El fuego crepitaba en la sala común de Gryffindor. El chico sentado en el sillón más cercano observaba con la mirada perdida cómo se lamían las llamas unas a otras. Le parecía increíble que ante sus ojos, de color verde brillante, apareciera un espectáculo tan increíble. Y lo único que tenía que hacer era observar. Mientras seguía a los diablillos ardientes, alguien lo sacó de su mutismo. Se trataba de una chica con una gran mata de pelo castaña rojiza y ojos marrones, que se acababa de sentar a su lado.
Albus pasó por el retrato de la Señora Gorda con los hombros caídos. Rose y Scorpius corrieron a acercarse a él.
Todaslas personas que los rodeaban contuvieron la respiración. Albus sintió la fuerzaque a su varita le otorgaba el odio y la rabia que sentía contra quien seencontraba al otro extremo de ella. Sólo tenía que pronunciar el resto delhechizo para acabar con eso, con Mortvelod y todo lo que le impedía estar juntoa Mymi. Entonces, una figura del grupo se adelantó. No se había fijado en élantes, pero lo cierto es que en ese instante se colocó detrás de Mortvelod unhombre alto, de piel cetrina y pelo negro, vestido con una túnica también negray que lo miraba con autoridad.
-No lo hagas- dijo en un susurro-. No lo hagas o laperderás para siempre. No lo hagas si no quieres ver tu vida convertida en uninfierno.
Albus lo miró con sus ojos verdes y descubrió que laexpresión del hombre cambió durante un segundo. De pronto lo reconoció. Era, nadamás y nada menos, el hombre que vio detrás de la mesa de los profesores durantesu Ceremonia de Selección, aquel a quien nunca había vuelto a ver. <<¿Quiéneres?>>, pensó Albus.
-Aparta la varita, chico- volvió a decir el hombre sinresponder a su pregunta-. ¡Apártala!
Albus se sobresaltó tanto que separó la varita del cuellode Morvelod y lanzó el hechizo contra una de las armaduras que flanqueaban laentrada al Gran Comedor. Se oyeron chillidos del grupo de alrededor, apagadospor el ruido de la explosión en mil pedazos del traje de metal. Albus respiróentrecortadamente por la energía puesta en el hechizo y miró a las personas quelo rodeaban: todos tenían cara de pavor, con los ojos muy abiertos y la bocasemicerrada. Se fijó en que Mortvelod estaba más pálido que la cera. Buscódetrás de él a quien había impedido que conjurase la maldición imperdonable,pero se dio cuenta de que ya no estaba. Había vuelto a desaparecer. Entonces segiró hacia Myriam. En realidad, el resto de las reacciones le daban igual, perono la de ella. Vio que se había puesto en pie y que lo miraba de un modoextraño. Nunca lo había mirado así. Había en sus ojos una mezcla de miedo,incredulidad, rechazo y decepción. ¿Por qué lo miraba así? Finalmente no habíaconjurado el hechizo, ¿no?
-Mymi...- empezó a decir.
Una voz potente, que resonó a lo largo y ancho del GranComedor, lo interrumpió.
-¿QUIÉN HA HECHO ESTO?
Era la profesora McGonagall la que hablaba. Tenía loslabios muy apretados, más que nunca, y observaba a los chicos que aún quedabaen la estancia con los ojos fuera de las órbitas.
-¿QUIÉN HA SIDO? SI NO SALE EL RESPONSABLE, QUITARÉ LOSPUNTOS A TODAS LAS CASAS.
Albus volvió a mirar a Myriam una vez más y se dio lavuelta. Salió del círculo, con todos sus compañeros apartándose a su paso.
-He sido yo, profesora- dijo en voz alta, caminando haciaMcGonagall.
Cuando lo vio, la profesora sintió que le flojeaban laspiernas.
-Potter...- alcanzó a decir.
El chico llegó a su altura. En esos momentos, ladirectora de Hogwarts se hallaba rodeada de otros profesores.
-Vaya a mi despacho, Potter- dijo la profesoraMcGonagall-. Acompáñelo, profesor Longbottom, por favor. Necesitotranquilizarme antes de hablar con él.
El profesor de herbología asintió en silencio e indicó aAlbus Severus que lo siguiera. Caminaron por los largos pasillos de Hogwarts endirección al despacho de la directora. Ninguno de los dos decía nada. ¿Tanterrible era lo que había hecho como para que ni siquiera Neville Longbottom,el amigo de su padre, le dirigiera la palabra?
-Es aquí, Potter- dijo el profesor cuando llegaron frentea la estatua de un grifo.
A pesar de que nunca había estado allí, el chico dedujoque tenía que entrar en el hueco que quedaba entre la estatua.
-Felina Domina- pronunció Neville, agitandolevemente su varita.
Del suelo apareció una escalera que empezó a ascenderlentamente. Albus se subió en ella y a medida que subía vio desaparecer bajosus pies la figura de su profesor de Herbología. Cuando la escalera paró, elchico se encontró frente a una gruesa puerta de madera. Supuso que no habríanadie dentro, así que entró sin llamar. El despacho, decorado al estiloespartano, estaba vacío, como Albus había supuesto. Lo único digno de mencióneran los cuadros que adornaban las paredes. Se trataba de magos de aspectorespetable que dormitaban en sus marcos, profiriendo leves ronquidos de vez encuando. Cuando él entró, fingieron no oírle y siguieron durmiendo, todosexcepto dos. Sin embargo, Albus sólo se percató de uno. Se acercó a su retrato.El que estaba retratado era un mago de aspecto anciano, con largas barbasplateadas, gafas de media luna y unos espectaculares ojos azules. Albus bajó lavista hacia el nombre que aparecía en la parte inferior del cuadro y lo leyó envoz alta.
-Albus Dumbledore...
El anciano le guiñó un ojo y le dijo:
-¡Vaya, hacía mucho tiempo que esperaba conocerte,muchacho!
Su voz era profunda y amable, y tenía un deje divertido.
-¿Me conoce, señor?
-¿Cómo no, hijo, si eres igual que tus padres? Sinembargo, esos ojos... Tienes los ojos de tu padre.
¿Has visto, Severus, que haheredado los ojos de Lily?
Albus se fijó entonces en el retrato en el que no habíareparado nada más entrar. Estuvo a punto de tropezar y caerse de espaldas.Hacía apenas unos minutos que había visto a ese hombre en el Gran Comedor.
-¿Usted?
Severus Snape levantó una ceja, sarcástico.
-Y también la inteligencia de su padre, por lo que veo.
Albus intentó recuperarse.
-Pero usted... Yo lo vi antes, en el Gran Comedor...Impidió que yo... Bueno... Mmm
El chico no podía evitar el tartamudear. Entonces, unaspalabras vinieron a su mente. Se las había dicho su padre en el andén nueve ytres cuartos minutos antes de que el Expreso de Hogwarts saliera porprimera vez para él en dirección al colegio: Albus Severus, te pusimos losnombres de dos directores de Hogwarts. Uno de ellos era de Slytherin, yseguramente era el hombre más valiente que jamás he conocido.
-¿No te conmueve que Harry le pusiera nuestros nombres,Severus?- dijo Dumbledore, secándose una lágrima.
-¡Bah!
-Deberías sentirte halagado. Al fin y al cabo, es un honor que nos ha concedido el hijo de Lily Evans, y yo me siento orgulloso.
Dicho esto, Dumbledore se volvió hacia Albus.
-Perdona, muchacho. Parece que nos habíamos olvidado de ti.
Albus sonrió.
-¿Cómo es que has tardado tantos años en venir al despacho del director? Tú padre, apenas pisó Hogwarts, fue lo primero que hizo.
-Pues, yo, señor...
-¿No sería más útil preguntarle por qué está aquí, señor director?- intervino Snape, con su tono susurrante característico.
-Sí, tienes razón, Severus.
Dumbledore centró en Albus sus penetrantes ojos azules. El chico tragó saliva ante la fuerza de aquella mirada. Iba a responder cuando la puerta se abrió de golpe. Minerva McGonagall apareció en el umbral. A pesar de ese supuesto tranquilizante que iba a tomarse, Albus la encontró igual de nerviosa o más que unos minutos antes.
-Siéntese, señor Potter- dijo con voz autoritaria, indicándole a Albus una de las sillas frente a un gran escritorio de madera.
El chico obedeció, mirando una vez más a Dumbledore y a Snape. La directora se sentó frente a él, al otro lado del escritorio, y comenzó a escribir. Tardó unos diez minutos en redactar una carta de longitud considerable. A Albus no dejó de sorprenderle que no usase la magia para escribirla. Una vez acabó de escribir, dobló la hoja en varias partes y la metió en un sobre. Puso los datos y al minuto siguiente apareció una lechuza en medio del despacho.
-Lleva esta carta a los Potter, por favor.
La lechuza emprendió el vuelo sin rechistar. La profesora se giró hacia el muchacho. Aunque seguía teniendo los labios apretados, al menos los ojos no se le salían de las órbitas.
-Nunca, en todos mis años como profesora en Hogwarts, había visto algo semejante...- comenzó a decir, despacio, como conteniendo su ira-. ¿Tiene idea de lo que podría haber pasado, señor Potter? Se merece que le quite todos los puntos a Griffindor por su muestra de soberana estupidez.
-Pero profesora...
-¡Silencio!
Albus bajó la mirada. <<¿Quitarle todos los puntos a Griffindor? No puede hacer algo así. Mis compañeros me odiarán. Estaré muerto en cuanto salga de aquí. Preferiría la expulsión antes que eso>>.
-He escrito a sus padres, Potter. Estarán aquí esta misma tarde. Hasta entonces, vaya a su Sala Común a reflexionar sobre lo que ha hecho y por qué sus compañeros tienen que pagar por sus estupideces.
Albus se levantó con los hombros caídos y salió del despacho. McGonagall apoyó los codos en la mesa y metió la cabeza entre las manos. Dumbledore carraspeó.
-Minerva, ¿qué es lo que ha pasado?
-¡Oh, Albus, no sé cómo llevar esto!
-¿Qué ha hecho el chico?- preguntó Snape, a su vez.
-Ha estado a punto de lanzarle una maldición imperdonable a un compañero. Por suerte, tuvo un golpe de lucidez y el hechizo acabó estrellándose contra una armadura del Gran Comedor.
Dumbledore se removió en su asiento, mientras Severus mantenía inexpresivo su rostro.
-¿Qué debo hacer, Albus? ¿Debería expulsarlo? Pero él es el hijo de Harry Potter. Por más cosas que hizo su padre, nunca lo echamos de aquí. ¿Por qué hacérselo a su hijo? Además, Albus Severus es un estudiante brillante. El colegio perdería mucho si se fuera. Pero por otro lado... No había vuelto a oír el Avada Kedavra desde que desapareció... Quien vosotros sabéis y... Me ha causado una gran impresión.
-Vamos, vamos, Minerva... Hace ya veinticuatro años que se fue. ¿Todavía no te atreves a decir Voldemort?
La profesora hizo una mueca, que provocó la risa de Dumbledore.
-Quizá el chico tuvo un motivo más que justificado para hacerlo- intervino Snape.
Tanto Dumbledore como McGonagall se giraron hacia él.
-¿Alguien le ha preguntado? Aunque no deje de resultarme agradable que Gryffindor haya perdido todos los puntos por un Potter, eso no quiere decir que el muchacho haga locuras así porque sí. Incluso un mago de su edad y época puede entender qué es una maldición imperdonable y por qué lleva ese nombre. Y sobre todo, por qué no puede pronunciarla.
McGonagall suspiró. Un segundo después se convirtió en gato y saltó al alféizar de la ventana para que le diese un poco el aire.
Albus llegó a la Sala Común con las mejillas ardiéndole. Había pasado por el hall principal y había visto cómo el reloj de Gryffindor ya se encontraba a cero. Quiso morirse en ese instante. Él, que iba camino de ser Premio Anual; él, que sabía conjurar un patronus desde segundo año con la forma de una cierva; él, hijo del famoso Harry Potter... había llevado a Gryffindor a perder todas las posibilidades de ganar la Copa de la Casa ese año. Vio la cara de todos los Gryffindors que pasaban por delante del reloj, y cómo los de Slytherin se burlaban de ello. Deseó conocer cualquier hechizo de autodestrucción para convertirse en polvo antes de llegar a la Sala Común de Gryffindor. Seguramente la gente ya se había enterado de que él había pronunciado una maldición imperdonable y, atando cabos, llegarían a la conclusión de que la total pérdida de los puntos de la debían enteramente a él. Entró por el retrato de la Dama Gorda, que ya lo miraba de un modo que no era normal. Al pasar, la sala estaba llena de gente. Todos hablaban de lo mismo. La primera en verlo fue Rose, que corrió hacia él haciéndose sitio entre la gente a codazos. Lo abrazó. Scorpius llegó poco después.
-¡Oh, Albus! ¿Qué ha pasado? Corren historias terribles sobre que te han expulsado por pronunciar una maldición imperdonable y...
-No, no me han expulsado, pero...
-¡No me digas que es cierto! ¿Cómo es posible? ¿A quién iba dirigida?
-A Mortvelod.
-¿Lo hiciste por Myriam Vanse? ¿Cómo puedes ser tan estúpido? ¿Se puede saber qué castigo te han puesto, si no te han expulsado?
Albus reflexionó antes de contestar.
-Le han quitado todos los puntos a Gryffindor.
-¿Qué?- chillaron Rose y Scorpius a la vez.
-McGonagall ha decidido que era lo justo. Yo le pedí que no...
-O sea, que por tú estupidez mental tenemos que pagar todos...
Albus la miró fijamente, dolido.
-¿Tú también vas a echarme la bronca, como McGonagall?
-Te mereces que te demos una buena patada en el culo, Albus Severus Potter.
Albus tragó saliva y se dio la vuelta, corriendo fuera de la habitación. Un alumno de cuarto se acercó entonces a los dos amigos.
-¿Es verdad que por culpa de Potter Gryffindor ha perdido todos los puntos?
Ninguno de ellos contestó, lo que el chico dio por respuesta afirmativa. Fue corriendo a contárselo a su compañero y en menos de una hora todo el colegio sabía gracias a quién Gryffindor quedaba eliminada del Campeonato de las Casas.
Albus corrió escaleras abajo. Ni siquiera podía contar con el apoyo de sus amigos. Estaba solo. Entonces se le vino a la imagen de una chica alta, de pelo negro y ondulado, y con unos ojos negros que lo hacían vibrar. <
-Disculpa, Melania, ¿te importaría hablar un minuto conmigo?
-Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Potter.
-Por favor...
La chica miró a sus amigas, confundida. Suspiró con fastidio.
-Os veré en la Sala Común.
Las demás la miraron sin comprender su actitud, pero acto seguido continuaron su camino, reanudando la conversación que tenían antes de encontrarse con Albus. Cuando hubieron desaparecido, Melania se giró hacia él.
-¿Qué demonios quieres?
-¿Sabes dónde está Mymi?- preguntó, sin andarse con rodeos.
-Sí.
Se produjo un silencio.
-Bien, ¿dónde está?
-No voy a decírtelo. ¿O es que vas a echarme un Avada Kedavra para convencerme?
