Estaba exhausta, llena de polvo y escombros. Quería deshacerse de ese viejo y feo vestido a rayas, que en realidad parecía un saco, una lona vieja. Odiaba que la vieran de esa forma, luego de descender de cunas de oro y de tratos de la realeza.
No. Ella no era ninguna sucia y pobre muggle, que podía usar cosas como esa, al antojo de otros. Por supuesto que no. Ella era una mujer de clase, de alcurnia, nadie la doblegaría a terminar a menos que eso.
Se vengaría. Por ella haría correr la sangre hasta rellenar el primer cause de Inglaterra. Y si...y si...
Pero no. No tenía la fuerza para algo así. Necesitaba reponerse primero, darle muestras de vida a su señor. ¿Cómo estaba? ¿Estaría pensando en ella? ¿Estaría entonces, en la grandeza misma o continuaría sumido entre las sombras putrefactas a la que los aurores; los habían sumido? La desgracia misma hecha estupidez. Todos ellos.
¡Todos ellos! Uno a uno iban a caer bajo el yugo de su varita.
No tendría piedad. ¿Por qué habría de tenerla? Piedad. ¿Qué diantres significaba esa palabra?
Ella era la crueldad vuelta verbo.
Y caminó entonces, como si tuviese grabada en su memoria, la dirección. Como si tuviera grabado un mapa, en lo más recóndito de su memoria. Por supuesto que se sabía el camino. Jamás olvidaría algo así. Ardió durante tantos años y meses, que al final de cuentas, solo podía pensar en ello.
Cuando la veía, cuando la sentía. La marca estaba allí, no dejaba de hacérselo ver.
Las enormes rejas de aquel metal tan oxidado como su cuerpo, en cierta forma, se erigían frente a ella. Como indómita resultaba ser su sed de sangre, como indómita resultaba ser su sed de venganza, su odio interno. Nunca nadie sería capaz de derribarle. Nunca nadie sería capaz de derribar aquellas puertas.
Con su varita recién recuperada, probó el primer hechizo. Deliciosa la sensación que generaba, el cosquilleo fluyendo a través de sus venas. La luz, los colores y el sonido. Como un: ¡Boom! Como un estallido.
Las rejas se abrieron sin chistar y el sonido de hojas secas y musgo muerto bajo sus pies, no se hizo esperar. Estaba viva nuevamente y eso le hacía sentir alegría. Corría a través del campo, brincaba con los brazos abiertos y daba vueltas en el camino.
Preparado el mundo; que ella había regresado.
Entró en la mansión, abrió la puerta con la varita. Amaba hacer esas cosas, ahora que podía. Que volvía. Miró dentro. Todo estaba oscuro, aparentemente vacío. Pero no importaba, sentía, presentía que estaba allí.
Y podía estarlo. Al final de todos esos pasillos y corredores mismos, podía estar. Sentado frente al fuego, acariciando a Nagini y esperando su regreso.
Así había sido la última vez que lo había visto.
Corrió a todo lo que sus pies le dieron y sus botas resollaron en el frío suelo de piedra, ya viejo y sucio. Manchas viejas que esperaba fueran la sangre de todos aquellos traidores. De todos aquellos que no comprendían la gloriosa labor de su señor tenebroso.
Su único amo.
Abrió las puertas con un empujón y se maravilló con las luces que expedía la chimenea. Una enorme butaca roja estaba allí. Tenía que ser él, quien le daba la espalda. Tenía que ser él.
Y se detuvo allí, jadeante, pasmada con la emoción. Su corazón negro latía con tal intensidad que estaba segura mataría a cualquier dementor que se interpusiera entre ella y su libertad.
¡Mi señor! se dejó caer de rodillas al suelo, con excesiva fuerza. Sus botas resollaron nuevamente, mientras bajaba la cabeza y observaba el mismo piso que estaba tocando casi con su rostro.
Bellatrix Lestrange. Te estaba esperando.
Pero esa voz no era de su señor. No. Esa voz le pertenecía a alguien a quien conocía muy bien y odiaba. O tal vez...¿no? Tal vez no lo odiaba como creía.
