Por un mito - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Capítulo Uno:

Esa noche no podía ser más fría de lo que era. La duda y la intriga se apoderaron de aquella habitación que en prenumbras desataba todo un volcán de emociones. Allí,en donde los miedos se escondían precipitando los acontecimientos que hace unos meses, le habían marcado la vida a los que allí estaban presentes.

Era de extrañarse que el miedo que sentía Amalia, que le recorría las venas como si fuera su propia sangre, se hubiera ocultado entre los rincones despavoridos de su propia alma. Dejando así que su mente tumbara fácilmente, dándole rienda suelta a mi imaginación.

Todo comenzó hace unos cuantos meses atrás, ocho para ser exactos, cuando el olor del pan fresco llenaba las habitaciones de esa gran casona de los Hidalgo. Era poco el tiempo desde que se habían mudado allí, siempre con unas miradas extrañas que helaban a todo el que tuviera las agallas de acercarse. No habían risas ni gestos delatadores de alguna flaqueza o debilidad que pudiera usar el pueblo en su ventaja.

Eran una familia poco numerosa. Remanzo el padre de la familia con una apariencia poco agradable, dando la impresión a sus vecinos de su poca caballerosidad. Rosario era la madre de los dos pobres niños, desarreglada con arrugas en toda la cara aparentaba mucho más que su edad, 37. Pero esa obsesión de pararse todos los días frente a la gran ventana del comedor a mediodía a la misma hora, asustaba a cualquiera.

Rosesto el hijo mayor, alto, flaco con dientes abocados y con pómulos muy poco definidos,no se podía distinguir dentro de la cara intimidante.Y por otra parte estaba Amalia, una jovencita de no más de 15 años que a pesar de su edad se le confundía con un ser gótico y oscuro.

Ese día en que la ví mis ojos se deslumbraron y mi alma se asustó al sólo pensar que esa muchachita me iba a cambiar la vida.

La observé desde los matorrales de mi propia casa, cuidando todo sigiloso movimiento de mi parte para que no llegara a causar alguna reacción entre los habitantes de aquella fría y sombría casa en donde, según mi posición me descubrirían al mínimo movimiento de mi cuerpo.

Quería averiguar porqué ella era tan distinta al resto de la familia, desde chiquita me habían enseñado que los cuentos y las leyendas tienen algo de fantasía, algo mitológico con una explicación salida de la invención con el fiel propósito de hacerme creer el porqué de algo.

Pero mis ansias de descubrir lo desconocido invadió todo mi cuerpo, no podía dejar escapar algo así de grande. Sería mi leyenda, mi musa, me llevaría a meterme entre los pensamientos de los demás e implantarles mi verdad, mi versión de la realidad al cual tendrían que creer. Sería un misterio por resolver.


Me acerqué esa tarde al patio de la gran casona donde habitaban árboles grandes y robustos que eran hogar para las criaturas asombrosas que allí se resguardaban. Si no fuera por el espacio cualquiera diría que ese era un bosque tenebroso.

Pero mi objetivo estaba allí, sentada en las raíces de un gran roble,leyendo un libro muy grueso titulado: Mis relatos después de la muerte. Mi mente tuvo que esforzarse por no dejarse impactar por el miedo que me infringía estar allí, hasta que por fin lo hice.

-Hola, ¿cómo te sientes?-Gran atrevimiento de mi parte pensé, el de entrar en la casa ajena como si nada y sacar un tema de conversación, aunque a la muchacha pareció no importarle. No me escuchó. Repetí otra vez más fuerte.-Hola, ¿te encuentras bien?-Gran avance.

El libro estaba más interesante de lo que creía. Ya era evidente el acercamiento, me senté a su lado y empecé a leer la página de la cual ella no despegaba su mirada. Decía algo así como:«El viejo desgarbado caminó hacia mi tumba con unas espinas en la mano.Sin más preámbulo las arrojó en mi lápida sin ninguna señal de daño en su mano.»

Me intrigó saber sus pensamientos a quién se le ocurriría en este pueblo tan normal leer un libro como éste, a nadie.-¿Qué significa el título?-Me arriesgué a la pregunta.

Ella levantó su rostro y me miró con sus ojos negros profundos todo mi ser se estremeció al ver como sus ojos cambiaban a otro color:rojo sangre. No me quise mover, esperé una reacción de su parte y sin duda no me equivoqué. Se levantó, en ese momento una fuerte brisa levantó las hojas caídas que estaban en el suelo, las nubes taparon el sol y cegaron el cielo.