-No sabes lo que estás diciendo. Por favor, dime dónde está. Necesito hablar con ella.
-Ella no quiere verte, Albus.
El aire se le congeló en el pecho.
-Eso te... ¿te lo ha dicho ella?
-Exactamente. Te tiene miedo. No quiere quedarse sola contigo por miedo a lo que podrías hacerle...
-Pero, ¿de qué estás hablando? ¿Crees que yo podría hacerle daño a Myriam? ¿Tienes idea de cuánto me importa?
La chica se encogió de hombros.
-Yo sólo sé que has podido matar a Thomas Mortvelod esta mañana. No me hace fata saber nada más. Deja a Myriam, Albus. Ella está mejor sin ti.
-No puedo... No...
Se detuvo a mitad de la frase porque alguien había aparecido en medio del corredor.
-Mymi...- dijo Albus en voz baja, como para sí mismo.
-Melania, déjanos solos, por favor.
La chica miró a Albus con desconfianza y luego se fue corriendo a su Sala Común. Albus entonces se acercó a Myriam, con intención de abrazarla. Ella lo rechazó. El chico la miró sin comprender.
-¿Qué ocurre?- preguntó, extrañado.
-Ésta es la última vez que hablamos, Albus.
Era la primera vez desde que se conocieron que lo llamaba por su primer nombre.
-¿Albus? ¿Por qué me llamas Albus? ¿Ya no soy Sev?
La chica continuó como si él no la hubiera interrumpido.
-Lo que ha pasado hoy en el Gran Comedor me ha hecho darme cuenta de que... quizá la gente
tuviera razón acerca de nuestra amistad. Lo mejor es que acabemos con esto de una vez.
Albus vio cómo las lágrimas afloraban a los ojos de la chica, pero eso no le impidió continuar.
-Cuando te vi apuntar a Mortvelod con la varita y empezar a pronunciar esa maldición... Sentí que no te conocía de nada. Y no quiero estar con alguien a quien no conozco y en quien no puedo confiar.
-Claro que me conoces, Mymi. Somos amigos, ¿recuerdas?- contestó desesperado, cogiendo su mano.
Ella se zafó.
-¿Me rehuyes? ¿Dónde queda eso de que me necesitas, de que no hay nadie como yo? ¿Tanto te importa Mortvelod como para que dejes de hablarme por él?
-¡Odio a Mortvelod!- gritó ella-. Y todo eso por lo que tú preguntas está muerto y enterrado... Enterrado junto a lo que en algún momento... creí sentir por ti- terminó, susurrando esta última parte.
Después de decirlo, salió corriendo. Albus fue detrás de ella, con el corazón latiéndole a mil por hora, pero cuando dobló la esquina por la que ella acababa de desaparecer, se encontró con el pasillo vacío. Echó a correr en la dirección contraria, sintiendo que el pecho le iba a estallar. Cuando ya no pudo más, se metió en la primera clase vacía que encontró y cerró la puerta. Se sentía tan furioso que no miró ni dónde estaba exactamente. Simplemente le dio una patada al muro con todas sus fuerzas y apoyó en él la espalda. Después, fue cayendo lentamente, mientras sentía cómo las lágrimas le abrasaban los ojos, luchando por salir. Finalmente, rompió a llorar.
Myriam entró en el cuarto común después de asegurarse de que había dado esquinazo a Albus. No tenía fuerzas para seguir enfrentándolo, después de lo que le había dicho. <<Y de lo que le has confesado>>, dijo una voz en su interior. Myriam se dejó caer en uno de los sillones, frotándose los ojos. Lo quería. Quería a Albus Severus casi desde que se habían conocido. Desde un primer momento supo que era un chico especial, y él parecía encontrarse a gusto en su compañía... Poco a poco había ido encariñándose de él, había empezado a extrañar su compañía... Hasta que un día, como quien es iluminado, se dio cuenta de que Albus Severus era mucho más que un amigo para ella. Había sabido disimular muy bien lo que sentía, pero sabía que no podría resistir estar lejos de él. Y ahora no sólo estaba lejos de él, sino que encima había sido por propia decisión. <<Todo es por tu culpa, mamá>>.
No sabía cuánto tiempo llevaba llorando. Sólo levantó la cabeza de los brazos cuando sintió que alguien lo observaba. Se encontró de pronto con un rostro que empezaba a parecerle muy familiar.
-¿Profesor... Snape?
El día siguiente amaneció lluvioso en Hogwarts. Albus apenas había dormido. Permanecía tumbado en su cama, oyendo las gotas de lluvia golpear contra los cristales del dormitorio. Sus tres compañeros de cuarto dormían a pierna suelta. Él simplemente dejaba vagar su mente: Mymi, la discusión con su padre, Mymi, sus encuentros con el "fantasma" de Severus Snape, Mymi, la pérdida de todos los puntos de Gryffindor... ¡Ah, y también Mymi! Siguió en sus reflexiones durante un rato hasta que, de pronto, recordó el libro que se había guardado en el bolsillo interior de la túnica cuando estuvo en el despacho del antiguo profesor de pociones y protector de Harry Potter. Se levantó sin hacer ruido y se acercó a la silla donde descansaba su ropa y hurgó en su túnica. Scorpius soltó un ronquido y se dio la vuelta para seguir durmiendo. Albus lo miró un momento, para después sacar delicadamente el libro de su bolsillo. La verdad es que lo embargaba la emoción al tocar un ejemplar tan antiguo y usado. Después de echarle un vistazo por delante y por detrás, caminó descalzo hacia la cama, para poder analizarlo mejor. Se sentó, con la espalda apoyada en el cabecero, y se tapó. Empezó a hojear el libro si prestar demasiada atención a las anotaciones a mano que en él había. Se detuvo en una página a mitad del libro. "FILTRO AMOROSO. Consiga durante un tiempo determinado el amor de la persona a la que ama" rezaba el título.
Albus y Myriam se separaron de golpe. Al mirar a McGonagall a los ojos, supieron que no estaba nada contenta, por mucho que ellos sintiesen que la felicidad los banboleaba. Albus se colocó delante de su amiga y fijó sus ojos en los de la profesora. Conocía la fuerza de su mirada e intentó hacer uso de ella.
Albus miró al profesor con sorpresa. No lo había hecho esperando que Snape se lo agradeciera (hablaba mucho de su orgullo, pero el del maestro de pociones no se quedaba atrás), sino más bien como un modo de disculparse. Fijó sus ojos verdes en los negros del profesor. Después sonrió.
Las palabras de Rose cayeron sobre sus amigos como un balde de agua fría. Albus los miró de hito en hito a los dos. Rose no podía haber hablado en serio, pero al fijarse en la expresión de Scorpius, le parecía que su amigo estaba más pálido de lo normal.
Albusnecesitó coger aire antes de decir nada. Lo que Myriam le estaba diciendo,simplemente no podía ser. <<¿Va a ir con Mortvelod al baile, sólo poraparentar delante de su mamaíta?>>. ¿Y, entonces, qué iba a hacer él?¿Tendría que verlos bailar juntos, soportando la sonrisa de suficiencia delSlytherin, mientras él se tragaba los celos que sentiría? No, no le daba lagana.
-Meniego, Mymi. Me niego a que vayas con ese gilipollas.
-¿Quéte crees, que a mí me apetece mucho? Pero mi madre...
-Tumadre, tu madre... siempre igual. ¿Por qué no le plantas cara de una vez? Mymi,tienes casi diecisiete. Estamos en el siglo XXI y te va a obligar a casarte conun tío contra tu voluntad. ¡Haz algo!
-Parati es muy sencillo, ¿no? El hijo del famoso Harry Potter, con una familiaperfecta, unos amigos perfectos y una vida perfecta. ¡Qué fácil es hablar así!
-¿Aqué viene ahora esto? ¿Me estás reclamando por algo de lo que yo no soyresponsable? Mira, lo siento mucho si tu vida no es perfecta, ojalá pudieracambiar eso, pero para mí tampoco es sencillo ver cómo me tengo que apartar deti cada vez que tu madre aparece en la conversación.
-¿Yentonces por qué estás conmigo, eh? ¿Por qué no te vas con otra que te lo pongatodo mucho más fácil?
Sesentía muy frustrada por lo del baile, y estaba descargando toda su rabia sobreAlbus, que en realidad no tenía culpa de nada. Le dolía hacerlo, pero por otrolado quería que el chico se diese cuenta de que no le convenía estar junto aella.
-Esmuy sencillo...
-¿Ah,sí?
-Sí.
-¿Porqué, entonces?
Albustardó en contestar. Mientras, la miró con intensidad a los ojos.
-Porquete quiero.
Larabia de Myriam desapareció de un plumazo. No lo entendía: apenas un minutoantes le habría pegado una paliza, y en esos momentos sólo quería besarlo,abrazarlo, sentirlo tan cerca de ella que no supiera diferenciar un cuerpo deotro...
-Peroveo que eso no es demasiado importante para ti. Está bien, ya lo he entendido.
Sindecir nada más, se levantó. La miró un momento desde arriba y se dio la vueltaen dirección a la puerta. Cuando estaba a punto de salir, Myriam le dijo:
-Severus,por favor...
Elchico se detuvo un momento, pero después abandonó la habitación, dejándola allísentada, sola. No supo cuánto tiempo estuvo sin moverse. De hecho, no se diocuenta de que había estado completamente quieta hasta que notó una lágrimamejilla abajo. <<Lo he perdido. Lo he perdido para siempre>>.
Lanoche del baile llegó de un modo vertiginoso. Todos los alumnos de tercer año osuperior podrían asistir, y la gente parecía haberse vuelto loca. Las chicascorrían de un lado para otro dando pequeños grititos y riéndose a cada segundo.Los chicos, por su lado, hablaban de su osadía al haberle pedido a tal o cualchica que los acompañara esa noche. Incluso los profesores parecían más amablesde lo normal. El profesor Flitwick, por ejemplo, les había dado una hora libre paraque practicaran la danza que habrían de bailar con la llegada de la luna, yMcGonagall les había dejado bajar a Hogsmeade a comprar detalles de últimahora.
Albuscaminaba por el pasillo en dirección a las mazmorras para asistir a clase depociones. Hacía una semana, se le antojaban escasos los preparativos para lacelebración, pero a esas alturas estaba harto de tantaestupidez-mental-por-una-gilipollez-de-baile-absurdo. Cuando Myriam le habíadicho que no asistiría con él, el mundo se le había caído encima. No se habíavuelto a cruzar con ella desde que abandonó la Sala de los Menesteres, pero elpecho seguía doliéndole igual. Bueno, quizá algo más, porque siempre que seencontraba con Mortvelod, tenía que aguantar cómo les decía a sus amigos locontento que estaba porque "Vanse iba con él". Tener a Scorpius conél lo había ayudado, aunque no demasiado, pues el chico rubio se mostrababastante callado desde que vio a Rose tonteando con Jackson. De su prima mejorni hablar, pues ésta había entrado en un estado pre-hormonal con Jackson y no habíaquien se acercase a ella. Echaba mucho de menos las visitas repentinas delprofesor Severus Snape.
Porotro lado, estaba obligado a asistir a la fiesta, pues en ella estarían suspadres y su hermano James. Era la primera vez que salían desde la inesperadamuerte de su hermana pequeña, Lily, un año y medio atrás. No podía faltar. A loque se negaba en redondo era a llevar pareja. Si Mymi no iba con él, ninguna loharía. Se imaginó la imagen que daría, y una sonrisa macabra se formó en surostro. <<Mejor para mí>>, pensó.
Scorpiusse paseaba por la habitación, nervioso. Se paró frente al espejo y cambió supeinado por tercera vez, y no precisamente porque intentara impresionar a supareja. Desde que se había hecho público que Rose y Jackson Thomas irían juntosal baile, parecía una fiera enjaulada. Llevaba una bonita túnica de gala, todanegra excepto la pajarita (blanca), que resaltaba la palidez de su piel y susojos claros. Albus lo miró desde su cama, en la que permanecía sentado. Sóloquedaban ellos en la habitación.
-Porfavor, Scor, para de una vez. Es la cuarta vez que cambias el peinado. Me estásponiendo nervioso.
-Esque no me convence ninguno, Al. ¿Cómo crees que ella me verá mejor?
-Daigual, a Priscilla Lorens le gustarías aunque fueses vestido con harapos.
-¿Quién?No, joder, estoy hablando de...
Albusenarcó una ceja. A pesar de todos sus esfuerzos, los pensamientos de Scorpiuscontinuaban flotando alrededor de Rose Weasley.
-Quieroque se dé cuenta de que yo soy mil veces mejor y más guapo que ese Thomas...
-Scor,Jackson es nuestro amigo. Siempre lo ha sido. La culpa de que ahora esté conRose es tuya. ¿Por qué nunca has hablado con ella de frente?
-Mira,Al, déjalo, ¿vale? Ella ya ha elegido. Yo sólo quiero que se dé cuenta de suerror.
Elmuchacho Potter se rió.
-¿Ytú qué tal estás por...?
-Bien,bien... No me importa ir solo.
-¿Ypor Vanse?
-Eslo que tú decías antes... Ha elegido ir con Mortvelod. A mí sólo me tocaaceptarlo.
Suamigo lo miró con lástima. No era él el único que lo estaba pasando mal. Viocómo Albus se rascaba distraídamente un ojo y apreció cómo su semblante estabadecaído. Llevaba puesta su túnica de tweed, de un color gris humo, confinísimas líneas de gris más oscuro, una camisa rojo burdeos, que le hacíajuego con el pelo, y en lugar de una pajarita, un pañuelo gris tirando aplateado. Para completar el atuendo, llevaba puestos unos botines acabados enpunta de color negro, que lo elevaban unos centímetros más de lo normal. Enconjunto, presentaba un aspecto peculiar, ¿pero qué en Albus Severus no lo era?
-¡Bueno,ya está!- exclamó Scorpius, atusándose el pelo rizado con los dedos-. Creo quelo mejor será ser yo mismo.
-Porfin encuentras algo en claro...
-Bien,¿vamos?
-Sino te importa ir bajando... Sólo tardaré un minuto.
Scorpiusse encogió de hombros y salió de la habitación, todavía no muy convencido delpeinado elegido. Albus se levantó y se miró al espejo. No creía que fuera mal,pero su ánimo no estaba como para tirar cohetes, o sea, que su visión de símismo se enturbió. Y Myriam iba a ir con ese imbécil... De pronto, escuchó unavoz en su cabeza: <<No dejes de luchar por lo que quieres>>.Se giró sobresaltado, pero la habitación estaba tan vacía como hacía un minuto.Había reconocido perfectamente la voz del emisor, pero a él no lo localizabapor ningún sitio.
-¿Profesor?
Nadiele contestó. Suspiró con resignación y salió también de la habitación.
