Monotonía - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

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MONOTONÍA



El día estaba irónicamente soleado. Se escuchaban las risas de niños jugando y las voces de sus madres acompañándolos. Sin embargo, en las oficinas del Departamento de Aurores del Ministerio de Magia de Inglaterra, un hombre de unos treinta y seis años de edad parecía ignorar la alegre atmósfera que se desataba más allá de las cuatro paredes de la habitación en la que estaba. Revisaba unos documentos, concentrado, ajustando sus gafas ópticas de vez en cuando. Gafas que, por cierto, escondían unos bellos y peculiares ojos color esmeralda. La pluma rasgando los pergaminos, corrigiendo documentos, producía un ruidito que hubiese molestado a cualquier persona. Pero a él no le molestaba. Parecía estar tan concentrado en lo suyo que ni siquiera se percató cuando una persona entró a la oficina para buscar unos documentos.

Harry Potter había cambiado. Era obvio, pues ya no era un chiquillo luchando contra Voldemort, eso ya había quedado atrás. Los años en los que se divertía junto a sus amigos, junto a sus hijos y a su esposa ya se habían acabado. El señor Potter era, en esos momentos de su vida, el Jefe de la Oficina de Aurores del Ministerio, y en su mundo no cabía nada más que el trabajo, las comidas rutinarias y unas seis o cinco horas de sueño por día. Parecía haber olvidado a su esposa, a sus hijos y a sus amigos. Seguía siendo la misma persona físicamente, pero, por dentro, había cambiado completamente.

-¿A qué hora te irás mañana, Harry? - preguntó una alegre voz masculina, entrando a la oficina.- Mañana es Noche Buena.

-Estoy ocupado - masculló el moreno, sin levantar la vista de aquellos documentos.

Ron Weasley lo miró preocupado. Su amigo ya no era el mismo, y todos se habían percatado de ello.

-¿Sabes? - comenzó el pelirrojo, cautelosamente, acercándose a la ventana que se ubicaba justo detrás del escritorio del señor Potter.- Mi esposa quiere hablar contigo, porque cree que ya no eres el mismo de siempre. Mi hermana parece ser otra persona desde que te enfrascas más en este trabajo. Ginny está muy deprimida, Harry. Dice que hace días que no habla contigo, ¡y viven en la misma casa!. ¿Qué está sucediendo? Sabes que puedes contar conmigo para decirme lo que quieras y


-Ron, estoy ocupado - repitió Harry, enojado. Alzó la vista y se volteó a ver a su amigo. En su rostro se veían reflejadas claramente aquellas miles de horas extras que ejercía semana a semana en su trabajo, sin motivos de fuerza mayor. No necesitaba tanto dinero, y, a decir verdad, aquella Oficina del Ministerio ya no tenía tanto trabajo como solía tenerlo cuando él había comenzado a trabajar allí.

-Siempre estás ocupado
¿No te das cuenta de que estás dejando de lado tu vida? ¡No necesitas hacer eso!

-Tú no sabes lo que necesito


-Sí lo sé, Harry
Te conozco bien, incluso me atrevería a decir que te conozco mejor que tú mismo


-No digas mentiras. No me conoces tan bien como crees.

El señor Ron Weasley se quedó de pie, junto a la ventana, observando al hombre que tenía enfrente. Esbozó una sonrisa un tanto nostálgica y se dirigió a la puerta. Harry lo siguió con la mirada.

-¿Sabes qué? Tienes razón. - dijo Ron, deteniéndose en el umbral de la puerta. Se volteó a mirar al ojiverde y agregó:- No te conozco, no a ti. Tú no eres el Harry con el que se casó mi hermana, Potter. Eres idéntico a él, pero no eres él.

Y, sin decir una palabra más, desapareció. El hombre de anteojos contempló el lugar por el que se había desvanecido su amigo, cerró la puerta con su varita y, luego de unos segundos, volvió a lo suyo.

Era cierto: ese hombre detrás del escritorio no era Harry. Y él mismo se había percatado de aquello. Sabía perfectamente que su forma de ser no era la misma, que se había convertido en un hombre frío y gruñón. Ya no trataba con amabilidad a las personas, y ni siquiera compartía con sus hijos. Ginny se lo recordaba cada vez que tenía oportunidad, pero él prefería ignorar sus palabras. No sabía con exactitud cómo salir de aquél agujero negro en el que se había metido voluntariamente. Necesitaba ayuda, pero no estaba dispuesto a pedirla: su orgullo iba primero, antes que todo.

