Trato de abrir los ojos sin mucho éxito. Cuando por fin lo consigo supongo que debe ser mediodía, a juzgar por la posición del sol. Como cada día, amanezco vacía. Ese es el único adjetivo capaz de definir mi situación en su totalidad. Al principio, tras volver al doce, creía que era tristeza. Sin embargo, la tristeza dió paso a la ira y la ira se fue dejando entrar a la soledad.
Ahora siento una mezcla de las tres: tristeza por todos los que no volverán, ira por todo lo que me arrebataron y soledad porque no lo tengo a mi lado. No lo tengo a él. El único que sería capaz de aliviar mis penas. El único que podría hacerme sentir lo que una vez mi hermana me brindó: esperanza. Pero ahora no tengo a ninguno de los dos. Mi hermana murió, envuelta en las llamas que su propia hermana se encargó de prender. Y él no está muerto, pero me odia. Tanto que que ha olvidado todo lo que un día me quiso, tanto que ya nunca más estará a mi lado. Entonces, vuelvo a llorar.
Me retuerzo de dolor en un mar de lágrimas del color verde mar de los ojos de Finnick. Las llamas me rodean, devorando ante mis ojos todo lo que me importa: mi casa, mi Distrito, mis amigos, mi familia, mi amante.
Cuando alzo la vista los veo. Están todos ahí, mirándome a los ojos, esperando a consumirse en las llamas. Deseo con todas mis fuerzas arder junto a ellos. Que las llamas terminen de rodearme y acaben con ésta agonía. Sin embargo, no son tan benévolas. Las llamas comienzan a ascender haciéndolos gritar ante mi. Sus gritos me ahogan. Me siento impotente, igual que me sentí el día que Prim voló en pedacitos y envuelta en llamas.
Los llamo, trato de alcanzarlos, pero es inútil. Todo se vuelve aún peor cuando trato de localizar el origen del fuego y compruebo que soy yo misma, La Chica en Llamas. Lenguas de fuego salen disparadas con cada latido de mi desbocado corazón. Me doy cuenta de que es real, de que yo he sido la causante de todas esas muertes. Y lloro. Hasta que, de repente, unos ojos me miran tan de cerca que ceso mi llanto. Ceso porque reconozco ese azul intenso. Reconozco ese brillo y esa dulzura. Y de nuevo, me vuelvo a perder en su mirada, me permito tener esperanza, aunque solo sea un sueño.
Despierto tumbada en el sofá, como cada día desde hace más de cinco meses. Estoy en mi casa de la Aldea de los Vencedores, de la que no he salido desde que volví al doce. Sae viene tres veces al día, una por cada comida, la cual ni que decir hace falta que apenas toco.
Soy un saco de huesos. No recuerdo haber estado tan delgada ni en los meses que siguieron a la muerte de mi padre. Claro, en esa ocasión tuve a alguien que salvó mi vida y la de mi familia. Tuve a mi lado por primera vez a mi diente de león. Lo echo tanto de menos que duele.
Espero a que Morfeo quiera llevarme de nuevo a mi infierno particular de pesadillas, pero parece ser que ésta mañana tiene otros planes. El sueño no llega y, aunque parezca estúpido dadas las circunstancias, siento una tranquilidad que no lograba atisbar desde que Peeta me besó en la playa del Vasallaje.
Al principio no fuí capaz de determinar el por qué de éste súbito cambio en mi patética rutina, la cual básicamente consistía en lamentos y sollozos, seguidos de miradas perdidas y algún que otro bocado a la comida que Sae me obligaba a tragar.
Me levanté del sofá, tratando de averiguar el por qué de éste cambio. Como no ví nada fuera de lugar supuse que mi estado actual había pasado de "mentalmente desorientada" a "loca de remate". No me resultó una idea descabellada, así que opté por obviar lo que ya suponía.
Cuando trataba de ordenar mi pensamientos e intentaba mover, sin mucho éxito, mis agarrotadas piernas, la sensación de tranquilidad que sentí al despertar me inundó de nuevo, pero ésta vez con una intensidad aún mayor que la anterior. Hasta que me doy cuenta de por qué.
Corro hacia el pasillo, haciendo chocar mis aún dormidas piernas con todos los obstáculos que se interponen en mi camino. Entre trompicones, lo recorro hasta llegar a la puerta de la entrada. Viene de allí, estoy segura. Siento como una ola de calor recorre mi cuerpo. Armándome de valor, tomo el pomo de la puerta y la abro, impulsada más por la incredulidad que por la valentía. Y, en efecto, allí está.
Resulta que no estoy tan loca como creía. Allí, a mis piés, encuentro una cesta que desprende el inconfundible olor que me ha guiado a golpes a través de mi casa. El olor que para mi hace muchos años se convirtió en algo más que eso. El olor que, aún a día de hoy, sigue haciéndome sentir segura. El olor a pan.
Cierro los ojos y aspiro lentamente el aire impregnado delmaravilloso olor a pan. Dejo que mis pulmones disfruten del cálido aroma que enmi mente despierta la esperanza. Los abro de nuevo y miro la cesta, intentandoconvercerme a mi misma de que es real. Cuando al fin decido que así es, meagacho y la recojo. Me fijo por primera vez en la apariencia de la cestita:parece hecha de una planta que algún día fué verde y dejaron secar para hacerlamaleable. Entonces recuerdo como, durante la Gira de la Victoria, al pasar porel Distrito 4 nos enseñaron una planta llamada "junco" que crecía ensuelos húmedos y que usaban para la cestería. Recuerdo los hábiles dedos deMags en la arena de mis segundos Juegos, tejiendo con plantas extrañas cuencospara poder beber el agua que habíamos conseguido sacar con la espita que nosenvió Haymitch. El diseño es exáctamente el mismo.
El pan aún está caliente, recién sacado del horno. Al darme cuenta,automáticamente dirijo mi mirada al frente para tratar de ver algo más de loque ya intuyo. Y lo veo.
A pesar de que está amaneciendo, la escasa luz que desprendeel gris cielo del doce no es suficiente para cocinar dentro de casa. Es por esoque veo la luz de su cocina encendida a través de la ventana. Diviso susilueta, al fin y al cabo son pocos los metros que separan mi casa de la suya.Es él. Está allí, en su casa frente a la mía, horneando como lo hacía antes deque comenzase toda ésta pesadilla. Antes de que, a sus ojos, fuera un muto.Aunque, sinceramente, muchas veces después de que acabase todo he llegado a laconclusión de que quizá no estuviese tan equivocado. Solo los mutos son capacesde crear el caos y la destrucción como yo lo he hecho.
Entonces lo comprendo. Ha vuelto. Peeta ha vuelto. ¿Cómo iba a dejarme laprimera hornada del día en la puerta si aún me considerase un muto?
La ilusión y una inmensa alegría me recorren de arriba abajo. Antes de dejarmellevar por la emoción, trato de pensar con la cabeza. ¿Podría ser que seequivocase de puerta y en realidad quisiese dejárselo a Haymitch? Inmediatamenteme doy cuenta de lo absurdo de la idea: puede que Peeta haya estado secuestradopor el Capitolio, pero yo misma ví como en el trece parecía molesto con nuestromentor, pero ni de lejos le odiaba. No habría razón alguna para que no leentregase el pan en mano. Además, dudo mucho que confundiese el olor quedesprende la casa de Haymitch. Ese pan es para mi.
Instintivamente, cierro la puerta y me dirijo a la cocina donde Sae me hadejado el desayuno recién hecho. Corto un trozo de pan y, por primera vez enmucho tiempo, disfruto de la comida. Cuando he terminado, limpio a prisa ycorriendo los platos y subo las escaleras de dos en dos hasta mi habitación.Saber que Peeta ha vuelto me empuja a quitarme la gruesa capa de mugre que meacompaña desde hace tiempo. Lleno la bañera hasta arriba de agua caliente y,trás arrancarme, literalmente, la ropa que se pegaba a mi cuerpo cual lapa, mesumerjo en ella. Me froto bién hasta dejar mi piel decente y lavo mi cabello ylo desenredo, tarea que me lleva una media hora.
Cuando termino y tanto mi pelo como mi piel vuelven a parecerse a mi, me dirijoal armario en el que guardo toda la ropa que Cinna me diseñó. Cuando lo abro,la mágia que solo él podía crear con la tela se extiende por toda lahabitación, trayéndome a la memoria recuerdos de las veces que me aconsejó nosolo en cuestiones de estética. Siento una profunda añoranza, peroasombrosamente sonrío sabiendo que, aún después de haberse ido, es capaz dehacerme sonreir.
Nunca antes me había parado a pensar en que ponerme. Algo lógico teniendo encuenta que vivía por y para sobrevivir. Sin embargo, por alguna extraña razón,el regreso de Peeta ha hecho que una feminidad que hasta ahora desconocíaposeer aparezca. ¡No tengo ni idea de que narices ponerme! Definitivamente,éste chico me trastorna demasiado...
Al cabo de un buen rato, me decido por unos pantalones negros pegados,similares a los que usaba para cazar pero más elegantes, y una blusa azul demanga corta con un lazo en la nuca. Al ver la blusa de nuevo, pienso sinquerer en lo bien que conjuntaría con los ojos de Peeta y, automáticamente, unasonrisa tonta se dibuja en mis labios. Katniss, ¿sigues ahí? Esto es delocos...
Dejo mi pelo suelto para que se seque al aire, me calzo y bajo las escalerasdando grandes zancadas. Al llegar abajo veo que Sae ya ha llegado para hacer lacomida. Me mira, extrañada por mi repentino cambio de hábitos y exclama:
- ¡Vaya! Veo que el regreso del chico no te ha sido indiferente...
Al parecer he sido la última en enterarme. Dejo escapar una tímida sonrisa y,sin pensarlo mucho, salgo por la puerta. Es la primera vez en meses que piso unsuelo que no sea la triste tarima de mi casa. Algo dubitativa, dirijo mis pasosal frente, hacia la casa en la que se que encontraré de nuevo al único capaz desacarme de ésta especie de letargo en la que estoy sumida. Cuando me quiero darcuenta ya estoy frente a su puerta. Estoy tratando de sopesar si realmente éstoes buena idea, ya que si hubiese querido verme me hubiese dado el pan en mano yno me lo hubiese dejado en la puerta, cuando sin previo aviso la puerta se abrede golpe.
Frente a mis ojos tengo a un Peeta Mellark muy cambiado. Su espalda es el doblede lo que era, si es que eso es posible. Sus brazos están aún más musculados ysu ceñida camiseta de trabajo no deja nada a la imaginación, enmarcando cadapectoral y abdominal de su definido torso. Sus ojos son los de siempre.Muestran sorpresa al verme parada frente a su puerta, pero la sorpresarápidamente deja paso a algo que solo puedo definir como... ¿alegría? De lamisma, despega sus labios y oigo su voz después de mucho tiempo. Tan segura ycálida como siempre:
- Hola Katniss - Inmediatamente, me arrojo a sus brazos.
Muchas gracias por las lecturas hasta ahora. Espero que os guste éste nuevo capítulo tanto o más que los anteriores. Recordad que todo comentario será bienvenido.
¡Muchas gracias! Saludos
Sería estúpido pensar que nada ha cambiado desde la última vez, dado que con tan solo saber que estaba de vuelta, ha servido para ponerme de nuevo en marcha tras los peores meses de mi vida.
Sin aún despegar mi cuerpo del suyo y con la respiración tan agitada que creo que voy a estallar, logro articular mis primeras palabras desde mi regreso:
- Te he echado mucho de menos.
Siento su sonrisa en mi cuello, lo que me produce un escalofrío de proporciones épicas.
- Y yo a tí - dice él - Nunca pensé que me fueras a dar una bienvenida tan cálida... - comenta divertido.
Me separo un poco de él para poder observar su rostro. Su cara sigue siendo tan varonil como siempre, producto sin duda de su angulosa mandíbula. En ella se dibuja una amplia sonrisa, tan dulce como el algodón de azúcar que probé cierto día en el Capitolio. Al recordar aquella siniestra ciudad busco sus ojos, con miedo a encontrar aún en ellos algún rastro de las barbaridades que le hicieron. Sin embargo, solo encuentro el azul de sus ojos. Ese azul que hace que me pierda en una absurda felicidad cada vez que los miro. Entonces, cuando termino de escudriñar su cara y me doy cuenta de que me sigue mirando y sonriendo como se que lo haría por los siglos de los siglos, rompo a llorar. Y, por primera vez desde que mi padre muriera, lo hago de alegría.
Eso él, por supuesto, no lo sabe así que, preocupado, me rodea aún más con sus fuertes brazos y me guía hasta su salón, cerrando la puerta tras de si.
- Katniss, ¿qué ocurre? - me dice. Noto verdadera preocupación en su voz, aunque trata de disimularla mientras nos acomodamos en el sofá. - ¿Por qué lloras? Sabes que no he vuelto para dejar que sigas sumida en el triste pozo en el que estabas.
Sé que está preocupado, así que entre sollozos y horribles sonidos guturales, trato de calmarme, siguiendo el compás de su respiración, como tantas veces hice tiempo atrás.
Cuando creo que lo he logrado, levanto la mirada hacia él, que espera pacientemente una respuesta, y le contesto:
- No te preocupes. No lloro de tristeza. Lo... lo hago de alegría - Me doy cuenta de que no me sigue por la mueca de incredulidad y confusión que hace, así que trato de abrir mi corazón y de ser un poco más concisa. Se merece eso y mucho más. - Peeta, he creido durante tanto tiempo que me odiabas que al verte de nuevo y darme cuenta de que, no solo no me rechazabas sino que seguías queriendo protejerme, no he podido evitar estallar de alegría.
Peeta me mira tratando de procesar toda la información que le he soltado de golpe. Entiendo que le cueste reaccionar. Yo misma me he sorprendido de lo fácil que han brotado las palabras de mi boca. No suelo dar a conocer tan abiertamente mis sentimientos, así que, tras unos segundos de meditación, Peeta me abraza fuertemente, como si temiera que de un momento a otro fuese a desaparecer de su lado.
- Jamás podría hacer otra cosa que no fuera amarte - me susurra al oído.
En ocasiones anteriores, cuando hacía este tipo de comentarios que me dejaban atisbar su amor eterno por mi, me hubiese sentido desubicada. No sabía como reaccionar, así que optaba por huir y evitar el tema. No me sentía preparada para contestar a algo así. Sin embargo ahora, su respuesta llena de amor despierta en mi una sensación tan placentera que temo derretirme aquí mismo.
Sin pensarlo dos veces, lo miro a los ojos a fin de perderme una última vez en ellos antes de decirle:
- Te quiero.Peeta me mira sin poder creérselo. Es la primera vez que le digo que le quiero sin una cámara delante. Percibo como su respiración se agita cada vez más y yo siento como el corazón se me va a salir del pecho. Pasan los segundos y sigue sin decir nada, no reacciona. Sigue mirándome con esos inmensos ojos azules que tanto me cautivan. Al ver que no responde empiezo a pensar que ha sido una mala idea abrirme a él tan pronto, de tal forma que he dejado sin palabras al hombre que mejor las sabe usar de todo Panem.
Sin previo aviso, se tensa por completo. Sus pupilas se dilatan de tal manera esos los ojos, que hasta hace unos instantes eran tan azules como el cielo, se tornan prácticamente negros, tan negros como el carbón que extraíamos de las minas del Distrito 12. Observo como las venas de sus enormes brazos se hinchan. Se está sujetando al sofá lo más fuerte que puede.
- Vete, Katniss - la voz de Peeta me saca de mis pensamientos. Lo miro: sigue ahí, aferrandose a la tela del sofá mientras parece librar una lucha interna.
Toda la alegría y la paz que sentía hasta el momento se desvanecen, devolviéndome a la cruda realidad, haciendo que me de cuenta de lo efímera que puede llegar a ser la felicidad. De lo fácil que puede desmoronarse tu mundo, otra vez.
- Peeta, ¿qué te pasa? - no comprendo por qué ha cambiado su actitud de repente.
- ¡Qué te largues! ¿No ves que no voy a aguantar mucho más? ¡Fuera! - me grita mientras se levanta hecho una furia y empieza a romper todo lo que se cruza en su camino.
No me lo puedo creer. Jamás lo había visto así. Una vez más, el miedo me paraliza, pero ésta vez es un miedo completamente distinto. Es miedo a perderle. Miedo a volver a quedarme sola ahora que creía que todo podía volver a ser como antes. Sin duda, me equivocaba. Nunca nada volverá a ser como antes. Snow ya se encargó de eso. Al parecer le demostré demasiado bien lo mucho que Peeta significa para mi.
El chico que tengo frente a mi ya no es el dulce y comprensivo muchacho que me amaba sobre todas las cosas. Ahora es un hombre confundido y atormentado, al que han torturado hasta la extenuación y al que le han arrebatado todo lo que tenía, incluso sus recuerdos más preciados, sus recuerdos sobre mi.
Salgo corriendo de la casa, dejando atrás el sonido de la vajilla completa estallando contra la pared y los gritos de dolor y confusión del hombre al que amo. Entro en mi casa y después de cerrar la puerta me derrumbo. Lloro, grito y pataleo porque ahora comprendo lo que es querer a alguien y saber que nunca lo tendrás. Ahora entiendo lo que tuvo que sufrir Peeta todos estos años. No se como lo soportaba.
Pierdo la noción del tiempo mientras yazco inerte en el suelo. Por mi cabeza solo pasa un pensamiento: cómo desaproveché todas y cada una de las ocasiones en las que Peeta me juró amor eterno. Cómo desaproveché los momentos en los que éramos él y yo y nadie más. Cómo desaproveché al viejo Peeta. Porque si algo tengo claro es que éste no es él. No es mi chico del pan y nunca más volverá a serlo. He dado por hecho durante tanto tiempo que Peeta me amaría hasta el fin de sus días que, ahora que me doy cuenta de que ya no será así, solo me quiero morir.
Por fin había sido capaz de reconocer que lo amaba. Si algo bueno habían tenido todos estos meses de reclusión solitaria era eso, que ahora sabía con certeza que amaba a Peeta Mellark. ¿Y de qué me servía ya si lo habían maltratado y retorcido de tal forma que ya nunca sería feliz a mi lado?
Cuando recobro el sentido ya es de noche. Siento los pómulos acartonados de las lágrimas que se secaron mientras me lamentaba. Estoy dispuesta a levantarme y dirigirme al sofá para sumirme de nuevo en mi particular oscuridad cuando alguien llama a mi puerta.
¡Aquí va otro capítulo! Gracias por seguir ahí.
¡Saludos tributos! :))
Me quedo quieta. Han llamado un par de vecesmás para cuando quiero reaccionar y dirigirme a la entrada, que está a escasosmetros de mí. En lo que me acerco, trato de dilucidar de quién se puede tratar.Sae no ha venido a hacerme la cena. Supongo que pensó que pasaría la tarde conPeeta y procuró no molestar. De ser así, se equivocaba. De todas formas, aestas horas no creo que vaya a venir, estará ocupada cuidando de su nieta, loque me deja con Haymitch o Peeta.
Al pensar en él de nuevo se me hace un nudo enel estómago. No tengo claro si sería capaz de afrontar tan rápido lo que pasóhace unas pocas horas. Ya estoy en la puerta. Como no tiene sentido alargaresto más, abro la puerta sin tan siquiera mirar por la mirilla.
- Hola, preciosa. ¿Puedo pasar?
Es Haymitch. Seguramente la persona a la quemenos ganas tengo de ver de todo Panem. No es que lo odie ni mucho menos, peroteniendo en cuenta el día que llevo no estoy de humor para aguantar suscomentarios jocosos y de mal gusto.
- ¿Qué quieres? - mi tono de voz no es queinvite a una distendida charla que digamos.
- Yo también me alegro de verte. Ahora, ¿me vasa dejar pasar o tengo que hacerlo por la fuerza? - sé que no merece la penadiscutir con él, así que me aparto con cara de pocos amigos, dándole a entenderque tiene vía libre.
- Gracias. - me dice guiñándome un ojo. Idiota
Va derechito al salón y se sienta en lamecedora más cercana a la chimenea. Aún no la he encendido, no hace el fríosuficiente. Me siento frente a él, exigiéndole con la mirada que empiece adecir todo lo que haya venido a decirme. Estoy segura de que me interesará.Otra cosa no, pero mi mentor no es de esos que malgastan su tiempo si no es poralgo realmente interesante. Menos aún pudiendo dedicárselo al alcohol, y vienesobrio así que decido escucharle:
- ¿Y bien? - le escupo prácticamente. Aunque meinterese lo que me tiene que decir no pienso ser amable con él.
- Perdona, ¿decías? - me contesta en tonoburlón. Sabe bien cómo sacarme de mis casillas.
- Mira Haymitch, si has venido a tomarme el pelote recomiendo que te largues, no estoy de humor. - Intento sonar decidida, peromi voz se quiebra al final al recordar todo lo sucedido hoy.
Haymitch parece darse cuenta, así que cambiacompletamente su semblante:
- Está bien, preciosa. Vengo de hablar con elchico.
No sé por qué, pero el hecho de que hayahablado con Peeta me pone furiosa. Es como si me hubiese traicionado otra vez,como si yo fuese la niña pequeña y mimada a la que hay que calmar cada vez quealgo no sale como ella quiere. Por momentos me voy cabreando más y acabocontestándole de mala manera:
- ¿Ah sí? - le digo con demasiada inocencia- ¿Y ya os habéis puesto de acuerdo encómo manejarme o todavía tengo que esperar?
Cuando termino de decirlo me doy cuenta de queestoy de pies y gritando. Todo lo que siento tiene que salir por algún lado yya no me quedan lágrimas por derramar.
Haymitch me mira sin decir nada. Me sientofrustrada por no poder contarle a nadie como me siento. Seguramente se lohubiese confesado a él de no ser porque venía de hablar con Peeta. Me sientosola, otra vez.
- Katniss, haz el favor de calmarte y escúchame.- me dice mi mentor con gesto serio. Me doy cuenta de que está realmentepreocupado, así que opto por hacerle caso y me siento. - Muy bien, eso nosahorrará tiempo. Como te estaba diciendo antes de tu ataque de histeria
- lesuelto una mirada asesina que parece no importarle - he estado hablando conPeeta. Me ha contado lo que pasó esta mañana. Fui a su casa porque oí como serompían miles de platos, vasos y vasijas; además de los gritos que pegaba elmuchacho. Al entrar me lo encontré tirado en el suelo, sangrando de las manos yrepitiendo "te quiero" una y otra vez. - noto como algo se rompe en miinterior. Es mi culpa. - Cuando conseguí calmarlo me contó que habías estadoallí. No te voy a negar que lo primero que pensé fue que le soltaste algúnimproperio de los tuyos y que por eso estaba así, pero él enseguida me corrigióy me explicó que no había sido tu culpa, que había sido él el que había tenidoun ataque después de tu
confesión de amor - concluye remarcando con retintínla palabra amor.
Sus palabras quedan flotando en el aire y megolpean una a una.
- ¿Un
ataque? - pregunto temiendo que se tratede los mismos que sufrió durante la guerra. Esos en los que me veía como unapestoso muto
- Sí, preciosa. Un ataque. - me contesta Haymitch recuperandosu característico y ofensivo tono. - Escúchame. El chico todavía no estárecuperado del todo. El Dr. Aurelius le dejó venir al doce a cambio de quesiguiese en tratamiento telefónico. - el miedo a perderle empieza a agobiarmede nuevo. - No obstante, es capaz de controlar bastante bien sus ataques y,normalmente, si se agarra a algo fuertemente consigue calmarse poco a poco.
Ahora entiendo por qué se tensó tanto y se agarró a la teladel sofá como si no hubiera mañana. ¡Estúpida de mí! En ese preciso instantedebí darme cuenta de que algo no iba bien.
- Pero lo de hoy
- Haymitch me saca de mis pensamientosmientras continúa hablando. - Lo de hoy preciosa lo ha sobrepasado. Al parecerdespiertas demasiada pasión en él, chica en llamas
- suelta una risaexagerada. No me enfado con su insinuación indecente, sé que en el fondopretende quitarle hierro al asunto.
- ¿Qué voy a hacer ahora Haymitch? Necesito tenerle conmigo,pero sé que si lo hago le voy a hacer sufrir - le digo mientras me llevo lasmanos a la cara tratando de ocultar mi desazón. No me puedo creer que estépasando todo esto, no después de todo lo que hemos sufrido.
Seguimos siendo los trágicos amantes del Distrito 12.
- No te preocupes tanto, preciosa. Solo necesito que vayasdespacio con él, no que quieras meterlo en tu cama el primer día. - sucomentario me sienta como una patada en el culo.
- Vete a la mierda, Haymitch. - no me puedo creer que estéinsinuando que eso es lo que quiero en estos instantes.
- Está bien, está bien. Solo era una broma. Pero sí es ciertoque deberás ser más paciente con él de aquí en adelante. Deja que sea él el quete busque cuando se sienta preparado. Ha sufrido mucho, Katniss y aún así te sigue queriendo. ¿Te hedicho alguna vez que ni viviendo cien vidas llegarías a merecerte a ese chico?- suelta una risa socarrona y le pega un trago a una botella de licor blancoque traía consigo.
- Le quiero. - digo sin venir a cuento. Haymitch arquea lascejas y, tras esbozar una sonrisa, me contesta:
- Lo sé. Trata de no perderlo, preciosa. A éste no podráscazarlo con arco y flechas
- se levanta del sofá y se gira bruscamente. - Porcierto, ni se te ocurra ir a su casa ahora, está tratando de recuperarse y tuvisita no le haría ningún favor. - dicho esto, da media vuelta y se vamurmurando cosas como "quién me mandaría a mi mediar en el amor adolescente".Hago oídos sordos y subo a mi habitación.
Cuando llego arriba no puedo evitar mirar por la ventana endirección a la casa de Peeta. No hay ninguna luz encendida, por lo que deduzcoque estará durmiendo. Sé que si sigo mirando en esa dirección acabaré por irhasta su puerta, así que sacudo la cabeza y decido darme un baño para tratar derelajarme.
Me sumerjo en el agua con el pelo recogido. No piensolavármelo, ya lo hice esta mañana. Lo único que necesito ahora es no pensar ennada, aunque sea tarea difícil. El agua está tibia. Le he echado unas sales queguardaba mi madre que le dan un maravilloso olor afrutado. Me estoy empezando aquedar dormida cuando oigo unos ligeros golpecitos en la puerta de casa. Alprincipio no le doy mucha importancia. Muchas noches los tejones salen a cazarratones y les suelo oír desde la cama. Sin embargo, a los pocos segundos oigola puerta abrirse muy despacio. Que yo sepa, los tejones aún no han adquiridola habilidad de abrir puertas. Entonces recuerdo que cuando Haymitch salió mevine derecha a mi habitación, olvidando por completo echar la llave.
Tratando de hacer el menor ruido posible, salgo de la bañeray me cubro con una toalla. Mientras bajo las escaleras con el paso sigiloso decazadora que adquirí con los años, oigo que el que sea que haya entrado está enla cocina. No me lo pienso dos veces. Cojo el arco que siempre dejo cargado en la entrada y giro a la derechaen busca del que ha entrado sin mi permiso en casa.
Está todo muy oscuro, pero mis ojos no tardan en habituarsea la falta de luz. Enseguida distingo una sombra frente a la mesa de la cocina.Sostiene en su mano derecha lo que parece ser un cuchillo mientras, con laotra, está sacando algo más de una mochila. Con una rapidez fruto de años deexperiencia cazando, tenso el arco a la vez que doy la luz.
Se gira alarmado, obviamente no esperaba que lo descubriese.Según me ve tira el cuchillo y levanta las manos. En ese preciso instante mequedo helada. El chico lleva las manos vendadas. Lo miro a la cara y veo queestoy apuntando con una flecha al corazón de Peeta Mellark.
¡Hola a todos! Aquí os dejo un nuevo capítulo. Espero poder subir uno más en unas horas, pero no prometo nada :)
Una vez más, muchísimas gracias por seguir leyendo. Espero que os guste. Cualquier comentario será bien recibido.
¡Un abrazo!
La escena es la siguiente: Peeta con el rostro desencajado y las manos en alto detrás de la mesa de la cocina en la que ha dejado una mochila repleta de panecillos de queso y un cuchillo
¿de sierra? Al otro lado de la cocina, junto a la puerta, estoy yo, apuntando con mi flecha al corazón por el que suspiro mientras estoy empapada y cubierta tan solo por una toalla de ducha.
Todavía con el susto en el cuerpo y sin bajar el arco del todo le espeto:
- ¿Qué coño haces? ¡Me has dado un susto de muerte! - tengo el corazón en la garganta, más por el hecho de haber estado a punto de atravesarlo con una flecha que por la posibilidad de que fuese un ladrón o algo por el estilo.
- Lo
lo siento. No pretendía asustarte. Mierda
- dice más para si mismo - Solo venía a dejarte unos panecillos de queso porque me daba vergüenza presentarme aquí por la mañana después del numerito de hoy. Al llegar pensé en dejártelos en el alfeizar de la ventana, pero al apoyarme en la puerta para acomodar la mochila se abrió sola, así que decidí que sería más correcto dejártelos en la cocina. No creí que te molestara, me iría de la misma
Yo, lo siento. Ha sido una mala idea, no debí haber venido
Mientras dice esto último empieza a caminar en dirección a la puerta sin mirarme. Yo, por inercia, en lugar de apartarme y dejarlo marchar, suelto el arco y cuando pasa por mi lado lo agarro del brazo:
- ¡No! Quiero decir, no ha sido tan mala idea el venir. - las palabras se atropellan al salir de mi boca. No sé por qué me pone tan nerviosa e impaciente. - ¿Tienes
hambre? - ¿Qué pregunta es esa? Katniss, vas cuesta abajo y sin frenos
- ¿Cómo? - pregunta un incrédulo Peeta tan rojo como un tomate. Un momento, ¿por qué demonios está tan rojo?
Tardo varios segundos en darme cuenta de adónde se dirige su mirada. ¡Sigo en toalla! Mi sonrojo es automático. He invitado a Peeta a que se quede en mi casa a las tantas de la noche cuando tan solo llevo encima una minúscula toalla y estoy completamente calada. Eso, teniendo en cuenta nuestro historial amoroso no suena nada decente. Le suelto el brazo para poder cruzar los míos sobre el pecho y añadir:
- Bueno, creo que primero iré arriba a ponerme algo de ropa. - suelto una risita tonta que no se de dónde diablos la he sacado y salgo corriendo por las escaleras muerta de vergüenza.
Cuando termino de vestirme con una ropa cómoda que suelo usar para estar por casa, bajo impaciente por las escaleras deseando que Peeta haya decidido quedarse a pesar del numerito. Al llegar a la cocina lo veo de espaldas a mí. Ha preparado varios de los manjares con la mermelada de moras silvestres que guardaba en la alacena. Para cuando se da cuenta de mi presencia yo ya llevo varios minutos observándolo como una tonta.
- ¡Eh! ¿Qué haces ahí parada? Ven aquí, ¿no decías que tenías hambre? - me dice con una sonrisa infinita. La miraría eternamente.
Haciendo caso a su consejo, avanzo y me siento frente a la mesa. La verdad es que sí que tengo hambre, la boca se me hace agua. Peeta acerca una silla y se sienta junto a mí.
- No sé por dónde empezar. - le digo - Todo tiene tan buena pinta
- Pues empecemos cuanto antes. Tenemos toda la noche por delante.
Y así, entre bollos, dulces y pan pasamos las siguientes dos horas, charlando animadamente, manteniendo la conversación natural y distendida que se nos negó esta mañana. Le pregunto por sus manos. Las lleva vendadas en algunas zonas, pero le resta importancia diciendo que solo es algún que otro rasguño superficial. "Sobreviviré" me dice irónico.
Reímos mucho. No recuerdo haber reído tanto en los últimos dos años. Cuando nos queremos dar cuenta ya es más de medianoche y la escandalera que estamos montando es tremenda.
- Creo que deberíamos bajar la voz si no queremos que Haymitch se presente aquí con su cuchillo dispuesto a degollarnos con sus propias manos. - ambos reímos a carcajada limpia con la ocurrencia de Peeta, sobre todo porque sabemos que no ha fallado en su predicción. Después de calmarnos me quedo mirándolo a los ojos. Él se da cuenta y me mira también. Nos quedamos así un rato mientras nos perdemos en la mirada del otro. ¿Le resultará mi mirada tan absorbente como para mí lo es la suya?
Estoy divagando sobre ello cuando noto las yemas de sus dedos sobre mi cara apartándome un mechón que caía por mi frente. Su cercanía y su tacto me ponen nerviosa, pero no me aparto. Por algún motivo, una fuerza interna como la que sentí en la cueva y en la playa del Vasallaje me impulsa a reducir a cero la distancia que separan sus labios de los míos. Estoy a punto de hacerlo cuando recuerdo las palabras de Haymitch y el ataque de Peeta de ésta mañana. Si haberle dicho que le quería provocó aquella reacción en él, ¿qué pasaría si posase mis labios sobre los suyos como los dos estamos deseando hacerlo? Prefiero no averiguarlo, al menos no por ahora. No estoy preparada para verle sufrir otro ataque de esas dimensiones, así que me separo un poco de él y aparto mi mirada.
- ¿Era cierto? - me pregunta Peeta.
- ¿El qué? - contesto sin entender absolutamente nada.
- Que me quieres. Pregunto si lo decías en serio. - su mirada demuestra decepción, lo que me parte el alma.
Esto sí que no. A partir de ahora no pienso dejar que dude lo mucho que lo quiero, ya lo hice durante demasiado tiempo. Le tomo la cara entre mis manos y con todo el amor que soy capaz de profesar le doy un tierno beso en los labios. Sin duda es el beso más dulce que jamás haya sentido. Y me encanta.
- Jamás dudes lo mucho que te quiero - le digo y, lejos de darle un ataque, una enorme sonrisa aparece en su rostro.
No es un beso muy largo. Incluso me atrevería a decir que esuno de los más breves que hemos compartido. Para nada es un beso apasionado,sino todo lo contrario. Es dulce, tierno y expresa todo lo que yo con mistorpes palabras no soy capaz de decir. Es un beso que sabe a amor, a amorverdadero.
Cuando separamos nuestros labios solamente acierto a pensaren lo dichosa que me siento al sentirlo así de nuevo. Es una felicidad tangenuina que creía que solo se podía alcanzar siendo un inocente niño, cuando lamuerte y la pérdida no te rodean como nos rodean a nosotros. La vida nos hahecho madurar a ambos más rápido de lo que deberíamos. Nos tuvimos queenfrentar a la muerte ajena desde que nacimos, y a la propia cuando apenascomenzábamos a vivir. Sin embargo, madurar tan rápido en tan poco tiempo nosprivó de nuestra adolescencia y, con ella, el tiempo en el que deberíamos haberaprendido a manejar los sentimientos que ahora tenemos a flor de piel. Somosgrandes inexpertos en esta materia, sobre todo yo.
Mientras nos miramos, sigo sintiendo el calor de sus labiossobre los míos. Su evocador aroma a canela y eneldo me transporta a esos díasen los que mi hermana me arrastraba hasta la panadería Mellark, para contemplarlos maravillosos glaseados que no podíamos permitirnos y que ahora sé que eranobra de Peeta.
- Congelaría este instante y viviría en él para siempre - elcomentario de Peeta me devuelve a la realidad - Eso ya te lo dije en el tejadodel Centro de entrenamiento el día antes del Vasallaje. ¿Real o no?
- Real. Y yo te dije que estaba de acuerdo. - no sé por qué,pero necesito hacerle saber que a mí también me hubiese gustado, por si elCapitolio hubiese alterado esemaravilloso recuerdo y ahora dudase de mí. Aún recuerdo aquella puesta de sol.En ese instante pensaba que podía contar las que me restaban con los dedos deuna mano.
Peeta se queda pensativo, supongo que tratando de recordaraquel instante. Cuando me pregunta lo siguiente veo que ha seguido el hilo demis pensamientos:
- Mi color favorito
¿es el naranja? - me hierve la sangre aldarme cuenta de hasta dónde llegaron las torturas de Snow. Hasta tal punto queno recuerda ni su color favorito.
- Sí. - respondo tratando de tranquilizarme para no alterarloa él. Rápidamente añado: - Pero no un naranja chillón, más bien un naranja comoel de una puesta de sol.
Lo medita durante un instante y me regala una gran sonrisa.
- Gracias por recordármelo.
- No las merezco. Al fin y al cabo fue mi culpa que túperdieses todo lo que amabas, incluso tus recuerdos
Me tapo la boca nada más soltarlo. ¡Idiota! Busco sus ojoscon miedo de haber despertado en ellos la misma confusión que con mideclaración esa misma mañana. No debí haber dicho eso. Fue más un pensamientoen voz alta que algo que realmente quisiera que él escuchase. Me sorprende laintensidad con la que me habla:
- Ni se te ocurra pensar eso, ¿de acuerdo? - Lo miro creyendoque he desencadenado un ataque. Sin embargo, sus ojos siguen siendo tan azulescomo siempre. - De lo único que tú tienes la culpa es de haberme hecho sentirel hombre más feliz del mundo con tus miradas y tus besos.
Lo dice tan convencido que casi logra convencerme a mí.Estoy a punto de llorar. Después de todo lo que ha pasado y de cómo lo hetratado, sigue amándome como el primer día, incluso podría decir que me ama aúnmás.
Una vez más, las malditas palabras me abandonan en elmomento más inoportuno. Lo único que quiero y necesito ahora es abrazarlo. Comosé que las palabras no vendrán milagrosamente a mi rescate, me fundo en su pecho.Sin dudarlo, él hunde su cara en mi pelo y me rodea la espalda con sus brazos.Me permito disfrutar de su olor y su calor durante largos minutos y él no hacenada por que paremos. Está tan cómodo como yo.
Pasan los minutos y sigo sin soltarlo. Sé que si lo hagotendrá que irse a su casa en algún momento y no quiero. Quiero tenerlo a milado para siempre.
- Katniss
¿Katniss? - oigo que Peeta me llama mientras sesepara un poco y me aparta el pelo que me cubre la cara.
- ¿Eh? ¿Qué? - no he oído nada de lo que me ha dicho. Él seríe:
- Digo que estoy muy a gusto, pero que necesito ir al baño.
- ¡Oh! Lo
lo siento. No te
¡oh! - balbuceo. Por favor,¡tierra trágame! ¿Por qué estropeo todo siempre?
- ¡Eh! Katniss, no pasa nada. Tengo buen aguante. - bromea -Además, sé que mi pecho resulta demasiado irresistible para ti. Te entiendo. -dice poniendo una pose como las que solía usar Finnick y con un tono engreído nadapropio de él.
- Tonto
- le digo roja como un tomate mientras me separo deél, muy a mi pesar.
- Ahora vuelvo - me da un beso en la frente y se va. Lo mirodesaparecer por la puerta de la cocina en dirección al baño. ¿Qué voy a hacercon éste hombre?
Repaso mentalmentelos acontecimientos de las últimas 24 horas. Es increíble como hace un díaestaba muerta en vida y ahora con su llegada he recuperado el habla y laconciencia. Aún así todo ha ido demasiado rápido. Hemos pasado de no vernos enmeses a besarnos en mi cocina como quiensaluda a un vecino de toda la vida. No me arrepiento, pero no quiero forzarlo anada después de todo por lo que ha pasado. Haymitch tiene razón.
Estoysentada en la cocina, con la mirada perdida en algún punto de la paredintentando canalizar la ola de sentimientos que se me vino encima cuando supeque mi panadero particular había regresado. No hará más de medio minuto que seha ido al baño cuando ya está de vuelta. He podido seguir todos y cada uno desus pasos por la casa. Sigue siendo igual de ruidoso. No tarda en aparecer porla puerta de la cocina:
- Bueno,creo que va siendo hora de marcharse. Si no mañana no creo poder levantarme tempranopara hornear. - me dice parado en la puerta.
- Oh
claro. Supongo que tienes razón. - espera, espera. ¿Eso que sonaba en mi vozera decepción? ¡Katniss! ¡No puedes pretender que pase la primera nochecontigo! ¿Qué me pasa? Me sonrojo e intento remediarlo, su cara es un poema. Seha dado cuenta de lo que yo quería. - No puedes dejar el negocio familiarPeeta. Vamos, que te acompaño a la puerta.
Mientrasse lo digo lo empujo por el pasillo intentando sonar convencida. Obviamente nolo consigo, y él se deja arrastrar reprimiendo una sonrisa.
- Bueno,bueno. No es necesario que me eches, ya me voy yo. No sabía que tuvieses tantasganas de perderme de vista
- me suelta medio riéndose. Sabe cómo sacarme loscolores. Me conoce bien.
- Sabesque no es eso. No seas estúpido.
- ¿Ah no?¿Y por qué me empujas entonces con tanta urgencia? ¿Acaso temes no podersacarme de tu casa más tarde? - ¿¡Pero desde cuándo es tan insolente!?
Abrolos ojos como platos y con un último empujón lo saco por la puerta.
- Lo queno quiero es quedarme sin pan mañana. Venga, a dormir. - intento decirle lo máscalmada que puedo.
- Vale,vale. Soy un hombre objeto. Solo me quieres por mi pan
- hace un puchero concarita de perrito mojado.
- Nopongas esa cara, que sabes de sobra que no es verdad. - no puedo reprimir larisa - Hasta mañana Peeta.
- Hastamañana Katniss, que descanses. - dice y se da media vuelta en dirección a sucasa. "Sin ti a mi lado lo dudo" pienso para mí.
Suspiroy cierro la puerta. Realmente me hubiese gustado que se quedara. Lo sigo con lamirada por la ventana del salón y lo veo girarse sonriente en mi dirección,después entra en casa. Sigo embelesada como una tonta hasta que cierra lapuerta. Me permito ser feliz por un rato porque sé que en cuanto me sumerja enel mundo de los sueños, sin él a mi lado para calmarme volverán las pesadillasy volveré a sentirme sola, quemada y sin esperanza. Volveré a ser un muto defuego.
¡Buenas a todos! Lo primero gracias por seguir leyendo y comentando la historia. Cualquier duda, sugerencia o queja ya sabéis que podéis seguir haciéndolo.
Por otro lado quería disculparme por la brevedad del capítulo. Últimamente las clases no me dan tregua. Aún así prometo seguir actualizando.
¡Un beso para todos!
Estoy corriendo por el bosque. Me resulta vagamentefamiliar, pero sé con certeza que no se trata del de mi Distrito. Hay árbolesmuy altos que crean filas eternas allá por donde mires. Siento el frío vientoen la cara mientras corro sin cesar. Realmente no sé de qué huyo, solopresiento que no debo parar. A los pocos minutos diviso un claro bastantegrande donde también creo ver un lago. Más o menos en el centro del claro hayuna estructura que no concuerda para nada con el bello paisaje que lo rodea. Nologro saber que es hasta que un rayo de sol rebota en la superficie dando undestello dorado. Ahora lo entiendo todo. Es la Cornucopia y estoy en mi primeraarena. Al comprenderlo, miro atrás y veo a las bestias que nos siguieron aPeeta y a mí hasta este mismo lugar. Opto por hacer lo mismo que aquella vez:corro como si no hubiera mañana y subo a la Cornucopia. Cuando estoy arribamiro con cierto aire de superioridad a las mutaciones, dándoles a entender queyo he ganado de nuevo. Sin embargo, una extraña mueca asoma de todas y cada unade sus bocas. ¿Están sonriendo? No encuentro motivo alguno por el que puedansonreír, hasta que veo que se abren para dejar paso a uno de ellos. No recuerdohaberlo visto en mis primeros juegos. Es de mediana estatura, tiene una espaldaanchísima y unos brazos enormes. Su pelaje es rubio, como el del muto que supongodebería ser Glimmer. Sin embargo, son sus ojos los que me llaman la atención.Recuerdo que los ojos eran los que les daban a los mutos su aire humano.Mientras se acerca a mi trato de fijarme mejor. Son azules, tan azules como elcielo de verano y tan profundos que hacen que me pierda en ellos
¡Es Peeta! Nolo entiendo, debería estar a mi lado. Giro la cabeza de un lado a otrobuscándolo, pero no lo encuentro. Entonces recuerdo que corrí sin parar hastaque logré subir a la Cornucopia. No lo ayudé. De nuevo pensé solo en mi y ensalvar el pellejo y lo dejé solo, tal y como estuve a punto de hacer aquellavez. Me retuerzo de dolor en la superficie irisada del cuerno que me sostiene ylo llamo con todas mis fuerzas. Las lágrimas corren por mi cara nublándome lavista, pero con la suficiente claridad como para ser testigo de mi propiamuerte a manos del dueño de esos hermosos ojos azules.
Despierto con el corazón a punto de salírseme del pecho ytan sudada que si me escurro estoy segura de poder llenar media bañera. Estoyincorporada en mi cama, tirando de las sábanas para tratar de mantenerme enéste mundo y no en el de las pesadillas. Trato de calmarme e instintivamentetoco el lado derecho de mi cama buscándolo. Caigo en la cuenta de que lo mandéa su casa y que, por lo tanto, no me va a poder consolar.
Miro por la ventana y veo como el alba comienza a despuntar.Como sé de buena tinta que no podré volver a dormirme, decido ir a cazar. Hacemucho que no voy y, sinceramente, ya no necesito las presas para alimentarme.El gobierno de Paylor decidió pasarnos un sueldo mensual por algo así como "méritosde guerra". No lo discuto, pero tampoco es algo por lo que haya perdido el sueño.Sinceramente, tenía cosas más importantes por las que perderlo.
Me visto con unos pantalones elásticos y una camiseta demanga larga. Se adhiere demasiado a mis curvas para mi gusto, pero recuerdo queCinna me dijo una vez que era térmica y me ayudaría en las mañanas de caza. Nose lo discuto y me la pongo, al fin y al cabo el sabía de estas cosas mucho másque yo. Me calzo las botas, me hago mi trenza y bajo las escaleras. No sé cuántotiempo estaré fuera, así que decido llevar la mochila que dejó anoche Peeta conlos bollos que sobraron. Sé que me tendrá bien surtida a partir de ahora.
Cojo el arco y el carcaj de flechas y me los echo al hombro.Antes de salir recuerdo dejarle una nota a Sae, por si decide venir a hacermeel desayuno y no me encuentra. Finalmente, cuando tengo todo, cojo la viejacazadora de mi padre y salgo de casa.
Al principio tenía mis serias dudas de si la camiseta iba a protegermedel frío con tan solo la cazadora de mi padre encima, puesto que a pesar deestar ya a finales de primavera las mañanas aún son algo frescas. Sin embargo,al salir compruebo que Cinna tenía razón. Apenas he empezado a moverme por elbosque y ya estoy sudando.
Amanece rápido y, a pesar de que mi condición física no es laque era y he perdido hábito, no tardo en hacerme con tres ardillas y un par depavos silvestres. Desayuno los bollos sentada en mi antiguo punto de encuentrocon Gale mientras despellejo y desplumo las presas. No sé qué habrá sido de él.Las últimas noticias que me llegaron fue que estaba en el dos estudiando paraser un alto mando militar. Sinceramente, me la trae al pairo.
El sol se erige entre las montañas por encima del valleiluminando todo el Distrito poco a poco. Cuando calculo que serán las ocho, meecho las presas al hombro y emprendo el camino de vuelta a la Pradera. Paso porel quemador a repartir mis presas. Ya no las vendo como antes, ahora no lonecesito. Aún así me quedo con uno de los pavos. Tantos años comiendo carne de cazahan hecho que no me acostumbre al sutil sabor de las otras carnes.
Decido volver antes que de costumbre a casa. Me engaño a mimisma diciéndome que lo hago para darme una ducha antes de desayunar, pero séde sobra que lo hago porque no aguanto más sin ver a Peeta. Llego a la Aldea delos Vencedores y le veo frente a su casa cargando un montón de cajas y bártulosque no recordaba que tuviese. Me acerco poco a poco con la escusa de que micasa está frente a la de él para poder verlo. De repente me doy cuenta de queestá sin camiseta. Su pecho está al aire dejando a la vista sus torneadospectorales y abdominales. Noto tanto calor subirme por el cuerpo que tengo quequitarme la cazadora. Me atuso un poco el pelo antes de que pueda verme. Nuncaantes me habían pasado estas cosas. Jamás me había sentido atraída por unchico. No quiero decir que fuese algún tipo de ser asexual que era insensible atodo hombre, simplemente no tenía tiempo para pensar en ello. Ni mucho menoshabía sentido antes la necesidad de verme al menos decente ante nadie. Estoyabrumada por la cantidad de sensaciones nuevas que estoy experimentando.
Trato de no perder el control y de no ponerme más aceleradade lo que ya estoy. Sigo caminando hasta mi casa pero antes de poder entraralguien tira de mí. Es Haymitch, y por la pícara sonrisa que lleva dibujada séque ha visto todo mi numerito desde que he entrado en la Aldea y he visto aPeeta.
- Vaya, vaya. Voy a tener que comprarte un babero, preciosa.Casi me inundas el barrio al ver al chico sin camiseta.
Le odio. Le odio. ¡Le odio!
- No digas tonterías Haymitch. ¿Y qué si está sin camiseta?Tendrá calor igual que yo
- mentirosa compulsiva. No sé cuándo dejaré de negarlo que pienso.
- Que tú tienes calor no lo dudo, guapa. ¡El chico te hapuesto más acalorada que el sol de pleno agosto! - grita con la clara intenciónde que Peeta le oiga. Mi mano salta a su cara como un resorte y el golpe que ledoy resuena en toda la Aldea.
Peeta se da cuenta de los gritos y del golpe, por lo que sevoltea. Al ver que los protagonistas de la trifulca somos nosotros deja lo queestá haciendo y se acerca:
- ¿Se puede saber que os pasa? - pregunta sin entender nada.Hasta este instante no se había percatado de la presencia de ninguno denosotros dos.
Haymitch está en el suelo tirado con un ataque de risamonumental. El golpe que se ha llevado no le importa en absoluto porque haconseguido lo que quería: la atención de Peeta, que se acerque a nosotros conel torso desnudo y a mí con los colores tan subidos que parezco una luz deNavidad. Si antes tenía calor no os cuento ahora
- Nada muchacho. Tu "vecina", que ha venido algo acalorada
-suelta Haymitch entre risotada y risotada.
- ¿Cómo? ¿Qué te pasa Katniss? ¿Tienes fiebre? - me preguntaPeeta realmente preocupado mientras se acerca aún más a mí para tomarme latemperatura, lo cual no hace más que ponerme aún peor. A veces Peeta parece másinocente que yo.
- No, no. Tranquilo. Es que
he ido a cazar y
llevo unacamiseta térmica que me diseñó Cinna y
bueno, pues eso, que guarda demasiadobien el calor. - intento sonar convincente mientras señalo la camiseta.
Peeta se pone colorado al instante. Vuelvo a echarle unvistazo a la camiseta y me fijo por vez primera que tiene una notabletransparencia en el pecho. No sería nada fuera de lo común si no fuese porqueanoche Peeta me vio con una simple toalla y recién salida de la ducha. Y automáticamentesé que él está pensando en lo mismo que yo. Así que aquí estamos los dos, másrojos que un tomate y sin saber que hacer o decir, mostrando nuestra ignoranciaal público como niños de doce años que empiezan a coquetear. Definitivamente,la guerra nos ha pasado factura de otras maneras que ni tan siquiera llegábamosa imaginar.
Haymitch toma la delantera y dice mientras se marchadejándonos solos:
- Bueno, esperemos que el agua salga bien fría del grifo hoy.Me temo que algunos necesitarán una buena ducha
Lo mataría y juro que no me costaría nada. Decido apartar elcomentario de mi mente y tratar de pensar en cómo cortar éste incómodosilencio. Está claro que ya no somos los niños que fuimos y que ninguno de losdos se conforma con oír palabras bonitas. A ambos el cuerpo nos pide más.
- Esto
yo
Peeta, ¿no tienes frío? - le digo mientras tratode no mirarle mucho. No me importaría seguir mirándolo así, pero no responderíade mis actos y no creo que ninguno esté preparado aún para hacer nada que sesalga de los cánones de buenos vecinos.
- Oh
eh
bueno, sí, será mejor que me cubra. - me contesta élcogiendo la camiseta que colgaba de su pantalón. - Por cierto, ¿por qué pegastea Haymitch?
- Bueno, ya sabes, es un impertinente y yo no traía ánimos deaguantarle tonterías. - miento de nuevo.
- No se lo tomes en cuenta, ya sabes como es.
- ¿Y tú qué hacías antes? ¿Qué son todos esos bártulos? - le contestocambiando de tema.
- ¡Ah sí! No te lo dije ayer. Son unas cosas que compré en elCapitolio. Pienso reconstruir la panadería de mi familia y necesitaba materialpara empezar a hornear. En el centro ya se han puesto con el local pero comoaún tardarán un par de semanas en terminar tengo que guardarlo todo en casa,además de otras cosas que compré ajenas a la panadería. - dice sin darledemasiada importancia.
- ¡Oh Peeta! ¡Eso es genial! - digo con toda mi sinceridad. Mealegra mucho saber que tiene un proyecto por delante.
- Me alegro de que te haga tanta ilusión. ¿Sabes? Necesitaréun ayudante para hornear estos días hasta que esté todo listo. ¿Me concederíasel honor?
- Oh, bueno
Peeta, sabes de sobra que no soy nada buena en lacocina. - digo con algo de dejadez. Lo cierto es que no me gusta.
- Venga, no seas boba. Tampoco es para tanto. Además, meofrezco a enseñarte todas las mañanas durante las próximas tres semanas. - dice conuna sonrisa.
Todas las mañanas durante las próximas tres semanas. Tendríala escusa perfecta para verlo todas las mañanas y pasar horas y horas con élsin que nadie pudiese alegar nada. En este momento estoy que no quepo de gozo.
Bueno,un capítulo más. Este es muy largo, así que supongo que no tendréis quejaalguna ;)
Hoy doscapítulos. Estaréis contentos, ¿no?.
Comovéis con este cerramos los dos primeros días desde la vuelta de Peeta. A partirde ahora todo se irá complicando un poquito más y llegará la pimienta queprometí desde el principio.
Denuevo, muchas gracias por estar ahí tanto a los que leéis el fic desde elprincipio como a los recién incorporados. Todos los comentarios seránbienvenidos.
¡Unfuerte abrazo!
Ya ha pasado semana y media desde que decidí aceptar laoferta de Peeta. Todas las mañanas recorro los pocos pasos que me separan de sucasa para aprender a hornear. Ni que decir hace falta que mis progresos hansido escasos, por no decir nulos. Definitivamente la repostería no es lo mío.Requiere de mucha paciencia y eso es algo que desde que nací sé con seguridadque no poseo. Sin embargo, Peeta es tan diferente
Me paso la mañana escudriñando con mi mirada cada facción desu cara. Es gracioso verlo tan concentrado porque altera su expresión afable ylo hace parecer mucho más atractivo. ¿Atractivo? Por favor, esta no soy yo.
Nuestra relación ha avanzado bastante. Por supuesto no hemosvuelto a invadir el espacio vital del otro. Me refiero a que hemos vuelto atener la relación tan natural que tuvimos la suerte de disfrutar cuando latragedia no nos sobrecogía. Poco a poco, vamos recuperando el color en nuestrasvidas, al igual que el resto del Distrito. Aunque aún es poca la gente que havuelto, el centro va recobrando la vida que un día tuvo. La gente ya no muerede hambre o frío como lo hacía antes. Si bien es cierto que nadie está comopara tirar cohetes, todos tienen algo que llevarse a la boca antes de irse adormir y eso es más que suficiente para gente que ha sufrido tanto.
La plaza ha sido reconstruida por completo y en ella ya sehan abierto comercios que le proporcionan la actividad que había perdido. Lapanadería de Peeta está avanzando a pasos agigantados y cree poder abrirla enmenos tiempo del estimado. Además, el Quemador ha vuelto a ser el que era, peromucho más moderno y, por supuesto, legal. Ahora se asemeja a un granestablecimiento del centro del Capitolio solo que sin ese aire recargado ymuchísimo más frugal. Dentro se han abierto diferentes tiendas y lugares parael ocio. Sae está contemplando la posibilidad de abrir ahí un restaurante. Alfin y al cabo, lleva toda la vida cocinando en ese lugar solo que ahora podríadisponer de carne decente y buen servicio. De todas formas, lo quepersonalmente más disfruto del nuevo Quemador es que ya no es el sitio lúgubre alque muchos no iban por temor. Ahora padres con sus hijos se acercan hasta allía dar una vuelta y disfrutar de los momentos libres que antes no podían. Ver atodos esos críos felices y correteando por entre la gente me hace pensar quetal vez todo lo que hicimos no esté tan mal. Tal vez, y solo tal vez, Plutarchtuviese razón cuando en aquel aerodeslizador que me traía de vuelta al docedijo que a lo mejor esta vez era la definitiva. La vez en la que fuésemoscapaces de mantener la paz.
Esta mañana no es diferente a las demás. Me despierto conlos primeros rayos de sol azotándome la cara. Las pesadillas no se han ido pormucho que haya mejorado mi situación. Todas y cada una de las noches sueño conPrim y todos a los que hemos perdido por el camino. Lo que sí ha cambiado esque hay noches en las que no son sueños terroríficos. Son sueños, a secas. Enesos sueños suelo correr detrás de un sinsajo que canta la melodía de Rue,suelo encontrarme en mi bosque persiguiendo a Prim entre los árboles, e inclusohe llegado a soñar con que estoy en la playa del Distrito 4 junto a Finnick, compartiendouna charla sin ningún contenido profundo, simplemente hablamos. Son sueños delos que despierto cansada y entumecida, como si realmente hubiese pasado lanoche corriendo, pero no despierto aterrorizada como con las pesadillas. Aúnasí, las peores noches ahora son protagonizadas por pesadillas en las que Peetame persigue convertido en un muto, en las que Peeta no me reconoce, en las quePeeta no me quiere, en las que Peeta muere
Peeta, Peeta, Peeta, Peeta. Está portodos los lados. Esas noches despierto bañada en sudor como las demás, peroalgo las hace diferentes y es que no puedo volver a conciliar el sueño. Cuandodespierto de una de esas pesadillas y no lo veo a mi lado lo único que soycapaz de pensar es que no era una pesadilla, que era real, y necesitoimperativamente saber que está bien. Suelo tardar un buen rato en calmarme y, comosé de sobra que ya no volveré a dormirme, aprovecho esos días para salir acazar. Días que últimamente están siendo demasiado habituales.
Tras haberme desperezado, me levanto de la cama y me vistosin más demora. Peeta debe de estar esperándome desde hace un buen rato. Aunqueestoy acostumbrada a madrugar, él siempre está levantado para cuando yo quierollegar, lo que me hace sospechar que no duerme mucho. Todos sabemos que lospanaderos siempre madrugan para hacer el pan, pero ha habido ocasiones en lasque no podía dormir y he salido de mi casa en dirección al bosque y lo he vistoen la cocina frente al horno. ¿Acaso sufrirá las mismas pesadillas que yo?Estoy segura de que sí, pero ambos sabemos que la única manera de calmarnos esen los brazos del otro.
Cuando llego a su puerta apenas hace falta que toque. Un muysonriente Peeta Mellark abre y me invita a pasar. Empezamos a trabajar, mejordicho, él empieza a trabajar y yo le paso los ingredientes que me pide.Hablamos de nimiedades que nada tienen que ver con todo lo que hemos pasado. Alos dos nos gusta puesto que nos hace olvidarnos de todo y nos devuelve por untiempo a los 18 años que realmente tenemos, aunque ambos nos sentimos mucho másdesgastados que eso.
Está concentrado amasando la masa del pan de nueces queestamos, corrijo, está elaborando hoy. Lo miro en silencio. Sigo hipnotizadapor sus majestuosas pestañas doradas cuando me pide harina. Al parecer la masaha empezado a pegársele en los dedos y necesita más. No sé por qué lo hago,pero me siento como una cría cuando cojo un puñado del blanco ingrediente y selo estampo en la cara. Su reacción es para verla: empieza a toser para echar loque se había colado en su boca y en su nariz. Cuando se le pasa, abre los ojosque aún tenía cerrados y ese maravilloso azul con sus respectivas pestañasparpadean un par de veces aún incrédulos. Para ese entonces yo ya estoy muertade risa porque se ha quedado de piedra y aún no es capaz de procesar loocurrido, pero tarda realmente poco.
- ¡Tú! No sabes dónde de acabas de meter, preciosa. - me dicemientras me enseña sus manos untadas del pringue que es la masa del pan. Sé alo que se refiere.
- No, no, no. ¡No, Peeta! ¡Por favor! - una traviesa sonrisaaparece en su rostro y salgo corriendo como alma que lleva el diablo.
- ¡Oh, sí! ¡Ven aquí ahora mismo, Katniss! Sabes que acabarépor cogerte. Es inútil que huyas.
Corro a lo largo y ancho de la casa intentando zafarme de élmientras me ahogo por la risa. Al cabo de un minuto consigue darme caza en elpasillo y me planta sus manos y el mejunje en la cara.
- ¿Qué? ¿Está rico? Pensabas que no te pillaría, ¿eh?
Casi sin abrir los ojos, salgo corriendo a la cocina y mearmo con un tremendo arsenal de colorantes y harinas. Cuando Peeta aparece porla puerta le lanzo un puñado de uno que es de color verde bosque. Mi favorito.
- Toma, para que siempre te acuerdes de mi color favorito. -le digo mientras el colorante se estampa en su barbilla y parte de su cuello.Suelto una tremenda carcajada y corro de nuevo antes de que reaccione.
- Con que quieres guerra. Pues las vas a tener, guapa. - Peetase arma igual que yo y comenzamos una batalla de lo más colorida por toda laplanta baja de su casa.
¡Hola a todos!
Siento no haber actualizado ayer, pero estoy preparando unparcial para este miércoles y ando algo pillada. Seguramente por el mismomotivo hasta el miércoles no pueda actualizar. Aún así trataré de hacerlo loantes posible.
Por otro lado, espero que este capítulo os guste. Estoytratando de explicar la situación con calma y sin prisa, pero pronto llegaránsituaciones más profundas y con más trama. Mientras tanto, espero quedisfrutéis también de estos capítulos.
Muchas gracias por seguir ahí. ¡Espero vuestros comentarios!
Un beso :)
Estoy parapetada detrás del sofá. Mi enemigo se protegedetrás del marco de la puerta de la sala. Me tiene acorralada.
- Vamos, Katniss. Sabes mejor que yo que estás perdida.Ríndete y prometo que será rápido e indoloro. - me insta mi rival.
- ¡Já! Ni lo sueñes, Mellark. ¡Moriré matando!
Parecemos dos chiquillos jugando a las batallitas. Lo ciertoes que me lo estoy pasando realmente bien. Hacía tiempo que no disfrutaba dealgo tan simple. Seguramente desde antes de la muerte de mi padre cuando, poraquel entonces, sí era una niña.
Sin pensármelo dos veces, salgo de mi escondite y me dirijoa la puerta tras la que se esconde. Como era de esperar, antes de que llegue yatengo encima un sinfín de polvos de colores. Peeta me agarra de la cintura y me echa al suelo. Al parecer aún se guardaba un as en la manga, un últimogolpe maestro.
- No tan rápido, preciosa. Todavía no he terminado contigo. - medice mientras se echa encima de mí y con una sola mano sujeta mis brazos porencima de mi cabeza - Te advertí que sería bueno si te rendías, pero como erestan peleona no seguiste mi consejo y ahora pagarás las consecuencias.
Suelta una risa malévola mientras con la mano que tienelibre me vierte un bol completo de chocolate fundido. No me lo puedo creer, meha cubierto la cara de chocolate. Trato de soltarme pero es inútil. Obviamentetiene mucha más fuerza que yo.
- Me las pagarás panadero. ¡Esto no se queda así! - le grito.
- ¿De verdad? ¿Y cómo se supone que piensas vengarte si nopuedes ni soltarte de mi agarre? - me dice muy convencido.
Tiene razón. No conseguiré nada si intento soltarme por lafuerza, así que, si no puedes con el enemigo, únete a él. Rápidamente loaprisiono con mis piernas acercándolo a mi cara y la restriego contra la suyapringándolo a él también de chocolate fundido. Sin duda no se lo esperaba.Pongo una sonrisa triunfal. Lo que no esperaba yo era darme cuenta de latremenda posturita en la que estábamos: él me sujetaba ambas manos por encimade la cabeza mientras con la otra se apoyaba en el suelo, yo tenía mis piernasenroscadas en su cuerpo y nuestros labios estaban tan cerca que podíamos sentirel aliento agitado del otro en la cara. Él también parece darse cuenta, perolejos de ruborizarse suelta algo que me deja descolocada por completo:
- Nunca antes el chocolate me había parecido tan apetecible.
Y me besa. Yo me quedo pasmada pero no tardo en responder asu beso. Sus labios saben a chocolate y pasión. Como él acaba de decir, jamásantes el chocolate me había parecido tan apetecible. El beso es muy distinto atodos los que habíamos compartido hasta ahora. Es intenso y agresivo. Pareceque realmente queramos comernos. Sin previo aviso, lame el chocolate que aúnquedaba en mis labios e introduce su lengua en mi boca. Es como si una descargaeléctrica recorriese todo mi cuerpo y me hiciese estremecer. Respondo a sugesto jugando con la mía. Jamás había hecho esto antes y, sin embargo, parecíaque llevase años haciéndolo. El beso cada vez era más intenso y unos ligerosgemidos escapaban de mi garganta. ¿Gemidos? ¿En serio?
No sabía a dónde nos iba a llevar todo esto pero me negaba asoltarlo y él tampoco parecía muy por la labor. Al contrario, comenzó a posarsu mano libre en mi cadera y a acariciar la piel que asomaba por el espacio quedejaba la blusa descolocada. Sus dedos me hacían estremecer con el mero hechode rozar mi piel. Seguíamos en nuestra lucha, que ahora era de lenguas y no deinofensivos colores, cuando oímos un carraspeo.
- Ejem. Ejem. ¿Interrumpo algo? - pregunta con sorna un muysonriente Haymitch Abernathy desde la puerta de la entrada. Sin duda laescenita hará sus delicias durante un largo periodo de tiempo.
¡Hola tributos!
Finalmente he podido actualizar hoy. Sé que el capítulo no es de los más extensos, pero aún así confío en que os guste.
Muchas gracias una vez más a todos los favoritos y las lecturas. Espero ansiosa vuestros comentarios y siento no poder contestar a todos. Sabed que los leo siempre.
Un abrazo enorme .III.
Según lo oímos, tanto Peeta como yo giramos nuestras cabezasen dirección a la puerta desde la que nos mira aguantándose la risa nuestromentor. Diría que, gracias al chocolate que cubre mi cara, Haymitch no es capazde apreciar mi sonrojo, pero Peeta ya se ha encargado bien de que en mi cara noquede ni pizca de él. No sé cómo actuar, estoy muerta de vergüenza. Veo que lacara de Peeta tampoco se ha salvado de las lametadas, detalle que a Haymitch nipor asomo se le pasará por alto.
- Si queréis vuelvo más tarde, ¿eh? ¿Os llega con veinteminutos o necesitáis desfogaros más? - salta Haymitch.
- Hola, Haymitch. Tú siempre tan oportuno
- le contesta Peetasin un ápice de vergüenza en su cara mientras se separa de mí. Cuando se poneen pié me tiende la mano para ayudarme.
- ¿Verdad que sí? ¡Gracias al cielo que no he llegado cincominutos más tarde! No quiero tener pesadillas con vosotros dos desnudos duranteel resto de mi vida
- dice y se ríe con su propio chiste.
- Haymitch, no seas grosero. - le reprende Peeta que ya notami nerviosismo.
- ¿Y tú, preciosa? ¿No piensas explicarme por qué tiene tuamado panadero la cara manchada a trozos, al igual que tú? Ah, espera, ya sé.Mea culpa. No te dejé terminar tu labor
Lo sabía. A estas alturas lo conozco como si lo hubieseparido. Estoy segura de que tengo la cara más roja de lo que jamás la hetenido. Noto como la rabia empieza a subir poco a poco. Cuando termino deasimilar los comentarios del borracho que tengo por mentor, tengo unas ganasincreíbles de soltarle un guantazo, pero sin saber por qué opto porcontestarle:
- Mira Haymitch, que tú seas un borracho amargado no te daderecho a destrozar los momentos felices de los demás. Si no tienes otra cosaque hacer a parte de beber por los codos, te dedicas a cuidar gransos, pero noseas lo suficientemente estúpido como para no saber donde no se te necesita.
Mientras se lo digo noto como los ojos se me llenan delágrimas. Aún así no aparto la mirada ni un instante, quiero que sea conscientede que lo que le digo no es ningún berrinche. Según termino, salgo por lapuerta dando un portazo y echo a correr hacia el bosque. Mis pies me llevan poracto reflejo por un camino que conozco demasiado bien. Cuando recobro la nocióndescubro que estoy en el lago. Este lugar se ha convertido en una especie desantuario para mí durante todos estos años. Desde que murió mi padre hace yasiete años, he venido aquí cada vez que necesitaba pensar y abstraerme de todosmis problemas por un rato. Es como si el espíritu de mi padre estuvierapresente y pudiera compartir con él una vez más todo aquello que me preocupa, yesta vez no es una excepción.
He venido llorando a moco tendido todo el camino. Estoysentada con las rodillas entre mis brazos al borde del lago. El sol ya estállegando a su punto más alto. No me había dado cuenta de lo rápida que se mepasó la mañana con Peeta. Es increíble como la presencia de una sola personapuede hacer que tu vida de un giro de ciento ochenta grados. Hasta hace algomenos de un mes era una joven vieja que deseaba una muerte prematura queacabase con su sentimiento de culpa para siempre. Ahora sin embargo, siento quejunto a él soy capaz de vencerlo todo, hasta lo que ya vencimos. Porque losfantasmas del pasado siempre nos perseguirán. En nuestra mente siempre estaránlos recuerdos que no seremos capaces de dejar atrás y que nos recordarán todolo que sufrimos, aunque vivamos en un país libre de la opresión a la que haestado sometido los últimos 75 años. Siempre tendremos miedo a que nosarrebaten todo lo que hemos construido. A que nos arrebaten todo lo que amamos,una vez más. Estoy segura que no soportaría perderlo a él también, es lo únicoque me queda en el mundo.
Pienso en el día de hoy, en cómo hemos pasado rápidamente deun juego inocente a besarnos como nunca antes lo habíamos hecho. Cada roce desus labios me hacía estremecer deseando con más intensidad su boca, sus labios,su lengua, sus dedos sobre mi piel. Ahora, en la tranquilidad del bosque, todome parece mucho más surrealista. Nunca pensé que yo, Katniss Everdeen, la fría,seca y grosera chica de La Veta, fuese capaz de desear así a alguien. Hasta esoha conseguido cambiar Peeta, solo que esta vez ha ido más allá de hacermeparecer deseable, y no solo a sus ojos. Ahora la gente del Distrito, al vermepasar me sonríe y me saluda, me dedican sonrisas desinteresadas agradeciéndomeen silencio lo que hicimos por Panem. Él sigue insistiendo en que no soyconsciente del efecto que ejerzo sobre los demás. Yo creo que es gracias a él.Cuando está a mi lado soy mejor persona, soy capaz de sonreír incluso a genteajena a mí sin tener que fingir. Me hace ser consciente de que la vida puedecontinuar por dolorosas que sean nuestras pérdidas, que puede volver a serbuena. Y eso solo puede dármelo Peeta.
Recapacito sobre lo que le he dicho a Haymitch hace un rato.Es cierto que no actuó bien, que sabe que todas esas insinuaciones me hacensentir muy mal. Sin embargo, yo me puse a su altura echándole en cara inclusocosas que no siento. Realmente es una de las pocas personas en el mundo quenecesito a mi lado. Por muy mal que nos llevemos a veces, se ha convertido enun padre para mí y sus consejos me hicieron salir adelante en dos arenas. Hesido mucho peor que él porque le he dicho todo lo que le he dicho sabiendo quelo heriría, aún a pesar de que sé que él solo lo hace por hacerme rabiar. Sinembargo, hay momentos en los que ni la buena influencia de mi chico del Pan escapaz de borrar al horrible muto que siempre he sido, hiriente, agresiva ydesquiciante. He sacado lo peor de mí para hacerlo culpable incluso de cosas delas que no lo culparía nunca en una situación normal. Ahora, en la tranquilidaddel bosque, todo cobra sentido y deja de ser surrealista. La estúpida soy yopor tratar así a personas que solo quieren mi bien y tratan de dejar atrás unpasado tan tormentoso como el mío mientras se apoyan en la gente a la quequieren. Y yo soy la tonta que les retira el hombro.
Estoy exhausta. Darme cuenta de lo que realmente soy me hahecho ser consciente de que ellos no se merecen mis groserías, mis cambios dehumor, mi mal genio y mis malas palabras. De hecho, no merezco que nadie esté ami lado, porque cada vez que alguien me brinda su apoyo termino retorciéndolo yusándolo a mi antojo y cuando ellos necesitan un poco, tan solo un poco de micomprensión, me retiro de su lado, dejándolos caer de bruces sin dignarme tansiquiera a mirarlos.
Es por eso que he decidido que no quiero usarlos más. Noquiero que sean las piezas de mis juegos particulares. Eso es justamente lo quePeeta no quería, ser la pieza de los juegos de nadie, y yo no voy a ser la quedestroce su ética. Aún conservo la cordura suficiente para ser consciente deque lo amo y que no quiero que sea un infeliz a mi lado. Que algún díadespierte y se arrepienta de haberme dedicado tanto tiempo de su vida cuando yohe sido una egoísta que solo ha mirado por su bien. Y no pienso dejar que esopase.
Me pongo en pie decidida a ello. He tomado una decisión quesé que no dejará indiferente a nadie. Me marcho del doce.
¡Buenas noches!
Aquí un nuevo capítulo que espero que os guste. Muchas gracias a todos por las lecturas, los favoritos y los comentarios. No dejéis de hacerlo, ya sabéis que es un aliciente para seguir escribiendo.
¡Un fuerte abrazo!
He estado más de cuatro horas en el lago, asíque ya está anocheciendo cuando emprendo mi camino de vuelta a la Aldea. Sé lo que me espera cuando llegue: tendré queresponder ante Peeta por mis palabras a Haymitch y, peor aún, tendré quedecirle que me marcho, así que tardo lo más que puedo. Lo he meditado biendurante todo el día y no pienso echarme atrás. Sé que Peeta tratará deconvencerme de que no lo haga, empezará a hablar y a camelarme con sus buenaspalabras y si lo escucho acabará por convencerme, pero no me lo puedo permitir.Antes del Vasallaje prometí mantenerlo a él a salvo y si para eso me tengo quequitar yo del medio lo haré. No quiero seguir siendo una egoísta y anteponermis deseos a los suyos. Si por mi fuese lo tendría a mi lado eternamente, perosé que lo haría sufrir. Sin embargo, si me alejo sufrirá también, porque sé queme ama, pero con el tiempo se dará cuenta de que hice lo mejor para él y podrárehacer su vida con alguien que si lo merezca. Haymitch resultó premonitorio cuandome dijo que ni viviendo cien vidas llegaría a merecer a ese chico.
Ya estoy en la entrada de la Aldea. El vientoempieza a soplar, así que me abrazo a mí misma, puesto que salí sin chaqueta.Veo que las luces de la casa de Peeta están dadas, al igual que las deHaymitch. Decido enfrentarme primero a mi mentor, al fin y al cabo siempre noshemos entendido sin necesidad de cruzar muchas palabras. Me planto frente a supuerta y llamo. No tarda mucho en abrir.
- ¿Qué quieres? - se le nota muy molesto.
- Hola, Haymitch. Venía a disculparme contigo.No ha estado bien como te he hablado esta mañana y no quiero que pienses quetodo lo que he dicho es cierto. Era la rabia la que hablaba por mí. Yo
Losiento de veras. - le digo cabizbaja.
- La mismísima Chica en Llamas pidiéndoledisculpas a un simple borracho. Esto es digno de ver
- obviamente no me lo vaa poner fácil.
- Haymitch, por favor, hablo en serio. Llevotoda la tarde pensándolo.
- Muy bien. Disculpas aceptadas, pero ambossabemos que no es eso a lo que tantas vueltas le has dado. ¿Me equivoco o hayalgo más? - ¿cómo es posible que me conozca tan bien? Quizás nos parezcamos másde lo que quiero creer
- Sí, tienes razón. Pero mejor hablémoslodentro. - digo y entro a su casa sin darle opción a réplica.
Me siento frente a la chimenea y espero a quecierre la puerta. Es irónico como el hombre al que le he dicho todas esasbarbaridades hace menos de cinco horas es ahora el único capaz de ayudarme. Unaprueba más de que no sé distinguir a mis amigos de mis enemigos.
- Tú dirás, preciosa. - dice mientras se deja caeren la mecedora frente a mí.
No sé cómo empezar, pero si algo he aprendidode mi mentor en estos tres años es que con él los rodeos no sirven de nada, asíque opto por decirlo de carrerilla:
- Me marcho del doce.
- ¿Qué harás qué? - casi se atraganta con ellicor.
- Lo que has oído. Mañana cojo el primer trenque salga de aquí. - trato de sonar decidida, pero al recordar lo mucho que losecharé de menos se me quiebra la voz.
- ¿A son de qué vas a hacer eso? Creía queestabas feliz con la vuelta del chico
Escucha, si es por mis bromas prometo nosobrepasarme de nuevo, pero no le hagas esto, no se lo merece. - me dicerealmente preocupado.
- No, Haymitch. No es por ti. Me marcho porquePeeta no merece estar con un ser tan despreciable como yo, que solo sabe echarde su lado a todas las personas que intentan ayudarla. No soy digna de él. Túmismo lo dijiste. - mientras lo digo las lágrimas se agolpan en mis ojos y notardarán en salir.
Contra todo pronóstico, se levanta de suasiento y se pone de cuclillas frente a mí.
- Eh, preciosa. Yo tampoco pienso lo que digo.Ya sabes que nos parecemos hasta en eso
- ahí está mi mentor. El hombresarcástico, borracho y maleducado que me saco no de una, sino de dos arenas. Elhombre de ojos grises de la Veta que me ayudó a salir adelante incluso cuandoél no fue capaz de mantenerse a sí mismo en condiciones. El hombre que una vezmás, trata de salvarme, pero esta vez de mí misma.
Tiene mis manos entre las suyas. Levanto unpoco la vista para ver lo que me dicen sus ojos y entiendo con una sola miradaque él sufre los mismos miedos que yo. Lo veo en sus ojos, que todo lo quecalla con su boca me lo dice a mí con su mirada, y en ese mismo instantecomprendo que jamás podría haber hecho nada de esto sin él. Se ha convertido enun padre para mí. Al verme reflejada en él siento que no tengo por qué fingirser la chica dura que soy para todo Panem, así que lloro. Lloro como jamás hellorado frente a nadie porque sé que él entenderá todo lo que siento aunque nodiga nada. Porque entre él y yo un silencio vale más que mil palabras.
Haymitch me abraza y deja que llore en suhombro mientras me acaricia el pelo. No tengo ni idea del tiempo que he estadoasí, pero no ha dejado de sujetarme ni un instante. Me siento como una niña pequeñaen brazos de su padre. Por primera vez en mucho tiempo, me permito ser la niñaque nunca pude ser.
Poco a poco me voy calmando. Estamos sentadosen el suelo y Haymitch me tiene en su regazo, como si de su hija se tratara. Mepregunto si para él no seremos algo parecido. Desde luego, somos lo único quele queda y no está dispuesto a perdernos.
- ¿Te encuentras mejor? ¿Quieres que hablemosahora de ese alocado plan tuyo? - su comentario me saca una tímida sonrisa. -Tomaré eso como un sí. Al menos no me has mordido
- Haymitch, no empieces
- le digo aún entre susbrazos, pero no puedo evitar sonreír levemente.
Me ayuda a levantarme y nos sentamos en elsofá. Lo cierto es que después de llorar me siento mucho más ligera. Las vecesque lloraba por la noche pensando en Prim y en toda la gente que perdimos, mequedaba exhausta. Pero, esta vez ha sido distinto. Creo que el hecho de tener aalguien al lado que sabes que comparte tus temores resulta de gran ayuda. ConPeeta comparto gran parte de mi sufrimiento, y de hecho es la única personasobre la faz de la Tierra capaz de calmar mis pesadillas. Sin embargo, esHaymitch él único que me comprende al cien por cien en mi forma de ser. Nosparecemos tanto que no tengo que decirle nada para que sepa en lo que estoypensando. Sin duda soy muy afortunada de tener a estas dos personas a mi lado.
- Bueno. ¿Y dónde piensas irte? - me preguntaHaymitch.
- Yo
no lo sé. No he pensado ningún lugar enconcreto. - digo no muy segura.
- Mira, preciosa. Sé que piensas que es lomejor, pero estás equivocada. Si te vas, jamás en la vida te lo perdonarás a timisma. Jamás te perdonarás haber perdido más tiempo de estar junto al amor detu vida. Porque sí, ese chico es el amor de tu vida. Lo sabes desde hacetiempo, no hace falta que te diga yo estas cursilerías
A lo que voy es a queno os haces ningún favor si, sin motivos aparentes, decides irte y dejarlo aquítirado. Ha luchado mucho para volver contigo y no solo él. Tú misma aguantastemeses y meses sin ningún aliciente más que el deseo de que algún día volviese ati. Y ahora que ha vuelto, ¿vas a ser tú la que lo abandone? - es la primeravez en mi vida que oigo a Haymitch hablar tan en serio. - Si me permites unúltimo consejo: permaneced vivos. Y no me cabe la menor duda de que sin el unoal lado del otro no seríais capaces. Lo habéis demostrado demasiadas veces.
Es cierto. Ha habido muchas veces que he deseadoabandonar este mundo. Tantas que no sería capaz de enumerarlas. Sin embargo,todas tienen un denominador común: todas y cada una de esas veces me faltabaPeeta, como cuando pensé que moriría en aquella cueva de septicemia. No lo dudéni un instante. Supe que si aquel chico moría y yo no hacía nada por salvarlo jamáspodría vivir tranquila. O como cuando saqué las bayas, o cuando decidísacrificar mi vida por la de él en la segunda arena, o cuando lo vi yacermuerto en el suelo de la selva tras golpearse con el campo de fuerza, o cuandosupe que el Capitolio lo había capturado, o cuando me di cuenta de que me creíaun muto
Siempre era su falta, el creer que jamás lo recuperaría, lo que hacíaque me volviese loca. Ni tan siquiera la muerte de Prim, la muerte de miquerida y amada hermana, fue lo suficiente para acabar de destruir la pocaesperanza que quedaba en mí, porque sabía que, en algún lugar, él estabaluchando por volver conmigo.
¡Hola de nuevo!
Y otro más. Espero que este también os guste. Quiero recordaros que leo todos y cada uno de vuestros comentarios a pesar de que no conteste a todos. Me encanta que comenteis así que no dudéis en hacerlo, sea cual sea vuestra opinión.
Una vez más, muchas gracias a todos por los favoritos, los comentarios y, sobre todo, las lecturas.
¡Mil gracias! Un beso :)
Pienso en todo lo que me acaba de decir Haymitch y no lepuedo quitar la razón en nada. Cada palabra que salía de su boca sonaba muchomás convincente que la anterior, y todas y cada una han hecho que cuestioneseriamente mi decisión. Yo preocupada por no dejarme convencer por Peeta y hasido Haymitch el que me ha hecho replanteármelo todo.
Ceno en casa de mi mentor y le agradezco como un millón deveces el apoyo que me ha dado hoy. Realmente me siento abrumada con suespontánea muestra de afecto hacia mi persona. Cuando terminamos de cenar, leayudo a fregar los platos y me dispongo a irme.
- Muchas gracias por todo Haymitch. - le digo mientras loabrazo con fuerza. El gesto le pilla desprevenido, puesto que yo soy tandespegada como él en estas cosas, pero no tarda en devolvérmelo. - En serio, nosabes lo mucho que te agradezco que estés a mi lado. Contigo he vuelto a sentirque tengo un padre, a pesar de que perdí al mío hace mucho tiempo.
Una lágrima baja por mi mejilla. Él sabe lo mucho que mecuesta expresarme y el esfuerzo que tengo que hacer para decir cosas como estas.Sin embargo, lo que le acabo de decir se lo he dicho de corazón y no me hacostado agradecérselo tanto como pensaba.
- Para mí eres como mi hija, Katniss, al igual que el chico.El agradecido soy yo, porque desde que llegasteis a mi vida he recuperado partede lo que algún día fui: un hombre feliz. - me dice mientras sostiene mi rostroentre sus manos. - No dudéis ni por un segundo que sois mi familia, lo únicoque me queda, a pesar de lo grosero, malhumorado e irritante que pueda llegar aser a veces. Lo sois todo para mí. No soportaría veros sufrir más. Merecéis serfelices. Ya habéis pasado demasiado.
Veo que los ojos se le nublan. Jamás había visto un Haymitchtan sentimental como este. Por primera vez, pienso en todo lo que ha tenido quesufrir este hombre: saber que han asesinado a tu familia y amigos por tu culpa,tener que convertirte en mentor del Distrito más desfavorecido de Panem, vercomo mueren todos los años dos niños de los que tú eras responsable y no poderhacer nada, ver morir a tus amigos en el tercer Vasallaje de los Veinticinco
Ademásde pasar por una guerra y casi perder a las dos únicas personas que conseguistesacar con vida de los Juegos. Definitivamente, yo también me hubiese echado ala bebida, o algo peor. Me prometo a mi misma que jamás volveré a mirarle de lamisma forma.
- Venga, venga. Deja de mirarme con esa carita y largo deaquí, que tu chico te espera más que preocupado en casa. - me dice Haymitchmientras se limpia una discreta lágrima que empezaba a bajar por su pómulo.Seguramente haya recordado todo lo que perdió. Me temo que hoy agarrará unabuena borrachera.
Me despido de él y salgo a paso ligero a casa de Peeta. Nohe pensado en todo el día en lo preocupado que habrá estado por mí. Me marchépronto y ya ha caído la noche y él aún no sabe que he vuelto. Según me ha dichoHaymitch mientras cenábamos, quiso salir detrás de mí pero él se lo impidiódiciéndole que era mejor que me dejase tranquila un rato. Creo que ya hedecidido lo que voy a hacer, pero primero tengo que hablar con él y hacerlecomprender mi situación.
Cuando estoy frente a su puerta, llamo y espero a que abra.Nada más verme me cose a preguntas, se nota que estaba intranquilo.
- Katniss, ¿dónde estabas? ¿Estás bien? Me tenías muypreocupado. Quise salir a buscarte pero Haymitch no me dejó. ¿Has cenado?¿Tienes frío? - se atropella al hablar. Me hace gracia verlo tan nervioso asíque no puedo evitar una media sonrisa.
- Tranquilo, Peeta. Estoy bien. Estuve en el bosque todo eldía, necesitaba pensar. - lo miro más detenidamente. Lleva una camiseta blancay unos vaqueros viejos. Ambas prendas están manchadas de pintura, por lo quesupongo que habrá pasado el día frente al lienzo. Tiene el pelo alborotado ylas mejillas sonrosadas del calor de casa. Está condenadamente sexy. - Y sí, tengoalgo de frío, ¿puedo pasar?
- ¡Oh! ¡Por supuesto! Qué idiota soy
pasa, pasa. - noentiendo por qué está tan nervioso, parece que llevase años sin verme.
Entro en casa. Lo primero que hago es llenar mis pulmonesdel maravilloso olor a pan. No llevo ni veinticuatro horas sin olerlo y ya loechaba de menos. Si me fuese, definitivamente no sé cómo iba a soportarlo.
- ¿Quieres cenar algo? Lo cierto es que no tengo nada, peropodría preparar algo en un segundo. - me dice amablemente.
- No, gracias. No te molestes. He cenado con Haymitch.
- ¿Con Haymitch? No sabía que os soportaseis tanto últimamente
- dice con sarcasmo.
- Bueno, ya sabes que los dos somos igual de raros. Además, heido porque necesitaba consejo. - le contesto sin darle mucha importanciamientras me voy a sentar al sofá.
- ¿Consejo? ¿Hay algún problema Katniss? Sabes que puedesconfiar en mí. - dices serio y se sienta a mi lado tomándome de las manos. Comosiga acortando más la distancia entre ambos no voy a ser capaz de decirle loque he venido a decirle. Que fracaso
ya no hace falta ni que hable paraconvencerme. Estoy perdiendo los estribos
- Lo sé. Pero necesitaba que alguien más, ya sabes, rudo, mehiciese ver la realidad. Tú eres demasiado noble. - le digo mientras le mirocon infinita ternura. Es demasiado bueno para que nadie lo merezca, y menos yo.
- ¿Hacerte ver la realidad? No entiendo nada Katniss. ¿De quéhablas?
Tomo aire, respiro hondo, abro los ojos y se lo digo:
- Esta tarde en el bosque me he dado cuenta de lo egoísta quesoy contigo. No hago más que frenarte y, por cada paso que das, yo retrocedodos. Es por eso que creo que estarías mejor sin mí y he pensado en irme untiempo.
Ya está, lo he dicho. Peeta me mira sin entender nada.
- ¿Cómo irte? No comprendo. ¿A dónde?
- Peeta, yo
creo que necesito un tiempo
es decir, los dosnecesitamos un tiempo para entender toda esta nueva situación mejor. Días comohoy siento que no te merezco y me siento la peor persona del mundo al tenerteconmigo. Eres demasiado bueno para mí. Yo solo quiero que seas feliz y quetengas a tu lado a alguien que sí te merezca. Entiendeme, por favor. - trato deexplicárselo lo mejor que puedo, pero las palabras nunca fueron lo mío.
- ¿Y crees que yéndote vas a solucionar algo? - me suelta lasmanos y noto el enfado en su mirada. - ¿Cuándo demonios vas a entender que tenecesito conmigo, Katniss? ¿Acaso crees que podría soportar un segundo máslejos de ti? ¿Acaso tú podrías? - se levanta furioso del sofá, pero no apartasu mirada de la mía. - Sin ir más lejos, hoy has estado fuera durante menos dedoce horas y para mí han sido las más largas de mi vida. No sabía dóndeestabas, ni si estabas bien, incluso he llegado a pensar que no volverías.¡Temo perderte Katniss! Porque te amo, temo que no estés a mi lado. ¿Es que túno me quieres?
Se lleva las manos a la cara y se deja caer en el sofáindividual que hay frente al mí. Está desesperado. Me levanto y me arrodillofrente a él apoyándome en sus piernas, tal y como hiciese esta tarde Haymitchconmigo.
- Por supuesto que te quiero, Peeta. No lo dudes ni uninstante. Es por eso que no quiero hacerte daño. Y si estar conmigo supone quetengas que sufrir no dudaré ni un instante en quitarme del medio. - le digo enun tono suave. Está mirando por la ventana y no parece que le esté convenciendomucho y niega con la cabeza - Peeta, mírame. Por favor, mírame - gira la cabezade mala gana - ¿Crees que para mí es fácil? Quiero pasar el resto de mis díascontigo, pero no puedo hacerlo si cada vez que te miro siento que no merezco loque me das. Necesito autoconvencerme de que puedo darte al menos un poco detodo lo que tú me ofreces. Y si sigo aquí, a tú lado, no voy a conseguirlonunca. - con las últimas palabras empiezan a caer las primeras lágrimas de misojos.
Peeta se inclina hacia mí y me limpia la cara con sus dedos.
- Katniss, ojalá te dieses cuenta de que no soy mejor que tú,pero si realmente necesitas un tiempo para poder estar conmigo, está bien,hazlo. Pero no me pidas que sea feliz eltiempo que no estés porque no concibo la vida si no es a tu lado.
Sus palabras son como un bálsamo capaz de curar cualquierherida. Miro sus ojos que me observan con devoción y vuelvo a sentirmeculpable, porque haga lo que haga siempre lo hiero. Apoyo mi frente en la suyay le doy un tierno beso que no duda en responderme.
- Te voy a echar mucho de menos. - le digo.
- No más que yo a ti. ¿A dónde piensas ir? - me preguntamientras me acomoda a su lado. El sofá es para uno, así que estoy prácticamenteen su regazo. Me mece como a una niña pequeña mientras apoyo mi cabeza en supecho.
- No lo sé. Supongo que lo iré decidiendo sobre la marcha. -lo cierto es que aún no me he parado a pensarlo.
- ¿Volverás pronto? - me pregunta con nostalgia a pesar de queaún no me he marchado.
- No lo sé. Pero volveré. Tarde o temprano lo haré y será paraquedarme y no volver a marcharme jamás. - le digo mientras le miro a los ojos.Quiero que tenga claro que no me iré para siempre.
- ¿Me prometes que volverás entonces? - me dice en tonoinfantil, lo que me saca una sonrisa.
- Te lo prometo. Antes de que nos demos cuenta estaré devuelta. - y dicho esto nos fundimos en el abrazo más sentido que jamás le hayadado a nadie.
¡Hola a todos!
Espero que os guste este nuevo capítulo. Duro y con mucha carga emocional.
Muchas gracias de nuevo a todos por las lecturas, los favoritos y vuestros comentarios. Espero impaciente a que lo leáis y me déis vuestra opinión.
¡Besos! :))
Me he pasado la noche en vela preparándolo todo para elviaje. Como aún no sé a dónde iré no he cogido apenas ropa. Con el sueldo queme asignó el nuevo gobierno me puedo permitir el lujo de comprarme la ropa alládonde vaya, haga frío o calor, así que todo lo que me llevo del doce cabe enuna mochila, que es exactamente mi único equipaje. La mochila la he preparadohace una escasa media hora, el resto de la noche la he pasado ordenando la casay cubriendo los muebles con sábanas. Lo que tenía de comida en el frigorífico yla despensa lo he metido en una caja para llevárselo a Haymitch. Si no fuese porquePeeta y yo lo mantenemos bien surtido no sé qué sería de él.
Peeta
llevo también la perla y el colgante que me regaló enel Vasallaje. Me temo que me esperan muchas noches aferrada a ese pequeñotrocito de su corazón. Anoche, después de fundirnos en aquel maravillosoabrazo, me dijo hasta la saciedad que estaría aquí esperando por mí, tardase loque tardase. También me suplicó que le mandase cartas o lo llamase de vez encuando, pero le dije que no. ¿De qué me sirve marcharme si voy a estar todo eldía colgada del teléfono o ansiando una carta a mi nombre? Al final le convencíde que cuanto menos contacto tuviésemos antes podría volver, pero ni yo estoysegura de eso. No sé cuánto tiempo estaré fuera y empiezo a pensar que leprometí demasiado rápido que volvería. Me conozco lo suficiente como para saberque soy capaz de no volver aunque me muera de ganas por verle, y eso Haymitchlo sabe. Es por eso que, cuando salimos de casa de Peeta para comunicarle aHaymitch mi decisión, me miró con una inmensa tristeza en los ojos. Él sabe quecabe la posibilidad de que no vuelva nunca, de que me encierre en mí misma y vuelvaa comportarme como una egoísta sin tener en cuenta lo que Peeta sienta. Aúnasí, también entiende que si no hago esto jamás seré feliz al lado de Peetaporque siempre me sentiré culpable por tenerlo, y ambos sabemos que sufelicidad se basa en la mía propia. Por lo que, si existe alguna posibilidad,por ínfima que sea, de que con este viaje me convierta en una persona capaz deolvidar el odio y el rencor, no pienso desaprovecharla. Quiero luchar hasta elfinal por darle lo mejor a mi chico del pan, por saldar esa deuda que contrajecon él el día que me dio el pan que me salvó la vida, aunque sé que siempreestaré en deuda con él por todo lo que ha hecho. No aspiro a convertirme en alguienque esté a su altura, eso nunca nadie será capaz de conseguirlo. Simplementenecesito creer en mí misma, creer que soy capaz de perdonar y empezar de cero,creer en que puedo volver a nacer junto al amor de mi vida.
Alguien está tocando a la puerta. Miro el reloj, aún faltandos horas para que salga el tren. Supongo que será Peeta, anoche casi tuve queclavarlo al suelo para que se quedase en casa y me dejase preparar todo a misola. No podía dejar que me ayudase, se pasaría la noche tratando deconvencerme y lo peor es que sería capaz de hacerlo, así que más vale prevenirque curar. Abro la puerta y ahí está él, mirándome con cara de corderitodegollado y los ojos más rojos que un tomate. Ha estado llorando.
- Buenos días, preciosa. - trata de decirme con humor.
- Buenos días, Peeta. ¡Qué madrugador! Aún faltan dos horas. -le contesto haciendo como que no me doy cuenta de su estado, pero estoy a puntode derrumbarme por verlo así. - Pasa.
Entra en casa y cierro la puerta. Ya empieza a hacer máscalor. Se nota que el verano se acerca.
- Te he traído unos cuantos panecillos de queso para el viaje.- me dice desde la cocina. - Pensé en hacerte algún dulce también, pero como nome decidía por ninguno en concreto he hecho un surtido variado. - me parece queno he sido la única que se ha pasado la noche en vela. Entro a la cocina, loabrazo por detrás y echo un ojo a la mesa por encima de su hombro.
- Tienen una pinta estupenda, pero no tendrías que habertemolestado.
- No es molestia. Además, son lo único que puedo ofrecertepara que no te olvides de mí. - me dice mientras se da media vuelta y me abrazapor la cintura.
- No me voy a olvidar de ti, Peeta. Eso es imposible. Nopodría hacerlo ni aunque quisiera. - decir cosas como esta me siguen costandounos buenos sonrojos que él aprovecha.
- ¿Ah no? ¿Tan bien beso como para que no me puedas olvidar? -me insinúa con una mueca al más puro estilo Finnick Odair.
- No seas tonto, Mellark. Sabes que no es por eso
- trato desonar indiferente, pero el mero hecho de hablar de besarlo hace que unescalofrío me atraviese. - Pero bueno, tampoco besas mal
- digo para el cuellode mi camisa. Para mi desgracia, Peeta tiene un oído digno de un cazador y meescucha.
- ¿Cómo has dicho? Es que no te he oído bien
- me dice con untonito demasiado inocente. Sé que puede ser tan insistente como se lo propongay que no me dejará hasta que lo diga lo suficientemente alto como para quemedio Panem se entere.
- Digo, que no besas mal. - y otro escalofrío.
Peeta me acerca aún más a él y muy cerca de mis labiossusurra:
- En ese caso te voy a dar uno que no olvidarás en tu vida. -acto seguido me besa con más pasión que nunca. Siento como el calor me inunda yempiezo a plantearme seriamente si voy a aguantar mucho sin esto. Nuestraslenguas se enzarzan en una lucha en la que no hay ni vencedores ni vencidos. Mecoge de las nalgas y me sienta en la mesa, lo que me pilla desprevenida y haceque suelte un gritito casi inaudible. Está desbocado y yo no estoy mucho mejor.Tiene razón cuando dice que jamás olvidaré este beso, porque sé que cuando estélejos de él vendrá a mi mente el hambre que siento en estos instantes y loúnico que desearé con toda mi alma será estar a su lado. El panadero es unestupendo estratega.
Cuando el oxígeno se hace necesario no nos queda otra quesepararnos. Tenemos la respiración acelerada y el corazón a mil por hora. Peetame mira con suficiencia. Está contento porque sabe lo que provoca en mí. Aún nohe terminado de recomponerme cuando vuelven a llamar a la puerta. Ese seráHaymitch.
- Ya abro yo. - dice Peeta y se separa de mí para ir a abrirlela puerta a nuestro mentor dándome unos segundos de tregua.
Me bajo de la mesa antes de que Haymitch entre a la cocina.No quiero cachondeitos de última hora.Preparo algo de lo que ha traído Peeta para el desayuno en lo que les oigosaludarse y avanzar por el pasillo.
- Buenos días, chica en llamas. ¿Se sabe ya que otro distritovas a incendiar o es secreto de estado? Mira que no quiero revoluciones deúltima hora
- este hombre no cambiará nunca. Sarcástico hasta la médula.
- Buenos días, Haymitch. No, aún no se sabe que distrito seráy las revoluciones ni me las mentes.
Desayunamos en un ambiente distendido. No parece que me vayaa ir en una hora. Sé que los dos lo hacen para no ponérmelo más difícil de loque ya lo es. Terminamos de desayunar y recogemos todo. Llevamos la caja decomida a casa de Haymitch, pero yo me vuelvo a casa a por mi equipaje en lo queellos dos colocan todo en la alacena. Me despido de la que ha sido mi casa losúltimos dos años y me prometo a mí misma que seré capaz de volver siendo alguienmejor. Cuando estoy cerrando la puerta, Haymitch y Peeta aparecen paraacompañarme hasta la estación. Llegamos a falta de diez minutos de que salga eltren.
- Bueno, preciosa. - Haymitch toma la delantera de lasdespedidas, aunque lo que me tenía que decir ya me lo dijo anoche y será algoque no olvidaré jamás. - Lo dicho, no me incendies más distritos y cuídatemucho. - me abraza pero tarda más de la cuenta para decirme algo al oído. - No seastonta. No lo pierdas. Vuelve a por él.
Se separa de mí y le dedico una sonrisa de agradecimiento.Ahora es el turno de Peeta. Esto va a ser duro.
- Peeta, yo
esto
- nunca se me han dado bien las despedidas.Me devano los sesos buscando las palabras adecuadas para expresarme mientrasPeeta me mira con una sonrisita en los labios sabiendo que no soy capaz. -Joder
- maldigo por lo bajo.
Como siempre, Peeta tiene la solución a todo y, sin complejoalguno, me toma de la cara y me da un beso suave y tierno que me deja expresartodo lo que con palabras no soy capaz de decir. Empiezo a derramar lágrimas sincontrol pero no ceso el beso. Segundos después, descubro que no todas son míasya que Peeta también ha empezado a llorar. Sus labios me saben a sal y en mimemoria lo guardaré para siempre como el sabor de una despedida.
Una mañana más empiezo con mi absurda rutina. Desde queKatniss se fue hace cosa de medio año, hago todos los días exactamente lomismo. Me levanto pronto y me dirijo a la panadería, horneo durante toda lamañana, despacho a los clientes hasta bien entrada la tarde, cierro lapanadería, voy con Haymitch, cenamos, vuelvo a casa, duermo
y vuelta aempezar. Decir que duermo suena demasiado idílico, en realidad dormito unascuantas horas mientras imágenes de Katniss pasan por mi cabeza. Estácontinuamente en mi pensamiento. No paro de preguntarme qué estará haciendo enese mismo instante, si pensará en mí, si estará bien, si deseará volver
ytodos esos pensamientos me sumen cada día que pasa y no vuelve en un agujero unpoco más oscuro que el anterior. Haymitch intenta levantarme el ánimo cada vezque puede. Me dice que seguro que estará bien, que deje de preocuparme por notener noticias de ella, ya que me dejo bien claro que no haría nada porcomunicarse. Aún así me resulta demasiado duro y los ataques cada vez son másfrecuentes. Temo perder el control un día de estos y que ella no esté aquí pararecordarme todo lo que soy.
Ya estamos en pleno invierno y hoy la ventisca que arrecia alo largo y ancho del Distrito 12 es monumental. Me temo que no podré abrir lapanadería hoy. Estupendo. Más horas libres, más horas de martirio. Decidollamar a Haymitch por teléfono para asegurarme de que está bien. Con lasborracheras que se suele agarrar, si saliese a la calle con el día que está, semetería en graves problemas. Lo dejo sonar unos cuantos pitidos hasta que unavoz ronca me responde del otro lado:
- ¿Quién demonios llama a estas horas? - es él.
- Haymitch, soy Peeta. Buenos días a ti también.
- ¡Ah! Eres tú, chico. ¿Qué sucede? ¿Por qué llamas a estashoras? - contesta más amable. Al parecer no ha mirado por la ventana.
- Llamaba porque está cayendo la nevada del siglo y queríasaber si no te había dado por hacer angelitos durante una de tus borracheras. -le respondo riendo.
- Vale, vale. Vamos a tener bromita para rato, ¿verdad?
Durante los últimos días de otoño tuvimos unas semanas muyfrías. Un día de esos, cayó una nevada corta pero intensa que dejó blanco todoel distrito. Volvía de la panadería cuando me encontré a Haymitch, borracho como una cuba, haciendoángeles en la nieve completamente desnudo. Después de reírme todo lo que quisey más y de sacar una foto a la cómica escena (compré un cacharro de esos antesde venirme del Capitolio), levanté a Haymitch del suelo, que se puso a cantarvillancicos y lo metí en casa para que entrase en calor. Desde aquél díaaprovecho cualquier ocasión para reírme de él. Al principio no me creyó, perocuando le enseñé la foto casi me come. Me dijo que como no la quemase me iba aabrir en canal por la noche sin que me enterara. Le prometí que la guardaría,pero no dije nada de seguir cachondeándome de él.
- Está bien, ya paro. Solo quería asegurarme de que estabasbien. - le contesto recordando la escena.
- Pues
gracias. Ahora, si me disculpas, voy a seguirdurmiendo. Si necesitas algo ya sabes dónde estoy.
Dicho esto cuelgarápido. No sé que voy a hacer hoy, es la primera vez en meses que no puedoabrir la panadería. Aún no he necesitado contratar a nadie más. Aunque cada vezhay más gente que vuelve al distrito, el nivel adquisitivo aún no es boyante ylos pasteles más elaborados no se venden como me gustaría. De todas formas, elpan se vende estupendamente y ya ha habido días que he tenido que preparar unasegunda remesa a media mañana.
Me dirijo a mi estudio sin saber qué hacer. Decido pintar unrato y, cuando me quiero dar cuenta, yaes media tarde. Recuerdo que hoy quedé en llamar al doctor Aurelius para seguircon mi terapia. Llamo una vez a la semana, pero con mis últimos ataques eldoctor ha decidido aumentar las sesiones a dos veces por semana. Como lo llamoy veo que no contesta, decido darle una hora, seguramente estará ocupado.Recuerdo que en una de sus llamadas me dijo que Annie acababa de tener un bebé.La noticia me pilló por sorpresa, no sabía que estuviese embarazada, pero mealegré mucho por ella. Al menos tendrá un motivo que la impulse a seguiradelante después de perder a Finnick.
Decido llamarla para felicitarla e interesarme por lacriatura. Ojalá algún día pudiese disfrutar yo de un hijo propio. A los dospitidos una voz femenina que no es la de Annie contesta del otro lado:
- ¿Sí, dígame?
- Hola, buenas tardes. ¿Está la señorita Annie Cresta? -supongo que la mujer con la que hablo estará ayudando a Annie con el bebé.
- Sí, ¿de parte de quién? - pregunta no muy segura.
- ¡Oh! Perdón, soy Peeta Mellark.
- ¿Peeta? ¿Eres tú? - la mujer parece muy sorprendida y
¿contenta?
- Perdón, ¿con quién hablo? Quisiera hablar con Annie. - ya meestoy empezando a impacientar.
- ¡Peeta! Soy la madre de Katniss
- ¡Señora Everdeen! ¡Cuánto tiempo! Perdone no haberlareconocido. ¿Qué hace en el Distrito 4? - me sorprende que sea ella teniendo encuenta que he marcado a casa de Annie.
- Pues trabajo en el hospital de aquí y ayudo a Annie con elpequeño. ¿Qué tal en el doce? - parece nostálgica cuando pregunta. Todo lo queha pasado esta mujer es muy duro, aunque a Katniss le cueste verlo. Aún así noes escusa para abandonar a su ahora única hija, así que no puedo evitarsentirme un poco dolido. ¿Sabrá que Katniss no está?
- Bueno, por aquí como siempre. Reabrí la panadería de mifamilia, me ayuda a salir adelante y Haymitch
bueno, ya sabe, en su línea. -digo cauteloso sin nombrar a Katniss.
- Me alegro, hijo. Te paso a Annie, que tiene ganas de hablarcontigo. Un fuerte abrazo. - me responde evasiva. ¿Por qué?
- Igualmente señora Everdeen. Gracias.
- ¿Peeta? ¿Eres tú? - pregunta otra voz a los pocos segundos.
- ¡Annie! ¡Enhorabuena! ¿Qué tal está el retoño? Siento nohaber llamado antes.
- Muchas gracias, Peeta. Es perfecto. Se parece tanto a supadre
me ayuda mucho a seguir adelante. Por cierto, ¿volvió ya Katniss? -pobre Annie, tuvo que pasarlo fatal. Un momento, ¿cómo sabe lo de Katniss?
- ¿Perdón? ¿Cómo sabes lo de Katniss?
- ¡Oh! Ella estuvo aquí de visita hará cosa de un mes. Mecontó toda la historia, pero antes de marchar me aseguró que en dos semanas sevolvía al doce. Estaba muy ilusionada con volver a verte, decía que ya estabapreparada. - no entiendo nada. Echo cuentas pero sigo sin entenderlo. Si haceun mes que le dijo eso a Annie hace dos semanas que debería haber vuelto. Creo queempiezo a preocuparme.
- ¿Cómo que hace un mes? Annie, ¿te dijo dónde pasaría esasdos semanas restantes?
- Creo que habló algo del Norte de Panem. Peeta, ¿qué sucede? -por su voz noto que empieza a impacientarse. Algo no está bien.
- No ha vuelto, Annie
- y cuando lo digo el alma se me cae alos pies. A Katniss le ha pasado algo.
¡Hola a todos!
Aquí está una de las sorpresas que prometí. Capítulo desde el punto de vista de Peeta. Espero que lo disfrutéis.
Muchas gracias por seguir ahí al pié del cañón. Gracias por leer y por los favoritos. Espero con ganas vuestros comentarios.
¡Un fuerte abrazo!
Annie me prometió que hablaría con la madre de Katniss, por si esta sabía algo más, y quedó en llamarme al día siguiente sin falta. En cuanto colgué el teléfono cogí mi abrigo y salí a la tormenta. Tenía que hablar con Haymitch, no podía quedarme en casa sin hacer nada. Katniss debería llevar dos semanas en el distrito y, sin embargo, nadie parecía tener noticias de ella desde que dejó el 4. Maldita la hora en la que acepté que se marchara
Llegué a casa de mi mentor lo más rápido que pude confiando en que siguiese manteniendo su promesa de mantenernos con vida. Entré dentro y le conté absolutamente todo lo que sabía. En cuanto terminé me eché a llorar.
Haymitch trató de calmarme y me prometió que removeríamos cielo y tierra si hiciese falta para encontrarla. Acordamos que yo iría al 4 para hablar con Annie en persona e intentar recabar tanta información como me fuera posible sobre el paradero de Katniss. Él se quedaría en el doce por si volvía y por teléfono contactaría con la gente del Capitolio para iniciar una búsqueda si fuese necesario.
Los días han pasado y ya llevo dos semanas en el 4. Hablo todos los días con Haymitch, pero siempre es más de lo mismo. No hay ni rastro de ella. Annie me contó más en profundidad lo poco que sabía. Al parecer Katniss estuvo aquí después de pasar por varios distritos más. Esta era su última parada, pero en el último segundo decidió pasar dos semanas más en algún lugar del norte de Panem. Según me dijo, debió de leer en un periódico que la zona estaba siendo explorada y que había pequeños asentamientos de gente por la zona. Vio una foto del lugar y quiso ir a verlo. Según me enteré a mi mente vino una frase: "la curiosidad mató al gato". No, no, no y no. Me niego a creer nada fuera de lo que sé a ciencia cierta. Por lo que sé, Katniss podría estar en algún lugar del extenso norte de Panem y si tengo que recorrer a pie cada milímetro de esa tierra para encontrarla, lo haré.
Hablé por teléfono con Aurelius. Según me contó, Katniss le habló del viaje poco después de salir del doce, pero no volvió a hablar con ella. Se limitó a darle unas pautas a seguir por si, a lo largo del viaje, sentía que perdía el control o se agobiaba, pero nada más. La falta de datos me frustra cada vez más.
Haymitch y yo hemos llegado a la conclusión de que nuestra mejor baza para buscarla es avisar a Gale. No me hace mucha gracia, sobre todo porque la abandonó después de la guerra, pero consiguió un importante puesto de gobierno en el Distrito 2 y es el único de nosotros que puede movilizar patrullas para buscarla. Dudo en avisar a Paylor, pero llego a la conclusión de que cuanto menos sepa el gobierno, mejor. Aún no me fio mucho, el sistema es demasiado inestable por ahora.
Inmediatamente, parto para el dos a reunirme con él. Se alarmó mucho cuando se lo conté por teléfono y juró que haría todo lo que estuviese en su mano por encontrarla. Sé que es absurdo en una situación como esta, pero no puedo evitar sentirme celoso. Tardo pocas horas en llegar y, en cuanto bajo del tren, veo que Gale ya me espera a la salida de la estación.
- Hola, Gale. Gracias por ayudarme. - le digo lo más amablemente que puedo.
- No lo hago por ti. Lo hago por Katniss. No puedo creer que la dejaras salir sola del doce
- me dice enfadado. No le contesto. Soy el primero que se repite esas palabras día tras día a pesar de que sé que no la hubiese podido detener. A veces Katniss es tan terca como una mula.