Le tenía asco, pero resultaba ser un buen juguete. Una buena carnada.
¡Severus! reprochó, con un grito y se levantó rápidamente.
Soñaba con el día en que me rendirías pleitesías. Dime, Bellatrix, ¿cómo te ha ido en todos estos años que no nos hemos visto? Veo que has cambiado. Ya no eres tan hermosa como antes, pero aún así, no desmereces.
Frunció el ceño y mostró los dientes. Cualquiera hubiese corrido, huido, al verla. Pero Severus no lo hizo. Severus sonrió con un gesto indolente y comenzó a golpear su palma derecha, con su varita. En señal de diversión, claro.
Veo que las alimañas nunca cambian. Siempre serán eso. Alimañas.
Snape se llevó un delgado dedo a los labios, pidiéndole silencio. Bellatrix pareció mucho más iracunda de lo que él podía clasificar como estándar normal. Sonrió maliciosamente y se inclinó a pocos centímetros del hombre, sus rostros estaban a un palmo de tocarse.
Siempre serás eso, Severus. Una maldita alimaña rastrera que da lástima y a la que todos cuidan por diversión. Para culparte por los errores, para torturarte por los errores que otros cometen. Porque es divertido descargar nuestras frustraciones en carne seca para perros. Como Sirius Black.
No contestó, no. En cambio, se mostró divertido ante la situación. Alzó una de sus manos, lentamente. Rozó sus labios con sus dedos, mientras sostenía su quijada con esa misma mano.
¿Así es como tratas a tu anfitrión? ¿A quien te esperaba? Sí, Bellatrix. Te estuve esperando por horas. Días enteros.
Sonrió, regresando a su posición. Severus resultaba gracioso; cuando quería. Pero no ese momento. Debía estar con su señor. Él tenía que saber que ella estaba viva y dispuesta a servirle. Como siempre había sido.
No tengo tiempo para ti, Severus Snape. Tengo que verlo. Al señor tenebroso.
Pretendía caminar, pero Severus ya se había puesto en pie. La retuvo, rodeándola con sus brazos como si se tratase de viejas pinzas, fundidas contra su fea vestimenta de presidiaria. negó suavemente con la cabeza y sonrió, posándola sobre uno de sus hombros. Bellatrix se quedó allí, sin moverse. ¿Cómo osaba? ¿Cómo se atrevía?
El señor tenebroso me dio órdenes claras y específicas de ser el anfitrión de todo quien entrara y me dio órdenes de que no lo perturbáramos durante su trabajo. Me temo que tendrás que esperar.
Y dígame, señor anfitrión, ¿qué pretende hacer para entretenerme?
No contestaron, tampoco se trataba de tener una oportunidad para hacerlo. Estaba ocupado, mordisqueando uno de los lóbulos de su oreja. Recorriendo cada palmo de aquella piel olvidada, bajo su cabello. Su largo cuello.
Haces muchas preguntas obvias... supongo que tantos días de encarcelamiento, te han provocado deseos de intercambiar opiniones con los demás. Tantos días de confinamiento y de soledad. Pero yo prefiero hacerlo a la antigua.
Pudo pensar en una contesta, rápida, venenosa, pero no tuvo oportunidad para poner en funcionamiento a su cerebro. Ni a su memoria, para que le recordara el uso de las letras en una palabra. En una oración. Una fría mano de Snape, estaba sumergida en aquella tela. No llevaba mayor cosa, puesta. Solo esa asquerosidad. Masajeó el centro de uno de sus senos, se entretuvo con el pezón por un rato y luego, como una explosión, una propagación radioactiva, su mano se abrió y cubrió el resto de su forma. Su cálida piel en contraste con su fría y muerta mano, dio una sensación bastante peculiar. Algo que ya había sentido antes.
El frío viento en su rostro, mientras miraba un cadáver en descomposición. Tan gustoso como eso.
Noto que reflexionas. No me prestas atención. Rodolphus ha de estar incrustado en tu mente. ¿No es así?
