Vendedor de Ilusiones - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

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Vendedor de Ilusiones
(Ilusa la que las compra)






El destino a veces te juega en contra sin motivos o por motivos que desconoces. Quizás por cosas que no recuerdas haber hecho, o por pequeñas mentiras que creíste inofensivas, pensamientos extremadamente rencorosos que no era correcto tener
el hecho es que te juega en contra, te detesta. Y, al parecer, eso me sucedió a mí. El destino, Dios, o lo que sea, puso en mi camino a alguien que - creo - jamás debí conocer. A veces las personas se ilusionan fácilmente, y, con conocimiento del tema, puedo aconsejar que salgan corriendo y que se concentren en otra cosa. O que al menos lo intenten. Hay que ser fuerte.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, eso dicen. Y es muy cierto. Si no entienden ni una sola palabra de lo que digo, calma, a continuación lo explicaré. Yo les contaré la historia de un vendedor de ilusiones que - creo - inconcientemente me vendió sus ilusiones a un precio muy alto; yo se las compré. ¿Siguen sin entender? Iré al grano; aquí va:

Todo comenzó en el 2004, casi a fin de año. Yo tan sólo tenía 11 años, era una niña pequeña que creía saber mucho de la vida, pero, muy en el fondo, estaba plenamente consciente de que no sabía absolutamente nada. No sabía todo por lo que tendría que pasar, lo que tenía que vivir. Sé que veían la vida de una forma simple, que me concentraba principalmente en el chico que me gustaba y en mantener las notas altas para obtener las felicitaciones de parte de mis padres.

Era el 2004, lo recalco. Tenía 11 años, lo repito. Creo haber estado con una de mis amigas, sentada en el patio del colegio, en receso. Recuerdo que reía de algún hecho ridículo que se hace a los 11 años, cuando - no sé por qué - miré hacían el frente y me encontré con unos ojos café verdoso, unos ojos que me observaban atentamente, a unos 20 metros de mí. No me acuerdo exactamente de mi reacción, pero sí recuerdo que esa fue la primera vez que lo vi, a él, a la persona que se mantuvo dentro de mí por 3 años. Y me interesó, en seguida. Digo, sus ojos eran hermosos, él era bastante lindo, y que me observaba. Además, en ese entonces tenía 14 años
¿cómo no interesarse en él?

Las cosas pasaron con rapidez; quizás tanta que me abrumó. Ala año siguiente de los anterior, cuando yo tenía 12, mi interés por él no era tanto. Pero luego, a l tener yo 13, creo que me volví una estúpida obsedida. Pero puedo decir que tenía motivos. Yo a él lo sentían, sentía cuando pasaba por atrás mío sin tener la necesidad de mirarlo, lo soñaba, lo miraba, creo que él a mí. Tenía mis razones, pero quizás son tan estúpidas que no vale nombrarlas acá. La cosa es que, de una u otra forma, él me vendió un montón de ilusiones que yo compré con crédito, gustosa. Pero no pensé en las consecuencias, en que luego tendría que pagar el doble y que ya no me sentiría tan a gusto. Aclaró que él nunca me besó ni me dijo que me quería, pero a veces las mujeres confiamos mucho más en la mirada de la gente que en lo que dicen. Y ahí estuvo mi error, fiarme de su mirada y no oír todo lo demás que me decía. Es que él tenía una mirada extraña, especial, única. Algunas personas le tenían miedo; él no era fácil de tratar; ese tipo no estaba bien, no. Pero yo lo quería, mucho; yo lo quería a pesar de todo lo que me pudieran decir, a pesar del miedo que inspiraba. Porque, según mi opinión, él me miraba de forma diferente.

Oí muchas cosas horriblemente reales de él, a través de fuentes muy confiables: que era drogadicto, fumaba marihuana, fumaba cigarrillo y tomaba mucho, que era anarquista, mujeriego e irresponsable. Que era prácticamente un vago. Pero eso a mí no me importaba, para nada. Yo lo quería y ya. Con todos sus defectos, y también con sus virtudes, que por cierto sí tenía.

Si a estas alturas se preguntan cuál es el problema en todo esto, ya lo explicaré.

