Looking for a place to call home - Potterfics, tu versión de la historia

 

 

 

El coche de mi padre se había estropeado la semana pasada. No arrancaba y tuvimos que llamar a una grúa para que lo llevase a un taller. Desde entonces, papá había tenido que ir en autobús a todas partes.
Esta misma mañana, el mecánico del taller le ha llamado para decirle que podía ir a recogerlo. Y mi padre, más feliz que unas castañuelas, iba en un autobús para recuperar su preciado BMW. Y yo con él. Si por mí fuera, ahora estaría dando vueltas por el parque con John y Derek, pero mi padre había insistido argumentando que debía pasar más tiempo con él.
Hace un año que se ha echado novia, una mujer de 32 años, cuatro menos que él, y está muy pesado repitiendo que deberíamos pasar más tiempo juntos. Yo siempre le respondo que nos vemos todos los días, pero él no deja de insistir e insistir.
Y ahora, íbamos en un autobús, camino del taller. Mi padre sentado en el asiento del pasillo y yo en el de la ventana, con la cabeza apoyada en el cristal. Mi padre tamborileó nerviosamente con los dedos sobre su muslo.
Esta noche va a venir a cenar Sasha. Musitó tímidamente, antes de suspirar Lo siento. Quizá te moleste que la invite todas las semanas.
No me molesta. Respondí sin mirarle Es una buena mujer.
Edwin, si no te parece bien o te sabe mal, puedes decírmelo.
Me separé del cristal y le miré.
De verdad, no me molesta que tu novia venga a cenar casi todas las noches. No te preocupes, tú tranquilo, ¿vale?
Y era cierto, no me molestaba al principio sí, un poco. Incluso me gustaba que andase con su novia por todas partes y a todas horas. Mi padre tenía 36 años, y había tenido un amor de verano del que nací yo. Desde entonces, no volvió a ver a mi madre y se hizo cargo de mí él solo.
Ed. . .
No seas tan pesado, me quejé pareces el abuelo.
Me dio un puñetazo en el hombro, sonriendo.
Gracias por llamarme viejo.
Me reí con él. La señora del asiento de al lado nos miró, supongo que creyó que éramos hermanos. Mi padre y yo nos parecemos mucho, ambos con el pelo castaño y liso, con la misma nariz aguileña y con la misma anatomía esbelta. Lo único que no coincide es la barba de varios días que lleva él y nuestros ojos, los suyos son azules y los míos de un verde oscuro con motas castañas.
El autobús se detuvo en nuestra parada y seguí a mi padre hasta la calle. A esas horas de la tarde estaba muy transitada. La gente había terminado su jornada laboral y se dirigía a casa o enviaba mensajes con el móvil, quedando en algún lugar para tomar algo.
Caminé junto a mi padre, entre la marabunda de gente. Llegamos hasta un pequeño parque a base de empujones. Allí había un grupo de adolescente sentados en un banco, bromeando y riendo mientras bebía refrescos. En el otro lado, una señora regordeta paseaba un chihuahua diminuto por la hierba.
Mi padre me dio un codazo, señaló al animal con disimulo y me dijo que parecía una rata extragrande. No pude evitar reírme.
Caminamos por el sendero de adoquines del parque, bordeado por césped verde. Ya casi habíamos llegado al final, cuando unos ladridos resonaron a nuestra izquierda. El chihuahua, alias rata XL, corría hacia nosotros. Nos alcanzó y se lanzó sobre mis piernas. Tuve el impulso de quitármelo de encima con una patada, pero me contuve a tiempo.
Agité la pierna para que se apartara, pero el perro mordió la tela vaquera de mi pantalón y tiró de ella repetidas veces. No tenía mucha fuerza, así que solo movía la tela. Su regordeta dueña se acercó a nosotros.
Disculpa jovencito, Sonie solo quiere jugar. El chihuahua ladró sin soltarme Parece que le gustas.
Miré al perro, haciendo esfuerzos inútiles por moverme, y luego a la señora, sin saber qué hacer. La rata XL ladró de un modo estridente.
Oh, arrulló la mujer con dulzura pues claro que puedes jugar con él, Sonie. A delante.
Miré a mi padre con una mueca en la cara. Él, como el hombre maduro y comprensivo que era, se estaba riendo de mí. El tirón del perro cobró fuerza, y luego más. Miré hacia abajo confuso, y me quedé sin aire al ver al animal.
El chihuahua ladraba y tiraba de mi pantalón, creciendo cada vez más. Estaba confuso, quizás debía de estar delirando o algo. Me liberé en cuanto el animal me arrancó la tela de la pernera y sus pequeñas patitas se transformaron en pezuñas de cabra, su cola se alargó llena de escamas y su cabeza se transformó en la de un león, con la enredada melena cubierta de sangre seca.
Caminé hacia atrás y choqué con mi padre. En el cuello de esa bestia había un colgante que rezaba:
Sentí la mano de mi padre aferrándose a mi brazo y tirar de mí. La bestia rugió y lanzó una ráfaga de fuego por la boca. Por suerte, nos lanzamos al suelo justo a tiempo. Me arrastré sobre los adoquines tratando de huir, pero la cola de serpiente golpeó el suelo frente a mis narices. Algunos adoquines salieron volando en varias direcciones.
¿Pero a dónde vas, semidiós? Siseó la dueña de aquella criatura Mi hijo Quimera quiere jugar contigo.
No tenía ni idea de qué clase de insulto era semidiós, pero no pude preocuparme mucho por eso. El animal rugió en aprobación y se encaró hacia mí. Me levanté como pude y retrocedí tambaleándome. La criatura me siguió despacio, como un gato acechando a una bola de lana. Movió la larga cola y barrió a mi padre con un golpe.
Mis piernas chocaron contra un banco, la bestia rugió y se lanzó sobre mí. Me hice a un lado justo a tiempo, evitando la embestida por los pelos. La bestia gruñó sobre el banco, que ahora estaba a la altura del suelo por el sobrepeso. Su cola golpeó el suelo con furia.
Los sádicos ojos de lo que antes había sido un inofensivo perro se clavaron en los míos. En ese preciso instante supe que estaba muerto. La bestia abrió la boca para soltar una nueva ráfaga de llamaradas, pero levantó la cabeza con violencia y el fuego atravesó el aire hacia el cielo.
La bestia se sacudió con violencia y, pude ver a un chaval encaramado a su lomo, incando los pies a ambos lados del cuello del bicho y tirando de la enredada melena, como si fuese un cowboy domando a un potro salvaje.
Aunque estaba aturdido, me agaché unos segundos antes de que la cola de serpiente atravesase el aire, donde unos segundos atrás estaba mi cabeza, y barrió varios árboles. La criatura gritó y se sacudió para tirar al jinete. Daba saltos violentos, pero el chico seguía encaramado y bien sujeto, dando gritos de júbilo al más puro estilo del oeste.
¡Suelta a mi hijo! Ordenó la señora con un grave grito lleno de indignación. Entre sus afilados diente pasó una lengua bífida. Su piel se estaba transformando en escamas verdosas.
La criatura con cabeza de león se sacudió con toda la fuerza de la que fue capaz. Y el chico perdió el agarre, por lo que salió volando hasta caer rodando sobre el césped. El chaval se puso de pie y levantó las manos hacia la bestia. Unas multitud de vides crecieron alrededor de las patas cabrunas del animal, enroscándose en ellas y dejándolo anclado en el sitio. La bestia rugió, pero las vides le enroscaron la boca a modo de bozal.
¡Hijo! Gritó la señora reptil.
El chico que se había montado en la espalda de aquella bestia levantó la mano hacia la dueña de aquella cosa,provocando que se enroscaran más vides a su alrededor. Un segundo después, pasó corriendo por mi lado, me agarró el brazo y tiró de él, obligándome a correr tras él.



¡Buenaaas!
A ver, quisiera decir que comencé a escribir este fic a finales del curso pasado, porque estaba hasta las narices y necesitaba un camino de escape, aunque sólo tengo cuatro capítulos y un montón de anotaciones y garabatos sobre personajes OC e ideas a realizarse.
No podía soportar que este proyecto se quedase inconcluso en el ordenador, y como ahora vuelvo a necesitar una vía de escape, creo que es buen momento para publicarlo y desarrollarlo.
Espero que os guste y, si no es mucho pedir para esta humilde ficker, que dejéis algún que otro comentario. Siempre serán bienvenidos, y resultararán alentadores. El desconocido me hizo atravesar las calles de Dénver a toda velocidad. Me estaba quedando sin aliento, las piernas amenazaban con hacerme caer por el esfuerzo y no conocía de nada a aquel chico. Pero aun así, los instintos me gritaban que no dejase de correr.
Recorrimos varias manzanas sin detenernos, cosa que no me estaba sentando nada bien. Pasamos por un par de calles transitadas hasta llegar a un estrecho callejón, donde nos detuvimos a recuperar el aliento. Nada más dejar de correr, me derrumbé sobre el suelo.
El desconocido se apoyó contra la pared y me fijé en él. Debía de tener unos 18 años, era alto y atlético, con el pelo rubio un poco rapado por los lados y más abundante en la parte de arriba. Vestía tejanos y una camiseta de un equipo de fútbol. Una bolsa de viaje negra colgaba a su lado derecho, con una correa que le cruzaba el pecho.
Sus ojos azules se cruzaron con los míos.
¿Estás bien?
Asentí jadeando.
¿Qué has hecho para que te ataque la quimera?
¿Qué es la quimera? Pregunté entre jadeos, con algo de dificultad. Aquella carrera no me había sentado nada bien.
Esa cosa que casi te mata. La mezcla de león, serpiente y cabra.Me aclaró el chico ¿A quién has cabreado?
No he hecho nada.
El chico me miró perplejo. Después puso los ojos en blanco y soltó una risotada amarga.
Sí que tienes mala suerte, Se impulsó con los brazos lejos de la pared o un olor muy fuerte. Me ofreció la mano Soy Pólux, hijo de Dioniso.
¿Dioniso? Debía de ser algún famoso, aunque el nombre no me sonaba de nada. ¿Podría ser algún cantante? Dioniso sonaba a nombre artístico un poco extraño. Me puse en pie con dificultad y le estreché la mano.
Edwin, hijo de . . . ¡Papá! Grité lleno de pánico ¡Mierda! ¡Mi padre estaba conmigo!
¿Cómo podía haber olvidado a mi padre? Me dirigí fuera del callejón, con las piernas débiles. Entré en una calle ancha y repleta de gente. Pólux me alcanzó, pero no hizo ademán de detenerme. Miré en todas direcciones, pero no le vi.
El miedo me inundaba, la culpa y los remordimientos me carcomían por dentro. Había salido corriendo sin siquiera pensar en él. ¿Qué clase de hijo estaba hecho?
Oye, quizás suene algo cruel, musitó Pólux con nerviosismo pero más vale que te muevas. La quimera seguirá nuestro rastro, no el suyo.
¿Cómo estás tan seguro? Espeté. El chico no merecía que la tomase con él, pero estaba tan furioso que no podía ser educado.
Porque los monstruos como ellos persiguen el rastro de semidioses, como tú y como yo.
Me detuve en seco y le miré. Otra vez esa palabra.
¿Semidioses?
Mitad dios y mitad humanos. Respondió con simpleza, luego se fijó en mi expresión desconcertada ¿No tienes ni idea? Pensé que lo sabrías, eres . . . mayor. ¿Cuántos años tienes? ¿Unos dieciséis, diecisiete?
Me quedé mirando al chico, completamente confundido. ¿Aquello de semidiós era alguna especie de broma o iba en serio y Pólux estaba loco? Sacudí la cabeza con urgencia.
No tengo tiempo para esto, debo encontrar a mi padre.
Intenté avanzar unos pasos, pero Pólux me puso una mano en el hombro y me retuvo con fuerza. Su expresión era afligida.
Debemos movernos, Insistió seguirán nuestro rastro, no el suyo. Cuanto más nos alejemos, más a salvo mantendrás a tu padre.
Aquello me sentó como un puñetazo en los piños. No es que creyese completamente en lo que el chico me estaba diciendo, pero en cuanto te hablan de proteger a tu familia. . . Daba igual. Tenía que reunirme con mi padre.
No sé de que va todo ese rollo de semidiós, murmuré pero ahora mismo, no me importa demasiado.
Intenté sacudirme su mano de encima, pero tenía un buen agarre.
No me crees. Suspiró Escucha, todo ese "rollo", como tú lo llamas, es real. ¿Acaso no has vivido sin conocer a uno de tus padres? ¿No te ha ocurrido nunca nada extraño, algo que solo tú has visto?
Ahí me pilló con la guardia baja, el tema de mi desaparecida madre era una herida abierta, nunca se cerraría del todo. En cuanto a hechos extraños, recuerdo haber estado jugando en el patio del colegio, cuando tenía unos cuatro años, fui el único que vio unas palomas con picos y garras de algún metal bronceado.
Le miré a los ojos con toda la dureza de la que fui capaz. Pólux me sostuvo la mirada sin inmutarse. No sé cuanto tiempo estuvimos en aquella batalla visual, pero el motivo de mi preocupación apareció por un extremo de la calle.
Mi padre gritó mi nombre y vino corriendo. Nada más verlo, me inundó una extraña alegría, que me hizo tener ganas de reírme, aunque no lo hice. Pólux retrocedió un paso cuando mi padre llegó hasta nosotros y me abrazó.
Le correspondía al gesto, sintiendo como su presencia me llenaba de alivio. Estaba vivo, y yo era completamente feliz con eso. Pólux carraspeó.
Disculpe, señor, interrumpió el chico ¿sabe qué ha sido de aquellas criaturas?
Mi padre se separó un poco de mí, le dirigió una rápida mirada y negó con la cabeza.
No tengo ni la más remota idea. Salí corriendo tras vosotros inmediatamente, pero creo que estaban peleando con las plantas.
Pólux jugueteó con la correa de su bolsa e viaje, enrollando los dedos y tirando de ella con fuerza. Murmuró algo por lo bajo y miró a mi padre.
Señor, usted sabe qué es su hijo, ¿verdad? Quise golpearle en toda la cara. Ya estaba volviendo con el tema de semidioses.
Mi padre dio un largo suspiro resignado.
Eres del campamento, ¿verdad? Creí que podríamos vivir los dos juntos. Musitó pesadamente Nunca volví a recibir ninguna señal de ella, supuse que podíamos vivir sin separarnos.
Miré a mi padre con el ceño fruncido, él me devolvió una mirada de disculpa.
No me mires así, Edwin. Por favor. Vi el dolor en su mirada cuando clavé mis ojos llenos de reproche en los suyos Nunca te habrías creído que tu madre es una diosa. No sin pruebas. No quería mentirte, lo siento.
Sentí un hueco vacío donde debería estar el corazón. Mi padre me había mentido toda la vida, lo había visto en sus ojos. Tuve la sensación de que el mundo giraba demasiado deprisa, tanto que me mareaba.
Pólux miró a nuestro alrededor nerviosamente, antes de dirigirse a nosotros de nuevo.
Voy de camino a un sitio seguro para gente como nosotros, Edwin. Confesó mirando de soslayo a mi padre El Campamento Mestizo, en Long Island Sound. Puedo llevarte conmigo.
Mi padre me abrazó con un suspiro. Apretándome con afecto. Me aferré a él, apoyando la cabeza sobre su hombro izquierdo.
Vete. Dijo junto a mi oído, con voz autoritaria En cuanto llegues, llámame, o envíame un mensaje. Alguna señal. Aunque sea un trozo de papel atado a una paloma.
Tendré algo que decir, ¿no? Objeté.
Mi padre me revolvió el pelo con cariño y esbozó una sonrisa melancólica.
De pequeño te encantaba irte de campamento, rió suavemente que raro que ahora no quieras ir.
Puse los ojos en blanco y resoplé.
A veces no puedo entender tu humor, papá.
Vete, y llámame en cuanto llegues.
Volvió a abrazarme a modo de despedida y miró a Pólux.
Id con cuidado.
Descuide, señor. Asintió el chico. Me agarró por el hombro y tiró de mí con suavidad. Venga, vamos.
A estas alturas ya no me quedaban fuerzas para resistirme. Todo esto parecía un sueño demasiado real y, todavía tenía la esperanza de despertar. Aunque esa ilusión se fue disipando a medida que llegamos a la estación de tren, compramos los billetes y nos subimos a un tren en dirección a Nueva York.



