Vida y obra. Minerva - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

Ojo de gato,corazón de mujer


No siempre había sido así, sin embargo en el presente no dejaba entrevermás que eso. Era una mujer estricta. La educación y seriedad dictaban lasdoctrinas en su vida. La elegancia y el buen porte. Apenas podían mirar a susojos y determinar qué pensaba.

Mientras menos tentaciones sintiera, menos debilidades tendría. Y aquelcomportamiento le ayudaba a comprender muchos pensamientos humanos. Muchossentires y corazonadas que de vez en cuando, ella no solía sentir.

Pero no siempre había sido así. No. Ella no siempre había tenido esecomportamiento.

No en su niñez.

Provenía de una familia muy humilde. No podían permitirse muchas cosas ysin embargo, eso poco importaba. Mientras tuviera dónde dormir, comer y untecho, el resto sobraba. Su familia solía ser conservadora, poco arriesgada yno se entrometía en muchos temas. Pero bien, ella era feliz. Tenía todo lo quenecesitaba.

 

Aquella noche, estaba sentada junto a su cama. Haciendo sus deberes. Nuncadescuidaba su tarea y le encantaba recibir los elogios de su maestra, cuandolas cosas marchaban bien. Mientras escribía números y palabras, su madre abríala puerta de su habitación con una sonrisa y le informaba que ya era hora decenar y que debía soltar sus lápices e ir a cenar.

Apenas escuchó aquello, Minerva se levantó de un salto y corrió hacia elbaño. Se lavó las manos, siempre guardando la buena presencia y bajó lasescaleras con su madre.

Al llegar, su padre estaba sentado ya a la mesa y miraba a su alrededor conun gesto de desaprobación, organizandocucharas, tenedores y vasos de forma práctica.

Ella, se detuvo junto a su silla y tiró de ella, hacia atrás. Antes desentarse, su padre alzó la mirada y la contempló con mucho detalle.

Muéstrame tus manos, Minerva.

Eso hizo, levantó sus manos hacia su padre y él las miró con muchodetenimiento. Luego de un par de minutos, con un dedo, le indicó que se dierala vuelta. Eso hizo ella.

Bien, estás limpia. Puedes sentarte a comer.

Su madre ya lo conocía, pero no solía opinar al respecto. Su padre solíaser distinto a ella en cuanto a la crianza; pero aún así podían convivir enfamilia. Minerva se sentó, emocionada. En su puesto, estaba aquel platillo quetanto amaba.

Crema de apio, puré de papas y carne asada. Sonrió, mirando el puré depatatas. Se veía delicioso y su madre era una gran cocinera. Tomó el tenedor yen cuanto pensaba picar su carne, su padre fingió toser y ella alzó la mirada.Se detuvo.

Minerva, primero la sopa. ¿Lo recuerdas? No debes comerte el plato secundarioprimero.

Pero papá, quiero probar el puré. Me gusta mucho y...

Primero la sopa.

Está bien, lo lamento.

Soltó el tenedor con mucho cuidado y tomó la cucharilla. Antes de siquieradisponerse a comer, su padre volvió a dirigirse a ella.

Recuerda, dedo arriba. Manos firmes, sostenla firmemente.

Ella ya sabía eso. Ya sabía cenar, pero así era su padre. Quién le indicabacómo comer, cómo cepillarse los dientes, cómo hacer su tarea e incluso...cómohacer amigos. Pero estaba bien, eran sus padres y se imaginó; así eran todoslos padres.

Luego de la cena, era el momento de ayudar con los quehaceres. Barrer erasu tarea menos favorita, pero con su padre vigilando que todo estuviera enperfecto orden y sin una mota de polvo; no había espacio para quejarse. Subiólas escaleras de un salto y se sentó una vez más junto a su cama; para terminarsus deberes.

 

Aún estaba el atardecer en su ventana y ansiaba salir a jugar.

Bajó las escaleras y le enseñó sus deberes a su padre. Luego de que éste lorevisara varias veces, era el momento más divertido. El momento de ir afuera ypensar en otras cosas. Pensar en su mundo. No en las responsabilidades.

Su madre le acomodaba una bufanda y vigilaba que todo estuviera en orden,con su atuendo. No quería ni una sola arruga, algo que le diera motivos dequeja a su padre. Así tenía que ser, no había otra alternativa y pensaba queeso quizá podía mermar el futuro de su hija, haciéndola tímida y cerrada. Perono podía ir contra la corriente.

