Misvacaciones casi llegaban a su fin. Sólo me quedaba una semana, en la queplaneaba ir al campo a visitar a una antigua amiga. Le caería de sorpresa. Sipor algún motivo no podía quedarme... Iría hasta la ciudad más próxima, que seencontraba sólo a 94 kilómetrosde allí. Comencé a preparar los dos bolsos, guardando todo lo que estabadesparramado en la habitación del hotel en el que estaba alojada desde hacíatres semanas, cuidando no olvidarme nada.
Luego dedos horas, ya había terminado, dejando sólo lo suficiente para el resto deldía. Tomé el mapa, y me concentré en memorizar el camino más corto para llegaral campo. Aburrida y sin nada más que hacer, llamé al servicio de habitación ypedí que me trajeran algo de comida y bebida fresca, para pasar la tarde. Eldía estaba nublado, así que cerré el ventanal que daba al amplio balcón.Encendí la televisión y me recosté en la cama, sin la intención de dormirmeaún. Luego de unos minutos, mis párpados se cerraban inevitablemente, pero nollegué a dormirme por completo porque golpearon a la puerta. Fui a abrir, y elmozo me entregó la tarta de verduras y la limonada que había ordenado. Le di supropina y me dio las buenas tardes. Volví a la cama, le di un bocado a mi tartay busqué alguna película en la pantalla. Encontré una con Robert de Niro que yahabía visto trillones de veces, pero no me importó. Me dediqué más a la comidaque tenía en frente. A los veinte minutos, ya estaba satisfecha, dejé losrestos del pedido en la mesa de al lado, y fijé la vista en la pantalla,adivinando cada escena de la película. Sentí que me costaba mantener los ojosabiertos, y mi cuerpo se relajaba más y más...
Despertécon los rayos de sol pegándome en el rostro, había olvidado correr las cortinas.Sin desgano me levanté y me preparé para viajar. En unas horas vería a miamiga.
Una horamás tarde ya estaba dentro de mi auto, con el equipaje en el baúl y todo listopara partir. El viaje me llevaría cuatro horas, quizá un poco más.
Pasó unahora de viaje... Prendí la radio y puse algo de música...
Pasó unaaburrida hora más... Dentro de unos minutos llegaría a la estación de servicio,necesitaba combustible.
Al llegar y estacionar, bajé y fui a comprar algo en elminibar, no tenía intención de detenerme en el viaje por segunda vez, y mástarde tendría hambre.
Al volvery ver que mi auto ya estaba cargado, le pagué a un muchacho del lugar, y aldarme la vuelta, me encontré con un hombre parado justo detrás de mí,observándome detenidamente. Confundida y algo distraída, le pregunté:
-Disculpa,¿necesitas algo?- pero algo captó mi atención. Todo en él me paralizó. Observésu vestimenta. Llevaba un traje de gala, blanco y al parecer de seda. Loszapatos impecables eran de cuero blanco. Su cabello era rubio platino, y estabapeinado hacia atrás. Su rostro rosado y puro, era hermoso y joven. No debíallegar a los 25 años. De repente choqué con sus ojos grises, casi pude ver através de ellos, parecían traslúcidos.
Élobservó a su alrededor, yo lo imité. En la estación, todos se habían ido, y losencargados estaban dentro del minibar, ya que no había nadie más a quienatender.
-¿A dóndete diriges?- me preguntó con voz persuasiva.
Sin salirpor completo de mi sorpresa, le respondí casi sin saber lo que hacía:
-Al campoSummer.
-Nopuedes.- respondió simplemente.
-¿Quédices? ¿Por qué?
-Hoycortaron el camino por un accidente.
-¿Cómo losabes?
Entonces,desde el bolsillo interior de su saco, desdobló un diario y me lo ofreció.
-Leela página 12.
Hice loque me dijo, y a los minutos comenté: -Ah, estupendo. Tendré que tomar elcamino largo.
Él negócon la cabeza.
-No esrecomendable. Suelen ocurrir muchos accidentes allí.
-¿Y porqué me ocurrirían a mí?- le pregunté, perdiendo la paciencia. ¿Quién se creía él?Que tuviera traje no significaba nada...