¡Feliz Navidad y Próspero año nuevo!
Sé que estos primeros capítulos van con un ritmo algo lento, al menos este segundo, pero los primeros son un poco introductorios.
¿Qué tal un comentario por Navidad? Sería un gran regalo.


El viaje de Denver a Nueva York duró casi un día. Después de cenar en el bagón restaurante, Pólux y yo volvimos a nuestro compartimento, que por suerte no compartíamos con nadie, y me explicó cómo iba todo en el Campamento Mestizo, donde mi padre y él habían acordado llevarme.
Si no había entendido mal, el campamento era un lugar en el que los hijos de dioses y diosas griegos se reunen para entrenar y prepararse. En él, hay un centauro milenario que se encarna el papel de director de actividades, adolescentes con poderes sobrenaturales, espiritus de la naturaleza y un dios principal como director del campamento.
Más o menos había dicho algo parecido.
Encendí el televisor del compartimento, atornillado a la pared, y me tumbé en la litera de arriba. No podía creerme que nada de aquello fuese real. Eso misma tarde, a mi padre y a mí nos había atacado un chihuahua, transformado en una criatura mezcla de cabra, serpiente y león que Pólux llamó quimera y más tarde, mi nuevo amigo se ofrece a llevarme a un campamento, con la inmediata aprovación de mi padre. Raro.
Pólux se apoyó en mi litera.
Puedo dejarte algo de ropa, si quieres.
Negé con la cabeza. No había traído ropa, pero no me importaba.
Tranquilo, estoy bien. Me fijé en que llevaba un pijama de verano, no demasiado apropiado para el otoño ¿Vas a acostarte?
Asintió con la cabeza.
En serio, puedo prestarte algo.
Pol, tranquilo. No necesito nada. Abrió la boca para protestar Duérmete de una vez.
Se escondió, esbozando una gran sonrisa, en la litera de abajo cuando hice ademén de golpearle con la almohada. Apagué el televison con el mando adistancia y lo tiré sobre la mesilla que había junto a las literas. Me tapé con la sábana y apagué la luz.
Buenas noches, Pólux.
Que Morfeo te lleve dulces sueños.
¿Qué clase de 'buenas noches' es esa? Me escandalicé. Enseguida oí la risa del chico.
Anda, hasta mañana.
En pocos minutos, el hijo de Dioniso se rindió a los sueños y yo me quedé despierto, sin poder concilir el sueño. No dejaba de darle vueltas a todo lo que había ocurrido hoy. Cómo en un segundo había cambiado todo. Pero lo que más me preocupaba era no saber qué pasaría mañana, no saber si subirme a este tren con un desconocido había sido buena idea.
Finalmente, cerré los ojos y me dormí, con el deseo de que al abrirlos mañana, vería la luz matutina cruzar la penumbra de mi habitación a través de la persiana.
Pero eso no ocurrió. Al abrir los ojos, me encontré con el techo del bagón, tapizado con madera de roble. Me sente en el borde de la litera, con las piernas colgando, y me bajé con cuidado. Pollux seguía dormido, así que me calcé y salí del compartimento sin levantar el menor ruido.
A las ocho de la mañana no había nadie por los pasillos. En el bagón comedor tan solo había cuatro personas: el encargado y tres pasajeros más, dos de ellos chico y chica sentados muy acaramelados al fondo del local. Me hice con una bandeja de plástico y la llené con cruoissanes, unas tostadas y un vaso de leche.
Me encaminé hacia una mesa junto a la ventana y, justo cuando estaba a punto de llegar, el tren dio una sacudida y por poco desparramo mi desayuno por el suelo. Sin que se me cayese nada, dejé la bandeja con sumo cuidado sobre la mesa y me senté junto a la ventana. Observé como el paisaje corría a toda velocidad al otro lado del cristal, así es como había transcurrido mi vida el último día, demasiado deprisa para procesarla.
Suspiré, aparté la vista de la ventana y me dispuse a comer. Lo primero que me terminé fueron las tostadas. Después, iba mojando el croissant en la leche y mordisqueándolo poco a poco, dándole sorbos al vaso.
Me había terminado el croissant por completo cuando el otro pasajero se acercó a mí. Era un hombre de mediana edad, ataviado con un oscuro traje de algo parecido a la seda y el pelo entrecano peinado cuidadosamente. En la mano izquierda llevaba un bastón tallado en caoba oscura y, con la mano derecha iba tocando asiento por asiento, hasta que llegó a mi mesa.
Buenos días, joven. Saludó educadamente. Carraspeé y le devolví el saludo.
El hombre deslizó la mano por la parte superior del respaldo de la silla frente a la mía y se sentó con cuidado, colocó el bastón entre sus rodillas con cuidado de no golpear nada y se quedó mirando un punto perdido sobre mi hombro derecho.
Lo miré a los ojos y sentí una sensación extraña en el pecho, una punzada de un sentimiento desconocido. Tenía los ojos lechosos y era ciego. Quise decir algo, pero no sabía qué. Aunque no tuve que quebrarme mucho la cabeza buscando alguna cosa que decir, el hombre habló primero.
Me llamo Tiriseias. Se presentó cortésmente.
Me apresuré en responder.
Yo Edwin Green, encantado, señor.
Tiriseias asintió sin despegar los ojos de algún lugar por encima de mi hombro.
Ah, Edwin. Suspiró melancólicamente Eres joven, todavía te queda mucho por vivir. No puedes ni imaginarte que te depara el destino. Vosotros, los jóvenes, vais por la vida demasiado deprisa, como si fuese vuestro último día. Carpe diem, ¿eh? Rió con sutileza y apoyó las manos en la parte superior del bastón.
Bueno intervine yo nunca se sabe lo que puede pasar, ¿no?
Tiriseias sonrió ampliamente. Como si supiese un chiste que yo no. Se inclinó sobre la mesa y adoptó un tono confidencial.
Por eso debemos ir con cuidado. susurró Ve despacio, observa atentamente y no tengas prisa. No podemos evitar al destino, pero hay que procurar no estropear el presente. Aunque digan que de los errores se aprende, demasiados fallos pueden llegar a tener consecuencias nefastas. No te preocupes por lo que no puedes controlar, tú disfruta con tus amigos antes de cuando debáis separaros. ¡Ah! Y respeto y educación ante todo, no es buena idea ir enfadando a la gente.
Asentí con la cabeza, un segundo más tarde me di cuenta de que no podía verme.
Lo tendré muy presente, señor.
Tiriseias se puso de pie.
Sería conveniente. Aprobó Saluda al viejo maestro de mi parte.
Y se alejó por el vagón sin esperar respuesta alguna. Observé como su figura caminaba palpando todo el mobiliario a su paso, hasta que se perdió tras una puerta y no pude verle. Me quedé mirando por donde se había marchado, rememorando la conversación, no había sido muy larga, aunque tampoco parecía muy relevante, solo un hombre mayor tratando se sentirse sabio, supongo.
El resto del día fue un aburrimiento hasta que nos bajamos del tren y cogimos un taxi hasta Long Island Sound. Y he de confesar que el taxista no fue el único que se flipó cuando Pólux le dijo que se detuviese y nos dejase en medio de la carretera. Aunque después alegó que un familiar suyo tenía una casa de campo por esa zona y el conductor se lo tragó.
Observé como el taxi se alejaba rumbo a la ciudad, volviéndose cada vez más y más pequeño hasta desaparecer.
Venga, vamos. dijo Pólux con un claro tono emocionado. En sus ojos brillaba la excitación El campamento te va a encantar, ya verás.
Asentí con la cabeza y ascendí por la colina Mestiza tras él. Durante la caminata entre los árboles, Pol me explicó porqué se llamaba así. Me contó como una hija de Zeus se había sacrificado luchando ella sola contra una horda de monstruos del averno, para salvar a otros dos semidioses o mestizos, me había explicado y un sátiro chico de cintura para arriba y cabra de cintura para abajo. Y añadió que la chica se transformó en un árbol que protege el campamento, hasta que unos años atrás, chica y pino quedaron separados.
Pólux tuvo que insistir bastante con la historia, porqué me creí el principio a pies juntillas, pero al resto le puse pegas, sin creérmelo. También me iba describiendo el luhar al que íbamos con pelos y señales, claramente emocionado por estar de vuelta.
Llegamos hasta un pino que se elevaba por encima de los demás, con una especie de manto dorado colgado de una rama baja. Pólux se detuvo y se volvió hacia mí con una sonrisa en la cara.
Aquí está el árbol que te dije. La frontera del Campamento Mestizo.