Se inclinó para besar su frente y para mirarla detenidamente a sus ojos.Suspiró con una sonrisa y acarició su cabello, colocándolo tras una de susorejas. Ella era su Minerva, sin importar cuán estricto fuera su padre conella. Era su Minerva, su hija, su pequeña. Sin importar tampoco qué tanestricta tenía que volverse para hacer feliz a su marido.

Que no lo intentaría.

Ten mucho cuidado, Min. No vuelvas tarde. Sabes que a tu padre no legusta que regreses tarde.

Ella asintió y salió de la casa, dando saltos. Le encantaban esas horas deesparcimiento. Y apenas había salido, vislumbró a muchos niños. Sus vecinos deaquella cuadra.

Algunos estaban sentados y otros, saltaban encima de sus amigos. Jugando asapos y ranas. Ella quería participar. Ella quería formar parte de esa fila deniños, brincando.

Corrió hasta ellos y apenas llegó, vislumbró rostros de rechazo. Rostros demiedo. ¿Por qué? Sonrió y algunos se levantaron del suelo.

¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes?

Será mejor que nos marchemos dijo uno, a escasos centímetros. noqueremos que su padre nos reclame o nos critique.

¿De qué estaba hablando? Ella sonrió, pero no fue correspondida. Los niñosla miraron con cierto temor y ella, no comprendía por qué. ¿Por qué le temían asu padre? ¿Por qué no le permitían jugar con ellos? Se dio la vuelta yvislumbró a su padre, quién la miraba desde una de las ventanas de su casa. Losniños se rieron de ella y comenzaron a gritar, coreando.

Comenzaron a gritar algo que ella ya sabía. Su mejor amiga le había dicholo mismo. ¿Por qué iba a querer salir con alguien a quien su padre le prohibíair lejos o a los lugares "peligrosos"? Considerando que esos eran losmejores.

Coreaban algo que ella estaba cansada de oír. La llamaban: Sometida por suspadres. Sin amigos. Así nunca tendría alguno.

Se echó a llorar y enseguida corrió hasta su casa, a los brazos de sumadre. ¿Por qué no podía tener una vida normal? ¿Ser una niña normal como todosaquellos que se reían de ella?

Pero no lo sería, no con sus poderes. No a la larga.

La mañana siguiente, mientras regresaba de la escuela, se encontró con unasorpresa.

Hola pequeño. ¿Estás perdido?

Era un pequeño gatito que la había seguido hasta su casa. Ronroneó enrespuesta y ella sonrió. Continuó su camino hasta la puerta de su casa. Alabrirla, su madre estaba allí y se percató del pequeño visitante que habíaseguido a su hija, por sus ronroneos. Lo miró desaprobatoriamente; mientrasella solo se quitaba su saco de salir y lo colgaba sobre el perchero junto a lapuerta.

 

Sabes muy bien Minerva, que no puedes traer animales a casa. A tu padreno le gustará.

Pero yo no lo traje. Él me siguió hasta aquí y además, está solo y tienehambre. ¿Por qué no puedo tener una mascota como todos? ¿Por qué no puedequedarse?

Que esté solo no significa que debas darle un lugar.

Como el lugar que no me dan a mí, que sigo sola y no tengo ningún amigo.Que esté sola no significa que deban hablarme o que deban querer jugar conmigo. le espetó, tomando al gatito entre sus brazos y subiendo las escaleras hastasu habitación. Su madre la miró irse, con un gesto de decepción. ¿En qué seestaba equivocando?

Porque ellos no eran tan "malos" como ella decía. ¿O sí?

Cerró la puerta de su habitación y soltó al gatito sobre su cama. Feliz, elanimal se enroscó debajo de sus sábanas, haciéndose un ovillo y preparándosepara dormir. Le encantaba el calor que desprendía su cama y no pensabalevantarse. Ella, se acostó a un lado y con una sonrisa; miró a su primer amigo.Él único que tenía y al que protegería.

Lo denominó "Filibertus" el gatito cantarín. Ronroneaba en lasmañanas y paseaba su cola por su rostro para despertarla. Antes del amanecer,ella bajaba las escaleras a hurtadillas y robaba trozos de pan y un poco deleche; para darle de comer a su gatito. Podría pasar desapercibido, si no lepermitía salir de su habitación. Con una sonrisa, lo miraba comer, mientras sealistaba para su día de clases.

Su padre no había notado su existencia y su madre no hablaba de eso. Sinembargo, cuando su padre deseaba mirar el cuarto de su hija y verificar suorden, ella simplemente echaba la ropa sucia sobre el gato y fingía recogerla ydevolverla a su sitio. Todo el tiempo, su padre observaba a su madre,haciéndolo. ¿Acaso ocultaban algo?

