Yo Severus Snape - Fanfics de Harry Potter

 

 

 

CAPITULO I

El niño de nariz ganchuda corrió el grasiento cabello que caía sobre su rostro y haciendo un movimiento torpe con su varita gritó:
- ¡Protego!
Un débil humo plateado se formó delante suyo, pero se esfumó rápidamente.
El niño volvió su vista rápidamente al libro de maleficios que había robado de la habitación de su padre.
- Se debe hacer un movimiento envolvente con la varita mientras se pronuncian las palabras del contramaleficio con voz fuerte y… - mientras leía en voz alta, el pequeño repetía una y otra vez los movimientos con tozuda perseverancia.
Las normas de su padre eran muy severas: no podía hablar si no le hablaban, no podía contarle a nadie lo que sucedía en su hogar, ni mucho menos llorar en su presencia.
Lo que sí le permitían era leer, porque eso significaba que no tendría trato con otros muchachos.
El ruido de la llave en la cerradura de la puerta de entrada lo trajo bruscamente a la realidad.
Escondió el libro debajo del colchón de su cama y se acurrucó en un rincón con la varita sostenida firmemente frente a sí, deseando ser invisible.
La puerta se abrió violentamente golpeando contra la pared.
El aroma a alcohol barato impregnó la habitación.
- ¿Dónde estás pequeño gusarapo? No te escondas…
La tambaleante figura atravesó el umbral y con los ojos nublados recorrió el lugar hasta descubrir al pequeño mago temblando en un rincón.
- ¡Ahí está el inútil…! ¿Qué haces en ese rincón?
Con el terror exudando de sus pupilas, el niño sostuvo la mirada de su padre, sin mover un músculo de la cara.
- ¡Ven aquí! ¡Voy a darte lo que mereces!
El pequeño Severus petrificado de terror permaneció clavado en el suelo.
- He dicho que te pongas de pie… ¡Punzate! – gritó el padre apuntando al niño con su varita.
- ¡Protego! - gritó Severus imitando lo mejor que pudo los movimientos que había leído en el libro.
El maleficio de su padre rebotó contra el escudo plateado convocado por el niño y se estrelló en la pared.
- ¿Dónde aprendiste eso? – exclamó el padre con desprecio.
El pequeño Severus se mordió los labios con determinación.
Aquella negativa desafiante quedó flotando en el ambiente por unos instantes.
Luego el señor Snape apuntó al niño con su varita mientras gritaba.
- ¡Eres un mocoso incorregible! No puedo creer que seas mi hijo. ¡Crucio!
El pequeño Severus se retorció y comenzó a chillar como si cada miembro de su cuerpo estuviera ardiendo. El dolor era insoportable, pero a pesar de ello ni un solo quejido escapó de su boca.
- ¡Ya basta, Titus! – gritó una mujer entrando en la habitación y abrazando al aterrorizado pequeño.
El niño se desplomó contra el suelo, sin fuerzas para nada que no fuera jadear.
- Por fin decidiste salir de tu escondite, maldita sangre sucia – escupió el mago con desdén -. Tú tienes la culpa de todo. Ya me preguntaba yo de donde había sacado este mocoso-bueno-para-nada una varita…
Y alzando su varita descargó un rayo rojo sobre el rostro de la mujer.
De la comisura de los labios de esposa comenzó a brotar un hilo de sangre como si hubiera recibido un fuerte golpe.
El estómago del pequeño Severus se le revolvió de ira. Pese al terror que sentía se puso de pie y apuntando a su padre con la varita le gritó:
- ¡Vuelve a tocarla y te juro que te mato!
El señor Snape se quedó mudo por la sorpresa, contemplando al pequeño que temblando de furia le apuntaba con determinación.
Finalmente su boca se curvó en una sonrisa maligna.
- Estoy seguro de que lo harías si te diera la oportunidad. Estás tan loco que lo harías. Esto no va a quedar así, Severus, te lo aseguro - y salió de la habitación dando un portazo.
Madre e hijo permanecieron un buen rato abrazados sin decir nada.
Finalmente la mujer besó la pequeña cabecita grasienta y murmuró.
- Él no quiere ser así en realidad. Si sólo consiguiera trabajo…
Luego se puso de pie y salió de la habitación.
El pequeño Snape esperó unos instantes hasta asegurarse de que nadie iba a regresar, y alzando el colchón, sacó el libro de maleficios.
Debía aprender todos los que pudiera antes de que su padre regresara…

***

El profesor Snape apoyó su varita en el grasiento pelo de su sien y descargó una hebra brillante en el pensadero de su escritorio.
Luego colocó sus manos a cada lado del pensadero y lo movió en forma circular. La cara de su padre desapareció en el pequeño remolino.
Inspiró profundamente y exhaló el aire por la boca varias veces.
Las pesadillas siempre le sacaban el sueño.
Instintivamente miró el reloj de su habitación.
Al menos esta vez habían podido dormir hasta las cinco de la mañana.
Se colocó con parsimonia su túnica negra y salió de las mazmorras rumbo a los pasillos superiores.El profesor Snape caminó lentamente por los silenciosos pasillos. Desde niño había aprendido a moverse sin hacer ruido.

Así le resultaba más sencillo capturar a los infractores que merodeaban por el castillo durante la noche.

Aún recordaba lo inmenso que le había parecido Hogwarts en su primer año como alumno.
Cuando recibió la carta al cumplir once años el pequeño mago había descubierto que el mundo más allá de la casa de sus padres, era real.

Al principio su padre había intentado oponerse a que asistiera al colegio, alegando problemas económicos.
En casa de los Snape nunca había sobrado el dinero.

Fue gracias a los oficios de Dumbledore y a un tío lejano que les facilitó algo de dinero, que el joven Snape pudo comprarse los libros de segunda mano y una túnica usada en el Callejón.

Su madre le cedió su propia varita.
- ¿Tu varita, madre? ¿Y cómo harás tú para hacer magia? ¿Cómo te las arreglarás cuando padre…?
El rostro de su madre mostró una sonrisa cansada.
- Tú has usado esta varita más tiempo que yo. Es justo que te quedes con ella. Además tu padre no aprueba que yo haga magia, ya lo sabes.


El profesor Snape sacó la vieja varita del bolsillo de su túnica y pasó el dedo índice por su superficie ajada con delicadeza. Casi como acariciándola.