¡Feliz año nuevo! Lo sé, algo tarde, pero en fin.
No tenéis ni idea de la de tiempo que llevo queriendo incluir a Tiriseias en algún fic o one shot. ¡Ya iba siendo hora!
Bueno, tercer capítulo publicado, espero que os guste.
¡Besos!Pólux corrió a rodear el árbol con una radiante sonrisa pintada en la cara. Miré por encima del hombro el paisaje a mi espalda. Suspiré, supongo que había llegado demasiado lejos como para echar a correr hasta Denver ahora. Rodeé el árbol siguiendo a Pólux y me dio un vuelco el corazón.
Tumbado en las raízes del árbol, había un dragón enorme, de escamas doradas y con sientes como cuchillas. Y Pólux estaba acuclillado frente a él, rascándole debajo de la cabeza como si fuera un simple perro inosfensivo, aunque pensándolo bien, ya no me fiaba ni de los perros.
El dragón me lanzó una baga mirada y soltó un sonido gutural. Pólux se volvió hacia mí.
Edwin, sonrió este es Peleo, se encarga de vigilar y proteger el Vellocino de Oro y el árbol.
¿El vellocino de oro?
Pollux sonrió, rascándole el cuello al dragón.
Esa cosa que cuelga del árbol.
Miré al pino y vi la capa de oro. En ese momento me sentí idiota por no haberlo deducido. Pólux le rascó la cabeza al dragón y se puso en pie. Se volvió hacia mí.
Anda vamos, dijo sonriente voy a presentarte al director del campamento.
Asentí con la cabeza y caminé junto a él. Tras unos minutos, alcanzamos la cumbre de la colina y desde allí pude ver lo que debía de ser el Campamento Mestizo: unos campos de fresa que se extendían ámpliamente donde había sátiros y algunos chicos recoguiendo fresas, un lago y un pabellón al estilo griego.
Pólux me dio un golpecito en el pecho con el dorso de la mano y señaló una casa azul de dos plantas.
Vamos ahí. Anunció Venga, te va a encantar todo.
Sonreí, no quería decirle que dudaba de que aquello me llegase a gustar. Pólux me condujo por el lugar. Pasamos junto a una pista de boleibol, en la que jugaban algunos chicos y unos sátiros. Me llamó la atención una pequeña chica, de no más de unos 13 años. Contrastaba con el resto de jugadores, todos altos. Sin embargo, era una gran jugadora, daba saltos altos y siempre lanzaba la pelota a zonas clave.
Pólux los saludó con la mano. Los jugadores le devolvieron el saludo y uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era alto y con el pelo rubio, reluciente al sol. Su piel bronceada y su pelo revuelto le daban pinta de surfista. Llegó hasta nosotros y saludó a Pollux estrechándole la mano y con un rápido medio abrazo.
¿Qué tal el viaje?
Movidito como siempre respondió mi amigo pero ha ido bien. Austin, te presento a Edwin, nos cruzamos en Denver.
El chico con pintas de surfista se volvió hacia mí y me estrechó la mano.
Encantado, soy Austin. Cabaña 7, la de Apolo.
Me sonaba el nombre de Apolo, aunque no tenía ni idea de quién era. Decidí tragarme ese pequeño detalle.
Un placer, soy Edwin.
Austin se quedó mirándome, esperando a que añadiera algo.
Indeterminado. Explicó Pólux Quizá esta noche le reconozcan.
Austin asintió y volvió al partido de boleiboi. Pólux me apremió a que le siguiera hasta la Casa Grande así había llamado a la casa de dos plantas. Durante el tren me había explicado lo del reconocimiento. Tenía la esperanza de volver con mi padre si eso no ocurría.
Nos plantamos frente al porche de la Casa Grande. En él había un hombre bajito y regordete jugando a las cartas con otro hombre, de pelo castaño enmarañado, sentado en una silla de ruedas. Mi amigo sonrió y subió las escaleras de un salto, con una radiante sonrisa en los labios.
¡Hola! Saludó lleno de felicidad, con los brazos extandidos hacia los lados.
La partida de cartas se detuvo. El hombre en silla de ruedas se volvió y le sonrió con afecto. El otro, sentado en el lado opuesto de la mesa, se levantó sonriendo y corrió a abrazar a Pólux.
Hijo mío, me alegro tanto de verte sano y salvo. Se separó de él y lo examino de arriba a abajo con la mirada Porque, estás bien, ¿verdad?
El chico sonrió suavemente.
Perfectamente, nada que la ambrosia o el néctar no puedan arreglar. Después, añadió: Estoy bien, de veras.
Me sentía extraño en aquella escena. Pólux no me había mencionado nada de que su padre se encontrase por aquí. Quizás se había enterado de que su hijo venía hoy y estaba de visita. Siendo un dios omnipresente supongo que podía hacerlo.
El hombre en silla de ruedas se fijó en mí y sonrió cándidamente.
Veo que vienes acompañado, Pólux. Dijo suavemente ¿Nos presentas a tu amigo?
Pol me hizo un gesto para que me hacercase. Caminé con ellos a paso lento y les saludé educadamente. Pólux se apresuró a hacer las presentaciones.
Os presento a Edwin Green, indeterminado. Anunció. Señaló al hombre en sila de ruedas­ Este es Quirón, legendario entrenador de héroes y, nuestro director de actividades. Después se volvió hacia el otro hombre, su padre por lo que acababa de ver Y este es Dioniso, el director del campamento.
Abrí los ojos como platos y creo que dí un liguero bote en el sitio.
¿Tu padre es el director del campamento? Aluciné ¡Eso no me lo habías contado!
Tampoco me habías preguntado.
Esa excusa no me sirve. Me crucé de brazos, enfurruñado.
Quirón tenía esbozaba una leve sonrisa. Dioniso me escudriñó con la mirada, analizándome de arriba a abajo. Ladeé la cabeza. El director/padre del chaval que me había traído aquí, y no se había molestado en contarme ese pequeño detalle, sonrió.
Quirón, podrías encargarte de llevarlo a la cabaña 11. Pidió amablemente Me gustaría hablar con mi hijo en privado.
Por supuesto, señor D. Sonrió.
Lo siguiente que hizo Quirón me dejó atónito y sin palabras. Se apoyó en los reposabrazos de su silla y se impulsó como si fuese a levantarse. Y salió de la silla, pero no dando saltitos con dos piernas, no. Salió de ella con ¡las patas de un caballo! De cintura para abajo, tenía cuatro patas de un semental blanco.
Por favor, señor Green. Pidió Quirón Sígame. Dio unos pasos lejos del porche y esperó a que le siguiera.
Sacudí la cabeza para quitarme la confusión de encima. Si un chihuahua podía transformarse en una criatura híbrida entre cabra, león y serpiente, un hombre podía tener parte de caballo. Podía procesarlo rápidamente. Me apresuré a alcanzarlo y caminé junto a él, oyendo sus explicaciones sobre los dioses.
Quirón daba unas explicaciones muy precisas y, de vez en cuanto, me hacía preguntas para asegurarse de que lo iba pillando todo. Llegamos a lo que él llamó El área de cabañas, una zona formada por una veintena de casas, cada una de un estilo, forma y color diferente, y dedicada a un dios o diosa en particular.
En el centro, había una pequeña hoguera en la que crepitaba un brillante fuego anaranjado. Junto a ella, había una niña de unos nueve años con una vara, atizando el fuego. Nos dirigió una cándida mirada con sus ojos del mismo color de las llamas, y nos saludó con una sonrisa igual de cálida que sus ojos. Quirón y yo le devolvimos el saludo.
El centauro, así me había explicado Quirón que se llamaba su especie, me condujo hasta una cabaña de madera de roble, con el número once colgado sobre la puerta, algo torcido. Subí las escaleras y me arrepentí de hacerlo al ver que aquel miniporche de la cabaña era demasiado pequeño para Quirón.
Llama a la puerta. Sugirió el centauro.
Asentí con la cabeza y di unos golpes secos contra la puerta de caoba. El bullicio que se oía al otro lado se detuvo de golpe. Unos segundos después, la puerta se entreabrió y una chica asomó la cabeza.
¿Sí? Preguntó ella.
Tenía el pelo castaño liso, una nariz respingona y las cejas arqueadas. Un par de pecas resaltaban contra la nívea piel de su rostro. Sus ojos castaños y atentos se centraron en los míos de inmediato.
Hola, ¿querías algo?
Quirón respondió por mí.
Cindy, querida, ¿podríais hacerle un hueco a Edwin? Pidió amablemente Acaba de llegar y estamos esperando su reconocimiento.
Descuida, Quirón. Dijo ella, con una sonrisa torcida Lo cuidaremos bien.
El centauro asintió, se despidió de nosotros y se alejó trotando. Prometo que durante un segundo creí ver la sombra de una sonrisa en sus labios. Me volví hacia la chica sin saber qué hacer. Ella abrió la puerta de par en par, haciéndose a un lado para dejarme entrar y se presentó.
Cindy Harper, hija de Hermes. Adelante, como si estuvieses en tu casa.
Edwin Green me presenté, hijo de Max Green.
La chica me sonrió y me hizo un gesto para que entrase. Al pasar por su lado, me fijé en que a penas me llegaba por los hombros y me sentí más alto. En el interior, había un montón de adolescentes de diferentes edades, ninguno demasiado mayor. Muchos compartían los mismos rasgos que Cindy, en canvio, había otros que no se parecían en nada.
Ven. me indicó que la siguiera Puedes instalarte en esa litera del fondo.
La seguí entre las miradas curiosas de los demás chavales, sintiéndome incómodo con ellas. Cuando llegamos a la cama que indicaba Cindy, nos detuvimos y el chico de al lado, habló.
Ten cuidado. Me advirtió Hermes no solo es el dios de los viajeros, también lo es de los ladrones. Rió No te acerques demasiado a tus hijos.
Bufé y finjí que temblaba.
Uy, ¡que miedo! me burlé fingiendo temblar Van a robarme la camisa, lo único que tengo.
Cindy se rió.
Ni de coña te robaría la camisa, es un par de tallas más grandes. Aunque espero que no te importe que me quede con este paquete de chicles.
Lanzó al aire un pequeño paquete de cartón verde, que contenía chicles de menta, y lo atrapó con la mano, sin dejar de sonreír de forma descarada. Inmediatamente, me palpé los bolsillos alarmado y los encontré vacíos.
¡Eh! Protesté ante varias risas ¡Devuélvemelos!
Cindy cogió uno, se lo llevó a la boca y me lanzó el paquete . Resoplé indignado. La hija de Hermes hizo una burbuja con el chichle, la explotó y se alejó sonriendo, no sin antes sacarme la lengua. Me senté en mi litera, tomando nota mental de no enemistarme con descendientes de Hermes.
El chico que antes me había advertido se sentó a mi lado. Tenía el pelo azabache casi rapado, los ojos castaños, la piel olivácea y aparentaba unos catorce años. Se presentó con una sonrisa amigable.
Nigel Harris, indeterminado.
Me pasé un rato hablando con él. Era un tipo simpático y bastante hiperactivo. Me explicó que la mayoría de semidioses suelen ser disléxicos o hiperactivos. Él padecía las dos, yo por mi parte, solo tenía que afrontar la disléxia.
El resto de la cabaña se puso en pie y se dirigió hacia la puerta cuando oyeron resonar una caracola. Se situaron todos tras dos chicos idénticos, ambos altos, delgados y con el mismo pelo castaño que les cubría gran parte de la cara. Nigel me explicó que aquello indicaba la hora de la cena. Me puse tras él en la cola que se formó para ir a comer.








Del resto de cabañas también salieron grupos de adolescentes y niños. En algunas eran abundantes, en cambio, en otras los ocupantes eran muy escason conté varias con un solo residente y había un par en la que no había ningún okupa. Como por ejemplo en la dos o la ocho.
Nigel me decía que durante la hora de las comidas la cabaña once era divertidísima, todos bromeando, riendo y lanzándose comida de punta a punta. Llegamos al pabellón con estilo griego y seguí a la cabaña once hasta una mesa.
Nigel me explicó que cada casa tenía su propia mesa y que los vasos se llenaban con la bebida que le pidieses, siempre y cuando no fuese alcohólica. Él pidió una Coca Cola, yo prové con una Fanta de Naranja y el vaso se llenó con un líquido anaranjado.
El director del campamento le dio la bienvenida a su hijo Pólux, y después me presentó como a Edgar Grace. Pero Quirón le susurró algo al oído y al repetir la bienvenida acertó con mi nombre. Cuando el dios se sentó a su mesa, pude ver a su lado a Pólux y a una chica menuda a su lado, con pelo castaño claro que aparentaba unos doce años y compartía sus mismis ojos.
Volví la atención a mi mesa en cuando los vacíos platos se llenaron de puré de patatas en una mitad y carne de ternera en la otra. Ya tenía los cubiertos en la mano y me disponía a devorar mi cena cuando Nigel me detuvo.
Espera, antes hay que ofrecer parte de la comida. La gente de nuestra mesa comenzó a ponerse en pie En mi primera noche, comí antes de la ofrenda. Menuda vergüenza pasé.
Me levanté y seguí al chaval hasta una hoguera, donde todos lanzaban parte de la comida y murmuraban diferente nombres de dioses y diosas.
Se lo ofrecen a sus padres, me explicó Nigel.
Él iba delante de mí, así que le vi lanzar un pedazo de la carne y murmurar algo. Cuando se alejó de vuelta a la mesa, me llegó el turno a mi. Durante unos segundos me quedé petrificado sin saber a quién ofrecérselo. Hasta que lancé un poco del puré.
Quienquiera que seas, susurré por favor, preséntate.
Y volví a mi mesa sintiéndoe estúpido. No había conocido a mi madre en toda mi vida y ahora le ofrecía parte de la comida, con la vana esperanza de que me reconociese, y de ser posible, de verla en persona.
Cuando llegué a la mesa de Hermes, me senté junto a Nigel y le pregunté:
¿Y esto se hace todas las noches?
Él se rió.
Lo hacemos en todas las comidas. Se encogió de hombros Es una tradición.
¿Y no podemos saltárnosla? ¿Aunque sea una sola vez?
No. Respondió uno de los chicos que lideraba la cabaña, sentado frente a Nigel Es una muestra de respeto a los dioses. ¿Ves a esa chica de allí? Señaló a una adolescente con el pelo oscuro y largo, de piel ligeramente morena que le resaltaba los ojos claros, sentada en una mesa llena de gente que vestían como mecánicos o con ropa sucia por la grasa y el hollín Carolina Mason, en su primera noche lanzó la comida al suelo y le ofreció a su padre la bandeja vacía, Quirón y el señor D la castigaron severamente. Muy maja, por cierto.
Asentí con la cabeza. No me apetecía lanzar parte de mi comida al fuego, y menos estando tan hambriento como ahora, pero menos ganas tenía de que me castigasen.
­Por cierto dijo el chico, soy Connor Stoll, colíder de la cabaña.
Al principio, la gente comía y reía tranquilamente, hasta que Connor y su hermano que creía recordar se llamaba Travis empezaron una guerra de comida con migajas y trozos de pan. Nigel se unió a la batalla y yo no tardé en seguirle. Cogí una rebanada de pan y se la arrojé a Cindy, al otro lado de la mesa.
El trozo le dio en la frente, dejándole rastros de pan por el pelo, y me miró. Me dedicó una sonrisa malévola y me lanzó un pedazo de pan excesivamente grande. Logré esquivarlo y pasó volando sobre mi cabeza. Como estaba en el extremo de la mesa, el proyectil salió disparado hasta la mesa de al lado e impactó contra la cabeza de una chica, dejando migajas en su pelo azabache.
La chica extendió la mano, un halo de luz verdosa brilló en torno a todo el pan de su mesa, que se elevó de la cesta que había en medio de los demás platos y salió volando a una velocidad de vértigo hasta estrellarse contra Connor. Algunos panes también chocaron contra Travis y salpicaron a los pobres que se sentaban cerca.
¡¿Pero qué haces, Lou?! Se quejó Connor.
Haz el favor de controlar a tus hermanos, Stoll. Le espetó la chica, quitándose con los dedos las migajas de pan del pelo.
Observé como Cindy se encogió en su asiento, tratando de pasar desapaercivida, con una sonrisilla traviesa en los labios. El resto de la cena pasó igual. Al finalizar, seguí a los demás hasta la hoguera, donde se pusieron a cantar canciones de campamento sobre los dioses. Cogimos algunos malvaviscos y los asamos al fuego, como un campamento normal y corriente.
Cuando estuvo a punto de sonar el toque de queda, me dirigí a la cabaña once, corriendo con Nigel sobre mi espalda, sugetándose a mi cuello con los dos brazos y animándome a acelerar, en una carreta contra Travis Stoll, que llevaba a Cindy, y Connor, que llevaba a un chico rubio de unos trece años.
Al final, el que primero llegó a la cabaña y ganó la carrera fue Travis. Me gustaría decir que por lo menos quedé en segundo lugar, pero el chico que llevaba Connor era más joven y menos pesado que NIgel. Algunos de los hijos de Hermes que habían apostado cobraron los dracmas, los que habían perdido les dieron el dinero resoplando. Sentí mucho haber hecho que alguin perdiese dinero por no ganar, si es que alguien había apostado por mí.
A la mañana siguiente, Connor me entregó una muda de ropa nueva y unas deportivas negras. Me cambié y me fijé en que casi todo el mundo llevaba la misma camisa naranja que yo, en la que se leía <> en negro.
El chico se encargó de llevarme a la armería y me ayudó a buscar una espada que me fuese bien para el entrenamiento. Cuando me informó que entrenábamos con armas de verdad, se rió de la cara aturdida que puse. Me costó hacerme a la idea, pero al final, terminé aceptándolo. En cuanto me hice con un arma, salimos corriendo para alcanzar al resto.
A la cabaña de Hermes se unieron un par más, las de Némesis y la de Dioniso. Pólux se enparejó conmigo, y Nigel con Ariadna, la medio hermana de Pol. Mientras aprendía a moverme con la espada gracias a los consejos de mi amigo hijo del director obervé como mi indeterminado amigo se sonrojaba ante su oponente y trataba de entablar conversación con ella, balbuceando. Nunca se lo diré a Nigel, pero me estaba aguantando la risa al verlo.
Tan ocupado estaba observando como el chico intentaba hacerse el interesante frente a Ariadna, que no subí la espada lo suficiente y Pólux me cortó el pelo del lado derecho de la cabeza, y me abrió una pequeña brecha en la sien y la frente.
Solté la espada y me llevé la mano a la herida. La cálida sangre brotó de mi frente y me humedeció la mano. Me tambaleé hacia atrás, mareado como una sepia. El resto detuvieron sus combates y nos observaron. Pólux me agarró por los hombros para estabilizarme, con la preocupación en los ojos.
¡Edwin, lo siento! Se disculpó lleno de pánico ¡Oh, dioses! Tienen que curarte esa herida.
Pólux se pasó mi brazo derecho sobre los hombros y puso su brazo libre al rededor de mi cintura, cargándose mi peso. Me llevé la mano izquierda a la herida y dejé que el hijo de Dioniso me arrastrara. Me encontraba demasiado mareado como para moverme yo solo.
El trayecto se me hizo eterno y lleno de náuseas, pero Pollux logró llevarme hasta la enfermería, completamente desierta, excepto por una chica que estaba de guardia. En cuanto nos vio llegar, se quitó los auriculares que llevaba en las orejas e hizo que mi amigo me tumbase en una camilla.
Por el rabillo del ojo, vi como urgaba en los cajones y venía corriendo hacia nosotros. Me obligó a comerme algo parecido a una barrita energética y me dió de beber un vaso alto, lleno de un líquido espeso que me supo a zumo de manzana. Inmediatamente, el mareo desapareció junto con las náuseas y me sentí mejor, me incorporé y traté de moverme, pero la chica me puso la mano en el hombro y me detuvo.
No tan deprisa, no se te ha cerrado la herida del todo. Informó con tono autoritario Tengo que vendártela.
Se sentó en el borde de la camilla, se inclinó sobre mí y me vendó la frente con sumo cuidado y precisión, moviéndome la cabeza de vez en cuando. Mientras lo hacía, me fijé mejor en ella. Aparentaba unos quince años, era rubia y tenía el pelo largo, liso y limpio. En su cara brillaban unos ojos celestes. Su rostro era precioso, bellísimo. Toda ella era guapísima. Me sonrojé inmediatamente.
Me avergonzé de que la chica hubiese oído todos los quejidos que habían salido de mi boca durante todo el trayecto, incluso tumbado en la camilla. Pólux acercó una silla junto a la cama y se sentó, con el rostro marcado por el remordimiento.
La chica se separó de mí, aún sentada en el borde de la camilla. Se aseguró de que había colocado perfectamente la venda y sonrió satisfecha cuando lo hubo comprovado.
¿Has cabreado a algún hijo de Ares para terminar así? Preguntó sin perder su radiante sonrisa.
Como me sentía parcialmente mejor, logre responder.
Que va. Ha sido ese tipo de ahí Hice un gesto señalando a Pólux, es un mal peluquero. Le pedí que me recortara las puntas y se le ha ido la mano.
La rubia se rió dulcemente y miró al hijo de Dioniso con una ceja enarcada. Pólux bufó, puso los ojos en blanco y finalmente, sonrió.
Al menos te lo has tomado con humor. Se encogió de hombros. Siento haberte abierto la cabeza. Perdóname.
¡Eh! Estoy bien, deja de disculparte. Esta amable chica La miré de reojo me ha curado, ¿vale?
Pólux se recostó en su silla, cabeceando afirmativamente. Levantó los pies y los acruzó sobre la camilla.
Siendo hija de Apolo, me hubiese extrañado que no lo hiciese. Dijo. Miró a la chica con el ceño fruncido Ahora que lo pienso, los de Apolo sois los que más cualidades tenéis.
La rubia se echó atrás, apoyando las manos sobre el colchón y soportando todo su peso con los brazos.
Ventajas de ser hija del mejor dios del Olimpo. Presumió, guiñándole un ojo con diversión. Se fijó en que la estaba mirando y añadió: No nos han presentado, soy Kayla, segunda al mando de la 7.
Me llamo Edwin. Me apresuré, demasiado, en responder. Pólux sofocó una risa y tuve ganas de golpearle las piernas.
Ah, el nuevo. Me arregló dulcemente la venda de la cabeza Pásate de nuevo mañana temparano, para que te cambien la venda. Suerte que no vas a necesitar puntos.
¿Estarás tú? Formulé la pregunta antes incluso de darme cuenta. Me sentí estúpido e imbécil ipso facto.
Kayla no supo cómo actuar durante un instante, en el que resonaron las risas sofocadas de Pólux, pero al finalsonrió con nerviosismo y respondió:
No sé, esta noche nos jugaremos los turnos.
Kayla dejó que me marchara, supongo que para poder reírse de mí y, sinceramente, yo también me hubiese reído de lo idiota que puedo llegar a ser a veces. Una vez salimos de la enfermería y nos hubimos alejado unos cuantos metros, Pólux estalló en carcajadas.
Resoplé y me dispuse a soportar sus burlas.
<<¿Estarás tú?>> Imitó mi voz y se rió, se rió tanto que terminaron saltádosele algunas lágrimas. Se doblo sobre sí mismo y se agarró el estómago Ha sido brutal.
Casi prefería al chico que no dejaba de disculparse. Bufé exasperado.
Tendrías que haberte visto. Rió y se burló Te ha gustado Kayla, ¿eh?
Le golpeé el hombro con un puñetazo y le dí la espalda, rezando para que no viera mi sonrojo. A veces puedo llegar a ser tan imbécil.
Eh, no te enfades, Edwin. Todos alguna vez nos hemos quedado embobados mirando a una hija de Afrodita o Apolo.
Me encaminé de vuelta a la arena, para continuar con el entrenamiento, escuchando las continuas risas del hijo de Dioniso. Por suerte, cuando llegamos tuvo la decencia de no mencionar nada.
¡Shhhht! No os chivéis, ¡por favor! Se supone que no debería estar aquí. Teóricamente debería estar empollando y empollando sin cesar historia, así que por favor, guardadme el secreto y no le digáis a nadie que me he pasado por aquí para actualizar.
¡Disfrutad del capítulo!


