Viaje en U.S Airlines (RL) - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

-¡Apresúrate, Herbert! O perderemos el avión, y no soportaría más de un minuto en este lugar.

El matrimonio O'Flaherty se desplazaba por el Aeropuerto John F Kennedy de la ciudad de Nueva York con toda la velocidad que les permitían sus pesadas valijas y sus viejas caderas padecedoras de reuma. Habían decidido alejarse de su amada Dublín y conocer Nueva York, "la gran ciudad que está al otro lado del charco", como le decían todos los irlandeses e ingleses a la metrópolis norteamericana. A pesar de haber gastado bastante tiempo (y ni hablar de dinero) en conseguir un hotel decente que los alojara, que incluyera las tres comidas diarias y que tuviera servicio a la habitación, habían tenido que alojarse en una posada, la cual era poco más que un cuchitril lleno de cucarachas. ¿La razón? Una masiva fuga de gas en el hotel donde se hospedaban anteriormente. Les habían devuelto todo el dinero, por supuesto. Nadie podía aplacar a ese matrimonio de fervorosos y explosivos irlandeses, capaz de utilizar sus supuestas conexiones con la mafia irlandesa para intimidar a cualquier gerentucho que se tragara sus cuentos chinos.

-Ya voy, Hannah, ya voy.

Herbert O'Flaherty no estaba de mucho mejor humor que su esposa. Esas últimas dos semanas habían sido, con bastante justificación, unas de las peores de su vida. El tampoco había disfrutado las costumbres americanas, ni su comida, ni sus espectáculos ni nada. Pero tampoco había soportado a su esposa quejándose de todo. Se había hartado tanto, que había llegado a plantearse muy seriamente llamar a su abogado en cuanto llegaran a Irlanda para pedirle asesoramiento legal sobre los divorcios. Pero, por el momento, se hallaba en la gran manzana, arrastrando una valija (que afortunadamente contaba con dos rueditas) que contenía toda la ropa de su esposa. De repente una voz femenina amplificada por los parlantes anunció claramente:

-"Última llamada para el vuelo 183, con destino a Dublín; por favor, abordar por la puerta 67. Gracias"

-¡Oh, Dios mío! ¿Has escuchado eso, Herbert? ¡Última llamada!

Hannah O'Flaherty comenzó a trotar, que era lo más veloz que podía ir con sus ancianas piernas, mientras su corpulento marido la seguía bastante más alejado, mientras refunfuñaba. Luego de un trecho que a Herbert le resultó especialmente fatigante, colocaron las valijas en la cinta transportadora y presentaron sus boletos al hombre que esperaba junto a la entrada de la puerta 67. Cinco minutos más tarde estaban sentados los dos dentro del avión.

***
-Esta película es basura-la voz de Hannah O'Flaherty resonó en el silencio del avión y varias personas le dijeron que guardara silencio. La anciana se encogió en el asiento y se acurrucó, utilizando la manta que les habían dado por si tenían frío.

Herbert no se inmutó. Había decidido que no se divorciaría de Hannah. Divorciarse hubiera significado tener que contratar un abogado especializado en esos temas, batallas legales, quizás años de peleas por la casa, el auto, la casa de fin de semana
No, no tenía energías suficientes para, a esta altura de su vida, divorciarse de esa mujer. Sin embargo, desde ese momento en adelante, se dijo que no escucharía más las quejas de su esposa. Lo único que conseguían hacer era ponerlo de malhumor.
Extrajo un enrollado ejemplar de una revista de crucigramas muy popular en Irlanda y, apoyándose en la bandejita individual que poseía cada pasajero, comenzó a realizar las palabras cruzadas. Desde joven lo apasionaban esas revistitas y, gracias a ellas, se había vuelto un hombre muy culto. En el momento en que estaba por escribir la palabra "palmípedo", una fuerte turbulencia sacudió el avión, haciendo que su mano resbalara y la pluma se deslizara con velocidad por encima de la hoja, rayándola por completo, para acabar haciéndole un corte en su mano izquierda.
Lanzó una palabrota, lo cual prácticamente nunca hacía, sólo cuando se lastimaba. Y ahora se había lastimado. El corte en el dorso de la mano, pequeño pero profundo, manaba sangre oscura que pronto comenzó a gotear, manchándole el pantalón. Acercó su mano a la bandeja, para que la sangre cayera ahí, mientras con la mano derecha pulsaba el botón que estaba sobre su cabeza para llamar a una aeromoza.
Al cabo de unos momentos, una chica de largo pelo negro lacio y ojos negros (muy bonita) se acercó a él y se agachó con ternura para que pudiera hablar en voz baja sin perturbar a los demás pasajeros, pero sobre todo para que no despertara a Sonia, quien se había dormido con los audífonos puestos, mientras miraba la película.

