Desperté una mañana con un fuerte dolor de cabeza por la noche anterior, después que Bellatrix me hubiera dado una fuerte paliza tras haberme deslizado a su cuarto a tomar prestados unos bellos zapatos verdes que mi padre le había obsequiado para su cumpleaños número 16. Ella me llevaba unos escasos 2 años, y unos 2 y medio más o menos, le llevaba yo a la menor de mis hermanas, la frívola de Cissy o Narcissa. Me levanté con cuidado porque todavía me dolía terriblemente una pierna luego de que un hechizo accidental de Bella me hubiese arrojado una horrenda escultura que le había obsequiado la madre de mi primo favorito, Walburga, a la mía. Cissy había comenzado a golpear enérgicamente la puerta de mi habitación.
- ¡Andy hay que desayunar!, ANDY- gritó al ver que yo no le respondía.
- Ya voy, ya voy.- le dije bien molesta. Pese a los golpazos que había recibido, a mi hermana mayor también le tocó lo suyo, y no estuvo con la familia cuando yo hube bajado al comedor, por lo que allí se encontraba mi padre en la cabeza de la larga mesa, mi madre a un lado y la pequeña Cissy al otro. Al tomar asiento mi padre comenzó con las palabras con las que siempre acostumbraba despertarme.
- Andy me encantaría que conocieras a un joven de alta sociedad, es muy conveniente, se llama, Kingston Rowen
- AJJJ- espeté yo ante la mirada atónita de mi padre mientras colocaba un poco más de dulce a mi tostada.- Ese viejo
- Ese viejo, tiene solo 20 años, y es miembro de una de las familias con más prestigio en el mundo mágico, después de la nuestra claro- exclamó él algo irritado mientras le dirigía una solemne mirada al cuadro de mi abuelo colgado tras de sí.
- Cygnus por favor, solo tiene 14 años, déjala vivir, ya tendrá tiempo para eso
- exclamó pacientemente mi madre con su tierna voz que podía ablandar hasta el más duro corazón y que contrastaba bastante con la actitud que solía tomar la mayoría de las veces. Es más, me llevaba mucho mejor con mi padre que con mi madre, pero debo admitir que esta vez, le agradecí mucho su intervención.
- Yo no veo la hora de casarme Andy- me susurró mi hermanita una vez que hubimos terminado de desayunar.
- ¿Casarte?- le dije yo con una sonrisa irónica, mientras arreglaba mi desastroso armario- Solo tienes ¿Cuánto, 8?
- 11 casi 12 para tu información- exclamó enfatizando cada palabra.
-Ay
lo siento-le dije con sorna.
-Ahh
adoro a Lucius Malfoy.- dijo con aire soñador.
- No puedes tener tan mal gusto hermanita.
- Es hermoso Andy y me casaré con él cuando crezca
unos años más... ya verás.
- Yo no, espero casarme con quien yo quiera, y no con quien mejor posición ocupe para nuestra familia, si es posible me casaría con un muggle
Esa palabra pareció provocar en Cissy puro horror y saltó de mi cama como si hubiera circulado una corriente eléctrica por su cuerpo.
- ¡¿Estás loca?! Se lo diré a mamá, puede ser que estés enferma
- No pude detenerla, y no quería hacerlo, me senté en una silla a esperar la llegada de mis padres para que me sermonearán lo que quedaba del día. De repente Bellatrix irrumpió en mi habitación con esos aires de autosuficiencia que la caracterizaban, además tenía un brazo vendado, y un ojo morado.
- ¿Qué haces?- me preguntó a la vez que me dirigía una mirada venenosa.
- Que te importa- le respondí yo mientras le devolvía la misma mirada (hay que aclarar que ambas éramos muy parecidas, a mi pesar
)
- ¿ESA ES MANERA DE CONTESTARME CHIQUILLA IMPERTINENTE?
- ¿Qué, TE HACES LA GRANDE? IMPERTINENTE SOS VOS Y TONTA ADEMÁS- Le dije mientras me ponía de pie de un salto, Bellatrix había llegado a buscar más problemas y sumarme un castigo más al que seguro ya tenía.
- BELLA, ANDROMEDA, POR FAVOR BAJEN QUE LLEGARON SUS PRIMOS- dijo con su voz más potente mi padre desde abajo para calmar la batahola que se estaba dando arriba.
Cada una nos miramos con más rabia que nunca y nos prometimos que terminaríamos esto una vez que se hubieran ido las visitas. Al bajar, nos encontramos con los cuatro miembros de la familia Black que vivían en Grimmauld Place bastante lejos de donde nosotros nos hallábamos. Mi tío Orion, con su bello rostro de barba negra y larga pero pulcramente cortada, y con su gran porte tan maravillosamente imitado por el mayor de sus hijos, el joven Sirius. A su lado se hallaba Walburga, (¡puff! hasta su nombre parecía ser de perro rabioso), se había vestido con sus mejores telas y sus más finas joyas y de la mano de ella, terminando la estampa familiar más peculiar que hubiera visto en mi vida, el pequeño Regulus de 10 años. Mis padres saludaron a los recién llegados con la mayor cortesía. Sirius al verme, se apartó corriendo de los señores y damas, y se me arrimó con rostro fatigado.
- Hola Andy- exclamó ignorando a Bellatrix.
- Hola Sirius.
- Hola estúpido Gryffindor- le dijo mi hermana, evitando pasar desapercibida.
- UHH parece que algo huele mal aquí, ¿o no primita?
-Debes ser tú, perrito Gryffindor.
- ¡Oh! ¿Eras tu Bellatrix? no te había visto.
- Ya cállate estúpido. ..
Walburga se aproximó a nosotras con paso raudo, Sirius puso cara de circunstancia al oírla hablar.
- YA, CORRETE MUCHACHO- le dijo de mala manera por lo que él ocupó un lugar a mi lado.- ¿Qué te ha ocurrido querida Bella?- preguntó observando el rostro magullado e ignorando el mío.
- Nada, tía- espetó con suavidad- me caí de las escaleras y
el gato me rasguñó la cara.
Sirius comenzó a reírse por lo bajo al igual que yo. Ambas nos miraron malévolamente, y decidimos alejarnos de allí con rapidez mientras no nos vieran. Ya en el inmenso parque de mi hogar, comenzamos a charlar animadamente.
-
y bueno
después se le cayó la repisa de su habitación en la cabeza y lastimé su ojo con mi puño
- exclamaba entre risas mientras Sirius me miraba asombrado y divertido.- ¿Con que has entrado a Gryffindor? Genial, ¿quién lo diría?- exclamé con seriedad mientras nos deleitábamos con las galletas que nuestra doncella había cocinado; especialmente para ustedes mis niños nos dijo. Además no nos habíamos puesto a charlar desde hacia un tiempo por lo que nunca había tenido la posibilidad de felicitarlo por la elección del Sombrero.
- Si, no podría estar mejor
es un lugar genial, mis padres no están muy felices pero no me importa, me gusta verlos así
- Es que
piénsalo Sirius, tú el único de esta familia que eres un Gryffindor, por ese solo hecho podrían borrarte del árbol familiar
- No me importa- exclamó con su más bella sonrisa- me gustaría romper con la tradición, además allí conocí a unos chicos, de los que si vale la pena ser amigos.
- ¡Qué bueno!
- Si
James, James Potter es el mejor, nos divertimos mucho juntos, es como un hermano.- dijo animadamente.
Me alegré mucho por Sirius, él se merecía ser más feliz que muchos que yo conocía, además su familia no lo tenía en cuenta, y era especial que él se sintiera parte de un hogar alguna vez en su vida.
Esa noche dormí tranquila, ya el dolor de mi pierna y de mi cabeza estaba pasando, y pensaba, soñaba mi paso por Hogwarts, dentro de unos días regresaría, pero primero tendría que pasar la navidad con los Black, la familia al completo, y sinceramente aquello no me seducía demasiado.
A la mañana siguiente me desperté bien temprano, mi familia no estaba, me pareció extraño, pero sin embargo debo admitir, que no los echaba mucho de menos. Bajé hacia la sala, y allí la doncella de nombre Elvira, me sirvió un suculento desayuno solo para mí. ¡Cómo disfrute de aquel desayuno, si supieran
! Una vez hube terminado quise recorrer un poco la casa, estaba algo aburrida, subí a la sala de Slytherin,( si, teníamos una sala dedicada especialmente aquella casa de Hogwarts) allí había colgadas una gran cantidad de fotografías de parientes míos que habían pasado por allí, estatuas, trofeos, banderas, bufandas
parecía un sitio de aquellos en donde se suelen vender souvenir. Continué caminando y me encontré con la sala que papá solía utilizar para practicar Quidditch, (si, teníamos también un campo de Quidditch interno para los días de lluvia) en aquel lugar solíamos divertirnos mucho cuando éramos más niñas, hasta la misma Bellatrix lo disfrutaba pero después algo pareció cambiar en ella. Mi curiosidad me llevó a la habitación de mis padres, en un sitio ubicado en el quinto piso de mi mansión pero estaba protegida con magia muy poderosa y solo la pude contemplar por fuera. Cuando estaba regresando hacia mi cuarto, y recorrí de paso, la piscina, el jardín secreto, la habitación de animales extraños, el laboratorio, la biblioteca, me encontré con una figura que se encaminaba hacia mi hogar con la torpeza propia de su edad pero que le otorgaba un atractivo especial, lo veía por una ventana, tan rápido caminaba que llegó a la puerta, y comenzó a tocar el timbre con algo de violencia. Yo me arrojé por las escaleras, (arrojé es una manera de decir, obviamente), quería ver quien era, pero Elvira llegó antes que yo y al encontrar se con él sus ojos se abrieron de par en par.