El ruido apagado de pisadas lo hizo ponerse en guardia.
Bajo la parpadeante luz de la velas descubrió a la señora Norris haciendo su habitual recorrida.
La gata emitió un débil maullido y se acercó al profesor de Pociones.
Este contempló con desagrado como la peluda criatura se frotaba contra sus piernas.

A los pocos minutos, salido de la nada, apareció el señor Filch.
- Buenas noches, profesor Snape.
- Buenas noches, señor Filch. ¿Algún infractor?
Filch torció la boca a un lado en un gesto de disgusto.
- Ninguno, señor. Todos parecen estar durmiendo esta noche…
- Mala suerte. Buenas noches – saludó Snape con una inclinación de cabeza y continuó su camino.
Aunque ese squib le disgustaba casi tanto como los sangre impura, Snape debía reconocer que sabía hacer su trabajo.

Sus pasos lo llevaron al lugar de muro descubierto que conducía a la Sala Común de Slyhterin.
- ¡Señor Oscuro! – murmuró a los desnudos ladrillos.
Al instante se abrió la puerta de piedra disimulada en la pared y Snape penetró en ella.

Recordaba claramente la alegría que había sentido cuando el sombrero Seleccionador había gritado: “Slytherin” casi antes de que tocara su cabeza.
Todos los alumnos de su nueva casa habían aplaudido y gritado con fuerza y le habían palmeado la espalda.

La sala común, su dormitorio, las comidas… todo le parecía excesivamente lujoso y abundante comparado con la casa de sus padres.

Al principio creyó que sus compañeros de Slytherin serían para él como la familia que nunca había tenido.
Pero pronto descubrió que cada miembro de Slyhterin apelaba al recurso de la familia sólo cuando servía a sus propios intereses. Los miembros de Slyhterin eran capaces de unirse si les convenía, pero se trataba más bien de alianzas estratégicas que de amistad.
No había un real interés en el otro.

En el fondo estaba tan solo como siempre lo había estado.


Su primera clase había sido la de Pociones.
Estaba a cargo de la anciana profesora Phyllida Spore.

- ¡Ey, Sirius! ¿quieres ver algo repugnante? – le dijo James Potter a su amigo inseparable.
- Por supuesto, James.
- ¡Eh, tú roñoso! ¿Te has lavado los calzoncillos? – dijo James gritándole a Snape que estaba concentrado en su libro de Pociones.
- ¡Déjame en paz! – había respondido Snape volviendo a su caldero.

Pero James no era de los que soltaba a su presa tan fácilmente.
- Esa no es forma de contestar, Snarchus ¿No te enseñaron modales tus padres? ¡Wingardium leviooosa! – dijo James apuntando hacia la túnica de Snape.

Su ropa se elevó más allá de su cintura revelando dos piernas flacas y pálidas y unos calzoncillos grises.

Toda la clase prorrumpió en carcajadas.

El joven Snape manoteaba tratando desesperadamente de devolver su túnica su lugar, pero lo único que había conseguido era derramar su caldero sobre su libro de texto arruinándolo por completo.
- ¡Ya es suficiente, James! – rogó Remus Lupin apartando la vista por un instante de su poción - La profesora Spore puede regresar en cualquier momento.
- ¿Esa vieja? No distingue a un dragón de un unicornio ni a dos pasos de distancia – respondió James con displicencia.
El regordete Peter Pettigrew había festejado la ocurrencia de James como si fuera la mejor broma del mundo.
- ¡Finite incantatem! – gritó James por fin.
La túnica de Snape regresó a su lugar.
- ¡Arruinaste mi libro, Potter! – gruñó Snape con los dientes apretados.
- ¿Cómo te atreves a llamar libro a ese montón de pergaminos viejos? – rió James- ¿Acaso compraste la edición para trolls?
Finalmente buscando el bolsillo de su túnica sacó unos sickles y se los arrojó a Severus agregando:
- Con eso te alcanza para un libro nuevo y también para otro par de calzoncillos.
Varias risas festejaron la ocurrencia de James.
Snape alzó su varita y apuntó al engreído de Potter mientras gritaba.
- ¡Tallantanegra!
Las piernas de James comenzaron a bailar de manera incontrolable.

Sirius Black alzó su varita para lanzar un maleficio contra Snape, pero en ese momento la profesora Spore ingresó a la clase cargada de frascos de vidrios.
- ¿Que sucede aquí? ¿Por qué no están trabajando? Usted, deje de moverse… ¿Cómo es su nombre… Potter?
- El estudiante Snape le lanzó un maleficio a Potter, profesora – dijo Sirius rápidamente.
- Ya veo. ¡Finite incantatem! – gritó la profesor Phyllida apuntando a James con su varita

Las piernas de James dejaron de moverse al instante.

Severus permaneció mudo contemplando con odio a James y a Sirius, pero no dijo nada para defenderse.
- El alumno Snape atacó al alumno Potter sólo después de que este le lanzó primero un maleficio, profesora – dijo una voz femenina.
Severus se dio vuelta para contemplar a su inesperada defensora. Era una muchachita pelirroja con los ojos verdes más hermosos que Snape hubiera contemplado en su vida.
- ¿Es eso cierto, señor Snape? – preguntó la profesora de Pociones.

Severus asintió.

- Bien, en ese caso ambos deben saber que en este colegio los estudiantes no deben hacer justicia por mano propia. Para eso estamos los profesores. Les descontaré veinte puntos a sus casas por cada uno de ustedes. También informaré a los jefes de sus casas sobre este incidente para que reciban el castigo apropiado.


Desde ese día Severus Snape había odiado a James Potter casi tanto como a su padre.

Rosier y Wilkies se habían ofrecido para ayudar a Severus a vengarse de James.
Snape estaba acostumbrado a valerse por sí mismo, pero su ayuda resultaría valiosa para resistir los ataques de Potter y sus insufribles compañeros.

Fueron ellos y otros miembros de su pandilla quiénes, años más tarde, le hablarían por primera vez del Señor Oscuro.
Severus los escuchaba con una mezcla de asombro y atracción.

Todos ellos pensaban unirse al grupo de seguidores de Voldemort ni bien dejaran Hogwarts. Algunos incluso enviaban información a sus padres sobre lo que sucedía dentro del colegio.

A Severus no le atraían los conocimientos de Artes Oscuras que prometían que aprendería junto a Voldemort; aunque las Artes Oscuras le fascinaban.

Tampoco era el poder que obtendría cuando Voldemort dominara la comunidad mágica; aunque siempre había deseado ser respetado y temido por sus pares.

