Memorias De Mi Patética Vida - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Nunca pensé que mi vida fuera a ser así, y mucho menos creí que esa persona tan autoritaria a la que solo le debía la comida, la casa y el abrigo, algún día se preocuparía por mí.

Menos aun creí que me perdonaría después de todos los errores que cometí en mi corta, pero agitada vida.

Tampoco esperé que algún día, que la única persona que había perdonado mis errores y me daba un abrazo en lugar de un castigo, me dejaría sola en este mundo. Nunca lo esperé.

Tan solo tengo dieciséis años, mas sin embargo nunca fui una niña modelo. Nunca tuve el cariño de mi padre y mucho menos el de una madre, pues ella murió cuando yo nací.

Siempre supe que mi padre me culpaba por su pérdida, pero nunca imaginé lo que estuvo a punto de hacer solo por ello. Hasta que mi abuela me contó toda la historia.

 

Esa noche, mi padre y yo discutimos, siempre era por el mismo tema. La discusión siempre terminaba con un "¿Por qué no puedes ser como lo fue tu madre?"

--------------------------------------------------

Hola, esta es una historia que ayer por la noche escribí, ya esta terminada, pero quiero si a alguien le parece interesante el prefacio.

Mañana o al rato escribire el siguiente. Tan solo son cuatro.

Comenten por favor. Asi es como un escritor se hace mejor. Y a mi me gustaria ser una mejor escritora.

Tenía trece años, y había faltado con una tarea en la escuela. Solo por irme a una tardeada con mis amigos.

-¿Se puede saber por qué demonios estabas en una tardeada, en lugar de estar haciendo tu tarea? -bramó mi padre furioso.

-Porque quería divertirme con mis amigos, pasar un tiempo con ellos. Ya casi son las vacaciones -le grité enojada. No soportaba que me gritaran, y yo no soy de las personas que se quedan calladas.

-No vuelvas a responderme así, Ariadna, te lo prohíbo -me apuntó con el dedo. Como si eso me asustara mucho.

-Si tu puedes gritarme, entonces yo también lo haré -me di la vuelta y salí de la casa. Mi padre me seguía gritando, pero me negué a regresar ahí, y lo último que escuché fue: ¿Por qué no puedes ser como tu madre?

Sabía a dónde tenía que ir. Sabía que esa persona me ayudaría, y me escucharía contenta de la vida. Sabía que ella siempre estaría ahí, cuando yo la necesitara. Mi abuelita. Ofelia.

Ella es la mamá de mi fallecida madre. Mi abuelita siempre me había ayudado cuando la necesitaba y me había defendido en los momentos en los que más indefensa me sentía.

Cuando llegué a la ya tan conocida casa, con un lindo jardín al frente y con el hermoso porche en el que tanto me gustaba platicar, abrí el portón y me dirigí adentro de la casa.

Abrí la puerta sin tocar, pues esa siempre había sido mi costumbre.

-Abuela, vine a visitarte -anuncié en voz alta.

-Estoy en la cocina, hija -respondió mi abuela, con su áspera pero cariñosa voz.

Caminé hacia la cocina con paso rápido. Cuando entre, ella estaba como siempre al frente de la estufa, preparando frijoles. No era nada nuevo. La abracé y la saludé.

-Hola, abuelita, ¿cómo estás? -pregunté contenta.

Siempre que la veía, mi humor cambiaba por completo, y me hacía sentirme mejor. Ella era la única persona que podía serenarme.

-Muy bien, mi niña. ¿Y tú? ¿Te peleaste otra vez con Miguel? -preguntó preocupada.

Ella sabía muy bien que cada vez que la visitaba en esas circunstancias, era porque me había peleado con mi padre.

 

-Cómo lo supiste -respondí irónicamente. Más sin embargo ya no me sentía enojada.

-Mi querida niña, eso no es nada nuevo, siempre se pelean. ¿Ahora por que fue? -hizo la pregunta a la que yo tan acostumbrada estaba.