- Hola señora.- exclamó él con una dulce voz.
- Hola
¿Tonks supongo?- le respondió ella con brusquedad.- ¿Qué necesitas?
- Ehh
yo vendo ehh
- espetaba con temor pues la cara de Elvira lo intimidaba.
- Discúlpame querido, no necesitamos nada, así que
déjanos en paz ¿si?
Al decir esto la anciana le dirigió una mirada de profundo desagrado y le cerró la puerta en la cara mientras él me miraba a mi apenado, yo me encontraba al pie de las escaleras observando la situación con profundo interés.
- Ya lo sospechaba
Tonks, hijo de muggles, un muggle supongo- exclamó la mujer encaminándose nuevamente hacia la cocina a la vez que se le dibujaba una sonrisa irónica en su regordete rostro- ¿Qué le ocurre señorita?- me preguntó al verme tan inmóvil y yo por esas cosas de la vida, salí corriendo hacía fuera sin decir palabra alguna. Quería ver su rostro una vez más y saber su nombre siquiera. El ya estaba a unos cuantos pasos de mi hogar, su cabello rubio todavía parecía flotar dejando una bella estela tras él, y encantándome a mí con cada paso que daba.
- ¡Oye!, ¡Oye!- le gritaba, él se dio vuelta y continuó caminando- ¡Espera!- le grité. Pero él parecía bastante dolido por la manera en que lo habían tratado y continuó la carrera cada vez más veloz. Al instante llegaron mis padres con mis hermanas, Bellatrix vestida con sus mejores telas y con abundante maquillaje en su rostro para ocultarse su ojo todavía morado y Cissy con un vestidito verde esmeralda similar al de mi madre.
- ¿Qué haces aquí afuera?- preguntó mi padre a la vez que se aproximaba a mí con su peor rostro.
- Nada- le respondí, y le dirigí una mirada de soslayo a Elvira- Vine a esperarlos.
Pese a que mi respuesta no me pareció convencerles, decidieron creerme, a excepción de Bella que me miraba con el ceño fruncido.
Una vez dentro mi madre me relató con lujo de detalles su visita a los Lestrange. Rodolphus, el hijo mayor de los ya ancianos Lestranges, y hermano del estúpido de Rabastan, se casaría con Bellatrix una vez que tuviera la edad suficiente y que ambos concluyeran sus estudios. La pareja perfecta, exclamé a la vez que le dirigía una sonrisa burlona a mi hermana mayor. Ella me devolvió la sonrisa, buscando conservar la calma.
Un breve tiempo después, todos nos reunimos en mi casa para festejar la Navidad y de paso el compromiso de Bella y Rodolphus, allí estaban todos hasta el perro de mi adorable tío Alphard. Era una multitud de gente, había personas que nunca había llegado a conocer en mi corta existencia pero que resultaban ser bastante antipáticas, como era de esperar. Mi madre nos había hecho usar nuestros mejores vestidos, yo vestía uno color café y llevaba una diadema en mi cabello suelto, Cissy estaba muy elegante con un vestidito blanco con puntillas y moños y sus dorados cabellos recogidos hacia atrás bien tirante como acostumbraba llevarlo mi madre, era una pequeña copia de ella. Bellatrix conversaba de la mano de Rodolphus en un circulo de parientes y amigos que se había formado a su alrededor.
- Ja, a los muggles habría que desaparecerlos de la tierra, uno por uno, yo me uniría a cualquier causa noble que apoye la pureza de la sangre
- decía mi hermana con su tonito engreído.
A unos cuantos pasos míos estaba Regulus y Cissy, ambos codeándose con niños de familias respetables, como los Macmillan, los Crabbe, los Goyle, los Bulstrode, que de una manera u otra terminaban por ser parientes nuestros. Sirius se me acercó corriendo, tenía un pequeño moño colocado en el cuello de su camisa lleno de puntillas y encajes, un saco negro a rayas y unos pantalones negros. No pude evitar reírme.
- Ya basta Andy, parezco un payaso.- exclamó intentando quitar el moño de su cuello- Parece que le colocó un hechizo, mi querida madre- espetó con ironía.
- Te queda bien- dije luego de que la risa se me hubiese pasado.- ¿La viste a Bella?- le pregunté con interés buscando algún tema del cual hablar.
- Sí.
- ¿No tienes nada que decir?- le interrogué algo decepcionada.
- Sí, no veo la hora de abandonar esta familia.- exclamó bastante malhumorado.
Una vez que la fiesta había terminado y que se hubiera hecho el brindis por la "feliz" pareja, me encaminé hacia mi habitación cabizbaja y con mucho sueño.
- Seré la esposa de Lestrange, Bellatrix Lestrange, ¿no suena lindo?- al oír la voz de mi hermana me giré y la miré fijo a los ojos.- ¿Qué? ¿Estás envidiosa hermanita?- decía mientras agitaba la mano que llevaba el anillo con una estúpida sonrisa en su rostro.
- No, que te sea leve o a él, porque aguantarte...
- ¡Oye! ¡Qué vulgar eres!- exclamó divertida.- Digna esposa de sangre sucia serás.
- Eso espero.
- ¡Ah! se rebeló la niña
- Sí, y espero casarme con Ted Tonks, si te interesa.- exclamé enfurecida y sin pensar en mis palabras.
- ¿Tonks?- y comenzó a las risotadas- A qué poco aspiras.
- Lo mismo digo.- y cerré la puerta frente a las narices de Bellatrix, todavía me temblaba las manos de la rabia contenida.
Al fin había llegado el tiempo de partir hacia Hogwarts, tan feliz estaba que no cabía de la emoción. Mis padres nos despidieron desde lejos y las tres subimos al vagón que le correspondía a Slytherin, Cissy rápidamente encontró a sus amigas, las de cara larga y nariz parada, Bella, siendo prefecta, caminaba de un lado hacía otro, haciendo imposible la vida de aquellos que habían viajado a pasar la Navidad con su familia. Sirius se hallaba solo en un rincón de un compartimiento de Gryffindor, al verlo me acerqué con cuidado. Más allá había una niña pelirroja que conversaba con otra rubiecita y que al ver a Sirius le arrojaban miradas de profundo enojo. Algo les habrá hecho, me dije alegre.
- ¿Cómo estás?- le pregunté mientras ocupaba un lugar junto a él.
- Bien, bien, ahora voy a estar mejor, gracias por preguntar- me respondió algo ausente.- la próxima navidad si es posible la paso en el castillo con mis amigos.- me dijo decidido mientras miraba por la ventana.
- Esta bien- exclamé sin saber que decir.
Llegamos rápidamente a Hogwarts, al pisar los terrenos ya era de noche. Cuando entramos pude ver con el cariño que los amigos de mi primo lo recibieron. Sirius parecía otro allí, más desenvuelto, más querido. Los cuatro se golpeaban entre ellos cariñosamente mientras se hacía bromas, y coqueteaban con las chicas, subieron las escaleras a los saltos. Yo, por mi parte, no sabía que hacer. No sabía con quien hablar, pero me gustaba pasar el tiempo a solas y sin aquellas falsas amistades, que se me acercaban por ser hermana de o porque pertenecía a la familia de, y no por lo que realmente valía. Además me costaba mucho aproximarme a las chicas de otras casas porque me juzgaban por el solo hecho de ser "una Slytherin".
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El tiempo paso, y los años venideros no se hicieron ni mucho más fáciles ni llevaderos, estaba asqueada de todo. Había cumplido 17 años, cursaba mi último año en Hogwarts y no sabía que hacer con mi vida después. Bellatrix finalmente y gracias al cielo se había casado, ahora era, Bellatrix Lestrange, y habitaba la mansión de los fallecidos Lestrange con el hermano de su marido también, el inútil de Rabastan. Cissy, como era de esperar y cumpliendo con sus predicciones, estaba comprometida con Lucius Malfoy. La familia, agradecida obviamente con estos favorables compromisos, yo también, porque ya no tendría que soportarlas mucho más, sin embargo veía una vida de soltera para mí y aquello me preocupaba demasiado. Bellatrix cada día estaba más extraña (si eso era posible), cada día estaba más obsesionada con la supremacía de los sangre pura (como mi familia solía llamarnos), y la eliminación de los sangre sucia. Se decía que se había unido al Innombrable, y unas tantas cosas más que hacían temer a quienes lo oyeran. Por su parte mi primo Sirius había huido de su hogar con lo que llevaba puesto y unas pocas cosas en su maleta, incluidas sus pertenencias de Hogwarts. Ya se veía venir el gran portazo, por eso no nos sorprendimos mucho, Walburga, sin embargo, le gritó desde el umbral de su mansión que esperaba no volverlo a ver jamás, que era una vergüenza para la familia, y que ni se le ocurriera pisar nuevamente aquel lugar, a lo que Sirius respondió con una reverencia y con un por supuesto querida madre, con mucho gusto, y así fue, luego supe por boca suya que había ido a vivir con los Potter.
Yo tenía muchos pretendientes, pero ninguno era de mi interés, siempre buscaba cualquier excusa para ignorarlos, y dejarlos plantados. Mis padres muy apenados también inventaban cualquier excusa para quedar ellos bien parados. El tiempo pasó y cuando hube acabado mi séptimo curso, entré en una gran depresión. Mis progenitores comenzaron a preocuparse sobremanera por mí, incluida Cissy, (quien ya estaba elaborando los preparativos con mucho tiempo de antelación para su boda) me veía triste y melancólica. Lloraba por las noches y durante el día me sentaba horas en el jardín. Ellos suponían que se debía a que no encontraba un marido adecuado para mí, y en parte era por eso, debo admitirlo, pero lo que más me tenía preocupada era como reaccionarían al enterarse que su segunda hija estaba profundamente enamorada de un brujo, que había sido criado como muggle por sus padres también muggles, Ted Tonks, ¿Qué dirían?
