White Dove (RL) - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Soy buena porque soy eficaz.

La gente que me busca no es como la que cualquier puede cruzarse por la calle. No viajan en clase turista, ni en primera clase, ellos tienen su aviones privados, sus séquitos, ejércitos de personas a su disposición dispuestos a cumplir todos sus deseos, sus caprichos, sus encargos... sin embargo a para ciertos encargos se requiere la eficacia de alguien como yo, una profesional.


Normalmente sólo pregunto dos cosas: quién es y cuándo lo quieren muerto.

No necesito saber nada más. No me interesa si es buena o mala persona, si es padre de tres hijos o madre de dos. Si hace donaciones a obras benéficas, si está enfermo, si va a la iglesia o los domingos o si merece morir. Eso me da igual, a estas alturas he aprendido que si alguien te quiere muerto, probablemente es porque has hecho algo que te hace merecerlo.

 


No pido detalles porque, generalmente, los trabajos son rápidos, yo soy rápida. Un tiro con un rifle de mirilla telescópica desde una azotea durante una conferencia o a la salida de una reunión; una bomba en el coche que se activa al girar la llave en el contacto; veneno en la comida... Sin embargo este caso ha sido diferente.


Rogger Cavallieri, de la mafia italiana.

Ha matado, extorsionado, secuestrado, torturado, mentido, robado... y una larga lista que incumple, punto tras punto las enseñanzas de su religión, que predicaba cada domingo como activista de su iglesia.


Cavallieri se retiró, no a tiempo, pero con elegancia, tras asesinar a los hombres que ordenaron la ejecución de su mujer e hija en 2006. Desde aquellas le han estado buscando, enviando uno tras otro a mercenarios, a calaña, con la esperanza de que tuvieran un golpe de suerte y le encontraran. Pero no lo hicieron, y cuando están desesperados, cuando sólo pueden recurrir a su último recurso, me llaman a mí, pero como mi número no aparece en la guía localizarme es difícil, casi tanto como lo es reunir el dinero suficiente para pagar mis honorarios.


Mi nombre el clave es White Dove, mi nombre real es Giulia... o quizás Danielle, o Rebecca, Claire, Emily, Phiona... he tenido tantos nombres que ya no puedo recordar el mío, que ya no quiero recordarlo.


Cavallieri se escondió en un antiguo palacio que fuera propiedad de la familia Medicci, construido en la zona más oriental de Roma. Austero por fuera, lujoso por dentro... lujoso y extremadamente seguro. Sus sistema de seguridad son los más sofisticados a los que he tenido que enfrentarme jamás.


¿Entrar por la puerta principal? Imposible. No sin ser detectado por las cámaras de seguridad, conectadas con las bases de datos de la policía, en las que por cierto aparezco registrada como Nancy Kominsky, profesora de parvulario nacida en Ontario, Canadá, con unas gafas, un peinado y una nariz falsa realmente horribles. Huella digital, escáner de retina y reconocimiento de voz. Sólo Cavallieri puede pasar las tres pruebas y ni siquiera a él le hace falta, principalmente, porque nunca sale de casa.


¿Obsesión por la seguridad?¿Miedo?¿Agorafobia? Yo voto por miedo.


Ni hablar de entrar por el tejado. Sensores de movimiento y de presión que se activan al sentir un peso superior a 650 gramos durante más de dos segundos. Ni las palomas sobreviven allí arriba. Ventanas con cristal blindado de un centímetro de grosor, barrotes y una malla eléctrica que se activa de forma aleatoria produciendo descargas de 1200 voltios.

 


Y así toda la casa. Perfectamente protegida, impenetrable, más segura que una prisión, que un museo... que la casa de un rey o un diplomático. Nadie puede entrar, nadie excepto yo. Gracias a mis contactos conseguí una copia de los planos originales, guardados en un archivo de museo. A raíz de que Cavallieri comprara la mansión se hicieron obras de reforma sucesivas que fueron modificando esos planos, también los conseguí.


Me pulí el dinero para gastos, el dinero para sobornos y tres de mis mejores alias y sólo saqué una cosa en claro, ese hombre no era humano. Si no salía no compraba y si no compraba, no comía. Finalmente averigüé que una empresa de catering le llevaba la comida al día y la colocaba en un compartimento estanco situado al lado de la puerta de entrada. El compartimento se cerraba y se abría la puerta que lo comunicaba con la casa. Cavallieri cogía su comida y los pagos se realizaban a final de mes.