Tonto que te has de comparar con él, en un momento así. Estaba pensando precisamente, dónde deberías poner tu mano, si es que quieres complacerme.
Su mano regresó a su posición original, alrededor de su cintura. Se encogió de hombros y esperó pacientemente por su "indicación". Bellatrix se mordió el labio inferior con saña. Se separó con un movimiento brusco y de pronto, se vio encerrado él mismo, en su propio juego. Había sido encerrado en la cárcel y se habían llevado la llave que tenía en su bolsillo. Ella lo había rodeado con sus brazos y sonreía maliciosamente. Sus perlados dientes; ya no existían.
Todo había cambiado.
¿ Y ahora qué? ¿Señor anfitrión?
Severus se manejó para tomar su varita de su bolsillo y apuntar al sillón, tan preciso como pudo. Con una larga sucesión de sonidos ligeramente inquietantes ante el silencio mortal de la mansión, aquel viejo sofá terminó siendo mucho más largo de lo que parecía a simple vista.
Retrocedió sin temor, aunque podía terminar cayéndose dentro de la chimenea. Terminó allí, sobre el sofá. Ella estaba desesperada, sabía que incitarla terminaría siendo aquello que estaba viendo en ese momento. Prácticamente rasgando esa tela sucia y exponiéndose frente a las brillantes llamas del fuego. Sus ojos negros brillaron vivaces, mientras se inclinaba para sentarse y tomar entre sus labios, aquel pezón con el que había estado jugando durante un rato. Las gruesas uñas, las manos de Bellatrix, terminaron por enredarse entre sus grasoso cabellos. Azarosa, emocionada.
Besos de sangre que se esparcían por su vientre estriado, prácticamente reseco. Alzó una de sus piernas, posándola encima de uno de los muslos de su contraparte. No resultaba cómodo, pero Severus se adaptaba a cualquier cosa. Y sus labios, entre sus piernas se perdieron. Aquel húmedo lugar no reconocido aún. No marcado, luego de tantos años. Bellatrix gritó de placer, se afincó dejando una sensación dolorosa sobre su pierna.
Pero no importaba cuánto se acalambrara, delicia era el sentirlo.
No duró mucho tiempo sin desearlo, sin empujarlo de regreso al sofá. Sin rasgar su túnica y arrojarla dentro del fuego, sin romper su camisa y darle el mismo destino. Frotar sus manos en su pálido y delgado pecho, era toda una diversión insana. Sus largas uñas, haciendo surcos, escuchando entonces, los suaves gemidos de su garganta.
E ir más lejos. Límites dentro de un pantalón. No le gustaban los cinturones. Le negaban lo que más le encantaba. Y pasó tiempo allí, posando su lengua una y otra vez sobre la única parte del cuerpo de Severus Snape, que podría conservar.
Adentro, Severus. Ahora. Muy adentro.
No contestó, obedeció a la tarea. La tomó por la cintura y sin mucho afán, la posicionó sobre su cadera. Buscando el lugar perfecto, buscando el roce perfecto.
Como un vaivén. Aprisa. Arriba y abajo, de un lado y al otro. No se detendría una vez que le diera cuerda y tampoco esperaba que lo hiciera. Aprisionó uno de sus senos con su mano, deslizó un dedo por su húmeda intimidad. ¿Qué importaba si era una mujer como Bellatrix? El sexo nunca era malo. Con nadie. O bueno, casi nadie.
Y por esa misma razón; la había estado esperando. Algo bueno le tenía que sacar.
Así fueran gritos, arañazos y sonrisas maquiavélicas. Tener sexo gratis, no tenía rival.
Tener el placer de ser su anfitrión, la primera noche de su regreso...
Tampoco.
Me esperabas y ya llegué - Fanfics de Harry Potter
Estaba exhausta, llena de polvo y escombros. Quería deshacerse de ese viejo y feo vestido a rayas, que en realidad parecía un saco, una lona vieja. Odiaba qu
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2023-02-27

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