Minerva regresaba de la escuela, una tarde soleada. Había compradogolosinas que pensaba compartir con su gatito. Caminó hasta su puerta y alabrirla; se encontró con su padre que sostenía a su gato y a su madre, a pocoscentímetros. Soltó el abrigo en el perchero y miró el molesto rostro de supadre.

¿Qué significa esto, Minerva? dijo, mientras sostenía a su gato por ellomo. El gatito soltó un maullido prolongado y ella, un chillido. Podíalastimarlo.

Papá... ¡vas a lastimar a Filibertus!

Este saco de pulgas debe irse. ¿¡Qué te he dicho sobre tener animales enla casa!? Traen enfermedades y necesitan mucho cuidado.

Pero él estaba solo. Me siguió a casa y creí que podía cuidarlo. ¡Es soloun gatito, papá! No hará nada, lo prometo. Prometo cuidarlo. ¡No lo lastimes!dijo, entre sollozos ¡Mamá!

Tu mamá ha estado mintiéndome duranteuna semana y hasta ahora es que me consigo con esto. ¿Qué es lo que teenseñado, Minerva? ¿Quién te enseñó a mentir de esta forma? ¿Quién te regalóeste animal? ¿Fueron tus amigos?

¿¡Qué amigos!? ¡Si yo no tengo amigos!¡Él es el único amigo que tengo, porque todos se burlan de mí!

¡No te atrevas a alzarme la voz!¿Burlarse de ti...? Me parece que...

¡Sí! interrumpió ella, con un grito Ytodo... ¡es por tu culpa! No me permites hacer nada. No me permites ir a jugar,tener mascotas. ¡No me permites siquiera comer las golosinas que me gustan!dijo, soltándolas en el suelo que como canicas, rebotaron en el e hicieron elúnico ruido en la casa. Ese y la respiración agitada de ella y los maullidos desu gato.

Ya basta. ¡Estarás castigada sin postresni salida y este absurdo adefesio se irá a la calle!

¡Papá no... no lo eches! imploró ella,pero sabía era una batalla perdida.

Pero antes de siquiera poder abrir lapuerta, su esposa se interponía entre él y su misión absurda de echar algatito. Negó con la cabeza, mientras su esposo trataba de apartarla con unamano.

Victoria, no hagas esto más difícil delo que ya es. ¡Y será mejor que vigiles más a tu hija!

Suelta al gato en este instante y piensaen tu hija. ¿Qué daño podría hacerle este animal? Es su amigo, es su mascota.¿No podrías tener sentido común; por un ínfimo día de tu vida?

Ambas son idénticas. ¡Ambas! dijo,soltando al gato que rodó en el suelo y trató de levantarse. Soltó otromaullido y Minerva corrió hasta él, para sostenerlo entre sus brazos y buscaralguna herida en sus patas y en su cuerpo.

Era la primera vez en años; que su madrese atrevía a desafiar a su padre. En cuanto éste subió las escaleras, Minervacorrió a abrazar a su madre, que hizo lo mismo. A pesar de llorar por ella,solo sentía su corazón lleno de alegría.

Algunas cosas en su hogar; tenían quecambiar. Porque su hija tenía que ser libre. Tenía que salir y enfrentarse almundo. Sino, tendría miedo siempre.

Gracias, mamita. Gracias.

Anda, sube a tu cuarto antes de que tupadre regrese y cuida bien de Filibertus. Por lo que sé, le agradas mucho.dijo, mientras besaba su frente y ella asentía con una sonrisa.

Así era, necesitaba un cambio. Y por eso,Minerva siempre recordaba a su pequeño gato. Aquel que le ayudó a cambiar suvida. Y por ello, como animaga que era, siempre había preferido ser un gato. Letraía tantos recuerdos.

Ella nunca o casi nunca, sonreía. Pero devez en cuando, tenía momentos de debilidad que le recordaban; que no todo erala rectitud. Que no siempre podía controlarlo todo. Y por eso, algunas miradasdulces escapaban de su serio semblante. De sus pequeños ojos, envueltos engafas y un gesto amenazante.

Minerva era más que un gato. Más que undirector y más que una mujer

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No siempre había sido así, sin embargo en el presente no dejaba entrevermás que eso. Era una mujer estricta. La educación y seriedad dictaban lasdoctrinas

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2023-02-27

 

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