Nos dirigimos en silencio a un edificio enorme del centro de la ciudad. Este no es un distrito pequeño como el doce así que se le puede llamar así. Cuando llegamos a nuestro destino, Gale me guía por un sinfín de puertas y pasillos hasta una sala que parece de control por la cantidad de pantallas que hay. Haciéndome caso omiso, comienza a manipular los aparatos y gira una pantalla en mi dirección.
- Bien, quiero que me escuches atentamente. - asiento con la cabeza. - He estado recopilando datos de los pequeños asentamientos que tenemos en el norte. Son todos estos puntos rojos que ves aquí. - me señala la pantalla, serán unos veinte. - He empezado a llamar a cada uno de ellos, pero el crudo invierno que estamos pasando está causando estragos en las comunicaciones y hay ciertos asentamientos con los que no he podido establecer contacto aún. Por ahora he hablado con cinco y ninguno parece tener constancia del paradero de Katniss. - Gale se lleva las manos a la cara mientras se deja caer en una silla derrotado.
- ¿Y qué vamos a hacer de mientras? Si no podemos hablar por teléfono habrá que ir hasta allí si es necesario. - le digo cabreado. No puedo creer que se rinda tan fácilmente. Yo no pienso hacerlo.
Gale me mira con una inmensa ira en los ojos. Se levanta de golpe y me empuja contra la pared. Estoy preparado para recibir un golpe cuando me sujeta y me grita:
- Mira panadero, yo ya estaría allí si no fuese porque todos y cada uno de los accesos están cortados. ¡Eso está tan al norte que las nevadas están siendo inmensas! Así que no me vengas a dar lecciones de moral ahora cuando estamos pasando todo esto por tu culpa.
Me suelta y resbalo mi espalda por la pared. Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez: "eso está tan al norte que las nevadas están siendo inmensas". Trato de asimilarlo. Katniss podría haber quedado atrapada en una de esas nevadas. Con un poco de suerte logró llegar a algún asentamiento antes de eso y seguro que está esperando a que pase lo peor para volver. Cualquier otra idea resulta impensable. Me niego a creer la alternativa.
Gale sale de la habitación dando un portazo y yo me derrumbo cual niño pequeño. Lloro todo lo que no he tenido tiempo de llorar estos días. Me siento sumamente impotente e inútil. Katniss está en algún lugar ahí fuera y yo no tengo medios para poder buscarla. En lo último que pienso antes de caer rendido al sueño es en su sonrisa perdiéndose para siempre entre los bosques.
La observo caminar sigilosa entre los árboles.Deduzco que no hace frío porque no lleva chaqueta que la cubra. Sus perfectascurvas se mueven al unísono para no espantar a las posibles presas. Arco enmano, se encamina colina abajo detrás de un ciervo que no parece haberla oído,visto u olido. Cuando alcanza una posición ventajosa en altura se para yprepara una flecha. Su mirada es intensa y letal. El ciervo tiene los minutoscontados. Tensa el arco muy despacio y apunta sin demora, toma una últimabocanada de aire y, justo cuando va a disparar al bello animal, una lanza laatraviesa por detrás. Grito su nombre y ella parece percatarse de mi presenciapor primera vez. Estoy escondido tras un árbol a pocos metros de ella. Cuandosu mirada se cruza con la mía no encuentro miedo por una muerte inminente ni añoranzapor todo lo que no podrá cumplir, solo encuentro alivio por partir del mundo cruelque tanto daño la hizo. Trato de recorrer los pocos metros que me separan deella lo más rápido que puedo. Cuando llego a su cabeza ya estoy llorando. Veocomo se va de mi lado sin que pueda hacer nada. Le sostengo la cabeza y laapoyo en mi regazo. Ella me mira por última vez, me dedica una pequeña sonrisay, sin mediar palabra, me deja solo en un mundo que sin su presencia no tienesentido.
Despierto sudoroso y taquicárdico. La buscocon la mirada, todavía conmocionado por la pesadilla, pero no la encuentro.Poco a poco recobro la poca cordura que me queda y recuerdo que estaba soñando.Últimamente las pesadillas no me dan tregua. El mismo sueño, cada noche desdehace ya año y medio. Cada noche desde el día en que supe que no podía hacernada para encontrarla, tan solo esperar.
Hace ya dos años desde que Katniss se fue yaño y medio desde que empecé a buscarla. Después de llegar al dos tuvimos queesperar un mes más para que las nevadas remitiesen algo y pudiésemos emprenderla búsqueda. Los días pasaban y en todos los asentamientos nos decían lo mismo:no sabían nada de ella. A medida que restábamos puntos rojos del mapa mi ánimodecaía. Gale ya no sabía que más hacer ni por dónde buscar, la madre de Katnissaumentó su jornada laboral para no desaparecer definitivamente y Haymitch
muchos días ni contestaba al teléfono. Me sentía solo, abatido y sin vida.Estaba muerto en vida.
Las patrullas se retiraron a los seis meses decomenzar la búsqueda, pero Gale y yo seguimos por nuestra cuenta medio año más.Cuando se cumplía un año desde que empezamos a buscarla, Gale me recomendóvolver al doce. Ya no sacábamos nada en claro de estar yendo de un asentamientoa otro buscando por los alrededores. Dejó dicho en los poblados del norte quese le avisase a la mínima novedad y se volvió al dos. Me prometió quemantendríamos el contacto por si llegaban noticias, pero medio año después aúnno he recibido ninguna llamada.
Cuando volví a casa pasé por donde Haymitch,llevaba un año sin verle. Me desahogué en su hombro, pero sabía que jamásconseguiría calmarme. Desde entonces solo un pequeño atisbo de esperanza quereside en lo más profundo de mi ser me mantiene activo. Es esa pequeñaesperanza de que esté viva en alguna parte de este asqueroso mundo lo que melevanta cada mañana pidiendo a gritos que vuelva a mi lado. Pero todas y cadauna de esas mañanas resultan ser una nueva decepción.
La de hoy no es una mañana diferente. Estoydespierto desde hace rato gracias a la misma pesadilla que me despierta cadamañana. Decido que ya es hora de levantarse, así que me visto con la ropa detrabajo y salgo hacia la panadería. Ya estamos a comienzos de verano y elambiente es cálido a pesar de que aún no ha salido el sol. Paso la mañanahorneando y vendiendo. La panadería se ha convertido en mi refugio y eso hahecho que sea el establecimiento más concurrido del doce. Como dedico a mitrabajo más horas de las que serían lógicas para cualquier ser humano, heconseguido depurar mucho mi técnica de glaseado, además de que he probadonovedosísimas recetas que vienen directas del Capitolio.
Poco a poco, el doce se ha ido llenando tantode antiguos residentes como de gente proveniente de otros distritos, y mipanadería es un punto de encuentro para todos: todo el mundo quiere probar lascreaciones del archiconocido Chico del pan. A pesar de mantener todo lo de ladesaparición en secreto, el doce es un distrito pequeño y las noticias correncomo la pólvora. Eso sumado a que Katniss y yo somos rostros más que conocidosha hecho que todos me dediquen miradas de compasión cada vez que me ven. Alparecer siempre seremos los Trágicos Amantes del Distrito 12.
Son más de las ocho de la tarde cuando decidocerrar, pero al ser verano el sol aún luce en el cielo. Cierro la puerta de miestablecimiento y dedico unos segundos a observar la maravillosa puesta de solque se yergue sobre mi cabeza. Naranja atardecer. Gracias a Katniss recuerdo micolor favorito. Cabizbajo, emprendo el camino de vuelta a casa.
Llego a la Aldea de los Vencedores sumido enmis pensamientos. Entro a casa con intención de darme una ducha y quitarme elsudor del día de encima, pero recuerdo que tengo que regar las plantas deljardín. Poco después de volver del dos planté unas prímulas en el lateral de lacasa de Katniss y paso todos los días a regarlas. Es como un nexo de uniónentre Prim y yo. Las planté pensando que a Katniss le gustaría verlas ahícuando regresase, pero al final me están sirviendo a mí de terapia. A pesar deque los ataques han remitido bastante, la tristeza me sobrecoge cada día e ir aregar las plantas es una simple escusa para poder pasar un rato con lo poco quequeda de Prim en este mundo. Su esencia reside en esas maravillosas flores quele dieron nombre, prometiendo un futuro mejor. Es por eso que trato de ir cadadía, para poder pedirle a alguien que me devuelva a Katniss. Para poder pedirlea Prim que si está con ella me lleve a mi también.
Dejo en casa el pan que traía para cenar, cojolos utensilios de jardinería y salgo por la puerta. Hay que ver como aprieta elcalor estos días. Las plantas deben estar pidiendo agua a gritos. Cruzo lospocos metros que separan mi casa de la de Katniss y enseguida empiezo con milabor, quiero aprovechar los últimos rayos de sol del día.
Estoy en plena faena cuando me parece oírruidos dentro de su casa. No le doy mayor importancia ya que nadie excepto ellay yo tiene llave para entrar, así que sigo a lo mío. Decido quitar también unascuantas malas hierbas que están empezando a salir a los pies de las hermosasflores. A pesar de que estoy en buena forma, el calor me parece asfixiante asíque decido quitarme la camiseta que, por cierto, está hecha un asco. Paro dossegundos a refrescarme con el agua de la regadera. Estoy echándome agua en lacabeza cuando oigo unos pasos cercanos. Tengo los ojos cerrados por el agua,así que echo mano de mi camiseta para secarme un poco y ver de quién se trata.Cuando los abro no doy crédito a lo que veo. Debo estar alucinando.
¡Nuevo capítulo!
Espero que sigáis disfrutando del fic como yo escribiéndolo. A partir de ahora, todo dará un giro de 180º. ¡Avisados estáis! ;)
Gracias a todos los que leéis y a los favoritos. Cualquier duda o sugerencia, ya sabéis que los comentarios son bienvenidos.
¡Besos! .III.
Me miro en el pequeño espejo del cuarto de baño. Dos añosson mucho tiempo cuando tu cuerpo está en pleno proceso de cambio, cuando dejasatrás la adolescencia y llegas arrasando a la adultez. Aunque mentalmente nuncatuve adolescencia, físicamente sí la tuve, pero ya ni de eso queda rastro. Latragedia se ha encargado de destruir todo lo que una vez fui, dejando tiradas lascenizas de la que un día fue la Chica en Llamas.
Mi cuerpo es ahora el de una mujer llena de cicatrices, másmentales que físicas. Mi rostro refleja la pérdida, el dolor y el sufrimientoque solo se pueden ver en alguien que lo ha perdido todo. Soy una mujer quenunca terminará de sanar porque sus pesadillas se lo impedirán. Despertaré entregritos y sudor, como tantas veces he hecho ya, y rogaré al cielo que me dejedescansar, que me lleve a un lugar en el que no tenga que sufrir más y en elque no arrastre a nadie a mi propia miseria.
A pesar de toda la ira, el odio y el fuego que me consumen,algo más asoma en mis ojos, un brillo especial que solo dos personas hanconseguido despertar en mí. Un brillo que augura un futuro mejor y una promesade paz. Porque si algo he aprendido en mi viaje es que de nada sirve lamentarsepor cosas que ya jamás podrás cambiar, que la vida sigue y no se para a esperara nadie. Y yo no quiero hacerla esperar más. No quiero volver a ser esa cobardeque lloraba días completos esperando que alguien se apiadase de su alma,esperando a su diente de león en primavera.
Recorro con mis dedos la piel desnuda de mi cuerpo, haciendohincapié en esas zonas en las que el fuego dejó su huella. Dos años dan paramucho y las marcas prácticamente se han ido, aunque las que más me preocupan nosean las que se extienden sobre mi cuerpo. Temo volver a ser esa chiquillaasustada que era antes, volver a desear mi muerte sin tener en cuenta que noestoy sola en este mundo, sin tener en cuenta que, a pesar de todo, queda genteque sigue apostando por mí.
Me meto en la bañerapara tratar de relajarme antes de llegar a mi destino. Hace poco más de mediodía que subí al tren con destino al doce. Llevo año y medio separada de lacivilización, conviviendo con un pequeño pueblo de gente ajena a la maldad, laenvidia, la codicia o el lujo. Vivir a su lado me ha ayudado a arrancar de micorazón todos los malos sentimientos que me aferraban al pasado. Me ha hechoaprender a ser mejor persona, a compartir mis sentimientos sin sentirmeculpable por ello y a recibir el trato desinteresado de alguien sin sentirme endeuda con esa persona. Me he convertido en una especie de lienzo en blanco que,aunque tenga un ligero color amarillento por el pasado que nunca terminará deirse, está dispuesto a que manos amigas dibujen sobre si una nueva historia. Unlienzo en blanco sobre el que dibujar promesas de futuro y relatar vivenciasque nos hicieron fuertes, sentimientos que nos unieron a las personas quealguna vez amamos y a las personas que amaremos para siempre.
Soy madura por fuera, pero ahora también por dentro. Ahoraestoy segura de poder dejar que un panadero con alma de pintor dibuje sobre mínuestro futuro, sin miedo a sentir cosas que jamás había sentido, porque,aunque el miedo siempre estará ahí, nos tendremos el uno al otro paraconsolarnos y seguir escribiendo las páginas de nuestra vida juntos.
Estoy ansiosa por volver a ver a Peeta. Desaparecí de la fazde la Tierra durante año y medio. No fue mi intención, fue un accidente, perono puedo evitar sentirme culpable por haberlo abandonado. Tengo miedo de lo quepueda encontrar a mi regreso. Tengo miedo de que se haya cansado de esperar yhaya rehecho su vida, dejando atrás todo lo que vivimos. En el fondo, sigosiendo aquella chica egoísta que solo miraba por si misma, solo que ahora estoysegura de que sería capaz de dejar marchar a mi Chico del Pan si hubieseencontrado la felicidad en otra parte. A mí me basta con saber que él es feliz,sea o no a mi lado.
Cuando termino mi baño reparador, me visto y seco mi pelo.La trenza que me caracteriza y que nunca me abandonó es algo más larga de loque lo era antes. Mis facciones han terminado de afinarse, devolviéndome unaimagen más segura de mí misma. Me pregunto cómo habrá cambiado Peeta
tengoentendido que los hombres sufren sus cambios más notorios más tarde quenosotras. Yo ya tenía prácticamente cuerpo de mujer cuando fui a los juegos porprimera vez. Recuerdo que Peeta cambió mucho en los dos años siguientes ydesarrolló una espalda prodigiosa, además de los brazos que tan segura me hanhecho sentir siempre. No puedo esperar a ver cómo será el hombre en el que estoysegura que se ha convertido durante todo este tiempo.
Una voz anuncia por megafonía que en diez minutos llegaremosal andén del Distrito 12. No puedo evitar ponerme nerviosa. Por supuesto, nadiesabe de mi regreso. Es más, dudo que alguien sepa que sigo viva. Durante uninstante, el miedo de que todos me hayan abandonado me consume por dentro.Trato de autoconvencerme de que no es así. Sé que él seguirá estando siemprepara mí, de una forma u otra, aunque haya encontrado consuelo en los brazos deotra mujer.
Recojo mi mochila, la misma con la que salí de este distritohace ya dos años, y pongo un pié en el andén. El otro le sigue milésimas desegundo después. Es media tarde, aún faltarán un par de horas para elanochecer, pero el calor es sofocante. Se nota que el sol está apretando duroeste verano. Comienzo a caminar por las calles mientras me asombro de lo muchoque ha cambiado todo. Mucha más gente puebla ahora mi distrito y los edificiosse alzan majestuosos ante mi mirada. Sigue manteniendo la apariencia de unpueblo tranquilo, con la ligera diferencia de que ahora lo es de verdad. Lagente sonríe por la calle y los niños se arremolinan alrededor de las piernasde sus progenitores pidiendo diversión a raudales. Entiendo por vez primera loque Prim comprendió hace ya tanto tiempo. He dado a la gente la oportunidad detener esperanza, no la de sobrevivir, eso era lo que hacíamos antes. Ahora lagente vive y tiene la esperanza de poder ser feliz algún día.
Cuando me doy cuenta ya estoy entrando a la Aldea. Sigueigual que siempre, intemporal. En este sitio es como si el tiempo se hubiesedetenido y parece que la esperanza tardase más en llegar aquí. No me extrañateniendo en cuenta que los únicos que hemos vivido aquí hemos sufrido tanto.Pero sé que llegará, tarde o temprano lo hará, me encargaré de ellopersonalmente aunque tenga que arrastrar al mismísimo Haymitch Abernathy almundo de los esperanzados. Porque lo soy, por fin lo soy. Siento que es laesperanza la que me mueve, ni el odio ni el rencor. Ya solo me queda unir un últimoeslabón a la cadena. Solo me falta reclutar al escritor de nuestra nuevahistoria, al pintor de nuestros nuevos recuerdos, al chico que siempre mantuvola esperanza aún cuando todo parecía perdido y fue la fuerza en nuestraflaqueza, al amor de mi vida.
Observo durante unos instantes la casa de Peeta. Sigueigual, al menos por fuera. No veo movimiento y, por la hora que es, supongo queestará en la panadería. Al menos eso espero. A lo mejor ya no vive aquí. Quizásya no quiera estar aquí. Puede que olvidase la panadería y cambiase su vida dearriba abajo, dejando atrás todo el dolor y rehaciéndose de dentro afuera, taly como hice yo. Aparto la mirada y la dirijo hacia la casa de Haymitch.Estática. Sin vida. Sin embargo, estoy segura de que él sigue aquí. Jamás seiría de este lugar porque siente que es a donde pertenece, al igual que yo.Seguimos siendo parecidos a pesar del tiempo, y me alegro por ello.
Decido entrar a casa y arreglar mi habitación y la cocina.Los visitaré más tarde, necesito asentarme antes de ver su reacción ante miregreso. Tardo alrededor de hora y media en limpiar lo básico para pasar lanoche, estoy demasiado cansada como para hacer limpieza general ahora. Mañanaserá otro día.
Los últimos rayos de sol entran por la ventana de mi cuartocuando termino de darme una ducha rápida. El agua fresca ha conseguido hacerdesaparecer el sudor y parte del cansancio. Estoy secándome el cuerpo mientrasobservo por la ventana el bonito paisaje. Me quedo embobada viendo elmaravilloso atardecer que tanto le gustaba a Peeta hasta que unos ruidos mesobresaltan. Me acerco un poco más al cristal para ver más allá, estoy segurade que ha sido en el jardín. Veo unas flores plantadas en el lateral de micasa, aunque desde aquí no reconozco que son. Mi sorpresa es aún mayor cuandouna cabellera rubia se asoma en mi campo de visión. De la impresión, algo tontoya que estoy casi siete metros por encima de esa persona, retrocedo bruscamentey tiro un pequeño jarrón que había encima del escritorio por detrás de mí. Elcorazón empieza a latirme a mil por hora tratando de asimilar la autoría deesos rizos rubios. Sin duda es él. Maldigo por lo bajo la orientación de laventana que no me deja ver más allá sin tener que exponerme a su vista.
Trato de calmarme y me dirijo al armario. Las prendas queCinna diseño para mí siguen ahí. Entre los nervios y que nunca se me ha dadobien combinar la ropa, solo atino a pensar en que al menos me siga valiendo. Nome decido por nada, a pesar de que llevo cinco minutos devanándome los sesos.Jamás había sentido de tal manera la necesidad de verme bien para alguien. Acaboescogiendo un pantalón corto de color blanco y una camiseta de manga corta arayas horizontales rojas y blancas. Me calzo con unas zapatillas rojas muycómodas y rehago mi trenza. Me observo satisfecha en el espejo. Sin duda, Cinnacogía las medidas a las mil maravillas.
Compruebo por la ventana que la cabellera rubia sigue ahí,pero esta vez veo un poco más. Se ha movido así que lo veo de espaldas a mí y
¡no lleva camiseta! Ahora sí confirmo que se trata de Peeta. Esa espalda nopodría ser de nadie más
Sacudo la cabeza para evitar pensamientos impuros ybajo las escaleras de tres en tres. Cuando llego a la puerta de casa, tomo airey abro despacio. No me molesto en cerrar tras de mí y doblo la esquina parallegar al jardín. Y lo veo.
Un hombre joven está refrescándose la cabeza con el agua quesale de una regadera. Mantiene sus ojos cerrados, pero nota mi presencia y tomala camiseta para secarse la cara y abrirlos después. Cuando lo hace me mira ysus inmensos ojos azules se abren de par en par y me observan, incrédulos,tratando de asimilar que he vuelto y que lo he hecho para quedarme.
¡Buenas noches!
Primero de todo, siento el retraso. Segundo, creo que este capítulo lo esperábamos todos ;)
¡Disfrutadlo y gracias!
Un abrazo :)
Lo veo en sus ojos: no se lo puede creer. Parpadea un par deveces seguidas como si fuese un espejismo creado en su mente y me fuera avolatilizar de un momento a otro. Intento ponerme en su piel, tratando de vermea mí misma en su lugar este último año ymedio. Trato de asimilar lo que sería perderlo durante un tiempo indefinido,sin saber si sigue vivo, con el miedo de no volver a verlo nunca más.Inmediatamente entiendo lo que ha sufrido. Lo que no sé es como no se ha vueltoloco, yo lo hubiese hecho. Y, después de todo, salgo de la nada, como si latierra me hubiese escupido de allá donde me escondiese y me presento delante deél, como si nada hubiese pasado, sin rastro de heridas que hagan parecer que hesufrido, porque no lo he hecho. Sí es cierto que sufrí por no poder tenerloconmigo, pero yo jugaba con la ventaja de que sabía que él estaba a salvo y encasa, eso era lo único que importaba.
Lo observo de arriba abajo: el sol del atardecer relucesobre su cabello mojado, algo más corto de lo que lo recordaba; su mandíbulacuadrada que tan masculina me pareció siempre ahora me parece irresistiblementesensual; su espalda no tiene parangón y su pecho y su abdomen están tanmusculados que hacen que el calor llegue a mis mejillas con solo verlo; susbrazos, que tanto me protegieron en el pasado, son tan fuertes que estoy segurade no poder rodearlos ni usando ambas manos; sus finos labios, al igual que susmejillas, están teñidos de un tono rojo rosado, seguramente por el esfuerzo.Además, habrá ganado en altura unos diez centímetros. Solo atino a pensar unacosa: menudo hombre
Jamás creí que llegaría a desear a alguien de este modo,pero ya no soy la niña que era y con el final de los Juegos y la guerra la vidase me presenta de una forma que nunca imaginé para mí.
Tenerlo frente a mícon su torso al aire y mojado por el sudor y el agua hace que el corazón melata prácticamente en la garganta. A eso además hay que sumarle el hecho de quehace dos años que no lo veo. Lo he echado tanto de menos
Como han pasado varios segundos y veo que no reacciona, optopor tomar la iniciativa, pero descubro que estoy como un flan. No sé qué decir.¿Cómo demonios se empieza una conversación con la persona que más te ha amadoen su vida después de tanto tiempo sin verla? Si hay respuesta a eso,definitivamente yo no la tengo
Siento que si no asumo el control de la situación y él siguesin decir nada voy a echar a correr, así que acabo diciendo lo primero que seme pasa por la mente:
- ¿Son prímulas? - estupendo, Katniss, estupendo. Lleva más deun año creyéndote desaparecida, en el mejor de los casos, y tú solo sabespreguntarle si lo que riega son prímulas. Un aplauso bien fuerte para la reinade la agilidad mental.
- ¿Kat
Katniss? Estas aquí
- dice Peeta ignorando mipregunta (gracias al cielo) y acto seguido me abraza con tanto ímpetu que estoya punto de caer de espaldas. Sin embargo, el me sostiene con sus fuertes brazosy yo me aferro a él de la misma forma, disfrutando después de tanto tiempo delhombre que me da la vida.
Esconde su cara en mi cuello y noto lo agitado que respira ysu corazón no parece estar en mejores condiciones. Apoyo mi cabeza en su pechoy no solo oigo sino que siento su corazón palpitar en mi rostro. Tampoco es queyo pueda hablar mucho, porque a pesar de saber que lo iba a ver, mis intentospor controlar la situación son nulos y ya estoy taquicárdica perdida. Noto elaliento de Peeta en mi cuello y algo húmedo que resbala por él. Por lafrecuencia en la que respira advierto que está llorando, aunque lo haga ensilencio.
- Shhh
sí, Peeta
estoy aquí
estoy aquí y no pienso volver airme. - le digo mientras le acaricio la nuca. Verlo así me confirma lo mal quesuponía que lo había pasado.
Poco a poco se calma, pero yo estoy al borde del llanto.Tengo un nudo en la garganta porque empiezo a ser consciente de todo el dañoque le ha causado mi desaparición, porque físicamente estará muy bien (y quien lo dude, miente), pero ladesesperación que denota su voz es imposible de borrar. Me aparta un poco, lojusto para tomarme la cara con ambas manos. Me mira con los ojos rojos dellorar y repasa cada rasgo que me define intentando convencerse a sí mismo deque soy yo. Le dejo que lo haga. En cualquier otra ocasión me hubiese sentidointimidada e incómoda, nunca me ha gustado que la gente me mire y menos tan decerca, pero Peeta no es cualquiera y después de todo lo que ha hecho en su vidapor mí jamás tendré derecho a reprocharle nada. Ni quiero.
Me repasa una vez más y se echa a reír. Me descolocabastante, pero es contagioso y no puedo evitar sonreír un poco.
- Estás aquí
eres real
¡eres real! - se ríe y grita a loscuatro vientos mientras me coge de la cintura y me da vueltas en el aire. Merio con él y tengo que rodearle el cuello fuertemente para no caerme. Estaemocionadísimo. - Hoy es el mejor día de mi vida. Te he echado tanto de menos
- me baja de nuevo y me regala la sonrisa más sincera que alguien te pueda dar.
- Y yo a ti. Lo
lo siento mucho. Todo tiene una explicación,no quiero que pienses que me fui tanto tiempo porque sí. - le digo algotemerosa de que, una vez pasado el momento de euforia, empiece a alejarse de mípor todo lo que lo he hecho sufrir. Ahora soy yo la que lo abraza con fuerza.No quiero perderlo.
- Lo sé
no pasa nada. Lo único que importa ahora es que hasvuelto y que estás bien. Lo demás puede esperar. Aunque esa historia la quierooír yo
no creas que te librarás tan fácilmente.- se ríe. Está tan feliz que me siento la mujer más afortunada del planeta por quesea mi presencia lo que provoque eso en este hombre. Definitivamente, estoyenamorada hasta la médula de Peeta Mellark.
Estoy abrumada por su olor. ¡Cuánto lo echaba de menos! Todolo que forma parte de él me reconforta de tal manera que consigue que olvidetodo lo demás. Somos solo él y yo, como tantas veces atrás. Muchas veces mepregunto si seré parte de sus pensamientos como a mí me pasa constantemente conél. Es todo tan nuevo y tan intenso que me siento realmente confundida. Jamásimaginé que se pudiera sentir algo así por alguien que no es de tu mismasangre, por eso me da miedo. Tengo pánico a que me lo arrebaten, a que loarranquen de mi lado a la fuerza como ya intentaron. Aún así, me da más miedoque sea él el que por decisión propia me ignore, que ya no sienta lo mismo queantes por mí, que decida alejarse y arrojarse a los brazos de otra. Solo depensarlo me entra una angustia enorme. Peeta es mío, yo soy suya, y cualquierotra cosa resulta impensable.
Estoy en casa terminando de preparar la cena. Sigo siendouna pésima cocinera, pero me las apaño bastante mejor que antes. Peeta y yohemos quedado en cenar juntos esta noche. Tengo que reconocer que estoy muynerviosa porque tendré que explicarle donde estuve todo este tiempo y sé que noserá fácil, ni para él ni para mí. Despertarán muchos sentimientos que estabandormidos y temo que él pueda sufrir un ataque o que yo acabe saliendo porpatas. Éste tiempo alejados el uno del otro nos ha dañado a ambos más de lo queesperaba.
Peeta está en su casa dándose una ducha y preparando elpostre para la cena. Quedó en venir sobre las diez
¡y ya son las nueve ymedia! Echo a correr escaleras arriba como alma que lleva el diablo. Llevo casidos horas metida en la cocina con el calor asfixiante de hoy, así que estoysudada por todos los lados. Me ducho rápido y empiezo a buscar en el armarioalgo que ponerme como una loca. Por todos los cielos, ¡estoy eufórica! Katniss,inspira, expira, inspira, expira
Encuentro un bonito vestido naranja y decidousarlo. Lo acompaño de unas sandalias marrones que se agarran a mi tobillo. Decidodejarme el pelo suelto, aunque por el momento me lo ataré en una coleta paraterminar de arreglar la mesa en la que cenaremos. Antes de bajar me maquillo unpoco. Nunca he sido experta en estas cosas, así que procuro ceñirme a losconsejos de mi equipo de preparación y no experimentar. Me miro al espejo: elresultado es bastante natural, así que estoy satisfecha. Bajo las escaleras atrompicones y me planto el delantal para no arruinar el vestido a última hora.
Estoy tan absorta en que todo quede a las mil maravillas quetardo más de la cuenta en oír que llaman a la puerta. Mierda. Y yo con estospelos. Grito un "ya voy" desde la cocina mientras me arranco, literalmente, eldelantal y me dirijo al pasillo. Aprovecho el espejo de la entrada para soltarmi coleta y atusarme un poco el pelo antes de abrir. Levanto la barbilla ypongo mi mejor sonrisa antes de abrir. Madre del amor hermoso, esta no soy yo,parezco Effie.
Dejo mi vergüenza aparcada en un rincón y abro la puerta,pero no es Peeta. Un hombre de ojos grises y muy desmejorado a como lo recuerdoarquea una ceja al ver mi cambio de apariencia y suelta una carcajada.Haymitch, ¿quién si no?
- Vaya, preciosa. Sí que te sienta bien a ti el paso deltiempo
- ¿un piropo? Esto sí que no me lo esperaba. Es decir, es HaymitchAbernathy y está hablando conmigo. - ¿Acaso no pensabas pasar a saludarme?
Lo observo unos segundos: está muy delgado (mucho más queantes), sus ojos carecen de brillo, sigue oliendo a alcohol, las ojeras son lasprotagonistas de su mirada y la sombra de una barba de tres días hace acto depresencia. Inmediatamente lo abrazo. A pesar de todo siempre será parte de mifamilia y lo quiero tal y como es.
- Chica, definitivamente no eres tú. - se ríe de mi reacción. -Veo que seguiste mi consejo, aunque te haya costado año y medio
Recuerdo que antes de montar al tren me dijo que volviese apor Peeta. Él me comprende mejor que nadie, ¿llegaría a pensar en algún momentoque había desaparecido por gusto y gana? Haymitch sabía que yo era capaz, poreso me recordó lo que debía hacer.
- Tengo que reconocer que dando consejos no tienes par. Aunquea veces seas demasiado explícito
- le digo recordando sus comentarios irónicosy demasiado sugerentes a cerca de Peeta y de mí. A partir de ahora tendré quevolver a lidiar con eso.
Haymitch me sonríe pícaramente y acaba con el abrazo. Ruedolos ojos y niego con la cabeza, siempre será así.
- ¿Quieres quedarte a cenar? Peeta no tardará en llegar. - le preguntodándole paso. Parece dudar.
- ¿Segura que no interrumpo nada? Mira que no quiero estropearosla velada, que dos años a pan y agua son mucho tiempo
Ahí está. Debí haber cronometrado el tiempo que ha tardadoen soltarla, estoy segura de que ha batido su record personal. A pesar de quesabe de sobra que entre Peeta y yo nunca pasó nada no puede abstenerse dehacerlo. Le suelto una mirada severa, pero él entra como si nada camino de lacocina riéndose. En cuanto no me puede ver, una sonrisa asoma en mi rostro.Estoy tan feliz con que todo esté volviendo a como era antes que hasta me hacegracia, aunque a él no se lo demuestre. Haymitch será siempre mi mentor, miamigo y mi aliado. De eso no me cabe la menor duda.
Peeta llegó poco después de que lo hiciera Haymitch. Traíapuestos unos vaqueros ajustados y una sencilla camisa blanca de media manga.Aún con solo eso, según lo vi el corazón me dio un vuelco. Traté de alejarpensamientos indecentes y seguir con la velada, últimamente no me reconozco yya empiezo a exasperarme. Cuando Haymitch fue el que le abrió la puerta sesorprendió bastante y yo no pude reprimir una carcajada, al parecer no era laúnica que pensaba en una cena algo más intima. Sin embargo, ni que decir hacefalta que aceptó gustosamente la presencia de Haymitch. Siempre se han llevadobien (mucho mejor que yo) y supongo que habrán compartido muchas cosas juntostodo el tiempo que yo no he estado. Al pensar en ello, siento una punzada dedolor
¿me habré perdido muchas cosas? Un pensamiento lleva a otro, y recuerdoque aún no me he planteado como les contaré todo lo de mi viaje. Sin duda, eldía es hoy, tengo que aprovechar que están los dos aquí, no soportaría pasarpor ello dos veces. Al final la visita de Haymitch no ha resultado taninoportuna como parecía. Como si me leyera la mente (una vez más) mi mentordesvía la animada conversación que mantenía con Peeta y se dirige a mí:
- Bueno, preciosa. ¿No piensas contarnos tus batallitas de losúltimos dos años? Estoy seguro de que tienes mucho más que contar que nosotros.
Noto que Peeta se tensa al instante, pero a estas alturas esabsurdo retrasar lo inevitable. Estos dos hombres frente a mí merecen sabertoda la verdad más que nadie en el mundo y, tarde o temprano, tendré que acabarcontándoles todo.
- Sí, pensaba comentaros algo hoy aprovechando que estamos lostres y que tú estás sobrio
- trato de bromear para aliviar la tensión.
- Por el momento, preciosa. Por el momento
- respondeHaymitch sacando una botella de licor de la que no me había percatado hastaahora.
- ¿Por qué no fregamos esto y vamos al sofá? No sé por qué meda que será largo, así que prefiero estar cómodo. - la sugerencia de Peeta medeja algo perpleja. No había hablado hasta ahora, pero ha sido el tono con elque lo ha sugerido lo que me ha extrañado. Parecía molesto.
Decido seguir su consejo y no darle demasiadas vueltas. Notardamos mucho en fregar entre los tres. Al cabo de unos minutos ya estamossentados en el salón y tengo dos pares de ojos expectantes posados sobre mí.
- Adelante, Katniss. El chico y yo somos todo oídos.
Haymitch habla por los dos y Peeta se limita a asentir, peroalgo en su mirada me dice que no está muy entusiasmado. Opto por dejarlo correry empiezo a contarlo todo.
- Está bien
Cuando me marché de aquí visité varios distritos.Procuraba ayudar a la gente que reconstruía sus hogares, pero nunca pasaba másde dos semanas en cada sitio. Pasé así, de distrito en distrito, alrededor decuatro meses y al quinto decidí viajar al Distrito 4. No estaba muy convencida decómo me recibiría Annie, pero necesitaba ir allí para despedirme de Finnick.Sentía que se lo debía. Al llegar, no solo me encontré con una embarazadísimaAnnie Cresta, sino que a su lado estabami madre. Cuando la vi allí estuve a punto de marcharme, pero Annie me convenciópara que me quedase e intentara, al menos, dejar atrás el rencor. - mientras locuento, ni Haymitch ni Peeta me quitan los ojos de encima. Haymitch hacecomentarios como si estuviese viendo una película o algo por el estilo, talescomo "¡menuda sorpresa!" o suelta pequeñas carcajadas. Peeta, sin embargo, memira atentamente, como si analizara cada palabra que digo con lupa. Me hacesentir incómoda. - Decidí hacerla caso y quedarme por un tiempo indefinidoallí. Nunca esperé que estar con ellas dos y cuidar de Annie me fuese a hacertanto bien. Gracias a los dos meses que pasé con ellas empecé a perdonarme a mímisma por todo lo que había pasado. Annie me hizo ver que la vida podíacontinuar, a pesar de todo. - recuerdo las lágrimas en sus ojos al decirme aquello.Sin duda, Finnick era quien ocupaba el pensamiento de ambas en aquel instante.Noto como los ojos empiezan a humedecérseme, así que procuro no entrar mucho endetalles. - Poco a poco, fui abriéndome a mi madre y fuimos reparando unarelación que hacía mucho que se había roto. Es cierto que nada volverá a sercomo antes de la muerte de mi padre, ni de lejos, pero llorar con ella lamuerte de mi hermana me ayudó a compartir el peso que llevaba encima. - trato decontarlo todo de la manera más impersonal que puedo, imitando el tono deFinnick en aquella propo en la aireaba los trapos sucios de la gente másimportante del Capitolio, como si no hubiese tenido que vender su cuerpo parasaber todo aquello.
Hago una pausa y levanto la mirada hacia mis oyentes paracomprobar que me siguen. Ambos están en silencio, por lo que continúo:
- Tras el parto de Annie, decidí que había llegado la hora devolver. Me sentía preparada para enfrentarme al doce de nuevo. Sin embargo, un par de díasantes de regresar, leí una noticia en el periódico del cuatro en la quehablaban de unos asentamientos en la frontera norte de Panem. Decía algo sobretierras inexploradas y cosas por el estilo. Adjuntaban una foto del lugar y mesorprendió tanto su belleza que decidí hacer allí una última parada antes devolver. Serían pocos días, cinco o seis a lo sumo, tan solo quería verlo conmis propios ojos para poder contároslo a la vuelta. Algo alegre que traer acasa, ya sabéis
Lo cierto es que fue tan solo una excusa para visitar a Galeen el dos. Me enteré de que, para ir al norte, el dos era parada obligatoria,así que decidí ir. No quería darle explicaciones a nadie, por lo que use laidea de visitar aquellos asentamientos para verle y librarme de aquel peso deuna vez. No quería seguir culpándolo por la muerte de Prim. Sin embargo, cuandonos reencontramos, las cosas no salieron del todo como esperaba. Gale se empeñóen que me quedase con él al menos unos días. Quería una oportunidad a todacosta. Traté de explicarle que jamás podría verle como él me pedía, pero noparecía entrar a razones. Un día, cuando estábamos paseando por el distrito ymientras me enseñaba en qué consistía su nuevo trabajo, me besó. No le di mayorimportancia y traté de separarme y de explicarle por enésima vez que no loamaba a él. El problema vino cuando dejó claro que sus intenciones iban másallá. Me agarró fuerte de la cadera y me apretó contra él. Empezó a besarme elcuello mientras con una mano trataba de tocarme por debajo de la camiseta. Yono paraba de gritarle, pegarle y hasta suplicarle que me dejara en paz, pero aquelhombre no era Gale. El chico que me acompañó una infinidad de veces en los díasde caza y que cuidó de mi familia cuando yo no pude desapareció cuando llegaronsus ansias de venganza y su odio por el Capitolio le sobrepasó. No podía creerque Gale me pudiese hacer daño de aquella forma. Finalmente, aún no sé cómo,aproveché un momento en el que cesó un poco su agarre y le pegué una patada ensus partes. Salí corriendo en dirección al bosque, rota y hundida por lo que elque fuera mi mejor amigo estuvo a punto de hacerme. Escuche a Gale detrás de mísuplicándome perdón, pero pronto me perdió la pista. Pasé unos cuantos díasviajando sin rumbo fijo. No tenía arco con el que cazar, pero conseguíapañármelas. Sin embargo, cuando encontré algunas huellas de lo que parecíanpisadas humanas y pensé que podría regresar, una fuerte nevada me dejó al bordede la muerte. Recuerdo estar a punto de congelarme viva, pero unas personas meencontraron y me llevaron consigo. Todo lo de Gale lo omito, por supuesto. Noquiero que Peeta monte en cólera o que Haymitch decida sacarle los ojos con sucuchillo. Aunque no se lo perdonaré jamás, sé que Gale se arrepentirá deaquello durante el resto de su vida. Si desaparecí fue por culpa suya, y él losabe. Sigo contándoles lo que pasó tras omitir ese "pequeño" detalle:
- El caso es que, cuando llegué a la frontera y caminaba endirección a uno de esos asentamientos, me sorprendió una fuerte nevada y estuvea punto de morir congelada. Unos hombres me encontraron semiinconsciente y mellevaron con ellos hasta un poblado. Al principio creí que se trataba de uno deaquellos asentamientos, pero poco después descubrí que no era así. Hablaban unalengua distinta a la nuestra y vivían de una forma mucho más primitiva. Nosabía dónde estaba y ni tan siquiera podía comunicarme con ellos, por lo que notenía ni la menor idea de cómo volver. - Haymitch ya está acabando la botella yel alcohol empieza a causar estragos en su capacidad de concentración. Peetasigue impasible, atento a todo lo que digo y dándole vueltas a algo que nologro descifrar. ¿Qué demonios pasa por su cabeza? Algo no me da buena espina.
¡Hola lectores!
Nuevo capítulo que espero que disfrutéis. En este empezamos a descubrir un poco que fué de Katniss durante esos dos años. Aún tendremos un par de capítulos más que girarán en torno a eso, así que os recomiendo que os empapéis bien de lo que ella nos va contando.
Muchas gracias por las lecturas, que ya son más de 5000, y por supuesto por los comentarios y los favoritos. Ya sabéis que podéis seguir haciéndolo.
¡Un fuerte abrazo!
Termino de contar grosso modo lo que viví en mis primerosdías con aquella gente. Le hablé a Peeta, ya que Haymitch se había quedadofrito, de cómo convivir con esas personas carentes de maldad y avaricia mehabía ayudado a descubrir una parte de mí que desconocía. Con aquellas personasconseguí ser amable, respetuosa y comprensiva a pesar de que no los conocía enabsoluto. Apenas podía comunicarme con ellos y, sin embargo, me acogieron en suseno como a una más y me dieron de comer y beber todo el tiempo que lonecesité. Cuando estuve recuperada de mi accidente, les enseñé mis habilidadescon el arco y las trampas, por lo que quedaron bastante sorprendidos ydecidieron llevarme con ellos de caza. Llevé una vida sencilla durante el año ymedio que estuve con los "pies negros". Así me enteré de que se hacía llamaraquella extraña tribu nómada cuando comencé a hablar su lengua. Me llevó untiempo aprender, pero puse todo mi empeño ya que sabía que, si quería regresar,ellos eran los únicos que podrían llevarme de vuelta, y para eso hacía faltacomunicación.
Poco a poco, fui adaptándome a su estilo de vida. No mecostó demasiado porque no difería mucho de la vida que llevaba yo antes de misprimeros Juegos, excluyendo el hecho de que ellos no morían de hambre nisufrían las cosechas anuales, claro está. Salía a cazar todas las mañanas conlos hombres y las tardes las pasábamos en los tipis (así llamaban a las tiendasde campaña en las que se hacía vida) o bien recolectábamos plantas. Uno de losmeses de verano, mientras desplazábamos el campamento, topamos con un lagobastante grande. Como el agua es un bien preciado cuando vives de la naturaleza,todos corrimos a llenar nuestros recipientes (piel de búfalo cosida en forma debota) para poder purificarla después. Mientras cogíamos agua, me fijé en mireflejo y en el de la mujer que tenía a mi lado. Me hizo gracia darme cuenta deque nos parecíamos físicamente. Si bien nuestros rasgos eran distintos, todoseran de pelo oscuro y ojos grises como yo. Su piel era olivácea (algo másoscura que la mía) y además, sentían cierta predilección por las trenzas, porlo que no me sentía tan fuera de lugar como pensaba.
La expresión de Peeta parece relajarse algo mientras lecuento esto y sus ojos se llenan de curiosidad. Lo que nosotros sabíamos delexterior de Panem era poco, por no decir nulo, por lo que saber algo más o, enmi caso, verlo con tus propios ojos es algo inusual. Parece emocionado con lahistoria y en más de una ocasión me pregunta sobre cosas que lo inquietan sobrela vida de esa gente. Satisfago su anhelo de saber más porque yo misma meemociono al recordarlos. Sé que jamás volveré a verlos, así que siento algo denostalgia. Entre detalles, pasan las horas y ya es de madrugada cuando decidoparar:
- Peeta
tengo tanto que contar que podría tirarme días. ¿Porqué no lo dejamos por hoy? Te prometo que iré contándote cada detalle querecuerde.
- Oh, vamos Katniss. Tampoco es tan tarde
- me río por eltono infantil que usa. Se le ve realmente emocionado.
- Pareces un crío. Venga, a la cama. ¡No pienso repetirlo dosveces!
- Sí, mamá
Y con este elemento ¿qué hacemos? - me preguntaPeeta haciendo referencia a un muy dormido Haymitch.
- Dejaló ahí. No pienso cargar con él hasta su casa. -contesto mientras le echo una manta por encima. Vale que hace calor, pero no mefío de dormir sin cobijo alguno.
- ¿Lo vas a dejar dormir en tu casa? Quién te ha visto y quiénte ve
¡Benditos pies negros!
Ruedo los ojos ante su comentario, pero no puedo evitar unasonrisa.
- No recuerdo que antes te pareciese tan mala mi forma de ser
- le digo mientras lo acompaño a la puerta.
- Yo no he dicho que me pareciese mala
solo me extraña queseas dulce con alguien más que no sea yo.
El comentario de Peeta hace que me sonroje porque ambossabemos lo poco dada que soy yo a mostrar afecto y lo mucho que se lo muestro aél en comparación. Hago de tripas corazón y le contesto:
- ¿No será que estás celoso porque ya no soy dulce solocontigo? - no sé de dónde ha salido eso, pero me siento mejor después dedecirlo. Necesito que me confirme que sigue sintiendo algo por mí, más aúndespués de lo lejano que lo he sentido durante toda la cena.
- ¿Celoso? Para nada. Eres libre de ser dulce con quienquieras. - jarro de agua fría. El sonrojo que sufría se esfuma repentinamentedejando mi rostro más blanco que la cal. No debería, pero el comentario memolesta. Siempre tuve tan claro que Peeta me quería que jamás pensé en recibirun comentario como este. Vale que no haya dicho nada fuera de contexto, pero elPeeta que yo conozco hubiese aprovechado la ocasión para dejarme entrever suinfinito amor por mí.
Busco en su expresión algo que me diga que estaba de broma yespero a que lo remedie con alguna maravillosa frase de su repertorio, pero nosucede. Lo único que hace es mirarme sin emoción alguna, exigiéndome a mí larespuesta que yo esperaba de él. Ante mi silencio, Peeta se da media vuelta conun escueto "hasta mañana" y se va a su casa. Me pongo muy nerviosa. Recuerdo laúnica vez que me miró con los ojos vacios y el miedo a perderlo me empieza acomer por dentro. Volvíamos a casa tras ser coronados vencedores. Antes de saliral andén del doce, Peeta me ofreció su mano y con tono hueco me dijo: "¿Unaúltima vez? ¿Para la audiencia?". En ese instante empecé a temer por el momentoen que no me quedara más remedio que dejarlo marchar y tengo miedo de que esemomento haya llegado.
¡Hola a todos!
Quería avisaros de que el viernes tengo un exámen liberatorio, por lo que os pido disculpas de antemano si algún día no puedo actualizar, lo primero es lo primero. De todas formas, trataré de hacerlo.
Por otro lado, muchas gracias de nuevo a los que seguís la historia desde el principio y, por supuesto, también a los recién incorporados.
Ya sabéis que todos los comentarios serán bienvenidos.
¡Besos y disfrutad del capítulo! .III.
Llevo toda la noche en danza. Quiero pensar que es porqueaún no me acostumbro a dormir en un colchón después de tanto tiempo durmiendoal raso, pero en el fondo sé que no es por eso. No soy capaz de sacarme elcomentario de Peeta de la cabeza. No sé que esperaba después de dos años sinverlo. Al fin y al cabo, él bien pudo pensar que yo estaba muerta y tratar derehacer su vida. Yo al menos sabía que él estaba sano y salvo, sin embargo éltuvo que soportar todo este tiempo la idea de que seguramente no me volviese aver en la vida. En ese caso, ¿tendría yo algún derecho a reclamarle por nohaber esperado más? Seguramente no. Aún así no puedo evitar que me duelademasiado la indiferencia con la que me ha tratado. Al menos podría habersedignado a decirme a la cara que ha pasado página... Si espera que sea yo la quele dé pie a hablar, lo lleva claro. Noto como sube la ira hasta mis mejillas,así que opto por levantarme y dirigir mi efusividad a una tarea más productiva.
Bajo al primer piso recordando que dejé ahí a Haymitch.Sigue tirado en el sofá y ronca como un cerdo, pero decido dejar que descanseun rato más mientras preparo el desayuno. Está empezando a amanecer, por lo quesupongo que Peeta ya estará abriendo la panadería. Se me pasa por la cabeza laidea de dejarme caer por allí, pero rápidamente recuerdo que me he prometido noser yo la que dé el paso inicial.
Cuando tengo listo el desayuno, tomo un vaso y lo lleno deagua fría (si es que en verano eso existe). La experiencia me ha enseñado queno existe forma sutil de despertar a Haymitch Abernathy. No sé si tendrá sucuchillo a mano ya que no ha dormido en casa, pero decido no arriesgarme. Mepongo a una distancia prudencial y le lanzo el contenido del vaso a la cara.Acerté. Tenía un cuchillo. ¿Dónde diablos los guarda? Cuando acaba con sunumerito matutino de gruñidos y blasfemias varias, entra en razón y me dedicauna mueca que pretende ser sonrisa.
- Buenos días, preciosa. Ya echaba de menos tus despertares
-ironía marca de la casa.
- El desayuno está listo. Mueve el culo que tengo hambre.
- ¿Desde cuándo eres tan dada a las tareas domésticas?
Paso de su sarcasmo y me dirijo a la cocina seguida por él.Tomamos asiento en la mesa y engullimos como pavos. Si Effie nos viera
- Bueno, ¿qué tal acabó la noche? - pregunta tras unos minutosde silencio. - Nótese que hice un gran esfuerzo por aparentar estar dormido ydaros vuestro espacio.
- Pues no deberías. Se marchó pronto. - el tono amargo de mivoz me delata y Haymitch no es tonto.
- Con ese humor vas a agriar hasta la leche del desayuno,preciosa. ¿Qué pasó? ¿Tan mal bombero es el panadero que no supo apagar a lachica en llamas?
Casi me ahogo con la tostada cuando insinúa eso.
- Haymitch, tengamos la fiesta en paz. - le digo poniendo enpráctica mi nuevo aunque escaso autocontrol.
- Vale
no he dicho nada.
Seguimos desayunando sin mediar palabra hasta que decidevolver a romper el silencio:
- Ahora en serio. ¿A qué se debe que no haya pasado ni adejarte pan por la mañana? - a este hombre no se le pasa una ni estandoborracho. - Pensé que estabais deseando veros.
- Pues parece ser que solo era yo la que lo deseaba. -contesto tajante. - Según me dijo anoche, soy libre de ser dulce con quien yoquiera, no solo con él. ¡Ah! Y se despidió con un muy afectivo "hasta mañana".
Las risas de Haymitch no tardan en llegar, así que lo cojopor la camisa y lo empujo hasta la entrada. No estoy para tonterías.
- ¡Ey, ey! Calma, preciosa. Calma. No pretendía ofenderte,pero entiende que me haga gracia darme cuenta de lo poco que has cambiado.Sigues siendo igual de intransigente, incluso con el chico.
Paso de oír sus idioteces, así que trato de cerrarle lapuerta en las narices, pero su mano me lo impide. Forcejeo con la puerta, perode un empujón consigue que no la cierre y me mira disgustado:
- Katniss, ¿en serio? - ha cambiado a una voz mucho más seria.- Déjame adivinar: te has pasado la noche tratando de averiguar por qué Peetase muestra distante contigo. ¿O me equivoco?
No contesto, pero el que calla otorga, y él ha dado en elclavo. Haymitch niega con la cabeza y me devuelve la mirada:
- ¿Cuándo demonios te vas a dar cuenta de que eres la chicacon más suerte del planeta? El panadero no dejaría de amarte ni en un millón deaños, pero tú te empeñas en poner trabas continuamente. Te dio la oportunidad dehacer lo que querías, te fuiste de viaje, desapareciste
¡Te estuvo buscandodurante un año! ¡Maldita sea! - sus ojos me miran reprobatorios. - Pensó que tehabía perdido, Katniss. Sufrió muchísimo y no hacía más que torturarse a símismo porque se culpaba de tu desaparición. Joder, si hasta contactó con Gale apesar de todo para buscarte
Un momento, ¿contactó con Gale? Mierda, mierda y más mierda.¿Por qué no me dijo nada anoche cuando me inventé el por qué de mi desaparición?Es decir, Gale sabe de sobra cómo y por qué desaparecí, y si me buscaron juntosPeeta tenía que saber de mi visita al dos
¿o no? ¿Acaso no le dijo nada?¿Acaso dejó que Peeta viviera en la ignorancia y cargara con la culpa? Mi rabiacontra Gale aumenta por segundos. Si había alguna posibilidad de que leperdonara por lo que hizo, se agota por momentos.
- ¿Có
cómo? - pregunto sorprendida.
- Reconozcámoslo. Gale puede hacer más que cualquiera si demovilizar patrullas se trata
Peeta estuvo viajando por la frontera norte unaño completo intentando encontrar algún rastro sobre tu paradero. Después deeso, Gale lo mandó volver al doce. Si surgían noticias le avisaría. Aunque,obviamente, el pobre chico no recibió ni una sola llamada. Lo pasó realmentemal. Y, después de todo, tú apareces como si nada reclamando su atención perote niegas a ser la que da el primer paso
Piénsalo, Katniss. ¿Se lo merece?
Y dicho esto, se da media vuelta y se marcha a su casa,dejándome más confundida si cabe. ¿Por qué diablos no dijo nada Gale? Y, siPeeta sabe algo, ¿por qué no me destapo la farsa anoche? Ahora mismo soyincapaz de encontrar respuestas a nada. Empiezo a entender aquello de que lasmentiras tienen las patas muy cortas, y yo he soltado una muy gorda
Después de la charla-monólogo de Haymitch, decido salir acazar. Necesito imperiosamente respirar aire puro y aclarar mis ideas, así queme pongo como excusa que quiero probar las técnicas de caza que aprendí con lospies negros. Di que sí, Katniss. Tú sigue mintiéndote, que ya le estas cogiendoel gusto. Arco en mano y carcaj al hombro, me adentro en la Pradera. La últimavez que la vi era una fosa común, pero ahora vuelve a ser la bella pradera queconocí llena de flores y vida. Cualquiera diría que es un cementerio.
Decido poner un par de trampas que me enseñaron mis amigosnorteños en lo que avanzo hacia el lago. No tardo más de hora y media en llegaral lugar que siempre me ha parecido el único remanso de paz en el mundo. Hastaque conocí los brazos de Peeta, claro. Peeta
las palabras de Haymitch hancalado hondo en mí. Es cierto que no estoy siendo justa con él después de todolo que ha sufrido, pero se olvidan de que fui yo la que estuvo alejada de todacivilización durante casi año y medio. Yo también sufría. No quería estar alejada deél ahora que había decidido que lo amaba. Al principio maldije a Gale porhaberme hecho huir, aunque no fuese su intención. Quizá si le hubiese dado elbeneficio de la duda no hubiésemos pasado por todo esto. No hubiese perdido dosaños estando lejos de los que me importaban. Así que, una vez más, con misactos lo único que he conseguido es herir a la gente que me ama. Soy uncompleto desastre.
Admiro el paisaje y me impregno del olor del que siempreserá mi bosque, el único lugar de este apestoso mundo en el que no tengo malosrecuerdos, tan solo buenos. Pequeñas pinceladas de felicidad que adornan unavida llena de lágrimas, muertes, horror y sufrimiento. Muchas veces, estandocon los pies negros, deseé haber tenido una vida tan sencilla como la suya. Suspreocupaciones pasaban por cazar para comer, dormir para descansar y vivir paraser felices. Nada de Cosechas, Juegos del Hambre ni guerras civiles que túmisma has iniciado. Solo vivir el día a día, al lado de tu gente, celebrando elpoder pasar con ellos cada minuto de tu mísera existencia hasta que la muertedecida, sin que nadie la empuje a ello, que debe llevarte de su lado. Son genteque no odia, gente que da las gracias a la naturaleza por brindarles lo quecazan, gente que no sabe lo que es el rencor porque nunca se permitiríantenerlo. Son tan diferentes a nosotros
Recuerdo que un día, cuando ya manejababastante bien su idioma, me preguntaron por el lugar del que yo provenía. Mecontaron que sabían que existíamos, que ya nos habían visto antes y que teníanleyendas que pasaban de boca en boca y que hablaban sobre un pasado no tanlejano donde ellos formaban parte de una civilización mucho mayor, con hombresde distintos colores. Supuse que aquellas "leyendas" eran parte de la pocahistoria que yo conocía sobre nuestros antepasados, antes de que Panem seerigiese como país. Nunca supimos mucho de aquello, lo justo y necesario que senos contaba en clases de historia. Yo les conté cosas sobre cómo era mi hogar yla gente que vivía en él. Les conté por encima lo de la guerra y los Juegos,pero sobre todo les hice prometer que nunca en la vida tratarían de vivir connosotros. Ellos están mejor así, sin nadie que los corrompa. No son conscientesde la suerte que tienen.
El sol me indica que el mediodía está cerca, así que medespido del lago y en el camino de vuelta mato un par de pavos. Compruebo misnuevas trampas y veo que dan buen resultado, tres liebres. Despellejo ydesplumo los bichos y me apresuro a llevárselos a Sae. No creo que sepa queestoy de vuelta, así que espero que le haga ilusión verme. Cuando entro alNuevo Quemador, compruebo que está aún más cambiado que antes. Todo reluce yrebosa vida por cada esquina. La gente es feliz. Sonrío para mis adentros.
Cuando llego al restaurante de mi amiga, su cara de sorpresaes tremenda. Me pregunta atropelladamente sobre que fue de mí durante todo estetiempo. Acabo prometiéndole que pasaré a comer un día de estos y que le contarétodo con más detalle. Cuando salgo del local, el rumor de mi regreso ya se haempezado a extender y la gente se arremolina a mi alrededor (no mucha, graciasal cielo) y me da la bienvenida. Por primera vez después de mi visita a aquelhospital de campaña en el ocho, me siento útil para los demás. Están felices deverme. Salgo del Quemador entre caras conocidas, y otras no tanto, y me dirijoa casa.
Paso por la plaza y veo como la gente disfruta de la sombrade los árboles en un día caluroso como el de hoy. Mucha gente aprovecha el díamientras comerciantes y compradores hacen negocios frente a sus locales. Ahoramuchas cabelleras negras propias de la Veta hacen negocios con comerciantesrubios como el sol, pero es una cabellera rubia en particular la que capta miatención. Lo veo entrar en la panadería, ataviado con su delantal blanco y su camisetaajustada manchada de harina, al igual que sus vaqueros. Lleva un saco de harinaen cada hombro y sonríe a la gente que lo saluda. Todos están contentos detenerlo aquí, y yo no soy una excepción.
Me apresuro a cruzar la plaza entre miradas furtivas que mededican mis conciudadanos. Cuando llego a la puerta lo observo desde fuera.Está dándole un dulce a una niña de unos cinco años que se aferra tímidamente ala mano de su madre. No sé qué le voy a decir después de lo de anoche, perotrataré de ser natural. Aprovecho que la madre y su hija salen delestablecimiento para entrar sin hacer sonar la campanita. Está de espaldas amí, colocando algunos dulces recién horneados en los expositores. Los glaseadosson realmente bonitos.
- ¿Ha quedado algo de pan o me tendré que conformar con tusestupendas galletas glaseadas? - vale, no es una gran frase para romper elhielo, pero nunca dije que las palabras fuesen mi fuerte.
Noto como se sobresalta, pero no se gira. Esboza una pequeñasonrisa y agrega:
- Tú siempre tan sigilosa
¿a qué debo el honor de tu visita? -sigue arreglando las estanterías.
- No creo que mi visita suponga ningún honor. - digo mientrasme acomodo en una pequeña silla cercana al mostrador. - ¿Te queda pan?
Peeta se gira y me mira con cara de burla.
- Siempre serás igual
¿Has venido por eso? Sabes de sobra quete lo llevaré a casa si me lo pides, no hace falta que vengas hasta aquí. -suena resignado.
- Lo cierto es que vengo de cazar y pensé en hacerte unavisita. Supuse que no te importaría. Además, sí que necesito pan. No me dejasteesta mañana
- trato de dejárselo caer de forma despreocupada.
- No me lo pediste. - me contesta mientras me mira fijamente alos ojos y se apoya en la encimera, justo frente a mí. Empiezo a sentirmeabrumada por su cercanía.
- N
no supuse que fuera necesario. - atino a contestar aduras penas. Me pone muy nerviosa.
- Claro, como siempre. La costumbre de que siempre lo hagatodo yo, ¿verdad? - se acerca un poco más, pero lo siento distante, al acecho,como un lobo a la espera de su presa. "El cazador cazado" pienso. Que irónico
- ¿A qué te refieres? - estoy algo confundida. No entiendo quequiere decir con que lo hace todo él. ¿Tendrá algo que ver con lo que me dijoHaymitch sobre que espera que yo de el paso? Trato de negármelo a mí misma,pero no puedo ignorar que mi mentor ha sido siempre el más listo de los tres.
- Nada, olvídalo. - suspira y se aleja de mí volviendo a sulabor. - No te preocupes por el pan, te lo llevaré cuando cierre.
Estoy a punto de marcharme, una vez más, sin decir nada ycon el rabo entre las piernas. Ya tengo la manilla de la puerta en mi mano,pero llevada por un impulso que procuro no cuestionar, le pregunto:
- ¿Quieres que cenemos juntos? - capto su atención. - Quiero decir,aún me quedan cosas que contarte y
bueno
como ayer tuvimos la maravillosapresencia de Haymitch yo pensaba que, a lo mejor tú y yo
- mierda. ¿Qué coñoestoy diciendo? Cuanto más hablo más la cago.
- Está bien. - me corta. - Estaré ahí a las nueve. ¿Te parece?
- Sí, por supuesto. - le digo mientras una sonrisa surca micara. Peeta me sonríe de vuelta. - Nos vemos luego entonces.
- Nos vemos luego.
Salgo de la panadería a paso ligero. No sé por qué estoy tanemocionada por cenar con él. No es ni de lejos la primera vez que lo hacemos.Sin embargo, el notarlo tan distante y a la expectativa me ha descolocado.Siempre ha sido tan atento y servicial conmigo que su cambio me hace sentirinsegura, como si nada fuese real, como si aún no estuviese seguro de amarme, apesar de que yo sé que nunca dejará de hacerlo. Me lo ha demostrado demasiadasveces. Supongo que la única duda que queda es si yo lo amo a él, así que hacreado una particular partida de ajedrez en la que yo y solo yo tengo el poderde decidir si darle jaque mate. Una partida en la que solo hay dos piezas, elrey y la posible reina.
He pasado la tarde metida en la cocina poniendo en prácticalo que he aprendido a cocinar durante estos años. No es gran cosa, nunca fui lamejor cocinera, pero lo he hecho lo mejor que he sabido. Le doy un último toquede pimentón a la sopa de pan (sí, la sopa sigue siendo mi especialidad) y dejoel pescado preparado en el horno antes de subir a ducharme. Mi dieta siempre sehabía basado en la carne y el poco pescado que comía eran los pequeñospececillos que a veces pescaba en el lago. Sin embargo, desde que descubrí elpescado del Distrito 4 me he convertido en una fiel comensal del exclusivomanjar. Aproveché mi estancia en aquel distrito para aprender una sencillareceta de pescado al horno con la que trataré de sorprender a Peeta hoy.Supongo que no se esperará que cocine nada más allá de sopa, así que esperodejarlo boquiabierto. Es un gusto que ahora podamos disponer de alimentos detodos los distritos, estemos donde estemos. Una razón más para pensar enpositivo.
Termino de ducharme y mientras me seco el pelo decido echarun vistazo al armario. De nuevo el dilema: ¿qué me pongo? Me siento estúpida, Peetame ha visto lo más destrozada que puede estar una persona (tanto física como psicológicamente)en incontables ocasiones, pero no puedo reprimir la necesidad de arreglarme paraél. Me frustro ante mi incapacidad de resolución de problemas femeninos,cualquier chica de mi edad sabría medianamente que ponerse y como combinarlotodo. Revuelvo el armario de arriba abajo dejando el suelo de la habitaciónhecho un desastre, pero obtengo mi recompensa. Me topo con un vestidoveraniego, excelente para combatir estos calores, blanco como la cal y con unpequeño cinturón trenzado en la cintura. Me lo pruebo y compruebo su largura:medio palmo por encima de la rodilla. Frunzo un poco el ceño al comprobar queno me podré agachar si no quiero añadir grados de temperatura a la estancia.Nota mental: no agacharse ni cruzar las piernas. A pesar de todo decido ponérmelo, es demasiadobonito. Lo combino con unas sandalias planas marrones a juego con el cinturón yme dejo el pelo suelto. El maquillaje es escaso, pero me atrevo con unpintalabios rojo. Me gusta.
Compruebo la hora y me doy cuenta de que faltan veinteminutos para las nueve, hora en la que Peeta quedó en venir. Bajo ligera a lacocina y pongo el horno en marcha ya que el pescado tardará media hora enprepararse. Me siento en una silla a esperar que dé la hora mientras me pierdoen mis pensamientos. Después de mi encuentro con Peeta llamé a mi madre paraque supiese que había vuelto. Lloró un poco y pude notar alegría en suspalabras. También hablé con Annie y le pregunté por el pequeño Finnick. Despuésde su histeria inicial por oírme sana y salva, me contó que el crío está muygrande y que se parece a su padre una barbaridad. Admiro tanto a Annie
despuésde perder a la única persona en el mundo que la hacía mantenerse cuerda haconseguido salir adelante, incluso siendo, en cierto modo, feliz.
Al parecer ellas siguen creyendo que fui derecha al norte, nadade mi desafortunado paso por el dos y mi posterior visita a Gale. Por ahoradejaré que siga siendo así, primero tengo que hablar con Peeta. No sé comonarices se lo voy a decir, pero sé que tengo que hacerlo. No puedo pretenderempezar de cero a su lado si de buenas a primeras ya le estoy mintiendo. Lojusto es que sepa la verdad y tome su decisión en base a ello. Tenemos tanto deque hablar y tanto que enmendar que me siento intimidada. Si bien todo eltiempo que he pasado lejos de él me ha servido para saber que lo amo, sigo sinsaber cómo afrontarlo. Soy una completa inútil para entender sentimientos tancomplejos. Además, temo que me diga queya no está dispuesto a abrirme su corazón después de todo lo que ha sufrido, ylo peor sería que no podría reprocharle nada. Maldito e irresistible panadero.
Unos leves golpes en la puerta me despiertan del trance enel que estaba. Instantáneamente, noto como la adrenalina me pone de pie de unsalto. Compruebo que todo está en orden y voy a abrir la puerta.
- ¡Un segundo! - grito mientras reviso mi apariencia en elespejo de la entrada. Dos días llevo en casa y ya he usado este espejo más queen toda mi vida. No me reconozco.
Respiro hondo una vez más y abro la puerta. Casi se me saleel corazón por la boca cuando lo veo frente a mí: los últimos rayos de sol sereflejan en su dorada y húmeda melena, sus ojos azules irradian seguridad y serenidad,lleva una camisa lisa metida por dentro de unos pantalones vaqueros pegados yun cinturón a juego de los zapatos. Lleva los dos primeros botones de la camisadesabrochados y aún puedo ver un par de gotas de agua que se pierden por supecho alejándose de mi vista. "Quién fuese gota" pienso. ¡Katniss! Por favor,esto me va a costar más de lo que creía.
- Kat
Katniss. Estás preciosa. - me dice con cara de asombroy la boca más abierta que el buzón de correo.
- Gracias. - le contesto tan roja como mi pintalabios. Locierto es que me da vergüenza admitir que me he arreglado para alguien, aunquese trate de él. - Pasa, por favor.
Cuando pasa por mi lado aspiro su esencia. "Canela". Sonríoal darme cuenta de que ciertas cosas se mantienen intemporales. Me dirijo trasél a la cocina y no puedo evitar echarle un ojo. Pensaba que si me agachaba ibaa caldear el ambiente, pero él con esos pantalones ajustados tampoco es queayude a no hacerlo, aunque admito que no es la primera vez que admiro sutrasero. Siempre me ha fascinado como podía tenerlo tan bien puesto. Como sigaasí, no llego viva ni al pescado
¡Contrólate Katniss!
- He traído el postre y una botella de vino. Espero que teguste. - me dice. Casi me pilla admirando cierta parte de su anatomía, así quepego un bote y me concentro en la caja y la botella que lleva en las manos. Nome había fijado hasta ahora.
- ¡Oh, estupendo! - digo con demasiado entusiasmo. - Trae,guardaré el postre en la nevera. Con estos calores se va a estropear.
- Todo tuyo. - me dice mientras cojo la caja. - ¿Te sirvo unacopa? Está frío, así que mejor beberlo ahora.
- Sí, ¿por qué no? - le contesto sonriente. Recuerdo probar elvino en mis múltiples viajes de tren y en el Capitolio y no me pareció muymalo. Desde luego supera con creces el licor blanco que toma Haymitch. Al menoscon el vino no me emborraché como con el licor
Peeta sirve un par de copas y me acerca la mía muysonriente. Empiezo a ser consciente de que Haymitch, una vez más, tenía razón.Peeta quiere que sea yo la que lleve la iniciativa, no hará nada que yo noproponga.
- ¿Brindamos? - me pregunta.
- Está bien.
- Por tú regreso. - dice alzando su copa.
- Por nuestro regreso.
Peeta me mira sorprendido, pero no me cuestiona. Choca sucopa contra la mía y ambos bebemos sin apartar los ojos el uno del otro. Élbrinda porque yo he vuelto al doce junto a él, yo brindo porque él ha vuelto ami corazón, un lugar del que nunca debió salir. El regreso es nuestro,no solo mío.
¡Ya estoy de vuelta!
Siento no haber podido actualizar ayer, ya os hablé del examen. Os compensaré a lo largo de este fin de semana. Pienso actualizar unos cuantos capítulos más y dejar preparados otros tantos.
Respecto a éste, espero que os guste. Estoy tratando de mostraros a una Katniss y a un Peeta mucho más maduros que antes (sin olvidar que siguen siendo jóvenes) y con pensamientos más complejos que, sin duda, les traerán más de un dolor de cabeza ;)
Muchas gracias por seguir el fic y tenerlo en vuestros favoritos. Espero vuestros comentarios.
¡Gracias de nuevo! Un abrazo :)
Pasamos la cena entre risas y anécdotas de cuando éramoscríos, conociendo un poco más de esa época en la que no formábamos directamenteparte de la vida del otro. Procuramosevitar temas escabrosos, aunque me doy cuenta de que hemos progresado mucho losdos. Peeta me dice que ya no sufre ataques tan intensos como los de antes. Alparecer los sigue teniendo, igual que yo mis pesadillas, pero es capaz decontrolarse y en cuestión de segundos volver a la normalidad.
- ¿Sabes? Creo que aprendí a controlarlos cuando tú noestuviste cerca. - me dice de repente. Abro un poco los ojos, no sé cómotomarme eso. - No me malinterpretes, no lo pasé bien contigo desaparecida, peroel hecho de no tenerte cerca y no poderte hacer daño me ayudó a seguir laterapia. Podía enfrentarme a los ataques con mayor libertad, sin temer dejarvíctimas por el camino.
No me lo dice en tono de reproche, ni mucho menos. Aún así,yo no puedo evitar sentirme culpable por todo lo que él ha tenido, tiene ytendrá que sufrir. Me siento culpable de sus largas noches sin dormir y de suscicatrices más profundas. Me recuerdo lo que aprendí durante mi viaje y me digoa mí misma que tengo que perdonar. Lo más curioso de todo es que no le guardoya rencor a nadie, salvo a mí misma. Creo que eso aún me llevará un tiempo.
- En ese caso, podemos afirmar que mi desaparición no fue maladel todo. - le contesto tratando de sonar igual de natural que él, pero mecuesta. Estamos entrando en temas un tanto espinosos.
- Fue mala en todos los sentidos, pero si tuviese que destacaralgo positivo seguramente sería eso. - me dice divertido tratando de quitarlehierro al asunto.
Seguimos comiendo y bebiendo sin prisa alguna aprovechandoque no sufrimos la compañía de Haymitch. Cuando sirvo el pescado al horno quehabía preparado, Peeta parece estar encantado. No deja de repetir que estábuenísimo y que tendré que enseñarle la receta.
- En serio, Katniss. Tiene un sabor increíble. Pensaba que lotuyo no era la cocina
- Y sigue sin serlo. - río un poco. - Solo pedía que no se hubiesequemado, pero al parecer ha quedado mejor de lo que esperaba. Gracias al cielo mimote de chica en llamas está pasando a la historia.
Peeta se echa a reír como un loco y yo lo imito. Es absurdo,porque el comentario no ha sido para nada ingenioso ni extremadamente gracioso.Es cierto que Peeta hizo referencia a mi apodo varias veces cuando horneábamosjuntos en su casa porque siempre quemaba el pan, pero empiezo a sospechar quees el alcohol el que nos hace ser tan locuaces. No estamos acostumbrados abeber y ya casi nos hemos acabado tres cuartos de botella.
- ¿Ya no le prendes fuego a todo lo que tocas, chica en llamas? - me preguntaPeeta cuando consigue dejar de reír. Yo no sé cómo ni por qué me atrevo a decirlo siguiente, pero lo digo:
- Tan solo a lo que quiero que arda conmigo.
Lo peor de todo es que lo digo con la voz mucho más roncaque de costumbre y con un tono
¿sensual? Peeta abre los ojos de par en par ytrata de dilucidar si he insinuado lo que realmente he insinuado. No parecedudarlo mucho, porque no he tenido tiempo de asimilar mis propias palabrascuando ya lo tengo encima besándome con más pasión que nunca.
No es un beso tierno, no es un beso delicado y tampoco esdulce ni refinado. Es un beso duro, penetrante, pasional y demandante. Y, antetal demanda, ¿quién se puede resistir? Yo al menos no. Tardé menos de mediosegundo en sucumbir. Sería absurdo que hubiese dudado teniendo en cuenta que losque le dieron pie a ello fuimos mi comentario subido de tono y yo.
Ya no estamos sentados en las sillas. En milésimas de segundo,Peeta me alzó de la mía y me sentó en la mesa para que quedásemos a una alturamás cómoda. Me besa con tanta pasión y tanto anhelo que cada roce de su lenguacon la mía provoca que me derrita. Jamás me había sentido tan deseada. Estoysentada con las piernas entreabiertas y tengo a Peeta entre ellas. Por unmomento recuerdo que llevo vestido, pero se me olvida hasta como me llamocuando noto una de sus manos recorrerme el muslo. Se separa un poco de mí paracomprobar mi reacción, pero yo lo tomo del cuello de la camisa y lo vuelvo aacercar a mí, sin compasión. Descubro que mis besos no son menos demandantesque los de él y que mis manos también anhelan recorrer su cuerpo. Podríaecharle la culpa al alcohol, pero sería engañarme. Los dos somos plenamenteconscientes de lo que hacemos, no hemos bebido tanto.
Con cada beso necesito más y no consigo saciar mi hambre. Enun movimiento rápido y algo desesperado, empiezo a tirar de su camisa haciaarriba para sacarla del pantalón. En dos tirones la tengo fuera y mis manoscomienzan a recorrer su abdomen con ansia. Si verlo sin camiseta ya me dejabasin aliento, tocar su torneado y ardiente torso hace que el corazón me latacomo un si fuese un caballo desbocado. No dejo de besarlo mientras le recorrode arriba abajo el pecho, tratando de imaginar cómo sería sentirlo sobre el míosin ropa de por medio.
Sin aviso previo, Peeta se separa de mis labios paradirigirse a mi cuello. Sus caricias son tan leves y su lengua tan húmeda, queno puedo contener el gemido que escapa de mi boca. Movida por algún tipo desentido primitivo (está de más decir que jamás me había visto en una situaciónigual), enrosco mis piernas en sus caderas y lo pego más a mí. Le miro a losojos y veo como sus pupilas dilatadas irradian sensualidad y arden de deseo.
Me levanta en el aire y yo vuelvo a su boca. No sé a dóndeme lleva hasta que noto el sofá bajo mi espalda y su cuerpo sobre el mío. Sigocon mis piernas alrededor de su cuerpo, aunque ahora están casi en su cintura.La situación, en cualquier otra circunstancia, resultaría de lo más embarazosa,pero dado que el vino nos ha desinhibido lo suficiente y que la lujuria hahecho el resto, me resulta de lo más cómoda y natural.
Baja sus besos por mi mandíbula hasta el cuello y de ahí saltaa mi escote. El vestido me cubre lo suficiente como para no darle accesodirecto a mis pechos, así que suelta un pequeño quejido cuando se da cuenta. Sucomportamiento me resulta gracioso a la par que provocador. Nunca imaginé queel bueno de Peeta pudiera salirse de los cánones de chico dulce y amoroso.Claro está que nunca antes me había permitido verle como el hombre que es. Unhombre que es capaz de despertar en mí hasta el deseo más oscuro.
Cuando comprende (no sin antes insistir un par de veces más)que mi vestido no le dará paso a menos que me lo quite, centra su atención enmis piernas. Se aventura a ir más allá del borde de mi vestido y yo me tenso alinstante. Gracias a que la falda tenía algo de vuelo, me lo ha subido casihasta el ombligo y empieza a acariciar mi cadera y mi vientre sincontemplaciones. Lejos de asustarme, como creí que lo haría, una sensación decalidez y ardor me recorre el abdomen. Supongo que a esto se referirá la gentecuando habla de excitación.
Empiezo a pensar que soy yo sola, pero cuando se pega más amí para besar mi boca noto algo duro impactar entre mis piernas.Definitivamente, no. No soy yo sola. Disipadas las dudas de si era recíproco(cosa que, desde luego, ya no dudo), abro su camisa casi sin pararme adesabrocharla, lo que hace que unos cuantos botones salgan despedidos. Peetasonríe sobre mi boca por el gesto y termina de quitarse la camisa con mi ayuda.¡Y yo que pensaba que iba a caldear el ambiente si me agachaba! En estos momentos,ese gesto me parece de lo más inocente.
Aprovechando la desnudez de su piel, recorro con mi bocatodo su pecho. Su sabor es nuevo para mí, pero no por ello menos apetecible. Elcalor por ser verano más el que se le suma por nuestra excitación nos tienejadeantes. Peeta me mira a los ojos y me pregunta:
- ¿Qué estamos haciendo?
¿Qué qué estamos haciendo? No me he parado a darle unnombre, pero creo que es bastante obvio. El amor platónico ya no nos vale aninguno de los dos. Le sostengo la mirada y trato de normalizar mi respiración,pero no respondo.
- Acabas de volver y ya estamos medio desnudos sobre el sofá.
- ¿Tú no quieres? - consigo pronunciar. Por algún motivo,tengo miedo de que Peeta se arrepienta de desearme así, porque yo jamás lohabía deseado tanto como ahora.
- Por supuesto que quiero. Llevo deseándolo mucho tiempo, perono quiero que tú te arrepientas mañana por la mañana cuando amanezcamos desnudosel uno junto al otro. No soportaría que lo que para mí ha sido una nochemaravillosa para ti suponga un suplicio cada vez que lo recuerdes.
No me había parado a pensarlo, pero tiene lógica. Aunque loúnico que deseo ahora es ser suya de todas las formas posibles, no sé cómoreaccionaría cuando tuviese que mirarlo a los ojos por la mañana. No dudo quePeeta sea el hombre con el que quiero compartir esto, eso lo tengo más claroque el agua, pero tiene razón en que todo es demasiado precipitado. Apenasllevo 48 horas en el distrito.
- Tienes razón, pero no quiero que pienses que yo no deseoesto. - el vino sigue ayudándome a exteriorizar mis sentimientos, tarea que aúntengo pendiente. Peeta me dedica una hermosa sonrisa y contesta:
- Lo sé, me he dado cuenta.- ríe un poco. Creo que hoy he sidomás que expresiva... - Solo esperemos unpoco más, hasta que consigamos adaptarnos de nuevo el uno al otro. Entonces teprometo que, si tú sigues queriendo, yo no pondré barreras.
Si creía que Peeta no podía ser mejor persona de lo que yaera, estaba equivocada. Estoy segura de que en estas circunstancias le cuestapensar con claridad tanto como a mí y, sin embargo, ha tenido la enterezasuficiente para frenarnos y esperar al momento adecuado. Cada vez me enamoromás de este hombre y ahora sé que hubiese sido inevitable. Mi destino era estarcon él y no con nadie más. Soy inmensamente feliz.
Parece que el efecto del alcohol hubiera desaparecido derepente y noto como todo el calor sube a mis mejillas. Debo estar más roja queun pimiento colorado, pero los ojos de Peeta, fijos en los míos, me infundentanta tranquilidad y devoción que le dedico una cálida sonrisa. Jamás dejaré desorprenderme de cómo esos ojos pueden expresar emociones tan dispares encuestión de segundos. Hace nada me comía con ellos, ahora me dicen lo mucho queme ama.
- Nunca dejarás de sorprenderme. - le digo y espero a que selevante para poder acabar con esta posturita tan sugerente. Si no lo hace dudoque ninguno pueda cumplir su promesa de esperar.
- Katniss
si quieres que nos levantemos tendrás que soltarmeprimero. Que conste que yo no tengo problema en estar así, pero no respondo demis actos.
Me doy cuenta enseguida a lo que se refiere. Aún tengo mispiernas desnudas enroscadas a su cuerpo aprisionándolo contra mí.
- ¡Oh! Per
perdón. - ¡Tierra trágame! Es una idiotez despuésde todo lo que ha pasado, pero el contexto dista mucho de ser el mismo que haceunos instantes.
Bajo mis piernas, una a cada lado, para dejarle vía libre.Peeta mantiene su mano en mi muslo y, cuando logra ponerse de rodillas, colocami vestido en su sitio con sumo cuidado y suelta un profundo suspiro seguido deuna sonrisa. Está bien, Peeta será todo lo caballeroso que un hombre pueda ser,pero no por eso deja de pertenecer al género masculino. Si mi cuerpo le resultala mitad de atractivo de lo que para mí resulta el suyo, le entiendoperfectamente. Ahora que no siento su presión sobre mí me siento huérfana.
Peeta se acomoda la camisa en lo que yo coloco los tirantesdel vestido en su sitio y aliso un poco la falda. Cuando termina, me mira conternura y me tiende la mano.
- Vamos, el postre aún nos espera.
Y yo, encandilada esta vez por su alma y no por su cuerpo,me aferro a su mano tratando de demostrarle con un simple gesto todo lo que micorazón siente en estos momentos.
¡Hola hola!
Aquí está uno de los capítulos que más he disfrutado escribiendo. Espero que a vosotros os guste tanto como a mí.
Quería agradeceros a los que comentáis y disculparme por si alguna vez no contesto a todos. ¡No tengo tiempo para todo!
Una vez más, gracias por los favoritos y las lecturas, que ya son más de 7000.
¡Un beso y nos leemos pronto! :D
Han pasado casi tres semanas desde mi regreso. He idoadaptándome poco a poco a la rutina de mi distrito y mis días de desaparecidaya me parecen tan lejanos como si hubiesen ocurrido en otra vida. Procuro salira cazar todas las mañanas para llevarle a Sae mercancía para su negocio yproveerme de carne a mí misma. Sigo prefiriendo el fuerte sabor de la carne decaza antes que los sinsorgos pollos capitolianos. Como salgo a cazar antes delamanecer, antes de que apriete el sol ya estoy de regreso. En verano es muyimportante evitar en la medida de lo posible las horas centrales del día paracazar, partiendo de la base de que la mayoría de los animales son nocturnos yque con tanto calor puedes deshidratarte fácilmente y sufrir una insolación,algo que aprendí de la peor manera.
Después de dejarle a Sae parte de la caza (es mi manera deagradecerle todo lo que hizo por mí después de la guerra), desayuno con ella ysu nieta mientras les cuento anécdotas de mi "viaje y estancia" con los piesnegros. Antes de mediodía siempre paso por la panadería de Peeta. Desde aquellapeculiar y más que ardiente cena que compartimos no puedo dejar de pensar en élde una forma muy distinta. Ya no me es tan fácil estar a su lado sin acabarpensando cosas que no debo. Aquellos besos que me dio, aquellas caricias sobremis caderas y mis piernas, su lengua jugando con la mía
No, no, no y ¡no! Meprometí a mi misma que no volvería a perder el control de esa manera, al menosno tan rápido, pero cada vez me resulta más difícil mantenerme firme. Además,está la promesa que nos hicimos el uno al otro de ir más despacio.
Respecto a ese tema, las cosas van sobre ruedas. Después dedesayunar con Sae, lo ayudo un poco con la clientela de la panadería y solemosir a comer juntos. Por las tardes, Peeta deja a sus ayudantes a cargo delnegocio (la hornada del día se hace pronto por la mañana, por lo que por lastardes tan solo hay que despachar clientes) y la dedicamos a disfrutar del buentiempo tomando un helado en la plaza o dando un largo paseo por el distritomientras hablamos. Además, hemos decidido continuar con el libro de plantas demi familia. Se lo comentamos al doctor Aurelius y una gran caja de papel depergamino llegó en el siguiente tren del Capitolio. En él procuramos describirlo más fielmente posible a cada persona que entregó su vida a una causa que nosdio la oportunidad de ser libres a los que sobrevivimos. Si no tenemos una foto del individuo encuestión, Peeta hace un boceto o un dibujo, y yo con la mejor caligrafía de laque soy capaz, anoto todos los detalles que sería un crimen no recordar: laimaginativa mente de Cinna, la inocencia de Rue, el color de los ojos deFinnick, el gran corazón de mi hermana, Prim
etcétera. Es un trabajo arduo yreconfortante al mismo tiempo. Al principio me costó mucho enfrentarme a surecuerdo de nuevo, pero con la ayuda de Peeta he ido comprendiendo loimportante que es que dejemos constancia de sus actos para que no caigan en elolvido. Sellamos las hojas con agua salada y prometemos vivir bien para hacerque sus muertes no hayan sido en vano.
Cada vez tenemos menos cosas que añadir al libro, así que latarde de hoy la vamos a dedicar a tumbarnos a la sombra del naranjo de mijardín.
- ¿En qué piensas? - me pregunta Peeta. Su cabeza reposa en miregazo, así que bajo mi mirada antes de contestarle.
- En lo lejanos que me parecen ahora esos años de sufrimiento.Me siento culpable por ser feliz después de todo.
Peeta se incorpora para sentarse a mi lado.
- Katniss, se lo debemos a todos ellos. Tenemos que lograr quesu sacrificio haya valido la pena.
- Sí, lo sé. Jamás lo olvidaré. Pero a veces me resulta difícilno culparme a mí misma. - Peeta me agarra de las manos con suavidad y hace queme pierda en su mirada una vez más.
- Sabes que siempre estaré a tu lado, ¿verdad? Pase lo quepase, nunca dudes de eso.
No lo dudo, hace tiempo que dejé de hacerlo. Al margen de loque prometimos en la cena, Peeta no ha dejado de consolarme con sus fuertesbrazos y de brindarme todo el apoyo que he necesitado. A pesar de todo, enmomentos como éste necesito demostrarle que yo también estaré ahí siempre, paselo que pase. Sería inútil recurrir a mi escasa facilidad de palabra, por lo quedecido que sus labios son el mejor de los consuelos. Le tomo la cara entre mismanos, le dedico mi mejor sonrisa y le doy un tierno beso como muestra de queel "siempre" sale ahora de los míos.
¡Buenas! Aquí estoy otra vez.
A lo largo de éste capítulo podréis identificar ciertas partes del final del libro de Sinsajo. No he querido alterarlas por ser un poco fiel (dentro de todo lo que ya he alterado la historia) a la idea original de Suzanne Collins.
Sin nada más, espero que os satisfaga :) Gracias a todos por vuestros comentarios y lecturas, además de a los favoritos.
¡Hasta mañana! :)
Después de volver a besar a Peeta ayer me siento mucho másfuerte. El sentimiento de paz y tranquilidad que me embriaga cuando lo beso esextraordinario. Siento que, con él a mi lado, soy capaz de todo.
Hoy me levanto mucho más feliz que de costumbre a pesar deque las pesadillas me siguen amargando la existencia. No duermo con Peeta desdemi última noche en el Vasallaje, así que me he ido acostumbrando a tenerlas. Apesar de no poder dejar de sufrirlas, ahora soy capaz de controlar mi reaccióncuando las tengo. Sin embargo, las pesadillas en las que lo pierdo a él son cadavez más recurrentes y soy incapaz de calmarme o de volver a dormir cuando sonéstas las que me atormentan. A pesar de todo, no he tenido el valor suficientepara pedirle a Peeta que se quede conmigo por las noches. No porque piense quevaya a rechazar mi oferta (estoy segura de que lo desea tanto como yo), sinoporque tengo miedo de lo que pueda llegar a pasar
mejor dicho, tengo miedo delo que yo pueda llegar a hacer, Peeta me dejó claro que no intentaría nada.Aunque no llevase unas cuantas copas de vino encima, dormir pegada a él no seríatarea fácil. Lo que me hace sentir su cercanía ya no es ni tan inocente ni tanpuro como lo era antes
Solo de pensarlo me sonrojo.
Dejando a un lado mis fantasías matutinas (desde luego hecambiado mucho, quizás demasiado), me levanto de la cama y bajo a la cocina adesayunar. Ni tan siquiera me molesto en ponerme la ropa porque hoy no piensosalir a cazar, me apetece tomarme un día de descanso ahora que puedo hacerlo.Este verano está resultando uno de los más calurosos que se recuerdan en elDistrito 12, así que por las noches, aún si no sufres de pesadillas, resulta difícilconciliar el sueño. A pesar de que uso una simple camiseta para dormir, hellegado incluso a tener que llenar la bañera de agua fría a medianoche ymeterme en ella con la esperanza de dormir un par de horas.
Voy tan ensimismada con mis pensamientos que no oigo losruidos que provienen de mi cocina hasta que ya es demasiado tarde. Estoy depies bajo el marco de la puerta mientras una cabellera rubia se mueve de acápara allá colocando cosas en una bandeja que hay sobre la encimera. ¡Es Peeta!¿Qué demonios hace aquí? ¿No debería estar en la panadería?
Como no se ha percatado de mi presencia, me doy la vuelta lomás sigilosamente que puedo para subir a mi habitación y ponerme unospantalones por lo menos. Aunque, como de costumbre, la suerte no está de miparte
Casi había logrado salir triunfal de su campo de visión cuando el dedopequeño de mi pie izquierdo chocó con la esquina del marco. El dolor, que másque un golpe parecía una puñalada, recorrió mi espina dorsal hasta que llego ami boca y no pude reprimir un leve gritito. Peeta se giró al oírme y no pudoevitar la carcajada: yo estaba saltando a la pata coja, con mi pie entre lasmanos y soltando tal clase de improperios que hasta Haymitch se hubiesesorprendido. Dejo de dar saltitos y le dedico una mirada digna de tu peorenemigo. De la misma, Peeta deja lo que estaba haciendo y, aún reprimiendo unasonrisa, se acerca a preocuparse por mi estado:
- ¿Estás bien, preciosa?
- ¿Tú qué crees? ¡Joder, que daño!
- Déjame ver. - me acerca una de las sillas altas de la cocinay me toquetea el dedo.
- ¡Ah! ¡Para, para! Me haces daño
- No está roto. Tranquila, sobrevivirás
- me dice con tonoburlón.
- ¿Cuánto obtuvo su título en medicina, doctor Mellark?
- En medicina no sé, pero en gastronomía me deberían de daruno. El desayuno me ha quedado de muerte. Iba a subírtelo a la habitación, perosiempre tienes que estropearme las sorpresas. - he aquí de nuevo el Peetaatento y educado del que todo el Capitolío y parte de Panem se enamoró.
- ¿No vas a la panadería hoy? - no es por terminar defastidiar la sorpresa, pero realmente me extraña que haya dejado susobligaciones a un lado.
- Es domingo, Katniss. Hoy no abrimos. Y un "gracias porhacerme el desayuno, Peeta. Eres el hombre más maravilloso del mundo mundial"no estaría mal.
No puedo hacer otra cosa que reír ante su ocurrencia. Eltonito meloso que ha usado para imitar mi voz no le pega nada.
- Eres idiota, Mellark. Sabes de sobra que palabras tan cursisno saldrían jamás de mi boca.
- Tienes razón. Olvidaba que derrochas simpatía por los cuatrocostados.
- El problema es que a tu lado cualquiera parece un muto sinalma. Eres tan
tan
tan tú.
- ¿Tan yo? Bonito adjetivo
¿Y cómo se supone que soy?
Peeta deja la bandeja sobre la mesa y se acerca a mí, quesigo sentada en la silla del principio. Su expresión afable ha pasado a unaseductora, y me mira con una media sonrisa que me hace temblar cosa mala.
- Pues
eres
¿cómo lo diría? - tartamudeo tratando de noponerme nerviosa por su cercanía. - Dulce, amable, bueno
en fin, un pastelito.- termino la frase con un gesto de lo más Capitoliano.
- Ummm
con que un pastelito, ¿eh? ¿Estoy tan bueno como unpastelito, Katniss?
Espera un momento. ¿Cuándo hemos llegado a este punto de laconversación? Porque yo no recuerdo haber tirado por ahí
Katniss, respira. Nopasa nada. Peeta está bromeando, aunque su tono de voz haya bajado una octava ytenga sus manos apoyadas en tus piernas, que por cierto, siguen desnudas.Estupendo, a esto lo llamo yo ejercicio de relajación.
- ¿Cóm
cómo dices?
- Digo que si te parezco tan apetecible como un pastelito. -contesta Peeta mientras acerca su cara aún más a la mía. ¿Cómo diablos quiereque piense así?
- Me
me refería a tú interior. A ti como
persona.
- ¿Entonces no te parezco un pastelito también por fuera? Esuna pena, porque tú a mi me pareces más apetecible que cien mil panecillos dequeso juntos.
No sé en qué momento de nuestra conversación dejé deproducir saliva, pero tengo la boca más seca que la mojama. Si no fuera porqueestoy sentada ya me habrían fallado las piernas y mi cara tiene que ser unverdadero poema porque Peeta empieza a reírsecomo un loco.
- Sigues siendo tan inocente, Katniss
Quita esa cara deasombro, sabes que estaba bromeando.
Empiezo a recobrar la compostura, pero una sensación dedecepción empieza a apoderarse de mí.
- Entonces
- musito. Peeta, que ya se había girado paraterminar de colocar el desayuno sobre la mesa, se gira para prestarme atención.- ¿era mentira que te parezco más apetecible que cien mil panecillos de quesojuntos?
Peeta me mira extrañado porque le haya preguntado algo así.No suelo preguntar nada de ese estilo aunque la duda me carcoma por dentro.Peeta me acaricia la mejilla y me dice:
- Sí, era mentira. Porque compararte con diez mil tristespanecillos de queso debería estar prohibido. Ni mil millones de esos haríanjusticia a lo apetecible que me pareces.
Y una vez más, muero de amor por mi chico del pan.
El desayuno transcurre tranquilo. Peeta siguió con su tareacomo si no hubiese dicho nada y pocos minutos después ya estábamos hablando yriendo como antes. Sin embargo, yo no podía quitarme de la cabeza sus palabras.Siempre he sabido que me quería con toda su alma, pero nunca había pensado enque a la par de querer va el desear. Seamos serios, tonta no soy y tan inocentecomo parezco tampoco. Cuando quieres a alguien llega un punto en el que losbesos no son suficiente para calmar el hambre, y eso es algo que sé de primeramano aunque no sea una experta en la materia. Tanto en la cueva de los primerosJuegos, como en la playa de los segundos, además del otro día en el sofá, dibuena cuenta de lo que era desear a alguien. Mi problema reside en que nuncapensé que nadie fuera a desearme a mí de esta forma, así que no sé cómoafrontarlo. Siempre me imaginé un futuro sola, sin familia y viviendo en elbosque y, sin embargo, ahora mi porvenir pinta muy distinto. Amo a Peeta, apesar de que no lo haya reconocido públicamente, y quiero pasar mi vida a sulado, pero no sé si voy a ser capaz de darle todo lo que se merece.
- ¿Te parece bien? - me pregunta Peeta mientras se lleva latostada a la boca.
- ¿El qué? - no he oído nada de lo que me ha dicho. Estaba tansumida en mis, probablemente absurdos, dilemas que no le he prestado atención alo que me decía. Creo que debería dejar de darle tantas vueltas a todo
- ¿No me estabas escuchando? Eres de lo que no hay
- mecontesta riéndose.
- Eh, yo
no, lo siento. - le digo avergonzada. ¿Cómo voy adarle lo que necesita si ni tan siquiera me digno a prestarle atención? Esto mesupera
- Tranquila, no pasa nada. Entiendo que tengas cosas másimportantes en las que pensar que en una fiesta.
Lo dice convencido, como si lo que él propusiese no fueradigno de mi atención. Lo peor de todo es que parece resignado a ello, a ser eleterno segundón en todo lo que a mí respecta. Estoy harta de ser tan torpe comopara hacerlo sentir inferior, como si no me importase lo más mínimo lo que a élsí.
- No, en serio. Siento no haberte escuchado, soy idiota.Cuéntame lo que decías, por favor. - le digo decidida a cambiar. Lo cierto esque lo de "una fiesta" me tiene bastante intrigada.
- Decía que, como ya estamos a punto de entrar en agosto, elfin de semana que viene se va a celebrar la fiesta de la Libertad. Es unacelebración conmemorativa a todas las personas que perecieron durante la guerra.En honor a ellos y a nuestra nueva condición de ciudadanos libres, el últimofin de semana de julio nos reunimos en la plaza para comer y beber todosjuntos, nada de celebraciones fastuosas como en el Capitolio. Supuse que nosabrías nada dado que se empezó a celebrar el mismo año que tú desapareciste.
- ¡Es maravilloso! Seguro que la gente estará encantada depoder celebrar con sus vecinos lo único bueno que trajo la guerra. Pero, ¿porqué me preguntabas que si me parecía bien?
Veo como Peeta traga saliva y se pone nervioso. ¿Qué diablosle pasa? De repente se ha puesto rojo como un tomate.
- Pues
que como no asistí a las dos primeras ediciones porqueestábamos con lo de tu desaparición
me preguntaba si, ahora que has vuelto, tú
si tú
- parece un verdadero flan. Le cojo de las manos y le levanto la cabezaporque estaba mirando hacia la mesa, me estoy empezando a preocupar.
- ¿Si yo qué, Peeta? ¿Qué pasa? - le digo mientras le miro asus profundos ojos azules.
- Si tú
aceptarías venir conmigo. - lo dice tan rápido quecasi no le entiendo. ¿De verdad estaba tan nervioso por eso? ¿Acaso creería quele iba a decir que no? Bueno, si tengo en cuenta el hecho de que mientras me lopreguntaba por primera vez no le presté atención alguna
¡Estúpida! Siempreacabas cagándola.
Aunque no sea una fan incondicional de las fiestas, piensocompensarle por todo lo que ha hecho siempre por mí, y si para empezar tengoque acompañarlo a una celebración, lo haré.
- Pues claro. - le digo sonriente. - ¿Por qué no iba a quererir con el mejor panadero de Panem?
- ¿En serio? Es que pensé que a lo mejor no querías venirporque lo tuyo no son las reuniones sociales
- dice algo más relajado.
- Eso es verdad, pero si voy contigo estoy segura de que lodisfrutaré. - digo bajito. Sigo siendo algo torpe a la hora de hacer cumplidos.
Peeta se levanta de su silla, rodea la mesa y me coge por lacintura para levantarme en el aire.
- ¡Sí! ¡Gracias! ¡Gracias! Te adoro, preciosa. - me dicemientras me da un abrazo al más puro estilo oso Grizzlie.
- ¡Peeta! No seas crío. - le digo, pero no puedo dejar dereír. A veces parece un niño de cinco años.
- Lo siento, pero es que me hace tan feliz que quieras venirconmigo.
Aún sigo entre sus brazos, pero ya no me aplasta como a unsalmón.
- Claro que iré. Además, ¿qué iban a decir nuestros vecinos sinos viesen aparecer por separado después de que llevamos tres semanashaciéndolo todo juntos?
Lo cierto es que no nos habíamos separado más que paradormir desde que volví. Parecíamos siameses. La gente en el distrito ya sehabía acostumbrado a vernos pasear juntos cada día por la plaza y, de vez en cuando,se acercaban a nosotros a darnos las gracias por lo que habíamos hecho porPanem. Además, muchas veces notaba que la gente nos sonreía al pasar a su lado,sobre todo si Peeta llevaba su brazo sobre mis hombros o compartíamos unhelado. Creo que la gente se alegra por nosotros, aunque ninguno sepa que porla noche, al llegar a la Aldea, cada uno toma el camino a su casa y se enfrentasolo a sus fantasmas.
¡Siento el restraso! He estado algo atareada.
Espero que os guste éste nuevo capítulo. Éstos últimos están siendo algo melosos, pero no os preocupéis los menos románticos de vosotros, que se acercan nubarrones... ;)
Una vez más, muchas gracias a los que comentáis, siempre leo vuestros comentarios aunque no conteste a todo. Me encanta leer vuestras opiniones, es la mejor recompensa. Gracias a los favortios y gracias también por las ¡más de 8000 lecturas!
¡Nos leemos pronto! Un abrazo :D
Estamos a miércoles y este sábado por la noche será lafiesta de la Libertad. La festividad en sí se prolonga durante todo el fin desemana, pero es en la noche del sábado cuando todo el distrito se reúne en laplaza aprovechando que el domingo la mayoría de comercios cierran. He estadoinformándome un poco más sobre la celebración, dado que no sabía de suexistencia hasta el domingo pasado cuando Peeta me la mencionó. Según he podidosaber, todos los comerciantes (que ya son bastantes después de casi tres añosdel fin de la guerra) aportan su granito de arena para sacar adelante lafestividad. Este año, dado que tanto Peeta como yo vamos a asistir, hemosdecidido encargarnos de hacer los dulces y el pan para la cena. La panaderíaMellark será uno de los principales patrocinadores de la fiesta, por lo que elnuevo alcalde del distrito ha decidido mencionar nuestra labor durante elpregón. En un principio propuso que tanto Peeta como yo nos encargásemos dedarlo, pero eso nos obligaría a estar toda la noche recibiendo a la gente y sushalagos y no poder disfrutar como queremos, así que decidimos declinar laoferta y dejar a cambio que el alcalde mencione la panadería.
Con todo esto, llevo tres días casi sin poder disfrutar dePeeta. Por la mañana no lo veo porque madruga más que antes para poder sacaradelante la hornada del día y preparar todo para el sábado. Aún así, ha tenidoque contratar temporalmente a tres ayudantes más para poder dar abasto. Yo, por mi parte, tampoco es que esté muydesocupada. Sigo saliendo a cazar, solo que ahora tengo que llevar más presasque antes, dado que Sae la Grasienta se encargará del menú para todo el distrito,así que cuanto más cace mejor. Después de la panadería de Peeta, el restaurantede Sae es el mayor patrocinador. Por supuesto, todo esto lo hacemos por lavoluntad y no recibimos retribución alguna. A Sae no le viene del todo mal,puesto que ella se basta y se sobra con sus ayudantes habituales paraprepararlo todo, al fin y al cabo será un menú escueto. Peeta, en cambio, estáperdiendo dinero, puesto que con los contratos de los nuevos ayudantes, más lospluses por horas extras, más el doble de ingredientes que tiene que encargar
esmás lo que está gastando que lo que pueda sacar. Aún así, no le importa paranada. Con el sueldo que nos da el gobierno nos llega y nos sobra a los dos,Peeta sigue con la panadería por la misma razón por la que yo sigo cazando: nosabemos hacer otra cosa. Resulta irónico que, después de todo por lo que hemospasado, a efectos prácticos sigamos siendo los mismos que éramos antes de larevolución.
Cuando termino de cazar ya es más de mediodía y estoyexhausta. Llevo más de seis horas pateándome el bosque con un calor infernal.Si no fuera porque no estoy en los Juegos, juraría que los Vigilantes estánjugando con la temperatura como en mi primera arena. Antes de salir a laPradera, paso por mi antiguo punto de encuentro con Gale. A mi mente llegantodos los días de caza que compartimos y recuerdo que, en aquellos momentos,era lo único que me hacía ser feliz junto con ver a mi hermana crecer. Ahora nopuedo disfrutar de ninguna de las dos cosas y aún así soy más feliz de lo quejamás lo había sido. Es increíble, las vueltas que da la vida. Aunque sigoechando de menos a mi patito, he conseguido que cada vez que su recuerdo meaborde lo haga de una manera reconstructiva, recordándome que todo lo queperdimos sirvió para algo, que no murió en vano.
Continúo mi camino hasta el nuevo Quemador y le dejo a Saelas presas del día. Pensaba en quedarme ahí a comer, pero decido que hoy ledaré una sorpresa a Peeta. Estos días no hemos podido comer juntos a cuenta dela fiestecita, así que hoy iré a comer con él a la panadería. De camino a laplaza, me fijo en lo ilusionada que se ve la gente con la celebración. Todosquieren colaborar con lo que pueden, ya sea poco o mucho.
Entro a la panadería por la puerta de atrás. No quiero quePeeta sepa que estoy aquí. Llego sin hacer ruido a la cocina, donde sé que loencontraré. Seguramente haya mandado ya a comer a sus ayudantes, puesto que amediodía no suele haber mucho trabajo y aún no me he cruzado con ninguno. Empiezoa preocuparme cuando termino de recorrer la cocina y no lo encuentro por ningúnlado. Es muy raro porque Peeta nunca deja la panadería sola sin nadie que laatienda. Me olvido de la sorpresa y lo llamo. No obtengo respuesta, pero a lospocos segundos oigo como algo cae al suelo en la parte delantera de la tienda. Meapresuro en ir hacia allí al darme cuenta de que no he oído la campanita queavisa de la entrada de un nuevo cliente, por lo que el que haya hecho el ruidoya estaba dentro.
Procuro no hacer ruido al abrir la puerta que comunica latrastienda y la cocina con la zona de atención a los clientes. Echo un vistazo,cautelosa por lo que me pueda encontrar, pero lo que veo allí me deja desolada.Peeta está acurrucado bajo el mostrador, con las manos aferradas a su cabello yla cabeza escondida en sus rodillas. De la misma, el miedo me invade por completo.Está sufriendo un ataque y, por la sangre en sus nudillos, no parece de losleves.
Estoy paralizada. Peeta murmura cosas inteligibles mientrasparece luchar una batalla interna por recuperar el control. Por un instante, elmiedo a que pueda echárseme encima como aquella vez en el trece me invade sin mesuray solo pienso en huir. Sin embargo, me recuerdo que le prometí que había vueltoal doce para quedarme a su lado y no volverme a ir. No pienso dejarlo solo, nootra vez. Me armo de valor, empujo mi miedo al rincón más oscuro de mi corazóny le hablo con pausa:
- ¿Peeta?
Mi voz no es más que un ligero susurro, pero parecedespertar algo en él porque, nada más oírla, levanta bruscamente la cabeza y memira con los ojos más oscuros que recuerdo. Su iris azul como el cielo hadesaparecido por completo dejando paso al negro azabache de sus pupilasdilatadas. Cesa su murmullo para mirarme fijamente, pero no dice nada.
- Peeta, soy yo, Katniss. - digo atreviéndome a dar un paso en sudirección.
- Vete
por favor.
Su voz no parece demandante, más bien diría suplicante.
- No, Peeta. Me quedo aquí, a tu lado. Como siempre debió ser.- trato de recortar un poco más la distancia, quedándome a unos escasos dosmetros de su posición.
Soy consciente de que solo estamos él y yo en la panadería,por lo que si tratara de atacarme no tendría a nadie que me salvara. Aún así,lo único que me importa ahora es acercarme a él y sostenerlo entre mis brazoshasta calmarlo. Quizás sea un poco suicida, pero es lo único que se me ocurreahora mismo. Tengo claro que no voy a abandonarlo.
- Katniss, por favor... No quiero hacerte daño. ¡Vete!
Peeta se encoge y vuelve a su postura inicial, con la cabezaentre las rodillas y las manos aferradas a su cabello. Lentamente, me arrodillofrente a él y, sin pensarlo mucho, poso mis manos en sus piernas. Ante micontacto, Peeta se pone completamente rígido y noto como su respiración seagita. Bien, si este es el final, adelante, pero no pienso dejarlo solo. Unavez ya hice la promesa de mantenerlo con vida a costa de la mía propia.
- ¡No me toques! ¿Estás loca? ¡Vete! ¡Lárgate de aquí!
Los gritos de Peeta me estrujan el corazón y las lágrimas seagolpan en mis ojos. Aún muerto, Snow nos sigue prometiendo una vida llena dedesgracias. Pero algo ha cambiado. Quizás Snow nos dejase tocados de por vida,pero no contaba con que siempre íbamos a estar ahí el uno para el otro, sinimportar la situación. No contaba con que el amor es capaz de superar todas lasbarreras, incluso las de la muerte.
Peeta se encoje tanto que parece un niño llorando tras unapesadilla. Las lágrimas ya han empezado a surcar mi rostro como si de ríos setratase. Como veo que sigue sin responder a la realidad, opto por tomar medidasdrásticas. Dejo salir las pocas lágrimas que había conseguido contener y meabrazo a sus rodillas apoyando mi cabeza en la suya. Peeta no se mueve y yolloro sobre sus piernas todo lo que jamás he llorado a su lado. Dejo salir mifrustración por sentirme inútil ante sus ataques, sobre todo cuando él es elúnico capaz de controlar mis pesadillas. No quiero perderlo, le necesito paravivir y no para sobrevivir. Sobrevivir significa superar los obstáculosindependientemente del medio que se use. Vivir significa superarlos de unaforma que te permita disfrutar de la vida y ser feliz. Hoy decido que quierodejar de sobrevivir para empezar a vivir, y sin Peeta a mi lado jamás podríaconseguirlo.
- Peeta, por favor
- le digo entre hipidos. - Quédate conmigo.
Algo parece encajar en su cabeza al oír aquello. Despegapoco a poco la frente de sus rodillas y toma mi rostro entre sus temblorosasmanos con suavidad. Nos miramos sin mediar palabra durante un buen rato. Porese entonces, yo ya soy incapaz de detener el flujo continuo de lágrimas queemanan de mis ojos. Peeta pasa sus pulgares por mis mejillas tratando de secármelasy, mientras lo hace, distingo una débil pero sincera gota de dolor resbalardesde su lagrimal.
- Siempre. - contesta.
Automáticamente, sus pupilas disminuyen al tamaño de unalfiler para luego volver a la normalidad. El ataque ha pasado y de nuevovuelvo a disfrutar de la cercanía de los ojos más puros que jamás nadie puedaposeer. No lo pienso ni un instante y lo beso, saboreando dulcemente el saladosabor de la victoria.
¡Buenas noches!
Capítulo emotivo donde los haya. Sé que auguré conocer el por qué del ataque de Peeta en este capítulo, pero he decidido darle un giro a lo que tenía inicialmente pensado.
Una vez más, espero que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestros comentarios. ¡Me encantan! Dudas, sugerencias, críticas y demás, ya sabéis dónde encontrarme.
¡Un abrazo y hasta el próximo! ;)
Los ayudantes de Peeta no tardaron en llegar para cubrir elturno de tarde. Como nos encontraron abrazados detrás del mostrador y conevidentes signos de haber llorado (además de los sanguinolentos nudillos de sujefe), no tardaron en comprender lo que había sucedido. Peeta me contó que nadamás contratarlos les puso al corriente de sus ataques, a fin de que supiesencomo actuar si se diese el caso, cosa que no había sucedido hasta hoy. Estuveun buen rato insistiéndole en que debía tomarse la tarde libre y descansar y,aunque al principio se negó, finalmente entre todos conseguimos convencerle. Eltrabajo que restaba no era mucho, por lo que sus ayudantes eran perfectamentecapaces de sacarlo adelante sin su presencia.
Dough y Bun (empleados fijos y grandes amigos de Peeta tras dosaños trabajando juntos) enseguida se ofrecieron a acompañarnos a casa, por siPeeta aún se encontraba débil o yo necesitaba tomar el aire. Lo cierto es quese les veía realmente preocupados, tantopor la salud de Peeta como por mi integridad física. Son dos chicos muyamables, más o menos de nuestra edad, que perdieron todo en la guerra pero quetuvieron el coraje suficiente para salir adelante a pesar de todo. Los admiro,y en estas tres semanas les he cogido bastante cariño.
Rechazo amablemente su ayuda, pues lo único que necesitoahora es cuidar de Peeta y estar a su lado. Además, aún me tiene que contar porqué se desencadenó el ataque, aunque sospecho que tanta presión con lo de lafiesta del sábado puede haberle jugado una mala pasada.
