Recuerdos de un año loco - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Ya estamos a 30 de Diciembre y se nota que el añoque se ha aposentado entre nosotros con tanta facilidad llega a su fin. Atrásquedan la euforia de las fiestas, los botellones hasta bien entrada la mañana,la resaca de los lunes y los montones casi interminables de ropa de marca conolor a alcohol y a tabaco. Las líneas blancas que me había atrevido a cruzaruna noche con mis amigos desaparecen difuminadas por el recuerdo de sus caras,las que ya no veré más. El olor de la madera quemada de la chimenea me recuerdalos pitillos que fumaba al salir de clase y reaviva mis recuerdos acerca deeste año loco que llega a su fin. Había sido este año y no otro el que me habíaenseñado muchas cosas de la vida que antes desconocía. Este año que, ahora medoy cuenta, me había marcado a través de cambios, uno tras otro.

 



El primer cambio que noté fue, sin duda alguna, lasubida de mi estatus social en el instituto. Siempre he sido de esa clase depersonas que pasan desapercibidas sin apenas esforzarse; nadie reparaba en mí ano ser que necesitase urgentemente una hoja amiga con los ejercicios de deberesbien hechos. Para ser sinceros, aquello me fastidiaba bastante, aunque lo disimulabacon maestría. Odiaba lo injusta que puede llegar a ser la vida cuando se lopropone. Sin embargo, cuando llegué a clase tras las navidades, mi sorpresa fuemayúscula. Por primera vez, me sentí como cualquier otra chica, sin ser unbicho raro. Y me gustó.

De todos lados me llovían invitaciones tentadoras:"¿Por qué no te sientas conmigo?", "¿Quedamos después de clase?". No me atrevíaa negarme a ninguna de las propuestas así que empecé a posponer mis horas deestudio y mis hábitos algo ermitaños a favor de mi reciente popularidad.Comencé a salir por ahí después de clase, a no volver hasta el anochecer, asuspender exámenes con una frecuencia inusitada y a llegar muy tarde a casa losfines de semana. Le cogí el gustillo a estar siempre a la última, a acudir afiestas y a botellones ilegales y me convertí en visitante asidua de ladiscoteca del barrio. Y no me preocupé por nada.

Al cabo de un mes de empezar a hacer pellas de vez encuando, avisaron a mis padres desde el instituto. Cuando volví a casa aquellanoche me los encontré esperándome, muy enfadados. Me castigaron sin salir hastaverano. Mi reacción más inmediata fue la de pirarme. Durante aquella primeraescapada, aproveché para hacerme un piercing en la ceja, lo cual sabía con todaseguridad que a mis viejos no les gustaría. Pero me dio igual. Pasé porcompleto del sermón que recibí a mi regreso y, durante otras escapadas cambiémi look considerablemente: me hice mechas rubias, me corté el pelo
Usabagrandes cantidades de maquillaje y no me cortaba a la hora de soltar tacos y deenseñar mi cuerpo más de la cuenta. Empecé a fumar. Y, alguna que otra vez, memetí en peleas con otras bandas como nosotros, e incluso colaboré en pequeñosrobos sin ‑­importancia. Me habitué a llevar siempre una navaja en el bolso,por si acaso. Me emborrachaba casi todos los fines de semana y probé la coca,aunque no me gustó especialmente. Los estudios dejaron de importarme y con unarapidez asombrosa pasé de ser una estudiante modélica a suspender variasasignaturas. Pero no me importó. Porque mis intereses eran otros: divertirme,salir, romper reglas
Me encantaba sentir el subidón de adrenalina cada vez quehacía algo prohibido o que sabía que mis viejos desaprobaban. Adoraba esasensación de libertad que se siente cuando se sobrepasan los límitesestablecidos. Me flipaba no ser un bicho raro, que la gente contase conmigopara hacer cosas y que yo fuese capaz de superar mis propias expectativas una yotra vez. Y sobre todo, lo que más me gustaba era la sensación de sentirmequerida; el hecho de que hubiera gente que me consideraba su amiga y queopinaba que yo era guay. Eso era lo mejor. Eso, y que sólo tuviera que dar unacosa a cambio para tenerlo todo: cumplir unas normas específicas, no escritaspero imposibles de ignorar: no rajarse nunca, estar al tanto de la últimanovedad, ser fiel a los amigos y estar siempre disponible para cualquier cosa,por descabellada que fuera. No era mucho pedir, al menos para mí, pues elpremio valía la pena, y con creces.