Los primeros dos años estuve bien, sintiéndolo lejano, viéndolo obviamente como un imposible, un inalcanzable. En esos 2 años para mí estaba bien el hecho de que él sólo pudiese ser una persona la que observar, alguien de quien hablar. Pero luego, no sé cómo ni cuándo, quise más. Quise abrazarlo, refugiarme en él, observar sus ojos de cerca, hablarle, tal vez besarlo. Claro, esto último sólo un poco; besarlo jamás estuvo entre mis sueños o entre mis metas. En palabras más simples, quise sentirme más cercana a él. Y allí fue cuando la estupidez me invadió por completo, allí fue cuando escribí una maldita historia, expresando en ella todos y cada uno de mis sentimientos hacia él. Una historia muy cursi, debo decir. Escribir la historia no hubiera tenido maldad alguna si, meses después de escribirla, no se me hubiera ocurrido hacerla llegar a sus manos. Y, obviamente, esa ocurrencia no se quedó tan sólo en mi mente, pues hice llegar la historia a sus manos. Yo no se la entregué, por supuesto que no, sino que fue una amiga mía. Se la pasé, y luego yo me arrepentí, porque no me había percatado de que había puesto el nombre de él en la historia, es decir, fui una total idiota.

Allí comenzaron mis problemas, por ponerle un nombre.

Meses después de que él leyera la historia, quise que él se enterara de que yo había escrito esa cursilería. Y se enteró. La misma amiga que me hizo el favor de pasarle la maldita historia le comunicó que yo la había escrito, o más bien dicho que vivía, moría y prácticamente respiraba por él. Al principio pareció no interesarse, pero luego de una semana aproximadamente preguntó por mi nombre y ¡zas! él ya sabía quien era la niñita que existía por él. Y debo confesar que eso no me agradaba ni me molestaba; me daba igual. Me daba lo mismo porque, sabiendo o no quién era yo, estaba consciente de que él no se interesaría en mí. O eso creí


El vendedor de ilusiones era muy guapo, alto, algo pálido (quizás por la droga) y dueño de unos ojos que e tonaban verdes al sol. Lo describo a estas alturas porque quizá ahora es cuando más importa.

Pediré transportarnos a un octubre del 2007, pues allí fue cuando todo terminó, comenzó, se aclaró o lo que sea. Yo seguía encantada por él, y aun sabía que él no podría fijarse en mí. Debo aceptar que eso me afecta un poco, ya que me sentía bastante estúpida por haberme fijado en él sabiendo que era un imposible. No me lo podía sacar de la cabeza; como dije, me había ilusionado con su mirada y todo.