A media mañana, tras el entrenamiento con espadas, nos dirigimos a clase de griego antiguo. Fue horrible, siempre he sido un negado para las lenguas y, me costó mucho pillar cuatro palabras. El sátiro instructor tuvo la santa paciencia de no tirarse de los pelos con mis meteduras de pata, pero algunos hijos de Hermes no desaprovecharon la oportunidad de hacer algunas bromas a costa de mis errores.
Por la tarde, pisé por primera vez el muro de escalada. Un rocódromo que consistía en dos paredes de roca, una en frente de la otra, que se agitaban, soltaban lava y colisionaban la una con la otra.
Al principio fue divertido, pero en cuanto la cosa comenzó a complicarse, aquello se transformó en una especie de escena de película de acción, con tanta agitación de los muros y tanta lava. Creo que cuando me bajé tenía menos vello corporal. Mirándolo por el lado bueno, me había depilado los brazos gratis, supongo que era una ventaja, ¿no?
Tras la escalada no había ninguna clase, así que podíamos disfrutar de un rato libre. Nigel, que se había vuelto inseparable, insistió en que quería aprender a montar. Todavía no tenía ni idea de donde estaba cada cosa, así que le seguí hasta los establos, un edificio bajo y muy alargado, de madera oscura. Frente a la construcción había una cerca que delimitaba un gran círculo de arena, que debía usarse para las primeras clases.
Nigel se fue a buscar a alguien que pudiese enseñarle en el interior de los establos. Yo mientras tanto, me quedé de pie observando todo aquello, hasta que una voz a mis espaldas me sobresaltó.
¿Qué, aprendiendo a montar en poni? Bromeó Cindy.
Eh, eh, eh. ¡Alto, quieta ahí! La frené extendiendo los brazos hacia ella No quiero que te me acerques a menos de dos metro de distancia, donde tus brazos no puedan alcanzarme.
En mi primer día había aprendido que era mucho mejor mantener las distancias con los hijos de Hermes, era más seguro para los objetos que llevase en los bolsillos. Cindy se rió y camininó hacia mí con sorna y su habitual sonrisa descarada. No tardé en chocarme de espaldas contra la cerca de madera, con Cindy y su expresión burlona pegada a mí. Tan cerca que si movía un dedo podría tocarle el estómago.
¿Tienes miedo de mí? ¡Pero si soy un agelito! Dijo primero con un tono inocente y adorable, que se fue al garete en cuanto frunció el ceño y añadio resoplando No llevas nada encima, menuda decepción.
Me palpé los bolsillos vacíos instintivamente.
¿Por qué me siento tan violado cuando te me acercas? Pregunté teatralmente, pensando que mi espacio vital había muerto.
Cindy se encogió de hombros y se alejó luciendo su sonrisa descarada.
Será que eres violable.
Del interior del establo salieron Nigel y otro chico que cogía las riendas de un caballo negro con alas. Aluciné nada más verlo, pero Cindy me explicó que era un pegaso. Pensé en las armas del entrenamiento y en el muro de escalada, aunque me pesase, un poni con alas no me parecía tan irreal por aquí. El chaval que lo llevaba era alto, de pelo negro azabache desordenado y rebelde, con unos ojos verdes como el mar y sonrisa fácil.
Hola Saludó el chico, soy Percy, hijo de Poseidón. El caballo relinchó y movió la cabeza Oh, y este es Blackjack.
Le devolví el saludo y observé como le daba instrucciones a Nigel, que no dejaba de dar saltitos en el sitio, muerto de ganas por montarse en el caballo. Percy bromeó con él y, cuando a mi amigo le llegó la hora de subirse a la silla del equino, yo ya estaba sentado sobre la cerca de madera, y a mi lado Cindy apoyada en ella.
¿No tienes nada qué hacer? Le pregunté de la forma más cortés que encontré, ella se encogió de hombros, indiferente.
Limpieza de cabaña y añadió nada importante.
Nigel dio unas vueltas dirigiendo al cabllo dentro del área cercada. Cuando pasó junto a nosotros, nos saludó como los vaqueros, simulando tener un sombrero de cawboy sobre la cabeza. Percy se puso delante del pegaso y lo detuvo.
¿Quieres probar a volar? El caballo relinchó Blackjack estaría encantado.
A Nigel pareció gustarle la idea. Percy le dio instrucciones y se alejó hasta apoyaser en la cerca junto a nosotros. Blackjack extendió las alas, trotó unos pocos metros y remontó el vuelo hacia el cielo, con el chico en su espalda dando gritos de júbilo.
A vuestro amigo le gustan los caballos. Sonrió con los ojos fijos en Nigel y Blackjack.
Puede que te haya salido un hermanito, Jackson. Dijo Cindy, arrancando pedazos de barniz de la cerca.
En el cielo, el pegaso daba volteretas y hacía piruetas, con Nigel gritando lleno de euforia y disfrutando de aquello. Me temí que durante una de esas acrobacias mi amigo se resvalase de la silla y cayese hasta estrellarse contra el suelo, pero aquello no ocurrió.
En cuanto Percy hizo que el caballo tomase tierra, Nigel se bajó de un saltó y chocó el puño con el hijo de Posidón. Mi indeterminado amigó me ofreció probar, traté de negarme, pero el chico insistió y Cindy lo respaldó dándome palmadas en la espalda. Al final, no me quedó más remedio que bajarme de la cerca.
Te doy cinco minutos susurró la hija de Hermes en broma ¿quieres apostar?
Gracias por tus ánimos, Harper. Respondí con un tono sarcástico.
Cáete del caballo, Green. Dijo ella en lugar de "Rómpete una pierna" para desearme suerte, o eso quería creer yo.
Percy hizo conmigo lo mismo que con Nigel, me dio instrucciones y bromeó abiertamente para darme ánimos, consiguiendo sacarme una sonrisa. Después, me subí al caballo. Aquello no estaba mal, el pegaso se movía prácticamente solo. Cuando ya hube hecho el paripé de montar, tiré de las rienda para detener al animal, que frenó en seco.
Iba a bajarme, pero Percy me animó a que tratase de volar. Desde la cerca, Nigel y Cindy gritaron en aprovación. El hijo de Poseidón trató de inspirarme confianza que funcionó algo. Me dio unas explicaciones para dirigir al pegaso en el aire y unos consejos. Tras darme ánimos por última vez, se alejó hasta apoyarse en la cerca junto a los dos mestizos.
El pegaso relinchó como diciendo: <> y extendió sus descomunales alas. Trotó varios metros ganando velocidad y remontó el vuelo hacia el cielo como había heho antes con mi amigo. Nos elevamos unos ocho o nueve metros en el aire. No pude evitarlo, me agarré al cuello del animal.
A pesar del silbido contínuo del viento en mis oídos, pude oír los ánimos de los otros mestizos desde abajo. Miré hacia ellos y me arrepentí de inmediato de haberlo hecho. La altura parecía haberse multiplicado varios triples de veces. La cabeza comenzó a darme vueltas y el estómago se me agitó. Me tambaleé sobre la silla, sin soltar el cuello del pegaso, que relinchó alarmado.
¡Bájalo, Blackjack! Ordenó Percy con urgencia.
El animal obedeció y descendió de inmediato. En pocos segundos por suerte, porque mi agarre sobre su cuello comenzaba a debilitarse a medida que aumentaba el mareo de mi cabeza y la agitación de mi estómago. Cuando tocó tierra, los mestizos corrieron hacia nosotros con preocupación.
Trate de actuar como si estuviese perfectamente, salté del caballo y aterrizé milagrosamente sobre mis pies. Y digo milagrosamente porque todo el paisaje me daba vueltas. Caminé con pasos inestables y vomité.
Retrocedí un escaso metro y me dejé caer sentado sobre la arena. Nigel rodeó lo que alguna vez fue mi desayuno y mi comida de aquel día y se acucliyó a mi lado, posándome una mano en el hombro.
Jo, tío, menuda pota. Añadió preocupado: Tienes la cara verde.
Cindy se arrodilló a mi lado, examinándome el rostro con cautela y mordisqueándose el labio inferior con preocupación, mientras Percy echaba arena sobre la pota a base de patadas hasta taparla. Después, se acercó hasta donde estaba y se agachó para quedar a mi altura.
No sabía que tenías vértigo.
Yo tampoco. Traté de que no me fallase la voz, creo que fracasé estrepitosamente.
Por la mañana me abren la cabeza de un sablazo, después, hago el ridículo frente a una chica, seguido del ridículo en la clase de griego antiguo, continué dándome golpes en el muro de escalada y ahora, vomito tras subirme a un caballo. Genial, Edwin, tú sigue rompiendo récords.
Deberíamos llevarlo a la enfermería. Sugirió Nigel.
¡No! Protesté, tenía suficiente con haber hecho el idiota frente a Kayla una sola vez por hoy, gracias.
No hace falta. Intervino Percy Dadle algo con azúcar y se le pasará enseguida. Se volvió hacia Cindy Tú podrías conseguirle algo, ¿no?
La hija de Hermes lo miró indignada.
La duda ofende, ¿sabes?
Esperaron unos pocos segundos a que me sintiese un poco mejor y entre Cindy y nigel, me cargaron cada uno de un lado y me llevaron a la cabaña de Hermes, me sentaron en los escalones del porche para que me diese el aire y Cindy salió del interior de su cabaña con unca Coca Cola llena de azúcar para mí, y de paso, dos más para ellos.