El Gran Comedor presentaba un aspecto imponente. Albus Severus se sintió sobrepasado al atravesar las puertas de la enorme habitación. Miles de adornos dorados colgaban de las paredes y el techo, dándole a la estancia un aspecto majestuoso. El sitio estaba abarrotado. Las mesas habían sido retiradas para dar lugar a una enorme pista de baile. Había tanto padres como alumnos, que conversaban animadamente mientras una tenue música lo ambientaba todo. Albus localizó a su familia al fondo del lugar, charlando con sus tíos, Ron y Hermione Weasley. Rose estaba con ellos, riéndose con James y su novia. Jackson estaba a su lado, y también reía. Al verlo, Ginny le saludó con la mano y le indicó con un gesto que se acercara. Por el camino, notó que varias miradas se clavaban en él, y giró la cabeza instintivamente. Se encontró con los ojos de su mayor enemigo. Mortvelod lo observaba desde donde estaba, con triunfo. Se encontraba al lado de una mujer no muy alta, de pelo canoso recogido en un moño muy apretado. Su semblante y su expresión le recordaban a McGonagall. Sin embargo, ella tenía los ojos negros como el carbón y era bastante más baja que la directora. Vestía una túnica verde oscuro y Albus pudo ver un broche con una serpiente plateada en el lado izquierdo de su pecho. Retiró la mirada y llegó por fin a donde estaban sus padres. Ginny lo abrazó y lo llenó de besos, mientras su padre le revolvió un poco el pelo, que volvió a su posición en cuanto Harry retiró la mano.
-¿Cómo estás, Albus?- preguntó la mujer, acariciándole la mejilla.
-Bien, mamá. Un poco incómodo por todo esto.
-¿Incómodo? ¡Pero si es un baile! El lugar está precioso. ¿Recuerdas, Harry, el baile del Torneo de los Tres Magos?
-¡Cómo olvidarlo!- respondió, lanzándoles una irónica mirada a Ron y Hermione, que en esos momentos hablaban con su hija y con Jackson.
-¿Y dónde está tu pareja, Al?- siguió preguntando Ginny-. ¿No ha bajado todavía?
-No... no tengo pareja, mamá.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Da igual. No me apetecía venir, pero he venido. Lo de tener pareja o no me da lo mismo.
En esos momentos apareció su hermano James. Con sus diecinueve años, era un clon de su padre, a excepción de los ojos, que eran de su madre. El único que los tenía verdes era Albus. Sólo diferenciaba al padre de su hijo el hecho de que este último llevaba una perilla bien recortada y barba de un par de días.
-¿Qué pasa, enano?
-¿Enano?
-¿Dónde te has dejado a la pivita? Tráela y prenséntanosla.
-No hay "pivita", James- dijo Albus con tono aburrido.
-¿Cómo? ¿Vienes solo a un baile? Ya te vale.
-¿Y qué ocurre con tu amiga, la chica esa de la que me hablaste...?- preguntó Harry con amabilidad.
-¡Bueno, ya está! He venido sin pareja, punto. ¿Alguna cosa más?
James puso los ojos en blanco, volviendo con su novia, mientras su madre miraba a Albus con tristeza. El chico se acercó a ella y le tomó las manos.
-En serio, mamá, estoy bien. No pasa nada, ¿vale?- dijo, intentando sonreír.
Su madre sonrió a su vez, apretándole las manos. En ese momento, las puertas del Gran Comedor se abrieron de nuevo. La persona que entró se le antojó a Albus un sueño. Lo primero que vio fue un vestido con escote palabra de honor, que empezaba en negro por la zona del busto y acababa en blanco en los bajos de una enorme falda con volantes. Pudo apreciar debajo del vestido unas sandalias blancas de tacón, que sujetaban el pie con cinco tiras. Y vio cómo una espesa cabellera negra se deslizaba por unos hombros pálidos, y enmarcaba un rostro de ensueño. Myriam Vanse entró en el Gran Comedor recibiendo las miradas de todos. A Albus se le abrió ligeramente la boca. No podía creerlo. Estaba simplemente preciosa, maravillosa, divina... E iba con Mortvelod. Notó cómo el león que llevaba dentro luchaba contra la serpiente de los celos que le devoraba el corazón. Estaba a punto de echarse a correr hacia ella, de cogerla en brazos y llenarla de besos. Sintió que todo el cuerpo se le ponía en tensión. La amaba más que nunca, pero más que nunca debía mantenerse alejado de ella. Retiró la mirada, después de que se cruzara un segundo con la de ella, y pensó que se habría acercado a donde estaban Mortvelod y la mujer esa. ¿Y si era...?
-¡Vaya chica más guapa! ¿Quién es, Al?- preguntó su padre, sorprendido.
-¿Qué? Ah, no, nadie... Una prefecta de Slytherin.
-Pues ha causado sensación. Todo el mundo se ha dado la vuelta para mirarla.
Harry tenía razón. Albus vio cómo la gente la observaba de reojo, hablando en susurros. Si él hubiera estado a su lado... Una mano en su hombro le hizo sobresaltarse. Se dio la vuelta con fastidio y se encontró con los ojos de su locura. Lo hipnotizaban, lo enloquecían, lo... mataban. Sintió que un fuego abrasador le subía desde el estómago y se instalaba en sus mejillas. ¿Cómo podía ser tan preciosa?
-Hola, Sev- saludó, sonriéndole irresistiblemente.
-Ho... Hola, Mymi- tartamudeó Albus.
-¿Éstos son tus padres?- preguntó la chica, mirando a los interesados con amabilidad.
-Mmm, sí, esto... Harry, mi padre, y Ginny, mi madre.
-Es un placer conocerlos. Soy Myriam Vanse. Severus y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. Tenía ganas de que nos presentaran.
Los padres de Albus sonrieron con agrado.
-Sí, Albus también nos ha hablado mucho de ti...- mintió Harry, sin quitar la sonrisa- Te tiene en alta estima.
Albus notó que los colores de su cara se intensificaban.
-Sí, lo sé- respondió Mymi, atravesando el corazón de Albus con su mirada-. Sepan que es mutuo.
Se quedaron callados durante un par de segundos. Entonces, Myriam dijo:
-En fin, debo volver con mi madre. Otra vez, encantada.
Estrechó las manos de Harry y Ginny. Después se giró hacia Albus.
-Pásatelo bien en la fiesta, Sev- comentó, dándole un beso en la mejilla.
Albus sintió cómo la batalla que tenía lugar en su interior empezaba a ser favorable al león. Quería besarla en los labios hasta el final de los tiempos, hasta que no quedara nada de ellos. Sin embargo, el breve contacto se rompió y Myriam se separó de él. La observó alejarse, sintiendo que la cosa volvía a igualarse entre el león y la serpiente. Se dio la vuelta hacia sus padres, que lo observaban con una ceja levantada.
-Conque una "prefecta de Slytherin", ¿no?
-Y no la conocías de nada, ¿verdad?
El chico no supo qué contestar. Sus padres lo habían pillado, y les había quedado más que claro que era ella la chica con la que le gustaría haber asistido al baile.
-Es muy simpática- comentó Harry, sonriendo-. No me extraña que te guste. Además, es guapa y educada.
-Sí, Al, y se nota que te aprecia. No había más que ver el rubor de sus mejillas al mirarte...
-Tu madre tiene razón. ¿Y por qué demonios te ha llamado Severus?
-A ella... le gustó más ese nombre que Albus. Por eso, desde que nos conocimos, siempre me llama Sev.
-Y es la única que lo hace, ¿no?
-Que yo sepa...
-Eso significa que te trata de un modo distinto a todos los demás- comentó Ginny, pícara.
-Por lo que se puede deducir...
Albus se rió. Sus padres estaban verdaderamente locos, pero le animaba ver que sonreían con sinceridad y que el dolor por la pérdida de Lily iba remitiendo. James y su novia se acercaron.
-¿Quién era esa belleza y por qué no me la habéis presentado?
Su novia le metió un codazo en las costillas, lo que provocó la risa de toda la familia.
El tiempo pasó más lento imposible. Albus se había alejado de su familia y permanecía sentado, observando con pesar el contenido de su copa, mientras Mortvelod y Mymi bailaban, bajo la aprobadora mirada de la madre de ella. Percibió que alguien se sentaba a su lado, pero no se molestó en darse la vuelta.
-¿Qué haces aquí tan solito, Potter?- escuchó Albus, reconociendo la voz.
-Aburrirme, Melania. ¿Y tú? ¿Cómo es que no estás con tu pareja?
-Mi pareja tuvo un desagradable accidente en clase de Pociones el otro día. Aún no se ha recuperado.
Albus rió para sí. <<O sea, que el imbécil que le ha cedido a Mortvelod su puesto en el equipo de quidditch era también pareja de Melania. El mundo es un pañuelo>>.
-¿Y no tienes a nadie con quien estar?
-No, mi padre no ha podido venir. Y mis amigas están todas demasiado entretenidas como para hacerme caso. ¿Y tú?
-Mis padres están por ahí, supongo que bailando. A mí me apetecía estar solo.
-Pues lo siento, porque creo que me quedaré aquí a aburrirme contigo.
Albus se encogió de hombros.
-Haz lo que quieras.
Y siguió mirando hacia ninguna parte, olvidándose casi de la presencia de la chica. Ella lo observaba con interés. Nunca le había gustado demasiado la amistad que su amiga tenía con él, pues su sangre Slytherin le hacía verlo como un enemigo por estar en Gryffindor. Sin embargo, en esos momentos comprendía muy bien a Myriam. Albus Severus tenía algo que atraía. Ejercía una fuerza magnética sobre cualquiera que osase acercarse demasiado. Además, no era nada feo. Sus ojos, y el contraste de éstos con su pelo, lo hacían muy atractivo. Siguió con la mirada la dirección de los ojos de Albus y vio a Myriam y a Mortvelod bailando. La cara de su amiga, aunque trataba de ser de diversión, se apreciaba muy forzada. Miró al chico que tenía al lado. Tenía los puños apretados, y el gesto de su cara era serio. <<De verdad, no entiendo qué hace Myriam con Thomas. No es que sea feo ni nada parecido, pero Albus Severus es más... mucho más. Me parece mucho más atractivo e interesante que don Musculitos. Pero si tú has desaprovechado tu oportunidad, yo no haré lo mismo>>. Se levantó y se puso frente a Albus, que subió la cabeza, extrañado.
-¿Qué ocurre, Melania?
-Vamos a bailar.
Albus sonrió con ironía.
-No, gracias. Estoy mejor aquí.
-Sí, claro, te lo estás pasando en grande viendo cómo Thomas se mueve pegado a Myriam, ¿no?
El gesto de Albus fue de lo más elocuente.
-Venga, ya que no puedes hacer nada, por lo menos diviértete un poco.
El chico recorrió a Melania con la mirada. Su vestido, blanco entero, era mucho más sencillo que el de Myriam, pero le sentaba bien. No estaba fea del todo. Llevaba el pelo castaño en un recogido, con algunos mechones cayéndole sobre la cara. Se levantó y quedó frente a ella. Era bastante más alto, lo que le hizo sentirse un poquito superior.
-¿Tú no me odiabas, Melania? ¿Cómo es que ahora quieres bailar conmigo?
-He cambiado de opinión- contestó ella con una sonrisa, tomándolo de la mano y dirigiéndose a la pista de baile.
Albus percibió con satisfacción cómo Myriam los seguía con la mirada. Se pararon a pocos metros de ella y su pareja. Melania lo miró y colocó la mano de él que tenía agarrada en su cintura. Ella la colocó a su vez en el hombro de Albus y tomó la otra. Empezaron a bailar.
-Me gusta tu túnica, Potter. No había visto ninguna así hasta ahora. No te queda mal.
-Tu vestido también es bonito. Te hace juego con los... ojos.
La chica se rió.
-Gracias.
Se miraron a los ojos durante unos segundos. Después, ella apartó la mirada.
-Ahora entiendo por qué Myriam es amiga tuya- comentó Melania, plasmando con palabras sus pensamientos de minutos antes.
-¿Ah, sí?- preguntó Albus, sarcástico.
-Sí, sólo con mirarte a los ojos se puede saber el tipo de persona que eres.
-¿Tan obvio resulto?
-Eres un Gryffindor... Eso te viene en esencia.
Volvió a reír ante la cara que puso él.
-¿Algún problema?
-Era una broma, una broma...- replicó ella, entre risas.
-Ya...
-La quieres mucho, ¿verdad?- dijo de pronto.
Albus asintió. Al fin y al cabo, no servía de nada negarlo. Estaba enamorado de Myriam, y para él eso no era ninguna vergüenza.
-Pues te voy a decir algo para que te animes... Ella también te quiere a ti. Más de lo que imaginas.
-Sí, claro... Pero viene con Mortvelod al baile.
-Todo es culpa de su madre, Albus.
-¿Y por qué no le planta cara? Entiendo que sea difícil, pero es que la va a obligar a casarse con Mortvelod a la fuerza. ¿Eso te parece normal?
-Te entiendo, pero también comprendo a mi amiga. Conozco a su madre, Albus, y no te puedes ni imaginar cómo es. Nadie desobedece a Casilda Vanse cuando ya ha tomado una decisión.
La expresión del chico se ensombreció.
-Pero... ya que tú estás sufriendo ahora mismo un serio ataque de celos, si quieres, podemos hacer que a Myriam le pase lo mismo.
-¿Qué quieres decir?
-Es muy sencillo. Ven- respondió, abrazándose a él y acercando su boca a su oído.
Myriam vio perfectamente cómo Melania se pegaba completamente a Albus y empezaba a susurrarle cosas al oído. Apartó bruscamente la mirada. Desde que los había visto levantarse juntos e ir de la mano hacia la zona de baile, había sentido que el estómago se le revolvía, pero eso ya era demasiado. No se podía creer que su mejor amiga estuviera haciendo algo así, pero mucho menos Albus Severus. ¿Qué se había creído? ¿Cómo era capaz de decirle que la quería para luego hacer eso? <<¿Y qué estás haciendo tú?>>, le dijo una voz en su interior. <<Tú también le has dicho que lo quieres y estás aquí con Thomas Mortvelod en lugar de con él. Ahora mismo, los dos sois iguales>>. Notó el veneno de los celos bajarle por la garganta y deseos casi irrefrenables de ir hacia los dos y separar a Albus de Melania en el acto. La voz de Mortvelod la devolvió a la realidad.
-¿Has visto a Melania con Potter? ¡Ya hay que tener mal gusto! Bueno, así por lo menos ese imbécil te dejará en paz.
Myriam tragó saliva, asintiendo simplemente.
-Con lo que es Melania cuando se encapricha de alguno... Seguro que dentro de un rato nos daremos cuenta de que han desaparecido y, si los buscáramos, los encontraríamos en cualquier rincón oscuro haciendo... Bueno, ya me entiendes.
La chica visualizó a Albus y a Melania haciendo el amor juntos y tembló de ira. Vio el cuerpo desnudo de Albus embestir una y otra vez el de Melania y escuchó sus gemidos de placer al penetrarla. Sacudió la cabeza a los lados. No, eso nunca. Jamás lo permitiría.
-Creo que Potter por fin será un hombre esta noche- comentó con voz socarrona Mortvelod.
Myriam se separó de él ipso facto. Se dio cuenta de que debía disimular si no quería levantar las sospechas de Thomas y de su madre.
-Lo siento, Thomas. Tengo que ir al servicio. Volveré enseguida.
