Tres historias de resurrección - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Tres historias de resurrección

Sollozaba, con el miedo pintado en su rostro. La persona que tenía enfrente le miraba con ira, rencor, reproche, lástima. La sangre brotaba de sus labios, sus labios no parecían existir; sus ojos destellaban muerte, tal como lo estaba su demacrada figura; sus rasgos se veían ensombrecidos por el tiempo, tiempo muerto y arrastrado en una tumba.

La vida de una persona estaba en juego, la muerte de una había llegado a su fin. El mundo se había puesto de cabeza, la cordura se había perdido en un mar de lágrimas que derramaba la tristeza de los ojos vivos hasta ahora.

El anhelo de la vida no resultaba gratificante. Ahora veía de cara a la muerte ¿la búsqueda había terminado?

 

-No- susurró la figura alta escupiendo sangre.

Las lágrimas brotadas de la joven cara se vieron bañadas en la sangre de la otra figura, alta, pálida, muerta. Sostenía una daga negra en la mano derecha, se la dio lentamente. Si eso quería

-No creas que haré el trabajo sucio por ti- repuso la voz áspera y dulzona de aquella figura sin vida.

¿Cómo había sucedido aquello? ¿Quién diría que las cosas pasaban de aquella peculiar manera? ¿Cómo se le explica a los vivos el honor que se les da?...

Amanda había pasado cosas malas en su vida y, conforme esta avanzaba, las cosas empeoraban. Al nacer, su madre murió. Su padre no la quiso después de eso. Nunca le había reprochado nada hasta que una noche, borracho, se atrevió a decir que él ya no tenía esposa por culpa de su segunda hija.

Cristian, su medio hermano, le odiaba. El reproche no existía hasta que sus padres se divorciaron. Ella sólo tenía seis años, Cristian cinco. La experiencia los marcó de por vida.

-Qué se llame Jennifer- había dicho él cuando se enteró de que su nueva mujer tendría una hija de su nueva esposa.

¿Jennifer? La indignación llenó el rostro de la mujer, que dejó de acariciarse el vientre al oír aquellas palabras. La madre de Amanda había llevado ese nombre por treinta años. Al parecer no era bien recibido por aquella mujer tan celosa

La pelea desembocó en una pataleta de parte de ambos. Él, molesto, había tirado la mayoría de las cosas en medio del llanto que salía de sus ojos ante cada palabra de su nueva esposa.

-¡No la llames así!- le gritó.

-¿Por qué?- preguntaba ella- ¡La amas a ella! De mí ni cuenta
Sólo soy la que está para darte lo que ya ella no pudo.

-¡Jamás le pedí nada!- gritaba- ¡Ni a ti tampoco!

Ella se había puesto histérica, resbaló con una patineta de Cristian y cayó por las escaleras. La bebé se perdió. Aquella bebé cuyo nombre jamás fue Jennifer, pues la madre de Cristian pidió el divorcio y la custodia de Cristian. Cristian quería a su padre, pero a su media hermana
la odiaba ahora ¿Por qué? Pues porque la niña era el recuerdo de Jennifer, la niña que hacía que su padre siguiera adorando el recuerdo de su esposa muerta y hubiera olvidado a su madre.

Incapaz de darle amor a Amanda, se concentró en reprocharle a su padre el divorcio al cumplir los trece.

El hombre se sentía peor cada vez, se sentía prepotente y culpable. Cada que Amanda trataba de darle ánimo, este le gritaba, le decía que se alejara. Las disculpas de más tarde no la consolaban

 

En más de una ocasión la vio. Aquella navaja que su padre siempre cargaba, plateada y hermosa; brillante al sol y destellante en la oscuridad. Sus ojos eran captados por el fulgor de la cuchilla, afilada y marcada de sangre.

Ese día el llanto había vuelto a bañar su cara, había resbalado por sus mejillas de nuevo. La ocultó; ocultó la tristeza con ira, le dio la razón al mundo, se dio la espalda a sí misma. La culpa era de ella
¡todos la odiaban!

La existencia era una condena, la vida era un suspiro
y si era un suspiro nada más ¿por qué dejar que termine y arranque tristeza al mundo? No. Mejor acabarlo antes de tiempo, que el mundo no termine de suspirar
Mejor abrazar la muerte ahora.

La daga se acercaba a una vena
Su padre gritó.

-¡Nooooooooooooo!- Amanda se giró para verle el rostro lloroso.

No había concebido tal tristeza en su padre. Corría a socorrerla, a evitar que se lastimara. Al tenerla al lado no supo qué hacer. Si hacía algo mal, la navaja podría hacerle daño. Sin idea de cómo evitar una tragedia se arrodilló. Se tiró al suelo en una súplica desesperada a su hija, a lo único que le quedaba.

-No lo hagas- pidió-. Por favor Amanda, no- acercó sus manos a las de ella lentamente, con temor a mover el filo de la navaja unos centímetros.

El miedo lo embargaba a él. A ella, sin embargo, la consumía el consuelo. Sólo ver a su padre allí, llorando por la vida de su hija, mirándola con tanto amor. Ella cerró la navaja, la puso en el suelo. Se dejó caer al suelo, junto a los brazos de su padre.