Ni siquiera el dinero que obtendría en grandes cantidades; aunque nunca había tenido un knut en el bolsillo.

Lo que más atraía a Severus a volverse un seguidor del Señor Oscuro era la sensación de pertenencia. El hecho de ser parte de un grupo, ser valorado, respetado y que su opinión contara y valiera.

Cada vez que el tema salía a relucir Severus escuchaba a sus camaradas en silencio.

Nunca decía que no, pero tampoco que sí.

Lo que le impedía cruzar esa débil línea que lo separaba del lado oscuro era saber que "ella" lo rechazaría en cuánto se enterara.

***

Un rayo de luz penetró por los amplios ventanales de la Sala Común sacando al profesor Snape de sus ensoñaciones.
De algún lugar llegó el sonido de un reloj.
En los dormitorios se escucharon los ruidos característicos que hacen los alumnos al levantarse.

Snape salió rápidamente de la Sala Común rumbo al Salón Comedor. CAPITULO 3

El techo encantado del Gran Salón reflejaba un día nublado. Las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena.
Severus Snape se ubicó en su lugar de costumbre en la mesa de los profesores.
Las mañanas no eran para él y nunca lo serían. No entendía por qué la gente esperaba que saludara a todos con una sonrisa.

- Buenos días, Severus – lo saludó Dumbledore sirviéndose una generosa ración de tocino - ¿Dormiste bien?
- Como de costumbre, señor Director.
- Yo, en cambio, dormí como un lirón. Debe ser la edad sin duda…

Aún después de todos estos años, a Snape le asombraba el hecho de que Dumbledore pareciera estar al tanto de todo lo que sucedía en Hogwarts.

El profesor Snape recordaba claramente el día en que Albus Dumbledore lo había llamado a su despacho, durante su séptimo año en Hogwarts.
- Hola, Severus. Gracias por venir. Supongo que te preguntarás por qué te he citado a mi despacho – dijo Dumbledore clavando sus ojos azules en Snape.
Severus estaba sentado muy erguido en su silla, con las manos en su regazo aferrando su varita.
- No creo que vayas a necesitar tu varita en este preciso momento. ¿Por qué no la guardas en el bolsillo de tu túnica? ¿Perteneció a tu madre, no es cierto?
El joven Snape abrió los ojos con sorpresa.
- ¿Cómo sabe eso? – exclamó dejando de lado por un momento su compostura.
- Los magos tenemos formas de obtener información de otra persona cuando es necesario hacerlo. Es un arte sumamente difícil llamado Legilimencia.
- ¿Legilimencia? ¿Cómo leer la mente? ¿Acaso los magos podemos leer la mente?
- Sí, los magos experimentados podemos hacerlo, aunque el término leer la mente es bastante impreciso. Y ya que hablamos de este tema, creo que es un buen momento para revelarte el motivo por el cual te mandé llamar, Severus.
- Usted dirá – respondió el alumno Snape recuperando su compostura.
- Supongo que el nombre de Lord Voldemort no te será extraño…
Snape dio un respingo. No porque el nombre de Voldemort lo asustara como a otros estudiantes, sino porque era la primera vez que escuchaba a alguien – y nada menos que al Director de Hogwarts – referirse a él por su nombre y no por eufemismos como “el Innombrable” o “Ya- sabes-quien”.
- Sí, señor. Creo que todos en el mundo mágico saben quién es. Sólo me sorprende que usted utilice su…
- ¿Lo llame por su nombre? El miedo a un nombre solo aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
A Snape le pareció que ese era un razonamiento bastante tonto, pero desde niño había aprendido a guardarse sus observaciones para sí.
- Supongo que también sabrás que desde hace años su poder y sus influencias han ido en aumento. Sus seguidores están por todas partes, incluso en el Ministerio de Magia. Se hace difícil saber en quién confiar. La comunidad mágica está aterrorizada. No pasa un día sin que algún mago respetable sea atacado o muera…
Nada de eso le era extraño al joven. Las noticias sobre Lord Voldemort y sus mortífagos llenaban las páginas de El Profeta todos los días.
Además tenía información de primerísima mano a través de los miembros de su pandilla cuyos padres eran mortífagos.
- Sí, lamentablemente las noticias sensacionalistas no hacen más que aumentar la sensación de miedo e inseguridad, creando alrededor de Lord Voldemort una leyenda que es tan destructiva como la persona misma.
El hecho de que Dumbledore pudiera leer sus pensamientos le resultaba perturbador al joven Severus. Había en su mente cosas que no quería que nadie conociera.
Dumbledore continuó hablando como si nada.
- Existen magos y brujas valerosos que están dispuestos a sacrificar sus vidas para defender nuestra libertad y nuestros valores. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de este grupo, no es mucho lo que hemos logrado hacer. Necesitamos con urgencia algo que incline la balanza a nuestro favor. Es necesario dejar de estar a la defensiva, y asumir la ofensiva. Y para ello es crucial obtener información sobre las actividades de Voldemort.
Dumbledore hizo un pausa. Snape seguía su relato con atención.
- Aquí es donde entras tú, Severus. Desde hacía tiempo Alastor Moody ha intentado introducir un espía dentro de las filas de los seguidores de Voldemort. Desafortunadamente todos los magos que se ofrecieron como voluntarios fueron descubiertos y asesinados. Necesitamos alguien que sea completamente desconocido por Voldemort y sus mortífagos.
- ¿Y tiene alguien en mente para esta tarea? – preguntó Snape aunque ya sabía la respuesta.
Dumbledore asintió.
- La persona en la que estaba pensando eres tú.
El joven Snape tardó unos segundos en contestar.
- No crea que no aprecio su gesto, señor Director, pero no creo ser el indicado…
- Debes hacer tus dudas a un lado, Severus. Yo confío en ti. Lo que tú temes nunca sucederá.
Snape contempló a Dumbledore intentando adivinar si el Director estaba hablando de lo que él pensaba. No había forma de que supiera… ¿Cómo podría?
Rápidamente. Intentó desviar la conversación.
- No veo qué pueda tener yo que no tengan otros estudiantes… Potter, por ejemplo…
- James Potter es un buen estudiante y una excelente persona. Y estoy seguro de que sus habilidades serán de gran ayuda en la lucha contra Lord Voldemort. Pero no encaja en el perfil… En cambio tú…
- Yo me ajustó a lo que el Innombrable busca en sus mortífagos.
- Pues, a decir verdad, así es. Eres la clase de persona que no hace amigos con facilidad, por lo que no eres demasiado conocido y nadie sabe demasiado sobre ti. Tu pasado familiar te da el historial adecuado para que tus motivos sean creíbles... Eso sin agregar tu interés en las Artes Oscuras. Creo recordar que ya en primer año conocías más maleficios y hechizos que los alumnos de cursos superiores. Por si eso fuera poco, perteneces a la casa de Slyhterin y eres un mago de sangre pura …
- Si digo que sí me convertiría en un mortífago. ¿Qué sucedería conmigo si el Ministerio me llega a descubrir? No quisiera terminar en Azkabán…
- No temas. Si eso llegara a suceder yo testificaré a tu favor... Pase lo que pase no irás a Azkabán. Te doy mi palabra.
- Ya veo. – murmuró Snape pensativo- ¿Qué le hace pensar que yo tendría más éxito en esta labor de espía que la que tuvieron los otros magos?
- Hay en ti un lado oscuro que no había en ninguno de ellos. Yo lo percibo y también Voldemort lo percibirá. Además tienes un real interés en las Artes Oscuras. Y tus amigos te han invitado a formar parte de su grupo cuando salgas de Hogwarts en numerosas ocasiones por lo que no entraran en sospechas.
- ¿Usted sabe que hay hijos de mortífagos en Hogwarts? – preguntó Snape sorprendido- ¿Por qué les permite seguir estudiando aquí?
- ¿Por qué no? El hecho de que sus padres sean mortífagos no es motivo para que ellos no puedan asistir a este colegio. Lo esencial en la vida de una persona son las elecciones que realiza. Son tus decisiones, la clase de vida que eliges vivir las que definen quién eres en realidad, no tu familia. ¿Por qué restarle a algunos estudiantes la oportunidad de elegir lo que es correcto sólo porque sus padres no lo han hecho? Además, me gusta mantener a mis amigos cerca… y a mis enemigos más cerca aún.
- Comprendo lo que quiere decir, señor.
Solo por educación Snape no dijo quel el modo de proceder del Director le resultaba sumamente cándido. Si supiera que la mayoría de los estudiantes a lo que él mantenía en Hogwarts hacían de espías para el Señor Oscuro quizás viera las cosas de otra manera.
Dumbledore era una de las pocas personas que siempre lo había tratado con respeto y que había sido justo con él. Era uno de los pocos magos que parecía poder ver más allá de su dura apariencia y contemplar el verdadero Snape que existía encerrado muy profundo en su interior.
- ¿Cómo haré para que el Señor Oscuro no descubra mis verdaderas intenciones? Si lo que usted afirma sobre leer la mente es cierto, asumo que él podrá escrutar mis pensamientos y descubrirme.
- Voldemort domina el arte de la Legilimencia como pocos magos lo han hecho. Pero yo te enseñaré a cerrar tu mente para que él no pueda acceder a tus pensamientos. Con tus habilidades no te será muy difícil dominar el arte de la Oclumencia.
Severus se había quedado sin objeciones. Era hora de decidir.
Poco le importaba lo que sucediera con su vida. Ella había roto su corazón y destrozado sus esperanzas.
Quizás si algún día supiera de su heroico sacrificio…
- Si usted está convencido de que puedo serle útil, cuente conmigo, señor Director – dijo por fin.
Dumbledore se puso de pie y estrechó la mano del joven Snape con fuerza.