El chico asintió, sin darle más importancia, y Myriam se alegró de ello. Sin embargo, lo que de verdad necesitaba era salir de allí, dejar de ver a Albus y a Melania bailar y reír juntos. Se sentía sofocada y mareada. Fue a paso ligero hacia las puertas del Gran Comedor.
Albus vio cómo Myriam salía casi corriendo del Gran Comedor y tuvo el impulso de ir tras ella, pero el sentir a Melania pegada a su cuerpo lo detuvo.
-Myriam está muerta de los celos- rió la chica.
-¿Tú crees?
-Estoy completamente segura.
-No sé...
-¡Vamos, Potter, es el momento! Ve tras ella ahora que se ha librado de Thomas.
Albus dudó. ¿Qué podía ganar y qué podía perder? Se dio cuenta de que la respuesta era todo y nada. Miró una vez más a Melania y sonrió.
-Gracias.
Después, salió a paso ligero del Gran Comedor.
Myriam permanecía apoyada en la pared cerca de la puerta del Gran Comedor. El frío de la piedra parecía estar bajándole el acaloramiento que había tenido por culpa de Albus y Melania dentro de la habitación. La escena de sexo entre ambos volvía a ella de modo recurrente, aunque intentara borrarla de su mente. La idea de que Albus perteneciera a otra de cualquier manera la ponía enferma. Se secó una lágrima que se le estaba formando en el ojo derecho y suspiró. Las puertas se abrieron. Antes de ver quién era, Myriam se imaginó a una joven pareja de estudiantes que salía de allí para poder disfrutar de lo que quedaba de noche en privado. Su sorpresa fue mayúscula al encontrarse con los ojos verdes de Albus Severus. Se incorporó de inmediato, pero no pudo moverse, porque Albus había colocado sus dos brazos en la pared a ambos lados de su cintura.
-¿Qué haces aquí, Sev?
-¿Y tú? ¿Te encuentras bien?
-Muy bien. Sólo quería ir al aseo.
-¿Y qué haces aquí apoyada, entonces?
-Tomar el aire.
-¿Y lo del servicio...?
-Ya he ido. Sólo respiraba un poco. La atmósfera del Gran Comedor está algo cargada...- añadió algo de sarcasmo a la última parte de su comentario.
-No deberías dejar sola durante tanto tiempo a tu pareja.
-Lo mismo digo. Por cierto, ¿qué tal con Melania? No sabía que os llevarais tan bien.
-Muy bien, la verdad. Creo que la había prejuzgado, porque ha resultado ser una caja de sorpresas.
-Sí, suele ser así.
-Ahora veo por qué el destino no quiso que tú y yo viniéramos juntos al baile... Es que Melania me iba a estar esperando en la fiesta. Creo que no podría haber encontrado mejor compañía.
Myriam notó que se encendía. ¿Cómo era capaz de decirle todo eso? ¡En sus propias narices!
-Bien, me alegro por ti. Me sentía un poco culpable por haberte dejado plantado, pero ahora veo que no hay motivo.
-No, por supuesto. No sabes cuánto te lo agradezco.
¿Cómo podía tener tanta desfachatez? ¿Era un hipócrita, acaso? ¿Le había estado mintiendo durante todo el tiempo sólo para tener a alguien con quien liarse?
-Bien, pues no la hagas esperar más.
-No, no, si la que saldrá ahora será ella. Estaba cogiendo algunas provisiones para llevarnos de aquí.
Las alarmas de Myriam se activaron. Albus y Melania se iban del Gran Comedor... ¡JUNTOS! Los celos pellizcaron los ojos de la chica e hicieron que tuviera que apretar los dientes para contener las lágrimas. Entonces Mortvelod tenía razón: Albus y Melania iban a...
-Pues que os lo paséis muy bien- dijo Myriam, intentando irse de ahí, sin éxito, ya que Albus no se apartaba.
-Oh, sí, ten por cierto que nos lo pasaremos genial. Va a ser algo... Algo precioso de lo que acordarse toda la vida.
-Pues que os lo paséis bien- repitió Myriam, no pudiendo evitar que las lágrimas cayesen precipitadamente por sus mejillas.
-Eso ya lo has dicho- dijo Albus, cambiando el tono completamente.
Myriam lo miró a los ojos. Sonreía. La chica se sintió confusa. ¿Qué ocurría? ¿Por qué se reía Albus? ¿Qué diablos tenía tanta gracia?
-Pero si quieres... Puedo dejar a Melania e irme contigo.
-¿¡Cómo!?
Los ojos de Albus respondieron por su boca.
-¿Quieres que...? Pero mi madre...
Albus no le dio tiempo a que dijera nada más. La besó con desesperación por los celos que había pasado esa noche, y ella respondió también con un beso desesperado, porque empezaba a comprender que era verdad lo que estaba viviendo. Lo abrazó con todas su fuerzas mientras continuaba devorando sus labios con toda la pasión contenida. El león y la serpiente habían depuesto las armas y se embarcaban ahora en una misión de paz y amor.
<<Queremos un lugar en el que estar juntos para siempre>>. Después de pasar tres veces, una puerta se hizo en la pared. Albus la abrió despacio y oteó el interior. Lo habían decidido casi al instante. El mejor lugar al que ir era la Sala de los Menesteres.
-Entremos- dijo el chico, echando un vistazo a su alrededor para vigilar que no hubiera nadie.
Atravesaron el umbral y cerraron la puerta. Su sorpresa se hizo patente al comprobar que la sala era completamente distinta a la que apareció la vez anterior. Una enorme cama reposaba en el centro de la habitación, con una considerable cantidad de muérdago suspendido encima de ella. Las sábanas eran de seda roja y en el edredón aparecían bordados con hilos de oro y plata un león y una serpiente entrelazados. De nuevo, había una chimenea de gran tamaño, que era lo único que daba luz en aquel lugar. Los dos chicos se miraron. Por motivos que se escapaban a su comprensión, Myriam encontró a Albus mucho más guapo que en el Gran Comedor (lo cual ya era decir mucho), y al chico le ocurrió lo mismo.
-Te quiero, Mymi- fue lo único que dijo Albus, antes de acercarse a la muchacha y besarla.
La cogió en volandas y la llevó a la cama. La cosa se complicaba por el vestido que ella llevaba. Albus pisó un pedazo de la tela de éste y se tropezó. Ambos cayeron sobre la cama, dándose un leve golpe en la frente. Empezaron a reírse.
-Vaya, sí que soy torpe.
-Sí, eres mucho más torpe de lo que pensaba, Sev. A Thomas no le habría pasado- comentó Myriam, intentando picarlo, cosa que consiguió con creces.
-¿Ah, no? ¿Lo conoces tan bien como para saberlo?
-Bastante, sí.
Albus tragó saliva. Una serie de imágenes se le vinieron a la mente, a cada cual más desagradable. Decidió que, si ella estaba intentando ponerlo celoso por algún motivo, él no se quedaría atrás.
-Bueno, si ves que prefieres a Mortvelod, yo siempre puedo ir a buscar a Melania. Supongo que estará esperándome.
Myriam frunció el ceño.
-Si tantas ganas tienes de estar con ella, adelante, te puedes ir. ¿Quieres que os deje la cama abierta? Así podréis ir al tema sin más...
-Sí, gracias. Bueno, voy a buscarla. ¿Te importaría no estar aquí cuando vuelva? Eso podría cortarnos el rollo.
Lo dijo tan serio que Myriam ya no supo si pensar que bromeaba o no. Empezó a enfadarse.
-No, no te preocupes. Mejor bajamos juntos. Así yo ya me quedo con Thomas... Ha mencionado no sé qué sobre la Sala Común...
-Genial. Creo que los cuatro nos lo pasaremos muy bien esta noche.
Myriam se rió, deseando acabar ya con la broma.
-Está bien, Sev. Volvamos a la cama. Al final se nos quedará fría.
-¿A qué te refieres?
La chica lo miró sin comprender.
-Era... era una broma. Yo sólo bromeaba.
-¿De verdad? Pues yo... creí que hablabas en serio. Ahora mismo me apetece más estar con Melania que contigo...
Myriam entrecerró los ojos y, agarrándolo de la pechera, lo pegó a sí y lo besó con decisión. Al principio, Albus no dio muestra alguna de responder al beso, pero no tardó demasiado en introducir su lengua en la boca de ella. Volvieron a la cama a tientas, sin dejar de besarse. Cayeron de nuevo el uno encima del otro, pero en esta ocasión nada los hizo detenerse. Albus buscó a tientas la cremallera del vestido de Myriam, que se encontraba en un costado. Empezó a bajarla sin dificultad y sin dejar de besar a la chica. Cuando la bajó del todo, se incorporó junto con Myriam. Ella se sacó el vestido por la cabeza y se quedó en ropa interior. Llevaba una especie de top sin tirantes de color negro y unas braguitas a juego. Albus cogió aire. Nunca la había visto así, y notó que el bulto de su entrepierna empezaba a aumentar de tamaño.
A continuación llegó el turno de ser desnudado. Myriam fue desabotonando con los dedos temblorosos cada uno de los botones de su camisa, de su pantalón, incluyendo el nudo de su pañuelo. Al final, Albus se quedó en unos boxer oscuros, que marcaban todo lo que tenían que marcar. Myriam se sentó en la cama, observándolo. Su torso desnudo, con un poco de bello moreno, que nacía en el pecho y moría en el pubis. La temperatura de Myriam subió al recorrer con la mirada la tira del calzoncillo del chico. Éste se subió de un salto a la cama y se puso de rodillas detrás de ella. Con gesto resuelto, llevó sus manos a la espalda de la chica y desabrochó el sujetador. Sus manos entonces pasaron de la espalda de ella a su vientre y la abrazó con fuerza, pegando su boca a su oído.
-Te amo, Myriam.
* * *
Bien, aquí finaliza otro capítulo. Agarraos, que vienen curvas.
Por si alguien no se ha enterado, este capítulo contiene lemon, es decir, escenas de sexo explícito. Leed bajo vuestra responsabilidad.Al darse la vuelta, Myriam vio una figura delgada que avanzaba hacia ella. Respiró aliviada al ver de quién se trataba.Scorpiusy Rose se separaron, produciendo el mismo sonido de una ventosa al despegarsede un cristal. Estaban muy colorados.
-Rose-susurró el chico.
-Chist-lo calló ella, besándolo de nuevo.
Acontinuación, se levantó y se sentó encima de las rodillas de Scorpius, sindejar de besarlo. Él le pasó un brazo por la cintura, sujetándola bien, y lepuso el otro encima de las piernas. Rose gimió levemente al sentirlo y se pegómás al chico. Albus sonrió. <<Por fin estos dos idiotas...>>.Se puso en pie y, echándoles un último vistazo a sus dos amigos, a los que seveía muy entretenidos, salió de la Sala Común. Bajó la escalinata de mármol,sin saber muy bien a dónde ir. Una sonrisa traviesa se dibujó en su cara. Sí,sabía perfectamente a dónde ir, aunque no estaba seguro de que fuese una buenaidea. Zarandeó la cabeza a los lados y se dijo a sí mismo que se dejase detonterías. Llegó al hall y enfiló el pasillo que conducía a las mazmorras. Ibaa doblar la esquina que llevaba a la Sala Común de Slytherin cuando oyó vocesal otro lado. Decidió pararse a escuchar. Se trataba, casi con seguridad, dedos personas, y estaban discutiendo.
-¿Acasohas pensado que soy tonto? ¿Creías que no me iba a enterar?
-Yo...yo no...- titubeó el otro.
Albusreconoció esta última voz. Era... Pero eso no podía ser, porque si una de lasvoces era de ella, la otra tenía que ser...
-¿Yqué me dices de tu madre, eh? ¿También creías que podrías engañarla a ella?
-¡Suéltame,Thomas!
HastaAlbus llegó el sonido de una bofetada y del posterior forcejeo. Dobló laesquina y se quedó mirando a las dos personas que había a apenas unos metros deél. Mortvelod, como había supuesto, zarandeaba a Myriam con violencia. La bilisse le subió a la garganta. Corrió hacia ellos y apartó a Mortvelod de Myriam deun empujón.
-¡Novuelvas a tocarla! ¿Me oyes?
-¡Vaya,mira a quién tenemos aquí!¡Pero si es Potter, tan inoportuno como siempre!Igual que ayer en la fiesta... Lo hablaba con Myriam hace un minuto, ¿verdad?-el muchacho hablaba con profundo cinismo-. Resulta muy curioso que ambosdesaparecierais a la vez, y precisamente por una indisposición.
-¿Quétiene de raro?- preguntó Albus, sabiendo que de raro tenía mucho.
-¿Noves nada extraño en ello? ¡Qué curioso! Verás, te lo voy a explicar... Myriamse siente indispuesta y abandona el Gran Comedor. A los dos minutos, raudo comoun rayo, a ti te ocurre lo mismo y también sales del lugar. Ninguno de los dosvolvéis. La única que viene es Melania, diciendo no sé qué de que ambos ossentíais mal. Lo que me llama la atención es que todo ocurriese justo despuésde que tú y Melania os levantaseis a bailar.
-¿Adónde quieres ir a parar, Mortvelod?
-Aque lo sé todo.
-¿Todo?-dijo Albus, intentando adoptar una postura sarcástica.
-Anoche,cuando Myriam regresó a la Sala Común, le oí contarle a Melania lo... bien queos lo habíais pasado juntos.
Lamirada de Thomas ardía y fulminaba a Albus, mientras éste intentaba no dejar demirarlo a los ojos. Sintió que Myriam temblaba detrás de él. Sabía que si realmenteMortvelod lo sabía "todo", sería una hecatombe para la chica. Decidiódisimular.
-Nosé de qué estás hablando. ¿Tan joven y ya deliras, Mortvelod?
-¿Tecrees muy listo, Potter? Pues esta vez no te ha salido bien la jugada. Da igualque te hayas follado a Myriam. Yo lo haré todas las veces que me plazca despuésde que nos casemos.
-Sólofalta que yo permita que se produzca esa boda- dijo Albus, apretando lasmandíbulas. Blog sobre Formación Universitaria
-Note preocupes, que no te vamos a pedir permiso. Y en cuanto a lo de acostarmecon mi mujer... ¿Quién me lo va a impedir, ella?
-No,pero yo sí- gritó el chico Potter, abalanzándose sobre él
Ambosrodaron por el suelo, golpeándose por donde pillaban. Myriam les suplicó quepararan, se lo pidió de todos los modos posibles, incluso intentó separarlos...Pero un codazo involuntario de Albus fue a parar a su costado e hizo que cayeraal suelo. Esto provocó que el chico se despistara por un segundo, que aprovechóMortvelod para darle una potente patada en el estómago. Albus cayó boca arribaa medio metro de donde estaba, sin poder respirar. Mortvelod se lanzó sobre ély empezó a darle puñetazos sin tregua en la cara. El chico pelirrojo intentabaprotegerse la cara como podía, mientras luchaba por recuperar la respiración.Los gritos de Myriam alertaron a varios alumnos de Slytherin, que llegaron alpoco tiempo y consiguieron separar a los dos muchachos. A pesar de su sujeción,ambos seguían intentando propinar el último golpe. El griterío se apagó cuandoapareció por el pasillo Roberta Forks, profesora de Aritmancia y jefa de lacasa Slytherin.