-Me fui a una tardeada, y no hice mi tarea de biología -respondí sin muchas ganas.

-Ay, mi Ariadna -dijo mi abuelita en tono de desaprobación-, ven vamos afuera.

Apagó el fuego de la estufa, me acercó una jarra de limonada para que me sirviera un poco. Salimos al patio trasero. La noche estaba fresca y estrellada. Prendió un cigarro y se sentó al lado de mí.

-Ahora sí, mi niña. Cuéntame todo lo que me tengas que contar -me animó.

Le conté el por qué había comenzado la discusión. La maestra de biología me dio un reporte por no haber hecho la tarea. Mi padre al verlo, se puso furioso y comenzó a gritarme como siempre lo había hecho cada vez que cometía un error. Aunque no era necesario que hiciera algo mal para que me gritara. Siempre que tenía la ocasión lo hacía.

-Y como siempre al final me dijo: "¿Por qué no eres como tu madre? -imité a mi padre con su voz enojada.

Mi abuela rió al ver mi pobre imitación y yo también reí a su lado. Después se puso un poco más seria e iba a comenzar con su sabia respuesta, la que yo siempre esperaba.

Ahora tenía una pregunta que me quemaba por dentro. Que consumía mi garganta.

-No valdría la pena que te preguntara como era mi madre, pues ya me lo has dicho muchas veces -murmuré.

-Cintia era una hermosa mujer, muy cariñosa. Siempre esperó tu nacimiento. Te vio, te abrazó, te dio un tierno beso, y cerró sus ojos para no despertar mas -una solitaria lagrima resbalo por su mejilla, y yo sentí lo mismo.

Mi abuela había estado en mi nacimiento. Y ella lo recuerda mejor que nadie. Pero siempre que hablaba de ese modo acerca de mi mamá, me ponía sentimental.

Sin embargo, esa no era la pregunta que yo quería hacer, y no esperé más para hacerla.

-¿Por qué mi papá no me quiere? -pregunté sin titubeos.

Ella dudó demasiado. Pareció eterno. Pero, ella nunca me dejaba con la duda, y se dispuso a responderme.

-Verás, Miguel y Cintia siempre estuvieron enamorados. Cuando recibieron la noticia de que tendrían una hermosa hija, fue lo mejor que les pudo haber pasado en la vida. Brincaban de la alegría. El día en que el que naciste, unas horas antes de tu nacimiento, nos advirtieron de que el parto era muy arriesgado, por las condiciones de tu madre, y que harían una [cesaría]. Sin embargo no funcionó, nos dijeron que cualquiera de las dos podría perder la vida. Miguel se sentía desesperado. En el momento en el que naciste, y tu madre seguía viva, ambos pensamos que seguiría viviendo y que estaría bien. Pero no pasó. Ella cerró sus ojos, y no volvió a despertar. Tu padre la amaba con todo su ser, ella era todo para él. Y verte ahí, a ti viva, y al amor de su vida no, fue lo que lo hizo sentir ese... -dudó en la palabra correcta que podría emplear- rencor hacia ti. Pero yo le dije que no valía la pena seguir así. Que tú eras la viva imagen de tu madre. Y que eras un fruto del amor de ambos. Que eras tú la pequeña flor que dejo el hermoso jardín de tu madre. Tu padre nunca entendió eso -hizo una pausa antes de continuar- Un día, y déjame decirte que no te debería decir esto, el pensó en marchitarte, supongo que entiendes lo que quiero decir. Quería quitarte la vida, pues según el, no la merecías tener, si tu madre no la tenía. Pero yo te defendí. Lo hice entrar en razón, y lo pensó mejor. Por eso el siente eso. Se siente mal por haber perdido a esa estrella que iluminaba su mundo. Pero tu mi niña, no te debes de culpar por eso, así es la vida, y nosotros no controlamos el destino. Trámites de notarias un USA para hispanos

 

Silenciosas y solitarias lágrimas habían recorrido mis mejillas, hasta caer al borde de mi rostro. No podía creer lo que había escuchado. Mi padre había estado a punto de matarme. La razón: simplemente que yo no merecía vivir.