***

- ¿Quieres una fruta, Severus? – preguntó Dumbledore mientras lustraba una manzana contra su túnica
- Perdón, creo que estaba distraído… ¿Qué me decía, señor Director?
- Te pregunté si querías una fruta antes de ir a tu salón de clases
Snape dio una rápida mirada a su alrededor.
El desayuno había terminado. La mayoría de los profesores se habían levantado de la mesa y se encaminaban sus respectivos salones de clases.
- No, gracias, señor Director. No quiero llegar tarde a mi clase.
- Eso supuse – comentó Dumbledore dándole un gran mordisco a la manzana que sostenía en su mano.
El profesor Snape se puso de pie y se dirigió a las escaleras que conducían a las mazmorras del castillo.
Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas.
Como de costumbre, veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de lata y frascos con los ingredientes.
El profesor Snape tenía una mirada de enojo permanente. Su cara no conocía la caricia de una sonrisa. Los estudiantes le tenían mucho miedo.
Severus Snape requería a sus alumnos que hicieran sus tareas a la perfección, y cualquiera infracción no escapaba a la sanción. Ser implacable era su método de enseñanza y era más despiadado aún con sus formas de evaluación.
El profesor de Pociones rondaba entre los fuegos criticando todo lo que hacían los alumnos de Gryffindor, y haciendo comentarios envenenados sobre su trabajo.
La tensión en las mazmorras era más que notoria.
- Longbottom, ¿acaso no puedes hacer nada bien? He especificado claramente que debían cortar la piel de dragón en cuadrados y no en rectángulos. Y agrega un poco más de bilis de lagarto o fundirás tu caldero otra vez.
Neville se enjugó el sudor de su frente con la manga de su túnica, y se apresuró a agregar la bilis de lagarto en su poción. Pero sus manos temblaban tanto que parte del contenido del frasco cayó sobre el fuego, provocando un pequeño incendio.
Harry que estaba ubicado en el pupitre vecino al del Neville se apresuró a ayudarlo.
- Potter, guarda tus ínfulas de santo para otro lugar. ¿No puedes ni por un momento dejar de llamar la atención para que todos vean lo bueno que crees que eres
? Diez puntos menos para Gryffindor por cada uno.
- Pero profesor, eso es injusto. Yo sólo
- se quejó Ron.
- Veinte puntos menos
- agregó Snape con una sonrisa desagradable en el rostro.
Hermione tiró de la túnica de Harry, y éste hizo un esfuerzo por mantener su boca cerrada.
- Así, me gusta, Potter - susurró Snape en el oído de Harry -. Cuanto antes comprendas que no eres más que un niño presumido con suerte, mejor para ti.
- Yo no soy nada de eso que usted dice. Usted me odia solamente por la enemistad que tenía con mi padre... - murmuró Harry entre dientes.
- Como de costumbre te equivocas, Potter. No es extraño, con una mente tan poco disciplinada como la tuya. Si no fuera porque Dumbledore intercedió por ti todos estos años, nunca hubieras llegado hasta aquí - repuso Snape saboreando de antemano el golpe que sus palabras iban a causar en Harry.