De camino a casa ninguno habla. Vamos cogidos de la mano,aunque más como apoyo moral que como muestra afectiva. Ha sido un momento duropara ambos, sobre todo porque sabemos que estas cosas seguirán sucediéndonosdurante el resto de nuestras vidas, aunque tantos días de tregua nos hicieronolvidarlo hasta cierto punto.
No tardamos en llegar a la Aldea de los Vencedores, pero elcalor es insoportable y ambos estamos sudando como pollos a pesar del cortotrayecto.
- Espérame en tu casa. Tengo que pasar por la mía a poralgunas gasas y desinfectante para tus nudillos. - le digo cuando ya estamosllegando.
- No te molestes, Katniss. Sanarán solos.
- Claro, y arriesgarnos a que se te infecten. No digastonterías y espérame allí que enseguida voy.
- Al final va a resultar que sí que tienes alma de sanadora
Ya he perdido la cuenta de las veces que me has curado heridas. - comenta Peetaen tono guasón. Sabe de sobra que por mis venas no corre la sangre de unasanadora, que se acelera ante una epidemia. Aunque quizás sí tenga razón ydespués de tantos años algo se me haya quedado. Río ante la paradoja.
- Anda, arranca y vete poniéndome un zumo bien fresquito, quela cura no te va a salir gratis.
Peeta se ríe y murmura algo que no logro descifrar mientrasse encamina a su casa. Yo entro rápidamente en la mía y cojo todo lo quenecesito. Estoy a punto de salir por la puerta cuando distingo que del buzónsobresale una carta. El sello es del Distrito 4, por lo que supongo que será deAnnie o de mi madre. Se me hace extraño que me manden una carta pudiendollamarme al teléfono, pero como no tengo tiempo para cavilaciones ahora mismo,no leo más y la dejo sobre la mesita de la entrada para marcharme a casa dePeeta.
Una vez llego a su puerta, abro sin llamar puesto que sé quela ha dejado abierta para que pase. Entro hasta la cocina, donde lo veopreparando un par de zumos de naranja. Mi sorpresa no es otra sino que está sincamiseta. Para cualquier persona, este sería un dato insustancial teniendo encuenta que estamos en pleno verano y hace un calor de los mil demonios. Sinembargo, para mí no lo es. Su grado de desnudez es directamente proporcional ami temperatura corporal; es decir, cuanto más Peeta veo más calor tengo. Por lotanto, su remedio contra el calor no es ni de lejos compatible con el mío.
- Ya estoy aquí. - le digo mientras dejo torpemente sobre laisla de la cocina los materiales para las curas. ¿Qué tipo de obsesión tieneeste chico con ir ligero de ropa?
- Su zumo ya está listo, señorita Everdeen. Ha de saber ustedque he sufrido mucho a la hora de exprimir los cítricos, porque escuece que dagusto cuando el jugo cae en la herida. - me contesta él dándose la vuelta condos vasos, uno en cada mano.
- Oh, vamos Mellark
no seas quejica. Si pica, cura. - le respondocon cierto aire de superioridad. El "si pica, cura" es algo que siempre le oí ami madre decir a los niños que venían a casa y lloraban por el escozor queprovocaba el alcohol sobre una herida abierta. Supongo que no era más que otratreta para tratar de calmar el dolor cuando no había medicinas para ello.
Levanto la vista (la cual mantenía gacha a fin de evitarcontacto visual con el torso desnudo de mi compañero) y veo que sus nudillos noson lo único magullado. Tiene sendos cortes en su pectoral derecho y lascostillas del mismo lado. Son poco más que rasguños, lo que explica el por quéno me había dado cuenta hasta ahora de su existencia.
- ¿Y esos cortes? - le digo acercándome a él para verlos másde cerca.
- ¡Ah! ¿Esto? Supongo que me los hice al tumbarme en el suelosobre los trozos de jarrón roto. Lo cierto es que no me di cuenta de elloshasta que me quité la camiseta.
- Ven, siéntate en la silla. Voy a limpiarte las heridas.
- Tranquila, tómate el zumo primero, que si lo dejas se le vanlas vitaminas
- típica frase de madre cuando no te bebes el zumo de un trago.Claro, suponiendo que tengas los medios suficientes para poder disfrutar de unzumo. Gracias al cielo, hoy por hoy habrá más niños que empiecen a conocer elsignificado de esa frase.
No hago caso de su sugerencia maternalista y empiezo porcurarle los nudillos. Peeta me sigue tomando el pelo sobre mi vena sanitaria,pero yo estoy tan absorta limpiando sus perfectas y fuertes manos que apenasoigo lo que me dice. No me doy cuenta de que he pasado a su pecho hasta quenoto la ausencia de su voz. Nada más hacer contacto con la piel de su tórax,Peeta se calló.
El rubor comienza a subir a mis mejillas, por lo que meempeño aún más en mi labor. Cuando termino de limpiarlas, me giro a coger unpar de apósitos para cubrirlas y evitar que se infecten por el sudor. Estoy cubriendo los cortes sobre sus costillas y empiezo a pensar que tendrééxito en mi cometido cuando noto como Peeta me rodea la cintura con sus manos y me pega más a él, dejándome bien posicionada entresus piernas. Lo miro a los ojos pidiendo una explicación sin abrir la boca,pero me encuentro con unas pupilas dilatadas, aunque su tranquila respiraciónme dice que no se debe a un ataque.
- Dijiste que la cura no me iba a salir gratis y, dado que elzumo no te lo has tomado, pienso pagártela en carne.
Toda mi cara se tiñe de carmesí al comprender el contexto dela palabra "carne". No era un ataque, sino excitación lo que auguraban suspupilas dilatadas y, tras el beso que me da, confirmo que de ésta no saldréimpune tan fácilmente.
¿Cómo puedo perder el control de ésta manera? Peeta me estábesando como en aquella cena y yo simplemente soy incapaz de negarme. Suslabios sobre los míos ejercen una especie de fuerza centrípeta que hace que meresulte completamente imposible separarme de ellos, pero la cosa no acaba ahí.Para cuando me quiero dar cuenta, no solo le estoy correspondiendo, sino quemis dedos ya están enredados en el pelo de su nuca pidiendo más. Peeta siguesentado en la silla y yo sigo entre sus piernas, igual que hace unos instantescuando le estaba curando. ¿Cómo demonios hemos llegado a esto? Este tipo desituaciones generan en mí sensaciones tan dispares que llego a perder la nocióndel tiempo. Nunca me ha gustado perder el control, pero cuando se trata de estarasí con él soy incapaz de mantenerlo y, lo peor de todo, que llega a gustarme.Llega a gustarme demasiado.
Las manos de Peeta avanzan en su trayectoria y en cuestiónde segundos están sobre mi trasero. Aún no me acostumbro a sentir su contactoen zonas, por lo general, no tan accesibles de mi anatomía (aunque sea a travésde la ropa), por lo que un escalofrío me recorre la espina dorsal. Ahora sí quehe terminado de perder el efímero control que poseía, porque lo siguiente quehago como respuesta a su agarre es meter mi lengua en su boca. Me sorprendo ami misma haciéndolo, puesto que siempre había sido Peeta el que había llevadola batuta. Reconozco que a veces me siento harta de ser tan torpe e inocente comotodos dicen, pero nunca pensé que llegaría a estos extremos. ¿Dónde quedó laKatniss asocial y con tanto encanto como una babosa muerta? ¿No existe untérmino medio entre ser un apático ser sin emociones y meterle a alguien lalengua hasta el gaznate? Perfecto, Katniss. Perfecto.
Tan inoportuno como siempre, Haymitch aparece por la puertade la cocina sin avisar y nos pilla en pleno apogeo. Por primera vez, doygracias en silencio a tener un mentor tan metomentodo como él y, aunque loestaba disfrutando, me separo de Peeta nada más oírlo carraspear tras nosotros.
- Creo que volveré en otro momento. Parece que estás biencuidado.
- ¿Por qué demonios no llamas a la puerta como todo hijo devecino, Haymitch? - le contesta Peeta muy molesto.
Me doy la vuelta apartándome de Peeta para mirar a Haymitch,pero no puedo evitar una carcajada al darme cuenta del cabreo de mi panadero.Al parecer no le ha sentado nada bien la interrupción. Haymitch me mirainquisitivo por mi inesperada carcajada y, como siempre, enseguida comprende todo.
- Bueno, tranquilo chico. No me comas. Para eso ya tienes a lachica en llamas
Mi sonrojo es monumental, aunque la cara de pocos amigos dePeeta me hace más liviano el mal trago. Está muy gracioso. Sin duda pensaballegar a algo más.
- Tan solo venía a comprobar que tal estabas. Me he enteradode tu episodio en la panadería, pero ya veo que estás completamente recuperado.- continúa diciendo Haymitch mientras recorre exageradamente el torso desnudode Peeta con la vista indicándonos el motivo de su mofa.
Peeta va relajando poco a poco su expresión y vuelve a serel chico dulce de siempre.
- Lo siento, Haymitch. Gracias por preocuparte. No deberíahaberte hablado así cuando tú venías a saber de mi estado.
- Tranquilo, muchacho. Lo comprendo perfectamente. Sin dudalas "atenciones" de Katniss tienen que ser mucho más placenteras que las mías yyo vengo aquí a fastidiarte el plan. Perdóname tú a mí.
Me siento completamente ignorada y si a eso le sumamos elnuevo grado de vergüenza que he alcanzado, sale a relucir la Katniss desiempre:
- Bueno, ¿vais a seguir haciendo como que no estoy delante opodemos cambiar de tema?
- Peeta, amigo, más vale que apagues el fuego del sinsajo
¡estáque echa humo! - comenta Haymitch haciendo caso omiso a mi sugerencia. Paracolmo, Peeta se ríe por lo bajo, así que suelto un bufido de desaprobación y mesiento en la otra punta de la mesa a tomarme mi zumo. Ya no está ni frio.
Nuestro mentor toma asiento entre la silla que ocupa Peeta yla mía y le pide que le cuente qué sucedió en la panadería. Al parecer,Haymitch se enteró cuando volvía de comprar licor y se cruzó con Dough, quiénno dudó en informarle sobre lo sucedido. De la misma se dirigió a casa dePeeta, para comprobar que estaba bien. A partir de ahí, ya es bien conocido loque pasó.
- A ver si me aclaro
entonces, ¿te dio un ataque así sin más?- pregunta un sorprendido Haymitch después de que Peeta contase por encima loque le sucedió antes de llegar yo. Parte de la historia de la que, por cierto,yo tampoco estaba enterada.
- Sí. No recuerdo haber visto ni oído nada que me advirtiesede un posible ataque. Normalmente soy consciente de la fuente que me lo provoca,paso a ver brillos y después sufro el ataque. Gracias a esos brillos, el doctorAurelius fue capaz de idear una técnica mediante la que fuese capaz deanticiparme a ellos. Sin embargo, esta vez no he tenido tiempo de reaccionar.Ha venido de la nada. - termina de contar Peeta.
- Te lo llevo diciendo días y no me haces ni caso. Tantapresión con lo de la fiestecita del demonio no puede traer nada bueno. -comento al fin. Sigo molesta, no tanto por la situación de hace unos instantessino por la preocupación de que Peeta pueda sufrir una recaída severa.
- Vamos, Katniss. No seas así. Seguro que no tiene nada quever. Además, dejad de preocuparos, ya estoy estupendamente. - contesta Peetaesbozando una enorme sonrisa y sin un ápice de preocupación. No entiendo cómopuede estar tan tranquilo. ¿Acaso no teme volver a ser el muto en el que Snowle convirtió? Porque yo si lo temo. Jamás podría perdonármelo.
- ¿Qué no me preocupe? ¿Qué no me preocupe, Peeta? ¿En serio?¿Necesitas que te recuerde en qué situación te encontré ésta tarde? ¡Pensabaque te habías vuelto a ir! - estallo en un enorme llanto de rabia y angustia alrecordar la situación. - Pens
pensaba que no conseguiría hacerte ver larealidad de nuevo
La última frase sale de mi boca como un mero susurromientras las lágrimas recorren mi cara sin indulgencia. No concibo un mundo sinel amor de Peeta. No concibo un mundo en el que él no sea mío. No concibo unmundo en el que él no me considere suya.
A Peeta se le borra la sonrisa de la cara al instante y selevanta rápidamente para tomarme entre sus brazos. Ni tan siquiera me habíadado cuenta de que me había puesto en pie.
- Lo siento...lo siento, lo siento. Jamás te voy a dejar, ¿me oyes? No permitiré nunca que nadani nadie me separe de ti. Aún así tenga que volver arrastras del mismísimoinfierno. - me dice apretándome más contra él. Yo sigo llorando como unadescosida. Ya no me importa que me vean llorar, al fin y al cabo, estos doshombres son la única familia que me queda.
Haymitch observa la escena desde su silla sininterrumpirnos. A pesar de la situación, nos mira con una media sonrisa.Supongo que, aunque a veces lo niegue, nos quiere como si fuésemos sus hijos. Piensoen todo lo que he pasado y doy gracias por haber tenido a Peeta a mi lado. Noquiero ni imaginarme lo que sería pasar por lo mismo, pero sin nadie en quienapoyarte. Sola, como Haymitch. Es cierto que siempre pudo apoyarse en nosotrosdos y que siempre podrá seguir haciéndolo, pero no es lo mismo. Al fin y alcabo, Peeta y yo haremos nuestra vida y, aunque Haymitch forme parte de ella,nunca será la otra pata del banco de nadie. Ojalá encontrase un motivo más paravivir que no fuésemos nosotros dos.
Logro calmarme poco a poco y voy abandonando los protectoresbrazos de Peeta. He dejado de llorar, pero sigo preocupada por él. No es normalque le haya dado un ataque tan fuerte, menos después de tanto tiempo sin habersufrido uno. Creo que deberíamos consultarlo con Aurelius.
- Peeta. - lo llamo. - Creo que deberías hablar con el doctorAurelius.
- No creo que sea necesario, Katniss. Gracias por preocuparte,pero ya estoy bien, en serio. - me dice tras ofrecerme un pañuelo. Me seco lacara y me sueno la nariz antes de añadir:
- Sé que ya estás bien, no lo digo por eso. Después de tantotiempo, que te haya dado un ataque tan fuerte no creo que sea normal. Y menosaún sin ningún motivo aparente. Eso no te había pasado nunca. - en mi tono devoz se sigue notando la preocupación, aunque mucho más calmada.
Peeta parece no estar convencido con mis palabras, noentiendo por qué se muestra tan reticente a hablar con el doctor. Antes de quePeeta pueda volver a rechazar la consulta, Haymitch interviene:
- Creo que Katniss tiene razón, muchacho. Yo no te vi en lapanadería, pero tu ayudante parecía muy preocupado y a juzgar por la reacciónde Katniss, a pesar de lo melodramática que es
- me mira levantando las cejas.Opto por ignorarlo y él prosigue. - no estabas en tu mejor momento. Al menosdeberías consultarlo con un profesional.
Le miro cómplice, agradeciéndole que me ayude a convencerlo.Aunque no lo parezca, Peeta puede llegar a ser tan terco como yo, solo quemenos grosero y malhumorado. Es por eso que no lo parece.
- Está bien
- acepta finalmente Peeta. - Hablaré con él.¿Sabíais que podéis llegar a ser muy persuasivos? Estoy empezando a creer queno soy el único bueno con las palabras
- Si a llorar a moco tendido mientras gritas incoherencias y a berrear medio ebrio le llamas tú ser buenocon las palabras
sí, desde luego que lo somos. - comenta Haymitch. Los tres nosechamos a reír como locos. Es exactamente lo que hacemos: yo lloro y chillo ala mínima de cambio y él es raro que se encuentre lo suficientemente sobriocomo para decir algo en pleno uso de sus facultades mentales. Vaya par de dos
no sé qué pinta Peeta con nosotros. Supongo que nos complementamos mutuamente.
- A propósito, ¿por qué no estrenáis el holo con Aurelius?Estoy seguro de que las terapias serían mucho más productivas si os pudieseisver la cara.
El holo al que se refiere Haymitch es un aparato que sirvepara hablar con alguien como si fuese una llamada telefónica, con la ligeradiferencia de que te puedes ver en directo. El día que nos trajo el dichosocacharro y lo llamó así, el estómago me dio un vuelco. Lo primero en lo quepensé fue en Boggs mutilado y el olor a aquél gel negro que se tragó aMitchell. Haymitch pareció darse cuenta de la cara que se me estaba poniendo yme explico rápidamente que, obviamente, no se trataba del mismo holo. Nos lotrajo hará como una semana, suponiendo que lo íbamos a usar para hablar conAnnie y mi madre, pero aún no lo hemos tocado. Tengo que reconocer que no soymuy dada a las tecnologías, jamás se me darán bien.
A pesar de todo, creo que sería buena idea que Peeta lousase para hablar con el doctor. Además, me daría la excusa perfecta para estardelante durante su charla y asegurarme de que Peeta le cuenta todo y no omitepartes para que no parezca tan grave.
- ¡Sería estupendo! - respondo a la proposición de Haymitch.Creo que lo hice con demasiado ímpetu. - Quiero decir, así el doctor podríahablar con los tres a la vez y tener varias versiones de los hechos. Estoysegura de que le ayudará.
Haymitch me mira divertido (seguro que ha seguido el hilo demis pensamientos), pero no me deja en evidencia. Peeta parece desconcertadoante mi entusiasmo por hablar con Aurelius puesto que nunca antes me habíaemocionado mucho la idea, pero no le doy tiempo a rebatirme.
- ¡Venga! Vamos al salón, ¿a qué esperáis? - digo mientras yaestoy saliendo de la cocina.
Llego a la sala y empiezo a toquetear el aparato tratando deaveriguar cómo demonios se enciende, pero el cacharro no responde. Peeta yHaymitch se unen a mí y me observan riéndose. Como no tengo ni idea de usarlo,he empezado a desesperarme y estoy gritándole toda clase de palabrasmalsonantes a la pantallita. Absurdo.
- Anda, trae aquí. No entiendo cómo puedes ser tan torpe yhaber ganado los Juegos del Hambre
- me dice Haymitch y me arrebata el aparatode las manos. Le suelto una mirada amenazadora por su comentario, pero le cedoel cacharro. Lleva tantos años como mentor que ya se ha acostumbrado ainteractuar con esta clase de objetos.
Me siento en el sofá al lado de Peeta, que ya se habíaacomodado y nos miraba a ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando me dejocaer a su lado, pasa su brazo por encima de mis hombros y me dice:
- Tranquila, yo tampoco tengo ni idea de cómo se usa eso.
Quito mi cara de frustración y le dedico una sonrisa. Meencanta perderme en el mar de tranquilidad que parecen ahora sus orbes azules.En un abrir y cerrar de ojos, Haymitch ya tiene el holo conectado y nos avisade que ya está llamando al despacho de Aurelius. Compruebo el reloj, asabiendas de que en el Capitolio son algunas horas menos, así que como aquí esprimera hora de la tarde aún debería de estar trabajando.
En efecto, cinco pitidos infernales después, el doctorAurelius aparece en pantalla:
- ¡Vaya! ¡Menuda sorpresa! No pensé que me fueseis a llamarpor holo. ¿Qué tal estáis?
Me sorprende la buena calidad de imagen del aparato. Lapantalla es bastante grande, por lo que vemos al doctor sin problemas a pesarde que Haymitch la ha colocado sobre la mesa que tenemos en frente. Supongo quellevará algún tipo de cámara incorporada para que nuestro interlocutor tambiénpueda vernos.
- Bien, pasando mucho calor. ¿Qué tal por el Capitolio,doctor? - Peeta es el primero en hablar.
- Ya imagino
vi el parte meteorológico para vuestra zona y elsol os está ajusticiando de lo lindo. Por aquí todo sigue su curso, ya sabéis.Bueno, contadme. ¿A qué se debe vuestra llamada? Y no me digáis que queríaisestrenar el holo
Aurelius se ríe a carcajada limpia mientras nosotrostratamos de no dejarle en feo por su chiste. Siempre tuvo un humor peculiar,muy parecido al de Beete. Supongo que la gente intelectual llega a conclusionesmuy distintas a las del resto de los mortales.
- En realidad llamábamos para hacerle una consulta. - ahora soyyo la que habla. Miro a Peeta dándole a entender que debe ser él el que se locuente.
- Bueno, sí
eh
verá doctor, es que hoy a mediodía, estabareponiendo las baldas de los expositores de la panadería y sufrí un ataque. -le cuenta Peeta.
- Entiendo, pero ya habíamos hablado de los ataques, Peeta. Yate dije que nunca se irían del todo. - el doctor parece no terminar decomprender. Como veo que Peeta no arranca, sigo hablando yo.
- El problema, doctor, es que el ataque le vino sin motivo aparentey no pudo controlarlo. Fue un ataque muy fuerte, porque me lo encontré tiradoen el suelo, como cuando sufría aquellos drásticos cambios de humor en eltrece. Me asusté mucho. Llegué a pensar que estaba volviendo a pasar
- notocómo se me forma un nudo en la garganta al recordar la escena. Peeta me aprietamás contra él.
- Comprendo, comprendo. - contesta Aurelius mientras toma apuntesde lo que decimos. - ¿Habéis sufrido algún cambio drástico en vuestra rutina?Sobre todo tú, Peeta.
- No, no que yo recuerde. - contesta él.
- ¿Cómo que no? - le digo yo de la misma. - ¿Y lo de lafiesta, qué?
- ¿Otra vez con eso, Katniss? No tiene nada que ver
- ¿Ah, no? ¿No tiene nada que ver que te levantes a las cuatrode la mañana para trabajar y no salgas de la panadería hasta las doce de lanoche? ¿No tiene nada que ver que llevemos casi cuatro días viéndonos apenasdos horas? ¿No tiene nada que ver, Peeta? - estoy enfadada con suirresponsabilidad. Peeta se preocupa tanto por los demás que, muchas veces, sedeja a sí mismo de lado.
- Chicos
- suena la voz del doctor Aurelius, pero ninguno lehacemos caso.
- Katniss, te he dicho un millón de veces que si quiero tenertodo listo para la celebración del sábado no me queda otra. No puedo dejar todoen manos de mis ayudantes
- Chicos, por favor
- habla otra vez el doctor, pero seguimosignorándolo.
- Claro, tú di que sí. Échate todo el trabajo a la espalda yacaba volviéndote un muto otra vez. ¡Pues cara nos va a salir la puñeterafiestecita! - ya me he soltado de su agarre y estoy de pie haciendoaspavientos.
- ¿Es que no entiendes que tengo que hacerlo? ¡Todo el mundoespera una gran fiesta para poder olvidar lo que nosotros provocamos, Katniss!¡Ellos se lo merecen! - Peeta también se levanta y eleva su tono de voz. Nopuedo creer que estemos discutiendo. No somos ni pareja oficialmente y ya discutimoscomo si lleváramos años casados
aunque, a efectos prácticos, es casi como si asífuera.
- Chicos, por favor, dejad de discutir
- Aurelius, para serdoctor, tiene muy poca voz de mando. Estamos tan enfrascados en nuestra batallaque casi ni le oímos.
- ¡Pues no! Perdona que no lo entienda, pero no voy a permitirque para que todos puedan disfrutar de una noche especial yo tenga queperderte. Y no me puedo creer que tú seas capaz de anteponer la felicidad de otrosa la nuestra propia, no después de lo que hemos pasado y la de veces que yahicimos eso antes. ¿O te tengo que recordar que aceptamos morir por que otrosvivieran?
Peeta y yo seguimos discutiendo. Todo lo que dice uno lorebate el otro, hasta que la voz de Haymitch (quién había estado observando laescena en silencio) nos hace callar de un grito:
- ¡Ya basta par de maleducados! Se supone que habéis llamadoal doctor Aurelius para que os eche un cable y lo ignoráis completamente paratiraros los trastos a la cabeza. Dejad las peleítas de pareja para otro momentoy haced el favor de sentaros de una maldita vez y escuchad al doctor, que llevamedia hora intentando hablar.
Peeta y yo salimos de nuestra burbuja de reproches al darnoscuenta de que Haymitch tiene razón. El espectáculo que hemos montado delantedel doctor ha sido lamentable. No me extrañaría que decidiera llevarnos devuelta al Capitolio para internarnos en un psiquiátrico.
Nos sentamos en el sofá sin tan siquiera mirarnos. Cada unoocupa una esquina, dejando un hueco enorme entre ambos. Puede que hayamosdejado la discusión para otro momento, pero el cabreo sigue ahí.
- Gracias, Haymitch. - habla con voz cansada el doctor. Creoque le hemos puesto dolor de cabeza incluso antes de empezar la sesión. - Está bien,vayamos por partes
Y así comienza una larga charla en la que el doctor evalúanuestra última semana en el doce.
Es la primera vez que hacemos terapia juntos. Hasta ahora, hablábamos con Aurelius por separado y nunca comentábamos demasiado las charlas entre nosotros. Al fin y al cabo, en las sesiones con el doctor soltábamos todos nuestros miedos, preocupaciones y frustraciones (o lo intentábamos, como en mi caso), por lo que hablarlo ahora todo delante del otro resulta un poco incómodo. Como seguimos enfadados, al doctor le cuesta un triunfo arrancarnos unas míseras palabras que apuntar en su bloc de notas y, a menudo, lo único que obtiene son monosílabos. Haymitch, asqueado por nuestra actitud que, como él mismo definió, es de "mocosos malcriados", se marchó al poco rato de comenzar alegando que tenía cosas más importantes que hacer.
Así las cosas, Peeta y yo nos quedamos solos en casa mirandorna la estúpida pantalla desde la que Aurelius nos hacía toda clase de preguntas sobre nuestra última semana.
- Está bien. Entonces, según me habéis dicho, ambos coincidís en que ha sido una semana estupenda, ¿no es así? - pregunta Aurelius por enésima vez.
- Sí
- afirmo con cansancio. - Solo que se torció el domingo con la aparición de la maravillosísima fiesta de la Libertad. - añado muy molesta. Ya se lo he mencionado al doctor hace escasos minutos, pero siento la necesidad de culpar de algún modo a Peeta de nuestra situación actual, por lo que me reitero.
Peeta, que me había ignorado completamente hasta ahora, se gira bruscamente y me mira.
- ¿Vas a tener el valor de decirle que toda la semana se te fastidió por lo de la fiesta? ¿En serio vas a ser tan cínica? - Peeta me habla con una mezcla de incredulidad y rabia.
- Pues sí, es lo que pienso
- le contesto mientras me vuelvo para dirigirle una mirada desafiante. A estas alturas ninguno va a dar su brazo a torcer, tenga razón o no.
El doctor, al contrario que antes, se muestra muy interesado en nuestra discusión y nos deja seguir. Seguramente sea porque es la primera vez que nos dirigimos la palabra en dos horas.
- Muy bien, entonces tengo que interpretar que todo lo que pasó desde ese instante en adelante ha sido un clavario para ti. Incluso la noche que estuvimos a punto de hacer el amor.
Los ojos se me abren como platos y mi mandíbula casi toca el suelo. Comentarios así ya me suben los colores cuando estamos a solas, con que ahora, con Aurelius delante, debo parecer un arcoíris fluorescente. No esperaba que Peeta fuera a atacarme con eso, sin duda ha sido un golpe bajo. Sobre todo porque sabe de sobra que no fue para nada desagradable y no podré negarlo.
Fue la noche del lunes. Peeta ya estaba inmerso en los preparativos de la fiesta y yo seguía a rajatabla mi rutina de cazar por la mañana y ayudar en la panadería por la tarde hasta bien entrada la noche. Mi ayuda no era del todo necesaria, pero era la única manera de estar cerca de Peeta sin estorbarle en su trabajo o parecer una acosadora. Aquella noche nos quedamos hasta más tarde de lo habitual porque Peeta quería hacer inventario para saber con qué ingredientes contaba y con cuáles no. Mandamos a los chicos a sus casas, puesto que tendrían que volver pronto por la mañana para seguir trabajando. Iba a ser una semana dura. Peeta me sugirió que me fuera si estaba cansada, que ya se encargaba él, pero yo le dije que no a pesar de que estaba molida puesto que quería pasar un rato a solas con él. Rápidamente, nos pusimos manos a la obra. Cuanto antes empezásemos antes acabaríamos. Peeta iba apartando sacos de harina de un lado del almacén al otro mientras yo llevaba el recuento. Cada vez que alzaba un costal no podía apartar mi vista de cómo se contraían sus musculosos brazos y se marcaban sus pectorales en la camiseta mojada por el sudor. Un par de veces llegué a perder el hilo del recuento, por lo que Peeta se acerco a comprobar si no estaba demasiado cansada. Lo cierto es que lo estaba, pero su presencia hacía que me activase de tal modo que en ese momento no hubiese podido dormir aunque hubiera querido. Su cercanía me hizo perder el control. No sabía si se trataba de que el exceso de cansancio me desinhibía, al igual que el vino, o qué. El caso es que, cuando lo tuve cerca, solo pude pensar en arrancarle la camiseta de cuajo y secarle el sudor a lametazos. Lo besé con tanto ímpetu que el propio Peeta se quedó sorprendido. Jamás había sido tan espontánea ni explosiva, pero no pareció desagradarle. No tardó en responderme al beso, sin preguntar el por qué de mi decisión. En aquél momento, éramos incapaces de cuestionarnos nada. Yo misma trataba deconvencerme de que lo que hacía no estaba bien, pero es un caso perdido cuando tienes sobre tus labios los del único hombre que te ha hecho descubrir que hay otro tipo de hambre en la vida. Segundos más tarde, ya estábamos recostados entre sacos de harina que nos hacían de colchón. Mi camisa voló por los aires y la de Peeta la siguió poco después. Bajó sus besos hasta mi vientre y empezó a volverme loca. Nunca antes había sido tan real el término excitación. Estaba a punto de rogarle a gritos que me hiciese el amor, cuando Bun entró por la puerta que daba a la cocina y al almacén comentando algo de que se le habían olvidado las llaves de no sé dónde. Su cara se puso de mil colores al encontrarnos en aquella situación. Apenas acertó en disculparse, coger torpemente lo que había venido a buscar y salir corriendo de allí. Casi no tuvimos tiempo de reaccionar, puesto que salió como un obús de la panadería, pero puedo asegurar que estábamos tan avergonzados o más que él. Jamás nos había ocurrido nada parecido y no supimos como responder. Nos levantamos y tratamos de limpiarnos un poco los restos de harina que teníamos por todo el cuerpo sin comentar nada de lo sucedido. Acordamos en dejar el inventario para otro día y nos fuimos a casa. A pesar de lo embarazoso de la situación, me acosté con una sonrisa en la boca porque había comprobado que lo que quería de Peeta no era solo una bonita amistad.
Miro a Peeta tratando de asimilar lo que hadicho. Aún no me puedo creer que haya sido capaz de usar eso en mi contra. Eldoctor Aurelius nos mira expectante, pero no dice nada. Está esperando unareacción. Yo soy incapaz de articular palabra. En este tiempo he idodescubriendo una faceta del chico del pan que desconocía. Ya atisbé parte deella las veces que discutimos años atrás, pero siempre terminaba cediéndome elterreno, siempre daba su brazo a torcer. Ahora no. Ahora es mucho más férreo queantes y, aunque sigue siendo el de siempre, es como si no quisiera cederme niun ápice de lo que defiende, como si así pudiera proteger lo que siente.
Peeta me mira frío al principio, orgulloso dehaberme dejado descolocada. Sigo con expresión desencajada y muerta devergüenza, esto no se lo perdonaré fácilmente. Quizás me mereciera unescarmiento por asegurar que ha sido un calvario de semana cuando no es cierto,pero se ha pasado de la raya. Nadie tenía por qué saber lo que pasó hace dosnoches en la panadería, a excepción de Bun, claro. No tuvimos más remedio quepedirle disculpas al día siguiente. En realidad fue Peeta el que las pidió ennombre de ambos, yo me limité a asentir sin atreverme a mirarlo a la cara. Bunno pareció darle mucha importancia y acabó diciendo que nos comprendíaperfectamente. Aún no sé que quería decir exactamente con aquello, pero noestoy para darle muchas vueltas.
Peeta va relajando su expresión poco a poco,pero sigue siendo lo suficientemente dura como para darme a entender que estono se ha acabado. Parece meditarlo durante unos segundos y finalmente añade:
- Porque para mi no lo fue, Katniss. Y teniendoen cuenta que fuiste tú la que empezó, no me creo que para ti sí. Así que no mevengas a decir que estabas sufriendo. Si no llega a ser por la interrupción deBun, ambos sabemos cómo hubiésemos acabado. - Peeta hace una pausa para mirarmede nuevo a los ojos.
- ¿Cómo
cómo te atreves a
? - consigobalbucear. Pero soy incapaz de seguir, no se qué decir.
- ¿Cómo me atrevo a qué, Katniss? ¿Cómo meatrevo a decirte la verdad de una maldita vez? ¿Cómo me atrevo a decir por tilo que realmente piensas? Porque estoy harto, Katniss. ¡Harto! Harto de tenerque sacarte las palabras con calzador. Harto de ser yo el que se abre siempre paraque tú me patees el trasero las veces que quieras. - Peeta está fuera de sí.Veo que está realmente dolido. - Anteanoche era la primera vez que tomabas túla iniciativa sin que estuviésemos bajo los efectos del alcohol o bajo lapresión de los Juegos. Era la primera vez que hacías algo por nosotros. No digoque no me quieras, pero ha sido la primera vez que he sentido por completo quequerías eso tanto como yo. - su voz se va apagando a medida que habla. - Losiento si para ti no ha significado lo mismo, pero yo no me arrepiento deamarte. Ya te dije que no te forzaría a nada, que esperaría al momentoadecuado, pero mientras te decides no pienso servirte mi corazón en bandeja deplata. Cuando tú tengas claro lo que sientes por mí estaré encantado de entregártelotodo para siempre.
Cuando termina de hablar, Peeta se lleva lasmanos a la cara y se deja caer de nuevo al sofá, del que se había levantadoinstantes antes. Está abatido, como si decir todo eso le hubiera agotado laspocas fuerzas que le quedaban. Sufría y de nuevo era yo la que le hacía sufrir.Era yo la que, junto con mi cobardía, no le demostraba lo mucho que lo amaba.Por supuesto que no me arrepentía de lo de aquella noche. Es más, me sentíenormemente frustrada por la inoportuna aparición de Bun. Me da vergüenzaadmitirlo, pero deseaba tanto como él haber terminado desnuda entre sus brazos.Sin embargo, mi exceso de orgullo por no perder una estúpida pelea me habíallevado a negarle mi amor a la única persona de este mundo que ha sido capaz derecomponerme en cuerpo y alma y hacerme sentir viva de nuevo. Hasta tal puntoque le he hecho dudar de si aquella noche lo que hice no volvió a ser parte deuna mera actuación.
- Yo
yo tampoco me arrepiento
- mi voz no esmás que un susurro, pero en el silencio sepulcral que nos rodea se oyeperfectamente. Noto como las lágrimas comienzan a salir de mis ojos, pero losbrazos de Peeta no están ahí para reconfortarme. Ya ha dejado bien claro que nopiensa exponerse de nuevo. Me mira con tristeza desde la otra esquina del sofá,pero se limita a suspirar.
Cuando parece que va a decir algo, la voz deun olvidado Aurelius le interrumpe:
- Está bien, chicos. Tranquilizaos, por favor.Esto no os viene bien a ninguno de los dos. - hace una pausa para tomar aire yprosigue. - Volviendo al tema de consulta, creo saber cual ha sido el motivo detu ataque, Peeta. - tanto él como yo levantamos la mirada para hacerle saberque tiene nuestra atención. - ¿Desde hace cuanto que no sigues tu terapia depintura?
Peeta empalidece y traga saliva. No habíamencionado nada al respecto, por lo que yo suponía que había seguido con ella apesar de todo. Sin embargo, el doctor parece haber llegado a otra conclusión.
- Yo
esto
verá, doctor. He estado tan atareadocon lo de la fiesta que
- balbucea Peeta, pero Aurelius lo interrumpe.
- ¿Desde cuándo, Peeta?
- Tres semanas. - contesta él avergonzado.
Un momento. ¿Tres semanas? ¿No ha vuelto apintar desde mi regreso? Seco mis lágrimas y me atrevo a mirarle. Él medevuelve la mirada con una sonrisa triste. Sabe que he comprendido lo que significaeso. No parece importarle haber dejado todo de lado por mi, pero a mi eso mehace sentir como una mierda. Directa o indirectamente, he vuelto a ser yo laque le ha provocado el ataque.
- A quién se le ocurre
- suspiro más para mimisma que para el resto.
- Lo siento, doctor. Pero comprenda que desde elregreso de Katniss lo único que he querido es pasar con ella todo el tiempoposible. Además, su presencia me hacía más bien que pintar un millón decuadros. En todo el tiempo que pasamos juntos no tuve ni un solo amago deataque. - trata de justificarse Peeta.
- Claro, y por eso te ha dado el que te ha dadoesta mañana
- le rebato yo.
- Peeta, Katniss tiene razón. No deberías haberdejado la terapia, al menos no de golpe. Coincido contigo en que estar conKatniss es la mejor terapia que puedes hacer, pero sospecho que el exceso depresión con lo de la celebración, sumado al poco tiempo que habéis pasadojuntos estos cuatro días, a pesar de que lo hayáis aprovechado bien
- los dosmiramos al doctor con cara de pocos amigos, por lo que sigue hablando. - yteniendo en cuenta que has dejado la terapia de golpe, haya podido reactivar elveneno residual de rastrevíspula de tu cerebro, provocándote un ataque tansevero como los que sufrías al principio del tratamiento.
Miro a Peeta con cara de "te lo dije", pero nome siento con ánimo de expresarlo en voz alta. Él, por su parte, agacha lacabeza como un niño cuando hace algo que no debe. ¿Cómo voy a mantener mipostura de mujer fría y fatal si hace eso? Es por eso que, para no lanzarme aabrazarlo y parecer una loca bipolar, decido dirigirme a Aurelius:
- Entonces
¿puede volver a ocurrirle, doctor? -pregunto con miedo a que la respuesta sea afirmativa. Aurelius parece notar miexpresión de terror, porque se apresura a tranquilizarme.
- No, o sea sí. Por poder puede, pero si siguela terapia, aunque sea en menor medida que antes, y baja el pistón con lapanadería, todo debería volver a la normalidad. También sería muy recomendableque dejaseis de discutir e hicierais lo que sentís que debéis hacer.
Quiero pensar que el doctor se refiere a quedejemos fluir la relación y que seamos honestos el uno con el otro. Me niego acreer que ha insinuado otra cosa. Aún así, me sonrojo.
- Está bien, doctor. Lo haré. - acata Peeta.
- Muy bien, chicos. Tomáoslo con calma y hoynada de volver a la panadería, señor Mellark. Disfrute de la compañía de lamaravillosa mujer que tiene al lado, que parece haberlo olvidado.
- Jamás. - contesta sonriente Peeta. A mi el halagome hace colorar.
- Gracias por todo, doctor. Yo me encargaré deque cumpla.
- Estoy seguro de que hallarás la forma depersuadirle, Katniss. Lo dejo en las mejores manos. Cualquier cosa, ya sabéisdónde encontrarme. Un abrazo, muchachos. ¡Hasta otra!
El doctor Aurelius corta la conexión,dejándonos en la más estricta intimidad. Ninguno de los dos dice nada, pero laspalabras sobran cuando, a pesar de todo, sabes que darías tu vida por la personaque tienes al lado.
¡Hola a todos!
Espero que disfrutéis de este larguísimo capítulo ;)
Quería avisaros de que mañana me marcho de vacaciones una semana, por lo que no podré actualizar hasta el lunes 21, más o menos. Aún así, seguiré preparando más capítulos durante mi viaje para poder compensaros a la vuelta.
No voy a ser mala y, a pesar de que este capítulo es largo, creo que podré subir uno más a lo largo del día de hoy.
Una vez más, muchas gracias a todos los que comentáis (me hace muchísima ilusión) y a los que tenéis la historia en favoritos. Gracias a todos por leer.
¡Qué paséis buena Semana Santa! ¡Un abrazo! :D
- Lo siento. - la voz de Peeta rompe el silencio en el que sesumió la casa desde que Aurelius terminó la llamada. - Siento haberte hechollorar. No
no era mi intención. Supongo que la discusión se me fue de lasmanos y
Está cabizbajo, jugando con las manos sobre sus rodillas ymira hacia el suelo. Ha sido la primera vez que me ha chillado de esa forma,por lo que ha sido nuevo para ambos. La costumbre era que yo chillaba y eltragaba, porque yo era la mentalmente desorientada, pero supongo que todo elmundo tiene un límite, incluso Peeta.
Ya no está el doctor Aurelius para mediar en nuestradiscusión ni Haymitch para hacernos callar, por lo que no existe motivo algunopara aplazar más la charla. En algún momento teníamos que hablar sin tapujos.
- No. - le interrumpo. - No te disculpes. Soy yo la quedebería hacerlo. Tienes razón en todo lo que has dicho. Lo único que te hetraído desde que he vuelto han sido quebraderos de cabeza. Entiendo que nopuedas más.
- Eso no es cierto. - me dice, y rompe por primera vez ladistancia que había entre nosotros. - Han sido las tres semanas más felices demi vida, Katniss. Así que no voy a permitir que el Capitolio se interpongaentre nosotros, no de nuevo. Ni inoculándome miles de litros de veneno podríanhacerlo.
Ahora sus manos reposan sobre mis piernas. Yo sigo mirando ala alfombra porque no me atrevo a levantar la vista. Me avergüenza haberlehecho sufrir tanto con mis indecisiones. Nunca había sido tan consciente deello.
- ¿De verdad te hago feliz, Peeta? ¿Te hago feliz con lo pocoque soy capaz de ofrecerte? Creo que estarías mejor sin mí. Seguro que habrámiles de mujeres que puedan ofrecerte más de lo que puedo ofrecerte yo.
Desde que me di cuenta de lo que Peeta significaba para mí,ese pensamiento se me viene a la cabeza como un millar de veces a lo largo deldía. Tengo miedo de que un día Peeta se canse de mi limitada forma de amar ydecida dejarme por una mujer que sí pueda ofrecerle todo lo que se merece. Perolo peor de todo es que no podré hacer nada por evitarlo, porque no puedo negarlela felicidad por la que tanto ha luchado, aún a sabiendas de que la consigue amanos de otra.
- Pues crees mal, porque jamás sería feliz al lado de unamujer que no fueses tú. Porque a poco que tú me ofrezcas, es más de lo quejamás hubiera soñado e infinitamente superior a lo que nadie pueda darme.
Levanto la cabeza y la giro a mi izquierda para encontrarmecon unos ojos azules que me miran con total devoción. Es esa mirada y no otrala que me inspira la paz y tranquilidad suficiente para apaciguar mi fuegointerno. Él es el único bálsamo que consigue calmar las heridas de mi alma y curarlas de mi corazón. Él es mi diente de león.
Me acerco y le doy un beso tierno y delicado, tan tierno ydelicado como los pétalos de las prímulas de mi jardín.
- ¿Cómo puedes tener tan claro que seré capaz de darte lo quenecesitas si ni yo estoy segura de eso? - le digo separando mis labios de lossuyos y con los ojos aún cerrados.
- Porque sería capaz de esperar un millón de años con tal deque me dieses un beso más.
Sus palabras son tan oportunas como bellas, y me infunden elvalor suficiente como para romper cualquier muro que se erija ante mí, inclusolas barreras que yo misma levanto.
- Pues creo que yo no voy a ser capaz de esperar tanto
Acto seguido, le vuelvo a besar de la misma forma que antes,solo que esta vez lo alargo un poco más. Disfruto cada segundo que paso sobresus finos labios como si fuese el último, tratando de memorizar cada recovecode su boca y cada curva de sus sutiles comisuras. Vuelvo a perder la noción deltiempo, como tantas veces me pasa estando a su lado, y no es hasta que él sesepara cuando vuelvo a la realidad.
- ¿Y dices que no eres capaz de darme lo que necesito? - me preguntaPeeta con una blanquísima sonrisa en la boca. Me río de su comentario.
- Eres un hombre fácil de complacer entonces.
- Lo soy, pero si quieres puedo ponértelo más difícil. Dehecho, hay algo que podrías hacer para satisfacerme por completo... - me dicecon sonrisa pícara. Me da miedo lo que pueda pedirme, pero estoy dispuesta ahacer lo que sea con tal de demostrarle que quiero ser la única mujer que lohaga feliz. Yo también quiero ser su diente de león.
- Pídeme lo que quieras.
Peeta arquea las cejas ante mi respuesta. Estoy segura deque no esperaba algo así, menos aún como respuesta a su intencionada preguntaambigua.
- ¿Lo que quiera? ¿Estás segura?
- Completamente.
- ¿Aunque fuera que bañases a Haymitch después de una de susborracheras?
Me río ante su ocurrencia. Que tenga ganas de bromear mehace sentir mejor. No me gusta sentirme lejos de él, y cuando discutimos parececomo si un abismo se abriera entre nosotros.
- Sí, aunque fuera eso. Sería asqueroso, - le digo poniendo una mueca graciosa. - peropor ti lo haría.
- ¡Vaya! En ese caso me he tenido que ganar muy seriamente unhueco en el casi inaccesible corazón de la chica en llamas.
- Tampoco te lo creas tanto, Mellark
- contesto dándole unsuave golpe en el pecho siguiéndole el juego. - Además, alguien ya hizo eso pormí hace cuatro años. Digamos que te lo debo.
Aún recuerdo la primera vez que subimos al tren rumbo alCapitolio y Peeta aceptó encargarse de un muy borracho Haymitch Abernathy. Enaquél momento creí que lo hacía para ganar puntos con él. Ahora sé que lo hizoporque no existe en el mundo persona más buena y desinteresada que PeetaMellark.
- En ese caso, solo queda una cosa más que puedas hacer por míen estos momentos.
- ¿El qué? - pregunto. Realmente siento curiosidad por saber adónde quiere llegar con todo esto. Ya nada me da miedo mientras esté con él.
Peeta se toma su tiempo antes de contestar. Me observa comosi tratara de grabar a fuego mi imagen en su retina. Toma una última bocanadade aire y por fin habla:
- Quédate esta noche. Quédate esta noche y todas las quequieras. Deja que sea yo quien ahuyente tus pesadillas, de la misma forma quetú ahuyentas las mías con el mero hecho de dormir junto a mí. No podríasoportar una noche más sin sentirte entre mis brazos.
Llevo tanto tiempo soñando con volver a dormir sobre supecho que, ahora que tengo la oportunidad, me parece irreal. No puedo creer quese me esté dando de nuevo la posibilidad de conciliar el sueño entre los brazosde la única persona que consigue calmar mis pesadillas, entre los brazos de laúnica persona que amo.
- En ese caso, sigues siendo un hombre fácil de complacer.Nada me haría más feliz.
Nos fundimos en un beso de reconciliación, en un beso dereencuentro, porque esta noche volveremos a dormir juntos. Cumpliré condenacomo buen preso, porque estoy presa de sus besos, presa de su corazón. Dulcecondena la que cumpliré esta noche y durante el resto de noches de mi vida.
¡Dicho y hecho! Aquí tenéis el capítulo que prometí ésta tarde. Siento haber tardado tanto, he estado liada preparando el equipaje ;)
Os deseo una muy feliz Semana Santa a todos y buenas vacaciones a los que, como yo, tengáis la suerte de poder disfrutarlas. Prometo seguir escribiendo para compensaros a mi regreso.
¡Muchas gracias a todos y nos leemos en una semana! ¡Besos! :)
Emocionados con la idea de volver a dormirjuntos, pasamos lo que resta de tarde hablando sin parar. Peeta decidió pintarmeun retrato y, aunque me da algo de vergüenza posar, accedí. Hoy creo que nopodría negarme a nada. Pensé que empezaría de la misma, pero dice que quiereque sea un cuadro diferente al resto. No me ha dado más detalles, tan solo meha dicho que por hoy tenía suficiente con dejarlo todo preparado. Supongo quecuando llegue el momento sabré a que se refiere con diferente.
Cuando me quiero dar cuenta, ya estamos en lacocina preparando juntos la cena. Ha sido un gesto habitual a lo largo de estassemanas (a excepción de los cuatro días que ha pasado encerrado en lapanadería), pero siempre nos separábamos a la hora de dormir. Hoy, sin embargo,el saber que no voy a salir de esta casa hasta mañana y que, por supuesto, éltampoco, me hace sentir incómoda. En cierto modo, creo que también se debe aque es la primera vez que dormiremos juntos premeditadamente. Hasta ahora,siempre había sido algo espontáneo que surgía a raíz de mis pesadillas o de queestuviésemos en la arena. Hoy, aunque siga calmando mis torturas nocturnas, hayun motivo extra que me empuja a desear dormir con él. Aún no lo he definido deltodo, solo sé que, sea lo que sea, me pone muy nerviosa. Cada vez que recuerdoque su cama será la mía en pocas horas, me da un escalofrío que, lejos de serdesagradable, me impacienta hasta límites insospechados.
Ensimismada en mis pensamientos, es el tronarde una tormenta lo que me espabila. A los pocos segundos, un tremendo aguaceroamenaza con inundar el doce. Estas tormentas de verano son criminales
Peeta,que había ido a la despensa a por un par de cebollas, me rodea por detrás consus brazos sobresaltándome y me susurra:
- Me parece que no vas a poder escaparte,preciosa. Menuda manera de llover
Por supuesto, no pretendía irme, pero depronto recuerdo que aún no he cogido el pijama ni la ropa de cambio de mi casa.
- ¡Mierda! - digo asustando a Peeta. - Tenía queir a por mi pijama. Ahora me voy a calar.
Dejo el cuchillo con el que estaba picando lospimientos y, soltándome presurosa del abrazo de Peeta, empiezo a desatarme eldelantal.
- No pensarás salir con la que está cayendo,¿no? - pregunta él con cara de sorpresa.
- Pues si quiero quedarme aquí tendré quehacerlo. No pienso dormir con la ropa de caza. - contesto yo como si fuera lomas obvio del mundo. Con todo el lío de lo del ataque de Peeta, no he tenidotiempo de cambiarme de ropa, además de que me gustaría darme una ducha.
- Bueno, no tendrías por qué dormir con la ropade caza. Tengo un millón de camisetas con las que puedes dormir perfectamente.A ti te llegarán por más de medio muslo. - me sugiere Peeta. Poco despuésañade: - Aunque claro, si te sientes más cómoda durmiendo sin nada
Creo que me pongo de mil colores antes deacertar a pensar alguna respuesta coherente. Últimamente, Peeta está másatrevido de lo usual y no se como lidiar con ello. Cada vez que suelta algoasí, me atacan los nervios y me entran sudores fríos. Al principio, conseguíaignorarlo sin muchas dificultades, pero conforme han ido pasando los días y noha dejado de hacerlo, me cuesta mucho más pensar con claridad y siento latentación de seguirle el juego. Por supuesto no lo hago, pero tengo curiosidadpor saber qué pasaría si lo hiciese. Si realmente estaría tan de broma comoquiere hacerme creer o sucumbiría ante su propia propuesta indecente. Despuésde lo del lunes en la panadería, me inclino más por la segunda opción.
- Eh
no. Mejor cojo mi pijama. Además, quierodarme una ducha y
- Peeta me interrumpe antes de que pueda continuar.
- Vamos Katniss, no seas tonta. Estaba de broma.- se ríe. ¿Y por qué me da que no, Peeta? - Decía enserio lo de que tengocamisetas de sobra, y lo de la ducha no es un problema porque también tengoagua caliente y esas cosas
- trata de ironizar - pero no pienso dejarte salircon el tormentón de ahí afuera.
Miro una vez más por la ventana para comprobarque ya no llueve tanto y ponerle la excusa perfecta, pero el tiempo parececonfabularse con él porque, en ese preciso instante, un rayo surca el cielo yel trueno que se oye a continuación es tremendo. Para colmo, a los dossegundos, la lluvia se intensifica dejando claro que todo el que salga ahora desu refugio acabara calado hasta los huesos y con una severa pulmonía. Tras unlargo suspiro, acepto a regañadientes:
- Está bien, tú ganas.
Peeta sonríe y sigue preparando la cenamientras me informa de dónde están las toallas de baño para cuando suba aducharme. He estado a punto de decirle que no hacía falta, pero con el calorque hace y que he cazado esta mañana
dejémoslo en que necesito un aclarón.
Cenamos un poco de liebre con unos pimientos ycebolla pochada y Peeta se ofrece amablemente a fregar para que yo pueda subirtranquila a su cuarto de baño. Una vez allí, observo primero su habitación: noestá excesivamente recargada, pero sí tiene algún mueble que no reconozco y unpar de fotos en las mesitas de noche. Una es de él y su familia hace unos años,antes de nuestros primeros juegos. Sonrío ante la imagen de un Peeta mucho másjoven y frágil que ahora, muy similar al chico que me dio el pan que me salvola vida. La otra es algo más pequeña, pero rápidamente reconozco la escena: unaniña se abraza a una chica no mucho mayor que ella. Ambas parecen disfrutar delabrazo como si fuera el último que se diesen o el primero en mucho tiempo. Porsupuesto, yo sé que se trata de lo segundo. La niña rubia con dos trenzasmantiene los ojos cerrados y esboza una sonrisa de oreja a oreja. La morena,sin embargo, tiene sus ojos grises bien abiertos, como si quisiera proteger decualquier cosa ese pequeño cuerpecito por el que está esbozando una sutilsonrisa. Somos Prim y yo en nuestro reencuentro después de ganar los 74º Juegosdel Hambre. No sé de dónde la habrá sacado Peeta (supongo que la gente delCapitolio nos sacaría millones en aquel instante), pero el que nos tenga aambas a su lado cada noche me hace sentir la persona más especial del mundo. Nome puedo creer que mi cara y la de Prim sea lo último que ve al acostarse y loprimero al levantarse.
Con una sonrisa en los labios, me meto al bañoy me doy una ducha. Disfruto del agua fresca que ayuda a mitigar la sensaciónde calor que carga el ambiente del distrito. Esperemos que la tormentarefresque un poco las calles. Cuando termino, me envuelvo torpemente en unatoalla y recuerdo dónde me dijo Peeta que podría encontrar sus camisetas. Salgosin mucho cuidado de cubrirme pero, para mi sorpresa, él está sentado al bordede la cama desatándose los zapatos mientras me mira un poco sonrojado.Automáticamente, me viene a la mente aquella noche de hace ya dos años cuandoPeeta entró a hurtadillas en mi casa para dejarme pan y yo lo sorprendí arco enmano, solo que ahora soy yo la que está en su casa y no vengo a dejarle panprecisamente
Pienso en volver a entrar al baño, peroentonces tendría que pedirle a él la camiseta. Por otro lado, ir hasta elarmario yo misma a por ella supondría tener que rodear la cama en la que estásentado con el único cobijo de la corta toalla. ¡Qué desastre!
Al final, no me decido por ninguna de las dosopciones y me quedo entre dos aguas, sin saber que hacer y muriéndome devergüenza.
- Vaya
esto, lo siento Katniss. Pensé que tehabrías llevado la camiseta adentro. - dice Peeta tratando de mirarme lo justo.¿Me lo parece a mí o ese vaya ha sido de admiración? No puedo estar másavergonzada.
- No
no pasa nada. - Sí, sí que pasa. - Deberíade haberla cogido antes, pero ya sabes, la costumbre de vivir sola. - contestoyo soltando risitas absolutamente artificiales y nada propias de mí.
- Sí, te entiendo. - se ríe y me observa dearriba abajo. - Aunque he de admitir que no me resulta para nada desagradable vertepor mi casa en toalla
¿Hola? ¿Eso es a mí? ¡Tierra trágame!Definitivamente, ese "vaya" era de completa y absoluta admiración hacia mifísico. No puedo creer que le resulte atractiva. Vale que no tengo mala figuray que en estos dos años mi cuerpo se ha terminado de formar, pero siempre meconsideré de la media. Lo suficientemente de la media como para que PeetaMellark se fijase en mí de esa forma. ¿Cuántas mujeres mucho más exuberantes queyo no se le habrán insinuado ya? Quiero decir, es Peeta Mellark, el carismáticovencedor de los 74º Juegos del Hambre y el rubio más codiciado de todo Panem
Rodeo la cama hasta el armario ignorando sucomentario, no porque lo desprecie, sino porque no sé que narices se supone quedebo decir frente a algo así. Imagino que lo adecuado cuando se trata de dospersonas que mantienen una relación como la nuestra (aunque no nos hayamosdefinido como nada en especial) sería devolvérselo o, al menos, darle unasonrisa deslumbrante que muestre lo mucho que te gusta oír eso. Sin embargo, yono soy una chica al uso y todo lo que tenga connotación sexual (aunque sea tanligera como ahora) me hace sentir extremadamente incómoda y fuera de lugar. Notengo ni idea de flirtear.
Cojo la primera camiseta que encuentro y rezopor qué sea la más larga del cajón. Oigo como Peeta se ríe tras de mí y dicealgo de "inocente". Me lo han repetido tantas veces que ya nunca me afecta,pero viniendo de él no sé por qué todo me importa más. Cuando vuelvo a pasarfrente a él, me armo de valor y le hablo:
- ¿Decías algo? - se nota que estoy molesta.
- Eh
no, nada Katniss. Pensaba en alto. - mecontesta restándole importancia.
- ¿Y qué pensabas? Porque me ha parecido oíralgo referido a mí
Peeta me vuelve a escudriñar por completohaciéndome sentir algo incómoda, pero trato de disimularlo cruzándome de brazos yesperando pacientemente una respuesta.
- ¿Realmente quieres saberlo? Porque yo creo queno serías capaz de manejar la situación si te lo dijera. - me dice él en untono seductor que pocas veces ha usado, al menos conmigo.
Sigo de pie frente a él y guardando unadistancia prudencial, pero su inusual y grave voz me hace temblar de pies acabeza aún sin necesidad de tocarme. Esto no me puede estar pasando
Me obligoa guardar la compostura y a contestar:
- ¿Y tú qué sabes de lo que soy capaz?
- No me malinterpretes, sé que eres capaz demuchas cosas, pero sigues siendo demasiado inocente
Peeta parece querer provocarme y yo, idiota demí, caigo en su trampa. Que me diga a mis veinte años que sigo siendo demasiadoinocente hiere profundamente mi orgullo de mujer que, a poco que sea, algotengo. Más que nadie, él sabe por qué nunca he podido dedicarme a estas cosascomo el resto de chicas, por lo que el veneno de su comentario cala aún máshondo. Herida hasta la médula por mi chico del pan, me sobrecoge un arrebato devalentía y sin pensármelo dos veces, dejo caer la toalla hasta el suelo. Nuncaretes a algo a una Everdeen.
- ¿Y ahora? ¿Te sigo pareciendo demasiadoinocente? - le digo mientras hago un esfuerzo sobrehumano por seguir desnudafrente a él y no salir corriendo al baño. Sé que me arrepentiré de esto mástarde, pero necesito dejarle claro que él no es el único que ha cambiado eneste tiempo.
Peeta me mira boquiabierto, pero no parecenada disgustado con lo que ve. Se pone de pie frente a mí y me dice:
- Ahora lo que me pareces es la mujer más bellay sensual que jamás hubiera podido soñar.
Acto seguido, me quita con delicadeza lacamiseta que cogí al azar, que resulta que no es camiseta sino camisa, y me laempieza a poner con sumo cuidado y lentitud.
- Pero - prosigue él - no necesito que tedesnudes frente a mí para que me lo demuestres. Me gustas tal y como eres:inocente, valiente, gruñona
y, sobre todo, la mujer más maravillosa que hayaconocido nunca.
Mientras lo dice, va atándome uno a uno losbotones de la camisa que, como él bien predijo, me llega por más de mediomuslo. Mientras tanto yo no sé que hacer. Pretendía dejarlo descolocado con mireacción, pero ha sido él el que me ha dejado sin palabras con su respuesta. Noentiendo como puede ser tan gentil en una situación como esta. Incluso a mí,que estoy muerta de la vergüenza, me está costando no lanzarme a sus labios.
Cuando termina de abotonarme la camisa, me daun casto beso en los labios y me mira con ternura para añadir:
- Te amo, Katniss.
Y yo, sin ser capaz de articular palabra porel gesto de un hombre que me ama, lo sigo a la cama, dónde, por primera vez enmucho tiempo, logro dormir sin pesadillas y sobre el pecho del hombre al queahora sé que amo sin mesura.
¡Ya he vuelto!
Espero que hayáis llevado bien mis vacaciones. Para ser sincera, he echado de menos subir capítulos. Aún así, os prometí que seguiría dándole al tarro y aquí está el fruto de una de tantas noches de escritura ;)
Algunas de vosotras me dejásteis dicho que os gustaban más los capítulos melosos que los de nubarrones. No puedo quitar los nubarrones (¡si no no habría trama!), pero lo que sí he hecho ha sido alargar un par de capítulos más de lo pensado la calma en la que se encuentran ahora nuestros protagonistas. Ya os adelanto que no durará mucho, así que disfrutadla bien.
Deseo que los siguientes os gusten tanto como hasta ahora. Muchas gracias a todos por seguir ahí.
¡Un fuerte abrazo! :D
Noto como una ligera y suave brisa azota micara. Es un alivio que desde la tormenta el calor nos haya dado una tregua, almenos por la noche. Ahora se puede dormir sin tener que alternar la bañera deagua fría con la cama. Voy abriendo poco a poco los ojos, tratando deacostumbrarme a la luz que entra a través de la ventana abierta. Cuando yapuedo ver algo, doy media vuelta para toparme con la serena expresión de unPeeta muy dormido. Aún no me acostumbro a despertarme abrazada en el calor quedesprende su cuerpo.
Es sábado por la mañana y, como hoy es fiesta,no abre ningún comercio. Ayer dejamos preparados los últimos pasteles y panespara la celebración de esta noche, por lo que tenemos el día libre paradisfrutar del ambiente festivo. Tanto el jueves como el viernes, Peeta haestado muy pendiente de que todo estuviese a punto, pero no le he dejadoexcederse con el trabajo, tal y como le prometí a Aurelius.
Observo su rostro mientras duerme, que parecerejuvenecer unos cuantos años si no fuera por la incipiente barba y sus durasfacciones de hombre y no de niño. Me recreo en el ángulo tan marcado de sumandíbula y bajo por ella hasta dar con su barbilla y sus labios, esos labiosque tanto me gusta besar y que tantas palabras coherentes pueden soltar al cabodel día. Sigo con mi escrutinio mañanero hasta que doy con sus eternas ydoradas pestañas. Siempre me he preguntado como pueden no enredársele con cadaaleteo que dan.
De repente, siento que sus brazos se tensan yme acercan más hacia él mientras una rebelde sonrisa aparece en su boca. A lomejor no estaba tan dormido como parecía
- Buenos días, preciosa. - me dice con un ojoabierto y el otro cerrado. Definitivamente, no estaba dormido en absoluto.
Me da vergüenza que me haya cazadoobservándole como si no hubiera mañana, por lo que me sonrojo y le doy unatímida sonrisa antes de contestar.
- Buenos días.
Peeta termina de abrir los ojos y, por lo pocoque le cuesta adaptarse a la luz, determino que lleva más rato que yo despierto.¿Me habrá estado observando de la misma forma que lo he hecho yo?
Me regala una enorme sonrisa que me deja entreverlo feliz que se siente, lo que hace que me pregunte si yo pareceré igual dedichosa a sus ojos. Ante la duda, prefiero dejar en claro que lo soy, por loque le doy un sutil beso en los labios.
- Bueno
- exclama Peeta algo sorprendido y sindejar de abrazarme. - Parece que hoy nos hemos levantado cariñosos, ¿eh?
Y lo soy. Con él lo soy. No puedo evitarlo.
- Déjate de cursilerías, Mellark
Es culpa tuya.- digo tratando de recuperar algo de rudeza de la antigua Katniss, aunque esinútil teniendo a este hombre al lado.
- ¿Culpa mía? ¿Es mi culpa que te hayas vueltotan cariñosa? - pregunta con una sonrisa de medio lado y apretándome más contraél si es que se puede. Apenas queda el espacio justo para que ambos podamosrespirar.
Por la postura, me veo obligada a apoyar mismanos en la base de su cuello y noto todo su torso pegado al mío. Tiene lamaldita costumbre de dormir con unos simples calzoncillos y no sé por qué me daque ni eso lleva cuando duerme solo. Siempre ha sido igual de despreocupado conla desnudez. A pesar de todo, he conseguido acostumbrarme a la cercanía de sucuerpo semidesnudo, aunque cada vez que me roza me recorre un escalofrío quetan conocido se me hace ya
Vale, quizá no me haya acostumbrado del todo y,sinceramente, creo que nunca dejaré de sentir esto cuando me toque como solo élsabe hacerlo.
- Sí. Por supuesto que es tu culpa. Yo antes nohacía estas cosas. - digo intentando no perder el poco control que me queda aestas alturas. - Es más, nunca entendí como a la gente no le daba asco besarse.Siempre lo vi como un mero intercambio de fluidos
- Hablas en pasado. ¿Ya no te parece un merointercambio de fluidos? Porque si aún lo piensas yo estaré encantado deintercambiarlos contigo y hacerte cambiar de opinión
Estando tan cerca de él, de cada diez palabrasque dice me pierdo nueve. Me quedo embobada admirando sus labios en movimientoy soy incapaz de responder con agilidad. Parezco idiota perdida. Como respuestaa su pregunta, le doy un beso bastante menos casto que el anterior.
- Creo que hace tiempo conseguiste que cambiarade opinión respecto a eso. - acabo por decirle cuando separo mis labios de lossuyos.
Peeta me sonríe de oreja a oreja y pienso enlo feliz que me siento al saber que voy a amanecer así cada mañana. Tan solollevo tres días haciéndolo y ya siento que no podría concebir un solo despertarmás sin su calor a mi lado. No solo ahuyenta mis pesadillas (lo que es magnífico,puesto que he dormido de un tirón después de años), sino que me hace sentirprotegida y amada. Dormir a su lado se ha vuelto en la droga más potente quehaya conocido, incluso más adictiva que el licor blanco que bebe Haymitch o lamorflina que tantos dolores palió. Creo que ya nunca seré capaz de dormir si noes entre sus brazos.
¡Aquí estoy!
¿Pensabais que había cambiado mi rutina de actualizar? Para vuestro alivio (y el mío también), no. Trataré de seguir actualizando día a día.
Capítulo romántico para que disfrutéis. Por cierto, os recomiendo aprovecharlo, en el próximo vienen curvas... ;)
¡Muchas gracias por todo! Cualquier duda, queja, sugerencia, halago... etc. ya sabéis: comentad si queréis :D
¡Besos! ^^
Mientras me pierdo en el mar azul de sus ojos,recuerdo la mañana de hace dos días cuando desperté por primera desde elVasallaje a su lado. Esa misma noche había cometido la mayor tontería de mivida. Cuando recuerdo como me mostré completamente desnuda ante sus ojos aún mesonrojo y soy incapaz de mirarlo a la cara por unos instantes. Bien pudohaberse aprovechado de la situación (y temo que yo no me hubiera resistidodemasiado), pero fue tan delicado conmigo que, con ese gesto, consiguió hacermesentir la mujer más afortunada del mundo por tenerlo a mi lado. Aquella mañana,juré y perjuré que haría todo lo que estuviese en mi mano por hacerlo sentirtan afortunado como yo me siento a su lado, costase lo que costase. Eso sí,cuando fuera capaz de dejar de parecer un farolillo rojo
Me costó más de mediodía y unas cuantas burlas por parte de Peeta olvidar el asunto.
Su voz me saca de mis ensoñaciones:
- Creo que deberíamos ir a desayunar. Ya son másde las once.
- ¿Las once? ¡Hace siglos que no me levanto aestas horas!
Y es cierto. Antes de los Juegos porque teníaque cazar para alimentar a mi familia, después por las pesadillas que no meabandonaban y desde que volví porque no dormía a su lado. Creo que las pocasveces que lo hice fue antes de los Juegos porque me puse mala y mi madre medejó no asistir a clase. Cuando aquello, mi padre aún vivía. Hace tiempo, muchotiempo.
- Creo que yo estoy igual. Desde que duermocontigo soy una marmota. ¡Nunca me había costado tanto dejar la cama para ir atrabajar!
Nos reímos un buen rato y, tras unos cuantosbesuqueos más de los que no reniego (quién me ha visto y quién me ve
), noslevantamos a desayunar. Peeta baja antes que yo para ir preparando el café yunos cuantos dulces que sobraron ayer. Sigue haciendo calor, por lo que no memolesto en abrigarme y bajo con el pijama de verano. Ahora tengo mis cosasrepartidas entre mi casa y la de Peeta. El jueves decidí traerme unas cuantasmudas, el cepillo de dientes, ropa de cambio y un par de pijamas. Es absurdoque no termine de traer todo, puesto que casi no paso por mi casa, pero comonadie ha mencionado nada de vivir juntos definitivamente no sé que hacer. Mesentiría más cómoda trasladando todas mis cosas aquí, pero no quiero parecerdemasiado desesperada. Es estúpido, pero me haría sentir sobreexpuesta.
Llego a la cocina y pongo la mesa en lo que Peetatermina de servir el café. Me siento muy cómoda a su lado, como si éste fuerami lugar natural, incluso por encima del bosque. Podría prescindir de todo ysería feliz siempre y cuando él estuviese conmigo. He tardado tanto tiempo endarme cuenta
Cuando termino, me siento en mi sitio, a laespera de que Peeta corte el pan para las tostadas y se ponga a desayunarconmigo. Lo observo de espaldas a mí, cortando rebanadas de pan sobre la tablade madera que protege la encimera. Observo como se tensan los músculos de suespalda y de sus brazos cuando hace fuerza para hundir el cuchillo y no puedofrenar la avalancha de pensamientos impuros que me invaden. Si algo he notadoestos días de convivencia es que mis necesidades fisiológicas han aumentado ala par que lo han hecho mis sentimientos hacia él. Lo que antes de la guerrareconocía como un cosquilleo en el estómago cuando lo besaba, ahora se havuelto de la magnitud de la hambruna que asola un país entero. Creo que sedebe, en parte, a que ya no me niego a mí misma lo que siento por él. Tantotiempo sin poder disfrutar de su compañía hizo que me diese cuenta de lo querealmente necesitaba. Aún así, sigo sin confesarle nada.
- Marchando unas tostadas y un café para laseñorita. - dice Peeta dándose la vuelta con mi plato en una mano y la taza decafé en la otra.
- Muchas gracias, caballero. - le contestotomando la taza de la mesa para pegarle un sorbo.
- ¡Espera! - grita Peeta. Casi tiro todo elcontenido de la taza por el susto.
- ¿Qué? ¿Qué pasa?
- ¡El azúcar! Aún no se lo he echado. - contestacomo si fuera el fin del mundo.
Peeta me echa dos terrones de azúcar en el líquidooscuro. Primero le miro divertida por su gritito histérico, pero pronto mimirada se torna en ternura al saber que no se ha olvidado de que no me gusta elcafé amargo. Puede parecer una tontería, pero ese es el tipo de detalles quecaracterizan a Peeta. El tipo de detalles que lo hacen único.
Desayunamos entre risas y planes para el díade hoy. A la noche será la fiesta que tantos dolores de cabeza nos ha dado, porlo que decidimos disfrutarla al máximo y hacer que hayan valido la pena. Penséque sería un verdadero suplicio asistir a un evento así, pero conforme se haido acercando el día y las cosas han ido mejorando, me encuentro ansiosa pordisfrutar junto a Peeta de una noche tan especial.
Estoy apurando los últimos posos del cafécuando alguien llama a la puerta.
- Ya abro yo. - le comento a Peeta. - SeráHaymitch. Le dije que se pasase hoy por tu casa para darle el pan duro para losgansos. Termina tranquilo.
Peeta asiente con la boca llena y yo melevanto reprimiendo la risa y cojo la bolsa del pan rancio que cuelga delrespaldo de una de las sillas. Haymitch decidió criar bichos de esos hace unassemanas y nos pidió que le diésemos el pan sobrante para ellos. Me dirijo a lapuerta pensando en que ponerme para esta noche. Supongo que debería elegir algomás elegante de lo habitual. Creo que le pediré opinión a Peeta.
- ¡Katniss! ¿Vas a querer un bollo demantequilla? - me pregunta Peeta desde la cocina cuando ya estoy abriendo lapuerta. Giro la cabeza en su dirección a fin de que me escuche mejor y lecontesto. No me importa que Haymitch nos vea así en casa, ya está enterado detodo.
- ¡No, Peeta! Gracias, pero no quiero ocupar másque tú en la cama. - le digo y oigo como se ríe a carcajada limpia. Últimamenteme ceba como a un cerdo sin darse cuenta. Aunque supongo que si fuese porcomerme, lo haría encantado.
Me río a la vez que él y aparto esas tonteríasde mi mente. Me gusta mucho la relación distendida que mantengo con él, parecemosmás amigos que otra cosa a pesar de que, en realidad, somos mucho más que eso.
Termino de abrir la puerta, la cual habíatenido entreabierta durante mi breve conversación con Peeta, y empiezo a hablarcon Haymitch:
- Toma, pesado. Aquí tienes el pan duro. Noentiendo como esos bich
Paro en seco cuando giro mi cabeza hacia lapersona que está frente a mí. Tiene los mismos ojos grises y el mismo aire dela Veta que Haymitch, pero ahí acaban los parecidos. Es alto, muy alto, más delo que lo recuerdo, y tiene una espalda digna de un nadador profesional. Llevael pelo corto, casi al ras por los laterales y algo más largo en la coronilla.No lo reconocería de no ser porque sigue teniendo esa expresión seria ymisteriosa que tanto tiempo admiré. Su nombre es lo único que atino a decir:
- ¿Gale?
El característico olor a humedad, el frío viento azotando micara, el agua del rocío empapando mis botas de cuero al alba, la suave hierbaamortiguando mis pisadas haciéndolas inaudibles a los oídos de mis presas...Eternas mañanas de caza obligada al principio que, con el tiempo, seconvirtieron en la única salida que encontraba para aliviar todos mis pesares.Pesares que ahora, en retrospectiva, me parecen muy ligeros. Eternas mañanas decaza que me sirvieron para conocerme mejor y para sentirme en comunión con elúnico nexo que quedaba entre mi difunto padre y yo. Eternos paseos por elbosque que alargaba a propósito para no tener que volver a la triste realidadde mi distrito. Eterna amistad la que un día se forjó entre pinos, fresnos,arces y abedules y que se corrompió por el odio y la sed de venganza del hombreque una vez fue mi mejor amigo.
Todo esto me golpea de lleno cuando, detrás de la puerta,encuentro a Gale. Su nombre ha salido de entre mis labios más como reflejo queotra cosa. Impresiona verlo después de tanto tiempo y tras lo mal que acabónuestro último encuentro. ¡Mierda! ¡Aún no se lo he contado a Peeta! Me prometídecírselo la noche de la cena de hace casi un mes, pero teniendo en cuenta comoacabó todo aquél día es más que lógico que se me fuera el santo al cielo
Trato de encontrar una salida para el laberinto en el que mehe metido por méritos propios cuando la voz ronca de Gale me llama:
- Hola, Catnip. - a pesar de lo cercano que sonaba antes esemote en sus labios, ahora resulta frío y sin sentimiento, sobre todo por laregia postura que mantiene el dueño de esas palabras. - No esperaba encontrarteaquí. Mucho menos así
¿Encontrarme aquí? ¿Así? No entiendo nada hasta querecapacito y recuerdo que son poco más de las once de la mañana de un díafestivo, que estoy en casa de Peeta y que llevo puesto el pijama. Todo terminade encajar cuando caigo en la cuenta de que le acabo de gritar a Peeta que noquiero ocupar más que él en la cama mientras abría la puerta.
- ¿Qué haces aquí? - trato de llevar la conversación por otrosderroteros.
No quiero darleexplicaciones que no merece al culpable de mi separación de Peeta. Ya loperdoné por lo de mi hermana cuando estuve en el dos (en el fondo soy conscientede que él no tuvo la culpa), pero no he sido capaz de perdonarlo por intentaraprovecharse de la situación cuando estaba de paso por su distrito. Además deempujarme al borde de la muerte al obligarme a huir de él, trató de conseguir ala fuerza algo que yo no le iba a dar. Traicionó nuestra amistad y rompió elúltimo lazo que nos unía. No sé si alguna vez podré perdonárselo.
- Creí que ya lo sabrías
¿También te controlan el correo? -contesta él sarcásticamente.
- ¿De qué diablos hablas, Gale? ¿Qué demonios tendría quesaber? - empiezo a impacientarme. No quiero estar hablando con él, y muchomenos cuando no he tenido tiempo de poner a Peeta sobre aviso de los últimosacontecimientos entre Gale y yo.
- Tengo que reconocer que no esperaba un recibimiento mejor despuésde todo. - dice más para sí que para que yo lo oiga. - Venía a preguntarle alpanadero sobre ti, pero no ha sido necesario. Debí suponerlo
Como llamado por algún reclamo ineludible, Peeta aparece porla puerta de la cocina ajeno a lo que sucede y hablando sin parar sobre lo quequiere hacer hoy durante la fiesta:
- ¿Sabes qué? - le oigo decir en el umbral de la puerta. -Deberíamos saltarnos las formalidades y pasar directamente a la cena. No creoque echen mucho en falta nuestra presencia si nos ausentamos un ratito duranteel pregón. Al fin y al cabo, se me ocurren cosas mucho más divertidas que hacermientras habla el alcalde
Como la puerta está entrecerrada, Peeta no alcanza a verquién se encuentra tras ella desde su posición. Yo me sonrojo al instante porsu proposición indecente y porque me siento incómoda sabiendo que el que estádetrás es Gale. Ya de por sí me cuesta lidiar con esto cuando se trata deHaymitch, con que ahora la situación no puede ser más surrealista.
Peeta recorre los últimos metros que le separan de mídivagando sobre a dónde me llevaría durante nuestra "escapada" de esta noche ycuenta los miles de besos que me daría. ¿Es que no puede ser un poco prudente?Es decir, estoy con la puerta a medio abrir y, aunque sospeches que se trata deHaymitch, no sabes a ciencia cierta quién está detrás. ¡Córtate un poquito!Cualquiera que le oiga va a pensar que somos ninfómanos sin escrúpulos que van gritandoa los cuatro vientos cómo es su vida sexual, cuando lo máximo que ha pasado esque nos hemos tenido que duchar con agua fría un par de veces.
Cuando llega a mi altura, yo ya estoy mirando al suelomuertísima de la vergüenza y matándolo de un millón de formas distintas en mimente. Me rodea la cintura con sus brazos y deja un beso en mi cuello. Yotermino de abrir la puerta y dejo a su vista la imponente silueta de Gale. Sureacción no se hace esperar.
- ¿Gale? ¿Qué haces aquí?
- ¡Vaya! Parece que hoy todos preguntáis lo mismo
- contestacon cierto deje de burla. - No entiendo por qué eres tan hipócrita cuando yasabías que iba a venir. ¿O es que acaso Katniss no te lo contó?
Peeta me suelta y se hace a un lado para quedar a mi vera yfrente a Gale.
- ¿Contarme el qué?
La pregunta bien podría estar dirigida a mi antiguo compañerode caza, pero sé de sobra que soy yo la interpelada y la única que deberesponder a su pregunta. El problema está en que no tengo ni idea de quenarices habla Gale.
- ¿Qué cojones estás diciendo, Gale? - le pregunto tratando deevitar la inquisitiva mirada de Peeta. Bastante mal me siento ya por haberleocultado el verdadero motivo de mi desaparición. Sospecho que esto me traerácola.
- Vamos, Katniss. No seas cobarde ahora. Sé de sobra que tellegó la carta que te mandé desde el Distrito 4. Me encargué personalmente deque no se extraviara.
¿Carta? ¿Qué carta? ¡Un momento! ¡La carta! Recuerdo ir atodo correr a mi casa a por apósitos y alcohol el día que Peeta sufrió elataque y encontrar una en el buzón. Como el sello era del cuatro supuse que seríade mi madre o de Annie y la dejé sobre la mesita de la entrada para leerla mástarde. El problema está en que no volví a dormir ninguna noche más, y cuando lohice fue para coger las cuatro cosas que me he traído a casa de Peeta. Aún así,no recuerdo haberla visto allí cuando volví el jueves, si no la hubiera leído.
- ¿Eras tú el de la carta? Pero, si el sello era del cuatro
-pregunto algo incrédula. Peeta no sabe ni por dónde le pega el aire. Me miracon cara de pocos amigos mientras espera una aclaración. Sin duda cree que lehe ocultado algo.
- Sí, era del cuatro. Estaba allí por unos asuntos delgobierno cuando te la mandé. ¿Acaso no la leíste? - Gale empieza a darse cuentade que no tengo ni idea de lo que me habla.
- No, yo
la vi pero no la leí. - digo cabizbaja. Ambosesperan a que siga con la explicación. - Fue el miércoles, cuando fui a casa apor las cosas para curarte. - levanto la vista y me dirijo a Peeta olvidandopor completo a Gale. No quiero que piense que le he ocultado cosas. Bueno, máscosas
- Vi una carta procedente del cuatro en el buzón, pero la dejé sobre lamesa para leerla más tarde y volví corriendo a tu casa. No me había acordado deella hasta hoy, créeme.
Peeta parece relajarse algo al notar la urgencia de mi voz,pero sigue alerta por la incómoda presencia de Gale. Madre del amor hermoso
siya hay tanta tensión ahora, no quiero saber cómo acabará todo cuando le cuentelo que pasó en el dos.
- Tranquila, te creo. - me dice mirándome a los ojos paratranquilizarme.
Me rodea por los hombros con un brazo y con una voz muchomás dura que antes se dirige a Gale:
- Y, ¿puede saberse que decía esa carta?
- No sé si te gustaría saberlo, panadero.
Gale mira con autosuficiencia a Peeta y éste se tensa a milado, tanto que empieza a hacer demasiada presión con su mano en mi hombro.Justo cuando estoy tratando de encontrar la manera de evitar el asesinatomúltiple que está a punto de suceder, un muy oportuno Haymitch Abernathyaparece por detrás de Gale. Ha pasado de mentor metomentodo a héroe salvador.Esto tengo que hablarlo con él
- Reunión de pastores oveja muerta. - irrumpe en escena con sutípico tono sarcástico. - ¿Me he perdido algo?
Doy gracias al cielo por su bendita inoportunidad, que poruna vez sirve para algo que no sea molestar, y empiezo a maquinar como salir deesta sin más cadáveres a mis espaldas.
Gracias a la más que oportuna aparición de Haymitch, lasaguas volvieron a su cauce y tanto Peeta como Gale enterraron el hacha deguerra, al menos de momento
Cuando la cosa estuvo más calmada, traté desonsacarle a Gale qué diablos hacía aquí nada más y nada menos que el día de laLibertad (se supone que hay que pasarlo en familia, y la suya está con él en eldos), pero no hizo más que esquivar mis preguntas e insistir en que primero debíaleer la carta y luego hablar con él. Está empeñado en que ese es el ordencorrecto de las cosas porque dice que así todo será mucho más fácil. No megusta que sea tan insistente respecto a ello, porque eso quiere decir que loque pone en la carta es importante, y si es importante es porque es sobre sussentimientos, y si es sobre sus sentimientos quiere decir que trata sobre él yyo, y si trata sobre él y yo no hay cabida para Peeta, y eso no puede ser.Tiene que tenerlo claro.
Aún con la puñetera carta esperándome en casa, todavía mequeda por resolver otro asunto no menos importante. No tengo ni idea de cómo levoy a decir a Peeta lo que pasó el día de mi desaparición. Sé que, con Gale porel distrito, será cuestión de tiempo que se entere. La discreción nunca ha sidoel fuerte de mi ex-amigo si alguien no le caía bien y, obviamente, Peeta noentra en su lista de personas favoritas. Aún si no dijese nada, existe laposibilidad para nada remota de que nos oyese discutir sobre el tema (para queengañarnos, no voy a poder evitar eternamente la charla pendiente que tengo conGale), y aunque no lo oyese él directamente, el doce está plagado de lenguasviperinas capaces de todo por un buen chismorreo
¡A saber entonces qué clasede retorcida mentira llegaría a sus oídos! Definitivamente, tiene que oírlo demi boca, aunque me cueste tener que volver a dormir sola.
Haymitch, Peeta y yo nos hemos quedado en casa después deque Gale se fuera. Puso la excusa de que tenía que ir al centro por asuntos detrabajo para darme tiempo de leer la carta y me dejó caer que podríaencontrarlo en la pensión de la plaza cuando estuviese lista. Al parecer sealojará ahí durante su paso por el distrito que, por cierto, no sé durante cuántotiempo se alargará. Por el bien de todos, solo espero que se marche cuantoantes.
Peeta y nuestro mentor están bastante entretenidosterminando de desayunar y charlando sobre la repentina aparición de Gale.Decido que necesito tener toda la información posible para poder hablar conPeeta francamente, por lo que me visto y bajo a prisa por las escaleras. Antesde salir por la puerta aviso de que me voy:
- ¡Me marcho! ¡Volveré antes de la hora de comer! - grito desdela entrada en lo que paro para coger las llaves.
No alcanzo a oír si alguno de los dos contesta algo porque,de la misma, salgo de casa cerrando la puerta tras de mí. No estoy acostumbradaa rendir cuentas sobre cuándo voy, cuándo vengo o cuándo dejo de venir, al finy al cabo llevo siendo independiente desde los once años. De todas formas,procuro hacer un esfuerzo y, al menos, avisar a Peeta de que me marcho.Presiento que si no se lo dijese y no me encontrara durante un tiempodeterminado, por pequeño que fuese, pondría el distrito entero y parte de Panempatas arriba. Supongo que no tuvo que pasarlo demasiado bien cuando desaparecí,no le culpo. Creo que yo actuaría aún peor en su misma situación.
Recorro los escasos metros que separan mi casa de la dePeeta y doy gracias por que sean tan pocos. El calor es sofocante. Desde latormenta, hemos tenido unos días de tregua ya que, a pesar de que seguíahaciendo calor, por las noches refrescaba y se podía pegar ojo, pero lo de hoyes inhumano. Parece que se haya estado acumulando el calor que no ha hechoestos días y alguien lo haya soltado todo de golpe. Entro en casa a todo correry respiro aliviada el aire fresco, consecuencia de haber sido previsora y haberbajado las persianas por completo.
Busco, busco y rebusco por todos lados la dichosa carta,pero no hay ni rastro. En última instancia, recurro a un consejo que me dio mipadre hace muchos años: "cuando no encuentres algo, repasa lo que hiciste hastala última vez que lo viste". Llevo a cabo la misma rutina de aquél día: vuelvoa entrar por la puerta, hago que cojo el botiquín, me dirijo hacía la salida,paro en seco al ver la carta en el buzón, simulo que la cojo, veo el sello deldistrito 4, no le doy más importancia y la dejo sobre la mesita para salir aprisa, cierro la puerta y antes de cerrar oigo que algo se cae
¡Eso es! Lacarta debió de ser aquel ruido. Busco por los alrededores de la mesita y porfin la encuentro tirada tras ésta. La corriente de aire que provocó la puertaal cerrarse debió de hacer que se cayera, lo que también explica que no laviera el día que volví a por mis cosas.
Me dirijo al salón dispuesta a leer el contenido de la cartade una vez por todas. ¡Maldita la hora en la que decidí ignorarla! Estoy segurade que, habiendo sabido que Gale vendría, no estaría metida en el lío a tresbandas en el que estoy. Al menos hubiese tenido tiempo de prevenir a Peeta.Como de costumbre, todo lo hago que hago resulta ser poco, tarde y mal.
Me siento en el fresco sofá y un ligero suspiro de alivioescapa de mi boca. Menos mal que no decidí reamueblar el salón con sofás decuero
Me seco las manos en la tela de mi asiento y, con pulso tembloroso porlo que me pueda encontrar, abro el sobre. Al sacar la carta, lo primero quereconozco son los descuidados e inconfundibles trazos de Gale. Si bien escierto que nunca fuimos juntos a clase por la diferencia de edad, vi su letraen incontables ocasiones cuando íbamos juntos a pedir teselas y teníamos quedeclarar estar conformes con lo que ello suponía. Un triste motivo por el querecordar la letra de alguien, más si se trata de tu mejor amigo. Supongo que elsignificado de aquello fue lo que dejó grabada en mi mente su letra irregular.
La observo por encima: no puede tener más de quinientaspalabras. Gale siempre ha sido hombre de pocas palabras, por lo que presumo quedebió costarle mucho escribir esto. Nos parecemos en tantas cosas
Hoy es eldía que aún recuerdo lo imposible que se me hizo despedirme de mi familiamediante una carta, tal y como sugirió Peeta que lo hiciéramos, después de queno nos dejaran decir adiós tras la cosecha del Vasallaje.
Empiezo a agobiarme por la cantidad de recuerdos nada agradablesque se me vienen a la mente, por lo que decido empezar a leer sin más dilación.Al principio, no me extraña nada de lo que me dice. Supuse que sería losuficientemente cobarde y orgulloso como para no pedirme perdón a la cara, porlo que no me cae de susto que me lo pida así. No es hasta tres cuartos de cartacuando las letras empiezan a bailarme sin orden ni sentido. He terminado deleerla, pero estoy tan en shock por lo que pone que necesito hacerlo de nuevo.Leo una y otra vez la misma frase, la culpable de que todo lo que creía se estéyendo al traste. No puedo creer lo que ven mis ojos. Podría haber imaginadomillones de cosas, pero esto nunca hubiese entrado en mis planes.
¿Intrigadas? Espero que sí ;)
¿Qué será lo que ha leido Katniss que la ha descolocado por completo? ¿Qué puede ser lo que, después de todo, jamás se hubiera imaginado? Si os hacéis las preguntas correctas, estoy segura de que daréis con la solución antes de que yo publique el próximo capítulo ^^ Como pista os puedo decir que recordéis que estamos hablando de Gale...
Muchas gracias por las lecturas (ya son casi 15,000) y por vuestros comentarios. Procuro contestar a todos :) ¡Gracias también a los favoritos!
¡Un fuerte abrazo! :D
Alivio. Esa es la sensación predominante en estos momentos,un profundo e inmenso alivio. Logro salir de mi estado de catatonia y empiezo adoblar la carta de nuevo. Sigo dándole vueltas a lo que acabo de leer puestoque aún soy incapaz de creerlo. ¿Cómo he podido estar tan equivocada? Tantotiempo soportando ésta pesada losa me estaba empezando a hartar, pero por finhe conseguido librarme de ese peso. Tengo la sensación física, y no exagero, deque me acabo de quitar cien kilos de encima. Creo incluso que he rejuvenecidounos cuantos años. De la noche a la mañana, uno de mis mayores estigmas hadesaparecido por completo.
Decido llevarles la noticia a Haymitch y Peeta antes de ir ahablar con Gale. Necesito tiempo para procesar todo para hablar con él y darleuna respuesta definitiva. Ojalá me hubiera preguntado esto antes. Me hubiese hechola mujer más feliz del mundo.
Termino de guardar la carta en su sobre y me levanto delsofá que empezaba a calentarse. Observo por la ventana el infierno de afueraasegurándome de que mi vecino borracho y el chico del pan estén todavía encasa. Deben estarlo porque apenas han pasado veinte minutos desde que salí. Porsi acaso, no me demoro más y salgo de mi casa en dirección a la de Peeta. Bajoel sol abrasador, voy pensando en cómo se lo tomará él, sobre todo cuando lecomunique mi decisión. Lo último que quiero es que le dé un ataque porque estoymás que segura de que, tratándose de mí, no sería para nada leve. Espero que mecomprenda. Era algo que llevaba esperando mucho tiempo y que él no podía darme.
Saco las llaves y abro la puerta principal sin hacer muchoruido. No es que pretenda ser sigilosa en todo momento, pero llevo tantos añossaliendo y entrando a todos los sitios a hurtadillas que ya he cogidocostumbre. Dejo las llaves en un cuenco de cuero que hay en la entrada, al quePeeta ha bautizado oficialmente como "pongotodo" por razones obvias, y medirijo al salón que es de donde provienen las voces. Trato de decidir sienseñarles la carta o no antes de llegar hasta ellos, pero como son escasos losmetros me la guardo en el bolsillo trasero del pantalón y determino que lodecidiré sobre la marcha según como esté el ambiente. A lo mejor no salgo deaquí viva. Solo espero que Peeta no me rechace, al menos como amiga. Aunque notendría ningún derecho a reclamarle nada después de todo lo que le he hechosufrir, sobre todo ahora que me volverá a ver de la mano de Gale.
Me sitúo bajo el marco de la puerta y carraspeo un poco parahacer notar mi presencia, de la que hasta ahora no se habían percatado porqueestán inmersos en una charla muy animada. Peeta es el primero en voltearsehacia mí y me recibe con una hermosa sonrisa y su tranquilo tono de voz. Mesiento tan culpable por lo que voy a hacer
- ¡Katniss! Pensábamos que no volverías hasta la hora decomer.
- Sí, eso pensaba yo también
- dudo un poco, pero finalmenteentro del todo y me siento junto a Haymitch. No quiero estar cerca de Peeta, nodespués de lo que tengo que decirle. Sería jugar sucio y él no se merece eso.
- Poco tiempo has estado dándole vueltas. ¿Algo en especialque te haya ayudado a decidir, preciosa? - pregunta Haymitch con tono agrio ysin levantar la vista de la partida de ajedrez que parecen estar jugando.
Por un instante, el pánico se apodera de mí al pensar queHaymitch pueda saber algo, pero rápidamente lo desestimo. Es imposible. Estoysegura de que Gale no se lo ha dicho a nadie aún (con lo suyo es muy prudente)y yo, como quien dice, me acabo de enterar. Me relajo un poco pero no del todo,puesto que sé que Haymitch es muy capaz de seguir el hilo de mis pensamientos yestoy segura de que, si aún no lo sabe, no tardará en hacerlo. Peeta nos miraun poco confundido. El pobre siempre queda fuera de los tejemanejes entreHaymitch y yo y no se entera de nada. Respiro hondo y trato de ordenar misideas antes de hablar. No creo que en mi caso sirva de mucho, pero trataré deser lo más clara posible. Es hora de coger el toro por los cuernos.
- Precisamente de eso quería hablaros. - digo con voz trémula.
- Lo suponía
- murmura Haymitch sin mirarme aún. - Oh, pero siguepor favor. Tienes toda nuestra atención. - y ahora sí, hace contacto visualdándome a entender que se huele por dónde van los tiros.
Miro a Peeta para evitar la acusatoria mirada de mi mentor,por un lado, y para comprobar que él también me escucha, por otro. Lo observoen un sillón doble frente a mí, con su imperturbable mar azul sobre mi rostro ysu media sonrisa de comprensión sobre mi alma. Lleno mi saco de culpa un pocomás si cabe y me lanzo a herirlo de nuevo. Haymitch siempre tuvo razón, niviviendo cien vidas llegaría a merecerme a ese chico, aunque empiezo a pensarque se quedó corto.
¡Hola de nuevo!
Primero de todo, perdón por no resolver el misterio aún. Sé que dije resolverlo aquí, pero se me hacía muy largo y lo he dejado para el siguiente. Ese ya sí, será el de verdad.
Por otro lado, ¡no me matéis!, ¡os lo ruego! Bueno, matadme si queréis, enviadme rosas blancas y mutos de esos que tanto os gustan, pero no me abandonéis la historia. Os prometo que mañana resolveré todo el entuerto. Me siento como la mala de la película haciendo esto. Entended que necesitaba usar el poder de ser la autora para hacer el mal un poquito jijijiji
Una vez más, muchas gracias por leer y por tenerme en favoritos. Gracias también a las que comentáis, procuro contestar siempre. Hoy no os pediré halagos (me temo que serán maldiciones jajaja), pero estaré encantada de leer vuestros comentarios y saber que opináis. ¡No dudéis en hacérmelo saber! Mañana entenderéis todo ;)
¡Un fuerte abrazo! .III.
P.D: ¡Hasta yo he sufrido escribiéndolo!
Me pierdo durante unos pocos segundos en ese mar en calmaque tengo frente a mí y trato de aprovecharlo como si fuese la última vez,porque después de todo puede que lo sea. Peeta es muy comprensivo, pero quizádespués de lo de hoy no quiera volver a saber nada de mí. Solo de pensarlo elcorazón se me pone a mil por hora. Observo que ambos están en silencio,aguardando pacientemente a que yo me decida a hablar. Peeta hace un gesto conla cabeza para darme ánimos y me sonríe como solo él es capaz.
- Bueno, pues
- empiezo dubitativa. - como ya habréissupuesto, he estado leyendo la carta de la que hablaba Gale y
- joder, ¿porqué es tan difícil?
No sé si hablarles directamente de lo que pone en la carta osi meterlos en situación contándoles lo que pasó en el dos. Está claro quetendré que mencionar algo si quiero que comprendan mi decisión, pero no estoysegura de que Peeta se quede a escuchar el resto una vez que hable de la casi-violación.Madre mía, es que suena fatal
Finalmente decido contar las cosas por encima,sin mencionar nada de eso. No me quiero arriesgar a provocar un homicidio.
- Y
la cosa es que, bueno, el motivo de que él esté aquí hoyes que
- Arranca, preciosa. Que pareces un motor a medio gas. Déjatede rodeos. - me interrumpe Haymitch. Peeta lo mira desaprobatorio e interviene:
- Sigue, Katniss. No le hagas caso.
- Gracias, Peeta.
Tras la interrupción de Haymitch, tengo que volver arespirar hondo y cargarme de valor para seguir con lo que estaba diciendo.
- Como iba diciendo, Gale está en el doce
por mí.
Hago una pequeña pausa para comprobar la reacción de ambos pero, para mi sorpresa, ninguno parece muysorprendido. Al parecer, o era algo que ya se esperaban (cosa muy probable) oson muy buenos mentirosos y tratan de mantener la compostura para dejarmeterminar (cosa que dudo de Haymitch pero que es muy posible en Peeta).
- En fin, él quería que leyese la carta antes de hablar porqueen ella me dice muchas cosas que nunca antes habían salido de su boca y sé quele han tenido que costar mucho.
- Pues mucho no le interesaría decírtelas cuando ha tardado unmes en venir a por ti sabiendo que ya habías aparecido. Me río yo de tusamigos, guapa. - habla Haymitch.
Noto como la ira se me empieza a extender por todo el cuerpoal oír sus palabras. Es cierto que ha tardado en venir, pero lo que importa esque lo ha hecho. No tiene ni idea de cómo es Gale y de lo mucho que le cuestapedir perdón. No tiene ni idea de todo lo que he pasado a su lado antes deconocerlos a ellos. No tiene ni idea de lo que dice en la carta. No tiene niidea de nada. Ni tan siquiera sabe lo que ocurrió en el dos, así que no esquién para juzgarle. Al final, exploto:
- ¡Tú no sabes nada! No eres quién para juzgar los amigos quetengo o dejo de tener. ¡No eres quién para valorar lo que un amigo puede hacerpor otro porque dudo que alguna vez hayas tenido uno!
Al momento que las digo, me doy cuenta de que la he cagadopor la expresión que tiene Peeta. Está decepcionado. No dice nada, pero merecrimina con la mirada que le haya dado un golpe tan bajo a Haymitch cuandolos dos sabemos que, si nunca tuvo a alguien a su lado, fue porque él mismo seaparto de la sociedad para que nadie tuviera que sufrir por su culpa como lepaso a su familia. Además, decirle esto es como decirle que, para Peeta y paramí, él no es nada. Ya me estoy arrepintiendo de lo que acabo de decir. Haymitchse levanta furioso de mi lado, pero yo lo sigo en un ademán de disculpa:
- Haymitch, yo
no quería
- No, está bien. Tienes razón, siempre he estado más solo quela una. Pero, ¿sabes qué? Gracias a eso nunca le he jodido la vida a nadie, nocomo tú, que no paras de hundirle a él - dice señalando a Peeta. - ¿Cómo creesque se sentirá después de que se entere de que no le contaste lo que te hizo Galeen el dos? Uy, creo que me he ido de la lengua
- suelta con falsa inocencia. -Y, después de todo, ¿qué vas a hacer?, ¿abandonarlo de nuevo por el cazador quecasi te viola y por culpa del que desapareciste?
Se calla durante unos segundos para recrearse con laslágrimas que brotan de mis ojos y con mi expresión de derrota. De la mismaprosigue, aunque ya más calmado:
- La próxima vez, te aseguras bien de quién sabe qué cosasantes de acusarme de si soy digno o no de juzgar lo que a mí me dé la gana.Ahora demuestra que aún te queda un poquito de decencia y no sigas jugando conel chico.
Dicho esto, se marcha dando un sonoro portazo y dejándome asolas con Peeta, que no sabe si venir a consolarme, si salir corriendo detrásde Haymitch para evitar su más que probable borrachera o si gritarme yzarandearme hasta sonsacarme todas las mentiras que le he dicho hasta ahora. Medejo caer en el sofá, derrotada. Me he pasado horas ideando la mejor forma dedecirle a Peeta todo lo que ocurrió hace ya dos años para que, ahora, Haymitchse lo suelte de la peor manera posible y sin tacto alguno. Y encima no he sidoyo la que se lo ha dicho. Un reproche más para añadir a la larga lista de losque puede echarme en cara.
Lo que todavía no me explico es cómo sabe Haymitch lo quepasó. Yo, obviamente, no le he dicho nada y Gale, por la cuenta que le traía sino quería que mi mentor lo matase, tampoco. Creía que éramos los únicos que losabíamos, pero al parecer alguien tuvo que enterarse para que llegara a oídosde Haymitch. Aún con la muerte de Snow, parece que las paredes y los bosquessiguen teniendo ojos y oidos.
No oigo nada a mí alrededor, pero sé que Peeta no se ha ido.Seguramente siga en su posición tratando de controlar un ataque que acabe conmi vida o, mucho peor, pensando en cómo escapar de mi lado, porque lo único quehago es matarlo en vida. Poco a poco, voy cesando mi llanto y saco lentamentemi cara de su escondite entre mis rodillas, no porque me apetezca hacerlo (creoque me quedaría a vivir ahí de por vida) sino porque en algún momento tengo queenfrentarme a las consecuencias de mis actos con respecto a Peeta y, tal y comodecía mi madre, las heridas en caliente duelen menos. La cosa es que, cuando seenfrían, ya es otro cantar
Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y aventuro mimirada un poco más allá de mis pies. Como predije, Peeta sigue en su sillón,pero por la expresión perdida que tiene no soy capaz de dilucidar lo que piensaahora mismo. Para ser sincera, nunca he sido capaz de saberlo aún cuando élintentaba mostrármelo, así que no me esfuerzo más en adivinarlo ahora. Hacetiempo llegué a la conclusión de que Peeta está moralmente tan por encima detodos y, sobre todo, de mí que es imposible que pueda comprender en sutotalidad todo lo que siente en cada momento.
En un movimiento brusco, cruza su mirada con la mía y memira con tanta intensidad que creo que empiezo a marearme. Puedo observarperfectamente su inconfundible iris azul, por lo que no está sufriendo unataque. Esa intensidad se debe a lo profundamente dolido que se debe de sentirahora mismo. Aún así, es el primero en articular palabra:
- Voy
- respira hondo - voy a hacer que no he oído nada de loque ha dicho Haymitch. Voy a hacer que no sé nada de tus mentiras, de vuestrosjuegos a mis espaldas ni de
de violaciones. - termina con tono amargo. Suspalabras son como un dedo hurgando en una purulenta y mortal llaga que amenazacon destruirme por completo.
En cuanto empezó a hablar aparté mi vista a un lado. Soy unacobarde. Soy incapaz de mirarlo a la cara sabiendo lo mucho que ha sufrido ysigue sufriendo por mi culpa.
- Ahora, vas a contarme con pelos y señales todo lo que no mehas contado hasta el día de hoy. Y, por favor, no te saltes la parte de laviolación.
Me obligo a mirarlo a la cara y veo como lucha por mantenerlas lágrimas a raya, lo que no hace otra cosa sino acrecentar mi sensación deculpa y hacer manar las mías hacia afuera.
- Peeta, no
no hubo violación. Haymitch sabe cosas, y no meexplico cómo, pero no está bien enterado. - digo tratando de aclarar el puntoque más conflictivo me parece ahora.
- Hazme el favor de empezar por el principio. Yo ya no me creonada.
Noto como las lágrimas corren libres por mis mejillas, peroson lágrimas silenciosas. No hay llanto que las acompañe. No puede haberlo siquiero que me entienda cada palabra de lo que voy a decirle, por lo que loreprimo.
Empiezo, como él me pidió, por el principio, rememorando elpor qué me fui hace dos años. Tengo la sensación de que ha pasado toda una vidaporque ya no me siento como la niña que aún era cuando me marché. La niña queintentaba decidir qué hacer con su vida ahora que le habían dado la oportunidadde vivir de nuevo. No tardo en llegar al punto en el que le mentí cuando dijeque estuve visitando los asentamientos de la frontera. Le cuento lo querealmente sucedió, cómo necesitaba ver a Gale y pedirle explicaciones a cercade todo lo que pasó para poder seguir con mi vida y quizá construir una nuevajunto a él, que había sido el único capaz de traerme de vuelta. Le cuento cómose torció todo el día que Gale y yo paseábamos a solas cuando él interpretócosas que no eran y trató de obtener de mí lo que yo nunca le di.
Cuando llego a este punto, Peeta ya está cerrandofuertemente los puños alrededor de la tela del sofá, pero no me quita atención.Paro para saber si está bien, pero me dice que me despreocupe y me insta aseguir hablando. Asiento levemente y prosigo. Termino de contarle el verdaderomotivo por el que tuve que huir al bosque y cómo estuve a punto de morir heladade frío al huir de Gale hasta que me salvaron los pies negros.
Cuando termino con el relato, o más bien odisea, me quedo ensilencio esperando una respuesta que tarda bastante en llegar.
- ¿Acaso no pensabas decírmelo?
- ¡No! O sea, sí. Sí te lo iba a decir, pero estaba esperandoel momento oportuno para
- Peeta meinterrumpe incorporándose frente a mí de golpe.
- ¿Y cuándo iba a ser eso, Katniss? ¿En mi lecho de muerte? -dice, o más bien chilla, Peeta. Teniéndolo de pies a escaso medio metro de míme siento intimidada y pequeña. Me siento como una minúscula mota de polvo quebien podría él barrer del medio y nadie se daría cuenta. Sin embargo, Peeta noes así y hace algo que sorprendería a cualquiera, incluso a mí que tanacostumbrada debería estar ya a su buen corazón.
Recorre la poca distancia que nos separa y se agacha frentea mí, poniendo sus manos sobre mis rodillas e inclinando la cabeza para mirarmea los ojos porque los tengo fijos en el suelo, cabizbaja.
- Katniss, por favor
júrame que no te tocó. Júrame que escierto lo que me has dicho y fuiste capaz de escapar antes. Júramelo porque sino yo me muero de pena y culpa por no haber estado ahí para protegerte.
Habla con las lágrimas surcando como barcos su rostro. Nopuedo creer que lo único que pase por su mente sea el deseo de seguirprotegiéndome a pesar de lo que le he dicho. Cualquier otro en su lugar estaríatan enfadado que no sentiría nada más que odio hacia mí, pero él no escualquiera, él es mi chico del pan, mi diente de león en primavera, elbrillante color amarillo que significa renacimiento y no destrucción. Lapromesa de que la vida puede continuar por dolorosas que sean nuestraspérdidas, que puede volver a ser buena.
- Te lo juro. - le digo mirándolo a los ojos para que no dudede lo que hablo. No quiero que se culpe por algo que no pasó. Aún si hubiesepasado, tampoco sería el culpable.
Él rompe a llorar sobre mis rodillas, escondiendo su caraentre ellas, en el mismo lugar donde tantas veces yo he llorado. No resisto másy le sigo poco después, apoyando mi frente contra su coronilla y repitiendoentre horrorosos hipidos la palabra "perdón".
Tardamos un buen rato en calmarnos, sobre todo yo. Cuando seve con fuerzas, Peeta se sienta a mi lado y me acomoda en su pecho hasta quelogra calmarme porque ya había empezado a hiperventilar. Es increíble lo quepueden lograr los rítmicos latidos de su corazón.
- ¿Quieres que lo dejemos para otro día? - me pregunta cuandome he tranquilizado.
- No. - le contesto casi de la misma. Prefiero pasar de untirón por el mal trago que tomarlo a poquitos.
Sin darle tiempo a objetar, me enderezo para mirarlo a lacara y sigo hablando:
- Antes dije que Gale estaba aquí por mí. - en cuanto lo digo,una sombra se apodera del rostro de Peeta, pero asiente. - Bien, es cierto.Está aquí por mí, pero no de la forma en la que cree Haymitch y, supongo, tútambién.
- Solo dime una cosa, - me corta Peeta. - ¿le amas?
- ¿Cómo? - pregunto incrédula.
¡Claro que no! ¿Por qué demonios piensa eso? Suponía quecreían que Gale había vuelto para intentar algo conmigo (incluso yo llegué apensarlo), pero nunca pensé que dudaran de que yo fuera capaz de irme con él.Puedo darle el perdón que me ha venido pidiendo en su carta, pero nunca podríadarle nada más porque mi corazón le pertenece a Peeta.
- Que si le quieres. - repite Peeta ante mi confusión.
- No. Y lo sé desde hace tiempo. No. - contesto muy segura delo que digo.
- Entonces, ¿por qué te has alterado tanto al leer la carta?
- Peeta, Gale me pide que le perdone por todo lo que me hizo.Ya lo perdoné por lo de mi hermana, pero no habíamos vuelto a hablar desde
yasabes. - no quiero repetir mis palabras. Son demasiado dolorosas. - La cosa esque, después de leer ciertas cosas que me cuenta en la carta, he decididoperdonarlo. Tenía miedo de que me rechazaras si te decía que lo iba a perdonar,más aún ahora que sabes el motivo por el que me pide disculpas, pero no puedodecirle que no. No después de saber por qué me lo pide.
Una sonrisa involuntaria adorna mi cara al recordar lo quehe sabido de su puño y letra hace nada. Mi muestra de felicidad no hace más queconfundir a Peeta.
- Jamás te rechazaría por perdonar a alguien, Katniss. No sépor quién me tienes. - me dice él algo ofendido. - Pero sí me gustaría saberpor qué lo haces. Perdona que desconfíe, pero nunca has sido muy dada a ofrecertu perdón tan a la ligera.
- Quiere que lo perdone para poder continuar con su vida. -respondo yo.
Como veo que espera algo más, finalmente suelto la frase queaún me cuesta creer:
- Peeta, Gale se va a casar.
¡Os dije que era largo!
Pensé en cortarlo, pero algo me decía que me ibáis a matar si os dejaba a medias, así que lo dejé tal cual.
Bueno, pues el misterio fundamental y vuestra principal duda queda resuelta, ¿no? No os preocupéis por los detalles, que se irán sabiendo a lo largo de los próximos capítulos ;)
¡Espero, esta vez sí, algún halago! O lo que queráis, a mi me hacéis feliz igual.
¡Muchas gracias y un abrazo para tod@s! :D
La expresión de Peeta no tiene desperdicio. Creo que era loúltimo que se esperaba oír. Lo comprendo porque incluso a mí, que fui su amiga durantetantísimos años, la noticia me impactó sobremanera. Recapacitando, recuerdo lamañana del día de la Cosecha que lo cambió todo. Aquella mañana, como tantasotras veces, Gale y yo compartimos confidencias bajo el manto protector que nosproporcionaba la seguridad del bosque. No era raro oír a Gale despotricar entreaquellos árboles sobre el gobierno dictatorial que nos oprimía. Tenía días enlos que parecía que fuese a levantar él solito una revolución a gran escala y,otras veces (mucho más escasas), decidía que debíamos dejarlo todo y huirjuntos al bosque con nuestras familias. Aquel día fue uno de esos.
Yo siempre me lo tomaba con humor, a pesar de que eraconsciente de la pequeña esperanza que residía en sus palabras, pues ambossabíamos que arrastrar a tantos críos por el bosque mientras huíamos del yugoopresor del presidente Snow sería sumamente difícil. Sin embargo, solosseríamos más que capaces. Aquella mañana, Gale me comentó que, si no viviese enel doce, le gustaría tener hijos y formar una familia. Muchas veces me preguntéqué habría pasado si no hubiésemos tenido tantos críos a nuestro cargo o si,simplemente, hubiésemos salido impunes de todas las cosechas y se nos hubiese presentadola ocasión de huir tras criar a nuestros hermanos. Seguramente no estaría aquíahora. Seguramente Panem seguiría siendo lo que era y, todos los años,seguirían muriendo veintitrés niños inocentes para la diversión de unos pocos.Seguramente, Prim estaría viva, pero Peeta ocuparía su lugar, porque si aquél añoyo no me llego a presentar voluntaria él estaría muerto. No porque yo haya sidosu salvadora, sino porque los Juegos no los gana nadie decente y fui yo la que,en mi victoria, arrastré al más noble corazón conmigo. Seguramente viviría amuchos kilómetros del que siempre fue mi hogar, pero nunca hubiese sido tanfeliz como lo puedo ser ahora, después de haber sufrido lo insufrible, porque apesar de todo, es el rostro de Peeta lo primero que veo al despertarme y loúltimo antes de caer rendida al sueño.