Se puso de pie, una vez que acabó de aprobar los documentos. Contempló a los niños que aún jugaban afuera, bajo la nieve
¿Qué estarían haciendo en esos momentos Lily, James y Albus?









-¿Papá estará mañana con nosotros, mami? - preguntó Lily a su pelirroja madre, sentada en el living de su casa.

Ginny suspiró. Contempló una pequeña fotografía - ubicada en una mesita a su lado- en la que ella y su esposo, Harry, saludaban alegres a la cámara. En esa imagen, ella estaba embarazada de su primer hijo, James, y ambos parecían más felices que nunca.

-¿Mami? - llamó la pequeña, preocupada, buscando la mirada de su mamá-

-Supongo que sí, Lily - respondió la pelirroja- Papá ha trabajado mucho durante estos días, y supongo que mañana vendrá a cenar con nosotros.

-¿James y Albus también vendrán?

-Sí - sonrió Ginny- Pero vienen solo por dos días, hija. Quieren pasar más tiempo en el castillo.

-Pensé que Albus querría llegar acá cuanto antes
- iniqurió la muchacha, pensativa.-

La mujer rió. Su hija la imitó y, segundos después, se bajó del sillón en el que se encontraba y subió al segundo piso de la casa. La pelirroja se quedó sola en el mismo lugar, una vez más
Llevó una mano al pecho, y se encontró con un relicario que le había regalado su marido en su quinto aniversario de bodas.

Para que lo nuestro nunca acabe - le había dicho en aquel mágico momento, para luego sellar todo con un tierno beso.

¿Acabar? ¿A qué se refería con eso? Su matrimonio ya no parecía tal cosa
Y ella quería recuperarlo, pero no sabía cómo. Recordó los momentos vividos, aquellos lindos momentos en los que Harry la había hecho sentir afortunada de tenerlo a su lado.
Cerró los ojos, suspirando. Apoyó su cabeza en el sofá y, sin quererlo, se quedó dormida. Probablemente, en menos de media hora sería despertada por su hija.





Harry continuaba observando a través de la ventana, a pesar de que el sol ya se estaba ocultando. Los niños jugando con la nieve ya se habían ido, y poca gente deambulaba por las calles de la ciudad. Miró su reloj de pulsera y suspiró: ya era hora de volver a casa. Se volteó, tomó su maletín y, en el preciso momento en que se disponía a salir de la oficina, recordó que debía tener un informe listo para el día siguiente
y no lo había hecho.

Volvió a sentarse detrás del escritorio y tomó un gran archivador. Comenzó a realizar su informe, olvidándose una vez más del mundo. Olvidó a su mujer, a sus hijos
se olvidó del tiempo. Entre palabras y firmas, el hombre de anteojos redondos se percató de que su vida se había vuelto total y completamente monótona: despertaba, desayunaba sin decir una palabra, iba al trabajo y, muy entrada la noche, volvía a casa. No hablaba con su mujer ni con su hija; tampoco enviaba cartas a sus hijos en Hogwarts
No tenía demasiado contacto con sus amigos, a pesar de que ellos hacían lo posible para entablar una conversación decente con él
Y, además, parecía haberse olvidado de que él era el padrino de Ted Lupin, el hijo de su antiguo profesor - Remus Lupin- y Nymphadora Tonks
¿En qué clase de persona se había convertido? Detuvo su labor y miró el vacío durante unos segundos, que parecieron ser eternos. Suspiró, ajustó sus gafas y volvió a lo suyo. Anocheció, pero el hombre jamás miró su reloj de pulsera. Su informe estaba resultando más difícil de lo que había pensado, y, al terminarlo y sin haberlo planeado, se durmió encima de todos aquellos importantes papeles.


El señor Potter despertó cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe. A través de ella entró un hombre alto, calvo y de piel morena. Sus negros ojos miraban con compasión al hombre de treinta y tantos años que tenía frente a él.