Era verdad, que Potter se parecía mucho a su padre: insoportablemente engreído, contestador, metiéndose continuamente en asuntos que no le interesaban, jugando el papel de héroe, sólo porque tenía suerte en el Quidditch, violando impunemente todas y cada una de las reglas del colegio, pavoneándose por todo el colegio, como si fuera la gran cosa. ¡Oh, sí! Potter se parecía mucho a su padre...
Pero Snape, no lo detestaba sólo por eso.

Potter había obtenido desde pequeño todo por lo que él se había esforzado a lo largo de su vida, sin hacer nada para merecerlo.
«Soy Harry Potter, mi padre fue el idiota más popular de Hogwarts, ¿quieren sacarse una foto conmigo? Hagan fila y se las firmaré»
«He dilapidado la fortuna que me dejó el bueno para nada de mi padre comprando una escoba último modelo, ¿no creen que soy genial?»
Potter, cautivando a profesores y alumnos con su actuación de pobre huerfanito.
Y todo por esa maldita cicatriz en su frente.
«Soy el gran Potter. El héroe. Admírenme. He salvado sus vidas del Señor Oscuro»

Snape, en cambio, siempre había debido esforzarse para obtener cada miserable cosa que había conseguido.
Su vida no había sido un lecho de rosas. Siempre había debido sortear los obstáculos él solo, sin ayuda de nadie. Nadie le había regalado nunca nada.

Pero él no exhibía su vida con la impudicia con que lo hacía Potter.
Jamás había recurrido a medios tan bajos como la lástima o la compasión para atraer la atención sobre él.
Había soportado cada golpe que le diera la vida de pié, sin quejarse ni implorar misericordia.
Y, sin embargo, amigos, reconocimiento, popularidad huían de él como de una banshee.

Pero algún día el mundo mágico conocería la verdad sobre él y le agradecería.
Y sería grandioso, más grandioso que Potter y su odioso padre.

El profesor Snape detestaba a su propio padre en muchos aspectos.
Pero debía reconocer que lo había hecho fuerte.
Su padre le había enseñado que era mejor ser temido que amado.
Le había enseñado disciplina.
La misma disciplina de la que los estudiantes de Hogwarts carecían.
Pero él les enseñaría. Él sacaría derechos a esos niños malcriados tal como su padre lo había sacado derecho a él.
Ninguno de ellos hubieran durando un solo día si hubiera tenido que padecer lo que él había vivido.

- Creí que nadie podía obligarlo a realizar algo que no quisiera
señor - respondió Harry.
Snape le dirigió a Harry una mirada terrible, mezcla de furia y de odio.
- No te quepa ninguna duda de que así es, Potter.
Distraído por su conversación con Snape, Harry había agregado las escamas de dragón a su poción antes de tiempo. De su caldero comenzó a salir un humo amarillo y espeso con olor a huevos podridos.
Los negros ojos de Snape relucieron.
- Tienes menos concentración que Longbottom, Potter - dijo Snape con desprecio -.
Los alumnos de Slyhterin sonreían en sintonía con el profesor.
En especial Draco Malfoy.
- No sé que resulta más desagradable, si el aroma que sale de su caldero o tú.
- Porque no embotellas tu poción y la vendes como Fragancia Harry Potter... - sugirió Malfoy.
Las carcajadas de los de Slyhterin resonaron en el aula y una desagradable sonrisa dibujó una mueca en los delgados labios de Snape.
Harry no respondió. Sabía que Snape permitía todo eso no sólo porque lo odiaba, sino también porque quería que reaccionara y así poder descontarle puntos a Gryffindor.

Draco Malfoy se tapó la nariz mientras señalaba a Harry.
Snape lo contempló en silencio desde la otra parte de la mazmorra.
Malfoy era el opuesto de Potter.
No temía decir lo que verdaderamente sentía o pensaba, ni tenía dos caras como Potter.
Pero, sobre todo, Draco Malfoy resulta conveniente para el trabajo que Snape realizaba en la Orden del Fénix.
Por medio de él, obtenía información sobre su padre Lucious y sobre los planes del Innombrable. Con un poco de adulación, le había resultado muy sencillo acceder a sus mentes.
Lamentablemente ahora que Lucious Malfoy estaba preso en Azkabán, Snape había perdido su fuente de información.
Otra cosa más, por la que debía agradecer a Potter.
Años de trabajo obteniendo sutilmente información de la mente de los Malfoy habían sido tirados a la basura.
Movido por el rencor, Snape se acercó nuevamente al pupitre de Harry y le dijo en voz tan baja que nadie podía oírlo.
- Si te es forzaras un poco Potter, podrías llegar a estar orgulloso de tus logros y no de la fama inmerecida que has heredado.
- Usted se equivoca. Yo no quiero ser famoso. Yo no pedí que Voldemort quisiera asesinarme cuando era niño ni que me dejara una cicatriz en la frente.
Snape se frotó el antebrazo mientras decía:
- Oh, sí tu famosa cicatriz. Me preguntaba cuanto tiempo pasaría antes de que la mencionaras