- ¿Se
se casa? - pregunta Peeta.
- Sí. Al menos eso me dice en la carta. - le contesto yotendiéndosela para que la lea. Ahora que sabe absolutamente toda la verdad noveo motivo por el que no deba leerla. Puede que Gale pensase en que solo laleyera yo, pero hace tiempo que todo lo que me concierne a mí le concierne aPeeta, y viceversa.
- No hace falta, Katniss. Es tu intimidad con Gale y no mequiero entrometer.
- Pero yo sí quiero que lo hagas. - le insisto posándole lacarta sobre las rodillas. - Quiero
mejor dicho, necesito que la leas. Necesitoque comprendas por qué voy a perdonarlo después de todo lo que me hizo. Despuésde todo lo que nos hizo. Sé que es una tontería porque tú eres como un millónde veces más comprensivo que yo, que soy una terca
, - ambos reímos un poco conla obviedad. - pero me sentiría mejor si lo hicieras. Tómalo como una muestrade que jamás volveré a ocultarte nada. Jamás.
- No seas boba. - habla Peeta sin hacer mucho caso ala carta y centrándose en mí. - No me debes nada y yo no soy quién paraexigirte eso. Eres libre de hacer lo que te parezca, de decir o no las cosasque creas convenientes y de vivir tu vida como quieras y con quien quieras.
Peeta nunca ha tenido el mismo punto de vista sobre lasdeudas que yo. Eso es algo que compartía con Gale. Para nosotros, los favoreshabía que devolverlos siempre, costara lo que costase. Para Peeta, no. Élconsidera que un favor se hace porque sí, porque uno quiere, sin esperar nada acambio. Es un hombre completamente ajeno al interés propio, todo lo que hacepor los demás es desinteresado y por voluntad propia, y siempre lo hace con unasonrisa por bandera. Todo este tiempo a su lado me ha ayudado a ir adoptando,poco a poco, todas esas buenas cualidades que Peeta posee. Está claro que jamáspodré estar a su altura, pero me siento mejor persona a su lado. Siento quepuedo vencerlo todo con una sonrisa y, por extraño que parezca, me gusta. Hedescubierto que me gusta sonreír, y no solo a él. Me gusta sonreír a la genteen general, porque no existe mejor forma de decirle al mundo que has ganado labatalla y que vuelves a vivir.
- Pero cuando quieres compartir tu vida con otra persona nopuedes ocultar cosas
- digo yo en un susurro casi inaudible. No sé de dónde hesacado este impulso de valentía, pero ya que estoy de confesiones, me tiro a lapiscina y le digo lo que tanto tiempo llevo pensando.
- ¿Cómo? - la pregunta de Peeta es más bien retórica. Sé queme ha oído, pero no parece creérselo.
- Quiero compartir mi vida contigo, Peeta. Ni aún queriendosepararme de ti podría porque, cuando lo hago, aunque sea por una discusión momentánea,es como si el mundo entero se me viniera encima. Estas tres noches volviendo adormir contigo he sido tan feliz
y, puede que aún no sepa manejar este tipo desentimientos, pero sé que no son pasajeros. Vivamos juntos.
La voz me tiembla exageradamente, pero estoy muy orgullosade haberme abierto así con él. Puede que no hayan sido las palabras más bellasni las más adecuadas, puede que haya sido demasiado directa e insulsa, pero hesido capaz de dar yo misma el paso que tanto me reclamaba Peeta. Cuandoregresé, dejó bien claras sus intenciones de no forzarme a nada, dándome así laoportunidad de llevar esto a mi ritmo, pero no aguanto más. He querido retrasartanto todo, a fin de estar segura al cien por cien de lo que sentía, que heestado cerca de explotar como unas mil veces. Cuanto más me quería aclararrespecto a lo que deseaba, más me confundía. Todos sus besos, caricias, sonrisas,abrazos y miradas provocan en mí reacciones tan desconocidas que acababa aúnmás desconcertada que antes. Porque sí, puede que sea torpe y no sepa reconocera la primera, ni tal vez a la segunda, sentimientos que vayan más allá de unaamistad, pero no soy tonta y sé perfectamente que nadie me ha hecho sentir loque él consigue con tan solo pronunciar unas palabras.
Peeta me observa, aún sentado junto a mí, sin poder darcrédito a lo que oyen sus oídos. ¡Katniss Everdeen siendo honesta con lo quedesea! A veces doy gracias por no ser tan fácil en ese sentido, de lo contrariohubiese cometido muchas locuras estas últimas semanas. Aunque empiezo a pensarque me estoy perdiendo demasiado
- ¿Lo dices en serio? - pregunta. Está sonriendo como un boboy yo lo hago a la vez que él, porque me encanta que mis actos sean loscausantes de una sonrisa tan perfecta. Últimamente, hacerlo sonreír es uno demis pasatiempos favoritos.
- Completamente. Y ahora que decido se espontánea no me hagaspensarme las cosas mucho que sigo siendo algo inestable. - contesto yo con unapequeña nota de humor. Jamás me arrepentiría de esto. - ¿Puedo?
Al principio no parece comprender mi pregunta, pero no tardaen darse cuenta a lo que me refiero cuando me acerco a él y alterno mi miradaentre sus cautivadores ojos y sus tiernos labios.
- No lo dudes nunca.
¡Muy buenas!
Ante todo, lamento no haber podido actualizar ayer. Estoy entrando en exámenes finales, por lo que me temo que no dispondré del mismo tiempo que hasta ahora para poder actualizar. De todas formas, no os preocupéis. Puede que algún día me pase como ayer y no suba capítulo, pero voy a intentar seguir la tónica que traía hasta ahora y actualizar día a día. Tan solo quiero que tengáis claro que es por razones de fuerza mayor (benditos estudios...).
Espero y deseo que este capítulo compense, en parte, mi ausencia de ayer. Muchas gracias por vuestros comentarios (ya sabéis que procuro contestar) y por las lecturas, ¡que ya son más de 17,000! Gracias también por los casi 100 favoritos.
Estaré encantada de leer todo aquello que me queráis decir :) ¡Un fuerte abrazo a tod@s!
Le doy un trago a la pequeña botella de agua fría que cogíantes de salir de casa. Es pleno mediodía y yo estoy pululando por el distritocon un calor digno del peor de los infiernos, buscando hasta la más pequeñasombra de camino a la pensión en la que se hospeda Gale. Pensaba venir despuésde comer, cuando el sol estuviese un poco más bajo, pero enseguida recordé lafiesta de esta noche y decidí que lo mejor sería terminar con esto de una vez.Gale estará en la celebración, por lo que cuanto antes lo solucione, mejor. Noquiero trifulcas, y menos sabiendo que Peeta estaría involucrado. Además, dadoque la panadería es proveedora oficial, no podemos saltarnos el pregón, a pesarde que Peeta sugiriera cosas mucho menos aburridas esta mañana
Vale, el calorte afecta Katniss, y mucho. Céntrate.
Dejé a Peeta en casa preparando la comida. Me siento muchomejor ahora que no tengo que cargar con la culpa de haberle mentido. Antes desalir, le volví a insistir en que leyera la carta y me prometió que lo haría.Como le dije a él, necesito que la lea para que él mismo compruebe que no leoculto nada. Sé que él no lo necesita, confía plenamente en mí a pesar de lospocos motivos que le doy. Aquí la insegura soy yo. Necesito que la lea paraconvencerme a mí misma de que no le oculto nada, para sentirme un poco másdigna de él.
Entre sofoco y trago de agua, llego a la entrada de lapensión. No es gran cosa (ni punto de comparación con los hoteles que vi en elCapitolio e, incluso, en algún que otro distrito), pero según tengo oído, lamujer que lo regenta lo tiene impoluto y sirve unas comidas exquisitas. Entropor la puerta principal a la recepción y me acerco a la chica que hay detrásdel pequeño mostrador.
- Hola, buenos días. - saludo tras dar un ligero suspiro dealivio al comprobar que tienen instalado un novedoso sistema de airerefrigerado. Antes, esto ni lo olíamos.
- ¡Buenos días! ¿En qué puedo servirle? - pregunta amablementela recepcionista sin levantar apenas la vista de unos papeles.
- Quería saber si se encuentra aquí el Capitán Hawthorne. - nome acostumbro a llamarle por su apellido, ni mucho menos por su grado militar,pero ahora todo el mundo le conoce así gracias a su puesto de gobierno en eldos.
La chica, que hasta ahora mantenía la vista fija en lospapeles y en una pequeña calculadora, levanta la cabeza y dirige su miradahacia mí. En cuanto lo hace, un gesto de sorpresa y emoción asoma en su rostro.Sigo siendo tan conocida como antes. Qué asco.
- ¡Oh! Disculpe, señorita Everdeen. Estoy tan atareada con lascuentas que no me había percatado de que se trataba de usted. - dice conbastante nerviosismo.
- Descuida, no hay problema. - le contesto con media sonrisa ytratando de parecer amable. ¿Dije que me gustaba sonreír? Vale, no. Al menos notanto si voy sola sin Peeta.
- Preguntaba por el Capitán Hawthorne, ¿cierto?
- Así es. Me gustaría saber si se encuentra en su habitación.
Rápidamente, teclea vete tú a saber qué en el ordenador y memira con una sonrisa de oreja a oreja. En realidad la lleva puesta desde que meoyó entrar.
- En efecto. - confirma. - Volvió hace un rato y dejó dichoque la dejáramos pasar expresamente a usted. Habitación 43. Tercer piso,pasillo de la derecha.
- Oh, no. Gracias, pero preferiría que le avisara de que estoyaquí. Dígale que le espero ahí sentada. - le digo a la mujer señalando lospequeños sillones que hay junto al mostrador. Lo último que quiero ahora esencerrarme en una habitación con Gale.
- Como usted mande. Enseguida se lo comunico.
Sin esperar más, me siento en uno de los reducidos sofás ytomo un periódico para leer en lo que aguardo. La recepcionista llama de lamisma a la extensión que, supongo, será de la habitación de Gale. Leo lasección de noticias nacionales, donde se explican los diversos avances que estásufriendo cada distrito. Aunque ya llevo un mes aquí, año y medio es muchotiempo y, de vez en cuando, me sigo sorprendiendo con alguna que otra noticia.Gale no tarda mucho en aparecer por el ascensor que comunica los pisos entresí. Dejo el periódico en su sitio y me pongo de pie. Antes de llegar a mí, leda las gracias a la recepcionista y esta se queda mirándolo como idiota. Solole falta babear. Es cierto que Gale no es para nada feo y tiene un cuerpo deescándalo, pero a mí no me sugiere nada. Quizá sea por todo lo que ha pasadoentre nosotros, que ya no puedo ver en el más que el odio y la ira que una vezlo apartaron de mí. El caso es que Peeta no tiene absolutamente nada queenvidiarle, y puedo hablar con conocimiento de causa
- Hola, Catnip.
- Hola. - respondo yo manteniendo las distancias.
- ¿Por qué no has querido subir? He alquilado la suite. Seestá muy fresco y es estupendo para charlar.
¿Pero qué se cree? ¿Que vengo aquí por gusto y gana? Hay quever lo que ha cambiado el que fuera mi mejor amigo. Antes renegaba de todosaquellos que disfrutaban de estos lujos, y ahora es él el que no solo losdisfruta, sino que alardea de ello.
- Me parece estupendo, Gale. Pero pienso ser breve y notendremos tiempo de acomodarnos. Peeta me está esperando para comer. - no queríastaza, pues taza y media.
Gale me mira con el ceño fruncido y se encoje de hombros.
- Como quieras. ¿Has leído la carta?
- Sí, pero vayamos a hablar a otro sitio. No creo que sea elmejor lugar. - le digo señalando con la cabeza a uno cuantos clientes queacababan de llegar y no paraban de mirarnos y cuchichear. No todos los días teencuentras con el Sinsajo y su guapo "primo".
Gale asiente y me sigue hacia el exterior. No se me ocurre adónde ir con este calor, por lo que decido llevarlo a la pradera. Los sauces dealrededor deberían de proporcionarnos una buena sombra, además de que siguesiendo un sitio poco concurrido, lo que nos dará la privacidad justa quenecesitamos.
Avanzo a paso ligero, sin detenerme a comprobar que Gale mesigue de cerca. Sé que lo hará, puesto que es él el interesado en estaconversación. No hablamos en todo el camino, hasta que, al pasar por la Veta,rompe el silencio:
- Hay que ver lo que ha cambiado todo esto
-dice con algo denostalgia.
Me detengo a esperar que recorra los pocos metros que nosseparan mientras observo con detenimiento mi antiguo hogar. La barriada ya noestá repleta de casas cochambrosas y llenas de humedades. Esas se quemarondurante el bombardeo. Ahora, sobre esos cimientos calcinados que una vez pisédespués de ser rescatada por el trece, se han construido hogares decentes queacogen a familias de todas las clases sociales. La Veta ha dejado de ser elgueto que fue antes de la rebelión. Ahora, los niños corren tranquilos porcalles adoquinadas en dirección al colegio que les asegurará un futuro digno ylejos de las ya extintas minas de carbón.
- Parece mentira que este lugar sea el que nos vio nacer ycrecer.
Me sobresalto al oír a Gale tan cerca. Estaba tan sumida enmis pensamientos que no me había dado cuenta de que ya estaba a mi lado. Lomiro a los ojos y en ellos encuentro la misma nostalgia que siento en mi alma.Si hay algo que no puedo negar es que, a pesar de todo, este siempre será mihogar.
- Es cierto, pero ahora todo es mucho mejor. - le contesto.
- Mucho no, muchísimo. Y todo te lo debemos a ti, Katniss.
Por primera vez en muchos años, reconozco en esas palabrasal Gale que conocí cuando aún era una mocosa. Reconozco ese deje de lucha y justiciaque siempre había caracterizado a mi antiguo compañero. Quizá no esté tanperdido como creo. A lo mejor, ese ser justo aún reside en su interior solo queno encuentra la forma de salir y me está pidiendo ayuda, me está pidiendo perdón.
Sigo mi camino hasta la pradera con Gale a mi lado. Cuandollegamos, elijo el sauce que más sombra parece que da y me siento a esperar queél haga lo mismo. No tarda en imitarme y ambos quedamos mirando hacia el bosque,apoyados en el ancho tronco del árbol, recuperando un poco del espíritu deaquellos dos críos que soñaban con cambiar el rumbo de sus vidas.
- ¿La has leído entonces? - habla Gale al cabo de un rato.
- Sí. - contesto escueta.
- ¿Y qué opinas?
Los dos somos tan patosos hablando que parece unaconversación de besugos. Lo bueno es que, a pesar de los años y el sufrimiento,seguimos entendiéndonos sin necesidad de cruzar muchas palabras.
- Me alegro mucho de que hayas decidido continuar con tu vida.Es una gran noticia, enhorabuena. - le digo sinceramente y mirándolo a la cara.
- Gracias, pero no me refería a eso. ¿Vas a perdonarme,Catnip?
Lo pienso una vez más antes de contestar, pero no hay duda.No solo lo hago por él. Yo también necesito descansar de la constante tensiónen la que vivía desde hace tanto tiempo. Si bien el volver al doce junto aPeeta me hizo olvidar el dolor que me provocó mi encontronazo con Gale, pasécasi dos años maldiciéndole por haberme apartado de mi chico del pan y haberintentado sobrepasarse conmigo. Necesito descansar y dejarlo ir de una vez portodas.
- Sí. Sé que necesitas esto tanto como yo para seguir con tuvida. - le contesto con gesto amable.
- ¡Oh, Catnip! ¡Gracias al cielo! Pensé que no me perdonarías.Aunque, en realidad, me lo hubiese merecido. Sabes que me arrepentiré de porvida de lo que hice. Hoy es el día que me miro al espejo y siento asco de mí mismo.Necesitaba esto como el comer.
Gale me abraza mientras me dice todo eso y no deja desonreír. Me gusta verle así de feliz, lo que no me gusta tanto es que me abracecomo si fuese mi amigo de siempre. Eso se acabó.
- Está bien, Gale. Yo también me alegro, pero te agradeceríaque me soltaras.
- Claro, perdón. Estoy muy ansioso ahora que sé que volveré acontar contigo como amiga. Por supuesto, el día de mi boda espero verte allí.Ya te he contado algo de Serene en la carta, pero me gustaría que la conociesesen persona. A ella le encantará. - dice él muy ilusionado.
Tanto plan y noticia junta no me hace ni una pizca degracia. Que le haya perdonado no significa que esté preparada para ser su amigade nuevo. Ojalá pudiera olvidar tan rápido, pero ya no siento ni por asomo la confianzaciega que antes tenía en él. Se ha convertido en un conocido con el que hacecomo un millón de años compartí cosas maravillosas y los momentos más felicesde mi adolescencia, pero eso fue hace mucho, mucho tiempo. Ya no siento nadamás por él que no sea nostalgia, ya no hay amistad.
- Lo siento, Gale. - le digo incorporándome. Ya es tarde yPeeta me estará esperando. - Te he dado mi perdón porque ninguno de los dosmerecía vivir con la culpa de haber dejado morir nuestra amistad. Yo también tefallé en muchas ocasiones y te pido perdón si llegué a herirte, pero no puedodarte más allá de eso. Ya no eres la persona con la que crecí, al igual que yono soy la que creció contigo. No puedes pedirme que te brinde mi amistad comohacía antes porque no sería capaz. Éramos amigos porque nos necesitábamos másallá de las mañanas de caza, nos necesitábamos para ser felices, para apoyarnosel uno en el otro, pero yo ya no siento eso. Ya no siento que te necesito comoun día sí lo hice.
Observo a Gale desde arriba, que sigue sentado bajo elárbol. Su rostro refleja la confusión del momento. Parece que creía fielmenteen que podíamos recuperar lo que teníamos. No sé cómo es capaz de engañarseasí. Él también tiene que notar la tensión y la incomodidad que noto yo cuandoestamos frente a frente. Si tratáramos de forzar eso acabaríamos explotando deuna forma u otra y solo conseguiríamos hacernos más daño del que ya nos hemoshecho. Es mejor que cada uno siga su camino con la conciencia tranquila.
- ¿Cómo puedes decir eso? - me espeta Gale entre molesto ydesconcertado.
- Cuando estés solo en tu habitación, piensa realmente sicrees que nos haríamos algún bien estando cerca el uno del otro. Nos parecemosdemasiado como para saber que acabaríamos reprochándonos cosas que creíamosolvidadas. No haría falta más que un pequeño detonante, cualquier tontería,para decir en caliente cosas de la que luego nos íbamos a arrepentir. Deverdad, vuelve al dos, cásate y no me esperes, porque no iré. No dudes que osdeseo lo mejor a ti y a tu prometida, y espero que algún día podamos dejaratrás todo el horror que hemos vivido y puedas compartir conmigo la felicidad yel sosiego que yo he encontrado al lado de Peeta.
Gale me mira anonadado por la cantidad de palabrascoherentes que he dicho en cuestión de segundos. Yo misma estoy impactada conmi elocuencia momentánea (porque es momentánea, eso seguro), pero el sentirmepor primera vez tan en paz con una parte de mi pasado me ha permitido hablarcon el corazón y decir todo lo que tenía guardado en mi interior.
Me agacho a la altura de un estupefacto Gale y le doy unbeso en la mejilla y un leve apretón en el hombro, haciéndole saber que la vidacontinúa a pesar de lo que perdemos por el camino. Haciéndole saber que, aunqueya no vayamos a estar juntos, él tiene un futuro por delante por el que debeluchar de la misma forma que yo lucharé por el mío.
Observo a través de la ventana de la cocina como emprende sucamino al centro del distrito. Lleva el pelo recogido en su habitual trenza yuna ligera ropa que le ayuda a combatir el calor de ahí afuera. Sé que tardará,aunque prometió volver pronto, por lo que decido dejar la comida para más tardey me dirijo al salón. Me dejo caer algo abatido sobre el sofá. Me gustaríanegarlo, pero que vaya a hablar con Gale no es algo que me haga mucha ilusión. Aunquesé lo que ella opina, no puedo dejar de sentir una pequeña punzada de dolorsabiendo que estará a solas con él. Sin embargo, lo que más temo es que élpueda volver a hacerle daño. A pesar de que se supone que se va a casar conotra, no puedo quitarme las palabras de Haymitch de la cabeza. "El cazador quecasi te viola" dijo él. Es cierto que dijo "casi", pero yo no pude hacer másque temblar ante la posibilidad de que Gale hubiese llegado demasiado lejos. Norespire medianamente tranquilo hasta que Katniss me juró que no llegó atocarla. Doy gracias a que Gale no estuviese cerca en ese momento, seguramenteno hubiese salido con vida.
Aparto estos nuevos temores de mi mente y decido leer lacarta que Gale le escribió a Katniss. He de admitir que sentía una curiosidadtremenda por saber lo que le decía, pero no se me hubiese ocurrido ni tansiquiera acercarme a ella si Katniss no me lo hubiese pedido tal y como lo hahecho.
Cojo el sobre algo arrugado por las nerviosas manos de michica en llamas y lo abro por la irregular línea que, supongo, ella hizo aldespegar las solapas. Respiro profundamente un par de veces, aún a sabiendas deque no voy a encontrarme con nada que no sepa. De todas formas, leer algo tan íntimodel hombre que compartió tanto con Katniss hace que los nervios me corroan.Siempre me he preguntado si alguna vez compartieron más que palabras en aquelbosque que acallaba el rugir de sus estómagos. Sin duda, sería el lugarpropicio para hacer lo que quisieras sin ser visto. Solo ellos dos se atrevíana adentrarse más allá de la Pradera, es más, lo disfrutaban tanto como yodisfruto el hornear. Son incontables las veces que los recuerdo pasear por laplaza riendo sin parar, dedicándose sonrisas cómplices mientras vendían en laparte trasera de los comercios sus capturas. Por aquél entonces, yo me dedicabaa posar mi mirada furtiva sobre aquella larga y negra trenza que me traía decabeza. Anhelaba ser yo quién la acompañara a lo largo y ancho del distrito ydisfrutara de sus hermosas sonrisas. Años más tarde, caprichos del destino ono, soy yo el que la abraza por las noches y ahuyenta sus pesadillas y es él elque tiene que suplicar un poco de su atención. No me enorgullezco de que seaasí, sé de buena tinta que Katniss ha sufrido mucho por no tenerle cerca, perome hace sentir un poco más importante dentro del intrincado laberinto que es suvida. Nunca me ha dicho que me quiere, ni mucho menos que me ama, pero heaprendido a valorar lo poco que ella es capaz de ofrecerme que, sin dudaalguna, es más de lo que nunca hubiese soñado.
Tras un largo suspiro, desdoblo la carta y observo una letrahasta ahora desconocida para mí. El trazo es irregular y poco cuidado, al igualque el de Katniss. Son tantos los rasgos que comparten que muchas veces mecuestiono si realmente son familia y ellos no lo saben. ¿Y si lo fuesen y lodescubrieran? Realmente eso me allanaría mucho el terreno
¡Oh, vamos Peeta!¿En qué diablos estás pensando? ¡Por supuesto que no son familia! Además, él seva a casar y ella no lo quiere a él. Vale, igual a ti tampoco, pero no creo quesi no sintiese algo por ti, aunque solo fuese aprecio, hubiese estado a puntode hacer el amor contigo en un par de ocasiones
Solo de recordarlo empiezo anotar cómo se anima mi pequeño soldadito. Últimamente me está costando demasiadocontenerme y ya no sé qué narices hacer. Tener que reprimir mis deseos a cada instantey esperar a que ella dé el paso está resultando tremendamente frustrante.Aunque no puedo quejarme de lo espontánea que está siendo estos días, inclusome ha llegado a pillar desprevenido en un par de ocasiones con besos salidos de lanada.
Decido que no es momento de seguir pensando en eso si noquiero acabar tomando una ducha fría antes de tiempo, por lo que centro de unavez por todas mi atención en la carta y comienzo a leer:
Hola, Catnip:
Si estás leyendo esto es porque no has tirado la carta a labasura sin tan siquiera abrirla, lo que ya es de agradecer. Sabes que no soy demuchas ni grandes palabras, no soy tan bueno como el panadero en eso, pero síquiero que entiendas que todo lo que leas aquí es cierto.
Hace unas semanas que me enteré de que habías aparecido.Cuando tu madre me llamó diciéndomelo juro que recorrí toda mi casa dandosaltos de alegría y gritando como un loco. Aunque entiendo que no creas nada delo que te digo después de todo lo que he hecho, han sido los dos peores años demi vida. No sabía si estabas muerta o viva y, si lo estabas, en qué condicionessería. A pesar de todo, siempre he sido un maldito egoísta y lo que más memataba era saber que fui yo el que te empujó a eso. Te juro que me arrepentí alinstante de lo que hice y salí corriendo en tu busca, pero, como bien sabes,fue inútil.
Peeta acudió a mí desesperado al poco tiempo de tudesaparición y yo fui tan poco hombre como para no decirle que sabía lo quehabía pasado. ¡Ay si lo sabía! Pero no. Me fue más fácil descargar mifrustración contra un hombre destrozado que no hacía más que llamarte en sueñoscada noche que dormimos a la intemperie mientras te buscábamos. Oírle así, tandesesperado, y saber que yo era el culpable de vuestro sufrimiento (porque sialgo sabía ya era que tú, allá donde estuvieses, estarías sufriendo por noestar a su lado) me hizo sentir sucio y repugnante.
Cuando dimos la búsqueda por terminada, él se marchó aldoce, abatido y con mis reproches. Le prometí que le avisaría si llegabannoticias pero, por desgracia, nunca pude hacerlo. Durante todo ese tiempo, meenfrasqué en el trabajo. Trabajaba más de doce horas al día con la esperanza deque, al volver a casa, el cansancio fuese mayor que mi pena. Nunca lo era.
Pasó algo más de un año y yo ya vivía como un autómata. Todoeran movimientos mecánicos y aprendidos a base de repetición. Pero un díaapareció ella, Serene. Aquella chica logro sacarme de mis pensamientos yconsiguió hacerme sentir vivo de nuevo, pero la culpa siempre estaba ahí. Noera capaz de ofrecerle todo lo que ella merecía. Me sentía como un monstruo yno me permití tocarla ni una vez más allá de una leve caricia en sus mejillas.Al principio lo achaqué a que seguía enamorado de ti, pero nada más lejos de larealidad. El día que recibí la llamada de tu madre con la noticia de turegreso, no pude sentir otra cosa que alivio. Alivio porque el que túregresaras significaba que yo no debía cargar con tu muerte tal y como tendréque hacer con la de Prim durante el resto de mis días. No fui yo quien mandosoltar aquellas bombas, pero es cierto que las ideé y, supongo, que eso me haceser culpable.
Ahora que sé que estás de vuelta y gracias a Peeta, aunquetú misma te lo niegues, feliz, quiero que sepas que voy a aprovechar un viajede trabajo el día de la Libertad para hacerte una visita. Entenderíaperfectamente que no quisieras verme, pero yo necesito que me escuches,necesito que me perdones para poder seguir con mi vida al igual que túdecidiste seguir con la tuya. Sé que el panadero te hará ser feliz, mucho másde lo que jamás yo hubiese podido hacerlo, pero yo quiero tener también laoportunidad de amar y ser amado. Me quiero casar con Serene, Katniss. La amocomo creí que no podría amar si no era a ti, pero para eso necesito que meescuches y entiendas que si me perdonas podré sentirme menos culpable eintentar empezar de cero.
Te quiere tu mejor amigo,
Gale.
Cuando termino de leer la carta, noto como los ojos se mehumedecen. Nunca me he considerado débil, pero no tengo miedo a expresar lo quesiento. Doblo el papel con sumo cuidado y lo guardo en su sobre. Mientrastanto, medito una a una las palabras de Gale. Nunca pensé que alguien tan friocomo él fuese capaz de sentir cosas tan profundas. Es una estupidez, porquetodo el mundo tiene sentimientos (los demuestre o no), pero era su fachada dehombre arrogante e impasible lo que siempre me hizo pensar eso. Después de leerlo que piensa sobre mí, me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Puede quesea un hombre un tanto agrio y similar a un témpano de hielo, pero sabiendo cómoes Katniss, puedo suponer lo mucho que le costó a él plasmar sus sentimientosen papel. Soy yo el que tiene la facilidad de hacerlo, es por eso que no tienemérito si lo hago. Y es por eso también que ahora valoro todo lo que le dejaescrito a Katniss con tinta indeleble. Indirectamente me está dando laoportunidad de disfrutar a su lado sin reservas, si es que ella así lo decide,porque está cortando el último lazo que la mantenía atada al pasado. Estáretirando de sus frágiles hombros un peso que yo jamás de los jamases hubiesepodido borrar.
¡Hola de nuevo!
Siento no haber podido actualizar ayer, por eso he procurado dejaros este capítulo un poco más largo. Sé que dejé dicho que la carta no sería larga, pero he sentido que debía dejar que Gale también se expresara, aunque fuera así. Me gustaría saber que os parece.
Por lo demás, muchísimas gracias por seguir ahí y siento mucho si algún día os dejo desatendidas, pero las obligaciones me llaman.
¡Un fuerte abrazo! :D
El camino de vuelta no es tan arduo como el de ida. Quizá sedeba a que un par de nubes hayan oscurecido momentáneamente el sol del doce yse pueda caminar sin tanto calor, aunque en el fondo sé que, aún luciendo comolucía antes, yo me seguiría sintiendo mucho más ligera. Quizá se deba al pesoque me acabo de quitar de encima.
Apresuro un poco más mi paso para tardar lo menos posible enrecorrer el camino que va desde el centro del pueblo a la Aldea. Le dije aPeeta que volvería pronto, pero ya deben de ser más de las tres de la tarde. Esla mejor utilidad que le encuentro al sol estos días de verano. No cabe duda dequé hora es.
Resignada a que hoy vuelva a hacer un calor de los mildemonios por la noche, cruzo la entrada de nuestro barrio. Había oído algo deque querían quitarle el sobrenombre de "Aldea de los Vencedores" para no hacerdiferencias entre unos habitantes y otros, sobre todo ahora que cualquierapuede vivir aquí, pero al parecer todo el mundo sigue llamándola igual. Sereshumanos: animales de costumbres.
Pensando en tonterías de ese estilo, llego a la puerta decasa de Peeta. Antes de entrar, me resguardo del sol bajo el pórtico y loobservo por la ventana de la cocina que da a la calle. Anda de un lado a otropreparando la comida. Siempre me ha fascinado su cara de concentración cuandohace algo que le gusta. Me apoyo en el alfeizar de la ventana y sigoobservándolo un rato más. Me siento un poco intrusa de su intimidad, puesto queél no sabe que lo vigilo, pero después del día que llevo con todo lo de Gale,creo que me merezco un rato de sosiego. Si algo he comprobado ya es que Peetaes el único capaz de brindarme la paz que necesito incluso cuando, como ahora,ni él mismo es consciente de ello. El simple hecho de verlo a salvo hace quecualquier preocupación que pudiera tener desaparezca.
Después de un rato perdida en mis pensamientos decidoentrar. Echo un último vistazo a la mesa sobre la que está colocando losplatos: comeremos ensalada. Rica y fresca ensalada. No se me ocurre nada mejorque eso para combatir este calor.
- ¡Ya estoy en casa! - grito desde la entrada para que meoiga.
Peeta se asoma por la puerta de la cocina con una jarra delimonada fresca en las manos y me sonríe ampliamente.
- Hola, Katniss. Llegas justo a tiempo. La comida estáservida.
Se da media vuelta y vuelve a sus labores, terminando deponer la mesa y sirviendo dos vasos de ese rico mejunje de limón con agua y azúcarque conocimos en uno de tantos viajes en tren. Yo lo sigo hasta la cocina,observando sus rápidos movimientos entre unas sillas y otras repartiendo unpoco de comida por aquí y bebida por allá. Me apoyo en el marco de la puerta debrazos cruzados y recorro con la vista su cuerpo. Lleva puesta una camisetadistinta a la que vestía cuando lo dejé en el salón hace unas horas. Esta esblanca, sencilla, parecida a las que usa para hornear solo que más nueva. Loque no es nuevo es como su pecho se marca debajo de ella, como sus abdominalesluchan por no saltar a la vista de cualquiera que los mire, porque es imposibleno mirarlos. La manga corta se ciñe a sus potentes brazos, dejando entrever elresultado de cargar sacos de cincuenta kilos todos los días. Bajo un poco másla vista, aprovechando que está de espaldas a mí sacando algo de la nevera, yme fijo en sus pantalones. Son largos, vaqueros como de costumbre, no muyamplios pero tampoco demasiado pegados, lo justo para marcar su redondo yrespingón trasero
¡Basta! Esto no es serio. No puedo pasarme el díaadmirándolo como una pervertida cada vez que puedo, pero es tan difícil
Noentiendo por qué demonios me cuesta tanto no mirarlo. Antes eso no me suponíaningún problema, nunca he sido de las que van mirando y valorando culos dechicos por ahí. Pero es que con él es todo tan distinto en todos los sentidosque es como si una fuerza interior me llamara a hacerlo, a buscar con mi miradalo que mi mente se avergüenza de desear. A buscar con mis ojos lo que a mismanos les gustaría tocar. He llegado a un punto en el que tengo miedo de estardemasiado cerca de él. No porque piense que pueda hacerme daño, ni mucho menos,sino porque tengo miedo de mí misma. Miedo de hacer algo de lo que luego mearrepienta. Tengo miedo de lanzarme a sus labios como tantas veces estoytentada de hacer y acabar como la noche de la panadería, solo que sin un Bunque nos interrumpa. Tengo miedo de que me haga el amor, precisamente por eso,porque sería hacerme el amor y no simple y llanamente sexo. Tengo miedo ahacerle daño con mi actitud, a no saber corresponder lo que él me brinda, a nopoder darle todo lo que merece. Si algo quedó claro con mi regreso es que yodeseo esto tanto como él, que él no es el único que me expresaría todo lo quesiente porque, aunque me cueste reconocerlo, yo también le haría el amor, nosería solo sexo. Tengo miedo, miedo de amar. Porque todo lo que alguna vez améacabó por desaparecer, dejándome con la miel en los labios y con el regustoamargo de perder algo tan puro como el amor de una persona hacia otra.
¡Muy buenas!
Ante todo, siento el retraso. Ya os dije que ando muy liada con los estudios y no tengo apenas tiempo de respirar. De todas formas, esta semana espero poder recuperar mi rutina habitual de actualizar todos los días antes de meterme de lleno en los finales la semana que viene. Entonces sí que no tendré tiempo para nada, ya os avisaré.
Una vez más, gracias a tod@s por seguir ahí a pesar de mi tardanza y espero que este capítulo os guste tanto como los anteriores. Es algo más corto, pero bien cargadito de sentimientos de la chica en llamas.
De verdad, muchísimas garcias por todo.
¡Un fuerte abrazo! :D
Aunque ha transcurrido sin sobresaltos, la comida no ha sidola más agradable que Peeta y yo hemos compartido. Era necesario que lohabláramos, pero eso no le resta tensión al asunto. Al principio, ninguno supocómo empezar la conversación por lo que nos dedicamos a comer en silencio ladeliciosa ensalada que había preparado, pero la incomodidad del momento no mepermitió disfrutarla del todo. Finalmente, la conversación fluyó, con trabas alinicio, pero sin diques de contención después. Una vez más, Peeta hizo gala desu habilidad con las palabras y me dio pie a hablar contándome él primero quehabía leído la carta, tal y como le hice prometer. No dudaba de que lo hiciese.Aunque suene egocéntrico, sé que es incapaz de negarse a algo que yo le pida deverdad. La gran mayoría de veces es algo que me divierte, porque no suelopedirle más que tonterías para hacerlo flaquear y reírnos un buen rato. Sinembargo, en otras ocasiones, me siento como una fría y calculadora titiriteraque mueve los hilos a su antojo para que él me de la tranquilidad que necesito.El caso de la carta es uno de esos. Sabía que lo que pudiese leer en ella, solopor venir de Gale, podía hacerle daño y yo, solo porque necesitaba sentirmecomprendida, le obligué a leerla. En estas ocasiones me siento ruin, no me sientomerecedora de él, porque él siempre lo dará todo por mí, incluso su propiobienestar, y yo siempre seré la que lo ate a mí, sin pensar en lo que sea buenopara él, porque lo necesito para vivir.
- Entonces, ¿no irás a la boda? - me pregunta Peeta sin dejarde acariciar mi cabello. Hace rato que terminamos de comer y nos fuimos al sofáa relajarnos.
Abro los ojos, que mantenía cerrados gracias a su relajantecaricia, y los dirijo a los suyos. Me mira desde arriba, sin pestañear,dejándome entrever lo poco de acuerdo que está con mi decisión.
- Ya te he dicho que no. Le he perdonado, pero no puedoofrecerle más que eso por ahora.
Mi voz suena distante, lejana, transmitiendo por el aire quenos separa toda la confusión y el dolor que aún siento al recordar aquellosojos grises que tantas veces me proporcionaron la calma que hoy encuentro enesos dos zafiros que me miran sin descanso. Muchas veces me pregunto si algúndía se cansará de mirarme así, con esa devoción y esa entrega, haciéndomesentir la mujer más especial del mundo. Solo espero que no.
- Eres terca como una mula
- dice Peeta soltando una risitade resignación y recostando su cabeza en el respaldo del sofá.
- Lo sabes desde hace mucho, así que no vale quejarse ahora...- le respondo yo, contagiada del buen humor con el que se toma mis reaccionesde niña consentida.
Lo cierto es que lo soy. Quizá ya no tanto lo de niña, perosí lo de consentida. Últimamente me tiene en palmitas, como si fuese unamuñequita de porcelana y pudiera romperme al más mínimo gesto. No voy a decirque me desagrade, aunque a veces me sienta un tanto cohibida, pero desde quemurió mi padre nunca nadie se había preocupado tanto por mí, así que me dejoquerer.
Me incorporo abandonando su regazo, donde había estadoreposando mi cabeza desde que llegamos al sofá, y observo detenidamente surostro. Sus rizos cuelgan ligeramente por el respaldo del asiento, dejando queel sol de la tarde los haga parecer más dorados de lo que ya son. Tiene losojos cerrados, encerrando tras sus párpados el color azul que hace tiempo apodécomo "calmante". La morflina reducía el dolor, pero no te hacía olvidar el porqué estaba ahí, tarea que esas dos orbes azules realizan a la perfección. Tieneuna media sonrisa dibujada en su cara y su respiración es tan pausada quecuesta incluso oírla.
Peeta abre los ojos de repente, sobresaltándome. Tiene lacabeza ligeramente inclinada hacia mí, aún sin abandonar el cómodo descanso queobtiene su cuello del acolchado sofá. Me mira en silencio, del mismo modo queyo lo hacía hasta ahora y que sigo haciendo a pesar de lo nerviosa que me pongosiempre que lo hace tan intensamente. Sus manos viajan hasta mis hombros, queseguían dándole la espalda desde mi posición semi-erguida, y tira de mílentamente hasta que apoyo mi espalda en su pecho y mi cabeza en su cuello. Yome dejo hacer, sintiendo su respiración pausada sobre mi cuello y el subir ybajar de su pecho bajo mi cuerpo. Es una de las sensaciones más relajantes delas que he disfrutado en mi vida.
- Sabes que nunca me quejaría por eso. - susurra él en mi oídohaciendo que una corriente eléctrica recorra mi espina dorsal y me erice los pelos de la nuca. - Aunque tienesu gracia ver lo obstinada que eres a veces y los cabreos que te agarras
- Idiota... - le digo entre risas por su comentario mientrasle golpeo suavemente las costillas con mi codo.
- ¡Auch! - se queja Peeta encogiéndose levemente del ladodonde le he golpeado.
- Deja de sobreactuar, que no te pega. Apenas te he rozado.
- Eres mala, pero no pienses que yo no tengo métodos mucho másefectivos que los tuyos para hacerte decir y hacer lo que yo quiera.
Su voz suena tan ronca y grave sobre mi cuello que no puedoevitar estremecerme al pensar en a qué tipo de métodos se referirá. De untiempo hacia aquí, tanto Peeta como yo nos hemos ido tomando ciertaslibertades, permitiendo conocernos más mutuamente. Algo que he descubierto y meha dejado descolocada por completo es lo atrevido que puede llegar a ser eldulce Peeta. No sería la primera vez que me sale con un comentario subido detono o que sugiere cosas como esta, dándome a entender lo que desea. Pero aúnmayor ha sido el descubrimiento de lo que eso provoca en mí. Conocer esa facetatan íntima del chico del pan ha conseguido despertar en mí sensaciones quehasta ahora solo surgían si me besaba o me acariciaba. Me siento como una quinceañeracon las hormonas revolucionadas a más no poder cada vez que lo hace.
- ¿Y qué métodos son esos? - pregunto yo tras tragar salivatan sonoramente que hasta él ha tenido que oírlo. Decir que estoy como un flanes quedarse corto.
Peeta no responde, al menos no con palabras, y suelta mismanos (que hasta ahora mantenía entre las suyas) para recorrer suavemente misbrazos descubiertos. Noto cada uno de sus dedos arrastrarse sobre mi piel,dejándome sentir el calor que emanan, el cual ya no sé si es producto delbochorno veraniego o de algo más
Cuando llega a mis hombros, posa allí lapalma de sus hábiles manos y roza mi cuello con sus labios, dejándome sentir sualiento. Llegados a este punto yo ya no sé donde esconderme. Mi mente va por unlado y mi cuerpo por otro, dejándome confusa e indecisa ante la reacción quedebo dar a sus caricias. Finalmente, la carne gana y un leve gemido escapa demi boca. Noto la sonrisa de Peeta sobre mi cuello al oírlo y los colores se mesuben a las mejillas, un tanto abochornada por la poca capacidad de contenciónque muestro ante sus "métodos". Me tiene bien calada.
Mantengo los ojos cerrados, tratando de no gemir de nuevo apesar de que es lo único que podría hacer ahora, y decido tomar el control dela situación. Si algo sé a estas alturas, es que él es aún más débil que yocuando lo beso. Hombres
Elevo mis brazos, llevando mis manos a su nuca yarrimándolo a mi boca para plantarle un suave beso en los labios, tierno ydelicado. Peeta reacciona al instante, posando sus manos en mis caderas yaumentando un poco la intensidad del beso.
A pesar de la vergüenza, me aprieto más contra él apoyandotodo mi peso sobre su pecho y siguiéndole el ritmo del beso. Su lengua empiezaa jugar con la mía y yo no puedo evitar sentir el millón de mariposas querecorren mi estómago migrar hasta mi pelvis. Es un cosquilleo sutil, suave yplacentero, por ahora. Desde que lo descubrí no ha hecho otra cosa sinoacrecentarse, a veces hasta tal punto que me cuesta mantener la razón a pesarde que intento hacerlo porque sé que, si no lo hago, no habrá vuelta de hoja.Lo tengo bien clarito desde nuestro encuentro en el almacén de la panadería.
Decido dejarme llevar para poder refugiarme en él de todaslas emociones del día. No quiero perder el control, siempre lo he odiado, porlo que me giro un poco bruscamente y me siento a horcajadas sobre él. Desdeesta posición sé que podré mantener la cabeza fría más fácilmente. Ya me haatrapado un par de veces entre su cuerpo y cualquier otra superficie y he caídocomo una tonta sin remedio en sus provocaciones. Esta vez será él el que caiga.
Peeta se sorprende ante mi reacción. Es la primera vez quellevo la iniciativa en algo que vaya más allá de dar un paseo, ahora que lopienso. Me separo de sus labios para poder asimilar mejor la escena y noto comoese cosquilleo de mi bajo vientre pasa a un nivel mayor. No me gustan lostintes que está tomando esta situación
Es decir, no le gustan a mi parteracional, la irracional está encantada y me temo que va ganando. Peeta me mira conlos ojos sumidos en un turbio azul, muydistinto al que suele tener, y sin apartar sus manos de mi cadera se yerguepara poseer mi boca, que había quedado lejos de su alcance segundos atrás cuandome separé para asimilar la posturita.
Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que tengo,aparto la cara (a pesar de que estoy deseando que me bese) y sonrío de mediolado, dándole a entender que me besará cómo, cuándo y dónde yo quiera. Estoparece encender aún más a Peeta, que deja salir su lado más oscuro, y meaprisiona fuertemente contra su pecho haciendo fuerza con sus potentes brazos sobremi espalda. A mí, que no se qué diablos me pasa, esa acción me descontrola porcompleto y acabo siendo yo quien toma sus labios sin miramientos mientrasenredo mis dedos en su pelo y lo empujo contra mí. Lo beso con fuerza, no soydulce ni tierna, no me ando con rodeos. Sigo mis instintos (los que yo no sabíaque tenía) y le muerdo un poco el labio inferior tirando de él hacia afuera.Peeta gime y yo sonrío. Me siento poderosa, y me gusta. Me gusta mucho.
Por alguna extraña razón, llego a la conclusión de que, sino paramos esto ahora, no llegaremos ni por asomo a la fiesta que empieza a lasocho. No me importaría seguir aquí besando a Peeta, pero no sé qué me asustamás, si el ir a la fiesta o lo que pueda pasar entre nosotros si seguimos porel mismo camino que llevamos ahora
- Peeta
- ¿Hmm? - gruñe él sin desocupar mis labios.
- Peeta, la fiesta
- mi voz suena entrecortada. Esto va a serdifícil hasta para mí.
No sé si no me ha oído o es que está haciendo oídos sordos,y aunque me decanto más por la segunda opción, decido repetir lo que he dichopero con algo más de autoridad, poca pero algo más:
- En serio, Peeta. El pregón es a las ocho y aún no nos hemosduchado.
- Pues dúchate conmigo, así tardamos menos. - ronronea Peeta.
¿¡Ronronea Peeta!? ¿Pero qué diantres?
- ¿Que qué? - pregunto estupefacta separándome de su torso.
- Lo que oyes, que te duches conmigo y así tardamos menos. Obueno, a lo mejor tardamos más
¿Pero a este chico que le han dado? Vale, Katniss. Ahora noescurras el bulto (nunca mejor dicho) porque has sido tú la que lo has llevadoa este punto de locura para luego dejarlo caer de golpe. Demasiado poder paratan torpe mujer.
- No. - respondo con el corazón a doscientas pulsaciones porminuto y más roja de lo que creo haber estado alguna vez. Una cosa es lo quepueda llegar a hacer en el fragor de la batalla y otra muy distinta plantearlotan de sopetón.
- ¡Ay, mi Katniss! Sigues siendo igual de inocente
- dice Peetariendo y negando con la cabeza.
- ¿Ya estás otra vez? - le espeto frunciendo el ceño ycruzándome de brazos. Creo que eso ya quedo zanjado la noche que
en fin, queme desnudé. Aún no me explico cómo pude hacer aquello, ni mucho menos como pudoél contenerse. ¡Hasta a mí me costó!
- No seas boba, sabes que me encanta todo de ti, incluso eso. -contesta Peeta masajeando la arruga de mi frente y dedicándome una de suscálidas sonrisas. - Pero tienes razón, será mejor que nos empecemos a prepararya si no queremos llegar tarde.
Dicho eso, me da un pequeño beso en los labios y me apartasuavemente, dejándome más descolocada que antes y llevándose consigo a la duchatodo el poder que erróneamente creía tener yo.
¡Nuevo capítulo!
Mil perdones por todos estos días de retraso. De veras que lo siento. Soy la primera que desea escribir y actualizar todos los días porque me sirve de terapia anti-estrés, pero estoy con mucho jaleo con los finales.
No os entretengo más. Solo espero que os haya gustado este capítulo un poco más picante que los anteriores y que me dejéis vuestra opinión en un comentario, tanto sensaciones positivas como negativas. ¡No os cortéis! ;)
¡Un saludo tributos! .III.
Recuerdo el día que Prim me hizo prometerle que esperaría aque volviera de clase para probarme todos aquellos vestidos de novia que meenvió Cinna después de anunciar mi compromiso con Peeta durante la Gira. Nuncafui muy femenina, por lo que andar perdiendo el tiempo en probarme vestiditos(cosa que al final no hice) cuando podía emplearlo en cazar y perderme en elbosque me parecía completamente absurdo. ¡Cómo echo de menos ahora tenersentido de la estética! No paro de buscar y rebuscar entre todos los conjuntosque quedaron en el armario de mi casa con la esperanza de que algún rayo de luzme ilumine el camino, porque no tengo ni idea de que ponerme.
Según Peeta subió las escaleras para irse a la ducha, salíde su casa despavorida (recordándome mentalmente que ahora también es la mía) abuscar algo decente que ponerme. Aún no nos hemos puesto serios con la mudanza,por lo que, aunque está hablado, sigo teniendo parte de mis cosas en mi casa dela Aldea. Nada más llegar recordé mi maravillosa bañera y di gracias al cielopor librarme del mal trago que hubiese supuesto tener que ducharme justodespués de Peeta teniendo en cuenta lo mucho que le gusta pasearse en cuerospor la casa. No es que sea desagradable (está más que claro que no), pero nosería la primera vez que se la recorre de arriba abajo con una toalla portaparrabos al más puro estilo hombre del bosque y yo aún estoy demasiado "sensible"después del momento sofá. Definitivamente, no será él el único en ducharse conagua fría
Salgo de la ducha habiéndome quitado unos cuantos grados detemperatura de encima y me envuelvo en una toalla con el firme propósito de recordarlo poco que conseguí aprender de moda y prepararme en condiciones para lafiesta. Con la mente mucho más lúcida después de refrescarme, empiezo a ver luzal final del túnel y consigo hacer una criba general y quedarme con tresvestidos entre los que elegir. En un primer momento pienso en llamar a Peetapara que me ayude a decidir, pero no sé por qué me da que la ducha fría nohabrá servido de nada si lo recibo en toalla y me pruebo modelitos (a cada cualmás femenino) delante de él. Descartada esa posibilidad, decido hacer caso demi intuición y me decanto por el vestido negro. Si recuerdo bien algún consejoque Effie me dio sobre estas cosas durante aquellas interminables horas depreparación para las entrevistas es que el negro es como un comodín, vayas altipo de celebración que vayas es una apuesta segura. A parte del bonito colornegro azabache, el vestido es sencillo, sin florituras ni filigranas. Me lopruebo y me miro al espejo de cuerpo completo de mi armario. La falda, que caesuelta desde mi cintura sin excesivo vuelo, me llega a medio palmo sobre las rodillasy la parte superior se ciñe perfectamente a mis curvas, acabando en un escoteredondo no demasiado pronunciado. Miro mis piernas y decido por una vez hacercaso de otro de los consejos de Effie y uno de los que menos me gusta: lostacones estilizan las piernas.
Odio llevar tacones. Altos, bajos, me da igual. El resultadosiempre es el mismo: un dolor de pies del quince. Mis pobres pies, tanacostumbrados a soportar el trote de un día completo de caza e incapaces deaguantar unas horas subidos a esas armas que carga el diablo. Hago de tripascorazón y recuerdo la tercera y última ley de oro de Effie: para lucir hay quesufrir. Y hoy, sin duda, toca.
Encuentro en el zapatero unos zapatos del mismo color que elvestido. Solo de ver el tacón que tienen empiezo con los sudores fríos, perotengo que reconocer que son soberbios. Son de un negro mate muy bonito, pero loque más llama la atención son las pequeñas tachuelas plateadas que adornan laparte del talón. Me los pongo y me vuelvo a mirar al espejo, ahora con elconjunto completo, y no me queda otra que darle la razón a Effie en silencio.Hasta el vestido parece más elegante por el simple hecho de ir acompañado deunos tacones.
Me bajo de las alturas y termino de prepararme descalzasabiendo que me quedan unas cuantas horas subida ahí arriba. El pelo no mesupone gran problema. Con todo lo que me ha crecido me llega ya por mediaespalda, así que decido dejarlo suelto con su ondeado natural. Reparo porprimera vez en que es un alivio que el Capitolio se llevase con susnovedosísimas técnicas casi el cien por cien de mi vello corporal. En sumomento no me hizo ninguna gracia, pero ahora creo que el vestido no quedaríamuy bonito con las piernas llenas de pelo negro carbón como es el mío. Mi caraya es otra historia. No es que sea fea, pero tampoco soy una maravilla. Almenos puedo decir que tengo suerte de no tener ninguna cicatriz ahí, si notendría que maquillarla y bastante voy a hacer ya dándome un poco de la máscarade pestañas que me dejó Cinna. Cuando lo hago, mis ojos parecen haberseagrandado mucho y el gris de mi iris resalta aún más. Por último, doy un pocode brillo a mis labios.
Por primera vez en mi vida me siento a gusto arreglándome.No quiero decir que las veces que Cinna y mi equipo de preparación me arreglaronno estuviese bien (es más, estaba mucho más que bien), pero el hecho de saberque me preparaban para un fin tan macabro como el de lucirme ante la gente queapostaría por si moriría o no me repugnaba. Es por eso que nunca disfruté de laimagen que daba. Sabía que jamás en mi vida me volvería a ver tan guapa, perono podía disfrutar de una imagen que no reflejaba quién era realmente, unaimagen que no reflejaba a la chica que había sacado adelante a su familiacazando en el bosque, una imagen que decía ser yo pero que no era más que elreflejo más oscuro de mi personalidad. Peeta tuvo razón todo este tiempo, yotampoco quería que me cambiaran.
Miro por la ventana y veo como el sol ya empieza aesconderse. Ha debido pasar al menos hora y media desde que llegué a mi antiguacasa y me empecé a preparar. Peeta se debe de estar preocupando ya de que noaparezca, seguro que cree que me he arrepentido de ir y lo he dejado tirado enel último instante. No le culpo, es muy propio de mí salir huyendo.
No lo pienso más y me subo a los mortales zapatos antes dearrepentirme. Me echo un último vistazo y quedo mucho más que satisfecha con miimagen. Aunque físicamente no parezca yo, esta vez no me han cambiado, no meestoy preparando para matar a nadie, esta vez me preparo para disfrutar comocualquier persona debería haber podido hacer siempre.
El sonido del timbre irrumpe en la casa y supongo que Peetahabrá deducido que estoy aquí. Peeta
no puedo esperar a ver la cara que ponecuando descubra que no solo no me he arrepentido, sino que he decidido cambiardrásticamente de atuendo. He aprendido a cuidar un poco más mi aspecto desdeque estoy con él. En realidad, lo hago más por mí misma que por agradarle. Séque a Peeta le parecerá bien me ponga lo que me ponga, pero hace tiempo que nopuedo reprimir la necesidad de sorprenderlo así. No es gran cosa, pero mecomparo con la cara lavada al resto de chicas del distrito y sé que nosobresalgo. Debería bastarme con saber que Peeta solo tiene ojos para mí, perolas demás solo tienen ojos para él y no me gusta ni un pelo. Joder, parezco unaloca posesiva.
Antes de bajar por las escaleras recuerdo coger un pequeñobolso de mano a juego con las tachuelas de los zapatos. En realidad lo llevomás como adorno que otra cosa. Trato de no caer rodando y suelto un suspiro dealivio cuando toco tierra firme en la planta baja. Otra de las cosas que no megusta de llevar tacones es el ruido que hacen. Medio distrito se ha tenido queenterar ya de que acabo de bajar las escaleras. ¡Qué escandalera! Medio-corromedio-ando hasta la puerta, agarro de la manilla y preparo mi mejor sonrisaantes de abrir.
Lo que no me esperaba al hacerlo era encontrarme con elPeeta más sensual de toda la historia. Aunque sospecho que mi criterio ya no esmuy objetivo teniendo en cuenta la cantidad de veces que puedo pensar eso alcabo del día, creo que ahora lo digo con conocimiento de causa. Peeta viste unacamisa azul clarita con el cuello corto y sin vuelta ("cuello mao" le escuchédecir a Portia una vez) y con las mangas dobladas informalmente hasta elantebrazo. Me hace gracia que el detalle del dobladillo de la manga sea de otrocolor, en este caso blanco. El pantalón es ceñido así que trato de no fijarmemucho en qué músculos se le marcan más que otros. La camisa ya es losuficientemente sexy como para desestabilizarme pensando en su trasero. En lospies lleva unos mocasines marrones que, de lejos, parecen mucho más cómodos quemis zapatos. Envidio a los hombres.
- Va
vaya
, estás preciosa, Katniss. - dice Peeta sin poderdejar de mirarme de arriba abajo.
En cualquier otra circunstancia me sentiría cohibida si memirase tanto, pero teniendo en cuenta que me he preparado así para él seríailógico que me pasara ahora. Quizá los Juegos no me cambiaron, pero Peeta Mellarkha hecho que me convierta en una mujer muy distinta a la que se refugió en ladepresión después de la guerra. Le debo tanto a este hombre que jamás podrépagárselo.
- Gracias. - comento algo ruborizada. Que no me cohíba noquita para que siga siendo tan vergonzosa como siempre. Jamás sabré aceptar uncumplido sin sonrojarme. - Tú también estás muy elegante.
Peeta devuelve sus ojos al frente y me sonríe como siemprelo hace, brindándome su apoyo incondicional en los momentos más duros, perotambién en los más bellos.
- Tardaste tanto que empecé a pensar que habías escapado albosque con tal de no ir a la fiesta.
- No creas, estuve tentada de hacerlo, pero no me pareciócorrecto dejarte tirado entre tanta mujerzuela hoy en la plaza
- contesto yodespués de cerrar la puerta y cogerme del brazo que Peeta me ofrece.
A pesar del deje bromista, Peeta me mira con las cejasenarcadas sorprendido de mi recelo a dejarlo solo.
- No pensaba que fueras celosa. - me dice mientras empezamos acaminar en dirección a la plaza.
- Y no lo soy. Es solo que si ya te comen con la vista conmigodelante no me quiero ni imaginar si hoy aparecieses solo por allí.
- Ya, claro. ¿Y tú a eso cómo lo llamas? - dice riendo. Tienerazón, pero nunca lo admitiré en voz alta. La Katniss orgullosa sigue habitandoen mí, esa nunca se irá del todo.
Le miro con el ceño fruncido y con mirada reprobatoriaporque sabe de sobra que no me gusta que me pongan entre la espada y la pared.Me fijo en las llaves que lleva en la mano y decido salir del paso cambiando detema:
- Anda, dame que guarde las llaves en el bolso, que al finallas perderás.
Peeta las pone en mi mano, pero antes de que pueda hacernada tira de mi muñeca y estampa su boca con la mía, sedienta de él. Cuando sesepara y antes de soltar su agarre, acerca sus labios a mi oído y susurra:
- A mí tampoco me gusta que los hombres se giren a mirarte,pero no me importa porque soy yo el que te tiene entre sus brazos cada noche.
El poco aire que mueve su susurro llega hasta mi oreja y,mezclado con el grave sonido de su voz, provoca una corriente eléctrica que vaa morir a mi vientre. Guardo las llaves en el bolso con pulso tembloroso en loque reanudamos la marcha sin mediar palabra. Peeta esboza una sonrisa de orejaa oreja y yo trato de convencerme a mí misma de que no volveré a caer en susjuegos de palabras. Ilusa de mí
¡Siento el retraso!
¡Ya falta menos! En una semana seré libre de actualizar tantas veces me apetezca. La universidad va a acabar conmigo...
En fin, nuevo capítulo. Este es algo menos emotivo y más superficial que los últimos, pero aún así confío en que no os disguste.
Una vez más, un millón de gracias por seguir ahí a pesar de que últimamente os tengo un poco más abandonados. Gracias a los favoritos (¡ya son más de 100!) y a todas las que comentáis capítulo tras capítulo. Me hacéis muy feliz. Gracias también a todos por leer.
¡Un fuerte abrazo y hasta el siguiente! :D
No recuerdo haber visto nunca la plaza del distrito tanllena de vida. Antes de la rebelión, un día al mes la plaza albergaba unmercado que atraía tanto a comerciantes como a habitantes de la Veta. Todos,tanto pobres como no tan pobres, practicaban el trueque y sociabilizaban unrato, permitiéndose a sí mismos disfrutar de la cálida atmósfera que losrodeaba y olvidando, aunque solo fuese por unas horas, la cruel vida que llevaban.Tras la muerte de mi padre, yo misma llegué a asistir a aquel evento querevolucionaba el doce por unas horas. Al principio sola y, con el paso deltiempo, junto a Gale. Sin duda, era un buen lugar para intercambiar nuestros "productos"(por supuesto, nunca llevábamos las piezas enteras) por otras cosas quenecesitábamos. Siempre me resultó curioso que aquellos días consiguiéramos un pagomayor al habitual por nuestra caza. La mujer de la zapatería te daba un parextra de cordones porque decía que nadie los quería o el panadero te pagaba unpoco más de lo que sabía lógico porque decía que la ardilla era más gorda de lohabitual. Por aquél entonces nunca me hubiese cuestionado el por qué. Yopensaba: "si ellos lo dicen, por mí bien. Más que llevar a casa por menos quecazar". Sin embargo, después de haber vivido todo lo que me ha tocado vivir, medoy cuenta del efecto que la esperanza provoca en la gente. Y el mercadosuponía eso, esperanza. Esperanza que, aunque efímera, daba a la gente algo alo que aferrarse. Y era esa esperanza la que nos hacía más humanos y menos clasistas,sin que nos importara un ápice si el que estaba delante era rubio de ojosazules o moreno de orbes grises. No me cabe la menor duda de que aquél era eldía del mes más esperado por todo el doce.
Sin embargo, la plaza hoy es muy distinta. Está mucho másvacía que cuando se celebraba el mercado (no podemos obviar las consecuenciasque ha traído la guerra en lo que a la demografía se refiere), pero eso noimpide que la felicidad rezume por todas las esquinas. No es el hecho de queesté más llena o más vacía, sino el ánimo que inunda a todos los presentes.Aunque los días de mercado la plaza se llenase y la gente fuese más abierta, laamenaza de los Juegos y el hambre no desaparecía del todo porque, al terminarel día, era lo que nos esperaba. Por el contrario, hoy no hay hambre que temero Juegos en los que participar. Hoy la gente puede disfrutar de la noche sintener que divagar sobre como sobrevivirá mañana. Eso es lo que ha cambiado.Todo.
Peeta y yo hemos llegado muy justos de tiempo. Cuandodoblamos la esquina, divisamos al alcalde encaramado ya en el atril y resignadoa empezar su discurso sin nuestra presencia. Por suerte, él es de los pocos quese dan cuenta de nuestra tardanza y, tras un gesto de complicidad, comienza ahablar con ánimos renovados. Nosotros, por nuestra parte, nos ubicamos en lasúltimas filas de gente frente al escenario, saludando a un par de conocidos y aotros habitantes que no conocemos pero que ellos, obviamente, sí a nosotros. Enningún momento permito que Peeta me suelte del brazo y él tampoco hace ademánde ello. Por supuesto, no es tan incómodo como las apariciones en públicodurante la Gira o los Juegos, pero sigue sin gustarme demasiado no poder pasardesapercibida. Además, llevaba tanto tiempo sin andar en tacones que temocaerme y hacer el ridículo.
El pregón duraalrededor de quince minutos, durante los cuales el alcalde menciona lapanadería en un par de ocasiones y agradece su colaboración. Cuando lo dice, lagente rompe en aplausos, pero me temo que por muy agradecidos que estuviesen alpanadero, tiene más que ver con que dicho comerciante sea Peeta y que yo sea laque lo ayuda en la panadería. Lo cierto es que no hago mucho más caso aldiscurso salvo esas dos veces que me veo obligada a sonreír amablemente junto aPeeta. El resto del tiempo me lo paso agarrada a su brazo y buscando con lamirada a Gale que, según me dijo, estaría presente. Finalmente desisto pensandoque le habrá surgido algún compromiso importante y no ha podido asistir. No loreconozco.
Cuando termina el acto conmemorativo (que por lo poco que heescuchado ha sido bastante emotivo), se da paso a la festividad que se alargaráhasta bien entrada la noche. El sol de verano no se ha escondido del todocuando Peeta y yo nos acercamos a una de las mesas con canapés y bebidas quehan distribuido a lo largo y ancho de la plaza. No puedo ocultar una sonrisacuando veo a todos los niños corretear entre nuestras piernas sin hacer caso dela comida.
- ¿A qué se debe esa maravillosa sonrisa? - es Peeta el que mehabla.
Salgo de mi ensimismamiento y aparto la vista de los niñospara mirarle a él. Me vuelvo a sorprender de lo arrebatadoramente guapo queestá hoy, más aún con el reflejo naranja del atardecer brillando sobre susrizos rubios.
- Pensaba en los niños. - le digo. - Pensaba en lo impensableque hubiese sido antes de la Rebelión que todos ellos estuviesen jugandohaciendo caso omiso a la comida. Ya no pasan hambre.
- Entonces, ha servido para algo, ¿no es así?
Le miro a esos ojos azules tan intensos como el cielo deverano y encuentro la respuesta a todo. Jamás podría sentirme perdida con él ami lado. Es esa seguridad, esa bondad, la que me transmite toda la paz quenecesito y me ayuda a comprender las cosas mucho mejor. Es él el que me ayudódesde un principio a ver la vida con otros ojos, a través de los suyos, y aentender que todos nuestros sacrificios no fueron en vano. Que todas lasmuertes, incluida la de mi hermana, sirvieron para sentar las bases de unfuturo en el que estos niños sigan creciendo sin más preocupaciones que las queacarrea el ser eso, un niño.
- Por supuesto.
Peeta me sonríe como si no hubiera mañana y me roba unpequeño beso que logra hacer que me ruborice. No estoy acostumbrada a lasmuestras de afecto en público, salvo por Haymitch quizá.
Tomamos un par de copas mientras atendemos a ciertaspersonas que, según parece, son miembro del nuevo Gobierno de Paylor. Pasaránmil guerras y lo que no cambiará nunca es que Peeta se desenvuelve como pez enel agua en conversaciones de esta índole. Yo me limito a asentir y a apoyartodo lo que él dice. Sinceramente, ni sé de burocracia ni quiero saber. Alrato, cuando las estrellas y la luna llena ya iluminan el firmamento, empiezo anotar los efectos del vino que hemos estado tomando. Me excuso ante el grupo depersonas que estaban a nuestro alrededor diciendo que voy a tomar un poco elaire. Declino su oferta de acompañarme y me despido de Peeta con un pequeño besoen los labios.
No me voy muy lejos, lo justo para alejarme del bullicio ytomar realmente un poco el aire. No me equivoqué al pensar esta mañana que hoyharía calor. Noto la cabeza un poco embotada a causa del alcohol, por lo quecuando encuentro un banco de los que rodean la plaza no dudo en sentarme. Notocomo Peeta me ha seguido con la vista desde donde le dejé. A veces es tanprotector conmigo que me hace sentir incómoda y especial a la vez.
Me dedico a observar a la gente en la plaza que ha empezadoa bailar una música muy alegre. De vez en cuando, noto como Peeta me mira en ladistancia y cuando levanto la cabeza hacia él ya no aparta la vista como lohacía cuando éramos pequeños. En vez de eso, se desentiende de la conversacióny me pone caras extrañas, como haciendo entrever lo aburrido que le pareceestar hablando con esa gente. Yo me limito a negar con la cabeza y a reírme porsus muecas y los besos imaginarios que me manda. Es como un niño grande.
El juego sigue hasta que un grupo de gente se interponeentre nosotros durante uno de sus bailes y no nos deja vernos. En ese momento,alguien toma asiento a mi lado y me sobresalto.
- ¡Pero mira a quién tenemos aquí! Pensaba que ya estarías enel dos con tu amiguito, preciosa.
- Y yo pensaba que tú estarías lo suficientemente borrachocomo para no jodernos la noche.
- Esa boca, niña.
- Vete a la mierda, Haymitch.
Pasamos un buen rato sentados el uno al lado del otro sinmediar palabra. Aprovecho para pensar en todo lo que le dije esta mañana y que,en realidad, no siento así. A medida que mis pensamientos avanzan, la culpatambién lo hace y el silencio se vuelve cada vez más incómodo. Trato deencontrar a Peeta entre el mar de cabezas que se ha interpuesto entre nosotros,pero no lo consigo, por lo que decido hablar con mi mentor de una maldita vez.
- Lo siento. - musito en dirección a Haymitch.
- ¿Cómo dices? - inquiere él. Sé que me ha oído de sobra, perono va a dejar pasar esta magnífica oportunidad de humillarme.
- He dicho que lo siento. Siento haberte dicho cosas tan fuerade lugar esta mañana. - esta vez mi voz suena más ruda y menos amistosa, peroreal. Suena como la antigua Katniss.
Haymitch sonríe de medio lado y vuelve a mirar al frentedándole un buen trago a la petaca que siempre lo acompaña de un lado a otro.
- No pasa nada. Tenías razón. Nunca he tenido un amigo deverdad en toda mi vida, así que no soy quién para juzgarte.
A pesar de que trata de restarle importancia haciendo verque no le molesta, su voz se quiebra un poco al final de la frase, rompiendo asu vez el último muro de rencor que quedaba en mi interior. Ha estado solo todasu vida, es cierto. Pero ya no. Nunca más.
- Quizá antes no, pero ahora sí. Nos tienes a nosotros,Haymitch.
- Vosotros tenéis vuestra vida. Y bien merecida, por cierto.
- Sí, y tú formas parte de ella. Nada de esto hubiese sidoposible sin ti. Te lo debemos todo, Haymitch. Todo Panem te lo debe.
- No. No merezco nada de lo que podáis darme. Me limité a jugarcon vosotros, sobre todo contigo, para conseguir sacar adelante la Rebelión. Apesar de que sabía el daño que os estaba haciendo.
Miro a esos ojos grises que me observan dubitativos y me veoreflejada en él. Todos sus miedos, todo su rencor, todos esos años perdidos quesin duda yo también hubiese sufrido de no ser por Peeta. Ambos le debemos tanto
- Es cierto, nos hiciste daño. Pero no más del que yo pudehacerle a la gente que por mi culpa perdió a sus familias. Gente como Peeta,que a pesar de todo son capaces de mirar al futuro con otros ojos. Capaces dever la esperanza que nosotros creíamos perdida. Ellos, que no fueron artíficesde nada y lo perdieron todo por una causa que ni tan siquiera defendían, soncapaces de seguir adelante, mientras que tú y yo nos lamentamos por la suerteque sufrimos en un pasado que ya no podremos cambiar.
Haymitch me observa atentamente. Seguramente sea la primeravez que me oye hablar tan distendidamente sobre lo que siento y sobre lo que séde buena tinta que él también piensa. Sigue sin resultarme fácil, pero él ahoraes parte de mi familia y no quiero que nos ocultemos nada. Ya no quiero queseamos piezas en manos del otro.
- Eres nuestro amigo, Haymitch. - prosigo. - ¿Qué digo? Másque eso. Eres como nuestro padre. Has cuidado de nosotros aún a costa de tusalud mental y nos has dado apoyo cuando nadie más lo hacía. Deja ahora queseamos nosotros los que cuidemos de ti, aunque solo sea un poco.
Ya no oigo la música, ni tan siquiera el griterío de los quese divierten a escasos metros de nosotros. Solo soy capaz de oír retumbar micorazón en la cabeza y de sentir como el peso de no haber compartido hastaahora esto con Haymtich se esfuma por completo, tal y como lo hiciera el rencorhacia Gale esta mañana.
Haymitch me observa con lo que parecen ser lágrimas luchandopor salir de sus ojos. No dice nada, se limita a observarme y a tragar confuerza. "¡Enhorabuena!" me digo. No es sencillo dejar a Haymitch Abernathy sinuna réplica ingeniosa que dar.
- Gracias. - dice al rato y se gira para volver a mirar alfrente. Cualquiera lo tacharía de desagradecido por no contestar nada másdespués de todo, pero para mí un "gracias" de mi mentor significa más que unmillón de palabras rimbombantes que cualquiera pueda dar. Entiendo cómofunciona, es por eso que no necesito oír más de él.
- Así que, ¿no te vas con Gale? - dice rompiendo el silenciocuando se ha recuperado. Ya vuelve a ser el mismo.
- Claro que no. No sé cómo pudisteis pensar eso.
- Hombre, preciosa. Dado tu historial de indecisiones, creo quepensarlo era algo más que razonable.
Le miro algo molesta, pero no se lo puedo negar. Si yoestuviese en su posición tampoco sabría qué esperar de mí.
- Se casa. - digo de la misma.
- ¿Qué? - pregunta Haymitch algo desubicado.
- Gale. Que se casa.
- ¿Cómo que se casa?
- ¡Por favor! ¿Por qué a todos os cuesta tanto creerlo?Siempre quiso casarse y formar una familia, no es tan raro. - digo yo algo exasperada.
- Sí, lo sé. Pero siempre supusimos que serías tú la novia.
Golpe bajo. Es cierto, yo también llegué a pensarlo. Ahorano me puede parecer más estúpido. Casarme con Gale
sin duda, una empresa sinfuturo.
- Pues ya ves que no. - contesto yo secamente.
Hay algo que me molesta en todo esto y no es que la gentepiense eso. En cierto modo es entendible. Lo que me molesta es que todos creanque yo sería capaz de abandonar a Peeta después de todo. ¿Acaso no ha quedadosuficientemente claro ya que lo elegí a él? ¿Acaso no quedó claro que siemprefue él y no otro? Al parecer no. Y lo que más temo no es que los demás lopiensen o no, sino que Peeta también lo haga. Quizá no haberle dicho aún que loamo haya sido un error.
- ¿Y quién es la afortunada?
Justo cuando estoy a punto de contarle a Haymitch el por quéde la visita de Gale y de su compromiso con Serene, unos gritos de sorpresa yestupor nos sacan de la conversación. Miro instintivamente hacia la plaza, quees de donde proviene el griterío, y me encamino hacia allí. Haymitch me siguede cerca y no tardamos apenas unos metros en toparnos con el tumulto de genteque nos impide ver el origen de tanto alboroto. Nos abrimos paso entre la gentehasta llegar al centro del círculo que se ha formado y lo que observo me dejaperpleja. Gale está tirado panza arriba en el suelo, con la sangre que sale aborbotones de su nariz manchando su elegante camisa. No tardo un segundo enagacharme a su lado, preguntándome qué diablos habrá pasado cuando Haymitch,que también se había agachado conmigo, me señala algún punto por detrás de lagente que nos rodea. Es entonces cuando lo veo: una cabellera rubia que sealeja a paso ligero agitando su puño en el aire y con su fuerte espalda entensión.
¡He vuelto!
¡Por fin soy libre! No más exámenes, no más plazo de entrega de trabajos, no más universidad. ¡Benditas vacaciones! A partir de ahora, soy libre de actualizar cuanto quiera y prometo resarciros por mi tardanza. Espero que este nuevo cap os guste (es bien largo) y ya os adelanto que los que se avecinan son muy muy muy esperados. Ahí lo dejo ;)
Una vez más, un millón de gracias a tod@s por seguir ahí a pesar de estos días que he estado sin actualizar (creedme, han sido un suplicio) y por seguir teniéndo la historia entre vuestras favoritas. Espero con ganas los comentarios que queráis dejarme.
¡Un fuerte abrazo! :D
Devuelvo mi mirada hacia Haymitch y le veo chasquear losdedos frente a Gale esperando obtener algún tipo de respuesta. Es algo hosco ensus palabras y lo zarandea por los hombros, pero mi compañero de caza parecereaccionar y sale del aturdimiento momentáneo en el que estaba sumido. Supongoque Peeta le dio duro. Yo sigo sin comprender nada de lo que ha pasado durantelos últimos veinte segundos, porque no han pasado más desde que encontramos aGale en el suelo, y miro a Haymitch una vez más en busca de respuestas. Mimentor ayuda a mi maltrecho amigo a incorporarse a duras penas. Cuando lo tienemedianamente asido por el brazo derecho, levanta la vista en mi dirección.
- ¿Por qué sigues aquí? - me espeta en tono amargo.
- ¿Cómo? - pregunto yo totalmente desconcertada. ¿Qué voy ahacer? Pues preocuparme por el estado de salud de Gale. Que no estemos en elmejor momento de nuestra relación no quiere decir que no me preocupe por él.
- Que qué haces que no has ido ya tras el chico. Este estúpidolo que tiene es una borrachera de caballo. Déjamelo a mí que se bien comotratar eso, créeme
Abro los ojos de par en par. ¿Gale borracho? Me resulta casitan inverosímil como un Peeta agresivo, pero visto lo visto, los dos hancambiado mucho. Miro a Gale a los ojos, tratando de encontrar algún signo delucidez que desmienta lo que Haymitch acaba de decir, pero justo en eseinstante empieza a balbucear y a decir incoherencias que no hacen sinocorroborar su teoría. Está más borracho que una cuba.
Resuelto el misterio del por qué del estado de semiinconscienciade Gale, decido que, sin duda alguna, no hay mejor persona en el doce (y dudoque en todo Panem) que pueda ocuparse mejor de él en estos momentos queHaymitch. Levanto la cabeza hacia mi vecino de la Aldea y asiento antes desalir por patas en la dirección en la que se fue Peeta.
Corro todo lo rápido que los tacones me dejan hasta quesalgo de la plaza. Por el camino voy dando gracias al cielo de que la tanganano haya sido en pleno centro, sino cerca de una de las mesas más apartadas,casi a la altura de la entrada a la Veta. Aún así, no han sido pocos los que lohan visto. Me temo que tendremos tema de conversación con las clientas de lapanadería para lo que resta de año.
Cuando logro salir de la plaza, me quito los zapatos y corrodescalza por el asfalto de la calle que tomó Peeta. Disminuyo un poco el ritmocon la esperanza de encontrarlo por aquí cerca, pero algo me dice que echó acorrer nada más salir de la plaza, por el contrario ya debería de haberloalcanzado. Sigo a paso ligero mirando en cada bocacalle mientras intentoanalizar la situación. Aún no me explico que ha podido pasar para que Peetareaccionase de esa forma si esta misma tarde estaba contento porque Gale y yohubiésemos solucionado, en parte, nuestras diferencias. Además, no es un hombreagresivo en absoluto, salvo cuando
¡oh, madre mía! ¡Salvo cuando sufre unataque! ¿Será que ha tenido uno delante de todo el mundo? No puede ser. Estosúltimos días se había tomado el trabajo con mucha más calma y ha retomado lapintura. El doctor Aurelius dijo que, siempre y cuando siguiese con la terapiay bajase el pistón con la panadería, no debería de haber ningún problema.Además, normalmente sus ataques son solo hacia mi persona, no hacia los demás.Yo soy el muto.
Aún con la idea de un posible ataque en la cabeza, aceleromás mi paso intentando pensar a dónde diablos ha podido ir. A estas alturasestá claro que ha ido más lejos. Paro un segundo para descansar mis maltrechospies y trato de devanarme los sesos en encontrar una posible pista sobre suparadero. Intento pensar en que haría él. A qué lugar se dirigiría sinecesitase apartarse de todo y llevar su mente a un punto en el que no pudierahacer daño a nadie. Entonces lo recuerdo.
Hace unos días, antes de su primer ataque tras mi regreso,estuvimos tumbados bajo el naranjo que hay en el jardín de su casa. Lo plantó ala par que el de mi jardín, a sabiendas de los buenos recuerdos de mi padre queme trae ese cítrico. Aquella tarde, en lo que nos resguardábamos del calor a lasombra del árbol, me dijo que pocas cosas en este mundo le relajaban más que sentarseal aire libre y mirar al cielo en completo silencio. Recuerdo comprenderloperfectamente. Es lo que llevo sintiendo yo desde que era niña, pero a unaescala mucho mayor. En aquél instante decidí también que algún día, cuandodejase de hacer tanto calor, llevaría a Peeta al bosque. Si nuestro jardín leproporcionaba aquella calma no quise ni imaginar lo abrumado que se sentiría ental extensión de naturaleza. Sin duda, tenía que llevarle.
Con fuerzas renovadas, retomo mi camino, pero esta vez endirección a la Aldea. Solo espero no equivocarme en mi suposición. Más que nadapor si realmente está sufriendo un ataque. La última vez que le dio uno estandosolo acabó con unos buenos cortes y magulladuras. No tardo mucho en adentrarmeen el camino que une el centro con la Aldea. Cuando llego a la entrada de mivecindario, estoy chorreando y maldiciendo en voz alta el sofocante calor queno se ha ido ni con la puesta de sol. No recuerdo haber sufrido nunca una nochemás calurosa que esta, a excepción de las que pasé en la selva del Vasallaje,claro está. Aquellas noches sí que fueron un martirio.
Avanzo a paso ligero con los zapatos en la mano por mi silenciosabarriada y las tenues luces de las farolas que hay a lo largo del recorrido meayudan a vislumbrar una silueta en el porche de casa. Está sentado en el últimoescalón de los tres que hay, con las manos apoyadas en la tarima y la cabezareclinada hacia atrás mirando al cielo. A medida que me acerco, voy definiendoun poco más su figura, divisando sus rubios rizos colgar levemente por suespalda, su camisa algo más abierta de lo que en un principio llevaba, elsosegado subir y bajar de su pecho, incluso la leve marca rojiza que ha dejadoel hueso de la nariz de Gale en sus nudillos.
Me paro de pie frente a él, un tanto dudosa de si estará ono sufriendo un ataque. Peeta abre un ojo al notar mi presencia, y dice unafrase que llevaré grabada a fuego en mi memoria durante el resto de mis días:
- ¿Vienes a rematarme, preciosa?
Aliviada por comprobar que no está sufriendo ningúnepisodio, sonrío levemente por su comentario y me siento a su lado en unapostura que me permita mirarlo y entonces respondo:
- ¿Debería?
- No lo sé, dímelo tú. ¿Le he dejado tan mal como paramerecérmelo?
Después de decirlo, gira su cabeza hacia mi lado y fija suspupilas en mí. Sus ojos, tan azules por el día, con la luz de la luna toman uncolor más oscuro y salvaje.
- Era más la borrachera que tenía que el golpe que tú le hasdado.
Cuando digo esas palabras, Peeta devuelve su mirada al cielocerrando los ojos esta vez. Toma aire profundamente y lo suelta antes de seguircon la conversación.
- Lo siento. - dice. - No debí hacerlo, soy un bruto.
- ¿Por qué lo hiciste?
- ¿Acaso debería tener un motivo? Quizá soy más animal de loque piensas
Suelto una sonora carcajada y me gano una mirada herida porparte de Peeta, que ahora ha vuelto a abrir los ojos para observar el motivo demi risa.
- Vamos, Peeta. - empiezo yo casi sin poder reprimir unasonrisa. - No me quieras hacer ver lo blanco negro. Sé de sobra que no eres delos que van repartiendo estopa a diestro y siniestro por ahí. Algún motivohabrá.
- ¿Y por qué no ha podido ser que se me hayan cruzado loscables y le haya dado así, sin más? Estoy harto de ser el débil y dulce Peeta.
La declaración de Peeta me sorprende un poco. Nunca penséque tuviese momentos en los que se cansara de ser él, al igual que me pasa amí. Siempre lo he visto tan perfecto que nunca se me pasó por la cabeza que sesintiera mal consigo mismo.
- No eres débil, Peeta. Lo que pasa es que eres más sensato ymenos impulsivo que cualquiera de nosotros. Lo de dulce no te lo puedo negar
- Pues ya estoy harto. Estoy hasta las narices de no poderdejar de pensar en todo momento si estará bien o mal lo que hago, solo porquees lo que se espera de mí. Ojalá fuese más impulsivo, por lo menos así no mesentiría mal por darle su merecido a un borracho con la lengua demasiadosuelta.
- ¿Qué dijo ese idiota para que reaccionaras así? Siempre tuvola lengua demasiado suelta
Pienso en Gale, despotricando a pleno pulmón contra el régimende Snow, los Juegos y las injusticias. Siempre fue temerario e impulsivo,justamente lo contrario a Peeta. Le recuerdo también discutiendo conmigo, comodos ollas a presión a punto de estallar. No era rara la vez que nos decíamosalguna barbaridad que en realidad no pensábamos y de la que luego nosarrepentíamos. Si le sumo eso al alcohol y a mi propia experiencia, no me cabela menor duda de que Gale se ha pasado siete pueblos.
- Él... él se acerco a la zona en la que estaba yo al poco de que temarcharas. Rondó la mesa contigua a la que estábamos dando un par de traspiés yhaciendo como que no iba con él la cosa, pero pude notar su mirada clavada enmi nuca en un par de ocasiones. Decidí ignorarlo y seguir observándote, pero ungrupo de gente se había interpuesto entre nosotros, por lo que volví a laconversación. - Peeta suspira un poco y prosigue. - A los pocos minutos, Galese unió a nosotros, presentándose como órgano de gobierno en el dos y unoscuantos de los hombres de Paylor parecieron reconocerle. Fue entonces cuando laconversación, aún no sé por qué, se desvió a lo flamante que estabas hoy y Galeempezó a desvariar y a decir que eras mi perrito faldero y que era por eso quele habías negado tu asistencia a su boda. - antes de seguir, Peeta agacha lacabeza y mira al suelo. - En un principio, traté de hacerle entrar en razón yde apartarlo del grupo por su más que evidente borrachera, pero el renegó y, aldarse cuenta de lo que intentaba, elevó su tono de voz y empezó a despotricar sobreti, diciendo que eras una
una zorra que solo se preocupaba por calentar micama en vez de cuidar de sus viejas amistades. Yo
lo siento, pero con aquélcomentario ya no aguanté más y le solté un puñetazo.
Absorbo toda la información que puedo y no sé si me abrumamás el hecho de que Gale haya dicho eso o que Peeta haya reaccionado así. Lo deGale no me extraña tanto. Viniendo de él, sé que mañana mismo le tendré en lapuerta de casa, arrepentido, pidiéndome disculpas como cada vez que nosenfadábamos y decía algo que no debía. Le costaba, igual que a mí, pero siempreacababa sucediendo. Sin embargo, la reacción de Peeta me tiene desconcertada.Nunca creí que fuese a responder tan a las bravas al comentario de un borracho,menos aún después de tanto tiempo tratando con Haymitch. Pero hay algo en todoesto que no me cuadra, y es que no me siento decepcionada. Todo lo contrario.Me alegra que lo haya hecho. El hecho de que Peeta haya roto sus principios pordefenderme, a pesar de que no hubiese sido necesario, me hace sentir amada deuna forma muy distinta a la que me había sentido hasta ahora. Sabía de sobraque Peeta sería capaz de dar su vida por la mía, lo ha demostrado mil y unaveces, pero que haya cambiado por un instante su esencia, esa esencia queprometió no cambiar antes de nuestros primeros Juegos, y que lo haya hecho pormí es más de lo que nunca mereceré.
Me lanzo a sus brazos antes de que pueda articular palabra,pillándolo un tanto desprevenido, haciendo que caigamos de espaldas sobre elporche.
- ¿No estás enfadada? - me dice mientras responde a mi abrazo.
- No. Definitivamente se lo merecía, pero estoy segura de queno lo piensa así. Le conozco bien.
- Siento no haber podido controlarme. Ahora en frío me pareceque he exagerado un poco.
- No, está bien. Pero me alegro de que haya habido un motivopor el que le has pegado y no porque simplemente se te hayan cruzado los cables,como tú dices. Eso sí hubiese sido de burros. - le digo a la vez que me apartoun poco para mirarlo a los ojos.
- ¿Por qué no te molesta que a veces sea demasiado pausado? Nosé, hasta a mí me llega a molestar.
Pienso unos instantes su pregunta antes de contestar. ¿Deverdad no me molesta? A veces es cierto que me saca de mis casillas cuando medeja sola chillando como una energúmena en plena discusión y se limita aescucharme y a esperar a que me calme. Pero, no. Nunca podría molestarme,porque es precisamente esa parte de él la que contrarresta mi mal humor y laque consigue que me calme por muy enfadada e iracunda que esté. Es esa bondad,esa seguridad, esa serenidad la que me enamoró de él. La esperanza que rezumapor cada uno de sus poros.
Cuando llego a esa conclusión, no puedo retener ni unsegundo más en mi boca las palabras que llevan días buscando el momentoadecuado para salir:
- Porque entonces no serías el hombre del que me enamoré.
Tan pronto como lo digo, aparece un brillo especial en losojos de Peeta y, acto seguido, me besa con más pasión que nunca, dándome aentender que esta noche no la olvidaremos jamás.
Cadavez que salgo a cazar agudizo mis sentidos al máximo para ser consciente detodo cuanto me rodea. Soy sigilosa como un felino, diviso tanto como un águilaal acecho, huelo las presas a kilómetros y procuro oír igual de bien que oía mipadre cada pisada de cada animal. Cazar sin ser cazada.
Perocon Peeta esto no me sirve en absoluto. Sus besos tienen en mí el efecto contrarioque la caza. En el mismo instante en el que sus labios rozan los míos, el restodel mundo desaparece. Los sonidos que nos rodean pasan a un segundo plano paradejarme oír sin interferencias cada uno de sus acelerados latidos, la vista seme nubla emborronando cada detalle del entorno que no se centre en él y en susbellos ojos llenos de lujuria y amor y mi olfato solo puede detectar ese olor acanela y eneldo que jamás podré relacionar con un mal recuerdo. Además, digamosque el sigilo deja de ser mi punto fuerte. No puedo frenar la oleada de gemidosque salen de mi boca cada vez que acaricia mis piernas por debajo del vestido.
Peetanos gira, aún sobre el porche de la casa, para quedar sobre mí. Sigo dejándomellevar por el calor, que ya no es única y exclusivamente fruto del clima, yacaricio su fuerte espalda por encima de la camisa. En un momento dado, Peetadeja de besarme y se separa de mí, dejándome un tanto desconcertada, pero no dalugar a especulaciones y, sin mediar palabra, me tiende una mano y tira de mípara ponerme de pie junto a él y llevarme hasta la puerta.
Comprendoenseguida que quiere que entremos. Obviamente, si la cosa se fuese a quedar enunos simples besos no se molestaría, pero esta noche a ninguno nos vale eso.Aparto todo el miedo y la inseguridad y me digo que tarde o temprano tendríaque pasar. Ninguno de los dos es de piedra. Me paro frente a la puerta,esperando a que Peeta saque las llaves, hasta que recuerdo habérselas quitado yhaberlas guardado en mi bolso por miedo a que las perdiera. ¡Mierda! ¡El bolso!
Empiezoa buscar como una loca por todo el porche y las escaleras, pero no tardo muchoen darme cuenta de dónde lo vi por última vez: el banco de la plaza. Allí debióde quedarse cuando me levante corriendo con Haymitch para saber a qué se debíael alboroto. En realidad no es gran pérdida, solo llevaba las llaves dentro,pero pensar que no vayamos a poder entrar en casa en toda la noche hace que mefrustre aún más.
- Katniss,¿qué sucede? - pregunta Peeta impaciente.
- Lasllaves. No las tengo. Iban dentro del bolso y he debido de olvidármelo en laplaza con las prisas. - contesto yo un tanto abatida. En un principio piensoque se debe a que no me gusta quedar como una tonta, sobre todo después dehabérselas quitado a él precisamente para que no las perdiese. Sin embargo, nomuy en el fondo, descubro la razón subyacente de mi malestar: ¿dónde se suponeque vamos a terminar ahora lo que habíamos empezado?
Solode pensarlo se me suben los colores y me reprendo a mí misma por únicamente sercapaz de pensar en eso en estos instantes. Seguro que Peeta ya está dándolevueltas a como entrar en casa mientras yo me dedico a divagar sobre si podré ono sofocar este calentón. No soy yo. Definitivamente, ya no soy yo.
- Ven.- me dice Peeta. Aunque en realidad no hubiese sido necesario decirlo, porqueagarra mi muñeca con fuerza y tira de ella para recorrer a toda prisa ellateral de la casa.
Cuandollegamos a la parte de atrás, empiezo a pensar que Peeta, seguramente, quieraentrar por la puerta corredera de cristal que comunica la cocina con el jardíntrasero. Lo corroboro cuando empieza a escalar la mediana valla de madera que separanuestra casa del resto del vecindario. Desde arriba, tira de mí para ayudarme asubir y saltar al otro lado. No es que lo necesite, soy más ágil que él, perono me quejo porque con el vestido puesto no tengo la misma maniobrabilidad quecon mis pantalones de caza.
Segúnnoto la suave y cuidada hierba bajo mis pies desnudos, me dirijo sin dilación acomprobar que la puerta esté abierta. Justo cuando oigo el clic que me indicaque no la habíamos cerrado por dentro y suelto un suspiro de alivio, un fuertetirón me aparta de ella, haciendo que suelte mis zapatos y obligándome a apoyarmis manos sobre una superficie dura que, en realidad, es el pecho de Peeta.
- ¿Pensabasescaparte, preciosa?
Susonrisa socarrona y la voz más grave de lo habitual, me indican lo poco que leimportaba a Peeta entrar o no en casa. Cuando empieza a besarme con tanta o máspasión que antes, determino que nunca fue su intención venir aquí atrás paraencontrar una alternativa a la entrada principal. Solo quería algo más deprivacidad para continuar por donde íbamos.
Elfuego de mi interior, que se había apagado algo con la posibilidad de habernosquedado en la calle durante el resto de la noche, se aviva con más fuerza acada beso que Peeta reparte por mi cuello. Olvido poco a poco que ni tansiquiera hemos entrado en casa aún y me dejo llevar nuevamente por la oleada desensaciones que provoca su cuerpo contra el mío.
Trasun par de besos más en el cuello, decido que necesito algo más intenso, así queinsto a Peeta a ser más agresivo mordiéndole el poco pecho que deja aldescubierto su medianamente desabrochada camisa. Es increíble la capacidad deentendimiento que logramos en esta situación, cuando ninguno de los dos escapaz de hacer algo a parte de recurrir a sus instintos más básicos. Como si meleyera la mente, Peeta me alza en el aire obligándome a rodear su cintura con mispiernas y estampa mi espalda contra el tronco del naranjo, dejándome prisioneraentre el árbol y su pecho. Doy gracias en silencio a que sea un robusto naranjoy no ceda ante nuestra brusquedad y paso a desabrochar uno a uno cada botón dela camisa de Peeta. Cuando termino de hacerlo, no resisto la tentación derecorrer con las yemas de mis dedos su torso desnudo y, al paso de mis manospor sus abdominales, una descarga eléctrica descomunal recorre mi espinadorsal, haciéndome estremecer y arqueando mi espalda en un ángulo que no sabíapoder hacerlo.
Contal gesto de contorsión, mi cadera se pega aún más a él, dejándome notar en laentrepierna el bulto que se esconde bajo los pantalones de Peeta. El roce haceque otra oleada de placer me recorra por completo, pero el efecto parece seraún mayor en él, que me aprieta las nalgas sin contemplaciones y gimesonoramente.
Estoyexcitada a más no poder, en toda la extensión de la palabra. Ahora sí, sé quehe llegado a un punto de no retorno y ya doy por perdida cualquier clase decontrol que pudiera quedar. No puedo, es más, no quiero parar. La necesidad deir más allá de las caricias es tan grande como el amor que siento por estehombre que ha sacado a relucir partes de mi personalidad que yo mismadesconocía. Porque ahora estoy segura de que lo amo. Y amarlo compensa concreces todo el miedo que pudiera sentir ante un acto tan íntimo.
Peetase sienta poco a poco sobre la hierba, conmigo aún encima. Cuando tocamossuelo, quedo perfectamente sentada a horcajadas sobre él y la fricción esmáxima. Tiro de su camisa para quitársela de una vez por todas y la lanzolejos, sin mirar a dónde. Beso cada milímetro de su pecho, tratando de saborearcada rastro de sudor sobre su piel y él hace lo mismo con mis hombros, que yaha dejado al descubierto bajando los tirantes de mi vestido por mis brazos.
- Katniss
- le oigo susurrar mi nombre cuando, enun intento por calmar la incomodidad de mi bajo vientre, muevo la cadera deadelante atrás rozando la cremallera de su pantalón.
Elintento resulta un fiasco, porque lo único que consigo es avivar aún más esanecesidad que late en mi intimidad. Palpitante, a la espera. Peeta rueda sobremí, haciendo que me tumbe sobre la hierba y apoyando su brazo izquierdo a unlado de mi cabeza. Durante los pocos segundos que dejamos de besarnos por elreciente cambio de papeles, miro a sus ojos. Los miro por primera vez desde quecomenzamos este juego de toma y daca en el jardín. La luz de la Luna hacebrillar sus cabellos dorados más de lo habitual y me deja admirar sin problemaalguno cada una de sus bellas facciones. Sus ojos se iluminan de una formaespecial, tanto que estoy segura de que la luz del satélite terrestre no tienenada que ver en eso. Es amor lo que destilan sus ojos. Amor y devoción. Tantacomo espero que desprendan los míos propios. Porque no puedo imaginar formamejor para demostrarle lo mucho que lo amo que entregándome a él en cuerpo yalma. Sin barreras. Ni físicas ni mucho menos psíquicas. No quiero que quedenada entre nosotros que nos separe.
Nosvolvemos a besar y Peeta dirige sus manos hacia la cremallera de mi vestido. Ladesata suavemente, sin prisa, disfrutando cada sonido que sale de ella aldeslizarse en sentido opuesto al que la llevé yo al ponérmelo. Como está en uncostado, lo primero que queda al alcance de la mano de Peeta es precisamenteeso. Noto como sus fuertes manos me recorren de arriba abajo la pielsemidesnuda sin atreverse a ir más allá por miedo a incomodarme. Al final,acabo siendo yo misma la que tiro de mi vestido para quedarme en ropa interior.Él me ayuda a sacármelo por la cabeza y, automáticamente, clava su vista en micuerpo, tan expuesto ahora.
- Erestan perfecta
jamás podré olvidar este momento.
Laspalabras de Peeta ayudan a que me sienta menos incómoda y consigo relajarme losuficiente para hablarle yo también.
- Jamáste dejaría olvidarlo.
Noes más que un susurro cerca de su oído, pero es suficiente para hacer asomaruna blanca sonrisa en la boca de mi panadero. Contagiada, yo misma le sonrío devuelta, sin poder creerme aún que vaya a hacer esto, y menos todavía que loesté disfrutando tanto. Siempre pensé que esto quedaría fuera de mi alcancetoda la vida, obligada como estaba a sacar adelante a mi familia. Además, nopuedo decir que fuese algo que deseara, porque nunca tuve tiempo tan siquierapara pensar en ello. Sin embargo, cuando Peeta irrumpió en mi vida, todoaquello cambió. Empecé a sentir cosas que jamás había experimentado y, pormucho que tratara de controlarlo, no podía evitar pensar en él de una forma muydistinta de la que lo hacía en Gale o cualquier otro hombre.
Enun arranque de valentía, decido por los dos y dirijo mis manos hacia la hebillade su cinturón. Con una habilidad que desconocía, logro soltarla y no tardomucho en deshacerme también del amarre del botón y la cremallera. Observo comoel bulto que es señal inequívoca de la excitación de Peeta sobresale por larecién abierta apertura, luchando por alcanzar la liberación que por el momentole impide su ropa interior. Peeta ha parado por completo y se limita a observarcada uno de mis movimientos mientras lo hago. Cuando le devuelvo la mirada,puedo comprobar la preocupación en sus ojos.
- ¿Estássegura? Aún estamos a tiempo de parar. Solo tienes que decirlo.
Yahí está, una vez más, el lado más dulce y caballeroso de Peeta Mellarksaliendo a relucir, aún cuando el deseo y la perdición claman por hacerse unhueco en su corazón y en su cuerpo, de la misma forma que sucede en el mío.
Asientoy aventuro mi mano a su excitación, haciéndole entender que quiero esto tantocomo él y notando por primera vez en la palma de mi extremidad el calor y ladureza que soy capaz de provocarle. Peeta gime ante el contacto y yo aumento laintensidad de la caricia, guiada únicamente por sus gestos de placer. No tardamucho en volver a mis labios y en atreverse a tocar mis pechos por encima delsujetador. Necesitada de más, llevo mi mano libre a mi espalda y suelto elpequeño enganche que separa la piel de mis senos de la palma de su mano. Cuandome toca, suspiro como nunca y noto la humedad de mi entrepierna mojar mi ropainterior.
Entramosen una espiral sin salida de jadeos y caricias que nos encienden más y más acada roce y que nos transportan a un mundo en el que solo estamos él y yo. Susmanos acaban recorriendo todo mi cuerpo hasta llegar a mi intimidad y, cuandopresiona su mano contra ella, clavo mis uñas en sus hombros, tratando deaferrarme a algo que me mantenga cuerda si no es que he perdido la cordura ya.Sus pantalones vuelan, tomando el mismo camino que tomaría su camisa minutosatrás, y yo no puedo evitar pensar en la poca tela que nos separa y en lo muchoque deseo que desaparezca.
Peetaintroduce su mano bajo mis bragas y repite sus movimientos, solo que ahoradejándome sentir el calor que desprenden sus dedos directamente sobre ese puntode placer. Elevo las caderas, buscando una mayor fricción y moviéndome alcompás de su mano.
- Peeta,por favor
- jadeo. Ni tan siquiera sé muy bien lo que pido, solo sé quenecesito que me ayude a calmar esto ya.
Agarrocomo puedo sus calzoncillos y los resbalo sin miramientos por sus muslos,ayudada por las piernas del propio Peeta que termina por quitárselo porcompleto. Compruebo su excitación y le acaricio de la misma forma que él estáhaciendo conmigo. No es la primera vez que veo a un hombre desnudo, pero ni quedecir hace falta que sí es la primera vez que hago esto. Aún así, sus gemidosme indican a la perfección cómo moverme para hacerle sentir lo mismo que él mehace sentir a mí.
Peetaacaba por retirar la última prenda sobre mi cuerpo que nos separaba y se tomaun par de segundos para mirarme a los ojos antes de continuar. Separo mispiernas dejando que se sitúe entre ellas como si fuese su hogar natural. Esentonces cuando compruebo que, en efecto, así es. Que no habría otro hombre enel mundo que consiguiese hacerme sentir tan cómoda en esta situación. Que nohabría otro hombre en el mundo capaz de transmitirme las sensaciones que él metransmite con tan solo mirarme. Por eso, cuando antes de introducirse en mí mepregunta:
- Meamas, ¿real o no?
Yorespondo:
- Real.
Oigo grillos. En un principio no me alarmo, es lógico oírlosen verano en el doce. Más aún si duermes en la misma habitación que PeetaMellark y su obsesión por dejar la ventana abierta. Trato de obviar el sonido ysigo recorriendo la nebulosa entre la vigilia y el sueño en la que meencuentro, absorta por la inusual relajación que inunda no solo mi cuerpo, sinotambién mi mente. No recuerdo la última vez que conseguí relajarme tanto. Quizánunca lo hiciera. Vuelvo a oír los grillos, pero esta vez un poco más fuerte,como si se colaran en la habitación y se aproximaran a la cama. Trato de hacerdesaparecer el sonido de nuevo, pero noto como me voy despertando de esteestado de catatonia y todo se vuelve más intenso. Poco a poco, voy siendoconsciente de más cosas: el arrullar de la suave brisa de verano, el correr delagua del pequeño riachuelo que bordea la Aldea, el lejano croar de las ranas
,pero hay algo en todo esto que me desconcierta. Oigo y siento todo como sifuera más cercano, más vívido.
Intento ser consciente de más cosas, pero he alcanzado talpunto de abstracción que despertarme del todo me está costando un triunfo y aúnno entiendo por qué. Noto el calor del cuerpo de Peeta bajo el brazo con el quele estoy rodeando y, segundos después, vuelvo a escuchar ese sonido tanfamiliar que hace su corazón al latir. Me permito vagar un rato más perdidaentre sus latidos y el roce de su mano en mi cintura desnuda
¿desnuda?
Abro los ojos como un resorte, asimilando en milésimas desegundo la verdad de todo este asunto. ¡Con razón oía yo tan cerca todos loselementos de la naturaleza! Ni estoy en mi cama, ni la ventana está abierta, nimucho menos estoy ante una invasión de grillos. ¡Por todos los cielos! ¡Si nitan siquiera estoy vestida!
Todas las imágenes de hace un rato vienen a mi mente comouna sucesión de escenas inconexas que luchan por abrirse un hueco en miembotada cabeza. Ahora sí estoy completamente despierta, pero, irónicamente,todo lo que veo y oigo en estos instantes se limita a esa secuencia de gemidos,gritos e imágenes digamos, poco castas (por no decir nada en absoluto) sobre lahierba del jardín. Recuerdo a una velocidad vertiginosa cada beso, cada roce depiel con piel, cada gruñido de satisfacción por parte de Peeta y cada grito deplacer por la mía propia. Y sigo aquí tirada, en el lugar del crimen, con micómplice recostado bajo mi cuerpo y sirviéndome de almohada. Lo recuerdo todocon tal lujo de detalles que un escalofrío nace de la base de mi cráneo y va aparar a mi abdomen, haciéndome estremecer de nuevo, como antes. La sensación estan real y tan revitalizante que nadie podría convencerme de que todo ha sidoun sueño. Ha sido real, muy real. Así que, me declaro culpable de todos loscargos.
- ¿Tienes frío? - oigo a Peeta susurrar en mi oído. Sin duda,mi escalofrío no le ha pasado desapercibido, aunque ni por asomo tenga que vercon el frío.
Llegó el momento. Llegó la hora de enfrentarse al jurado,sabiendo que juez y verdugo son la misma persona. ¿Cómo iba a fingir inocenciacuando yazco desnuda sobre la prueba del delito? Es imposible. No puedo hacerdel abogado del diablo. No sé mentir, al menos no del todo. Y si algo tengo porseguro es que mi cara, tan roja como un atardecer estival a estas alturas, medelatará en cuanto levante la mirada hacia los ojos de mi abogado. Esosinquisidores ojos que solo buscan mi felicidad y mi placer, aunque tengan queluchar contra viento y marea para lograrlo. Esos ojos que me ayudarán acompartir la culpa y la pena por mi delito. Culpa y castigo que, sin dudaalguna, compartiré con él muchas veces más, porque es la penitencia más bellaque jamás nadie me había impuesto. Disfrutar.
Disfrutar del amor que me prohibí sentir, disfrutar de lavida que me prohibí tener, disfrutar de la pasión que jamás pude imaginar. Solodisfrutar. Porque a su lado no puedo hacer otra cosa. No puedo ser infeliz si élestá conmigo, porque es mi diente de león, mi esperanza, mi sinsajo. Porquenunca nadie pensó que yo también necesitaba uno.
Todo esto no supone que la vergüenza no me recorra ya desdehace un rato por completo. Me siento diminuta, incrédula y a la vez fascinadapor todo lo que ha pasado. Ni mucho menos me arrepiento, pero la vergüenza esalgo que no puedo controlar. Es superior a mis fuerzas.
Antes de enfrentarme a la más que posible sonrisa tonta dePeeta, recorro con la vista nuestro alrededor. Sigue siendo de noche, bastantede noche. No creo que hayan pasado más de dos horas desde el crimen. Lasestrellas lucen hermosas en el cielo, un tanto obnubiladas por la enceguecedoray más hermosa aún luz de la Luna llena. La hierba se mueve al son del suave ycálido viento de verano que mece las hojas del naranjo frente a nosotros.Observo también el detalle de Peeta, que nos ha cubierto con la manta quedejamos siempre en el sofá, y le doy las gracias en mi mente porque, de nohabérsele ocurrido, ahora mismo la situación sería mucho más incómoda de lo queya es.
- No, estoy bien. No tengo frío. - le respondo finalmenterecostando mi cabeza en su brazo en vez de en su pecho para poder mirarlo a losojos.
Peeta se gira para quedar frente a mí y me mira sin decirabsolutamente nada. En un principio siento que voy a morir por combustiónespontánea si no deja de observarme así y de dedicarme esa sonrisa tan delatora.Bien porque me convierta en un bicho bola avergonzado o bien porque me vuelva alanzar a sus labios como si no hubiera mañana. Pero, nada más lejos de la realidad.Con el paso de los segundos, el azul de sus ojos me va calmando más y más,haciendo desaparecer cualquier resquicio de vergüenza o timidez y contagiándomela misma sonrisa tonta que adorna sus labios. Al cabo de lo que calculo como unminuto, ya solo estamos él y yo. No hay grillos, ni ranas, ni corrientes deagua, ni brisa, ni nada. Tan solo estamos nosotros, sus ojos y los míos, alabrigo del calor que emiten nuestros propios cuerpos, aún algo aquejados por elesfuerzo, y también al amparo del calor de nuestras almas. Porque esa conexiónes tan antigua como la vida misma, pero hoy la hemos hecho consciente y, porprimera vez en mi vida, he reconocido en voz alta lo mucho que amo a estehombre. Mi cómplice.
¡Hola a tod@s!
Siento no haber actualizado ayer. En un principio, este capítulo era bastante más largo, pero por motivos de mi indecisa mente, al final decidí dividirlo en dos y se me echó el tiempo encima para volver a adaptarlo. No me gusta subir las cosas sin revisar, así que prefiero tardar unas horas más y daros un buen capítulo que tardar menos pero no estar segura de lo que os presento.
Aún así, cualquier crítica (positiva o negativa) será bienvenida. ¡De los errores es de donde se aprende!Ya sabéis, esperaré en la sección de comentarios a todo aquél que le apetezca pasarse. ¡Un fuerte abrazo y mil millones de gracias por estar ahí! :))
Pasamos así un par de horas más, disfrutando juntos delrelativo silencio que ofrece la noche y de la agradable temperatura que nos abraza. Al final voy a tener que dar graciasporque haya sido una noche calurosa. Creo que, dadas las circunstancias, yaestaríamos muertos de frío de no ser así. Peeta está dormido, aunque no muyprofundamente. Noto cómo es consciente de todos mis movimientos a pesar deestar sumido en el limbo. Yo, por mi parte, no he podido parar de mirarlo. Verlodormir a él es una sensación tan reconfortante como hacerlo yo misma. Recorrocon mis ojos cada uno de sus rasgos, tan aniñados cuando duerme y tan sensualesy masculinos a su vez. Sospecho que él hizo lo mismo conmigo mientras yodormitaba, como si quisiera velar mi sueño eternamente. Sigue cumpliendo con supromesa de mantenerme sana y salva.
Animada por su inconsciencia, me aventuro a acariciar surostro con movimientos delicados y cuidadosos para no despertarle. Paso lasyemas de mi dedo índice y corazón por toda la longitud de su mandíbula. Esaestructura ósea de su anatomía que me vuelve loca. Recorro sus pómulos, tanencendidos aún por la mezcla de calor y pasión de hace unas horas. Asciendohasta sus pestañas, tan largas como siempre, y me paseo por sus párpadosintentando imaginar el color de sus ojos que tan bien conozco. Tiene un par demechones sudorosos pegados a la frente, así que se los retiro con sumo cuidado,como si fuera a romperse al más mínimo descuido. Bajo hasta las marcas que yomisma, en el fervor del momento, le dejé sobre su cuello. Solo de verlas mesonrojo. Su presencia me corrobora la realidad de todo esto y me traen a lamemoria todas y cada una de las palabras que salieron de mi boca durante elinstante que creí alcanzar el cielo bajo su cuerpo. Ninguna inocente. Todas exigíanmás.
Aún no he decidido cómo voy a afrontar esto con la luz delsol. En estos instantes, al amparo de las sombras de la noche, todo resulta mássencillo. Es tan reciente que, incluso cuando nos hablamos hace un rato, sentícomo la vergüenza se esfumaba. Solo había cabida para la calma. Sin embargo, nosé si podré mirarle de la misma forma de ahora en adelante cuando, simplemente,estemos haciendo una vida normal. Me refiero a hacer cosas como hacer lacomida, atender la panadería, visitar a Haymitch, comer con Sae, dar un paseopor el distrito
desde luego, nada volverá a ser igual. No podré mirarle a losojos sin sentir que es capaz de ver a través de mí y de conocer todos y cadauno de mis secretos, incluso ahora, los más lascivos. Pero no me importa,porque yo también contaré con esa ventaja. Porque sabré interpretar en todomomento lo que desea. No porque hasta ahora no lo supiera, sino porque, despuésde esto, sé cómo manejarlo. Sé cómo hacerle suplicar por mí, por placer. Elmero hecho de pensar en lo mucho que aún me queda por experimentar con élconsigue excitarme, y eso me hace sentir poderosa. Me hace sentir dueña de susactos, al igual que él es dueño de los míos. Definitivamente, jamás volveré averle igual. Tan puro, tan platónico.
Trato de sacarle el mayor partido a esta desinhibiciónmomentánea y grabar en mi memoria todo lo que he aprendido porque, conociéndomecomo me conozco, en cuanto despunte el primer rayo de sol y un nuevo día seaproxime seré incapaz de pensar así sin acabar reprendiéndome a mí misma y másroja que un tomate. Al final va a ser cierto que soy demasiado inocente.