Bueno, estamos en una noche de fines de octubre de 2007, en un colegio católico, en plena fiesta de disfraces - Pongo la palabra fiesta entre comillas porque cualquier evento, aspirante a una fiesta adolescente, realizado por un colegio católico ni siquiera se asemeja a ser lo que los directivos creen que es. - Estaba yo allí, vestida de algo que parecía ser Arwen de El Señor de los anillos, entrando al lugar en el que se bailaba. Bufé cansada, al comprobar que la música no era de mi agrado. Durante unos segundos, sin saber bien por qué, quise ser un poco más alta
a música no era de mi agrado, así es que me paré a un lado de una amiga disfrazada de alumna de Hogwarts, para ver a la multitud de alumnos bailando monótonamente. Mi amiga me preguntó, de un momento a otro, si él estaba en la fiesta. Respondí que no sabía y que no me interesaba, pero ella me observó con reproche y, despidiéndose de mí, se fue a buscar una bebida. Ella no me creían, pero de verdad no me interesaba su presencia allí. Sabía que él no iría a una fiesta como esa; las probabilidades de encontrarlo allí eran de 1: 1.000.000, me crucé de brazos y me volteé para ver que sucedía en la entrada al lugar, y pude ver a un posible ex pareja discutiendo, con lágrimas incluidas, y a otra pareja besándose apasionadamente. El terreno amorosa abundaba allí, al parecer, así es que me fui del lugar y subí al tercer piso. Me alejé de los balcones para no ser descubierta por profesores, y comencé a deambular por los oscuros pasillos del colegio, como siempre había soñado. Llegué a un ligar tenuemente iluminado por la luz de la luna, y me detuve para fijarme bien dónde estaba. Suspiré, feliz, pues había encontrado un buen lugar para sentarme a escuchar música o quizás sólo para pensar. Cerré los ojos y traté de no ver su cara, traté de evitar el pensar en lo que podría estar haciendo
y sentí una mano en mi hombro. Me volteé lentamente, pensando en que si hubiese sido una de mis amigas, ya me habría preguntado qué diablos hacía yo allí. Y comprobé que no era alguna de mis amigas al voltearme y ver demasiado cerca unos bellos ojos enmarcados por un antifaz negro, ojos que parecían conocidos, extremadamente familiares. Retrocedí dos pasos, no podía ser él
uno más, su mano tomó mi muñeca y me detuvo, diciendo quédate. Su voz no era suplicante, no era exigente, no expresaba nada. Simplemente quería que no me fuera, que me quedara. Yo asentí en silencio, confundida, y él me soltó para luego sacarse el antifaz: era él. Suspiró y me sonrió burlonamente, haciéndome sentir estúpida una vez más. Me dijo que la historia era bonita, que escribía bien y que tenía futuro. No como tú, pensé. Me senté en el suelo, lejos de él, pero él se me acercó y me dijo que no me hiciera ilusiones. Yo reí, irónicamente. Él no sabía que yo ya me había hecho todas las ilusiones, que él me las había vendido. El tipo en cuestión continuó diciéndome que yo debía seguir adelante sin él, que después de todo nunca habíamos estado juntos y que no sería demasiado difícil rehacer mi vida. Pero yo apenas lo escuchaba. Estaba concentrada dándome cuenta de que él no era para mí, de que yo merecía algo mejor que él (no diré qué era exactamente lo que pensé del tipo en ese momento), de que era demasiado egocéntrico para mí. Me di cuanta de que sus ilusiones me habían costado caras, pues me había cerrado a otra posibilidades que no fueran él. Porque lo creía perfecto para mí. Y me arrepentí, me arrepentí de eso último, pues sabía que él no apreciaba tanto esa historia como yo. Me arrepentí de haber gastado 3 años de mi vida soñando con él, pensando en él, hablando de él, fantaseando e ilusionándome con él. Me arrepentí de haber comprado sus ilusiones. Y el tipo seguía hablándome, dándome un discurso sin sentido de lo que jamás habíamos tenido, de que él no era para mí, de lo que yo ya sabía.

Me puse de pie y le dije que no tenía necesidad de explicarme todo eso, pues ya lo sabía. Le dije que fuera feliz y ya, que tuviera éxito en la vida y que no fuera un estúpido egocéntrico, que se preocupara por los derechos animales y por las injusticias políticas. Le di una extraña palmadita en el hombro y me fui, a un tonto quizás confundido. Bajé las escaleras y entré al lugar de baile, mirando el suelo. No sabía bien por qué le había dicho todo eso a él, no sabía con exactitud por qué le había dicho que se preocupara de los derechos animales. Pero sabía que había estado ciega, que me había dejado llevar por la idea perfectamente imperfecta que me había formado de él.

El destino me había puesto a ese hombre en el camino sólo para probarme, para ver qué era capaz de hacer con él. Y yo había sido una ciega, una ciega que ciertamente no había querido ver. Había sido débil, había caído ilusionada ante el primer tipo guapo y misterioso. Y aprendí. Aprendí a conocer antes de querer, a hablarle a la gente antes de formarme una idea de ellas, a no ilusionarme fácilmente y a ser más fuerte ante situaciones que, de niña, me hacían caer.

Nunca más volví a ver al vendedor de ilusiones, nunca más después de ese año. Tampoco lo busqué. Encontré a alguien mucho mejor que él, alguien que me merece y que no vende ilusiones. Alguien que me quiere u que no me dice que debo continuar sin él.

Y, si me lo permiten, les recomiendo que vivan sin miedo y que jamás, jamás se cierren antes otras posibilidades. No se fíen de la mirada de la persona que les interesa, no antes de hablarle, no antes de saber bien quién es. ¡Suerte!

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2024-10-03

 

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