Tragedia - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Estábamos todos reunidos en el colegio un sábado por la mañana. El viaje a Córdoba estaba por empezar. A mi alrededor, todos mis compañeros se encontraban con sus padres sonriendo mientras se saludaban con sus amigos, listos para emprender el viaje de fin de curso. Lo habíamos esperado con verdaderas ansias, no veíamos el momento de partir.

En la calle, el micro nos esperaba, incitándonos a subirnos de inmediato, como si nos llamara. Subimos nuestro equipaje y nos despedimos de nuestros padres entre risas y abrazos. ¡Por fin había llegado ese momento tan esperado!

-Milagros, cuidate-me dijo mi madre, dándome un fuerte abrazo. Yo le sonreí.

Subimos al micro llenos de alegría. En su interior se respiraba un ambiente completamente festivo.

 

-Sentate conmigo, Mili-me había dicho mi amiga Carmen.

Me senté junto a ella. El micro arrancó.

El viaje al fin había empezado y yo estaba sumamente entusiasmada. Era un recorrido bastante largo, unas cuantas horas.

Para pasar el tiempo a veces leía un poco o charlaba con mis amigos, o lo miraba a él. Sí, a Manuel, el chico del cual llevaba enamorada cinco años. Yo le había dicho lo que sentía por él cuando tenía doce años y, por tres años consecutivos, no me había dirigido la palabra. Recién este año había comenzado a hablarme, y yo disfrutaba cada palabra intercambiada con él. La verdad era que, desde que había comenzado el viaje, ya había hablado varias veces con Manuel, y yo estaba alegre. No podía pedirle más a la vida.

Las horas pasaron hasta que, finalmente, anocheció.

Eran las tres de la mañana y yo moría de sueño, pero poco de mis amigos estaban dormidos. Estaba aburrida, así que decidí dar un paseo por el micro para ver con quien podía hablar.

Como no había encontrado a nadie interesante con quien entablar una conversación, me senté en un asiento vacío. Por suerte, el lugar contiguo también lo estaba, lo que significaba que tenía dos a mi entera disponibilidad.

Me recosté contra la ventana y comencé a escuchar mi mp3.

Pasaron unos minutos y, de repente, Manuel se sentó en el asiento que quedaba libre.

Mi corazón se desbocó. No lo podía creer. No podía creer que la persona que más amaba en el mundo estuviera sentada al lado mío, dispuesto a dormir. Era evidente que moría de sueño ya que, ni bien se recostó en el asiento, se quedó dormido.

Disimulé lo más que pude mi felicidad para que los demás no lo notaran, pero cuando no me veían, no pude evitar sonreír.

Bajé la música y me di cuenta de que Manuel roncaba bajito. Me reí en silencio, apagué el reproductor de música, y me limité a mirarlo. Era tan hermoso cuando dormía. Su cara estaba a pocos centímetros de la mía. Nunca lo había tenido tan de cerca, nunca había podido apreciar sus facciones divinas de esa manera, nunca lo había visto dormir tan cercano. Era como si estuviera frágil, inocente. No hay nada mejor como ver a la persona que uno quiere de verdad durmiendo al lado de uno.

Mi sonrisa seguía intacta y no lograba dormirme. De vez en cuando, él se removía en su asiento y mi corazón se aceleraba de forma alarmante con cada movimiento suyo, con cada roce. Estaba en el cielo.

Después de todo lo que había sufrido por los años en los que nunca me había hablado, ni siquiera para saber la hora, al fin, tenía este regalo del cielo. Agradecí a Dios por una media hora, aun sonriendo. Todo el mundo estaba al tanto de que era un milagro que él estuviera ahí a mi lado, ya que más de una vez escuché decir entre mis compañeros:

 

-Mirá, Manuel está durmiendo con Milagros. Re loco.

Yo me reía en mi interior ante esos comentarios. Sí, era loco.

Seguí contemplando su rostro angelical por un tiempo bastante extenso, hasta que de repente


el micro giró de forma brusca y se tambaleó. Me aferré con ambas manos al asiento. A mi lado, Manuel había despertado, y había hecho lo mismo que yo.

El colectivo volcó

Una fracción de segundo más tarde, todo había acabado.

Es impresionante como una acción puede cambiar la vida de los demás, como de una milésima de segundo a otra, la vida cambia, la vida termina.

Tantas ansias por el viaje, tanta alegría, tanta emoción
para que terminara así.

Abrí los ojos. Veía borroso, no lograba distinguir lo que se encontraba a mí alrededor, y no escuchaba, estaba desorientada. No sabía nada, pero lo que sí sabía era que no podía estar muerta, porque me dolía todo el cuerpo, y se supone que cuando uno muere no se siente nada, ¿o si?