 



El tiempo se me pasó muy deprisa. Yo iba de botellónen botellón y de lío en lío, cada uno más grande que el anterior, sinpreocuparme siquiera de lo que me pudiera pasar. En una de esas fiestas conocía un chico. Ahí empezó el segundo suceso más importante del año. No sé qué pasóexactamente esa noche, ya que estaba borracha, pero hay algo de lo que sí estoy bastante segura: fue esanoche cuando ocurrió, aunque yo no lo supe hasta casi dos meses después.

Empecé a notarme extraña unas semanas después deaquello, aunque no le di mucha importancia, pues pensé que sería consecuenciade la cogorza que había pillado en el guateque de la noche anterior.Simplemente me tomé una aspirina y me tumbé en el sofá, esperando a que se mepasara. Aquella noche no salí. Las siguientes, tampoco. Puse como excusa a misamigos que estaba enferma y me encerré en mi habitación, de la que sólo salíapara ir al baño. Pero, a pesar de lasaspirinas, el descanso y mi reciente astenia, yo no mejoraba, por lo que meempecé a plantear seriamente ir al médico. Tras una noche especialmenteincómoda me decidí, aunque no sin recelos, pues estaba segura de que me echaríaun sermón acerca de mi nueva e insana forma de vida. Aún así, acudí.

En el hospital había mucha gente en urgencias, así queme pasé la mañana entera esperando mi turno. Ya era casi mediodía cuando porfin pasé a la consulta. Tras examinarme con atención y, tal y como suponía,sermonearme duramente, dio su veredicto sobre mi supuesta enfermedad. Yo había pasado ampliamente del aburridodiscurso, pero me obligué a mí misma a prestar atención cuando comentó comoquien no quiere la cosa que probablemente estaba embarazada. Lo que dijo measustó muchísimo: me di cuenta entonces de que estaba metida en un lío muy, muy gordo. Skins de Fortnite

Como yo no era capaz de reaccionar llamó a unaenfermera, me preparó un volante para ginecología y allí me envió. Recorrí lospasillos del hospital ayudada por la enfermera; sin su ayuda nunca abríalogrado llegar a la consulta: la sorpresa me había dejado en estado de shock,cualquiera que se hubiese cruzado conmigo podría decir que había visto un zombiy sería perfectamente creíble.

La ginecóloga no tardó mucho en confirmar lo que yasabía: estaba embarazada. Me preguntó si quería aquel bebé. Yo entonces noquería nada. Le respondí lo primero que se me ocurrió: le dije que queríaabortar. Me dio unas pastillas y me envió a casa. Las pastillas quedaronolvidadas en el bolso durante varios días, días que yo pasé sumida en un terrorabsoluto, encerrada en mi habitación, sin apenas comer ni dormir. Lloraba todoel día y toda la noche y no quería hablar con nadie. Me daba lo mismo lo quepasaba a mi alrededor y cuando buscabaesperanza dentro de mí, sólo encontraba desesperación. Durante esos díasadelgacé varios kilos, pero me daba igual, porque cada vez que miraba lo quesucedía en mi entorno, sólo veía una espiral de oscuridad y tinieblas que medesesperaba. Fueron días horribles.

 

Pero una noche me desperté por culpa de una pesadilla,una de tantas, ya que últimamente formaban parte de mi rutina diaria, y lo vitodo claro de repente. Sin apenas ser consciente de lo que hacía, me dirigí ala silla donde había colgado el bolso y busqué la caja de pastillas. Sin leerel prospecto, me metí una tableta entera en la boca y la tragué, con lágrimasen los ojos. Y me convertí en asesina.