-¿Dormiste acá, Harry? - preguntó Kingsley Shacklebolt, con una voz grave y pausada.-

El aludido se incorporó de golpe, desordenando así algunos de sus papeles. Ajustó sus gafas, pasó una mano por su desordenado cabello azabache y, luego de aclarar su garganta, dijo:

-Sí, sí. Debía terminar un informe y
me he quedado dormido.

-No estás bien, Harry - dijo el Ministro de Magia, sentándose frente al ojiverde.- Hace días que pasas más horas de lo normal acá


-No es la primera persona que me ha dicho eso, sr. Shacklebolt - dijo Harry, ordenando sus documentos.- Pero necesito hacer horas extras, ¿sabe?

-No lo necesitas, Potter. Y estás consciente de eso. ¿Por qué no quieres entender que hay personas que te necesitan?

-Porque no me necesitan. Mis hijos tienen a Ginny, mis amigos se tienen los unos a los otros y mi ahijado tiene a su novia.

El hombre moreno se puso de pie y, sin mirar atrás, se fue de la oficina.







Ginny Weasley miró el reloj de su habitación y suspiró. Eran las nueve de la mañana, y Harry no había aparecido. Probablemente se había quedado terminando algún informe en la oficina, o había tenido alguna emergencia. Rogó porque esa noche el ojiverde se dignara a estar junto a su familia


La pelirroja se levantó y se vistió. Despertó a su hija y, una hora más tarde, ambas estaban en la estación King’s Cross para buscar a James y a Albus. Se preguntaba cómo diría a sus hijo que su padre ya no pasaba demasiado tiempo con ella, cómo explicaría que quizás Harry no estaría con ellos aquella Navidad
¿Cómo
? Tal vez, era mejor no mencionar a su padre hasta que ellos se dieran cuenta de que él no estaba.

-Mami, ¿estás bien? - preguntó Lily, jalando del chaleco de su madre-

-Sí, sí
Mira, allí vienen tus hermanos. ¡Vamos!

La señora Potter corrió a abrazar a sus hijos. El mayor, James, trataba de librarse de los cariñosos abrazos y besos que su madre le brindaba, mientras que Albus sólo se dejaba querer. Ginny trató de replantearse la idea de callar la constante ausencia de Harry, y, definitivamente, se convenció de que era mejor guardar silencio.





Tal vez Kingsley Shacklebolt tenía razón. Tal vez sí había personas que lo necesitaban, como su esposa, sus hijos e, incluso, sus amigos y su ahijado... No, no, el Ministro de Magia no tenía razón. Nadie lo necesitaba, y él debía continuar trabajando


-Hoy es Noche Buena
-recordó Harry, en la tarde- He comprado obsequios a mis hijos y a mi esposa en un pequeño tiempo libre, pero hoy no podré estar con ellos.

-¿Se puede? - se escuchó una suave voz, acompañada de tres golpecitos en la puerta de la Oficina del Jefe del Departamento de Aurores-

-Pasa, Hermione - dijo el moreno, sin apartar la mirada de unos malditos papeles. No había necesidad de alzar la vista para saber que la dueña de aquella suave pero firme voz era, sin duda alguna, Hermione Granger.

La mujer de cabello castaño y esbelta figura entró a la oficina y se sentó frente a Harry, al igual que Shacklebolt había hecho aquella mañana. Observó a su amigo durante unos segundos y, con suavidad, apartó los documentos que el moreno estaba revisando.

-¿Qué haces
? - balbuceó el hombre, levantando levemente los brazos del escritorio-

-Trato de llamar tu atención. - dijo ella, suspirando-

-Bien, bien, te escucho. - Harry se cruzó de brazos y se acomodó en su silla. Miró a Hermione con expectación.

-Son las cinco de la tarde, ¿verdad? - comenzó la castaña, consultando su reloj de pulsera. El señor Potter asintió.- Sé que
mucha gente te ha dicho esto, pero


-Si me dirás que no necesito trabajar horas extras y que hay gente que me necesita, de antemano te agradezco pero, sinceramente, no quiero oírlo una vez más.

-No te diré eso, Harry, aunque es cierto. Sé que Ron vino a hablar contigo, pero él no tiene demasiado tacto para tratar a la gente, y lo sabes. Shacklebolt también vino y, aunque él también te conoce, no ha estado contigo en todo momento.

-¿A qué te refieres?