Peeta, que se había tumbado bocarriba durante un rato,vuelve a girarse hacia mí. Para mi agrado, está despierto y me mira con ojossoñolientos. Me dedica una cálida sonrisa y acaricia mi mejilla con su manoderecha para acabar reposándola sobre mi cintura.
- ¿He dormido mucho? - pregunta.
- No, solo un par de horas. Aún no serán más de las cuatro.
Echando cuentas, hará ya unas cinco o seis horas desde quenos marchamos de la fiesta. El recuerdo de la celebración es tan lejano queparece que haya pasado una vida entera. Peeta me atrae hacia él pausadamente yyo me dejo hacer, abrumada por su olor mezclado con el del naranjo. Me besa condulzura la frente mientras se aferra más a mí y yo trato de ignorar el hecho deque sigamos desnudos. Total, a estas alturas ya no debería importar, ¿no?Rápidamente, encuentro mi hogar natural en su cuello, allí donde dejé lasmarcas de mis dientes, y hundo la nariz en él, dejando que su cercanía meembriague por completo. Sus caricias en mi espalda se tornan más demandantes amedida que yo, inconscientemente, he pasado de rozar su cuello con mi nariz alamerlo, literalmente.
Una cosa nos lleva a la otra y enseguida estamos devorándonosla boca. Con más impaciencia que antes incluso, ahora que sabemos lo que nosespera al final del placentero recorrido. Peeta tira de mí hasta que quedo conmi torso pegado al suyo y mi pierna izquierda se acomoda en el hueco que dejanlas suyas. Cuando apoyo mi peso sobre él, deja escapar un gemido de su boca yno tardo en darme cuenta a qué se debe. Mi muslo está completamente encima desu excitación y al más mínimo movimiento que haga Peeta convulsiona pidiendomás. Con esta nueva baza a mi favor, me dejo guiar por sus gruñidos y muevo lapierna lentamente, haciendo presión sobre él. Intento no pensar mucho en lo queestoy haciendo por miedo a estropear el momento y sigo con mi tarea hasta quePeeta detiene el beso, abre los ojos y me mira fijamente:
- No sigas por ahí
- me susurra con la voz algo entrecortada.
- ¿Por qué? - inquiero yo completamente confundida. ¿Acaso hehecho algo mal? Pensaba que esto le estaba gustando. Incluso yo, solo de verley oírle, estaba empezando a notar más calor del habitual.
- Porque si sigues así no me quedará más remedio que volver ahacerte mía.
¿Era eso? Abro los ojos como platos y no puedo evitar unacarcajada. Me ruborizo al pensar en volver a revivirlo todo, pero no puedodecir que no me gustaría hacerlo. Es más, lo estoy deseando.
- ¿Y quién te ha dicho que no es lo que yo buscaba? - mi susurroes ronco, débil, incluso me atrevería a decir que sexy. No reconozco a laantigua Katniss en ninguna de mis palabras y, a juzgar por su cara, Peetatampoco. Pero me da igual. Me gusta esta nueva Katniss. Una Katniss que sabepedir lo que quiere y no teme sentir placer. Una Katniss libre de cualquieratadura que la impida ser feliz y disfrutar del hombre que tiene a su lado. UnaKatniss menos superviviente y más mujer.
Si hay algo que admiro de Peeta es su capacidad pararesponder y hacerlo bien ante cualquier imprevisto. Estoy segura de que estarespuesta era lo que menos se esperaba por mi parte y, sin embargo, no tardamedio segundo en ofrecerme la sonrisa más deslumbrante que haya visto jamás ylanzarse a mis labios como alma que lleva el diablo. Es precisamente sucapacidad para estar preparado en cualquier momento lo que le ha hechosobrevivir hasta ahora, igual que aquella vez que, tras quedarme atrapada en elbosque por la valla inusualmente electrificada, volví a casa magullada y élsupo al instante que algo no marchaba bien. A pesar de la inquietante presenciade los Agentes de la Paz, parecía tan seguro de sí mismo como siempre. Y es esaseguridad la que me transfiere a mí con su sola presencia, esa seguridad que medice que todo irá bien mientras lo tenga a mí lado.
Me dejo querer, besar y acariciar por sus labios todo lo quequiere y más. Después de todo, ¿quién soy yo para negarle nada a él, que lo haarriesgado todo por mí? Él, que sin esperar nada a cambio, me entregó sucorazón y me abrió las puertas de su casa tantas veces como necesité, una tras otra,a pesar de lo poco o nada que yo podía brindarle. Así que, si ahora heencontrado una manera de devolverle todas las esperanzas que creyó perdidasconmigo, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Por qué no iba a demostrarle con hechostodo lo que me hace sentir? ¿Por qué, ahora que lo sé sin duda alguna, no iba adecirle que lo amo de todas las maneras que soy capaz? Y, aún así, después deentregárselo todo de mí, seguiría debiéndole mi alma, porque fue él quien la reconstruyopedacito a pedacito con más cariño del que nadie hubiese sido capaz.
Perdidos en nuestro recién descubierto rincón de placer,entre besos, caricias y algún que otro roce, el sonido de una risa socarronanos saca de nuestro lapsus y me hace levantar la cabeza como un resorte haciala puerta corredera de cristal. Ahí está él, apoyado en el marco de la puerta,con mi bolso en su mano y una botella de vino en la otra. Haymitch, como no.
- Si os estáis preparando para el segundo asalto mejor vuelvomás tarde. - dice finalmente con una sonrisa de su cosecha.
Yo no sé qué hacer. Si me escondo bajo la manta mal, porquedejo a Peeta solo con el marrón. Si no me escondo mal también, porque estoytumbada en la hierba como mi madre me trajo al mundo. Y si le digo algo, peoraún. Porque Haymitch siempre ha sido más elocuente que yo y acabaría dejándomeen vergüenza. Argumentos le sobran, desde luego. Así que, hago lo de siempre.Delego la responsabilidad de las palabras en Peeta y me escondo en su pechobajo la manta, tan ruborizada que no creo poder salir de aquí en años.
- Haymitch, ¿qué coño haces? - dice Peeta un poco molesto.Aunque sospecho que su queja es más porque ha interrumpido lo que estábamos apunto de hacer que porque nos vea desnudos. Para él es de lo más natural, yHaymitch no es distinto en ese sentido. Además, somos como sus hijos.
- Bueno, venía a devolverle a ese bulto con ojos que seesconde cobardemente el bolso con las llaves que se olvidó en la plaza, pero yaveo que estabais ocupados, otra vez
¿Otra vez? ¿Acaso sabe que ya ha habido una primera? Vale,que nos haya pillado desnudos besándonosapasionadamente no ayuda a desmentir eso. Joder, no he empezado a hablar y yame estoy quedando sin argumentos.
- Gracias, Haymitch. Ahora, por favor, déjalo sobre la mesa dela cocina y lárgate. -hablo yo desde mi escondrijo.
- ¡Vaya! ¡Pero si habla! Pensaba que Peeta se había pasado yte había comido la lengua, preciosa.
- Si solo fuese la lengua
- se ríe Peeta, haciendo que meponga aún más roja de lo que ya estaba. ¿De qué va?
Le doy un golpe en el pecho, haciéndole notar midisconformidad con sus bromitas y él se queja un poco, pero no deja de reíracompañado por un aparentemente sobrio Haymitch. Perfecto, encima no puedoconfiar en que mañana se le haya olvidado todo. Peeta me besa la coronillaantes de apartarme de encima suyo y levantarse. Es completamente inmune a ladesnudez. Lo corroboro una y mil veces y no deja de sorprenderme. A mí mecuesta desnudarme incluso con él si no es porque estamos demasiado excitados.
- Anda, vamos dentro antes de que Katniss nos mate. - oigo quele dice Peeta a nuestro mentor mientras lo arrastra dentro de la casa.
Haymitch se ríe y, en lo que me cubro con la manta y recojotoda la ropa que hay tirada por el suelo (y lo que no es el suelo), escucho suconversación en la cocina:
- Así que, has acabado apagando el fuego de la Chica en Llamasen el jardín trasero de tu casa. Muy romántico, sí señor
- se carcajeaHaymitch.
- ¿Acaso hay algo más romántico que hacerlo a la luz de laLuna y bajo un manto de estrellas? -contesta Peeta aún entre risas.
Yo lo pienso por mi cuenta y, la verdad sea dicha, para míno podría haber sido mejor. Rodeada de naturaleza, con Peeta a mi lado y elcielo sobre nuestras cabezas. No podría encontrar mejor banda sonora para miprimera vez que el cantar de los grillos, el croar de las ranas y el murmullodel agua.
Me pierdo un trozo de conversación en lo que entro a la casay le lanzo a Peeta su ropa interior, tratando esquivar la mirada de Haymitch enla medida que me es posible. No me quiero ni imaginar las semanas que meesperan. Cuando me doy media vuelta y me dirijo a las escaleras, siguenhablando, aunque en un tono más confidencial. En un principio me molesta, perolo que alcanzo a oír en mi trayecto al piso superior me hace sonreír como unaidiota:
- Me alegro por vosotros, chico. - comenta Haymitch consinceridad. - Enhorabuena.
- Ni que hubiésemos hecho algo extraordinario, Haymitch. Tardeo temprano hubiese acabado sucediendo. No quería forzarla.
- Lo sé, hijo. Lo sé. Pero no es lo que habéis hecho hoy, sinoel hecho de que hayas conseguido que ella abra su corazón a ti. Sabes de sobraque nunca hubiese dado este paso si no estuviera segura de lo que siente.
Una vez más, me sorprendo de lo mucho que me conoceHaymitch. Sabe leer perfectamente mi forma de pensar y, aunque al principio esome molestase, hoy no puedo estar más agradecida por contar con alguien como él,que es capaz de comprender cosas que incluso a Peeta le cuestan.
- Me dijo que me amaba. ¡Me lo dijo con palabras, Haymitch!¿Sabes el subidón de adrenalina que fue oír eso para mí? - contesta Peeta.Puedo notar la emoción en su voz incluso desde aquí.
- Puedo imaginarlo teniendo en cuenta lo correosa que es. -contesta él y ambos se ríen.
No alcanzo a oír más, pero no puedo dejar de ser partícipede su felicidad. No puedo dejar de reír con ellos, aunque no me vean. Porquenadie en el mundo podría hacerme reír después de una situación tan embarazosamás que estas dos personas que comparten su vida conmigo, porque estamosenlazados inevitablemente para el resto de nuestros días.
Despierto, esta vez sí, en la cama. Anoche, tras la brevevisita de Haytmich, Peeta y yo subimos a acostarnos y descansar lo que restabade noche. Nuestro mentor no tardó enirse y, según me contó Peeta antes de caer rendidos al sueño, Haymitch estuvo esperandoen su casa un rato porque debió de oírnos la primera vez y no quisointerrumpir. Lo que no se esperaba era encontrarnos yendo a por el segundoround
Agradezco que no tardara diez minutos más en entrar por aquella puerta.No me lo quiero ni imaginar.
Me desperezo un poco entre los brazos de Peeta y me giropara verle la cara. Él está despertando aún, así que le dejo explayarse. Seremueve, perezoso, tratando de evitar los rayos de sol que entran de pleno enla habitación y nos golpean en la cara. Ya debe ser más de mediodía. Son pocaslas veces que dormimos hasta tan tarde, pero hoy creo que tenemos motivossuficientes. De cara al público será por la fiesta, pero para nosotros (yHaymitch ahora) será por la celebración particular que nos encargamos de montar
Solo de pensarlo sumo unos cuantos grados de calor a mi temperatura corporal,pero ya lo voy llevando mejor. Y más me vale si quiero lidiar con Haymitch encondiciones. No lo dejará pasar ni por asomo.
- Buenos días, preciosa. - saluda Peeta. Es tan maravillosodespertarme a su lado que sonrío sin mayor esfuerzo. Me hace increíblemente feliz.
- Buenos días.
- ¿Qué tal has dormido? - qué preguntas tiene este hombre
- Maravillosamente. ¿Y tú?
- No podría estar más de acuerdo.
Nos quedamos un rato mirándonos a los ojos, sin mayornecesidad que la de respirar y con la sensación de que podríamos estar así depor vida. Me rodea con sus cálidos y fuertes brazos y yo apoyo los míos en suancho pecho, dejando descansar en el mismo mi cabeza, cerrando los ojos ytransportándome automáticamente al universo paralelo en el que se convierte mivida entera a su lado. Un universo paralelo ajeno al dolor, ajeno al pasado yal horror. Ajeno a la sangre que nos manchará las manos de por vida y a laspesadillas que nos acompañarán siempre. Universo paralelo que me revela el pasadode una forma que nunca imaginé, haciéndomelo ver de tal manera que me sirvapara honrar la memoria de todos aquellos que perdimos, siendo feliz en su lugary tratando de cuidar el legado por el que dieron sus vidas. Haciendo de estemundo un lugar mejor en el que el hijo de Finnick crezca sano, sin miedo y contanto amor como su padre hubiese querido. Sin miedo a ser cosechado para calmarla sed de sangre de unos pocos que se creyeron por encima de todo y de todos.Sin la sombra del hambre, el odio y la miseria a su alrededor, con el únicopropósito de ser feliz y vivir una vida plena como la que su padre y tantosotros no pudieron disfrutar.
Es una nueva ventana que se abre ante mis ojos, dejandopasar olores, colores y sabores que nunca antes había experimentado. Dejándomeatisbar el comienzo de una nueva vida que promete un futuro feliz, próspero yseguro. Un futuro donde el recuerdo de todos ellos siga vivo de una forma quenos aliente a todos y nos ayude a sacar fuerzas de flaqueza en los peoresmomentos, cuando Peeta se tenga que aferrar al respaldo de una silla hasta quepase el ataque o yo llore como una niña pequeña después de una de mis horrendaspesadillas. Y ahí estarán todos ellos siempre, viviendo en nuestros corazones yabrazándose a nosotros a la par que él y yo nos amamos y damos calor, a la vezque compartimos buenos y malos momentos, porque mientras nosotros no losolvidemos vivirán eternamente, como los héroes y heroínas que fueron.
Y todo gracias a él. Peeta. El catalizador de mis emociones,la conexión positiva entre el presente y el pasado, el único que no me abandonódesde que empezamos juntos en esto. Mi héroe particular.
Le amo.
Unos golpes provenientes del piso inferior nos sacan denuestro abrazo matutino. Me separo un poco de Peeta, preguntándole con lamirada si sabe quién puede estar llamando a la puerta, puesto que Haymitch nohace mucho que estuvo aquí y, además, tampoco se molesta en llamar. Peeta niegacon la cabeza. Sin mediar palabra, nos ponemos de acuerdo en que ya va siendohora de levantarse. Me pongo a prisa una camiseta cualquiera que encuentrosobre la silla de la habitación y bajo los escalones al grito de "ya va". Lacamiseta es de Peeta, por lo que es lo suficientemente larga como para cubrirmehasta el muslo. Le oigo bajar en lo que yo llego a la puerta de la entrada.
- Voy haciendo el desayuno, Katniss. - me habla entrando a lacocina.
- ¡Bien! - le respondo antes de abrir la puerta. - Haz unoshuevos fritos por favor, que me he levantado con ganas.
- ¡Marchando unos huevos fritos para la pedigüeña señoritaEverdeen!
Me río un poco por lo esclavizado que lo tengo al pobre conlo que a la cocina se refiere. Intentaré despachar rápido al que esté tras lapuerta e iré a ayudarlo en lo que pueda. Pero, tras abrirla, me doy cuenta deque no será tan rápido como pensaba.
- Catnip. - me saluda.
- Gale. ¿Qué tal estas? - es lo primero que acierto a decirlesin poder apartar la vista de su hinchada y sanguinolenta nariz.
- Bueno, mejor ahora que he expulsado todo el alcohol.
O sea, que sí que había bebido. No nos equivocamos. Supongoque Haymitch se encargaría de llevarlo a la posada después de marcharme yo. Mealegra, en cierto modo, saber que parte de su salida de tono fue inducida porel alcohol. Aunque si lo dijo estando ebrio quiere decir que, en parte, sípensaba aquello de mí.
- Te lo merecías, ¿sabes? - contesto un tanto herida, pero sintanto rencor como él hubiese esperado. Por su expresión, que le haya abierto lapuerta y siga frente a él ya es más de lo que esperaba.
- Lo sé. Venía a disculparme antes de marchar. No quiero quevuelva a quedar algo sin resolver entre nosotros.
Y le doy la razón. No había pensado en ello después delincidente (obviamente, tenía otras cosas en mente), pero me hubiese quedado conun sabor amargo si se llega a ir sin hablar esto.
- Creo que es a Peeta a quien deberías pedirle disculpas. Yote conozco lo suficiente como pasarte esto por alto.
- Sí, supongo que tienes razón.
Le invito a pasar y, aunque dubitativo, lo hace, siguiéndomehasta la cocina donde Peeta está haciendo el desayuno. Según entramos le veo deespaldas trabajando sobre los fuegos y con el delantal cubriendo su torsodesnudo. Trato de no mirar mucho por no ponerme a babear frente a Gale ycarraspeo antes de hablar:
- Peeta, tenemos visita. - digo.
Él se gira, con la espumadera en la mano y un trozo de panen la boca. Traga en seco al ver a Gale y sus ojos se fijan en mí, pidiéndomeexplicaciones. Estoy segura de que no se esperaba que Gale pasase por aquídespués de todo.
- Gale. - saluda Peeta.
- Hola, Peeta.
- ¿Qué tal tu nariz? Espero no habértela roto. - pregunta Peetacon gesto compungido. No se arrepiente, pero es demasiado bueno como para nosentirse culpable.
- No, tranquilo. Es más la hinchazón que la avería en sí. Pero,según me ha dicho el doctor, estuviste a punto. - ríe Gale.
La situación es un tanto incómoda, está claro que larelación cordial que mantienen es bastante forzada, por lo que salgo ainterceder:
- Esto
Gale. Íbamos a desayunar, no sé si querrías tú algo oya has desayunado.
- ¿Desayunar? -pregunta Gale algo asombrado. - Son las tresdel mediodía, Katniss. Deberías estar comiendo más que desayunando.
Miro el reloj que cuelga de la pared de la cocina ycorroboro lo que me acaba de decir. Sabía que era tarde, pero no imaginé quetanto. Miro a Peeta, sonrojada por darme cuenta de las horas que hemosnecesitado para recuperarnos de nuestra sesión nocturna de ejercicio, y él enseguidacomprende mi mirada, echándose a reír. No tardo mucho en seguirle, aunque no merío tan fuerte como él, algo cohibida aún por la presencia de Gale, quien nosmira extrañado.
- Creo que prefiero no saber
- dice mi amigo con sonrisapícara. Si sospecha algo, tiene la decencia de no decirlo. - En fin, venía adisculparme por lo de anoche. Yo
siento mucho lo que dije de ti, Katniss.Sabes que no lo pienso. Y también a ti, Peeta. No recuerdo todo muy bien, pero,según me dijeron, trataste de calmarme en un par de ocasiones antes dearrearme. Creo que deberías haberme dado un poco más fuerte. Lo siento, deveras. Estoy avergonzado. No pienso volver a beber.
Peeta se seca las manos en un paño de cocina que cuelga desu hombro y, para sorpresa de Gale (quien, sin duda, esperaba una mayoroposición por su parte), le tiende la mano en señal de paz.
- Está bien. Yo también lo siento por pegarte, Gale. No debíhacerlo, y menos en tu estado.
Gale acepta atónito la mano de Peeta y yo sé al instante loque pasa por su cabeza. Gale se asombra de exactamente lo mismo que yo measombré durante tanto tiempo. La bondad de Peeta no parece tener límites y es capazde ofrecer una tregua a cualquiera que desee aceptarla. No se rige por nuestrasmismas normas que, cazando en el bosque, tardamos mucho tiempo en confiar eluno en el otro, regateando hasta con la última pata de conejo. Peeta te lo datodo de él sin esperar nada a cambio.
- Gracias, Peeta. - dice el cazador esbozando una tímidasonrisa y apretando la mano del panadero. - Gracias por perdonarme y por cuidarde ella siempre. Hazla feliz.
Peeta asiente levemente y yo lo observo todo como una meraespectadora. Ignoran mi presencia a pesar de que estoy a dos pasos de susenormes cuerpos. Cuando se separan, se despiden con un gesto de cabeza y Galese gira hacia mí:
- Tengo que coger el tren de las cuatro. Te voy a echar demenos, Catnip. Ten claro que siempre serás bienvenida en mi casa y que meencantaría que asistieses a mi boda, junto a Peeta, si él quisiera. Estáisambos invitados. - esto último lo dice mirándole a él.
- Creo que esa decisión la debe tomar ella, pero yo estaréencantado de acompañarla si decide ir. -contesta Peeta cortésmente.
- Me lo pensaré. - le digo a Gale. - Pero no te prometo nada.
- Está bien, te lo agradezco. Cuídate, Catnip. Y se feliz. -me contesta él agachándose para depositar un pequeño beso en mi frente. -Aunque sospecho que ya sabes bien cómo hacerlo
Gale me mira de arriba abajo riéndose sin pudor, acompañadopor Peeta. Yo me quedo extrañada ante su repentina complicidad y sin entendermuy bien sus últimas palabras. Les doy un par de vueltas, pero, para cuando lesencuentro el doble sentido, Gale ya ha salido por la puerta de la casa. El muydescarado no se ha cortado ni media al insinuar que sabía bien a qué habíamosdedicado la noche.
Salgo corriendo hacia el porche, roja de la rabia y lavergüenza para gritarle cualquier improperio antes de que pueda dejar de oírme.Desde las escaleras de la entrada lo veo andando de espaldas a mí hacia lasalida de la Aldea, por lo que le grito:
- ¡Eres idiota, Hawthorne!
Sin tan siquiera girarse, suelta una leve risa y, levantandosu mano derecha, me contesta:
- ¡Yo también te quiero, Catnip!
Lo veo alejarse y, antes de cruzar el umbral de la puerta devuelta a mi vida, sonrío. Quizá, después de todo, no haya perdido a mi mejoramigo.
¡Nuevo cap!
No sé que opinaréis vosotr@s (espero que, el que quiera, me lo deje en un comentario), pero para mí es uno de los capítulos más bonitos de la historia hasta ahora, ¡y eso que tengo unos cuantos favoritos! jajajaja
Desvarios de la autora aparte, espero que hayáis disfrutado leyendo este capítulo tanto como yo escribiéndolo. Una vez más, muchísimas gracias a tod@s por leer, por tener el fic entre vuestros favoritos y por vuestros maravillosísimos comentarios que procuro siempre contestar. Gracias también a todos aquellos que seguís el fic pero no tenéis cuenta en potterfics, esto también es para vosotros.
¡Un fuerte abrazo y nos leémos en el próximo! :D
Las siguientes semanas pasan rápido. La panadería marchaestupendamente y cada vez veo a Peeta más ilusionado con ella. Desempeñar eltrabajo que siempre fue suyo le llena tanto como a mí el cazar. Siguiendo elconsejo del doctor Aurelius, procuramos sacar todos los días un poco de tiempopara dedicarle al libro, aunque cada vez añadimos menos cosas. Peeta siguepintando y, desde hace unos días, sé que se levanta a medianoche, anota algorápidamente en su bloc y vuelve a la cama junto a mí. Yo me hago la dormida,pero algo trama.
Procuro ser todo lo útil que puedo en la panadería,sobretodo despachando clientela, así que me he tenido que tragar a todas las señoras chismosas preguntándome sobre elsolemne puñetazo que Peeta le dio a Gale. Las que son oriundas del doce nosconocen a los tres por algo más que los Juegos, así que se encargan de poner alresto al tanto de los posibles motivos del rifirrafe. Sobra decir que más de lamitad son soberanas tonterías.
De vez en cuando, Peeta se asoma desde la cocina paraecharme un cable dejando a Dough y Bun a cargo de los hornos con la excusa de queno doy abasto, pero yo sé que lo hace por evitar que un día cometa una locura ymate a alguien por decir tantas sandeces. Los ayudantes de Peeta, que están altanto de todo lo que sucedió en el homenaje (al parecer, ambos ayudaron aHaymitch a cargar con Gale hasta la posada), aprovechan cualquier oportunidadpara especular sobre las posibles salidas de tono de Peeta si se volviese a darel caso. Para ellos fue tan impactante como para mí ver a su tranquilo jefepegar de tan buen grado a otra persona. Peeta los procura ignorar y los manda apaseo más de una vez. Yo me limito a no entrar al trapo, pero he de reconocerque son muy graciosos y muchas veces no puedo contener la risa. Ambos son muybuenos chicos y, tanto Peeta como yo, les hemos tomado mucho cariño. Podríadecir que les consideramos nuestros amigos.
Además de la panadería y el bosque, puedo asegurar quenuestra habitación es el sitio en el que más horas paso. Mejor dicho, pasamos.Porque, desde que nos acostamos por primera vez, Peeta y yo nos hemos vueltomás pegajosos que nunca. Si no es él quien busca mi cadera con sus manos, soyyo la que busca su pecho con las mías. El caso es que siempre acabamos igual:desnudos y exhaustos. Los primeros días no podía evitar sonrojarme yreprenderme a mí misma por desearle tanto y tan seguido. Me decía que parecíauna depravada niña de dieciséis años pensando todo el día en que llegase lahora de quedarnos a solas, pero al final siempre acababa sucumbiendo de buenagana. Estos últimos días ya no me lo planteo tanto. Simplemente me dejo llevary hago lo que más me apetece en el momento, tanto que nuestra técnica hamejorado notablemente. Aún no soy capaz de no ruborizarme cuando despiertoentre sus brazos completamente desnuda, pero voy llevándolo un poco mejor.Peeta, por su parte, pareciera que llevase siglos haciendo esto. Sin duda, esmejor aprendiz que yo y, como buen artista, autodidacta. Al principio me pedíaque le dijera lo qué me gustaba, pero a mí me daba tanta vergüenza que lo únicoque él podía hacer era experimentar y dejarse guiar por mis jadeos y gemidos. Y,como tantas otras cosas, lo hace estupendamente.
Las burlas por parte de Haymitch tampoco han faltado. Desdeque nos pillara aquella maravillosa noche, no ha desaprovechado ni una sola vezla oportunidad de restregármelo por la cara. Nos contó que no tardó mucho mástiempo que yo en salir de la plaza, lo justo para dejar a Gale en su habitaciónen manos del médico y algún que otro amigo que trabajó con él en las minas. Laseñora Tomson (una mujer de mediana edad, clienta de la panadería y provenientedel distrito 10) fue la que le dio mi bolso a Haymitch cuando pasó de nuevo porla plaza después de ocuparse de Gale e iba de camino a la Aldea. Al parecer,nos vio levantarnos rápidamente del banco en el que estábamos sentados y cogiómi bolso al darse cuenta de que me lo había olvidado, pero salí tan a prisa dela plaza que no tuvo tiempo de devolvérmelo. Después de aquello, mi mentor pusorumbo a nuestro barrio, dando por hecho que si no habíamos vuelto ya a casa loharíamos en breve, con la intención de devolverme el bolso y las llaves queestaban dentro. Sin embargo, se encontró con la que él define como "la mayor ymás estruendosa sorpresa de su vida". Lo de estruendosa es, por supuesto, porquedice que me escuchó "gritar como una verdulera en época de cosecha".
El día que nos lo contó fue uno de los días más bochornososde mi existencia. Apenas había digerido el nuevo rumbo que había tomado mirelación con Peeta, cuando él ya estaba metiendo el dedo en la llaga con suspuyas y sus comentarios de doble sentido. Tras oír "el espectáculo circense"que estábamos montando (su capacidad para exagerar las cosas esextraordinaria), se fue a su casa a hacer tiempo y a cenar, puesto que, contodo el incidente de la plaza, no pudo hacerlo en condiciones. Aún así, como élmismo dijo, o esperó demasiado o demasiado poco, porque acabó encontrándonoscasi en la misma situación que intentó evitar la primera vez. Eso sí, siendocomo es él, esa vez no pudo resistirse y entró hasta el fondo, indiferente desi nos encontraba o no en pleno acto.
Ahora mismo, Peeta y yo estamos terminando de desembalar todaslas cajas en las que guardamos mis cosas para trasladarlas de mi casa a lasuya. La buhardilla está hecha un desastre, con cajas de cartón a medio abrirpor todo el suelo. La habitación la tenemos algo más decente, pero tampocomucho. Como fue tanta la ropa que me envió Cinna, hemos decidido guardar la queuso habitualmente junto a la de Peeta en el armario de nuestra habitación, y loque no, como los vestidos de gala, meterlos en el enorme armario empotrado dela habitación de invitados.
El traslado lo hemos ido haciendo paulatinamente a lo largode estas dos semanas. Ha hecho tanto calor que recorrer los escasos veintitrésmetros que separan una casa de la otra resultaba casi inhumano. Ni que decirhace falta si encima tenías que cargar con más de una docena de cajas. Jamáspensé que tuviera tantas cosas. El noventa por ciento, por supuesto, son dedespués de proclamarnos Vencedores. También traje conmigo un par de cajas queguardaba mi madre en el estudio. Son viejas, por lo que supongo que serán de laépoca de cuando mi padre y ella eran jóvenes.
Peeta está de espaldas a mí, terminando de recolocar algunasde sus cosas para dejar sitio a las mías. La buhardilla es más calurosa que elresto de la casa, por lo que ya hace un buen rato que se ha quitado lacamiseta. No puedo dejar de preguntarme cómo es que, después de todo lo quehemos hecho y de las veces que lo he visto ya en paños menores, sigo poniéndometaquicárdica cuando saca su ancha espalda a pasear. Me he llegado a plantearseriamente el hecho de estar enferma. Tratando de evitar acabar a las cinco dela tarde sobre el suelo de la empolvada buhardilla, busco con la vista algo queme distraiga de mirarlo tan atentamente y, rápidamente, fijo mis ojos en unabonita caja que reposa sobre un antiquísimo tocador que Peeta me dijo que erade su madre, y no puedo evitar la tentación de abrirla.
No sé qué esperaba, tal vez una antigua joya de la familiaque no hubiesen vendido, un buen montón de cartas de su padre a su madre(aunque creo que no sería muy probable), incluso alguna foto de los señoresMellark con sus hijos, qué sé yo. Lo que sin duda no esperaba era encontrar unmodernísimo y ultraligero aparato del Capitolio que, tan pronto como lo acercoa mi cara para examinarlo más de cerca, pega un flash cegador que me dejaviendo las estrellas un buen rato.
Peeta escucha mi grito de alarma y se gira bruscamente,demasiado bruscamente, haciendo que la caja con la que peleaba hace un rato paracolocarla sobre uno de los armaritos caiga de pleno sobre su cabeza. Gracias alcielo que estaba llena de mantas
- ¿Por qué gritas? - pregunta Peeta algo desconcertadomientras recoge las mantas que se han esparcido por el suelo.
- ¡Este cacharro del demonio! No sé qué diablos será, peronada más cogerlo me ha dejado ciega.
Peeta deja lo que estaba haciendo y se acerca hasta mí,cogiendo de mis manos el monstruoso aparato.
- ¡La has encontrado! - exclama.
- ¿Encontrar el qué? - pregunto yo recuperándome aún ytratando de fijar mi vista en él.
- ¡La cámara digital! Pensé que la había perdido.
- ¿La qué?
- Es como una cámara de fotos, Katniss. ¿Recuerdas aquellosaparatos con los que nos enfocaban muchos curiosos en el Capitolio?
Algo hace clic en mi cabeza y recuerdo a una multitud dehabitantes del Capitolio apuntándonos a la cara con esos instrumentos,dejándome aturdida por las potentes luces que nos iluminaban. Recuerdo queEffie nos explicó algo sobre ellas y sobre su función, pero por aquél entoncesyo tenía otras cosas en mente y no presté gran atención.
- Oh
ya recuerdo. Son como las cámaras con las que no sacabanlas fotos para el colegio pero en pequeño, ¿no? - pregunto yo haciendo memoria.
- Exactamente, solo que esta se dispara cuando reconoce unacara. - corrobora Peeta. - No sabía donde la había echado.
- ¿Y tú de dónde has sacado eso?
- La compré en el Capitolio antes de volver al doce. Pensé quesería una buena inversión de futuro. Sin duda, son más efectivas que yo con mispinceles.
- Seguro que sus retratos no son ni la mitad de buenos que tuscuadros.
Peeta me dedica una hermosa sonrisa y me da un corto beso enlos labios. No son muchas las veces que le digo algo bonito, no soy tanocurrente como él, pero de vez en cuando dejo escapar algún cumplido.
- Si tú eres la modelo, el cuadro será hermoso lo pinte quienlo pinte. - me susurra al oído antes de separarse. A esto es a lo que merefería. Cuatro palabras y me tiene roja a más no poder y con más calor que siestuviera a pleno sol de mediodía.
- ¡No me lo puedo creer! - se carcajea Peeta enredando en el cacharro y sacándome de mienrojecimiento. - ¡Ya no recordaba esta foto! ¡Mira!
Me acerco algo recelosa de que la dichosa camarita vuelva areconocer mi cara y a atacarme, pero la curiosidad y el entusiasmo de Peeta mepueden y me asomo por debajo de su brazo a la pantalla del aparato. Lo que veohace que primero me tape los ojos con ambas manos y, después, me hace reír comouna loca. Peeta me acaba de dar el arma perfecta para acabar con loscomentarios de Haymitch de un plumazo.
Capítulo divertido para aliviar tensiones ;)
Seré breve: el miércoles no podré actualizar, y como mañana no sé si me dará tiempo, quiero avisaros desde ya para no encontrarme con un par de decenas de mutos en la puerta de mi casa al volver de mi escapada de dos días (es lo que tiene estar de vacaciones jejeje).
Sin nada más, espero que hayáis disfrutado de este cap y, si no nos leemos mañana, lo hacemos el jueves. ¡Un fuerte abrazo! ^^
- Sácame un par de ajos de la nevera, por favor.
Me bajo de una de las sillas altas que tenemos alrededor dela isla de la cocina y dirijo mis pasos hacia el frigorífico a por lo que Peetame ha pedido. En lo que yo hago las cuentas para administrar el dinero que elgobierno, absurdamente, nos sigue pagando, él cocina un nuevo plato. Desde quedescubrió que había desarrollado un gusto especial por el pescado, trata de prepararlo,al menos, un par de veces por semana. Además, ayer haciendo la mudanzaencontramos un antiguo libro de recetas entre las cosas que guardaba su familia,con un surtido de lo más variopinto de pescados en salsa, purés de verduras,carnes rojas y un sinfín de entrantes, entremeses y postres. Aún así, nada comparadocon la ostentosa extravagancia que derrochaban los platos más capitolianos.Creemos que se trata de algún tipo de reliquia familiar, anterior incluso a losDías Oscuros.
Me acerco a él con los ajos en mano y me asomo por uncostado para ver que está haciendo. El olor no tarda en intensificarse einundar mis fosas nasales, haciéndome salivar exageradamente y provocando unestrepitoso rugido en mi estómago.
- ¿Crees que tardarás mucho en terminar? - le pregunto aPeeta. La impaciencia debe de notárseme en la cara porque, cuando se gira paramirarme, se ríe y niega con la cabeza antes de contestar.
- Creo, preciosa, que vas a tener que esperar unos veinteminutos más aún.
- ¿Tanto? - protesto yo.
- Compruébalo tú misma. - me dice y me señala con la cabeza ellibro abierto que hay sobre la encimera. - En el recetario dice que senecesitan, al menos, veinte minutos de movimientos circulares continuados paraque la salsa espese.
- ¿Y no podías haber metido el pescado al horno como siempre? -inquiero algo molesta por el vacío de mi estómago mientras le echo una ojeadasuperficial a la página en la que parece estar fijándose Peeta. - ¡Me muero dehambre!
- No seas impaciente. Estoy seguro de que quedará tan rico quehabrá merecido la pena esperar.
Peeta sigue mareando las tajadas del pescado que compró estamañana en la cazuela de barro durante un buen rato. Por matar el tiempo alprincipio y por curiosidad después, me quedo de pies a su lado, leyendo la extensaexplicación que dan en el libro sobre la elaboración del plato y alternando miatención entre los pasos a seguir y lo que está haciendo Peeta, como si, dealgún modo, yo pudiera distinguir algo. Reposo mis codos en la encimera y sigoleyendo. Al parecer, se trata de un plato tradicional de alguna otra parte delmundo con una larga tradición pesquera. Algo así como un Distrito 4 en elextranjero. Según parece, el pescado que se usa para este plato en concretotiene una textura distinta al resto. En la imagen se ve como se puede dividiren láminas con la ayuda de un simple tenedor. Además, explica algo sobre "desalarla pieza", pero no puedo leerlo porque una mancha de algún líquido ha dejadoese párrafo indescifrable. Sé que Peeta se volvió loco esta mañana en elmercado buscando el pescado en cuestión y, al parecer, no encontró exactamentelo que quería, puesto que le oí murmurar algo sobre que tendría que valer conesto, aún sin sal. Ahora creo que sé a lo que se refería. Resulta gracioso,incluso cómico, lo irascible que se pone Peeta cuando algo relacionado con lacocina o la pintura no sale como él quiere. El "ogro de los fogones" le llamoyo. No hay quien le tosa si está cocinando.
La salsa va cogiendo textura poco a poco y se torna de uncolor blanquecino. Está hecha a base de aceite de oliva y son los ajos que ledi los que le proporcionan el toque especial. Al menos eso pone en elrecetario. Antes de poder opinar nada tendré que probarlo, aunque huelerematadamente bien.
- ¿No te cansas? - le pregunto cuando me fijo en el tiempo quelleva dándole vueltas al dichoso pescado.
- No mucho. - contesta él sin levantar la vista de la cazuela.- Nunca había cocinado algo tan agotador, es cierto, pero cargar todos los díassacos y sacos de harina han hecho de mí un hombre.
Su risa inunda mis sentidos por un instante en lo que lesonrío de vuelta y medito sus palabras. Un hombre
Le miro de arriba abajo,observando cada detalle que se me hubiese podido pasar anteriormente. Subodesde sus trabajadas piernas, cubiertas ahora por un pantalón corto y parte deldelantal, hasta su trasero. Observo la perfecta curva que forman sus glúteos através de la fresquita tela veraniega, dotándole de un atractivo que pocoshombres poseen. Su torso tan definido,escondido ahora bajo una camiseta blanca de manga corta, impone tan solo coninsinuarse a través del algodón. ¿Cuántos suspiros no habré soltado ya por eseabdomen y esos pectorales? Sin duda, más de los que nunca imaginé que pudierasoltar por un hombre. Aún así, son sus brazos lo que más me fascina. Fuertes,cálidos, protectores y abiertos siempre para que yo pueda refugiarme en ellos.Esos mismos brazos que son tan delicados conmigo, se mueven con determinaciónpara levantar costales de harina de más de treinta y cinco kilos o conprecisión, como ahora, para elaborar un exquisito plato que requiere depaciencia y esmero. Son esos mismos brazos los que terminan en unas fuertesmanos, capaces de amasar el más delicioso pan de todo Panem por el día y derecorrer mi cuerpo cada noche, sin dejarse amedrentar por las sensaciones que aambos nos provoca el descubrir nuevas zonas que palpar. Sus hombros, capaces deresistir el peso de los mismos sacos que levantó con sus brazos y capaces, a suvez, de cargar sin claudicar con las secuelas de una guerra que nos tocó sufrira todos, pero de la que pocos tuvimos la suerte de salir. Un hombre
, no mecabe la menor duda.
Cuando Peeta me avisa de que la cena está casi lista, apartomi mirada de él, muy a mi pesar, y pongo la mesa, recordando de nuevo el hambreque tenía. Peeta no para de hablar sobre las ganas que tiene de probar elproducto de tanto esfuerzo en lo que sirve una ración en cada plato. Yo tambiéntengo ganas de probarlo, aunque sospecho que más por el hambre que tengo queotra cosa. Cuando le pego el primer bocado, dejo que la explosión de saborllene mi boca y determino que, a partir de ese mismo instante, será uno de misplatos favoritos.
- Definitivamente, la espera ha merecido la pena. - le digocon la boca medio llena.
- Mujer de poca fe
te dije que estaría para chuparse losdedos.
Degustamos el estupendo plato en lo que compartimos unacharla amena y nos reímos de la foto de Haymitch desnudo y borracho sobre lanieve. Peeta me cuenta un poco más a fondo la historia de lo que sucedió aquéldía y yo no puedo parar de reír con tan solo imaginármelo. En un momento desilencio, mis pensamientos derivan en todo lo que me he podido perder al estarfuera dos años. Si bien es cierto que la que más nuevas experiencias vivió enese tiempo fui yo, no puedo dejar de afligirme cada vez que pienso en lacantidad de momentos que me perdí junto a Peeta, incluso junto a Haymitch. Lacantidad de tiempo que no he podido estar a su lado y disfrutar de su compañíacomo hago ahora. La cantidad de besos que hubiese podido saborear antes de loque lo hice.
Intento pensar en positivo, tal y como suele decirme Peeta,y me digo que lo importante es que ahora lo tengo. Que no lo he perdido, quetan solo fue un aplazo de lo inevitable. Porque si algo tengo seguro es que,aunque hubiesen pasado veinte años, mi destino hubiese estado ligado a Peetainevitablemente. No puedo imaginarme un mundo sin él a mi lado, de la mismaforma que lo ha estado siempre, incluso antes de yo ser consciente de ello.
Me he debido de quedar absorta en mi lucha interior, comotantas veces me pasa, porque lo primero que noto al volver a la realidad (y loque me hace volver a ella) son los besos de Peeta sobre mi cuello. Suave,delicado, fugaz, dejándome despertar poco a poco del abismo al que caigoasiduamente cuando un mal recuerdo me asalta. Me conoce, sabe lo que hacer. Nose arrima mucho, se limita a rozar mi cuello y a acercar su pecho a mi espaldalentamente desde atrás. Sus manos se posan en el borde de la isleta sobre laque hemos cenado, a cada lado de mi cuerpo, dejándome felizmente presa en elespacio entre sus brazos y la mesa. Cuando se acerca lo suficiente, recuesto mipeso en él, como si fuese el respaldo de la banqueta, y echo la cabeza haciaatrás, reposándola en su hombro derecho, dejándome mecer por el olor tancaracterístico de su cuerpo.
- ¿Ya has vuelto? - me susurra delicadamente en el oído dejándomehuérfana de sus caricias.
- Sí, pero si vas a parar de besarme creo que puedo dejarme irotra vez
Peeta suelta una risa floja ante mi comentario y cierra susbrazos entorno a mi cuerpo, apretándose más contra mi espalda. No sueloexpresar tan abiertamente lo que deseo en situaciones normales, pero cuando elabatimiento por todo lo que he perdido me acecha, su cuerpo es lo único capazde sacarme de mi letargo y devolverme a un feliz presente que no debería deabandonar nunca.
Sus labios trazan el mismo camino que antes, solo que ahoralo hacen más rápido y acompañados por su húmeda lengua. Sé lo que quiere,porque Peeta nunca deja la mesa sin recoger, pero no seré yo la que se niegue.Me escudo en que lo necesito para recuperarme de mi momento de abstracción,pero no es más que una mísera jugarreta de mi cerebro para esconder lavergüenza que me provoca reconocerme, incluso a mí misma, que lo necesito paramucho más que eso. Lo necesito físicamente para satisfacerme. Para sentirmeviva y plena, sintiéndome la mujer, la pareja, del hombre que Peeta hoy en díaes.
¡Lo prometido es deuda!
Nuevo capítulo, lleno de amor, romanticismo y que, estoy segura, a alguna dejó con ganas de más ;)
Como siempre, mil gracias por las más de 28000 lecturas, por vuestros estupendos comentarios y por seguir confiando cada día en una humilde servidora.¡Nos leemos en el próximo! :D
Despierto con el calor de la mañana entrando por la ventana.Escondo la cara lejos de los rayos del sol debajo de la almohada y me mantengobocabajo, como he dormido toda la noche a juzgar por mi dolor de cuello. Alargoel brazo izquierdo hacia el otro lado de la cama, pero como sospechaba, estáfrío. Peeta debió de irse pronto.
Poco a poco, me voy haciendo a la luz de lo que deben serlas ocho de la mañana. Me incorporo en la cama y apoyo la espalda en elcabecero, observando por la ventana a los sinsajos trinar y volar de árbol enárbol. Cuando termino de desperezarme, echo un vistazo a la habitación y en lamesita de mi lado de la cama encuentro una bandeja con un vaso de zumo denaranja y un plato de pan de nueces con mermelada de albaricoque. Estiro losbrazos para cogerla y la deposito en mi regazo. También hay una prímula recién cortaday junto a ella una nota escrita, sin duda, con los perfectos trazos de Peeta.
Me he ido a la panadería. Espero que perdones que no te hayadespertado como siempre, pero después de lo de anoche pensé que deberíasdescansar. Tómate el desayuno como el postre que no te dejé disfrutar ayer enla cena.
Te amo.
Con esas simples palabras, una oleada de imágenes se meviene a la cabeza, dejándome exhausta con solo pensarlo. Después de decirle aPeeta que no quería que dejara de besarme, nos dejamos llevar por la pasión yacabamos haciendo el amor en la misma banqueta en la que estaba sentada. Aún puedooír sus jadeos sobre mi cuello y sentir sus manos sobre mi trasero, apretándometodavía más contra su cuerpo y haciendo que enroscase mis piernas en su cinturapara evitar caer. Aunque lentamente he ido soltándome más desde la noche queestuvimos juntos en el jardín, sigo siendo bastante conservadora y, desde esemismo día, no lo habíamos hecho en otro sitio que no fuese la cama. Lo mejor detodo es que, lejos de sentirme incómoda, el cambiar de escenario me excitó deuna manera que no sabía que lo haría. Si alguien no disfrutó del postre, esa nofui yo, sin duda.
Dejo la nota a un lado, junto a la prímula, y trato deborrar esos pensamientos de mi mente. Sé que no está mal que los tenga, al finy al cabo, soy joven y duermo cada noche con un hombre que besa el suelo pordonde piso
, pero no puedo evitar pensar en lo mucho que me ha cambiado la viday en lo inverosímil que hubiese resultado esta situación no mucho tiempo atrás,cuando un beso fuera de cámaras hacía que me pusiera con los colores y losnervios a flor de piel. Me alegra haber madurado lo suficiente antes de dareste paso, aquella Katniss hubiese muerto de vergüenza con tan solo ver un pocomás allá de la ropa interior de Peeta, con que no hablemos de estar tandestapada como él y tan juntos como para que ni el aire pueda hacer presencia.
Empiezo con el rico desayuno que me ha preparado Peeta y lodevoro en cuestión de segundos. Esa es otra de las cosas que he descubierto desdeque hago algo más que dormir por las noches: por las mañanas soy capaz decomerme un ciervo entero. No sé si es que a él le pasará lo mismo o lo hacesimplemente por caballerosidad, pero cada amanecer después de una noche intensame deja la bandeja con el desayuno sobre la mesita, si es que él no está encasa para hacérmelo cuando despierto. Aún así, su toque especial es siempre laprímula. Junto a cada desayuno siempre va una flor y una nota con un te amo alfinal que me hace temblar de pies a cabeza, recordándome lo detallista yromántico que es Peeta, y recordándome también lo mucho que me adora, como sino lo supiese ya.
Doblo la nota y la guardo junto al resto en el cajón de mimesita y meto la flor en el jarrón con agua donde reposan el resto de suscompañeras. Cuando me fijo en la cantidad de prímulas que tengo ya, no puedoevitar sonrojarme. Cada flor significa una noche subida de tono y dentro depoco tendré que quitar unas para poder meter otras nuevas. Con esto confirmoque, en este aspecto, ya no queda nada salvable de la antigua e inocenteKatniss Everdeen. Aún me asombro de cómo he llegado a esto. Yo, que siemprerenegué de cualquier tipo de relación y ahora estoy tan enamorada como elhombre que me amó desde que me vio por primera vez.
Dejo escapar un largo suspiro y me levanto de la cama parair derecha a la ducha. ¿Cómo demonios se supone que voy a evitar caer en latentación de pensar en él si cada vez que me levanto no tengo ropa quequitarme? ¿Cómo no voy a recordar todas y cada una de sus caricias másprohibidas si puedo observar en el espejo las marcas de sus labios en micuerpo? ¿Cómo no voy a desear más de él si cada vez que me toca me dejatemblando por un día entero? No sé cómo lo haré en invierno con tanta duchafría
Media hora después estoy saliendo por la puerta de casa endirección a la panadería. Hubiese ido a cazar, pero para eso necesito madrugar,más aún en pleno agosto y con este bochorno. Descartado el bosque, pongo rumboa la plaza, sabiendo que sobre las nueve de la mañana empiezan a llegar a lapanadería todas las marujas del distrito y empezarán a atosigar a Peeta con suspreguntas indiscretas entre que compran una cosa y la otra. Que intente yoocuparme de las relaciones sociales con mis vecinos es un poco absurdo (todo elmundo sabe que la cara amable y social de la pareja es Peeta), pero bastantetiene él ya con hornear día sí y día también para todo un distrito que cada vezcrece más en población. Sobre todo ahora que han terminado las obras de lanueva fábrica de medicinas que proveerá a todo Panem desde aquí. La demanda de manode obra ha sido muy bien recibida por todos los habitantes del país, tanto quese han tenido que empezar a planificar nuevos proyectos de edificación de casaspara poder acoger aquí a todos los futuros trabajadores de la fábrica, ademásde los que ya vinieron en su día a trabajar en la construcción del edificio.
En lo que recorro las calles de camino a la panadería,saludo a algún que otro conocido y me paro a hablar con un par de personas que,aún después de estos dos años, siguen agradeciéndome por mi labor como el Sinsajo.Antes era algo que me molestaba, porque no veía el motivo por el que tuviesenque estarme agradecidos. En mi mente, había sido yo la culpable de, aún sinsaber, iniciar un fuego que acabó por arrasar Panem hasta los cimientos, llevándoseconsigo miles de inocentes vidas que tuvieron la mala suerte de vivir unaguerra civil. Miles de inocentes vidas como la de mi hermana, que bien podríaestar hoy estudiando para ser médico, tal y como me dijo que haría en el trece.Aún sigo sintiendo emociones contradictorias respecto a la muerte de mihermana. Por un lado las de culpabilidad, que hasta hace bien poco eran las quepredominaban. Pero, por otro, las de esperanza. Esa misma sensación que mihermana ya tuvo mucho antes de que todo el juego de subterfugios y mentiras nosexplotase a Snow y a mí en la cara.
De todas formas, aunque siga entristeciéndome cuando piensoen ella, ya no lo hago de una forma melancólica como al principio de mireclusión autoimpuesta tras matar a Coin. Pienso en ella de una forma mucho mássana, porque ahora soy capaz de verla en los ojos de todo aquel que tieneesperanza. Sobre todo, ahora que la veo reflejada en la esperanza de los ojosde Peeta y en los míos propios cuando nos observo abrazados frente a un espejo queme devuelve la imagen de una realidad que jamás en mi vida pude haber siquierasoñado.
- ¡Qué no, Peeta! Que con este son doscientos veinte. - le digoexasperada.
- ¿Cómo van a ser doscientos veinte? Tienen que ser más,Katniss. ¿Estás segura de que has contado bien el último palé?
- ¿Me estás tomando el pelo, panadero? ¡He contado ya elpuñetero palé como treinta veces! Si pediste menos y no te acuerdas, no es miculpa.
Peeta y yo llevábamos en esta absurda discusión desde hace,al menos, diez minutos. Son más de las tres de la madrugada y llevamos ya comocinco horas haciendo inventario. Estoy hasta el gorro de contar sacos de harinay de glaseado y cuando por fin creía que habíamos terminado, Peeta me dice quees imposible que solo haya doscientos veinte de harina. ¡SOLO!
- Vamos a ver, mi amor. - me dice Peeta intentando calmarse élprimero y a mí después. - ¿Cómo iba a haber pedido menos de los que suelo pedirsi hace más de dos meses que no le cambio la cuantía al proveedor? ¡Me traesiempre los mismos!
- Pues te habrá visto cara de tonto y te habrá dado gato porliebre. Te lo he dicho mil veces, eres demasiado bueno y, claro, luego pasa loque pasa
- Y dale
¡que no me ha engañado, Katniss! Hemos tenido quecontarlos mal
Le veo llevarse las manos a la cara, intentando buscarle unasolución al entuerto de medianoche en el que nos hemos metido. Yo suelto sobreuna caja del almacén la libreta en la que he hecho y rehecho las cuentas de losdichosos sacos de harina una y mil veces, y me dejo caer entre unos cuantoscartones vacíos que deberíamos haber llevado a la basura hace más de cuatrohoras, cuando la gente normal cierra sus negocios y se va a sus casas adisfrutar de lo que resta del día y a aprovechar una buena cama, de la formaque más les apetezca. Sea como fuere, parece que yo hoy no haré ni una cosa nila otra. Recetas de cocina tradicionales y comodas
- Yo me rindo. No puedo ni con mi alma
- digo yo, cerrandolos ojos y sintiendo la planta de mis pies palpitar por el cansancio.
Medio minuto después, noto como la pila de cartones sobre laque estoy se hunde un poco más a mi lado. Entreabro los ojos para ver a un alicaídoPeeta tumbarse a mi lado, con los ojos rojos por el cansancio y una ligera capade sudor sobre su labio superior. Aún lleva la camiseta blanca de trabajo,aunque sin el delantal que le caracteriza. Cierra los ojos y yo le observodurante un rato. Parece realmente cansado y tengo la impresión de que, despuésde haber movido tres veces los doscientos veinte malditos sacos, le duele hastala última fibra del último músculo de su cuerpo. Resbalo mi mano por su brazohasta entrelazar mis dedos con los suyos y le susurro:
- Vámonos a casa.
Peeta, que no había abierto los ojos ante mi contacto,despega sus párpados y gira la cabeza hacia mí ante mi sugerencia.
- Pero tengo que dejar esto listo antes de que nos marchemos,Katniss. No quiero tener que andar llamando a proveedores durante nuestrasemana de vacaciones.
Peeta y yo hemos decidido marcharnos esta última semana deagosto al Distrito 4. En realidad, fue él el que me lo propuso este mediodía enlo que comíamos en la trastienda de la panadería. Me dijo que quería darlesunos días libres a los chicos y que, como él solo no podría sacar todo eltrabajo adelante, prefería cerrar una semana completa y que nos tomásemos unosdías de descanso para desconectar. Ir al cuatro fue idea mía. Sé lo mucho quele fascinan a Peeta las puestas de sol y no conozco mejores que las que seobservan a orillas de la playa. Yo he tenido el privilegio de disfrutarlas unavez que acabó toda la odisea de la guerra, cuando estuve en el cuatro antes dedesaparecer. Sin embargo, Peeta no ha vuelto a pisar una playa desde elVasallaje y, por mucho que se empeñe, aquella no era, ni de lejos, la situaciónidónea para presenciar una puesta de sol en todo su esplendor. Así que, sin másdiscusión, quedamos de acuerdo en que, al acabar esta semana, cogeríamos elprimer tren que saliera de nuestra cochambrosa estación con destino al cuatro.
- Podemos hacerlo mañana, o pasado. Aún nos quedan cuatrodías. - le digo intentando animarlo. El trabajo a veces le quema demasiado.
- Lo sé. Quizá tengas razón
, yo tampoco puedo ni con mi alma.
Nos quedamos tumbados un rato más hasta que tomo lainiciativa y levanto mi trasero del montón de cartones, ayudando después aPeeta a levantarse. Voy a dejar la libreta en el pequeño cuartucho que hace lasveces de oficina en lo que Peeta se lleva los cartones al contenedor de labasura. Justo cuando estoy a punto de apagar las luces y salir con las llavesal encuentro de Peeta, un papelito tirado en el suelo bajo la mesa me llama laatención. Me agacho a recogerlo, pensando que será alguna factura que a Peetase le olvidó archivar, pero pronto descubro la letra descuidada de Bun. Me fijobien en lo que pone y, cuando lo leo, pienso que a Peeta le van a faltar metrospara correr.
Salgo disparada por la puerta, cerrando a prisa la puertatrasera con llave y pensando en todo lo que le voy a gritar al idiota que tengopor novio.
- ¿Qué es esto? - le digo mostrándole en alto el papel ytratando de no gritar lo suficiente como para despertar a todo el doce. Aún mequeda algo de civismo.
Peeta, que acaba de aparecer por la esquina de la panadería,me mira extrañado por mi repentino enfado, pero contesta en un tono mucho másrelajado que yo:
- No lo sé, ¿qué es?
- ¡Ese es el problema! ¡Que no lo sabes! Si lo hubieses sabidollevaríamos en casa cinco horas. - cuanto más lo pienso más ganas me entran dellamarle de todo. ¿Cómo puede ser tan despistado?
- ¿Se puede saber de que hablas?
- Toma, léelo tú mismo. ¡Cabezón! - le digo dándole la notaescrita por Bun este mediodía antes de que se marchara.
Peeta, que me mira con algo de temor, lee rápidamente elaviso y sé cuando ha terminado de hacerlo porque se tensa de pies a cabeza y,aún sin levantar la vista del papel, alza sus ojos hacia mí. Debo de parecer unogro ahora mismo, porque lo siguiente que hace Peeta es echar a correr hacia elcamino que nos lleva a la Aldea sin mirar atrás y gritando un "lo siento"detrás de otro.
Mala decisión.
Salgo corriendo tras él, sabiendo que le alcanzaré antes deque llegue siquiera a la entrada de la Aldea. Aunque su pierna ortopédica ya noes ningún problema, es bastante más lento que yo.
- ¡Ven aquí! - le grito cuando nos hemos alejado lo suficientede las casas de la zona comercial como para no molestar. - ¡No huyas y da lacara como un hombre! ¡Cobarde!
El muy idiota no ha leído el aviso que dejó Bun estemediodía antes de marcharse a casa diciendo que el proveedor vendría mañana conel palé de cincuenta sacos que faltaba porque no había podido traer hoy todos.¡Y nosotros contando como idiotas una y otra vez los costales! Yo lo mato.
A medio camino entre la Aldea y el pueblo, le doy alcance yme lanzo a su espalda, derribándolo conmigo encima hacia los parterres dehierba que bordean el camino. Caemos un poco bruscamente, pero él me sirve decolchón así que yo no me hago daño. Al principio me preocupa haber sido un pocoburra y haberle hecho caer de mala manera, pero cuando se gira aún conmigoencima y me mira a los ojos sin apartarme de su pecho, respiro tranquila.
- ¡No me pegues, no me pegues! ¡Ha sido sin querer! - me ruegaaún agitado por la carrera y con un poco de sorna. ¿Cómo se supone que iba apegar a un hombre que es tres veces yo? Quito mi cara de enfado fingido y, tanagitada como él, me empiezo a reír.
- Ni que pudiera hacerlo
- logro decir entre jadeo y jadeo.
- Por un momento pensé que lo harías. Con esa cara quellevabas al salir de la panadería dabas mucho miedo, en serio.
Nos quedamos en la misma posición un buen rato más, tratandode cesar nuestras risas y calmar nuestra respiración.
- Somos idiotas. Hemos estado tres horas más de lo debidocontando sacos que ni si quiera habían llegado. - digo al fin cuando consigocontrolar mi risa.
- Sí, un poco sí que lo somos.
Me dejo perder en esos maravillosos ojos azules mientrasnoto su ya más calmada respiración bajo el peso de mi cuerpo. Pienso en lasveces que me he dejado llevar por el mar en calma que son sus zafiros y creo queno podría contarlas. Son como un abismo de azul imperturbable que me dejan vera través de ellos todo lo que este hombre me quiere decir cada vez que nosmiramos. Es como si pudiese hablar con él con tan solo mirarle. Sus ojos me danla calma que necesito, trasmitiéndome la paz y la tranquilidad que ninguna otrapersona en este mundo, salvo mi padre, podría darme. Y de la misma forma que yopuedo ver a través de él, siento como si él también fuera capaz de extraer todode mí con solo mantener el contacto de su iris con el mío. No necesitoexplicarle nunca nada, porque solo con ver mi expresión sabe lo que necesito,aunque no siempre sepa el por qué de mi anhelo hasta que no se lo cuente. Nonecesita saber cuál es el origen de mi pesar para conseguir llevarme al mundoen el que solo estamos él y yo, rodeados por la inmensidad del amor que nosprofesamos, donde no hay cabida para el miedo o la pena. Donde solo hay cabidapara nuestra eterna promesa: cuidar el uno del otro.
- Aún teniendo en cuenta lo idiota que eres, - le digo. - te amoigual.
Una sonrisa tonta se instala en su boca en cuanto lo hago.La misma sonrisa tonta que me dedica desde que le dije que le amaba. Y sospechoque a mí también se me pone la misma cara de tonta enamorada cuando él, trasbesarme lentamente, me dice:
- Yo también te amo.
¡Otro más!
Aviso: mañana no me esperéis porque no estaré en casa para actualizar. Deberéis esperar por mí hasta el lunes ;) Prometo recompensaros.
Una vez más, mil gracias (ya vamos camino de las 30,000 lecturas ¡WOW!) y os espero a todos los que queráis en la sección de comentarios.
¡Un fuerte abrazo y hasta el lunes! ^^
Miro el reloj: "las seis. Vamos bien", pienso. Cierro ambasmaletas, más bien bolsas de mano, y las bajo al primer piso para dejarlaslistas junto a la puerta de la entrada. No llevamos mucho equipaje, lo justopara pasar una semana en un sitio en el que ya de por sí hace calor sinnecesidad de que sea verano y, teniendo en cuenta que estamos en pleno agosto
Lo dicho, poco equipaje. En lo que yo termino de recoger las cosas, Peeta estáen el Edificio de Justicia haciendo todo el papeleo necesario para salir deldoce durante unos días. Al contrario de cuando yo me fui hace ya dos años (poraquél entonces la libre circulación entre distritos aún no estaba regulada),ahora hay que rellenar ciertos formularios e impresos en los que quedeconstancia la duración y el motivo del viaje, entre otras cosas, además delnúmero de turistas en nuestro caso. Tratamos de convencer a Haymitch para queviniera con nosotros, pero puso una excusa barata para acabar insinuando que novenía por no soportar nuestro ajetreo nocturno. Desde aquella noche sus burlasson una constante en mi vida, para variar. Tengo que plantearme seriamente quehacer con esa foto y cerrarle el pico de una vez.
Meto los billetes de tren en la bandolera que se empeñóPeeta en comprarle a una señora en el mercado y la cuelgo de la manilla de lapuerta para que no se nos olvide. Vuelvo a mirar el reloj: las seis y diez.Peeta hace hora y media que salió de casa, así que debe de estar al caer.Tampoco puede descuidarse mucho porque el tren sale a las siete y media.Decidimos hacer viaje nocturno, primero por comodidad (es increíble lo bien quese duerme con el traqueteo del tren) y, segundo, porque hemos hecho este caminodemasiadas veces como para que la luz del sol evoque buenos recuerdos.
Recuerdo que tengo que llamar a mi madre para avisarla deque vamos. Entre una cosa y otra, al final no la llamé ninguno de estos díasanteriores. Desde que regresé, suelo hablar con ella un par de veces porsemana, pero va a ser la primera vez que la vea desde hace casi dos años, porlo que me siento un poco nerviosa. Marco su número, que ya me sé de memoria, yoigo el primer pitido que indica la llamada. Echo cuentas y calculo que en elcuatro serán las tres del mediodía, por lo que mi madre debería de estar encasa aprovechando su tiempo libre de la jornada partida en la que trabaja en elhospital. Son cuatro los que suenan hasta que, por fin, alguien descuelga:
- ¿Sí?, dígame. - pregunta una voz femenina pero madura. Sinduda, es mi madre.
- ¿Mamá?, soy yo.
- ¡Katniss, hija! ¿Qué tal?
- Muy bien, mamá. ¿Qué tal tú? - ¿por qué pregunto eso si lavoy a ver en menos de veinticuatro horas? Estoy más nerviosa de lo que creía
- Bien, hija. Como siempre, tirando. - dice con un tono de vozun poco más apagado. Creo que jamás volverá a ser aquella mujer que tantoadmiré durante mi infancia. Echo de menos a aquella madre.
- Esto
- a ver por dónde arranco. - Te llamaba porque
tetengo una sorpresa.
Durante unos instantes, la línea se queda en absolutosilencio. No es que sea una gran amante de las palabras, pero no sé, cuando lehe dicho lo de la sorpresa lo menos que esperaba era que me preguntase de quese trataba.
- Mamá, ¿sigues ahí?
- Sí, perdona hija. ¿Una sorpresa decías?
- Sí
- contesto no muy segura. Quizá hubiese sido mejor ideadecirlo directamente.
- No será
- mi madre parece pensárselo un momento antes decontinuar. - Una invitación a otra boda, ¿verdad?
Me quedo helada. ¿Boda? ¿Otra? ¿Por qué si llamo a mi madre,a la que hace más de año y medio que no veo, para darle una sorpresa lo primeroque piensa es en "otra boda"? ¿No sería más lógico pensar en una visita de suprimogénita?
- Quiero decir, - prosigue mi madre antes de darme pie ahablar. - es que esta semana Hazelle me comunicó que Gale tenía planes de bodacon su pareja, así que al hablarme de sorpresas es lo primero que me ha venidoa la mente. No esperaba que Gale se fuera a casar tan pronto, compréndeme.
Mi madre, por supuesto, sabe lo que hay entre Peeta y yo,pero de ahí a que piense que nos vamos a casar... No sé, es demasiado pronto,¿no?
Si Peeta y yo nos casaremos algún día es algo en lo querealmente no he pensado. Al fin y al cabo, ya hacemos vida de matrimonio:compartimos casa, comida, cama, ingresos, gastos y preocupaciones. Nos apoyamosel uno al otro y nos queremos como nunca. ¿Qué cambiaría un trozo de papel?Para mí, nada. Pero quizá para Peeta
Decido no darle demasiadas vueltas a ese tema y seguir conlo de la sorpresa. En estos instantes lo último que deseo es comerme la cabezacon más preocupaciones en vez de prepararme para disfrutar de lo que serán lasprimeras vacaciones de mi vida. Huelga decir que con el antiguo Capitolio eltérmino "vacaciones" solo se usaba cuando un tributo ganaba y, dentro de lospaquetes de premios, iba incluida una semana de escuetas festividades para todoel distrito al que pertenecía. Dado que los únicos vencedores del Distrito 12que hubieron desde mi nacimiento fuimos Peeta y yo, puedo decir con seguridadque son las primeras que tendré.
- Eh, sí. Gale se casa, pero no es a eso a lo que iba. Peeta yyo vamos a pasar una semana en el cuatro. Salimos hacia allí en hora y media.
- ¡Oh! ¿De verdad, hija? ¡Es estupendo! - perfecto, tema deboda esquivado. - ¿Cómo no me has avisado antes?
- Bueno, la verdad es que fue algo bastante repentino. Lodecidimos hace cuatro días.
- Vale, está bien. No hay problema. Y, ¿ya sabéis dónde vais aalojaros? - me pregunta mi madre en un tono más pausado y característico deella.
- Pues
, habíamos pensado en ir a alguna posada. Pensábamosdecidirlo al llegar.
- ¡Oh, no hija! Eso es imposible.
¿Imposible? ¿Por qué? Que yo sepa, no hay ninguna ley que loprohíba y vamos con los papeles en regla, además de que tenemos dinerosuficiente para pagar. Recuerdo que Gale hizo exactamente lo mismo al venir aldoce. No le veo el inconveniente.
- ¿Por qué? - pregunto un tanto confundida.
- Verás, hija. El Distrito 4 no es como el doce. Aquí se vivedel turismo, sobre todo ahora que la gente de los distritos podemos viajar. Porlo que encontrar sitio para hospedarse en pleno mes de agosto es prácticamenteimposible.
- Vaya
, no habíamos caído en eso. - contesto yo algodecepcionada. ¿Tendremos que cancelar el viaje?
- Pero no os preocupéis, - dice mi madre. - en mi casa haysitio de sobra. Tendréis que compartir habitación, pero creo que, a estasalturas, eso no supondrá ningún problema
¿Desde cuándo mi madre es tan abierta respecto a la relaciónque mantengo con Peeta? Y, peor aún, ¿desde cuándo insinúa ese tipo de cosasconmigo? Ahora mismo, no sé ni por donde me pega el aire. Me acaba de dejar sinpalabras. ¿Qué la digo? Obviamente, decirle que no dormimos juntos es unaestupidez, pero de ahí a aceptar compartir habitación en su casa una semanacompleta
Creo que para mí será demasiado incómodo.
- Eh
, tranquila mamá. No te preocupes, ya buscaremos algo. -digo como única salida. ¿Qué más me queda?
- No, no. Ni hablar. Vosotros dos os quedáis aquí, hija. Dejaque haga algo por ti. Además, tengo ganas de pasar tiempo contigo después detodo este tiempo.
Es cierto. No había pensado en tratar de pasar un tiempo conmi madre. Me he centrado tanto en laidea de las vacaciones que se me ha olvidado lo más importante que tiene elDistrito 4 para mí, que no son sus playas ni su clima templado, son mi madre,Annie y el pequeño Finnick. El único familiar directo que me queda y la mujer ehijo de uno de los hombres más importantes de mi vida. Sigo siendo una egoísta.
- Está bien, mamá. - acepto al final. Es lo menos que puedohacer por ella. - Nos quedaremos contigo. Gracias.
- No hay de qué, mi niña. Tengo muchas ganas de veros, a losdos.
La opinión de mi madre siempre me ha traído sin cuidado.Estoy acostumbrada a tomar decisiones sin contar con ella en absoluto. Pero,por algún motivo, que trate a Peeta como a un hijo más me hace sentirextrañamente contenta. De alguna manera, su aprobación era algo que necesitaba,aunque supiera de sobra que iba a estar con Peeta le pesara a quien le pesara.
- Y nosotros a ti. -le respondo. - Llegaremos allí sobre lasdiez de la mañana.
- Está bien, iré a buscaros a la estación. Que tengáis buenviaje, hija. Avisaré a Annie de vuestra parte.
¡Annie! Mierda, tanto nombrarla y se me había olvidado porcompleto avisarla. Estoy segura de que se alegrará de vernos.
- Vale, bien. Muchas gracias, mamá. Nos vemos en unas horas.Un beso.
- Un beso, cariño. Te quiero.
- Y yo a ti. - respondo antes de colgar.
Nada más hacerlo, oigo unos ruidos en la cocina y, actoseguido, una rubia cabellera se asoma por el marco de la puerta, dejándomeobservar la sonrisa más hermosa que jamás pudiera imaginar.
- Hola, mi amor. - me habla Peeta.
- Hola. - le contesto acercándome a él. - No te he oído entrar.
- Lo siento, estabas tan enfrascada en la conversación con tumadre que no quise molestar. ¿Qué te ha dicho?
- Oh, bueno. Vamos a tener que alojarnos con ella. Al parecer,el cuatro se llena de gente en verano y no quedan habitaciones en las posadas. -digo haciendo un pequeño mohín. - ¿Te importa?
- Para nada. Siempre y cuando esté contigo, me da igual dondepasar la noche. - contesta él recortando los pocos centímetros que nos separabany besándome delicadamente.
Me dejo llevar por sus labios hasta que recuerdo que el trensale a las siete y media. Abro los ojos, aún sin parar de besar a Peeta, y mefijo en el reloj: ¡las siete! ¡He estado casi una hora al teléfono!
- ¡Peeta! ¡Son las siete! - digo o, más bien, chilloseparándome bruscamente. - Aún tenemos que pasar por casa de Haymitch.
Nuestro mentor dijo que vendría a despedirnos, pero supongoque estará lo suficientemente ebrio como para no acordarse. Peeta asiente yenvuelve lo que, ahora veo, son dos bocadillos para el viaje. Este hombrepiensa en todo.
Maleta en mano, salimos por la puerta y cierro con llave, despidiéndomede nuestro hogar por una semana y deseando imaginar que nos deparará nuestraestancia en el cuatro.
Bueno, en este capítulo se habla por primera vez del tema "boda"... ^^
Insinuaciones aparte, tengo una sorpresa (igual que Katniss, sí) y es que he empezado a desarrollar una página de Facebook para el fic. Aún le quedan las últimas pinceladas, pero espero poder estrenarla con vosotros dentro de poco. Será una buena herramienta para comunicar cambios de última hora en mi rutina de actualización etc. para que no tengáis que estar a la espera y para yo quedarme más tranquila también. Ya os iré contando más cosas.
Una vez más, gracias por las lecturas, los favoritos y los comentarios.
¡Nos leémos en el próximo! Un abrazo :D
- Veamos, el nuestro está en el tercer vagón y es el númeroquince. - me comenta Peeta revisando el billete una vez que hemos entrado altren. - Por aquí.
Cuando logramos salir de casa de Haymitch, ya solo quedaban diezminutos para que saliese el tren. El muy idiota, aunque no estaba borracho,cayó rodando por las escaleras cuando bajaba a despedirnos, así que tuvimos quesocorrerle aún a expensas de perder el tren. Menos mal que no se hizo nadagrave y pudimos llegar a tiempo. Estoy segura de que hace estas cosas apropósito para sacarme de mis casillas, no puede ser más inoportuno.
Después de despedirnos de nuestro mentor y asegurarnos deque estaba bien, nos dirigimos a prisa a la estación. No dejé de maldecir enalto a Haymitch durante todo el trayecto. Para colmo, cada persona con la quenos cruzábamos de camino al andén nos preguntaba algo sobre si íbamos, veníamoso qué demonios hacíamos. Yo me limitaba a apurar aún más el paso y era Peeta elque se encargaba de deshacerse de ellos sin dar grandes explicaciones, consiguiendoque no nos retuvieran más tiempo. Si por mí fuera, les hubiese gritado sinmiramientos lo que pienso de los entrometidos como ellos.
Sigo a Peeta a través de dos vagones y varios pasillos hastaque damos con nuestro compartimento. Pasa el billete por el lector y la puertase abre, dándonos paso a la habitación que tenemos asignada en lo que dure elviaje al cuatro. La estancia es bastante reducida. Tiene el espacio justo parauna cama doble y una cómoda y, como privilegio por viajar en lo que se llama "primeraclase", un pequeño baño. Tuvimos que pagar algo más por la habitación doble,pero merece la pena. No me gustaría tener que compartir litera con otras dospersonas a parte de Peeta.
Recuerdo como era aquel tren que nos llevó de Gira y alCapitolio en repetidas ocasiones. Todo el lujo, la ostentación y el exceso handesaparecido. Ahora, los vagones se han redistribuido, haciendo del tren unmedio de transporte mucho más eficaz que ya no solo se limita a llevar a niñosa una muerte segura o a capitolianos petulantes de "viaje turístico" por lasdistintas arenas. Además, son muchos los trenes que se han fletado para satisfacerla demanda de transporte que se ha dado en los distritos desde el cese de laguerra. Como muchos son también los pasajeros que viajan con nosotros, y másserán aún cuando el tren haga sus respectivas paradas en cada distrito. Entotal, ocho distritos en los que parar, decenas de personas con las quecompartir espacio vital y más de veinticuatro horas de viaje hasta que yo mepueda apear de este cacharro. Y, sin embargo, no me encuentro agobiada enabsoluto. Va a resultar que el término "vacaciones" es más terapéutico aún quelas consultas del doctor Aurelius. Voy a tener que hacérselo saber la próximavez
Peeta se tira de golpe a la cama según entramos, soltando elequipaje en el suelo. Lo recojo y lo dejo junto al mío a un lado de la cama,para después sentarme en ella.
- ¿A que es blandita? - pregunta Peeta, que ha empezado asaltar de rodillas sobre el colchón.
- Sí, pero como sigas así la vas a hundir. ¡No seas crío!
Peeta sonríe de medio lado y me engancha de los hombros, dejándometumbada. En cuanto toco el colchón con la espalda, se pone a saltar de nuevopero, esta vez, a mi alrededor, haciéndome botar y rebotar en la cama.
- ¡Peeta! ¡Para! ¡Eres peor que un niño! - le regaño, aunqueno suena muy convincente porque me río entre bote y bote. Lo cierto es quetiene su gracia.
- ¡Oh, vamos abuelita! Ya hablas igual que mi madre. ¿Tanmayor estás?
- Eres tonto, Mellark. Te vas a enterar.
Como puedo y de mala manera, me pongo de rodillas mientrasel no para de botar y de reír, haciéndome perder el equilibrio en un par deocasiones. Cuando consigo estabilizarme, me agarro de sus brazos e intentotirarle, dándole pie a él a que haga lo mismo conmigo. Obviamente, el tiro mesale por la culata y acabo perdiendo.
- ¿Qué esperabas? - me dice entre carcajada y carcajada cuandome ha conseguido tirar sin mayor esfuerzo.
Estoy completamente tumbada mientras él sujeta mis hombroscon sus manos y está de rodillas sobre mí. Forcejeo, pero es inútil.
- No vas a soltarte a menos que yo quiera, Katniss. Desiste. -se burla.
Le miro con desdén fingido y me devano los sesos intentandoencontrar una solución para soltarme sin tener que rogarle como sé que estádeseando que haga. Cuando estoy a punto de sucumbir y rogarle porque me suelte,caigo en la cuenta de algo muy sencillo que le hará perder.
Sin mediar palabra, cambio mi mirada fría por otra máspícara y le dedico una sonrisa deslumbrante, para después elevar mi cuello ycabeza lo más que puedo y besarle con ganas.
Aunque tarda en aflojar su agarre, al final lo hace y alcabo de unos segundos más soy tan libre como lo era antes de empezar a saltaren la cama. Aun habiendo logrado mi objetivo, soy incapaz de separarme de suboca, haciéndome dudar de si realmente soy tan libre como pensaba. Le arrimohacia mí y nos giro, quedando yo sobre él. Libre o no, para mí no existe mejorsensación que esta en el mundo entero. Ojalá toda la falta de libertad quehemos tenido que sufrir hasta ahora hubiese sido como esta bendita dependenciaque siento por él y su cuerpo. En ese caso, no me hubiese rebelado en contra denada.
Cuando me separo en busca de aire, le miro a los ojos, tandilatados como los míos propios, y le sonrío, sabiendo que lo que voy a hacer acontinuación lo va a dejar sin habla.
- ¿Quién no era capaz de soltarse? - le pregunto retóricamentey con deje juguetón.
Peeta me mira, intentando normalizar su respiración, ycontesta tranquilamente con mi mismo deje.
- Aún te tengo presa. - dice mientras aprieta un poco más susmanos sobre mis caderas.
- Sí, pero no por mucho tiempo. Tengo hambre y la cena noestará servida para siempre, así que será mejor que vayamos al vagón-comedor.
Termino de separarme de él sin darle tiempo a reaccionar.Aunque me hubiese gustado seguir ahí con él, es cierto que tengo hambre y queel horario de las cenas no es el más amplio de todos, así que será mejor que locumplamos si queremos meter algo al estómago a parte de esos bocadillos quetraemos. Salgo por la puerta medio riéndome, dejándole desconcertado sobre lacama y sabiendo que esto me traerá represalias.
La velada transcurre sin grandes sobresaltos.Cuando salí de la habitación, Peeta me siguió de cerca y me logró alcanzar unvagón antes del restaurante. Al llegar a mi altura, me sonrió un poco raro,prometiendo venganza, pero no dijo nada y me dio la mano antes de entrar alcomedor. Pedimos mesa para dos, cerca de la ventana, y disfrutamos delatardecer (algo tardío por ser verano) mientras degustábamos el menú. La paradaen el once nos pilló con el segundo plato aún caliente y cinco o seis personasmás se nos unieron. Al principio no cayeron en la cuenta de quién éramos(principalmente porque estábamos sentados en la mesa más alejada de la puerta),pero no tardaron en darse cuenta de que el camarero se dirigía a mí como"Sinsajo", así que nos encontramos con un incómodo silencio en el vagón yvarios susurros hasta que pareció olvidárseles y siguieron cenando. Peeta y yoprocuramos seguir con la distendida charla que manteníamos hasta ese momento,aunque en un par de ocasiones nos sentimos algo cohibidos por la situación.
Entre risas con el camarero (que resultó ser unchico muy agradable), comentarios entre bocado y bocado y algún que otro besosuelto, llegamos a la sobremesa. Ya era bien entrada la noche cuando hicimosnuestra parada en el diez y nosotros aún seguíamos de cháchara con el camarero,que ya se había sentado a la mesa tras invitarlo en un par de ocasiones. No voya negar que el vino también tuviera su lugar y me sorprendió ver a Peetaaceptar un licor de hierbas que nos ofreció el cocinero junto con el café. Yolo probé, pero para mi gusto era demasiado fuerte. Peeta, sin embargo, tomó elchupito gustoso y el segundo lo mezcló con el café solo que tomaba. Lo miré yle levanté una ceja, preguntándole en silencio desde cuándo tenía ese gusto porel alcohol. Él me miró, sonrió de medio lado y elevó los hombros, restándoleimportancia. Así que, con todo eso, aquí estamos ahora. Sentados en la mismamesa que hace tres horas, con un par de copas de más y con el cocinero (queserá unos veinte años mayor que Peeta, el camarero y yo) hablando por loscodos. El pobre diablo solo ha bebido la mitad que Peeta y Hugh (así se llamael chico que nos ha atendido toda la noche), pero la edad se deja notar y yatiene la lengua más suelta de lo normal. Miro alrededor y compruebo que hacecomo hora y media que se vació el comedor. No creo que estos dos pudiesen estartan alegres aquí sentados si aún estuvieran en su turno de trabajo, lo que mealivia.
Me fijo en Peeta, que tiene las mejillas y lanariz más rojas de lo habitual y paso mi vista sobre los otros dos hombresmientras río las gracias del cocinero, que no se puede negar que es muydicharachero. El reloj que hay sobre la abandonada barra de bar marca las dosde la madrugada cuando lo miro, por lo que decido hacerme cargo de lasituación. Mañana será otro día.
- Bueno hombretones, creo que va siendo hora deretirarse.
Sueltan un "oh" generalizado que me hace reír ycomprobar a la vez que ya han llegado al punto álgido de su embriaguez. Mejorretirarnos antes de que acaben por los suelos.
- Vamos, mañana tenemos que madrugar, Peeta. - ledigo con algo más de determinación.
- Sí, tienes razón. - contesta él. Al menos noestá tan bebido como para no discernir, pero esa chispita de gracia al hablardenota que el alcohol ya corre por sus venas.
Hugh se hace cargo del cocinero, del que norecuerdo el nombre, y nos quita la preocupación por él cuando nos dice queduermen en la misma habitación de literas. No estoy muy segura de que el buenhombre pudiese llegar por sí solo hasta la cama. Yo me levanto junto con Peeta,que se tambalea un poco al principio pero enseguida recupera el equilibrio, ynos despedimos hasta el desayuno de Hugh. No sé por qué me da que el cocineronecesitará más horas para recuperarse
Peeta pasa un brazo sobre mis hombros y me arrimamás a él de camino a nuestra habitación. Me río para mis adentros por lapequeña descoordinación que tiene en sus gestos, pero no se lo digo. El pobre estan correcto siempre que, para una vez que se suelta la melena, no puedoreprocharle nada. Además, está demasiado gracioso.
Cuando llegamos a nuestra puerta, saco el billetede su bolsillo y lo arrimo al lector, abriéndonos paso al interior de lahabitación. La simple vista de la cama hace que recuerde lo cansada que estoy.Una vez dentro, me giro quedando mirando hacia la puerta para meter el billeteen el sensor que activa las luces (aún después de mis viajes al Capitolio, mesigue sorprendiendo la tecnología que manejan) y, cuando me doy la vuelta, unmuy sugerente Peeta me tiene atrapada entre la madera y su cuerpo, con una manoapoyada en el marco y la otra en mi cintura.
- Peeta, ¿qué haces?
Antes de responder, arrima su cara hacia mí,dejando su nariz a milímetros del puente de la mía. Su boca entreabierta dejasalir el aliento con ligero olor a alcohol de hierbas mezclado con café,anegando por completo mi sentido del olfato. Siempre creí que el olor a alcoholen la boca de una persona era desagradable (véase el caso de Haymitch). No sési será porque no es el barato licor blanco que bebe mi mentor, si será elhecho de que sean hierbas o que esté mezclado con café, pero viniendo de loslabios de Peeta, el olor me parece de lo más excitante.
- ¿Acaso crees que estoy lo suficientementeborracho como para olvidar el desplante de esta tarde? - contesta, ahora sí,con voz ronca.
Sus ojos me miran con fervor y reclamando algoque, por derecho, es suyo. Y, aunque no lo fuese, yo se lo daría encantada.Quizá sea por las copas de vino que yo también me he tomado, no lo sé. Aunqueno he notado sus efectos en ningún momento, así que me inclino a pensar quesigo siendo la misma pervertida sexual en la que me convertí aquella noche enel jardín bajo un manto de estrellas. Definitivamente, la antigua Katniss estáen paradero desconocido.
- Pienso hacerte el amor toda la noche y parte dela mañana. Llegarás tan cansada que lo único que querrás hacer será echarte adormir en la cama que nos prepare tu madre, si es que te dejo
Su susurro en mi oído ya es lo suficientementeprovocador, por lo que cuando consigo procesar sus palabras, me quedo en unpunto entre la estupefacción y el deseo. Estupefacta por lo impropias que resultanesas palabras en boca de Peeta, el siempre dulce y amable Peeta. Deseo porrazones obvias. Abro mucho los ojos, tanto que parece que se me vayan asalir de las órbitas, y boqueo como un pez fuera del agua sin saber que decir,aunque sospecho que será mejor callar.
Peeta me besa, me besa con anhelo. Pocas veces sedeja llevar tanto como para besarme tan fuerte, sin ningún rastro de amabilidado piedad. Hoy él es el cazador y yo su presa. No me resisto y le permitoredescubrir cada rincón de mi boca con su lengua, mientras un fuego distinto meinvade por dentro. Hasta ahora, siempre habíamos sido cariñosos, nos habíamosdicho palabras bonitas (sobre todo él) y ni de lejos se nos habría ocurrido nohacerlo. Pero, por lo que veo, Peeta hoy no pretende seguir ese guión. Memuerde el labio superior mientras baja la mano que tenía apoyada en el marco dela puerta y la coloca sobre uno de mis pechos. No tiene compasión, y meacaricia sobre la ligera tela veraniega todo lo que quiere y más. Su otra mano,va bajando al mismo son por mi cadera y, cuando me quiero dar cuenta, ya latiene sobre el botón de mis pantalones.
Como yo no estoy tan desinhibida por el alcohol,me cuesta seguirle el ritmo, pero decido que lo mejor será que yo también pasea la acción si no quiero retomar mi sobrenombre de "inocente". Bajo mis manos,que hasta ahora se mantenían quietas sobre su pecho, hasta el borde de sucamiseta y tiro de ella hacia arriba. Peeta se separa de mí lo justo para poderquitársela y vuelve a su labor con celeridad. Ya es demasiado tarde cuando medoy cuenta de que ha colado sus dedos calientes bajo mi ropa interior. Norecuerdo que haya logrado desabrochar el botón, pero el caso es que lo ha hechoy ni tan siquiera se ha molestado en quitarme los pantalones.
Estoy abrumada, descolocada, anonadada por lasituación. El ardor se incrementa cuando Peeta va más allá de mis barrerasexternas y se introduce en mí con dos de sus dedos. No es nuevo, ya lo ha hechoantes, pero la intensidad nunca había sido tan alta. Gimo en su oído a medidaque él se mueve más rápido y no puedo ni responder a sus besos.
- Te deseo, Katniss. - me dice en un susurro.
Sigo aprisionada entre la pared, su cuerpo yahora también su mano, extrañamente anhelante de que cumpla su promesa de nodejarme dormir hasta mañana. Es una versión nueva de Peeta, más salvaje, máshumano. No es el Peeta idealizado que siempre tengo en mente, el perfecto, elque todo lo hace con amor. Es el Peeta terrenal, el hombre, el que necesita demí tanto como yo necesito de él y el que me hace sentir y descubrir sensacionesque jamás hubiese imaginado que existieran.
- Y yo a ti. - logro articular.
Como si mis palabras le insuflaran el aire que lefaltaba para dar el siguiente paso, Peeta me levanta en volandas y me arroja ala cama sin delicadeza alguna. Hoy no tiene tiempo para sutilezas y, alcontrario de lo que alguna vez hubiese creído, me gusta. Hoy no quiere hacermeel amor, hoy quiere sexo.
Me devora de arriba abajo mientras me desnudacasi del tirón, a dos prendas por vez. Después de desabotonarlos, le quito lospantalones con mis pies aprovechando que se ha tumbado sobre mí. No tarda endejar mis labios huérfanos para pasar a mi cuello y, posteriormente, hacer lomismo con mis senos. Desciende por mi estómago, mordiendo y besando cadacentímetro de piel, hasta que, sin previo aviso, hunde su cara entre mismuslos.
- ¡Peeta! - le llamo sobresaltada. ¿Qué hace?
Levanta la vista, me mira a los ojos y, tras reírun poco, vuelve a lo mismo. Aprieto mis piernas contra su cabeza intentandodisuadirle, pero lo hago con tan poca convicción que resulta irrisorio. No sédonde o cómo lo habrá aprendido, pero mi obnubilado cerebro no está muy por lalabor de pensar en ello ahora mismo. Me agarro fuertemente a las sábanasintentando contener la ola de calor que se empieza a formar en mi vientre.Inútil, absolutamente inútil. No tardo ni dos minutos en explotar en uno de losorgasmos más feroces que he tenido hasta ahora.
Me siento desconcertada, expuesta incluso, cuandoPeeta aún desde esa posición devuelve sus azules ojos a los míos. Esos ojos,que no podrían ser letales ni con un kilo de dramático maquillaje encima, mehacen recuperar la calma, me hacen entender que esto está bien, que no debosentirme mal por disfrutar así de su cuerpo y del mío, que ya hemos sufridosuficiente como para merecérnoslo.
En lo que yo me recupero, él se quita la últimaprenda que lo cubre y vuelve a ponerse a mi altura. Antes de besarme, me miraunos segundos, recuperando por unos instantes al perfecto Peeta:
- Te amo. - me dice con la misma devoción desiempre.
- Yo también te amo. - le contesto, aúnextasiada.
Me dedica una última sonrisa como el perfectoPeeta antes de recuperar su faceta de Peeta terrenal y ocupa de nuevo mislabios con los suyos con la misma fiereza que hace unos instantes profesaba enotra parte de mi anatomía. Esta noche nos dedicamos a ser carnales, a dejarnosllevar por la lujuria, a inundar el cuerpo del otro con el nuestro propio, acrear nuevos y maravillosos recuerdos en un tren que tan malos momentos nos viopasar.
¡Siento el retraso! Ayer no pude actualizar por diversos motivos (por estos imprevistos quiero hacer la página de Facebook, entre otras cosas), así que espero poder compensároslo, en parte, con este de hoy ;)
Espero que os guste y gracias, una vez más, por los favoritos y las lecturas, además de los maravillosos comentarios de las que se animan a hacerme saber su opinión. Cualquiera que se vea con ganas, ya sabe donde encontrame ^^
¡Un fuerte abrazo! :D
- Señores pasajeros, en diez minutos el tren efectuará suparada en el Distrito 5.
La voz metálica que anuncia cada parada por elintercomunicador es lo que me despierta. Me remuevo perezosa y abro ligeramentelos ojos, dejando que se acostumbren a la tenue luz que dejan pasar las cortinasque cubren la pequeña ventana sobre mi cabeza. Me giro hasta quedar bocarriba,dejando descansar el hombro izquierdo, dolorido por dormir sobre él tantashoras. Miro fijamente al techo, perdiéndome en las formas geométricas que hacela escayola que adorna las aristas. Líneas rectas y bien trazadas, escuetaspero elegantes, sobrias. El diseñador bien podría ser del Distrito 13, con su carácterrígido y soberbio, pues es lo que inspira el techo de la habitación, eleganciasin necesidad de caer en la extravagancia capitoliana. A Effie no le gustaría.
Cuando ya creo poder fijar la vista sin que la luz memoleste, giro mi cabeza hacia la derecha y observo que Peeta aún duerme plácidamente.Descansa de costado, mirando hacia mí, en la misma posición en la que hadormido toda la noche. Su brazo derecho todavía rodea mi tripa sobre lassábanas. Ronca levemente, sin haberse inmutado por mis movimientos. Me fijo ensu cuello y en el hueco de su clavícula derecha, rojos y un poco amoratados.Creo que le mordí anoche durante nuestra batalla campal, porque eso es lo quefue, una tremenda batalla campal.
Nunca habíamos sido tan duros ni tan salvajes. Y digo "habíamos"porque recuerdo al pie de la letra todas y cada una de las palabras subidas detono que le dije mientras hacíamos el amor. Aunque al principio me sentí algoabrumada por la repentina fogosidad de Peeta, tardé en dejarme llevar lo mismoque tardó en venir mi primer orgasmo de la noche: dos minutos. Después deaquello, todo fueron "dame más", "oh, sí", "no pares" y un sinfín de chillidos,gemidos, gruñidos y jadeos tanto por mi parte como por la suya. Tengo grabada afuego en mi cabeza la increíblemente excitante voz de Peeta susurrando un "¿tegusta así, nena?" en mi oído. Mi respuesta fue un gemido tan alto que, ahoraque se acerca el alba, solo puedo desear con toda mi alma que las paredes esténinsonorizadas.
Aparto suavemente el brazo con el que Peeta me rodea yretiro las sábanas aprovechando que está dormido para dirigirme a la ducha.Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo contra ella, intentando apartar de mimente todas las imágenes que han venido de golpe al despertar. Siento laspiernas como si fuesen gelatina y todo músculo susceptible a padecer agujetas, laspadece. Estoy hecha un ocho. Soy capaz de generar un único pensamiento ajeno aesas ideas, y es que Peeta es un hombre de palabra. Me dijo que me haría elamor hasta la extenuación y ha cumplido demasiado bien.
Trato de no hacer recuento de las veces que lo hicimos(porque no fueron ni una ni dos ni tres
) y abro la llave de la ducha, dejando salirel agua fría. Pondría la tonta excusa de que no la necesito caliente por serverano, pero no dejaría de ser mentira. La necesito fría porque Peeta no se halimitado a pervertir mi cuerpo, sino también mi mente. Y bien podría decir queyo he hecho lo mismo con él, porque en ningún momento le dejé de alentar conmis "sigue" o mis "ahí, ahí". Por favor, esta no soy yo.
Lo malo de amanecer después de una noche así es que soyincapaz de recuperar la normalidad por un buen rato. Es uno de mis múltiplesdefectos: la vergüenza extrema. Incluso me siento incómoda si estoy desnudafrente a él cuando el contexto no es sexual. Y lo peor de todo es que no sé cómolidiar con ello o, al menos, cómo ser capaz de no sucumbir a sus encantos tanfácilmente. No sería la primera vez que me planteo ser menos pasional en estasdos semanas, pero, de una forma u otra, siempre acabo sucumbiendo a su olor, susabor o, incluso, a su voz. Haga lo que haga, Peeta, con el mero hecho de serél, derrumba hasta el último muro que yo pueda construir, haciendo inútil cualquierintento por evitar un contacto físico más explícito de lo que dictan los cánonesde buen comportamiento.
Dejo que el agua fría alivie mis magullados músculos y selleve por el desagüe parte de mis pensamientos impuros. Ya tengo más queasumido que tendré que aprender a vivir con ellos. Enjabono mi pelo con unchampú de almendras dulces y vainilla que traigo de casa y me lo desenredo conun cepillo bajo la cascada de agua que expulsa la alcachofa. Uso la esponjapara esparcir el jabón por mi cuerpo y, tras aclararme por completo, salgo delplato de la ducha y me seco con una toalla. Como mujer previsora vale por dos,dejé mi maleta en el cuarto de baño, sabiendo que por la mañana me apeteceríauna ducha, aún sin saber lo que Peeta tenía en mente. Me seco y visto en unabrir y cerrar de ojos, esperando llegar a tiempo para el desayuno. No mequerría ir sin despedirme de Hugh, aunque no sé si será buena idea recorrer laszonas comunes del tren si, finalmente, las paredes dejaban pasar más sonido delque me gustaría
Antes de volver a la habitación, saco otra toalla seca yguardo lo que sé que Peeta no usará para su ducha. Cuando vuelvo a entrar, élsigue dormido todavía. Parece que no fui la única en acabar exhausta. Me sientoal borde de la cama y me inclino sobre su cara para darle un beso de buenosdías:
- Despierta, dormilón. - le digo en un susurro.
Peeta se remueve un poco y entreabre los ojos cuando lollamo. Al verme, esboza una preciosa sonrisa.
- Buenos días. - me dice con la típica voz ronca de un reciéndespertado.
- Te he dejado el baño preparado para que te des una ducha enlo que yo recojo las cosas. Acabamos de parar en el cinco y en un par de horasllegaremos al cuatro. - le vuelvo a susurrar. No quiero levantar la voz yromper el delicioso silencio que nos rodea.
- Está bien. Gracias, amor.
Se despereza y se estira tanto como puede y, sin importarlelo más mínimo que siga mirándole, se levanta de la cama completamente desnudo.Yo giro la cabeza hacia el otro lado, tratando de disimular el rubor de mismejillas lo mejor que puedo, pero la risa de Peeta antes de entrar al baño mehace saber que no ha servido de nada.
Me trago mi orgullo herido de niña inocente y empiezo arecoger la habitación en lo que Peeta se ducha. Oigo el agua correr un buenrato, mismo rato que aprovecho para arreglar el desaguisado que montamos ayer ala noche. La ropa está esparcida por todo el suelo, las sábanas fuera de su sujeciónbajo el colchón y, cuando levanto del suelo la camisa que yo llevaba, descubroque le faltan los dos botones superiores. Menudo desastre.
Guardo la ropa en las maletas y le saco a Peeta un pantalóncorto, una camisa de lino para que aguante mejor el calor del cuatro y una mudalimpia. Le dejo también unas chanclas fuera por si las deportivas que llevabaayer le resultan demasiado agobiantes. Aún me asombro y repugno a partesiguales al darme cuenta de la cantidad de ropa que tenemos hoy por hoy, cuandohace cuatro años no tenía más que un par de cada cosa y remendado todo a más nopoder. Es increíble lo mucho que puede cambiar el panorama en cuestión de poco tiempo.Ojalá Prim hubiese podido disfrutarlo
Cesa el repiqueteo del agua sobre la ducha sacándome de miestupor y por la puerta aparece Peeta, envuelto de cintura para abajo en latoalla que le dejé, con pequeñas gotitas esparcidas por su torso y el pelomojado. Condenadamente sexy.
- Katniss, ¿dónde dejo esto? - me dice mostrándome el bote dechampú y la esponja.
- Eh
, - por favor Katniss, céntrate. - Trae, dámelo. Lo metoen el neceser.
Cojo de manos de Peeta el bote y la esponja y me doy mediavuelta para guardarlo todo. Aunque estoy de espaldas a él, noto su mirada sobremi nuca y si a eso le añado que yo, aún sin estar viéndole, me lo estoyimaginando con esa toalla como única barrera ante la desnudez, la habitación seme hace pequeña de golpe. O salimos de aquí ya o tengo el presentimiento de quenos perdemos el desayuno y hasta la parada en el cuatro.
- Katniss. - me llama Peeta.
No le veo, pero conozco bien ese sugerente tono de voz. Estono me gusta ni un pelo.
- ¿Sí, Peeta? - le contesto lo más tranquilamente posible perosin girarme a mirarlo.
- ¿Recuerdas lo que te dije anoche?
El sonido de la cremallera de la bolsa al cerrarse corta latensión que hay en el ambiente como si de un cuchillo se tratara. ¿Cuál de todolo que me dijo? El "¿te gusta esto?" o el "soy tuyo" o quizá el "dámelo, cariño.Dámelo.". Un más que conocido escalofrío me recorre por completo (ya lo hebautizado como mi mayor enemigo desde que Snow muriera) dejándome entender que,por el bien de mis músculos faltos de descanso y mi salud mental, debo desviaresta conversación a unos terrenos en los que me pueda manejar mejor. Peetasería capaz de convencerme hasta de viajar a la Luna si seguimos por ahí.
- Sí, - respondo. - que te gustaría pasar tiempo con Annie yFinnick. No te preocupes, iremos a verles.
¡Bien, Katniss! ¡Por una vez en tu vida has improvisado encondiciones! Recuerdo que Peeta me dijo algo de aquello durante la cena. Ahora,con un poco de suerte, podré eludir lo que diablos sea que Peeta esté pensando.
- No, no me refería a eso. - dice con deje risueño.
Trago sobre seco y sigo mareando la maleta. Ya no sé nicuantas veces la he abierto y cerrado sacando y metiendo cosas de ella. Peetatiene que estar divirtiéndose.
- ¿Ah, no? - pregunto aún de espaldas. Ya se me ha agotado elmomento de inspiración divina que había tenido.
- No. Me refería a lo que te dije justo cuando volvimos delcomedor.
Me giro para mirarle con expresión de terror. Peeta me observa,degustándome con la vista como si fuera un animalillo herido, sonríe de mediolado pícaramente y prosigue:
- Ya he cumplido con la noche. En cuanto lleguemos al cuatro,cumpliré con la mañana que te debo.
Madre mía
¡68 ya! Suma y sigue ;) Gracias a tod@s.
¡Primicia! ¡Ya tenemos página de Facebook! Espero que os paséis por allí y que, poco a poco, podamos ir mejorándola entre todos. Ya os adelanto que pretendo usarla mucho para dar avisos de última hora, datos extra y todo lo que se nos vaya ocurriendo. Aquí os dejo el link: https://www.facebook.com/unlagoyunacancion?ref=hl
¡Muchísmas gracias a tod@s! ¡Nos leemos en el próximo! :D
"Hasta pronto" leoen los labios de Hugh una vez que nos hemos bajado del tren en la estación delcuatro. Nos despide asomado al cristal de la ventanilla de la cocina junto a unmuy resacoso cocinero, al contrario que el propio camarero y Peeta, que no hannotado apenas los efectos mañaneros del exceso de alcohol. Juventud divino tesoro, diría Sae. Agitamos nuestras manos en alto,con la promesa de escribirles pronto y con la esperanza de encontrárnoslos enel viaje de vuelta. Algo improbable teniendo en cuenta la cantidad de trenesque circulan hoy por hoy entre los distritos.
Cuando perdemos de vista el plateado metálico del tren, nosdamos media vuelta y cargamos con los bártulos hasta la salida, sufriendo porprimera vez el sofocante y pegajoso calor que caracteriza los veranos deldistrito costero. Recorremos la enorme estación de un lado a otro, intentandohallar una salida. Aunque yo ya estuve hace dos años, esta nueva estación es,al menos, veinte veces más grande que la del doce y mucho más moderna que laanterior. La nuestra, a parte del andén, solo tiene un par de banquitos quealivian los pies de los que esperan a su tren y una pequeña taquilla alresguardo del sol donde poder sacar los billetes. El Distrito 4, sin embargo,tiene la suya cuidada al detalle, supongo que por la cantidad de turistas quereciben continuamente. Nada más entrar (y digo entrar porque es una estacióncubierta de dos plantas), lo primero que notas es el aire frío que expulsanunos aparatos desde el techo para contrarrestar el calor de fuera; sin duda, ungran acierto. Partiendo ya de que dentro se está mejor que fuera, lo cual teinvita a pasar más rato ahí, una serie de pantallas con información de todaslas vías (tanto entrantes como salientes) sobresalen de la pared, informando entiempo real del tráfico a todo el que espera en los sofás que hay frente aellas. Justo frente a la puerta por la que entras desde el andén, unas escalerasautomáticas suben a un segundo piso donde, presumiblemente por el olor, seencuentran varios establecimientos de comida. Nosotros nos acercamos a una delas puertas laterales a estas escaleras y comprobamos que, en efecto, es la desalida. Mi madre dijo que nos estaría esperando, pero no habló nada sobre porcual de todas las puertas deberíamos salir, así que confío en que vayan a daral mismo lugar.
El calor nos golpea de nuevo cuando traspasamos el umbral,pero gracias a la tejavana que protege el trozo de acera frente a la puerta nosufrimos la justicia del sol. Dejamos las bolsas de viaje en el suelo y oteamosel horizonte sobre las cabezas del gentío que espera al resguardo del sol en lamisma sombra que nosotros. El trajín de personas que van a toda prisa de unlado a otro es increíble. Es como si todo el doce se hubiese congregado en laestación del cuatro y anduviesen a una velocidad el triple de lo normal. Peetahace algún comentario que otro sobre lo acelerados que son y lo nervioso que leponen, pero yo no le encuentro grandes pegas. La gente va tan a lo suyo que nose da cuenta de quién pasa a su lado, así sea su propia abuela, así que es laperfecta estrategia para dos personas más que conocidas como nosotros quepretenden pasar desapercibidas. Acabamos de llegar y creo que el cuatro ya estáganando puntos conmigo.
- Peeta, ¿ves tú por ahí a mi madre? - le pregunto mientrasuso la mano de visera y fijo mi vista en cada cabellera rubia que asoma porentre la gente.
- No. - responde él. - Esto es como buscar una aguja en unpajar.
Decidimos salir por la otra puerta que vimos junto a lasescaleras de dentro de la estación, ya que no hemos visto ninguna otra salidapor este lado y puede que den a diferentes lugares. Recogemos las bolsas delsuelo y estamos a punto de entrar en la estación cuando una voz que reconozcoal instante me llama de lejos:
- ¡Hija! ¡Katniss, hija! - grita mi madre.
Según la oigo, me giro en la dirección de la que proviene lavoz y espero a la avalancha de personas que se nos echarán encima ahora quesaben quiénes somos. Cierro los ojos y aprieto los dientes tratando de noagobiarme en exceso y mandarlos a todos a freír espárragos por incomodarnos ennuestras vacaciones, pero nada de eso ocurre. Abro los ojos y la única que seacerca a paso ligero de entre la gente es mi madre, con su rubia melenarecogida en varias trenzas descuidadas, como siempre. La gente a nuestroalrededor sigue a lo suyo, hablando a decibelios ensordecedores y recibiendo odespidiendo familiares y amigos sin atender a lo que les rodea. Otro punto a sufavor.
Suspiro de alivio y le indico a Peeta por dónde viene mimadre, para que se gire en la misma dirección que yo. Cuando ya casi está anuestra altura, suelto mi bolsa, pero no la mano de Peeta, y me la quedomirando, indecisa.
Ha pasado más de año y medio desde que la vi por última vez.Su rostro, envejecido más años de los que debiera a causa de los disgustos,refleja a una mujer muy distinta a la que dejé aquí junto a Annie. Tiene ungesto más templado y sereno, incluso me atrevería a decir que feliz si no fuera porque conozcode primera mano su historia. Es entonces cuando, en cuestión de segundos,recapacito sobre ella. Trato de imaginarme a mí misma pasando por las mismassituaciones que mi madre durante los últimos quince años. Imagino formar unafamilia con Peeta, una familia de la que estar orgullosa, e imagino tambiénverle partir un día hacia la panadería para no verlo regresar nunca más.Imagino no poder volver a disfrutar de sus suaves manos, no poder ver de nuevoel sol brillar sobre sus rizos rubios, no poder admirar sus nuevas creacionespasteleras o la maravillosa mezcla de colores que hace sobre su paleta depintura. Imagino no poder volver a perderme en sus ojos, no poder volver arefugiarme en la calma que emanan esos dos zafiros o no poder volver a perdermeentre las sábanas con su cuerpo enredado al mío y sus susurros de esperanzaretumbando en mis oídos. Imagino tanto que las lágrimas comienzan a agolparseen mis ojos. Y aún después de imaginar todo eso, donde yo ya estaría perdida enun mundo aún más lejano que en el que mi madre se sumergió, imagino perder auno de mis hijos, después haber luchado por alejarlos de las garras del hambrey la miseria, después de haber tenido que enviar a uno de ellos dos veces a laarena, aceptando entre bastidores y bambalinas que no volvería a verlo nuncamás. Lo que no tengo que imaginar es el dolor que sentiría, porque solo conpensarlo, una enorme e invisible losa de piedra me oprime el pecho, dejándomesin aire y haciéndome derramar las lágrimas que había luchado por contener.Ahora, solo tendría que multiplicar esto por mil para equipararlo a la realidadde todo lo que he imaginado y sería consciente de lo que ha sufrido mi madre.No entiendo como he podido estar tan ciega.
La veo parase frente a mí, algo impactada supongo por vermellorar. Ya se habría resignado a que la tratase sin grandes muestras de afecto,simplemente porque mi carácter ya era así de por sí solo, aunque se acentuasedespués con la muerte de mi padre. La miro a los ojos, azules como los de mihermana pero con la opacidad de los que han visto tanto y han disfrutado tanpoco. Repaso una vez más todo lo que he sentido cuando me he puesto en su lugary me recrimino a mí misma no haberlo hecho antes, no haber sido consciente detodo su sufrimiento y haberla dejado sola ante sus demonios, como el resto delmundo, salvo Peeta y Haymitch, hizo conmigo.
Miro a Peeta, con las lágrimas corriendo libres por mismejillas, y le veo asentir levemente con la cabeza, dándome una vez más elapoyo que necesito para abrirme a los demás y no solo a él. Me giro de nuevohacia mi madre, que espera estoica a que yo dé el primer paso, tratando de noincomodarme con sus "sensiblerías"como siempre las denominé yo. Una "mujer débil",recuerdo decirla. Qué equivocada estaba
Ahora sé que es la mujer más fuerteque haya conocido jamás. Ahora voy entendiendo que el mostrar tus sentimientos ala gente que amas no es ser débil, es ser valiente. Concluyo que Peeta separece mucho a mi madre en ese sentido, ambos son lo suficientemente valientescomo para no tener miedo de mostrar lo que sienten al mundo entero si es preciso.Por el contrario, yo me escondo tras una máscara de indiferencia, sarcasmo yfrialdad que lo único que me hace es daño, porque me aísla de todo ser querido,me aleja de cualquier ayuda que me pueda brindar la persona a la que le importo.Porque me creo autosuficiente cuando, en realidad, no lo soy.
Me suelto de la mano de Peeta y reduzco a cero la distancia que me separadel delgado cuerpo de mi madre. La abrazo con fuerza, prometiéndome a mí mismaque este será el primero de los miles de abrazos que le debo, y derrumbando susbarreras con mi llanto en su oído.
- Lo
lo siento, mamá. - gimoteo, y la abrazo tan fuerte comopuedo, tratando de hacerla saber que la comprendo. Ahora la comprendo.
Mi madre me devuelve el abrazo de la misma forma y meacaricia la cabeza como hacía cuando era pequeña y lloraba después de haberme hechodaño.
- ¿Por qué, hija? Tú no tienes la culpa de nada de lo que hayapodido pasar.
Increíblemente, mi madre no claudica. La situación esbastante irónica, puesto que soy yo la que llora por tratar de ponerme en sulugar cuando es ella la que lo ha perdido todo en realidad. Todo salvo a mí, y duranteaño y medio también me creyó perdida.
- Sí, sí que tengo la culpa. - le respondo más serena. - Tengola culpa de no haberte comprendido hasta ahora.
No rompo el abrazo, por lo que no puedo verle la cara, perosí noto como coge aire profundamente y lo suelta en un suspiro, tomándose sutiempo antes de contestar.
- Cariño, nadie aprende en cabeza ajena. Todos necesitamosvivir nuestros propios aciertos y errores para poder comprender ciertassituaciones, y tú eras tan solo una niña. La que lo siente soy yo por no haber estado avuestro lado cuando debía.
Ahora sí, noto como un par de lágrimas caen sobre la tela demi hombro, empapando mi alma más que mi piel, dejándome entrever lo culpableque se sintió todo este tiempo que yo me limité a ignorarla y esquivarla.
- Pero ahora, - vuelve a decir mi madre tras una leve pausa yseparándose de mí, cogiéndome por los hombros. - voy a enmendar eso si medejas. Bueno, si me dejáis. - mira sonriente a Peeta, presencia que yo habíaolvidado por unos instantes.
Le miro, sin apartarme del suave agarre de mi madre, y veoque ha dejado escapar una lágrima al observar la escena. No es débil, no esmenos hombre, es valiente. Peeta nos sonríe y mi madre le invita a unirse anuestro abrazo abriendo su brazo derecho. Él acepta sin mayor duda, nosenvuelve a ambas con sus brazos y apoya su cabeza sobre las nuestras. Disfrutode ellos dos, de su aroma, de su calor. Disfruto del olor de Peeta, tanhabitual ya en mis fosas nasales, y del de mi madre, tan olvidado por el pasodel tiempo pero tan arraigado en mi interior que jamás podría confundirlo.Disfruto de mi familia, porque es lo que son, las dos únicas personas a partede Haymitch que me quedan sobre la faz de la Tierra.