Una tarde me hallaba meditando en el jardín de mi mansión mientras el poderoso Rox, el abraxan de mi padre, pastaba alegremente, sin preocupación alguna.
- ¡Oye, Andy!- gritaba en un susurro una voz familiar desde el otro lado del muro que circundaba el jardín.
- ¿Ted?- pregunté yo casi inconcientemente.
- Sí
- me respondió en el mismo tono de voz.
- ¿Dónde estás?- pregunté yo algo desesperada.
- Me estoy trepando al árbol de tu casa.
- ¡¿Qué?!- exclamé alarmada corriendo hacia el inmenso árbol de mi jardín.- Es venenoso, mi madre le colocó un hechizo para que los intrusos no caigan bien.
Pero ya era tarde, Ted cayó y su bello rostro estaba cubierto de unas ampollas que parecían ser de pus. Estaba boca arriba y me miraba sorprendido y yo temo decir, por mi parte, asqueada.
- Hola princesa- me dijo al verme.
- Hola príncipe- pero más parecía un sapo ahora el pobre, porque había comenzado a hincharse.
- Te quiero princesa, siempre te quise.- me dijo con su más dulce voz, que me hizo olvidar su apariencia.
- Y yo te amo.
Precisamente al concluir mis palabras apareció mi padre corriendo, totalmente colorado, seguido de mi madre que al ver a Ted en el piso exhaló un grito de horror.
- ¿Qué
es
eso?- preguntó refugiándose detrás de la ancha espalda de mi progenitor. Este me miraba totalmente fuera de si, parecía un demonio. Yo solo atiné a sonreírle.
- Soy Ted Tonks señor- exclamó buscando todo el valor que tenía.
El rostro de mi madre se contorsionó en una expresión que jamás había visto en ella, y que se parecía más a un retrato mal pintado que a la bella mujer que yo conocía. De repente apareció Cissy y al ver a Ted comenzó a reírse a carcajadas.
- Señor, quiero pedirle la mano de su hija en matrimonio- exclamó mi amado tendiéndole una mano cubierta de ampollas.
Mi padre lo observó con profundo asco.
- JAMAS- gritó casi sin abrir la boca- NI EN TUS SUEñOS, MOCOSO SANGRE SUCIA.
Yo no pude soportarlo más, ya bastante me había contenido al oír esas horrendas palabras sangre sucia toda mi vida y estallé.
- YA BASTA PADRE- grité con una voz muy parecida a la de Bellatrix- DEJANOS VIVIR EN PAZ, COMO QUEREMOS, SI, ME VOY A CASAR CON TED, TE GUSTE O NO Y NADIE ME LO VA A IMPEDIR.
Ante la mirada atónita de mi familia, tomé mis pertenencias y me marché de allí con Ted siguiéndome algo avergonzado. De camino a mi habitación tuve que soportar los regaños de mi madre y de mi padre, que por fin habían despertado de su momento de estupor. Amenazaron con encerrarme en el sótano de la casa, hasta que se te quiten esas ideas estúpidas de la cabeza según mi madre, pero yo ya estaba decidida y además ellos no tendrían el valor suficiente, pero estaban desesperados. Una vez fuera de mi hogar no los volví a ver, me marché con paso firme hacia el hogar de mi futuro marido sin antes hacerle una visita al Hospital San Mungo, porque Ted parecía que iba a explotar, se quedó una noche allí, mientras yo hacía guardia.
- No se si tendrías que haberte ido de tu casa Dromeda, es que
yo no lo valgo
- comentaba mientras esquivaba mi mirada.
- Sí que vales eso y mucho más, por eso me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi
no deje de pensar en ti. Los voy a extrañar, muy poquito, tengo que admitirlo. Pero no me importa si tu estas a mi lado Teddy, contigo aquí puedo pasar hasta lo imposible.
Unos meses después me casé con él en una sencilla ceremonia. Inmediatamente tuve a mi primera y única hija. Adoré el nombre Nymphadora, y se lo puse ¿es bello no?, ya lo creía.
Cissy se terminó por casar con Lucius Malfoy y unos años después que yo tuve a mi pequeña, ella tuvo un niño, Draco, un horroroso nombre, pero que se le va a hacer
Parece que Nymphadora es metamorfaga, siempre que la veo cambia su cabello a azul, violeta y precisamente ahora es rosa chicle, a veces cuando la llevo al parque temo llevarme otra niña, pero ya me acostumbre, ahora lleva un brazalete en una mano, bien luminoso, no me gustaría pasar de vuelta por lo mismo
¡Oh! justamente ahora está cambiando su nariz
, le dije a Ted que lleve la filmadora, pero parece que tendré que ir yo, muchas gracias por oír mi historia, tendré que dejarlos, adiós.
Toujours Pur, siempre puro, aquel lema de tan legendaria familia del mundo mágico como lo eran los Black no parecía cuadrar en el ideal de vida del mayor de los hijos de Walburga y Orion, el joven y apuesto Sirius.
Sirius había nacido una noche de febrero de 1960 en la cual brillaba con toda su intensidad una única estrella, como primer hijo de aquella pareja de magos tan distinta pero a su vez tan parecida entre si, se habían colocado en él todas las esperanzas y ambiciones que se referían a su familia. Era un pequeño muy parecido a su padre, algo que su hermano menor, que llego al año siguiente de haber nacido él no. Al ir creciendo se fue haciendo notoria su falta de apego a aquel lema (Toujours Pur) que le era tan propio como ajeno. Su madre, Walburga, una estricta y fiera mujer, lo notó casi al mismo tiempo que el niño había comenzado a hablar, por lo que desde aquel momento se comportó distante y odiosa hacia él, lo detestaba, no era quien esperaba que fuera, era desobediente, engreído y a su vez gentil y amoroso, cosa que no encajaba en la forma de ser de su madre. Regulus, el menor, era el consentido de la mujer, era su pequeña recompensa a tantos años de fidelidad a sus ideales. Un día cuando Sirius contaba con 6 años, él y su familia fueron a visitar a unos parientes que vivían muy lejos de donde ellos se hallaban. Los tíos de Sirius, tenían 3 hijas, 3 niñas muy bellas y educadas. Al arribar al lugar fueron recibidos por el ama de llaves, Elvira, la anciana les dirigió una amplia sonrisa y los acompañó a la sala de estar en donde un hombre alto le tendió una mano a Orion y una elegantísima mujer hizo lo mismo. Para Sirius aquellas personas no representaban nada nuevo, parecían ser unas copias burdas de sus padres, incluidas la mayor y menor de las hijas del matrimonio, que ignoraron a Sirius, arrojándole miradas de profundo desprecio y de la mano de Regulus subieron a jugar en el estadio de Quidditch interno que tenía la casona. Quien parecía desencajar allí, quien como él parecía no pertenecer a aquel círculo de gente tan elitista, tan superficial, tan estricta, era la del medio, Andrómeda, a la que cariñosamente llamaban Andy, la niña se le acercó tímidamente:
- Hola primo.- le dijo con una dulce voz. Sirius la miró sorprendido, sorprendido que alguien le hablara a él, ya que se estaba resignando a pasar una tarde en la cocina con Elvira comiendo galletas hasta el hartazgo.
- Hola- le respondió él- ¿Quién eres?
- Soy Andy, y tú eres Sirius.
- Si
-dijo mientras revolvía los ojos- ¿Por qué no has ido con las niñas?- espetó algo divertido y receloso al acordarse de Regulus quien también había ido.
- Porque quiero estar contigo y no con esas parlanchinas y dementes hermanas que tengo.
A Sirius le gustó la respuesta que había recibido, y esa tarde no la pasó tan mal como había pensado. Junto a su prima treparon árboles, corrieron por todo el parque imitando a viejos hechiceros de cuentos de hadas, chapotearon en el lago, comieron galletas, hechas por Elvira, especialmente para ustedes mis niños, les había dicho sonriente, y se destornillaron de risa al imitar a Bellatrix con su alto peinado y su estupida manera de hablar. Al oírlos la susodicha se limito a dirigirle una fría mirada y una palabra por lo bajo a su primo quien en aquel momento se había colocado una bufanda de plumas en la cabeza, un bigote falso y unos zapatos de tacos altos. Desde aquel día el odio entre Bellatrix y Sirius se hizo intenso, se detestaban mutuamente y no esperaban el momento para hacerlo notar. Al volver a su casa, Sirius entró a su habitación y se sintió tan solo como siempre pero al apoyar la cabeza en su almohada, se durmió pensando que la vida no era tan desagradable como creía antes, que había personas que en verdad lo valían y que usaban el cerebro.
