Mi amanecer [fanfic Twilight] - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Prefacio

Pum-pum. Pum-pum. Pum-pum.

Los latidos de mi corazón estaban contados. Una a una, las células que loformaban iban quedando petrificadas, detenidas, como un reloj sin pilas o unmóvil sin batería.

Pum-pum. Pum-pum. Pum-pum.

Contaba los segundos, los instantes que me quedaban de vida, pero eraincapaz de contar los que me restaban de existencia.

Pum-pum. Pum-pum. Pum-pum.

El sonido de la vida se extinguía en mi interior, y yo lo permitía. Lopermitía por unos cabellos cobrizos, unos ojos dorados y un amor infinito. Unamor ETERNO.

Capítulo Uno. Comprometida.

- ¿Charlie? - pregunté.

Tras abrir la puerta con un estrepitoso y poco habitual ruido provocado por elentrechocar de las llaves en mi mano, me dirigí hacia la sala de estar, donde mipadre estaba medio ausente mirando un partido de fútbol disputado por dosequipos que se jugaban el descenso.

- ¡Tierra llamando a Charlie! - bromeé, algo poco habitual en mí.
- Houston, tenemos un problema - me contestó con sorna.

Nunca estaba dispuesto a cambiar, siempre con su actitud infantil tan impropiadel jefe de policía, del señor Swan. Mas estaba segura de que poco le quedabaal dócil padre típico americano que pasa de ti mientras ve la tele. Puesto queno había venido sola, sino que Edward esperaba en el umbral de la puerta deentrada. Oí como avanzaba con sus suaves y sutiles pasos, casi imperceptibles,pero yo estaba tan ligada a él que de alguna forma mi subconsciente me contabalo que él hacía a cada momento.

- Papá, Edward ha venido - drásticamente, sus facciones se contrajeron en ungesto serio -. Tiene
tenemos que decirte algo.

Obviamente aquello no había sonado nada bien. Quizás se creyese que me queríaindependizar, o que estaba embarazada, como si aquello fuese posible, o que
oque iba a pedirle mi mano. Y es que eso, exactamente eso, era lo que seproponía.
Charlie echó un fugaz vistazo a mi mano, donde descansaba el anillo deElizabeth Masen y donde estaría para toda la eternidad como prueba del amor quenos profesábamos. Dios mío, lo había visto.

- Dile que pase - dijo por pura cortesía -. Será más sencillo de explicar todosi estáis los dos - puso especial énfasis en la última palabra.

Saludó a Charlie con un grácil movimiento de mano que no fue devuelto, y sesituó a mi lado. Me acomodé a su postura, en perfecta armonía, como dos notasclaves de una partitura, como el punto y la í.

- Quiero que esto sea lo más formal posible, a si que no montes en cólera antesde tiempo Charlie, porque esto estropearía mi tan ensayado discurso - mi padreasintió.

Anonadada por la actitud dura, fría e inhumana de Edward me quedé callada,mirando perpleja a dos de los tres hombres de mi vida. Faltaba Jake. Y yo losabía, y me dolía, dolía mucho. Demasiado. Parpadeé un par de veces para enjugarmelas lágrimas. Gracias a Dios que Edward estaba demasiado tenso como parafijarse en mi expresión y en mis gestos.

- Creo que ya comprendiste, Charlie, que lo nuestro - comenzó Edwardrefiriéndose a nuestra relación - va totalmente en serio - mi padre asintió -.Quizá tu no apruebes al cien por cien este hecho, y prefieras que Bella estécon Jacob - que pronunciase a Jake en su discurso me conmovió sobremanera -pero esto es lo que hay. El amor que profesamos el uno hacia el otro va másallá de las barreras de lo físico, a si que no temas por la vida
por laintegridad física de tu hija. Además, ella es mayor de edad para saber lo quetiene que hacer.

En el amago de un gesto simple pero nervioso, metí la mano en mi bolsillo,donde hallé un chupa chups de fresa. Dispuesta a evadirme de aquel lugar,comencé la prácticamente imposible tarea de quitarle el papelito que envuelveal caramelo. Al ir a morderlo para rasgar el papel, me fijé en que había unvampiro dibujado. ¿Es que todo en mi vida tenía que tener los colmillosafilados?

