Vueltas. - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Rocío llora en algún lugar de Buenos Aires, adentro de una bañera. Las lágrimas caen y se hacían parte del agua.
Shampoo en los cabellos y mil pensamientos en la cabeza.

Llora Rocío, ojos celestes, mientras el cielo llora con ella.
Cae la lluvia y Rocío deja de saber en qué pensar.
Rocío tenía una casa, un trabajo y dinero.
No le alcanza para comprarse una vida.

Javier se fue hace ya una hora y ella no se animó a volverlo a llamar.
Rocío se reprocha, Rocío se castiga.
Rocío tiene ahora una casa, un trabajo, dinero y un miedo.

Le tiene miedo al amor, al compromiso, a sentir y a ser querida.
Le pidió a Javier que se fuera y ahora Rocío llora.
Ya lo extraña y ya lo quiere de vuelta con ella.

Javier se fue hace ya una hora y el trocito de vida que tenía se fue con él.
¿Volverá algún día? ¿Vuelve alguien a quien le gritan y le explican que no lo aman?

Rocío llora y se mete abajo del agua.
Entonces ,tiene una idea.

Está empezando a querer lo que hace mucho que no quería, desde que era adolescente:
Quedarse dormida. No soñar, ni pesadillas ni alegrías. No despertar más.

Tiene ganas de bajarse un ratito del mundo, tomarse un café caliente, acostarse en una cama cómoda y volver de un saltito al planeta para cuando se sienta mejor.
O no volver nunca.

Piensa en Javier.
Piensa en su nariz torcida, sus ojos oscuros, la pelusa que él orgullosamente llama barba y su sonrisa.
Piensa en las flores que dejó arriba de la mesa, las entradas del cine que ella guarda en un cajón y el vestido que se puso la última noche que salieron los dos.

Rocío empieza a sentir que le falta el aire y se pone contenta.
Sin vida y sin alma, habitar en un cuerpo no tiene gracia.
Entonces, se da cuenta de algo.

Rocío se levanta del agua y tose, algo ahogada.
Roció se imaginó su vida. Y no vio nada.
A punto de morir estaba, pensó, y no se imaginó a su familia. No se acordó de su infancia, ni de la escuela, ni de la universidad. No recordó los doctores, las pastillas ni los novios.

Pero por primera vez, Rocío se ha imaginado a ella misma con Javier.
Y aquella visión la hizo sentirse mejor que nunca.
La hizo querer que sea -de verdad- parte de su vida.

Rocío corre, con toalla en mano, a agarrar el celular.

Javier se fue hace ya una hora, pero no por eso se fue hace una eternidad.
Javier se fue hace ya una hora de la casa de Rocío.
Camina bajo la lluvia.
Se empapa. No importa.

¿Está mal querer a alguien?
¿Qué eran todas esas salidas?

A Javier no le dolía ser rechazado.
No le dolía que una rubia con pollera corta y lengua larga se quedara con su mejor amigo.
A Javier le dolía que Rocío la rechazara.
Que alguien que de verdad quería le dijese que no, cuando lo había intentando, lo lastimaba.

Rocío, ¿acaso no lo ves?
Rocío, ¿no ves que aquí nos estamos muriendo por vos?

Cae la lluvia, cae el sol.
Cae una esperanza y un corazón.
Cae Javier y con eso... un amor.

¡No quiere llamar a Natalia, a Matilde ni a Juana!

Nada se compara para él a aquella a la que ha dejado en su departamento.
Nada se compara a ella riendo en plena película, mientras le tira pochoclos al de adelante.
Nada se compara a las tardes, las noches y esos desayunos.
Nada se compara a Rocío, ojos celestes.

Javier camina derecho, mojado.

Camina a un bar que queda en Olivos, al otro lado del mundo, donde lo esperan un camarero que sabe de desamores y todas esas cosas, un café caliente y un diario local sin pagar.
El camarero le cuenta historias, le cuenta dichos, repite las palabras que dijo su mujer antes que irse y termina sentado con él, tomando algo.

Javier camina derecho, mojado, y por dentro va con la cabeza gacha por el amor.
Rocío le dijo que no y él no sabe por qué.

Nada serio. Sin compromisos. Un juego.
Linda definición le había dado Rocío a lo suyo.

¿Nada serio? ¿Habían sido broma todos esos días?
¿Sin compromisos? ¿Había sido una actuación el planteo de su acercamiento con su secretaria?
¿Un juego? ¿Y quién había perdido y quién había ganado?

Jaque mate.
Rocío, ojos celestes, lo tenía en la cuerda floja desde hace mucho.
Pero no había terminado de matarlo.

Javier comprende ahora que, si no lo había hecho, era porque lo suyo era más que poca seriedad, nada de responsabilidades y una partida.

En la gota número seiscientos treinta y dos mil setecientos y ocho suena el celular de Javier.
Ni necesidad de mirar el número, que lo reconoce enseguida.