Unos años después las cosas no parecían haber mejorado sino todo lo contrario. Los choques entre él y su madre se intensificaron, era orden de Walburga para que el muchacho hiciera todo lo contrario. Orion evitaba inmiscuirse en aquellas discusiones y Regulus buscaba la manera de sacar provecho de esta situación. Todo en la casona era una batahola y fue peor cuando Sirius comenzó la escuela. Iría a Hogwarts como era de esperar y ya todo se había preparado para que otro Slytherin ocupara un lugar privilegiado en los más altos lugares de esa casa. Walburga estaba feliz, a su manera, claro esta, por primera vez parecía orgullosa del niño. Se vivió una relativa armonía durante aquel tiempo antes del 1º de septiembre, como la calma antes de la tormenta. Sirius se adelantó hacia el sombrero seleccionador al oír su nombre de boca de Minerva Mcgonagall. Fue instantáneo, casi sin previo aviso, aquel sombrero derruido gritó con su voz más potente: GRYFFINDOR. Reinó un silencio que fue precedido por los aplausos y vitorees de la mesa Gryffindor. Mientras que en la mesa Slytherin toda era desconcierto, en especial para Andrómeda. Bellatrix todavía no caía en la cuenta, estaba avergonzada y divertida porque: siempre supuse que no valía para nada se dijo en voz alta; sus compañeras la miraban boquiabiertas, pero ella atinó a sonreírles con sorna y a burlarse de él como de costumbre. Cuando Walburga se enteró de la noticia, muchos dicen que estalló de rabia, que se desmayó, que casi quema la casona, que
bueno, en síntesis, la mujer se hundió en una profunda depresión, no podía creer que un hijo suyo hubiera deshonrado de semejante manera a su familia.
Las cosas para Sirius no se hicieron más llevaderas en su hogar, por lo que a cada instante se le cruzaba por la cabeza marcharse de allí, pero algo lo detenía. Adoraba Hogwarts, siempre quería volver ¿y qué chico no querría hacerlo, cuando su casa era un lío? la pasaba muy bien allí, tenía su propia grupo de rebeldes Los merodeadores, muchas chicas a sus pies, era extremadamente popular, odiado y querido a la vez.
(Sirius Black)
Desperté una mañana de agosto, había tomado mucho la noche anterior, le había robado una botella de licor de fuego a mi padre para ahogar mis penas con cada sorbo de esa dulce y amarga locura que recorría mis venas. Tenía una gran resaca, corrí al baño a mojarme el rostro, faltaban unos pocos días para volver a Hogwarts, Hogwarts mi verdadero y único hogar. Hacía un tiempo que no veía a mis amigos, los extrañaba, aunque me era difícil admitirlo, más que nada cuando veía la estupida cara de mi hermano menor y su voz chillona retumbándome en los oídos todo el tiempo como la voz de mi madre, los sermones de mi querida madre a quien no podía ni ver, insoportable. Regresé a mi habitación mientras me refregaba mis cabellos, (debo decir que tengo debilidad por ellos) y me recosté nuevamente dispuesto a dormir un par de horas más, hasta que Regulus apareció en la puerta, vestido de pingüino, parecía una versión joven de mi padre
o de mi madre, da igual.
- Sirius, madre ordena que bajes a desayunar.
Yo buscaba ignorarlo, siempre lo hacia, mi hermano se encaminó a mí y tiró de las sabanas, yo estaba boca abajo con la almohada sobre mi cabeza y cantando una canción de
ya no me acuerdo. Regulus estaba fuera de sí y yo también, no había motivos para iniciar una nueva batalla matutina, pero sin embargo la hubo. Mi madre entró colérica y nos inmovilizó con un hechizo, si yo hubiera podido usar magia
pero solo tenía 16 años y no quería ser prisionero de Azkaban a tan temprana edad
o a cualquier edad. Yo le había dado una fuerte golpiza a Regulus en su rostro, su nariz sangraba, un tiempo más y le hubiera bajado todos los dientes
Walburga lo miraba detenidamente muy compungida, yo me reía para mis adentros.
- ¿Qué le hiciste a mi pequeño, engendro? Ven querido, te curaré la herida- Ajjj, si me hubiera podido mover hubiera vomitado ahí mismo. Mi madre abandonó la habitación con Regulus, y yo continuaba allí, todavía inmóvil, que te sirva de escarmiento, exclamó. Aquel día no había comenzado bien, bueno
ningún día comenzaba bien para mí pero este era diferente. Mientras permanecía en mi habitación inmóvil (y estuve unas cuantas horas allí muy a mi pesar) me dediqué a meditar sobre algo que siempre había girado en mi mente como un trompo. Al atardecer mi padre, el muy cobarde, a escondidas de Walburga me quitó el hechizo.
- A veces tu madre se extralimita, pero es porque
- pero yo lo detuve con un ademán de la mano, no quería oír el porque te quiere otra vez, ya que ni una pizca de amor hacía mí corría por las venas de esa mujer. Por un tiempo, cuando todavía era muy niño, aquello me afectaba sobremanera, (y creo que el dolor me hizo quien soy ahora), pero al crecer me acostumbré.
A la hora de la cena, cada uno ocupó su respectivo lugar y el maldito elfo entró con la comida. Al comenzar a comer, mi madre dio inicio a su discurso habitual, sobre sangre pura, sangre sucia y sobre mí, y no precisamente eran elogios. Cada palabra suya era una puntada a mi corazón, pero yo soportaba, soportaba como durante toda mi vida, mi hermano me arrojaba miradas burlonas y completaba las frases de mi madre con alegría, mi padre se mantenía en silencio. Llegó hasta un punto en el que no me pude controlar más, inspiré, creo yo, todo el aire del ambiente y grité sobre la voz de mi madre:
- YA BASTA LOCA, NO SOY UNA PIEDRA, ESTOY CANSADO DE TUS INSULTOS, ME VOY, ME VOY
- ¿TE VAS? ¿ADONDE?- exclamaba mientras seguía mis movimientos con su voz más potente e irónica.
-A LA M****.
-SIRIUS- gritó mi padre, pero lo que siguió a eso no lo oí pues la ira me embargaba.
Subí a mi habitación, mi madre me siguió, continuaba con sus sermones, sobre mi rebeldía, sobre la vergüenza que era para la familia, sobre la pureza de la sangre y otra sarta de idioteces que me era muy difícil oír. Empaqué lo necesario y bajé los escalones a los saltos, reía, sí, reía, estaba histérico.
- VETE, VETE DE AQUÍ, ERES UNA DESHONRA, ERES UN MALDITO DESAGRADECIDO, YA NO VUELVAS MAS, NO VUELVAS MAS DESAGRADECIDO.- gritaba mientras abría la puerta de un tirón.- ESPERO NO VERTE JAMAS, YA NO ERES MI HIJO, NUNCA SERAS RECIBIDO AQUÍ, NO VUELVAS
- Por supuesto mi querida madre, tenlo por seguro, con mucho gusto.- exclamé mientras hacia una reverencia a unos cuantos metros suyo y me alejaba, guiado por la luna, y aquella única estrella que brillaba junto a ella.
Caminé unas cuantas cuadras con la maleta arrastrando y mi alma también
Unas chicas se me quedaron mirando, y si
soy irresistible, pero no tenía ánimo de nada, y me aleje cabizbajo, estás enfermo hubiera dicho James
¡Sí, Cornamenta!, debía ir hacia allí, mi hermano seguro que me recibiría. Caminé unos cuantos pasos más cuando me encontré con algo que brillaba en el pavimento con una luz plateada que me enceguecía. Me acerqué lentamente y tomé la moneda, quise ir a tomar a
una taberna muggle, ya todo me importaba un comino. Entré al primer bar que vi. Tenía una peste, y ni una chica había sin embargo llamé la atención de los presentes. Mi aspecto y mi inmensa maleta, sumado a mi edad que era evidente, fueron suficientes.
- Quiero cerveza- exclamé mientras me acomodaba en la barra.
- Y yo mucha gita
decime pibe ¿Cuántos años tenés?
- 20
si.- Lo miré desconcertado, abrumado.
- Lo único que te puedo dar es agua.- Para eso tomo del inodoro, pero ni me moleste en responder, ya estaba dispuesto a marcharme cuando una voz me detuvo, una voz extrañamente familiar.
- ¿Sirius?- me voltee y vi, si, al tío Alphard. No era de sorprender encontrarlo allí ya que se comentaba desde hacía un tiempo que se emborrachaba en bares muggles. ¡Cómo me alegré de verlo!
- Jim traéme otra botella y otro vaso- le ordenó al tabernero mientras me invitaba a sentarme junto a él- ¿Cómo estás muchacho?
No sabía como empezar pero la cerveza y el olor del lugar comenzaron a hacer efecto y le relaté todo sobre mi madre. Mi tío me miró completamente feliz, sabía que él comprendería.
- Ya era hora, mirá- me dijo mientras se acurrucaba sobre la mesa y hablaba casi en un susurro- Te voy a ayudar.
- ¿Cómo?- pregunté estúpido.
- Te voy a dar todo mi dinero.
- ¡¿Qué?! no tío, no puedo aceptarlo- le contesté a la vez que negaba con la cabeza.
Alphard me miró y continuó como si no me hubiese oído.
- Con eso será lo suficiente para vivir cómodamente un par de años
y pagar las cosas de colegio
salir con chicas y todo eso.
- Estas ebrio tío
- NO ESTOY EBRIO- aquel grito me despertó de mi estado de adormecimiento- no estoy ebrio Sirius- continuó- estoy más sobrio que nunca, y quiero ayudar a alguien de la familia que se arriesgo a hacer lo que se le da la gana.
No quise seguir contradiciendo al viejo pues de seguro hubiera recibido una fuerte trompada como respuesta. Gracias tío, le dije mientras le daba un abrazo.
- ¿Puedo pedirte un favor?- le pregunté- ¿me podrías llevar a un lado?
- Claro, esta cerveza está caliente, vamos muchacho.