Tras el aborto, mi vida siguió como si nada hubierapasado. Volví a visitar botellones y fiestas, a probar la coca (a la quealgunos de mis amigos se habían enganchado)
La vida prosiguió con lo que poraquellos tiempos se había convertido en costumbre. Pero entonces, sucedió.

Lo recuerdo bien. Era verano y yo había renunciado air, como todos los años, a la playa con mi familia. Había fiestas en la mayoríade los pueblos de los alrededores de la ciudad y mis amigos y yo no nosperdíamos ninguna.

A mediados de julio fue el dieciocho cumpleaños deXandru y sus padres le regalaron un coche, un deportivo rojo precioso. Élestaba muy emocionado con el regalo así que decidimos probarlo aquella noche. Nuncase me olvidará lo que ocurrió.

Fuimos a las fiestas de un pueblo, no recuerdo cualera. Nos metimos de lleno en el jolgorio, puede que bebiendo algo más de lacuenta; queríamos celebrar el aniversario de nuestro amigo por todo lo alto.Serían cerca de las seis de la mañana cuando decidimos volver a la ciudad.Estábamos cansados de sentir la música machacona en nuestros oídos, teníamoslos sentidos embotados por el alcohol y la droga. Quizás fue por eso por lo que Xandru no pudotomar bien la curva, ni esquivar el árbol contra el que nos empotramos.

El choque fue brutal. Andre y Javi, que iban delantecon Xandru, salieron disparados a través de la luna del parabrisas. Ambosmurieron en el acto, entre cristales y sangre. Xandru no. Él se fue un poco mástarde, mientras lo llevaban al hospital. Yo creo que no quiso seguir luchandopor su vida, al menos no después de haber visto como dos de los nuestros laperdían por su culpa.

Jhonny no murió, aunque según me escribió en unade sus cartas, le gustaría haber muerto entonces para no tener que sufrir loque está sufriendo ahora: de operación en operación y de rehabilitación enrehabilitación, cada cual más dolorosa. Él iba sentado a mi lado cuando sucedióel accidente y se por qué lo dice, sobre todo después de quedar como quedó,aunque también por experiencia propia. Ahora los dos somos unos marginados.

Sus cartasme contaban primero las falsas esperanzas de una recuperación pronta, luego lasoperaciones y las dolorosas rehabilitaciones sin éxito y por último, lo inútilque se sentía a causa de su silla de ruedas y su temor a enfrentarse al espejopara no tener que contemplar las cicatrices de su cara.

Laura también sobrevivió, pero sólo porque era laúnica que llevaba el cinturón de seguridad puesto. Eso la salvó. Aún así,perdió la audición en un oído según me contó en una de sus cartas: "Tengo jaquecas frecuentemente y el médicodice que no volveré a oír nunca más por el oído izquierdo
"
Pobre Laura.Además, sus padres, en su afán de que olvidara todo lo ocurrido, se mudaron deciudad, por lo que ella ahora apenas tiene amigos. Le pasa como a Jhonny y amí: sus cicatrices la marginan.

La última ocupante del coche que se empotró erayo. Salí bastante bien parada si me comparo con lo que les ocurrió a Jhonny o aXandru. Sólo me rompí un brazo y me hice una brecha en la frente, además de unmontón de cortes y contusiones por todo el cuerpo. Aunque no me considero tanafortunada por otras cosas: cada noche, cuando me acuesto, tengo miedo decerrar los ojos y volver a encontrarme con los rostros sin vida de mis amigos,los charcos de sangre empapándoles la ropa y yo, impotente y atrapada por elcuerpo inerte de Jhonny, que perdió el conocimiento, sin poder hacer nada paraayudarles.

Mis padres, que estaban en la playa, volvieron en cuanto se enterarondel fatídico accidente. Se quedaron conmigo hasta que me recuperé lo suficientey, aprovechando el comienzo del curso escolar, me metieron entre estas paredesblancas con olor a hospital que he llegado a conocer tan bien a lo largo deltrimestre escaso que llevo viviendo en este Centro de Rehabilitación.

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Ya estamos a 30 de Diciembre y se nota que el añoque se ha aposentado entre nosotros con tanta facilidad llega a su fin. Atrásquedan la euforia de las fiesta

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2024-10-16

 

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