Te olvidaste de darme un beso.
¿Un beso de despedida?
No, tonto. Un beso. ¿Por qué de despedida? Siempre vas a poder volver.

Javier se toma un taxi y pronto llega a lo de Rocío, ojos celestes.
El departamento de Rocío se llena esa noche de olor a fideos, de risas, de lágrimas, de besos y de caricias.

Ese día un camarero de Olivos se ha quedado sin hablar con nadie de la soledad. No ha podido quejarse con nadie. No ha tenido un hombro donde llorar y un pobre nuevo soltero al que consolar.
No le importará mucho después. Acaba de llegar una clienta que pronto no tardará en darle su número.

Aquella noche, el amor decide dar un jaque mate al desamor y todas esas cosas.
Rocío, ojos celestes, y Javier, el que se había ido hace ya una hora, son una prueba de ello.

Han pasado ya dos años desde que Javier volvió en taxi a ese departamento.
Han pasado un año y once meses desde que Javier dejó la pensión y trajo sus cosas para que lo custodiaran a él y a Rocío.
Ha pasado un año y medio desde que firmaron y unas amigas de ella les tiraron arroz.

Afuera hace mucho frío.
Buenos Aires en pleno invierno es muy hostil.

La sopa se ha dejado enfriar, acompañando a la temperatura.
Rocío, ojos celestes, vuelve a mirar el reloj.
Son las diez y Javier aún no ha vuelto.
Faltan exactamente dos horas para que sea sábado y, con eso, su cumpleaños número veintiocho.

Rocío vuelve a llamar a Javier y, como las últimas tres veces, una voz le avisa que el celular de él está apagado en aquel momento.
Rocío busca en un papel pegado a la heladera el número de un compañero de trabajo de Javier.

No, Rocío, yo me fui hace dos horas. Javier se quedó allá trabajando con Matilde. Disculpame, no tengo idea.
No te preocupes, Fabricio, gracias de todas formas.

Matilde es la secretaria de Javier. Es joven, bonita y atractiva.
Y hacía mucho, antes de Rocío, había sido un algo de Javier.
Parece ahora, que ha vuelto a serlo.

Rocío sabe.
Javier no se queda trabajando, ni se reúne con Fabricio ni va al club cuando vuelve tarde y no está en casa.
Rocío sabe, pero no dice nada.
Rocío no dice nada, pero piensa a menudo en el algo de Javier.

Rocío decide tomarse la sopa, antes de que se congele. Prende la televisión y se dedica a ver la pelea entre dos vedettes. Se aburre.
Se pone una remera grande y sus pantalones de pijama, y se acuesta.

Javier vuelve a las once y no sabe como disculparse.
Tráfico, "se olvidó de la hora" y que el jefe lo retuvo fueron sus excusas.
Dice que alquiló una película del video, y con eso pretende que Rocío sepa disculparlo.
Rocío simula creerle y juntos y en la cama miran una comedia.

A eso de las doce, Javier aprieta el botón de pausa y sorprende a Rocío a con una torta de limón y un libro de Borges.
Rocío simula ser feliz y sonríe.

Rocío no menciona a Matilde aquella noche.
Nunca la ha mencionado otra vez desde aquellos dos años en que Javier ha vuelto a su departamento en taxi.

Rocío piensa y decide.
Javier se comporta de la misma manera que siempre. Y tenerlo unas horas menos en casa a ella no le molesta.
No, no volverá a nombrar el nombre de aquella muchacha.
Matilde hace tiempo que se borró de los tópicos sobre sus peleas.

¿Donde quedó ese día lluvioso en que se dieron cuenta de que tanto se necesitaban?
¿Se puede ser infiel aun amando con locura?*

El día en que Javier se comporte diferente, va a poder echarle muchas cosas en la cara.
Pero por ahora, es contenta con su vida.
¿Qué pasa cuando uno no quiere saber más de lo que ya sabía?
¿Un algo, una Matilde, puede arruinar todo lo que ya vivieron?

Rocío piensa. Y ya ha decidido:
No importa con quien se acueste Javier, siempre que su atención y su corazón sigan con ella.


*Princesa - Las Pastillas del Abuelo.

Javier se fue hace una hora y el eco del portazo que dio suena aún entre las paredes vacías de la casa de Matilde.
Javier se fue hace una hora y Matilde sigue recostada en la cama desnuda.
Javier se fue hace una hora y todavía en sus oídos sigue escuchando la respuesta de Matilde.
Sigue escuchando ese no.

Javier llega su departamento y besa a su mujer como hace demasiado.
Por un momento -y ese momento parece eterno- es un joven enamorado.
Y Rocío, ojos celestes, se termina de secar las lágrimas y sonríe, conciente de que algo va mal para Javier, quién la necesita.
Javier escapa al baño.