Y nos alejamos de allí, todavía era de noche, hacía frío
Al llegar a la mansión Potter me despedí del viejo y me encaminé hacía la puerta. Golpeé enérgicamente, se oyó dentro un sonido extraño que debió de haber despertado a todo el vecindario.
-JAMESS- una voz femenina gritó su nombre- ES SIRIUSSS- no se como supo que era yo y no quisiera saberlo.
- YA VOY MAMA, ¿Qué QUERES CANUTO Y LA
- lo que siguió a eso fue un insulto grande, propio de una persona a quien no dejan dormir.
Al rato escuché el sonido de la puerta y luego esta que se abría. Cornamenta estaba con los anteojos hacia un lado, descalzo y con un poco masculino pijama de ositos.
- ¿Te echaron?- me preguntó al verme.
- Me fui.
- Era hora.- y me invitó a pasar.
Al entrar a la cocina, Dorea Potter me sirvió un poco de café y ambos, madre e hijo oyeron mi relato. La mujer se me acercó y me dio un fuerte abrazo, aquello era lo que necesitaba en ese momento en el cual me sentía más desamparado que nunca.
- Te quedarás aquí hijo- me dijo con su más dulce voz- dormirás con James, voy a preparar una cama para vos.
James me palmeó la espalda y me dijo con una sonrisa.
- Tengo muchas cosas que contarte
estoy loco.
- ¡Atención Potter esta loco! Eso no es novedad hermano
- Si pero por Evans.
- ¡¿Qué?!
- Sí.
- Guau, si que me tomaste por sorpresa.
- Es hermosa, ¿viste sus ojos? ¿Su cabello? Parece que ardiera
- Sí
es linda pero es imposible- dije mientras me hamacaba en la silla con los brazos cruzados detrás de mi cabeza.- Esta loca.
- Sí, tiene unos cables sueltos pero nadie puede resistirse a un merodeador.
- Eso tenlo por seguro- y chocamos los puños.
Aquella noche dormí muy poco, ya que cuando había comenzado a salir el sol, yo hacía unas escasas 3 horas que había logrado conciliar el sueño. El tiempo pasó y llegó el 1º de septiembre, me despedí de los Potter con un fuerte abrazo, aquella si que era una familia
Me reencontré con Lunático y Colagusano. Los cuatro tomamos un compartimiento del tren y me dediqué a ver la gente alejarse mientras la locomotora comenzaba a tomar velocidad. Hogwarts otra vez, pero esta sería distinta, miré a mis amigos y me dije que esto no había sido tan malo, que hubiera sido peor y que al fin era libre, me sentía muy afortunado de tener hermanos así.
Me miraba al espejo con mis ojos azules bien abiertos. No me gustaba lo que veían. Soy lo demasiadamente linda para verme tan acabada. Recogí mis cabellos en el mismo rodete que mi madre se hubiera hecho si aun viviera y me dirigí al escritorio para escribir mis memorias. Ya estoy grande y no puedo darme aquellos lujos de antaño de asistir a fiestas hasta el hartazgo, desde la muerte de mi marido ya nada ha vuelto a ser lo mismo para mí. Ahora mismo mi hijo esta con su esposa (detestable a mi parecer, muy por debajo de nuestra posición) y su hijo, quien heredó la belleza de su padre y su abuelo pero la estupidez de su madre. Le encanta hacerme enfurecer diciéndome abuela o que cuando crezca se va a casar con una tal Rose, (juro que si esa Rose es una sangresucia me muero acá mismo), Sí, claro le respondo yo como quien no quiere la cosa. Bueno como venia diciendo voy a contaros mi historia. Podría comenzar con mi nacimiento, sí, no soy muy buena con estas cosas. Nací bajo la estrella de los Black, siempre luminosa en el firmamento. Desde pequeña fui muy bella y cuando hube nacido ya dos hermanas tenía
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Abrió sus ojos una noche de octubre pero ya bajo el signo de Escorpio. Su madre la miraba de mala manera mientras la sostenía en su regazo ¿Otra niña? se preguntó en voz alta y muy decepcionada al no dar un varón a la familia como lo había hecho su cuñada. Suspiró resignada y decidió que la cuidaría con su mayor devoción, ella sería su pequeño orgullo. Cygnus no la quería y aquello se lo hizo notar a penas había comenzado a hablar. Con dos niñas le bastaba y llegaba otra para cambiar las cosas. De esta manera la niña creció en un mundo muy triste para toda persona, su madre la amaba, su padre la detestaba y su hermana mayor la aborrecía mientras la que le seguía a la anterior la llevaba de un lado hacia otro como una muñeca de trapo. Se le colocaron los nombres de Narcisa Belvina Black pero se haría conocer como Narcisa y sus más conocidos le dirían Cissy. Narcisa comenzó a crecer y a la edad de dos años se sabía todo el árbol genealógico de los Black de memoria y se lo recitaba a su padre después de cenar, también hablaba muchos idiomas, algunos tan extraños como la lengua de los dragones que consistía en gruñidos mayoritariamente. Idolatraba a Bellatrix, la mayor de las tres y era muy unida a Andrómeda, a la que le seguía en edad. Su madre estaba muy orgullosa pero su padre se resignaba a darle una muestra de cariño, ella había acabado con su esperanza de tener un varón y no se merecía su afecto. Cygnus se resignó a ver como los Black de Grimmauld Place disfrutaban de su pequeño y como su hermana dio a luz al poco tiempo a otro muchachito a quien nombraron Regulus, aquello había acrecentado el dolor y la desesperanza en el hombre.
Narcisa continuó creciendo saludablemente y para alegría de su madre cada día era más parecida a ella. Al cumplir cinco años, Narcisa conoció a quien sería el amor de su vida, un muchacho muy apuesto diez años mayor que ella. Lucius había llegado a la casona para discutir unos asuntos con su padre de parte del suyo, quien estaba muy enfermo en ese entonces. Andrómeda y Narcisa veían todo desde arriba de las escaleras.
- Es muy lindo Andy
- espetó soñadora la menor de las dos.
- Aghhh, creo que voy a vomitar- expresó la otra haciendo una mueca de asco.
- Me casaré con él cuando crezca.
- NOOO, hermanita no puedes tener tan mal gusto, es muy viejo y tonto, pues si tu te casas con él yo me casaré con el niño de afuera. ¡Hola Ted!- exclamó mientras saludaba al pequeño que caminaba velozmente fuera de la casona.- ese si que lo vale- agregó entre risas.
- Es un sangresucia- dijo Cissy como quien no quiere la cosa. Andrómeda sin previo aviso tomó una piedrita de su bolsillo y la dejo caer en la cabeza del muchacho que estaba un poco más abajo.
- ¿Estas loca? ¿Qué hiciste Andy?
- Para que aprenda- espetó la traviesa y la cabeza platinada se giró automáticamente hacia ellas y les arrojó una mirada fulminante.
Cuando Narcisa había comenzado la escuela, como era de esperar, fue aceptada por los slytherin casi al instante, era muy popular ya que compartía todos los ideales propios de esa casa, además que seguía fielmente el lema de su familia (Toujours pur) a rajatabla. Entre sus más selectos amigos había muchos que eran miembros de las más prestigiosas familias de sangre pura y un muchacho no muy alegre, pero lo demasiadamente hostil y engreído para ser amigo suyo: Severus Snape. Aquel era muy fastidiado por cuatro niños de Gryffindor, entre los cuales estaba el primo de Narcisa, Sirius. Cissy y Sirius se odiaban mutuamente pero la guerra es con Bellatrix repetía el niño constantemente por lo que a la rubia la ignoraba, es como un poste de luz pero sin luz, no se si me entienden les explicaba a sus amigos que lo miraban desconcertados.
Cissy era una niña prodigio (como había demostrado a muy temprana edad) y resaltaba en muchas de sus clases. Al ir creciendo y cuando contaba con 15 años, su hermana mayor se había casado con Rodolphus Lestrange, un gran partido y Andrómeda vivía embargada en sus pensamientos. Una tarde, Lucius había visitado a los Black. Druella estaba segura que era para algo concerniente a una de sus hijas e hizo una magnifica cena.
- Pedirá en matrimonio a Andy, Cygnus.- dijo la mujer mientras se vestía con todos los lujos y pedrería.
- Espero, esa niña ya me tiene preocupado- exclamó el otro en respuesta mientras acomodaba su corbata frente al espejo.
Cissy y Andy fueron avisadas de la noticia por Elvira y Cissy no cabía en sí de la emoción.
- Yo no bajaré- espetó decidida Andrómeda todavía en su cama.
Druella se aproximó a ella y puso una mano en su frente.
- Creo que tengo fiebre de dragón madre- exclamó tosiendo y frotándose sus brazos.
- Estas más sana que nunca Andrómeda, vístete con el vestido de allí y baja al instante.
Narcisa observaba todo desde un rincón y al pasar su madre la oyó decir:
- Esta niña, haciéndose la payasa en el día de su compromiso, por favor.
La joven sintió como un peso caía en su estómago, estaba absolutamente triste, absolutamente enojada y absolutamente enferma. Corrió a su habitación y cerró la puerta con doble candado. No bajaría, lloraría como una condenada hasta quedarse sin lágrimas. No la echarían de menos.
Ya muy entrada la noche, Cissy oía como las risas provenían de abajo y se imaginaba como su amor sería, la última vez que lo había visto era muy niño, ahora estaría todo cambiado. Pero no, no bajaría y así se quedó dormida. De repente un fuerte sonido de vajilla romperse la despertó, todavía no habían pasado diez minutos cuando Andy golpeaba desaforadamente la puerta de la habitación de su hermana.
- CISSY ABRE.