Poco a poco mis sentidos fueron volviendo, pero no con tanta nitidez. Comencé a sentir un calor que provenía de un poco más allá de mis pies. Finalmente, mi vista se aclaró, aunque hubiese deseado que nunca hubiera pasado. Lo que vi, acabó con mi vida. zsh themes - all about z shell and oh-my-zsh themes

Me incorporé lentamente, con gran esfuerzo. Lo primero que vi, fue el fuego, que se encontraba a unos metros de mis pies, saliendo por el micro. Lo segundo que vi
fueron cuerpos. Cuerpos inertes que yacían sobre el suelo mojado. De repente, recordé lo que había ocurrido. Me arrastré por el suelo, mientras las lágrimas salían de mis ojos sin esfuerzo alguno. Al acercarme a los cuerpos, confirmé mis sospechas. Pero no podía ser cierto. No, seguro me encontraba en una pesadilla. Sí, eso era, por eso Manuel había dormido a mi lado, porque estaba soñando. Uno de esos sueños que empiezan de forma estupenda y luego terminan en pesadilla. Sin embargo, el dolor era demasiado real para tratarse de mi inconciente. Me quedé en el suelo, esperando despertar, pero no ocurrió nada. Miré a mí alrededor una vez más, y allí estaban como antes; los cuerpos de mis compañeros, de mis amigos, de las personas que quería
muertos, todos muertos, yo lo sabía.

Lo busqué desesperadamente con la mirada, y al final lo encontré. Estaba tirado a pocos metros de mi posición. Me arrastré como pude hacia él, mientras trataba de soportar el dolor punzante que sentía en la cabeza, que amenazaba con dejarme inconciente.

-Manuel
-susurré a escasos centímetros de su rostro, y miles de lágrimas resbalaron por el mío de forma involuntaria- Despertate, despertate

Pero no ocurrió absolutamente nada.

Extendí mi mano y rocé su mejilla. Su piel estaba helada y pálida. Alrededor de su cabeza se extendía un inmenso charco de sangre. Se había desangrado al instante. Todos habíamos salido despedidos por la ventana, y yo no sabía como carajo había sobrevivido. De todas las personas tiradas en la acera, yo debía de ser la única con vida, y no podía entender el por qué. ¿Por qué Dios me había dejado con vida? ¿Por qué me había hecho ese regalo y luego me lo había quitado? ¿Por qué no me había dejado morir? ¿Por qué? Pero como muchos por qués de la vida, estos no tenían respuesta.

Volví a tocar el rostro de Manuel. Tenía que estar vivo, tenía que estarlo.

-¡Manuel! ¡Despertate!-dije con voz débil- ¡DESPERTATE! Tenés que vivir, por favor, estás vivo, sé que lo estás, abrí los ojos, POR FAVOR!

Continué acariciando su mejilla fría esperando que sus ojos volvieran a mirarme como lo hacían antes. Los segundos pasaron, y el continuó igual.

Ya no había más que hacer, ya todo había acabado. Mi vida había terminado, al igual que la suya. Me abracé a su cuerpo, ese que alguna vez había estado lleno de vida, y cerré los ojos con fuerza. Las lágrimas seguían en mi rostro, pero poco me importaba. Ya nada tenía sentido. Esperé. Esperé a que la muerte me abrazara con sus finos y fríos brazos de oscuridad. Esperé a que mi corazón débil diera su último latido. Abrí los ojos y contemplé el rostro de Manuel. Si la muerte llegaba ahora, ése era el único y último rostro que quería ver, aunque pronto nos encontraríamos
otra vez.

Deseaba morir, quería morir, necesitaba morir. Ya no quedaba nada de la persona que alguna vez había amado. Ese cuerpo inmóvil y helado no era él, no. No lo era en absoluto. Manuel era ese chico alegre, cuyos ojos brillaban de felicidad cada día. Era una persona que se sorprendía de todo cuanto veía, no importaba lo diminuto que fuera. Veía todo como nadie lo hacía.

Un dolor intenso atravesó mi corazón al saber que nunca más lo vería reír, nunca más escucharía su voz, esa voz que ya estaba grabada en mi memoria para siempre. Nunca más vería el color en sus mejillas, nunca más sentiría su cálido roce, nunca más lo vería caminar, correr, hablar, sonreír, dormir
Porque Manuel se había ido del mundo, de mi mundo, y de mi vida
para nunca más volver.

Ambulancia. Hospital. Recuperación. Una de los pocos sobrevivientes. No vida

La muerte nunca vino a buscarme, aunque la esperé con verdadero fervor, con desesperado anhelo. Ya pasó un año desde el accidente, y no entiendo como puedo seguir en pie.

Poco meses después de lo ocurrido, me enteré de que Manuel me quería.

Sabía que tenía que seguir adelante, pero.. ¿cómo hacerlo?

Es impresionante como una acción puede cambiar la vida de los demás, como de una milésima de segundo a otra, la vida cambia, la vida termina.

Tantas ansias por el viaje, tanta alegría, tanta emoción
para que terminara así.

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Estábamos todos reunidos en el colegio un sábado por la mañana. El viaje a Córdoba estaba por empezar. A mi alrededor, todos mis compañeros se encontraban

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2024-10-13

 

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