Abrace a mi abuelita. Estaba completamente desconsolada, y no tenía ganas de volver a casa. Quería quedarme todo el tiempo ahí con mi abuelita. Con ella que siempre fue la madre que nunca tuve. La que siempre me daba su apoyo incondicional. La única que me felicitaba cuando hacia algo bien.

Ahora estoy aquí, en la sala de espera de un conocido hospital de la ciudad. Estoy embarazada. Es el peor error que en mi corta vida pude haber cometido. Ya tengo un mes. Recuerdo que mi padre estaba completamente furioso y me corrió de la casa. Mi abuelita, a pesar de estar decepcionada de mí, me recibió con los brazos abiertos, dispuesta a cuidar de mí. Pero al parecer el destino está por completo en contra mío.

No estoy aquí por algo que tenga que ver con mi embarazo. Estoy aquí, porque mi abuela está muy enferma. Le dio un infarto, y ahora estoy en los peores momentos de mi vida. Estoy tan desesperada. Solo quiero que salga de ahí, y que regresemos a su casa. Regresar y tener una de nuestras ya tan comunes y típicas conversaciones nocturnas a la luz de las estrellas.

Mas sin embargo no fue así. Una enfermera salió a mi encuentro.

-Señorita, lamento decirle que su abuela no podrá sobrevivir. En estos momentos pide verla. A pesar de que es menor de edad, haremos una excepción -no escuché las últimas palabras. Simplemente la seguí, estaba en shock. Las palabras resonaban en mi cabeza "su abuela no podrá sobrevivir".

Cuando entré, ella estaba conectada a muchos cables. Sus latidos eran pocos. Su respiración estaba controlada por un aparato medico. Me miró con sus ojos tristes. Supongo un reflejo de los míos. Los sentía hinchados. Lagrimas brotaron de mis ojos, no las podía evitar.

Me acerqué a mi abuelita, me senté en la silla y le tomé la mano.

-Hija -dijo en un débil susurro-, quiero... que cuides...

Se detuvo, su voz era muy débil.

-Abuelita, todo está bien -le decía llorando.

-Cuida -volvió a hablar con una débil y pastosa voz- cuida... a tu... bebé.

-Sí, abuelita, te lo prometo. Cuidare de mi bebé.

-Te... quiero -dijo en un susurro.

-Yo también, abuelita. Te quiero mucho -dije llorando.

Cerró sus ojos, y su mano soltó la mía. Sabía que ese momento tan inesperado había llegado. Desesperada comencé a gritar.

-Doctor... haga algo, mi abuelita... doctor -gritaba- no abuelita, por favor no me dejes, no.

Unas enfermeras y un doctor entraron corriendo. Sin embargo no pudieron hacer nada. Ella ya había fallecido.

-Lo siento mucho -dijo una enfermera-, ella ha fallecido.

Caminé a la salida, estaba completamente desconsolada. Mi novio, el que hacía dos semanas se había comprometido a cuidar al bebé a mi lado, me estaba esperando.

En cuanto me miró, corrió a abrazarme. Su abrazo me reconfortaba mucho. Me sentía sola. Sentía un gran vacío en mi patética vida. Agradecí que él estuviera conmigo, y que enserio me quisiera.

-Todo va a estar bien, Ariadna -dijo Alexander-, yo estaré aquí contigo.

Me aferré más a él, y escondí mi rostro en su pecho. Lloraba como si no hubiera fin. Hasta que una voz me hizo sobresaltarme y sorprenderme.

-Hija -dijo aquella voz tan distante y ahora desconocida para mí.