En ese momento sentí que era hora de irme, que no debía haber estado allí. Traté de retractarme levantándome, hasta que ella alzó sus brazos y me dijo con voz rasposa:

-Espero que te quedes un rato más.-La brisa se tornó mas fuerte y la túnica negra que llevaba la muchacha empezó a volarse con ella. Me impidió la salida moviéndose por el mismo camino al que yo iba. La desesperación de salir de ese lugar, en el cual estuve sólo unos breves minutos, fue intensa. Ella me agarró los por los hombros, sonrió maliciosamente y me llevó presionando duramente mi brazo hacia lo más profundo del bosque.

-¿Qué quieres de mí?-Gritaba mientras me llevaba, era demasiado fuerte para su apariencia tan delgada Pataleé y grité hasta que mis intentos no sirvieron de nada. Ya nadie me escuchaba.

Nos penetramos en la parte más obscura del bosque, yo pensando que no sería tan grande pero engañaba la vista de todos el que lo veía.-Suéltame.-Le rogué, mi sentido de la aventura no era tan grande como creía, que actitud de cobarde. Decidí calmarme un poco y averiguar porqué me hacía esto.

Ya era de noche, la mirada de los búhos se me hizo presente pensando que ellos serían los únicos que verían mi desaparición, paró. Los árboles ya no cubrían la zona en donde nos encontrábamos. Era un cementerio. Muchas lápidas apiñadas, sin flores en ninguna de ellas, abandonadas seguramente los muertos salieron de sus tumbas buscando venganza llenos de rencor en sus huesos a puntos de corroer.

Ella me siguió llevando hasta que se paró en una tumba que no se había abierto. Me señaló la inscripción, me escandalicé, decía mi nombre. Lo que no entendía era porqué todas estaban abandonadas excepto la mía cuando tenía que ser al revés.

Sacó una cuchilla de su libro que aún tenía en la mano. Ya no había nada más que buscar, había llegado mi hora.

Se preparó para degollarme, al menos eso creí al ver como me había soltado para amolar su arma, pensé en huir pero ¿a dónde?. Si escapaba no sabría a dónde ir, ella sí.

Tal vez lo había hecho muchas veces, el conseguir personas escurridizas,me perdería y ella me encontraría. Cerré los ojos para así no ver cada paso de mi propia muerte. Entonces habló.

-He venido aquí desde que nos mudamos. Todos los días he sacado a alguien de su tumba-Se volteó a mí y dijo - Ahora te tocó a tí.-Se acercó a mi tumba, ¿a qué se refería con sacarme de la tumba si ni siquiera estaba en ella?

Cortó la fina capa de tierra que había preparado muy astutamente para que nada se introdujera en ella. Salió una presión de aire turbulenta que por poco me tumba allí adentro. Me hizo una señal como para que me acercara. Estaba paralizada, mi sentencia de muerte estaba a punto de cumplirse.No me iba a rendir fácilmente.

Negué con la cabeza.-Si no te acercas al borde del abismo, no podrás ver el paisaje.-¿A quién le estaba hablando? No soy tan estúpida como para caer en su trampa.

Me haló del brazo y me impulsó a ver lo que había allí dentro. Era una niña aferrada a su muñeca, asustada de estar tanto tiempo allí sin ayuda de nadie, sola.

-Esa niña que ves ahí-No la escuchaba el dulce aliento de la niñita me tenía melancólica. Se acercó a mi oído y susurró-Esa eres tú.-Sentí como el escalofrío de lo imaginable recorría todo mi interior. Una lágrima se deslizó por mi rostro y llegó a parar en mi tumba, ya me había muerto hace tiempo atrás.

No tuve mas remedio que mirar otra vez la tumba, no había nadie. Amelia había desaparecido. Estuve largo rato lejos de éste mundo hasta que perdí la noción del tiempo, lo que me hace pensar que Amelia seguramente ya se había ido y la muñeca con ella.


Al otro día regresé a mi casa pensando, del polvo vinimos y hacia el polvo vamos, la brisa de aquella noche había rizado mis cabellos. Si no fuera por el manto de mi traje me hubiera congelado la noche anterior.

Caminaba por un solitario camino, afortunadamente del cementerio se reflejaban unas luces, la de las luciérnagas y las seguí hasta lograr volver a tierra firme.

Llegué a mi casa, mis padres no me extrañaron.Estaban tan ocupados en sus campeonatos de ajedrez que mi ausencia no era de suma importancia en ese momento. Al llegar a mi casa me senté en el balcón, entonces la ví, a Rosario en frente de la ventana grande del comedor, como una estatua.