-¿Quéestá ocurriendo aquí?- preguntó, mirando a uno y a otro lado del grupo.
Erauna mujer alta, con el pelo largo y canoso, y una mirada fría a través de susojos grises. Vestía una larga túnica de color verde botella.
-¿Ybien?
Observócon detenimiento a los dos que se habían peleado y se giró hacia Myriam.
-¿Mepuede decir qué ha pasado, señorita Vanse?
Myriamse lo pensó mucho antes de contestar. Tanto, que la profesora empezó a ponersenerviosa. Finalmente, la chica murmuró:
-Unapelea, profesora.
-¿Cómodice? Hable más alto, por favor.
-Hedicho una pelea, profesora.
-¿Unapelea? Bien, ya lo veo- comentó, con mirando con el morro torcido a AlbusSeverus-. ¿Y a qué ha sido debida?
Myriamse dio cuenta de que no podía decir toda la verdad. Tendría que omitir ciertaparte que no los pusiera en evidencia, ni a ella ni a Albus. Se fijó en elmuchacho: mientras que Mortvelod apenas tenía un poco de sangre en el labio, suamigo estaba hecho una pena, con un ojo hinchado y sangrando copiosamente. Seaclaró la garganta, intentado adoptar un tono frío que no dejase dudas acercade su neutralidad.
-Thomasprovocó a Potter de mala manera, profesora- cogió aire y continuó-. Thomasestaba atacándome y Albus Severus me defendió de él.
-¿Escierto eso, señor Potter?- preguntó la profesora, mirando a los ojos a Albus.
Elchico asintió, sintiendo que si hablaba, vomitaría.
-¡Esono es cierto!- chilló de pronto Mortvelod-. Él... Ellos...
-Norecuerdo haberle preguntado a usted, señor Mortvelod.
-Ustedno lo entiende, si supiera...
-Elque no entiende nada es usted. Si no se calla, me obligará a quitarle veintepuntos a Slytherin.
Thomasapretó los dientes, fulminando a Albus con la mirada, pero ya no dijo nada más.
-Entiendaque confíe en la palabra de una de las mejores alumnas que he tenido nunca, yno en la de un intento de alumno que no sabe hallar los tres números de sunombre.
Despuésde echarle una última mirada de desprecio, se volvió hacia Myriam.
-Bien,querida, gracias por los datos aportados.
Myriam asintió, sonriendo débilmente. Parecía que había pasado la prueba defuego. La profesora se dirigió entonces a Albus.
-Apesar de la versión de la señorita Vanse, me veo obligada a hablar con elprofesor Longbottom, señor Potter. Acompáñeme.
Lamujer echó a andar a paso ligero por el oscuro pasillo, y Albus casi se vioobligado a correr para alcanzarla. No se había mirado al espejo, pero seimaginaba que estaría hecho una pena. El dolor que sentía en todo el cuerpo asíse lo indicaba. Al llegar a la puerta de acceso a las mazmorras, Forks se paró.Lo atravesó con sus ojos grises.
-Serámejor que vaya directamente a la enfermería. Da asco verlo.
Albusintentó sonreír por el desparpajo de la profesora, pero sólo le salió unadesagradable mueca.
-Lediré al profesor Longbottom que lo busque allí. Vaya rápido, o no estará enforma para el partido de quidditch de mañana. Quiero que Slytherin gane contodos los jugadores del otro equipo en activo... Si no, no tendría mérito.
Entoncessonrió casi imperceptiblemente y, después de repetirle a Albus que no tardaseen ir a la enfermería, desapareció en dirección al despacho del profesorLongbottom.
Albusentró en la enfermería arrastrando los pies. Una anciana señora Pomphrey lorecibió asustada, llevándolo con cuidado a una de las camas.
-¡Potter!¿Se puede saber qué te ha pasado? Esta mañana, tu amigo Malfoy, y ahora, tú...
Laenfermera empezó a reírse. Albus la miró con una ceja enarcada, y su gestodebió de ser bastante elocuente, porque la mujer se aclaró la garganta yexplicó:
-Nuncapensé que viviría para ver a un Potter y a un Malfoy ser amigos. Tu padre y elde Scorpius se odiaban cuando estaban aquí. Eran enemigos acérrimos.
Albusse encogió de hombros.
-Supongoque nosotros no somos como ellos- dijo, con la voz ronca.
-No,desde luego que no. Aquí entre nosotros... Me alegro de que tu amigo no seacomo su padre.
Elchico sonrió. <<Yo también>>, pensó. Siguieron hablando mientrasla enfermera le daba de beber una serie de pociones y le aplicaba ungüentos enla cara. A los quince minutos, Neville Longbottom entró en la enfermería. Seacercó a Albus con expresión indescifrable.
-Poppy,por favor, déjanos solos.
-Porsupuesto, profesor- contestó Madame Pomphrey, recogiendo los tarros que habíapor en medio y yéndose a su pequeño apartado. El profesor tomó asiento entoncesen la cama de enfrente de Albus. Lo observó sin decir nada, como esperando quefuera Albus el que hablara, pero el chico no tenía ni idea de lo que elprofesor quería oír.
-¿Ybien, Albus? ¿Puedes darme tu versión de lo que ha pasado? La profesora Forksya me ha dado la suya.
-¿Quéquiere que le diga? Me he peleado con Thomas Mortvelod. Él estaba molestando aMyriam Vanse. Tan solo la defendí.
Nevillepermaneció callado durante un par de minutos. Después suspiró.
-Albus,Albus... ¿Qué debería hacer contigo? Si la cosa es tal como la cuentas, nopuedo quitarle puntos a Gryffindor, porque fue una buena acción. Sin embargo...Es muy raro. Que Mortvelod maltratara a Vanse... Bueno, supongo que sabes queellos...
-Sí,lo sé- dijo Albus, deseando que no dijera la palabra maldita.
-Bien,pues siendo así, no entiendo por qué Thomas habría de...
-Quevaya a casarse con ella no significa que esté enamorado de ella. Eso... eso esharina de otro costal.
-Ya...-respondió Neville, mirando hacia otro lado-. Algo me había comentado tu padreacerca de... bueno, de lo que sientes por Myriam.
Habíapasado a tutearlo, como si ya no fuera el profesor Longbottom, sino Neville, elviejo amigo de su padre. Albus se sonrojó. Una cosa es que no se avergonzara desus sentimientos, y otra muy distinta, que su padre lo fuera proclamando a loscuatro vientos. <<Muchas gracias, papá>>.
-Verás,Albus, ésta te la voy a dejar pasar, ¿de acuerdo? Todos hemos estado enamoradosalguna vez y hemos hecho locuras de todo tipo, pero ándate con ojo. La próximasí que te castigaré, a ti y a todos los implicados. Bastante tuvimos cuandocasi le lanzas un... Bueno, ya me entiendes. Que no se repita, ¿entendido?
-¿Yno hay castigo para mí?
-Mmm...No, por esta vez.
Albusestuvo tentado de saltar de alegría, pero sus costillas no se lo habríanpermitido. Neville lo miró sonriendo un momento más y después se levantó. Seaclaró la garganta y dijo:
-Procuraestar en forma para mañana, Albus. No quiero que perdamos contraSlytherin.
-Loestaré, aunque tenga que agarrarme a la escoba con los dientes.
Suprofesor sonrió más ampliamente. En realidad, Albus tenía la esperanza de no tenerque rozar con su boca el palo de su magnífica Saeta Ígnea, laversión más avanzada de la antigua Saeta de fuego. Su padre se laregaló cuando cumplió dieciséis años, y podía decirse que amaba esa escoba. Sirecibía algún golpe, le dolía como en carne propia. Rose los miraba de formareprobatoria cuando Scorpius y él hablaban de ella, pero su amigo estaba másque encantado. Él tenía otra exactamente igual. Neville asintió satisfecho y salió de laenfermería. Albus se quedó sentado en la camilla un rato más, mirando a lasmusarañas, y media hora después le pidió permiso a la señora Pomphrey para ir acenar al Gran Comedor, quien no vio inconveniente. Le advirtió, sin embargo, queno se anduviese metiendo en peleas al estilo muggle, porque no quería verlo porallí en mucho tiempo.
Albusentró en el Gran Comedor cuando estaban a punto de dar los postres. A su pasopor entre las mesas, sus compañeros se lo quedaban mirando con caras de todotipo: sorprendidas, asustadas, con sonrisas de suficiencia... Llegó a dondeestaban Scorpius y Rose en lo que le pareció un siglo. Sus amigos se habíansentado el uno frente al otro. No sedecían ni una palabra, solamente comían y se devoraban con los ojos. Albus tuvoque carraspear para que se dieran cuenta de su presencia. Sus amigoszarandearon la cabeza a los lados, como si salieran de una ensoñación, y lomiraron. Los ojos de Rose se abrieron desproporcionadamente, mientras queScorpius estuvo a punto de atragantarse con un muslo de pollo. Albus se imaginóel aspecto que tendría para reacciones tan exageradas.
-Al,¿qué...?- empezó a preguntar Rose.
-Nada-contestó el chico cansinamente, sentándose al lado de su prima-, lo de siempre,una bronca con Mortvelod.
-Yvaya bronca, amigo... Tienes la cara echa un cuadro.
-Tú nohables muy alto, que todavía no puedes abrir el ojo izquierdo.
Scorpiussonrió con suficiencia. Rose le acarició a su primo suavemente la mejilla, mientras preguntaba:
-¿Otravez por Vanse?
-¿Porqué, si no?
-Yesta vez fue debido a... ¿qué, en particular?
-Él seha enterado de que anoche Myriam y yo...- no continuó la frase.
Encambio, miró a Scorpius, que lo había entendido perfectamente.
-No meexplico cómo demonios escuchó lo que Myriam le dijo a Melania anoche, pero elcaso es que lo sabe, y eso no nos beneficia en nada a Myriam y a mí.
-A ver, parad el carro... ¿Qué es lo que paso anoche?
Albus se sonrojó. No contesto a la pregunta de la chica. Sin embargo, Scorpius, con sonrisa divertida, se acercó a ella por encima de la mesa y susurró:
-Que anoche tu querido primito le arrebató a Vanse el bien más preciado de una mujer...
-¿Cómo?- preguntó Rose, con los ojos aún más abiertos que antes, mirando a Albus como si no lo conociera-. ¿Te refieres a...?
-Sí, Rose, a que se acostó con ella.
-Bueno, tampoco hace falta que lo hagas público, ¿eh, Scor?- comentó su amigo, entre molesto y divertido. Le hacía gracia la manera en que sus amigos se estaban tomando la noticia.
-Pero... pero... ¿Cómo...?
-Verás, Rose- dijo Scorpius, fingiendo un tono cargado de paciencia-, cuando dos personas se quieren, llega un momento en que los besos no son suficiente, y tienen que ir un paso más allá...
La chica le tiró una servilleta arrugada que tenía en el regazo. Scorpius se protegió la cara, riéndose. Albus los observaba, con ganas de reírse a carcajadas. <<Nunca cambiarán...>>. De pronto, los postres aparecieron en la mesa, sin haberle dado a Albus la posibilidad de que probase nada del menú. Resignado, cogió un par de trozos de bizcocho de limón y se sirvió arroz con leche, mientras observaba a Rose y a Scor discutir por tonterías.
Al llegar la noche, el dolor del cuerpo se incrementó, a pesar de las pociones que le había administrado la señora Pomphrey. No podía mantener una determinada postura más de dos minutos seguidos, y eso le impedía conciliar el sueño. La cuarta vez que se puso boca arriba, abrió los ojos. La habitación estaba en completa oscuridad y sólo se escuchaban los suaves ronquidos de Scorpius en la cama más cercana. Al ser los dos únicos chicos de su promoción que entraron en Gryffindor, la habitación era para ellos solos. Volvió a cerrar los ojos y suspiró. Se le vino a la mente la imagen de Mortvelod golpeándolo con todas sus fuerzas, unos golpes que incrementaban su rabia, además de sus moratones. Después se le formó la imagen de Myriam, y los recuerdos de la noche anterior avivaron su fuego interior. Tuvo una erección al recordarse penetrando a la chica, que gemía bajo su peso y se estremecía con su contacto. Agradeció que el manto de la noche ocultara sus reacciones ante sus recuerdos. Una voz lenta y grave, que arrastraba las sílabas, dijo muy cerca de él:
-Tú nunca aprendes, ¿eh, Potter?
El chico se incorporó de golpe en la cama. Al mirar a su lado izquierdo, se encontró con la cara de Severus Snape observándolo con una mueca sarcástica.
-¡Joder! En serio, eso de aparecer como una persona normal no va con usted, ¿verdad?- dijo Albus en un susurro.
-Punto número uno: Ya no soy una persona, pues estoy muerto, lo que me desliga de cualquier obligación relacionada con el estado "persona". Punto número dos: ¿Quién te ha dicho que tenga algo de normal?
El chico sonrió. Aunque le costara admitirlo, había echado de menos al sarcástico profesor.
-Tiene razón. Discúlpeme.
Snape sonrió con suficiencia.
-Los Gryffindors siempre tan cumplidos...
Albus puso los ojos en blanco, apoyando la espalda en el respaldo de la cama. Intuía que la conversación iba a ser larga.
-Bien, ¿qué quiere? Hacía más de un mes que no se dejaba ver por aquí... Supongo que querrá saber las novedades.
-Estoy al tanto de todas las novedades, Potter. Que tú no me percibas no significa que yo me haya desentendido de mi misión para contigo. Lo sé todo hasta el momento en que has tenido el ligero problemilla de... contención corporal.
Albus se sonrojó notoriamente, cosa apenas apreciable en el oscuro dormitorio. La sonrisilla del profesor se hizo más amplia.
-Pero no te preocupes... No se lo puedo contar a nadie.
-No sabe el alivio que eso me produce- contestó Albus, notando aún la presión de su miembro contra el pantalón del pijama.
-Ya, bueno... En fin, que me voy por donde no debo... ¿Yo no te había advertido sobre lo de pelearte con Thomas Mortvelod?
-No, me había advertido sobre que tenía que luchar por lo que quería, y eso es Mymi.
-¿No entiendes que todo está relacionado, muchacho? Si provocas la ira de Mortvelod, provocarás también la de Casilda Vanse, y ella sí que puede apartarte de su hija si así lo desea.
Albus no había pensado en eso. <<¡Maldita urraca!>>.
-Además, mírate. Estás hecho unos zorros. ¿Qué creías que ibas a hacer contra esa mole? Un flacucho como tú no debe usar la fuerza, sino la astucia. Mira lo que te ha pasado por ingenuo.
-No pensé en nada. Simplemente ataqué.
-Y así te fue. Mira, ya está bien de dejarte llevar por impulsos, Albus Severus. Tienes que reflexionar. Si no piensas, jamás vencerás.
-¿Eso es lo que le pasó a usted?
Snape lo fulminó con su negra mirada. A Albus se le había olvidado eso de no hacer preguntas que no debía, y el profesor se había enfadado.
