No sé la razón, pero no puedo poner el guión largo. Ya lo intente todo U.U (bueno, lo que para mí significa todo XD).
Un número, mi nueva identidad. ¿Mi nombre? Sólo un recuerdo de lo que en algún momento fui.
Es un juego de suma cero, ha habido ganadores y a mí me ha tocado perder; he perdido lo que ni siquiera sabía que tenía, he perdido tanto que no lo puedo nombrar.
De verdad, de verdad, de verdad. Las cabañas pasando la huerta de lechugas tienen fantasmas, papá lo dijo y el nunca miente. Aquella voz sin dudas captaría mi atención. El pequeño niño al que pertenecía la primera voz con vida que había escuchado en meses, se mantenía tirado en el suelo, aún pendiente de su labor en el campo y decido a convencer a su interlocutor.
Pues a mí, "mi papá", me dijo que en las cabañas viven brujas, y que en las noches salen a robarse a las personas. Justo por eso nos encierran en la habitación, así las brujas no pueden entrar. Además agregó haciendo un gracioso gesto de manos, sino hicieran brujería ahí. ¿Cómo explicar el horrible olor? Terminó aquel interlocutor, que no tenía intensiones de ocultar lo aplastante de su lógica.
En otro momento, seguramente una sonrisa se hubiera mostrado en mi rostro, pero ahora, suficiente bramé al pensar en aquella última pregunta. No hay nada que temerle; ni a las brujas, ni a los fantasmas... mi propia voz se había cortado al pensar en lo que aquella afirmación implicaba, y aunque no volteara a ver las cabañas pasando la huerta de lechugas, mi corazón se encogía al imaginar en lo que ahí podía pasar.
Aquel primer niño había logrado sacar una gruesa raíz de la tierra, que bastante satisfecho con su trabajo, amontonó junto a otras. Usted lo dice porque es grande. Los grandes no le tienen miedo a nada.
Ojalá aquello hubiera sido cierto, ojalá el miedo se perdiera con los años. Sin embargo, al crecer te das cuenta de que hay cosas mucho más terribles que los fantasmas o las brujas.
¿Cómo explicar el horrible olor? Aquella pregunta volvió a retumbar en mi mente, mientras mis ojos buscaban la respuesta.
¡Un laboratorio! Evidentemente era un laboratorio, pero ¡Qué diablos hacían en él! Nada muy particular parecía haber, nada que pudiera explicar ese maldito olor.
¡Caminen! ¡Vamos, caminen! Continuaba apresurando aquella arrogante voz, mientras los empujones de mis compañeros me entorpecían la búsqueda, en la que seguramente ellos también se encontraban.
Necesitaba saberlo, necesitaba saber qué diablos nos iban a hacer, esa era mi obligación. Yo había trabajado en varios laboratorios, yo debía saberlo; tan sólo necesitaba encontrar algo más especifico, sólo algo más...
Ni por un segundo dudo que aquello haya sigo un castigo a mi conocimiento. Justo antes de entrar en aquella encerrada habitación, donde sólo unas pequeñas tuberías nos permitirían respirar, mi vista reparó en una aglomeración de latas.
¿Odiarme? No, no creo que me odien. Decir que me profesan ese sentimiento es dotarlos de una característica humana que resultaría ofensivo darles. Ellos no son humanos, ellos no pueden ser humanos.
Humedad, oscuridad y encierro. Las mismas particularidades que habían definido mi nueva vida. No podía ver nada, pero eso poco importaba, evitarme ver mi reflejo en los demacrados rostros de mis compañeros era, de hecho, un placer. Apenas tenía espacio para moverme y el contacto humano aseguraba la segunda causante de nuestra muerte.
Metanonitrilo, ácido prúsico, formonitrilo, ácido cianhídrico, cianuro de hidrógeno, Zyklon B. Aquella palabra se escapó de mi boca, mientras las tuberías comenzaban a resonar. La humedad que nuestros cuerpos habían producido por el contacto; aquel aroma impregnado a sudor y suciedad por el trabajo en el campo de lechugas, pronto se mezcló con un nuevo aroma: almendras podridas.
El nuevo aire llegó a la habitación como una ilusión de vida. Podía escuchar como mis compañeros se había dejado engañar y llenaban sus pulmones con la nueva esencia. Como culparlos si mi propio cuerpo se sentía reconfortado por aquella brisa. Todo sobre videojuegos
Hubiese deseado no saber lo que pasaba, cegar mi mente como en ese momento estaba mi vista, e imitarlos inhalando una gran bocarada de ese nuevo aire. No lo haría, lo sabía, era demasiado cobarde ¿O es que todavía deseaba aferrarme a lo que debía de llamar vida?