Me arreglé y fingí pasarme como tutora, los hijos de los Hidalgo no iban a la escuela así que me dió por enseñarles lo que aprendí en mi colegio. Tuve fuerza de valor, y toqué el timbre defectuoso de la puerta llena de polillas. Me abrió el padre.

-Muy buenos días, mi nombre es Nashina Alvarez y soy tutora de...-Me cerró la puerta en la cara, pero ¿qué se creía? No se iba a zafar de mí tan rápido. Toqué otra vez el timbre, ésta vez con más fuerza. Abrió. -Disculpe señor pero enseño artes oscuras.-¡Buena idea!

-En ese caso, entre a su propio riesgo.-Me ofreció pasar a la sala, toda llena de polvo pero sin ningún mueble en ella. ¿Dónde me sentaría? No era por comodidad era por gentileza.-Mis hijos están arriba ¿quiere acompañarme?-En esa casa yo no me quedaría ni aunque estuviera loca,lo seguí.
Capítulo Dos:El Final

Pasamos por el comedor, aún estaba allí la madre de los niños, alejada de la realidad. Me fijé en los detalles macabros de la casa, toda sin muebles, lo único que cubrían las paredes eran pinturas de Drácula, de vampiros observándote y de toda clase de brujas.

Subimos al segundo piso, eran las habitaciones. Me enseñó la habitación de Rosesto. Era blanca y llena de cajas, seguramente no había terminado de desempacar.Y faltaba la habitación de Amalia. El padre giró la perilla, yo estaba impaciente de ver su mundo.

-¡Papá!-Gritó ella antes de que él abriera la puerta.-¿Quién es ella?-Indignada me sentí, después de que me dió el susto más grande de mi vida el no conocerme, qué decepción.

-Hija ella será tu nueva tutora de artes oscuras. Se quedará en la habitación próxima a la tuya.-Lo miré con cara de que estaba bromeando. Ni siquiera le dije el salario. Lo quise corregir.

-Señor Hidalgo, eso todavía no se ha discutido.-El se giró a mí.

-Oh,pero señorita-Me dijo maliciosamente.-Usted entró aquí bajo su propio riesgo, no habrá forma de que usted salga de aquí. A menos de que sea sin latir. -De nuevo el miedo y el horror me recorrío el cuerpo.

Si se daban cuenta de que no conocía nada de artes oscuras me matarían, en qué lío me había metido.

Me cerraron en la habitación. Gracias a Dios traje un diario y lápiz para escribir todos mi avances, estaba en esa habitación sola, sin muebles. Parecía que esa gente no sabía ir a una mueblería.

Por la noche escuché unos gritos, del techo de mi cuarto. Me asomé por la ventana, allí estaba Amalia en el roble escondiendo algo en sus raíces, pareció que había escuchado los gritos así que comenzó a llorar.

Me sentí invadida por emociones nunca antes descubiertas. Así pasaron los meses, me las arreglé enseñando con un libro que encontré en el cuarto de Rosesto mientras éste estaba durmiendo. Me acostumbré en las noches a dormir en el piso y soportar los gritos provenientes del ático.

Salí con Amalia al patio, pocos días antes del incidente y mientras recitaba un poema de la vida de Van Gogh rebusqué entre las raíces del roble. Resulta que todas las noches Amalia escondía algo allí.

Encontré un cofrecito, lo abrí discretamente, estaba repleto de joyas. Diamantes, rubíes, esmeraldas.
¿De dónde esa niña habrá sacado tantas joyas? Las envolví en mi túnica. Remanzo me había obligado a vestirme como ellos, pasados de moda.

-Muy bien Amalia, creo que tu padre estará muy orgulloso de tí. Entra en la casa.-Disimuló una sonrisa y de camino a la casa sacó su libro a leer,«Lucifer y su sombra». De verdad esa niña tenía problemas. Volteé y miré mi casa abandonada. Lo digo ya que faltaba lo esencial en ella, mi presencia.

Ahí estaba otra vez Rosario, enfrente de su ventana. Desde mi llegada nunca había oído su voz. Cada día estaba más vieja. Mi madre tenía 64 y me atrevo a decir que luce mil veces más joven que ella.

¿Porqué ese cambio repentino de apariencia? ¿Qué le sucede a Rosario Hidalgo en el interior de su corazón? Definitivamente el vacío de su vida se refleja debido al vacío en su interior.

Esa noche Amalia no salió de su habitación, los gritos del ático habían cesado, lo único que se escuchaban eran las voces de Remanzo y Rosesto en la habitación de Amalia, ésta estaba llorando. Me paré del suelo para escuchar la conversación distante aunque estaba al otro lado de la pared.