-Es imposible que hagas caso a palabras de personas que no te conocen o que no se esfuerzan por llegar realmente a ti. Como dije, Ron no tiene demasiado tacto y, aunque en un principio no venía a hacer vida social contigo, su visita de ayer resultó ser algo parecido y, debo decirlo, fue un desastre.

-Sí, sí, Ron vino a hablar conmigo y acabó diciéndome que éste que ves acá no era yo, pero
¿a dónde quieres llegar?

-Bien, trataré de hacerlo más gráfico. - Hermione se aclaró la garganta, y, mirando fijamente los ojos de Harry, dijo:- ¿Recuerdas cuando en primer año no querías la piedra para beneficio propio, sino para salvar al colegio? ¿Recuerdas cuando en sexto año preferías pasar tiempo con Ginny a estudiar?... Es obvio que, con el tiempo, hay que cambiar, Harry. Pero creo que tú has cambiado demasiado. No tienes necesidad de estar encerado en una oficina, lejos del mundo. ¡Ni siquiera ves a tu esposa, por Merlín!... No te estoy diciendo que vuelvas a ser un niño de once años... sólo te pido que... recuerdes aquellos tiempos en los que veías más allá de cuatro paredes. Sé que el Harry del que Ginny se enamoró sigue por ahí, en algún rincón de ti.

Harry guardó silencio. Tragó saliva, preocupado, como si le hubiesen lanzado un balde de agua fría sobre la cabeza. No supo por qué pero, de todas las cosas que le habían dicho sobre su comportamiento, las palabras de su amiga parecían tener más sentido que todas las otras juntas.

-Sé que Harry Potter, nuestro amigo, nuestro héroe, sigue allí. - Se acercó a Harry y le apartó el cabello de la frente, para poder observar su cicatriz- Sé que, en el fondo, sigues siendo aquél muchacho de la extraña cicatriz con forma de rayo. ¿Por qué? Porque tu esencia nunca se pierde, Harry. Por más que lo intentes sin motivos. No necesitas el dinero, no necesitas esta pérdida de tiempo. Ve y recuérdale a tu esposa por qué te casaste con ella y no con otra más; anda y juega con tus hijos.

El hombre sonrió. Se puso de pie y se acercó a su castaña amiga.

-Gracias
-susurró- No sé por qué, pero
siempre has sido mi voz de la razón.

-No lo soy, Harry - dijo ella, sonriendo- Simplemente te digo las cosas como son. ¿Sabes? Hoy es un día perfecto para ir a hablar con Ginny. Noche Buena. Tus hijos estarán felices de verte, y la señora Potter será la mujer más afortunada al tenerte una vez más junto a ella.

Lindas palabras, ¿dónde había aprendido ella todo eso? No importaba, porque simplemente tenía razón. Abrazó a Hermione y, sin preocuparse por sus documentos, salió de la oficina junto a ella. Estaba dispuesto a recuperar el tiempo perdido.





Alguien llamó a la puerta mientras James, Lily y Albus se sentaban a cenar. Ginny consultó su reloj: las siete de la tarde.

-¿Harry? - preguntó la pelirroja, atónita, al abrir la puerta y encontrarse con la figura de su marido.

Los pequeños corrieron hacia su padre, eufóricos. Lo abrazaban y besaban, como si no lo hubiesen visto durante años.

-Perdóname, Ginny - dijo el hombre, entrando a la casa. Su esposa cerró la puerta, confundida.- Perdóname por todo este tiempo en el que no he estado acá, contigo, con los niños.

Ginny lo observó. ¿Realmente merecía su perdón?

-Prometo que no volveré a llegar a casa después de las siete, y que no trabajaré horas extras
Perdóname, por favor.

La mujer sonrió. Abrazó a su esposo, uniéndose al abrazo colectivo entre ella, Harry y sus hijos. Parecía un perfecto cuadro navideño: la familia reunida precisamente para la cena de Noche Buena. Sin embargo, la familia Potter-Weasley estaría reunida durante esa cena, y la siguiente, y la siguiente
Y por todas las navidades que quedasen por disfrutar juntos. Porque Harry lo había comprendido: lo más importante, sin lugar a dudas, era la familia.

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MONOTONÍAEl día estaba irónicamente soleado. Se escuchaban las risas de niños jugando y las voces de sus madres acompañándolos. Sin embargo, en las ofici

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2024-10-06

 

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