Se despertó bañado en sudor y un frío interno leestremeció. No era la primera vez que salía de aquella manera de un sueñoprofundo; desde hace ya varias semanas que le costaba mucho trabajo conciliarel sueño y, cuando por fin lo conseguía, despertaba como si la noche hubiesedurado un instante, como si la noche hubiese durado la misma fracción desegundo que le toma al ala de una mariposa completar su ciclo mientras vuela.
Los segundos se convierten en minutos, los minutosen horas y las horas transcurridas mientras se detenía pensar el por qué deaquello que le sucedía le parecían una eternidad y, al volver a tenerconciencia de donde se encontraba, se arrepentía de haber perdido un tiempo muyvalioso que quizá pudo utilizar para una actividad más fructífera.
Como era su costumbre cada mañana, se levantó a lasseis de la mañana con diez minutos. Como de costumbre fue al baño, se miró alespejo, se lavó la cara y comenzó a cepillarse los dientes. Como de costumbre,y a diferencia de lo que hace el común de las personas, contaba cepilladas envez de pensar en lo que probablemente le depararía el destino para aquel día.Pero él no se hacía eso, se limitaba a contar uno, dos tres
así hasta que sucepillo hubiere subido y bajado un total de trescientas veintisiete veces.
Al completar la misma rutina que le tomabacincuenta y siete minutos cada mañana, salió de su casa, pero algo extrañosucedió: miró a su reloj de pulsera y se percató de que éste se había detenido.Nunca antes experimentó algo parecido, nunca antes olvidó renovar la pila delartefacto, cuestión que hacía sagradamente el día treinta de cada mes. Peroclaro, era la mañana de un dos de marzo, es decir, si febrero tuviera treintadías y no veintiocho le habría correspondido cambiar la pila el día de hoy.
Sin más remedio y no queriendo llegar tarde a unnuevo día de trabajo, se encaminó velozmente a la parada de autobuses. Mientrasesperaba se acercó al kiosco donde diariamente compraba el periódico yaprovechó de cambiar la batería de su reloj. Sin embargo, el dueño del negociono tenía uno propio, por lo que, a pesar de tener una pila nueva, su relojseguía siendo inútil. Presintió que el autobús llegaría pronto y se acercó a laparada; efectivamente ahí venía un vehículo rojizo con líneas verdes conducidopor un chofer pequeño y rechoncho con un bigote que se veía desproporcionadocomparado con el resto de su cuerpo. Arriba del transporte entabló una breveconversación acerca del clima con una señora mayor, pero en el fondo lo únicoque buscaba era ajustar la hora de su reloj, lo que finalmente obtuvo: eran lassiete de la mañana con cuarenta y tres minutos. No sabía, eso si, que la horaindicada por la señora era inexacta, sino que estaba atrasada en un minuto.
El ascensor que diariamente lo llevaba al piso enel cual se ubica su oficina tiene una cierta clase de particularidad, y es quesolo sube y baja cada diez minutos, por lo tanto, él siempre procuraba llegaren el momento justo en que el ascensor subía para llegar a su lugar de trabajo.Aquel día fue diferente, puesto que el artefacto que controlaba sus pasoscotidianamente estaba alterado. De esa forma, cuando llegó a la puerta quedóatónito al percatarse que tendría que esperar largos diez minutos para comenzarun nuevo día de deberes.
- Disculpe - dijo de pronto una voz - ¿podríadecirme la hora por favor?
Sorprendido de que alguien le dirigiese la palabrade una manera tan directa, se volvió hacia la fuente de la interrogante con elánimo de responder fríamente a esa pregunta. Sus ojos se cruzaron con otro parde ojos castaños, cuyo brillo opacaría el resplandor mismo de la luz del sol enun caluroso día de verano, ojos que, además, poseían un encanto muy singular,puesto que reflejaban un alma llena de ternura y sencillez. Tal era la ternurade esos ojos que serían capaces de apaciguar al más impetuoso de los hombres.
- Señor, disculpe, ¿podría decirme qué hora es? -volvió a decir la suave voz de una mujer. Una voz suave que resonaba en sucabeza como la melodía más hermosa que jamás hubiere escuchado, y que nacía deun delicado instrumento formado por bellos labios rojos como la sangre dealguien que ama por primera vez.
- Son las ocho con trece minutos - respondió,tartamudeando tanto que decidió que mejor era mostrarle el reloj para que ella mismalo viera.
- Oh, voy retrasada. Muchas gracias, adiós -replicó ella y se fue.