Ya llevaba casi una semana en el Campamento Mestizo. Había aprendido a moverme con un pesado escudo en un brazo y un arma afiladísima en la mano sin caerme, hacerme daño ni parecer un idiota. Todo un mérito, al menos para mí.
Continuaba yendo a clases de griego por las mañanas. El sátiro que se encargaba de esa materia debía de salir con los nervios al rojo vivo. Por mucho que se esforzaba yo seguía aprendiendo a un ritmo muy lento, y me costaba mucho pronunciar. Me habría deprimido si no supiese que soy un negado para las lenguas, ya estaba acostumbrado a que no funcionase.
Después del desayuno, alternaba las clases de griego con las de lucha con armas. Un día, la cabaña de Hermes coincidió con la de Atenea. Uno de los de la cabaña once le gastó una broma sobre arañas a la cabaña 6, y su consejera uso el cuchillo de una forma tan increíble y me quedé tan alucinado que le pedí que me enseñase a usarlo.
Mi petición pareció del agrado de los hijos de Atenea, y como yo seguía siendo un indeterminado, tenían la teoría de que fuese uno de sus hermanos por mi curiosidad. Aunque no nos parecíamos en nada. Todos ellos eran rubios, muchos con el pelo rizado, y tenían unos intimidantes ojos grises. No me parecía en nada a ellos con mi pelo castaño y mis moteados ojos verdes, sin contar con mi complexión esbelta y la suya atlética.
La consejera de la cabaña, Annabeth, me había conseguido un cuchillo con una reluciente hoja afilada y una ligereza extraordinaria. Ella misma se encargaba de enseñarme movimientos y hacerme ejecutarlos. También me corregía la postura constantemente, sin cansarse nunca.
Relaja la muñeca o te harás daño. Me aconsejó, y obedecí al instante.
Me enseñó un movimiento ejecutándolo por partes, lentamente para que pudiese procesarlo mejor. En cuanto lo hube repetido media docena de veces y ella dio su visto bueno, nos dirigimos a un muñeco de paja, vestido con una armadura y armado con artilugios de bronce y madera.
Vale, Edwin. Me dijo frente al pelele Vamos a probar a hacerlo todo seguido y con el muñeco.
Asentí con la cabeza y giré el cuchillo en mi mano. Annabeth me sonrió, se volvió hacia el muñeco con pintas de espantapájaros e hizo el movimiento a toda velocidad, pasando por debajo del escudo con una agilidad envidiable y cortándole una arteria imaginaria al pelele.
Se separó del muñeco y se plantó junto a mí, con una sonrisa llena de confianza en los labios.
Vamos, inténtalo tú.
Le dí una última vuelta al cuchillo en mi mano y lo sujeté sin forzar demasiado la muñeca, como me había enseñado Annabeth. Me encaminé hacia el muñeco y cuando estuve frente a él, me puse en posición de ataque.
Allá vamos. Me dije a mí mismo y repetí el movimiento de Annabeth.
Pasé por debajo del escudo, sin rozarlo por los pelos, confiando en que mi juego de piernas no me fallaría y ataqué desde abajo. El cuchillo dio en el cuello del muñeco y se quedó ahí incrustado. Lo saqué de un tirón.
Annabeth se acercó y examinó el agujero en el cuello del indefenso pelele, antes de volverse hacia mí.
No está nada mal. Sonrió con aprobación Aunque con un poco de práctica lo mejorarás.
Uno de sus hermanos, llamado Malcolm, se había ofrecido en enseñarme un par de movimientos con la espada. Me enseñó unos muy eficaces. Me encantaba la gente de la cabaña de Atenea, todos tan ingeniosos con sus comentarios inteligentes y su gran habilidad para desenvolverse, me hubiese encantado que sobre mí cabeza brillase un búho y que se convirtiesen en mis hermanos y hermanas, pero creo que eso nunca ocurriría, no me parecía a ellos y tenía claro que no era tan inteligente.
También había probado a mezclarme con la los hijos de las otras cabañas de diosas, aunque no encajé en ninguna.
La primera en descartar fue la de Afrodita. En ella tan solo había un par de chicos, con uno discutí al instante y con el otro, Mitchel, estuve hablando un rato. Pero tenía claro que nunca sería un hijo de la diosa del amor. Yo no tenía un aspecto tan despampanante como él con su nívea piel perfecta y seguro que suavísima, sus dorados rizos tan bien cuidados y peinados y sus llamativos ojos verdes.
Tampoco me preocupaba en lo más mínimo por la ropa como la mayoría de los descendientes de Afrodita, aunque después me enteré de que la consejera de esa cabaña, llamada Piper Mclean, tampoco lo hacía. Eso me dejó con las dudas.
La de Hécate obtuvo una negativa casi de inmediato. Aunque los hijos de esa diosa no compartían demasiadas características y eso me permitía encajar, quedó claro que yo no podía hacer magia como ellos. No podía metamorfosear las cosas, ni hacer que levitaran.
La líder de la cabaña, que resultó ser la chica a la que Cindy le llenó el pelo de pan unos días atrás, estuvo animándome a que lo intentara, pero no fui capaz de hacer nada mágico. Fue una pena, me hubiese encantado ser hijo de la diosa de la magia.
También probé con las cabañas de Némesis e Iris, pero por alguna razón, no estaba muy seguro de encajar en ninguna.
Tras haber practicado con los hijos de Atenea, me fui al lago de canoas, donde Nigel me había dicho que estaría. Cuando llegué allí, vi algunos semidioses haciendo carreras por el agua, mientras otros los animaban desde la orilla.
Me senté en la arena con las piernas cruzadas, observando como mi amigo remaba en su canoa, que compartía con Ariadna. Le saludé con la mano, y él me devolvió el gesto, alzando el remo por encima de su cabeza. La hija de Dioniso se volvió hacia mí y también me saludó, con una enorme sonrisa en la cara.
Me quedé mirando como remaban y hacían que la canoa diese vueltas, reían por el error y se salpicaban con agua. Sonreí para mis adentros. Se llevaban tan bien que quizá fueran hermanos. Meneé la cabeza y traté de quitarme el pensamiento de encima. Poco a poco, me había ido obsesionando con averiguar en qué cabaña encajaríamos.
A veces me gustaría ser como Nigel y no darle tantas vueltas, ser tan despreocupado como él. Se me pasó por la cabeza que quizás, con esa actitud suya tan relajada, fuese un hijo de Hermes, pero el pensamiento se me fue de la mente cuando una cesta repleta de fresas cayó sobre mi regazo.
Al instante, Pólux se sentó a mi lado con una sonrisa en los labios.
Es temporada alta. Informó cogiendo una de las fresas Están deliciosas. Prueba una.
Me llevé una a la boca. Estaban deliciosas. Pólux llamó a su medio hermana y la saludó a ella y a Nigel sin perder la sonrisa y enseñándole las fresas. Ariadna y su amigo trataron de volver remando, pero Nigel remó por el mismo lado que ella y terminaron dando otra vuelta. La hija de Dioniso le salpicó. Nigel le devolvió el gesto y se metieron en una batalla de agua.
Son como críos. Sonrió Pólux.
Aproveché para chincharle un poco.
Ah, ¿sí? Me hice el desentendio Yo creo que Nigel se está ligando a tu hermana.
Mi amigo me dedicó una mirada asesina. Reprimí una sonrisa.
No lo creo. Pero en sus ojos brilló la desconfianza de hermano mayor.
Me comí otra fresa, en un intento por ocultar una sonrisa, mientras Pólux vacilaba internamente. Entonces, oímos un chapoteo escandaloso y miramos hacia el lago, donde la canoa de Ariadna y Nigel flotaba del revés.
Unos minutos después, sonó la caracola, indicando la hora de la comida. Llegamos hasta el pabellón del comedor, con Ariadna y Nigel algo secos por el sol, pero con la ropa húmeda y el pelo algo mojado. Los hijos de Dioniso se dirigieron a su mesa y se sentaron junto a su padre.
Nigel y yo nos dirigimos a la mesa de Hermes. Algunos miraron a mi amigo, pero no dijeron nada sobre sus ropas mojadas, ni él pareció fijarse demasiado en las miradas inquisidoras que recibía. Cogimos nuestras bandejas con comida y nos encaminamos en fila hacia la hoguera, para hacer la ofrenda.
Los Stoll fueron los primeros en lanzar la comida al fuego. Después los siguió un corpulento chico latino, varios adolescentes después, vi a Cindy lanzar un pedazo de carne y media manzana a las llamas. En pocos minutos, le tocó el turno a Nigel. Mi amigo pinchó un suculento pedazo de bistec y fue a arrojarlo a l fuego, cuando ocurrió algo extraño.
Las llamas envolvieron al chico, que gritó asustado. Segundos después, las lenguas de fuego se disiparon y vi la expresión de miedo de mi amigo, congelado tal y como estaba antes del suceso, con el bistec colgando de una mano. Y entonces, una luz rojiza brilló sobre su cabeza, preyectando un yunque sobre él.
Quirón trotó hasta donde se encontraba el chico, quien alucinaba mirando el símbolo que brillaba sobre su cabeza. El centauro se arrodilló, haciendo una reverencia hacia mi amigo. El resto de campistas nos apresuramos a imitarlo.
Salve, Nigel Harris proclamó Quirón con voz solemne, hijo de Hefesto.
Al instante, los chicos y chicas de la mesa 9 estallaron en aplausos y vítores. Levantaron las servilletas y les dieron vueltas al aire, sonriendo y cantando el nombre de su nuevo hermano a grito pelado, llenos de orgullo. Por todo el comedor tan solo se oía: <<¡Nigel! ¡Nigel! ¡Nigel!>>
Miré a mi amigo. Sonreía emocionado, tan lleno de felicidad que estaba a punto de desbordarlo. Quirón le hizo un gesto de cabeza para que se fuese a su nueva mesa, Nigel arrojó gran parte de su cena, tanto que no me sorprendería que esta noche pasase hambre y murmuró un "Hefesto. Gracias, padre".
Enseguida se alejó hacia la mesa nueve. Observé como lo saludaban, todos felices. Mi amigo se sentó entre un chico musculoso, con el pelo algo despeinado y una chica de piel ligeramente tostada y pelo oscuro, la misma que nos dijo Connor en mi primera noche que había ofendido a su padre. No parecía muy enfadada ahora, abrazando a NIgel y riendo con sus hermanos.
Me dí cuenta que entorpecía la cola para hacer la ofrenda y me apresuré a lanzar un huevo frito, esperando que ocurriese algo parecido a lo de Nigel, pero la señal nunca llegó. Caminé hacia la mesa de Hermes y me senté en el primer sitio que vi libre sin fijarme demasiado.
Dejé la bandeja en la mesa, pero ya no tenía hambre, no sé por qué sentía celos. Nigel llevaba aquí más tiempo que yo, solo tenía que esperar, me dije. Lanzé una furtiva mirada a la mesa de Hefesto, donde mi amigo sonreía ante una chica de pelo castaño sujeto por un pañuelo, con un adorable hoyuelo en la barbilla.
El chico a mi izquierda debió de advertir mi consternación y mi tristeza, porque me dio un codazo amistoso en las costillas.
Eh, tú tranquilo. Dijo. Era el chico latino de la fila Es tan solo cuestión de tiempo. Antes de que acabe la semana te habrán reconocido.
Me obligué a sonreír, terminé esbozando una sonrisa demasiado forzada.
Eh, lo digo en serio. Aseguró al notar mi malestar Es solo cuestión de tiempo. Dentro de nada podrás ponerle nombre a tu progenitor.
¿Cómo estás tan seguro? Se me escapó la pregunta, con un leve tono amargo y resentido.
Me dio la impresión de que el resto de conversaciones de la mesa se detenía y que los mestizos nos miraban. Capté la mirada de advertencia de Connor.
Nadie sabe más de esperar a que te reconozcan que yo. Confesó llanamente el latino. Me sacudió un hombro amigablemente No le des más vueltas, o será peor. Sonríe hombre, que la vida son cuatro días, dos llueven y uno nieva.
Se me escapó una risa ante su ocurrencia. Me reí, era una tontería pero aun así, me reí con ganas. La tensión que se había formado en la mesa se disipó y cada uno volvió a lo suyo.
¿Ves? Dijo el latino Así mejor.
Asentí con la cabeza sin perder la sonrisa.
Supongo que tienes razón, no es tan malo, . . . eh. . . Me di cuenta de que no sabía su nombre, y él también.
Chris se presentó Chris Rodríguez.
Más tarde, aquella misma noche, me puse el pijama y me metí en mi cama, en medio de las bromas fáciles de los hijos de Hermes y los indeterminados. Era un gran ambiente, pero en cuanto las luces se apagaron y comenzó a expandirse el silencio por la cabaña, a medida que la gente se dormía, el vacío de la excama de Nigel, justo al lado de la mía, se acentuó y toda la alegría que había sentido antes de acostarme se disipó. No sé cuánto tiempo me costó dormirme. Pero aquella noche soñé. Aparecí en medio de un bello jardín, cubierto por la penunbra de la noche. En el cielo no se distinguían ni estrellas ni luna. A los lados, había cuatro altísimas murallas, hechas de lo que parecía ser granito negro, por donde trepaban varias enredaderas.
Esparcidos por doquier, había todo tipo de plantas, arbustos y árboles bajos o altos, cuyos frutos emitían una tenue y pálida luz. Creaban un ambiente íntimo y acogedor, como invitándote a tumbarte bajo uno de los arbolitos y echarte un rato, rodeado de aquella paz. Observé un poco más.
Sobre el césped, aquí y allí, había varias piedras preciosas, como si creciesen igual que las flores, aunque bien podrían haberlas dejado por allí tiradas para fardar o algo. Esparcidos sobre la hierba y junto a los arbustos, había estatuas, demasidado realistas. El escultor debía de ser un gran artista.
En el centro del jardín, había un pequeño huerto, con varias frutas y verduras, que emitían apagadas luces. Todo aquello era encantador. Me recordó a la casa de mis abuelos en el pequeño pueblo en el que vivían. Enseguida me vino a la mente un recuerdo agradable, de cuando yo era un crío y jugaba con mi padre en el jardín de la abuela, escondiéndome tras los matorrales para que no me encontrase, riendo a carcajadas cuando papá que pillaba y me llenaba de cosquillas.
Parpadeé, observando aquello atentamente. Me parecía demasiado real como para ser un sueño. Y entonces me llegó el olor del huerto. Tan magnífico, tan apetecible. Olía tan bien que me entró hambre de inmediato. Caminé hasta el huerto, dispuesto a recoger alguno de los frutos, pero cuando los tuve a unos palmos de distancia, una voz me sorprendió.
No los cojas. Dijo con una voz endulzada como la miel No es recomendable.
Tomándola como a la dueña del huerto, me aparte unos pocos pasos de los frutos, esperando no haberla ofendido. Me fijé en ella, aparentaba unos veintitantos años. Tenía la piel morena, con un largo y rizado pelo oscuro, del color del ébano. Llevaba puesto un largo vestido de seda morada, ensuciado por trabajar el huerto, supuse y, sobre la cabeza, llevaba una corona de flores marchitas. Encima de sus marcados púmulos, resaltaban unos pálidos ojos entre verdosos y castaños, tristes y apagados.
Sonrió, la amargura de sus ojos pareció disiparse.
Menudo estirón has dado. Sonrió, caminando hacia mí.
Me quedé parado, justo donde estaba. Me sorprendí de que aquella mujer me conociese. Cuando se colocó frente a mí, me acarició cariñosamente la mejilla con la mano. Sentí como una sensación cálida se expandía a partir de donde me había tocado.
Has cambiado desde la última vez que te vi. Susurró quedamente, como si tuviese miedo de que alguien oyese sus palabras. Te pareces tanto a tu padre.
No sabía qué decir.
Eeeh . . . Gracias, supongo Murmuré, sintiéndome extraño A veces la gente cree que somos hermanos. Es divertido ver la cara que ponen cuando me presenta como a hijo suyo.
La mujer rió con suavidad.
¿Cómo está Max?
Titubeé otra vez.
Bien. Añadí: No le va mal, la verdad. ¿Conoces a mi padre?
Había estado haciendo memoria, intentando sacar a la luz algún recuerdo en que apareciese esta misteriosa mujer. Pero nada. No recordaba haberla visto en mi vida. Por otra parte, sentía como si una voz sonolienta de mi memoria la conociese.
Por supuesto que le conozco. Dijo Fue hace diecisiete años.
Suspiró de un modo melancólico y me miró a los ojos, de una forma significativa. Abrió la boca para decir algo y, entonces algo me golpeó en el estómgo.
Cuando abrí los ojos, estaba en mi litera de la cabaña de Hermes. Oí risas infantiles sobre mí y vi, algo confundido, a un niño pequeño, de unos cinco años, arrastrándose por encima de mí. Sinceramente, aquello me pareció rarísimo.
¿Qué haces? Le pregunté al niño con la voz ronca por el sueño.
¡No dejes que me cojan! Gritó, sin dejar de lado la diversión.
Fruncí el ceño algo aturdido. Despertarte porque un crío te acaba de pasar por encima, no es algo que ocurra todas las mañanas. El niño se escondió detrás de mí y se tapó con la sábana hasta cubrirse la cabeza. Miré al resto de la cabaña y a varios de los hijos de Hermes más veteranos había aprendido a diferenciar a los nuevos de los que llevaban más tiempo aquí por el collar de cuentas que llevaban al cuello persiguiendo y atrapando a los niños pequeños, que había bastantes, por cierto.
Pero ¿qué pasa? Pregunté al aire.
Una campista de pelo rubio y algo despeinado, seguramente porque se acababa de levantar, atrapó a una pequeña de unos siete años, la levantó de suelo y le hizo cosquillas. Me miró y respondió:
No quieren ducharse.
Me quedé bocaabierto. La niña prisionera se rió.
Quieren lanzarnos al lago. Confesó la pequeña, entre risa y risa Con las náyades.
La mayor dejó de hacerle cosquillas y la miró, con el entrecejo fruncido.
¿Se puede saber quién lo ha dicho?
Sandy y Conny.
La rubia frunció más el entrecejo, demostrando que era posible, y dejó en el suelo a la chiquilla. Se volvió hecha una furia, buscando con la mirada por toda la cabaña y terminó gritando a pleno pulmón:
¡Stoll! ¡Harper!
El barullo se detuvo por completo. Se oyeron algunos Uuuh por lo bajo.Contemplé el panorama. Jamás había visto tanta tensión en la cabaña, donde todo eran risas y bromas, pero en aquel momento, estaba irreconocible. Travis fue el primero en reaccionar.
Cuando dices Stoll, ¿te refieres a los dos o a uno en concreto? Preguntó, tratando de escurrir el bulto.
¡Connor! Exclamó la rubia.
Travis se volvió hacia su hermano, le dirijió una mirada piadosa y, dándole un golpe en el pecho, le dijo:
Nos vemos en el Hades. Y se retiró a una de las literas, como si fuese un búnker de emergencia.
Connor levantó las manos de modo conciliador.
Jacqueline, Jakie. Trató de calmarla.
¡Ahórratelo, Stoll! Lo cortó ¿A quién se le ocurre decirles eso? ¡Son niños! ¡Y tú no te escondas, Harper!
Cindy trataba de escabullirse entre la multitud de gente, pero al verse descubierta, hizo un mohín y se volvió hacia la chica, albortándose el pelo de un modo nervioso. El niño que me había pasado por encima se sentó a mi lado, con los pies colgando por el borde de la litera.
Jacqueline les cantaba las cuarente a Connor y Cindy incansablemente, ante las miradas del resto de la cabaña. Los niños la apoyaban y, algún que otro, le sacó la lengua a los sarmoneados. Nadie parecía advertir las miradas cómplices que intercambiaban Cindy y Connor.
Cuando me fijé en sus perversas miradas, decidíque ya era hora de irse. Llevaba un tiempo en la cabaña de Hermes, y había aprendido por las malas que cuando alguno de los hijos del dios mensajero se lanzaba miradas cómplices con otros, era mucho mejor salir por patas.
Y eso hice. Me cambié de ropa en un santiamén sin darme cuenta de que me había puesto la camiseta del campamento del revés, que me la puse bien cuando salía por la puerta y me dirijí hacia el comedor. Pero no llegué a salir de la zona de cabañas cuando de la casa de Hermes salió Connor, con la pobre Jackeline al hombro, pataleando, aporreándole la espalda y gritando insultos de toda índole. Tras ellos, iba un séquito formado por indeterminados y descendientes de Hermes.
Oí como Connor le decía a Jackeline:
Ya verás como las náyades no son tan malas.
Y las patadas y puñetazos de la chica cobraron más vigor. Y será mejor que no os diga qué insultos le dedicó al chico. De las otras cabañas salieron más mestizos, atraidos por los gritos de Jaackeline, solo para ver como el grupo desaparecía en dirección al lago.
Me quedé un rato ahí plantado, observando el camino por el que habían desaparecido. Meneé la cabeza, con la suposición de que Connor nunca lanzaría a Jackeline al lago. Y me fui a desayunar.