En un primer momento pensé en envenenar la comida, pero descarté la idea rápidamente ya que el propio Cavallieri se encargaba de analizarla antes de comerla. Era concienzudo, pero y lo era más. El punto flaco de la casa era aquel compartimento y por ahí precisamente pude entrar.


Tardé seis días en organizar un apagón controlado en todo su lado de la calle, un contacto en la compañía eléctrica que me pagó un antiguo favor con una redistribución de energía durante minuto y medio, el justo para entrar en la casa burlando las cámaras y los sensores... Cavallierir hubiera hecho bien en tener su propio generador con un circuito cerrado para las cámaras, pero la construcción original del caserón no lo permitía. Gracias arquitecto de los Medicci.


-Y ahora estamos aquí- dije sonriendo aliviada mientras miraba a Cavallieri, amordazado y atado de pies y manos a una sillas de madera de caoba tapizada en terciopelo.- No es nada personal, es sólo trabajo.- Trataba de hablar, pero la mordaza no se lo permitía. ¿Quién era yo para negarle una última oración? Caminé lentamente hacia él, le miré a los ojos y le quité la mordaza con cuidado. No se molestó en gritar, nadie le escucharía.

-¿Quién eres?- caminé hacia la chimenea y miré mi pequeño maletín de piel sobre la mesa de caoba a juego con la silla.

-La última persona a la que verás.

-¿Te mandan ellos?¿Verdad?¿Cuánto te pagan?¡TE DARÉ EL DOBLE!¡EL TRIPLE!- reí suavemente y pasé las yemas de mis dedos, cubiertos por guantes de piel negra, por la impecable superficie de mármol de la chimenea, sorteando los marcos de fotos y los adornitos personales, y miré la madera seca.

-No hago esto por el dinero... no me hace falta.- Quizás sí al principio, pero no a esas alturas, tenía suficiente repartido en doce cuantas bancarias en diferentes paraísos fiscales, todas bajo alias diferentes. Juguetes educativos

-¿Y por qué lo hace?- preguntó resignándose a aceptar su destino ante mi firme convicción de terminar mi trabajo.

-Es lo que mejor se me da.- Abrí mi maletín bajo la atenta mirada de mi víctima, quien perdía el nombre y la identidad a cada segundo que se acercaba más y más a su muerte. Dentro, entre otras cosas, había un pequeño neceser, dentro una jeringuilla estéril y una ampolla de un líquido transparente.

 

-¿Qué es eso?- preguntó él nerviosamente. Yo no contesté, me limité a desprecintar ambos utensilios y a extraer el líquido de la ampolla con ayuda de la aguja, eliminé las posibles burbujas de aire que pudiera quedar y saqué el capuchón de la aguja.-¿Va a envenenarme?

-¿Qué?¡No! Sería muy zafio tratándose de alguien como usted, además, con lo que me ha costado llegar hasta aquí, lo mínimo es eliminarle con cierta elegancia. Es un suero- continué respondiendo a su primera pregunta- el mismo que utilizan los médicos para paralizar la garganta antes de intubar a un paciente. Me gusta porque no deja ningún rastro en el organismo, ni en sangre, ni en cabello, ni siquiera en las uñas, es magnífico.

-¿Sufriré?

-No me ensaño a no ser que me lo pidan expresamente y no suelo aceptar encargos de ese tipo. Va a ahogarse, sí, sufrirá, pero no por más de una minuto ¿Huele eso?- pregunté acercándome y subiendo una de las mangas de la bata de seda.- Es gas. Sí, la casa se llena silenciosamente de gas natural, sólo hace falta una pequeña chispa para que estalle... supongo que se preguntará por qué lo hago- sencillamente porque un buen forense podría encontrar la punción en el brazo de Cavallieri y deducir que había sido asesinado. De ese modo borraba las pruebas, todas ellas, reduciendo hasta los cimientos aquella odiosa casa, librándome de la pequeña evidencia que delataba mi minucioso trabajo. Le hacía un favor matándole antes de incendiar su preciosa mansión.- Lo único que debe saber es que cuando provoque una sobrecarga en su sofisticado sistema de seguridad, esto hará ¡PUM! Y usted estará muerto y yo fuera de aquí. Todos ganamos... bueno, todos menos usted.