 

- No quiero dar más rodeos. Creo que ya te hueles lasituación y no he de hacerte esperar más, sea cual sea tu respuesta. Bella y yovamos a formalizar nuestra relación, queremos casarnos - usó indebidamente elplural, puesto que yo seguía reacia a constatar de aquella forma nuestro amor-. Obviamente, lo deseamos hacer por las buenas, con tu permiso, contigo, conReneé y con Phill en la boda, puesto que sois la familia de Bella.
- Esto, papa - les corté -, Edward esta un poco chapado a la antigua, y lo quequiere saber es si le das permiso para casarme conmigo.
Mordisqueé el palo del chupa chups de forma nerviosa, hasta romperlo y quedarmesolo con la bolita y un pequeño cacho en la boca. Me atraganté, como no, yempecé a toser nerviosa. Al unísono, Charlie y Edward se volvieron, mirándomepreocupados.
- No es nada - musité, confundida. Odiaba esa superprotección por parte deambos, como si fuese una niña pequeña.
La tensión era perceptible en el ambiente. Tragué saliva, en un inútil intentopor deshacer el nudo que obstruía mi garganta.
- Sin más rodeos, tan solo quiero
- continuó Edward.
- Queremos - le corregí automáticamente.
- Queremos anunciarte que pronto Bella y yo nos casaremos.
Parecía que el tiempo había decidido detenerse de pronto.
- ¿Cuándo? - preguntó Charlie.
- El mes que viene.
- ¡El mes que viene! - gritó Charlie - Mi pequeña se casa y lo haceapresuradamente
¿Y el vestido? ¿Y el banquete? ¿Quién os casará?
- Papá - le tranquilicé, intentando parecer calmada y fracasando en ello -Estáte tranquilo, todo va bien. Ya tengo vestido, será en la Mansión Cullen
yno sé quien los casará.
- Hija mía, enhorabuena - concluyó mi padre.
Irrumpí en lágrimas de felicidad. ¡Mi padre lo había aceptado! Estaba eufórica,quería saltar, enseñarle el vestido, besar a Edward, llamar a Alice, contárseloa mamá, y todo ello a la vez. Era feliz.

Capítulo 2. Prometida.

Charlie había intentado involucrarse al máximo en todos los preparativosrelativos al próximo enlace. A pesar de mi negativa, insistió en comprarme unestúpido tocado para mi pelo, en mi opinión algo inútil puesto que mi cabello,laceo por naturaleza, no aguantaría ni una diadema durante más de una hora. Erauna especie de tiara con brillantes, parecidos al diamante que me regalóEdward.

Por su parte, Alice estaba histérica. Quedaban tres semanas para la boda y yoaún no había reunido el valor suficiente para enfrentarme a mi madre y contarleque me casaba. "Hola mamá" había ensayado un millón de veces delante del espejo"te llamaba para decirte que en veinte días en vez de Swan me apellidaréCullen". Sonaba tan estúpido que me reía de mi misma al pronunciar en voz altaesas palabras. Mientras tanto, yo me dedicaba a echar de menos el calurosoverano de Phoenix. En Forks, incluso en julio tenías que llevar chaqueta.

Diecinueve días antes de mi boda decidí enfrentarme a mi cobardía y llamar aRenée. 'Deje su mensaje después de oír la señal' me dijo el contestador. Gruñí,y colgué el teléfono sin atender a la nada afable recomendación de lateleoperadora. Al regresar a mi habitación, puse todo mi empeño en encontrar laagenda telefónica donde tenía el número de Phill. Me encontraba rebuscando enel cajón de mi mesilla por enésima vez cuando recordé que la tenía abajo, en elsalón, junto al teléfono. Marqué el número de su móvil con rapidez, ya que mehabía decidido.

- ¿Phill? - pregunté, timidamente. Él y yo no habíamos llegado a congeniar deltodo durante nuestro tiempo de convivencia.

 

- Bella, cariño, soy Renée - la voz de mi madre mesobresaltó al otro lado del auricular.
- ¡Mamá! Necesito hablar contigo.
- Calla hija, calla. Eres una cobarde. Lo sé todo, ¿sabes? - quedé anonadadapor un instante, sin saber que decir. Simplemente, la dejé continuar - Charlieme llamó hace unos días, poco después de decírselo tú.
- Mamá lo siento pero

- Calla - me reprendió - Sabes lo que yo opino a cerca del matrimonio. Sabesque no estoy de acuerdo. Pero sabes que te quiero y que nada en el mundo podráremediar eso, nada, porque eres mi hija, mi hija mayor.
- ¿Mayor?
- Para eso te estaba regañando, para que tú no me regañes. Cariño, vas a tenerun hermano.