- Mi cicatriz me recuerda todos los días que no conocí a mis padres porque Lord Voldemort lo asesinó.
- Muy conmovedor, Potter. Guarda tus historias para Rita Skeeter y El Profeta. ¡Y deja ya de decir ese nombre!
- Lo siento
señor
- Ni por un momento piensas que me creo esa historia tuya sobre el pobre niño huérfanito
En todos estos años no he visto que hagas nada para rechazar los elogios y la adulación de tus admiradores
Ni para merecerlos.
- Usted me odia. Por eso, veo solo lo que quiere ver sobre mí. Aunque me esforzara al máximo por complacerlo usted igual encontraría algo por lo que criticarme.
Al decir estas últimas palabras, Harry había levantado un poco la voz. El resto de los estudiantes se habían dado cuenta de lo que sucedía y permanecían en silencio. Fingían que continuaban concentrados en sus cosas, pero en realidad estaban atentos al desenlace.
Pero Snape, lejos de parecer molesto, sonrió:
- Por fin muestras tu verdadero rostro. Ten cuidado, Potter. Estás a un paso de que te castigue por el resto del año por tu impertinencia. Eres un ídolo con pies de barro. Una monigote vacío por dentro. Aprovecha tu cuarto de hora mientras dure, porque cuando acabe los demás te verán como yo te veo y te despreciaran tanto como yo te desprecio.
- Severus, aguarde un instante. Quiero hablar con usted
Durante todo el día me ha estado evitando - la profesora McGonagall se aproximó a Snape con paso apresurado cargando una pila de libros.
- ¿Qué es eso tan urgente? - preguntó Snape con expresión de fastidio.
- Usted sabe muy bien por qué lo ando buscando. ¡Autorizó al equipo de Quidditch de Slyhterin a practicar en el mismo horario que el equipo de Gryffindor! - repuso la profesora McGonagall agitando una papeleta delante del rostro de Snape.
- ¿Y qué si así lo hice?
- Esto es inconcebible - repuso McGonagall comenzando a enfadarse - Ya tengo suficiente con que descuente puntos a mis alumnos poco menos que por respirar, como para aceptar que ignore las reglas de utilización del estadio de Quidditch.
Del antebrazo de Snape le llegó una molesta sensación de calor.
- El equipo de Potter ha utilizado el campo demasiado tiempo y no creo que nadie deba tener privilegios especiales. Lo único que hago es tratar de equilibrar las oportunidades - dijo Severus apretando los dientes.
La quemazón en su brazo iba aumentando rápidamente.
- Si te molestaras en consultar la planilla, descubrirás que el equipo de Gryffindor ha practicado tres veces esta semana. El mismo tiempo que los demás. Severus - dijo McGonagall con expresión dura.
Y mirando a Snape directamente a los ojos agregó:
- Debes madurar, Severus. Harry no es James. No te desquites con el niño por lo sucedido en el pasado.
- Potter no es un niño. Y usted no es su madre. Quizás si dejarán de sobreprotegerlo descubrirían el daño que le están provocando.
Y sin esperar respuesta Snape dio media vuelta, dejando a la profesora McGonagall con la boca abierta.

Ni bien se alejó lo suficiente, como asegurarse de que nadie lo veía, Severus levantó la manga izquierda de su túnica con brusquedad.
La Marca Tenebrosa de color negro azabache brillaba con intensidad quemándole el antebrazo.
El Señor Oscuro lo llamaba a su presencia.

Sin perdida de tiempo, salió de castillo y se internó en la espesura del bosque prohibido.
El cielo estaba encapotado. Parecía que iba a llover.
El profesor Snape recorrió varios cientos de metros y se detuvo en un pequeño claro.
Miró por encima de su hombro para asegurarse de que nadie lo había seguido.
Luego, tomó en sus manos una pequeña piedra negra escondida entre los arbustos.
Al instante Snape sintió una sacudida en el estómago.
Sus pies despegaron del suelo mientras la piedra negra que aferraba firmemente en su mano, lo llevaba hacia delante en un torbellino de viento y colores.

Finalmente sintió que sus pies tocaban el suelo.
La mano soltó la piedra dejándola caer en el suelo.
Severus Snape sabía bien donde se encontraba.

Transcurrió un largo y silencioso minuto, luego se oyó el ruido de pasos en el corredor.
Un hombre alto, ataviado con una túnica negra penetró por la puerta abierta y se detuvo para estudiar al recién llegado.
Su rostro enjuto se mostraba sombrío e inexpresivo como una tumba.
Detrás de él Snape adivinó la desagradable figura de Peter Pettigrew.
Severus sintió un frío que le absorbía todo el calor del cuerpo.
- Hace tiempo que no tenía noticias tuyas, Severus. Informa.
- No es sencillo comunicarme viviendo en Hogwarts, junto a Albus Dumbledore, amo. Usted lo sabe.
- No te atrevas a decirme lo que debería o no debería saber, ni quieras justificar tu falta de celo usando a ese viejo senil como excusa. No te llamé para escuchar tus pobres justificaciones, ni tus lloriqueos.
Snape se puso rígido. Sentía una extraña perturbación en la boca del estómago.
La mente de Lord Voldemort tocó suavemente sus pensamientos superficiales, casi como una imperceptible caricia.
Conocía el poder del Señor Oscuro para explorar a fondo el cerebro de sus servidores y dejarlos convertidos en despojos incoherentes.
- ¿Qué tienes para informar, Severus?
- Me temo que no mucho, mi señor

Dedos como garras hurgaron dentro de su cerebro, desenterrando viejos recuerdos y reabriendo las viejas heridas mal cicatrizadas.
- Eso no es lo que esperaba
- dijo Voldemort con voz grave.
Los pensamientos temblaban en su mente, pugnando por salir a borbotones.
«¡Tengo que resistir!»
Snape logró ocultar rápidamente varios recuerdos sin que Lord Voldemort lo percibiera.
Mientras ponía otros, a su alcance, pero no tan al alcance como para que su amo sospechara.
La mente de Severus se fue arrastrada por un aluvión de impulsos exploratorios que atravesaron su cerebro como un torbellino.
«¡Tengo que aguantar
lo suficiente!»
- Potter se ha estado reuniendo con sus amigos. Aún no he podido averiguar qué están tramando
- murmuró Severus luchando por respirar.
Su cerebro se inundó con imágenes y sentimientos de odio, rencor, rabia