¡Buenas!
Vale, estamos a sábado y terminé este capítulo a las tantas de la madrugada. Ayer era viernes, y como ya tenía la historia montada en la cabeza, me puse a escribir después de cenar y terminé a las tantas (ojo, que cuando digo tantas me acerco a las tres de la mañana).
Un dato curioso, tengo examen de mates el martes y, jugándome el curso como me lo estoy jugando (seamos honestos, odio los números y ellos me odian a mí. Es mutuo.), espero no haberla liado parda al publicar este.
Ahora, espero que lo disfrutéis. Pd: Siento las faltas de ortografía, porque creo que habrá unas cuantas.


Era viernes por la noche, Pólux me había invitado a ver una película con él y su hermana, así que tras la comida, me reuní con él a las afueras del pabellón y lo seguí, extrañado, hacia la Casa Grande.Estooo, ¿no se supone que deberíamos ir a tu cabaña?
¿Qué intentas proponerme, Edwin? Se burló él. Le di un golpe en el hombro.
Hablo enserio.
Me hizo un gesto para que me callara y cerré el pico, entornando los ojos y agudizando el oído, esperando percibir alguna señal de alguien. Tan solo se escuchaba el canto de algunos pájaros sobre las ramas.
Sígueme. Susurró Pólux.
Caminé trás él con cautela. Me guió entre los árboles que rodeaban la Casa Grande y terminamos en la parte trasera del edificio. El hijo de Dioniso se arrodilló en el suelo e hizo crecer varias vides, que se enzarzaron, formando una tupida red, y crecieron hasta alcanzar una ventana del segundo piso.
Trepé por la vid, unos metros por debajo de Pólux. Me concentré en la silueta de sus zapatillas, oblingándome a no mirar hacia abajo, por miedo a que ocurriese lo mismo qie con el pegaso. Mi amigo se encaramó al alféizar de la ventana y la abrió con cuidado.
Miró hacia abajo y dijo:
Ojo con el escritorio.
Se metió por la ventana y entró dentro. Unos segundos después, lo hice yo. Palpé en la oscuridad y toqueteé una superficie de madera. El escritorio que había dicho Pólux, supuse. Me encaramé en él con cuidado y, justo entonces, Pólux encendió la luz. Salté de la mesa y aterricé en el suelo.
Se trataba de una habitación con pintas de salón y trastero, una extraña combinación. Era algo pequeña, pero el espacio estaba aprovechado al máximo. Contra una de las paredes, había un sofá enorme, de cuero negro. Frente a él, había un gran televisor de pantalla plana, atornillado a la pared. Y entre ambos, se encontraba una mesa baja, hecha de caoba.
Junto a la venana, había dos pequeños escritorios, repletos de papeles por doquier. En la mayoría de paredes había estanterías, unas encima de otras, o de armarios empotrados, seguramente tan llenos como los estantes. Sentí compasión por la pobre persona que debía limpiar todo aquello, pero debía reconocer que hacía su trabajo estupendamente.
No se lo digas a nadie, eh. Me advirtió Pólux, dejándose caer sobre el centro del sofá, apoyando las piernas sobre la mesa.
Tú tranquilo, mis labios están sellados. Respondí sentándome a su lado Y, ¿vienes aquí muy a menudo?
Encendió la tele con el mando a distancia y sonrió.
De vez en cuando, Ariadna y yo solemos escaparnos aquí de noche para ver películas.
Y todo este tiempo me tenías creyendo que eras el correcto hijo del director. Me lamenté con fingieda decepción.
Nos quedamos allí un rato, viendo a tele, un objeto tan preciado como ausente en el Campamento Mestizo, o en su mayoría. Me quedé mirando la puerta de la estancia, temiendo que Quirón entrase con su silla de ruedas en cualquier momento.
Y Ariadna entró gritando <> por la ventana. Pólux le chistó, observando la puerta de reojo. Su hermana bufó en respuesta, se arrodilló sobre el escritorio y ayudó a entrar a Nigel, que nos saludó con una sonrisa.
En ese momento me di cuenta de cuánto tiempo hacía que no nos habíamos visto, prácticamente desde que fue reclamado y se cambió de cabaña.
Mirad a quien he logrado sacar de la forja. Canturreó Ariadna, tirando del brazo de Nigel hacia el sofá.
La hija de Dioniso se dejó caer en el sofá junto a su hermano. El hijo de Hefesto no tardó en sentarse a su izquierda. Pólux atrajo a su hermana hacia él con un brazo y para, con el otro, revolverle el pelo.
Ariadna se zafó de su hermano con un empujón. Se echó para atrás, alejándose de Pólux, hasta recostarse contra Nigel. Y os prometo que me pareció ver como el chico se sonrojaba. Ariadna le mandó una mirada ceñuda a su hermano.
Que pesado estás últimamente conmigo.
Porque te quiero. Respondió Pólux Y porque tengo que chinchar a alguien, ¿no, hermanita?
Pica a Edwin, que está a tu lado.
¡Eh! A mí no me metas, Ari. Salté de inmediato. Anda, encended la tele de una vez.
Pólux no tardó en hacerme caso. Puso uno de los caneles, en el que ya había empezado una película, pero acababa de comenzar y parecía bastante interesante, así que decidimos verla. Ariadna y Nigel se pasaron el rato apoyados el uno contra el otro, con las cabezas juntas y hablando en susurros. Pollux los miraba de reojo y yo, creo que era el único atento a la tele.
En un momento de la película, la escena era un jardín oscuro. En sus árboles colgaban girnaldas de tela, que brillaban con una tenue luz por unas velas en su interior. Me reí.
Se parece al jardín de mis sueños.
Nigel se rió.
Tío, no sabía que te gustasen los jardines.
Negé con la cabeza.
Me refiero a que se parece al jardín con el que soñé la otra noche.
Pollux se inclinó hacia mí, interesado y atónito a partes. Entrecerró los ojos despacio, con cierta suspicacia.
¿Soñaste con un jardín? Preguntó con cautela. Asentí con la cabeza.
Pólux intercambió una mirada con su hermana y me pidieron que se lo contara. Les relaté el sueño, describiendo el jardín con todo lujo de detalles y, después, les describí a la mujer que aparecía. Les resumí lo que me había dicho.
Cuando terminé, Ariadna fue la primera en hablar.
Los sueños de semidioses siempre tienen un sentido oculto.
Intercambié una mirada con Nigel. Ni él ni yo teníamos la más mínima idea de aquello.
Un jardín exótico y una mujer. Dijo Pólux para sí, antes de ponerme una mano en el hombro. Creo que ya sabemos quien es tu madre, hijo de Deméter.
000
A la mañana siguiente, había quedado con Pólux para ir a hablar con Katie, la consejera de la cabaña 4, la de Deméter. Estaba desayunando en la mesa de Hermes, aunque no tenía mucha hambre. Estaba demasiado preocupado, con el pensamiento de que Ariadna y su hermano se habían equivocado y mi sueño tan solo era eso, un simple sueño.
Los hijos de Dioniso se acercaron a la mesa 11.
¿Ya has terminado, Edwin? Preguntó un risueño Pólux, apoyando sus manos sobre mis hombros.
Miré el plato, lleno de comida prácticamente intacta y me encogí de hombros.
Supongo. Dije mientras me levantaba de la mesa.
¿A dónde vais? ¿A hacer alguna trastada? Preguntó Cindy con los ojos brillantes ¡Me apunto!
No pude evitar esbozar una sonrisa ante las ganas de meterse en problemas de la chica. Definitivamente, si me iban a cambiar de cabaña, echaría de menos sus gracias y sus bromas. Y sobretodo, extrañaría levantarme con los gritos de algún campista al que le hubiese pintado un mostacho, una perilla de chivo o un entrcejo en la cara.
Creemos que es hijo de Deméter. Respondió Ariadna. Vamos a comprobarlo.
Connor codeó con sorna a su hermano mayor en las costillas.
¿Por qué no les acompañas, Travis? Rió el chico Si no, puede que Katie se queje porque no vas a verla.
El mayor le dio un puñetazo en el estómago, rojo como un tomate, quizás del enfado, mientras que sus compañeros de cabaña entonaban una cancioncilla infantil sobre Travis y Katie bajo un árbol y dándose besitos.
¡Largaos a visitar a Hades! Gruñó Travis, poniéndose en pie con furia. Nos hizo un gesto para que le siguiéramos Venga, vamos.
Nos apresuramos en seguir al hijo de Hermes, oyendo sus quejass sobre sus hermanos. Creí que nos dirijíamos a la mesa de Deméter que ahora que la miraba me daba cuenta que estaba vacía, pero Travis nos condujo fuera del pabellón, alejándonos de los tintineos de los cubiertos y platos.
Es temporada alta de fresas, así que se pasarán todo el día en los campos. Informó.
¡Eh, Trav! Pólux apretó el paso hasta colocarse a su lado, dejándonos a Ariadna y a mí atrás. ¿De qué iba lo que ha dicho Connor?
Connor es un inmaduro. Murmuró No le hagas caso.
¿Entonces es cierto lo que cuentan las de Afrodita? Preguntó Pólux. ¿Estás saliendo con Katie?
Travis asintió con la cabeza, algo sonrojado y, casi al instante, se le escapó una amplia sonrisa. Ariadna me golpeó el brazo con sus dedos menudos.
Podrías haber informado antes. Susurró, como si no quisiese que nos oyesen su hermano y el hijo de Hermes Las de Afrodita llevaban una apuesta, por extraño que parezca.
Uno: me acabo de enterar.
¿Y tú compartes cabaña con Travis? Dijo socarrona.
La ignoré.
Y dos: no voy metiendo las narices en la vida amorosa ajena, ni hablando de ella. Le dirijí una mirada curiosa ¿Participaste en esa apuesta?
Ariadna hizo como si no me hubiese escuchado y tarareó una canción por lo bajo, moviendo la cabeza y dando graciosos saltitos.
Caminamos unos minutos más tras las pisadas de Travis, internándonos en los campos de fresas, hasta que a lo lejos vimos figuras esparcidas por aquí y por allá: la cabaña 4. Varias miradas se posaron sobre nosotros. Una chica se acercó a nuestro grupo.
Llevaba la típica camiseta naranja del campamento y unos tejanos cortos y claros, que contrastaban contra su morena piel, tostada por trabajar en el campo bajo el sol. Tenía unos ojos verdes, como las hojas de los árboles durante la primavera, y el pelo largo y castaño, sobre el que yacía un sombrero de paja para protegerse del sol. Al primero al que saludó fue a Travis. Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla, haciende que el hijo de Hermes esbozase una sonrisa tonta, pero graciosa.
Sí que os lo teníais calladito, ¿eh? Les guiñó un ojo Pólux.
Que marujo estás hecho, Pol. No me lo esperaba. Se rió ella. El mencionado puso los ojos en blanco, al tiempo que esbozaba una media sonria. ¿Venís a ayudar?
Ariadna tiró de mi brazo.
Puede que sea hermano vuestro. Varios hijos de Deméter se acercaron curiosos y cuchicheando entre enllos ¿Podéis comprobarlo?
Los ojos de Katie me observaron, curiosos, de arriba a abajo. Me hizo un gesto para que me acercara. Caminé hacia ella, incómodo por todas las miradas que recaían sobre mí.
Bueno, emm . . . Edgar.
Edwin. La corregí Por lo visto el padre de unos amigos me ve cara de Edgar.
Pólux y Ariadna sonrieron como si la cosa no fuese con ellos ante mi falsa mirada acusadora. Katie rió.
Sí, el Señor D suele cambiarnos los nombres. Supongo que ya es una tradición.
Claro, Kelly. Sonrió una chica extremadamente parecida a Katie, solo que con unos ojos azules como un lirio de agua.
Por supuesto, Miriam. Le sigió el juego a su hermana.
Un rato después, me enteraría de que la tal Miriam, en realidad se llamaba Miranda. Katie me explicó la habilidad más destaca en los hijos de Deméter: controlar las plantas a su antojo. Y, sinceramente, pensé que los hijos de la diosa de la agricultura eran los más poderosos en un campamento rodeado de campos, bosques y naturaleza. Yo no los cabrearía a menos que fuera un suicida.
Katie hizo una demostración de sus poderes y, de inmediato, hizo crecer una planta. Después, me animó a probar. Suspiré nervioso, tantas miradas y tanta atención me incomodaba. Me arrodillé en el suelo y hundí una mano en la tierra. Inspiré y expiré despacio, pensando en hacer lo mismo que Katie. Y, unos segundos después, noté como algo parecido a un hilo me rozaba los dedos hacia la superfície. De la tierra que había entre mis dedos brotó un pequeño capullo, que creció y creció hasta abrirse y transformarse en una rosa.
Sonreí. Me parecía irreal que yo hubiese hecho aquello. Y entonces, un holograma apareció sobre mi cabeza, proyectando su luz morada sobre nosotros. La alegría que me invadió se esfumó en cuanto alguien pronunció las palabras: <>
Miré a la gente de mi alrededor. Todos compartían la misma expresión atónita y aturdida. Tan confuso como estaba, miré hacia arriba, sin entender por qué cuando Nigel fue reconocido no pusieron pegas, pero conmigo nadie se lo creía. Sobre mi cabeza brillaba un holograma morado, con una granada en medio y, sobre ella, se podían leer las siglas S.P.Q.R.
Ariadna fue la primera en hablar.
Edwin, dijo entrecortadamente eres romano. Capítulo 11: Charlando con Quirón.
¿Hola? ¿Hay alguien ahí?¡Siento no haber publicado en meses! Más notas al final del capítulo.