Oh, no, fue lo único que caviló mi mente.

- Qué drástica eres mamá - fue mi primera respuesta, el inicio de una gransarta de sandeces - Tienes el tacto de un búfalo en estampida.

Tenía claro que comparar nunca había sido lo mío, pero nunca se me ocurría nadamejor. Continuaba en estado de shock, peor que cuando me enteré de que Edwardera un vampiro, y mira que eso fue un buen golpe para mi moral. Lo que quedabade mi amor propio descendió al subsuelo y se me escapó entre los dedos, porqueya no quería nada más que me atase al mundo, y un hermano era lo único quefaltaba en mi vida.

- Renée, yo, no sé que decir. ¡Tengo dieciocho años! Puedo ser perfectamente sumadre, bueno, no tan perfectamente, pero
¡Dios mío! Me alegro mamá,simplemente me alegro. Por ti, por Phill, y por todo el mundo - concluí,dudosa.
- Hija mía
Mañana a las diez cojo el vuelo a Pórtland. Cariño, te quiero, metengo que ir.

Cortó de inmediato la comunicación y me dejó pegada al auricular, con elhorrible pitido pitándome en los oídos. Ahí, callada, con la boca entreabierta,con las neuronas trabajando, intentando decirme a mi misma que todo aquello eraun sueño.

- Pasaron los días entre preparativos, llamadas de últimahora, arreglos, confecciones, lloros e hiperventilaciones. Dormí mal y conpesadillas sobre consecuencias catastróficas durante los 18 días anteriores, apesar de tener la siempre fiel compañía de Edward que saltaba a mi habitaciónen cuanto detectaba que Charlie estaba dormido. Me abrazaba, con delicadeza yun extremo cuidado, y me susurraba las palabras más bonitas que jamás habíaescuchado al oído. La noche anterior a mi boda, decidí no dormir. Decidí pasartoda la noche mirando a Edward, grabando a fuego sus rasgos en mi memoria parajamás perder ese recuerdo de lo imposible. Llego pronto: Charlie se había ido adormir muy temprano, puesto que no quería estar cansado al día siguiente, yaque se consideraba un perpetuo dormilón y no le parecía políticamente correctoquedarse dormido durante el transcurso de la ceremonia.

Sin muchas celebraciones, me puse el pijama y me atusé el pelo como si esperaraque una fuerza divina terminase con su habitual forma lácea y sin vida. Cepillémis dientes sin ganas y me volví a la habitación. Sobre mi cama, recostado, meesperaba Edward. Estaba tumbado de lado, con la cabeza soportada por el brazo.Llevaba los primeros botones de la camisa blanca desabrochados, lo cual dejabaentrever el torso marmolito e inmaculado, de un blanco infinitamente más puroque el de su ropa.

Me sonreía de forma burlona, divertido por el estúpido camisón que me habíacomprado en una de mis excursiones deportivas al centro comercial de PortAngeles. Era de una tela similar a la seda, con un bordado muy recargado ydemasiado corto para mi. Se ceñía a todas y cada una de las escasas curvas demi cuerpo, haciéndome sentir incómoda y demasiado femenina.

- Me gusta - dijo él con sorna.

Torcí el gesto en un experimento de mueca burlona que aspiraba a ser unasonrisa algo pícara y se quedó en un mohín compungido. Ante semejante torpezagestual, Edward cerró los párpados y sus labios se entreabieron. Suspiró.

- Ideal - comentó en apenas un susurro.
- Tonto - le reproché - Sabes que no me siento bien, me encuentro observada.