-¿Y porqué no?- me replicó. Su pregunta me dejó muda por unos instantes. Era cierto.
-Debo irde todas formas. Gracias por tu... -¿Qué debía decir? ¿Recomendación opreocupación? -recomendación.- terminé, dudosa. -Adiós. Blog para amantes del chocolate
Él memiró a los ojos profundamente, y yo sentí la necesidad de desviar la mirada.Desconcertada, me subí al auto y lo puse en marcha. No tenía más opción quetomar el camino largo, y eso hice. Tenía por delante unas largas cuatro horasde viaje.
Transcurrierondos horas menos aburridas que las primeras, quizás porque no podía dejar de pensaren el extraño joven de aquella estación. Conocerlo había sido... No podíaexplicarlo. Sus ojos grises aparecían ante mí cada segundo, como si estuvierangrabados en cada rincón de mi mente. Veía sus ojos, y no podía ver otra cosa. Éseera el problema. No veía lo que tenía frente a mí. Pero sí oía. Oía gritos.Miles y miles de gritos a mi alrededor. Me asusté, no entendía por quégritaban. Si esos ojos grises no producían temor. Quizá intimidaban un pocopero no era para tanto.
Derepente, entendí que él no estaba frente a mí, que no estaba viendo sus ojosen realidad. Comprendí que estabarecordando. Entonces supe el por qué de los gritos. Ése era mi fin. Mi vidaterminaría en menos de tres minutos. ¡Había perdido el control del auto! ¡Habíaconducido derecho, sin mirar a ningún lado! ¡Y ahora no podía girar en la curvaque estaba a pocos metros míos! Me había desviado de la ruta, e iba endirección a un río contaminado... Moriría... Por esa razón las personas deotros vehículos gritaban... Iban a presenciar mi muerte... Cerré los ojos confuerza y pensé en algo que me gustara, lo primero que se me viniera a la mente.Los ojos grises aparecieron ante mí. Me concentré en ese recuerdo, a la vez quecontaba los últimos segundos de mi vida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis,siete, ocho... Oí un estruendoso ruido de salpicadura... Esperé a que el aguacontaminada me mojara... Pero pasaron diez segundos y yo me sentía seca. Aún nome animaba a abrir los ojos. ¿Estaría muerta, ya? ¿Así de rápido?
-Abre losojos, Melany, abre los ojos...- me susurró una voz al oído.
-Noquiero...- susurré con voz temblorosa.
-Hazlo...-me ordenó la voz, y entonces la reconocí. ¡Era la voz de él! Abrí los ojosbruscamente y la luz me encegueció. Era la luz del sol... la luz de cualquierotro día. Al acostumbrar mi vista, miré a mí alrededor. Lo primero que vifueron autos estacionados, y gente mirándome con asombro. Vi la ruta asfaltada,vi el cielo, y vi el auto que estaba conduciendo hacía unos minutos,sobresaliendo entre el agua contaminada de aquel río. ¿Dónde estaba él? ¿Y quéhacía yo aquí?
-Aquíestoy, Melany...- susurró su voz a mis espaldas. Con un movimiento brusco giréy volví a encontrarme con esos ojos que tanto había recordado durante el día.
-¿Por quéestoy aquí?- le pregunté en un susurro, apenas moviendo mis labios.
-Yo tesalvé...
-Imposible.-le contesté luego de unos segundos. -Yo estaba sola en el auto.
El negócon la cabeza suavemente, y me sonrió.
-Nuncaestás sola, Melany... Yo siempre estoy contigo...
-Entoncesexplícame por qué nunca te he visto.
-Porquesolo puedes verme cuando es necesario... Y eres la única que puede hacerlo...Nadie más me ve.
-¿Porqué?- le pregunté, aún más confundida.
-Porquesoy alguien muy especial en tu vida, Melany...
Quisereír sarcásticamente, pero no pude hacerlo. Algo en mi interior me lo impedía.
-¿Quiéneres?- susurré.
-Soy tuÁngel de la Guarda...-me respondió, y desapareció.
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¡Un beso enorme y abrazos a todos!
Mel.
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Ocho segundos... - Fanfics de Harry Potter
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2024-10-13

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