La presión de Lord Voldemort sobre la mente de Snape se relajó.
- ¡Potter! Esa rata vil, escurridiza, engreída, cobarde, insignificante y vulgar! ¡Apesta incluso a través de tus palabras! ¡Un pequeño tramposo de dos caras que tiene la apariencia de desmayarse al verme aparecer en el turbante de Quirril y luego es capaz de arriesgar su vida con una sonrisa! Un tramposo en todos los sentidos. Parece una mosquita muerta y sin embargo, tiene las agallas de batirse a duelo conmigo! El tipo de criatura asquerosa, insípida y sin valor que está dispuesta a dar su vida por su padrino. ¡Qué asquerosamente repulsivo!
Snape disfrutaba cada palabra sintiendo como la presión que Voldemort ejercía sobre su mente se aflojaba un poco más.
El Señor Oscuro percibió los pensamientos de Snape sobre Harry.
- Tu enfoque con Potter, carece de sutileza Severus - la voz del Señor Oscuro chasqueó como un látigo -. Deberías ser comprensivo con él, bondadoso, hacer que confíe en ti, que te abra tu corazón. Yo siempre he sabido fascinar a la gente que me convenía.
La mente de Severus llenó de imágenes de rechazo y repugnancia que dejó al alcance de su amo.
- Dudo mucho que Potter vaya a abrirse alguna vez a mí, amo - agregó Snape.
- Eso es porque no haces bien tu trabajo, Severus. El odio que sientes por Potter, me complace. Pero no ayuda en mis objetivos. Comienza a adularlo para bajar sus defensas hacia ti. Únete a su
¿cómo lo llamas? - los dedos exploraron sus pensamientos con rapidez y precisión ¡Ah, sí
! Su Club de Admiradores. El muchacho es evidentemente un engreído
¡Explota su vanidad para tu beneficio y el mío
!
Snape escuchaba todo con los sentidos alerta, proyectando sus sentimientos de repulsión a la superficie de su mente para desviar la atención de Voldemort.
Los dedos invisibles de acero del Señor Oscuro presionaron en sus conductos nerviosos de manera tan imprevista como violenta. Snape apenas tuvo tiempo de escamotear algunos de sus recuerdos y colocar otros en su lugar.
Snape resultó sacudido como una hoja en medio de la tormenta.
- Eres un elemento valioso, Severus. Pero no estoy conforme
Después de tanto tiempo, no me has informado de nada valioso. Quizás necesites un poco de estímulo
¡Crucio!
Mil agujas se clavaron por todo el cuerpo de Snape.
Sintió que la garganta se le apretaba en un grito ahogado.
«¡Lucha!»
Los últimos vestigios de su conciencia trataron de hacerse fuertes.
En forma muy débil y lejana percibió una risa cruel, seguida por otra risa servil.
Finalmente el dolor cesó.
Snape entornó los ojos y se incorporó, apoyándose en un codo.
Sentía gusto a sal y sangre, le dolía todo el cuerpo
Todos sus huesos crujieron mientras se incorporaba.
- Te dejaré vivir, Severus
Por ahora
No creas que no he percibido algo de tu simpatía por Dumbledore
No dejes que ese viejo manipule tus sentimientos
Él no es tu padre
No busques su aprobación, o tendré que destruirte.

Snape llegó a los terrenos de Hogwarts justo a tiempo para la cena.
A través de la fina llovizna, sus ojos encontraron la silueta del castillo.
Calado hasta los huesos logró llegar hasta las mazmorras sin cruzarse con nadie.
Le dolía todo el cuerpo.
Con gran esfuerzo logró cambiarse la ropa mojada y subir al salón comedor.
El techo encantado del gran Salón se iluminó con un relámpago que lo recorrió de una punta la otra.
Los estudiantes alzaron la vista fascinados ante el espectacular panorama.
Snape tomó una taza de oro sintiendo que cada músculo de su brazo protestaba por el esfuerzo.
Cortó un trocito de pan y lo fue desmigando poco a poco.
Luego llevó la cuchara de sopa a su boca, sin molestarse en contemplar el fascinante juego de luces que ofrecía el techo de comedor. Todo su cuerpo le dolía horriblemente y en una ceja, probablemente donde había golpeado contra el suelo, latía una punzada caliente y rápida.
Snape apretó los labios con determinación evitando cualquier señal que delatara el dolor que sentía.
No quería compasión ni incómodas preguntas.

- ¿Viste la cara de Snape?– preguntó Ron dándole un codazo a Harry.
- Sí – repuso Harry sin molestarse en levantar la vista de su plato -. Tiene la misma expresión de odio de siempre. Seguramente está pensando nuevos insultos para decirme en la clase de Pociones. Snape, me odia.
- Con esa cara de vinagre no hace falta condimentar la ensalada… Basta con que Snape le eche una mirada - opinó Seamus Finnegan
- A lo mejor es su cumpleaños y le regalaron un jabón… - aventuró Dean Thomas.
Los alumnos de Gryffindor sonrieron divertidos, inventando bromas a costa de Snape hasta que Hermione les dijo que ya había oído suficiente y los obligó a cambiar de tema.

- Una fea noche para salir, ¿no crees Severus? – comentó Dumbledore como al descuido pinchando una salchicha con su tenedor de oro.
Snape giró su cabeza lentamente hacia el Director .
- Sí, señor director. Muy fea – respondió llevando una mano a sus costillas para ayudarse a respirar.
- Las noches lluviosas son ideales para leer un buen libro junto a un fuego crepitando en la chimenea, con un abrigado par de calcetines de lana… - agregó Dumbledore casi para sí.

Una vez finalizada la cena, Snape se levantó despaciosamente y se dirigió a su habitación en las mazmorras sintiendo que su cabeza retumbaba con cada paso que daba.
Aunque ya habían pasado varias horas desde su encuentro con el Señor Oscuro aún sentía el dolor de los cuchillazos recorriéndole todo el cuerpo.

Finalmente llegó en su habitación en lo más profundo de las mazmorras.
Los leños chisporroteaban en la chimenea
Sobre la mesa de luz, alguien había dejado un libro con una nota.
Snape tomó el libro y leyó el título: “Tus zonas mágicas erróneas”
Su boca se curvó en un gesto de desagrado.
Había una página marcada con una nota que decía:

Vinos de Granada

 

“Pensé que disfrutarías un poco de lectura ligera antes de dormir”
A.D


Severus tomó el libro entre sus manos y acercó una silla a la chimenea sintiendo que el fuego lo arropaba en su manto de roja seguridad.
Los maderos se consumían lentamente haciendo que la luz reverberara dando vida a extrañas sombras sobre las paredes.

Fantasmas del pasado que aprovechaban la oscuridad para escaparse por las heridas mal cicatrizadas del alma y hacerse dueños del silencio y de la soledad.
Dolores encarnados en sombras que dibujaban recuerdos; furtivas fantasías que robaban el sueño y forzaban la mente a la vigilia.
Incapaz de contenerlos, los recuerdos salieron en tropel a su conciencia.

Severus contempló las llamas lamiendo los leños.
Rojas como sus cabellos.
Apasionadas, como su carácter.
Le era imposible describir el color de su piel: era rosado, oliváceo, rojizo y a veces blanca como la nieve.
Lo mismo sucedía con sus ojos verde azulados.

Desde el primer momento en que la vio, fue como si hubiera tomado una poción de amor.
En su presencia se sentía completamente avasallado.
Severus recordaba como se acurrucaba detrás de sus libros para espiarla, sin atreverse a respirar.
¡Era tan hermosa que le dolía el solo hecho de verla!
Él se conformaba con estar en sus alrededores y respirar el perfume que se desprendía de su cuerpo.

Pero era inalcanzable.
Alguien como él no podía ni tan siquiera desearla.
¡Cuántas veces había rechazado la ayuda y la simpatía que ella le brindaba en un vano intento por echarla de su mente!
Pero era una lucha perdida.
Su corazón lo obligaba a desearla una y otra vez.