Se relamió los labios y no tuve más remedio que soltar una grotesca carcajada.Se levantó con delicadeza y me cogió entre sus brazos suavemente. Recorrí sucuello con mis labios, dejándome llevar por aquello que dictaba mi instinto yno la lógica que me decía que al mínimo descuido me podía hacer pedazos. Él, envez de apartarme, hundió sus dedos entre los mechones mi pelo y me acercó máshacia sí, casi con urgencia. Comencé a desabrocharle los botones de la camisa,aún sorprendida de que él no me parase. Desde nuestro compromiso se habíansucedido nueve intentos fallidos de aquello que él me había prometido, y estabasorprendida porque no tuviese lugar el décimo aquella noche. Le deseaba conavidez, como una droga. Era la cúspide de toda mi ambición, ahí, de rodillas enmi cama, con el torso al descubierto y el pelo alborotado. Di un respingo, yEdward como toda respuesta comenzó a levantarme la camisola.

- Tiene botones - jadeé.

Estaba declarando mi habitual torpeza, haciendo gala de mi don para fastidiarhasta los momentos más especiales.

- Esta noche, no - me respondió.
- ¿Cuándo entonces?
- Mañana, Bella, mañana - contestó con la musicalidad del padre que explicaalgo a su hijo.

Me crucé de brazos y le di la espalda. Me abrazó y me besó en el cuello.

- Pero esto si que puede ser hoy - el rumor de su voz llegó hasta mi oído.

 

 

No le respondí alegando que meencontraba demasiado ocupada intentando recordar como se respiraba. Me estiréel bajo del camisón hasta que llegaba a la rodilla y me metí debajo de lassábanas a pesar de que la humedad del aire me produjese un calor nada habitualpara la península de Olympic. Estaba a la vez nerviosa y enfurecida conmigomisma. Me tapé hasta la cabeza con las mantas y apreté los parpados hasta queme dolieron. Me intentó rodear con el brazo y le aparté de un manotazo con elcual se me estremecieron los dedos: seguro que había conseguido más de un moradopor aquel punzante dolor que tenía en los nudillos.

- Eres tonto - le insulté y me dormí.

Capítulo3. Fugaz.
- Alice, afloja - me remití a decir.

Alice, Rose y Esme, en compañía de mi madre, se dedicaban a vestirme, como unamuñequita. Me sentía, una vez más, estúpida. Estúpida por tener dieciocho añosy una boda en pocas horas. Estúpida por creer que era estúpida. Estúpida poramar de tal manera que hice lo que menos esperaba en la vida. Estúpida porqueEdward no me podía ver así. Reneé no paraba de suspirar, gimotear y enjugarselas lágrimas. Alegó su estado a que "No podía creer que su pequeña se fuese acasar" pero yo sabía que era de la emoción.

- Alice, afloja - repetí.
- ¿Por?
- Me aprieta. Me aprieta mucho.
- Lo siento
- soltó el cordel que ajustaba el vestido a mi figura.

Por fin podía respirar. Me dirigí hacia la ventana y la abrí de par en par, enbusca de un soplo de brisa que me aclarase las ideas. No llegaba a estarmareada, pero si un poco confusa, obnubilada. Una vez tomado el aire me atuséel vestido y me removí para ver si algún cierre estaba suelto. Nada.

- Ahora vamos a peinarte - anunció con una sonrisa Rosalie.

Hice un mohín y encogí los hombros. Era a penas las once de la mañana yllevaban así desde las seis que me despertaron. Bostecé, abriendo la boca a másno poder. Quise echar una cabezada mientas Esme y Rosalie discutían si meharían un recogido o dejarían el pelo suelto, si lo adornarían con flores, unlazo o una tiara.

- Tiara - dijo Reneé.
- Flores, naturales y frescas - argumentó Esme.
- Dejar de discutir. Bella, no te preocupes, llevarás una tiara - Alice zanjóla discusión, dejando a Reneé un poco confusa de la seguridad de sus palabras -Es que te compré una.

Sacó de una bolsa muy elegante una caja de terciopelo de imitación roja. Me latendió para que la abriese, y la cogí con sumo cuidado: debía haber costado unafortuna. Contenía una preciosa tiara de oro blanco con cristales de Swaroskysemitransparentes, parecidos a diamantes, que reflejaban miles de colores alser expuestos a la luz.

- Es preciosa - dije agradecida, aunque la expresión de mi cara lo indicabaperfectamente - Muchas gracias.
- Oh, no, da las gracias a Carlisle, el dinero era suyo, y la intencióntambién.
- ¡Gracias Carlisle! - grité.