El camino desde lacéntrica estación hasta la casa de mi madre lo hacemos en coche. Aquí, en elcuatro, son bastante más habituales de ver que en el doce, sobre todo por ladiferencia de tamaño y población. Mientras que en nuestro distrito puedesdesplazarte a pie allá donde vayas sin mayor problema, en distritos como elcuatro, el dos o incluso el once, el uso de vehículos es más que habitual desdeel inicio de la República. Son distritos grandes, con una población numerosa ycuyos puntos neurálgicos están separados por kilómetros. Y lo agradezco, porquehubiese sido un verdadero calvario llegar a casa de mi madre cargando con lasmaletas y con este sofocante calor como compañero de viaje. Punto en contra delcuatro.
Son unos quince minutosen coche lo que tardamos en salvar la distancia desde la estación hasta lamisma costa, precisamente donde se aloja mi madre. Es extraño, porque el Distrito4 está organizado en pequeños pueblos costeros, además del centro de la ciudad,que es dónde se encuentra la estación de trenes y el bullicio de la capital.Cuando vine la anterior vez, mi madre vivía cerca del hospital situado en elcorazón del distrito, por lo que no cubrí grandes distancias salvo para visitara Annie. Aún así, recuerdo perfectamente la zona a la que nos lleva el hombreque conduce el automóvil. Fue uno de los lugares de retiro que escogí cuandoestuve aquí. Es un pequeño pueblo pesquero, cercano a la residencia de Annie y delpequeño Finnick, bordeado por una hermosa playa de arena fina y blanca. Es unsitio tranquilo, perturbado solo por los alaridos de las gaviotas quesobrevuelan los barcos que hay en el puerto. Durante mi estancia con los Piesnegros, añoré en incontables ocasiones los paseos que daba por la orilla delmar, con el rumor de las olas de fondo y el olor a salitre impregnándose en mipiel. Toda aquella calma fue la que me ayudó a encontrar la determinación quesalí a buscar con aquél viaje, despertando mi mente del estado de confusión enel que se encontraba y ayudándome a madurar todo lo que me faltaba. Aún no locomprendo muy bien, pero sentí a Finnick conmigo durante todo aquel tiempo,como si hubiese decidido servirme de guía cuando estaba perdida, sin cuerdas queanudar, pero con el espíritu vivo del pueblo que lo vio nacer y convertirse enel maravilloso hombre que un día fue.
Cuando llegamos anuestro destino, mi madre le paga al conductor el viaje, obligando a Peeta aguardar la cartera, quién ya estaba dispuesto a pagar. Es él el que carga connuestros bártulos y me impide ayudarlo, haciéndome ir un poco por delante juntoa mi madre. Entramos por la puerta principal y lo que veo me gusta mucho. Elanterior domicilio de mi madre estaba en el quinto piso de un edificio bastantealto, justo al lado del hospital y metido de lleno en el meollo de la capital.Llegué a odiarlo. Este, sin embargo, es un hogar de espacios grandes ydiáfanos, con luz que entra a raudales por todas las esquinas y decorado concolores pastel y blanco. Además, todas las estancias parecen situarse en lamisma planta, porque no veo escaleras por ningún lado.
- Es increíble, mamá
-le digo a mi madre, obnubilada.
- Sí, la verdad es quees una casa preciosa. Además, como está tan apartada de todo fue una verdaderaganga.
Peeta, que habíaentrado justo tras nosotras, deja las bolsas en el suelo y se para a nuestraaltura, admirando de la misma forma que yo el lugar.
- Es magnífico, señoraEverdeen. Tiene usted un muy buen ojo.
- La verdad es quellegué aquí por casualidad. Katniss sabe dónde vivía antes y el lugar no separecía en nada a esto, pero cuando la encontré supe que la necesitaba. Para míse ha convertido en una especie de santuario. - comenta mi madre.
Lo cierto es que no lodudo. La casa es maravillosa, y la ubicación inmejorable.
- ¡Oh! ¡Casi se meolvida! - exclama de repente mi madre. - Creo que hay algo que os gustará.Venid.
Peeta y yo la seguimoshasta un extremo del salón. Mi madre nos sitúa frente a una enorme cristaleraoscura que hace las veces de pared. Nos pide que esperemos ahí y, rápidamente,se dirige al sofá tras nosotros, de donde recoge un pequeño aparato que seasemeja mucho a los mandos a distancia del Capitolio. Cuando desliza su dedoíndice sobre la pantalla táctil del cacharro, la opacidad de la cristaleraempieza a desaparecer, hasta dejar ante nosotros el bello paisaje de unapequeña cala con el sol ascendiendo por el cielo.
- Vaya, es uno de esosaparatos como los que vimos en el Centro de Entrenamiento, ¿verdad Katniss?Esos que te mostraban el paisaje que tú querías ver con tan solo apretar unbotón.
Miro a Peeta, sopesandosus palabras. Es cierto que fue el primer pensamiento que vino a mi mentecuando mi madre accionó el sistema, pero hay algo que no me cuadra. Todo esdemasiado real, nunca antes había sido tan abrumadora la cercanía de un paisajeen uno de esos aparatos.
- No. - digo volviendoa mirar en dirección a la supuesta imagen virtual. - No es nada de eso.
Peeta me miraextrañado, pero mi madre enseguida nos saca de dudas:
- Claro que no lo es.Esto es un ventanal normal y corriente, solo que con un complejo sistema queinventó el Capitolio que permite oscurecer los cristales y poder prescindir depersianas. Aquí, en el cuatro, un sol justiciero golpeando de lleno en tu salónes lo que menos necesitas en verano.
Peeta se quedaestático, asimilando lo que yo ya venía sospechando segundos atrás. Todo lo queven nuestros ojos es real. Hermosamente real. Las vistas que hay desde el salónson extraordinarias y la pequeña cala que se asoma por detrás de la cristalera,simplemente maravillosa.
- ¿Quiere decir quetiene una playa en el jardín trasero de su casa, señora? - pregunta Peetaincrédulo.
- Compruébalo tú mismo
- le contesta mi madre con una sonrisa en el rostro, abriendo una puertatambién de cristal que había pasado desapercibida hasta el momento.
Peeta avanza a pasoligero hasta cruzar la puerta, aún un poco reticente de que mi madre no se estéquedando con él, y se agacha a tocar la suave arena intentando auto convencerse.Yo me quedo un poco rezagada, más segura que él de que mi madre no está debroma, y aprovecho para dirigirme a ella:
- Es preciosa, mamá. -le digo en el umbral de la puerta de cristal. - Jamás habíamos visto nadaparecido.
- Me enamoré de ella encuanto la vi. A pesar de estar bajo techo, la sensación de libertad es increíble.- dice ella perdiéndose en sus pensamientos.
Vuelvo mi mirada haciaatrás observando toda la casa, que no puede ser más grande que el piso inferiorde la nuestra en la Aldea. Sé de sobra por qué quedó mi madre prendada de ella.No por lo hermoso que le pueda parecer el entorno a Peeta, ni lo luminosa y diáfanaque me pueda parecer a mí, sino por lo poco o nada claustrofóbica que resulta.Sería imposible sentirse aprisionado dentro de este lugar cuando con un solobotón puedes fundirte en el entorno y disfrutar del aire libre. Aunque nunca melo haya confesado, sé bien que mi madre no soporta los espacios cerrados desdeque murió mi padre en aquella maldita mina. Cuando vi donde estaba el trece,con tantos y tantos metros de tierra sobre nuestras cabezas, llegué a temerseriamente que sufriera un ataque de pánico, pero logró controlarlorefugiándose en su labor como sanadora. No me cuesta imaginar el día que mimadre descubrió este enorme ventanal. La casa merece la pena tan solo por eso.
Le doy un beso en la mejillay la dejo con sus recuerdos para acercarme hasta Peeta, que sigue escudriñandola playa hasta la extenuación. Lo cierto es que la cala es muy pequeña (nopuede tener más de cien metros de largo y veinte de ancho), por lo queprácticamente podríamos decir que es privada, teniendo en cuenta que es laúnica casa en un kilómetro a la redonda. Antes de llegar a la altura de Peeta,me fijo en que, después de las rocas, la cala se continúa con una larguísimaplaya que se pierde a mi derecha y llega hasta el pueblito. Un bonito paseoque, sin duda, daré un día de estos.
- ¿Te gusta? - le preguntodivertida por su más que evidente entusiasmo.
- ¿Estás de broma? ¡Meencanta! ¿Habías estado tú aquí antes? - contesta Peeta, muy emocionado.
- En esta calaprecisamente, no. Pero sí en aquel pueblito de allí. -le digo señalándoselo. -Al otro lado de aquél acantilado hay otra playa en la que solía dar mis paseoscuando estuve de visita. Queda cerca de la casa de Annie.
Peeta me abraza pordetrás y admiramos juntos el vasto océano que se extiende ante nosotros. Sientosu aliento en mi cuello y el posterior beso en el mismo sitio. Su olor semezcla con el de las olas saladas y su tacto quema más que el sol de verano quenos mira desde el cielo. Disfruto de un momento que jamás llegué a pensar quetendría.
- Nunca me hablaste deesto. - me susurra al oído sin moverse ni un centímetro.
- Prefería que lovieras. Cualquier palabra se queda corta para describir este lugar. Essimplemente maravilloso. - le contesto en el mismo tono.
Peeta me gira paraposar sus manos sobre mi cintura y acercarme suavemente a él. Me besadulcemente en los labios, dejándome saborear su boca como tantas otras veces, ytrasmitiéndome lo que siente sin necesidad de usar las palabras. A mí meresulta igual de convincente.
- Gracias. - me diceapoyando su frente sobre la mía cuando terminamos de besarnos.
- ¿Por qué? - le preguntoyo con el sabor de sus labios aún en mi lengua.
- Por dejarme descubrirel mundo contigo.
Capítulo romántico ;) Espero que os haya gustado. Habrá de todo a lo largo de la historia, así que no os preocupéis por la falta de trama en estos últimos capítulos.
Una vez más, un millón de gracias por seguir al pie del cañón y por poner la historia entre vuestras favoritas. Gracias también a todos esos estupendos comentarios que me dejáis y que me ayudan a progresar.
Nos leemos en el siguiente. ¡Un fuerte abrazo! :D
P.D: os recuerdo el link de la página de Facebook: https://www.facebook.com/unlagoyunacancion
- Creoque me daré una ducha antes de salir. - comenta Peeta levantándose de la sillaque ha ocupado durante la cena. - Estoy sudado.
- Vale,pero date prisa. No tardará en anochecer. - le contesto yo apurando los últimossorbos del café helado. Sin duda, un placer exquisito para combatir el bochornodel cuatro.
- Enseguidasalgo.
Peetapasa por mi lado y me deja un beso en la mejilla antes de meterse en casa. Creoque la presencia de mi madre nos cohíbe un poco a ambos, a pesar de lohabituales que son las muestras de afecto por parte de Peeta.
Aunquellegamos pronto al distrito, entre ayudar a mi madre con la comida, sacar laropa de las maletas y descansar un poco, se nos ha ido el día. Decidimos nomovernos a ningún lado hoy y hacerle compañía a mi madre, aprovechando que sehabía pedido el día libre para estar con nosotros. Nos insistió en que fuéramosa conocer el cuatro, pero no quisimos dejarla sola, al menos no hoy. Ella le restóimportancia diciendo que no hacía falta, pero no he podido evitar reparar enque le hizo ilusión que la desoyéramos. No me he dado cuenta hasta ahora de losola que debe sentirse mi madre, tan fuera de lugar en un mundo en el que no lequeda nada, salvo yo. Mi madre, que cuando tuvo que encargarse de mí no pudo yahora que quiere ya no debe. Madre a la que solo le resta el título y la sangreque compartimos, porque nada en el pasado nos unió, porque hasta eso perdió conla explosión de aquella mina: el cariño de su hija.
Disfrutodel silencio y del rumor de las olas que mueren a escasos quince metros de lamesa en la que estamos sentadas. Entre Peeta y yo, sacamos una mesa a lapequeña tarima de madera que hay sobre la arena en la parte trasera de la casa.Queríamos cenar fuera, aprovechando la brisa que corre a orillas del mar ydisfrutando de las maravillosas vistas. Mi madre no puso objeciones, emocionada,intuyo, por hacer algo que se salga de su rutina. La compadezco.
Posoel vaso vacio sobre la mesa con un leve titileo de los hielos semi-deshechosgolpeando contra el cristal y aparto mi vista del horizonte, por donde yaempieza a esconderse el sol, para fijarla a mi izquierda, justo donde seencuentra mi madre. La escudriño, desde sus rubios cabellos, teñidos ya conalgún brillo plateado, hasta sus dedos largos y finos, capaces de tratar conpocos recursos hasta el dolor más agónico. Sigo mirándola, tratando deencontrar algún rasgo de mi persona en ella. Obviamente, ni su tez ni su colorde pelo son una opción, por no hablar del color de sus ojos. Sonrío al darmecuenta de que, si alguien no nos conociera (bonita utopía
), se decantaríaantes por Peeta como su hijo que por mí, y no solo por el aspecto físico. Ambostienen un carácter sosegado, muy distinto a mi actitud explosiva. Sonexpresivos, afables, cercanos, emotivos. No son malhumorados, fríos ni impulsivos.Los admiro.
Aúnasí, hay algo que me perturba y es que, de hecho, sí tengo un rasgo común conmi madre. Me ha costado mucho reconocerlo, sobre todo por la ironía del asunto,pero no puedo negarlo más. Viví mucho tiempo reprochándole su ausencia tras lamuerte de mi padre. Delegó su responsabilidad como madre en mí, que no era másque una chiquilla de once años asustada por las injusticias de la vida. A pesarde todo, conseguí sacar adelante a la familia, gracias en parte a mi rudo caráctery mi naturaleza desconfiada. Creo que es de las pocas veces que puedo decirsentirme orgullosa de mí misma. Pero, después de todo aquello, después de quelas aguas volvieran a su cauce, después de haber sufrido tanto y disfrutado tanpoco, incluso después de aceptar la muerte de mi hermana, tengo que reconocerla realidad que me une a mi madre. Y no es nuestro carácter dispar ni su sangreque corre junto a la de mi padre por mis venas, sino nuestra debilidad, lamisma que la llevo a ella al borde de la locura. El mismo punto débil quedesestabilizó a esa mujer que se sienta junto a mí es el mío propio. Eso es loque compartimos, un punto débil, igual que el de los campos de fuerza que memostraron Wiress y Beete: el amor que ambas sentimos por un hombre.
Snowse dio cuenta pronto de aquello, no tardó mucho en sacarme el parecido con mimadre y usarlo en mi contra. Le sirvió con echar la vista atrás sobre losantecedentes familiares y equipararlo a la situación en la que me encontraba yoen mi segunda Arena, con Peeta yaciendo inerte en el suelo rodeado por missollozos y los jadeos de un desesperado Finnick tratando de reanimarlo. Inclusoél, mi amigo del distrito pescador, me confesó haberse dado cuenta en aquelinstante de lo mucho que significaba Peeta para mí. Todos lo supieron antes queyo misma. "Un libro abierto" le dije antes del desfile de carrozas delVasallaje, premonitorio sin duda.
Asíque aquí estoy ahora, intentando enumerar las incontables veces que llame débila mi madre y sintiéndome culpable por habérselo repetido tanto, ahora quecomprendo su dolor. Yo no podría imaginarme un mundo sin Peeta.
- ¿Vaisa dar un paseo entonces?
Lavoz de mi madre me sobresalta y me saca de mis pensamientos. Se ha recostado unpoco más en la tumbona y sigue mirando al mar mientras me habla. Verla tanresignada a la vida que lleva consigue estrujarme por dentro. Me recuerdademasiado a mí misma en los meses que le siguieron a la muerte de Prim.
- Sí,quiero enseñarle a Peeta la puesta de sol desde la playa. - le contesto. -¿Está segura de que no quieres venir? Te sentará bien.
- Nohija, tranquila. Id vosotros dos. Yo estoy cansada. - dice ella, ahora sí,girándose en mi dirección. - Además, haréis bien en dedicaros un tiempo paravosotros solos. Llevo todo el día incordiándoos.
Seríe sola con su última frase, mientras yo sonrío levemente y niego con lacabeza.
- Sabesque no nos molestas, mamá. - le digo estirando mi brazo para posar mi manosobre la suya. No quiero que se sienta excluida. - Si cambias de opinión notienes más que decirlo.
Ellasonríe y vuelve la mirada al frente, apretando mi mano y dejándonos de nuevo enel mismo cómodo silencio en el que estábamos antes. Me pregunto qué pasará porsu cabeza.
- Mealegro mucho por ti, hija. - dice tras unos diez minutos.
- ¿Porqué lo dices?
- Porquehayas decidido rehacer tu vida junto a Peeta. Es un chico estupendo.
- Sí,lo es. - digo yo en un susurro, perdiéndome en la imagen del hombre que le diola vuelta a mi vida desde el primer instante en que cruzamos nuestras miradasbajo aquella intensa lluvia en la parte trasera de la vieja panadería Mellark.
- Siempreintuí que sería él. - vuelve a romper el silencio mi madre.
- ¿Ah,sí? - pregunto yo de vuelta, algo sonrojada. Hablar con mi madre de mi relacióncon Peeta siempre me ha dado un poco de vergüenza.
- Sí.Cuando lo secuestró el Capitolio y tú te hundiste en el trece no hubo mucho másque objetar. Ni la muerte de tu padre logró afectarte tanto como aquello, hija.
- Losé. - le contesto sin atreverme a decir más.
Durantemucho tiempo me reproché sentir algo así por él, que no era nada mío. Pero,simplemente, no lo podía evitar. Me frustraba mucho ser incapaz de controlarmis reacciones con él, algo que nunca me había pasado con Gale. Fue un cambiotan radical en mi vida que me sentí abrumada en repetidas ocasiones, hasta talpunto que estuve perdida en mi mundo todo el tiempo que estuvimos alejados eluno del otro tras la guerra. Era como si una parte de mí estuviese perdida,incompleta, renqueante. Como si a mi mecanismo, que había funcionado siemprecomo un reloj, le faltara de repente un engranaje, el último eslabón de lacadena.
Peetaaparece por la puerta instantes después, ataviado con unas bermudas y unacamiseta de tirantes. El pelo, húmedo como de costumbre, se le pega a la frentey su sonrisa de oreja a oreja se me contagia sin querer.
- Bueno,¿qué? ¿Nos vamos? - dice muy alegre. A mediodía le prometí llevarlo a pasearpor la playa cuando estuviese anocheciendo.
- Sí,vámonos. Que a este paso se nos hace de noche. - digo y me levanto de mitumbona, dejando las chanclas cerca de la puerta de cristal. Me encanta pasearsobre la arena con los pies desnudos.
- ¿Ustedno viene, señora Everdeen? - preguntaPeeta amablemente en dirección a mi madre.
- Oh,no. Lo siento chicos, pero estoy muy cansada. No creo que tarde en irme a lacama. Disfrutad por mí del atardecer. - contesta ella. - No hace falta que osllevéis las llaves. Siempre dejo abierto. Es una de las ventajas de viviralejada de la civilización.
Nosdespedimos de mi madre, que ya empieza a quedarse adormilada en la tumbona, ynos dirigimos por la orilla de la pequeña playa hasta sobrepasar las rocas quela comunican con la otra más larga. Caminamos entre risas y conversacionessuperficiales, mientras le explico todo lo que voy recordando sobre el lugar.Cuando ya llevamos unos quince o veinte minutos andando, el sol comienza aponerse sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un tono naranja rojizoprecioso. Allí donde el destello rojo se mezcla con el azul del cielo, un tono rosáceoalumbra la playa, haciendo que nos paremos a admirar la preciosa escena.
Nossentamos en la arena mojada, dejando que las olas golpeen nuestros pies, yPeeta me abraza por los hombros, dejándome descansar la cabeza sobre él.
- Esprecioso. - comenta.
- Sí,lo es. - reconozco. - Tienes buen gusto para elegir tu color favorito. -bromeo.
- Laverdad es que, hasta los trece años, mi color favorito fue el azul.
- ¿Elazul? - inquiero sorprendida. - Pensaba que era el naranja. Tú mismo me lodijiste.
- Ylo es. Pero fue algo que descubrí con el tiempo.
- ¿Ypor qué cambiaste de opinión? - le pregunto girando curiosa la cabeza hacia él.
- Elazul siempre me había trasmitido calma, es por eso que pensaba que era mi colorfavorito. Lo relacionaba con el azul de los ojos de mi padre, con quien siempreme sentí a salvo. Sin embargo, una tarde de verano te vi regresar del bosque.Normalmente me iba antes a casa, pero ese día tuve que acercarme a la Veta a unencargo de última hora de mi padre, que quería hacer algún intercambio. Fueallí donde te vi saliendo de la Pradera, con un par de ardillas que yo mismocomía colgadas del cinturón, tu trenza recostada sobre tu hombro derecho y lamás hermosa puesta de sol que haya visto hasta el momento haciéndote de fondo.Es por eso que me gusta el naranja, porque siempre lo relaciono contigo.
Lemiro a los ojos, conmovida por su relato, y le dedico la mejor y más realsonrisa de mi repertorio. No contesto nada porque no soy capaz de decir algoque esté a la altura. Me limito a besarlo con todo el cariño que poseo y adisfrutar junto a él de todas y cada una de las muchas puestas de sol que mequedan a su lado.
¡Hola de nuevo!
Siento mucho estos días en los que he estado desaparecia, pero, como ya expliqué en la página de Facebook, empecé a trabajar y se me ha consumido el tiempo más rápido de lo que me gustaría. De todas formas, que no cunda el pánico ;) Ya estoy de vuelta y vengo cargadita de emociones y sorpresas.
De momento, espero que hayáis disfrutado de este nuevo cap y que me sigáis haciendo saber que os parece en un comentario. Gracias una vez más por leer. Sois lo más.
¡Un fuerte abrazo y hasta el siguiente! ^^
Abro lentamente los ojos para encontrarme cara a cara con uncegador rayo de sol entrando por la ventana. Los cierro instintivamente,esperando que la lagrimilla que se me escapa calme el escozor provocado por elcontraste de luz. Los entreabro con más cuidado esta vez y comienzo adistinguir borrosamente las manchas que se suponen el armario y la puerta de lahabitación. Me giro a mi derecha y distingo algo más nítidamente a un dormidoPeeta, ajeno a cualquier luz de mediodía, porque deben ser más de las once.
- Peeta. - le llamo en voz baja. - Peeta, despierta.
Se gira hacia el lado derecho, dándome la espalda, y gruñelevemente. Me extraña que Peeta no se haya despertado antes con lo habituadoque está a madrugar para ir a la panadería. Incluso los domingos, que es cuandocierra, no suele dormir más allá de las nueve. Me arrimo hacia él, recortandopor primera vez en toda la noche la distancia que nos separa. El calor delcuatro es tan pegajoso que hemos dormido completamente alejados el uno del otrotoda la santa noche, tratando de evitar quedarnos pegados de tanto sudor.
- Venga, despierta. No te hagas el remolón. - le digo al oídosacudiéndole el hombro.
Esta vez parece reaccionar y gira la cabeza hacia mí, que yaestoy apoyada sobre mi codo derecho y me inmiscuyo prácticamente por completoen su campo de visión. Con los ojillos entreabiertos y el ceño fruncido comopocas veces, me dedica su habitualsonrisa de buenos días.
- Buenos días, dormilón. - le digo risueña.
- Buenos días
- dice o, más bien, gruñe él mientras seestira. - ¿Qué tal has dormido? - me pregunta una vez que ha terminado.
- Bien. Con calor, pero bien. ¿Y tú?
- Muy bien, aunque se me ha hecho raro dormir contigo teniendoa tu madre en la habitación de al lado.
No había reparado en ello en ningún momento. Anoche volvimosbastante cansados del paseo después del día tan largo que habíamos tenido, porlo que caí rendida nada más tocar la almohada con la cabeza. Apenas recuerdonotar a Peeta acostarse a mi lado.
- ¿Crees que seguirá en la cama? - le pregunto con un poco de miedo.Me da bastante corte salir de la habitación con Peeta si ella ya se halevantado. Es una tontería, fue ella misma la que nos ofreció la habitación, perono por eso deja de ser mi madre.
Peeta se ríe más por mi cara de horror que por elcomentario, pero contesta entre carcajadas:
- Katniss, ¿por qué tendría que saber yo eso? Es tu madre, nola mía. ¿No te dijo nada de si trabajaba hoy?
Trato de hacer memoria, repasando nuestra conversación deanoche, pero no recuerdo que me dijese nada de los planes que tenía para hoy,ni mucho menos de sus hábitos de sueño. Aunque, a juzgar por la hora tantemprana a la que se acostó (justo cuando nosotros nos fuimos de paseo), meextraña mucho que siga en la cama.
- No, creo que no. - contesto yo soltando un suspiro y me dejocaer bocarriba en la cama.
Peeta adopta la postura que mantenía yo hasta ahora y seyergue sobre mi cara.
- ¿Por qué te preocupa tanto? - inquiere.
- No lo sé, Peeta. Es mi madre, y no creo que haga falta quete diga que nunca me he visto en una así con ella a cinco metros. - digo señalándonosa ambos y a la habitación. - Me da cosa.
- Pero si no hemos hecho nada malo. Aún
Mientras lo dice, desciende su boca hasta la mía para besarmesuavemente pero con ansia, dándome los buenos días de otra forma más silenciosaque conozco igual de bien.
- Ni se te ocurra. - le advierto cuando se separa.
- ¿El qué? - me pregunta juguetón y acariciando un mechón decabello que reposa sobre mi sien.
- Peeta, por favor. No hagas esto más difícil. Mi madre estáahí al lado, ¿no te da vergüenza? - no sé por qué me da que estas paredes soncomo el papel. Nada que ver con el sólido y aislante cemento de las de nuestracasa en la Aldea.
- Si solo te he dado un beso
- comenta inocentemente. - Aún nohe pasado a palabras mayores
Noto como roza mi pierna cubierta solo por unos pantalonescortos con la yema de sus dedos y comienza a ascender más allá de la rodilla,justo hasta mi muslo.
- ¡Peeta! - grito más fuerte de lo que quiero. Bajo un poco lavoz y le ruego: - Por favor te lo pido, para ya. Tú serás un desvergonzado,pero yo no. No pienso hacer nada contigo con mi madre en la habitación de allado.
Me incorporo y me siento al borde de la cama, tratando derelajar mi respiración, que ya se había agitado con el simple roce de sus dedossobre mi piel. Le oigo reírse a mi espalda y giro la cabeza para dirigirle unamirada amenazadora que se queda en una mueca tonta cuando lo observo tumbadosobre las sábanas, completamente desnudo salvo por su ropa interior y con unafina capa de sudor que reluce sobre su fuerte pecho, subiendo y bajando al sonde su contagiosa risa. Le sonrío y me maldigo a medias por darme cuenta de lomucho que me cuesta mantener una postura regia frente a él.
- Anda, vamos. Levántate y haz gala de tus habilidades depanadero para nosotras. Estoy segura de que mi madre lleva tiempo sin comernada en condiciones. - digo mientras me pongo en pie y me dirijo hacia lapuerta, sabiendo que tengo razón.
- Está bien, tú ganas. Pero no creas que te vas a librar tanfácilmente. Ya encontraré la forma. - le oigo decir ya desde fuera.
Me dirijo a la cocina, deseando que mi madre no se hayalevantado aún, pero constato mi poca suerte cuando la veo de espaldas a mí,sentada en una silla alta frente a la encimera y leyendo un periódico con uncafé en la mano.
- Buenos días, mamá. - le saludo al llegar a su altura.
Se gira bruscamente, sobresaltada por mi voz, y me observaun segundo antes de contestar. Creo que su subconsciente le había hechoolvidarse de nuestra visita.
- ¡Oh! Hola, cariño. ¿Qué tal habéis dormido? - me preguntaquitándose las gafas.
- Muy bien. Estábamos cansados así que no tardamos endormirnos a pesar del calor. - contesto por ambos. - No sabía que usaras gafas.- le digo señalando las que sostiene en su mano izquierda.
- Bueno, no las había necesitado hasta ahora. - se ríe. - La edadno perdona y ya no leo bien sin ellas.
Es un comentario inocente, pero despierta en mí unasensación de desasosiego inusual. Mi madre, a pesar de no cazar como mi padre oyo, siempre vio bastante bien, cosa que agradecían sus pacientes cuando teníaque examinarles la garganta o la propia vista. Sin embargo, ahora ya necesitausar unas lentes que le ayuden a leer a pesar de que aún ronda los cuarenta. Unsigno más de lo rápido que avanza el tiempo para todos.
Peeta entra en ese instante a la diáfana cocina comunicadacon el salón, ataviado con algo más de ropa que en la cama, gracias al cielo.
- Buenos días, señora Everdeen. La veo radiante esta mañana. -saluda amablemente.
- No seas zalamero, Peeta. No te voy a pasar por alto que duermascon mi hija por mucho que me hagas la pelota. - contesta ella.
Ambos se ríen como si fuera lo más gracioso del mundo, peroa mí el comentario me saca los colores y me hace desviar la vista hacia elventanal que da a la playa, mordiéndome la mejilla por dentro y tratando deasimilar la osadía tanto de mi madre como de Peeta. ¿Desde cuándo se tienentanta confianza?
- Creo que pasaré entonces a persuadirla con bollos y pan paradesayunar. Es lo único que sé hacer. - dice Peeta poniéndose manos a la obrafrente a los fogones.
- Tienes todo lo que necesites en el armario sobre tu cabeza.Siéntete libre de rebuscar por el resto. Estoy segura de que tú le darás mejoruso que yo. - comenta mi madre.
Los dos vuelven a lo que estaban, mi madre al periódico yPeeta a los fogones, así que yo decido salir a sentarme en las tumbonas en loque él prepara el desayuno y a alejarme de ese aura de confianza que han creadoambos en un par de segundos.
- Voy a tomar el aire. - comunico antes de salir por la puertade cristal.
Dejo que la brisa del mar golpee mi cara y me deleito con lafresca sombra que proporciona a estas horas la casa sobre la zona de la tarima.Observo relajadamente el mar, que está algo más lejos ahora por la marea baja,hasta que la voz de mi madre me llama desde dentro avisándome de que ya estálisto el desayuno.
Me acerco tímidamente hasta ellos, tratando de no reviviruna y otra vez la incómoda situación de antes, y me siento junto a mi madre enotra silla alta. Peeta se gira hacia nosotras con un plato en cada mano:
- Un par de raciones de huevos revueltos con queso para lasreinas de la casa. - exclama y me guiña un ojo sin que mi madre se entere. Yole doy una corta sonrisa antes de enterrar la vista en el apetitoso plato. Laboca se me hace agua.
- Peeta, no deberías de haberte molestado. Yo ya había tomadocafé. - contesta mi madre, pero le queda poco creíble cuando mira de la mismaforma que yo el desayuno.
- No me rechace el desayuno, señora. Es de lo poco que puedohacer por usted después de que me haya acogido en su casa como a uno más.
- Vamos, Peeta. Sabes de sobra que eres como mi hijo. De todasformas, creo que Katniss se me hubiese tirado a morder si te hubiese vetado elacceso. - dice mi madre riéndose con Peeta.
Yo, que me siento completamente excluida de la conversación,carraspeo un poco haciéndome notar y dándoles a entender que tanta risita a micosta no es de recibo. ¿Por qué todo el mundo disfruta tanto haciéndomesonrojar?
- Que aproveche. - digo rompiendo su conversación e hincándoleel diente a los huevos revueltos, y no al cuello de mi madre como ella mismasugería hace dos segundos.
Ninguno dice nada más y Peeta se sirve un plato paraacompañarnos en el desayuno, sentándose frente a nosotras al otro lado de laisla.
- ¿No trabajas hoy, mamá? - pregunto un par de minutos después,rompiendo el silencio que se había instaurado.
- Sí, sí que trabajo, pero no entro hasta las diez. He pedidoir de noche la semana que vais a estar vosotros aquí para poder aprovechar eldía juntos. - comenta despreocupada.
- ¿Y a qué hora sale? - pregunta Peeta muy interesado derepente en los horarios laborales de mi madre.
- A las ocho de la mañana. Es una jornada más larga de lohabitual, pero se paga bien y me deja el día libre para dormir y aún así poderhacer más cosas.
El silencio vuelve y solo el sonido de los tenedores contrael plato lo perturban, pero hay algo distinto en el ambiente. Es la sonrisamalévola de Peeta, que luce con fuerza en su cara, dándome a entender que haasimilado antes que yo lo que significa que mi madre trabaje de diez de lanoche a ocho de la mañana: acaba de encontrar la solución a mi reparo de hacernada con mi madre en la habitación de al lado
Bueno, uno más ;)
En el próximo capítulo ya vamos a vislumbrar un poco mejor lo que va a ser el paso de Katniss y Peeta por el distrito cuatro, recuperando poco a poco la marcha perdida en estos últimos, que han sido un poco menos intensos y más tranquilos que hasta ahora.
Como siempre, mil gracias a tod@as por leer y comentar y, por supuesto, por tener la historia entre vuestras favoritas. Os animo a que os paséis por el Facebook del fic (https://www.facebook.com/unlagoyunacancion) y me ayudéis a ir dándole algo de vida :)
Nos leemos en el próximo. ¡Un abrazo! :D
El paseo marítimo del Distrito 4 está muy diferente a comolo recuerdo. Hace dos años era prácticamente un pequeño puerto en el queatracaban los pocos pesqueros que quedaron tras la guerra, bordeado porcompleto por lonjas en las que cada mañana a primera hora se vendía el pescado,algo así como un Quemador. Ahora, una flota diez veces mayor que la anteriorespera salir a faenar en un superpuerto artificial que se ha construido al otrolado de la bahía, dejando libre el paseo marítimo para los turistas que vienen,o venimos, en busca de playa y sol. Pequeños establecimientos con terrazasbordean el paseo, ocupando el lugar de las lonjas que se han trasladado a unenorme emplazamiento junto al nuevo puerto pesquero. Es evidente que aún quedamucho por hacer, pero la mayor parte del trabajo ya está hecho, por lo que sepuede disfrutar de un largo recorrido junto al mar antes de toparse con lasmonstruosas máquinas que apuran el tiempo para terminar con la obra.
- ¿Por qué no vamos yendo a casa de Annie? Finnick ya debe dehaberse despertado de la siesta. - propone mi madre tras echar un vistazo alreloj de pulsera que se compró para llegar a tiempo al trabajo. Personalmente,lo odio. Es como llevar a Effie en sus buenos tiempos colgada de la muñeca,solo que con la ventaja de que este no te despierta a las seis de la mañanapara "un día muy, muy, muy importante". Siempre y cuando tú no lo programes paraello, claro
Prefiero regirme por el sol y el único reloj que tenemos encasa, que bastante es.
En un acuerdo tácito, los tres nos levantamos de la mesa enla que nos habíamos sentado a tomar un refresco y resguardarnos del calor y nosdespedimos del tabernero con una sonrisa amable de parte de los ya-no-tan-trágicosamantes del Distrito 12. Con este hombre no tuvimos tanta suerte
Pidiendo en voz baja que la noticia de nuestra visita alcuatro no empiece a correr como la pólvora, llegamos casi sin darme cuenta a lacoqueta casita en la que vive Annie con su hijo. Lo único que tiene en comúnesta Aldea de los Vencedores con la nuestra es eso precisamente, el nombre. Porel resto, no tiene nada que ver. La Aldea del cuatro forma una media luna a piede playa, recibiendo luz solar las más de doce horas que está aquí brillando elAstro Rey. Cada casita, de dos plantas cada una, mira al horizonte, con laúnica distracción del par de palmeras que separan un solar del contiguo. Vamos,exactamente iguales a las grises e imponentes caseronas en las que vivimosnosotros
Veo a Peeta abrir y cerrar la boca en repetidas ocasiones,incapaz de decir una sola palabra ante la belleza del lugar. Observa lamajestuosa altura que alcanzan las palmeras y baja de nuevo la vista paraobservar la tranquila playa que se extiende ante nosotros, indicando al mundoentero que pisa suelo sagrado. Suelo de Vencedores.
Espeluznante.
Cuando hemos llegado casi a la mitad de la docena de casas,diviso la de Annie. Cualquiera podría equivocarse entre una y otra, teniendo encuenta que por fuera nada las distingue. Sin embargo, yo sé que jamás meconfundiré de residencia, porque Annie nunca jamás en la vida quitará de entrelas dos palmeras del porche de su casa la hamaca de su difunto marido. Lahamaca de mi amigo, Finnick Odair.
- Es esa. - le indico a Peeta la casa, que sigue embelesadopor el paisaje.
Subimos los tres escalones, blancos como la arena de lamisma playa, y nos paramos frente a la puerta con mi madre a la cabeza. Antesde tocar, unos gritos provenientes de dentro de la casa nos alertan.
- ¿Qué ha sido eso? - pregunta Peeta un poco tenso.
Mi madre se voltea a mirarnos. Nos ve rígidos, estáticos,preparados para hacer frente a lo que sea y con el miedo de dos Arenas y unaguerra en los ojos. Nos sonríe amablemente y nos dice:
- Tranquilos, chicos. Nada de qué preocuparse.
Peeta y yo nos miramos, algo desconcertados por la pasividadde mi madre, hasta que comenzamos a oír más claramente lo que dice la voz de lamujer que chillaba:
- ¡Finnick Odair Cresta! ¡Baja ahora mismo de ahí y haz elfavor de venir a limpiarte la boca, que la tienes llena de chocolate!
Es Annie y, al parecer, tiene más problemas con el pequeñoFinnick que los que tuvo para ganar sus Juegos.
Peeta y yo nos miramos, comprendiendo a la vez la situación,y nos giramos con una sonrisa cómplice hacia mi madre, que espera nuestrareacción con las cejas levantadas.
- Creo que será mejor que vayamos a su rescate. - comenta burlonay, acto seguido, llama al timbre de la puerta.
Tras lo que suponemos un par de tazas de café rotas y un parde risotadas de bebé, la puerta se abre ante nosotros, dejándonos a la vista auna Annie Cresta mucho más radiante que el último día que la vi. Su pelo,castaño oscuro, ha recuperado su lustre y el brillo rojizo que tenía y susojos, de un verde mar parecido pero no igual al de Finnick, dejan entrever auna mujer mucho más sana que, a pesar de sumirse a veces en su propio mundo,consigue reunir cada mañana el coraje suficiente para salir adelante por suhijo. El último y mejor recuerdo de Finnick en la Tierra.
Annie nos mira de arriba abajo, con los ojos como platos,intentando dilucidar si somos alguna jugarreta de su inusual cerebro o sirealmente somos nosotros, en carne y hueso, los que acabamos de llamar a lapuerta de su casa. ¿Acaso mi madre no le iba a avisar de que veníamos?
Casi me he cansado ya de mantener la sonrisa en la bocacuando, por sorpresa para todos (o al menos para mí), Annie se lanza a misbrazos, hecha un mar de lágrimas y riendo entre hipido e hipido. Miro a mimadre y a Peeta por encima del hombro de mi amiga con cara de pánico, porquenunca se me dio bien manejar este tipo de situaciones, y advierto que meindican en silencio que la abrace. Les hago caso, un poco cohibida alprincipio, pero más relajada después cuando oigo a Annie susurrar un "te he echadode menos" en mi oído.
Antes de la guerra, durante nuestra estancia en el trece,nunca tuve una relación más allá de la cordialidad y el mutuo respeto conAnnie. Es cierto que es una mujer muy agradable y amistosa, incapaz de hacerlemal a nadie, pero su condición de mentalmente desorientada mucho más severa quela mía propia, me hizo imposible poder acercarme mucho a ella si no era conFinnick alrededor. Aquella mujer, que se perdía en su mundo si su marido noestaba a su lado, no tenía nada que ver con la que me encontré hace dos añosdurante mi paso por el cuatro y con la que entablé una bonita amistad,preparada para dar a luz a la última pero más grande prueba de amor que le dejoFinnick como legado. Y, después de todo, está mujer que me encuentro hoy es aúnmucho más expresiva y mentalmente estable que la de hace dos años. Creo queAnnie es la mujer que más admiro en este asqueroso planeta.
Cuando se ha calmado un poco, la separo de mi cuerpo gentilmentey bajo mi vista para encontrarla con la suya, roja por las lágrimas y encontrapunto con la gran sonrisa que adorna su cara.
- ¿Mami?
Aparto mi mirada bruscamente de la suya, en dirección a lasuave voz que ha dicho eso al no encontrar en mi archivo mental una cara a laque asociarla. Annie, que parece recuperarse instantáneamente al oír dicha voz,se gira incluso antes que yo, omitiendo por completo todo detalle externo quela rodea y fijando su dulce mirada en un pequeñito y rechoncho ser que nosobserva escondido tras las piernas de mi madre.
- Finnick, cariño. Mira quién ha venido. - exclama Annie endirección al niño.
Mi madre, dándose cuenta de que Finnick se acaba de agarrara sus piernas, se agacha para levantarlo por los aires y cogerlo en brazos,dejándolo cara a cara con nosotros. Es a la única que conoce y, por lo que sé,ve al menos tres veces por semana, por lo que no me resulta extraño que el niñono le haga ascos y se agarre a su cuello como al de su propia madre.
Todo lo que pasa a mi alrededor durante el minuto siguientees como si estuviese envuelto en una extraña niebla. Veo a Annie dirigirse aPeeta y darle un sentido abrazo también a él, disculpándose por no haberlehecho caso desde un principio. Veo como Peeta le devuelve las sonrisas con sucaracterística facilidad y como se preocupa sinceramente por su estado y por eldel niño. Les observo a ambos girarse hacia mi madre y hacia el bebé y veo comoAnnie le saluda a ella con un beso en la mejilla y le coge al niño de sus brazoscon un "deja a la abuela en paz, que yapesas mucho". Lo veo, lo observo y lo oigo todo, pero es como si pasara enuna galaxia lejana y yo lo estuviese divisando a través de la fría lente de untelescopio, impersonal, carente de importancia, perdida de lleno en los ojosverde mar de la réplica exacta del Vencedor Finnick Odair.
¡Ya estoy!
Dios, tengo tantas ideas ahora mismo en la cabeza que me está costando un triunfo ordenarlas. Siento el restraso, pero os lo digo en serio, tengo muchísimo material con el que trabajar para el fic ;) No hay mal que por bien no venga, en cuanto consiga ordenar mis ideas esto va a ir como la seda, prometido.
¡Casi 40.000 lecturas! Y yo estoy que no me lo creo. Mil millones de gracias a tod@s l@s que habéis hecho esto posible y que seguís confiando en esta humilde servidora capítulo tras capítulo. ¡Sóis grandes!Espero que este cap (tributo a Finnick para aquel lector despistado que no haya visto las similitudes) os haya hecho disfrutar tanto como a mí. No me queda más que deciros lo de siempre:
¡Un fuerte abrazo y nos leemos en el próximo! :D
Observo de reojo desdela cocina a Peeta jugar con el niño en la alfombra del luminoso salón. Juegancon unas piezas de construcción de muchos colores, aunque Finnick más queconstruir destruye todo lo que Peeta levanta con esmero más de medio palmo delsuelo. Cada vez que lo hace, Peeta le dice que es "un niño muy malo" y vuelve a afanarse en construir lo mismobajo la atenta mirada de Finnick y su risa divertida. Tengo mis serias dudassobre quién es el niño aquí
Annie, mi madre y yoestamos sentadas en la cocina, tomando algo fresquito para combatir el calormientras supervisamos a los dos "niños" que están a escasos tres metros denosotras. Ellas dos charlan animadamente mientras yo centro más mi atención enPeeta y Finnick que en seguir su verborrea. No han callado desde que entramos.
Finnick es un niño muyavispado para los escasos dos años que tiene. Habla sin mayor problema, aexcepción de su pronunciación infantil, y camina y corretea de arriba abajoatormentando a todo el que está a su alrededor. Su madre dice que es un bicho.Nos ha explicado que los gritos que oímos cuando llegamos se debían a queFinnick estaba haciendo de las suyas, para variar. Al parecer, se había subidoa la isla de la cocina (vaya usted a saber cómo) atraído por el bol dechocolate fundido que Annie había dejado allí para recubrir la tarta quepreparaba. El niño, ni corto ni perezoso, aprovechando que su madre vigilaba elhorno de espaldas a él, metió sus regordetas manos dentro del recipiente ychupo y rechupeteó todos y cada uno de sus dedos, dejando por supuesto unhermoso reguero de chocolate para repostería a lo largo y ancho de su cara, supecho, la encimera, el suelo y hasta el techo de la cocina. Un desastre.
Además del espíritu inquieto,físicamente también es igual a su padre. De Annie solo tiene el haber salido desu vientre. Sus carnosos labios, la nariz que ahora es redonda pero que en elfuturo no cabe duda que será recta y perfecta, sus rizos color bronce, sucomplexión atlética ya desde tan pequeño, sus ojos verde mar tan exactos, tanprofundos, tan de Finnick
Todo, absolutamente todo, evoca irremediablemente alhombre por el que alguna vez suspiró todo Panem. El mismo hombre que dio suvida por el futuro su mujer y su hijo.
- Katniss, hija, ¿estásbien? - pregunta mi madre.
Me había quedadotrabada en algún punto de su conversación mirando al niño, perdiendocompletamente el hilo.
- Eh
sí, perdón. ¿Quédecías? - pregunto un poco aturdida aún por la viva estampa de Finnick.
- A mí también me pasa. -comenta Annie de repente.
- ¿El qué? - pregunto yoaún más desconcertada.
- Finnick. Le mirabas aél, ¿no es cierto?
Annie me mira con ojossuspicaces, cristalinos, como si pudiese ver a través de los míos y aseverarcon total confianza lo que estoy pensando.
- Sí. - contesto un pococohibida.
- Por eso. Decía que a mía veces también me pasa. Finnick es la viva imagen de su padre. - dice ella concierto rastro de melancolía en el brillo de sus ojos. - Te he visto mirarlecompletamente absorta y me has recordado a mí misma cada vez que le observo. Escomo verle a él de nuevo. Como si estuviese aquí, con nosotros.
Miro a Annie, esperandoencontrármela al borde del llanto y a punto de desmoronarse como lasconstrucciones que levanta Peeta para que Finnick las destruya después. Sinembargo, no es eso lo que me encuentro. Aún sin ser alegría, no es tampocotristeza lo que refleja su mirada. Es amor, entrega, devoción, incluso meatrevería a decir que algo de feliz nostalgia. Nada que ver con la imagen de laAnnie destruida que tenía en mente.
- Lo es. - contesto animadapor su entereza y volviendo la mirada al niño, que sigue jugando inocentementebajo la protectora mirada de Peeta.
Nos quedamos ensilencio un rato, observando las tres al par de hombres que ocupan el salónajenos a nuestra conversación, cada una perdida en su mundo.
El horno pita,avisándonos de que el pastel en el que trabajaba Annie cuando llegamos yadebería de estar hecho. Al oírlo, todas nos sobresaltamos y Peeta mira ennuestra dirección con una sonrisa de oreja a oreja. Suyos o no, Peeta ama lospasteles.
- Finnick, creo que vasiendo hora de merendar. - le dice al niño levantándose del suelo y ayudándolo asu vez. No parece fiarse mucho de los bandazos que aún pega el pequeño alcorrer.
El niño, que hacongeniado con Peeta a las mil maravillas nada más conocerlo, se aferra a sucuello como si lo llevase haciendo toda la vida y le da un baboso beso en lamejilla mientras vienen andando hacia nosotras. Parece ser que el niño es taninmune al encanto de Peeta como yo misma; es decir, cero.
- Bueno, creo que esto yaestá. - dice Annie abriendo el horno y dejando salir el humo de dentro. - Es unbizcocho más que un pastel, pero me temo que tendremos que comerlo sinchocolate dado que cierto diablillo nos ha dejado sin él. - Exclama levantandouna ceja en dirección a su hijo, que sigue en brazos de Peeta.
El niño se ríe, como sila cosa no fuera con él, y se coloca inocentemente el chupete en la boca,apoyado por la risita de confidencia que le dedica Peeta. Vaya par de dos
- ¡Ay! ¡Qué se desparramaentero! - exclama Annie asiendo como puede la bandeja del horno. El bizcocho setambalea cosa mala. - ¡Peeta!, ¿qué hago?
- Toma, coge al niño. -me dice rápidamente Peeta.
- ¿Qué? No, yo no
-trato de objetar.
Tarde, Katniss. Tarde.
Peeta me pasa, prácticamenteme lanza, al niño a los brazos y corre a socorrer a mi madre, Annie y subizcocho, que está a puntito de tocar suelo.
Miro al bebé, queparece divertirse con la escena circense que tenemos delante, y me lo apoyo enla cadera como hacía con Prim cuando era más mayorcita que Finnick o con lapropia Posy cuando iba de visita a casa de los Hawthorne. No creo que hayasostenido en brazos a muchos niños más.
Me resulta extraño, locercano e incluso cómodo que siento al niño. Nunca he sentido un especial apegopor los bebés, excepto por los hermanos menores de Gale y mi propia hermana. Elresto me parecían carne de cañón para la Cosecha. Triste, pero cierto.
Entre los tresconsiguen rescatar el maltrecho bizcocho que, por algún azar del destino, no haquerido hacer caso de la levadura y se ha quedado a medias de subir. El niño seríe a carcajada limpia al ver a su madre relatar porque se le ha estropeado eldulce y esconde sin avisar su cara en mi cuello, tratando que su madre no levea. La respiración irregular del bebé contra mi hombro y el sonido contagiosode su risa en mi oído me hacen reír a mí también y lo abrazo instintivamentecontra mi pecho un poco más. Es una sensación extraña, pero reconfortante.
- Muy bien, señorito. -dice Annie con los brazos en jarra y haciéndose la enfadada. - Te vas a quedarsin tu trozo de bizcocho por reírte de tu madre. La doble ración se la voy adar al tío Peeta, te chinchas.
Fue algo que me chocónada más oírlo cuando llegamos esta tarde, pero, al parecer, Annie le ha estadohablando al niño de Peeta y de mí como si fuésemos sus tíos. Incluso a mi madrela llama abuela. Annie nos pidió perdón, algo avergonzada, por si nos molestaba,pero ni Peeta ni yo tuvimos problema al respecto y tranquilizamos a Annie negándolemalestar alguno. En realidad, es un halago tanto para Peeta como para mí queFinnick nos llame así. En el fondo, todos los Vencedores compartimos lazos másfuertes que los de la sangre. Somos hermanos de vivencias, de sufrimiento, desupervivencia. Hermanos de guerra.
Capto la atenta miradade Peeta, que nos observa con ternura o algo parecido, y me ruborizo. Trato deasimilar el por qué de mi súbito e irracional sonrojo, pero mi madre nosapremia a sentarnos a la mesa sirviendo los tés helados que había preparado yFinnick, tirando de mí con su peso hacia las sillas, termina de cortarcualquier hilo de pensamiento racional que pudiera hilvanar en esos instantes.
Merendamos el aúncaliente bizcocho que, a pesar de su horrenda estructura, está buenísimo. Alparecer, lleva ralladura de naranja, lo que le da un sabor fresco perfecto parael verano. Finnick moja su trozo una y otra vez en la leche fresca que su madrele ha puesto previsoramente en un vaso de plástico y nosotros reímos ycharlamos animadamente alrededor de la mesa de la cocina.
- ¡Oh! ¡Casi se meolvida! - exclama Annie cortando una conversación sobre pañales y polvos detalco. - ¿Ibais a quedaros una semana, verdad?
- Sí, más o menos. -contesta Peeta por ambos mientras yo degusto el que es mi segundo trozo debizcocho. Es casi tan bueno como los de Peeta. Casi.
- Pues entonces no ospodéis perder la fiesta que se celebra el último martes de agosto. - prosigue Anniemuy entusiasmada. - Se hace una pequeña hoguera en la playa al anochecer y secome y bebe alrededor de ella. Se empezó haciendo para celebrar el regreso delos marineros que pasaban el verano pescando en alta mar, aunque me consta queantaño se festejaba algo parecido en junio para celebrar el comienzo delperiodo estival y ahuyentar los malos augurios del invierno.
"Distrito 4: lugarsupersticioso donde los haya" pienso para mí.
- Por mí estupendo. -contesta Peeta con los ojos suplicantes ya en mi dirección.
- ¿Otra fiesta? -vocifero yo con tono cansino.
- Venga, Katniss. No seasagorera. Tenemos una semana de vacaciones, habrá que aprovecharla. - vuelve adecir Peeta en todo de súplica.
- Es muy bonita de ver,Katniss. - se confabula Annie con Peeta. Perfecto. - Además, es muy familiar yacogedora. Nada de multitudes a no ser que las busques. Que por haber de todohay.
Miro a Peeta (que estásentado a mi lado) y junta sus manos a la altura de su pecho pidiéndome ensilencio que acepte ir, aleteando melodramáticamente esas eternas pestañasdoradas en las que tiene enmarcados los ojos. Zalamero
- Está bien. - claudico finalmentesonriendo resignada y negando con la cabeza. No puedo negarle nada, y tampocopuedo negar que me pique la curiosidad por saber más de la cultura del cuatro.
- ¡Gracias, mi amor! -exclama él, plantándome un sonoro beso en la mejilla y poniéndome en vergüenzabajo la atenta mirada de mi madre y Annie. No me acostumbro a sus apelativoscariñosos. Soy así de arisca.
Terminamos de merendarun rato después. Yo recojo la mesa y le doy los platos y vasos a mi madre paraque los vaya fregando en lo que Annie le cambia los pañales a Finnick sobre la mismamesa que acabo de despejar. Peeta parece muy interesado en aprender, poniendocomo excusa que él fue el pequeño de la familia y que nunca tuvo a nadie aquién ayudar, y cose a la pobre Annie a preguntas como "¿y para qué se les echa el talco?" o "¿Y cómo sabes si la caca está bien o mal?" y un millar más decuestiones escatológicas que yo aprendí en su día con el nacimiento de Primporque no me quedó más remedio y que Annie parece entusiasmada por comentar.
El timbre reverbera enla casa, pillando a mi madre con las manos en el fregadero y a Peeta, dirigidopor Annie, poniendo polvos talco en toda la cocina menos en el culito del niño.La pobre mujer, cubierta ya al igual que Peeta y el bebé de polvo blanco, mepide entre risas que abra la puerta si no es mucha molestia.
- ¡Deberías desistir deenseñarle! - le grito a Annie casi desde la entrada. - ¡Está echando más talcosobre ti que sobre Finnick!
La oigo reír y a Peetarelatar porque no es capaz de atar ahora el pañal en su sitio. Riendo yotambién por la falta de experiencia de Peeta, abro la puerta, sin esperarencontrarme a quien me encuentro detrás.
- ¡Vaya! Hola,descerebrada.
¡Ya estoy aquí!
Siento estos días de retraso, pero creo que a partir de ahora ya voy a poder retomar la marcha. Quizá sea cada dos días en vez de cada día, pero espero poder actualizar más asiduamente, tal y como hacía antes.
Bueno, espero que este capítulo os haya gustado y sorprendido. ¿Os esperábais a Johanna? jejeje
Como siempre, mil millones de gracias y nos leemos en el próximo. ¡Un fuerte abrazo! :D
Con la repentinallegada de Johanna la casa se vuelve un caos. Todo son besos, abrazos, gritos,más besos, más gritos y más abrazos. Finnick se pasa media hora gritando "tía, tía" a los cuatro vientos (alparecer suele venir bastante de visita), Annie se disculpa como un millón de vecespor no haberse acordado de decirnos que Johanna vendría hoy, mi madre vuelve ahacer té helado para todos y Peeta se funde en un sentido abrazo con Johanna que, para mi gusto, dura demasiado. Aún así,no puedo reprochar nada cuando es en brazos de Peeta que muestra un atisbo dedebilidad, rememorando sin duda sus días de cautiverio juntos en las mazmorrasde Snow. Peeta la calma, diciéndole cosas al oído que solo ellos alcanzan aentender, causando en ella el mismo efecto que causa en mí la voz del humildepanadero.
No puedo negar quesiento celos. Ver a Peeta calmando a otra mujer que no soy yo hace que ungusano hambriento me coma las entrañas, pero es Johanna, y el vínculo quecomparte con Peeta es tan dispar al que compartimos nosotros que jamás tendríala voluntad y crueldad necesarias para separarlos. Sufrieron juntos casi tantocomo yo pude sufrir con él, solo que yo corrí con la suerte de que Peeta ya meamaba de antes.
A pesar de haber sidoyo la que le abrió la puerta, Johanna entró como un tifón en la casa, obviandomi presencia y saludando a todos antes que a mí. Cuando ha terminado la rondade histeria, se separa de Peeta y se gira en mi dirección. Nos miramos, frías,inexpresivas, arrogantes, siendo como somos en realidad, dos mujeres quesobrevivieron a todo lo que les echaron y salieron adelante con lo poco que lesquedó. Dos mujeres que tuvieron que recurrir a las drogas para superar el dolory que, en cierto momento, solo se tuvieron la una a la otra. Y que, como esasdos mismas mujeres, se abrazan, sabiendo que siempre podrán ser ellas mismas launa con la otra. Duras, directas, reales.
- Tengo que admitir queincluso he llegado a echarte de menos
- me dice Johanna al oído mientras nosabrazamos.
- ¿Te me vas a ponercursi? - le contesto levantando una ceja a pesar de que no puede verme. - Sabesque para eso ya tengo a Peeta.
Johanna se ríe y trassepararse un poco de mí, comenta:
- Encantadora, comosiempre.
- Ya somos dos. - digo yo.
Nos miramos a los ojos,sabiendo que nadie nos podría nunca hacer sombra en ese sentido, salvo quizáHaymitch, y nos sonreímos. Nos gusta eso. Repentinamente, Johanna se vuelve aabrazar a mí y en voz baja para que solo yo la oiga, añade:
- Baja el arco, Chica enLlamas. El panadero es demasiado paradito para mí.
Se separa de mí conaire de superioridad por haber leído claramente mis pensamientos y me dejadescolocada, dándole vueltas de nuevo a mi condición de libro abierto, tal ycomo hiciera aquella vez en el ascensor de camino a la planta doce del Centrode Entrenamiento. Menudo espectáculo.
- ¿Dónde se ha escondidomi sobrino favorito? - grita alejándose de mí y dirigiéndose a la cocina, dondenos esperan Annie y mi madre.
Al pasar al lado dePeeta, que se había quedado contemplando la escena, le da una palmada en eltrasero, me guiña un ojo y sigue su camino riendo como una descosida. Peeta segira hacia mí con cara de no entender nada y pregunta:
- ¿Qué ha sido eso?
Cuando llego a sualtura, me abrazo suavemente a su cuello y le doy un pequeño beso en loslabios. No es necesario marcar territorio, pero no puedo resistir la tentaciónde ser siempre la última en tocarle. Al final la cursi voy a ser yo.
- Nada, Johanna Mason. -le contesto sonriendo. Él niega con la cabeza:
- Mujeres
Tan sonriente como yo,me pasa un brazo sobre los hombros, me besa la sien y nos dirige a la cocina.
La tarde pasa y lanoche nos pilla aún en la cocina deAnnie. Al final cenamos con ella y Johanna, que al parecer viene todos los añossin falta a la fiesta de las hogueras de la que nos habló Annie. La mismaJohanna nos cuenta a Peeta y a mí que pasó los primeros seis meses tras laguerra aquí, en el cuatro. "¿Qué mejorlugar para superar el miedo al agua?" bromeó ella al contarlo.
Pienso en esos seismeses tras el final de la guerra, con Peeta internado en el Capitolio, Johanna superandosu trauma con el agua y combatiendo a la vez la pérdida de Finnick junto aAnnie, mi madre en el mismo distrito que ellas ahogando las penas en trabajo yHaymitch y yo ahogando las nuestras en alcohol y soledad respectivamente. Seismeses de mierda, sin duda.
Nos veo ahora a todosjuntos aquí, con vacios en nuestros corazones que nunca jamás conseguiremosllenar, con pérdidas irreparables y heridas que nunca terminarán de sanar. Peronos veo juntos, unidos, como una familia, usándonos los unos a los otros depañuelos para secarnos las lágrimas, bien sean de alegría o de tristeza.
Somos uno y, una vezmás en mi vida, concluyo que el fin justifica los medios.
Capítulo cortito que bien podría ser un extra más que un capítulo en sí mismo. No desesperéis, como dice Katniss: "el fin justifica los medios", y yo estoy preparando algo gordo... ;)
Un millón de gracias una vez más y no olvidéis que os espero en la sección de comentarios y en el Facebook del fic. ¡Un fuerte abrazo para tod@s!
Nos leemos :D
https://www.facebook.com/unlagoyunacancion
El ritmo de vida en el Distrito 4 es apabullante. Más aúnpara personas como Peeta y yo, acostumbradas a vivir en una sociedad en la queal panadero se le llama por su nombre y donde el mercado es la principal fuentede información para toda maruja cotilla. Ni turistas, ni edificios de más de cincoplantas, ni poblaciones de casi diez mil habitantes, ni tan siquiera hospitalescon unidad exclusiva para quemados. Solo oriundos del doce, casitas de dospisos con los negocios familiares en la planta baja, poco más de ochocientoshabitantes (bastantes menos tras la guerra) y con una sanadora que trabaja con nievey hierbas de la Pradera.
A pesar de que han transcurrido más de dos años desde laguerra, el Distrito 12 no ha recuperado ni un tercio de su antigua población,que ya de por sí era escasa. Los doscientos y poco habitantes que residimosahora en el doce estamos empezando a levantar un lugar que fue arrasado porbombas incendiarias hasta los cimientos. Aunque los progresos son notables ytanto el nuevo Quemador como la planta destinada a la producción demedicamentos funcionan ya a pleno rendimiento, estamos infinitamente lejos deldesarrollo que han alcanzado distritos como el cuatro que, con la ingentecantidad de visitantes que reciben solo en verano, ya cubren sin problemas elgasto que supone tener que adecentar el distrito y adecuarlo a las necesidadesde una sociedad libre.
Así que aquí estoy hoy, último martes de agosto, dispuesta aser arrastrada por Annie y Johanna hasta la playa más grande y más abarrotadadel cuatro para comer, beber, cantar y bailar alrededor de una maldita hoguera.Peeta pareció más comprensivo cuando le revelé mis intenciones de huir a algúnlado antes de cometer esta locura, pero solo lo pareció. Automáticamente, pusocara de pena y me extorsionó durante todo el día del lunes (y su consiguientenoche) para que aceptase ir con él. "Soloun ratito, Katniss" me suplicaba mientras me mordía el lóbulo de la oreja.¿Quién demonios va a pensar con claridad así? Para mi desgracia (y como era deesperar) acabé cediendo.
- Haz el favor de ponerte ya el puñetero vestido y vámonos.
Es la enésima vez que Johanna me pide lo mismo en menos dediez minutos. Por si fuera poco castigo tener que pasar la noche rodeada deextraños y al abrigo del inhumano bochorno de la costa, Johanna se niega asalir de casa si no llevo un vestido blanco. "Como todas vamos" argumenta ella. Al parecer, Annie olvidó mencionarel, para ella nimio, detalle que "recomienda" ir vestido de riguroso blanco ala celebración. Vestido para ellas, pantalón largo para ellos. Y todo el mundosabe que, en manos de Johanna Mason, cualquier costumbre se hace ley, por loque no pude ni rechistar cuando me vino con un demasiado corto vestido blancobajo el brazo y amenazó con atarme a una palmera hasta que aceptase ponérmelo.
- ¿Pero por qué diablos no puedo ir como me de la real gana?¿Tan importante es que vaya con vestido? - pregunto yo por quinta vez. El vestidoen sí es precioso. Lo cierto es que tanta reticencia a ponérmelo no es más queuna excusa barata para tratar de no meterme entre tanta gente que puedareconocerme esta noche.
- Mira, guapa. O te lo pones tú o te lo meto yo a la fuerza ysales por esa puerta como estés en cinco minutos. La tradición marca que lasmujeres deben llevar un vestido blanco y tú, por poco femenina que seas, siguesperteneciendo a nuestro bando, así que no te queda otra. ¿Está claro?
Dando por sentado que ya no cabe lugar a discusión, Johannasale por la puerta de la habitación dejándome con el claro mandato de vestirmea la de ya. Resignada, opto por terminar con esto de una vez. Como solía decirmi padre: "cuando antes empieces, antesacabas". Espero que eso valga también para noches interminables como las dehoy.
Como comimos con Annie a mediodía, el camino a la playa lohacemos desde allí. Mi madre se quedará con el pequeño Finnick para que ellapueda disfrutar un poco de su juventud, a pesar de que lejos de su hijo vuelvea ser un poco más aquella desequilibrada Annie del Distrito 13. Johanna liderala marcha, poniéndonos a Peeta y a mí al día de cómo funciona esta celebraciónen concreto. Parece una niña con zapatos nuevos. Al parecer, le ha cogido elgusto al clima y a las continuas fiestas del cuatro por lo que, con la excusade visitar al pequeño Finnick y a su madre, se pasa casi medio año aquí. Yo reniegode escuchar su verborrea sobre alcohol y música y hago un escrutinio completode Peeta. Él, como también marca la tradición, se ha puesto unos pantalonesblancos largos de una tela llamada lino, tal y como mi madre la definió. Segúnme dijo él mismo, los compró estando en este mismo distrito antes salir en mibúsqueda. La camisa, tan blanca como el pantalón, es aquella que usó paranuestra íntima cena la noche siguiente a mi regreso. Pocas cosas hay que no recuerdede aquella singular velada
En retrospectiva, me hubiese sentido un pocoridícula acompañando a un tan elegante Peeta con mis vaqueros cortos desiempre, por lo que (aunque me cueste admitirlo) tengo que darle la razón aJohanna de que el vestido ha sido una decisión acertada.
No tardamos mucho en llegar a la larguísima playa que secomunica con la pequeña y casi privada cala del jardín trasero de mi madre. Enun primer vistazo, calculo que habrá una treintena de fogatas ya encendidas alo largo y ancho de la playa y, deduzco, que a medida que vaya oscureciendoserán más las que se prendan, incluida la nuestra propia.
Eso era lo que yo pensaba.
Lejos de la medianamente tranquila noche que esperaba pasaralrededor del fuego junto a Peeta y Annie, Johanna nos conduce al centro de laplaya, a la hoguera más grande y con la gente más escandalosa en kilómetros ykilómetros a la redonda. "Los amigos deJohanna" nos susurra Annie mientras nos acercamos.
En lo que ella asiente en dirección a sus vecinos, Johannase abraza efusivamente a todos y cada uno de los cinco hombres presentes yplanta un par de besos en la mejilla a las seis mujeres. Todos gritan y jaleansu nombre, dándole la bienvenida en unos peligrosos decibelios. Yo me agarromás fuerte si cabe a la mano de Peeta, que me mira con resignación, mientras lehago un gesto de "ya hablaremos en casapor la encerrona". Que consiga arrastrarme a estas cosas es el colmo de loscolmos.
- Descerebrada, panadero, acercaos. - nos llama Johanna cuandotermina de saludar uno a uno a sus "amigos". - Venid que os presente.
Como era de esperar, las presentaciones solo suceden en unsentido, porque a Peeta y a mí nos conocen todos ellos. Nos abrazan, besan einvaden nuestro espacio vital de todas las formas humanamente posibles parasaludarnos. Peeta, por supuesto, se maneja mucho mejor que yo y agradece conuna sonrisa todas sus buenas palabras mientras que por mi parte, procuro noponer cara de asco y ser gentil, al menos. Odio que me toquen y esta gente delcuatro es demasiado dada al contacto físico.
A medida que las estrellas ocupan el lugar del sol y de lahoy ausente luna en el firmamento, me voy sintiendo algo menos invadida y másintegrada. Al final no son tan desagradables como en un principio esperé y soycapaz de sonreír con verdadera naturalidad. Además, que no hagan preguntasindiscretas sobre nada relacionado con los Juegos, la guerra y los trágicosamantes del Distrito 12, ayuda bastante.
Suman aún más puntos conmigo cuando veo como tratan de biena Annie. Obviamente, al igual que a nosotros, a ella también la conocen, pero nosolo por su victoria en los Juegos. Finnick era un hombre muy respetado yadmirado en su distrito. Todo el mundo conocía su historia de amor con Annie yambos han estado siempre muy bien considerados entre sus conciudadanos, por loque procuran hacerla sentir cómoda ahora que Finnick no está a su lado. A pesarde todo, apenas pasa de media noche cuando Annie decide irse alegando que tieneque volver con su hijo. Aunque no parecía a disgusto, sé de buena tinta que sipasa demasiado tiempo alejada de Finnick empieza a perderse en sí misma, tal ycomo le sucedía con su marido. Peeta y yo la acompañamos hasta uno de esoscoches a los que mi madre y la propia Annie llaman taxis y nos despedimos de ella hasta el día siguiente.
Sentándonos de nuevo sobre la fina arena en el círculo depersonas que rodea la hoguera, aceptamos una nueva copa de algo muy dulce que,sin duda, es alcohólico.
- ¿Qué tal te lo estás pasando? - me pregunta Peeta apurandolos últimos sorbos de su bebida y sirviéndose otra. Menudo ritmo lleva elpanadero
- Bueno, - dudo. - bastante mejor de lo que esperaba, laverdad. Son bastante agradables. - digo señalando en dirección a la gente quetermina de formar el círculo junto a Johanna y a nosotros.
Peeta asiente, pero no articula palabra, cosa que creo sedebe a los efectos de las más de cinco copas que ya se ha tomado. No le culpo,porque yo misma voy por la tercera de esta endemoniada bebida que estáriquísima y ya empiezo a notar los estragos que forma el alcohol en mi mente.Creo que no deberíamos seguir bebiendo.
Pero lo hacemos.
No sé si son las dos, las tres o las cuatro de la mañana,pero las existencias de la ingente cantidad de alcohol que trajo vete a saberquién ya se han acabado y noto perfectamente los efectos de haberme bebidomedia docena de cócteles yo solita. Hablo con todos por los codos, como lamujer locuaz que nunca he sido, y me encaramo a la espalda de Peeta cada dospor tres, haciéndonos caer a la arena una y otra vez. Y si yo llevo un pedodescomunal, lo de Peeta se sale de los límites. Baila como un poseso al son dela música que suena desde los chiringuitos del paseo marítimo y pierde elequilibrio a la mínima de cambio. Johanna es la que mejor está, a pesar de queno está bien en absoluto, y se ríe de todos y cada uno de nosotros a carcajadalimpia. Sus amigos y ella misma han empezado a dispersarse y, cuando la mayoríaya se ha mezclado con gente de otras hogueras, Peeta me abraza por detrás,escondiendo la cara en mi cuello y dejando entrar por mis fosas nasales eldulzón olor de su aliento alcoholizado.
- Katnisssssssssss
. - sisea en mi oído.
- ¿Qué haces? Me estás haciendo cosquillas. - digo yo tratandode sonar seria, pero mi estado de embriaguez no ayuda en absoluto.
- Estamos solitosss. - vuelve a sisear.
Miro a nuestro alrededor y compruebo que, aunque no solos enel más estricto sentido de la palabra, si que somos los únicos restantes ennuestra hoguera. Los demás charlan animadamente a unos metros de nosotros conotras personas tan borrachas como ellos y Johanna danza de una hoguera a otrasin hacernos caso alguno.
- ¿Por qué no vamos andando hasta casa? Necesito andar unpoco. - le propongo a Peeta, aunque va a tener que hacer lo que yo le digaporque no está en situación de opinar coherentemente.
- Como quierass. Aunque yo - hipa - no sé si voy a ser capaz.
Tiro de su mano, tratando de evitar que se caiga o de caermeyo y llevármelo conmigo. Lo cierto es que todo me da tantas vueltas que no séni si yo misma seré capaz de andar hasta allí. Busco con la mirada a Johannapara avisarla de que nos vamos, pero desisto cuando la veo metiéndose en elagua como su madre la trajo al mundo, riéndose de la borrachera que lleva yacompañada por otro par de sus "amigos". Menudo panorama.
Tardamos siete siglos en llegar a la cala casi privada de mimadre y temo seriamente por nuestra vida en el momento en que tenemos que sortearel conjunto de piedras que dan acceso a ella. Con esta descoordinación es peorque escalar un acantilado.
Entre risas, tambaleos y algún que otro arrumaco, nosdejamos caer en la orilla frente a la casa de mi madre.
- Vaya paseíto, nena. Eso parecía un labirinto
- dice Peeta.
- ¿Labirinto? Será laberinto, Peeta. Laberinto. - contesto yo riéndomesin contención alguna. Un momento, ¿nena?
- Eso, como se diga. - contesta él restándole importancia conun gesto de la mano. - Bañémonos. - propone.
- ¿Ahora? Tú estás loco
- Venga, que sí. Que tengo muchisísimo calorrr. - reitera quitándosela camisa y los pantalones.
No me da tiempo a negarme una segunda vez, porque nada másterminar, me alza en el aire y me echa sobre su hombro, llevándome consigohacia el agua.
- ¡Peeta, no! ¡Ni se te ocurra!
Trataba de ser una exclamación imperativa, pero cuando te ríesa la vez que lo dices pierdes toda credibilidad.
- ¡Ale-hop! - exclama y, acto seguido, nos sumerge a ambos deun salto bajo el agua.
Salgo a la superficie con el vestido, el pelo y toda yoempapada hasta los huesos, esperando encontrarme con una sensación de frío similara bañarse a finales de primavera en el lago de mi distrito. Sin embargo, laagradable temperatura del agua me recuerda que estamos en el cuatro y que aquíla media anual de temperatura ambiente no baja de los veintitrés gradoscentígrados. Peeta sube a la superficie justo después que yo y los dos nosechamos a reír sin ningún motivo a aparente más que la estupenda sensación deser liberados de los cargos de conciencia que arrastramos desde la guerra,aunque solo sea durante el tiempo que nos dure el efecto del alcohol.
Me despojo del vestido y nos bañamos tranquilamente un buenrato, disfrutando del cielo nocturno más despejado que he visto en mi vida ydel relajante sonido que hacen las olas al romper en la arena.
- Ojalá tuviésemos algo así en el doce
- comenta Peeta en vozalta mientras flotamos en el agua dados de la mano.
- Lo cierto es que lo tenemos.
- ¿Cómo que lo tenemos? - pregunta él hincando las rodillas enel fondo de arena y atrayéndome hacia su pecho. Yo me dejo llevar, flotando aúnsobre la superficie del mar, anclada al seguro que es su cuerpo.
- Sí. - contesto. - En el bosque hay un lago en el que me bañoyo desde que tengo uso de razón. ¿De dónde crees que saco los pececillos?
Peeta se lo piensa, aún algo embotado por el alcohol aunquemucho menos que antes, y contesta:
- No lo sé. Siempre supuse que habría un río y que allíaprendiste a nadar, pero no un lago. ¿Es grande?
- Mucho, y en la orilla hay un refugio que mi padre y yousábamos cuando íbamos. No hay olas como aquí, pero el agua al menos no te dejasabor salado en la boca.
- Me gustaría verlo. - comenta Peeta.
- No hay problema. Cuando volvamos a casa podemos ir ydespedir allí los últimos días de calor del verano si tú quieres. - le digodejando de flotar y anclándome esta vez con mis piernas alrededor de su cinturay mis brazos alrededor de su cuello.
- Nada me gustaría más.
El beso que comienza suave y nos deja saborear la sal de loslabios del otro, no tarda en abrir nuestro insaciable apetito y enseguida nosestamos devorando el uno al otro. Sus manos viajan rápidas y con determinaciónal broche de mi sostén, desatándolo y dejando mis pechos desnudos reposarcontra sus pectorales. Yo me dejo guiar también por mis deseos y meto mi manoderecha bajo el agua, recorriendo sin pausa pero sin prisa su abdomen hastallegar a la cinturilla de su ropa interior. Peeta sonríe contra mi boca y yo lecorrespondo, porque ambos sabemos que hemos empezado algo que terminarádejándonos exquisitamente exhaustos y con una sonrisa tonta en la boca para elresto de la noche y parte del día siguiente.
No me demoro más y, tras acariciar suavemente su erecciónsobre la tela, tiro de sus calzoncillos hacia abajo, liberando su entrepiernade la cárcel blanca en la que estaba presa. Lame mi cuello, besa mis ojos ymejillas, y me hace suplicar tres veces por cada roce de su lengua con mi piel.
- Peeta, por favor. No aguanto más
- ruego.
Él, obediente y sin mediar palabra, tira de mis bragas y lasdesliza por mis muslos con una habilidad pasmosa. Lo cierto es que laingravidez que proporciona el agua es una aliada magnífica y nos abre unabanico completamente nuevo de posibilidades para añadir a nuestro aún escasorepertorio sexual.
Mis bragas vuelan por los aires hasta la orilla, donde ya seapila el resto de nuestra ropa, y Peeta retrocede un poco en la misma direcciónpara que el agua le llegue por la cintura a pesar de estar de rodillas. Apenastiene que hacer nada para mantenerme enroscada a él, por lo que las manos lequedan libres para todo tipo de travesuras.
- No quiero eso. - me atrevo a susurrarle cuando su mano seacerca peligrosamente al espacio entre mis piernas y me doy cuenta de susintenciones. - Quiero esto.
Cuando es mi mano la que abraza su miembro bajo el agua,Peeta deja mis labios y me mira arqueando una ceja. No vocalizo mis deseos casinunca, principalmente por mi alto grado de vergüenza, pero en mi actual estadode fascinación por estar en el agua y con el alcohol aún corriendo salvajementepor mis venas, no tengo ni tiempo ni ganas de ser sutil ni mucho menospudorosa. Eso lo dejo para mañana por la mañana.
Como un chico obediente, comienza a introducirse en mísuavemente, pero no es lo que a mí me apetece. Hoy me siento demandante,pasional, salvaje. Hoy quiero sentirme tan libre como las olas de mar que nosmecen mientras nos amamos. Hoy quiero rendir homenaje a mi sobrenombre de Chicaen Llamas.
Me dejo caer de golpe, terminando el recorrido por mí mismay haciendo que Peeta pierda el equilibrio y se quede sentado sobre la arenaconmigo a horcajadas sobre él. No tardo en coger el ritmo frenético de las olasque rompen en nuestros cuerpos y me muevo al son de la música que crea el rumordel mar. Peeta no parece a disgusto, ni mucho menos, pero sí asombrado, porquele pillo con un ojo abierto de vez en cuando y con una media sonrisa muydelatora pintada en su cara.
Enseguida me sigue el ritmo y mece sus caderas contra lasmías al mismo compás. Me besa, me muerde, gime en mi cuello y lame mis senos,que cuando asciendo reposan propiciamente a la altura de su cara. Mis pezonessufren el ataque de su boca y sus dientes una y otra vez, y yo me deshago delgusto con cada arremetida.
- Más, Peeta. Más. - le pido cuando noto que estoy cerca del clímax.
Él gruñe y jadea como respuesta y baja sus manos a miscaderas para ayudarme a embestir más fuerte y más duro contra su erección. A lavez que una de las olas choca en mi espalda, todo mi interior se contrae en unaréplica de esa ola, pero de placer esta vez, y a los pocos segundos noto comoPeeta me sigue, acompañado de un gruñido que trata de acallar en el hueco de micuello.
Nos tumbamos en la orilla, uno al lado del otro, tratando derecuperar el aliento como nuestra primera vez en el jardín de casa, solo queesta vez no tardamos nada en levantarnos y correr dentro de casa a la habitacióna por el segundo asalto.
Capítulo extra, extra, extra largo para compensar el retraso de estos días y que nadie me llore ;)
Además, sigo preparando mi sorpresa que, si no en el siguiente capítulo, será dentro de dos cuando la dejaré ver la luz. Permaneced atentas jijijiji
Una vez más, mil millones de gracias por leer y por dejarme esos maravillosos comentarios que me impulsan a seguir cada día más.
¡Un fuerte abrazo y nos leemos! :D
Ha sido una de las nochesmás largas que recuerdo, y eso que, según tenía entendido, los excesos con elalcohol provocan lagunas mentales. Bien es cierto que, para cuando la verdaderanoche empezó (en términos poco descriptivos), nosotros ya nos habíamosdespejado lo suficiente con el paseo "labiríntico" y el baño en el mar. Otra delas secuelas de una gran borrachera son las nauseas matutinas y el dolor decabeza, y de eso sí que no nos hemos librado
El suelo del baño nosacoge gentilmente en su seno desde, aproximadamente, las diez de la mañana.Peeta vomita hacia la bañera y yo hacia el retrete, mano a mano. La primera endespertarse con vómitos y un terrible mareo fui yo, que tuve que ir al baño atodo correr para no echar hasta la primera papilla sobre Peeta, sobre mí ysobre el propio colchón. Alarmado y medio dormido aún, me siguió a toda prisahasta el aseo. Quiso retirarme el pelo de la cara mientras me deshacía enarcadas, pero solo quiso, porque apenas tuvo tiempo de posarme una mano en laespalda cuando los espasmos le alcanzaron también a él y, a falta de retrete,se tuvo que lanzar hacia la bañera.
Y así, unidos de unaforma muy pero que muy distinta a la de anoche, seguimos sentados en el suelodel váter media hora después, verdes por las nauseas y con la cabeza dándonosvueltas. Yo hace ya como diez minutos que dejé de vomitar, así que, algo másanimada, me he puesto de rodillas al lado de Peeta para darle apoyo moral másque otra cosa mientras echa bilis por la boca. Procuré también echar agua en labañera antes de que el olor le hiciese vomitar de nuevo, esperando que asíremitieran poco a poco las arcadas, pero ha sido en vano. Al pobre le ha dadofuerte. Tras la que debe ser, al menos, su quincuagésima arcada de la mañana,parece que las convulsiones van disminuyendo así que le ayudo a apoyarse en lapared y dejo que descanse su cabeza en mi hombro, sentándome a su lado.
- ¿Te encuentras mejor? -le pregunto suavemente y sin levantar mucho la voz. Si a mí mi propia voz meestá matando no quiero ni imaginarme lo que será para él.
- Más o menos. -contesta. - Creo que no volveré a beber en mi vida.
- Estoy completamente deacuerdo contigo.
Nos quedamos así unrato más, rato que aprovecho para comprobar que mis sentidos empiezan a volvera la normalidad y que ya no me encuentro mareada. Peeta, sin embargo, sigueteniendo una capa de sudor frío cubriendo todo su cuerpo, no deja de eructar y,por pequeño que sea el movimiento que haga, parece que vaya a caerse de unmomento a otro. Cuando noto que empieza a temblar, decido que es hora delevantarme e ir a por una camiseta para él. Hace calor, pero su tiritona parecesacada de uno de los peores días de invierno en el doce.
- Voy a buscarte unacamiseta. Te vas a quedar helado.
- No
- susurra. - Tú tampocoestás bien. No te levantes no vaya a ser que te caigas. Ya estoy mejor.
Me dedica una miradarealmente preocupada ante la que no puedo hacer otra cosa que sonreír. Tienelos ojos rojos y entrecerrados, el sudor brilla por toda su cara, tiene el pelocompletamente pegado a la frente y se abraza a sí mismo en un ademán de darsecalor para hacerme creer, insatisfactoriamente, que ya no tiene frío. Cabezota
- No seas bobo. - le digo.- Estás tiritando de frío. Deja que vaya a buscarte algo con lo que taparte, teprometo que no me caigo.
Me levanto sin dejarleobjetar más y le ayudo a recolocarse en la pared antes de volver a lahabitación. Con mis primeros pasos, compruebo que ya no queda rastro demalestar en mi cuerpo, así que me apresuro en llegar al armario. Cuando entro ala habitación de nuevo, un millón de imágenes de hace no muchas horas se burlande mí paseándose una y otra vez por mi mente. Desde luego, después de semejantenoche, ninguno esperaba un amanecer como este
Al ver que en elarmario lo más abrigado que tiene Peeta es una camiseta de tirantes, me afanoen buscar entre las sábanas la sudadera con la que me cubrí anoche después denuestra sesión de sexo (de la que, por cierto, aún no he tenido ni tiempo deavergonzarme) para ir a la cocina a tomar un chocolate calentito. Aún con elcalor que hace aquí, el ejercicio (incluido el tedioso paseo desde la otrapunta de la playa grande) y las bebidas alcohólicas nos abrieron el apetito, porlo que qué mejor que un buen chocolate para reponer fuerzas. El propio calordel chocolate, más el que se le sumó cuando Peeta decidió beberse su partedirectamente de mi boca, hizo que la sudadera desapareciese de mi cuerpo enalgún momento de nuestro recorrido dando bandazos desde la cocina a lahabitación de vuelta a nuestro nido de perversión.
Me desespero al noencontrarla sobre la cama o por el suelo bajo ella, por lo que decido buscarlapor el resto de la casa. Gracias al cielo que es pequeña
- ¡Katniss! ¿Estás bien? -oigo que me grita Peeta desde el baño cuando estoy mirando bajo el sofá. ¿Dóndediablos eché la maldita sudadera?
- ¡Sí! - le grito devuelta mientras sigo mirando tras los cojines. - ¡Estoy buscando la sudadera!¡Enseguida voy!
Miro, miro y remiro,pero no hay ni rastro de la maldita prenda. Justo cuando estoy a punto dedesesperarme, oigo una llave colarse por la cerradura de la entrada y, unsegundo después, veo aparecer por la puerta la cansada y familiar cara de mimadre. Ya ni me acordaba de ella.
- Buenos días, hija. - me saluda mientras deja las llaves colgadas en su sitio. - No esperaba encontraroslevantados tan pronto.
- Hola, mamá. ¿Qué tal seha portado Finnick? - le pregunto recordando dónde ha pasado la noche.
- Muy bien una vez queestuvo dormido. - me dice divertida. - Ese crío es un terremoto.
- Katniss, ¿con quiénhablas?
Es la voz de Peeta laque nos hace girarnos a ambas hacia el baño y recuerdo que he dejado al pobreallí tirado.
- Es mi madre, que ya hallegado. - le contesto evitando la inquisitiva mirada que me dedica la mujerque me trajo al mundo.
Me escudriña de arribaabajo, y es entonces cuando me doy cuenta de que las pintas que llevo invitan apensar cosas poco decentes de mí: camiseta de talla masculina, descalza, pelo sudadoy revuelto y, aunque no me veo, sospecho que unas ojeras dignas de competición.Por no hablar del sudor que copa mi frente y recorre mi cuello, las marcas delos dientes de Peeta en mi hombro derecho y el olor a feromonas alteradas quetiene que sobreponerse incluso al desagradable hedor a vómito que aún no me hequitado de encima.
- Está vomitando. - le sueltocasi de golpe y atropelladamente a mi madre, haciendo que dirija su mirada denuevo a mis ojos y deje de quemar con la vista mi marcado hombro derecho. - De hecho,ambos estábamos vomitando hasta hace un rato.
Mi madre se olvida porun rato de hacerme preguntas con la vista de las que ya sabe la respuesta yempieza a preocuparse por lo que realmente importa ahora.
- ¿Qué os ha pasado? -pregunta siguiéndome hasta el baño. - ¿Algo de lo que habéis comido estaba enmal estado u os habéis pasado con la bebida?
- Digamos que lo segundo.- le contesto algo cohibida. No estoy acostumbrada a darle explicaciones anadie (mucho menos a ella), pero a sabiendas de que nos hemos pasado de la rayaestando en su casa, siento que se lo debo.
Tras dedicarme una miradareprobatoria, negar con la cabeza y susurrar un "jóvenes
" que no sé bien cómointerpretar, irrumpe en el baño donde se encuentra Peeta. Entro justo tras ellatratando de lidiar con la vergüenza de haberme comportado así en casa de mipropia madre (y eso que no ha salido a relucir nuestra lujuriosa noche
aún),pero me quedo absolutamente en blanco cuando veo a Peeta tirado en el suelo,inconsciente, y a mi madre tomándole el pulso y tratando de hacerle reaccionar.
Milésimas de segundodespués de procesarlo todo, me sobreviene una ola de calor, haciendo ascenderel suelo hasta mi mejilla y envolviéndome en la más estricta oscuridad.
"A pico y pala".Ese dicho que se usa en el doce para definir un trabajo arduo y laboriosohaciendo referencia a los pobres mineros que se pasan, literalmente así, delunes a sábado demasiadas horas al día. Y a pico y pala debe de estartrabajando también quienquiera que sea el que esté metido en mi cabeza,haciendo que me retumben los oídos y que la sien izquierda me palpite como eldemonio.
Oigo voces lejanas, más bien un rumor de lo que pretendenser voces, que se comunican entre sí en tono preocupado y más bajo de lohabitual, como si intentaran no molestar a alguien. No entiendo por qué nopuedo ver la fuente o fuentes de donde provienen los sonidos, solo esta negruraque me acorrala y me fuerza a agudizar al máximo el resto de mis sentidos, tanpoco útiles como la vista en estos instantes. Tengo la sensación de haberpasado días inconsciente y otro tanto en este estado de letargo en el que meencuentro ahora, rodeada por las voces que cada vez se tornan más claras y reconocibles,aunque ininteligibles, y por la profunda oscuridad que todo lo abarca.
El primer cambio significativo se produce cuando soy capazde determinar mi posición en el espacio: estoy tumbada. Sobre qué, no lo sé.Algo mullido y no demasiado amplio. Trato de mover manos y brazos, pero es inútil.Solo tengo una vaga conciencia y sensación del tacto, lo justo y necesario parasaber que no estoy boca abajo. Sigo acompañada por las voces, que de vez encuando hacen un silencio que no sabría determinar cuánto dura, mientras laoscuridad deja de ser tan negra para convertirse en un abismo rojo, contonalidades que van desde el granate más oscuro que recuerda a la sangredesoxigenada que mana de una herida abierta en la yugular, hasta un anaranjadorojizo que evoca en mí una sensación de paz que sé que comparto con alguien,aunque soy incapaz de precisar con quién. No tardo mucho en darme cuenta de quees la luz incidiendo sobre mis párpados cerrados. Trato de abrirlos sin muchoéxito la primera y la segunda vez, pero a la tercera va la vencida y logrodespegarlos una rendijita, suficiente para que la luz moleste y deba volver acerrarlos.
Poco a poco, siento como mis extremidades vuelven a ser míasy mi cuello aparece en mi mapa mental de conciencia corporal, recordándome quetengo cabeza aunque no la use mucho. Contraigo y relajo los músculos de mispiernas, probando que todo esté en su sitio, y paso a mis brazos, lograndoacariciar la superficie sobre la que estoy recostada con la yema de mis dedos.En vez de brazos y piernas funcionales parece que tengo porras, pero menos esnada.
Distraída como estaba en recuperar algo de movilidad, no mehe dado cuenta de que las voces han cesado y ahora es una sola la que se elevapor encima del silencio sepulcral, más cerca de mí de lo que habían estado lasotras antes, aunque igual de incomprensible por ahora. Noto como algo cálido seposa en mi mejilla izquierda y como, desde la misma dirección, una únicapalabra susurrada consigue acertar en mi tímpano, mandando las señales propiciasa mi cerebro para que sean interpretadas y me revelen el significado de lo quedice el ser sibilante.
Katniss.
De la misma forma que el gatillo de un arma acciona el mecanismoque propulsa la bala por el cañón, mi nombre susurrado por esa voz dispara unacascada irrefrenable de recuerdos macabros y sensaciones de angustia, terror ypánico. El olor a humedad y podredumbre, el sonido de las gotas de aguachocando contra el frío hormigón, sonidos de disparos reverberando en lasparedes oscuras y eternas de unos profundos túneles y el mismo susurrosibilante procedente de las bocas de las bestias que Snow creo para matarme. Elmismo susurro respondiendo a la llamada de los mutos desde los labios de Peeta.
Me pongo en tensión incorporándome como puedo y abro losojos de inmediato, tratando de reconocer cuanto antes el terreno sobre el queme muevo. Estoy segura de que he vuelto a los túneles subterráneos delCapitolio, de vuelta con el pelotón estrella (o lo que queda de él), dispuestaa matar a Snow con mis propias manos. Pero todo a mi alrededor es demasiadoblanco, luminoso y cálido. No huele a desechos humanos ni a sudor rancio.Tampoco huele a limpio, más bien huele a algo dulce, a algo familiar
huele acanela y a eneldo.
El olor consigue reubicarme de nuevo en la realidad. Meayuda a fijar la vista en lo que me rodea, que no es un túnel sino el salón dela casa de mi madre en el Distrito 4, y me hace ser consciente de la cercanía yel calor que antes notaba en mi mejilla izquierda. Es la mano de Peetaacunándome el rostro.
- Katniss, ¿estás bien? ¡Doctor, se ha despertado!
Suena compungido y nervioso, a la espera de una reacción pormi parte.
- Peeta
Cuando su nombre se desliza por mis labios, termino de unirtodas las piezas en mi embotado cerebro. Recuerdo la borrachera, el paseo, elbaño nocturno, la maratón de sexo. Recuerdo vomitar con él codo con codo por lamañana, recuperarme antes, ver a mi madre llegar a casa, entrar tras ella en elbaño y encontrar a Peeta inconsciente. Recuerdo la fría baldosa chocar con mimejilla, y lo siguiente que recuerdo es el olvido.
Un hombre que no conozco de nada se inmiscuye en mi campo devisión seguido por mi madre. Desconfiada por naturaleza, me encojo contra loque ahora reconozco como el sofá de la sala, alejándome lo más que puedo de él.
- Katniss, tranquila. - me habla Peeta cogiéndome la mano. -Es un doctor del hospital del cuatro. Es amigo de tu madre.
- Hola, Katniss. - se dirige a mí el hombre. - Me llamoAreteo, trabajo con tu madre en el hospital.
Dirijo mi mirada hacia mi madre, que está de pie frente a mímirándome con rostro preocupado pero más tranquilo que el de Peeta. Ellaasiente al ver la pregunta en mis ojos, por lo que no me queda otra que confiaren su palabra.
- Hola. - le contesto al doctor. - ¿Qué me ha pasado?
La pregunta me carcome por dentro y no puedo evitar hacerla.Sé que perdí la conciencia, pero no entiendo por qué.
- Sufriste una bajada de tensión y al caer te golpeaste lacabeza. - eso explica los martillazos que me retumban en el cráneo. - No tepreocupes, no es nada grave. Un pequeño chichón que te acompañará un par dedías.
La actitud relajada y jovial del médico me ayuda a relajarmey consigo colaborar en las pruebas posteriores que me hace. Me pregunta cosasbásicas sobre cómo me llamo, dónde vivo, si reconozco a mi madre y a Peeta
Cuando determina que todo está en orden, me dedica una sonrisa para nadaforzada y concluye:
- Bueno, pues parece que está todo bien. De todas formas, megustaría hacerte unos análisis de sangre. Hace tiempo que ninguno os hacéis unarevisión, por lo que nunca está de más.
Veo que la sugerencia/imposición de someternos a un análisisde sangre abarca también a Peeta y recuerdo inmediatamente que él se desmayoantes que yo.
- Peeta, ¿tú cómo estás? ¿Qué te pasó? ¿Te encuentras bien?¿Ya has dejado de vomitar? ¿Tienes frío? - le pregunto sosteniéndole la caraentre mis manos.
La que vomita las preguntas a una velocidad inhumana soy yo,provocando la risa de todos los presentes menos la mía. No le veo la gracia,estoy realmente preocupada.
- Tranquila, cariño. - se dirige a mí mi madre, que hastaahora había permanecido en silencio. - Se desmayó por la deshidratación que lecausó el alcohol. A parte del escarmiento, no le quedarán secuelas.
Capto perfectamente el tono irónico de mi madre, tirando lapuya sobre nuestros excesos de ayer, pero poco me importa ahora mismo. Solo soycapaz de toquetear la cara de Peeta, que me mira con una sonrisa tierna en laboca y los ojos iluminados por la felicidad de tenerme consciente de nuevo.
- Estoy bien, mi amor. - me susurra Peeta.
Acerco mis labios a los suyos y le beso, feliz por poderhacerlo de nuevo, después de haberme perdido por unos instantes en los agónicostúneles del Capitolio, después de haber creído oírle susurrar mi nombre enrespuesta a los mutos que Snow mandó para darme caza. Le beso feliz porrecuperar la esperanza que pierdo en los malos sueños.
Areteo, el médico, se queda a comer con nosotros. Alparecer, y según el mismo explica, antaño los análisis de sangre tardaban díasen mostrar los resultados; sin embargo, ahora, una maquinita que lleva dentrodel maletín es capaz de concluir la prueba en un par de horas, pudiendo darresultados igual de fiables en mucho menos tiempo y en cualquier visita adomicilio, sin necesidad de acudir al hospital.
Comemos tranquilamente en lo que la máquina hace su trabajo.Areteo nos asegura que es pura rutina y que estamos sanos como un roble. Nodiscrepo, pero no me siento plenamente recuperada aún. La cabeza me palpita acada movimiento que hago y no noto mi estómago asentado del todo. De hecho, meda un vuelco cuando el olor de la sopa de verduras que ha preparado mi madrellega a mi nariz.
- ¿Sopa de verduras? - le pregunto incrédula cuando ni tansiquiera ha destapado la olla.
- Sí, ¿cómo lo has sabido? - pregunta mi madre sorprendidaposando la cazuela en el centro de la mesa.
- ¿Qué cómo lo he sabido? ¡Menuda peste echa eso! Se huele akilómetros.
Peeta se ríe diciendo que él no lo hubiese adivinado nunca yle tiende el plato a mi madre para que le sirva un par de cazos. Según abre latapa, una arcada me constriñe el esófago y salto de la silla, tratando deapartarme lo más posible del nauseabundo olor.
- ¿Cuánto ajo le has echado a esa cosa? ¡Joder! - exclamo abriendola puerta de cristal que da a la calle, dejando pasar la fresca brisa marina alinterior de la casa.
- Pues la misma cantidad de siempre, hija. - me contesta ellaalgo confundida. La sopa de verduras de mi madre siempre ha estado entre misplatos favoritos.
Le pido a Peeta que me cambie el asiento para quedar máscerca de la puerta y más alejada de los olores y, por supuesto, reniego decomer ni una sola cucharada. No sé por qué, pero el mero hecho de pensar en queeso pueda tocar mi lengua me provoca arcadas.
Mi madre trata de negociar conmigo, sin éxito, que coma almenos medio cazo. Me niego en rotundo. El médico me mira pensativo durantetanto rato, supongo que tratando de relacionar el traumatismo con mi falta deapetito, que llega a incomodarme. Aunque queda de manifiesto que no es falta deapetito lo que tengo cuando se sirve el segundo plato: jugosa carne con salsade queso. Acabo comiendo el doble de la ración que se zampa Peeta y rebañandola salsa sobrante de la cazuela. Areteo vuelve a escanearme con la misma inquisitivamira de antes, acompañado esta vez por la de mi madre, quien no ha pasado poralto mi repentito gusto por la salsa de queso que nunca antes me habíaemocionado sobremanera. Se comía y punto porque era lo que había.
Cuando hemos terminado, el doctor, inusualmente serio derepente, nos lleva a la sala para tomarnos a ambos la tensión y leer losresultados de los análisis. Mi madre se sienta en el sillón individual a tomarsu frío té de menta mientras observa trabajar a su compañero y comparte con élmiradas que ni Peeta ni yo alcanzamos a comprender. Areteo se mueve a nuestroalrededor, apretando nuestros brazos con una bomba de aire con la que mide latensión y nuestro ritmo cardiaco. Cuando da el visto bueno, abre la pantallitade la máquina que ha leído nuestra sangre y comienza con Peeta:
- Todo perfecto, señor Mellark. - nos dice sonriente. - Nadaque objetar.
Miro a Peeta y le sonrío, feliz por saber que por dentroestá tan sano como por fuera, y él me acaricia la pierna con su mano, tansonriente como yo misma.
- Veamos la señorita. - nos interrumpe el doctor con cara másseria y, de nuevo, pensativa.
Cuando lee, lee y vuelve a leer sin decir nada, excediendocon creces el tiempo que ha tardado en darle un resultado a Peeta, el nerviosismoempieza a aflorar. Miro hacia mi madre, tratando de descifrar en su mirada algoque yo no sepa, pero la encuentro rígida e impenetrable, dándole vueltas a lacabeza como cuando le llegaba un paciente en el doce y tenía que encontrar lamejor manera de tratarlo con unas hierbas que, normalmente, de poco servían.
- Doctor, ¿está todo bien con Katniss? - pregunta Peeta, queya ha empezado a sudar por las manos.
El médico, haciendo caso omiso a las palabras de Peeta,levanta la vista de la pantalla y la dirige inmediatamente a mi madre.
- Esto lo explica todo
- dice para el cuello de la camisaaunque todos somos capaces de oírle. En voz mucho más autoritaria y grave,añade: - Tiene la SGHB y la gonadotropina por las nubes.
Lo dice en dirección a mi madre, dando por hecho muyrazonablemente que ni Peeta ni yo vamos a entender lo que sea que signifiqueeso. Ella, sin embargo, parece entender a la perfección a lo que se refiere elmédico porque deja caer la taza de té helado al suelo nada más asimilar suspalabras. Noto a Peeta tensarse a mí lado y estallar en incertidumbre:
- ¡¿Qué demonios significa eso, doctor?! ¿Qué le pasa aKatniss?
El doctor, con cara de satisfacción por haber acertado elpronóstico sin necesidad de ver los análisis, me mira a los ojos para, mediosegundo después, dulcificar su expresión y contestarle a Peeta su pregunta sin apartarla vista de mí:
- Significa que Katniss está embarazada.
Y así es como a una el mundo se le viene encima.
¡SOR-PRE-SA! jajajaja ¿Os lo esperábais antes de leer? ¿Ya era hora no? ;)
Espero que hagáis arder la sección de comentarios con este capítulo y me dejéis vuestras opiniones. Muchas gracias como siempre. ¡Nos leemos! :D
Imposible.
Me he repetido a mí misma esa palabra tantas veces en losúltimos dos minutos que creo que ya ha perdido todo su significado.
Nada es imposible, Katniss.
Eso es algo que debería saber ya. A estas alturas de mivida, habiendo vivido tantas cosas surrealistas, no sé como aún soy capaz decreer que los imposibles existen. Por supuesto que no existen. ¿Quién hubiesedicho que sobreviviría a la muerte de mi padre? ¿Quién hubiese creído que no mecastigarían por cazar más allá de los terrenos del Capitolio? ¿Quién hubieraapostado que saldría viva de mis primeros Juegos y que desafiaría a un gobiernoentero en los segundos? ¿Quién hubiese sido capaz de prever que una humildechica de la Veta se convertiría en el Sinsajo que espolease la mayor Rebeliónen Panem desde los Días Oscuros? ¿Quién hubiese creído que, después de perderloabsolutamente todo, conseguiría salir adelante? ¿Quién hubiese creído que fueracapaz de enamorarme? Desde luego, yo no.
Entonces, ¿por qué iba a ser imposible que estuvieseembarazada? De hecho, no he puesto ningún impedimento para que no sucediera. Meacosté con Peeta, no una ni dos ni tres veces. Todas sin protección. ¿Justiciadivina? Puede ser. ¿Lógica pura? Eso seguro.
Sin embargo, no puede ser. De un acto tan puro e íntimo enel que compartí todo lo que soy con Peeta no puede salir algo que me destrocela vida. Solo atino a pensar lo mismo que llevo pensando dos minutos:
Imposible.
El doctor nos miró con una media sonrisa durante el primermedio minuto, justo el tiempo que tardó en darse cuenta de que no respondía.Pasado ese medio minuto en que creyó que me pondría a saltar feliz de la vida(iluso
), cambió su cara a una muecamucho más seria, analizando con lupa cada ínfimo detalle de mi rostro. En vano.Aún no he movido ni un músculo y ya ha pasado un buen rato.
Peeta, tan conmocionado como yo en un principio por lanoticia, no tardó en sacar a relucir una enorme sonrisa y pasearla por delantede mis narices. Supongo que le encanta la idea. No lo entiendo, no puede estarpreparado para ser padre. Es imposible.
¡Já!, imposible dices
No me cabe la menor duda de que Peeta será un padrefantástico. Lo tuve claro desde el principio, cuando ya comparaba la actitud deGale y la mía propia con la suya. Lo imposible sería que yo estuviese a laaltura.
¡Mira! Algo que sí es imposible.
Mi madre
bueno, lo de mi madre es un caso perdido. Tanperdido como su mirada, fija en algún punto de la minimalista pared blanca quese yergue frente a ella. ¿Qué estará rememorando? No lo sé.
Embarazada. Un ser en mi vientre, sangre de mi sangre, frutodel amor entre Peeta y yo, sangre de su sangre. Puro, como él. ¿Mío? Imposible.
¿Embarazada? Imposible.
Sin darme cuenta, esta vez lo he debido de verbalizar,porque Areteo se endereza en el sillón ante mi primera respuesta en lo que hansido los dos minutos más largos de mi vida. Peeta se gira en mi dirección, conla misma estúpida sonrisa en la boca, saliendo de ese estado de estupefacciónen el que estaba sumido. ¿Hijo suyo? Por completo. ¿Madre yo? Imposible.
- Imposible. - repito esta vez más consciente de lo que hago.El doctor me mira, entendiendo que algo no va bien. ¿Cómo demonios podría irlo?¡Me acaba de decir que estoy embarazada! ¿Está loco? Eso es imposible.
- Katniss
- comienza el doctor en tono seguro pero gentil. -Los análisis no dejan lugar a dudas. Además, si a eso le sumamos tus nauseas deantes y el sobredesarrollado sentido del olfato, es más que evidente. Creo queno podrás volver a beber como anoche en unos cuantos meses.
Lo dice en tono jovial, despreocupado incluso. ¿Esgilipollas? ¿Cómo pude decir una barbaridad de semejantes características yseguir bromeando?
- Es imposible. - repito en una voz mucho más autoritaria quela anterior. Noto como Peeta se envara a mi lado y la sonrisa se le empieza aborrar del rostro. Ya era hora
- La semana pasada tuve la menstruación. Tengaahora el valor de decir que estoy embarazada. Tiene usted un sentido del humordemasiado macabro, doctor.
Me sorprendo a mí misma de lo segura que suena mi voz, pero¿por qué no iba a ser así? Es imposible, estoy segura.
Mi madre reaparece de entre las tinieblas que suele visitardemasiado a menudo y Peeta comienza a fruncir el ceño con confusión.
- ¿Tuviste el periodo? - me pregunta preocupado el doctor. -¿Fue un sangrado como el habitual o menor en cantidad y tiempo?
¿Preocupado por qué? ¿Acaso no es habitual tenerlo? Este tíoes tonto
Vale que nunca tuve una regla regular dada mi inconstante y pobredieta hasta que llegué a la cosecha de los Septuagésimo Cuartos Juegos delHambre, pero de ahí a que se extrañe porque de vez en cuando la tenga ya espasarse. Aún así
- Pues no sé
- dudo un poco recordando la semana anterior aesta y los días que estuve sangrando. Muchos no, desde luego. No recuerdo tenerque echar a Peeta de mi lado cuando se me lanzaba al cuello en pie de guerra.No, desde luego no fueron ni dos días. - Un día, no más. Algo menos abundantede lo habitual, pero nunca he sido de reglas constantes ni abundantes. No meextrañó.
El doctor me mira, calibrando su punto de mira, calculandolas diferentes variables y descartando las infactibles para dar un diagnósticoveraz y medido al milímetro. Ojo clínico lo llaman.
- Bien, podría deberse a un sangrado vaginal habitual en lasprimeras semanas de embarazo, probablemente tras haber mantenido relacionessexuales. Nada de qué preocuparse. - explica su conclusión batiendo su mano alfinal, restándole importancia a la única prueba fehaciente que poseo capaz dedesmentir su diagnóstico. - De lo que no me cabe la menor duda es de que ustedestá embarazada, señorita. Enhorabuena.
Peeta vuelve a sonreír, mi madre vuelve a perderse en lapared y yo dejo de pensar en imposibles para ponerme a llorar.
¿Embarazada? Parece ser que sí.
Ver sus lágrimas brotar a borbotones hace que mi interiorcruja por completo, como si una bola de demolición estuviese echando abajo losmuros del hogar que he construido en mi corazón junto a ella. Y me siento ruin.Ruin y despreciable porque algo que a ella le provoca dolor y que está dentrode sus peores temores provoque en mí la mayor felicidad que haya experimentadojamás. Una rata asquerosa que, a fin de cuentas, no ha hecho otra cosa que mirarpor sí mismo durante todos estos años.
Seamos francos. El más egoísta de todos los que pasamos porlos Juegos y la guerra fui yo. El Chico del Pan, tan amable y bondadoso, que noha sido más que un puto egoísta. Mientras los demás dejaban a un lado suspropias vidas en pos de una lucha justa por la libertad, lo único que siempreocupó mi mente fue el bienestar de Katniss. Jamás miré por conseguir lalibertad, jamás luché porque el resto del mundo sobreviviera. Cuando di elaviso de bomba sobre el trece lo único que hice fue salvarle a ella la vida. Nia su hermana, ni a su madre, ni a ningún otro habitante de este planeta. Solo aella. Nunca cruzó por mi mente la posibilidad de dejarla de lado a favor de unbien mayor, porque para mí no lo había. Incluso Gale, con todo su ego y susoberbia, fue capaz de renunciar a huir del distrito a su lado para intentariniciar lo que, por aquel entonces, no era más que una utopía: la Rebelión.
Así que ahora que todo ha acabado, que yo con mi egoísmo helogrado más de lo que jamás hubiese soñado, sigo siendo el mismo idiota queantepone sus deseos a los del resto de la humanidad, incluida ahora la propiaKatniss. Y eso es lo que más desprecio de mí mismo. Podría soportar carros ycarretas, ser señalado por todo el mundo siempre y cuando a ella no le faltarade nada, siempre y cuando fuese feliz. Y me encuentro con que, ahora, lo que yoanhelo es lo contrario a lo que ella desea. Y soy feliz. Y me odio por ello.
Cuando se encoje en el sofá y llora desconsoladamente, eldoctor decide que nos dejará el día de hoy para pensar en todo esto y quemañana volverá para una revisión más exhaustiva y las consultas pertinentes. Laabrazo como puedo, sin sentirme más mezquino de lo que ya me siento porintentar consolarla cuando el motivo de su desconsuelo es el mismo que el de miventura. La madre de Katniss abandona el estado de estupefacción en el que sehabía sumido con la revelación de la noticia y acompaña a su amigo hasta lapuerta, parándose allí a hablar con él unos instantes. No llega a mis oídos suintercambio de opiniones, pero no suenan muy animados.
Trato de ponerme ahora en el lugar de la señora Everdeen,para la que la última década de su vida ha sido un infierno. Y después de todolo que ha vivido (o más que vivido, desvivido), tiene que hacerle frente a unnieto no nato y a los miedos de su única hija viva por traerlo al mundo. No sési me odiará o no, pero yo lo haría. De hecho, lo hago. Me odio por ser elcausante del sufrimiento de la mujer de mi vida. Y me odio aún más por haberdisfrutado, aunque brevemente, de ello. La señora Everdeen lo sabe. Me conocetanto como a su propia hija y sabe lo feliz que me hace formar una familiajunto a ella. Y me odia, me debe odiar, yo lo haría.
Cuando vuelve a nuestro lado después de despedir a sucompañero de trabajo, no me atrevo a alzar la vista del suelo. Los sollozos deKatniss han cesado, sumiendo la casa en un completo silencio que me perturbaaún más que los sonidos de su llanto. El silencio significa la falta derespuesta, y temo con toda mi alma que este silencio se alargue para siempreentre ella y yo. Que nunca más me vuelva a dirigir la palabra, no por enfado (cosaque sería capaz de entender y aceptar), sino por desesperanza, por temor a loque hemos creado juntos en un acto de amor tan puro y tan carnal quedisfrutamos como niños. Que no me vuelva a hablar no solo a mí, sino a nadiemás, tal y como un día su madre hizo, sumida en sus miedos y su autocompasión,sin ganas de luchar por lo más preciado que uno puede tener en esta vida: sushijos.
Siento un suave y cálido apretón en el hombro derecho.Levanto mi mirada hasta los ojos azul mate de mi suegra, la mujer que trajo almundo a la que tengo en mis brazos, y veo la preocupación reflejada en ellos.Me mira comprensiva, dedicándome una media sonrisa, haciéndome entender quesabe lo que siento y que no me culpa por ello. La mirada comprensiva de unamadre hacia su hijo, a pesar de que yo perdí a la mía incluso antes de nacer. Yme siento querido. Y me odio por eso también. Por quitarle a Katniss lo que porderecho le pertenece. Por disfrutar de la mirada comprensiva y cariñosa de unamadre que me acoge en su seno como suyo mientras yo acojo en el mío a laverdadera sangre de su sangre.
- Dejémosla descansar. - me susurra al oído.