Rocío piensa en Matilde, en Javier, en el matrimonio y en el amor, mientras termina de cortar cebollas.
¡Javier ha vuelto! ¡Javier es suyo!
Javier no ama a nadie más.

Javier necesita a alguien hoy. Necesita a alguien que lo haga sentirse mejor.
Y, como hace mucho, Javier la necesita a ella y no a Matilde.

Javier escapa al baño y llora. Y piensa.
Javier se fue hace una hora de la casa de su amante y llora. Llora como hace mucho. Y piensa.

¡Cuánto tiempo perdimos, Javier!
¡Cuánto tiempo nos llevó darnos cuenta de lo que mucho que la amamos!
¡Es Rocío el único nombre que estará por siempre escrito en tu corazón!

La lujuria, Javier, te llevó a un mundo desconocido.
¿Qué te hizo darte cuenta hoy? ¿Qué te hizo querer preguntarle eso a Matilde?

¿Matilde, vos me amás?

¡Cómo se ha reído esa desgraciada mientras negaba y le explicaba que él le importaba muy poco!
¡Qué poco le ha importado a esa puta que él se haya enfadado!

Javier siente algo contra su pared. Rocío, ojos celestes, entra al baño y lo ve tirado en el piso.
Rocío lo abraza y Javier se deja.

Estaba tan perdido. Estaba tan lejos. Estaba tan... descaminado.
Ya llegaste. Ya estás en casa. Ya estás conmigo. Vamos a volar de nuevo a las estrellas.

Javier llora y ahora él también la abraza.
Javier no cabe en sí de alegría. Y Rocío tampoco.
Javier no entiende como encontró a una persona tan compresiva. A alguien que lo acepta todo de él.

Rocío y Javier se funden en abrazo y quieren quedar como estatuas por siempre así.
Incluso cuando se separan para poder cenar, sus sombras quedan juntas en el baño.

El tiempo ha retrocedido para nuestra ya no tan joven pareja.
El tiempo ha retrocedido y en aquel departamento se siente lo que no se sentía últimamente.
Las paredes se quiebran por el peso del amor.
Como ayer. Tan cercanos y tan distantes.

Más fuertes son Rocío, ojos celestes, y Javier, que se fue hace una hora. Y aquel lazo no lo podría cortar nadie.

¡Matilde, no me amarás, pero Rocío si lo hace!
¿Y sabés qué? Yo la amo a ella también.


Sos una mierda. Sos una gran... mierda.
Me tengo que ir. Te veo mañana en el trabajo.
Me ibas a ayudar. A pagar el alquiler y esas cosas. Ibas a estar conmigo.

Matilde lloraba. Matilde gritaba. Matilde insultaba.

¿Para qué voy a estar con alguien que no me quiere?
¿Y para que te vas con alguien a quién no querés?
Para amarla. Para amar a Rocío.

Javier se va. Matilde llora.
Javier se lleva las medias que se olvidó algún día y nunca reclamó.
Javier se va. Matilde llora.

Que duras resultan estas escenas.

¿Qué hay en la mente de un amante?
¿Qué hay en el corazón de esos personajes que siempre se retratan como seres malvados?
¿No son personas, después de todo?

Matilde rompió su hielo en el mismo momento en que Javier le dijo que se iba.
Mujer de hielo, siempre tan fría, ha acabado llorando frente a Javier.
Patético.

Terriblemente, patético.

Javier no se siente culpable. La muy puta también lo había hecho sufrir.
Pero era duro, era difícil despedirse de ella.

Matilde decide tomarse un buen trago de coñac barato.
Llama a tres amigos y ninguno contesta. ¡Ha vuelto a estar sola!

Ella ha dejado ya de llorar. Ahora solo piensa en la mierda que es Javier.
La mierda que algún día había desayunado con ella y la había besado.

¿Lo quería?
Quería a Javier.
Quería a Javier por hacerla reír, por como la trataba, por no pegarle como algunos novios que había tenido.

Verlo en la oficina, al día siguiente, iba a ser duro.
Fingir indiferencia, iba a ser duro.
Saludarlo como si no hubiese pasado nada, iba a ser duro.

Tuvo ganas de romper un vaso, pero no lo hizo.
Tuvo ganas de tirar una taza, pero no lo hizo.
Tuvo ganas de romper su alma, pero no lo hizo.

La mujer de hielo, de a poquito, se va derritiendo.
Vuelve a derretirse. El agua sale por sus ojos oscuros y se pierde en el piso.

Ha resultado duro. Muy duro.
Y Javier se fue. Javier se fue con Rocío.


Y hasta aquí llegan estas líneas, sobre Rocío y Javier.
Gracias al que leyó, el que se emocionó y todo eso. Muchas gracias.

 

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Rocío llora en algún lugar de Buenos Aires, adentro de una bañera. Las lágrimas caen y se hacían parte del agua.Shampoo en los cabellos y mil pensamientos

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2024-11-09

 

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