Esos pocos minutos eran carentes de explicaciónalguna para él, que jamás se hubo encontrado en una situación similar. ¿Quiénera esa mujer? Y aun más extraño, ¿por qué nunca antes la había visto, siendoque conocía cada movimiento de las personas que veía circulando a esa hora?Porque "no creo que los horarios de trabajo cambien de un día para otro, ysupongo que la gente responsable se cuida de llegar siempre a la hora", pensabaél. Además, no encontraba explicación para su repentina tartamudez, ¿por qué depronto se le enredaban las palabras? ¿Por qué fue incapaz de continuar unaconversación normal, invitarla a tomar un café mientras esperaba el ascensor o,al menos, despedirse de ella? "Que torpe y descortés fui", se decía a si mismo.Por fin llegó el esperado ascensor y pudo dedicarse a su labor de todos losdías. No obstante, la escena que vivió aquella mañana lo perturbó durante todo loque restaba de jornada a tal punto que debió hace horas extras para finalizarlo que le correspondía hacer, algo que nunca antes había sucedido.
Al día siguiente hizo otro eslabón de lainterminable cadena que constituía cada uno de los días del año. A la mismahora de siempre, al menos eso el creía, tomó el autobús y mientras viajaba sedecidía a no tartamudear esta vez y, como mínimo, trabar una conversación.Resuelto a esto, bajó de su transporte y se encaminó rápidamente hacia elascensor. No tuvo que esperar mucho para ver pasar frente a sus ojos la másbella figura que jamás vio; aquellos ojos castaños llenos de ternura combinabanperfectamente con un pelo largo y radiante como la luz del sol también castaño;era delgada y de baja estatura, con facciones hermosísimas y mejillas rosadas,aunque más bien pálidas, que junto a sus labios de un rojo intenso habrían sentirenvidia a la ninfa más vanidosa.
- Hola ¿trabajas por aquí cerca? - dijo tratando deque su corazón se inundara del valor necesario para contestar una réplica.
- Hola, la verdad es que sí, pero desde hoy. Ayervine a una entrevista y me dieron el empleo. ¿Tú eres el tartamudo que me dijo la hora ayer, no?
- Así es, - respondió sintiendo cómo la sangre desu cara sonrojaba sus mejillas - aunque la verdad no soy tartamudo como podrásdarte cuenta - ella sonrió. Ambos quedaron en silencio y el trató de que laconversación no terminara allí, su alma se había llenado de valor: Blog sobre Ajedrez
- Yo trabajo en el octavo piso desde hace un par deaños, pero poco a poco me estoy aburriendo de la monotonía del lugar - sesintió raro al expresar esas palabras, fue una de las pocas veces en que dijolo que realmente sentía en el momento - ¿A qué te dedicarás aquí?
- Soy escritora, pero me contrataron como ayudantedel edito en jefe - esta vez ambos subieron al ascensor.
- ¿Escritora? Que interesante, de niño que quiseserlo porque me fascinaba leer historias, pero nunca tuve talento paraescribir. ¿Qué clase de historias escribes?
- Me gusta escribir historias de amor, describircómo las personas se enamoran y soñar que algún día conoceré al hombre que mehará sentir como a una de las protagonistas de mis novelas. Confieso - dijoalgo sonrojada y con un poco de vergüenza - que muchas veces en mis historiasdescribo las características del hombre que me gustaría conocer, pero temo quecomo soy algo muy idealista quizá nunca encuentre a alguien como él.
- ¿Y cómo sería ese hombre ideal? - en ese momentose sentía capaz de enfrentarse a cien dragones.
- Lo siento, pero me bajo aquí. Tal vez otro díasigamos conversando - dijo ella despidiéndose afablemente.
- ¿Qué te parece si lo conversamos mientras bebemosun café? - rápidamente tomó un trozo de papel y en él anotó un lugar, una fechay una hora. Ella lo recibió y asintió positivamente, despidiéndose con unalinda sonrisa.
Esa sonrisa lo acompañó durante lo que restaba desemana y a medida que avanzaban los días aumentaban sus ansias por que fuerapronto el sábado a las 5 p.m. Finalmente, llegó el fin de semana. No sepreocupó mucho de la ropa, pues tenía la convicción de que lo mejor es actuarcon naturalidad y no aparentar. Él era alto, de tez clara y ojos castaños, y supelo aunque algo crecido estaba dentro del rango de lo que podría llamarsecorto. Aquel día iba vestido con jeans azules, una chomba verde, camisa ychaqueta de color beige.