- No- exclamó con rotundidad.
- ABRE, ES SOBRE MALFOY.
- Felicidades- exclamaba la otra pegada a la puerta en posición fetal.
- NO, NO ES LO QUE PIENSAS ¿Por qué demonios todo el mundo se empecina en casarme y más con Malfoy?- exclamó lo último en voz baja para sí pero Cissy la oyó.
- ¿A qué te refieres Andy?- preguntó la otra.
- Abre la puerta y te contaré todo.
Cissy obedeció y minutos después descubría que estaría comprometida con Lucius Malfoy, su verdadero amor sino fuera por su padre. El grito de alegría que dio se escuchó hasta muy lejos y bajó casi inmediatamente al comedor donde se hallaba su padre con Lucius discutiendo acaloradamente. Secó sus lágrimas y se aproximó a ellos. Su madre y la madre de Lucius hablaban casi en un susurro en un rincón de la mesa.
- Cissy- exclamó su madre al verla.
- Padre quiero casarme con Lucius- el susodicho giró la cabeza hacia ella. Estaba muy apuesto con su cabello rubio platinado recogido en una coleta y una barba pulcramente cortada. Narcisa no podía estar más enamorada.
La discusión continuó y cuando ya se quedaron sin voces todo se arregló gracias a la intervención de la señora Black. Narcisa se casaría con Lucius Malfoy unos años después de terminar el colegio.
El tiempo pasó y durante este, Andrómeda abandonó el hogar con Ted Tonks (jamás la volvió a ver, era una deshonra y le dolió mucho pese a todo) y Cissy y Lucius se casaron en una fastuosa boda. Cissy quedó embarazada a los cinco años, aproximadamente. Había sido un hijo muy deseado. Todavía encinta Narcisa fue a visitar a su padre, pues su madre ya había muerto y padre e hija luego de una larga charla hicieron una tregua. El hombre ya estaba viejo y no quería irse de este mundo sin pedir perdón a la menor de sus niñas a quien había tratado tan mal en su vida.
Cuando Narcisa dio a luz llovía a cantaros y era de mañana, un 5 de junio para ser precisos. Lucius casi nunca estaba pues asuntos más importantes le tenían involucrado.
Al tener a la criatura en sus brazos juró que siempre lo protegería de todo mal, que el era su esperanza para los tiempos futuros. Lo llamó Draco y lo acunó contra su pecho hasta que se durmió, cantándole una vieja canción. El tiempo pasó y no fue mejor ni más llevadero que los anteriores. Un año después del nacimiento de Draco, Lucius le contó a su mujer la verdad, el porque se la pasaba afuera casi siempre. Narcisa lo suponía pero guardó silencio porque temía.
- Te necesito Narcisa- espetó Lucius mientras tomaba con ambas manos el rostro de la mujer. Ella vio los ojos de su marido y asintió mientras derramaba lágrimas de pena e ira y se besaban apasionadamente.
Unos meses después supo de la muerte de los Potter y de la supervivencia del pequeño Harry que contaba con la edad de su hijo. Aquello le tocó muy en el fondo de su corazón, pensó qué haría si le faltaba Draco o qué haría este si le faltará su madre. Pero luego de meditarlo y saber a quien servía maldijo la suerte del niño Potter, no podía creer que se hubiera salvado del Señor Oscuro, su Señor. Narcisa era así, cuando se comprometía con una causa era capaz de mandar sus sentimientos al demonio y hacer todo por esa causa, hasta cambiar su manera de pensar y sentir. Su marido se salvó de milagro de ser prisionero en Azkaban pero su hermana no y se lamentó mucho por esto. Desde ese entonces Narcisa se volvió fría y distante, acostumbraba a colocar en su rostro una expresión de asco permanente y siempre llevaba la cabeza bien hacia arriba pues se creía demasiado importante, muy por encima de todos los demás. Draco creció en un mundo peor en el cual ella había nacido y aquello la abrumó sobremanera, todo lo contrario a lo que ella quería vivió su niño. Tendía a sobreprotegerlo; sobreprotegerlo de la vida, de su padre (Lucius) y de ella misma. El pequeño creció engreído, insoportable, muy maleducado y Narcisa se lo reprochaba día a día al verlo.
- ¿Sabes que te amo demasiado hijo?- preguntó la mujer una tarde nublada mientras ambos se hallaban frente a la chimenea de su mansión.
El muchacho, todavía pequeño, suspiró resignado, observó a su madre con soberbia y continuo ignorándola como le era costumbre. Narcisa derramó una lágrima que logró atajar a tiempo. Jamás volvió a decirle te amo
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Mientras terminó de escribir estas líneas siento un leve cosquilleo en mis manos y un fuerte dolor en mi pecho, tengo miedo, ¿estaré por morir? ¿Este será mi fin?, me cuesta creerlo, todavía me falta mucho por relatar. Tendré que bajar y hablar con Draco, si, con mi hijo y con mi nieto
con mi nieto, ¿por qué seré tan distante con él? Tan pequeño y educado
una versión mejorada de mi hijo y de mi misma, les diré que los amo
que tonta he sido durante toda mi vida
debo dejarte, espero que comprendas, yo seré feliz así, si este es mi destino deberé conformarme con él.
Una mujer acariciaba los cabellos oscuros de su primogénita que se había rendido al sueño en sus brazos. Parecía un ángel mientras dormía, pero al despertar no podía creer lo distinta que era de ella. El carácter sumado a su aspecto físico provocaba en la señora una cierta duda sobre si era o no fruto de su vientre.
Cygnus Black le había obsequiado a la mayor de sus hijas como regalo por su 10 cumpleaños un hermoso Augurey todavía pichón. Bellatrix había pedido uno de ellos desde hacía tiempo, le encantaba las historias que decían que predecía la muerte y se lo pidió a su progenitor cuando tuvo la oportunidad. El hombre no se hizo esperar y se lo dio a la favorita con alegría.
Druella observaba como la niña jugaba con el animal y temía. Desde el sillón, escudándose en un libro interminable, veía como la pequeña tomaba por las alas al animal y oía su lamento. Bellatrix reía, sí, reía. Disfrutaba escuchar el dolor de la pobre ave. Su madre no sabía como reaccionar, pedía en su interior que alguien interrumpiera aquel calvario por el bien del Augurey y de ella misma. Para suerte suya, Cygnus irrumpió en la habitación con un nuevo juguete para la niña.
Bellatrix había sido una chiquilla muy malcriada desde que sus grandes ojos grises se abrieran al mundo por primera vez. Cygnus la adoraba, era su predilecta y cuando aun no había comenzado a hablar ya le estaba enseñando todo lo que concernía a su familia y la sangre pura. Druella le temía. Amaba a todas sus hijas pero temía a Bellatrix. Era el espíritu de los Black andante, era una especie de demonio. Muchas veces le agarraban berrinches insoportables y su madre quería morir. En cierta ocasión se empecinó en tener un vestido nuevo, rompió todo a su paso, lloró y gritó tanto que Cygnus no solo le compró un vestido sino un par de zapatos y una diadema con perlas y diamantes. Bellatrix acostumbraba a tener lo que quería cuando quería.
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(Bellatrix Lestrange Black)
Desperté fría aquella mañana de invierno en la suavidad de mis sabanas de seda. Giré y encontré el rostro del asqueroso de Rodolphus a mi lado, con saliva cayendo por la comisura de su boca abierta. Otro día junto a él, ya no podía ni verlo, insoportable, pero todo por el bien de los sangre pura me dije convencida y bajé al comedor ágilmente. La mucama Sylma al verme hizo una reverencia y más bien, con la mirada que le dediqué me debió temer. Y es que yo provocó eso, temor, y me encanta. Me encanta saber que los otros me tienen miedo, saber que soy capaz de controlarlos a mi antojo.
- Señora ha llegado una carta para usted- me dijo mientras me extendía un sobre amarillento con la cabeza gacha y una voz estupidamente débil que provocó en mí una sonrisa.
Abrí el sobre recostada en el sillón de la sala y tomé la hoja allí dentro. Al concluirla comencé a reír a carcajadas y después de que os cuente por qué se reirán conmigo también. La carta provenía de la debilucha de Narcisa. La mocosa me decía que la incompetente de Andrómeda había abandonado la familia para casarse con sangresucia Tonks. Al leer esto reí como nunca. Sabía que nos deshonraría así esa buena para nada exclamé en voz alta. En ese momento bajó Rodolphus con su bata violeta tan horrenda como su rostro al despertarse.
- ¿De qué te ríes?- me preguntó.
- Léelo tu mismo
- y le extendí la carta sin mirarlo-
si es que puedes- agregué con una media sonrisa.
La bestia tomó el papel y al terminar, comenzó a soltar una especie de carcajadas tan increíbles y desagradables que parecía que se le habían quedado atascadas unas cosas en su garganta.
- En mi familia la hubiésemos hecho desaparecer- comentó con agrado.
- Mi familia es bastante atrasada en eso, además la enfermiza de mi madre no lo soportaría, por mí
yo ya lo hubiera hecho- dije mientras me ponía de pie y subía nuevamente a la habitación.
Al entrar en ella revolví mi armario, elegí mi mejor vestido y me miré melancólica al espejo, aquella noche habría otra fiesta.
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Cygnus se hallaba en un extremo de la mesa, escoltado por Druella y Bellatrix, junto a Druella estaba Andrómeda y al lado de esta última la pequeña Narcisa. Era la hora de cenar y el hombre comenzó con su discurso habitual. Parece que es costumbre le había dicho Sirius a Andy en cierta ocasión. Al concluir con él le dedicó unas palabras a la mayor.