-¿Qué necesita, señor?

-Me he cortado con la pluma, señorita-dijo con tranquilidad Herbert, mientras levantaba la mano izquierda para que la aeromoza pudiera ver el corte. Debajo de la mano ya había un pequeño charco de sangre, sobre la bandeja-. ¿Sería tan amable de traerme algún paño para que pudiera limpiarme?

-¿Por qué mejor no viene conmigo donde está el médico para emergencias?-le dijo la chica, enseñando su impecable dentadura.

-De acuerdo.

Herbert se levantó del asiento, intentando no tocar a Hannah ni a Sonia, para no despertar a ninguna. Siguió a la aeromoza por todo el pasillo, hasta la parte posterior del avión, donde había un pequeño hall. Una puerta con una cruz roja pintada daba a ese vestíbulo. La aeromoza le abrió la puerta y lo hizo pasar.
Allí había una pequeña habitación con elementos médicos, una camilla y un lavamanos; una pequeña enfermería en caso de que alguno de los pasajeros se sintiera mal. Un hombre de unos cuarenta años leía un libro distraídamente, mientras mascaba un sándwich de pan francés.

-Rodney, ¿podrías ayudar al señor? Se cortó con la pluma


El hombre se levantó, saludo a Herbert como si fuera un viejo amigo de la universidad y observó lo que la aeromoza le señalaba con la mano.

-Vaya,¿ se hizo eso con una pluma?-Herbert asintió- Venga conmigo, acérquese.

El médico lo hizo acercarse a una camilla que había detrás de una cortina corrediza y lo hizo sentarse allí. Comenzó a extraer diferentes instrumentos de un cajón cercano. Le dio una inyección con anestesia para poder trabajar libremente mientras le suturaba la pequeña herida y le hacía una venda con gasa. En menos de cinco minutos, Herbert ya tenía la mano vendada y aún sedada. Cuando el médico lo despedía en la puerta de la enfermería, el avión se sacudió fuertemente y las luces se apagaron.

***
-¡Por Dios!-exclamó Rodney cuando una turbulencia especialmente fuerte sacudió el avión, haciendo caer a los dos hombres al suelo-¡Será mejor que venga aquí, señor!

Rodney señalaba un par de asientos con cinturones de seguridad a un costado de la enfermería. Herbert no los había visto anteriormente. Fue con Rodney hasta ellos y se sentó con dificultad, intentando no resbalar debido al movimiento del avión y golpearse la cabeza con el apoya brazos del asiento. Por fin se sentaron los dos y abrocharon sus cinturones.
El avión comenzó a descender en picada. Lo supieron porque, de repente, la visualización del mundo se volvió totalmente vertical, cómo si la gravedad no existiera y uno pudiese sentarse con toda tranquilidad sobre las paredes y ver el vacío. El avión se sacudía con fuerza, y si no hubiera estado sujeto con el cinturón Herbert habría salido volando hasta el otro extremo del cuarto y habría muerto desnucado
en el mejor de los casos.
Fue justo en el momento en que este pensamiento pasaba por su mente cuando el movimiento se detuvo y sintió cómo su cuerpo iba hacia adelante. Su propio peso hizo que los cinturones se tensaran, amenazando con soltarse y dejarlo caer

De repente, el avión cambió de posición y volvió a estar horizontal. Se había detenido. Pero no se había estrellado. Si el avión hubiera tocado la tierra bajando a esa velocidad, lo más probable sería que estallara en millones de pedazos, y lo mismo pasaría con todos los pasajeros. Pero no. No había explotado, porque Herbert seguía allí, sentado, sujeto con las gruesas correas de seguridad.
Soltó (con dificultad) los cinturones que lo mantenían pegado al asiento. Se levantó y fue entonces cuando vio a Rodney. El médico del avión tenía la parte trasera de la cabeza empapada en sangre y la mirada ausente. Al parecer, durante los bruscos movimientos del avión, se había golpeado la cabeza contra el borde del asiento, que era de acero. Herbert se alejó del cadáver y fue hasta la puerta, pero se quedó petrificado al ver por la ventana.
Podía ver la cola del avión, pues la enfermería estaba muy cerca de esta, pero por debajo de la cola sólo veía agua. Agua, oscura y brillante. Esa era la razón por la que no había estallado el avión: había caído en medio del océano. El agua estaba bastante alta. Eso sólo podía significar una cosa: el avión estaba pronto a hundirse.

***

 

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2023-02-27

 

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