Llegó con un poco de anticipación al lugar queanotó en el trozo de papel: un café al aire libre con vista al mar donde unasuave brisa cálida tocaba los rostros de las personas que allí se encontraban.Esperó algunos minutos con la inquietud de si en verdad ella iría a encontrarsede él, después de todo se trataba de un perfecto desconocido. Sin embargo,aquel temor desapareció rápidamente, pues ella venía caminando desde el ladoopuesto del que llego él; usaba jeans y una chaqueta anaranjada. Se saludaroncordialmente, él la ayudó con su chaqueta y con su silla. Él pidió un café,ella un jugo. Al comienzo solo hablaban de trivialidades cómo estuvo la primerasemana de trabajo o si le fue difícil encontrar el lugar, pero poco a poco laconversación dejó de basarse en preguntas de mera cortesía.
- Aquel día no me respondiste cómo es el personajeque sueles describir en tus novelas - dijo él.
- Se trata siempre de un caballero.
- ¿Un caballero? ¿Y eso qué significa?
- Pues, un hombre protector y serio, pero a la vezgentil y romántico que sabe cómo tratar a una mujer y hacer que se sienta elser más especial que pisa este mundo
- dio un profundo suspiro que llevó a queel preguntara cuál era la razón de eso - Es que muchas veces he reflexionadosobre este asunto y prácticamente siempre llego a la conclusión de que quizáaquel prototipo de hombre no existe, que es real solo en las historias queescribo.
- Tal vez estés en lo cierto, tal vez no, ¿quiénsabe? Es probable que aun no sea el momento adecuado de conocer al hombre quete haga sentir el ser más especial que pisa este mundo. Todo pasa por algo, asíes el destino.
- ¿Crees en el destino? - preguntó ella.
- Sí, pienso que es el destino la única explicaciónposible a muchos sucesos que ocurren en la vida de muchas personas, como, porejemplo, detalles que suelen pasar inadvertidos para nosotros, pero que sindarnos cuenta cambian nuestra existencia de una forma radical.
- ¿Te has topado alguna vez con un detalle de talnaturaleza?
- No podría decírtelo porque, como te dije, suelenpasar inadvertidos para nosotros. Aunque es cierto que en éste último tiempo mehe sentido algo distinto a como me siento normalmente - lo dijo pensando en losproblemas que durante las últimas semanas había tenido para conciliar el sueño.
Ella con curiosidad le preguntó qué era eso extrañoque le sucedía y le dio unos consejos sobre recetas naturales que ayudan adormir. Así transcurrió toda la velada, las personas iban y venían, se sentabanen las mesas que los rodeaban y al cabo de un rato se retiraban. Las horaspasaron tan rápido que se dieron cuenta de ello solo porque el encargado delrecinto les dijo que era tiempo de cerrar. La conversación era tan profunda yla concentración que ellos ponían en ella era tal que ni siquiera se dieroncuenta de que había oscurecido y que ya faltaba poco para la media noche. Elpropuso dar un pequeño paseo, ella aceptó. La luna de esa noche brillabaintensamente, esa luna llena, iluminaba su sendero mientras caminaban por laplaya, conversando, si
pero en algunos instantes las palabras sobraban. Enfracciones de segundos, sus miradas se entrecruzaron
. Y sus ojos fijamenteunos frente a los otros
. de la misma manera que se miran dos niños cuandoestán frente a su primer amor; dos niños que, llegado el instante adecuado, sesonrojan y sellan lo que sienten el uno por el otro
. con un tímido beso
. lleno deternura; dos niños quienes lo único que buscan es que ese momento mágico se prolongueeternamente y no acabe jamás
Cada segundo transcurrido aquella noche se convirtióen una perla que, unida con las demás, forma una joya rara y hermosa en lamemoria de ellos, pero a la vez determinada por la fragilidad de la fuerza quelas cohesiona. Las palabras son solo palabras y, por ello, se las lleva elviento; los recuerdos permanecen en la mente de una persona mientras tengan uncierto grado de importancia; los sentimientos contenidos en el corazón cambianpor sucesos tan sutiles como el aleteo de una mariposa, ya sea disipándose omutando en su antagónico, pero, a pesar de todo, siempre queda una huellaindicando que alguna vez existió una gran pasión ahora convertida en cicatriz.
El Reloj - Fanfics de Harry Potter
Se despertó bañado en sudor y un frío interno leestremeció. No era la primera vez que salía de aquella manera de un sueñoprofundo; desde hace ya varias s
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2024-11-13
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