- Bella, querida, me encantaría que conocieras a un joven de alta sociedad
- ¿Quién es él?- preguntó ella con una sonrisa.
- Lestrange, Rodolphus.
- Los Lestrange
- espetó como si quisiera recordar algo-
si, los Lestrange.
- ¿Y qué opinas?
- Que me encantaría padre. Debe ser difícil encontrar alguien acorde a nuestra familia, todos tan insignificantes
El hombre asintió y rió a carcajadas y miró a su esposa para invitarla a reír con él pero la mujer no se inmutaba al igual que Andrómeda quien cada vez estaba más dentro de su plato. Narcisa, en cambio, veía a su hermana mayor completamente maravillada. Al concluir esa noche y llegar la siguiente se concertó una cena monumental para invitar a los Lestrange. Bellatrix se había vestido completamente de azul con una cantidad increíble de joyas. Al ver al joven, apuesto pese a todo, la muchacha se aproximó lentamente a él y comenzaron a hablar. No se gustaban mutuamente pero compartían la misma manera de pensar y eso ya era suficiente.
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(Bellatrix)
Ya hacia seis años que me había casado con la bestia y todo en mi hogar no era para mejor. Cada vez que lo miraba agradecía al cielo no tener hijos suyos, nunca se me hubiera ocurrido dar niños a aquella casa y más todavía niños de él, era como una pesadilla. Tomé la taza de te ya frío y lo tire al fregadero y rompí la taza contra la pared. La tonta de Sylma corrió hacia mí asustada.
- ¿Está bien señora?- me preguntó la muy inútil.
- ¿Qué te importa?- le dije yo y me fui pisando fuerte de allí.
Esa noche hubo una cena, a ella habían llegado los mortífagos y esperábamos a Mi Señor. Se hablaba mucho de él, tantas maravillas para nos, que anhelábamos que algún día nos hiciera el honor de presentarse a nosotros, sus más fieles seguidores. En la mesa estaba Malfoy, el marido de mi hermana, quien en ese entonces estaba encinta.
- ¿Le contaste algo de esto?
- Todavía no- me respondió meditabundo.
- Es una debilucha como mi difunta madre no creo que lo soporte.- exclamé yo a la vez que me alejaba de allí.
De repente la noche cayó sobre aquella sala, las luces, todas, se apagaron a la menor ventisca. Algunos cobardes dieron un grito de horror, pero yo sabía, yo sentía en mi corazón, en mis venas que aquel era EL.
- ES EL, ES EL- grite frenética, todavía de pie.
Cuando la mayoría se percató de su venida ya estaba erguido junto a nosotros. Tan monumental, tan magnífico. Me aproximé a él y me arrojé a sus pies cubiertos por la larga túnica que poseía.
- Señor, MI Señor. Bellatrix Lestrange su servidora.
- Siéntate Bella, apártate de mi camino- exclamó con una voz suave y respetable.
Me apresure y me coloqué junto a Rodolphus quien miraba asombrado como su hermano Rabastan, con la boca abierta y cayéndole saliva, como cuando duerme o como siempre. Todos estaban de pie, aquello era tan magnífico. El Señor Oscuro tomó un lugar junto a mí, en la cabeza de la larga mesa. Lo que oímos aquella noche fue música para nuestros oídos, su voz endulzaba mi alma. Nos habló de todo lo que pensamos que nos diría y mucho más
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Despertó tarde aquel día, no había clases y le agradeció a la vida aquello, se sentía muy mal, le dolía la cabeza sobremanera, se compuso lentamente y corrió al baño a lavarse el rostro. Al verse en el espejo se dedicó una sonrisa. Corrió a vestirse para bajar y reunirse con sus amigos. Tomó su varita y observó como la nieve caía a través de la ventana junto a su cama, su primo el insoportable de Sirius corría de un lado hacia otro jugando con sus estúpidos amigos. Lo odiaba, era todo lo contrario a ella pero a su vez igual de parecido que le repugnaba. Corrió a la sala y tomo asiento junto a sus amigos, tan selectos, tan respetables. Al verla llegar se pusieron de pie, como si una reina hubiera llegado. Bellatrix les agradeció su gesto y con una mano les señalo que regresaran a sus lugares.
Al terminar el desayuno se pusieron a charlar, se apropiaron de una de las escalinatas que daban a los jardines del colegio y dieron inicio a su charla matutina. Se hacían llamar Mortífagos, y eran una nueva camada de aquel grupo tan misterioso.
Reían a carcajadas, intercambiaban confidencias y se burlaban de todos aquellos que llamaban sangresucia. Bella se enroscaba su cabello oscuro en un dedo mientras escuchaba atentamente con una mueca seductora en su rostro a Antonin Dolohov. El joven algo torpe y para nada apuesto aunque razonablemente astuto, hablaba sobre Stephanie Rice una niña de Ravenclaw de padres muggles, bastante tímida y olvidadiza que no tenía amigos y que era, a su parecer, patética.
- ¿A que no estaría bueno hacerle crecer unas orejas de burro a esa sangresucia y hacerla pastar por todo el jardín?- espetó divertido. Los demás asintieron y arrojaron otras tantas ideas para hacerle pasar vergüenza a la pobre muchacha. Sin embargo Bellatrix se había quedado momentáneamente tildada con una sonrisa irónica que dejaba ver todos sus blanquísimos dientes.
- ¿Te animarías?- preguntó ella como quien no quiere la cosa. Dolohov la miró perplejo pues no sabía que hacer ni que decir.- Lo sabía eres un inepto Dolohov, bastante blando para mi, ahora mírenme, miren lo que haré.- expresó desafiante mientras se ponía de pie y sacaba la varita de su túnica.- IMPERIUS- dijo en voz baja pero lo suficientemente fuerte como para que sus amigos la oyeran.
La joven caminaba en dirección al bosque y de repente (bajo ordenes de Bellatrix), se puso en cuatro patas y comenzó a correr desaforadamente, a beber agua del lago, a gritar, a cantar, a decir totales incoherencias, a actuar como una demente. Algunos de los presentes reían a carcajadas, otros miraban preocupados a Stephanie. Los Mortífagos estaban anonadados, maravillados ante el accionar de la joven Black. Ella parecía disfrutar la situación, le brillaban los ojos como si su padre le hubiera entregado el más ansiado obsequio. Al instante un grito la hizo detener, el grito de un prefecto que corría en dirección a Stephanie. Al bajar la varita un cosquilleo recorrió su cuerpo y una alegría nunca antes vista se estampó en su rostro. Los demás allí en las escaleras guardaron silencio por un momento y luego cuando ya el tumulto de gente en torno a la niña se hubo despejado prorrumpieron en aplausos y vitorees con grandes sonrisas.
- No sabía que podías hacer eso.- exclamó Dolohov de camino a la Sala Común de Slytherin.
- Y eso no es nada, espera a ver la maldición Crucio, es maravillosa- dijo extasiada la muchacha mientras se acariciaba su cabello- La otra vez la practique con el gato de mi hermana, es una sensación deliciosa
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(Bellatrix Lestrange)
Dejé la copa de licor a un lado y me puse de pie, me observé en el espejo de mi habitación todavía con la mascara en mi rostro y me sentí excelente, poderosa, invencible. Comencé a reír a montones, estaba tan feliz
Bajé a la sala y allí me esperaba mi esposo y su estúpido hermano, ambos con una escoba en mano. Tomé la mía al pie de la escalera y con una seña de mi cabeza los invité a salir de la mansión. Nos montamos de un salto en las escobas y nos elevamos por sobre el techo de mi casa, un gélido viento llegó a mi, saboree cada momento como si fuera el último. Rodolphus nos guiaba, la noche era tormentosa, el cielo se hallaba revuelto, apenas unas pocas estrellas se lograban divisar. Atravesamos la noche con rapidez, un sentimiento de alegría plena recorría todo mi ser, estaba impaciente, quería llegar lo antes posible y cumplir con mi misión, MI misión.
Al llegar a la casucha, a la humilde y olorosa ca-su-cha, un olor pestilente llegó a mí. Nos bajamos de un salto de las escobas, nos confundimos con el follaje, dentro parecía haber un festejo
¡Qué estupidos, qué ignorantes!, reía por dentro inevitablemente. Era un 31 de octubre
voces llegaban a mi, mi corazón latía fieramente, estaba totalmente ansiosa, ni siquiera el llanto de un bebé pudo conmoverme
¿conmoverme? Ya no pude más, les hice otra seña a las dos bestias que tenía de escoltas para que me siguieran y así de rápido abrí de un tirón la puerta para encontrarme con los tres Longbottom completamente aterrados
Se me entumeció la mano al terminar de escribir estas líneas hacia bastante que no escribía tanto. Escucho el sonido del viento correr por los pasillos entre las celdas y un frío llega a mi corazón. Se dibuja una sonrisa en mi, estoy, mejor decir, SOY tan feliz, soy su fiel servidora, jamás me doblegaré, soy fuerte para soportar lo que sea, hasta la misma muerte por EL, se que un día reconocerá mi sacrificio. Mí querido Señor
Se encontraba recostado en un sillón con la cabeza mirando hacia un costado y con un cigarrillo entre sus dedos delgados. Hacía un tiempo estaba así, meditabundo, ausente. Kreacher iba y venía pero su amo no tenía hambre solo quería morir. Suspiró resignado y se puso de pie mientras apagaba el cigarrillo en el piso, se encaminó a su habitación cuando pasó sin querer frente al retrato de su madre que al oír sus pasos comenzó a gritar como una condenada.