Cuando hubo cesado el asombro de mi reconocimiento, unos cinco minutos después de que el holograma desapareciese, alguien propuso lo obvio: hablar con Quirón. Así que salimos corriendo todos hacia la Casa Grande. Y cuando digo todos, me refiero a la cabaña 4, los hijos de Dioniso, Travis y yo.
Las miradas curiosas y asombradas no se despegaban de mi nuca. Me ponían nervioso. Deseaba que no hubiese tanta gente, pero parecía que nadie quería perderse aquello. En el porche de la casa, el Señor D y Quirón en su silla de ruedas estaban jugando su partida matutina de cartas. Me pregunté cuántas veces al día jugaban con los naipes.
Pólux y Ariadna subieron los escalones de un salto, sobresaltando a su padre y al entrenador. Entre jadeos, el mayor se lo explicó todo, con todo lujo de detalles. Cuando terminó, las miradas de los adultos también se posaron sobre mí. Deseé ser invisible.
Convocad a los consejeros. Anunció Quirón Reunión en diez minutos. Sígueme, Edwin.
Seguí al centauro camuflado al interior de la casa, agradecido de deshacerme de todas aquellas miradas. Caminé por un pasillo hasta que el entrenador entró en una habitación de juegos, con mesas de ping pong, de billar y un futbolín. Quirón se situó en un extremo de la mesa de ping pong. Pólux, Travis y Katie, que no sabía que venían detrás, se colocaron a un lado. Me planté de pie junto a Pol, que le tenía más confianza.
El Señor D entró en la sala con una Coca Cola Light, se acercó a Quirón, hizo aparecer una silla y se sentó junto a él, resoplando. Parecía estresado y con pocos ánimos para la reunión. Los siguientes diez minutos me resultaron eternos. Poco a poco, fueron llegando el resto de consejeros. Connor, Percy, Annabeth, la chica que acribilló a los Stoll con pan creo que se llamaba Lou, Piper y otros a los que no conocía.
Ariadna. Suspiró el Señor D no eres consejera, vuelve a tu cabaña.
Mi amiga resopló. Venía escondida detrás de Percy, quien, amablemente, se había quadrado para tratar de ocultarla. La niña protestó.
¡Pero papá! Edwin es amigo mío y ¡yo estaba allí! Además, en la 12 solo somos dos. ¿Qué más da?
El Señor D suspiró exasperado.
Hay normas y el consejero de mi cabaña es tu hermano, Dijo con voz suave, casi delicada Ariadna vete, por favor.
La mestiza trató de protestar, pero las severas miradas de su padre y Quirón la hicieron callar. Bufó y señaló a su hermano con el dedo índice.
Algún día te suplantaré.
Pólux puso las manos en alto, a la defensiva. Trató de ocultar una sonrisa, aunque falló estrepitosamente. Ariadna giró sobre sus talones con elegancia y desfiló hacia la puerta. Me apresuré a añadir:
Explícaselo todo a Nigel.
Ariadna no se volvió ni dejó de caminar, pero alzó el puño izquierdo a la altura de las costillas y levantó el pulgar. Mensaje captado. Desapareció tras dar un portazo. Quirón presidió la reunión.
Bueno, como os habrán informado, Edwin Green hizo un gesto vago en mi dirección ha sido reconocido.
Al instante, recibí una veintena de miradas cuirosas. Una chica de pelo castaño y ojos rojizos expresó lo que parecían pensar todos.
¿Y?
Varios consejeros asintieron ante su pregunta. La misma chica añadió:
Todos aquí hemos sido reconocidos. No veo la diferencia.
La diferencia, Clarisse, dijo como un profesor que está impartiendo clase está en que la madre de Edwin. . .
¿Es una diosa menor que no tiene cabaña? Preguntó un chico fornido, con el pelo rapado, un semblante duro e intimidante y, lo que más destacaba, un arcoiris tatuado en el bíceps.
Quirón suspiró, cansado de las interrupciones.
No Butch. La madre de Edwin es Proserpina, una diosa romana.
La sala ahogó un grito. Quizás fuese cosa mía, pero algunos consejeros me miraron como si esperasen que les atacara. Un chico rubio, con unas llamativas gafas de pasta doradas miró a Quirón sorprendido.
¿Proserpina? ¿La equivalente a Perséfone?
Quirón asintió y el resto de la sala se quedó en silencio. El único que se movió fue el señor D, que bebió un largo trago de su Coca Cola Light. Oí algunos murmullos diciendo <<¡Hijo de Perséfone!>> o parecidos. Os seré sincero, no tenía ni idea de mitología.No sabía por qué tanto escándalo.
La voz de Pólux resonó por la sala.
­¿Nos lo quedamos? Jason es romano, y se queda aquí.
Me sentí como un perro perdido. ¿Cómo podía Pol hablar de mí así? Más tarde debía tener una charla con él. Quirón prosigió.
Antes de decidir establecerse con nosotros, Jason estuvo en el Campamento Júpiter. El chico de las gafas asintió Quizás debamos enviar a Edwin allí.
El silencio volvió a hacer acto de presencia. Me aclaré la garganta.
¿Y si. . . no quiero marcharme?
Las miradas recayeron sobre Quirón.
Podrías quedarte dijo meciéndose la barba, pero puesto que eres romano, deberías conocer primero aquel campamento. Si tras ir todavía deseas estar con nosotros, te construiremos una cabaña.
O puede quedarse con nosotros en la 4. Ofreció amablemente Katie Perséfone es hija de Deméter, y Edwin es su hijo, quizás pueda conviver con nosotros. Tenemos literas de sobra.
Le dediqué una sonrisa a modo de agradecimiento por su hospitalidad. Un chico que era un calco exacto a Austin rubio, ojos azules y piel bronceada aprovechó para hablar.
Es otro niño del inframundo. Podría quedarse con Nico, así a lo mejor podría llevar más color a tu cabaña. Finalizó zarandeando ligeramente a un chico pálido, cuyas ropas oscuras contrastaban con los colores del rubio.
No te metas con mi cabaña, Solace. Protestó.
Los griegos no eran mala gente. Ahí estaban, ofreciéndome cabañas, aceptándome como a uno más. Pero yo era romano y me moría de ganas por saber cómo sería el Campamento Júpiter. Quería ir. Quería investigar.
Si no quisiera quedarme allí, ¿podría volver al Campamento Mestizo? Le pregunté a Quirón.
El centauro asintió y sonrió amablemente.
Por supuesto.
Una parte de mí quería quedarse allí, junto a mis amigos. Pero otra parte quería verlo todo. Esperaba haber escuchado al lado correcto y no equivocarme.
Iré a ver el Campamento Júpiter, entonces.
Muy bien. Habló por primera vez el Señor D Llamemos a los romanos y que vengan a buscarlo.
El rubio clavado a Austin intervino.
Nico quería ir al Júpiter, quizás pueda llevar a Edwin.
Las miradas descansaron sobre el chico de la ropa oscura. Parecía tan incómodo como yo con tanta atención.
Quería visitar a Hazel. Declaró encogiéndose.
El rubio a su lado, creó que lo llamó Solace, se giró hacia él.
¿Qué te parece?
Nico me miró durante unos segundos y se encogió de hombros, algo indiferente.
Por mí bien. Concedió Pero nos vamos esta tarde.
Quirón y el Señor D asintieron conformes con su declaración, así que dieron la reunión por terminada. Los consejeros fueron saliendo, uno a uno o charlando en grupos. Pólux me esperó y salimos juntos. Estaba decidido, me iba al Campamento Júpiter.



¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho!
Cuatro meses de silencio, esa es razón más que suficiente para matarme. ¡Lo siento! Si sigue habiendo algún lector por ahí, espero que me perdones.
No he tenido mucha actividad con el fic en todo ese tiempo y, para empeorar un poco, creo que no la voy a tener en un futuro cercano. Por eso estaba pensando en dejar este capítulo como el último de la historia y subir un epílogo. Sé que no es la mejor forma de terminar el fic, pero me parece mejor opción que dejarlo "abierto" o cerrarlo sin terminarlo.
Dicho esto, me gustaría saber vuestra opinión. ¿Qué os parece esta "solución" (aunque dudo que pueda llamarse así)? ¿Edwin se quedará en el Campamento Mestizo o en el Campamento Júpiter? ¿Qué pasará con Nigel, Pólux, Ariadna, Cindy y el resto de personajes? ¿Derrocará Ariadna a su hermano? ¿Adelgazará el Señor D?



Recetas faciles y rápidas

 

El invierno no habíatardado en llegar, y había llegado con fuerza. El Campamento y NuevaRoma estaban cubiertos de nieve y la gente se refugiaba del fríodentro de sus casa. Pero siempre hay algún que otro pirado que seatreve a ir por la calle en esas circunstancias. Normalmente yo erauno de esos pirados.