Inyecté la mezcla directamente en la vena y enseguida aprecié los efectos. La garganta de Cavallieri se paralizó, impidiéndole respirar. El aire no llegaba a sus pulmones, en menos de un minuto el riego sanguíneo no alcanzaría su cerebro. Su corazón se pararía tras sesenta segundos escasos de agonía, taquicardia y dolor, entre otros síntomas igualmente desesperantes y letales que desembocaría en la muerte. ¿Cruel? Quizás, pero no tanto como la asfixia química inducida por inyección letal en el corredor de la muerte. Un juicio legal, con sus correspondientes trámites burocráticos, que hubiera durado meses o incluso años, hubiera tenido el mismo resultado tras un veredicto de culpabilidad.


-Le contaré una historia- dije mientras guardaba nuevamente todo el material en el neceser.- Cuando era pequeña me sentía muy sola. No tenía amiguitos con los que jugar y mi padre no estaba en casa, no creo que me quisiera y además, él era un adicto al trabajo, igual que lo era usted. Mi madre era... ¿cómo decirlo? Descuidada y cruel... y alcohólica. Nunca se acordaba de mi cumpleaños a pesar de que yo siempre me acordara del suyo ¿Le suena eso?- no esperaba una respuesta de Cavallieri, no estaba en condiciones de hablar, lo entendía, así que proseguí mientras guardaba el neceser.- Todos los años le pedía un perrito, o un gato, o un pez... un animal, alguien a quien cuidar, con quien jugar, alguien a quien querer. Nunca me lo regaló. Así que un día fui a la perrera y me llevé a casa a un cachorrito, un cruce, creo que era tan tonto porque había cruzado tanto su raza que ni se tenía en pie- obvio exageraba, pero llegué a tomarle cierto cariño a ese perro en el poco tiempo que estuvimos juntos.- El caso es que cuando mi madre lo descubrió se enfadó y me pegó una paliza de muerte y luego fue a súper mercado a comprar más alcohol, y al llegar a casa atropelló a mi perro. Me lo tomé muy mal... así que dejé que se emborrachara como hacía cada noche desde que mi padre se había ido, mientras yo hacía la maleta y antes de irme le pegué un tiro.- Suspiré, apoyándome sobre la mesa de caoba, monopolizando los últimos segundos de vida de Cavallieri.- No me mires así, se lo merecía. Igual que papá, él se dedicaba a esto, él me enseñó casi todo lo que sé... pero le dio miedo que la alumna superara al maestro y trató de eliminarme- tenía marcas en mi cuerpo que lo demostraban.- Sólo me adelanté.- Cavallieri dejó de luchar y cedió a su irrevocable destino.- Debería darme las gracias, al menos ahora podrá ejercer de padre.


Sí, que saludara a su esposa y su hija muertas de mi parte.


Le desaté y lo llevé hasta el sofá. Lo tumbé allí, los forenses analizarían su cuerpo carbonizado y deducirían que había muerto por una intoxicación de CO2 antes de que el fuego lo calcinase. Coloqué la silla en su lugar, guardé las cuerdas y la mordaza en el maletín y fui hacia el cuarto desde el que el difunto controlaba todo el sistema de seguridad. Debía llevarme conmigo las grabaciones de seguridad ya que la policía revisaría las cintas si alguna cámara lograba sobrevivir a las llamas. Toda precaución era poca. Introduje un virus gusano en el sistema de seguridad, activado para provocar un reinicio del sistema, que a su vez ocasionaría una sobrecarga en el sistema lo que, finalmente, haría saltar los fusibles. El gran bum.


No me preocupé por los posibles cabellos o fibras, el fuego lo haría por mí, y tras recoger mi maletín salí de la casa de la mismo forma en la que había entrado, por el compartimento estanco del catering.


Al día siguiente los titulares de los periódicos eran claros. "Terrible incendio destruye la mansión Cavallieri y termina con su inquilino, el millonario italo-americano Rogger Cavallieri".


Sin sospechosos, sin caso.

Cobre la segunda mitad del trabajo, la primera la había recibido por adelantado y desaparecí.

No me volverían a ver, nunca se trabaja dos veces para un mismo cliente. Posiblemente, me tomaría un tiempo, unas vacaciones y tardaría bastante en volver a Italia, no era amante del turismo ni de las multitudes. Sólo quería un descanso, breve, los adictos al trabajo siempre queremos más... y quizás, un perrito.

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2024-10-12

 

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