- YA BASTA MADRE, YA BASTA- gritaba a la par Regulus a la vez que se cubría con ambas manos los oídos. Siguió caminando, aun más rápido y entro de golpe al dormitorio al tocar su mano la perilla de la puerta en donde estaban grabadas las iniciales de sus nombres y apellido.
A la mañana siguiente el joven le entregó su elfo al Señor Oscuro. Ese día había anochecido con tremenda rapidez y él se hallaba leyendo El Profeta con sumo interés, algo molesto, eso si, ya que desde hacia unos días le daba comezón la marca tenebrosa que tenía tatuada en su brazo y estaba dubitativo. Desde aquella batalla en la que James Potter había salido herido y su hermano, su hermano Sirius, lo había desarmado mientras le arrojaba una mirada que irradiaba una cólera profunda, como si no lo reconociera, Regulus cambió y pese a que no era evidente para los demás, en el numero 12 de Grimmauld Place se sentía más solo que nunca, conviviendo con un elfo y el retrato de su madre. Hubiera querido tener una familia o una novia al menos, tenía casi 19 años, era muy joven y bastante manipulable.
Todavía era de tarde y Regulus salió a caminar un poco, necesitaba algo de aire fresco para aclarar sus ideas. Camino unas cuadras hasta llegar a un puente en donde se dedicó a mirar el agua correr bajo sus pies y un deseo inevitable de morir llegó a él, pero era inútil. Volvió a su hogar cabizbajo y con un pesar en su corazón difícil de quitar, de camino se encontró con unos chicos, muggles a simple vista, que reían y se molestaban entre ellos, eran amigos que estaban yendo a bailar y la imagen de Sirius se materializó ante él y un sentimiento parecido a la envidia lo invadió. Malhumorado abrió la puerta de Grimmauld Place y fue ahí que se encontró de improviso con Kreacher.
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(Regulus Black)
Me desperté con los primeros rayos de aquel sol otoñal golpeando mis ojos. Maldije por lo bajo y me puse de pie, corrí al baño a lavarme el rostro y observé una marca en mi mentón, maldije a Sirius con cada partícula de mi ser, esa piña me había dejado inconciente un par de segundos y me había dejado como un idiota frente a todos mis amigos. Soy mejor de lo que aparento y aquello arrojó mi reputación al demonio. Aquella mañana bajé a desayunar como de costumbre y ocupé un lugar en mi selecto grupo de Slytherin, todavía algunos reían.
- ¿Con que tu hermanito perrito mojado Gryffindor Regulus te lastimó en el rostro?- me preguntó una estúpida mocosa de primero. No le respondí, solo le dediqué una mirada característica Black y giré mi rostro hacia el otro lado.
Allí entraba Sirius escoltado por sus amigos. Las chicas suspiraban abiertamente sin disimular, incluidas algunas de mí casa, muy a mi pesar. Sirius era todo lo que yo no era, querido por sus amigos, respetado, atractivo y yo lo envidiaba pero lo admiraba. Lo quería pese a todo, porque era mi hermano, pero él no. ¿Qué culpa tenía yo si nuestra madre me quería más a mí que a él, si yo era un verdadero Black cosa que el no era? Pero el parecía no comprender. De repente escuché unas voces burlonas de la mesa de Gryffindor, al otro extremo. Era yo el motivo de sus chistes, James Potter rompía en carcajadas bastante sonoras después de que mi hermano terminaba de hablar. Aquello colmó mi paciencia, lo quería pero debo admitir que era insoportable y pese a ser hechicero soy humano y reacciono, tomé un plato y se lo arrojé. El susodicho golpeó de lleno en el rostro de Pettigrew quien ocupaba un lugar junto a Sirius. Sirius se quedó mirando sorprendido, Pettigrew había caído de espaldas y parecía inconciente.
- Creo que iba para ti hermano- dijo Potter mientras intentaba levantar a la bola de pus andante Pettigrew.
Sirius giró la cabeza hacia mí. Sabía que era yo.
- Tenías que ser vos- exclamó con firmeza mi hermano mayor mientras se ponía de pie. La mesa de Slytherin miraba expectante y divertida, la mesa de Gryffindor ardía en cólera. Los profesores recién se habían percatado de lo que sucedía, parecía que estaban todavía dormidos sino no se explicaría porque no habían escuchado el sonido del plato estrellarse. Lo que pasó en ese momento sucedió tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Tres varitas de la mesa de Gryffindor se alzaron en el aire y despidieron hechizos a diestra y siniestra, los de Slytherin no tardaron en responder y contraatacaron. Las otras dos casas del colegio habían quedado en medio y algunos tomaban parte de la pelea y precisamente no era a nuestro bando al que se unían. Sirius me elevó por el aire y me colgó del techo. Todos enmudecieron, Katia Scwartsz, la bella de Ravenclaw me miraba sorprendida. Mis cabellos volaban al son de las risas de mi hermano.
- Para que aprendas a no jugar con la comida- exclamó irónico pero McGonagall lo inmovilizó al instante.
Sirius estuvo un tiempo largo castigado, al igual que su banda de salvajes. Prometió que cuando saliera se vengaría de mí, en cambio mi encanto hizo que yo fuera visto como el santo inocente y ganara adeptos, pero mi autoestima estaba por el piso, siempre lograba la manera de ponerme en ridículo.
Una mañana me desperté muy temprano y bajé al comedor en donde me encontré con mi prima Bellatrix rodeado de todos sus amigos, yo levanté la mano y busqué su saludo pero ella me ignoró, no entendía lo distintos que éramos mi hermano y yo. Estaba dispuesto a colocarme en un lugar apartado cerca de Andrómeda cuando Bella giró su cabeza hacia mí y con unos ojos diminutos repletos de malicia invitó a unirme a ellos. Con una gran sonrisa me aproxime, Sirius que se encontraba del otro lado en la mesa de Gryffindor, siguió mis pasos atentamente y luego lo oí murmurar:
- Parece que las moscas se acercan a la basura, es un maldito cobarde y estúpido además, que vergüenza
Aquellas palabras lo único que hicieron fue darme más valor y casi a zancadas me aproximé a aquel sitio en donde estaba Bellatrix.
- ¿Cómo estas Regulus?- me preguntó amablemente la morena. Todos me arrojaban miradas frías y llenas de expectación.
- Estoy bien Bella, gracias.
- No hay por qué, para eso están los primos, la familia, para interesarse por el bienestar del otro.- y miró de soslayo a Dolohov con una medio sonrisa.- ¿En que año estas?- exclamó volviendo a mi.
- En quinto- dije casi en un susurro.
- ¡Que dulce!, va a quinto el bebito- espetó en tono burlón- Como debes saber Regulus, este es nuestro último año
- Sí, lo se.
- Bien y siempre dejamos un legado, aquellos de Slytherin que se van del colegio, como que pasamos la antorcha, no se si me entiendes. Tu Regulus, eres muy inteligente, eres el que vale de esa parte de los Black.
- Gracias Bellatrix
- Por eso queríamos hacerte una propuesta, obviamente por el momento muchas cosas no podrás hacer hasta que abandones Hogwarts pero nos puedes ayudar a reclutar y más tarde unirte a nosotros.
- ¿De que hablás?- pregunté temeroso.
- A la 5 de la tarde en la Sala Común vamos a tener una larga charla, Regulus, primo
Fue ese mismo día en el que me convertí en un reclutador de mortífagos para más tarde, solo dos años después unirme finalmente a aquel tan selecto grupo
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Kreacher estaba nervioso, Regulus se aproximó a él algo temeroso pero no por eso sin conservar la calma.
- ¿Qué te ocurrió amigo?- exclamó casi en un susurro. El elfo se estremeció pero obedeciendo a su amo relató con pena el martirio que le hizo padecer Lord Voldemort.
- ¡Es un maldito!- gritó rabioso Regulus mientras se refregaba con impaciencia la marca de su brazo- ¡¿Cómo pudo hacer eso?!- camino tambaleándose, aquello había sido la gota que había derramado el vaso. Algo confuso, le dio una palmaditas a Kreacher en un hombro y se encaminó a su habitación. Permaneció allí un tiempo razonable, pensando, meditando su accionar. Se puso de pie y se dirigió a su escritorio, sacó papel y con la pluma que allí reposaba escribió una breve nota. Al concluir, grabó sus iniciales con premura, R.A.B, y un sentimiento que nunca antes había llegado a sentir recorrió todo su ser. Estaba nervioso y tal vez más temeroso que en toda su corta vida, pero estaba satisfecho consigo mismo y sonrió para si con aquella sonrisa tan parecida, tan igual a la de Sirius y se sintió un héroe, un HEROE. Suspiró, se ató en una coleta sus cabellos oscuros y guardo la nota en un relicario que había hecho aparecer y salió finalmente al exterior, libre.
- Escúchame Kreacher, te debo unas cuantas amigo, te debo pedir un favor.
- Si, amo
- Bien, deberás acompañarme, me tendrás que ayudar Kreacher.
- Como ordene.
- Llévame a la cueva, al lugar en donde te dejó Voldemort.
Un escalofrió recorrió el pequeño cuerpo del ser.
- Pero señor
- No hay peros Kreacher, harás lo que te digo- espeto malhumorado el joven. El elfo asintió sin otro remedio.
Aquella misma madrugada Regulus Black partió a su última morada
Primos Black - Potterfics, tu versión de la historia
Desperté una mañana con un fuerte dolor de cabeza por la noche anterior, después que Bellatrix me hubiera dado una fuerte paliza tras haberme deslizado a su
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2024-10-06
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