Los hombres se encontraban en el piso inferior, yendo de un lado a otro de lacasa. Suertudos, pensé. Claro, ellos no sentían ni padecían. No tenían sueño nihambre ni estaban hartos de que les pusiesen cachivaches y potinguesindeterminados para embellecer a las personas puesto que eran perfectos.Excluyendo a Charlie, por supuesto. Se había comido los desayunos de Emmett,Carlisle, Jasper y Edward sin rechistar. Los nervios, suponía él.

 

Capítulo 4. Inconteniblemente insoportable.

Nos encontrábamos junto a la carretera, ella sin inmutarse,yo, con un tic nervioso en la pierna izquierda, con el ceño fruncido de talforma que me empezaba a doler y rechinando los dientes.

- ¿Estás nerviosa? - Alice se rió de mí casi con esecomentario.

- Sabes perfectamente como me encuentro
Sabes que mebota el corazón como si estuviese haciendo escalada, o puenting, o cualquierlocura de esas.

- Mmm, el puenting es divertido
Hace que agradezcashaber sido convertida en vampiro. Y la caída no duele nada de nada.

- Oh, Alice
- suspiré.

Inconteniblemente insoportable. Apunto de comenzar el convite - más y más puro atrezzo de Alice, ganas de reírsede mis amigos humanos - y Edward no aparecía. Alice reía cada vez que yopreguntaba por él, pero la cosa tenía poca, muy poca gracia.

- Al, dime ya que está pasando o pediré el divorcio.

- Mmm
espera
cinco
cuatro
tres
dos
uno
ya. Bueno,Bella, cariño, mira y aprende.

Un coche negro, precioso,apareció delante de mí. Reí. No pude más que reír de imaginarme a mí montada enesa monada.

- Esposa
- la voz de Edward destilaba sorna al llamarmede aquella forma - Aquí tienes un Mini

- ¿Un mini? Sabes que yo no bebo.

- Niña tonta. El Mini es el coche. Para ti, para toda laeternidad
O hasta que te lo cargues en la primera curva.

Era pequeño, compacto. Como micerebro. No pude evitar lanzar un resoplido al aire - era asqueroso como meinfravaloraban los Cullen. Apareció Emmett del asiento delantero y me preguntesi realmente cabía en un coche así su cuerpo.

- Bueno, Bells, solo hay un problema
El asientodelantero es demasiado pequeño para vosotros dos - rió.

Intente alcanzarle para darle unatorta, pero, como siempre, se me escapó.

- Algún día te las devolveré todas de un solo golpe -sentencié.

Hizocomo si temblase, en un alarde de grandeza. Edward le cogió por el brazo y selo dobló para atrás, cosa que hubiesepartido un brazo humano en cero coma segundos. Vi como le susurraba algo aloído antes de prorrumpir en una sonora carcajada que me resultó demasiadomosqueante. Cosas de hermanos, supuse yo, tonta de mí.

Alice me rodeó con su cortobrazo, mostrándome todo su afecto y apoyo en la materia en cuestión que quebrabamis neuronas.

- ¿Lo probamos? - dijo, ladeando la cabeza en dirección ami coche.

- Por qué no
¡Pero conduces tú! - alegué - Tan solo depensar en que me puedo estrellar con esa preciosidad me pone mala.

- Guau, cada día pareces más
Cullen. La pasión por loscoches viene con el apellido.

- Hermanita, soy una Cullen.

No pude evitar una carcajada anteel comentario que acababa de realizar. Sí, erauna Cullen pero no me sentía como tal, no sentía su grandeza, su fiereza, susportes majestuosos, sus risas cantarinas, sus ojos acaramelados, su piel marmóreani sus ojeras marcadas. De pronto, la tez de Alice se contrajo en una mueca untanto desagradable. Inmediatamente después se recompuso y me miró divertida.

 

- Bells, os lo pasaréis bien.

- ¡Habrás sido capaz
! - podía intuir que había visto Alice hace escasos momentos, unfuturo inmediato.

Montamos en el coche, ella era micopiloto y no había ninguno más eficaz, quizá, excepto Edward. A penasarranqué, el coche hizo un ruido más que raro y se caló.

- Mierda - farfullé.

Alice me dirigió una cálidasonrisa seguida de una risa cantarina. Entonces, llegó Edward, me tomó enbrazos y me llevó a su coche.

- Por esta vez no te dejaré conducir -me dijo.

Tomó el primer desvío a Seattle.Y, entonces, comenzó a parlotear.