-Resulta que mi caso, Potter, no tiene nada que ver con el tuyo... Para empezar, yo tuve una vida horrible, ya desde la infancia. Tú has crecido y vivido en un hogar estable, con unos buenos padres. No te compares conmigo porque no puedes. Precisamente para que no te ocurra lo mismo que a mí, es necesario que no cometas mis mismos errores. Obedece los puntos que te marco y no seas idiota.
-¡No soy idiota!- exclamó en voz alta.
La voz somnolienta de Scorpius le llegó desde el otro lado de la habitación.
-¿Te encuentras bien, Al?
-Sí, sí, esto... Sólo ha sido una pesadilla, Scor. Siento haberte despertado.
-No te... preocupes- contestó el otro, bostezando.
Volvió a tumbarse y se quedó dormido a los dos segundos. Entre sueños, se le escapó varias veces la palabra Rose. Albus se giró hacia Severus, con el entrecejo fruncido.
-Sí, eres un idiota, Potter. Como tu padre, como tu abuelo...
-No... diga... una palabra... sobre... mi familia- masculló el muchacho entre dientes.
-Si supieras lo que tu acción va a provocar...
-¿El qué? ¿Unos cuantos puntos? Le recuerdo que ya perdí todos los de Gryffindor cuando pronuncié el Avada Kedavra.
La sonrisa torcida tan típica del profesor volvió a aparecer en su cara.
-No, ojalá fueran unos cuantos puntos... Tiene que ver, como te he dicho antes, con la madre de tu querida Myriam.
-¿A qué se refiere? ¿Qué va a ocurrir?
-No tardará mucho en pasar. Yo no puedo decirte más. Tendrás que verlo por ti mismo. Pero hazme caso: no provoques la ira de Casilda Vanse.
Y sin dejar que Albus replicara, desapareció de la habitación.
* * *
Bueno, aquí queda el capítulo trece. Siento que estos últimos capítulos sean algo menos entretenidos, pero son necesarios para llegar a los acontecimientos importantes. De todos modos, aunque no sé cuántos capítulos me ocupará el fic completo, puedo decir que no queda demasiado. Ya veremos cómo se van desarrollando los acontecimientos.
Gracias por vuestra atención y vuestros comentarios (los que los ponéis, ejem)
Un saludo
Albus se levantó con todos los músculos doloridos y un importante dolor de cabeza. Se quitó la camiseta del pijama y se fue semidesnudo hacia el espejo que Scorpius y él tenían en la habitación. Aunque la cara estaba en condiciones "normales" (todavía tenía un poco entrecerrado el ojo derecho), todo el torso estaba lleno de moratones.Albus la miró con un gesto de incredulidad.
Sucuerpo estaba entumecido. Llevaba casi cuatro horas volando, y le parecía que lequedaba una eternidad para llegar. Albus Severus sobrevolaba en esos momentosunos grandes campos típicos de Inglaterra, que se hallaban cubiertos de nieve.Sin embargo, él no los veía. Él ya no veía absolutamente nada. A pesar de haberutilizado un hechizo impermeabilizante, no podía evitar que el frío se abrazaraa sus miembros y lo paralizara casi por completo. Y además le estaba empezandoa entrar sueño. El ardor de su pecho se estaba apagando y la idea de que quizáel profesor Snape tuviera razón acerca de su temeridad ya no se le hacía tandescabellada. Y detrás de todo, una tenue luz, lo único que lo impulsaba aseguir adelante. La cara de Mymi, su sonrisa, sus ojos... No podía permitir quefueran de Mortvelod. Se inclinó un poco hacia delante en su escoba y aceleró aúnmás. Notó cómo le crujía la ropa a causa del frío. Apretó los dientes y siguióadelante. Llegó un momento en que le fue imposible continuar. El viento soplabacon demasiada fuerza y corría el riesgo de desviarse de su ruta si no reconsideraba el descansar por un rato. Hacía ya unascuantas horas que el pecho se le había hinchado de repente. Del susto, Albushabía tenido que aterrizar a la fuerza. Por suerte, no había divisado ningún indicio devida inteligente en veinte kilómetros a la redonda. Al desabrochar su anorak,un gran pedazo de tela se había caído al suelo, junto con un papel. Al coger latela, se dio cuenta de que parecía agua hilada y comprendió de qué se trataba.
-¡Lacapa de invisibilidad!- exclamó con asombro.
Seagachó enseguida a por el papel y vio que se trataba de un plano de Inglaterra.Había una ruta marcada con tinta negra y unas palabras escritas en uno de losmárgenes. La letra era fina y estilizada.
¿Cómopretendías llegar a Canterbury sin estos dos objetos? Algún día te dejarás lacabeza olvidada y no te darás cuenta. Úsalos bien. Buena suerte.
S.S.
-¿S.S.?-preguntó en voz alta.
De pronto cayó en la cuenta. <<¡Claro! ¿Quién, si no?>>.Miró al cielo, riéndose, y dijo:
-Muchasgracias otra vez, profesor.
Enesos momentos, detuvo su viaje al divisar bajo sus pies un pueblecitoque no supo decidir si era muggle o no. Esperó tener el suficiente aspecto deno mago para pasar desapercibido. Dio unos cuantos pasos y cayó en la cuenta deque no podía entrar así porque sí en una taberna o bar, o cualquier casa, conuna escoba en las manos. Se echó a un lado del camino y cubrió su Saeta Ígneacon la capa. Quemó unos rastrojos con la varita para recordar dónde había las dejado yvolvió al camino. Ni siquiera era de asfalto, así que no quiso imaginarse loque iba a encontrar en el pueblo. Era noche cerrada, por lo que caminó despacio,con la varita en la mano. No en vano había oído las historias de asaltadores decaminos que atacaban a las personas que se atrevían a deambular solas durantela noche. Por suerte, no se encontró a nadie. Anduvo despacio entre las casas,intentando localizar un lugar donde resguardarse. Caminó durante diez minutosmás o menos (el pueblo no daba para mucho más), en los cuales pudo darse cuentade que no era una población muggle, sino mágica. Viendo tal situación, se diola vuelta y fue a buscar su escoba y su capa, las cuales le resultaron algodifíciles de localizar, aunque finalmente las encontró. Después, volvió pordonde ya había caminado antes y llegó a una especie de hostal, en el que poníacon letras ruinosas "Faz del cochino", una versión parecida a laexistente en Hogsmeade que llevaba por nombre "Cabeza del Puerco".Cuando entró, un olor a mugre lo golpeó como una bofetada. Sin embargo, nohacía frío allí, y podía mover los dedos sin temor a que se le rompieran. Seguardó la capa invisible justo antes de que una gorda mujer cubierta de lanahasta las orejas saliera a recibirlo. En conjunto, resultaba una visióndesagradable.
-¿Quédemonios quieres, muchacho? ¿Sabes qué hora es? ¡Por Merlín! Estaba intentandodormir.
-Losiento, señora- no supo cómo dirigirse a ella y eligió la opción más cortés-.Vengo de realizar un largo vuelo y necesito descansar. Tengo dinero- añadió,viendo la cara que ponía la mujer y sacando del bolsillo uno de los cincogaleones que llevaba.
Laavaricia y la sospecha se reflejaron en su rostro a partes iguales. Al final,la primera pudo más, y dijo a voz en grito:
-¡Aneya!
Albusno entendió dicho grito hasta que una muchacha castaña apareció por la puertaque había detrás de la posadera. Tenía un rostro moreno, como el que poseen losagricultores que se pasan los días en el campo de sol a sol, y sin embargo susojos eran de un color azul pálido. No era muy alta y apenas sí tenía un cachode carne para agarrarla, pues estaba en los huesos. Sin embargo, en conjunto, nopodía decirse que fuera un chica fea. Además, Albus dedujo que tendría más omenos su misma edad.
-Dígame,señora- dijo, agachando la cabeza al dirigirse a ella.
-Acompañaa este joven a un cuarto. Necesita descansar. Y sírvele lo que te pida.
Lajoven le hizo una seña para que la siguiera. Albus Severus cogió su escoba ycaminó escaleras arriba detrás de ella. A medida que subían, el olor a mugre yla mugre en sí iban desapareciendo, dando paso a un sencillo pero aseadopasillo que daba a las habitaciones. La chica llamada Aneya lo condujo por élhasta la habitación que estaba al fondo del todo. Abrió la puerta y le cedió elpaso a Albus. El muchacho se quedó bastante sorprendido. No era nada ostentosa,desde luego, pero tenía una sencillez que lo hizo sentir bien. Pasaría allí unpar de horas y reemprendería su vuelo. La chica colocó un poco las sábanas (loque resultaba del todo imposible) y se dirigió a él, que se había sentado,después de dejar su Saeta Ígnea apoyada en una esquina.
-¿Quédesea tomar?
Pensóque era su oportunidad para beberse un lingotazo de whisky de fuego, pero creyóconveniente empezar suave.
-Unacerveza de mantequilla, por favor y, si tienen, un pedazo de pastel decalabaza.
Aneyaasintió y se retiró a por lo que él había pedido. Tardó apenas cinco minutos ensubirlo todo. Lo dejó con delicadeza encima de la mesa y se dispuso amarcharse.
-No,espera- dijo Albus-. Por favor, no te vayas. No quiero estar solo.
Lachica se sonrojó. Por lo que parecía, había interpretado de mala manera suspalabras.
-Yono...- titubeó ella.
-¡No,oh no, por favor! No me malinterpretes. Sólo necesitó alguien con quien hablar.
Aneyasuspiró con alivio. Cerró la puerta que había dejado entreabierta y volvió adonde estaba Albus.
-Porfavor, siéntate.
Ella hizo lo que Albus le dijo. Se la notaba algo tensa. El chico tampoco sabíaqué decir. ¿De qué se hablaba con una completa desconocida? Desechó enseguidala idea de hablar del tiempo atmosférico con ella, aunque realmente éste fueraun aspecto que lo preocupara.
-Oye,mmm... Aneya, ¿verdad? Pues... ¿Podrías decirme dónde estamos exactamente?
-Estamosen la parte mágica de Upper Harbledown, parcialmente oculta a los muggles.
-¿Ysabes a cuánto queda Canterbury de aquí?
-Aapenas una hora, quizá menos si pones al máximo tu escoba.
AAlbus le sorprendió esta noticia. Entonces no se hallaba demasiado lejos delugar. Podría descansar algo más. Una pregunta se le vino inconscientemente alos labios.
-Oye,¿por qué se diferencian tanto la planta de arriba de la de abajo en este lugar?
Lachica sonrió ampliamente.
-¿Tehas dado cuenta?
-Difícilque algo así pase desapercibido.
Aneyase rió.
-Esalgo hecho a propósito. Supongo que lo dices por la suciedad y el olor... Comote he dicho hace un momento, esta parte del pueblo está parcialmente oculta alos muggles, pero siempre hay alguno que consigue colarse por aquí. Lo queintenta tanta teatralidad es disuadirlos de quedarse.
Albussonrió. Era bastante original, la verdad. Aunque tenía un problema: Aunquefueras mago, tanta porquería junta sumada a ese olor también podía inducirte asalir por piernas.
-¿Cómote llamas?- preguntó la chica de pronto.
-AlbusSeverus.
-Mmm...Bonito nombre. Y dime, Albus Severus, ¿de dónde vienes?
-DeLondres.
-¿Hasvolado en escoba durante la noche desde Londres?- dijo Aneya, asombrada.
-Sí,tengo... Algo que hacer en Canterbury.
-Vaya,sí que debe de ser urgente para que no utilices un medio de transporte más...convencional.
-Loes. La chica de la que estoy enamorado va a casarse con otro.
Lodijo sin pensar, como si lo llevara clavado en el alma y decirlo lo liberase enparte de tal carga. Aneya lo miró con lástima.
-Losiento mucho.
-Daigual. Es un intento desesperado por evitar algo inevitable, me parece a mí.
-Bueno,siempre hay que luchar hasta el final, ¿no es eso lo que dicen?
Conesa frase, Aneya le recordó al profesor Snape. Lo había dicho con la mismaconvicción que él habría mostrado.
-Sí,eso dicen.
Llevabanya unas tres horas hablando, pero el tiempo había transcurrido increíblementedeprisa. Albus había descubierto que Aneya era una muchacha abierta ysimpática, que perdió a sus padres cuando sólo tenía cuatro años, y que laseñora Elemont (que así se llamaba la dueña del local) y su marido se habíanhecho cargo de ella. Sin embargo, no había recibido instrucción mágica alguna,sino que los pocos hechizos que sabía eran aprendidos de un modo autodidacta. Apesar de ser una maga sin sus facultades mágicas plenamente desarrolladas, ellaera feliz por haber estudiado en un colegio muggle y por vivir como vivía.Albus se refirió a su extremada flaqueza del modo más delicado posible, y ellala achacó a un problema de metabolismo, no a que la mataran de hambre.
Cuando se quisieron dar cuenta, ya había amanecido. Albus miró su reloj y vio que eran ya las seis de la mañana. Miró hacia la ventana, sorprendido.
-Ya es de día- comentó, volviéndose hacia Aneya.
-Sí- respondió ella.
Albus suspiró.
-Tal vez sería mejor que me fuera yendo.
-¿A qué hora...?
-No lo sé. Supongo que a media mañana.
Aneya también suspiró.
-Pero come algo antes, Albus Severus. Aunque no haya mucha distancia de aquí a Canterbury, no deberías arriesgarte a volar sin haberte llevado nada a la boca.
-No creo...
-Por favor. Si no, me veré obligada a no dejarte salir de esta habitación.
Albus se rió, asintiendo con la cabeza.
-De acuerdo, de acuerdo... Aún tengo tiempo. Joder, con argumentos como ese no se te puede decir que no.
Una carcajada espontánea salió de la boca de la chica, y aún continuaba riéndose cuando abandonó la habitación en dirección a la cocina. Albus se levantó para estirar las piernas. La verdad era que se lo había pasado bien charlando con Aneya. Era tan distinta a todos los que conocía... Era inocente y a la vez madura, muy sencilla y, sobre todo, feliz con la vida que tenía. Para Albus, eso era lo más fascinante. La chica volvió diez minutos después con una bandeja en la que el muchacho pudo distinguir un vaso de zumo (esperaba que de calabaza), una taza de café con leche y un enorme plato con huevos revueltos, dos rodajas de tomate y un par de tostadas. Albus tragó saliva ante semejante despliegue.
-Espero que te guste- dijo Aneya, depositando la bandeja encima de la mesa.
-¿Estás buscando que explote, acaso?
La chica se sonrojó.
-No, bueno... Yo sólo... quería que no te quedaras con hambre.
-Era una broma, una broma. Ven, acompáñame mientras como.
Aneya volvió a la silla que había ocupado un rato antes y miró a Albus comer. No dijo ni una palabra hasta que él hubo acabado.
Albus volaba por encima de las nubes. El fresco viento de la mañana lo estaba despejando del todo. Había pasado una hora más en la posada. Se había dado una ducha rápida y había partido sin dilación del lugar. Aneya lo había despedido con un abrazo y deseándole la mejor suerte del mundo. <<¡Qué chica tan simpática!>>. Enderezó su Saeta Ígnea y aceleró aún más. Llevaba puesta la capa invisible para evitar ser visto. Al fin y al cabo, ya era de día y seguramente pasaría sobre poblaciones muggles antes de llegar a su destino.