Un resumen rápido: meenviaron al Campamento Júpiter porque, como hijo de la diosa romanaProserpina, la versión de Perséfone, debía conocer el lado romano.Había investigado el lugar, conocido a los legionarios, adaptado asu rutina y, al final, decidí quedarme allí con ellos. Eso merecuerda que debería ir a comprar y enviarles los regalos de Navidadpara Pólux, Ariadna, Nigel, Cindy y los demás antes de que se meeche el tiempo encima.



Los ejercicios de lalegión habían terminado y decidimos irnos a por un chocolatecaliente y a dar una vuelta por Nueva Roma. Nuestro grupo erareducido: cinco personas. Harriet era el motor del equipo. En cuantola conocí, los ojos se me habían quedado pegados a ella. Gozada dela belleza habitual de una hija de Venus. Era alta y esbelta, de pielmulata, ojos castaños y su cabello lo conformaban un montón definas trenzas. Después había descubierto su orientación sexual dela forma más abrupta posible: viendo como se morreaba con Renée,hija de Vulcano. La otra chica era todo lo contrario. Era de bajaestatura, con la piel pálida, los ojos negros como el carbón, elpelo oscuro como la noche y un flequillo que casi le tapaba los ojosy la caracterizaba, además de su humor mordaz.



El descubrimiento de surelación había sido un shock no solo para mí, sino que tambiénpara Fabio, el hermano de Renée. Además, se había llevado untrauma de regalo, porque también tenía una atracción por Harriet.Se parecía mucho a su hermana, excepto por la mandíbula marcada,los ojos azules y que era, considerablemente, más alto y con unhumor más fácil.

 



Y después estaba Kira.Era la nieta de Angerona, la diosa de la angustia y el miedo, quepodía provocarlos o aliviarlos; además del silencio y, por tanto,de los secretos. Por eso, era reservada y podía conocer lossecretos de las personas con una sola mirada. Al principio resultabainquietante y me ponía de los nervios, pero Kira era de confianza ynadie lo sabía. Casi nadie.



Esa tarde habíamos idoa parar a un pequeño parque entre los edificios, de modo que lasconstrucciones nos protegían, parcialmente, del viento helado. Loshijos de Vulcano estaban sentados en un columpio cada uno. Harriet seapoyaba en el poste junto a Renée, sosteniendo el vaso de plásticocon su chocolate caliente para calentarse las manos. Fabio estabacontando alguna anécdota, pero yo no le prestaba mucha atención. Esun efecto secundario del déficit de atención, en lugar deescucharle miraba como su hermana balanceaba en el aire su vaso vacíocon los pies.



Me parece que estásexagerando un poco. Comentó Harriet.



Fabio se la quedómirando un segundo antes de responder.



¿Que estoyexagerando? Se escandalizó. Fue a replicar algo, pero su hermanalo calló con una mirada asesina. Él se columpió inocentementevolviendo a la hija de Venus Bueno, ¿y qué? ¿Te vienes a casapara vacaciones? Renée le dedicó un grito ¿Aún no se lo hasdicho?



¿Decirme qué?Inquirió Harriet.



Mamá quiere conoceral novio de su niña. Contestó Fabio.



Estallé en carcajadasy mi amigo se unió a mí. Renée me mandó un mensaje con la mirada."No tiene gracia, Edwin". Mecallé.



¿Nose lo has contado todavía? Harriet apretó el vaso de plástico yle cayó un poco de chocolate sobre los dedos.



Renée se encogió antesu expresión de cachorrito abandonado.



Bueno,no es algo que pueda soltarse así como así, creo. Pensaba enpresentaros primero y explicarlo después, no sé, ir más despacio.. .



Y perdí el hilo de loque decía cuando Kira me dio un codazo. Me mostró el vaso dechocolate vacío y echó la cabeza a un lado. Se puso en pie y laseguí fuera del parque, despidiéndonos de Fabio (que estaba fuerade la burbuja de su hermana y Harriet) con un gesto de la mano. Nosmetimos en una calle que daba a otra de principal y las voces delgrupo se perdieron a nuestras espaldas.

Caminamos en silenciohasta que Kira me dio un toque en la sien con la cabeza.



Mi hermana quiereque te invite a cenar el viernes. Comentó casualmente Dakotaviene a cenar y me dijo: "Podrías invitar a Edwin" Y ledije: "Podría." Resopló y alzó la mirada hacia elcielo encapotado.



Perdí el ritmo de mispasos y estuve a punto de caerme de bruces. Kira me lanzó una miradaburlona desde sus ojos grisáceoverdosos. Ella era así conmigo desdeque había mirado dentro de mí y visto lo que rondaba por ahí. Alprincipio había sido vergonzoso para mí, claro, pero empezóa vacilarme y a bromear conmigo, así que me relajé. Aunque no podíaestar tranquilo por completo, siempre esperaba que ella, tan franca ydirecta, comentase algo al respecto, algún "Sé que tegusto, Edwin". No lo había hecho.

 



¿O sí? Su forma deactuar me confundía una y otra vez. Dakota era el novio de lahermana de Kira. Gwen también tenía la facilidad de su abuela paralos secretos, aunque había salido más por la rama de la angustia.No había coincidido mucho con ella, pero sabía que era optimista ysiempre lograba que la gente se encontrase mucho más tranquila yagusto cerca de ella. Por eso, creía que ella podría saber algosobre su hermana, principalmente algo positivo relacionado conmigo.Tampoco había dado señales.



Anduvimos en silenciopor la calle, Kira esperando una respuesta y yo comiéndome la cabezacon mis tediosas teorías. La obsrvé. Era alta y delgada, con elpelo castaño oscuro y la piel pálida. Cuando la conocí estabade guardía sobre una torre de vigilancia junto a la puerta yresultaba imponente tras aquella ballesta me inspiraba ciertorecelo, y me costó mucho congeniar con ella por la sensación devulnerabilidad que me hacían sentir sus ojos cuando me miraban yescrutaban mis secretos.



"¿Crees que esdivertido conocer todos los secretos de las personas? No es nadaagradable descubrir todo lo que alguien guarda dentro. Es agotador y,por estúpido que suene, es aterrador. Da mucho miedo llegar aconocer a alguien tan profundamente, saber lo que siente, aquello queteme, conocer sus esperanzas y sus miedos. Nadie debería tener elderecho de invadir a alguien de ese modo, y menos sin suconsentimiento y sin desnudarse a cambio.2" Me dijo cuandole grité que dejase de husmear en mi cabeza. Ahí fue cuando me dicuenta de que ella tenía más miedo a su herencia que el resto delcampamento. Le conté aunque ya debía saberlo que me habíasentido atraído por Harriet cuando la vi y que me hundí cuando lavi besando a Renée tan apasionadamente detrás de los barracones. Ledije que le había confiado un secreto y que ahora le tocaba a ella.Se rio y ahí empezamos a llevarnos bien.

¿Y bien? Preguntócon tono casual ¿Vienes?



Claro. Respondí,quiza apresurándome demasiado. Será divertido. Quiero ver comoDakota se desmadra y le desmantela la casa a tu hermana.



El codazo no se hizoesperar.



Caminamos en silenciopor las calles desiertas y cubiertas de nieve de Nueva Roma hasta quecaí en la cuenta de un detalle importante.



A cenar, ¿has dichoque vamos tú, yo, el novio de tu hermana y ella? Asientió ¿Ylos demás? ¿Harriet, Renée y Fabio no están invitados?



Que cunda el pánico.¿Nunca os han invitado a tomar algo o a ir a por una pizza con unapareja y otra persona? Si es así sabréis el miedo que me da. Si no,bueno, normalment hay gato encerrado y la cosa puede terminar mal, aparte de incomoda.



Aunque se lohubiésemos dicho, Harriet y Renée se habrían negado con cualquierexcusa y habrían amenzado a Fabio para que no viniese. Creo queestán en el ajo.



Dejé de caminar enseco.



Espera un momento.Tu hermana y su novio montan una cena. Te invitan a ti y me invitan amí. ¿Y Harriet y Renée lo saben pero no acuden?

 



Kira cambio el peso deuna pierna a otra.



Están intentandoliarnos, ¿no es obvio? Suspiró con parsimonia y sonrió de ladoHarriet tiene razón, eres lento. Pero eso te hace mono.



Kira caminó unos pasosmás con las manos en los bolsillos de su chaqueta hasta que se diocuenta de que no la seguía. Paró en seco y giró con eleganciasobre sus talones para enfrentarse a mi semblante desanimado.



Tú ya lo sabías.Sabías que me gustabas. Musité. ¿Por qué no has dichonada? ¿Por qué dejas que tu hermana monte todo esto?¿Por qué sino estás interesada en mí?



¡Zas! Autopuñalada enel corazón. Sabía que Kira era consciente de lo que sentía porella y, por ello, me aterraba que cualquier día me dijese a la caraque no me correspondía. También había fantaseado muchas veces conconfesarme, entonces ella sonreiría y nos besaríamos. Pero eso noiba a pasar, ni ahora ni nunca. No podía ocurrir, porque si ellaactuaba y hablaba sobre ello sin como quien habla del tiempo, era unamala señal para mis esperanzas. Se me contrajo el corazón y apretélos puños contra los costados de mi cuerpo.



Kira hizo un mohín.



Sé que te gusto,¿vale? Y sé que tienes esperanzas en una relación que no saldríabien. Creeme, no saldrá bien. Por mucho que te quiera no lo haría.Se le escapó una nota aguda de dolor. Nunca sale bien cuandoalguien no tiene derecho a la privacidad. Que yo sea capaz de invadirvuestra intimidad y conocer todos vuestros secretos sin poderdeternerlo lo complica todo. Nadie quiere estar con alguien así.



Me quedé sin saber quédecir unos segundos. No soportaba ver sufrir a Kira, y mucho menos sise atormentaba por uno de sus poderes. Quería hacerla sentir bien.



Pero no estás sola.Se me escapó de la boca. Y tienes relaciones que funcionan.¿Qué pasa con tu hermana? Estáis muy unidas, os queréis y ospreotegéis la una a la otra. Y también están Harriet y Renée. YFabio. Y yo. Crees que no tienes derecho a conocer los secretos delos demás sin su permiso, pero si las personas se tienen confianzase los confían. Me parece que no habías caído en eso. Tienes miedoa quedarte sola, pero dudo que eso llegue a pasar. Huyes de lamayoría de gente porque te da miedo conocer lo que se guardan. Perode ellos no huyes, no te alejas de la gente que te importa. Yseguimos unidos porque nos tenemos confianza, aunque el miedo no tehaya dejado verlo.



Y sin verlo venir, Kirachocó contra mi cuerpo en un abrazo torpe. Hundió la cara en mipecho y me apretó las costillas con los brazos. Le rodeé la cinturay opoyé la frente sobre su coronilla. El corazón me revoloteaba enlas costillas porque me estaba abrazando.



Lo siento. Sientohaber sido tan distante contigo. Sollozó. Había tenido unadiscusión con ella hace meses por el mismo motivo: su habilidad;pero en aquella ocasión estaba resignada y abatida. Ahora estabahundida. Me dolía verla así, de modo que le acaricié el pelotratando de confortarla. Deseé estar abrazándola en una situacióndiferente, más alegre. Kira debío de sentirlo, porque alzó lacabeza para mirarme. Abrió la boca para decir algo, pero laspalabras tardaron en encontrar el camino al exterior.

 



Lo siento, por todo.Y me gustaría que me dieses una oportunidad, para tener esperanzasen esa relación. Se ruborizó Ya sabes, tú y yo.



Algo me explotódentro. Algo cálido y brillante que arrasó con el dolor anterior.Esbocé una sonrisa radiante sin poder evitarlo. Kira tambiénsonrió. Apartó la mirada un momento antes de volver a mirarme, conlas mejillas más rojas que nunca.



Me reí. Me reí con unjúbilo que no sentía desde hacía años. Era algo tan pleno quepodría hacerme estallar.



Me encantaría.



Dejé caer la cabezahacia ella y apoyé la frente contra la suya. Nuestras narices serozaban, una junto a la otra, y nuestros alientos se nos escapaban dela boca para encontrarse y mezclarse en uno solo, cálido y espeso.



Kira aprovevechó paravolver a ser ella.



¿Me besas tú o lohago yo?



Y tardas. Lesonreí.



Siento mucho latardanza, tengo un montón de excusas de por qué he desaparecidotanto tiempo, pero paso de exponerlas, porque son las de siempre ytodos las conocemos.



Vale, quería terminaresta historia como fuese, aunque no me termina de convencer el finalporque he tenido que embutir ahí personajes, con sus respectivashistorias y movidas, de mala manera. Tenía planeado terminar así,de modo que he tenido que hacerlo, aunque de haberlo hecho capítuloa capítulo habría tenido más sentido y lo habríamos idoasimilando poco a poco.



De todos modos, esperoque os guste y, si no es molestia, decidme que os parece este puntofinal. Aprecio mucho vuestra opinión y me gustaría saber qué osparece todo el asunto.



ESCENA BONO



El viento azotaba laplaya con ímpetu, alzando ráfagas de arena y arrastrándolas lejos.Nigel y Ariadna estaban sentados él uno frente al otro, resguardandoentre los dos una bolsa de papas.



¡Están deliciosas!No me como una de estas desde que entré en el campamento. Parece quehaya pasado una eternidad. Nigel se relamio los dedos. Frunció elceño cuando adviertió que Ariadna llevaba tiempo sin meter la manoen la bolsa, con la vista perdida en sus zapatillas. ¿Estásbien?



La chica sacudió lacabeza cuando volvió a la realidad.



Sí, sí. Estabapensando.



¿En qué? Leacercó una papa a la boca. Ella mordió la mitad y le empujó elbrazo para que se comiese el resto.



Ariadna colocó lasmanos sobre las rodillas, adoptando un aire pensativo. Oteó laorilla de la playa antes de mirar a su amigo a los ojos.



Es una tontería. Meestaba preguntando si vale la pena hacer algunas cosas, o hablar deello.



Nigel se comió unpuñado de papas.



Bueno, supongo quedepende de qué. Pero si es una tontería, ¡hazlo! Así nos echamosunas risas, ¿no? Respondió con la bocallena. Tragó y le tendió una papa a ella.



Ariadna esbozó unapequeña sonrisa, con la vista fija en un punto más allá del hombrode Nigel. Se inclinó hacia delante, pasando de largo la papa que suamigo le tendía y estrelló los labios contra los de él, rápida ytorpemente, antes de echarse hacia atrás.



Nigel se quedó helado,sintiendo como le subía un calor extraño por el cuello, pasaba porsu cara y llegaba hasta la punta de sus orejas. Un pico. Ariadna lehabía dado un pico. Parpadeó y la miró. Parecía estar tansonrojada como él, con unas mejillas ruborizadas que destacaban susojos violetas.

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