Pronto la segunda causa de nuestra muerte se activó, y aquel roce de piel que me anunciaba no estar solo, se convirtió en punzantes arañazos que me perforaban con la misma intensidad que los alaridos que exclamaban.
¡No respiren! ¡No respiren! Anunciaba una entrecortada voz, que se alzaba entre los gritos de ayuda.
Me había dejado engullir por la desesperación de aquella habitación, me limitaba a tratar de filtrar el aire con mis manos y soportar aquellos arañazos que con el tiempo se hacían más débiles. Les deseaba la muerte, deseaba que con su último aliento las heridas dejaran de aparecer en mi cuerpo.
Aún estábamos aquí, tal vez no podía ver, pero un repetitivo golpe a los muros me anunciaba que todavía "estábamos" aquí.
¡Déjenme salir! ¡Sáquenme de aquí! Aquellas exclamación habían sentenciado su muerte, pero los repetidos golpes en las paredes aún resonaban mezclados con el ruido en los conductos de aire y... ¿risas?
Sí, eran risas. Mi cuerpo ardía con punzadas recurrentes, a la vez que pequeñas gotas que bien podían ser sangre y sudor resbalaban de una herida a otra. Tal vez ellos no eran humanos, tal vez para ellos sólo era un espectáculo apenas entretenido. Pero yo, yo sí era humano.
Aquel ruido metálico me confirmó que estaba en la puerta y no tardé en comenzar a golpearla con todas mis fuerzas. No había plan, no es que creyera poder vivir otro día; se trataba, simplemente, de odio.
Un último resonar metálico se dejó escuchar, pero aquel sonido era muy diferente al que yo pudiera producir con un golpe, era más bien un crujido.
¿Acaso mis ojos se había acostumbrado a la oscuridad? La puerta se había abierto y de ella, la misma penumbra parecía venir.
Hubiera deseado no ver, que mi cuerpo no se hubiera congelado y yo mismo me hubiera cegado en aquel momento.
Sus ojos, sus malditos ojos eran del mismo negro que parecía venir de aquella puerta. Creí estar en la oscuridad, pero que equivocado me encontraba. Aquel regalo que la falta de luz me había dado, ahora me era arrebatado por aquellas dilatadas pupilas de color negro en las que parecían reflejarse los rostros de mis compañeros. Los gritos asfixiantes que apenas unos minutos había escuchado, ahora tenían rostro.
No eran humanos. Me repetí mentalmente, mientras una enorme sonrisa se dibujaba en aquel rostro. Me sonreía, sí, sonreía. Sin embargo, las risas, la molesta burla que había ocasionado mi odio continuaba escuchándose por toda la habitación.
¿Cuántas de esas asquerosas criaturas existían? ¿Cuántas de esas cosas estaban observándome?
Comiencen exclamó una voz que parecía provenir de atrás de esa horrible criatura que no dejaba de verme.
No podía moverme; mi cuerpo estaba paralizado, pero una nueva sensación se hacía presente. Era cálido. Casi por un momento lo pude haber descrito como cálido, pero aquella sensación no era nada parecido a eso. Pequeñas agujas comenzaban a clavárseme en el cuerpo y las burlas comenzaban a aumentar conforme mi cuerpo reaccionaba convulsionándose.
¿En dónde diablos estoy? ¿Qué me están haciendo? Quería gritarlo, lo debía de estar gritando, por qué mi voz no se escuchaba, y ese olor, ese olor es peor que la putrefacción de las lechugas, peor que almendras agrias combinadas con sudor y sangre, ¡¿Qué diablos es ese maldito aroma?!
Justo ahí, en aquellos dilatados ojos. Un hombre demacrado se retorcía, apenas protegiéndose de unas centellantes llamas de fuego con los cuerpos calcinados de sus compañeros.
No tenía rostro, ni ropa, ni objetos para identificar; no era nadie, casi nada. Sólo un número marcado en la piel, que muy pronto también perdería ante el fuego.
Zyklon B - Fanfics de Harry Potter
No sé la razón, pero no puedo poner el guión largo. Ya lo intente todo U.U (bueno, lo que para mí significa todo XD).
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2023-02-27
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