Pero aquí la historia apenas empieza.

Amanda le plantó cara a su hermano. Le quería, pero ella no podía soportar que él la odiara de aquella manera. Él decidía que ser, si su hermano o el niño que no quiere ver las cosas diferente a como las ve su madre. La indignación de Cristian se trasformó poco a poco en ira.

-¡Maldita sea!- gritaba cuando se encerraba a sí mismo en su mente.

Arto de la vida y de aquellos pensamientos que no le dejaban en paz buscó una salida. Pero ¿era suya la culpa? No. Era de Amanda. La niña que separó a sus padres, la que causó el recuerdo de Jennifer y la pérdida inevitable de su hermana menor. Todo por su simple existencia.

Tomó una decisión. Fue por Amanda

El revólver se sentía frío en su mano, estático y deseoso de muerte. Se acercó a su hermana. Iba a acabar con esa sensación en su pecho, con aquellas voces que le causaron jaqueca por tantos años.

Ella moriría a la misma edad que le quitó la vida a su madre. A la edad en que aquella mujer, al parir a Amanda, acabó con la vida de su madre, de él y de su hermanita.

La vio. Charlaba con un hombre extraño de porte encorvado, de sombrero y oculto tras la gabardina marrón. Le tendió una hoja de papel con sus manos envueltas en guantes negros de cuero. Pudo oír algunas palabras sueltas.

-Conocí a tu madre muy bien- decía-. Ella no quiso trabajar para mí
pero tú, tú tienes potencial Amanda ¿qué dices?

-Que ya nos vimos de cerca, y pude ver el dolor que eres capaz de provocar- dijo Amanda secamente-. Tu propuesta es interesante, pero

-¿Qué tienes aquí?- preguntó el hombre de voz seca-. Ya tu padre murió en un accidente

 

-¿No tuviste que ver?- preguntó ella dedicándole al hombre una mirada cargada de odio y duda.

El hombre se limitó a reír. Cristian escuchó un "idéntica a tu madre" y lo demás no llegó a sus oídos hasta ver al hombre ponerse de pie y decir "ya estoy viejo para esto, son muchos los llamados pero pocos los escogidos. Fuiste escogida".

-No fui llamada siquiera- sentenció Amanda caminando decididamente a la puerta tras la cual Cristian esperaba para matarla.

¿Cómo respondería? ¿Qué haría ahora? Alzó su arma, apuntó a la puerta. La madera se movió hacia dentro, dejando ver la silueta de su media hermana. Amanda sonrió, vio el arma
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Se oyó un estallido
La sonrisa de Amanda se borró ¿por la tristeza de ver la amenaza o por el acto ya realizado? Esa respuesta la supo Cristian después, días después de ese, meses incluso.

Salió corriendo. Jaló el gatillo y salió corriendo. El hombre podría identificarle. Ya no le importaba. Nada lo había dejado más maldito que haber disparado aquella arma. La que aún acariciaba su mano. Quiso soltarla, lanzarla al vacio, olvidar lo que había hecho

Eso haría. Olvidaría esa noche, la vida de Amanda había terminado gracias a él. Sólo le quedaba olvidar lo que acababa de hacer. Únicamente olvidaría todo
qué error cometía al creer que podría.

No pasaron dos meses siquiera, cuando tomó de nuevo a la asesina de Amanda. Acarició el cañón por el que la bala asesina había salido disparada. Tomó el mango y se apuntó dentro de la boca. Siempre la tenía cargada por si alguien iba a su casa por él, a recordarle lo que había hecho.

-Yo no haría eso si fuera tú- dijo una voz en las sombras.

Cristian se asustó, se levantó de su cama y apuntó a la femenina figura que se asomaba por la oscuridad.

-¿No que te querías suicidar?- preguntó la muerta y horripilante voz de Amanda- ¿Por qué amenazarme? No puedo hacerte nada peor ¿o sí?

Cristian cayó al suelo, arrodillado frente a su hermana. La veía demacrada, sus ojos inyectados en sangre, su boca escupía la misma sangre que él le había arrebatado hace dos meses, sus mejillas se veían hundidas y su rostro pálido.

Lloró. Dejó el sentimiento de culpa transformarse en miedo al ver su crimen ante sí. Miró a su hermana, arrepentido ¿Qué había hecho? Sin remedio alguno sólo derramó más lágrimas.

Él mató a su hermana por rencor, por idiota, por no aceptar que la vida es más que un simple acontecimiento. Su vida se había arruinado desde el momento en que había oído la verdad de la boca de su hermana; boca de la que ahora sólo salía sangre.

-¡No es mi culpa!- le había gritado Amanda-. Papá amó a mi madre y ama a la tuya, la tuya es rencorosa, y mucho.

-¡Ellos se amaban!- gritó Cristian.

-¡Hubo un punto en que papá me culpó a mí!

-¡Es que es tu culpa!- reprochaba él.

-No- susurró Amanda-. Vivir no es pecado
no pueden culparme sólo por existir, cuando yo les di crédito casi lastimo a mi padre.

