, que se había parado ya, y puso unas velas nuevas. Siguió esperando y la negatividad empezó a apoderarse de él, ¿y si no quiere volver? Se preguntó. Llegaron las 11 y media y decidió apagar las velas, la música, tirar los macarrones e irse a la cama. Allí parece que las lágrimas son más privadas. Pero cuando iba subiendo las escaleras para acostarse sonó su móvil. Corrió como loco escaleras abajo y vio un número desconocido.

- ¿Diga? -preguntó temblándole la voz.

- ¿Es usted Juan Velarán?

- Sí, soy yo, ¿quién es usted?

- Llamamos del hospital Reamar, su esposa ha sufrido un accidente de tráfico - se le heló la sangre.

- ¿Están bien?

- Venga lo más rápido posible. Buenas noches.

- Adiós.

Marcó deprisa el número de su hija.

- Lucía, mamá ha tenido un accidente con el coche, llama a tu hermano y vete corriendo al hospital Reamar.

Colgó y como un rayo cruzó la puerta. Condujo como un loco y a los 15 minutos estaba en el mostrador de urgencias.

- ¿Elisa María Rivero?

- Sótano a la derecha, no tiene pérdida.

- Vale, gracias - un nublado cruzó su mente pero borró esa idea de inmediato.

Fue a la salida del ascensor cuando la tormenta descargó sobre él: a un lado la UVI y al otro el tanatorio.

A esa hora ya no había médicos o enfermeras por los pasillos a los que preguntarles, así que lo único que pudo hacer fue ir mirando ventana por ventana hasta que al final, en un cartelito vio: Rivero.

Se acercó a leer el nombre y vio que había una cama vacía que estaban haciendo. ¿Dónde estaba Elisa?

- Perdone, ¿hay alguien con quien pueda hablar aquí? - le preguntó a un señor con aspecto cansado.

- Sí. Siga este pasillo y al final hay una sala, allí le dirán.

- Gracias.

Ya estaba sin aliento después de tantos nervios y la carrera, pero cuando llegó vio un grupo de enfermeras.

- ¿Elisa Rivero?

- La acaban de subir a la segunda planta, habitación 239.

- Muchísimas gracias, ¿sabe a qué hora ocurrió el accidente?

- La ambulancia llegó aquí sobre las 10 menos cuarto.

- Vale. - y sin decir adiós, fue directo a tomar el ascensor.

Sus nervios se calmaron, no estaba ni en el tanatorio ni en la UVI.

Por fin encontró la habitación 239 y abriendo la puerta con un golpe. La vio tumbada en la cama y con el brazo vendado. Tenía la cara llena de magulladuras y un gotero y el monitor la hacían parecer peor de lo que en realidad estaba.

Al escuchar el portazo, Elisa volvió la cabeza y lo vio. Le caían lágrimas por las mejillas y la miraba con devoción.

- Ven. - le dijo. Él se acercó como un autómata y se sentó en el filo de la cama con mucho cuidado, sabiendo que una decisión también estaba pendiente, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper a su maravillosa muñeca de cristal. - Abrázame.

Y con un cuidadoso abrazo terminó todo. Él ya sabía la respuesta.

- ¿Qué pasó en el accidente? - preguntó Juan después de dejar clara su intención de tratarla como la reina que siempre fue.

- Un conductor borracho iba en sentido contrario y la verdad es que yo también iba bastante deprisa. No pensaba ir hoy a casa, sino mañana, pero escuché tu mensaje a las 9 y cuarto y sin pensármelo cogí el coche para llegar a tiempo, pero... pasó lo que pasó.

- ¡Mamá! - dijeron sus hijos al entrar en la habitación. Llegaron los dos juntos con su esposa y novio respectivos

- Tranquilos, estoy bien - intentó calmarlos Elisa

- ¿Adónde ibas a estas horas? - preguntó inquisidoramente su hija.

- Iba no, volvía a casa, porque me he dado cuenta de cuánto quiero a vuestro padre - entre el matrimonio, una complicidad resurgida lo inundaba todo y entre los hijos, un desconcierto temporal sobrevoló el ambiente.

Una semana más tarde...

- Ten cuidado. ¿Seguro que puedes andar? Si quieres te llevo en brazos. A ver déjame, que te llevo en brazos - decía Juan atosigando a Elisa mientras la ayudaba a salir del coche.

- Papá, déjala que respire - repuso Lucía abriendo la puerta de casa de sus padres.

- Mamá, ¿te ayudo yo mejor? - preguntó Pablo al ver que su padre no podía levantar a su madre del asiento.

De repente un ataque de risa lo inundó todo. Hacía tanto tiempo que ninguno escuchaba esa risa tan tranquila y natural.

- ¿De qué te ríes mamá? - preguntó Pablo contagiado.

- De nada hijo, de nada. Sólo me hace ilusión volver a ver una escena de estas en familia.

Al final consiguieron entrarla y vieron todo lo que había montado en el salón, puesto que Juan no había vuelto a casa mientras que Elisa estuvo ingresada, seguían allí todas las cosas.

- Juan, bájame - le pidió a su marido - ¿Qué es todo esto?

- La cena romántica que te preparé la semana pasada - A Elisa se le llenaron los ojos de lágrimas y después de muchos años, volvió a sentirse especial.

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2024-11-12

 

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