El viaje no resultó al final demasiado largo, y tres cuartos de hora después estaba aterrizando, aún con la capa invisible, en un callejón del centro de Canterbury. Salió de allí después de haberse guardado la capa dentro del anorak. Miró su escoba con pánico. ¿Qué podía hacer con ella salvo dejarla ahí? Una vocecilla en su cabeza le dijo de pronto: <<¿Por qué no usas un encantamiento reductor?>>. Albus sonrió ante la lógica de su conciencia y redujo el tamaño de la escoba hasta que pudo meterla en el bolsillo interior del abrigo. Una vez hecho esto, salió del callejón y comenzó a caminar por la Canterbury en busca de su catedral.
Llevaba un rato mirándose al espejo. Aborrecía lo que en él veía. Todos los que la habían visto, le habían dicho que estaba guapísima, deslumbrante, pero ella sólo se encontraba odiosa, miserable, podrida de rabia y desprecio hacia sí misma. Había tenido que renunciar a todo: a su vida, a sus estudios, a sus amigos... y a él, especialmente a él. Albus Severus. El (estaba segura de ello) amor de su vida. Todo por su debilidad, por no saberle decir "hasta aquí" a su madre. Pero claro... Su madre era Casilda Vanse, y nadie se oponía a una decisión suya. Si alguien le hubiera preguntado a Myriam acerca del poder de su madre, habría dicho sin titubear que después de Dios, estaba ella. Parecía imposible oponerse a su voluntad. ¿Imposible? Sí, definitivamente sí. Aún recordaba el momento en que su madre le había anunciado que la boda ya estaba preparada, y que se celebraría el día veinte de enero. Estaban las dos sentadas en la sala de estar de su casa.
-¿Qué? Mamá, me dijiste que podría acabar mis estudios. Si me caso con Thomas tan pronto... sabes que será imposible.
-No ha quedado más remedio, hija.
-¿Por qué? He seguido sacando buena nota en los exámenes, incluso mejor de la que esperaba, y no he llamado la atención, como tú querías.
-No has llamado la atención de nadie salvo del chico ese... Potter.
Myriam notó que se le encogía el estómago. ¿Cómo sabía eso su madre? ¿Se lo había contado Mortvelod, acaso?
-¿Por qué lo dices, mamá?
-¡Ya basta de estupideces, Myriam!- exclamó la mujer, cambiando el tono amable de antes por uno extremadamente autoritario-. ¿Qué te has creído, que me caí de un guindo? En el baile de Navidad pude darme perfecta cuenta de todo. ¿Los dos os sentisteis indispuestos y desaparecisteis a la vez? ¡Ja! No me quiero ni imaginar qué...
De pronto, su expresión adoptó un aire de triunfo. Myriam tragó saliva. Si en algún momento llegaba a sospechar lo que en realidad había pasado... De ahí dedujo que Mortvelod no había abierto la bocaza. Volvió a la realidad y vio que su madre se había levantado y se acercaba a ella a paso lento. El aire se le congeló en el pecho cuando oyó qué hechizo pronunció la mujer, que ya la apuntaba con su varita.
-¡Legeremen!
Myriam sintió como si un grupo de avispas se hubiera colado en su cuerpo y estuviera recorriendo cada rincón de su cabeza, rebuscando... Intentó cerrar la mente todo lo que pudo, pero llegó un punto en que no lo aguantó más. Todo lo que intentaba esconder, los besos, las caricias, su amor por Albus... Todo salió a borbotones del pequeño agujero donde había intentado guardarlo, golpeando a su madre con toda la fuerza que sólo puede esconder el verdadero amor. Poco después, sintió cómo el zumbido de las avispas disminuía. Su madre había salido de su cabeza. Myriam abrió los ojos y la miró. Tenía la mandíbula desencajada y un ojo le parpadeaba compulsivamente. En otra situación, su cara le habría parecido cómica, pero la chica conocía demasiado bien a la mujer que tenía delante como para saber que no era momento de hacer bromas. Respiraba agitadamente y apretaba la varita con tal tensión, que su hija pensó que la partiría en dos.
-Myriam, ¿qué...?- dijo, mientras se acercaba a ella.
La chica no supo si responder o no. ¿Para qué? Al fin y al cabo, ya lo había visto. Sería gracioso que negara la evidencia. Se armó de valor y contestó:
-Lo que has visto. Que quiero a Albus Severus Potter, que lo amo y...
La respuesta de Casilda a todo esto fue un bofetón. Golpeó a su hija tan fuerte, que la tiró al suelo. Myriam sintió que la vista se le nublaba, pero aún así, desde donde había caído, terminó:
-... que él me ama a mí.
-¿Te atreves a decirme eso después de lo que he visto?- gritó su madre, desquiciada.
-Nadie te ha dicho que hurgases en mi cabeza- dijo la chica, levantándose-. Si no querías verlo, no tenías que haber mirado.
Casilda la abofeteó de nuevo. Myriam notó la rabia por todos los rincones de su cuerpo y sacó su varita, apuntando a su madre. La mujer la miró con sorpresa e indignación.
-¿Te atreves- empezó a preguntar- a apuntarme con tu varita después de que haya visto lo que eres?
-¿Y qué soy, mamá?- gritó Myriam con lágrimas en los ojos-. ¡Dime qué demonios soy para ti, aparte de un juguete!
-¡Eres una guarra, una zorra...! ¡Una PUTA, y como tal, mereces ser castigada!
Sin darle tiempo a reaccionar, le quitó la varita y, mirándola con locura, Casilda gritó:
-¡CRUCIO!
Myriam volvió a caer al suelo, con un intenso dolor recorriéndole todo el cuerpo. En esta ocasión, las avispas no sólo hurgaban. De hecho, no hurgaban, sino que clavaban su aguijón todas al mismo tiempo, una y otra vez, una y otra vez. Llegó un momento en que Myriam deseó morirse, y creyó haberlo hecho, cuando el dolor cesó. Entre lágrimas, aún con los ojos cerrados, lo último que vio fue la imagen de Albus Severus. Después, se desmayó.
Ese recuerdo la tenía completamente amargada. Ahora sabía que su madre no la obligaba a casarse sólo por la posición de la familia de Thomas, sino por simple y llana venganza. Nunca permitiría que Sev y ella estuvieran juntos mientras viviera. Nadie se rebelaba contra Casilda Vanse. Volvió a mirar su imagen en el espejo. Se asqueaba de sí misma. Era débil. Era una cobarde. Era una estúpida. Unos golpes en la puerta le anunciaron que ya estaba listo el coche. Llegarían pronto a la iglesia donde quedaría encerrada para siempre su dignidad como mujer y como persona. Le entraron ganas de vomitar.
Albus Severus permanecía sentado en una de los muros exteriores de la catedral de Canterbury. Tenía una perfecta vista de la puerta principal y de todo el que entrase por ella. Llevaba mucho tiempo allí, aunque no sabía cuanto. La impaciencia lo corroía. ¿Y si Scorpius se había equivocado? ¿Y si no era ese lugar? Quizá existiera otro Canterbury en la Siberia occidental del que él no hubiera oído hablar... Siguió torturándose hasta que, un rato después, empezó a concurrirse una pequeña multitud a las puertas de la iglesia. Supuso que todos serían invitados a la ceremonia. <<¿Cómo pueden asistir a nada organizado por esa mala arpía? ¿Y dónde está Myriam?>>. Al poco tiempo, el que apareció fue Thomas Mortvelod. Albus, que lo vio de lejos, sintió un tremendo impulso de coger su varita y lanzarle, como poco, unos cuantos crucios. Después de saludar a los invitados, entró en la iglesia. Albus miró su reloj. <<Las doce menos cuarto... ¿Dónde estás, Myriam?>>. La respuesta a su pregunta llegó un minuto después. Un enorme carro plateado tirado por caballos invisibles llegó por el aire. Supuso que tenía un encantamiento repele-muggles, porque estaban a pleno día en una población íntegramente de no magos. Cuando el carro se detuvo, primero descendió Casilda Vanse. Iba vestida de verde oscuro, como acostumbraba, y llevaba hecho un recogido que no le favorecía demasiado. Justo después de ella, bajó Myriam. Albus se asustó al verla tan esquelética y mermada. Supuso que como método de protesta se había negado a comer, y la verdad es que se notaba. Aunque no estaba fea, se le apreciaban los pómulos y tenía las mejillas hundidas, además de unas profundas ojeras, que un acertado maquillaje, no acertaba a disimular del todo. Por un instante, y como si hubiera podido percibirlo, giró la cabeza hacia donde él estaba y lo miró. Por un instante, volvieron a estar conectados. Por un instante... Después, volvió la vista al frente y, sin pararse a saludar a nadie, entró también en la iglesia.
* * *
Bueno, amig@s, aquí queda el capítulo 16. El 17 será (casi seguro) el último y luego vendrá el epílogo, que promete ser interesante.
Espero que os haya gustado, y gracias por vuestros comentarios. La animan a una a seguir.
Un abrazo
Albus esperó a que todas las personas que estaban a las puertas de la iglesia hubieran entrado. No era su intención llamar la atención antes de tiempo. Cuando todo estuvo despejado, echó a andar hacia la catedral. Al llegar a las puertas, vio apostado a un hombre en ellas. No era un cura, ni por supuesto un invitado. Tenía aspecto de guarda jurado de un local nocturno. Albus intentó ignorarlo y entrar, pero el hombre le puso una de sus enorme manos en el pecho y lo detuvo.Unfuego débil palpitaba en la chimenea. Apenas daba para iluminar la pequeña yoscura habitación. Un resplandor tirando a verdoso iluminaba un sillón con unalto respaldo. En él había alguien sentado. Esperaba. Lo único que se oía,aparte del crepitar de las llamas, era la fricción de sus manos al frotarse la unacon la otra. De pronto, la puerta de abrió de golpe. Dos hombres irrumpieron en lahabitación, arrastrando a un tercero que tenía un saco en la cabeza. Loempujaron hasta el centro del cuarto y lo soltaron a los pies del quepermanecía sentado.
-¿Osha costado mucho dar con él?- preguntó entonces éste, con un gruñido casiininteligible.
-Laalimaña estaba bien escondida, pero gracias a un chivatazo, conseguimosencontrarlo.
-Buentrabajo.
Acontinuación, se levantó. Echó a andar, girando alrededor del hombre que estabaen el suelo. Caminaba despacio debido a una pronunciada cojera, la cual, si unose fijaba con atención, era causada por un problema en la rodilla derecha. Apesar de tal defecto, se trataba de un hombre alto, cuyo pelo, antaño morenocon mechas rojizas, estaba surcado por las canas. Cuando volvió a estar frenteal del suelo, hizo que con un gesto los gorilas le quitaran la capucha. Bajoella, un rostro tembloroso contraído por el miedo apareció. Unos ojos griseschocaron de pronto con unos verdes.
-Hola,Thomas- dijo con voz grave el que estaba de pie.
-¡Tú!¿Cómo
? ¿Por qué
?
-Hacíamucho tiempo que no nos veíamos. ¿Qué tal todo?
-Yo
-¿Cómoestá Myriam?
-Yo
Yo no
-Tenoto algo tenso, Thomas. ¿Seguro que estás bien?
Elhombre llamado Thomas no contestó enseguida. Se limitaba a mirarlo con miedo.
-¿Qué
qué quieres de mí?
Enel rostro del lisiado apareció una sonrisa malvada.
-Tehe preguntado cómo está Myriam
¿Por qué no me lo dices?
-Site refieres a
Pero tú debes saberlo. ¿Por qué me habrías entonces
?
-¿Quédebería saber? ¿Ha pasado algo con Myriam de lo que yo no me haya enterado?
Elpavor de Thomas aumentó, reflejándose en la palidez de su cara.
-Pues
-titubeaba.
Nocontinuó.
-Pareceque te ha comido la lengua el hipogrifo. ¿Qué podríamos hacer para convencertede que me lo cuentes?- comentó el hombre de pie, rascándose la barbilla con lavarita.
-No,no
Ellisiado lo apuntó con la varita. Sonriendo con demencia y paladeando suspalabras, pronunció:
-Cru-cio.
Unacorriente de dolor recorrió el cuerpo de Thomas, que se tumbó en el suelo yempezó a convulsionarse. El otro hombre se paseó a su alrededor, sin dejar deapuntarlo. No detuvo el hechizo hasta diez minutos después. Jadeando, Thomasdejó de gritar.
-Quizáahora te sientas lo suficientemente elocuente como para contestarme. Te lovuelvo a repetir: ¿Cómo está Myriam?
-Ella
-¿Sí?
-Ellaestá
¿Por qué me haces esto? Tú sabes cómo está.
-Peroquiero que me lo digas. Quiero oírtelo pronunciar. Quiero oírlo de tus labios.¡Dilo!
-Ella
Ellisiado lo miró con los ojos entrecerrados, aguardando la respuesta.
-¿Cómoestá, Thomas?
-¡MUERTA!Está muerta, ¿de acuerdo?
Pudover con terror que el hombre que lo miraba desde arriba apretaba lasmandíbulas. Temió que lo volviera a maldecir.
-¿Enserio? ¿Y a qué es debido?
-Yo
Yo te juro que no
No es culpa mía, no
Ella se suicidó, yo no
-¿Sesuicidó?- preguntó el lisiado, fingiendo sorpresa.
-Sí,sí, yo no tuve nada que ver
Ella
-¿Yentonces por qué te justificas?
-Yo
-Sidices que se suicidó, ¿por qué debería suponer que tú eres el responsable?
-Yo
Yo pensé que
Bueno, ¿por qué entonces querías verme?
-¿Nopodría querer, simplemente, volver a ver un viejo compañero?
Thomasse enfureció al darse cuenta de que el hombre que estaba de pie le estabatomando el pelo.
-¡Nojuegues conmigo, Potter! ¿Dime qué es lo que quieres? ¿Dónde estamos?
-Alo segundo, te voy a responder que no te importa. A ti ahora sólo te importahablar. A lo primero
Dímelo tú.
-Teacabo de decir que
-Sélo que me has dicho. Si he entendido bien, tú no deberías estar aquí.
-Exacto,yo no tuve nada que ver. Lo de Myriam
fue una horrible desgracia. No fue culpamía, yo pensaba que
La verdadera culpable de todo es su madre, Casilda Vanse.A ella es a la que deberías pedir cuentas.
-CasildaVanse
¿Tú crees que debería buscarla a ella?
-Sí,sí
Ella es la responsable de todo. A ella es a la que le debes tu infelicidad,no a mí.
-Mmm
¿No te gusta esta habitación? Aspira el aroma que hay en ella- respondió Albus, cambiando de tema repentinamente.
Thomas,cuyo el miedo había insensibilizado sus fosas nasales, hizo lo que AlbusSeverus le decía. Al instante, una arcada se le subió a la garganta. El olorque inundaba la habitación era nauseabundo. Era un hedor putrefacto, que se tecolaba hasta lo más hondo de los huesos. Era simplemente vomitivo.
-Esmi nuevo ambientador. ¿No te parece maravilloso?