La memoria le hizo sentir el dolor que le esas palabras le provocaron. Vio su vida pasar, como alimentaba su odio lentamente por sólo un instante, por sólo un segundo en que su hermana dio a conocer la verdad del asunto. Una verdad que su madre aceptó pronto pero él no.

 

Nunca se juntaron de nuevo por el orgullo de la madre de Cristian, eso lo sabía muy bien él, pero prefería no culpar a su madre.

-Perdón- susurró.

-¿Por qué?- inquirió Amanda sacando una navaja del abrigo marrón que llevaba.

-Te mate
- el llanto salió de su rostro de nuevo

Se arrepentía de su pecado. Sabía que la culpa de su vida era suya nada más, que cada acontecimiento lo había forjado él sin ayuda de nadie ¿Qué le quedaba? Morir, abrazar la muerte, sujetarla él pues ella huía cuando se le necesitaba.

-Eso no fue lo peor- susurró Amanda mirando a su hermano-. Lo peor es
que fuiste tú.

Quizá era la imaginación de Cristian, pero le pareció ver un rastro de sollozo en la voz de Amanda.

-Lo lamento, lo lamento mucho- decía él con voz apenas audible, sólo mover sus labios le dolía en la quijada.

-Cris
- dijo ella-. Primero me mandas a la muerte; luego la buscas y cuando está frente a ti, ¿huyes? Me buscabas, me tienes.

-¿Moriré?

-Hace mucho que ya lo estás, por orgullo y soberbia moriste hace años- dijo la muerte.

El rostro de ella se había vuelto duro, frío

Cristian la vio abrir la navaja, dejando ver la afilada cuchilla centellando en la oscuridad, reflejando su pecado, condenándolo con sólo su reflejo.

-¿Me
me matarás?- preguntó Cristian sin apartar la mirada de la daga.

-No- susurró Amanda bañándolo de sangre. Él la miró, ¿decepcionado? ¿esperanzado? La navaja brilló más conforme se acercaba a su rostro. Amanda se la cedía- No creas que haré el trabajo sucio por ti- susurró con voz dulce y áspera.

-Hay cosas peores que la muerte- dijo Cristian tomando la navaja-. Yo
- sollozó- estoy viviendo un infierno- gruñó mirando la navaja con miedo- No sé si pueda, soy muy cobarde.

-Sí, lo eres- espetó la muerte-. Pero no por tu incapacidad de matarte,- se agachó frente a él con mirada dura- sino por tu deseo de hacerlo, por tus ganas de arruinar una vida que aún puede moldearse
que aún puedes moldear.

-No se puede- susurró Cristian-. Todos
yo
he arruinado
los he arruinado.

Cristian entendía su vida. Era culpa suya lo que había sucedido, que los demás hayan hecho lo que hicieron, todo era su culpa. Ya no tenía a nadie, su padre murió, su madre murió al saber de la muerte de él. No quiso volver a ver a la hermana que estuvo culpando por años. Y nadie lo había querido en esos años por su forma de ser, por su descuido

-¿Y
?- preguntó amarga y fieramente Amanda- ¿No eres lo suficientemente valiente

-¡NO!- gritó apartando la vista de la daga- ¡No puedo hacerlo! ¡Hazlo por mí!

-
para arreglar tu vida?

Amanda se levantó, dedicó a su medio hermano una mirada con todos los sentimientos que había experimentado ella a sus catorce años y aún más, con decepción de que su hermano cayera igual. Se alejó lentamente dejándolo con su arma descargada y la navaja que por poco acaba con la vida de ella.

Cristian tuvo una hija. Dos figuras la miraban cada sábado cuando jugaba futbol con sus amigas del equipo. Se parecía mucho a la tía, aunque tenía los ojos de su madre.

-Creo que me queda poco tiempo- murmuró la voz de un hombre a una mujer.

-No digas eso Jack- murmuró la mujer.

-Al menos de servicio. Fue divertido- decía el hombre con mirada nostálgica-, pero tengo sesenta y seis años, creo que iré a Suiza y viviré allí mis últimos años.

-¿Y qué harás allá?- le preguntó Amanda.

-Aún le debo disculpas a una niñita. Debe tener cincuenta y un años- sentenció con una sonrisa-. Espero que no me recuerde.

La muerte se alejó de esa calle en la que la pequeña Amanda jugaba futbol con sus amigas en la iluminada plaza mientras el corro de personas celebraba los goles, entre ellos los padres de la joven.

La noche se los tragó, la luna cayó. Habían hecho bien su trabajo, tres muertos resucitaron. Ya fuera por el ruego de un padre, por el regaño de un muerto o por la ayuda de un amigo lejano de tu madre.


"Dedicado a todos aquellos que han pensado como Amanda y Cristian. Para todo aquel que no recuerda la belleza de la vida, para quienes ven el mundo exterior en su contra y no quiere pelear. Para quien necesite una mano amiga..." Carlos Villalobos

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Sollozaba, con el miedo pintado en su rostro. La persona que tenía enfrente le miraba con ira, rencor, reproche, lástima. La sangre brotaba de sus labios, su

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2023-02-27

 

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