Bajo mi mirada hacía Katniss, y veo que se ha quedado dormida enmi regazo, presa de todas las emociones del día. Me retiro suavemente, posandosu cabeza en el sofá con la mayor delicadeza de la que soy capaz, y la tapo conuna pequeña manta veraniega porque, a pesar de que haga calor, no me fío.
Sin mediar palabra, la señora Everdeen me coge de la mano yme lleva fuera, a través de la puerta de cristal en dirección a la playa.
- ¿Damos un paseo? - me pregunta con voz queda.
Asiento con la cabeza, incapaz de articular palabra alguna,y dirigiendo mi mirada hacia la casa en una pregunta no verbalizada.
- Tranquilo, estará bien. No nos alejaremos demasiado.
Su respuesta a mi pregunta es la acertada. Su tono, pausado.Parece que haya recuperado la fuerza y la determinación que un día tuvo. Sabeque estamos débiles, que tiene que cuidar de nosotros y, para mi sorpresa, lohace. Retira el peso de los hombros de su hija, tan magullados por lasresponsabilidades que fue forzada a adquirir, y de los míos propios,permitiéndome ser el niño que nunca fui en brazos de mi madre.
Sigo aferrado a su mano cuando ya estamos llegando a lasrocas que marcan el final de la cala, temeroso de que, si me suelto, ladesolación me haga caer. Ella no permite que me suelte y se frena para mirarmefrente a frente. Su gentil sonrisa no ha abandonado su rostro ni por un momentoy me siento agradecido por su indulgencia y su comprensión. Porque sea capaz dearrojar algo de luz y esperanza sobre un laberinto al que no le encuentro lasalida.
- ¿Cómo te sientes? - pregunta.
- Confundido. - contesto en un susurro.
- ¿Solo confundido? - vuelve a preguntar en tono perspicaz.
La miro a los ojos, tratando de entender su pregunta y,cuando lo hago, retiro mi vista de la suya, incapaz de sostenerle la miradaante la tonta revelación de lo que quiere decir.
- Y feliz. - contesto avergonzado.
Su mano libre acoge en su palma mi mejilla y me invitasutilmente a levantar la mirada. Su sonrisa es permanente aunque nodeslumbrante. Es una sonrisa preocupada y cariñosa, la sonrisa de una madre queha comprendido todo mil años antes de que sus inexpertos hijos hayan llegadosiquiera a entenderse a sí mismos.
- ¿Y qué tiene eso de malo?
- Todo. Tiene todo de malo. - rompo al final en un llanto.
Da un paso al frente y me deja llorar en su hombro, abatidopor una situación en la que jamás pensé llegar a estar, mucho menos de estaguisa. Su mano frota mi espalda en un además protector y acaricia mi cabeza conel mismo gesto. Cuando calmo un poco mis sollozos, empieza a hablar en susurrossobre mi oído:
- No, Peeta. No tiene nada de malo. Es lo que siempre deseastey es lógico que te haga feliz. Sé que te sientes culpable por verla así, perotienes que darle tiempo. Soy su madre y te digo con seguridad que no estristeza lo que siente, sino miedo. Miedo a perderte no solo a ti, sino tambiéna su hijo. Es un miedo tan antiguo como su propia vida. Consecuencia de creceren un mundo que no la merecía. Ahora más que nunca necesita que estés a sulado, que la apoyes como siempre lo has hecho y que no pienses nunca que lahaces infeliz, porque jamás en la vida la he visto vivir con tantas ganas, nicuando Prim estaba aquí.
La realidad de sus palabras me golpea sin compasión alguna.Para ella Prim lo era todo en este mundo. La sacó adelante como si de su hijase tratara, haciendo las veces de una madre que las abandonó involuntariamente.Y la perdió. Y a pesar de todo volvió a vivir con aún más fuerza que antes,dispuesta a honrar su memoria y a ser feliz como un día se prometió que suhermana lo sería. Y decidió que debía ser a mi lado, que no podía ser de otraforma. Y luchó, luchó hasta la extenuación, hasta que pudimos volver el unojunto al otro a crear una nueva vida juntos sobre los cimientos de toda labarbarie que vivimos.
Perdonad que no comente más, pero estoy llorando como una magdalena. Escribir estas cosas me supera jajajaja ;)
Tonterías a parte, espero que el capítulo os haya gustado y que me lo dejéis saber con algún comentario. Mil gracias a tod@s, como siempre. Ya estamos cerca de alcanzar las 50,000 lecturas y yo estoy que no me lo creo. ¡Un beso muy fuerte! :D
Es la misma sensación que sumergirse bajo el agua. No tantopor la capacidad de flotar, sino por la capacidad de aislamiento. Es como si elmundo a tu alrededor se ralentizara, estando presente en un perfil mucho másbajo del habitual. Es como si todo perdiera importancia, hasta los sonidos quete rodean, igual que cuando estalla una bomba cerca y te deja sorda por unosinstantes. Aislada, inalcanzable, hermética. Es la misma sensación que tenermorflina corriendo por tus venas. Palia el dolor evitando sufrimiento físico,pero no puede hacer nada en contra del origen del mal. Es como estar encerradaen una habitación con paredes de cristal a través de las que tú puedesobservarlo todo, pero que a su vez impiden que a ti te observe nadie. Es comoestar sola a pesar de que sabes que no lo estás, porque por mucho apoyo que tequieran brindar son tus miedos los que debes combatir y no los de los demás.
Me dejo bañar las piernas por las olas que vienen a morir ala playa, dejando que me acaricien suavemente, como si fueran conscientes de mipesar. Y no puedo hacer otra cosa sino recordar. Recordar al dueño de los ojosverde mar, cuyo espíritu estará siempre presente en la delicadeza que puedeposeer una ola al llegar a la orilla y en la bravura que ostenta la misma alchocar virulentamente contra las piedras. Son dedos largos y finos, rápidos yseguros, amigables. No es más que espuma de ola batida, pero si cierro los ojospuedo evocar las manos de mi amigo haciendo y deshaciendo nudos con la mismafacilidad con la que yo puedo cantar, masajeando mis pies y a través de ellosmi maltrecha alma, tratando de mantenerme cuerda una vez más.
Y es que ahora solo lo tengo a él. Sentada aquí en sudistrito frente a la puesta de sol que siempre lo vio pasear y que ya nunca máspodrá iluminar sus rizos de color bronce. Resulta cómico que mi único y másfiel apoyo en un momento de supuesta felicidad sea el recuerdo de un muerto,porque no puedo pedirle a Peeta que me consuele por algo que a él le hacesaltar de alegría. No quiero hacerlo porque no se merece mi egoísmo. Bastantelo he sido ya durante todo el día, llorando primero y cerrándome después, sindirigirles ni una mísera palabra a él o a mi madre. Pero es que no puedo, notengo el valor para enfrentarme a ellos y decirles que esto está mal, que nopuedo con ello. No tengo la entereza suficiente para reconocer frente a esosojos esperanzados que la maternidad me supera más que el temor a ninguna guerrao a ningún Juego. Tanta esperanza, tanta ilusión, tanto futuro concentradoahora mismo dentro de mi propio cuerpo, tanta responsabilidad sobre mis hombrosme hace claudicar. No podría soportar una vez más tener la felicidad al alcancede la mano y que me lo arrebaten todo. Y es por eso que daría lo que fuese portener a Finnick conmigo ahora mismo, para poder hacer y deshacer nudos a sulado durante toda la noche mientras dejo salir mis miedos por la puerta deatrás, calmando la necesidad de arrancarme la piel a tiras por no saber qué voy a hacer de aquí en más.
- ¿Puedo?
La voz de Peeta tira de mí hasta la superficie del mar en elque mi mente se había sumergido, dejándome sentir su presencia más que lo demáspero lo suficientemente lejos como para necesitar un último empujón. Es Finnickel que me lo da de algún modo, batiendo sus olas un poco más allá, haciéndomeentender que esta vez no hay más nudos que atar. Que no me queda otro remediomás que afrontar la realidad.
Le miro de soslayo y asiento levemente, devolviendo mimirada al frente con premura. Peeta se sienta a mi vera, no más allá de mediometro, pero tan lejos como dos almas lo puedan estar cuando la dicha de una es elsufrimiento de la otra.
Siento volver a la superficie de la realidad paulatinamente,como si todo lo demás fuese sumiéndose en una bruma marina a mi alrededor,dejándome sola y despierta ante la verdad. Ante un destino que no podré evitar.
- Lo siento. - murmura Peeta después de un buen rato envueltoen su propia lucha interna.
¿Qué siente? ¿Siente estar aquí sentado? ¿Siente la vida quehemos llevado? ¿Siente seguir a mi lado? ¿Siente haberme cargado con el frutode su amor por mí? "No", me reprendo. "No lo siente. No siente nada de eso.Solo trata de consolarte, una vez más".
- No es cierto. - le digo encontrando mi voz después de un díasin usarla más que para sollozar. Suena ronca, seria, dura, hosca. Suena míauna vez más.
Él no lo niega. Se limita a mirar al frente, imperturbable.Dejándose envolver por un silencio relativo que el mismo se encarga de rompersegundos después:
- No sé qué hacer.
Yo no contesto y dejo la puerta abierta a que siga hablando.Temo que yo no podría hacerlo aunque quisiera. Enseguida comprende mi ausenciade palabras y reanuda el escueto monólogo:
- Si te digo la verdad, contigo nunca sé qué hacer. Eresimpredecible. A veces creo que te conozco tanto como alguien pueda llegar aconocer a otra persona y otras veces es como si nos acabáramos de ver porprimera vez. - suelta un pequeño suspiro. - Y me encanta, te juro que meencanta, pero en ocasiones como ésta no saber qué estarás pensando es la peortortura a la que me puedas someter. Y créeme cuando te lo digo, que de torturasse bastante
- Es un pequeño deje cómico añadido al final de unas pocaspalabras de su subconsciente. Una gracia a la que ninguno le hace caso. Unaironía.
Peeta gira su cara hacia mí, esperando pacientemente por unarespuesta que no llega.
- Lo siento. - vuelve a insistir cuando comprueba que no doyseñales de estar escuchándole y mira de nuevo al frente.
¿Por qué insiste tanto en que lo siente? Si no es cierto, yambos lo sabemos, ¿por qué lo dice? ¿Acaso no sabe que para mí las condolenciasno sirven de nada?
- ¿Por qué? - le pregunto.
Él se sobresalta un poco ante el fuerte sonido en el que hasalido mi pregunta, pero se toma con calma la respuesta.
- Por todo. - dice al fin. - Por mi egoísmo, por habertearrastrado conmigo a un final que tú nunca quisiste.
Aparta la mirada una vez más, tratando de ocultar sin éxitola mueca de dolor que asoma en su semblante. Y yo le miro. Me pierdo en sugesto alicaído, la forma en la que sus hombros se hunden aún estando sentado,la tan poco usual curvatura triste de la comisura de sus labios. Mis labios. Ylo medito, terminando de salir de esa bruma marina en la que está embotado micerebro, haciéndome una vez más la pregunta que lleva rondando todo el día micabeza y que en sus labios es tan severa como una afirmación: "¿No es lo quequiero?"
Y es que, ¿acaso no le amo? ¿Acaso no quiero pasar el restode mi vida a su lado? ¿Acaso no es él todo lo que pude siempre desear y lo quetardé en descubrir que necesitaba? ¿Acaso sus labios no son los míos? Los son,claro que lo son. Entonces, ¿no es esto lo que quiero? ¿Ser feliz a su lado?¿Compartir penas y alegrías junto a él? ¿Apoyarme en su hombro y prestarle elmío para juntos atar y desatar los nudos imaginarios de una vida compartida?
- Tengo miedo. - confieso al fin. Y es que más que miedo espavor. Pavor porque pueda perder todo lo que he sido capaz de construir a sulado.
- Lo sé. - contesta girándose hacia mí y fijando sus ojos enlos míos. - Yo también.
- ¿Tú?
- Sí, yo. - responde con una media sonrisa. - Tengo miedo a hacertedaño con mis deseos. Tengo miedo a que me des algo que tú no quieres soloporque creas que me lo debes. Tengo miedo a perderte por desear algo que tú no.
Su mano acaricia mi mejilla mientras habla, recortando elespacio que había entre ambos.
- Renunciaría una y mil veces a todo en este mundo con tal depoder seguir a tu lado, Katniss. Solo haz lo que te haga feliz y deja que teacompañe en el camino. Lo demás es secundario.
No sé cuando nos hemos acercado tanto, pero puedo sentir sualiento en mis párpados y su calor propagarse por todo mi cuerpo. Apoyo mismanos en su pecho e inspiro su aroma una vez más, tratando de entender lasconsecuencias de lo que estoy a punto de hacer. Apoyo mi frente sobre la suya ycierro los ojos anticipando un beso que yo misma inicio, dejándome ir a laderiva en un mar de sensaciones que ya echaba de menos con su ausencia de nadamás que medio día.
Quiero a mi hijo. Lo quiero desde el mismo instante en quesupe de su existencia. Y fue eso, el haberlo querido tanto tan súbitamente loque me dio miedo. Quererlo tanto por el simple hecho de que Peeta es su padre yyo la mujer que se lo está dando.
- ¿Y si lo que tú quieres no es tan distinto a lo que yodeseo? - susurro sobre sus labios cuando finalizo el beso.
- En ese caso, nunca podré agradecerte lo suficiente todo loque me estás ofreciendo.
El amor conlleva el miedo y el miedo el temor, pero yo heguardado mis fantasmas dentro de un cajón.
¡Siento muchísimo haber tardado tanto! Esto estaba previsto para hace demasiadas horas, pero un viaje de última hora me ha tenido todo el día preparando maletas y cogiendo billetes. Tampoco me voy a quejar porque irse de vacaciones siempre es bien recibido, pero me voy a ver en la obligación de teneros desatendidas durante casi un mes. ¡Que no cunda el pánico! Escribir seguiré escribiendo en mi tiempo libre y actualizar espero poder hacerlo al menos una vez a la semana. No puedo prometeros días ni horas (no dispondré de conexión a internet todo el tiempo), pero si puedo prometeros que haré todo lo que esté en mi mano para mantenerme lo más al día que pueda.
Una vez más, muchísimas gracias por ser tan pacientes y por apoyarme tanto con este fic. Os aseguro que os voy a echar tanto de menos como espero que me echéis a mí ;) Mil gracias por todo. Espero vuestros comentarios.
¡Nos leemos pronto! ¡Un fortísimo abrazo! :D
Después de mi encuentro con Peeta en la playa, el letargo notarda mucho en irse. Los días que nos restan en el cuatro se suceden rápidamentedespués de aquello. Trato de aprovechar al máximo el idílico ambiente que nosofrece el distrito pesquero, pero no consigo hacerlo al cien por cien. Peeta,cómo no, lo nota. El aura que me rodea es taciturna, como mi ánimo, a pesar delos esfuerzos que hago por integrarme en las exclamaciones de júbilo quesueltan Annie e incluso Johanna al enterarse de mi embarazo. Un par de noches,cuando nos acostamos y Peeta cree que estoy dormida, le escucho suspirarpesadamente y frotarse los ojos con cansancio. He llegado a la conclusión deque para él tiene que ser incluso más duro que para mí. Aunque él trate denegarlo, sé que se pasa el día reprimido, ocultando su permanente eincontestable sonrisa de mi vista, tratando de no hacerme sentir mal por sufelicidad.
Ignorante de él que no comprende aún que su felicidad lo estodo para mí.
Y es que no estoy triste, aunque no lo parezca. Sé que tanto Peeta como Annie y Johanna locreen así, pero no es cierto. Irónicamente, mi madre, tan lejos que ha estadode mí durante tantísimos años, es la única capaz de entenderme sin cruzar apenas una mirada. Y ha sido eso precisamente, el vínculo que inexorablementeune a mi madre conmigo a pesar de los años perdidos, lo que ha hecho que measombre gratamente mi futuro como tal. No puedo imaginarme cambiando pañales,soportando lloros a media noche, practicando sexo silencioso y compartiendo aPeeta con alguien a quien, probablemente, quiera más que a mí. Y, a pesar detodo eso, de todos los contras que he sido capaz de sacarle a la maternidad, loquiero. Quiero dar a luz a este bebé poralgo más que ser de Peeta. Quiero darlo a luz por ser mío, porque ilógicamente,ya siento el vínculo que ha nacido entre nosotros, el mismo vínculo que hapermanecido intacto entre mi madre y yo después de tanta tragedia.
Así que no me siento triste ni resignada. No estoy taciturnani renqueante. Estoy asombrada y aterrada. Tengo miedo a perder algo que,asombrosamente, ya considero mío.
A la mañana siguiente de la hecatombe, el doctor se pasó porcasa de mi madre, tal y como prometió que haría. Me hizo un sinfín de pruebas,análisis, preguntas con a, b y c como únicas respuestas y una ecografía paraterminar. Según él mismo nos comentó, no debería de haberme enterado de queestaba embarazada hasta dentro de unas semanas más. De hecho, si no llega a serpor el golpe es probable que no nos hubiésemos enterado aún.
Cuando vi que para la primera ecografía tenía queintroducirme un aparato en la vagina, casi salgo corriendo de casa. A Peeta ledio la risa, mi madre trato infructuosamente de ocultar la suya bajo una sartade toses y el doctor no paró de lubricar el cacharrito y de apuntarme con élmientras me amenazaba para que volviese al potro plegable que había traído expresamentepara esto. Un cuadro.
Gracias al cielo, Haymitch permanece ignorantemente en elDistrito 12.
Toda la incomodidad y el pudor inicial se me fueron de unplumazo cuando, por vez primera, oí el galope acelerado del corazón de mi hijo.Areteo señalaba en la pantalla puntitos blancos sobre un fondo negro a los queyo no lograba encontrarles la forma mientras los fuertes latidos del bebé noshacían de banda sonora. Me permití mirar a Peeta, que se había sentado a milado y sostenía amablemente mi mano entre las suyas. Cuando nuestras miradas seencontraron, pude ver la felicidad en sus ojos y no me cupo la menor duda deque eran un claro reflejo de los míos. Llevé nuestras manos juntas a mi vientrey las dejé reposar ahí durante el resto de la ecografía.
"Cuatro semanas" fue lo que salió de la boca del doctor trasretirar el molesto y helador aparato de mis entrañas. Un mes era lo que llevabaese bichillo arraigado a mí sin que yo lo supiera.
"Un tiro, un tanto" le dije a Peeta en tono confidencial encuanto el doctor nos comunicó el tiempo de gestación. Aunque al principioparecía desconcertado, no tardo en sonreír arrogantemente y hacer juego con misonrisa pícara.
Alrededor de un mes era lo que llevábamos Peeta y yomanteniendo relaciones sexuales.
Parece que haya pasado una vida desde aquello, a pesar deque no han sido más que cuatro o cinco días. Hace unas cuantas horas dejamos aAnnie, Finnick, Johanna y mi madre en el andén del Distrito 4, rumbo de nuevo anuestro hogar en el doce. Prometimos visitarlas de nuevo antes de que diese aluz y ellas a su vez prometieron visitarnos cuando naciese el bebé. Aún no mepuedo creer que mi propia madre prometiese volver algún día de dentro de ochomeses a casa, al Distrito 12. Tendré que verlo.
El viaje de vuelta, al contrario que el de ida, lo hacemosde día, por lo que alternamos el vagón comedor con nuestros asientos. A últimahora de la tarde, el conductor comunica por megafonía que estamos entrando ennuestro distrito y es ahí cuando el peso de todo este asunto empieza a recaersobre mis hombros.
Estos días, arropada por mi familia y por un distrito en elque vivo en un relativo anonimato, he podido disfrutar de mi recién descubiertoembarazo. Hemos paseado, reído y charlado como siempre, haciéndome sentir máscómoda con mi situación actual. Sin embargo, de vuelta al doce aún teniendo aPeeta a mi lado, ¿cuánto tiempo más podré conservar mi perfil bajo? ¿Tressemanas más? ¿Un mes, quizá? ¿Cuánto tardará en ser obvio a simple vista queestoy embarazada? Temo el día en el que lleguen las preguntas, los agobios deresponder a gente que no me conoce de nada pero que cree hacerlo porque soy elSinsajo. Temo el día en el que tenga que contestar con una sonrisa amable a losimproperios de las chismosas que vienen a la panadería, cuando empiecen asacarnos cantares por lo poco que ha tardado Peeta en dejarme embarazada. Temoque no seré capaz de hacerlo con una sonrisa y empezarán a rodar cabezas
- Deja de decapitar a gente en sueños, cariño. - dice Peeta entono burlón a mi lado, mientras esperamos a que se abran las puertas del trenque nos darán acceso al andén.
- ¿Y tú por qué sabes que estoy pensando en decapitar a nadie?- le espeto de vuelta. A veces me exaspera que conozca mis pensamientos casitan bien como el propio Haymitch.
- Porque siempre que te sale la vena asesina frunces el ceño. -contesta toqueteándome el entrecejo con el dedo. - ¿Ves? Justo así.
Me doy cuenta de que lo he vuelto a hacer como respuesta asu acusación y me crispo por ser tan obvia, pero ya es una lucha que doy porperdida después de tanto tiempo y no tardo en seguirle en sus carcajadas.
Las puertas se abren y Peeta se me adelanta, cargando él conambas maletas, tal y como lleva haciendo desde que nos enteramos del embarazo.
- Nada de cargar con peso, señorita. - me dice cantarín,adelantándoseme a bajar al andén.
Resoplo y entorno los ojos con media sonrisa en mi boca.Otra batalla que doy por perdida. Solo me queda desear con todas mis fuerzas quese le suavice la vena protectora, aunque todo apunta a que esto empeorará conel paso de los meses. Paciencia, ven a mí.
Mientras caminamos por la sombra hacia la Aldea, vamoshablando de las mil y una posibles reacciones de Haymitch cuando se entere:desde el estupor más ojiplático hasta la risa más estruendosa, pasando por unligero júbilo. Estamos seguros de que, reaccione como reaccione, no nos dejaráindiferentes.
Tan absortos vamos en nuestra conversación que no nos damoscuenta de la sombra que nos observa desde el porche de su casa hasta queestamos a punto de entrar a la nuestra.
- Un rumor que ha traído el viento entre los árboles dice queos fuisteis dos pero que volvéis tres
- dice en tono burlón Haymitch, apoyadocon el hombro contra la viga que sustenta el tejado del porche.
Peeta y yo nos paramos en seco al escuchar su frase debienvenida y lo único que acierto a hacer es apretar los puños con fuerzacomprendiendo tarde, demasiado tarde, la despedida de Johanna:
"¡Descerebrada! En cuanto llegues al doce, recuerda lo muchoque me gusta putearte."
Adiós a la diversión a costa de mi mentor.
¡Hola de nuevo!
¡Un mes! Siento no haber podido actualizar antes, pero me fue imposible. De todas formas, ya os dije que calculáseis, más o menos, treinta días para mi regreso. Al final han sido unos poquitos más, pero entran dentro del margen de error ;)
De todas formas, el verano toca a su fin (y mis vacaciones también...) y la vuelta a la rutina ya está aquí, así que retomaré con tantas o más fuerzas que antes la historia para seguir con capítulos como el de hoy, el que, por cierto, espero que hayáis disfrutado mucho.
Como siempre, espero con ansias vuestros comentarios (ya respondí todos los que me dejásteis en el anterior) y os agradezco una vez más que sigáis ahí conmigo, al pie del cañón.
Un fortísimo abrazo a tod@s y ¡nos leemos muy prontito! ;)
Me dejo mecer por la suave brisa de principios de otoñomientras escucho a los sinsajos trinar. El sol está alto en un cieloasombrosamente despejado para ser principios de octubre, pero ya no proporcionael mismo asfixiante calor que en agosto, cuando volvimos del cuatro, dos mesesatrás. Ahora es más bien una suave caricia en la superficie de la piel, tanrelajante como las olas del mar bañándote las piernas, el alma de mi padreacariciando la mía en lugar de Finnick. Los árboles empiezan a tornarse de uncolor rojizo espectacular y aquellos que son caducifolios comienzan a soltarsus primeras hojas formando el principio de un mullido lecho de broza. Los queson frutales muestran orgullosos sus semillas, prometiendo que en un mesalimentarán a todo el bosque. Castaños, nogales, almendros, avellanos y unsinfín de generosos arbustos con endrinas y las últimas moras del año hacenrebosar al bosque de vitalidad y esplendor, ofreciendo de sí todo lo que tienenpara preparar a sus vecinos ante un nuevo y duro invierno. La abundancia quegeneran los bosques por estas fechas aún hoy me sigue fascinando. Huelga decirque el otoño siempre ha sido mi estación favorita.
Cierro los ojos y me recuesto en mis codos sobre la losa depiedra al borde del lago en la que estaba sentada. Echo la cabeza hacia atrás yrespiro hondo, impregnándome de todos los olores del bosque, mi bosque, eintento visualizar en mi mente la tan estudiada imagen que se esconde tras mispárpados y que hace dos segundos estaba admirando. Puedo imaginar cómo se mecenlas hojas de las altas copas de los castaños que se yerguen sobre mí, creandoun hermoso juego de luces y sombras bajo la luz del sol. Puedo ver a lasardillas rojas saltar de rama en rama, almacenando las primeras almendras ynueces del año antes que nadie. Puedo oler el inconfundible aroma a eucaliptoque viene hasta el lago cuando sopla viento del suroeste, desde donde sé quehay hectáreas y hectáreas de esos árboles lisos, altos y delgados. Casi puedohasta saborear el jugo acido de las endrinas que crecen en un arbusto quedescubrí a los quince cerca de la valla que rodea el distrito. Puedo sentirlotodo. Puedo sentir como el bosque se apodera de mí, de fuera adentro, reclamándomecomo suya, como parte de su ecosistema. Puedo sentir a mi padre llegar hasta lomás profundo de mi ser y puedo recrear a la perfección en mi mente su cara deasombro al descubrir que ya no vengo sola. Puedo verle sonreír con la másgenuina felicidad al comprobar que ya no seré la única hija de los bosques, alcomprobar que ahora tiene un nieto en camino que pertenecerá a todo esto de unaforma mucho más sana que él y yo algún día pudimos hacerlo.
Le oigo acercarse a mí mucho antes de que él lo sepa. Sigoen la misma posición, haciéndome la desentendida a pesar de que sé que viene pormi derecha, y centro mi atención en el siempre estruendoso andar que lleva atodos lados. Le dejo que crea que no sé nada, pero una pequeña risita abandonamis labios cuando intuyo que choca su pie contra una roca y jura por lo bajo.Llega a mi altura en lo que él considera sigilo y se para, tratando de valorarhasta qué punto soy consciente de su presencia. Vuelvo a reír un poco alimaginarlo con el ceño fruncido sobre mi cabeza, como seguramente estará, y nopuedo evitar entreabrir un ojo y mirarle con sorna.
- ¿Me oíste venir desde el principio, verdad? - pregunta conun fingido aire de resquemor y los brazos en jarras.
Visto desde abajo mientras se cierne un poco sobre míimpresiona más de lo que hubiera imaginado. Su silueta recortada a contraluz lohace parecer un enorme hombre de los bosques, pero solo hasta que un breve rayode sol ilumina su deslumbrante sonrisa y su profunda mirada azul. Con esa carade inocente no podría dar miedo ni a propósito.
- No, hoy no. Solo a partir de cuando te golpeaste el pie enalgún lado y te escuché relatar. - miento. - Lo vas haciendo mejor, Peeta.
Se deja caer a mi lado con un suspiro resignado mientras yosigo sus movimientos con la vista, parcialmente cegada de nuevo ahora que se hasentado y me ha dejado huérfana de la sombra que me proporcionaba.
- Sigues mintiendo fatal, Katniss. - me dice recostándose porcompleto sobre la losa. - Eres tan inútil en eso como yo andando por el bosque.
- Tienes razón, te oí desde que saliste del agua. Dejémoslo enque el oído que me reconstruyeron tras los Juegos sigue funcionando demasiadobien, ¿qué te parece? - le pregunto risueña.
- Está bien. - acepta. - Pero vas a tener que resarcirme porla desventaja.
- ¡Ah! ¡Peeta, que estás helado! - me quejo cuando me coge porla cintura y me tumba sobre sí mismo.
- No seas quejica, el agua está estupenda. ¿Está segura de queno te quieres bañar?
Desde que le traje a mi lago por primera vez hará cosa de unmes, Peeta me arrastra hasta aquí tantas veces como puede. Le encanta meterseal agua y flotar panza arriba o sentarse en la orilla y modelar figuritas debarro con el lodo igual que si fuera un niño. Me burlo de él por el cariño queha llegado a tomarle al bosque con el miedo que le tenía no hace tantos años,pero en el fondo me hace inmensamente feliz que comparta conmigo algo tanimportante. Cuando le observo admirar el paisaje con la misma intensidad quecuando pinta o me hace preguntas sobre frutos, plantas y animales con unagenuina curiosidad (la cual procuro satisfacer lo mejor que sé), siento como sise llenara de nuevo el vacío que un día dejaron mi padre y, posteriormente,Gale. Siento como si esa presencia masculina que siempre me ha acompañado enmis idas y venidas volviese a su lugar, solo que esta vez bajo la forma de unhombre completamente distinto a los dos anteriores, nacido ajeno al mundo queme vio crecer y adoptado de buena gana entre los brazos de la naturaleza. Unalma pura, casi tanto como la de un bebé.
- Ya te he dicho que no me voy a bañar. Y tú acabarás cogiendouna pulmonía a este paso. -le reprendo. El tiempo ya no está como para bañarseen esas aguas.
- Vamos, mujer. Tampoco es para tanto. Te prometo que este hasido mi baño de despedida hasta la primavera.
Me besa dulcemente mientras noto su amplio pecho calentarsebajo las palmas de mis manos. Peeta siempre irradia calor, ya sea verano oinvierno, haga un sol de justicia o nieve. Es como una estufa humana, y lo amopor eso también.
- A lo mejor el próximo baño que nos demos sea ya con el niñoen brazos. - me susurra al oído dulcemente cuando termina de besarme.
No me he permitido aún recapacitar sobre lo poco o mucho queme queda para dar a luz, pero dicho así parece como si fuera a suceder mañana mismo.Apenas llego a los tres meses de embarazo y físicamente todo sigue igual, perocon los comentarios que Peeta inocentemente deja caer de vez en cuando, nopuedo ignorarlo por completo. Sé que en algún momento no muy lejano tendré quehacer frente a la realidad de que mi hijo abandone su protección en miinterior, que pase a estar al cuidado de las inexpertas manos de sus padres yse exponga a un mundo lleno de peligros y malas intenciones.
Me hundo entre los brazos de Peeta y me dejo arropar por sucalor, al resguardo de la fresca brisa que azota de ciento en viento. Mientrasmi cuerpo se refugia en el suyo, mi alma lo hace en sus ojos, como lo llevahaciendo desde el día que aquel niño rubio me dio de comer con una hogaza depan quemada, y me recuerdo que si estamos juntos nada podrá hacernos daño. Mepermito pensar que el bosque nos acogerá a los tres en su seno si necesitamoshuir una vez más, como a buenos herederos de su legado.
Capítulo dulce después de estos días de parón obligado. He tenido problemillas con el ordenador y no he podido actualizar hasta hoy que me lo han traido arreglado. Siento muchísimo la tardanza, pero no ha estado en mi mano, si no descuidad que hubiese estado solucionado mucho antes.
Volviendo al capítulo, aún vemos a una Katniss reticente a entregar una nueva vida al mundo cruel en el que ellos se han criado, aunque parece que va asimilándolo mejor. Por otro lado, ya han pasado dos meses y están entrando de lleno en el otoño, ¿qué creéis que se les avecina a nuestros protagonistas antes del nacimiento del bebé? ¿Cómo creéis que enfrentará Katniss su miedo a tener hijos en un mundo resultante de una guerra y 75 ediciones de Los Juegos del Hambre?
Ya sabéis donde encontrarme si se os ocurren más preguntas, respuestas o simplemente queréis opinar sobre el capítulo. Estaré encantada de contestaros a todas :)
¡Mil millones de gracias! ¡Nos leemos! :D
P.D: Recordad que la página de facebook está abierta para todo aquel que quiera. Por allí suelo dar las últimas novedades relacionadas con el fic referente a retrasos, adelantos e ideas, además de las últimas noticias sobre el próximo estreno de Sinsajo - Parte 1, del cual procuro informar en cuanto tengo noticias. Aquí os dejo el link (el cual tenéis permanentemente en la portada del fic): https://www.facebook.com/unlagoyunacancion
Estamos a finales de octubre. El frío otoñal se deja vercada vez más a menudo y los cielos grises y borrascosos vuelven a ser una constanteen nuestro día a día. De lunes a viernes, Peeta se hace cargo de la panadería yha decidido dejar los sábados a cargo de Dough y Bun, que se están convirtiendoen grandes panaderos y en un inestimable apoyo para Peeta. Con eso y que losdomingos no abrimos, tenemos le fin de semana para dedicárnoslo a nosotrosmismos. Hasta ahora los habíamos aprovechado yendo al lago a nadar o saliendo adar un paseo por el Distrito; sin embargo, desde que los días han empezado aacortarse y las horas de sol se han visto reducidas notablemente, cada vezpasamos más tiempo encerrados en casa. Unas veces horneando, otras descansandoy, en los peores días de lluvia, metidos en nuestra habitación por dos díascompletos. Sin duda, más de lo que la vergüenza me permite reconocer.
La panadería va viento en popa, sobre todo gracias a lamejora económica del país, y nos hemos podido permitir contratar a un par deayudantes más para trabajos de almacén. A pesar de eso, Peeta sigue madrugandomuchísimo para supervisarlo todo y ayudar en lo que haga falta con la hornadadel día. Yo por mi parte soy incapaz de quedarme en la cama mucho más despuésde que él se vaya, así que suelo aprovechar para ir a cazar y pasear a solaspor el bosque, tratando de alejar de mi cabeza todas las preocupaciones porunas horas.
El embarazo nunca se va de mi mente. De una forma u otrasiempre, siempre, está presente. Miles de millones de preguntas me acechan díatras día y cuanto más avanza el tiempo y más consciente soy de mi estado más seme oprime el pecho. Sigo teniendo miedo, no puedo negarlo. Es un miedo que estálatente, avivándose con el paso de las semanas y evidenciándose cada vez más alritmo que mi vientre crece. Sigue siendo plano, pero no durará mucho en eseestado.
Si fuese capaz de obviar mis propios miedos, lo cierto seríaque el embarazo no me está dando ningún problema. No tengo nauseas, meencuentro con energías para salir a cazar todos los días e incluso me sientosexy de vez en cuando. Peeta me dice que cada vez estoy más guapa, que no creíaque eso fuese posible pero que el bebé está haciéndome serlo aún más. Obviamenteestá sugestionado por el hecho de saber desde hace dos meses que estoyembarazada. Realmente ahora sería cuando deberíamos de empezar a sospechar demi embarazo, así que no le atribuyo una opinión muy objetiva, aunque en lo quea mí respecta nunca es objetivo ni por asomo. Aun así, he aprendido asobrellevar los cursis cumplidos de Peeta mucho mejor y de vez en cuando (solode vez en cuando) incluso consigo devolverle una sonrisa en vez de una cararoja. A él le da igual, es feliz hasta si le tiro platos a la cabeza. En fin
Hoy, como cualquier otro jueves a mediodía, estoy volviendoa la Aldea después de haberle dejado las piezas cazadas a Sae y llevandoconmigo el exiguo pago de dos ardillas. Para mí sigue siendo demasiado despuésde todo lo que esa mujer hizo por mí. Las hojas de los árboles que ahoraadornan los laterales del camino se amontonan en el suelo creando un crujientelecho marrón rojizo. Acompañada por el triscar de las hojas secas al pisarlas,llego a casa para mi ducha diaria. Suelo dejarme media hora de margen paraducharme antes de que llegue Peeta a comer y hoy no es una excepción. Cierro lapuerta tras de mí y suelto la bolsa con las ardillas sobre la mesa de la cocinaantes de dirigirme escaleras arriba. El día ha sido un poco más caluroso de loque debería para ser otoño, por lo que la abrigada ropa que me cobijaba aprimera hora de la mañana ha acabado sobrándome a última.
Sudada y pringada de barro como estoy, agradezco la duchacaliente más que nada en el mundo y me quedo bajo el chorro de agua largo ratoantes de enjabonarme el pelo. Como viene siendo habitual últimamente, tarareoantiguas canciones de cuna y versiono pequeños fragmentos de música comercialque se quedaron grabados en mi mente durante mis estancias en el Capitolio.Empecé a cantar de nuevo hace relativamente poco. Al principio eraninconscientes y temblorosos tarareos de camino a casa, pequeñas estrofas del árboldel ahorcado que cruzaban por mi mente sin querer o sonidos que salían de miboca al ritmo que marcaban mis dedos golpeando sobre la encimera. Poco a pocoel repertorio se fue ampliando, abarcando estrofas mayores, ritmos más fuertesy canciones más modernas, a pesar de haberlas oído solo un par de veces en mivida. Todo eso desemboca en unas irrefrenables ganas de cantar bajo la ducha apleno pulmón, dejando salir con la melodía la felicidad o las preocupaciones,según el día.
- Me encanta oírte cantar.
El inesperado susurro de Peeta sobre mi oído junto con susbrazos rodeándome la cintura desde atrás hacen que la nota alta en la queestaba cantando se quiebre en un agudo chillido y que mi cuerpo bote a ladefensiva lejos de él.
- ¡Joder, Peeta! ¡Qué susto me has dado! - le recriminollevándome una mano enjabonada al pecho. Me ha puesto las pulsaciones a mil deuna forma que no acostumbra.
- ¡Venga ya, quejica! No me creo que no me hayas oído. - me contestarobándome la esponja que estaba a punto de usar y metiéndose debajo del chorrode agua.
Trato de contestarle que no le he oído porque el ruido delagua habrá amortiguado sus sonoros pasos, además de que estaba demasiadoconcentrada cantando una absurda letra de amor del Capitolio, pero las palabrasmueren en mi boca cuando, pasado el susto inicial, le observo.
Le miro, desnudo como está, con la cabeza inclinada haciaatrás y dejando que el agua caiga por su cuerpo antes de empezar a jabonarse. Susrizos rubios alisándose por el poder del agua y su pálida tez tiñéndose de un rojosaludable al contacto con el calor de la ducha. Sus músculos contrayéndose levementepara mover la esponja a lo largo y ancho de su amplio pecho y alrededor de suestrecha cintura. Me sonrojo fuertemente cuando me doy cuenta de que susmúsculos no son lo único duro ahora mismo y soy consciente de que mi desnudezes tan plena como la suya. Agarro como puedo la toalla que cuelga hacia el otrolado de la mampara y me tapo con ella.
- Peeta, me estaba duchando yo. - le digo mientras lucho poresconderme un poco de su acusatoria mirada.
- Lo sé, pero he llegado antes y me ha parecido buena idea quenos duchásemos a la vez. ¿Por qué te tapas? - me pregunta confuso, fijándosepor primera vez en que ya tengo la toalla alrededor del cuerpo.
No tengo una respuesta lógica a esa pregunta. Ha sido unacto reflejo por lo expuesta que me he sentido de repente tras su estelaraparición. Hemos hecho muchas cosas que jamás reconoceré por vergüenza, peroeste tipo de situaciones fuera del contexto sexual me siguen sobrepasando. Todoes demasiado familiar, demasiado lógico, demasiado normal. Después de haberllevado una vida tan poco usual, la normalidad me asusta.
- No
no lo sé. - le contesto llevando la vista a cualquierlugar menos a su cuerpo. - Me da vergüenza.
Trata de contener la carcajada, pero no puede. Se ríeestrepitosamente, golpea la pared con los puños y se agarra el estómagomientras el agua sigue corriendo sobre su espalda y él ya no le hace ningúncaso. La vergüenza deja paso al cabreo, como suele hacer siempre, y trato desalir de la ducha completamente airada.
No llego lejos.
Peeta pone su mano sobre la mía aún entre risas, impidiéndomeabrir la puerta transparente y con su otra mano sobre mi cadera me gira hastadejarme cara a cara con él. El espacio es bastante reducido, por lo que laproximidad de nuestros cuerpos es mayor de lo que me gustaría.
Forcejeo un poco tratando de soltarme, pero desisto prontosabiendo que es inútil, así que me cruzo de brazos y evito mirarle a los ojosponiendo mi mejor cara hostil.
- No te enfades. Sabes que no me reía de ti, pero comprendeque la respuesta me haga gracia después de todo lo que hemos hecho ya. - me dicecon una sonrisa deslumbrante, levantando mi barbilla hacia él con la mano conla que había aprisionado la mía impidiendo que saliera de la ducha.
Antes de que me dé tiempo a recordarle mi reminiscentepureza a la hora de abordar estos temas, su otra mano tira de la toalla y laarranca de mi cuerpo, dejándome en sus mismas condiciones y a punto de morirpor una repentina subida de tensión. No me da tiempo a objetar o a reprocharlenada. Empuja su cuerpo contra el mío, dejándome sentir el contraste del frío dela mampara por detrás y el calor de su cuerpo por delante, y me besa en algúnpunto medio entre la fiereza y la ternura, como solo él sabe hacer.
A los pocos segundos ya no soy capaz de pensar en nada másque en la sensación que provoca el agua caliente corriendo entre nuestroscuerpos y en el tacto de sus dedos recorriendo mi espalda desde su parte másbaja hasta la base del cuello. Le devuelvo el beso como mejor puedo y entrelazomis manos en su nuca, enredando los dedos en su mojado cabello.
- Eres idiota. - le digo entre un beso y otro cuando me doycuenta de lo fácil que me desarma.
- No es nada nuevo. - contesta en el mismo tono confidencialque yo antes de reanudar la marcha y besarme con hambre. A los besos les sigueuna más que esperada sesión de sexo rápido y torpe bajo la ducha, pero no porello menos satisfactoria.
Cuando terminamos, me relajo bajo el agua y dejo que sea élel que me frote la espalda con su dulzura tan característica. Estoy llegando alséptimo cielo cuando caigo de golpe a tierra firme:
- Por cierto, ha llegado la invitación de boda de Gale. -comenta Peeta de repente. - La he dejado sobre la mesa de la cocina, es muybonita.
Sigue jabonando mi espalda como si nada, pero ha tenido quenotar como cada músculo de mi cuerpo se ha tensado ante la noticia. Me hielo apesar del calor del cuerpo de Peeta contra mi espalda y del agua templadacorriendo por mi piel, porque enfrentar la realidad del embarazo ante tantagente conocida no entraba dentro de mis planes, al menos no tan pronto. Y esque cuanto más alto uno vuela más dura es la caída.
Peeta sigue hablando sobre ello pausadamente, tratandosutilmente de relajarme con su maldito canto de sirenas.
¡Hola, hola!
Siento el retraso de estos días. Estoy tratando de volver a coger ritmo con las actualizaciones, pero la universidad no me lo está poniendo nada fácil. Espero poder reanudar pronto la marcha y actualizar al menos dos o tres veces por semana. De mientras, espero que sigáis disfrutando de los capítulos tanto como yo. Por cierto, espero que os guste la Katniss embarazada que se nos viene encima, porque tendremos de ella para rato ;)
¡Mil gracias por seguir ahí! ¡Nos leemos pronto! Besos :D
P.D: ¡Recordad pasaros por la página de Facebook! https://www.facebook.com/unlagoyunacancion
Bajamos a comer en silencio, perdido cada uno en suspensamientos. La ducha ha sido muy relajante (o estimulante, según por dónde semire) y puedo adivinar que su efecto balsámico es lo que ha dejado a Peeta tanaplatanado. Sin embargo, mi silencio dista mucho de ser un silencio provenientede la calma. Puede que no lo vocalice, pero la discusión mental que estoyteniendo conmigo misma es escandalosa.
Desde que me ha mencionado la boda de Gale no he parado dedarle vueltas a la cabeza como una posesa. Sabía que mi amigo querría queasistiera y que me mandaría la invitación un día de estos, lo supe desde que melo dijo meses atrás. Sabía que si aceptaba ir tendría que hacer frente a todaesa gente que hace años que no veo y que no me ve. Sabía que tendría a Peeta apoyándomecada segundo. Sabía que tarde o temprano tendría que volver a encontrarme conPlutarch y compañía. Lo sabía todo, todo menos que lo tendría que hacerembarazadísima.
La boda de Gale será multitudinaria, me atrevería incluso adecir que televisarán ciertas partes, principalmente porque uno de losinvitados será Plutarch, sin lugar a dudas. Además, admitámoslo, Gale nunca fueun hombre de perfil bajo. "El guapo primodel Sinsajo, se casa" Ya puedo leer los titulares de la prensa reciénestrenada rezar frases como esa para todo Panem. Adjuntarán fotos, videos y asaber qué archivos de sonido e imagen más. Fotos y videos en los que saldrán micara y la de Peeta, porque no podremos escapar de nuestro destino como Vencedoresni aun con la caída de diez mil imperios seguidos. Es nuestro sino, nuestroprecio a pagar por seguir vivos, y por mucho que lo odie lo acepto, de verdadque lo acepto. Ya me considero una gran privilegiada por poder seguir viviendoen el doce como casi una más. Casi.
Lo que no puedo aceptar es tener que presentar a mi hijo enesa sociedad. Sociedad que aún da los últimos coletazos de barbarie y opresión manteniéndonosa nosotros, sus Tributos, como la cara bonita de una Rebelión que nos privócasi de más cosas de las que nos dio. Casi.
No puedo lidiar felizmente y sin preocupación con la idea deque todo el mundo sepa que el hijo del Sinsajo está en camino. No quiero queantes de nacer ya lo conviertan en el rostro de una nueva generación quetodavía está por desarrollarse. No quiero que sea el mártir de la causa que sumadre defendió si las cosas se tuercen.
Aún no ha nacido y ya me odio porque mi hijo vaya a tenerque cargar toda su vida con etiquetas que no comprende. Títulos impuestos porhombres y mujeres que nacieron entre odio y desidia, anhelantes de alcanzar laredención a manos de niños inocentes con los que purgar sus almas. Lo que hemoshecho marcará nuestras pieles y manchará nuestras manos de sangre durante elresto de nuestros días, y mil perdones no serían suficientes para retirar denuestros hombros la losa de culpa con la que cargaremos hasta el día de nuestramuerte. Tendremos que aprender a vivir con ella día tras día, aceptarla comoparte de nuestro ser, como la consecuencia de nuestros actos. Pero sé que notodo el mundo querrá aceptarlo y tratarán de redimirse de sus pecados manchandolas almas limpias de los que no han conocido Juegos ni hambre, repartiendo el pesode la culpa con hombros demasiado inocentes y frágiles como para soportarlo.Sentarán las bases de otro futuro truncado, de nuevas guerras y desgracias, ycerrarán el círculo vicioso del que la humanidad no sabe salir. Corromperánalmas destinadas a hacerlo mucho mejor que nosotros.
Es por eso que cuando Peeta me tiende la invitación laaparto a un lado sin mediar palabra, sabiendo de antemano que no asistiré.Quizá no pueda salvarlos a todos, pero haré lo posible porque nuestro hijo nocometa los mismos errores que cometimos nosotros.
Tengo la vista fija en la comida que llevo un buen ratomareando con el tenedor, pero le oigo suspirar y levantarse de su asientofrente a mí. Pasos decididos le ayudan a rodear la mesa y llegar a mi espalda,desde donde posa sus manos en mis hombros y amasa un punto de tensión tras lanuca.
- Al menos deberías considerarlo. - dice al cabo de un ratosin abandonar el masaje.
- No hay nada que considerar. - le contesto escuetamente.
- Katniss
La entonación con la que pronuncia mi nombre anticipa laextensa reflexión con la que tratará de hacerme recapacitar, como siempre. Lohace igual que siempre, hablando en el tono más calmado y decidido que jamáshabía oído en nadie, el tono que te da la seguridad de estar en lo cierto. Odiocuando me barre moralmente, aun cuando casi siempre está en posesión de laverdad. Casi.
A pesar de todo, a pesar de sus esfuerzos con las manos enmis hombros y las palabras en mi mente, a pesar de ser el de siempre y de quelo quiero como nunca, es la primera vez que no tiene ningún efecto sobre mí.Escucho sus palabras como si estuviesen siendo amortiguadas por alguna barrerainvisible, un murmullo constante en la lejanía. Y me asusto. Me asusto porquePeeta siempre ha conseguido calmarme con sus palabras, hacerme ver las cosasdesde un punto de vista diferente, y ahora no lo consigue. Ni tan siquieraconsigue que me centre en su pausada voz, porque mientras el bienestar de mihijo sea lo que ocupe mi mente no habrá nada más importante para mí. No podréhacerle frente a mi mayor temor si dejo que el resto del mundo me distraiga,aunque dentro de ese mundo se encuentre Peeta. Es como una pirámide jerárquica,en la que la punta la ocupa el bebé y todo lo demás es secundario, incluida lafelicidad del propio Peeta.
Otro más. Capítulo cortito pero maduro. Ya empezamos a vislumbrar las sombras que traerá consigo el embarazo de Katniss. Una mujer, una madre, asustada y sobreprotectora que tratará de proteger a su hijo por encima de todas las cosas. ¿Será Peeta capaz de hacerle ver la realidad o necesitara ayuda externa? Os dejo que opinéis como siempre. ¡Es un placer oir vuestras ideas! ;)
Mil gracias por seguir ahí a pesar de lo poco regular que estoy siendo ultimamente. Prometo estar haciendo todo lo posible por volver a un ritmo al menos decente. Mientras tanto, espero que podáis seguir disfrutando del fic como hasta ahora. ¡Nos leemos pronto! Besos ^^
https://www.facebook.com/unlagoyunacancion
Los días que le suceden a aquella mañana en la que llegó lainvitación de boda de Gale y Serene pasan entre nubarrones, tanto dentro comofuera de casa. Fuera llueve como si no fuese a haber un mañana, y dentro mepaso el día sumida en mis pensamientos, temiendo de antemano una reunión parala que aún quedan unos cuantos meses, haciendo y rehaciendo las cuentas una yotra vez intentando auto convencerme de que los ocho meses de embarazo quetendré para ese entonces apenas se me notarán. Apenas.
La fecha de la boda está fijada para marzo, más o menoscuando empiecen a salir los primeros brotes de primavera. Como aún estamos enoctubre son cinco los meses que quedan hasta el día X (como ya lo he bautizadopara mis adentros). Cinco meses que sumados a los tres que llevo ya degestación hacen un total de ocho. ¡Ocho!
Lloro de solo pensar en reaparecer ante las cámaras apuntito de dar a luz.
No quiero ir; es más, no pienso ir, pero estar tanconvencida de mi postura no me salva de pasarme horas y horas reviviendo mispeores pesadillas. Mientras yo salgo y entro de un estado de semiinconsciencia,la tarea de mantenernos alimentados a mí y a mi por ahora plano vientre recaesobre los hombros de Peeta. Me obliga a comer tres veces al día, me sube y bajade la habitación a la hora de dormir y me habla sin parar durante todo elproceso, dulce y suave, como solo él sabe hacer. Como retribución por todoesto, lo único que recibe por mi parte son pequeñas muestras de afecto cuandorara vez vuelvo al presente: un abrazo correspondido al calor de la chimenea;un pequeño beso en la mejilla antes de irse a trabajar; un "buenas noches" antes de caer en el olvido al abrigo de las sábanasde franela. Exiguo pago para alguien que da su vida por mí y por mi hijo.
Como cada mañana, Peeta me prepara el desayuno antes de ir ala panadería. Me siento con un poco más de energía de la habitual, así que leacompaño hasta la puerta para despedirle hasta la hora de comer. La pequeñamueca que se forma en sus labios ante un gesto tan poco usual estos días nohace otra cosa sino demostrarme lo poco que está sonriendo. De la misma formaque sus flashbacks me afectan a mí deforma negativa, mis periodos depresivos le llevan a él a un extremo parecido.Por supuesto, se trata de Peeta así que no encontrarás nunca una mala cara porsu parte, pero no es de hierro y puedo oler a kilómetros su bajo estadoanímico.
Le veo marchar pisando la hojarasca tras darme un casto besoen los labios y cierro la puerta al exterior. Mis pies enseguida toman elcamino que tan bien estudiado tienen tras tantas recaídas y no tardo cincosegundos en ocupar mi rincón favorito en el sofá. Me quedo observando el cieloteñirse de un gris turbio, tan turbio como el de mis ojos, y el arrullar delviento que precede a la tormenta me trasporta suavemente al mundo de lossueños.
Cuando despierto, lo hago aún con el viento de telonero peromirando esta vez a un gris distinto. Un gris pálido, fatigado, casi enfermizo.El gris de los ojos de mi mentor.
Me sobresalto al ver a Haymitch con su nariz aguileñaprácticamente pegada a la mía y boto hasta el extremo opuesto del sillón, lomás lejos que puedo de esa expresión que tan bien conozco: la de reproche.
- ¿Se puede saber qué coño estás haciendo? - espeta Haymitchen el mismo tono malhumorado de siempre.
Si algo nunca he sido capaz de negarle a mi mentor es unabuena discusión, por muy falta de ánimo que esté.
- ¿Se puede saber qué coño haces tú en mi casa y despertándomeasí? - respondo de vuelta en su mismo tono y recuperándome aún del susto.
- Lo que hago es sacarte la tontería del cuerpo, ¿qué diablospretendes conseguir así?
Me señala con un gesto de desdén, como si fuese el mayordespojo humano que hubiese visto nunca. Por supuesto, no es así. Haymitch mesufrió en mis horas más bajas, me vio hundida y desarmada tras la muerte de mihermana, y sé que sabe de sobra que esto no es tocar fondo, ni mucho menos.
- Nada. ¿Acaso una ya no puede tener un día malo?
- ¿Día malo? - pregunta incrédulo. - ¿¡Día malo!? - reiteraofuscado. - Día malo es tener un humor de perros como el que llevas a todoslados el noventa y nueve por ciento de las veces o que se te caiga una cazuelaen el pie y te deje lisiado durante tres horas haciendo que te tropieces contodo a tu paso. Eso es tener un día malo, no olvidarte de subsistir porcompleto y dejar tu vida en manos de otros. Si fueses solo tú te dejaría hacerlo que quisieras, pero ahora estás embarazada preciosa, no lo olvides.
Su acusación me sienta como una patada en el culo. ¿Quién secree él para ir regalando por ahí consejos que no es capaz ni de seguir por símismo?
- No, no lo olvido. - contesto con rabia. - Y precisamenteporque no lo olvido estoy así. Tú mejor que nadie deberías de entenderlo.
A Haymitch las cámaras y el circo mediático le hacen lamisma gracia que a mí. Somos los mismos dos inútiles fingiendo para gente quenos importa un rábano, y menos aún ahora que toda la parafernalia de las propos ha quedado atrás.
- Sí, y entiendo perfectamente que hayas decidido no asistir ala boda de Gale. Por mí como si mañana coges al chico y desapareces parasiempre en los bosques con él y el retoño, siempre y cuando estéis sanos ysalvos. Pero eso no es excusa para que te dejes llevar por la depresión,Katniss. Ya no. A partir de ahora pensar en ti misma es un lujo que no tepuedes permitir, al menos no mientras lo lleves dentro.
Su voz se dulcifica a medida que avanza en el discurso yacaba posando una mano sobre mi tripa, dejándome ver lo mucho que le importacada miembro de esta inusual familia, incluso los no natos.
Bajo mi mirada al suelo cuando noto las lágrimas agolparseen mis ojos y le oigo suspirar pesadamente antes de acercarse a mí y pasar subrazo sobre mis hombros.
- Escucha, preciosa. - susurra. - Sé que es duro. Sé que noera como tenías planeado que saliese esto. Personalmente opino que es demasiadopronto, pero ya no hay vuelta de hoja. Ahora tienes que seguir viva.
Es el mismo consejo que nos dio a Peeta y a mí las dos vecesque fuimos a los Juegos. "Seguid vivos", esafue su premisa y esa sigue siendo. No son unos terceros Juegos, pero tener quecriar a un niño es casi tan terrorífico como el tercer Vasallaje de losVeinticinco.
- Lo sé. - es lo único que soy capaz de verbalizar.
Me deja llorar en silencio un buen rato sobre su hombroantes de atrapar mi cara entre sus manos y poner nuestros ojos al mismo nivel.
- Katniss, no es malo tener miedo. El miedo nos mantienevivos. Pero ahora, sin Juegos ni hambre, ya no es hora de sobrevivir. Ahoratenemos que vivir como mejor podamos. Para mí quizá sea demasiado tarde, perovosotros dos aún tenéis toda la vida por delante y la oportunidad de serfelices juntos. - suspira. - Tienes al chico en un sinvivir. Ayer mismo me vinollorando a casa, derrotado por el agotamiento mental al que le has sometido losúltimos cuatro días. Sé que no es tu intención, pero le haces sufrir si estásasí, y sé que es lo último que quieres en este planeta. Si no es por ti, almenos hazlo por él y verás cómo en cuestión de poco tiempo nada pinta tan malcomo parecía. Has pasado por cosas mucho peores, no la cagues ahora.
Hacer daño a Peeta ha sido siempre uno de mis mayorestemores. Herir sin remedio a la única persona que queda en este mundo que meame por lo que soy, con mis defectos y mis virtudes. Y ahora tengo que sumarlea esto el miedo de herir a su hijo, de no ser capaz de convertirlo en lapersona que todo el mundo espera que sea: fuerte, sensato, hijo de dosVencedores, hijo del Sinsajo.
Sé que las etiquetas que llevará pegadas a su espalda mepesarán a mí mil veces más que al bebé. Él puede que las lleve incluso conorgullo si así se lo enseñamos, pero yo jamás podré separar los conceptos de Vencedor y Sinsajo de las palabras muertey destrucción. Es por eso que, cuandodevuelvo mi mirada a los ojos de Haymitch, veo más allá de ese gris de la Vetaque nos acompañará a ambos durante el resto de nuestros días. Es otra marca másque nos caracteriza, igual que el pasado de sus padres marcará a mi hijo. Serde la Veta nunca ha sido una vergüenza para nosotros, a pesar de las malaslenguas que nos acusaban hasta de los brotes de enfermedades incurables cadainvierno. Hipocresía barata cuando ellos acudían con ojos vidriosos a unasanadora que se casó con un minero de la Veta y le confiaban su vida cuandocaían enfermos.
Quizá Haymitch tenga razón y dentro de un tiempo nadaparezca tan malo como lo parece ahora. Quizá pueda enseñarle entonces a nuestrohijo la forma de llevar con orgullo todos los errores que cometimos en elpasado, porque él será la muestra viviente de que nada está perdido si se tieneesperanza. La prueba de que podemos y debemos aprender de los errores.
¡Estoy de vuelta! Después de casi un mes (mil pedones) aquí tenéis el capítulo 86. Está siendo difícil para mí ultimamente compaginar las clases y mi vida social (poca, pero que dure jajaja) con el fic, pero no lo dejaré de lado. Tengo la esperanza (y creo que podré hacerlo) de empezar a actualizar bastante más seguido dentro de no mucho, pero por ahora no puedo daros fechas fijas. Sea como fuere, seréis los primeros en tener noticias ^^
Mil gracias a todas las que seguís ahí después de tantos meses. Sóis una enorme fuente de inspiración. ¡Nos leemos! Besos :D
P.D: Recordad www.facebook.com/unlagoyunacancion ;)
Noviembre pasa en un suspiro y diciembre entra arrollandopor la puerta. Los días se hacen más cortos si cabe y las noches mutan hastaconvertirse en un monstruo de gélido aliento que amenaza con helar hasta loshuesos a todo el que se atreva a poner un pie fuera de su casa. Durante las dosprimeras semanas del último mes del año, todos los comercios del doce se venobligados a cerrar por una nevada de más de metro y medio que sepulta trescuartos de distrito. Es el peor invierno que se recuerda en todo Panem, superandoincluso al de hace dos años cuando desaparecí de la faz de laTierra.
Intento imaginar las consecuencias que hubiese tenido en lapoblación de la Veta un periodo invernal como este, si uno normal de por sí yamataba a un elevado porcentaje de los más desfavorecidos cada año. Trato deimaginarme a mí misma, hace tan solo cuatro o cinco años, abrazada a Prim y alúltimo muslo de conejo que nos queda sentada frente a la chimenea. Mi madre senos une, envolviéndonos con ella bajo la vieja manta cubierta de polvo decarbón que descansa cada verano sobre el armario de la habitación, aguardando pacientementepor el invierno que siempre llega. El olor de las hojas de pino hervidas inundamis fosas nasales y noto en la lengua el sabor de la menta silvestre quemastico para engañar al hambre. La carne se la doy a Prim. Mi madre y yo nosconformamos con el tuétano del hueso.
Abro los ojos alarmada, poco acostumbrada aún a las patadasque me despiertan cada noche desde dentro de mi propio cuerpo.
- Para ya. - siseo en la oscuridad de la luna nueva mientrasme giro buscando una postura cómoda por quincuagésima vez esta noche.
Con el invierno en pleno apogeo llegó finales de diciembrey, con ello, mi quinto mes de embarazo. Cinco meses de los cuales me he pasadolos dos últimos saliendo y entrando de ligeros bajones. Baches que nos hanestado haciendo la vida imposible tanto a Peeta como a mí.
Las dos semanas que no pudimos ni salir de casa a cuenta dela nieve me vinieron como anillo al dedo. Catorce días en compañía única yexclusiva de Peeta fueron más reparadores que cualquier medicina del Capitoliocontra la depresión.
Con nuestro particular y más que agradecido encierro, losmiedos me dejaron disfrutar de una dulce tregua. Efímera tregua que duró solohasta que el bebé decidió dejarse notar por algo más que una tripa decincomesina. Sus, al principio, tímidas patadas nos sorprendieron a Peeta y amí en medio de una relajada tarde frente al fuego de la chimenea, con un par dehumeantes tazas de chocolate entre las manos y dos radiantes sonrisas en loslabios. La primera patada me alarmó, haciendo que Peeta se incorporase de unsalto de la alfombra en la que estábamos tumbados. La segunda me aterrorizó,recordándome que lo que llevo dentro es frágil y está vivo y que dependerá demí más de lo que Prim alguna vez lo hizo.
La tregua se volatilizó mucho más rápido de lo que llegó ysu ausencia me tuvo aterrorizada y enroscada a Peeta durante media hora. Mediay larga hora sintiendo los primeros indicios de la vida que habíamos creado unamaravillosa noche de verano.
- ¿Sigues sin poder dormir? - le pregunta un soñoliento Peetaa mi espalda.
- Es que no para. - contesto yo en tono infantil haciendoreferencia al bebé.
- ¿Puedo? - pregunta él acercándose a mí para abrazarme pordetrás.
- Claro.
Me dejo envolver por el calor que irradia Peeta y cierro losojos, tratando de adivinar el patrón que está creando con sus dedos sobre mimás que notable barriga. Busca a tientas el lugar en el que nuestro hijo darásu próxima patada y se frustra cuando nota que me encojo y no ha acertado conel sitio exacto. Más de la mitad de las veces finjo que el bebé se mueve. Medivierte oírle relatar cuando no consigue notarlo.
- Anda, trae. - le digo tras un par de intentos fallidos.
Cojo su mano y la llevo al lugar exacto de mi tersa barrigacuando el bebé se mueve. Me da un beso en la sien y susurra un "gracias" en mi oído. Sé que sonríeaunque no pueda verle.
Al cabo de un rato de delicioso silencio, Peeta murmura:
- ¿Sabes? Creo que será niña.
No hemos hablado nunca de qué será ni de qué nos gustaríaque fuera. Mientras venga sano, creo que a ambos nos da bastante igual.
- ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
- No lo sé, es un presentimiento. - dice. Se queda pensativoun rato y añade -: Además, dando la lata como la da solo puede ser una niña quese parezca a ti.
Le doy un suave golpe en el brazo y me rio junto a él porlas estupideces que es capaz de decir al cabo de veinticuatro horas. Cuandodejamos de reír, le pregunto:
- ¿Te gustaría que fuera niña?
- No he pensado mucho en ello, - miente descaradamente. Sialgo hace Peeta desde que nos enteramos del embarazo es pensar en mí y en elbebé. - pero creo que me gustaría estar rodeado por las dos mujeres másimportantes de mi vida. Sobre todo si se parece a ti.
Las dulces palabras de Peeta juegan con mi imaginación y metransportan a una mañana de primavera del futuro próximo, donde una revoltosaniña juega con los rubios rizos de su padre sentada sobre la hierba de nuestrojardín. La risa de bebé flota en el aire más cautivadora aún que el canto delos sinsajos. Padre e hija se levantan y corren en mi dirección con una sonrisatan radiante como el propio sol. No les puedo ver la cara porque la luz delatardecer solo me deja ver su silueta recortada a contra luz, pero a Peeta loreconocería de cualquier forma. Sé que la niña tiene que ser nuestra hija,porque cuando se acercan más le veo sonreírla de esa forma que tiene, otenía hasta ahora, solo reservada para mí.
- Quédate conmigo. - le pido a Peeta, dejándome mecer por sucercanía.
Antes de que el sueño me arranque de sus brazos, noto subeso de buenas noches en mi nuca y escucho el suave susurro que sé que iráacompañado de la única respuesta que ambos concebimos:
- Siempre.
Dulce capítulo que espero que hayáis disfrutado. Poco a poco vamos avanzando en el embarazo y vamos adentrándonos en los meses escabrosos en los que Katniss tendrá que hacer frente a la realiadad.
Tengo previsto actualizar mucho más seguido en cuanto dejé atrás la época de exámenes. Mientras tanto, haré todo lo que pueda por subir nuevos capítulos. Como siempre, estoy aquí para responder a todos los comentarios que queráis dejarme. Gracias por seguir ahí :)
¡Nos leemos pronto! Besos <3
P.D: www.facebook.com/unlagoyunacancion
- ¡Hija de la gran
!
Los despertares de Haymitch siempre van acompañados deblasfemias de lo más variopintas, aunque cuando soy yo la que se encarga detraerle de vuelta al mundo real parece superarse. Supongo que los medios de losque me valgo no son tan agradables como los de Peeta o la propia Sae
- Deja de gruñir de una vez y sube a ducharte. Son las once yaún tienes que matar uno de tus gansos y llevárselo a Peeta para que lo preparepara esta noche. - le hablo por encima del hombro mientras trato de recoger unpoco el desastre que es su encimera.
En cualquier otra situación no metería un solo dedo en laporquería que rodea siempre su fregadero, pero teniendo en cuenta que pretendocomerme el ganso que mate ahí apoyado prefiero que esté limpio, aunque esosignifique tener que hacerlo yo misma.
- Creo que acabo de hacerlo
- gruñe mientras se seca la caracon un trapo. - Cualquier día harás que coja una pulmonía.
Me giro al oír sus palabras y su comentario me transporta aotro invierno y a otro diciembre. Otra nieve cubre el alfeizar de la ventanapor la que voy a salir en unos instantes y son otros los ojos que me mirandesde la mesa, a pesar de ser los mismos. Más tristes, más apagados e infinitamentemás preocupados.
Aunque los ojos de Haymitch siguen siendo del característicogris de la Veta, han ganado en juventud con el paso del tiempo, porcontradictorio que parezca. Quiero creer que, además del hecho de que losJuegos y la guerra hayan acabado, Peeta y yo también tenemos algo que ver eneso. Quiero creer que somos parte del motivo por el que Haymitch ha recuperadoun poco la ilusión de vivir, aunque nunca la recupere del todo.
Vuelvo al presente, lejos del recuerdo de la fría mañana delprimer día de la 74ª Gira de la Victoria. Encaro de nuevo el desastre que es laencimera y me pongo a limpiar sin pensar mucho en lo que estoy haciendomientras oigo los renqueantes pasos de Haymitch escaleras arriba, gruñendoincoherencias camino de la ducha. Mientras adecento el lugar lo suficiente comopara poder matar y preparar el ganso, reparo en lo diferente que es la mañanade hoy comparada con aquella de hace ya cinco años. A pesar de ser blanca y decielos grises como esta; a pesar de estar bajo el mismo techo e incluso en lamisma compañía; a pesar de ser más o menos la misma fecha; a pesar de todo, nada tiene que ver el presente conaquello.
Hoy es fin de año. El distrito entero está emocionado depoder darle la bienvenida a otro año más en una nueva era para Panem y yo,embarazada y enamorada, voy a poder disfrutar de ello sin el peso de tener losojos del Presidente Snow y de todo el país sobre mí.
Cero coincidencias. Nada que ver. Y si me lo hubieran dichopor aquél entonces, me habría reído a más no poder. Fuera de peligro, "ya claro". Para lo de enamorada yembarazada ni tan siquiera hubiese gastado saliva. Qué ideas
Negando para mí misma por la ironía del asunto, sigo con laardua tarea de desinfectar la cocina en lo que mi mentor se ducha y cuando heterminado le dejo una hogaza de pan de nueces y un vaso de leche sobre la mesa.Aunque ambos lo neguemos vehementemente, nos seguimos preocupando el uno por elotro.
Salgo de casa de Haymitch justo a tiempo para ahorrarme ladesagradable visión que es él con la única cobertura de una toalla y le gritoque se dé prisa antes de cerrar la puerta.
Me encojo en la cazadora de mi padre, que dentro de poco nome dará para atar, y tomo el camino a la ciudad para hacer un par de compras ypasar a buscar a Peeta a la panadería. Insistió en abrir medio día para quetodo el mundo tuviese pan fresco y alguna que otra tarta para la cena de hoy.Thom y una docena más de hombres hicieron un buen trabajo despejando de nieve,no solo el centro, sino también los caminos que lo comunican con la Aldea y conla Veta, así que paseo tranquilamente sin preocuparme por el hielo.
Al llegar me dirijo a paso ligero al Nuevo Quemador, sinentretenerme mucho en la plaza y sus aledaños. Aunque casi todos se hanenterado ya de mi embarazo (obviamente no por mí), son pocos los que lo hanvisto con sus propios ojos teniendo en cuenta que antes no se me notaba y quenos hemos tirado dos semanas incomunicados en casa a cuenta de la nieve. Los cuchicheosy miradas furtivas que se forman mi paso me incomodan tanto como siempre, apesar de llevar toda la vida soportándolos. Aunque haya cambiado el motivo conel paso del tiempo (antes de los Juegos por mi "audacia" al ser capaz deaventurarme tras la valla y cazar; después por ser la reciente y flamanteVencedora de Los Juegos del Hambre; y ahora, por ambas y por razones obvias)sigo siendo igual de torpe lidiando con ello.
Cruzo la puerta del mercado como un obús y me planto frenteal desbordado mostrador de la carnicería que antes de la guerra regentabaRooba. Hace poco me enteré de que la mujer murió de una tonta caída en elbosque tras refugiarse allí con el resto del distrito cuando el bombardeo. Nadatrágico, simplemente mala suerte.
Le pido al nuevo carnicero que me cobre el pedido que hiceel día anterior y salgo de entre la muchedumbre lo más rápido que puedo,haciendo caso omiso de las indiscretas miradas que le echan a mi tripa lasmarujas de la ciudad. Jamás he podido con ellas. Tras un par de fugaces comprasmás en la verdulería y un breve paso por el restaurante de Sae para saludar, meencamino a la panadería, pidiendo al cielo con todas mis ganas que esté tanvacía como mi estómago las mañanas de invierno de hace no tantos años.
Obviamente, no hay suerte.
La panadería, que siempre ha sido punto de reunión y últimaparada para todas las cotillas de este distrito, está a rebosar de gente. Padrescon hijos comprando dulces, trabajadores comprando un tentempié a media mañana,mujeres cargadas hasta los dientes con bolsas de la compra
y cotillas. Muchascotillas. Más chismosas y marujas por metro cuadrado de las que he visto en mivida. Lógicamente, no iban a dejar pasar la ocasión que brinda la alocadamañana del último día del año para ponerse al tanto de las últimas novedadescon las que cerrar 365 días más. Y las novedades este fin de año, para variar,se centran en mí y en el hombre que regenta el establecimiento con una eternasonrisa en los labios.
Me veo obligada a entrar a la panadería por la puertaprincipal tras comprobar que la trasera está ocupada por un muy sudado Buntrayendo y llevando de acá para allá sacos y sacos de harina. Trato de pasarinadvertida entre la gente que se agolpa a la entrada y frente a losexpositores, admirando el trabajo de Peeta y sus ayudantes y haciendo cola paraser atendidos. Peeta no me ve hasta que casi estoy a su altura al otro lado delmostrador y, cuando lo hace, me sonríe como si no hubiese mañana. Le hubierarespondido con la misma sonrisa, pero las dagas inquisitivas de la mirada demás de media panadería clavándose en mi nuca me hacen sonrojar y apurar elpaso. Cuando paso a su lado de camino a la trastienda, Peeta no deja de lado laoportunidad de darme un beso y susurrarme al oído:
- No seas tonta. Todos hablan más porque saben que les hacescaso. No hay de qué avergonzarse. ¿O sí?
Me deleita con otra sonrisa y yo niego con la cabeza,sabiendo que tiene razón pero que no puedo hacer nada para evitarlo. Lerespondo con un pequeño beso antes de pasar a la parte trasera a dejar lasbolsas de la compra y a alejarme del tumulto de la entrada.
- ¿Agobiada, señorita? - me pregunta Dough entre risasmientras trabaja en la masa de algo cuando me oye entrar y cerrar de un portazola puerta que comunica con la parte delantera de la tienda.
- Vete a la mierda, Dough. - le respondo, dejando las bolsassobre la mesa del cuartito que hace las veces de oficina.
- Vamos mujer, que tampoco es para tanto. Es normal que lagente quiera saber. Al fin y al cabo, eres el Sinsajo y estás embarazada delhijo pródigo de la ciudad y tu co-vencedor en los Juegos.
- Gracias por el recordatorio. - contesto irónicamente. Aveces es como un grano en el culo.
- Si me permites un consejo, Katniss. - se aventura Bun entrejadeo y jadeo cuando entra para dejar otro saco de harina. - No te escondas.Sabes lo cotilla que es la gente en este nuestro maravilloso distrito, así quecuanto más trates de ocultarlo más querrán indagar sobre ello.
- ¡Pero yo solo quiero que me dejen en paz! ¿Tan difícil es? -pregunto yo retóricamente dejándome caer en la silla más cercana al escritorio.
- Vaya tontería
¡claro que lo es! - vuelve Dough a la carga.- Eres la cara de la Rebelión y estás preñada. ¡Eres un pozo sin fondo decuchicheos!
- Vamos, tío. No estás ayudando nada
- le reprende Bun cuandovuelve a entrar con otro saco, aunque no puede hacer mucho por ocultar unapequeña sonrisa.
Dough me mira por encima del hombro entre risas y añade:
- Vamos, Katniss, alegra esa cara. Bun tiene razón. Cuantoantes demuestres lo feliz e ilusionadamente embarazada que estás, (porque ambossabemos lo feliz e ilusionadamente embarazados que estáis) - asegurarotundamente señalando hacia la puerta tras la que se encuentra Peeta. - anteslo aceptará la gente y antes dejaréis de ser una novedad, más o menos
Sí o sívas a tener que pasar por ello, así que tú sabrás si quieres que sea rápido eindoloro o lento y tortuoso.
Su voz cantarina al final de la frase queda bailando en elaire mientras yo, internamente, les doy la razón a ambos. Está en mi mano hacerde esto la situación más normal del mundo y contagiar a la gente del mismopensamiento. Al fin y al cabo, puede que las cosas no hayan cambiado tanto y lagente siga fijándose en mi actitud para amoldar la suya propia.
- Tortuoso va a ser de todas formas
- contesto al aire con unsuspiro exagerado, haciendo que Dough y Bun rompan a carcajadas mientras siguencon su trabajo.
¡Sí! ¡He vuelto! Me complace comunicaros que ya no hay más exámenes a los que rendir cuentas y que, como he aprobado todo, tengo todo el tiempo del mundo para escribir hasta finales de enero ^^ Ya os dije que cuando volviese sería para darnos un buen atracón, así que no os llenéis mucho durante las cenas de estas navidades y dejad un huequito para la lectura. Ahí, sí, justo al lado del cordero y por debajo de esa deliciosa tarta ;)
Bueno, desvarios aparte, espero que hayáis disfrutado de este capítulo ligerito y protagonizado en parte por Dough y Bun. Dos personajes a los que, a pesar de aparecer poco, les tengo mucho cariño.
De cara a los próximos capítulos: el siguiente está terminado y listo para subir en cuanto le de los últimos retoques, ¡así que estaos atentas!
Una vez más, mil gracias a todos los que anonimamente o no, estáis ahí cada vez que actualizo. Es un placer teneros como lectores y más agradable aún saber que os gusta lo que hago con tanto esmero.
¡Nos leemos MUY pronto! ¡Besos y FELIZ NAVIDAD A TODOS! :D
P.D: Id haciendo estómago para el próximo capítulo. Tengo el presentimiento de que vais a amarlo tanto como yo... ;)
Cuando por fin se marcha el último cliente, ya son casi lascinco de la tarde. Tras darle un par de vueltas más a lo que me dijeron loschicos, decidí salir a la parte delantera a enfrentarme a mis nuevos demonioscon la excusa de echarle una mano a Peeta. Él se basta y se sobra solo y lohace estupendamente, pero nunca me pone un perosi decido ayudarle, sea por el motivo que sea. Suscité mucha curiosidad alprincipio, como si fuese la primera vez en la vida que me veían, a pesar de quellevo medio año atendiéndoles en la panadería y cruzándomelos por el distrito.Aun así, y para corroborar definitivamente la más que lógica teoría de Bun, alrato fueron perdiendo el interés y creo que era más mi imaginación la que mejugaba malas pasadas que la gente en sí. Al fin y al cabo, es el último día delaño y todos van a tener un plato caliente sobre la mesa para celebrarlo. Seríademasiado narcisista, incluso siendo yo, si pensara que puedo ser másimportante que eso.
Cerramos la tienda y nos despedimos de Dough y Bun, que sevan con sus amigos a celebrar el fin de año. Peeta les ofreció venir a nuestracasa si no tenían con quién quedarse, teniendo en cuenta que ambos perdieron asus respectivas familias durante la guerra, pero rechazaron amablemente lapropuesta y bromearon un poco acerca de que no querían interferir en larelación a tres bandas que mantenemos con Haymitch. Los muy idiotas son capacesde insinuar cualquier barbaridad con tal de hacerme rabiar.
El camino de vuelta a la Aldea lo hacemos en un cómodo silencio,con Peeta cargando con las bolsas en una mano y con la otra abrazándome por loshombros. La tarde está preciosa, e incluso el sol ha hecho una breve apariciónpara despedirse del año que dejamos atrás.
Pienso en Dough y Bun, que son lo más parecido a amigos quetenemos Peeta y yo fuera del círculo de amistades que hicimos durante losJuegos y la Guerra. Para mí son dos personas agradables con las que estar, quesiempre están de buen humor y tratan de hacerte reír sin necesidad de saber quées lo que te ocurre. A pesar de lo mucho que se meten conmigo, sé que sepreocupan por mí tanto como yo por ellos.
La relación que mantienen con Peeta es un tantoperturbadora. Vistos desde fuera pareciera que no le tienen ningún respeto comojefe, todo el día vacilándole sobre "susmaneras", como ellos le dicen, cuando está decorando una tarta o metiéndosecon él porque le ponen en duda su paternidad. Ambos a coro le recuerdan una yotra vez que "no eres lo suficientementehombre para domar a esa fiera, Mellark. El embarazado deberías de ser tú y noella". Peeta se ríe y les da la razón. No se lo discute.
He de reconocer que siempre me río mucho con ellos, porquecada día tienen una nueva salida de tono preparada. Hace poco llegué a laconclusión de que son como dos niños metiéndose con su hermano pequeño.
Miro hacia Peeta, que parlotea algo sobre pájaros y copos denieve mientras me estrecha más contra sí, y pienso en lo mucho que debe deechar de menos a sus hermanos. Aunque su madre no fuese la mujer más agradablede este planeta, su padre, sus hermanos y él eran como una piña. Siempre lesveías juntos en la panadería, de buen humor, atendiendo a los clientes sindejar de gastarse bromas y de incordiar al pequeño de la familia.
Peeta siempre fue el más reservado, por sorprendente queparezca. Aunque todos estaban físicamente cortados por el mismo patrón(espaladas anchas, mandíbulas fuertes y rubios de ojos azules), ahí acababacualquier tipo de parecido entre ellos. Ryan, el mediano e inmediatamente mayora Peeta, era físicamente casi igual que su hermano, pero no podía ser másdistinto en todo lo demás. Hablaba por los codos, decía idioteces por un tubosin tan siquiera inmutarse y era el rompecorazones oficial del colegio. Estabaen el curso de Gale y recuerdo que las pocas veces que hablábamos de lasclases, mi compañero de caza siempre contaba alguna de sus peripecias acabandocon un "ese Mellark parece sacado deentre una jauría de perros salvajes" y se echaba a reír mientras desplumabaun pavo silvestre o despellejaba un conejo.
A George, el mayor, le conocía bastante menos. Me sacabacuatro años y sé que estaba comprometido cuando Peeta y yo fuimos a nuestrosprimeros Juegos. Era un hombre más reservado y menos amigable, aunque compartíaese aura de calidez que poseían todos los hombres Mellark. De los tres era elmás parecido a su madre, con una nariz aguileña y un cuerpo más estilizado queel de su padre y sus dos hermanos. Aun así, tampoco compartía nada más con labruja que les trajo al mundo. Sé que era amable y bondadoso por los comentariosque corrían por el Quemador cuando se comprometió y todo el mundo quería sabermás sobre los nuevos novios del distrito. Alguna vez le oí sumarse a las burlasde Ryan sobre Peeta cuando iba a venderle al panadero las ardillas a la partetrasera de la tienda.
Me sorprende saber tanto como sé sobre la familia Mellark apesar de que Peeta casi nunca habla sobre ellos. Me doy cuenta de lo ajenamentecercana que he sido siempre a su familia y me quita un poco la carga de sumuerte saber que Dough y Bun son algo parecido a sus hermanos para él, aunquenunca será lo mismo.
Llegamos a casa cuando empieza a caer la helada de lasúltimas horas de sol. Sorprendentemente, Haymitch ya ha dejado el gansodesplumado y listo para guisar sobre la mesa antes de pasar a la inconscienciaen nuestro sofá. Parece que hoy es uno de sus buenos días.
Le quito de la mano la petaca de licor que siempre llevaconsigo y le tapo con una manta antes de prender el fuego en la chimenea yvolver a la cocina con Peeta.
- ¿Ha bebido mucho? - me pregunta Peeta mientras corta unaszanahorias para el guiso.
Miro la petaca y veo que está prácticamente llena, así quele contesto algo más animada:
- No, esta vez ha tenido que ser el efecto de madrugar. Yasabes, la falta de costumbre.
Peeta me dirige una sonrisa triste y sigue con el guiso enlo que yo preparo la mesa y los entremeses.
Tras la Guerra, Haymitch ha bajado bastante el pistón con labebida, pero no ha sido capaz de dejarlo del todo. Además, los años pasan paratodos y, aunque nosotros estemos mejor con cada año que pasa, a él el tiempo nole trata tan bien. Lleva más de veinte años dedicados única y exclusivamente ala bebida. Su cuerpo, joven hasta ahora, no había tenido problema en soportarloe incluso podía parecer saludable cuando se arreglaba. Ahora, sin embargo, yaestá a mitad de sus cuarenta y poco a poco han empezado a pasarle factura losexcesos con la bebida. Cada vez necesita menos alcohol para caer K.O, lo quepor una parte es mejor, y los dolores de cabeza le duran el triple de lohabitual. Peeta y yo hemos intentado convencerle de que deje de beber, pero esuna batalla perdida. Simplemente está demasiado hecho al hábito de olvidarse detodo destrozándose el hígado. Ambos tememos que llegue el día en el que no hayavuelta de hoja
Sacudo la cabeza e intento apartar las preocupaciones poresta noche. Ya habrá tiempo de lidiar con lo que venga, pero hoy no. Hoy no.
- Voy a casa de Haymitch a por la bebida, se le ha debido deolvidar traerla. - le digo a Peeta una vez he acabado de colocar la mesa.
Me hace un gesto distraído de aprobación para dejarme saberque me ha oído y sigue a lo suyo en los fogones.
Con la bufanda a medio enroscar y el abrigo sin atar, salgoa paso ligero por la puerta. El fríoaire invernal amenaza con cortarme la cara si no encuentro pronto cobijo. Porsuerte o por desgracia, Haymitch vive a dos casas de distancia.
Entro con la nariz arrugada por defecto, preparándome parala habitual ola de hedor a vómito mezclado con el olor a licor blanco queparece impregnar cada veta de madera de cada rincón de la casa. No sé si es yapor la costumbre o es que hoy Haymitch realmente ha limpiado algo, pero no estan malo como lo recuerdo. Me muevo en sigilo por la casa, contagiada por elsilencio y porque es mi modo estándar después de tantos años cazando, y alcanzola alacena sin apenas hacer un ruido más que cuando la madera del suelo crujebajo mis pies. Rebusco entre las baldas de licor que tiene almacenado hasta darcon una botella de vino y otra de algo que en el Capitolio llaman champán.Personalmente, no soy muy fan de ninguna de las dos bebidas (y menos ahora queno puedo beber), pero a Peeta el vino sí que le gusta y a Haymitch
bueno,Haymitch es Haymitch. Se bebería hasta el agua de un florero.
Saco las botellas con un pequeño tintineo al chocar unvidrio contra el otro y me dispongo a dar media vuelta cuando algo pegado a lapuerta llama mi atención. En la penumbra de la alacena no lo reconozco, parecealgo así como un pequeño papel rectangular, así que lo despego y salgo a la luzde la cocina con la sensación de que quizá si está ahí escondido sea porqueprecisamente no se quiere que se vea. Me debato un segundo entre salir odejarlo donde estaba, pero la curiosidad me puede. Al mirarlo bajo la luzartificial de la bombilla me doy cuenta de que, si bien parece un papel, no loes. Es una foto. Antigua, como la de la boda de mis padres que mi madre tieneen un marco. Ha perdido un poco el color y está algo raída por las esquinas,pero por lo demás está intacta. Los fotografiados son dos jóvenes, calculo quede la edad de Peeta y mía, abrazados bajo la nieve en lo que pudiera ser uninvierno cualquiera como este. Ambos parecen felices. Ella lleva un gorro delana en el que esconde una presumiblemente larga y rubia melena y la bufandaque le tapa media cara no consigue ocultar su sonrisa, que se le puede ver enlos ojos. Se está aferrando fuertemente a la cintura de un chico de buen portecon pelo oscuro y una sonrisa arrogante que no confundiría ni en un milenio. EsHaymitch con treinta años menos.
Le doy la vuelta a la foto con la esperanza de encontrar unafecha, una nota, algo que me confirme lo que ya sospecho. En la esquinasuperior derecha encuentro lo que quería: la foto es del treinta y uno dediciembre de hace treinta años, el último día del año en el que Haymitch seproclamó Vencedor de los Quincuagésimos Juegos del Hambre y Segundo Vasallajede los Veinticinco.
- A veces Prim me recordaba mucho a ella.
La voz de mi mentor rompe el silencio sepulcral de la casa yme hace pegar un bote del susto. Me giro con la foto aún en la mano y le veo depies en a la entrada de la cocina, apoyado casualmente contra el marco de lapuerta como si no acabara de inmiscuirme en su pasado de la forma más rastreraposible. Me sonríe con arrogancia porque sabe que me ha pillado con las manosen la masa, con tanta arrogancia como con la que me mira el chico de la foto,solo que de una forma mucho menos genuina y más forzada. Haymitch puede ser unmago mintiendo y ocultando cosas, pero a estas alturas sus ojos a mí me hablancasi tanto como los de Peeta.
- Yo
, lo siento. - balbuceo. Tengo que estar roja hasta lasorejas de la vergüenza. Si yo estuviese en su lugar ya le estaría chillandoobscenidades.
Le tiendo la foto sin mirarle a la cara y Haymitch, despuésde pensárselo un poco, se acerca a paso lento hasta mí. Sorprendentemente,cuando llega a mi altura no la coge, sino que aparta una de las sillas que hayalrededor de la mesa y me indica que me siente. Le hago caso sin saber muy bienqué hacer con la foto, así que la dejo sobre la mesa en lo que él toma asientoa mi lado. Levanto un poco la vista y un breve destello de una lágrima en susojos capta mi atención antes de que se la lleve por delante con la manga de sucamisa. Espero a que hable, que chille o que haga algo más que mirar alinfinito. Me sorprende que con tanto alcohol a mano no le haya echado aún elguante a nada.
Cuando creo que se ha quedado perdido en algún tipo derecuerdo y estoy a punto de decir algo con tal de cortar el silencio, empieza ahablar:
- El chico me mandó venir a buscarte al ver que tardabas.
- Haymitch, lo siento de veras. No era mi intención
- tratode excusarme de nuevo, pero me corta con un breve gesto con la mano y siguehablando:
- Aquel invierno - dice refiriéndose a la foto. - se prometíacomo el invierno más feliz de mi vida. Acababa de ganar los Juegos, unVasallaje nada menos, y había vuelto a casa sano y salvo. Quizá más sano quesalvo, aunque en aquél momento yo no lo supiera.
Haymitch nunca nos ha hablado a ninguno, ni a Peeta ni a mí,sobre su pasado. Jamás. Lo poco que sabemos es por las cintas de vídeo que nosmandó Effie para prepararnos para nuestro propio Vasallaje y lo que mi madrehaya podido contarnos alguna vez. Así que, a pesar de lo incomoda que mesiento, le dejo seguir.
- No recuerdo una nieve tan perfecta, un frío tan acogedor niuna sonrisa tan brillante como las de aquel invierno. Ella me estaba esperandoen la estación del tren cuando llegué a finales de verano, con su amablesonrisa y su "te lo dije" pintado de oreja a oreja. Era perfecta
Tras un rato más de silencio, sigue hablando:
- Cuando me instalé en esta misma casa se vino a vivirconmigo. Sus padres no lo aprobaban, nunca lo hicieron en realidad, ¿qué hacía un chico de la Veta con unahermosa hija de comerciantes? - comenta en tono burlón, - pero después deque ganara los Juegos ya no les importó tanto. Llegué a pensar, te juro quellegué a creer - me dice con rabia, mirándome a los ojos por primera vez desdeque nos sentamos a la mesa, - que por fin lo había conseguido. Me creí toda esamierda de que el dinero y la fama de ganar los Juegos podían servir para algoal fin y al cabo. Pero trayéndola conmigo lo único que hice fue firmar su sentenciade muerte.
La furia de sus ojos sería evidente hasta para un ciego,pero no es eso lo que me hace apartar la vista, sino la tristeza en el fondo desu mirada. La desesperanza. El vacío.
Carraspea, se recompone y prosigue tras recuperar su posturadesenfadada mirando a algún punto de la pared:
- Snow me dio un tiempo de tregua, el justo y necesario parahacer crecer en mí la chispa de la esperanza que se encargaría de destruir unosseis meses más tarde, durante la Gira de mi victoria. Aquella Gira empezó antesde lo habitual, justo el día de Año Nuevo. El número de tributos había sido eldoble del habitual, así que había al doble de niños muertos a los que rendirtributo. Irónico. Esa noche - me dice señalando la foto - fue la última vez quela vi. No me enteré de lo que había pasado hasta que no volví de mi particular"fiesta" por los Distritos. Que, al igual que empezó antes, también terminó mástarde. Al volver al doce, con todas mis esperanzas guardadas en el bolsillo allado de un anillo de compromiso, me enteré de lo sucedido. Un "fortuito ytrágico" incendio había arrasado hasta los cimientos mi antigua casa en la Vetaque mi familia se empeñó en no abandonar. Casualmente también, mi chica estabaallí cuando ocurrió el accidente. Me marché a la Gira enfadado con mi hermanopor haberme tirado una bola de nieve a la cara y habiendo discutido con mimadre por lo consentido que tenía al pequeño. Craso error creer que tienes todoel tiempo del mundo para arreglar las cosas. Pagué con la vida de mis seresqueridos mi burla al Capitolio durante los Juegos y fui tan estúpido que lleguéa creer que saldría indemne.
Las palabras de Haymitch consiguen que me ponga en su piel yque me imagine a mí misma volviendo a casa sola, sin ningún Peeta en el queapoyarme, y encontrándome más sola aún tras la Gira cuando, al volver al doce,todos mis seres queridos están muertos. Las lágrimas acuden a mis ojos sin ser llamadasy me abrazo a Haymitch dándole tanto apoyo como el que yo misma necesito enestos momentos. Para mi sorpresa, Haymitch me devuelve el abrazo y apoya sucabeza en mi hombro, llorando de verdad por primera vez desde que le conozco.
No decimos nada. El silencio y sus sollozos mezclados conlos míos llenan cada rincón de la cocina y no puedo más que seguir llorando portodas las veces que he juzgado a Haymitch desde que se cayó del escenario eldía de mi cosecha. Tras un par de viajes a los Juegos y una guerra a misespaldas, creí que ya había comprendido lo que él había sufrido. Con la muertede mi hermana a sobre mis hombros y la horrible tortura de Peeta creí que nadapodría escapar a mi juicio sobre lo que es humanamente posible soportar. Y sinembargo me equivocaba. Jamás se puede valorar y clasificar el sufrimiento deotra persona, porque solo uno es capaz de comprender todas las circunstanciasque lo rodean.
- Katniss, - me llama Haymitch irguiéndose y cogiéndome lacara entre sus manos. Las lágrimas aún resbalan por sus mejillas. - prométemeque nunca darás por sentado nada de lo que tienes. Prométeme que nunca te irása la cama sin haber hecho las paces con quien hayas discutido o sin haberledado un beso de buenas noches a Peeta o a tu hijo. Prométemelo.
Su tono, tan desesperado, tan inusual y tan urgente, me haceclavar mi mirada en la suya, cortando de raíz cualquier sollozo que pudierasalir de mis entrañas. Su iris, de un gris tan de la Veta como el mío y con elque me identifico tanto, me ruega lo que el tono de sus palabras acaban derogarme hace unos instantes.
- Te lo prometo. - le digo.
Y por algún motivo, sabiendo todo lo que ha sufrido, lapromesa que le hago a él tiene más peso que cualquiera que me pudiera hacernunca a mí misma.
¡Hola, hola!
Había prometido sorpresas para este capítulo, pero una cosa me llevo a la otra y lo he aplazado para el siguiente (habrá sorpresa, no se preocupe nadie jejeje). Aun así, creo que es un capitulazo, al menos para mí, y esta faceta tan paternal de Haymitch es otro sorpresón, sin duda alguna. Espero que este cap haya sido para vosotros tan conmovedor y especial como ha sido para mí escribirlo :)
Una vez más, infinitas gracias por leer, comentar, marcar como favorito etc etc etc. Sóis lo más de lo más y no podría estar más orgullosa de vosotros, mis Venced... digo, lectores :P
Ahora sí, nos leemos en el próximo capítulo con la sorpresita inicial ;)
¡Un beso a todos!
P.D: Tengo pensado actualizar una vez más antes de que acabe el año, pero por si acaso, FELIZ AÑO NUEVO <3 www.facebook.com/unlagoyunacancion
Volvemos a casa con los ojos rojos y las naricesmoqueando. A mí el embarazo me ha hecho más susceptible a cualquier emoción, yasea buena o mala, y Haymitch supongo que se ha permitido ser débil por primeravez desde hace mucho tiempo. Sé cómo funciona, y por eso estoy orgullosa dehaber sido su paño de lágrimas. Cuando entramos por la puerta, Peeta nos estáesperando sentado a la mesa cortando un poco de pan. Llegamos claramente tarde.
Nos oye, nos mira y nos observa. Ve nuestrasexpresiones, cansadas de tanto llorar y sufrir, pero aliviadas después depermitirnos una licencia que pocas veces nos permitimos. Ser fuerte cuando aotros ya se les habría permitido derrumbarse es tan estúpido como difícil.Peeta nos sonríe y nos dice que llegamos justo a tiempo. No puedo hacer nadamás que amarle.
La cena pasa mucho más alegre de lo que en unprincipio hubiese esperado. Todo es mérito de Peeta, por supuesto. Aun conHaymitch más ausente de lo habitual, maneja la situación estupendamente y llenalos silencios que acabarían siendo incómodos con su pico de oro. Cerca de lamedianoche y habiendo disfrutado de una maravillosa cena, nos sentamos frenteal televisor. Paylor le habla a la nación, recordándonos a todos lo que unnuevo año simboliza, lo que para todos debe significar poder vivir un año, unmes, un día más al lado de nuestros seres queridos. Cruzo una mirada conHaymitch. Hoy todos parecen intentar decirme la suerte que tengo y lo idiotaque sería si la dejara escapar. Personalmente, siempre he sido de las quepiensan que la suerte es de quien lucha por ella, pero no por eso voy a dejarde estar agradecida.
Antes de que el reloj marque las doce, Peeta llenatres copas con un poco del champán que trajimos de casa de Haymitch y nostiende una a cada uno. Exactamente con la última campanada del reloj quetenemos sobre la chimenea brindamos por el año que acabamos de dejar atrás ypor el que inmediatamente le sucede. Un año que se va, que ha sido el más arrolladorde mi vida por todo lo que ha pasado (que ya es decir, teniendo en cuenta elhistorial
) y otro que viene, amenazando con dejar a la altura del betún esteúltimo. Pase lo que pase y venga lo que venga, sé que no tendré nada que temercon estos dos hombres a mi lado.
Brindamos por nosotros, por nuestra familia, por elpasado que dejamos más atrás todavía y por el futuro que aún nos espera. Porlos que están y por los que se fueron sin avisar. Por los que se fueron para novolver y por los que necesitaron irse para olvidar. Pero sobre todo brindamospor hacer valer el presente, que es el resultado del pasado y los cimientos delfuturo, así que más nos vale que sea digno de recordar.
Le doy un suave beso a Peeta, disfrutando del sabordel champán en sus labios en nuestro primer fin de año juntos. Disfruto delamor, que si me preguntaran como sabe diría que sabe a sus labios, siemprecalientes y suaves, que no se resquebrajan ante el frío como los míos y que nosucumben ante torturas. Diría que sabe a él y huele a canela y eneldo con unpoquito de olor a bosque y libertad, que algo de mi parte habrá que poner.Antes solo le reconocía a él en nuestros besos, su amor y su entrega. Ahora nossaboreo, huelo y siento a ambos, porque esto es cosa de dos y nadie nuncapodría convencerme de lo contrario. Le amo y jamás daré por sentado lo muchoque lo hago después de todo lo que le he echado de menos. Le perdí, me perdí ynos encontramos. Y eso es lo único que importa.
Haymitch carraspea y nos separamos entre risas. Antesde que pueda objetar le abrazo fuertemente, dejándole sentir todo lo que conpalabras no soy capaz de expresar. Aunque al principio trata de hacerse un pocoel duro, enseguida cede. Hoy no es el día para serlo. Peeta se nos uneenvolviéndonos a ambos y eso ya sí parece despertar al Haymitch de siempre, queempieza a revolverse y a decir que las chorradas y cursilerías son para los ya-no-tan-trágicos amantes del Distrito12. Aun así, cuando se separa y se recoloca la camisa, puedo ver un atisbo deuna pequeña y genuina sonrisa sobre sus labios.
Salimos entre risas al frío y nevado jardín trasero decasa para ver los fuegos artificiales que están tirando desde la Pradera. Ensilencio observamos cada estallido de color que ilumina el cielo nocturno.Peeta me abraza por los hombros y yo reposo la cabeza sobre uno de los suyos.Con un brazo rodeo su cintura y con el otro busco la mano de Haymitch, que estáde pies a mi lado. Entrelazo nuestros dedos dentro del bolsillo de su chaqueta.No nos miramos, no nos decimos nada, pero nada hace falta cuando con un roce sedice todo.
No tardamos en volver dentro, encogidos por el frío dela noche abierta que recibe el año. Peeta y Haymitch juegan un par de partidasde ajedrez mientras yo llamo a mi madre y nos turnamos para hablar con Annie,Johanna e incluso el pequeño Finnick. Llama Effie, con la que hace meses que nohablamos, y no es de extrañar que Haymitch sea el que más tiempo al teléfonopasa. Nunca he sabido que se cuece entre ellos dos, pero me alegro de que sedediquen más tiempo del que parece. Coqueteo con la posibilidad de llamar aGale y felicitarle el año, pero aún estoy un poco abrumada con la cercanía desu boda, así que prefiero dejarlo estar y no arriesgarme a ser avasallada conpreguntas de si asistiré o no.
Pasadas las tres, nuestro mentor decide que es hora dedormir y deja su sitio frente a la chimenea para irse a casa. Tanto Peeta comoyo insistimos en que se quede, pero cuando no hace ni una sola broma sobre noquerer oírnos por la noche, lo dejamos estar. Necesita su tiempo y una buenacantidad de alcohol para digerir las emociones del día y nosotros no podemoshacer nada por impedirlo.
El confortable silencio se alarga un rato después deque Haymitch se vaya. Miramos el fuego, el primero que encendemos este año, ynos dedicamos a disfrutar el silencio que le ha seguido a las explosiones decada uno de los cohetes. Veo las llamas arder y me veo a mí misma avivándolascinco años atrás, siendo engullida por ellas hace tres y resurgiendo de suscenizas poco después. Me veo reflejada en el fuego, marcada física ymentalmente por él, y decido que he hecho honor a mi apodo de Chica en Llamasde todas las formas posibles menos de una. Recuerdo la profecía, intencionada ono, de Cinna con aquellos maravillosos vestidos que me sirvieron de armadurafrente a todo Panem primero y que estuvieron a punto de ser mi mortaja pocodespués. Recuerdo las palabras de Haymitch, las que salieron de su boca y lasque yo misma reproducía en mi mente con cada regalo que me enviaba a la Arena.Recuerdo la mirada de Prim, que vio más allá de lo que llegó a vivir, yrecuerdo la sonrisa de mi padre, que consiguió tranquilizarme incluso despuésde haber desaparecido.
Recuerdo todo por lo que merece la pena seguirviviendo, y miro hacia el futuro, en el que mi hijo y Peeta son una constanteaunque el escenario cambie. Ellos, junto a mí misma, son ya los protagonistasde mi vida y, pase lo que pase, lo seguirán siendo hasta el día en que memuera.
Sé que para ambos, nada podrá cambiar lo que somos eluno para el otro, pero decido usar por última vez el fuego que tanto me ha dadoy que tanto me ha quitado en mi vida. Decido usarlo por primera y última vezsiendo consciente de todas las consecuencias que ello conlleva, sabiendo deantemano que será la vez que más feliz me haga pasar la mano sobre él. Será miquemadura más preciada y no se irá por muchos arreglos que me hagan, por muchoque traten de cambiarme o por mucho que pueda arrugarme con el tiempo. Durarátanto como tantos años viva.
Así que, cuando levanto la cabeza del hombro de Peetay le miro a los ojos, le digo:
- Te amo.
Peeta me sonríe, como siempre lo hace, pero sonríecomo jamás le he visto sonreír cuando le tiendo una rebanada de pan que healcanzado de la mesita y tiro de él hacia la chimenea, hacia el fuego, hacia mielemento.
Ambos tostamos el pan y nos lo ofrecemos el uno alotro. No hay palabras, solo miradas, caricias y besos. Y así, frente al fuego,nuestro ahora, le damos la bienvenida al nuevo año. El primero del resto denuestras vidas.
¿Sorprendidos? Espero que sí ;)
No tengo mucho más que añadir, solo que espero quehayáis disfrutado tanto como siempre. Ahora sí, feliz 2015 a todos.
¡Nos leemos pronto! Besos <3
www.facebook.com/unlagoyunacancion
Cuando era pequeña y mi padre me llevaba consigo de caza losdomingos, solía hablarme durante todo el trayecto. Por supuesto, eso espantabaa las posibles presas y hacía del día un completo fiasco en lo que a gananciasse trataba, pero a él no parecía importarle. Por aquel entonces, a mis ojos mipadre y yo teníamos todo el tiempo del mundo para cazar juntos, así que por undía que no cazáramos mucho no pasaba nada.
Acostumbraba a enseñarme cómo disparar, qué huellas seguir,de cuáles alejarse, qué hierbas servían y cuáles no había ni que tocar, quéárboles se podían escalar con relativa seguridad
A esa edad, si me hubiesenpreguntado qué pretendía mi padre con todo aquello, hubiese contestado contotal seguridad que trataba de enseñarme a vivir del bosque, por si llegaba eldía (como lo hizo) en el que él no pudiera proveernos. Acostumbraba a enseñarmea sobrevivir.
Sin embargo, si esa misma pregunta me la hiciesen hoy porhoy, después de todo lo que he vivido dentro y fuera (muy fuera) de esosbosques que tanto me dieron, contestaría lo mismo y sin embargo la respuestasería distinta.
Me enseñó a sobrevivir, sí, pero sus enseñanzas no selimitaron a guiar mis pasos sobre un lecho de hierba y hojas. Me enseñó, muysutilmente y sin que yo me diera cuenta, a sobrevivir a la vida, que tanto nosda y tanto nos quita. Me enseñaba de qué color eran las flores que le gustabana mi madre y dónde conseguirlas. Con cada ardilla que mataba, me enseñaba amostrar respeto por lo que la naturaleza nos brindaba. A cada paso silenciosoque daba me recordaba que la ausencia de cualquier otro sonido era la presenciade paz. Me enseñó a valorar la vida, la mía y la de todo aquél que me rodeaba,y me hizo capaz de vivir el amor mucho antes de que yo supiera siquiera quesignificaba aquello. Y nunca dejaba de enseñarme, porque ese mismo respeto, esemismo valor y esa misma determinación seguían brillando en sus ojos al llegar acasa. Amaba a mi madre y nos amaba a mi hermana y a mí. Era mi padre, yacostumbraba a enseñarme a sobrevivir.
Y le estaré eternamente agradecida, porque fue él el que meenseñó que hay cosas en la vida que con verlas y sentirlas una vez se nosquedan grabadas en la retina y en el alma. Como el olor a humedad en losalrededores del lago, el tacto sedoso del pelo de Prim entre mis dedos, elsonido de la flecha al impactar en su objetivo, la explosión de sabor de unafresa en un particularmente cálido día de primavera y el color, azul yprofundo, de los ojos de Peeta cuando me mira.
El mismo profundo azul que me observa ahora, a la luz delcrepitar de la chimenea, tras darme un beso como otro cualquiera y a la vez tanúnico y diferente que sé que lo guardaré en mi memoria, grabado a fuego, hastael día que me muera.
Ahora soy suya, si es que no lo era ya, y él es mío, comosiempre lo fue, para el resto de nuestros días.
- ¿En qué piensas? - me pregunta, limpiando de migas de pantostado la comisura de mi boca.
- En el bosque
- comienzo dubitativa, sin saber muy bien comocontestarle. Puede que decirle la verdad sea lo más sencillo.- En mi padre, enla Guerra, en Prim, en ti y en mí. En la vida. En todo y en nada a la vez.
- ¿Te arrepientes de algo? - me dice sin retirar su pupila dela mía. Sus ojos son sinceros, como su permanente sonrisa.
- No, ya no. - le contesto. Y le beso.
Le beso por segunda vez en mi nueva vida. Sabiendo que enalgún momento, más próximo que lejano, perderé la cuenta de los que llevo. Yeso es lo que quiero, perderla. No saber cuántas veces nos hemos besado y que,sin embargo, cada una de ellas me recuerde al primer beso que le di. Que evoqueesa maravillosa sensación, que me recorre de pies a cabeza y que estimula miscinco sentidos, y que me recuerde una y otra vez por qué repetiría todos y cadauno de los errores que cometí en mi vida. Porque si este era el resultado, nopodría estar más satisfecha.
No por ser el segundo es menos importante. Peeta profundizael beso y pronto nos vemos consumidos por las llamas de nuestros corazones, quearden juntas más fuertes que ningún fuego que se haya desatado nunca sobre lafaz de la Tierra. Nos consumen, nos calcinan y una y otra vez resurgimos de suscenizas para volver a incendiarnos juntos.
Peeta me eleva del suelo sin mucho esfuerzo, llevándomeescaleras arriba sin dejarme posar un pie en el suelo. Es delicado, no nosquiere hacer daño, pero bajo la mano que reposo en su bíceps puedo sentir latensión, la excitación y la exaltación. La ferocidad que le dieron las celdasdel Capitolio y que nunca se irá. Esa parte salvaje y posesiva, que tan biencanaliza.
Entramos a trompicones en la habitación, conmigo descolgándomede su cuerpo a medida que le quito la camiseta y lucho por mantener el ritmofrenético al que se mueven nuestros labios. Peeta no me suelta, me ancla a sucadera con una mano mientras que con la otra me ayuda en mi lucha contra sucamiseta. En cuanto descubre su pecho, mis labios abandonan los suyos paraocuparse de su cuello, lamer su clavícula y viajar por sus hombros.
Como no hemos dejado de avanzar, enseguida encuentro la camacon la parte posterior de mis rodillas. Peeta, que no ha perdido el tiempo,lanza por los aires la ancha camiseta que nos cubre a mí y a mi barriga ydesata con dedos hábiles el sostén. Cuando se deshace también de él se separaun poco y me observa con una sonrisa, como hace tantas veces:
- Eres preciosa. - susurra, y los pelos de la nuca se meerizan de solo oírle. Posa una mano en mi vientre y añade: - Y los dos me hacéisel hombre más feliz de este planeta.
Le sonrío, porque nunca sé cómo explicarle con palabras todolo que me hace sentir en momentos como este, y le beso. El tercero o cuarto, yano lo sé.
Nos tumbamos en la cama, mucho más calmados después delarreón inicial, y el resto de prendas empiezan a desaparecer a un ritmo menorque nuestras camisetas. Aun así, el mes tan malo que hemos pasado se nos notaen el temblor de las manos, los dedos torpes y las risitas esporádicas querompen el silencio de vez en cuando. Parecería nuestra primera vez si no fuesepor el enorme bulto que nos separa y que deja en mal lugar una afirmación comoesa.
Cuando los dedos de Peeta recorren sin ningún impedimentomis costillas, me doy cuenta de lo mucho que le he echado de menos. Jamáshabíamos pasado tantos días sin acostarnos juntos como este mes, y aunque paramí no haya sido tan notable hasta ahora (entre el embarazo y mi recaída habíaperdido bastante mi apetito sexual) no me pasa desapercibida la necesidad encada una de las caricias de Peeta. Paraél ha debido de ser realmente difícil y frustrante tenerme cada noche a su ladoy tener que conformarse con un sutil beso, en el mejor de los días.
Es hora de recompensarle.
Nos giro, quedando a horcajadas sobre él. Para mí estaposición es más cómoda por dos motivos: uno, la barriga no me incomoda; dos,llevo yo el mando. La sonrisa que me dedica Peeta en cuanto lo hago me lo deja claro:a él tampoco le molesta.
A pesar de todo, sigo siendo la más agresiva y con eso élnunca ha tenido ningún problema.
Lentamente recorro con mis manos su desnudez, que ahora escompleta, igual que la mía. Me recreo en cada curva, en cada cicatriz,memorizando por millonésima vez su figura, de la que tengo tanta noción como dela mía propia. Me fascino, de nuevo, con la ausencia de lunares en su cuerpo, apesar de su tez blanca que contrasta tanto con mi piel olivácea y llena, sobretodo en la espalda, de esas pequeñas marcas más oscuras que a él le vuelvenloco.
Me cierno sobre su cara y nos miramos a los ojos mientras éldeshace mi trenza y deja que mi pelo nos sirva de cortina, cubriéndonos de laluz de la luna que entra por la ventana. Le beso, perdiendo la cuentadefinitivamente, y me enfrento al roce de mi cuerpo con el suyo, a la cariciade sus manos en mis muslos, al sonido de sus labios contra los míos y de mismanos enredándose en su pelo.
Jugamos hasta que casi no puedo más y decido que ya le heechado suficientemente de menos. Me apoyo en su pecho para elevarme, conintención de volver a sentirle dentro de mí y volvernos a ambos locos depasión. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de descender, Peeta me para, sujetándomelevemente con sus manos por la cadera.
- Eres mi mujer. - me dice, como si ahora hubiese caído sobresus hombros la realidad de lo que hemos hecho hace no mucho frente a la chimenea.Sus ojos brillan, su sonrisa me ciega, y creo que jamás podré verle más guapode lo que le veo ya.
Como el efecto en cadena de las piezas de dominó cayendo lasunas encima de las otras, noto como una sonrisa, más grande que la que hayapodido ofrecer jamás, se extiende por mi cara, imitando el gesto de purafelicidad que tiene Peeta ahora mismo.
- Y tu mi marido. - le contesto.
Me dejo caer de nuevo, esta vez sin encontrar ningúnimpedimento, y no abandono los ojos de Peeta ni un instante, hasta que pocodespués una explosión de placer, amor y felicidad se extiende por todo micuerpo, haciéndome entender que todas las lecciones que he recibido en mi vida,incluso las de mi padre, me han llevado a este preciso lugar en este precisomomento. Y no cambiaría nada.