- ¿Estás nervioso? - me extrañé.

- Estoy
- no supo encontrar palabra que describiese suestado de ánimo.

Tampoco yo sabía definir como meencontraba psicológicamente en ese momento. ¿Pletórica? Sí, probablemente. Comencéa mirar el paisaje por la ventana y me di cuenta de que el verde ya no era unproblema. Todo dependía del cristal a través del que mirases, y el de miprecioso nuevo coche era perfecto. No pude evitar deslizar mi mano hastaEdward. La apoyé en su muslo, sintiendo de nuevo esa electricidad que nos unía,un chisporroteo que me hacía estremecer de arriba abajo. Él quitó la manoderecha del volante para acariciarme la cara. Otra vez mi piel echaba chispas.

- ¿Dónde vamos, Edward? - no pude evitar preguntarlo.

- Al aeropuerto - se sumió en un profundo silencio.

- Eso lo suponía. ¿Dónde vamos después de ir alaeropuerto? - Alice lo sabía. Maldije por lo bajo.

- A montarnos en avión - comenzó a reir - Pero antes
Bueno, supongo que tienes que comer algo, puesto que nuestro banquete de bodasse está celebrando sin nosotros. Tranquila - me instó cuando vio que me habíaquedado lívida - todos los invitados lo saben. Teóricamente es para que noperdamos el avión pero
Bah, supongo que para lo que te queda de humanidad unpoco de comida basura no le hará mucho más mal a tu estómago.

Giró el volante y antes de que yo mepudiese dar cuenta estabamos en un autoservicio para coches de un McDonaldsperdido en la carretera. Me pidió una ensalada grande y una caja de patatasfritas. Para disimular, el pidió una Coca-Cola. El post-adolescente de laventanilla, un muchacho enjuto con la cara plagada de acné, se me quedó mirandocomo si nunca hubiese visto un vestido de novia. Bueno, vale, lo admito,resultaba más que extraño una pareja de recién casados con los trajes nupcialesen la ventanilla para coches de un restaurante de comida rápida, pero tampocoera para poner esa cara de incredulidad.

Me fijé en que Edward había tensado almáximo la mandíbula. Cogió con rapidez el paquete que le entregaba, pagó ysusurró un quédate con las vueltas. Se montó en el coche fugaz y aceleró.

- No te puedes imaginar lo que ese depravado acaba depensar - dijo con tono apesadumbrado y aún así no pudo evitar lanzar unahermosa carcajada al aire con su voz tintineante.

- Me lo puedo imaginar perfectamente - me aclaré la voz.Tenía que sonar sugerente - porque debe ser algo parecido a lo que pienso yocada vez que te veo.

- Bella
- se olió al instante. Es que yo era malísimaseduciendo.

No importaba. Estábamos casados y él lo habíaprometido.

- No seas impaciente - dejó crecer el pequeño hálito deesperanza que guardaba todavía dentro.

- Soy muy paciente, Edward, cariño mío - me quería explicar - y mío quiero que seas siempre. ¡Tengodiecisiete años y las hormonas en pleno apogeo! ¿Qué quieres que haga?

- Serenarte. Ten más paciencia. Yo tengo más de un sigloy las hormonas en igual revolución, aunque no lo creas. Pero un siglo deexperiencia me ayuda a mantener la calma - volvió a reírse.

- ¿Qué calma puedo mantener cuando te ríes así? - ahorafui yo la que comenzó a reír.

- Bella, tengo que conducir - me mintió. Podría haberconducido mientras resolvía un cubo de Rubik. Estaba segura.

Hicimos las paces sellando nuestroslabios en un beso anhelante. Nos disponíamos a pasar la eternidad juntos. Y,para mí, nada más importaba.

FIN

Espero que os haya gustado. La historia acaba aquí. A partir de entonces Bella y Edward llevan una vida feliz de vampiros sin ninguna complicación: sin Reneesmes, Volturis, ni cuentos chinos.

Mi amanecer [fanfic Twilight] - Fanfics de Harry Potter

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Los latidos de mi corazón estaban contados. Una a una, las células que loformaban iban quedando petrificadas, detenidas, como un reloj sin pilas o unmóvil s

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2024-10-12

 

Mi amanecer [fanfic Twilight] - Fanfics de Harry Potter
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