Si él pudiera decirle lo que sentía…
Si pudiera confesarle su amor…
Pero eso lo arruinaría todo…
Y sin embargo…

Pronto sería San Valentín, ¿y si le regalase un ramo de flores y la invitara a tomar algo a Hogsmeade?
¡NO! ¡Deja de soñar, Severus, pobre tonto!
¿Cómo puedes siquiera imaginar que un muchacha hermosa como ella le va a prestar atención a un buitre solitario como tú?
Y sin embargo…

Ella era la única que se había mostrado afectuosa con él.
Aún cuando él no cesaba de despreciar sus gestos de amabilidad.

El joven Snape metió la mano en el bolsillo de su túnica y apretó con fuerza los pocos knuts que había estado ahorrando desde hacía tiempo.
Probablemente alcanzaran para un ramo pequeño, un gesto de amistad, nada más…
Claro, que si ella se confundía y pensaba otra cosa…

¡Deja de soñar, maldito corazón!
La esperanza es un lujo que no puedes permitirte, porque a ella siguen la desilusión y el desaliento.
Y sin embargo…

El Día de San Valentín se había levantado muy temprano y había salido furtivamente de Hogwarts para evitar tener que dar molestas explicaciones.
A Severus nunca se le había hecho tan corto el camino a Hogsmeade.
El ramo que había comprado no era siquiera parecido al que hubiera deseado, pero después de todo era sólo un gesto de amistad.
Nada más…

Cuando Severus llegó al fin a los terrenos de Hogwarts, Lily Evans estaba sentada junto al lago, leyendo.
Sola.
Era ahora o nunca.

El joven Snape inspiró profundamente mientras murmuraba “carpe diem”.
Se acercó a ella con cautela, con el ramo escondido entre los pliegues de su túnica.
- H-hola… Evans, ejemm…¡Hermoso día! - dijo el joven Snape carraspeando y tartamudeando.
Lily alzó la vista de su libro y observó a Severus con expresión neutra.
- Snape, hola… ¿querías algo?

El corazón de Severus latía violentamente. ¿Cómo se había metido en esa situación?
- Yo… había pensando en darte… no vayas a ofenderte… es sólo un gesto de amistad… nada más que eso… - Snape estaba quedando como un tonto y lo sabía.

Finalmente alzó el pequeño y maltrecho ramo, justo en el momento en que el ramo de flores más grande, variado y vistoso que hubiera visto en su vida tapaba el rostro de la joven.
- ¡Feliz Día de san Valentín, mi amor! – dijo una voz que conocía bien y odiaba aún más.
James Potter abrazó a Lily por detrás y le dio un apasionado beso en los labios.
El joven Snape sintió como si le hubieran clavado una estaca en el corazón

Cuando sus labios se separaron, James reparó en Severus.
- Snivellus, ¿que hace por aquí con esos yuyos en la mano? ¿Acaso vas a ayudar a Hagrid a plantar radichetas en su huerto? ¿O estás preparando alguna de tus olorosas pociones? – preguntó James.
Sus labios sonreían, pero la mirada era fría y dura.

- Mis asuntos no te conciernen, Potter. – repuso el joven Snape con fiereza
- Y los nuestros tampoco a ti. ¿Por qué no continúas con tus asuntos y nos dejas a nosotros proseguir con los nuestros?
- ¡James, eso es muy descortés! – lo retó Lily dándole un golpe en el hombro -. Snape estaba por decirme algo cuando tú llegaste… ¿Qué querías, Severus?
- Nada… yo no... quería nada… Creo que ha habido una confusión… Lo lamento… - el rostro de Snape debía tener más color del que había tenido en su vida.

Enloquecido de dolor el joven Severus salió corriendo dejando caer sus flores en el camino.
No sabía a dónde ir, ni qué hacer.
Se estaba desangrando por dentro.
Sin saber cómo, llegó a las mazmorras y se encerró en uno de los salones.
Se puso a gritar, a aullar, a voltear los pupitres, arrancar las cortinas, a arrojar los frascos contra las paredes, a destrozar todo lo que encontró…

¿Tan poco duraban los sueños?
¿Tan fácilmente se derrumbaban las esperanzas?
¿Cuánto dolor era capaz de soportar una persona?
¿Cuál sería el último golpe, el que acabara con sus fuerzas, el que agotara sus ganas de vivir, el que apagara la llama humeante y quebrara el tallo que vacila?

Su vida estaba destruida.
Hecha añicos. Igual que el salón.
No tenía esperanzas.
No tenía planes.
No creía en la felicidad. Al menos no para él.
¡Qué tonto! ¡Haber creído que las tinieblas podían convivir con la luz!

***

Los leños se habían consumido convirtiéndose en brasas.
El profesor Snape reparó en el libro que aún permanecía abierto en sus manos.
De mala gana abrió la página marcada por Dumbledore, y leyó:

Me creía inaccesible.
Había puesto barricadas a mi corazón.
Había adormecido mi cuerpo.
Había cortado mis emociones.
Por instantes este poder sobre mí
me embriagaba,
me exaltaba.
Era dueño absoluto de mí mismo,
dueño de mi sufrimiento,
dueño de mis angustias.
Era una especie de héroe inaccesible,
un dios insensible.
Mi cabeza dirigía toda mi vida.
En ésta atmósfera etérea, yo era libre.
Pero un día, mi torre de cristal crujió,
mi rigidez cedió,
mis certezas vacilaron.
Un vértigo se apoderó de mí.
Tuve miedo.
Necesitaba.
Era pequeño.
Lloraba, tiritaba.
Adiós nobleza, grandeza, divinidad.
Estaba enamorado.
Había vuelto a ser yo mismo.

Severus cerró el libro y lo colocó nuevamente sobre la mesa de luz, junto a la botella de agua, su varita mágica y el pensadero.
Luego se quitó con lentitud su túnica negra y se colocó su pijama gris.
Apagó la vela.
¡Ojalá pudiera descansar sin esas malditas pesadillas!
Cerró los ojos, los apretó con fuerza e hizo un gesto con la cabeza acomodándose en la almohada.
En la oscuridad rodó un lágrima solitaria.

FIN

Yo Severus Snape - Fanfics de Harry Potter

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CAPITULO IEl niño de nariz ganchuda corrió el grasiento cabello que caía sobre su rostro y haciendo un movimiento torpe con su varita gritó:- ¡Protego!Un

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2024-05-28

 

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