Me giré para encontrarme con mi padre, se veía en su rostro el dolor y el sufrimiento que sentía. Y el arrepentimiento en sus ojos.

Simplemente lo abracé. No encontré otra forma de expresarle lo que en esos momentos sentía. El también lloraba al igual que yo.

-Ariadna, quiero que sepas que te quiero mucho -dijo mi padre enserio arrepentido-, lamento mucho el trato que te di, pero es que enserio me sentía muy mal por la pérdida de tu madre. Ahora te pido que me perdones, enserio me siento muy arrepentido.

-Sí, papá -le dije llorando-, te perdono. Pero mi abuelita. Se ha ido. Se ha ido -lloraba cada vez más.

Después de un rato de tranquilizarme afuera. En la fresca noche de febrero. Mi padre me dijo que tenía muchas cosas que arreglar. Que mejor me fuera a la casa. Que el se encargaría.

Alexander, que es tres años más grande que yo, me llevó a la casa de mi abuela. Ahí lloré desconsoladamente, inclusive el lloró, pues había conocido a mi abuelita, y había llegado a quererla.

Les avisé a unos cuantos parientes cercanos que mi abuela había dejado el mundo. Ellos me dijeron que me ayudarían a avisar a más personas que la conocían.

El funeral fue simplemente triste. Negro. No podía pensar. Me sentía simplemente mal.

Preferí no enterrar a mi abuela, así que la incineraron, me entregaron sus cenizas, y las llevamos al lado de las de mi abuelo y las de mi madre. Y ahí descansa ella. Junto a la mujer que fue mi madre por unos minutos, y junto al hombre, que a pesar de que no conocí fue mi abuelo.

Han pasado tres años desde aquel doloroso día. Mi padre me perdonó y me aceptó en su casa. Tuve a mi bebé. Fue una hermosa niña, a la que llamé Ofelia. Tal como mi abuela. Se lo debía, y aunque no se lo debiera, ese era un nombre muy apropiado para mi bebé.

Volví a la escuela, mientras una tía, hermana de mi padre, me ayudaba a cuidar de la niña. Alexander se graduó de la Universidad y comenzó a trabajar.

Ahora vivimos en la casa de mi abuela, que heredé. Junto a nuestra pequeña niña que alegra nuestros corazones. Y aun siento la presencia de mi abuela.

Gracias a ella mi patética adolescencia fue menos patética. Gracias a ella supe más de mi madre. Sin ella no hubiera podido sobrevivir a los insultos de mi padre. Y por ella, mi padre perdonó mis errores y yo le perdoné toda la vida de insultos.

Ahora vivo feliz gracias a mi abuela. Sin embargo aun siento ese vacío en mi pecho. Esa alegría. Esa luz en mi vida. Ella era esa luz.

Memorias De Mi Patética Vida - Fanfics de Harry Potter

Memorias De Mi Patética Vida - Fanfics de Harry Potter

Nunca pensé que mi vida fuera a ser así, y mucho menos creí que esa persona tan autoritaria a la que solo le debía la comida, la casa y el abrigo, algún d

potterfics

es

https://potterfics.es/static/images/potterfics-memorias-de-mi-patetica-vida-fanfics-de-harry-potter-3386-0.jpg

2023-02-27

 

Memorias De Mi Patética Vida - Fanfics de Harry Potter
Memorias De Mi Patética Vida - Fanfics de Harry Potter

MÁS INFORMACIÓN

El contenido original se encuentra en https://potterfics.com/historias/38305
Todos los derechos reservados para el autor del contenido original (en el enlace de la linea superior)
Si crees que alguno de los contenidos (texto, imagenes o multimedia) en esta página infringe tus derechos relativos a propiedad intelectual, marcas registradas o cualquier otro de tus derechos, por favor ponte en contacto con nosotros en el mail [email protected] y retiraremos este contenido inmediatamente

 

 

Update cookies preferences