Mortvelodsiguió la mirada de Albus Severus hasta un bulto que había en el extremoopuesto de la habitación, en el que no se había fijado hasta ese instante.Estaba semiiluminado por el fuego. Cuando distinguió lo que era, el estómago ledio un vuelco. Era un cadáver, y se atrevió a imaginar a quién pertenecía.Recorrió el cuerpo con la mirada, buscando algo que confirmase sus sospechas.Reconoció a la perfección un largo pelo canoso recogido en un apretado moño,que en esos momentos estaba casi deshecho.
-Hacedos meses que me paso los días sentado en ese sofá, viendo cómo Casilda Vansese pudre. No sabes cómo disfruto cada segundo que paso observándola. Saboreoel olor de su cuerpo en descomposición como si fuera un dulce néctar.
Mortvelodse dio cuenta de que Albus Severus se había vuelto loco. No lo había llevadoallí para indultarlo, sino para acabar con él. Para matarlo como había hechocon Casilda Vanse, su suegra. Intentó entretenerlo para ganar tiempo. Quizáconsiguiese convencerlo de que él no era responsable de lo que había pasado,quizás
-Comopuedes ver, Thomas, ya he hablado con tu suegra- comentó Albus, volviéndosehacia Mortvelod.
-Sí,sí
Entonces te habrás dado cuenta de que yo no
Lo de Myriam fue un accidente,no
-¿Enqué quedamos, en que fue un suicidio o un accidente?
-Mmm
-titubeó Mortvelod.
-¿Dudas?¿Ya vas a empezar a contradecirte?
-No,no, claro que no. Yo sólo
-¿Quéfue, Thomas? Dímelo- preguntó, apuntándole de nuevo con la varita.
-Nohace falta que
Bueno, fue un
suicidio.
-Entoncesno fue un accidente. Alguien se suicida por una razón. ¿Qué razón crees quepodría tener Myriam para
hacer algo así?
-Nolo sé, yo
-¿Nolo sabes? ¡Qué curioso! Yo tengo varias hipótesis.
Thomaslo miró sin comprender.
-Myriamha vivido más de veinte años contigo sin quererte. Ha tenido que parir tushijos sin sentir un mínimo de aprecio por ti. Ha sido infeliz desde el día enque unió su vida a la tuya por orden de su
madre. ¿Por qué crees que sesuicidaría?
-No
-¿Qué?
-Porfavor, Albus Severus
Ten piedad.
-¿Meestás pidiendo clemencia, Mortvelod?
-Sí,sí, te lo suplico. ¡Perdóname!
-¿Quete perdone? Pero si, según me has dicho, tú no has hecho nada. Yo sólo hehablado de
hipótesis. ¿O es que acaso no voy tan desencaminado?
Mortvelodlo miró a los ojos, suplicante.
-Seacabó, Thomas.
-¿Qué
?
AlbusSeverus levantó la varita y lo apuntó entre los ojos.
-Nosveremos en el infierno.
Undestello verde intensificó la mirada de Albus Severus por unos instantes, a lavez que la luz se apagaba en la de Mortvelod. Éste cayó como un saco,produciendo un ruido sordo. Albus bajó el brazo y miró a los dos hombres quehabían traído a su antiguo enemigo.
-¿Necesitaalgo más, señor?- preguntó uno de ellos.
-No,casi todo está bien. Recoged nuestras cosas. Aquí ya hemos terminado.
Echandouna última mirada a los dos cuerpos que había ahí tirados, salió cojeando de lahabitación.
Caminabapor un camino de piedra. Iba despacio, pues su invalidez le impedía andar connormalidad. Paseó durante veinte minutos más hasta que, de repente, se paró.Estaba frente a un gran túmulo de piedra, del tamaño de una persona pero conhueco para sus amigos. Lo observó con dolor durante un par de segundos y luegose acercó a él. Paseó sus dedos por el nombre que había grabado en la partesuperior, sintiendo cada letra como una certera puñalada en el corazón. Losojos se le llenaron de lágrimas. Hacía muchos años que no lloraba, perocontemplar el lugar donde se hallaban enterrados sus sueños fue demasiado paraél.
-Hola,Myriam- dijo en voz baja-. Cuánto tiempo, ¿eh? Siento no haber venido a vertehasta ahora, pero... tenía cosas que hacer. Por suerte, ya están solucionadas ypuedo dedicarte el tiempo que me queda.
Sonrió,acariciando con ternura la fría lápida. Apoyó la cabeza en ella.
-Tehe echado mucho de menos. Todos y cada uno de los años que han pasado desdeaquel día, me he preguntado el porqué. Cuando me enteré de lo que te habíapasado... de lo que habías hecho, me sentí tremendamente culpable. Si hubieraluchado un poco más por ti, si no me hubiera rendido, quizás... quizás túseguirías viva.
Elllanto lo quebró. Apoyó los brazos en la piedra y sumergió la cabeza en ellos.Lloró como no lo había hecho en toda su vida. Cuando pudo sosegarse un poco,levantó la vista. Había alguien al otro lado de la lápida. El hombre se asustó.
-Pro...profesor.
-Hola,Potter. Hacía mucho tiempo que no...
-Sí,mucho.
Snapeobservó la lápida de Myriam.
-Sientono haber conseguido que la historia no acabara así.
Albuslo miró como cuando era un muchacho.
-¿Aqué se refiere?
-Yo...mi misión aquí era lograr tu felicidad, y por ende también la de ella. Pero noha sido así. Perdóname, Albus Severus.
-No,la culpa no ha sido suya, sino mía. Yo debí luchar por Myriam hasta el final,pero flaqueé y finalmente sí la he perdido. Ahora sólo deseo que la dulcemuerte venga a llevarme con ella cuanto antes. Ya he cumplido lo que tenía quehacer. No me queda nada.
-Yopuedo ayudarte a ir a su encuentro... si quieres- dijo de pronto Severus.
Albuslo miró esperanzado. Su machacado rostro se iluminó.
-¿Lodice en serio?
-Esmi última gran misión.
Albusse separó de la lápida y abrió los brazos.
-Pueshágalo. No tarde más. No deseo vivir sin ella. Esto es un infierno para mí.
-Debespensarlo. Una vez hecho, no habrá marcha atrás.
-Notengo nada que pensar, profesor. Quiero morir. Quiero morir aunque mi destinosea el averno. Nada puede haber peor que este mundo vacío. ¡Hágalo!
Sinembargo, Snape no se movió.
-¿Aqué espera? ¡Máteme!
-Esque yo no puedo hacerlo. He dicho que te ayudaría a encontrarte con la muerte,no que pudiera provocártela. Estoy muerto, ¿recuerdas?
Albusbufó. Por un fugaz instante había creído...
-¿Entonces?
-Debessacar la varita y lanzarme la maldición asesina. Sólo así...
Albusno le dio tiempo a dar más detalles. Sacó su varita negra y apuntó al profesor.
-Porsi no se lo había dicho antes... Le agradezco todo lo que ha hecho por mí.Nunca... nunca lo olvidaré.
-Gracias,Potter. Y ahora, hazlo, no te lo pienses más.
Albustragó saliva y cogió aire. Un segundo después, pronunció el tan deplorablehechizo.
-¡AvadaKedavra!
Unrayo de luz verde salió de su varita en dirección a Snape y... nada. Ya nopodía sentir nada. Bueno, sí, sentía paz. Parecía que se había liberado de unacarga muy pesada. Era como una pluma blanca a la que mueve el viento. Susmiembros (si es que se los podía llamar así) eran ligeros, armoniosos... Y depronto empezó a percibir todo otra vez. Pudo oír el ruido de los cuervos sobresu cabeza, y el olor de las flores de las coronas le inundó las fosas nasales.Además, podía notar la fría piedra contra su cara. ¿Se habría dormido? Temíaabrir los ojos y darse cuenta de que todo había sido un sueño, que seguía vivo,y solo. Al final no le quedó más remedio y abrió los párpados. La potente luzde la mañana lo cegó durante unos instantes. Cuando por fin pudo enfocar la mirada,vio que el profesor Snape seguía donde estaba la última vez que lo vio.
-¿Profesor,qué...? ¿Todo ha sido un sueño?
Snape, que sonreía, señaló algo por detrás de él. Albus giró la cabeza. El corazón se le desbocó. Myriam Vanse, con el aspecto que tenía cuando estaban en Hogwarts, se acercaba a él. Vestía de blanco inmaculado y llevaba un lirio en el pelo. Albus quiso llorar, pero se dio cuenta de que no podía. Echó a correr hacia ella y la abrazó, levantándola en el aire y dando varias vueltas sobre sí mismo. Lo veía todo como unsueño, estaba soñando, no podía ser de otra manera. Cuando la puso en el suelo,tardó un poco en separarse de ella. Temía que al hacerlo, descubriera que todohabía sido una ilusión.
-Sev-susurró ella con voz suave.
Elchico abrió los ojos y se retiró de ella. Sus miradas se encontraron.
-Mymi
Lachica sonrió.
-Hola,Sev.
Albusvolvió a abrazarla con fuerza. No podía creer que estuviera sintiéndola denuevo, oliendo su aroma
-¿Esesto real, Mymi?
Lamuchacha lo separó de ella, acariciándole la cabeza. Con suavidad, le hizogirarla y mirar atrás. Primero, lo único que vio fue al profesor Snape,observando la escena con una sonrisa sarcástica. Después bajó la mirada al sepulcrode Myriam. Lo que vio lo dejó mudo por un instante. Se vio a sí mismo, o másbien su cuerpo, caído sobre la piedra, indudablemente muerto. A continuaciónbajó los ojos a sus manos y creyó estar viendo a otra persona. Eran jóvenes,fuertes
Se miró la rodilla derecha y dio un par de pasos. No cojeaba. Era comosi hubiera vuelto atrás en el tiempo, a sus diecisiete años, el momento en que losepararon de Myriam. Se volvió hacia la chica, que lo observaba con atención.
-¿Qué?
-Siento que hayamos tenido que reencontrarnos así, Sev. Yo no
No pude aguantarlo más.
-Chist,chist- la calló Albus, poniéndole un dedo en los labios-. No quiero que meexpliques nada. No tienes que recordar eso. Por fin estamos juntos y
-Peroyo te he arrastrado hasta aquí. De no ser por mí
-No,no, Myriam. No lo digas. Mi vida dejó de tener sentido cuando te perdí. Estabavivo pero estaba muerto. Y ahora
Ahora estoy contigo. Me da igual si es en elmundo o fuera de él.
-¿Sigues
?-empezó a preguntar Myriam, pero se calló a mitad de la frase.
-¿Qué?
-¿Siguesqueriéndome después de tantos años? ¿Es posible que aún no te hayas olvidado demí?
-¿Cómoiba a olvidarme de ti?
-Bueno
-aunque fuera imposible, a Albus le pareció percibir un rubor en sus mejillas.Quizá sólo fuera su imaginación, rememorando viejos tiempos-. Ha pasado muchotiempo
-¿Yeso qué importa?
-Pues
-¿Túte olvidaste de mí, acaso?
-No,yo nunca
-¿Entonces?
-¡Ay,Severus! Me estás liando. Una cosa no tiene nada que ver con la otra...
-¿Ah, no?
-¡Deja de hacer preguntas de una vez, Severus! Yo no pude olvidarme de ti nunca. ¿Pudiste olvidarte tú de mí?
-No.
-Pues ya está.
Se quedaron callados, mirándose. Myriam lo abrazó de pronto, pegándose a él con todas su fuerzas. Albus la rodeó con sus brazos a la vez, hundiendo la nariz en su cuero cabelludo, que olía a rosas frescas. Tras un tiempo indefinido abrazados, Myriam lo alejó de sí unos centímetros y miró sus labios como si de una jugosa fruta se trataran.
-Han pasado tantos años...- susurró.
-Una pesadilla, una simple pesadilla... Por fin hemos despertado.
-No sé si...
Albus no la dejó terminar. Se inclinó sobre ella y la besó con suavidad. No podía creer estar sintiendo de nuevo esos labios sobre los suyos. Aumentó la presión y la pasión los envolvió por un momento, haciendo que se besasen como si llevasen años sedientos de la boca del otro. Un carraspeo hizo que se separaran.
-Siento interrumpir, Potter, pero tengo que irme- dijo Severus Snape, atravesándolo con sus ojos negros.
-¿Ya se marcha, profesor?
-Sí, ahora sí que se ha acabado mi tiempo aquí. Ha sido un placer conocerte y me alegro de que... Bueno, de un modo u otro, hayáis acabado juntos.
-Gracias a usted, sin duda.
Snape esbozó una media sonrisa y suspiró.
-Supongo que nos veremos, Potter. El mundo de los muertos es grande, pero no tanto. Que la señorita Vanse y tú seáis muy felices durante el resto de la eternidad.
-Usted también. Y relájese un poco, murciélago.
-Niñato Gryffindor...
No dijo nada más. Sólo inclinó levemente la cabeza y desapareció.
-¿Quién era ése?- preguntó Myriam.
-Un amigo. Creo que el mejor amigo que he tenido nunca.
La miró a los ojos.
-Mira, Myriam, no sé qué nos espera a partir de ahora. De lo que estoy seguro es de que estaremos juntos. Nunca nadie más podrá volver a separarnos, porque te quiero, porque te amo, ¿entiendes?
-Yo también te amo, Sev, desde el día que te conocí. No pude concebir la vida sin ti, y ahora viviré la muerte a tu lado, como siempre debimos estar. Sólo espero no quererte demasiado.
-Eso es imposible, Mymi.
-¿Por qué?
-Porque el amor nunca es demasiado. Si lo fuera, tú serías la mujer más amada de los dos mundos.
La expresión de la chica se dulcificó mucho más. Le acarició la mejilla.
-¿A dónde vamos a ir?
-A donde sea. Coge mi mano y apriétala fuerte, porque no quiero que por ningún motivo la vuelvas a soltar. Caminemos hacia un futuro brillante de vida eterna juntos.
Myriam hizo lo que él le decía y ambos echaron a andar. Desaparecieron en un haz de luz. El cementerio quedó en silencio y paz. Lo único que perturbaba tal armonía era el cadáver de un león tirado sobre la tumba rota de una serpiente.
FIN
Volviendo a enamorarme de ti by Déborah V. M. is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
* * *
Bueno, amigos y amigas, el fic titulado "Volviendo a enamorarme de ti" llega a su fin. Espero que hayáis disfrutado tanto leyendo como yo escribiendo, y que el final, aunque triste, no os haya dejado un mal sabor de boca.
Siempre quise escribir un fic de Albus Severus, y por fin lo he hecho. Gracias a JK por ofrecerme este mundo para crear yo una historia mía, y gracias a los que la habéis leído por el tiempo que os ha quitado. Quisiera que me dejaseis vuestros comentarios contándome qué os ha parecido, pero quizá eso ya es pedir demasiado... Sea como sea, gracias por estar ahí.
Un beso a todos, y espero veros en el siguiente. Ciao
D.V.M
Volviendo a enamorarme de ti - Fanfics de Harry Potter
El fuego crepitaba en la sala común de Gryffindor. El chico sentado en el sillón más cercano observaba con la mirada perdida cómo se lamían las llamas una
potterfics
es
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2024-10-29
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