Nada de nada.
Y uno más ;)
De este estoy particularmente orgullosa (tengo mis favoritos a lo largo de la historia, igual que vosotros jajaja) y espero que os guste tanto como a mí. Nuevos y emociantes tiempos les esperan a nuestros protagonístas, así que os hago la misma recomendación de siempre: ¡preparaos para disfrutar! :D :D
A todo aquel que quiera, le espero en la sección de comentarios. A los demás, ¡nos leemos en el próximo capítulo!
¡Un beso enorme para todos! <3
Dos meses pasan y, muy a mi pesar, marzo hace acto de presencia. Acto de presencia hace también mi barriga de casi ochomesina, tan voluptuosa como nunca pensé que pudiera serlo. Si con cinco meses correr ya era imposible, ahora lo es casi hasta andar. Ya no ando, anadeo.
Horrible.
La nieve se ha ido con febrero, lo que me ha facilitado bastante mi deambulación por el distrito, pero el frío aún persiste cada mañana, anclándose al doce un poco más de lo que suele ser habitual. Sin embargo, las flores más tempranas como las prímulas de nuestro jardín ya han empezado a mostrar sus incipientes pétalos multicolores, recordándonos que la primavera llegará en todo su esplendor de un momento a otro.
Igual que lo hará la boda de Gale a finales de este mes, justo cuando yo cumpla ocho meses de embarazo y sea todavía más torpe, si cabe.
Miro por la ventana, disfrutando de un inusualmente despejado atardecer de principios de marzo en el Distrito 12. Me mezo en la mecedora y me relajo un rato más, con las manos posadas sobre mi barriga, sintiendo los cada vez más enérgicos movimientos del bebé. El sol casi se ha escondido por el horizonte cuando los brazos de mi marido me envuelven desde atrás y sus manos reposan sobre las mías.
- ¿Estás conmigo? Llevas mucho rato observando por la ventana.- me dice Peeta mientras me besa la sien, tratando de ocultar el tono preocupado de su voz.
- Sí, - le tranquilizo - sigo aquí. Es solo que me he quedado pensativa.
Con mi respuesta Peeta parece destensarse un poco, pero no abandona su pose protectora. Sus manos siguen sobre las mías, sus brazos me envuelven en su calor y sus labios reposan sobre la base de mi cuello, poniéndome la piel de gallina.
- ¿Y qué te tiene tan pensativa? - reclama en tono relajado.
- Nada en concreto. Lo bonito que se ve hoy el atardecer, supongo.
Atardeceres como los de hoy me recuerdan al último que viví junto a Peeta antes del Vasallaje. Aquel precioso atardecer desde el tejado del Centro de Entrenamiento, uno de los últimos que pensé que viviría. Y, contra todo pronóstico, aquí estoy hoy, habiendo perdido la cuenta de los que he vivido después de ese, casada con el panadero que siempre me amó en secreto y a punto de convertirme en la madre de su hijo.
- Sí, el de hoy ha sido precioso. - coincide.
El silencio nos envuelve durante un rato, perturbado solamente por el crepitar del fuego de la chimenea que hace pocas semanas contempló nuestro tueste, haciendo de melodía perfecta para los dos mejores meses de mi vida.
Jamás pensé que el tueste podría llegar a significar tanto para mí. Desde que estoy con Peeta me siento unida a él, más aún desde que comprendí que lo amaba. No creí nunca que una boda, ya fuera por medio del tueste o con toda la parafernalia capitolina, pudiera hacerme sentir más cerca de Peeta de lo que ya lo estaba. Y sin embargo, así fue.
Quizá fuera ver la devoción y dicha en los ojos de Peeta al ofrecerme el pan. Quizá fuera el darme cuenta de que no eran más que el reflejo de los míos. Quizá fuera el amor con el que nos amamos aquella noche, igual que todas las anteriores y tan distinta a la vez. Quizá lo fuera todo junto o tal vez no fuera nada de eso, pero cuando le ofrecí el pan tal y como hiciera él muchos años atrás, sentí mi deuda saldada. Ya no le debía nada, y sin embargo ahí seguía, a su lado, porque no podría imaginarme otra vida que no fuera esa. Así que me endeudé hasta las cejas, ambos lo hicimos, y nos prometimos formalmente cuidar el uno del otro, como si hiciera falta decirlo, durante el resto de nuestros días.
El silbo de la olla a presión nos saca a ambos de nuestro ensimismamiento y Peeta se apresura a la cocina.
- Enseguida estará la cena. - me dice antes de irse, besándomernde nuevo en la cabeza.
Asiento distraída y sigo mirando por la ventana un rato más, subiéndome la manta hasta los hombros para compensar la falta de los brazos de Peeta, y observo el anochecer, cada vez más oscuro y profundo.
Pienso en Gale, en algún lugar más al oeste donde aún es de día, preparando la boda que en nada ocupará las primeras planas de todos los periódicos de Panem y que abrirá los telediarios de la nación durante al menos una semana. Es el primer gran evento tras la Guerra, por lo que todos lo esperan como agua de mayo. Aunque ha habido conmemoraciones a los caídos y decenas de estatuas han sido erigidas en su honor a lo largo y ancho del país, nada ofrece más esperanza a un pueblo en posguerra que la promesa de futuro, que es justo lo que representa la boda de Gale, a falta de la mía.
Al parecer y según Haymitch, todos en el Gobierno esperaban la nuestra, pero como nunca ha sucedido han preferido aprovechar la de mi amigo, por si yo nunca daba el paso. Alentador, sin duda.
Ni nuestro mentor ni nadie sabe aún que nos hemos casado en secreto. Para mí es algo íntimo, privado, un pequeño resquicio de libertad en un mundo que sigue sin ser libre, por mucho que nos rebelemos. Sé que para Peeta es diferente, sus pensamientos siempre son diferentes, y que si por él fuera lo pregonaríamos a los cuatro vientos, más aún si con eso ayudamos a la gente a salir poco a poco adelante. Yo soy más egoísta, y creo que estoy en mi derecho después de todo, así que prefiero que siga siendo así, solo nuestro. Sabrán salir adelante ellos solitos.
Cuando Peeta por fin me llama para cenar, estoy medio dormida en la mecedora. El cielo se ha oscurecido por completo y las tenues luces de las farolas del distrito alumbran ahora el pavimento. Destemplada, me encamino a la cocina y me sorprendo al entrar y ver a Haymitch acodado en la mesa con un vaso de vino en la mano. Obviamente, lo del vino no es lo que me sorprende, sino que haya venido a estas horas.
- No sabía que venías a cenar. - le gruño a modo de saludo frotándome los ojos primero y la barriga después.
- Ni yo pensaba que tú seguías siendo capaz de ponerte en pie. Estás
enorme. - contesta haciendo círculos imaginarios con su dedo índice alrededor de mi persona.
- Vete a la mierda. Me has visto ayer.
Me siento en la silla con un proceso demasiado lento y demasiado torpe. Ahora todo lo hago demasiado lento o demasiado torpe, o ambas cosas juntas.
- Sí, pero cada vez que te veo me parece que estás a punto de reventar. - sigue en su tono habitual. Tras pegarle un sorbo al vino, añade: - Aun no entiendo cómo te dejaste hacer eso
Le echo una mirada asesina, muy propia de mí, a pesar de que yo misma me he preguntado lo mismo muchas veces durante estos meses. Sobre todo cuando no puedo dormir como quiero, ni ducharme como quiero, ni andar como quiero, ni hacer el amor como quiero, ni hacer nada como quiero. Luego siento al bebé moverse y se me pasa, pero sigo angustiándome de vez en cuando.
- Tengamos la cena en paz. - interviene Peeta posando la cazuela de sopa sobre la mesa y sentándose en el hueco libre a mi lado.
Cenamos tranquilamente a pesar del sarcasmo de Haymitch y de mis fluctuaciones hormonales, que me tienen eufórica un momento y depresiva inmediatamente después. Tras la sopa y el pescado, Peeta sirve un plato de tarta de queso para cada uno, de la que yo acabo repitiendo. Como con ganas, deleitándome con el increíble sabor de la frambuesa fusionándose en mi paladar con el queso. Estoy rascando del plato los últimos resquicios de la deliciosa base de galleta cuando Haymitch rompe el agradable silencio que se había instaurado durante el postre.
- Paylor me ha llamado esta tarde.
Sus palabras cuelgan suspendidas en el aire, enrareciendo la atmósfera de la cocina y tiñéndola en tonos oscuros y fríos en cuestión de segundos.
Paylor nunca llama.
- ¿Y qué quería? - pregunta Peeta en lo que parecería un tono despreocupado si ni Haymitch ni yo le conociéramos como le conocemos.
Levanto la vista del plato, sabiendo que no me queda más galleta que rebañar, y dirijo mi mirada hacia mi mentor. Y en este instante es como si nada hubiese cambiado, como si siguiésemos dentro de los Juegos, luchando minuto a minuto por un futuro que jamás tendremos, agarrándonos a la esperanza aunque sea un clavo ardiendo. Es como volver atrás en el tiempo, sentados los tres alrededor de una mesa parecida a esta, en una casa al lado de esta, pero en una situación completamente distinta a esta. Es como revivir aquellos momentos de angustia, momentos en los que me comunicaba con mi mentor sin palabras, momentos en los que Peeta quedaba fuera de nuestro juego, aun sin que nos diésemos cuenta. Y en este instante es como si nada hubiese cambiado, como si siguiésemos dentro de los Juegos, porque sigo pudiendo comunicarme con Haymitch con tan solo mirarlo, porque Peeta sigue quedándose fuera, aun sin que nos demos cuenta.
Así que antes incluso de que lo diga en voz alta, antes de que Peeta pueda confirmar lo que sospecha, yo ya sé lo que pasa. El gris de los ojos de Haymitch me lo cuenta, lúgubre y pesaroso. No hay fiereza, no hay desafío ni promesa. Solo tristeza, resignación y un poco de rabia. Ese poco que siempre queda.
Y yo sé descifrar lo que significa. Para mí es como un juego de niños, tan sencillo como abrazar a Peeta cada mañana y tan fácil como besarle cada noche. Es tan natural como respirar, y desearía que no lo fuera, porque así no sabría que tenemos que volver a jugar. Así no sabría, que otros Juegos nos esperan.
Espero que la espera haya merecido la pena :)
Entramos en la recta final del fic (por favor, nada de histeria a la hora de leer la palabra "final". Es solo el principio de la recta final, aún nos quedan muchos capítulos jejeje) y los problemas se multiplican para Katniss y Peeta. Os tendré especulando sobre este capítulo poco tiempo, no sufráis ;)
Una vez más (no sé como decirlo ya), me siento inmensamente agradecida por vuestra dedicación y entrega con este fic. Soy un poquito más feliz cada vez que alguien lo lee, aunque no se deje caer por los comentarios ni la marque como favorita. Os estoy agradecida a TODOS, absolutamente a TODOS, y espero que sigáis ilusionándoos conmigo y con esta historia hasta el día que toque decirle adiós. De nuevo también, gracias por vuestra infinita paciencia.
¡Nos leemos pronto! Besos <3
P.D: La semana que viene cumplimos 1 AÑO ;)
- Haymitch, ¿qué quería Paylor? ¿Por qué te ha llamado?
El tono urgente de Peeta, incapaz de ocultarlo más, se elevapor encima del silencio sepulcral en el que está sumida la cocina, la casa, laAldea y creo que hasta Panem. Si fuese verano oiríamos a los grillos cantar, elmurmullo del riachuelo resonar, las hojas de los árboles agitar y hasta a lasmoscas volar. Pero aún es invierno, duro y vasto invierno, y los grillostodavía esperan el calor del verano que está por llegar, el pequeño río aldeshielo comenzar, los árboles a sus ramas poblar y las moscas a sus huevoseclosionar.
El silencio ha sido breve, siete u ocho segundos a lo sumo,pero para mí ha sido lo suficientemente eterno como para entender, analizar yjuzgar la mirada de Haymitch. Ha sido uno de esos silencios por los que unovale más por lo que calla que por lo que habla. Para Peeta ha debido de sertambién suficientemente largo, porque no ha tardado nada en tirar por la bordasu autocontrol y exigirle a nuestro mentor respuestas. Respuestas que nosotrosya conocemos.
- Tenemos que volver a jugar.
Mi voz suena fría, dura, calculadora. Suena como aquellachica que recorría las calles de un Capitolio en guerra movida única yexclusivamente por la sed de venganza y el odio, contra todo y contra todos.Mis ojos no abandonan los de Haymitch en ningún momento cuando lo digo y puedover la ligera mueca de satisfacción que se forma en su cara cuando me oye. Sabeque lo sé, sabe que le entiendo, y se alegra de que no hayamos perdido eso aúndespués de tantos años.
- ¿Qué? ¿Jugar? ¿Jugar a qué? ¿¡De qué demonios estás hablando,Katniss!?
Peeta se altera, entendiendo que nos hemos vuelto acomunicar sin que él se dé cuenta, y se frustra, como yo lo haría si lasituación fuese a la inversa. Bueno, seguramente yo me frustraría y enfadaría apartes iguales. Haymitch entiende que es el momento de hablar en voz alta yexpone con detalle la situación:
- Paylor os quiere en el dos para la boda de Gale. Sin peros.No va a admitir un no por respuesta. Tiene a toda la maldita nación pateando lapuerta de su casa (en sentido figurativo, por supuesto) pidiéndole a gritossaber de vosotros. Os quieren ver, quieren saber cómo os ha tratado la vidaestos años, quieren saber si seguís vivos. No quieren más rumores. Os guste ono, seguís siendo la cara bonita de la Rebelión, sobre todo tú. - diceseñalándome. Me limito a poner los ojos en blanco. - Así que vosotros veréiscomo lo afrontáis, pero en menos de un mes tenéis que estar en el dos,asistiendo a una bendita fiesta más y sonriendo para las cámaras como siestuvieseis encantados de conoceros. No han cambiado tanto las cosas, ¿eh?
Haymitch se ríe con su propio chiste y yo me hundo un pocomás en la miseria al oírle decir tantas verdades juntas y al darme cuenta deque esta vez no habrá bayas venenosas que me salven. Peeta suelta un suspiro dealivio, no sé muy bien a santo de qué.
- Está bien, iremos. - dice mi marido muy aliviado. - ¿Tantopara esto? Habéis conseguido asustarme.
¿Tanto para esto? ¿Cómo que tanto para esto? ¿Y cómo queiremos? Oh, no. Se avecina tormenta. Habían sido dos meses demasiado idílicos
- ¿¡Cómo!? ¿Cuándo hemos decidido ambos que iremos? - contesto haciendo hincapié en "ambos".
Peeta me mira, yo le miro a él, Haymitch nos mira a los dos.Otro silencio más, éste tenso por motivos distintos, y sospecho por la cara demi mentor que le gustaría irse antes de que todo estallara en mil pedazos.Peeta, con cara compungida y esperándose lo peor (¡ay!, mis queridas hormonas,¿qué hacéis conmigo para que provoquemos este efecto?), se explica:
- Quiero decir que tampoco tenemos otra opción, amor. -comenta conciliador. - Si lo que dice Haymitch es cierto, que no entiendo porqué habría de ser de otro modo
- Gracias
- murmura Haymitch entre dientes.
-
estamos atados de pies y manos. No nos queda otra. - termina Peeta.
- ¿¡Pero tú me has visto!? - grito. - ¡No pienses que voy aexponer a mi hijo a esto! -sentencio.
- ¡Por todos los cielos, Katniss! ¿Y qué pretendes hacer?¿Esconderte hasta el fin de los tiempos? No nos queda más remedio que asistir. ¡Tambiénes mi hijo, pero no hay otra opción!
Y cuando Peeta me eleva la voz, aunque no la eleva ni uncuarto de lo que la elevo yo, rompo a llorar. Me supera la situación. Me superaestar embarazada, me supera estar casada, me supera tener que volver a ver aGale, me supera tener que volver a plantarme ante las cámaras y me superaperder la comprensión de Peeta, aunque solo sea por unos segundos. En estemomento, todo es superior a mí y me siento como un grano de arena en una playa,sin voz ni voto sobre mi propia vida, como ha sido siempre desde que mepresenté voluntaria en aquellos malditos Juegos. Obligada a perder, obligada aser una pieza más, obligada a jugar.
Peeta me acuna entre sus brazos y me pide perdón al oído unay otra vez. Sé que no estoy siendo justa, no ha dicho nada malo, pero que lohaga me reconforta. Lloro sobre su pecho, incapaz de ajustarme a su cuerpo comosiempre lo he hecho, y lloro un poco más por eso también, porque le echo demenos. Echo de menos poder envolverme en sus brazos por completo y echo demenos abrazarle y sentir su pecho apretarse contra el mío. Igual que echo demenos salir a cazar, negociar en el Quemador o andar sin parecer un pato. Echode menos millones de cosas que sé que recuperaré cuando nazca el bebé y esa esla parte por la que deseo que lo haga ya. Pero sin embargo está ese otro ladode mi mente, el que es oscuro y está lleno de cicatrices, que me grita una yotra vez, alarmado, advirtiéndome del peligro que correrá mi hijo desde elmismo instante en que abandone mi interior.
Haymitch borra de su cara la sonrisa burlona que habíamantenido durante nuestra, para él divertida, discusión y me mira comprensivo.Jamás hubiese pensado que eso estuviese dentro del escaso repertorio emocionalde Haymitch, pero irónicamente él será a buen seguro el que mejor puedaentenderme. También compartimos miedos.
- Escucha, preciosa. - empieza pausado cuando he conseguidoapaciguar mis sollozos un poco. - El chico tiene razón. Esta vez no hayelección, y lo sabes. Si no os habéis tenido que enfrentar a esto antes esporque Paylor lo ha impedido. Las cámaras de Plutarch nunca han entrado en eldoce porque ella no le dejó, por mucho que insistió. Esa mujer os aprecia, teaprecia, y se de buena tinta que se ha llevado sus buenos quebraderos de cabezacada aniversario para justificar vuestra ausencia. Ella sabe lo que te debe, loque te debemos todos, pero hay ciertas cosas que no puede evitar, y entre esascosas está tú destino. Quizá el día que aceptaste ser el Sinsajo no entendistepor completo lo que significaba, quizá ninguno lo hiciéramos en realidad, peroesa decisión ya la tomaste y es algo que no se puede borrar. Está en tu manodecidir cómo quieres jugar tus cartas, pero ten claro que de una forma u otravas a tener que jugarlas. No tienes opción. - sentencia. Tras una breve pausa,añade: - Sólo te queda negociar, comohas hecho toda tu vida, por ti, por tu madre y por tu hermana antes. Por Peeta,por tu hijo y si tengo un poco de suerte quizá hasta por mí ahora. - dice, yconsigue sacarme una sonrisa. - Seguimos siendo un equipo, Katniss. El chico yyo estamos aquí para apoyarte en todo lo que hagas. Sigues siendo el Sinsajo yseguirán teniendo que buscar la forma de bajarte la Luna si lo pidieras. Porquete lo deben, porque te lo debemos.
Sus palabras flotan en el aire como una balsámica armonía.Puedo contar con los dedos de una mano las veces que Haymitch se ha expresadode una forma como esta, casi como si fuese Peeta. Y ha debido de entenderperfectamente mis miedos para haber decidido que ahora era el momento dehacerlo. Me entiende, me comprende, me quiere, como mi padre.
Peeta me besa la sien y sonríe sutilmente a Haymitch,dándole las gracias. Yo les miro, primero a Haymitch y luego a mi marido, y mesiento querida y reconfortada, haciendo que toda la angustia que sentía haceunos minutos se vaya por el desagüe. Me siento apoyada, amada, valorada, y porprimera vez en mi vida quiero jugar mis cartas por un motivo más noble que lavenganza. Quiero jugar las cartas por amor, por futuro, por esperanza. Quierojugar mis cartas y enfrentarme al mismo Juego de siempre, solo que esta vez noestoy sola. Esta vez tengo a estos dos hombres, mis dos ases en la manga.
¡UN AÑO JUNTOS! ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS Y MÁS GRACIAS!
Ésta semana estamos de celebración por el año que cumple el fic aquí en potterfics así que será una semana especial ;) Os recomiendo que permanezcáis atentos... :P
Pasada la euforia y volviendo al capítulo, espero que os haya gustado y aclarado cosas a algunas de vosotras, que con el anterior os habíais quedado un poco descolocadas jajaja Como véis, las metáforas de los Juegos dan para mucho.
Lo dicho, estoy feliz de la vida de que sigáis ahí como hace un año e igual de feliz de que aún a estas alturas sigamos captando adeptos. Es todo un honor :)
¡Nos leemos pronto! (Mucho más pronto de lo que os esperáis... jijiji)
¡BESOS! <3
- ¿Lo tienes todo?
La pregunta de Peeta en el umbral de la puerta de casa haceque me revise de pies a cabeza. Bueno, decir que me reviso de pies a cabeza esmetafórico, porque los pies hace tiempo que no me los veo
- Sí, creo. Van a ser solo un par de días. - contestopasándole la pequeña maleta de mano.
Cierro la puerta de casa, muy a mi pesar, y me uno a Peeta ya Haymitch en nuestro camino hacia la estación. Me acurruco en el costado de mimarido para resguardarme del frío de primera hora de la mañana mientrasHaymitch flanquea mi lado derecho, como un guardaespaldas. Entre los dos noshacen un sándwich a mi barriga de ocho meses recién cumplidos y a mí. A vecesme agobian, pero hoy no me quejo.
En unas horas estaremos en el Distrito 2, rodeados decámaras, focos y gente, mucha gente. La boda lleva abriendo los informativosnacionales casi una semana y, como me vi obligada a confirmar mi asistencia, micara y la de Peeta ya ha salido en pantalla más veces de las que me gustaría.El país está revolucionado (en el buen sentido esta vez, si es que eso existe)y deseoso por ver a los ya-no-tan-trágicosamantes del Distrito 12 de nuevo. Por suerte o por desgracia, lo del embarazono se ha filtrado aún (no sé si es que tengo muy buenos vecinos o Paylor tienealgo que ver en eso), pero no pienso preocuparme más por ello hasta que no mequede otro remedio.
La estación de tren está desierta a estas horas, así que meembebo de la soledad que tanto sé que echaré en falta durante las próximas 48horas. Vamos justo para el día de la boda y para algo que un muy emocionadopormiasistencia Gale llamó"despedida de soltero". Según me explicó él cuando hablamos por teléfono, esuna antigua costumbre que en el dos aún se mantiene y que consiste en hacer unafiesta la noche previa a la boda para celebrar el adiós a la soltería de losnovios. Sinceramente, no me ha quedado clara del todo mi aportación a esefregado, solo sé que voy a tener que pasar parte de la tarde y de la noche sinPeeta, porque los hombres irán con Gale y las mujeres nos quedaremos conSerene. Ni gota de gracia.
Con un dramático suspiro me acomodo en el frío banco de laestación para dar algo de descanso a mis hinchados tobillos. Haymitch y Peetase quedan de pie a mi lado, cada uno a un costado, y con las maletas de manofrente a ellos. Unas gafas oscuras y parecerían aquellos monstruosos escoltasque nos protegían de la muchedumbre en el Capitolio.
- ¿Podéis hacer el favor de sentaros? - solicito nerviosa. Nodejan de mirar hacia los lados, como si algo estuviese a punto de echársenosencima, y me están poniendo mala.
Ambos me miran, como si lo que acabo de decir fuese la mayorestupidez que hubiesen oído jamás, y me ignoran por completo, adoptando denuevo esa pose de machos alfa que no soporto en ninguno de los dos. ¡Como si yono fuese capaz de cuidar de mí misma!
Resoplo malhumorada y me dedico a observar a los sinsajossaltar de rama en rama, haciendo caso omiso de la mirada de disculpa que mearroja Peeta pocos segundos después.
El tren no tarda en llegar y casi al instante me veoarrastrada hacia el interior, medio en volandas, cogida por Peeta y Haymitch,uno por cada brazo. Cuando se cierra la puerta de la exclusiva primera claseque mi mentor se empeñó en reservar entera para nosotros, me suelto delincómodo agarre que ambos mantenían aún en mis brazos. Esto ya pasa de castañooscuro. ¿Qué van a hacer cuando lleguemos al dos? ¿Encerrarme en una habitaciónbajo llave?
- ¿Se puede saber de qué vais? - les espeto en cuanto mis piestocan tierra firme.
Mi salida de tono recibe dos miradas reprobatorias, como lasque le dirigirías a un niño pequeño cuando está a punto de comenzar unberrinche, pero ni yo soy una niña pequeña ni pienso patalear. Lo que voy ahacer es ponerles los puntos sobre las íes.
Visto que no saben por dónde voy, les agarro a cada uno porun brazo y los arrastro conmigo hacia el lujoso sofá que preside el vagón deentrada. Me siguen, un tanto sorprendidos al parecer porque no haya perdido mifuerza. ¡Por todos los cielos! ¡Estoy embrazada, no inválida!
- Sentaos. - les pido lo más calmada que puedo cuando llegamosal asiento. Ocupo mi sitio frente ambos en un sillón y espero a que hagan loque les he pedido.
Se miran entre sí, dudan y me dirigen un muy sincronizadoceño fruncido, pero mi gélida mirada debe de ser lo suficiente amenazadora comopara que ambos pasen saliva y obedezcan sin rechistar. Se van a acabar lastonterías.
- Muy bien, - comienzo cuando se han sentado. - antes dellegar al dos voy a dejaros claras un par de cosas.
A pesar de que uso un tono sereno, Peeta empieza a frotarselas manos en el pantalón, signo de que está nervioso. Ya sabe lo que se leviene encima. Haymitch adopta su pose despreocupada, como si no le importara lomás mínimo lo que pienso decirle, pero el sudor sobre su labio superior ledelata. Sabe tan bien como Peeta que de esta no se libran.
- Primero de todo, soy una mujer LIBRE. - digo poniendoénfasis en la última palabra. - No me he pasado los últimos cinco años luchandopor la libertad de toda la nación como para que ahora que puedo hacer lo que mede la real gana vosotros me pongáis normas. Soy adulta, y como tal la única conderecho a decidir lo que hago, cuándo lo hago y cómo lo hago.
Mi marido hace amago de intervenir, pero le corto mandándoledagas con los ojos. Se calla antes incluso de haber comenzado y agacha lacabeza. Si le dejo empezar a hablar acabará convenciéndome hasta de que tengoque comprar la Luna si es preciso.
- Eso por un lado. Por el otro, NO soy una muñeca deporcelana. Lo que llevo dentro NO se va a romper porque la gente me mire, mehable o incluso me toque. Si en un momento dado yo no quiero que lo hagan, soyautosuficiente como para decírselo y hacer que lo respeten. Y si alguien sepasa de la raya ya me encargaré yo de darle una buena patada en el trasero.
- Estás tú como para levantar mucho la pierna
- gruñeHaymitch por lo bajo.
- ¡Haymitch! ¡Esto va en serio! - y mi grito basta parahacerlo callar. - ¿Qué pretendéis hacer cuando lleguemos al dos, eh? ¿Quépretendéis hacer cuando nos rodeen cientos de personas en la estación al llegaro cuando nos cosan a preguntas de camino al hotel? ¿Qué pensáis hacer estanoche cuando vosotros os vayáis por un lado con Gale y yo por otro con Serene?
Me desahogo y libero la tensión de estas últimas semanas.Han estado muy encima de todo lo que he hecho o he dejado de hacer. Casi hastame han controlado las comidas y la falta de libre albedrío siempre la hellevado fatal. Cuando me tranquilizo un poco vuelvo a dirigirme a ellos:
- En serio, chicos. Sé que vuestra intención es protegerme,protegernos a ambos, - digo señalando mi prominente barriga. - pero me estáisahogando. No me dejáis respirar. Necesito que me cedáis un poquito de espaciovital. Lleváis años repitiéndome que ya no debo temer más, que estamos a salvo,y sin embargo ahora actuáis como si en cualquier momento fuese a estallar unatercera guerra civil. Relajaos un poco, por el bien de todos.
Cuando termino mi monólogo, veo cómo la culpa hunde un pocolos hombros de Peeta, que sigue con la cabeza gacha, y cómo los ojos deHaymitch abandonan cualquier tipo de sarcasmo que reflejaran antes. Quizá mehaya pasado un poquito
- Katniss, yo
- balbucea Peeta. - No sabía que te lo estabahaciendo pasar tan mal. Si lo llego a saber no me hubiese comportado así, peroes que tengo tanto miedo a que os pase algo a alguno
Antes de que me dé tiempo a decir nada para destensar unpoco la atmósfera, Haymitch habla:
- Yo también lo siento, preciosa. Supongo que me he dejadollevar por la novedad de tener alguien a quien cuidar
Me incorporo como puedo, entornando los ojos cuando amboshacen el amago de levantarse para ayudarme, y les hago apartarse para sentarmeentre ellos. Para posar el culo en el sofá sí que me valgo de la mano que metiende Peeta. Quién diría que bajar es más difícil que subir
Acomodada, lescojo las manos a los dos, que están expectantes, y las llevo sobre mi tripa.Ellos se acercan a mí, uno por cada lado, y yo recuesto la espalda en el sofá,dejando que ambos se inmiscuyan en mi campo de visión para así poder hablarlesa la vez:
- No tengo nada que recriminaros. Sé que si la situación fuesea la inversa yo lo estaría haciendo mil veces peor y que sería mucho mássobreprotectora que vosotros. Miedo me da el día que nazca el bebé
Pero tenéisque hacer un esfuerzo por entender que esto - y nos señalo a los tres. - no essostenible. Sé que no voy a poder hacer que os dejéis de preocupar por mí, peropor el bien de todos, incluso del bebé, os pido que procuréis ir haciéndoos ala idea de que va a haber cosas, muchas cosas, que se escapen a vuestrocontrol. Aquí en el tren, dentro de unas horas en el dos, mañana en la boda ymás aún cada día que pase a partir de cuando nazca el niño. Bastante tendrá yacon tener detrás a la madre más paranoica de todo Panem. - digo en clave dehumor, aunque no es del todo incierto. Haymitch y Peeta se ríen y la tensión serebaja notablemente. - Tomaos estos dos días como un entrenamiento, vosotrosque podéis. Id haciéndoos a la idea y estad preparados, porque yo no tengo esaoportunidad y entonces, cuando yo haga lo mismo con el bebé, podáis estar ahípara hacerme ver que no hay nada por lo que temer. Sabéis mejor que nadie loduro que está siendo para mí aceptar que en unos días no voy a poder proteger ami hijo con mi propio cuerpo, y no quiero que lo primero que vea al llegar almundo sea una madre histérica, un padre sobreprotector y un abuelo quedesenfunda un cuchillo a la mínima de cambio. Sé que os tengo a los dos, y nopodría estar más agradecida por ello. Lo haréis estupendamente.
Cuando termino de hablar, parece que soy algún tipo deexperta en esto de la maternidad, pero algo ha debido de despertar en mí elbebé, porque jamás me había sentido tan madura ni responsable como me sientoahora. Ni tan siquiera se asemeja a todos esos años en los que fuiprácticamente una madre para Prim.
Peeta y Haymitch me miran con asombro e incluso devoción, meatrevería a añadir. Para ellos oírme hablar así tiene que ser casi tan rarocomo para mí misma.
- ¿Sabes? - pregunta retóricamente Haymitch. - El embarazo teha hecho sentar la cabeza, preciosa.
- Como si alguna vez la hubiese tenido fuera de su sitio
- lecontesta Peeta por mí sin apartar sus ojos de los míos y con una sonrisa deadmiración embelleciendo aún más su hermoso rostro. No puedo hacer otra cosaque sonreírle tontamente y ponerme roja.
Haymitch se ríe, me da un beso en la mejilla y se excusa,alegando que tiene que acomodarse en su camarote y husmear entre las botellasdel caro y exclusivo alcohol del vagón bar.
Peeta se inclina sobre mí y me da un tierno beso en loslabios, posando su mano libre sobre mi barriga acompañando a la otra. Cuando sesepara, desplaza sus labios a mi oído y susurra:
- Eres la mujer más increíble del universo y nuestro hijo nopodría desear una madre mejor. Te amo con todo mi ser.
El cálido aire que escapa de su boca me hace cosquillas enla oreja y sus palabras, tan dulces y tiernas como solo él puede hacerlas sonar,me llegan al alma, como si fuese la primera vez que le oigo decirme algoparecido. Le devuelvo el beso sin saber qué contestarle, como me pasa siempreque me desnuda con susurros, y deseo con toda mi alma que también le apetezcahacerlo con las manos.
¡Estoy de vuelta! Bastante rápido esta vez. Espero que no se os haya hecho tan largo como a mí :P
Aquí tenéis el segundo capítulo en una semana. Una pequeña variación en la rutina habitual para celebrar el año que cumple el fic entre nosotros. Respecto al resto de sorpresas, se me olvidó (mil perdones os pido) avisaros de que la serie de one-shots que he lanzado por el aniversario de la historia estarán solo disponibles en facebook por el momento. Espero que entendáis que es mi manera de agradecerle a la gente que también me apoya allí su dedicación y su entrega. Estáis tod@s invitad@s SIEMPRE a pasaros por la página de facebook y leer allí los one-shots que vaya publicando. De momento hay uno y el próximo estará listo para leer esta misma tarde :)
¡Os espero a todos! Besos y gracias <3
www.facebook.com/unlagoyunacancion
El eco del paso del tren a gran velocidad por varios túneles consecutivos y la luz intermitente de los focos que los alumbran me despiertan de la siesta. Ya no entra luz natural por las ventanas como lo hacía hace un par de horas cuando me quedé dormida con la cabeza en el regazo de Peeta. La rápida sucesión de túneles ha dado paso a uno interminable que, combinado con mi aún adormilada cabeza, me hace creer por unos instantes que estoy de vuelta en el Transportador subterráneo del Capitolio. Al notar mi agitación, Peeta me pasa repetidamente la mano por el pelo y me susurra sosegadamente al oído, devolviéndome al mundo real de entre la bruma momentánea que el sueño y los malos recuerdos habían generado.
No tardo en calmarme y enseguida reduzco la presión que mis brazos ejercían sobre mi voluptuoso vientre de forma instintiva. El bebé está bien, sano y salvo, igual que Peeta, igual que yo.
- ¿Dónde estamos? - le pregunto con voz ronca a mi marido, que no ha dejado en ningún momento de acariciarme.
Me giro para ponerme bocarriba y anclar mi mirada a ese profundo cielo azul que son sus ojos. Con una sonrisa tan natural como bella, me responde:
- Estamos entrando al dos. Por eso tanto túnel.
El dos está rodeado de escarpadas montañas de hierro macizo, igual que el Capitolio. Hacer estos túneles no fue obra de nuestro antiguo Gobierno, ni mucho menos del nuevo. Son un legado de nuestros antepasados, que ahondaron en las profundidades de la Tierra todo lo que pudieron y más en busca de más materiales para hacer armas letales con las que luchar entre ellos. Los túneles fueron creados en una época de prosperidad en la que todos los pueblos, ciudades y países estaban conectados entre sí. Una época de la que nadie se acuerda, porque todo el mundo recuerda el horror que le siguió con la guerra.
Gracias a las escasas clases de historia en las que nos hablaban de algo más que de los Días Oscuros y a las tres veces ya que he venido a este distrito logro ubicarme. Estamos pasando el gran túnel de casi 16.000 metros de longitud que comunica una ladera de la montaña con la contraria. Por el rato que llevamos a oscuras alumbrados solo por las luces artificiales del propio túnel debemos de estar a mitad de camino, justo en el centro de la montaña. El sudor comienza a copar mi frente en cuanto lo pienso, así que lo aparto de mi mente de la misma y busco con mi cara el contacto de la mano de Peeta.
- Tranquila, enseguida cruzaremos al otro lado. - me calma Peeta, tan intuitivo como siempre.
Trato de incorporarme como puedo, con más ayuda de mi marido de la que me gustaría admitir, y me siento a su lado en el comodísimo sofá en el que me he echado la siesta. Haymitch sugirió que fuese a alguna de las habitaciones a dormir ya que las había pagado, pero el sofá me pareció una opción igualmente válida sabiendo que ellos se quedaban ahí.
Le busco con la mirada hasta que lo encuentro sentado justo frente a mí, con una copa de líquido ambarino en la mano que reposa sobre el cabecero del sillón que ocupa y con los ojos fijos en mí. Me ha estado velando durante mis sueños, igual que Peeta.
Resoplo y entorno los ojos.
- Hola de nuevo, preciosa. - me saluda Haymitch en su tono burlesco habitual. Ya no sé ni por qué lo usa, se le ha debido de quedar.
- ¿Calentando motores? - le contesto, haciendo un ademán en dirección al vaso medio vacío.
Haymitch lo mira, como si no se hubiese dado cuenta de su presencia hasta ese mismo instante, y de un trago se bebe el resto, secándose la boca con la manga poco decorosamente. Peeta niega con la cabeza y ríe por lo bajo mientras Haymitch me sonríe de medio lado.
Yo resoplo y entorno los ojos de nuevo.
- Algún día eso te va a matar. - le digo.
- De algo hay que morir. - me contesta con una elevación de hombros sin darle mayor importancia a mi afirmación.
Antes de que pueda empezar una larga y extensa reprimenda en la que le digo una y mil veces lo mucho que me gustaría, a pesar de todo, que viese crecer a mi hijo y que fuese una parte activa de la familia en su vida, la luz de última hora de la tarde entrando por la ventana me ciega. El sol está bajo, escondiéndose tras las montañas que acabamos de cruzar, y me da de lleno en los ojos. Instintivamente me los cubro y trato de parar el absurdo lagrimeo hasta que se me acostumbran a la claridad y puedo observar con más detalle la asombrosa escena a vista de pájaro que tengo del Distrito 2.
Como se entra por la ladera de la montaña más alta y el distrito está varios metros incrustado en la tierra, la vista panorámica de la ciudad es asombrosa. Recuerdo haberla visto por primera vez durante la Gira de la Victoria y una segunda cuando vine a visitar a Gale hace ya tanto tiempo. La vez que entramos con los Rebeldes no lo hicimos por esta vía, así que no cuenta. Aun así, lo recuerdo con todo lujo de detalles, sobre todo por la contraposición que suponía haberlo visto en su máximo esplendor durante la Gira y en la máxima expresión de decadencia durante mi visita de hace más de dos años.
Aún recuerdo el Hueso completamente sepultado por toneladas y toneladas de tierra tras las explosiones en las laderas circundantes, echando humo por todos sus orificios de entrada que quedaban sin taponar, que eran los mismos que los de salida. Recuerdo haberlo visto casi un año después, con la ciudad prácticamente arrasada hasta los cimientos pero poblada, a trozos, por ciudadanos de actitud castrense que bajaban día tras día desde los poblados en las montañas hasta el mismo centro para reconstruir lo que una vez fue su hogar.
Y aquí estoy hoy, observando por cuarta vez la misma ciudad, aunque cada vez que la he contemplado pareciera otra distinta. Ya no reluce como antes de la Guerra, pero tampoco humea ni está teñida de sangre como tras la misma. Ahora es algo distinto, el perfecto ejemplo de lo que una sociedad organizada puede conseguir en tan poco tiempo. El cauce del río que lo atraviesa ha sido recanalizado, reparando los puentes que lo cruzaban y limpiándolo de toda la porquería que se vertió a él durante la batalla. La ciudad principal, aunque en la periferia aún se observan grúas y andamios, ha sido reedificada, luciendo no hermosa si no sobria, después de haber sido arrasada en su mayoría. Pero el mayor cambio es el Hueso, al que ya no se le puede llamar Hueso nunca más porque las laderas que una vez lo sepultaron forman ahora parte de la propia montaña, cubiertas por completo de árboles y plantas que han tenido que crecer a un ritmo vertiginoso para crear ese tapiz. Casi mágico lo que la naturaleza puede hacer si no nos interponemos en su camino y le dejamos seguir su curso.
Miro a Peeta, maravillada, buscando en su expresión el mismo asombro que sé que se puede leer en mi rostro. Él nunca llegó a ver el Distrito 2 en su peor momento, pero algo en el tono triste con el que se tiñen sus ojos me da a entender que quizá sea peor poder especular con la cantidad de posibilidades de por qué las laderas de otras montañas cubren los laterales de un fortín.
Le sonrío tristemente y le doy la mano, sabiendo que para él es impensable, aún después de todo lo que le hicieron, que la raza humana sea capaz de cosas tan crueles.
Me ahorro el detalle de que esto en concreto se lo debemos a Gale.
Tragándome mi amargura, propongo en alto que vayamos a recoger nuestros equipajes y nos preparemos para lo que sea que nos espere tras las puertas del tren una vez lleguemos a la estación.
Van a ser dos días muy largos.
¡He vuelto!
Ante todo, disculpad este laaargo mes sin una sola actualización. Se me estropeó el ordenador y las vacaciones de Semana Santa se me cruzaron de por medio, así que no he tenido oportunidad de hacerlo hasta ahora. Sinceramente os digo que incluso a mí se me ha hecho eterno. Tengo pensadísimo lo que quiero para los próximos capítulos y no puedo esperar a saber qué opináis ^^
Sea como fuere, espero que sepáis perdonar el retraso y este capítulo 95 os ayude a hacerlo ;) Pronto estará listo el 96 así que os aconsejo estar atent@s si no seguís la página del fic en facebook (os la recuerdo www.facebook.com/unlagoyunacancion). Por supuesto, invitadísim@s estáis a pasaros por allí cuando queráis, igual que por la sección de comentarios donde os voy a esperar ANSIOSA ;)
¡Nos leemos MUY pronto! ¡BESOS!
P.D:
A DANDELION9299, que dejó algún comentario en capítulos antiguos. Por si no te has dado cuenta te he contestado y me ha hecho mucha ilusión leerte en lugares tan "remotos" ;) Gracias.
www.facebook.com/unlagoyunacancion
Gale nos espera con su séquito a la salida del tren. Y digobien, séquito, puesto que eso es lo que parece que lleva detrás, con más decinco robustos hombres guardándole las espaldas (o guardándonoslas a todos, nosabría qué decir). Miran a un lado y a otro, se ocupan inmediatamente denuestro equipaje y celan las puertas fieramente, para que nadie sinautorización pueda poner un pie en esta exclusiva y privada sala de laestación. O fuera de ella.
Desecho ese último e inquietante pensamiento lo más rápidoque soy capaz.
En cuanto me ve, deja de dar órdenes a diestro y siniestrocomo un poseso y clava sus ojos en los míos primero, en mi vientre después. Nose lo dije, tampoco creí que se lo debiera, pero cuando una sombra de dolor lenubla la mirada durante un instante desearía haberlo hecho. Rápidamente serecompone y vuelve a ser el Gale sonriente y emocionado que ya he conocido porteléfono y al que no termino de ubicar.
- Catnip. - susurra en mi oído cuando me abraza de una maneraun tanto incómoda para ambos. Puedo contar con los dedos de una mano losabrazos que nos hemos dado a lo largo de toda nuestra vida.
- Hola, Gale. - saludo yo en respuesta, un tanto incómoda consu repentina cercanía.
- Peeta, - asiente en dirección a mi marido. - Haymitch, - dice,siguiendo el mismo proceso con mi mentor. - encantado de volver a veros.
Mis dos guardaespaldas particulares (huelga decir que apenasme han dado dos centímetros de cuerda desde que nos apeamos del tren) saludanigualmente a Gale y examinan a los gorilas que tenemos por todos ladosrodeándonos, evaluando las distintas vías de escape. Es instintivo. Yo tambiénlo he hecho nada más entrar. Cosas de los Juegos.
- Estás preciosa, Catnip. Y enhorabuena, imagino. No creo queeso sea obra de los bollos de Peeta.
El comentario de Gale, con toda la buena intención delmundo, queda un tanto forzado y enrarece el ambiente aún más si cabe, pero lerespondo con una sonrisa y un gracias tan débil que hasta a mí me cuesta oírlo.Aun así, Gale parece hacerlo y, con una mirada que me deja entrever quehablaremos más tarde de esto, comienza a explicarnos en tono jovial lo que nostiene preparado para estos dos días.
Distraída y oyendo pero sin escuchar realmente lasbanalidades que mi amigo suelta por la boca le sigo a través de la puerta,poniéndome en tensión cuando pasamos al lado de los dos hombres tan cuadradosque me recuerdan a los antiguos Agentes de la Paz. Peeta y Haymitch meflanquean los costados, mucho más interesados en lo que Gale cuenta, tratandode trazar un plan o de idear una estrategia por si las cosas se tuercen.
Toda información es poca en la mente de esos dos cuando setrata de los acontecimientos que me van a rodear durante las próximas cuarentay ocho horas.
Aburrida, cansada y con ganas de dormir, recorro lospasillos por los que nos conduce Gale, sabiamente despejados para que nadie queno tenga su expreso consentimiento se acerque a nosotros. Me alegro de que conesto la prensa quede también fuera. Dos coches nos esperan en el pabellónsubterráneo al que vamos a dar, negros como el tizón y relucientes comodiamantes. Son grandes, enormes más bien, y tienen pinta de pesar una tonelada.
Partimos en el primer coche, seguidos de cerca por elsegundo en el que viajan cuatro de los cinco gorilas con caras de pocos amigos.Sugirieron que Peeta y yo viajáramos por separado, por si las moscas, pero yomisma me encargué de aclarar ese punto con tan solo una mirada. Gale, en cuantome vio, no dudó ni un instante en desestimar la sugerencia y apremiarnos paraque entráramos los tres al coche.
El camino hasta el hotel en el que nos alojaremos todos losinvitados a la boda se me hace eterno. Mi amigo no deja de parlotear desde suasiento de copiloto y es la primera vez en mi vida que le oigo discurrir tanto.Nunca, y repito, nunca jamás en la vida le he oído decir tantas cosasinsustanciales seguidas. Siempre fue un hombre parco en palabras, y cuando levi la última vez seguía siéndolo, pero ahora no le reconozco. Pensé que habíaempezado a recuperar a mi amigo.
Gracias a su monólogo (que dura todo lo que dura el viaje)nos enteramos de que Gale ha alquilado el hotel al completo para, y cito: "uso y disfrute exclusivo de los invitados".Además, y en sus propias palabras, no tendremos que preocuparnos por visitasindeseadas de la gente de la ciudad en busca de una foto o un autógrafo, porquetodo el recinto está vallado y protegido por una seguridad privada que él mismoescogió.
¿Desde cuándo es un gilipollas redomado?
Gale jamás se hubiese referido a gente que ha pasado por lamisma Guerra que él como "indeseados".Mi Gale, mi amigo, mi compañero de caza jamás hubiese alardeado durante mediahora de lo maravillosamente exquisito que es el hotel, el banquete y suestúpida seguridad privada.
Mi mejor amigo jamás hubiese montado este circo mediático eldía de su boda. Con tostar el pan en la intimidad de su hogar le hubiesevalido, igual que a mí.
Me lamento en silencio por haberlo perdido sin darme cuentay asumo mi parte de culpa por haberle dejado llevarse así por el dolor de laGuerra. Detrás de toda esa euforia y extravagancia sé que se esconde una granlosa con el peso de todos los muertos que lleva a sus espaldas, igual que yollevo a los míos y jamás me los quitaré de encima. Y me culpo, porque algo máspodría haber hecho para salvar la esencia de aquel hombre por el que algún díasentí tanta admiración, tanto respeto y tanto amor. Porque algo más podríahaber hecho por no dejarle tapar los agujeros de su vida con la opulencia de laque vive rodeado desde que es el máximo dirigente militar del Distrito máspróspero de Panem.
Ojalá no sea demasiado tarde.
Me reengancho a la conversación un par de minutos antes dellegar a nuestro destino, atraída por la pregunta de Peeta:
- ¿Han llegado ya todos los invitados o aún esperáis más?
Podría parecer una pregunta como otra cualquiera, simplerutina para hacer ver que te interesa lo que te cuentan, pero yo sé que va másallá. No tenemos una lista exacta de la gente que acudirá a la boda, pero porlo que hemos oído incansablemente y a todas horas en las noticias y por lasmolestias que se están tomando para hospedar a todo el mundo seguro que sealcanzan cifras estratosféricas. Si algo ha cambiado notablemente en la formade ser de Peeta es que ya no se mueve como pez en el agua entre el gentío. Haperdido esa cualidad suya de nadar entre masas tan grácilmente como Finnick lohacía en el mar. Se agobia, no tanto como yo, pero lo hace. Sus ataques se precipitancuantas más cosas escapan a su control y un gentío presumiblemente ebrio no esalgo que se pueda controlar fácilmente. Estará en tensión constante, lo sé,pretendiendo divertirse cuando cada palmada en su espalda o empujóninvoluntario amenazarán con desencadenar un flashback.
Tendré que comentar esto con Haymitch más tarde.
Cesando su verborrea, Gale le contesta:
- De los importantes habéis sido los últimos. - nos dice congesto cómplice. - Quiero decir, a la ceremonia de mañana asistirá mucha gentemás, hoy solo estamos la familia y los amigos cercanos.
Me relajo notablemente sabiendo que no tendré queenfrentarme a la muchedumbre nada más llegar y pido para mis adentros poderdisfrutar de una noche tranquila al lado de mi marido, aunque eso lo veobastante poco factible. ¿En qué demonios consistirá una despedida de soltero?Como estoy perdida y temo lo que se me viene encima, pregunto:
- ¿Qué significa que vayamos a celebrar una despedida desoltero, Gale?
El gorila número uno (el conductor de nuestro coche) hace unpar de maniobras, limpias hasta donde yo puedo juzgar, y aparca en otropabellón subterráneo. Seguramente por debajo del hotel. El segundo coche hacelo propio un metro a la izquierda. Gale se gira en su asiento y nos mira a lostres con una sonrisa traviesa en los labios. Creo que no me va a gustar lo quetiene que decir. A mi pregunta, Haymitch resopla y se ríe con anticipación, confirmandomis sospechas.
- Señores, señorita, - me muerdo la lengua para no corregirle.- significa que van a pasar ustedes la mejor y más alocada noche de sus vidas.
Arqueo las cejas con incredulidad. ¿Pretende que pase lamejor y más alocada noche de mi vida con mi madre, la suya y algunas mujeresmás? Sinceramente, ya tengo mis mejores y más alocadas noches clasificadas enla cabeza y Peeta es coprotagonista en todas ellas. Noto el calor ascender amis mejillas mientras imágenes aleatorias de cuerpos desnudos pasan por mimente. Desde luego, imposibles de superar. Al menos no en el Distrito 2 y lejosde mi marido
Bajamos del tanque negro que nos ha traído hasta aquí y Galetoma la delantera de nuevo, sin cháchara esta vez para descanso de todos. Nos guíahasta un ascensor a escasos metros del parking y reparo en que nuestraseguridad privada se ha reducido de cinco a dos gorilas. Entre ambos cargan connuestras maletas y a los tres restantes los pierdo de vista cuando las puertasdel elevador se cierran, dejándoles solos en el aparcamiento, hablando entreellos y comunicándose con otros compañeros que les dan vía libre para quesubamos a donde quiera que debamos ir.
Ya echo de menos la sencillez del doce y solo llevo una horaaquí. No sé cómo Gale lo soporta.
El ascenso hasta la décima planta, que es el botón que hapulsado Gale, es lento. Una tonta música de fondo nos acompaña. A mitad decamino, Peeta me da la mano y me acerca un poco a él, más para su confort quepara el mío. Estar encerrado en espacios reducidos le provoca siempre ciertodesasosiego, aunque no recuerdo que fuera claustrofóbico antes de que locapturara Snow. Seguro que está ligado a alguna tortura a la que lo sometieron.No pregunto.
- ¿Todo bien? - me limito a decir en un susurro cerca de su oído.Le sonrío.
- Sí, todo en orden.
Su respuesta queda un poco manchada de duda por la capa desudor que se le ha acumulado en la frente, pero me limito a asentir y apretarlela mano. Me alzo en puntillas como puedo y poso un suave beso sobre sus labios.No es real, le digo sin palabras.
Una voz neutra anuncia que hemos llegado a la décima plantay Gale, que ha estado observando nuestra complicidad por el rabillo del ojo,nos indica que podemos salir. Los gorilas uno y cuatro (dos, tres y cinco sonlos que se quedaron en los coches) se llevan nuestro equipaje sin mediarpalabra y desaparecen, cada uno por una puerta, para reaparecer dos segundosdespués, ya sin maletas. Con un movimiento de cabeza, Gale da su aprobación yambos descienden por las escaleras más próximas al ascensor.
- Bueno, - se dirige a nosotros, abandonando su pose demandamás. - está planta es única y exclusiva para vosotros tres. Es la últimaen la que hay habitaciones y la última a la que hay acceso por el ascensor, porlo que estaréis más tranquilos aquí arriba. Supuse que lo preferiríais así. -asiento con la cabeza, agradecida. - Por encima solo hay un par de plantas más:la del servicio, a la que se accede por otro ascensor distinto, y la azotea,para la que es necesario introducir un código especial en este mismo ascensor.Las vistas son impresionantes, así que os recomiendo pedir la combinación enrecepción y subir a echar un vistazo.
Otra azotea. Cuando Gale lo menciona me giro instintivamentehacia Peeta, que ya me está observando con media sonrisa en los labios. Laúltima vez que estuvimos juntos en una fue una de las mejores tardes denuestras vidas. Ajeno a todo, Gale prosigue:
- Ambas habitaciones son suites, por lo que el espacio no seráun problema. Además, disponéis de una amplia zona común al final del pasillo,con unos cuantos sofás y un mirador estupendo.
Madre mía, parece que regente él mismo el hotel
- ¡Ah! - exclama, cortando el hilo de mis pensamientossarcásticos. - También tiene una zona de ocio con una pequeña pero bien surtidabarra de bar. Licores de todo el país, Haymitch. Todo pagado, por supuesto.
El comentario consigue sacar a Haymitch de su estupor, quellevaba un rato bostezando y sacándose porquería de las uñas. Ya había empezadoa contar los segundos que le faltaban para soltarle algún improperio a Gale.
- Por fin dices algo con fundamento, chaval. Llevas una horahablando sin parar y es lo primero que dices que no me suena a chismorreo devieja.
Eso está mejor, más Haymitch.
Sin más ni más, nos deja a todos plantados donde estamos yse dirige a la sala que ha indicado Gale. Peeta reprime una sonrisa y yo hagolo que puedo por no reírle la gracia, pero una pequeña carcajada me traiciona.
- Lo siento. - me disculpo con Gale, pero no debo de resultarmuy convincente mientras trato de no reír de verdad.
- No pasa nada, - comenta él casualmente. - tiene razón. Llevotodo el viaje avasallándoos con detalles que seguramente no os importen paranada. Supongo que estoy nervioso. - se disculpa. - Como iba diciéndoos, en lospisos inferiores están alojados el resto de invitados. Justo debajo estamosSerene y yo, además de sus padres. Su hermana, Rory, Johanna y algunos amigosnuestros están en la octava planta - no comento nada de lo que puede suponerpara él y sus suegros tener a Johanna justo debajo. - y en la sexta estánAnnie, su hijo, tu madre y la mía, además de Posy y Vick. Mi hermano me dio unabuena tunda con que quería ir a la octava con Rory, pero aún no es mayor deedad, así que tendrá que quedarse con nuestra madre. Nada de juergas en mipresencia. El resto de pisos os guardan alguna que otra sorpresa que iréisdescubriendo. Agradables todas, espero. - comenta en tono críptico. - Por lodemás, eso es todo. El comedor y el salón común están en la segunda planta.Espero que esté todo a vuestro gusto. La gente del servicio está a vuestraentera disposición para lo que necesitéis. Cenamos todos juntos a las nueve enpunto. Os veo allí.
Dicho eso, Gale se mete al ascensor, pulsa el botón deltercer piso (que no sé a dónde lleva) y desaparece con una sonrisa de nuestravista. Peeta y yo soltamos un suspiro en cuanto lo hace y nos reímos un poco.
- ¡Vaya! - comenta Peeta. - No sabía que Gale tuviera alma deguía turístico. - me río de su comentario y le golpeo cariñosamente el hombro.
- No seas malo. Se le ve nervioso. Creo que quiere cumplirmuchas expectativas y se está olvidando de disfrutar del día de su boda. Menosmal que la nuestra fue mucho más bonita y tranquila.
- Pues claro que la nuestra fue más bonita. - me dice Peetamientras me abraza por la cintura y me acerca a él. - Al fin y al cabo, secasaba la mujer más hermosa de todo Panem.
Me besa la sien y yo respondo a su abrazo. Quizá no noscasáramos por todo lo alto ni tuviéramos un séquito completo a nuestrasespaldas, pero yo lo agradezco. Mi idea de una boda siempre había sido esa: untueste al calor de tu propia chimenea con el hombre al que amas y que te ama devuelta frente a ti, el silencio roto solamente por el crepitar del fuego avuestras espaldas y promesas selladas con un simple trozo de pan tostado,alimentando a la persona que tienes delante, en cuerpo y alma, como pretendeshacer durante el resto de tus días.
Para mí fue la boda que nunca supe que había soñado. Aunasí, una pequeña nota de anhelo en los ojos de Peeta me dice que a él lehubiese gustado ser quien me lo propusiera.
¡Hola de nuevo! Esta vez no me he hecho tanto de rogar ;)
¡La boda de Gale ya está aquí! Muchas cosas van a pasar en los dos días que nuestros protagonistas pasarán en el dos... :P Espero que hayáis disfrutado el cuarto capítulo anterior a la centena (oh, Dios) y que esperéis con ansia los próximos. Vendrán pronto, os lo aseguro ;)
Mil gracias, como siempre. ¡Nos leemos!
Besos,
P.
www.facebook.com/unlagoyunacancion
- Jamás he vuelto a disfrutar un atardecer tanto como deaquel.
La suave voz de Peeta me acaricia los oídos, igual que lafresca brisa que sopla me eriza la piel y que el naranja sobre el cielo azul metransporta a otra azotea no muy lejos de aquí.
Todos los atardeceres son técnicamente iguales. En todos, elsol se esconde por el oeste, tiñendo el techo del mundo de un naranja tanintenso que a veces parece que el mismo planeta se esté prendiendo fuego. Entodos, las montañas engullen el día y la oscuridad lo cubre todo con su mantopor el este. En todos, casi todos, la luna se pasea arrogante por el cielo,reclamando su territorio, imponiéndose al mismo sol. La oscuridad siemprevuelve para quitarle a la luz lo que durante el día es suyo, pero incluso laluna, con todo su ego, le cede un par de noches a las estrellas todo elprotagonismo, dejando que sean ellas las que arrojen luz al mundo que tienenbajo sus pies.
Y aun así, aunque el baile lleve siendo el mismo desde elprincipio de los tiempos, igual de bello, igual de inevitable, yo tampoco hevuelto a ver otro tan único como aquel.
Sé a lo que se refiere Peeta. Ningún atardecer ha vuelto aser tan significativo como aquel último que compartimos en el tejado del Centrode Entrenamiento. Ningún sol ha vuelto a brillar tanto antes de esconderse,ningún cielo ha vuelto a envolverse en llamas con tanta fuerza y ningunaoscuridad ha vuelto a cernerse sobre la Tierra tan amenazadora.
Ha habido más de mil atardeceres desde entonces. Másmomentos únicos, por buenos y por no tan buenos motivos. No han faltadoestrellas en el firmamento ni lunas que hayan temido salir. He visto tantosatardeceres como he podido al lado de mi marido y otros tantos más yo sola, alabrigo del bosque. Y sé que veré muchos más y es por eso que ya ninguno volveráa ser como aquel. No volveré a disfrutar de ninguno como si fuese el último demi vida y, por retorcido que parezca, un pequeño resquicio de tristeza seaferra a mi corazón.
Nada se vive igual que cuando se está en el corredor de lamuerte.
En el fondo, sigo siendo la Chica en Llamas y echo de menosla adrenalina correr por mis venas. A veces echo de menos que los coloresbrillen el doble, que los pájaros entonen canciones más potentes, que el mundoparezca más grande, que la vida se limite al presente porque quizás el mañanano exista. A veces echo de menos mi antigua vida, la de antes de los Juegos, tansimple y compleja a la vez, pero luego le miro a él a los ojos y noto la vidaque llevo dentro y la adrenalina corre con más fuerza que nunca por mis venas.Y el mundo vuelve a brillar y el atardecer vuelve a hacer que todo arda y lossinsajos vuelven a trinar y la vida me engulle, obligándome a ser consciente deque sigo viviendo el presente, que el mañana no importa, que vuelvo a estar enuna azotea viendo morir otro día, pero con la expectativa añadida de que todoes aún más emocionante cuando sabes que vas a ser capaz de ver lasconsecuencias de tus actos.
La vida sigue sin ser fácil, pero la esperanza de levantarmea ver el amanecer lo hace todo mucho más interesante.
- Yo tampoco. - le contesto.
Y aunque no nos decimos nada, con mirarnos nos basta parasaber que ambos estamos pensando en lo mismo. Ambos echamos de menos tener esaurgencia en nuestros pechos, la impotencia de querer vivir una vida que ya tehan quitado sin que tú lo sepas. El anhelo de querer arrasar con todo, dellevar a cabo un último acto de rebeldía.
Por eso le beso. Porque ambos sabemos que solo con eso yaestamos rebelándonos contra nuestros demonios, viviendo una vida que no nosestaba reservada, reclamando un futuro que nos pertenece por derecho. Porque elmundo es nuestro, suyo y mío, y dentro de poco también lo será de nuestro hijo,el mayor levantamiento por la vida que se haya hecho.
Hemos demostrado que la esperanza es lo único que vence almiedo.
¡¡Holaaa!!
Sé que no me esperabais hasta dentro de un par de semanas, pero entre estudiar para un examen y otro he sacado tiempo para teclear un par de cosillas y éste ha sido el resultado. Espero que os ayude a sobrellevar mi ausencia estos 14 próximos días y que sea una sorpresa más que agradable (aunque cortita). Como se suele decir: lo bueno, si breve, dos veces bueno ;)
Ojalá el resultado os guste. ¡Nos leemos en un abrir y cerrar de ojos!
Besos,
P.
-Deberíamos de ir bajando. -le digo a Peeta.
Hemos estado viendo el atardecer en la azotea. Ninguno delos dos quería encontrarse demasiado pronto con el resto de invitados, con elpasado, así que preferimos subir y disfrutar de la puesta de sol. Una terapiaalternativa a los métodos anti estrés del doctor Aurelius.
-Sí, deberíamos.
Aunque me ha oído y contestado, su mirada está fija en elhorizonte, recorriendo con esos dos zafiros la silueta del dos recortada acontraluz. Dejo que el silencio nos meza un par de segundos más antes de tirarde él hacia el interior del edificio. Rompe contacto visual con la montaña quesepulta el Hueso y me sigue adentro, cabizbajo, pensativo.
Bajamos a nuestra habitación sin hablar. Casi puedo oír los engranajesde su cabeza girar, encajándose y desencajándose los unos con los otros,tratando de encontrarle sentido a una montaña que hace cuatro años no estabaahí. No lo hemos hablado nunca, pero sé que tiene muchas lagunas de los mesesque estuvo en rehabilitación en el trece, sin mencionar su cautiverio en elCapitolio. Sabe que hubo Guerra antes de llegar al Capitolio, mucho más cruel ysangrienta que lo que se vio y vivió en las calles color pastel del corazón delpaís. Al fin y al cabo, cuando los Rebeldes entramos al Capitolio la Guerra yaestaba decidida, era solo cuestión de tiempo reclamar la victoria. La muerte deSnow no era más que algo simbólico, no cambiaba absolutamente nada. El día desu ejecución me di cuenta de lo sincero que fue siempre conmigo, seguramente laúnica persona que fue brutalmente sincera conmigo en toda mi vida. Le miré alos ojos y lo vi. Escuché sus palabras de esa misma mañana retumbar en micabeza, que nos habían tomado por tontos, a ambos, y que nos habían usado otrosen sus propios Juegos. Le escuché decirme de nuevo que estaba a punto de rendirla ciudad y entregarse cuando estallaron las bombas en el Circulo de la Ciudad.Coin lo supo antes de llegar, él lo supo poco después y ojalá yo me hubiesedado cuenta antes. Ya habíamos ganado. La Rebelión ya había ganado desde elmismo instante en el que yo saqué aquellas bayas. Era el fuego, propagándose,murieran los que muriesen, con Sinsajo o sin él. La Rebelión era del pueblo, nomía, no del trece, no de Coin. Todos fuimos peones en la partida de los que lohabían sido durante tanto tiempo. Prescindibles, independientes al resultado.
-¿Cómo fue? -pregunta Peeta mientras se abotona la camisaazul que me encanta. Sus ojos parecen tan profundos como el lago cuando se lapone.
Esquivo su inquisitiva mirada a través del espejo mientrasme afano en subir la cremallera del suave vestido de gasa que llevo. Rumio mirespuesta mientras me pongo los pendientes, tratando de encontrar la mejormanera de explicar la barbaridad que vi suceder aquí no hace tanto. ¿Cómo sepuede suavizar tanta brutalidad? ¿Cómo se explica sutilmente la asfixiantemuerte de más de medio distrito? ¿Cómo se le esconde la verdad a alguien que yalo ha visto todo?
-Horrible. -contesto al fin sin tapujos. Me agarro al bordedel tocador que hay bajo el espejo, débil de pronto al recordar los gritos deterror, de puro pánico, de tanta gente saliendo entre humaredas negras por laboca de una montaña que se les venía encima. Solo para dar de bruces con unaplaza de Rebeldes armados hasta los dientes. Con el Sinsajo presumiendo de suvictoria.
Peeta me abraza por detrás pasando sus manos por dondedebería de estar mi bazo, recordándome el disparo que recibí aquella mismanoche. Recuerdo como si fuera ayer el calor abandonando mi cuerpo, chupado porlas paredes de frío mármol que lo recubría todo en el Edificio de Justicia.Edificio en el que mañana se casará Gale, el hombre que dio con la tecla paradestrozar este mismo distrito hasta los cimientos.
-Fue horrible, Peeta. -repito. Pensar en cómo tuvieron quesentirse las victimas de aquel ataque cuando se dieron cuenta de que tenían unamontaña sobre sus cabezas me hace estremecer. Demasiado parecido a las minas-.Detonamos las laderas de las montañas circundantes para sepultar el Hueso, ¿recuerdasaquel edificio dentro de una montaña que estaba en el centro de la ciudad?
Veo cómo asiente a través del espejo y cierra los ojoscontrayendo la cara en un gesto de dolor. Se tiene que acordar del Hueso antesde que yo lo nombrara así, de nuestra Gira. Por aquel entonces era un imponentearsenal de defensa, no el amasijo de hierro y tierra al que fue reducidodespués.
-¿Murieron muchos?
Nunca traté de hacer cálculos, era demasiado doloroso ysigue siéndolo, pero sí, debieron de ser muchos. Inocentes la mayoría,aterrados todos.
-Pudieron haber sido más. -contesto. Aún me escuece recordarla gélida mirada de Gale sugiriendo que no dejásemos ninguna vía de escape-.Pero sí, demasiados.
Una sola muerte ya es demasiado sacrificio. En algún lugar,alguien llorará sobre la tumba de esa persona y solo necesito recordar lamuerte de mi hermana, tan insignificante e innecesaria, para reafirmarme. Su sacrificiono sirvió de nada, la Guerra ya estaba ganada, y aun así le arrebataron la vidacomo a tantos y tantos. ¿Cuánta gente podríamos haber salvado? ¿Cuántasfamilias podríamos no haber destrozado? ¿Cuántos suicidios podríamos haberevitado? Antes pensaba que la muerte era el peor castigo para el ajusticiado,cuando en realidad lo es para los que siguen vivos. Es el peor castigo para losque se quedan a ver las terribles consecuencias de sus actos.
-Lo siento. Siento haberte hecho recordarlo. -me dice Peetaal oído mientras me besa la mejilla y me aprieta contra su pecho. Nos miro enel espejo para recordar, una y otra vez, la suerte que tengo.
-No pasa nada. Puedes preguntar todo lo que quieras. Loentiendo.
Me giro en sus brazos y le acaricio el borde de la mandíbulacon la punta de los dedos. Mientras lo hago le miro a los ojos y me asombro ydoy las gracias de nuevo por no ver nada más que devoción en su mirada. A vecesaún me cuesta creer que después de todo lo que nos ha pasado seamos capaces de mirarnosa los ojos sin nada más que profesarnos que un inmenso amor. Siempre pensé quequedaría vacía de ese sentimiento, si es que alguna vez lo tuve dentro.
Hasta eso me ha devuelto él.
Mano en mano bajamos hasta la segunda planta donde seencuentra el comedor en el que Gale nos citó. Mientras el ascensor desciendeplanta a planta siento cómo los nervios acuden a mí sin que yo los llame. Peetalo nota y me da un leve apretón de mano, pero poco puede hacer el pobre hombrepara aliviar la tensión. Aun así se lo agradezco con una sonrisa.
El timbre que anuncia la parada del elevador suena y los dossegundos que tardan en abrirse las puertas son los más largos que vivo desdehace mucho tiempo. No entiendo por qué estoy tan nerviosa. En realidad toda lagente a la que veré hoy son familiares y amigos, nadie nuevo a quienenfrentarse salvo Serene, que no es ni de lejos el motivo de mi inquietud. Debeser el ambiente; no estoy echa para compromisos sociales.
Nada más poner el pie fuera del ascensor nos recibe el salóncomún, con sus tres lámparas de araña colgando majestuosamente del techo y consendos sillones de cinco plazas cada tres metros a lo largo de la estancia. Lascortinas cuelgan hasta el suelo y las paredes son tan altas que el techo pareceque esté a kilómetros sobre nuestras cabezas. Si tuviera que definirlo dealguna forma sería diciendo que es la antítesis de la casa de mi madre en elcuatro. La opulencia llevada al extremo casi Capitolino.
Casi.
No tengo mucho más tiempo para observar el salón antes deque una cabellera negra vuele hasta donde estoy y se me abalance encima.
-¡Katniss! -exclama el torbellino hecho persona mientras seabraza a mi cintura.
-¡Possy, cuánto tiempo!
La observo desde arriba, con su lustroso pelo negro y sushermosos ojos grises brillando bajo la tenue luz de las lámparas, y le sonrío.Ya no es aquella escuálida chiquilla por la que todos temíamos cada inviernodesde que nació. Ahora come todos los días y no tiene que preocuparse porque suhermano no vaya a volver de las minas. Possy pertenece a la primera generaciónque crecerá sin Juegos ni hambre y verla sonreír me recuerda que cada pérdidamereció la pena.
-¡Pero mírate! -le digo mientras la hago girar frente a mí-.¡Estás preciosa! Dentro de poco tu hermano no va a dejarte salir de casa. Estáshecha una mujercita -la última vez que la vi fue en mi breve visita al dos haceya casi tres años.
-Ya tengo doce años. -contesta orgullosa.
Sacudo la cabeza para no intentar pensarlo, pero esautomático: este año sería su primera cosecha.
-No le metas ideas raras en la cabeza -dice la voz de Gale saliendode entre dos puertas enormes.
Está tan guapo como siempre, con su pelo color carbón bienpeinado y una elegante camisa ciñéndosele a los músculos. Sin duda, es unhombre muy apuesto, aunque algo en su mirada nunca ha vuelto a ser lo mismo.
Gale nos saluda y Hazelle hace lo propio en cuanto aparecetras su hijo. La mujer ha rejuvenecido muchos años con el final de la Guerra.Ahora aprecio lo joven que es, sin sangre que decore sus nudillos ni ojeras queadornen sus ojos. Probablemente sea unos años menor que mi madre.
-Me alegro mucho de verte, Katniss -me dice cuando meabraza-. Me alegro mucho de veros a ambos. Y enhorabuena por el bebé, ¡menudasorpresa!
-También lo fue para nosotros -ríe Peeta. Le da las graciascon la cabeza y recibe su abrazo amablemente.
Possy se marcha a armar jaleo a otro rincón de la sala yGale nos guía hasta el comedor por el mismo lugar por el que él vino. No hesoltado la mano de Peeta ni un segundo y dudo mucho que lo vaya a hacer ahora.
-Aún faltan Haymitch y Johanna, pero todos los demás yaestamos aquí.
Mientras lo dice, Gale nos abre la puerta doble que da alcomedor y nos hace pasar los primeros. Y es cierto, están todos aquí, inclusogente que no conozco que presumiblemente serán familiares y amigos de Serene,aunque todavía no sé quién de todas es ella.
La gente nos mira y me siento pequeña, diminuta, como cuandoCaesar Flickerman me entrevistaba delante de todo Panem.
-Hola, cariño.
Mi madre es la primera en romper el hielo. Se nos acerca ynos da un beso a cada uno en la mejilla.
-Estás preciosa, hija. ¿Qué tal mi nieta? -pregunta posandosu mano sobre mi barriga.
-Mamá, no sabemos qué será. Ya te dijimos que no se deja ver-le contesto. Hemos ido a tres sesiones de control en las que me han hechoecografías, pero en ninguna hemos podido saber qué será. Tendremos que esperaral parto.
-Tú madre es de las mías -interviene Peeta-. Será una niña.
Suena tan orgulloso como siempre imaginé que sonaría sialgún día fuese a ser padre. Lo que nunca pensé es que yo sería la mujer que loacompañara en esa travesía.
Antes de que nadie pueda decir nada más, Annie se acercahasta nosotros con el pequeño Finnick en brazos. No hace tanto desde la últimavez que lo vimos, pero el niño crece a una velocidad endiablada y a cada díaque pasa se parece más a su padre.
Nos abrazamos con Annie también y el pequeño Finnickenseguida se echa a los brazos de Peeta para que le entretenga. Me río. Solo aPeeta podrían pasarle estas cosas.
-Vamos, Finn. Deja al tío en paz -le insta su madre entrerisas mientras el pequeño esconde la cara en el cuello de mi marido ennegativa. Todos reímos.
Casi logro olvidar dónde me encuentro, con mi familiaalrededor casi me parece hasta que estoy en casa, un día cualquiera rodeada dela gente a la que amo. Como de costumbre, lo bueno no dura mucho y me veoobligada a hacer la políticamente correcta ronda de saludos y presentacionescon la parte de invitados que no conozco. No son muchos, nueve o diez a losumo, pero todos me conocen antes de que me presente Gale y eso me irrita.
Aguanto todo tipo de comentarios alabando al Sinsajo y sulabor sin nunca dejar ir la mano de Peeta, hasta que por fin termina elmartirio y Gale nos presenta a la mujer con la que se va a casar.
-Katniss, Peeta, os presento a Serene, mi prometida.
Una mujer despampanante nos saluda con mucha efusividad encuanto Gale la presenta. Es alta, casi de la altura de Peeta, y tiene unaspiernas morenísimas y larguísimas que luce con un precioso vestido rosa chillón.Por el color diría que lo ha elegido Possy
-¡Oh, por favor! ¡Encantada de conoceros! No sabéis el tiempoque llevo deseando conoceros en persona. ¡Sois lo más!
¿Lo más? ¿Pero y esta
?
No me da tiempo a pensar nada porque nos suelta una retahíladigna de Caesar en una de sus grandes noches entreteniendo al Capitolio.Verborrea y más de lo mismo que oímos siempre sobre nosotros cuando alguien queno sea del doce nos reconoce por la calle. Dejo de prestarle atención a los dossegundos y me dedico a observarla más detenidamente.
Me siento un poco mezquina por hacerle esto a la futuramujer de Gale, pero es que la chica no calla.
Mientras nos habla, puedo distinguir claramente qué es loque Gale ha visto en ella. Es guapísima. Tiene labios carnosos, una narizperfecta, enormes ojos color miel y una cabellera rubia muy bien cuidada.Además de una piel morena y unas piernas kilométricas tiene un cuerpo moldeadopor el ejercicio que seguro lleva haciendo toda la vida por pertenecer al dos ysu ausencia de cicatrices da a entender que nunca ha sufrido mucho, al menos enel aspecto físico.
Miro de reojo a Peeta, que le presta atención a Serene yfinge escucharla mucho mejor de lo que yo lo hago. Le veo sonreír a una de susbromas y hago lo mismo por inercia. Tantos años dejando que me guie en estassituaciones nos ha convertido en un equipo inmejorable. Cuando Serene le tocael brazo mientras nos habla a los tres siento una punzada de celos, porque veolo buena pareja que haría Peeta con una mujer tan bella como Serene. Nunca meconsideré una mujer guapa (aunque tampoco fea), pero al lado de Serene mesiento pequeña, insignificante, a pesar de todo lo que sé que Peeta me quiere.Jamás podré competir en igualdad de condiciones con una mujer así, porque micuerpo está parcheado a causa del fuego y mi mente tiene cicatrices tanprofundas que jamás sanarán.
En el fondo, y aunque suene egoísta, doy gracias porque Peetacomparta también eso conmigo.
-Cariño, creo que deberíamos ir a sentarnos a la mesa. Estánsirviendo la cena -le corta Gale amablemente.
-Oh, sí. Disculpadme, es que estoy muy emocionada porconoceros. Gale me ha hablado mucho de ti, Katniss.
Nos felicita por el bebé antes de ir a sentarnos a la mesa yveo que la expresión de Gale se endurece. Ha estado manteniendo la composturadesde que llegamos al distrito hace unas horas, pero sé que en algún momentotendremos que hablar. Me siento incómoda.
Nos han reservado sitio entre mi madre y Haymitch, en lazona de la mesa en la que nos sentamos los invitados de Gale. Nuestro mentorapareció por la puerta poco después que nosotros, justo cuando hablábamos conSerene. Se sienta a mi lado y huelo a alcohol. No le gusta mucho tener quesalir del doce.
Johanna llega la última, justo cuando vamos a empezar acenar, enfundada en unos pantalones de cuero negro y una blusa blanca. Esperabaun saludo efusivo o alguna disculpa poco correcta por su tardanza, pero selimita a saludar casi inaudiblemente y a tomar asiento frente a mí y junto aAnnie. Me dirige una mirada furtiva por entre las pestañas, sin apenas levantarla cabeza, y automáticamente sé que algo va mal. La Johanna cabizbaja es unafaceta suya que no había conocido aún, y me preocupa.
Trato de cenar lo más normalmente posible, integrada amedias en conversaciones que me suscitan poco interés, a excepción del par deveces que Rory comenta algo sobre su futuro como militar. Sospecho que es máscosa de su hermano mayor que suya. No le veo muy emocionado, aunque intentadisimular lo mejor que sabe.
Johanna está ausente toda la cena y Peeta y yo compartimosun par de miradas de preocupación. Él también se ha dado cuenta.
-Quizá deberías hablar con ella -me dice al oído señalandocon la vista a Johanna.
-Sí. Creo que esperaré a quedarnos solas después, durante loque sea que nos tenga preparado Serene.
Peeta asiente y seguimos cenando con un ojo puesto ennuestra amiga. Lejos de lo que cabría esperar, no somos ni mucho menos elcentro de atención (cosa que agradezco enormemente) y Gale y Serene se llevantodos los vítores y brindis de la noche. Al fin y al cabo, es suya.
Muy a mi pesar, en cierto momento de la velada Serene dirigela conversación hacia nosotros:
-Bueno, la próxima boda será la vuestra, ¿verdad, Katniss?
Peeta se atraganta con la bebida y Haymitch se parte de risamientras yo trato de que mi marido (oh, sí, mi marido que toda esta gente nosabe que lo es) no se ahogue.
-¿Estás bien? -le pregunto cuando deja de toser.
Asiente con la cabeza y toma el vaso de agua que le ofrezco.En fin, creo que no tendremos mejor oportunidad que esta.
-En realidad, Peeta y yo ya estamos casados.
La respuesta de la gente a la noticia es bastante dispar. Laparte invitada de Serene le da poca importancia, suponiendo que me refiero a la "boda secreta" que presuntamentecelebramos antes de ir al Vasallaje. Obviamente el resto saben que no fue másque un farol, así que son mis amigos y mi madre los más sorprendidos.
-¿Cuándo? -pregunta mi madre asombrada y con una pizca deincredulidad en los ojos.
Haymitch, quién yo no sabía que lo sabía, contesta pornosotros:
-Año Nuevo -antes de que pueda decir nada, prosigue-: No mehagas contestarte por qué lo sé, preciosa -me dice-. Estamos cenando y hayniños presentes.
Con eso es como si lo hubiese dicho todo, o incluso peor. Laimaginación de cada uno es libre. Yo me pongo roja y a Peeta le asoma unasombra de sonrisa en los labios mientras reprende a Haymitch con la mirada.
-¡Vaya! -exclama Serene entre risas-. Sí que os habéisguardado sorpresas. Supongo que es normal, ya habéis sido durante demasiadotiempo el foco de atención de todo Panem. Enhorabuena.
Con ese comentario la chica consigue sacarme la primerasonrisa genuina de la noche y automáticamente gana puntos conmigo. Sospecho quees una buena mujer, a pesar de que hable mucho, así que hago una nota mentalpara darle una oportunidad y prestarle algo más de atención a partir de ahora.
La propia novia propone un brindis por los ya-no-tan-trágicos amantes del Distrito12 que todos continúan con entusiasmo. Nos felicitan y seguimos con la cenacomo si nada. Miro a Peeta, que no me ha quitado los ojos de encima desde haceun buen rato, y le doy un beso sin importarme que los demás nos estén mirando.
Quizá no llevemos anillos de compromiso adornando nuestrosdedos ni hayamos pregonado a los cuatro vientos que somos marido y mujer, peroyo no necesito nada de eso para sentirme unida a este hombre por el resto demis días.
¡Hola a todos!
Ya he acabado mis tareas y estoy oficialmente de vacaciones, así que de aquí hasta el FINAL ;) Sé que es una noticia agridulce, pero os prometo que esta recta final será tan memorable como espero que haya sido el resto de la historia. Pronto subiré un nuevo capítulo y adoptaré una rutina de actualización mucho más seguida, así que permaneced atentos :)
Espero de corazón que hayáis disfrutado de este extra largo capítulo 98. ¡Nos acercamos a la centena!
Besos.
P.
www.facebook.com/unlagoyunacancion
Nunca había pisado un sitio tan infernal como éste, y ya esdecir. Es un antro de los horrores elevado a la quinta potencia, igual que losdecibelios, el sofocante calor, la masificación y básicamente todo en esteagujero. Bueno, todo menos la luz. No hay. Siento más que veo a la muchedumbreque está en el piso inferior, iluminada de vez en cuando por potentes lucesintermitentes que te ciegan si tienes la mala suerte de que te acierten en elojo, y yo parezco tener un imán.
Johanna está sentada a mi derecha, con su sexta copa de loque sea que le ha pedido al camarero y hablando al aire frenéticamente, aunquedejé de entender lo que decía cuando acabó con la tercera.
-¿Y sabes qué te digo? Que a la mierda con todo. Yo no me locreo y sé que tú tampoco.
-No somos quién para juzgarlo, Johanna... -le digo.
Salta de un tema a otro, pero éste es recurrente. Cada cincoo diez minutos vuelve a decir la misma frase, de una forma u otra y a cada cualmás grosera. No deja de repetir que no se cree "la estúpidamente perfectahistoria de amor" de Gale y Serene. Lo cierto es que no tiene nada deinverosímil (quizá sea porque la mía con Peeta deja atrás a cualquiera en loque a inusual respecta), pero tiene razón cuando dice que "todo brillademasiado".
-¡Venga ya, descerebrada! Tú lo has visto igual que yo y-hipa- sé que tampoco te lo tragas. Conozco a tu primo desde hace menos que tú y no me encaja por ningún lado.¡Parece un perrito, no me jodas!
Suspiro y me giro un poco en el cómodo sofá del reservadopara mirar a Serene, que baila con unas amigas en la pista a nuestra izquierda.Gale no está, se ha llevado a los hombres por otro lado, pero durante toda lacena y la sobremesa posterior es cierto que le he notado diferente, cohibido.Lo había achacado a lo inusual de la situación y a los nervios, con sussuegros, su familia y amigos atendiendo a la cena previa a su boda. Al fin y alcabo, es lógico dejar de ser tú con el circo que su futura esposa ha montadoalrededor de la ceremonia. Yo estaría escondida en algún armario. Sin embargo,las teorías de una beoda Johanna han arraigado en mí como un germen y no sé sies producto del aburrimiento o de qué, pero yo también he empezado aplanteármelas. ¿Y si no son tan felices como aparentan? Quiero decir, yo soy lamujer más feliz del mundo al lado de Peeta, con lo bueno y lo malo queconlleva, pero no "brillamos" así. Todo es mucho más interno, más privado, másnuestro.
Vuelvo a mirar a Johanna, que sigue con su diarrea verbal enpleno auge gracias a la bebida, y sacudo la cabeza cuando distingo las palabrassexo, playa y bocabajo entre elaluvión de ellas que suelta. Creo que no quiero captar ninguna más.
Antes de poder seguir ahondando en las teorías de Johanna yantes de acabar, involuntariamente, formando una desagradable imagen en mimente con esas tres palabras, una mano me toca el brazo desde atrás.
-Katniss, ¿podemos hablar un momento?
Es Serene, más despampanante que en la cena si cabe,sonriéndome con su perfecta dentadura brillando bajo la luz azul que hacebrillar todo lo blanco. Asiento, porque con la música a este volumen sé que nova a oír nada por mucho que le grite. Debí haberme ido cuando se fueron Annie,Hazelle y mi madre. ¿Por qué decidiría quedarme a cuidar de Johanna? Es unaVencedora, podrá con algo de alcohol, no sé en qué estaba pensando
Sigo los pasos de Serene para salir a la terraza del palcoen el que estamos, incómodamente unida a ella por la mano. Me ha tratado desdeel principio como a una más de sus amigas. No es que sea malo, pero me agobia.Esta gente ama el contacto físico. Y, además, no nos conocemos de nada pormucho que se vaya a casar con Gale.
Cuando salimos por la puerta doble que comunica con elexterior respiro a todo pulmón el aire fresco y suspiro de alivio. Dentro, elaire es denso y está cargado por la masificación, el olor dulzón del alcoholque corre como un río y la algarabía. Me reitero, es infernal. Al menos lasfiestas a las que asistí en el Capitolio eran tranquilas y yo me iba antes deque todo esto empezara.
-Bueno, ¿qué te está pareciendo esta nueva faceta del dos,Katniss? -me pregunta Serene a mi izquierda, mientras ambas nos agarramos a labarandilla del balcón y observamos las luces de la ciudad. No puedo negar queel antro éste tiene unas vistas espectaculares.
-Es bastante
sorprendente -opto por decir, rebuscando entrepalabras que suenen amables para no despreciar su fiesta. Si dijese la verdadsobre lo que pienso de lo que ha montado desde luego que no ganaría una amiga.
-No hace falta que finjas, Katniss -me dice mirándomedulcemente, y yo me sonrojo y devuelvo mi mirada al paisaje que tenemosdelante. Ojalá no hubiese luna llena y mi vergüenza pasara desapercibida
-De verdad -prosigue-, sé que esto no es lo tuyo. Sientohaberte apartado de Peeta para traerte aquí. Si te sirve de consuelo, tampococreo que él esté disfrutando mucho el plan de los chicos -ríe-. No os conozco,pero por lo que Gale me ha contado y por mis propias impresiones creo quehabéis tenido "diversión" suficiente para tres vidas. Entiendo que escogieseisvolver a la tranquilidad del doce.
Me muerdo la lengua y no le corrijo el hecho de que nosotrosno elegimos nada (al menos yo), que todo fue un castigo que a alguien le saliópor la culata, aunque tarde o temprano hubiésemos acabado por volver al quesiempre fue nuestro hogar. A veces me pregunto si en realidad no fue un favorque me hizo Paylor, a sabiendas de que era el único sitio en el que nunca mesentiría fuera de lugar.
-Tienes razón -le digo-. El Capitolio nos surtió consuficiente entretenimiento durante 75 años. Ya sabes, el pan y el circo loofrecemos los distritos.
Ahora es su turno de mirar al frente, sonrojada. Ha sido uncomentario un tanto mezquino por mi parte sabiendo que toda su familia provienedel Capitolio, pero no he podido evitar dejar salir esa parte rebelde que hayen mí y que nunca terminará de irse del todo.
-Cuando pienso en cómo veía el mundo antes de la Guerra mesiento ruin -comenta en un tono casi inaudible tras eternos segundos deincómodo silencio.
La miro y me parece ver lágrimas en sus ojos, brillando a laluz de la luna. Vale, ahora sí que me siento mal por haber sacado ese tema arelucir.
Al parecer, y según nos contó a Peeta y a mí en la sobremesaen el hotel, toda su familia es del Capitolio. Su padre trasladó a la familiaal dos por cuestiones de negocios cuando su hermana y ella aun eran losuficientemente pequeñas como para acordarse. A pesar de que su nombre y el desu hermana entraban año tras año en el sorteo para ir a los Juegos, no era másque un mero trámite. Asistían tranquilas a la Cosecha, sabiendo que sus nombresnunca saldrían elegidos y que, si lo hacían, había más de medio Distritodispuesto a ocupar su lugar. Los voluntarios nunca fueron una rareza en el dos.
-¿Los conocías? -le pregunto tras un rato de silencio. Noespecifico a quién, pero ella parece entenderme aun así.
-De vista -contesta.
Bajo la cabeza, avergonzada de nuevo por haber sido lacausante, directa o indirectamente, de la muerte de Cato y Clove, los dostributos del Distrito 2 en los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre.
-Aquí nadie lloraba demasiado por sus tributos muertos,¿sabes? Ninguno lo hacíamos. Formaba parte del juego. Macabro, sí, pero tancomún que a nadie le caía de susto. Era un estilo de vida.
Y aunque sé que no debería de dolerme, lo hace, porque nopuedo entender cómo lo que para todos nosotros era una condena a muerte paraotros era la mayor recompensa que se podía recibir en la vida.
-Y, lo peor de todo -sigue Serene hablando con la miradaperdida en el cielo-, es que yo sería capaz de seguir siendo feliz si nada deesto hubiese ocurrido. Si tú no hubieses aparecido.
Me da la sensación de que oigo un deje de acusación y rabiaen su voz cuando lo dice, pero su rostro sigue impasible, solo perturbado porlas lágrimas que ahora surcan sus mejillas a ritmo lento.
-Jamás me había planteado mi existencia, Katniss. Nuncahabía tenido que hacerlo. Para mí la Guerra no fue lo peor, si no lo años quepasaron hasta que acepté que mi vida nunca volvería a ser la misma. Con turevolución perdí todo lo que era, perdí mi identidad, y me di cuenta porprimera vez de la horrible persona que era. Yo disfrutaba viendo los Juegos,Katniss. Apoyaba a mis favoritos, lo comentaba en clase y en la calle con misamigos, y en casa era una fiesta el día que se proclamaba un vencedor. Y de undía para otro tú me arrebataste todo lo que conocía, toda mi vida, y tuve queaprender a volver a ser feliz.
Sus palabras me pesan, y soy consciente por primera vez delsufrimiento de la gente que estaba del otro lado. Nunca me paré demasiado apensar en todas las vidas que destrozábamos con cada metro que la Rebeliónavanzaba, cegada por la ira y el odio hacia todo lo que el Capitolio habíacreado. ¿Pero qué culpa tiene gente como Serene, que han nacido y crecido entrealgodones, rodeados por la seguridad y la diversión que el Capitolioproporcionaba? Sospecho que ninguno de nosotros hubiese sido diferente de habernacido en otro lugar o en otro tiempo. Yo jamás fui una idealista ni luche debuena gana por la rebelión de los distritos más que cuando me convenía, y esoque estuve a punto de morir de hambre por culpa de nuestro sistema. A pesar detodo, estaba dispuesta a marcharme, dejando atrás a toda la gente que seguiríamuriendo año tras año en los distritos. Hubiese hecho felizmente oídos sordos atodo a cambio de seguridad y libertad para mí y para mi familia, así que nocreo que sea quién para juzgar la ética ni la moral de nadie.
En cierto modo me veo reflejada en ella.
-Lo siento -atino a decir. Sinceramente no sé por qué, portodo supongo. Porque mi existencia haya supuesto tantas cosas, buenas y malas.Yo nunca pedí eso.
Serene me mira con el rostro mojado por las lágrimas, aunqueparece tranquila, incluso en paz.
-No deberías -me dice-. Tú al menos puedes decir que hasluchado por una causa justa, sea por el motivo que sea. Yo jamás en mi vida heluchado por nada que no fuera yo misma.
-Quizás entonces no seamos tan distintas -contesto abatida.
Y es que, ¿qué he hecho yo salvo eso? Me he pasado la vidaluchando por sobrevivir, independientemente de lo que tuviera que llevarme pordelante para ello. ¿Me hace más noble que el medio que usé para seguir con vidafuese tan populista? A mis ojos no. No soy mejor persona que ella ni que nadiepor haber arrasado con un gobierno opresor hasta los cimientos. Mi objetivosiempre fue el mismo, sobrevivir, y sé que si el medio para conseguirlo hubieseresidido en el bando contrario lo hubiese seguido de la misma forma.
No soy nadie especial. Sólo soy humana.
¡Muy buenas!
¿Qué os ha parecido el capítulo previo a la centena? Hemos conocido un poco más de Serene, que al parecer no es tan superficial como parecía al principio, ¿no? Espero que lo hayáis disfrutado y que estéis esperando el número 100 con ansia. Vendrá MUY pronto. ¡Estamos cerca del sprint final! ;)
Nos leemos pronto. Gracias a todos.
Besos.
P.
- Por todos los cielos, Johanna. ¡Colabora!
Tras el quinto traspiés con la moqueta de la entrada consigo meter a Johanna a trompicones en el hotel. Son algo más de las cuatro de la madrugada y el coche que ha estado pendiente de nosotras toda la noche nos acaba de dejar en la puerta. Doy gracias porque la boda sea por la tarde
- ¿Pero dónde está todo el mundo? -pregunta Johanna cuando se da cuenta de que no estamos exactamente en el bar al que prometía estar llevándola.
- En la cama -le contesto, haciendo acopio de todas mis fuerzas para arrastrarla hasta el ascensor. Será pequeña, pero la energía no la ha perdido-, igual que vamos a estar nosotras en diez minutos.
Forcejea conmigo unos segundos, pero el alcohol que lleva en el cuerpo no le deja hacerlo durante mucho rato y consigo meterla en el elevador.
- Que sepas que no me resisto más porque estas preñada, descerebrada -me escupe casi con desprecio mientras intenta recobrar el equilibrio apoyándose en la barra metálica del interior del ascensor.
Ruedo los ojos y pulso el número de su planta. Si no fuera porque la conozco
Tres cuartos de hora, un numerito digno de los suyos y mucha paciencia después, meto el brazo en el lector de la pared de la puerta de mi habitación. Son casi las cinco de la madrugada. Estoy agotada y lo único que me apetece es meterme a la cama y recostarme sobre Peeta, que a buen seguro llevará horas en el hotel esperándome, preguntándose dónde demonios estoy.
Pero no. No hay Peeta que valga. La cama está tan vacía y bien hecha como cuando la dejé esta tarde. Salgo de nuevo por la puerta, preocupada, y algo menos a hurtadillas de lo que entré. Inmediatamente pienso en Haymitch. A estas horas de la noche, si no sigue con el séquito masculino de Gale, ya sé dónde encontrar a mi mentor.
Me encamino hacia la sala que nos indicó Gale ésta tarde y a la que se dirigió Haymitch nada más llegar. Me sorprende el gran ventanal que domina el lugar, dejando vía libre a la luna para que ilumine la estancia. A pesar de estar las luces apagadas la sombra que es Haymitch se intuye en uno de los taburetes cercanos a la barra de bar. El tintineo de los hielos perturba el sepulcral silencio de nuestra planta y su rostro, iluminado por la luz plateada, guarda una mirada distraída, menos ebria de lo que cabría esperar.
- Los viejos hábitos nunca mueren, ¿eh? -le digo cuando llego a su altura. Lejos de sobresaltarse, esboza una melancólica sonrisa. Sabe que no lo digo por el alcohol.
- Supongo que no. Ya no sé dormir de noche -contesta con voz ronca.
Ambos miramos hacia la calle, iluminada tanto por la luz artificial como por la luna. Es todo tan diferente al doce que parece mentira siquiera que pertenezcamos al mismo planeta.
- ¿Sabes dónde está Peeta? Aún no ha vuelto a la habitación -indago unos segundos después.
- Y yo que pensaba que venías porque aún te preocupas por tu viejo y decrépito mentor
Pongo los ojos en blanco y me río:
- Vamos, tampoco eres tan mayor. Un poco decrépito, sí, pero nada alarmante con tantos Juegos tus espaldas.
Haymitch me empuja suavemente con el hombro y ambos reímos. Con el tiempo me he dado cuenta de que es mejor su humor negro que mis mil lágrimas de arrepentimiento.
- Si aún no ha vuelto debe de estar con Gale y sus colegas todavía. Cuando yo me marché le dejé allí -contesta en tono despreocupado.
Asiento, como si con eso se solucionara todo, pero no puedo negar que llevo toda la noche pensando en él. No me gusta ni un pelo que esté tan lejos de mí en un lugar con tantos recuerdos que pueden desencadenar un episodio. La sola idea de que le pase algo y yo no me entere me aterra. Tengo la misma sensación de inseguridad que la última noche de nuestros segundos Juegos.
- Tranquila, preciosa. Estará bien -trata de apaciguarme Haymitch, tan consciente de mis pensamientos como yo misma-. Deberías irte a dormir. Mañana nos espera un día muy, muy, muy importante a todos.
Hace la referencia con una mueca de disgusto, pero sé que en el fondo la echa en falta. Aunque sabemos que está bien, no hemos vuelto a ver a Effie desde el fin de la Guerra. Ella trabaja en el Capitolio y nosotros no hemos querido pisarlo en todo éste tiempo. Aún están las heridas demasiado abiertas. Quizá con el tiempo.
Haciendo caso del consejo de Haymitch, paso las siguientes horas en un duermevela, porque no soy capaz de descansar tranquila sabiendo que Peeta aún anda por ahí fuera. Tengo pesadillas fugaces sobre torturas, muertes y soledad y al despertar no hayo el consuelo que tanto necesito. Me acaricio la barriga con movimientos suaves, anclándome a éste mundo a través de mi hijo, la parte de Peeta que siempre va conmigo. Le susurro, le digo que se calme cuando me despierto sobresaltada por algún mal sueño y él lo nota, pegándome patadas y moviéndose inquieto.
Minutos, horas, días para mí, pasan sin que Peeta vuelva y estoy al borde de un ataque de nervios cuando el sol empieza a despuntar por el horizonte del Distrito 2 y la puerta se abre. Me incorporo en la cama lo más rápido que puedo y observo una sombra entra a hurtadillas, o intentarlo al menos, porque de camino a la cama choca con más muebles de los que hay en la habitación. Cuando se pega con la mesilla del otro lado de la cama y tira un jarrón a la moqueta, opto por hablarle de una vez:
- ¿Se puede saber dónde estabas?
Peeta se sobresalta, pierde el equilibrio y cae al suelo. Es entonces cuando la tenue luz que entra por la ventana le alumbra y le puedo observar bien. Camisa arrugada y a medio sacar del pantalón, pelo alborotado, ojos entrecerrados y una bonita pero ebria sonrisa en los labios.
No me lo puedo creer.
- Hola, mi amor. Pensé que estarías dormida -dice lánguidamente tratando de incorporarse.
- ¿Estás borracho? -le pregunto, intentando controlar mi mal genio. ¿Cómo puede haber sido tan inconsciente? ¿Acaso no es suficiente exponerse al dos que tiene que tentar a la suerte emborrachándose?
- ¿Qué? ¡No! No, yo
sólo estoy un poquito
mareado. El coche, ya sabes.
Hace un gesto con la mano para restarle importancia en lo que se sienta en la cama y comienza a desabrocharse los cordones de los zapatos como puede.
- ¡Peeta Mellark! Ni se te ocurra mentirme de ese modo. ¿Me tomas por tonta? -le grito, estallando al fin. El cansancio acumulado, la preocupación y mi propia tendencia a perder el control se apoderan de mí.
Peeta se gira, sobresaltado, como si la cosa no fuese con él y yo estuviera sobreactuando. Cuando me mira a los ojos pasa saliva y espera a que diga algo más, a que le chille, le mande al sofá a dormir o a que haga algo por el estilo. Pero no hago nada de eso. Rompo a llorar como una chiquilla, liberándome por fin de la tensión y la preocupación que arrastraba desde que llegué a la habitación y vi que no había vuelto. Tarda unos segundos, pero por fin parece recobrar algo de lucidez y me acuna entre sus brazos, tratando de calmar mi llanto de la misma forma que yo calmo a mi hijo.
- Katniss, mi vida, no llores. Por favor, no llores -me suplica al oído. Huele a licor, así que entierro la nariz en su pecho, aspirando su verdadero olor que aún perdura en la camisa.
Lloro hasta que me quedo dormida, recostada sobre su cuerpo mientras me susurra y me calma, como cuando despierto de una pesadilla.
Cuando amanezco horas después tengo los ojos acartonados por las lágrimas. Mi cabeza reposa sobre la almohada en vez de hacerlo sobre el pecho de Peeta como cuando me dormí. Su peso está ausente en el colchón y el calor ha desaparecido. Me incorporo azorada, creyendo que lo de anoche fue en realidad un sueño y que Peeta aún no ha vuelto, pero el sonido de su voz al otro lado de la puerta me llega a los oídos segundos después.
- Debí haberme vuelto contigo -le dice a alguien.
- Deberías -contesta Haymitch-. Siempre te he tenido por el responsable de los dos, chico. No hagas cambiar las tornas ahora.
Resoplo y niego con la cabeza. Aunque puede que, ciertamente, nunca haya sido la mujer más celosa de su propia seguridad
La puerta se abre y un muy ojeroso Peeta entra por ella con una bandeja en las manos. Huele a chocolate, pan y café.
- Oh, estás despierta. Quería darte una sorpresa -dice con gesto un tanto contrariado-. Pero bueno, no importa, te he traído el desayuno.
Posa la bandeja sobre mis piernas y se sienta a mi lado.
- Buenos días, cariño -me saluda con una sonrisa dándome un dulce beso en la mejilla.
- Sabes que lo que hiciste anoche podía habernos costado muy caro, ¿verdad?
Mi peculiar saludo le pilla un poco a contrapié, aunque no mucho. Fijo mis ojos en los suyos sin tan siquiera mirar la bandeja que está a rebosar de comida que me gusta. Ya lloré anoche, ahora me toca exigir explicaciones.
- Lo sé. No pretendía acabar como acabé, lo siento. Es que empezaron a sacar rondas y rondas y
- Y tú tenías que beber a la fuerza, ¿no? Sabiendo que puedes perder el control y que nadie sabe cómo ayudarte tú tenías que beber como los demás -le digo, irónica-. ¡Esto no es un juego, Peeta! ¡Estaba asustada! Me pasé más de media noche pensando en ti, sintiéndome mal por volver tan tarde, pensando que tú estarías ya en la habitación. ¡Y ahora pretendes arreglarlo con un desayuno, como si hubieses roto sin querer el jarrón de la sala!
- Lo siento, ¿vale? ¡Lo siento! Solo quería pedirte disculpas, pero ya veo que no piensas aceptarlas -comenta con tono agrio. Su voz es dura, como pocas veces lo es a mis oídos-. No era mi intención que te preocuparas, pero yo también me equivoco, Katniss. Estoy harto de que todos esperéis de mí siempre lo mejor.
Con un portazo sale de la habitación y yo me quedo muda, escuchando el sonido de sus pasos amortiguados por la moqueta del pasillo hasta que dejo de oírlos. Miro la bandeja, que sigue donde la dejó, con sus panecillos untados de mantequilla, un chocolate caliente recién hecho y un café que imagino sería para él. Una flor descansa al lado de la taza de chocolate y a su lado una pequeña tarjeta en la que pone "te amo".
¡Hola!
Me avergüenza haber tardado tanto en subir éste capítulo, más aún cuando llevaba escrito casi semana y media, pero me ha sido absolutamente imposible. Estas últimas semanas no están yendo como tenía planificado, pero espero que las aguas vuelvan pronto a su cauce y poder dedicarle al fic tanto tiempo como merece. Mis más sinceras disculpas. Os aseguro que sigo trabajando para actualizar tanto tiempo como tengo.
Nos leemos pronto (de verdad de la buena).
¡Besos! :)
P.
Cuando salgo del ascensor en la planta baja el hotelestá revolucionado. Los empleados corren de un lado a otro "disculpen" tras"disculpen", ultimando los detalles de una boda que tendrá lugar en pocashoras. A pesar de que la ceremonia se celebrará en el antiguo Edificio deJusticia, el hotel es el que va a encargarse de acoger a todos los invitadospara el banquete, tanto a los que estamos aquí ya como a los que se sumarán aúltima hora.
Busco a Peeta entre la gente, como lo he hecho lospisos superiores, pero al igual que en todos, no logro encontrarle. Estoyagobiada por nuestra discusión, cansada después de la noche que he pasado y eldolor de espalda me está matando. Si a esto le sumo el flujo constante deestrés que recorre el hotel de abajo arriba, el mal humor está asegurado.Decido probar suerte dando un paseo por las calles de la ciudad, pero nada másponer un pie fuera del hotel me doy cuenta de que es tan mala idea comoquedarse dentro.
Las calles, tan distintas a las del doce, estánabarrotadas de gente y una atmósfera de festividad envuelve la ciudad alcompleto. Los coches pitan, las farolas se engalanan, incluso hay carreteras queestán siendo cortadas al tráfico. ¡Y todo por una boda! Me escondo tras laspuertas antes de que nadie pueda notar mi presencia y me refugio de nuevo en laentrada del hotel. La sensación es tan familiar que asusta. Es esa sensación deestar atrapada, encerrada en un lugar que es seguro, o al menos más que lo quehay afuera. Es lo mismo que volver a estar en el Trece, bajo metros y metros detierra comprimida, esperando a salvo que bombardeen nuestrascabezas. Es como estar de nuevo en el Centro de Entrenamiento, rodeados degente que apuesta por nuestras vidas (o mejor dicho, por cuándo lasperderemos), esperando a salvouna muerte inminente.
Busco con impaciencia un lugar en el que escondermedel mundo, de los recuerdos, como hacía en el Distrito 13. Antes de perder elcontrol encuentro una puerta doble que comunica el enorme salón de la entradacon lo que sea que haya al otro lado. Cruzo a prisa, sin pararme a comprobar siesto será algún almacén de acceso restringido. Lo cierto es que eso jamás meimportó lo más mínimo, así que no veo por qué debería empezar a hacerlo ahora.Respiro hondo cuando la suave brisa de media mañana me golpea el rostro y elagradable sol de primavera me acaricia la piel. Es un jardín trasero, ajeno albullicio del otro lado de la valla, perfecto para dejar de hiperventilar.Observo durante unos segundos el jardín, que es bastante más grande de lo queen un principio me había parecido. El terreno, llano y verde hasta dondealcanza la vista, está dividido en parcelas irregulares por un camino empedradoque recorre toda la parte trasera del hotel. Hay árboles de decoración, comolos que vi en la mansión de Snow, y arbustos que separan ciertas zonas y danalgo de intimidad cuando paseas por ellas. Echo a andar casi sin darme cuenta,recorriendo en silencio los serpenteantes patrones que sigue el camino a lolargo y ancho del jardín y sintiendo cómo, poco a poco, mi respiración senormaliza y el cerebro deja de querer estallarme dentro del cráneo.
En la parte más alejada del hotel, de espaldas a mí yobservando las flores que la rodean, me encuentro a mi madre. La observo desdelejos con cautela, consciente de que aún no se ha percatado de mi presencia.Seguramente haya salido buscando lo mismo que yo, tratando de poner un poco decordura en su vida. Podría dar media vuelta, marcharme ahora mismo y ella no seenteraría jamás de que estuve aquí contemplándola, pero no lo hago. Descalza,me salgo del camino y dejo que la cuidada hierba se encargue de acariciar mispies mientras me acerco a ella. El sol brilla sobre su pelo, devolviéndole,aunque solo sea por un rato, el precioso color dorado que un día tuvo. Así, deespaldas, se parece mucho a la madre que recuerdo.
- Hola, mamá -saludo.
- Hola, cariño. Pensaba que estaba sola -contesta ellasobresaltada llevándose la mano al pecho.
Su rostro, tan ajado por los disgustos más que por losaños, se ilumina un poco al sonreír. Y aunque no sea la madre que recuerdo,aunque no sea aquella que murió en la misma explosión en la que lo hizo mipadre, sigue siendo mía. Porque sé que si sigue aquí, en este mundo que tantole ha quitado, es por mí. Porque soy lo único que le queda. Porque me quierecomo solo una madre pude amar a un hijo.
- Lo siento. He caído aquí de rebote. Allí afuera esuna locura -comento señalando detrás de mí, hacia la calle, hacia el hotel y unpoco hacia el mundo también.
Mi madre asiente y vuelve a acariciar con airedistraído la flor que mimaba cuando yo llegué. Le dejo espacio. Paseo un ratoen círculos, disfrutando de la agradable temperatura y el mullido suelo,acariciando las flores a mi paso, oliendo alguna de vez en cuando. Al cabo deunos minutos, parece que vuelve en sí:
- Estas flores me recuerdan mucho a las que solíatraerme tu padre cuando éramos jóvenes. Nunca supe de dónde las sacaba, perosiempre se las arreglaba para encontrar flores más bellas que las del propioflorista que las vendía tres tiendas más abajo que la de tus abuelos.
- El bosque da para mucho más que para comer. Es muchomás que eso -le respondo yo, viniéndome a la mente más de media docena delugares en los que recogí flores para mi madre cuando era pequeña y mi padre mellevaba con él. Él regaba los arbustos, los mimaba y protegía de los animales,porque sabía que aquellas flores eran uno de los pocos caprichos que podíaconcederle a mi madre. Después de su muerte nunca volví a visitarlos.
- Los lugares, al igual que las personas, importan porlo que significan para nosotros, no por lo que nos proporcionan. Para tu padreel bosque siempre fue su hogar, no solo una fuente de alimento. Allí, lejos delas ataduras que tenía en el distrito, era verdaderamente él. Igual que tú.
Y por fin veo a mi madre como llevaba milenios sinhacerlo. La miro con respeto, la miro con amor, viéndome reflejada en el pálidoazul de sus ojos y sintiendo su sonrisa en mi pecho. La admiro. Después detanto que proclamé odiarla por dejarme, descubro que la admiro. Porque se lohan arrebatado todo, hasta el último aliento de esperanza, hasta la última gotade fe que habitara su cuerpo, y sin embargo sigue aquí, luchando.
Y por primera vez en la vida deseo con toda mi almaser como mi madre.
Nos miramos sin decir nada durante tanto rato que eltiempo pierde todo sentido y lo único que soy capaz de procesar es la ternuraque ablanda el cansado rostro de la mujer que me dio la vida. Y su sonrisa, esaque no ha abandonado su boca desde que aparecí a su lado, me retuerce a mí lasentrañas, haciéndome lamentar los años que perdimos la una junto a la otra.
- Te he echado de menos, mamá -le digo, aguantando laslágrimas como puedo.
- Ya estoy aquí, mi niña -responde sin dejar desonreír.
Y cuando nos abrazamos casi puedo sentir otro par debrazos rodearnos, unos a la altura de la cintura y otros por encima de loshombros, como si mi hermana y mi padre aún estuvieran aquí. Porque, enrealidad, mientras sigamos recordándolos nunca se irán del todo.
- ¿Dónde tienes pensado dar a luz, hija? -me preguntami madre ya de camino al hotel. Me hubiese gustado seguir contemplando eljardín durante más rato, pero ambas tenemos que prepararnos para la ceremonia.
- En el doce, por supuesto -contesto. Tampoco es queme haya planteado en ningún momento hacerlo en otro sitio y Peeta tampoco lo hasugerido. Simplemente es algo que damos por sentado, algo que siento comocorrecto.
- Sé que es decisión tuya, ¿pero por qué no venís alcuatro? El hospital es el mejor después del propio del Capitolio y estaríaisambos bien atendidos.
En casa también tenemos un buen hospital. No es grandeni tiene muchos médicos, pero quizá sea por eso también que yo lo prefiero. Esfamiliar, conozco a la gente de la que va a depender la vida de mi hijo y, sobretodo, está construido sobre los cimientos de La Veta. Es como estar en casa.
- Ya lo sé, mamá. Pero quiero hacerlo en el doce, en casa.
La mirada significativa de mi madre habla por ella,haciéndome saber que entiende mis motivos, aunque para ella el doce ya soloprovoque dolor. A pesar de que para ella ya no sea su hogar porque lo poco quequedaba de él murió con mi hermana.
Resignada a no encontrar a Peeta, subo a la habitaciónpara terminar de prepararme. No me gusta estar enfadada con él, pero el orgullome puede a veces aunque no debería. Siempre lo he considerado el peor de mismuchos defectos, mi mayor rival, mi propio ego. Con los años voy controlándoloun p