Rosario había muerto. Remanzo y Rosesto la estaban envolviéndo en una sábana y la terminaron por arrojar en una tumba del cementerio. Me llamaron, mientras ellos salían con el cuerpo yo me quedé sola con Amalia, consolándola.

Esa habitación negra y vacía sin ningún destello de luz, le bajaba el autoestima a cualquiera. Lo curioso era que Rosario no había muerto naturalmente, alguien la mató.

Pero,¿quién? Se podría pensar que fue el marido, pero no fue hasta la mañana siguiente que era evidente su inocencia.

Ahora estamos aquí, en el mundo oscuro de Amalia; su habitación. Remanzo, Rosesto y yo veíamos el sufrimiento de Amalia, su familia le reclamaba a gritos la muerte de su madre.

-¡Yo no lo hice!-Gritaba en desenfreno la muchacha, mientras se ahogaba en un mar de lágrimas.

-¿Dónde escondistes las joyas Amalia?-Le preguntaba Rosesto amargamente.

-¡No sé de qué me hablan!-Estaba en la habitación arrinconada al lado de la ventana abierta. Era la temporada de tormenta .Estaba histérica por el cuestionamiento.-¡Déjenme en paz!

-Amalia ese comportamiento no se vá a aceptar en la casa.¿Dónde escondistes las joyas?-Le gritó a su hija. Qué tanto afán en conseguirlas.

-¡En el Roble!¡En el Roble!-Gritó, ambos corrieron hacia el árbol antes de que cayera el diluvio que se avecinaba.

Buscaron entre las ramas, raíces, tronco,no estaba Remanzo cojió una soga y la puso en el cuello de Amalia, y la colocó a ella en el afeizar de la ventana del cuarto.

-No por favor, bájela.-Grité. No me hicieron caso.

Ella lloraba mientras estaban a punto de ahorcarla. Rosesto ayudaba a su padre a colocarla.

-Por última vez, Amalia, antes que te despidas de éste mundo, ¿dónde están las joyas?

-¡No sé!¡No sé!-Remanzo la soltó. Como por instinto traté de quitarle la soga antes de que ella dejara de respirar.

Fue inútil. Luchar contra los nudos de la soga y la tempestad quue se avecinaba era demasiado. La habitación se volvió más oscura. Remanzo comenzó a sollozar en silencio.

-El hombre que está en la cima de la montaña no cayó allí.-Decía mientras se secaba las escurridizas lágrimas del rostro.

-Es cierto. Al igual que su familia.-Ya estaba cansada de tener que esconder mis sentimientos. Los expresé con temendo sarcasmo.-Ustedes son unos tontos,han desperdiciado lo único bueno que han tenido.

-Papá, ella tiene razón. -Rosesto apoyó su mano en el hombro de su padre en señal de apoyo.

Este le torció la mano a su propio hijo. La ira se apoderó de su cuerpo, al igual que la locura de su mente. Empezaron a pelear. Habían perdido mucho esa noche como para perder más.

-¡Basta!-Gritaba mientras trataba de separarlos. Me empujaron con fuerza a la pared. Choqué contra ésta haciéndome una herida bien grande en la cabeza. Lo último que recuerdo fue el grito de ambos al caerse por la ventana de la habitación de Amalia.

Se habían matado.

Ahora estoy aquí, en mi casa. Con una cirugía en le cráneo, después del horror que había pasado. Nadie supo quién fue el verdadero culpable de la muerte de Rosario. Ni nadie la tendrá.

Los niños que viven ahora en la casa de los Hidalgo, me vienen a visitar de vez en cuando. Mi mito se hizo realidad. Ahora tienen que creer en mí, porque sólo yo tengo la absoluta verdad.

Las joyas me sirvieron para comprarme unas casas más en la costa y para pagar mi operación, eran de Rosario.

Amalia se las robaba cada noche de la habitación, e ahí el porqué de sus gritos. Sus joyas eran su vida, le partía el alma el saber que su propia hija se las robaba a mandato mío, sí, yo la manipulaba.

No era nada de díficil sólo me comportaba como una diosa de la oscuridad y eso le fascinaba. Sabía que Rosario era una mujer debilucha que había conservado esas joyas desde que sus padres murieron y ellos le hicieron jurar que nunca se las pondría.

En todo caso nunca se las puso,ni Amalia tan siquiera, pero ése día cuando encontré el cofre me las probé.

Era un suicidio eminente, Rosario Hidalgo nunca se permitiría vivir con el remordimiento de que alguien las usó. Ahora saben que Rosario Hidalgo no fue asesinada por algún miembro de su familia sino por una extraña, por mí.

DEJEN REVIEWS!

 

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2024-06-30

 

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